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Un

irlandés para siempre


Primera edición: noviembre 2022
© Yanira García, 2022
© Diseño de portada: Yanira García
© Maquetación: Yanira García
© Corrección: Raquel Antúnez
© Imágenes del interior diseñadas por Freepik
ISBN: 9798849812045

Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización escrita de los titulares del copyright , en cualquier medio o
procedimiento, bajo las sanciones establecidas por la ley.





Para Sheila.
Tenía muy claro que este libro te lo dedicaría a ti.
Gracias por ser una de las lectoras más fieles del mundo.
Por apoyarme siempre. Por escribirme. Por acompañarme.
Por ser tan malvada como yo.
Por ir con resaca al trabajo después de quedarte hasta las tantas leyéndome.
Gracias por todo. SIEMPRE.

PRÓLOGO
CAPÍTULO 1
SEGURO QUE ESTÁ BIEN CALIENTE
CAPÍTULO 2 SACAR A IHAN DE SUS CASILLAS
CAPÍTULO 3 ES EL EFECTO QUE PRODUCE ELLA
CAPÍTULO 4 O TAL VEZ SEAN LAS DOS COSAS
CAPÍTULO 5 LO SUPE DESDE QUE TODO COMENZÓ
CAPÍTULO 6 HA DADO LA CONVERSACIÓN POR ZANJADA
CAPÍTULO 7 SEÑORITA DESCARADA
CAPÍTULO 8 SOLO HAY QUE ESPERAR
CAPÍTULO 9 A VER CÓMO SALGO DE ESTA
CAPÍTULO 10 UNA DE CAL Y UNA DE ARENA
CAPÍTULO 11 Y LAS APARIENCIAS ENGAÑAN
CAPÍTULO 12 O REPARTIR TORTAS, ESO TAMBIÉN
CAPÍTULO 13 TÍA CALLEN ESTÁ TRAMANDO ALGO
CAPÍTULO 14 DOBLE RACIÓN DE BERENJENA
CAPÍTULO 15 ¿ACASO ESTÁS CELOSO?
CAPÍTULO 16 YO TAMBIÉN TENÍA GANAS DE VERTE
CAPÍTULO 17 A VECES, SALTARSE LAS NORMAS ES MÁS DIVERTIDO
CAPÍTULO 18 EN ALGÚN MOMENTO DE NUESTRA VIDA LO ESTAMOS, ¿NO?
CAPÍTULO 19 Y LO HAGO PORQUE ESTOY SEGURO DE ELLO
CAPÍTULO 20 TE VOY A MATAR
CAPÍTULO 21 PERDIDO EN PAULA
CAPÍTULO 22 CUÁNTO HAY DE REAL EN ESA FRASE
CAPÍTULO 23 SE VEÍA VENIR DESDE GLAMIS
CAPÍTULO 24 FINGIMOS NO PENSAR EN LOS FANTASMAS QUE NOS ACECHAN
CAPÍTULO 25 NO ME IRÉ NI ESTA NOCHE NI NINGUNA OTRA
CAPÍTULO 26 Y A MÍ ME GUSTA ÉL, AUNQUE PAREZCA IMPOSIBLE
CAPÍTULO 27 Y A VER CÓMO ME RECUPERO DESPUÉS
CAPÍTULO 28 NO LO HAGO, POR SUPUESTO
CAPÍTULO 29 SÍ, ESE HE SIDO YO
CAPÍTULO 30 PORQUE SE NOS HABÍAN QUEDADO OBSOLETOS
CAPÍTULO 31 EL HONOR ES MÍO, FUTURO CUÑADO
CAPÍTULO 32 Y AMBAS CAMINAMOS JUNTAS HACIA LA CAFETERÍA
CAPÍTULO 33 EN ESE MOMENTO
CAPÍTULO 34 DURANTE MUCHO TIEMPO
CAPÍTULO 35 Y YO ME MUERO POR SER EL SUYO
CAPÍTULO 36 MI TÍA CALLEN HA MUERTO
CAPÍTULO 37 ME PERMITO LLORAR
CAPÍTULO 38 NO PODEMOS, NO
CAPÍTULO 39 ¿LO HAS LEÍDO BIEN?
EPÍLOGO
GABRIELA Y DUNCAN
AXE Y MAELA
Nota de la autora
Agradecimientos
Biografía
Encuentra mis otras novelas
PRÓLOGO

No es por ser melodramático, tampoco quiero pecar de puntilloso o susceptible, ahora bien…, esto de las
bodas es un total y absoluto rollazo.
Axe y Duncan, incluso Gabriela, se han visto en la necesidad de pedirme —y casi suplicarme— que me lo
tome con madurez, que me comporte y que no sea un malnacido. Esto último, palabras de Axe, por si
teníais dudas sobre quién podría ser el emisor de tan lindos términos.
Buah, vaya concepto tienen de mí, si yo soy todo amor. Un hombre formal y sensato. Un nicho de
cordura y moderación.
—Y dime, Paula, ¿qué tal si tú y yo hacemos, no sé, una pequeña visita al baño? La arquitectura es de lo
más exquisita en el castillo y me encantaría enseñártela. —No sé si hago referencia exactamente a la
arquitectura con mis últimas palabras.
Paula, con esos ojos que siento que me traspasan y me vuelven loco a partes iguales cada vez que me
miran, me escruta sin descaro, sin reparos y sé, antes de que hable, que intenta buscar las palabras para
sonar menos…, menos Paula, ya me entendéis.
—No pienso follar en la boda de mi amiga, que te quede claro.
Ruedo los ojos, a ver, que lo de la arquitectura era una de esas excusas de mierda que utilizamos como
pretexto para conseguir algo. Funciona de la misma forma que cuando el chico que te gusta te invita a ver
una película a su casa o a dar un paseo por la playa, ¿qué creéis que está rondando su cabeza? Sexo,
obvio. Que luego la noche termine tal y como su cabeza maquinaba es harina de otro costal. Y yo, por eso
de que me han pedido que me comporte, he intentado ser un poco más racional de lo que suelo ser de
forma habitual y no pecar de lanzado o poco empático, o burro, o miles de adjetivos más. Ya sabemos
cómo soy, hemos tenido tiempo de aceptarlo.
—Nadie hablaba de follar, aunque si insistes… Tienes una mente muy sucia, Paula. —Vuelve a
observarme como si todos los engranajes de su cabeza estuviesen colocándose justo en el sitio necesario
para soltarme algo que me dé una estocada de esas que a ella tanto le gusta darme—. Y eso me encanta.
—Vaya que si lo hace.
Chasquea la lengua y su labio se alza en una media sonrisa.
—Al menos yo tengo cabeza y me llega la sangre, no como a otros. —Y me señala la polla, dura y
enhiesta, dentro de mis pantalones.
Duncan y Gabriela me matarán si se percatan de que estoy empalmado en su boda, esto no es
comportarse ni mucho menos. Con toda probabilidad, si culpo a Paula de mi estado, no me creerán o me
ganaré una colleja, o cosas mucho peores, que Axe está fornido y sus puños tienen que doler cantidad. No
quisiera ser yo el que los pruebe.
—Gabriela Lafuente, ¿tomas a Duncan Allain como legítimo esposo…? —Bla, bla, bla. Eso es lo único
que resuena en mi cabeza. Mi amigo, iba a especificar cuál, pero a la vista está, se va a casar con la que
es el amor de su vida.
Nunca me he planteado este tipo de cuestiones, es decir, sé que existe el amor, que no todo es
superficial y que hay un sentimiento que es como el dios de los sentimientos y que todos tendemos a caer
en él.
No es que yo piense que no existe, que no estoy hecho para enamorarme o que promulgue que jamás de
los jamases me casaré. Eso son estupideces y tonterías, por norma general, llega un momento en tu vida
en el que alguien aparece, lo cambia todo y se hace la magia. Y eso le ha sucedido a Duncan y también a
Axe. ¿Quién lo diría? Axe, que ha huido toda la vida de ese tipo de sentimentalismos y en este momento
sujeta a Maela de la mano con tanta ternura que hasta el más tonto de los hombres sentiría celos.
Volviendo al tema que nos atañe… No es que piense que el amor es una soberana tontería, solo que he
decidido ser un poco más pragmático, que me persiga lo que quiera que, mientras tanto, me dedicaré a
disfrutar de los placeres carnales, al menos el tiempo que pueda. Y, en este preciso instante, la chica que
se sienta a mi lado, y que es una de las damas de honor de boda, me la pone dura.
—Carliña, deja de recitar en voz alta los votos o tendré que taparte la boca con cinta aislante.
—Mimimimimi.
—Muy maduro por tu parte. —Sonrío condescendiente ante la respuesta mordaz de Carla y me gano un
pellizco por parte de Paula—. ¿Tú de qué parte estás? —me recrimina.
—Depende, ¿dejarás que te enseñe la arquitectura moderna del baño?
—¿Sabes que ya conozco esos servicios a los que haces referencia? Porque me he alojado aquí y demás
—ironiza.
—Sin embargo, jamás has tenido a un guía turístico como yo. —Observo el reflejo de la duda en sus ojos
y las ganas de aceptar que bailan en ellos, y me satisface—. Dejaré que me ates las manos —añado
solícito.
—Me lo pensaré. —Paula me guiña un ojo y espero que este no sea el momento en el que hay que ir a
darle la enhorabuena a los novios porque sí, estoy bien jodido. La anticipación es muy mala compañera y
mucho más en una boda en la que te han advertido ciertas cosas que no estás cumpliendo, no como
esperaban que hicieras.
Guardamos silencio lo que queda de discurso e intento calmarme, y Paula, la muy malvada, no duda en
darme pequeños toques, los justos para que mis ganas de sujetarla por las manos y arrastrarla a donde
haga falta me nublen la razón. Con ella es todo tan complicado. Desde que nos conocimos.
Es lanzada, sagaz, mordaz, irónica y me pone jodidamente cachondo.
En fin, nada nuevo, ¿verdad? Supongo que esto ya os lo esperabais.
Es un juego peligroso y a mí siempre me ha encantado quemarme.
Nos acercamos para saludar a la pareja de recién casados, a las familias, amigos, Beth y a todos los que
allí se encuentran en este momento, y yo hago lo que más me apetece.
—Enhorabuena por el enlace, Paula. —Deposito un suave y nada casto beso en la comisura de sus
labios, asciendo con destreza y muerdo el lóbulo de su oreja. La mirada que me devuelve lo dice todo.
Tendría que haber estudiado el tema porque ahora voy a ser un guía turístico de pena, la verdad.
—No sé si sabes que la que se ha casado es ella. —Carla señala a Gabriela con inquina, normal, yo he
aprovechado el momento para…, ¿dejarme llevar? ¿Comportarme como un canalla? ¿Ser un gamberro
profesional? ¿Todo a la vez?
—Cierto, pero no podrás negarme que me encanta complacer, y Paula se merecía una felicitación por
ser dama de honor y una de las mejores amigas de la novia.
—No cuela.
—Anda, ven, no te pongas celosa que tengo para ti también. —Carla se da la vuelta tras enseñarme la
lengua y se marcha de allí para abrazar a su amiga y a mi amigo—. Tengo la ligera sensación de que a
Carla no le gusta ser el segundo plato de nadie —fanfarroneo.
—No sabes cuánta verdad hay en tus palabras —me confirma Paula.
Esperamos allí, los dos muy cerca, nuestro turno.
Paula es la primera en abrazar a Gabriela, y yo, como si fuese su pareja en esta boda, cosa que no es
así, abrazo a mi amigo.
—No sé si darte la enhorabuena o mi pésame.
—Soy un hombre afortunado —me indica Duncan—. El más afortunado del mundo por haberla conocido.
Gabriela aprieta su mano tras escuchar su confesión y, por un momento, siento un ligero pinchazo en el
pecho. No es envidia, no me seáis, es que… mis amigos, los dos, me han abandonado. Podéis permitirme
que me ponga en modo dramático. Uno, casado; otro…, no sé en qué estado se encuentra la relación de
Axe y Maela porque es un poco bastante demasiado reservado con su vida privada, pero, vaya, que están
juntos, eso no hay nadie que lo obvie. Ambos han creado un vínculo con otra persona, y yo lo más cercano
a eso que tengo es con mi tía Callen, que, por cierto, tiene que estar ya en la zona del alcohol.
Reservándome un sitio, tal y como me prometió cuando llegamos.
—Siendo de esa forma, mi más sincera enhorabuena a los dos. Más a ti que a ella, Gabriela —susurro—,
no sabes dónde te has metido.
Ella me sonríe de esa forma tan natural que tiene. Siempre me gustó, ¿sabéis? Sé que Axe tuvo sus
dudas al respecto, sin embargo, cuando hablé con ella por fuera de la que era su habitación, en medio de
toda aquella parafernalia, tuve claro que no era una más. Las apariencias engañan, que me lo digan a mí,
que solo piensan que soy un tío de esos que se mueven por interés, y las cosas no son de esa forma, lo que
pasa es que se nos da de puta madre juzgar sin conocer. Triste, pero cierto.
De la misma forma que me gusta que me den una oportunidad, soy partidario de darlas, y sabía que
Gabriela era honesta y, puestos a confesar, perfecta para mi amigo. No tuve dudas con Maela, lo que pasa
es que ahí sí temí por mi vida, por culpa de esos músculos de los que os he hablado. Ese vikingo es un tipo
duro.
—Gracias, amigo. —Duncan me abraza con ternura, y yo me separo con celeridad.
—No te me pongas mimosito, que esta noche la vas a compartir con esa bella dama y no con un apuesto
hombre como yo.
—Oh, calla, Ihan —replica Maela empujándome con la cadera y haciéndome a un lado.
Me carcajeo mientras le cedo el paso con caballerosidad y me dirijo en busca de mi tía.
Paseo con las manos tras la espalda, buscando rostros conocidos.
Observo la lista de comensales de cada mesa y, vaya, me ha tocado ocupar la más divertida.
—Señorita, ¿tendría usted el placer de acompañarme?
Paula se gira y me mira, bate sus pestañas, y rezo porque no me suelte una de sus perlas delante de mi
tía.
—Por supuesto. —La respuesta llega por parte de mi tía, que me observa tras su copa ya medio vacía—.
Este vino es de los buenos, sobrino, tu amigo no ha escatimado en gastos.
—Nunca lo haría. Tía Callen, quiero presentarte a Paula, una amiga.
—En realidad, soy mucho más amiga de Gabriela que de él —puntualiza.
No me sorprende para nada su respuesta.
—Una amiga… —Mi tía le da vueltas a mi forma de definirla y alza una ceja inquisitiva—. ¿Con amiga
quieres decir una conquista?
Ya sabéis de dónde he heredado esa forma de soltar las cosas tal cual se me pasan por la cabeza, es la
genética.
—Señora…
—Tía Callen —la corrige.
Paula duda en su forma de dirigirse a ella.
—Tía Callen —cede, al final, no muy conforme—. Ya quisiera su sobrino que yo fuese una de sus
conquistas —lo pronuncia de una forma en la que no da pie a réplica. Paula coge una copa de vino y se la
lleva a los labios. Camina con cadencia y se para a mi lado.
»Te espero en el baño, señor guía turístico. Necesito que me cuente todo lo que sepa de arquitectura y
que, de paso, revise ciertas… partes de mi cuerpo.
Abro los ojos ante la picardía de esta mujer. Nunca deja de sorprenderme.
Camina como si no me hubiese hecho una proposición de lo más indecente hace nada, saludando y
abrazando.
—Tengo que…
—Lo he escuchado todo, sobrino. —Mi tía sonríe y me suelta el brazo—. Confío en que no se te enfríe el
almuerzo.
Ojalá supiese que lo que voy a comer seguro que está bien caliente.




