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La educación en Roma

Podríamos sintetizar las principales características de la educación romana sosteniendo


que:

I. En lo humano, la valoración de la acción y de la voluntad sobre la reflexión y la


contemplación

II. En lo político, la acentuación del poder, del afán de dominio

III. En lo social, la afirmación de lo individual y de la vida familiar, frente o junto al


estado

IV. En lo cultural, la creación de normas jurídicas del derecho

V. En la educación, la acentuación del poder volitivo del hábito y el ejercicio con una
actitud realista

Entre los romanos, cuando un niño nacía, el padre sellaba su destino: elegía aceptarlo o
rechazarlo. En el primer caso, se le elegía un nombre. Si era niña, se lo hacía al octavo día
de nacida, y al noveno si era varón.

En los primeros tiempos, el niño recibía en el hogar la educación física y moral con la
dirección de su madre, especialmente. Se esperaba convertirlo en una persona sana,
fuerte, religiosa, respetuosa de la ley, obediente de sus mayores e independiente. A los 7
años, el niño pasaba a las manos del padre quien se ocupaba en lo sucesivo de su
educación. Los hijos acompañaban a sus padres a los tribunales y aun a las sesiones del
Senado, iniciándose así en todos los aspectos de la vida civil. Asistían también a los
festines de los mayores, interviniendo en ellos con sus cantos y haciendo a veces de
escuderos o servidores

Los varones se preparaban también para sembrar, arar, cabalgar y nadar; así como
estudiaban las leyes, lectura, escritura y cálculo. La preparación física para el servicio
militar se realizaba en el Campo de Marte.

Las niñas aprendían a tejer y a hilar y quedaban en la casa entregadas a las faenas
domesticas

Desde las primeras épocas, hubo en Roma maestros elementales que, a veces, eran
esclavos o libertos. A partir de la Segunda Guerra Púnica, se generalizó la costumbre de
aprender griego. Para ello el literator o gramaticus explicaba los poemas de Homero.

La educación concluía a los dieciséis o diecisiete años, aunque la formación retórica


continuaba a veces por más tiempo. Entonces entraba en el ejército y en la vida pública.
Hacia el final de la época republicana, Grecia era el lugar donde iban a completar sus
conocimientos quienes tenían una mayor ambición intelectual.

El problema a nivel educativo con el que se enfrentaba Roma era el de contemplar la


educación como una cuestión perteneciente al ámbito privado y que, como tal, debía ser
afrontada dentro de cada familia. No hubo por parte del Estado, intención alguna por
organizar, reglamentar o estructurar la educación que debían recibir sus hijos y se
mantuvo desvinculada de la administración.

Ya a finales de la República se quejaba Cicerón de esa falta de organización en la


educación que no delimitaba las diferentes funciones de los diferentes maestros y que
provocaba que, por ejemplo, se pudiera ver a gramáticos enseñando retórica.
En cuanto a su origen, la mayor parte de los profesores que ejercían en Roma provenían
de los estratos sociales más bajos. Que el mayor porcentaje de maestros fuese de origen
servil se debía al gran desprestigio que sufría la profesión y al pésimo concepto que de la
docencia tenía la mayoría de la población más agudizada en los casos de los que hoy en
día serían los maestros de enseñanza primaria, pues, aunque la docencia en su conjunto
no estaba valorada, los maestros de retórica y los gramáticos disfrutaban de una mejor
consideración tanto social como económicamente.

No existía ningún tipo de formación del profesorado ni se exigía por parte de la


administración requisito alguno para ponerse al frente de una clase. La enseñanza era un
negocio privado y los alumnos, clientes. El resultado era la bajísima preparación de los
maestros que se traducía en los malos y escasos resultados alcanzados por sus alumnos.

Barrow (1950), haciendo referencia a la religión, nos provee un genial paralelismo para
entender el desarrollo de la educación en Roma:

La religión romana fue primero la religión de la familia y, luego, de su extensión, el Estado.


