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EL CONDENADO

Un arriero que traía de Ayacucho cuatro cargas de plata a lomo de mulos, por encargo de su patrón, se
alojó en las inmediaciones de Izcuchaca (Huancavelica), en un lugar denominado “Molino” de
propiedad del señor David, quien tenía su cuidador; éste muy de madrugada, mientras el arriero cargaba
el cuarto mulo, hizo desviar una carga y arrojó solo al animal.
Mientras el cuidador se repartía el dinero con el propietario del sitio, el arriero desesperado con su
desventura a cuestas, puesto que, para reparar la pérdida tenía que trabajar el resto de su vida y tal vez
hasta sus descendientes, impetraba de rodillas a los causantes quienes por la codicia del dinero
tornándose indolentes y sordos al clamor el pobre indio cuyas inocentes lágrimas llegaron hasta el cielo en
procura de la justicia divina.
Al poco tiempo murió el cuidador del “molino”, su mujer y su hijo. Aquel por ser el culpable directo se
condenó, es decir, arrojado “alma y cuerpo” de la vida ultraterrena, debía refugiarse por entre los montes
tomando la forma de un animal con cabeza humana gritando de vez en vez: David devuelve la plata…
Inclusive creen que por causa del humo don David, dueño del molino, que aún vive, sufrió de parálisis en
sus piernas.
Algunos indios astutos aprovechan de esta superstición del “condenado” para llevarse, en época de
cosecha, un poco de cereales de las eras.

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