CAPÍTULO 1
SEGURO QUE ESTÁ BIEN CALIENTE
Paula


Incapaz de apartar la vista de los chicos, que juegan a algo extraño e impreciso en el jardín, si es que a
esta inmensidad se le puede llamar como tal, nos encontramos todas.
Gabriela, arrebujada en una manta peludita; Maela, bebiendo una copa; Carla, con el teléfono, y yo…,
yo, analizando el comportamiento de Ihan. Y mirándole el culo, eso también, ¿para qué engañarnos a
estas alturas? Me desconcierta un poco, tengo que admitirlo.
—Cierra la boca —me recrimina Maela con un deje de burla bailando en el tono.
—Veo que aún no estás borracha. —Y señalo su copa con acritud.
—Hace falta algo más que una copa de whisky escocés para acabar con mi astucia —replica—. ¿Qué
miras?
—Parece mentira que no lo sepas. —Gabriela me sujeta de la mano y me la aprieta con fuerza. No puedo
creerme que se haya casado—. Cómo ha cambiado tu vida en menos de un año. —Doy voz a mis
pensamientos de forma sincera y sin mala intención.
Carla decide que esta conversación sí que es de su interés y coloca el teléfono bajo el muslo.
—Me siento muy orgullosa de ti —indica mi amiga.
Lorna se acerca por el camino de gravilla y esperamos a que se sume al grupo antes de continuar
hablando.
—¿Qué me he perdido?
—Nada interesante —responde Maela. Somos como un quinteto desafinado, cada una con sus cosas y
todas de diferente forma—. Paula no deja de comerse a Ihan con los ojos; Carla, con el teléfono; Gabriela,
soñando despierta, y yo, pensando en mi vikingo —sentencia con esa sonrisilla de satisfacción al resumir
de forma precisa los acontecimientos—. Y bebiendo —añade alzando la copa.
Lorna pone los ojos en blanco y mira al grupo de chicos.
—¿Todo bien? —inquiere Gabriela.
Lorna suspira y centra su mirada en ella.
—¿La verdad?
—Faltaría más. Siempre.
—Estoy sobrepasada. —Mi amiga se endereza en el asiento, tomándose en serio las palabras de nuestra
recién llegada—. Tengo miles de cosas anotadas en la agenda y poco tiempo para llevarlas todas a cabo.
Hay transacciones que cerrar, facturas que revisar, llamadas que hacer, cartas que leer y entrevistas que
realizar, y yo soy solo una. —Lorna parece realmente agotada, tiene mala cara.
—¿Por qué no me has pedido ayuda? —cuestiona Gabriela.
—Porque te acabas de casar. Os vais de luna de miel en cuestión de horas y me sentiría peor aún si
fuese yo la que fastidiase todo esto, Gabriela.
—Ponte en su lugar —intercedo dándole la razón—. Puedo ayudarte yo —me ofrezco.
—¿Ayudar en qué?
Hemos estado tan concentradas que no nos hemos dado cuenta de que los chicos se han acercado hasta
donde nos encontramos sentadas. Cada oveja con su pareja. Se colocan al lado de sus mujeres y novias, a
excepción de Ihan, que se sitúa al lado de Lorna, justo enfrente de mí. Aprovecha la coyuntura para
guiñarme un ojo, y yo le enseño la lengua.
—Descarada —susurra para que nadie, salvo yo, lo entienda.
—Lorna… ¿Se lo cuentas tú o lo hago yo? —cuestiona Gabriela.
La ayudante de Duncan se arma de valor y explica lo que nos acaba de confesar. Todos atienden ante lo
que expone sin interrumpirla y, de verdad, os prometo que no entiendo cómo ha soportado tanta carga de
trabajo ella sola. Me angustia solo de oírla.
—Suficiente —la corta Duncan con ese tono que no da pie a réplica—. Sabes la confianza que tenemos y
no me agrada en absoluto que no te hayas sentado conmigo a explicarme cómo te sentías. No eres mi
empleada, al menos, no eres solo eso —puntualiza sonriendo de soslayo—. Tenemos una amistad y, si no es
conmigo, podrías incluso haberlo hablado con ellos. —Señala a sus socios, que asienten confirmando las
palabras pronunciadas por el reciente marido de mi amiga.
—Ya habíamos hablado de este asunto —declara Axe—. Justo cuando fuimos a Sortland para la compra
del hotel lo comentamos. Tu situación ha cambiado, tienes una familia o la intención de formarla y es
cierto que tendríamos que haber tomado cartas en el asunto antes. En parte, es culpa nuestra.
—Ahora también es un buen momento para tomar esas decisiones. Es de sabios rectificar —apunta
Carla con su más que habitual dosis de filosofía barata.
—Ahí va otro sobre de azúcar —bromeo.
—Según lo veo, tenemos que buscar a alguien. —Duncan observa a Axe, que, a su vez, tantea la mirada
de Maela.
—¿Qué? —pregunta ella al percatarse de su acción.
—Axe nos pidió que buscásemos a una recepcionista para Forelsket, así que tal vez es un buen momento
para que nos devuelva el favor y encuentre a una ayudante para Lorna.
—¿Él? ¿En serio? —interviene Maela estupefacta—. Me parece que no os estáis dando cuenta de que
habláis con el hombre de hielo —bromea—. Nadie querrá trabajar con vosotros si es Axe el que hace la
entrevista.
—¿Qué quieres decir? —discute el susodicho colocando sus manos en torno a la cintura de Maela.
—Cariño, yo te adoro por encima de todas las cosas, pero debes admitir que tu fuerte no son las
habilidades sociales —puntualiza.
Es verdad, su fuerte son los brazos, ese pecho fornido, abdominales de hierro, altura incalculable…
¿Sigo o habéis pillado el tema?
—Siendo de esa forma, solo nos queda una opción.
Todos los ojos se clavan en Ihan, que mira al cielo con sus gafas de sol puestas, ajeno a lo que hablamos
o ignorándonos. Viniendo de él, cualquier cosa puede ser.
¿Os he explicado lo guapo que está con esa camisa vaquera que lleva? No, seguro que no. Adiós a
vuestras bragas, os lo cuento desde el cariño. Yo, de hecho, no encuentro las mías.
Duncan carraspea intentando llamar su atención.
—No escucho nada —musita obviándonos con toda la intención del mundo.
—Y digo yo —habla Carla—, si no escuchas nada, ¿cómo es que respondes? —Versada es un rato, todo
hay que decirlo.
—También es cierto. Me habéis pillado. Y no, no pienso encargarme de eso. Odio las entrevistas, son
tediosas y las respuestas siempre suelen ser las mismas. Hecha una, hechas todas —ratifica.
—Puedo echaros una mano —me ofrezco una vez más de forma desinteresada—. Nuestro vuelo no sale
hasta dentro de unos días, y Carla está de vacaciones todo el mes. Podemos retrasarlo y ayudaros a
encontrar a alguien.
Todos guardan silencio, hasta el viento parece hacerlo, porque no se escucha nada a nuestro alrededor.
Gabriela me sujeta de la mano con fuerza otra vez y no sé si es que está agradecida, de acuerdo o
acojonada.
—O, bien, puedes dejar ese trabajo que tanto odias y ser la compañera de Lorna y la ayudante de Ihan
—insinúa mi amiga—. Duncan me ha contado que buscas una ayudante para la oficina de Dublín —
sentencia.
Me da que no he dado una con lo que significaba ese apretón de manos.
Si no la conociera como la conozco, diría que me está tendiendo una trampa. Una trampa que tiene sus
pros y sus contras y os explico en detalle los que son:

Pros:
Podré follar con Ihan siempre que quiera.
Mi fantasía de follar en un despacho puede hacerse realidad.
No he estado en Irlanda y, viéndolo de esa forma, son unas vacaciones pagadas.
Podré dejar el trabajo que tanto odio, mandar a la mierda a mi actual jefe y, de paso, pedir el alta
médica porque restregar mis ojeras con cebolla cada vez que entro a la consulta empieza a ser ridículo.
Huelo a perrito caliente todo el día.
Viviré esta aventura con Carla, que le viene bien romper con esa rutina que también tiene.
Y espero que me paguen bien. Con la pasta que estos tienen, fijo que me forro y me jubilo con treinta y
cinco. O treinta y siete.

Contras:
Ihan me volverá loca de remate y tendré ganas de matarlo constantemente.