La familia estaba consagrada y, por lo tanto, también el Estado. Las sencillas creencias de
las familias y los ritos practicados por ellas se modificaron y ampliaron, en parte por las
nuevas concepciones debidas a nuevas necesidades, y en parte por el contacto con otras
razas y culturas, al unirse las familias para construir aldeas y, por último, la ciudad de
Roma.

Así también, se puede decir que se desarrolló la educación en el mundo romano. Incluso,
también la educación entró en decadencia a partir del S. III d. C., junto con los valores
religiosos tradicionales de Roma.

En un principio, partiendo del núcleo familiar, se debe aclarar que el “pater familias” tenía
plena potestad sobre sus hijos. Si bien la mujer romana asistía en la crianza y en la
disciplina de sus hijos muchas veces eran ayudadas por nodrizas. Asimismo, cuando los
niños avanzaban en edad, se los ponía bajo el cuidado de un pedagogo, quién
acompañaba al niño a la escuela y lo ayudaba con las tareas del hogar.

En un primer momento del desarrollo histórico de esta civilización, la educación se


desarrollaba y era, como se mencionó antes, potestad propia de las familias.

En los primeros tiempos de Roma, se debe señalar que la educación de los niños y
jóvenes, se daba en el ámbito privado, en el seno familiar. La madre tenía un rol
importante, y naturalmente, el padre era quien llevaba el lineamiento principal en la
educación. Cuando los jóvenes alcanzaban los 16 años, el ámbito de educación se
desplazaba del hogar al foro, donde en la propia práctica, podía comprender y aprender la
vida pública y las nociones de derecho. Finalmente, entre los 17 y los 18, el joven romano
comenzaba su entrenamiento como soldado. Abbagnano y Visalberghi, señalan en este
aspecto a la educación del romano en sus primeros tiempos como familiar, civil y militar.

La estructura de la educación cambiaría a partir del S. II a.C., cuando Roma conquistó el


espacio Griego y aprovechó todo lo posible el afluente cultural. Con el desarrollo de la
República, la expansión y la complejización de las estructuras, se potenció la educación
con la llegada de maestros desde el mundo griego. Como en toda conquista que Roma
realizaba, era costumbre que gran parte de la población que quedara bajo el dominio
romano, cayera en la esclavitud, en este caso, muchos que se dedicaban a la educación en
el espacio griego. Una vez más, con su tradicional pragmatismo, Roma no desaprovecharía
aquello que se le presentaba, sino que lo usaría a su beneficio.
Barrow (1950), sobre la cuestión de la fusión cultural entre romanos y griegos, expone:

Parte del pensamiento griego, como la especulación metafísica, fue de poca utilidad para
los romanos; de otras cosas se apropiaron en parte, como por ejemplo, del aspecto
práctico de las matemáticas, pero no de sus fundamentos teóricos; una gran parte la
asimiló su robusto y práctico intelecto, modificada y transmitida en un forma propia
para el uso diario de los pueblos que gobernaban.

Se instala lentamente la enseñanza del griego, hasta tanto que la educación romana
podría considerarse bilingüe aunque, naturalmente, el uso de uno otra legua estaba atada
a la ciencia que se enseñara. Sobre esto, Abbagnano y Visalberghi (1964) comentan:

La mentalidad romana se distingue por un elemento no menos importante que el


anterior: el sentido práctico; de modo que no nos debe sorprender si el estudio de la
arquitectura y la agrimensura se desarrolla en latín, mientras las ciencias puras siguen
siendo patrimonio griego y se enseñan en griego incluso ahí donde la lengua madre es el
latín.

Se debe señalar, por otra parte, que no todo el conjunto de enseñanzas de Grecia fue tan
bien aceptado, sino que por ejemplo, en el caso de la música, el canto y la danza, que se
llegó a considerar, violaban el “espíritu romano”, tal como indica Marrou (1985):

Escipión Emiliano sólo se refiere a las escuelas de música y de danza para condenar la
inclinación de sus jóvenes contemporáneos hacia esas artes deshonestas e impúdicas,
aptas para los farsantes […] Muy pronto llegó a admitirse que todas ellas comportaban
placeres de mala reputación, que debían quedar relegadas a los juerguistas y libertinos y
que no convenían a la dignidad de un romano bien nacido.

Al llegar a la época del Imperio, nos encontramos al emperador Vespasiano, quién es el


primero que establece leyes referidas a educación, liberando de impuestos municipales a
los gramáticos (profesores de latín y griego) y rétores (profesores de retórica), e incluso
instituyó cátedras de retórica latina (de la cual Marco Fabio Quintiliano sería el primer
titular) y griega, filosofía y ciencias.

Es durante el Imperio, cuando la educación se vuelve decididamente pública (si bien las
familias adineradas podían costear y preferían maestros particulares para sus hijos), el
Estado la proveía, y así como se encargaba de proveer el espacio para el desarrollo de la
misma, pagaba el sueldo de los maestros. Como todo sistema educativo, no estuvo exento
de la crítica de sus contemporáneos.

Marrou (1985), nos da una descripción de la “escuela primaria” en Roma:

La clase se imparte casi a la intemperie, someramente aislada de los ruidos y de los


curiosos de la calle, por una cortina, velum. Los alumnos, sentados en escabeles sin
respaldos (no necesitan mesas, pues escriben sobre las rodillas) se agrupan en torno al
maestro, el cual se entroniza en su cátedra, cathedra, situada en lo alto de un estrado, y
cuenta en ciertos casos con la colaboración de un adjunto, el hypodidascalos.

El autor señala en particular, el poco salario que recibían los maestros, considerado casi
como el “último de los oficios”.

Sobre la “enseñanza secundaria”, Marrou (1985) explica:

Se nos muestra con gusto el grammaticus, gravemente vestido con su manto, dirigiendo
su clase adornada con bustos de los grandes escritores, Virgilio, Horacio..., e inclusive con
mapas geográficos murales. Pero no estamos todavía muy arriba: esta clase sigue
siendo siempre un local del forum, cerrado por una colgadura detrás de la cual el
repetidor, subdoctor o proscholus, cumple el oficio de ujier. El gramático propiamente
dicho goza de una condición superior, sin duda alguna, a la del simple maestro de escuela.

Finalmente, al hablar de la “enseñanza superior”, Marrou (1985) expone:

El retórico enseñaba a la sombra de los pórticos de los foros; mas no se conformaba con
un somero local: el mismo Estado (durante el Bajo Imperio, y acaso desde los tiempos de
Adriano) ponía a su disposición hermosas salas en forma de exedra […] La enseñanza del
Rethor Latinus, como la del griego, tiene por objeto la maestría del arte oratorio, tal como
lo asegura la técnica tradicional, el complejo sistema de reglas, procedimientos y hábitos
progresivamente empleados por la escuela griega a partir de la generación de los
Sofistas...”

A pesar de las opciones que el Estado Romano ofrecía en cuanto al sistema público, la
educación privada no terminó de desaparecer por completo. Por un lado, muchos
romanos de las clases privilegiadas viajaban a Atenas para formarse en sus estudios
superiores o, en el caso de los niños, muchas familias preferían contratar particulares. Se
debe tener en cuenta que sacar al niño de la educación en el seno de su familia a una
institución pública, no era tarea fácil: las formas en las que se educaba, generaban más
problemas en los alumnos que beneficios: los castigos corporales eran frecuentemente
utilizados (y por cierto muy severos), la idoneidad de los maestros también era criticada
además de la cantidad de alumnos que se reunían en las clases.

Sobre este aspecto, es necesario tomar en cuenta a Marco Fabio Quintiliano, quién vivió
entre el 35 y el 95 d. C y escribió “Las instituciones oratorias”, obra en la que atiende
profundamente a expresar sus críticas a la educación el momento y expresa sus propios
pensamientos sobre el “como” educar. Habiendo ejercido como abogado y como profesor
de elocuencia y retórica (abrió su propia escuela), supo de primera mano las dificultades y
las problemáticas de la enseñanza y los límites que encontraba la misma.