Pues no, no le veo más contras a este asuntillo de nada.
—¿Tú qué dices? —le pregunto a mi consejera espiritual.
Que esa lista de pros y de contras puede sufrir modificaciones porque lo de mi jefe…, aunque me muera
de ganas, no es tan sencillo como eso. Y, siendo honesta, ya va siendo hora de que le ponga remedio al
asunto, porque seguir de baja solo por fastidiarle es mi deporte favorito, pero es cierto que tengo que
solucionarlo ya.
—Ya sabes que yo veo oportunidades en todo. Una puerta se cierra y una ventana se abre —especifica
Carla guiñándome un ojo.
—Bien. Necesito que hablemos de números y todo ese tema.
—A ver, a ver, a ver… —interviene Ihan, como si, por primera vez, se estuviese percatando de que no
era una coña de sus amigos y de que yo tampoco estaba bromeando—. ¿Me estáis diciendo que la nueva
compañera de Lorna será Paula y que, a su vez, será mi ayudante? ¿Es eso?
Sonrío con inquina, con maldad y arrogancia, porque sí, es justo eso lo que ellos han expuesto y así, de
primeras, parece que no le hace tanta gracia al susodicho.
—¿No negarás que te encanta la idea, bomboncito? —Sé que ese calificativo lo he utilizado para
Duncan, lo que sucede es que, en este momento y con ese tono que lo he pronunciado, he conseguido el
efecto deseado, y es el de poner nervioso a este irlandés.
—Luego puedo contarte, en privado, lo que me encanta y lo que no —me provoca.
—O podéis dejar de comportaros como dos cochinos y hablar de trabajo —recalca Lorna—, porque a
nadie le interesan vuestros escarceos.
—¿Quién ha dicho nada de sexo? —remarca cada palabra poniéndole énfasis, y sí, he mojado braga—. Yo
hablaba de sus muchas otras cualidades.
—Como la de tocarle las narices a mi jefe.
—Motivo por el que no te daría el puesto de trabajo. Sin acritud —apostilla tras guiñarme un ojo con
socarronería.
Y yo, que soy mucha Paula y nadie va a pasarme por encima porque no me da la gana, porque me he
hecho a mí misma y me he convertido en todo lo que quiero ser, le respondo:
—Pues listo. Trabajo aceptado. Gracias por pensar en mí. —Me incorporo y camino en dirección a mi
habitación, solo porque me encanta retarlo y sé de buena gana que a él eso también le gusta y le divierte,
y este juego empieza a fascinarme más de lo que debería. Más que dejarlo atado al cabecero de la cama y
salir huyendo—. Y, por cierto, Ihan, espero que hagas bien tu trabajo o tendré que castigarte.
Abandono el jardín con las carcajadas de todos sonando de fondo y sé que Ihan no se ríe o no lo
demuestra.
Olvidaos de todo el examen que he hecho antes, ahora sí:

Único pro:
Sacar a Ihan de sus casillas.

CAPÍTULO 2
SACAR A IHAN DE SUS CASILLAS
Ihan


No me puedo creer que haya accedido a esto.
Por una parte, temo por mi salud mental. Tener a Paula cerca solo puede significar una cosa: problemas.
No me malinterpretéis, Paula es la caña de España, nunca mejor dicho dadas sus raíces, pero ella…
¿Acaso será capaz de llevar a cabo una tarea sin provocarme o sin protestar? Digamos que no las tengo
todas conmigo.
He decidido aprovechar un poco la situación, es decir, si ella está aquí y a mí ella me gusta, podemos a
su vez pasar más tiempo juntos… sin ropa.
Como buen caballero que soy cuando me interesa, estoy en el aeropuerto esperando a que ambas
lleguen.
Mi tía está expectante porque… cito sus palabras textuales: «Esa chica es un auténtico terremoto», y no
sabe cuánta razón encierra su frase.
Me gusta. Estaría faltando a la verdad si negase lo evidente. Me gusta de una forma extraña, aunque
negaré haberos confesado esto. Me gusta que no sea la típica chica complaciente. He conocido mujeres,
he salido con muchas de ellas y me he acostado con otras tantas, y Paula rompió el molde cuando nació.
Es astuta, avispada, elocuente, sagaz, hábil y nada refinada. No es que sea descuidada, es que le da la
importancia justa a las cosas que la tienen. Nada de entrar en dramas porque su pantalón y su camiseta
no combinen o porque sus zapatillas de deporte no estén a la última moda, todo eso es secundario, y me
gusta porque, hasta el momento, muchas de esas chicas que mi tía me proponía como citas eran anodinas
y pueriles. Un muermo como la copa de un pino, vaya.
Y, ahora que hemos llegado al meollo de la cuestión, mi tía está un tanto encantada con la situación,
tanto que les ha preparado un apartamento en el edificio en el que vivimos. Es una suerte que esté
disponible y que el inquilino lo abandonase hace nada, porque, siendo de otra forma, habría tenido que
buscar otro lugar para hospedarse con las consecuencias negativas que eso implica: no podré colarme por
la noche en su piso para…, bueno, ya me entendéis.
Supongo que los maquiavélicos planes de mi tía Callen pasan porque ella pueda suponer algo más en mi
vida y no es que no esté de acuerdo, es que no creo que Paula accediese tan fácil a eso.
Es esquiva en cuanto a mí se refiere. Se entrega de forma carnal sin problema alguno, ahora bien, en el
momento en el que hay que ir un paso más allá, huye como una maldita rata come queso, ¿suena feo?
Vaya, sí, pero es que esa es la realidad.
Se marcha sin despedirse, me ata a la cama, se escabulle en medio de la noche o finge no conocerme y
tararí que te vi. ¿Y qué implica eso? Pues, si esperáis que os diga que supone un reto para mí, estáis en lo
cierto. No, a ver, dejadme que os explique esto también, no es que en este momento mi único objetivo con
ella sea conquistarla, no, ni mucho menos, es solo que…, digamos que despierta mi curiosidad conocerla y
saber o entender por qué es así. Y si es solo conmigo o es con todo el género masculino.
Y no solo eso, sino que, además, la veo de una forma…, no sé, es sencillamente perfecta.
Aunque de todo esto que os explico es mejor no decir nada porque sé que mi tía intentará aprovecharse
de ello para trazar algún plan que acarree boda o compromiso. Lleva meses así, con ese tema en la
cabeza.
«Ya tienes una edad», «es hora de que me des nietos», «no te vendría mal sentar la cabeza y
comportarte como tus amigos», en fin, esas cosas.
Entiendo que se preocupe, lo entiendo de verdad, pues mi tía Callen ha hecho las veces de madre y
padre, sin importarle en absoluto no serlo. Mis padres fallecieron en un accidente de tráfico cuando
volvían a casa de una de sus escapadas de fin de semana. Yo era un adolescente o preadolescente, no
tenía mucho sentido de la razón, sin embargo, supe lo que era que se te rompiese el alma al entender que
no volvería a verlos nunca más. Aprendí, demasiado pronto, lo que es sentirse solo y abandonado.
Y eso mi tía lo sabía. Su hermana murió en ese accidente, y sufrió la pérdida, no obstante, estuvo a mi
lado, se hizo la valiente y fuerte por los dos. Todo lo que soy se lo debo a ella. La adoro y la quiero por
encima de todas las cosas, y esta es una verdad irrefutable.
Observo el danzar de Paula sin que ella me haya visto a mí aún. Es preciosa. Preciosa de una forma que
no puede describirse, no es de esas chicas a las que ves y piensas: «¡Oh, madre mía!», que también, solo
que tiene algo más. Morena; unos ojos grises enormes; unas pestañas largas, tan largas como sus piernas;
unos labios carnosos y delicados, apetecibles hasta el extremo, y unas curvas, unas curvas que ya quisiera
un circuito de rally tener. Es jodidamente perfecta.
Se ríe por algo que le cuenta Carla y entonces me ve. Y yo, por supuesto, hago de las mías.
Saco de detrás de mi espalda un cartel y lo desenrollo con parsimonia. Jugar, eso es lo que nos gusta y
tan bien se nos da, jugar a ese juego del gato y el ratón o el de yo te busco y tú te dejas encontrar, aunque
luego desaparezca. Eso también es muy ella y, en cierto modo, me fascina.
Un enorme «Paula McCann» reza escrito en mayúsculas en el cartel que porto entre mis manos, y su
reacción es de lo más satisfactoria. Primero agudiza la vista, tras eso, frunce el ceño, trastabilla y
entonces sonríe de forma pícara.
Me encanta, ¿lo he dicho ya?
Carla, a su lado, contiene la sonrisilla, y le guiño un ojo, cómplice.
Camina hacia mí, y yo alzo las cejas cuando la tengo enfrente.
—No puedes negarme lo evidente.
—¿Y qué es lo evidente? —inquiere buscando mis ojos.
—Lo bien que suena mi apellido seguido de tu nombre.
Paula arquea una de sus perfectas cejas y se pone de puntillas. ¿Deseará besarme tanto como yo a ella?
—No soy de las que se cambia el apellido por nadie, bomboncito, así que yo que tú pisaría la tierra
porque el golpe puede ser devastador.
Me carcajeo sin reparos, es el efecto Paula.
—Eres una descarada. —Y muy mordaz también.
—Esa soy yo, sí —reconoce.
—¿Qué tal el vuelo? —pregunto desviando el tema e incluyendo a Carla en la conversación.
—La verdad es que genial. Paula ha roncado como un cerdo todo el trayecto.
—He roncado —apunta—, porque por fin soy libre. —Aprovecha para canturrear una canción que no he
escuchado en mi vida—. Me he deshecho de mi trabajo, del gilipollas de mi jefe. —Alzo una ceja,
estupefacto—. Y estoy preparada para esta nueva aventura.
Carraspeo no una, sino dos veces.
—No sé si sabes que ahora yo soy tu jefe. —Y remarco el pronombre personal para que entienda a lo
que hago alusión. No me señalo con el índice por… No sé ni por qué.
—Bah, no es lo mismo.
—Entiendo.
Punto número uno, es importante tener una conversación al respecto, una en la que mi polla no quiera
intervenir, claro está, y hacerse con el control de la situación. Una en la que definamos términos porque
sí, ella es ella y despierta en mí lo que despierta, pero esto tiene un fin, y aprecio a Lorna lo suficiente
como para brindarle la ayuda que necesita.
—Déjate de exageraciones, Paula. Hemos venido a cumplir con un cometido y hay que comportarse de
manera madura. Y cumplir con la palabra que has dado. Una promesa es una promesa.
Paula chasquea la lengua ante la reprimenda de Carla, que, por cierto, tiene razón. Soy un hombre de
palabra y, si me comprometo en algo, lo cumplo. Si algo he aprendido de Duncan y Axe es que la palabra
es una de las cosas más importantes que existen. Eso y la familia.
—Hablaremos de ello —matizo. Lo haremos, por supuesto que lo haremos—. ¿Vamos?
Ellas se dejan guiar, y Paula va saludando a todas las personas que hay en el aeropuerto, mostrando el
cartel que he hecho y alzando el dedo anular como si fuésemos recién casados.
—Ese anillo es falso —razono sacándola de sus casillas.
—Eso espero, porque, el día que me entregues uno de verdad, quiero que tenga una piedra tan grande
que me rompa el dedo.
Me carcajeo con sus ocurrencias, y Carla hace lo propio.
—Y, bien, ¿dónde vamos a hospedarnos? —indaga Paula.
—Esa es la mejor parte de todas.
No añado ni respondo a ninguna de sus preguntas mientras conduzco en dirección al centro de Dublín.
Les explico cosas de la capital, calles, lugares en los que se come bien o en los que sirven un magnífico
café. Carla es la que más preguntas formula, y Paula solo observa todo con tranquilidad y parsimonia.
Cuando aparco el coche en mi plaza de garaje, se bajan y aguardan una explicación.
—Bienvenidas a vuestro nuevo hogar.
—Ahmm. —Carla observa el garaje entre sorprendida y atónita—. Pensaba que sería… No sé, llámame
loca…
—Loca —añade Paula.
—Más acogedor —finaliza obviando a su amiga.
—Este es el garaje. —Me río—. Vamos —les pido.
Entramos en el ascensor y subimos a la planta cinco.
—Este edificio es de mi tía Callen, ha sido de ella desde que mis padres fallecieron. —Paula tose sin
control, como si no esperase lo que acabo de verbalizar.
—Tus padres… ¿Hace mucho? Lo siento —indica Carla de forma atropellada.
—Yo era muy jovencito. Un accidente de tráfico y un cambio radical de vida.
Paula desvía la mirada, y no entiendo nada.
—Paula también perdió a sus padres.
—Carla, por favor —le suplica.
Vale, ya entiendo su reacción y su aversión a hablar de ello. Y lo enrarecido que se ha puesto el
ambiente de pronto.
—Lo siento —finalizo—. Entiendo lo que implica—. No me responde nada y tampoco espero que lo haga
porque las personas pasamos por distintas fases cuando de un duelo se trata y no soy quién para juzgar o
pretender que actúen o dejen de actuar. Seré lo que seré, sin embargo, respeto los sentimientos de cada
uno.
»Mi tía se queda en la planta de arriba. Ha conectado varios pisos y es como si viviese en una mansión
de lujo. Duncan y Gabriela no tienen nada que envidiarle —bromeo haciendo alusión al tamaño del castillo
—. Este será vuestro apartamento. —Abro la puerta y, cuando accedemos, Carla deja la maleta a un lado y
comienza a correr como si se hubiese vuelto loca de remate.
—Tranquilo, te acostumbrarás a sus enajenaciones mentales. No es agresiva, si te sirve de consuelo.
—No estoy del todo convencido —le sigo la broma—. Os he dejado una copia de las llaves en el mueble
de la entrada. Por esas escaleras se va a las habitaciones, abajo hay un pequeño despacho y la cocina está
por ese lado. —Se puede ver desde aquí, de hecho.
—Es precioso. Muy luminoso y está decorado con muy buen gusto.
—Me lo tomaré como un cumplido.
—O, mejor, el cumplido lo aceptaré yo, pues soy la que lo ha decorado. —Callen hace acto de presencia,
y sonreímos embobados.
Es el efecto que produce ella.