Le sugerimos para aprovechar más esta clase luego de haber leído el anterior texto,
acceder a un video de consulta para obtener más información, presionando en el enlace
siguiente:
1. Le solicitamos concurrir a la clase 11 habiendo leído las ideas fundamentales de
Quintiliano

2. Le solicitamos traer para el análisis el texto que brindamos a continuación

MARCO FABIO QUINTILIANO

Quintiliano se enfrenta a aquellos quiénes atacaban a la educación pública, rebajándola


frente a la privada:

Piensan que las costumbres se vician en las escuelas públicas, porque algunas veces
sucede; pero lo mismo sucede en sus casas; y hay mil ejemplares, tanto de haberse
perdido la fama, como de haberse conservado con la mayor pureza en una y otra
enseñanza. Toda la diferencia está en la índole de cada uno, y en el cuidado.

Él mismo es un defensor de la educación pública, criticando duramente a aquellos que


hacían objeciones contra la misma, alegando que le contacto de un niño con otros de una
crianza de peor calidad, rebajarían al mismo, y por otro lado, el aprovechamiento del
tiempo que tendría un maestro atendiendo a varios en lugar de a un solo alumno.

Sobre el primer aspecto, cabe destacar cuando expresa su desprecio al padre débil que no
pone límites al carácter de su hijo, o a la sobreprotección que algunos niños recibían: “Aún
no comienza a hablar, y ya entiende lo que es gala y pide vestido de grana”; sobre lo
segundo, expresa algo llamativo:

El maestro, cuanto más excelente, gusta de muchos discípulos, y tiene su trabajo por
digno de lucir en mayor teatro. Si el maestro es limitado, no lleva a mal emplear su trabajo
con un solo discípulo, haciendo oficio de ayo, porque conoce su insuficiencia.

En su obra da las pautas de lo que para él debe ser un buen profesor y denuncia las
prácticas que debían ser erradicadas. La docencia raramente era una vocación y los que se
dedicaban a ella lo hacen para poder subsistir, sin tener la formación adecuada.

Lo primero por lo que aboga Quintiliano es la necesidad de moralidad intachable y


seriedad del profesor, más teniendo en cuenta la edad con la que contaban los alumnos.

Muchos docentes «dados a la cólera» intentaban conseguir el respeto de sus alumnos por
medio de una dura disciplina olvidando que el maestro no sólo debe respetar a los
alumnos sino que debe tratarlos como a sus propios hijos.

Hosquedad a la hora de contestar, poca amabilidad, sequedad en el trato, sería, siguiendo


la denuncia de Quintiliano, lo más habitual en las aulas romanas.

Pero más allá de la calidad del maestro o de como éste disfrutara más su trabajo,
Quintiliano hace un llamativo elogio a la educación en contacto con otros niños:
Juntemos a lo dicho, que en sus casas sólo aprenderán lo que se les enseñe a ellos; pero
en las escuelas lo que a otros. Todos los días oirá aprobar unas cosas, y corregir otras.
Aprovechará con ver reprender la pereza de unos, y alabar la aplicación de otros: con las
alabanzas cobrará emulación; tendrá por cosa vergonzosa quedar atrás de los iguales, y
por honra exceder a los mayores.

Quintiliano comienza su obra tendiendo más a considerar que son más aquellos que son
aptos para aprender, que aquellos que no podrán hacerlo:

Es falsa la queja de que son muy raros los que pueden aprender lo que se les enseña y que
la mayor parte por su rudeza pierden tiempo y trabajo; pues hallaremos por el contrario
en la más facilidad para discurrir y aprender de memoria, como que estas dos cosas le son
a los hombres naturales.

Curiosamente, él no pone el problema del aprendizaje en el alumno, sino en la forma de


enseñar de aquellos que tienen a su cargo el cuidado del niño, en particular aquellos que
le brindan sus primeras enseñanzas:

No sea viciosa la conversación de las ayas, las que quiere Crisipo que sean sabias, si se
puede; pero a lo menos que se escojan las mejores. En ellas sin duda alguna debe
cuidarse sobre todo de las buenas costumbres y de que hablen bien: pues ellas son
las primeras a quienes oirán los niños, y cuyas palabras se esforzarán a expresar por la
imitación. Porque naturalmente conservamos lo que aprendimos en los primeros años,
como las vasijas nuevas el primer olor del licor que recibieron.