CAPÍTULO 3
ES EL EFECTO QUE PRODUCE ELLA
Paula


Me acerco sin dudar hasta donde se encuentra la mujer. La tía de Ihan. Tuve el placer de entablar alguna
que otra conversación banal con ella en la boda de Duncan y Gabriela y desde ese mismo momento, con
las pocas palabras que cruzamos, supe que me caería bien.
Es divertida, elocuente y no tiene pelos en la lengua. Es una versión mejorada de lo que yo soy o lo que
quiero ser cuando tenga su edad.
—Bienvenidas, chicas —nos saluda.
Carla me adelanta y le planta dos besos sin dudar, y ella se los devuelve gustosa.
—Muchas gracias por hospedarnos aquí, es un sitio precioso y encantador.
—Oh, qué halagadora eres. —Callen le acaricia la mejilla con ternura, y mi amiga parece más un
cachorrillo que una persona adulta—. Siempre quise una sobrina así, tierna, como tú. Tuve que
conformarme con Ihan, que parece un tipo duro… y nada más lejos de la realidad.
—Los secretos no se cuentan, tía —le advierte el susodicho. Lo pronuncia a modo de reprimenda, sin
embargo, se percibe en el tono el cariño y el afecto que le profesa a su tía.
—Yo también te adoro, Ihan. Aunque sigas soltero —puntualiza.
La tía Callen, que así es como se empeña en que la llamemos, con esa familiaridad, clava sus ojos en mí.
Y, oh, oh, problemas, percibo problemas porque seré pésima en mil cosas, ahora bien, capaz de
interpretar las intenciones de alguien, en eso soy lo más. Como Ihan, que cuando me vio en el aeropuerto
solo pensaba en cómo gemiría con su polla enterrada en mí, o Carla, que tiene claro que esta es una
aventura que quiere vivir con intensidad. Eso que dice ella de aprovechar las situaciones me gusta como
lema de vida, tengo que reconocerlo, a pesar de que luego me burle cuando lo verbaliza de esa forma tan
especial en la que lo hace, como si, no sé, como si fuese su salvavidas.
—No es necesario que saques a colación el tema cada vez que hay una mujer presente. Os advierto —
nos indica Ihan— que es insufrible en cuanto al compromiso se refiere.
—Lo hago por tu bien, alguien tendrá que guiarte en el camino del amor.
—No todo el mundo busca ese sentimiento —apunto. Y, siendo honesta, con la mirada reprobatoria que
me dedica la tía Callen casi que mejor me hubiese dado un punto en la boca.
—Estoy de acuerdo. Yo me enamoré, viví una historia de amor de película y luego me quedé viuda antes
de lo que esperaba y debería. Pero lo viví, lo sentí y lo disfruté, aunque perdí. Dime, ¿eres de las que cree
que es mejor haber vivido y sufrido o haberte evitado todos esos sentimientos?
Chasqueo la lengua contra el paladar. Sin duda alguna, es una pregunta complicada. Tal vez la
respondería mejor si estuviese medio borracha y no sobria en un país que desconozco, junto al tío con el
que me acuesto de forma esporádica, su tía y mi mejor amiga. ¿Suena heavy ? Es que lo es.
Nos guía de la mano hasta un par de sofás enormes. Toma asiento de lado y aguarda a que hagamos lo
mismo. Carla se sienta cerca de ella y está esperando a que responda. Por norma general, evito hablar de
ciertos temas y profundizar en otros tantos, sobre todo, en lo que a sentimientos se refiere porque ni
siquiera yo sé cómo enfrentarme a todo esto.
¿Qué hubiese preferido yo? ¿Conocer a mis padres y haber vivido lo que vivimos, a pesar de que los
perdí a ambos, o no haberlo hecho y no haber padecido ese dolor? No hay duda al respecto.
—Haber sentido y haber perdido —matizo.
—Buena elección, hija mía. —Nos mantenemos la mirada, como si ella estuviese ahondando en mí, y yo,
batiéndome en duelo con ella—. ¿Cuánto tiempo pensáis hospedaros aquí? No me malinterpretéis, no
tengo prisa alguna porque os vayáis, menos aún, cuando apenas acabáis de llegar, solo necesito más
información.
—Mi tía es la reina de la información —remarca un poco las palabras.
—No es para tanto.
—Os aseguro que lo es —bromea Ihan.
—No puedo responder a esa pregunta porque el que me ha contratado es él —sentencio.
—Ni siquiera he redactado dicho contrato que mencionas —añade.
Me saca de mis casillas cuando se pone tan quisquilloso con los términos.
—No irás a echarte atrás ahora, ¿verdad? —cuestiona Carla—. Yo tengo vuelo dentro de tres semanas
aproximadamente. Tengo que volver a casa. Estoy de vacaciones, pero, ya sabes, no son eternas y lo
bueno dura poco.
—¿Quién sabe? —ironiza—. Tal vez no tengas siquiera que irte. La vida es imprecisa y está llena de
sorpresas. Unas maravillosas y otras no tanto.
—Dramática también es cuando quiere —masculla Ihan recostándose en el sofá.
El otro día, cuando lo observaba con sus gafas de sol y su camisa vaquera, os confesaba lo guapo que
estaba, sin embargo, en este momento, con traje, chaqueta y corbata, está exquisito. Vamos, no le pondría
yo ni un solo reparo a hacerle un traje de saliva.
—Os dejo para que os instaléis. Cualquier cosa, estoy en la planta de arriba. Sola y desamparada,
porque mi único sobrino apenas viene a verme.
—Oh —murmura Carla siguiéndole el juego.
—Chantajista —la acusa Ihan.
La tía Callen se incorpora con sumo cuidado, e Ihan hace lo mismo. Se abrazan, él le da un beso tierno,
y yo aparto la mirada de inmediato porque verlo de esa forma hace que por mi cabeza pasen cosas que
solo traerían complicaciones innecesarias.
Ya sabéis, cuento con una lista de pros que pasa por tocarle las narices a Ihan y por trabajar un tiempo
aquí, en una nueva ciudad, con las oportunidades que ello conlleva. Sin complicaciones de ningún tipo.
—Cuida bien de las chicas —le pide—. ¿Os veré para cenar?
—Tía… —le advierte Ihan.
—Oh, a mí sin duda. Me encantan las cenas en familia —apunta Carla.
—Estupendo. Prepararé algo rico y delicioso.
—¿Puedo ayudarte? —Tía Callen parece complacida con mi amiga y asiente mostrándole una amplia
sonrisa.
—Por supuesto que sí.
Es Carla la que la acompaña a la salida, como si esta fuese su casa y ella la mejor anfitriona del mundo,
y no solo eso, como si no conociese el apartamento, el edificio completo y la ciudad. Vamos, como si la
intrusa fuese ella y no nosotras.
—Bien, ahora que nos hemos quedado a solas —comienza a explicar Ihan—, es el momento de que
tengamos una reunión profesional. Estrictamente profesional.
Alzo una ceja inquisitiva, a ver, que he pensado en desgarrarle la ropa en varias ocasiones desde que lo
vi, sobre todo, cuando sacó ese maldito cartel que hacía alusión a mi nombre seguido de su apellido y ni
confirmo ni desmiento que de verdad tiene razón con respecto a lo bien que quedaba. Ejem, ejem.
Dejando eso a un lado, he tenido pensamientos pecaminosos, pero, aunque parezca mentira, también sé
ser profesional sin que me lo digan.
—Bomboncito, no te creas el último refresco del desierto porque no lo eres.
Ihan arquea una ceja y me observa de arriba abajo, y os juro por lo más sagrado que, cuando hace eso,
justo eso, me dan ganas de lanzarme sobre él como si estuviese poseída por el espíritu del sexo
desenfrenado. Recemos una plegaria por ese espíritu, por favor.
—¿Tú me has visto bien? Es bastante razonable que lo sea.
—Oh, por favor. —Pongo los ojos en blanco porque tanta chulería me desborda. Y me fascina, joder, me
fascina. Mojando bragas en tres, dos, uno…
Ihan se incorpora, se abotona la chaqueta como si en este momento no estuviese en mi piso y de verdad
fuese a asistir a una reunión de lo más profesional y me pide con la mirada que imite su gesto, aunque sin
chaqueta y tal.
—¿Me acompañas al despacho, por favor?
—Estaré arriba, por si me necesitáis —indica Carla—. Subiré tu maleta.
—Mi habitación es la primera que encuentres.
—Si no la has visto.
—Da igual, la primera —apunto.
Carla asiente y sube la escalera con su trolley y varios bolsos más que ha traído. Fijaos cómo de
diferentes somos, ella viene para tres semanas y se ha traído un arsenal de mierdas, y yo vengo por vete a
saber cuánto tiempo y apenas he traído varios vaqueros, camisetas, botas y chaquetas. En fin, espero que
esto de trabajar para Ihan no implique ser muy formal porque mal empezamos.
Lo sigo por el pasillo y, una vez llegamos a la puerta del despacho, abre y se hace a un lado para
permitirme pasar a mí primero.
—Cuánta caballerosidad. Cuando quieres, puedes —le provoco.
—Siempre que quiero, puedo. Y puedo muchas veces y muy seguidas. —Me guiña un ojo con descaro y
se me olvida por un instante la conversación, la seriedad y todo. Es que… este hombre me puede,
¿entendéis por qué huyo cada vez que se da el caso? Porque me descontrola de una forma irracional.
Guardo la compostura y me siento como si de verdad fuese una entrevista de trabajo. Recta, cabeza
alta, pecho hacia afuera, piernas descruzadas y juntas, manos descansando sobre los muslos. Soy como
Carla o Gabriela en un día normal.
—Tú dirás —me adelanto.
Se aclara la garganta y me mira con fijeza. Una tal que se me eriza el jodido vello de la nuca. Así no se
puede. Sus ojos reparan en mis labios más de lo necesario y aprieto los muslos. Eso de los pros empieza a
complicarse porque tenía que haberme dado cuenta de que el mayor pro, y a su vez contra, es tenerlo
cerca y las consecuencias que eso acarrea en mi cuerpo.
—Podría preguntarte el motivo por el que estás nerviosa o expectante, el motivo por el que aprietas tus
piernas una contra otra o por qué tu pecho sube y baja con intensidad, sin embargo, como soy un
profesional, me limitaré a indagar sobre tu reciente despido y lo que le dijiste a tu jefe para dejar el
trabajo.
No, si os preguntáis si había hablado de ese tema con él, podéis deducir que no ha sido así. Me he
dedicado a fornicar con él y los temas de conversación han sido más cerdos que otra cosa. No tengo por
qué contarle mi vida a alguien que no conozco y con el que no tengo un trato cercano. El sexo solo implica
un tipo de cercanía y es la de la piel, ¿me explico? Pues eso, que no he tenido que explicarle nada.
—He estado de baja bastante tiempo. —Omitir ciertos detalles nunca está de más—. Mi jefe es un
explotador, para él, sus trabajadores son números y no personas. Le importan tres pimientos los
sentimientos, si tenemos vida tras nuestra jornada laboral, si tenemos hijos o mayores a nuestro cargo, y
no merecemos ese trato, ni yo ni ninguno de mis compañeros. No entiendo por qué hay que aprovecharse
de la situación de cada persona en beneficio propio. El trabajo, al fin y al cabo, es un intercambio. Tú
necesitas algo de mí, y yo, de ti. El respeto es fundamental.
Ihan asiente y en su mirada veo que eso que le he expuesto le ha gustado.
—Ni Axe ni Duncan ni yo hemos tratado a nadie de esa forma que dices. Axe puede ser tosco y recto,
pero es respetuoso. Tenemos sociedades, compartimos negocios, y Lorna se hace cargo de muchos de
ellos. Puedes hablar con ella antes de aceptar este puesto, no tengo problema alguno en que pidas
referencias sobre mí porque me considero un jefe accesible.
Accesible suena erótico. «Paula, por favor, céntrate».
—Gracias —sentencio.
Lo digo de verdad, me parece un gesto por su parte que no le importe que pregunte por ahí. Eso
deberían hacerlo todos los jefes. ¿Acaso ellos no lo hacen con nosotros? Piden referencias, llaman a otras
empresas… Pues el principio es el mismo.
—No me las des, aún… —A veces no sé si pretende volverme loca o que caiga rendida a sus pies. O tal
vez sean las dos cosas.