Adelantándose a su época, Quintiliano pone énfasis en que el niño puede aprender las
primeras letras antes de los 7 años, pero incluso él mismo insiste con que la formación
empieza mucho antes, con la transmisión de costumbres y comportamientos:

No creo que debo afanarme mucho para evidenciar cuánto vale el que las primeras
instrucciones sean las mejores, y cuánto trabajo cuesta el quitar los malos resabios que
una vez se tomaron; pues al maestro que después sigue se le junta un doble trabajo,
no siendo menor el de hacer olvidar a los discípulos lo que aprendieron mal, que el
enseñarlos de nuevo.

Tomando esto como punto de partida, considera entonces que no es necesario que haya
“años ociosos” en los que el sujeto no esté recibiendo aprendizajes.

Toda enseñanza tiene un punto de partida, y el desarrollo progresivo de la misma, sirve


para alcanzar resultados mayores a posteriori, sin importar que tan simples sean aquellas
cosas que el niño aprende en sus primeros años:
Menudas son las cosas que enseñas (dirá alguno) habiendo prometido formar un orador;
pero entienda que aun en las letras hay su infancia, y a la manera que la formación de los
cuerpos que han de ser muy robustos comienza en la leche y la cuna, así el que ha de ser
con el tiempo un orador elocuentísimo, hizo, para explicarme en estos términos, sus
pucheritos, fue balbuciente e hizo garabatos en la formación de las letras.

Sobre la forma de educar, entiende él que es necesario el juego, tanto así que incluso en
su escrito, menciona lo que podríamos tomar como un prolegómeno de los actuales
materiales didácticos:

Para estimular a la infancia a aprender no desapruebo aquel método sabido de formar un


juego con las figuras de las letras hechas de marfil, o algún otro medio a que se aficione
más la edad, y por el cual hallen gusto en manejarlas, mirarlas y señalarlas por su nombre.

Así como entiende que el juego puede estar al servicio de la enseñanza y del aprendizaje,
pone igual énfasis en el descanso en medio de las tareas para que el alumno pueda
levantar el ánimo para el estudio, e incluso a que el día se separe en distintas actividades
o áreas de enseñanza, para evitar aburrir al alumno:

De aquí nace que el trabajo de escribir se alivia con la lección; y al contrario cuando nos
cansamos de leer, tomamos por descanso el escribir. Aun cuando nos hayamos aplicado a
muchas cosas, tenemos en cierto modo entero las fuerzas para lo que vamos a aprender.
¿A quién no molestará estar todo un día oyendo a un maestro sobre una misma cosa? La
variedad le servirá de recreo, como acaece en las viandas que, siendo diversas, alimentan
pero sin fastidio.

Apuntalando esto mismo que señala, Quintiliano critica duramente la utilización de


castigos físicos, la cual era muy extendida y habitual en la educación de la época. Sobre
esta cuestión, dice:

Si a un niño pequeñito se le castiga con azotes, ¿qué harás con un joven, a quien ni se le
puede aterrar de este modo, y tiene que aprender cosas mayores? Añadamos a esto, que
el acto de azotar trae consigo muchas veces a causa del dolor y miedo cosas feas de
decirse, que después causan rubor: la cual vergüenza quebranta y abate al alma,
inspirándole hastío y tedio a la misma luz.

Avanzando sobre otro aspecto, es llamativo como concibe la gradualidad de la enseñanza,


sino también (tomando un concepto moderno) la transversalidad de ciertos aprendizajes:

El niño que aprendió ya a leer y escribir, lo primero que debe aprender es la gramática […]
el escribir va incluido en el hablar, y la explicación de los poetas supone ya el leer
correctamente, en lo cual se incluye la crítica.
Todo lo que expresa Quintiliano, así como establecer su postura frente a todos los
aspectos que se fueron mencionando, también nos dan un retrato bastante claro de los
problemas de la educación en ese entonces. No puede pasarse por alto, aquél ideal que
tiene el autor sobre cómo debería ser un maestro (resulta interesante, imaginarse un
opuesto a lo que expresa):