CAPÍTULO 4
O TAL VEZ SEAN LAS DOS COSAS
Ihan


No os hacéis una maldita idea de lo mucho que me gusta provocar a Paula, de las ganas que tengo de que
me siga el juego, de que me incite como yo lo hago en ocasiones, enmascarando frases profesionales con
segundas intenciones. Intenciones deshonestas y deshonrosas todas ellas.
—Fue sencillo, es decir —puntualiza—, tenía claro que ese trabajo no era para mí, no por las labores en
sí que había que realizar, sino por el ambiente. Ya sabes cómo soy.
—¿Una fiera? —El adjetivo sale de mi boca sin ser razonado. Paula alza una ceja, pues no sabe si hablo
en serio o estoy de coña. Tengo que centrarme, le conté que tendríamos una conversación profesional y
solo pienso con la polla—. Quiero decir…
—Puedo ser una fiera si es necesario —contrataca—. Dependerá de ti —asevera.
Llevo mis manos hasta la mesa y contengo las ganas que siento de acercarme a ella.
—Por lo que a mí respecta —continúo. Seriedad, profesionalidad, raciocinio, de todo eso tengo que tirar
—, podemos hablar de todo lo que sea necesario, tanto en lo que estés de acuerdo como en lo que no. La
base de cualquier relación es la comunicación y, por encima de todo, no me gustan las mentiras. No me
escondas nada, si hay algo que tienes que exponer y tienes miedo de hacerlo, el camino siempre será
contármelo. Siempre.
—No tengo problema al respecto.
—Siendo de esa forma, nos llevaremos bien. —Más que bien. Aunque debo confesar que Paula supondrá
un pecado para mis sentidos—. ¿Te lo puso fácil para dejar el trabajo?
Paula tuerce el gesto y pestañea en varias ocasiones.
—Estaba deseando quitarme de en medio. —No me extraña nada teniendo en cuenta lo que me acaba de
contar al respecto—. Tener a una empleada en plantilla que no pretendía incorporarse al puesto de
trabajo no era algo que a él le satisficiera.
—Entiendo.
—No hubo acuerdo, le dije lo que pensaba y me largué con la cabeza bien alta por haber sido sincera.
No me guardé nada. —Imagino la clase de cosas que habrán salido de su boca. Habría pagado por
presenciarlo.
—Me alegra saberlo. Es bueno quitarse el lastre de encima, de nada vale guardarse cosas dentro.
—No, tampoco lo haré contigo.
—Me complace escucharlo. —Y tus labios, esos también me complacerían en este preciso momento—.
Esta tarde pasaré por ti para llevarte a las oficinas. Te enseñaré tu despacho y te explicaré un poco el
funcionamiento de todo. Vivimos en el mismo edificio, por lo que podemos ir juntos por las mañanas. Por
norma general, suelo llegar tarde a casa, así que la vuelta deberás hacerla por tu cuenta. Te enseñaré…
—No —me corta antes de que siga—. Es una relación profesional. ¿Acaso recoges a todos tus empleados
de camino al trabajo? Con total seguridad, no lo haces, y yo no voy a ser una excepción.
Paula alza la barbilla, aguardando a que la contradiga. Es atípica, os lo dije.
—Bien… —balbuceo un poco perturbado—. No hay problema, solo pretendía ayudar —termino
justificándome.
—No soy ni seré nunca una damisela en apuros —sentencia con toda la fuerza que le cabe en el cuerpo.
Una tal que me llena de orgullo.
—Nunca jamás he creído que lo seas. Es más, el que ha estado en apuros por tu culpa, en más de una
ocasión, he sido yo. —Y me permito el lujo de guiñarle un ojo con descaro.
—Y puedes apostar lo que quieras a que volverás a estarlo.
¿Entendéis a lo que me refiero cuando os repito que este es nuestro juego? Buscarnos, retarnos,
sacarnos de nuestras casillas, frases con doble sentido… Esto es lo que somos y lo que nos gusta ser.
—Eso me complacería. —Utilizo una frase similar a la anterior, pero con un significado que encierra
algo bien distinto.
Me incorporo dando por finalizada la reunión. Al menos, no tengo nada más que añadir. El tema
económico lo ha tratado con Duncan y Axe antes de venir, y yo me mantuve al margen, pues siempre me
he fiado del criterio de mis amigos. Hemos pactado que estará un mes, para ver cómo se siente ella, qué
tal va y luego nos sentaremos y cerraremos futuros acuerdos.
No tenía ni la más remota idea del tema de sus padres y supuse que podía haber algo que la ligase a
España y que eso hiciese que desease regresar en algún momento. Ahora que tengo más pinceladas de su
vida, puede que desee quedarse aquí. Aunque no voy a adelantar acontecimientos.
—Será mejor que me ponga manos a la obra. —Ella también se incorpora, y nos acercamos el uno al
otro como auténticas presas y depredadores, las dos cosas a la vez.
—Nunca jamás he estado más de acuerdo en algo que hayas verbalizado —finalizo condescendiente.
Sus manos se colocan sobre el botón que acabo de abrochar por inercia y lo desabotona con celeridad.
Una vez finaliza, y casi sin darme tiempo a reaccionar, su chaqueta cae al suelo y su camiseta vuela hacia
vete a saber dónde. Este no es el mejor momento para pensar en el orden y la limpieza, eso casi mejor lo
tenemos en cuenta en otra ocasión.
Arquea una de sus perfectas cejas esperando a que reaccione y sonríe de medio lado sabedora de lo que
provoca. Mi total y absoluta estupefacción.
Intento mantener la puta calma, aunque con ella me resulta imposible.
Saca un preservativo del bolsillo trasero de su vaquero y lo tira sobre la mesa con desdén. Sabía lo que
iba a suceder incluso antes que yo.
—Soy una mujer preparada. —Y sé que no habla del ámbito profesional, aunque ese doble sentido de la
frase bien podría decir que sí que es a eso a lo que se refiere.
—Y yo, un hombre metódico. —Le sigo el juego, y ella me sonríe satisfecha.
Desabrocho mi pantalón, y es Paula la encargada de bajarlo sin dudar, llevándose con él mi ropa
interior. Su boca roza mi polla al momento y no sé si es casual o premeditado, ahora, os puedo jurar que
ese simple contacto manda a la mierda todo ese raciocinio del que os hablaba hace escasos minutos.
Se la traga entera sin darme tiempo a reaccionar. ¿En qué momento hemos pasado de quitarnos
prendas a que me coma la polla? No lo sé, será uno de sus superpoderes, que, ojo, puede usarlos siempre
que quiera. No opondré resistencia alguna.
—Joder, Paula, joder, qué bien lo haces.
Su mamada es intensa. Suave al principio y, de pronto, me devora con intensidad. Es decidida con todo,
hasta con el sexo oral.
La observo desde arriba con la boca llena y de pronto solo sé que esta es la mejor decisión que podía
haber tomado. ¿Que hay que contratar a alguien? Que sea Paula, sí, claro que sí. No puedo pensar con su
boca alrededor de mi polla, ¿lo habéis notado?
—¿Te gusta? —me pregunta—. ¿Te gusta que me la coma entera?
Oh, joder, no sabe lo mucho que me gusta.
Se separa de mi cuerpo cuando se percata de que mis embestidas están siendo feroces y que lo que
busco es el final. Correrme en su boca para, después, comerme su coño sin reparos. Devolverle el favor.
Quid pro quo .
Baja sus pantalones sin apartar sus ojos de mí, y llevo mis dedos hasta esos labios que hasta hace nada
me proporcionaban un placer inigualable. Mi pulgar se entierra en su boca, y lo chupa con avidez.
Observo el brillo bailar en sus ojos con cada gesto obsceno que hace. La polla se me pone aún más dura.
—Te voy a explicar lo que vamos a hacer —apunta—. Vas a subirme en esa mesa, vas a abrir mis
piernas, me vas a meter un par de dedos y vas a llevarlos después a tu boca y, tras eso, me vas a follar
como si nunca jamás me hubieses follado. Fuerte. Duro.
Me cago en la puta. Este es el sueño de todo hombre.
—Descarada. —Ese es el adjetivo que mejor le sienta.
Tira de mi corbata y me besa. Mi boca se abre al instante y hago todo eso que me pide con nuestras
lenguas danzando en la boca del otro. Estoy jodidamente cachondo y siento que, por más que Paula y yo
follemos, no se me pasa. Esta necesidad no se me pasa. Este deseo me supera.
Rompo el beso tras haberle metido los dedos en su coño empapado y los chupo. Sabe a ella, sabe a
todas y cada una de esas veces que la he devorado con fruición.
—Oh, joder.
Se deja caer hacia atrás, dándome tiempo para colocarme el preservativo.
Alzo sus piernas, y las coloco al borde de la mesa de madera. Este va a ser mi despacho favorito. Quiero
que todas nuestras reuniones tengan lugar aquí y acaben de este mismo modo.
—Fuerte. Duro —repite como si no me hubiese quedado claro la primera vez.
No me molesto en ir despacio. En intentar que ella se adapte a mi grosor, me limito a cumplir sus
deseos y a hacerla gritar mi nombre. Ni siquiera tengo en cuenta que Carla está en la planta de arriba y
en lo que debe de estar pensando al respecto.
Meto mi polla, y Paula se arquea.
—¿Es esto lo que querías? Dime, Paula, ¿es justo esto lo que querías? Porque, joder, yo sí —me sincero.
—Sí, es justo lo que quería —responde utilizando mis palabras.
Comienzo a embestirla con fiereza y las sacudidas de mi cuerpo se intensifican.
Paula hace eso que tanto me pone, moja sus dedos en su propia saliva y luego los lleva hasta su clítoris
y me observa mientras se toca, movimientos rápidos y precisos que la hacen ponerse mucho más
cachonda. Y a mí también, joder.
—Cómo me gusta que me folles así, Ihan. —Su comentario me gusta, pero no de esa forma en la que
creéis, no porque hinche mi ego y también mi polla, me gusta porque entre nosotros existe esa sinceridad
apabullante, sabemos que lo que decimos mientras follamos es porque de verdad lo sentimos, nada de
cumplidos por quedar bien, es deseo carnal y visceral.
—A mí me encanta follarte de cualquier forma, Paula.
Cierra los ojos y comienzo a notar el orgasmo formándose, ese calor ascendiendo por mis piernas, ese
cosquilleo, esa mezcla de nerviosismo y anhelo, ese fuego que lo consume todo.
Paula es la primera en dejarse llevar y grita alto. Siempre lo hace, se deja ir con todas las
consecuencias.
Yo me permito el lujo de seguir observando cómo sus dedos comienzan a moverse con más suavidad en
su centro y sus piernas pierden fuerza. Sus pechos se bambolean y entonces, cuando veo sus ojos, cuando
me mira, cuando me pide que me corra, lo hago. Y me vacío dentro de Paula.
Y, joder, esto es difícil de superar.
Paula va a complicarme la vida, lo sé. Lo supe desde que todo comenzó.