Lo primero de todo el maestro revístase de la naturaleza de padre, considerando que les


sucede en el oficio de los que le han entregado sus hijos. No tenga vicio ninguno, ni lo
consienta en sus discípulos. Sea serio, pero no desapacible; afable, sin chocarrería: para
que lo primero no lo haga odioso, y lo segundo despreciable. Hable a menudo de la virtud
y honestidad; pues cuantos más documentos dé, tanto más ahorrará el castigo. Ni sea
iracundo, ni haga la vista gorda en lo que pide enmienda: sufrido en el trabajo; constante
en la tarea, pero no desmesurado. Responda con agrado a las preguntas de los unos, y a
otros pregúntelos por sí mismo.

Este último fragmento de Quintiliano, se puede relacionar con cuál era su ideal del
“Orador” (una vez llegado el niño a los estudios superiores): aquél que posea una amplia
base cultural (establece la necesidad de educar en filosofía e historia) y una buena
formación moral (transmitida desde pequeño en el seno de la escuela por sus maestros)

En el aspecto de la enseñanza de otras lenguas, si bien no llama la atención que


Quintiliano le dé a la lengua Griega un lugar preponderante, si lo hace el que la enseñe en
paralelo al latín:

Me inclino a que el niño comience por la lengua griega; pues la latina, que está más en
uso, la aprendemos aunque no queramos: y también porque primeramente debe ser
instruido en las letras y ciencias griegas, de donde tuvo origen nuestra lengua. Mas no
quiero que en esto se proceda tan escrupulosamente, que hable y aprenda por mucho
tiempo sola la lengua griega, como algunos lo practican [...] Así sucederá, que
conservando con igual cuidado el estudio de ambas, ninguna dañará a la otra.

El Método

Una preocupación primordial en Quintiliano fue la de evitar lo que ocurría con frecuencia
y que no era otra cosa que los alumnos acabaran odiando los estudios.

Era habitual que los años pasados en la schola no resultase un recuerdo agradable.

San Agustín se preguntaba quién no preferiría la muerte antes de volver a la infancia.

Lo primero que hacían los niños cuando acudían a clase del ludi magíster era aprender a
escribir. Quintiliano aconseja que los niños practiquen la caligrafía repasando los surcos
realizados en las tablillas de cera y que se ponga especial cuidado en que logren una
escritura limpia y rápida. Prefiere que sigan los surcos porque de esta manera conseguirán
fortalecer los músculos de las muñecas y no necesitarán que el maestro les lleve la mano.
Del mismo modo habría que procurar evitar que durante los primeros ejercicios de
escritura el niño utilizase palabras vulgares, como es costumbre y que aprendiera a leer
como si estuviera cantando.

La disciplina y el comportamiento

En aquel momento, el método de disciplina más habitual y aceptado empleado en las


scholae era el castigo físico por mucho que personajes de la altura de Séneca, Juvenal y,
por supuesto, Quintiliano, estuviesen en contra.

El empleo del castigo físico tanto como medio de disciplina como fomentador del estudio
(se penalizaba tanto el mal comportamiento como la falta de estudio, la lentitud en el
aprendizaje o el uso de la mano izquierda) tenía sus detractores pero en realidad tampoco
tuvo en su contra una fuerte oposición social.

Quintiliano tenía en este aspecto las cosas muy claras; no solamente es injusto teniendo
en cuanta la edad del agresor y del agredido sino que además produce unos efectos
terribles sobre los críos

Para él, alguien capaz de pegar a un niño o a un adolescente, ya sea un maestro o un


pedagogo, no merece otro adjetivo que el de delincuente y para Cicerón la sola idea de
que una cosa cruel pudiera ser útil ya era de por sí inmoral.

Lo que había que hacer era, antes de nada, dar consejos a los niños, hablar con ellos para
que aprendieran a obrar correctamente y sin maldad; en segundo lugar, controlar
frecuentemente el trabajo realizado y, sobre todo, antes de de castigarlos averiguar por
qué no realizaron tal o cual tarea.

La obra de Quintiliano va a marcar la educación en Roma, y no deja de sorprender (sin


caer en un anacronismo) que algunas de sus ideas se mantienen vigentes.

Es en la época del Imperio entonces, cuando el Estado termina de tomar las riendas de la
educación, tal como lo resumen Abbagnano y Visalberghi (1964):

La educación elemental y media sigue siendo parcialmente privada, si bien en su mayor


parte se vuelve municipal, pero es el Estado el que determina la modalidad de selección
de los maestros, los exime de ciertos impuestos y por último llega incluso a fijarles los
honorarios. Además interviene directamente en la educación elemental y media por
medio de las Instituciones alimentarias de Trajano, es decir, fundaciones estatales
enderezadas a asegurar la manutención y la educación de un cierto número de niños (más
tarde, también de niñas) de pocos recursos.

La educación se estructura de tal forma, que la formación ya no era una cuestión que se
realizaba de forma desinteresada por parte de las familias y los jóvenes, sino que se había
vuelto en fundamental para poder hacer carrera dentro de la burocracia del imperio.
Sobre esto, Abbagnano y Visalberghi (1964) opinan: “Aquel inmenso imperio
burocratizado según los modelos orientales requiere una educación de escribas, más bien
que una educación “liberal” orientada hacia la formación de un ciudadano libre”

Curiosamente, esa burocratización, terminaría desgastando aquél ideal de los primeros


romanos, la del campesino-soldado. Acaso el ciudadano romano, interesado más en la
carrera de funcionario en el enorme aparato estatal imperial, se olvidó del campo, en
donde sería reemplazado por bárbaros, a quiénes se les permitiría traspasar las fronteras
en calidad de Colonos; y de la defensa de la tierra, función en la que el soldado romano,
dejaría el lugar a un número cada vez más creciente de tropas auxiliares compuestas,
curiosamente, por los pueblos bárbaros que durante años habían sido los enemigos de
Roma.

Bibliografía:

ABBAGNANO N, y VISALBERGHI A. (1964). Historia de la pedagogía México. Fondo


de cultura económica. 9ª reimpresión.

BARROW, R. (1950). Los romanos. México. Fondo de Cultura Económica. 5ª


Edición.

BONNER, Stanley F., La educación en la Antigua Roma. Desde Catón el Viejo a Plinio
el Joven, Barcelona: Editorial Herder, 1984.

GADOTTI, M. (2011). Historia de las Ideas Pedagógicas. Buenos Aires. Siglo XXI
Editores. 7ª reimpresión

GALENO, Claudio, Tratados filosóficos y autobiográficos (Introducción, traducción y


notas de Teresa Martínez Manzano), Madrid: Biblioteca Clásica Gredos nº 301, 2002.

JUVENAL, Decimo Junio, Sátiras (Introducción, traducción y notas de Manuel


Balasch), Madrid: Biblioteca Clásica Gredos nº 156, 1981.

MARROU, H. (1985). Historia de la educación en la antigüedad. Madrid. Editorial


Akal.

MARTÍNEZ J. (1969). Historia Universal Vol. I Edad Antigua. 2ª Parte: Historia de


Grecia y Roma. Madrid. E.P.E.S.A.

PETRONIO ARBITER, Cayo, Satiricón (Introducción, traducción y notas de F. L.


Cardona), Barcelona: Edicomunicación, 1994.

QUINTILIANO DE CALAHORRA, Sobre la formación del orador, (Introducción,


traducción y notas de Alfonso Ortega Carmona), Salamanca: Universidad Pontificia de
Salamanca, 1996.
Actividad sugerida

1. ¿Cuáles eran las diferencias entre la educación de griegos y romanos?

2. ¿Qué conocimientos adquirían los niños? ¿Con qué finalidad?

3. ¿En qué consistía la educación corporal? ¿Qué objetivo perseguía?

4. ¿Qué papel se adjudicaba a la mujer, considerando la educación que se le daba?

5. ¿Por qué se elegía Grecia para elegir la educación de un joven?

6. Explicar la siguiente afirmación del poeta latino Horacio (año 156 a.C.): “Grecia ha
conquistado a su salvaje vencedor trayendo las artes al rudo Lacio”.

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