CAPÍTULO 5
LO SUPE DESDE QUE TODO COMENZÓ
Paula


—Antes de que me lo preguntes, sí, ha sido el mejor puto orgasmo de mi vida.
—No pensaba hacerlo —me responde mi amiga un tanto apocada—. Eso sí —puntualiza—, deberíais
intentar bajar el tono de voz. La señora Callen os habrá escuchado y es vergonzoso.
—¿Vergonzoso para quién? Estoy segura de que ella también ha tenido su vida sexual, es más —apunto
con desdén—, no me extrañaría nada que tuviese sus escarceos amorosos. Es joven y tiene una forma de
ser que ya la quisiese yo a su edad.
—No, no, tú serás peor —matiza Carla sacándome una sonrisa.
Me dejo caer en la cama con desgana. Está feo confesar que aún me tiemblan las piernas, es que Ihan…
es Ihan. Es intenso en cualquier vertiente. Cierto es que no lo conozco lo suficiente, digamos que, cuando
la cosa se pone seria, huyo.
No es que las relaciones amorosas no sean lo mío, no van por ahí los tiros. Aunque respeto a esas
personas que prefieren mantenerse alejadas del amor por el motivo que sea. No somos quiénes para
juzgar las decisiones ajenas, ojo a eso. Podemos estar más o menos de acuerdo, pero ¿juzgar? No, gracias.
Nunca estuve de acuerdo con el camino que tomó Gabriela al escaparse de su anterior vida dejando
todos esos cabos sin atar, cabos que, por cierto, la persiguieron hasta dar con ella de nuevo. Como veis,
por más que escondamos los problemas bajo la alfombra, no se van a ir. Y, sin embargo, a pesar de mi
desacuerdo, la apoyé, porque eso es lo que hacen los verdaderos amigos. ¿Decirse lo que piensan? Sí,
¿con respeto? También, no obstante, con apoyo incondicional y sin falsedad alguna.
Con Carla todo es igual. Ella ha sufrido por amor, imagino que como la mayor parte de la humanidad
porque los fracasos duelen y cuando te rompen el corazón, más. O cuando pierdes, ya sabéis a lo que me
refiero. Y ahí está mi amiga, esperando a que llegue su momento, desconfiada y, a su vez, alentada por lo
que vaya a suceder. Y la apoyo también de la misma forma en la que ella o ellas, si tenemos en cuenta a
Gabriela, me apoyan a mí en cada paso que doy. Y se burlan, eso por descontado. Supongo que el secreto
de la vida es sencillo: vivirla sin más, porque luego vienen las típicas quejas… Me ha faltado tiempo, si
volviese atrás haría…, actuaría, reaccionaría…, ¿no? Entonces, ¿por qué complicarnos de esta forma? ¿Por
qué no vivir sin más? Sin pensar en lo que vendrá mañana, porque, tal vez, ese mañana que esperas no
exista o lo haga, pero de una forma que no tenías pensado. No, no he sido poseída por el espíritu de Carla,
aun así, he decidido seguir sus consejos —de sobre de azúcar o no— y dejarme llevar. Hacer lo que me
nazca en cada momento.
—¿Cuál es el plan para estas semanas que vas a estar aquí? —indago cambiando el tema y dejando a un
lado esos pensamientos.
Carla alza la vista de esa pila de ropa que está doblando y colocando por gama de colores —matadme y
acabad con mi sufrimiento, por favor— y me escruta unos segundos.
—No hay plan. Voy a disfrutar de esto como si de unas vacaciones se tratase. Gabriela vendrá tras su
luna de miel, y recorreremos Dublín mientras tú —añade haciendo hincapié en el pronombre e, incluso,
me señala con su dedo índice. Bienvenida, mamá Carla— trabajas.
—Claro, claro. —A ver, trabajar pienso trabajar porque Lorna me cae bien, porque me gusta trabajar y
lo echo de menos, aunque no lo parezca y porque, de verdad, necesito sentirme útil de nuevo y ocupar mi
tiempo con algo. La cabeza, la maldita cabeza a veces es mi peor enemiga—. Eso no quita que quiera
hacer turismo con vosotras.
Me incorporo y ayudo a Carla a ubicar todo en su armario. Espero que me devuelva el favor luego, ya
que mis maletas están en la entrada de mi habitación esperándome y, con lo desordenada que soy, tengo
la ligera sensación de que esa ropa no va a salir de ahí hasta dentro de, por lo menos, seis meses. Si no
me marcho antes de aquí.
Prenda que coloco, prenda que Carla cambia de sitio, eso sí, sin rechistar. Políticamente correcta que es
ella.
—Buscaremos hueco, siempre y cuando te comportes. Ya sabes. —Y me guiña un ojo.
—¿Alguna frase de esas de las que tanto te gusta alardear? —la provoco.
—Me las guardo para momentos especiales.
—Ohhh —ironizo—, has roto mi corazón.
—Y tú —me acusa— vas a romper mi pecho si sigues colocando todo de esa forma y sacándome de mis
casillas.
Sabía yo que Carla no era capaz de soportar que mezclase colores y texturas.
Le enseño la lengua y salgo de allí. Me dice algo de la cena, pero no me paro a responder. Entro en el
espacio que he elegido y me quedo patidifusa un rato, asimilando lo bonito que es todo.
La luz, lo que más me impresiona es la luz que entra a raudales por los grandes ventanales.
Ciertamente, las maletas pueden esperar porque necesito salir y disfrutar de las vistas, aunque den a una
pared de mierda.
No es el caso, abro la puerta y una corriente de aire me estremece al completo. Observo la calle. Es
increíble que sea una zona tan transitada y que dentro apenas se escuchen los sonidos del tráfico. Miro en
todas las direcciones y escucho, de pronto, un pequeño silbido. Lo de las onomatopeyas se me da de pena,
no obstante, sería algo como un «fiu, fiu».
Localizo el lugar desde el que proviene el sonido y observo a Ihan con una media sonrisa y una taza de
café.
—A tu salud, descarada.
Le hago una peineta nada sutil, y él se carcajea. Es el momento de disimular y hacer como que me
importa todo un bledo cuando, en realidad, me gusta este rollito que nos traemos. Este pique sano, esto
de tentarnos, buscarnos y, lo mejor, encontrarnos. Es divertido y me da vidilla.
—¿Recuperándote de algo? —inquiero.
Apoyo mi brazo derecho en la barandilla de cristal sin pensar en lo que podría pasar si se rompiese. Hay
mucha altura. Espachurrada acabaría, como un mosquito en el cristal de un coche, vamos.
—Soy Ihan McCann, no necesito recuperarme de nada. ¿Quieres averiguarlo?
Intento no sonreír, no concederle ese beneplácito y hacerlo vencedor de esta pequeña batalla campal.
Sin rencores ni odios, nada de recelos, mera diversión.
—No, gracias. No quisiera que tu ego se viese resentido si no fuese tal y como prometes. Deberías
darme las gracias, te estoy haciendo un favor —apunto anotándome un tanto.
—Se me ocurre una idea para agradecértelo. Y puedo garantizarte que es una de las grandes. —Alza las
cejas y la comisura de sus labios antes de llevarse la taza de café a la boca.
Pienso en ceder a mis instintos —básicos—, mandar todo al carajo e ir a que me lo agradezca como es
debido y como sé que sabe hacerlo. Sin embargo, he decidido que lo bueno se tiene que hacer esperar y
que me apetece salir con Carla a dar un paseo antes de esa cena que me recordó que tendríamos.
Llevo mi mano hasta mi oreja y hago como si no lo hubiese entendido. De inmediato, el desconcierto se
refleja en su semblante y aprovecho para entrar en la habitación y cerrar. O no… No contaba yo con que
Ihan fuese mi vecino de al lado. Y con las posibilidades que eso me ofrece.
Me tiro sobre la cama y pruebo el colchón. Me doy cuenta de que hay dos puertas a mi derecha, una
cómoda enfrente y un televisor más grande que mi piso de Vigo. ¿Exagerada yo? ¡No sé por qué lo dices!
Me puede la curiosidad, así que ruedo hasta el borde y me incorporo. Abro una de las puertas al azar y
veo un vestidor enorme. Vacío. Carla me va a matar. Ella ha traído más ropa que yo y la ha colocado en un
armario relativamente pequeño, y yo tengo un vestidor para cuatro piezas de ropa. La otra puerta da a un
baño. Es pequeño y funcional. No necesito más.
Cuando cierro, mi amiga está al lado.
—Joder —mascullo—. Eres como un fantasma. Sigilosa.
—O como una ladrona —sentencia.
Investiga todo lo que hay en mi habitación y frunce el ceño —tal y como preveíamos que haría— cuando
da con el vestidor.
—Fue el azar. No tenía ni la más remota idea.
—Te la cambio.
—Ni de coña. Acabo de descubrir que Ihan está al lado. Pared con pared. Ya sabes la de maldades que
podemos tramar de balcón a balcón.
—Entonces paso.
Me río y le propongo ese paseo que tenía en mente, y que Carla acepta sin rechistar.
—Deberíamos aprovechar para comprar algunas cosas para comer. No sé si los almuerzos y las cenas
las haremos con la tía Callen —me sorprende la familiaridad con la que Carla trata ya a la tía de Ihan. Nos
propuso que la llamásemos así, pero no tenemos por qué hacerlo cuando ella no esté presente. No
pronuncio nada al respecto y sigo escuchando la diatriba de mi amiga—. Eso también deberíamos
preguntarlo, no quisiera ser maleducada y tampoco pecar de aprovechada —insinúa.
—Tienes razón —añado.
Cogemos un par de abrigos y salimos al rellano.
—Escaleras. Son más sanas. El ascensor está sobrevalorado.
Pongo los ojos en blanco, y ella sonríe por mi mueca. Comenzamos a bajar. Cinco pisos. El ascensor
estará sobrevalorado para bajar, sin embargo, lo que es para subir…
Cuando llegamos al tercer piso, Carla rebota y me empuja hacia atrás. Casi caigo de culo. Cuando
recupero un poco la compostura, observo la escena que tengo enfrente. Un chico bastante mono está
pidiéndole disculpas a mi amiga por el empujón.
—Ya veo, ya. Soy yo la que casi se cae y es a ella a la que le pides disculpas —profiero mosqueada.
Al menos, sigo teniendo reflejos.
—Lo siento mucho —susurra el susodicho. Eso sí, la mirada sigue posada en mi amiga.
Carla coloca ambos puños apretados al lado de las caderas y se cuadra.
—Disculpas aceptadas —murmuro—. ¿Verdad, Carla?
Mi amiga se ha quedado de piedra, y sigo sin entender bien el motivo de ello.
—Gracias —musita el chico cuando Carla asiente tras mi pregunta—. Soy Arthur Doyle.
—¿Aquí tenéis por costumbre presentaros con apellidos? —inquiero rememorando las presentaciones
que se han hecho en anteriores ocasiones.
—Eso parece —susurra Carla.
—Yo soy Paula, a la que casi matas. Y ella es mi amiga Carla. Acabamos de mudarnos, estaremos por
aquí un tiempo. Por si quieres pedirnos disculpas con algún postre delicioso.
—No seas maleducada —me reprende Carla—. No es necesario nada de lo que ella ha dicho.
—Salvo que quieras hacerlo porque eres Arthur Doyle, el altruista.
Él sonríe y asiente.
—Nos tenemos que ir —me indica mi amiga tirando de mi mano.
—Lo siento, una vez más. —Y esta vez nos mira a las dos, supongo que mi queja ha surtido efecto.
—No te preocupes —titubea Carla.
—Nos vemos —se despide.
Abre la puerta de su piso, y echo una ojeada dentro. Pulcro, limpio y ordenado. Como a Carla le gustan.
La sujeto por el brazo e intento arrastrarla escaleras abajo. Me olvido de que debo tener cuidado con
ciertos movimientos y ser un poco más prudente.
—¿Qué ha sido eso? —indago cuando llegamos a la primera planta. Al menos, en esta ocasión, he sido
un poco comedida y no lo he soltado con él aún presente.
—¿Qué ha sido qué? —Carla haciéndose la loca, está claro.
—Has cerrado los puños y te has puesto en tensión.
—Me ha empujado.
—Anda, y a mí, que me he llevado la peor parte. Casi me caigo al suelo sobre mi precioso trasero.
Busco la broma. A Carla le da igual. Ihan no habría dejado pasar ese comentario. Apostaría a que su
respuesta sería de lo más mordaz y picante.
—Se ha disculpado. —Salimos a la calle y el aire frío me sorprende.
Carla se limita a asentir sin añadir nada al respecto.
—Tomates. Deberíamos comprar tomates.
Y, con esa frase tan ridícula, mi amiga ha dado la conversación por zanjada.



CAPÍTULO 6
HA DADO LA CONVERSACIÓN POR ZANJADA
Ihan


He tenido que contenerme muy mucho para no pasar a primera hora de la mañana por el piso de Paula.
Sé que quedamos en que iríamos al trabajo por separado, y mi tía le dio el visto bueno a esa decisión en la
cena de anoche. Es profesional y lógica, todo lo que queráis, sin embargo, no me agrada del todo.
El recorrido hacia la oficina es tan monótono como siempre. Coches, semáforos, cláxones y un sinfín de
ruidos variados y sumamente molestos. Con lo bien que hubiese estado el habernos quedado en casa, en
la habitación o tal vez en esa terraza, provocándonos. Como veis, lo bueno dura poco.
Me enfrento a un montón de problemas desde que llego. Anna, mi secretaria, me bombardea a
información nada más bajarme del ascensor, me persigue por el pasillo con la agenda en la mano
indicándome las reuniones del día, las llamadas y las conferencias. No le hago el mínimo caso. Ella lo sabe
y también es consciente de que la llamaré tras el café para pedirle que me lo repita todo de nuevo y a una
velocidad menos revolucionaria. No entiendo por qué sigue haciendo lo mismo cada mañana si sabe que
no estoy atendiendo a nada de lo que me explica.
Por si este recibimiento fuese poco, mi tía me llama unas ocho veces en un intervalo de treinta minutos
—ojo a esto— para recordarme que es el primer día de trabajo de Paula y que tengo que ayudarla en todo
lo que pueda. Y para pedirme que cenemos juntos en su casa esta noche. Y, a ser posible, cada noche.
Me temo que van a aunar fuerzas y que van a ser tres contra uno. Lo mire por donde lo mire, y sin
aliados de mi parte, voy a salir malparado.
Cuando dan las nueve de la mañana, me incorporo. Es la primera vez que voy a llegar puntual a algún
sitio. O la segunda, porque Duncan y Gabriela me amenazaron con colgarme de algún acantilado si me
presentaba tarde en su boda. No pensaba hacerlo, obvio. No soy tan capullo como para eso.
Me abotono la chaqueta y, cuando abro la puerta, me encuentro a Paula hablando con Anna. Y riendo a
carcajadas. Los ojos como platos. ¿Acaso Anna sonríe? Joder, parece que sí, que no es una mujer de otro
planeta o una Avenger como he pensado en más de una ocasión. Si me pinchan, no sangro.
Carraspeo intentando llamar la atención de ambas y observo a Anna cuadrarse de inmediato. Coloca la
espalda de una forma imposible, el cuello estirado y sus manos comienzan a volar por el teclado a una
velocidad vertiginosa. Mi secretaria ha vuelto.
Paula me analiza desde su posición y sé que está mal, muy mal, que se me ponga la polla dura solo con
ese repaso, sin embargo… Sí, lo admito, me ha puesto malo.
Se contonea hasta colocarse frente a mí y se abotona la chaqueta ella también. No sé, pensaba que
tiraría de mi corbata y me plantaría un beso nada delicado. O, mejor, su mano volaría hasta mi entrepierna
y resolveríamos este pequeño —mentira, gran— problema.
—Buenos días. —Estudia mi semblante, intenta descifrar si estoy en actitud distendida o me he vuelto
un jefe tirano y déspota. No pienso contarle todos mis secretos a la primera de cambio.
Me hago a un lado, y el desconcierto se refleja en su mirada. Se recompone al instante y entra,
momento que aprovecho para deleitarme con sus curvas.
Chaqueta, sí; vaqueros, también. Zapatilla plana, que no falte.
Mi tía se partiría de la risa si la viese, es más, la aplaudiría por su indumentaria y un poco también por
ir en contra de las normas establecidas. Callen siempre ha sido una especie de alma libre, y yo la admiro
por ello.
—¿Has llegado bien?
—¿Es preocupación lo que percibo en tu tono? —contrataca con cierto deje de burla.
—No más que la que le muestro a todo mi personal a diario. —Si cuela o no, no me lo deja entrever.
Paula frunce el ceño y me escruta con la mirada. Se cuadra y me recuerda de nuevo a Anna.
—He llegado bien, gracias por preguntar… —Deja la frase en el aire—. ¿Debo llamarte señor? ¿Ihan?
¿Insensato?
—Ihan está bien. —Lo de insensato ha sido un golpe bajo. No entro en el juego, me centro en explicarle
un poco sus labores.
Mientras le detallo los pormenores del funcionamiento de la empresa, le hablo de lo que hace Lorna en
los negocios que compartimos Duncan, Axe y yo. Abro la puerta de un despacho que he habilitado para
ella y la invito, de nuevo, a pasar. Pasea su mirada por todo el espacio y, al acabar, fija su atención en mí.
—Pensaba que solo tendría una mesa y una silla —aduce.
—No es favoritismo, Paula, antes de que lo preguntes. —Sonríe de medio lado, sabía yo que iba a
soltarme otro de esos discursos sobre tener ventajas por beneficiarse al jefe o alguna cosa mucho peor,
viniendo de Paula, me puedo esperar cualquier cosa—. Tratarás temas delicados con Lorna y no tiene por
qué enterarse nadie. Aquí hay personal que no sabe ni tiene por qué saber qué negocios comparto con
Duncan y con Axe, tampoco las finanzas en lo referente a ello, y te agradecería que siguiese siendo así.
—Seré una tumba.
—Te lo agradezco y seguro que ellos también —murmuro refiriéndome a mis amigos—. Te he dejado
sobre la mesa un teléfono y una agenda. Cualquier cosa que necesites, Anna te podrá ayudar.
—¿Ella sabe…?
—Aquí todos saben lo que yo quiero que sepan. Ni más ni menos —zanjo.
Hablo del tema profesional y del tema personal. No me gustan los cuchicheos ni esas cosas de patio de
escuela en las que se murmura o se levantan hipótesis, la mayoría falsas.
—Entendido.
—Y recuerda, pase lo que pase, el camino siempre pasa por contarme la verdad y decirme lo que
sucede. Sin florituras ni rodeos.
Paula asiente tras mis palabras y se sitúa tras la mesa, se deja caer en la silla y arrastra las ruedas
hasta que queda a una distancia lo suficientemente adecuada para trabajar.
Levanta el teléfono y me mira antes de marcar. Creo.
—Te agradecería que abandonases mi despacho. Tengo mucho trabajo que llevar a cabo —me indica con
diligencia—. No me gustan las distracciones.
Me acerco feroz, con ganas de jugar. Mi polla vuelve a dar un pequeño respingo tras sus palabras, tras
su forma de observarme, con esas pestañas enormes que bate sin parar. Sus labios me piden mil y una
cosas, y todas, en mi cabeza, retumban de forma indecente.
—¿Así que supongo una distracción para ti?
—Para usted —me corrige—. Aquí dentro soy Paula San Marcos. —Solo le falta llamarme señor. Asiento
conteniendo las ganas que tengo de comportarme como no debería hacer, mucho menos en este lugar—.
Si me disculpa…, tengo mucho trabajo —finaliza borde y cortante.
Si no la conociese como la conozco, y no se hubiese colocado esa máscara profesional que tan bien le
sienta, juraría que lo hace para llevarme al límite y saber hasta qué punto soy capaz de contenerme.
No sé qué va a pasar, si Paula en el ámbito profesional es excelente o no lo es, si logrará adaptarse al
ritmo de trabajo con facilidad o no, lo que sí puedo garantizaros es que me va a volver loco su presencia,
saber que la tengo cerca y tengo que reprimirme. Hasta el momento, la contención no ha sido uno de
nuestros puntos fuertes. Ni de ella ni mío.
Abandono el despacho de Paula y llamo a Anna de camino al mío. Le pido que me ponga al día, esta vez
de verdad.
Tras eso, me sumerjo en la vorágine del trabajo y me olvido de Paula hasta que me digo a mí mismo que
es hora de parar y regresar a casa.
Me gusta pasar todos los días un rato con mi tía, al menos, cuando estoy en Dublín. Cuando viajo, nos
llamamos y hablamos. Tenemos esa relación cercana y estrecha, esa relación familiar propia de una
madre y de un hijo, que, aunque soy consciente de que ella no lo es, para mí ha ejercido como tal y le debo
todo.
Sin molestarme en abrocharme la chaqueta, pues por norma general soy el último que sale, me
encamino hacia el ascensor. Observo que hay luz en el despacho de Paula y abro con la intención de
apagarla. Me sorprende verla allí aún, con ambas manos colocadas a los lados de su cara y los dedos
enredados en su pelo, que ahora lleva suelto.
No os hacéis una idea de lo bonita que es. Guapa un rato, sin embargo, lo que veo frente a mí va más
allá de la belleza, de lo visible, es bonita, muy bonita.
—Pensaba que ya te habías ido. —Interrumpo su labor, sea cual sea.
Ella solo se limita a alzar la vista y a observarme con esos ojos de gata que tanto me gustan. Bonita…
—¿Y has llegado a esa conclusión porque…?
—Por la hora que es.
Paula suspira y se levanta como un resorte. Ya no lleva zapatillas, está descalza, su pelo suelto y su
chaqueta ha visto mejores momentos. Aun así, me siento hechizado por ella.
Me atrevo a decir que desde que nos conocimos en Glamis, desde que su descaro hizo acto de
presencia, despertó en mí algo más que ese deseo carnal. Es extraño. Siento una atracción física brutal y,
a su vez, la necesidad de seguir ahondando, conociéndola.
—No entiendo cómo Lorna no ha perdido la cabeza. Es una auténtica locura. Hay mucho trabajo y es
imposible que ella lleve esto sola. Con Cam o sin él, es imposible.
—De ahí que te hayamos contratado —apunto intentando no sonar arrogante.
—Lo que no entiendo es que no lo hayáis hecho antes, panda de cacholáns[1].
—No comprendo…
—Mejor —puntualiza.
—Lo que quieres decir —finalizo la frase que no me dejó terminar.
Paula comienza a ponerse las zapatillas, su pelo cae a ambos lados y le cubre el rostro parcialmente.
Cuando acaba, da un pequeño bote y se acerca a mí.
—¿Que vas a ser tan caballeroso de llevarme a casa? ¡Oh, gracias! Qué detalle por tu parte, Ihan. —Sale
del despacho dejándome con la palabra en la boca o con la intención de formular alguna, lo que sea que
iba a hacer—. Apaga la luz al salir, no me gustaría que mi jefe se lo tomase a mal, ya sabes, es mi primer
día y quiero causar una buena impresión.
Pulsa el botón del ascensor, y me cuesta unos segundos recomponerme.
—Eres una descarada.
—Señorita descarada.







CAPÍTULO 7
SEÑORITA DESCARADA
Paula


Hablamos en el coche sin parar. Pongo al día a Ihan de las cosas que he encontrado y de las doscientas
llamadas —como poco— que le he hecho a Lorna.
—Y sin que me mande a la mierda en ninguna de ellas —apunto sorprendida—. Yo, en su caso, no
tendría tanta paciencia. Aunque entiendo que para aguantaros a vosotros…
—Ja, ja —se burla.
—Ahora en serio, Ihan, de verdad, necesito que entendáis que, conmigo o sin mí aquí, Lorna va a
necesitar siempre ayuda.
—Nunca se ha quejado, se ha mantenido impasible. Vivía por y para el trabajo.
—De ahí que no se quejase. Además —apostillo—, imagino que se siente muy unida a Duncan y no
querrá importunarlo. A la hora de expresar con sinceridad lo que sucedía, me refiero.
—No, no —intercede cortando mi discurso—, dudo que eso tenga nada que ver, Paula… —mi nombre en
sus labios… «No te distraigas, Paula, no lo hagas. Sencilla y casual, que no se note que te estremeces con
ese pequeño gesto insignificante». Lo que yo he sido y lo que soy—. Es, sencillamente, que es una
controladora nata. Y le ha gustado siempre hacerlo todo sola.
Para cuando llegamos al edificio, seguimos comentando temas profesionales y me sorprende que Ihan y
yo seamos capaces de mantener una conversación sin soltar alguna pulla o una palabra malintencionada.
Que no quiero decir que ambos seamos unos inmaduros, pese a que a veces nos comportemos como tal, ya
sabéis, eso también forma parte de la diversión y la fiesta es lo más, lo que sucede es que, las pocas veces
que nos hemos visto y que hemos compartido tiempo, nos hemos dedicado a otros menesteres bien
distintos, ya me entendéis.
No obstante, esto me gusta y me satisface, me da pistas de quién es él y de quién soy yo a su lado.
Me paro frente al ascensor, pues no estoy con ánimos de subir cinco pisos tras el día de trabajo que he
tenido. Estoy mucho más cerca de dejarme arrastrar escaleras arriba, así me tiren del pelo para subirme,
ese es el nivel.
Ihan se coloca a mi lado, y nuestros dedos se buscan de una forma tierna, sin descaro ni desfachatez, es
un gesto tan sumamente íntimo que somos incapaces de decir nada al respecto. Solo nos dejamos llevar
por el momento.
A veces siento que me muero de ganas de lanzarme a sus brazos y otras prefiero huir como alma que
lleva el diablo y evitar cualquier tipo de colisión. Ya os dije que no soy muy dada a las relaciones, aunque
tampoco es que huya de ellas y, como mi vida ha cambiado tanto en estos últimos meses, he decidido que
ese cambio se extrapole a todo, a mi forma de sentir y de comportarme. Solo vivir con intensidad lo que
me depare cada momento. Y quiero aprovechar este también con Ihan.
—Cualquiera diría que eres un romántico empedernido. —Lo provoco, sí, a conciencia, por supuesto.
—¿Quién sabe? Puede que lo sea o puede que no. —Y puede que quiera descubrirlo o puede que no.
Llegamos a la planta seis, la de la tía de Ihan y tocamos en la puerta. Dentro se escucha música y ruido.
—Ahí dentro han montado una fiesta y nadie nos ha invitado —masculla Ihan extrañado.
Es muy típico de Carla.
La susodicha es la que abre, descalza como hasta hace nada estaba yo, con los pantalones remangados
por encima de las rodillas y con el pelo revuelto.
Huele de vicio.
—Habéis llegado justo en el mejor momento.
Espero que sea el de la comida, porque, con todo esto del trabajo, no he salido ni a almorzar y estoy
famélica.
Cuando entramos, Ihan siempre caballeroso dejándome pasar primero, observamos a la tía Callen
bailando. Literal. Está bailando.
Observo a su sobrino, que tiene la boca abierta. Llevo mi mano hasta ella y le cierro la mandíbula para
que no le entren moscas o para que no se le caigan babas, lo que sea que suceda antes.
No me lo pienso dos veces. Me lanzo a bailar con ellas porque me apetece hacerlo. Ya sabéis, actuar
como os pida el cuerpo y hacer lo que os pida el alma sin importar lo que los demás piensen al respecto.
Ya os dije que lo de juzgar es una soberana estupidez y, si lo hacen, es que estáis con las personas
erróneas, ahí lo dejo…
Los zapatos vuelan y nos damos las manos las tres. No tengo ni la más remota idea de qué clase de
música es, ahora bien, yo la vivo como si fuese el mejor DJ del mundo mundial.
Cuando acaba la canción, hacemos una reverencia más típica de la regencia que del siglo XXI y nos
reímos a carcajadas.
—La idea fue mía —interviene Carla—. No hay nada que nos haga más felices que bailar.
—Yo podría citar algunas otras cosas —indica Ihan con ese tono suyo que sabemos lo que trae después
si seguimos su jueguecito.
—Podrías haberte unido o haber puesto la mesa —lo reprende su tía.
Chasquea la lengua y se marcha en dirección a la cocina, resignado.
—¿Qué tal tu primer día? Que sea mi sobrino no quiere decir que tengas que encubrir su falta de
empatía si se ha comportado como un auténtico tirano.
Niego y se me escapa un leve suspiro.
—La verdad es que no me ha hecho nada. Apenas nos hemos visto, hay tanto trabajo que no entiendo
cómo han esperado tanto para buscar a alguien.
—A veces las cosas suceden en el momento indicado. Ni antes ni después.
No sé si Callen ya conoce esa forma de ser que tiene Carla o no, eso sí, no parece sorprenderse por su
discursito.
—En eso te doy toda la razón. —Callen asiente mientras observa a Carla de una forma intensa.
Este sería un buen momento para meterme con ella, sin embargo, Ihan nos llama a la mesa, y mi
barriga parece haber montado su propia fiesta dentro por cómo suena.
Carla me coge de la mano y me arrastra, de forma literal, hasta sentarme a su lado.
Me mosqueo cuando el timbre de la puerta suena. Mi parte egoísta me pide que coma y que no espere
por nadie. La racional, me habla y me exige que aguante, total, ¿qué son unos minutos más?
Callen se levanta y se marcha, dejándonos a los tres a solas.
—¿Qué habéis hecho hoy? —pregunta mi amiga.
Pongo los ojos en blanco, ¿qué clase de pregunta es esa? Supongo que una que rellene los vacíos que se
instalan en la mesa cuando alguien la abandona para abrir una puerta.
—Trabajar. —La pura realidad.
Observo mi plato con devoción. ¿Estaría mal que le diese un bocado de nada? Uno muy muy pequeñito.
—Tal vez lo que voy a decir suena bastante mal, pero… ¿de verdad estás observando el plato como si
quisieses casarte con él? —Ihan y sus malditas provocaciones me ponen enferma. No siempre, solo cuando
tengo el estómago vacío.
—¿Celoso? —inquiero.
—Deberías haber salido a almorzar —cuenta Carla. La chivata de Carla.
—¿No has salido a comer? —inquiere Ihan.
Este sería un buen momento para que Callen aparezca y evite que responda. Y no solo eso, sino la
posible reprimenda.
—No me he dado cuenta, se me han ido las horas volando sumida en el trabajo. —Decido ser sincera.
—Eso no es excusa. —Alzo los hombros a modo de respuesta.
—No, no lo es, sin embargo, es lo que ha sucedido.
Ihan chasquea la lengua por segunda vez en un rato y me observa con los ojos entrecerrados y el ceño
fruncido. La verdad es que en este momento no le veo sexapil alguno.
Callen llega con un plato enorme.
—¿Eso es tarta?
—¿Quién es el que quiere casarse ahora? —cuestiono.
Debo de haber pronunciado las palabras mágicas porque a Callen los ojitos le hacen chiribitas, e Ihan se
enfurruña de inmediato.
—¿Estabais hablando de bodas sin mí?
—No es eso, tía, no saques conclusiones precipitadas y tampoco elucubres ningún plan, que nos
conocemos. —¿Eh? ¿Qué planes? ¿Qué me he perdido?
Observo a Carla, a ver si ella sabe algo, pero, si lo hace, no da muestras de ello.
Callen parece decepcionada con la respuesta, y yo me pregunto si ya puedo dar buena cuenta de mi
plato.
—Arthur ha traído el postre.
Carla se tensa a mi lado y, aunque los demás no se percatan del gesto, yo la conozco lo suficiente como
para darme cuenta del asunto.
—¿Es el vecino? —indago.
—¿Lo conoces? —me pregunta Ihan.
—Sí, nos cruzamos ayer con él, ¿verdad, Carla? Un chico muy mono. —Omito que casi pierdo el culo por
él y todo eso. Solo quiero tirar un poco del hilo.
—¿Mono?
—Ya sabes, guapo, sexi… —¿Provocar yo? ¡Qué va!
Carla no rechista. Sigue tensa.
—Es un excelente inquilino. No molesta y es muy agradable.
—¿Ves, Carla? Agradable. —Lo de irritar es extensible a la humanidad, por si no os habéis percatado.
—Ahh —balbucea como si todo esto le resultase interesante.
Comienzo a dar buena cuenta de la cena, dejando a un lado el tema de Arthur. Ya hablaré con Carla
para que me explique la situación. Me limito a tragar y tragar como si hiciese meses que no me alimento.
Cuando terminamos de cenar, recogemos y nos despedimos los tres.
—La verdad es que tu tía es una gran mujer.
—Lo es —me confirma Ihan—. Siempre está dispuesta a tender una mano.
—Y a casarte —bromea Carla.
Asentimos todos y nos despedimos en la puerta sin más. Una vez cerramos, la asalto sin piedad alguna.
—¿Qué coño ha sido eso?
Mi amiga se gira sin entender a lo que me refiero, eso o se está haciendo la loca como la mejor.
—¿De qué hablas?
—Del vecino.
—No sé de qué me hablas —insiste mosqueada.
—Carla. —La acorralo antes de que entre en su habitación, me interpongo en su camino, y ella frunce el
ceño—. ¿Te recuerda a él? ¿Es eso?
—No quiero hablar del tema.
Me hago a un lado y la dejo pasar. Los demonios de cada uno deben permanecer encerrados hasta que
solo tú quieras librar tu batalla, y yo, escondiendo los míos, no soy quién para obligar a nadie a abrir ese
portal.
Nunca.
Ella me tiene y lo sabe.
Solo hay que esperar.





CAPÍTULO 8
SOLO HAY QUE ESPERAR
Ihan


Debo confesar que estoy tremendamente agradecido de que mi tía no haya insinuado nada sobre
compromisos, bodas, bebés y toda esa clase de parafernalia que tanto le gusta a ella.
También me ha sorprendido mucho la actitud de Paula con respecto al trabajo. No es que no tuviese
confianza en ella o vacilase con respecto a sus capacidades, no hablo de eso, hablo de la naturalidad y la
profesionalidad con la que hablamos en el trayecto de vuelta a casa, siempre con ese toque de humor e
ironía que tanto la caracteriza y, a su vez, con la seriedad justa para que me tome en serio lo que me
exponía.
Tengo la sensación de que Paula es como una montaña rusa, a veces te mantiene arriba, en todo lo alto,
con ese vértigo encogiéndote el estómago y otras, abajo, muy abajo, casi rozando el suelo con los dedos,
casi tocándolo por entero.
Decido ponerme una copa, salir al balcón y disfrutar de la noche que se abre paso poco a poco. Dudo en
llamar a Duncan y contarle lo que Paula me ha explicado, sin embargo, él y Gabriela están disfrutando de
su luna de miel y no soy quién para interrumpirlos. Es más, me sabría mal hacerlo. De todas formas, sé
que vendrán a la vuelta. Han organizado una especie de ruta turística para las próximas semanas.
En su lugar, descuelgo el teléfono para llamar a Axe, que no tarda en contestar a mi llamada.
—Axe.
Suspiro, estoy entre la consternación y la admiración.
—Vaya, veo que ni siquiera el amor ha sido capaz de hacerte entender que no es necesario responder
con tu nombre de pila, puesto que ya sabemos a quién llamamos cuando marcamos el número. O cuando
lo buscamos en la agenda o llamadas recientes —ironizo.
—Dime una cosa, ¿has llamado para tocarme las narices? Porque, si es así…, tengo mejores cosas que
hacer, Ihan —me advierte con ese tono tan serio que utiliza cuando pierde la paciencia. Y, ojo, que lo hace
más a menudo de lo que me gustaría.
—He llamado porque quería contarte las impresiones que he tenido sobre Paula o, más que sobre ella,
sobre los descubrimientos que ha hecho.
—Dime que no nos están robando, por favor —suplica. He sabido captar su atención.
—Pero ¿qué coño? —inquiero—. No, joder, no nos están robando, al menos que yo sepa, es sobre Lorna.
En esa lista interminable de cosas que deberías cambiar o en las que deberías trabajar añade la
desconfianza, amigo. No todo el mundo es malo.
—Tampoco todo el mundo es bueno —razona llevándome la contraria.
—Tiene su lógica —añado—. Aunque este no es el caso. Paula cree que hemos actuado mal al no
buscarle ayuda antes a Lorna.
—Bueno, en eso sí que creo que tiene razón.
—¿Y por qué no dijiste nada antes?
—Porque no lo había pensado hasta que Lorna lo expuso. No soy adivino, Ihan —masculla—. Entiendo
que tendríamos que habernos planteado las cosas con antelación, más aún, teniendo en cuenta que hemos
ido ampliando los negocios y sobrecargando a Lorna por el camino.
—Somos gilipollas —apunto.
—Unos más que otros —apostilla.
Lo imagino con esa media sonrisa que le caracteriza, intentando contenerla.
—Paula lo hará bien, estoy seguro de ello. —No le explico nada sobre lo de encontrarla descalza, a
última hora y sin siquiera salir a almorzar, eso sí, con lo recto que es Axe, ese tipo de cosas le encantarían
—. Y, dime, ¿qué tal la vida marital?
—No me he casado —contrataca.
—¿Y? ¿Acaso un papel hace que la vida en una pareja sea más seria y estable? ¿Verdad que no?
—En eso tienes razón.
—Suelo tenerla.
—No siempre —me rebate—. Si quieres saber si Maela está bien, debo decirte que sí, que lo está.
—Lo estoy —grita la susodicha al otro lado. Escucho pasos y se pone al aparato—. En un segundo te lo
devuelvo, cariño. Ihan, ¿cómo están las chicas? ¿Siguen vivas? ¿Has sobrevivido tú? —indaga bromeando.
Qué bien las conoce.
—Todos bien, sanos y salvos. ¿Y tú? ¿Axe es un jefe déspota? Ya sabes que podrías haberte venido a
Dublín y trabajar conmigo. Aquí hace frío, pero no como en esas condenadas islas.
—Estas islas me gustan. Y lo que no son las islas también.
Me carcajeo ante su desparpajo, y Axe, una vez más, se pone al aparato.
—La chica ha dado la respuesta acertada. Sin duda alguna, te quiere, porque para soportar ese frío hay
que hacerlo de corazón.
Mi amigo suspira al otro lado y sé, sin verlo, que sonríe ante mis palabras.
—Yo también a ella. Con frío o sin él.
Charlamos un rato más sobre banalidades y sobre las locuras de Ivar y nos despedimos. Dejo el teléfono
sobre la mesilla de la terraza y me dedico a darle vueltas al contenido de la copa observando la ciudad. Es
una de las ventajas de vivir en un quinto piso y en una de las mejores zonas de Dublín.
Presto atención a la terraza de al lado y, aunque está feo lo que voy a hacer, me acerco con sigilo y me
asomo. Que sí, que ya sé que la privacidad es importante, que no hay que husmear en los asuntos ajenos y
mucho menos en las propiedades privadas, sin embargo, hay algo irracional que tira de mí hasta la pared
que compartimos Paula y yo.
No sé, tal vez busco algún indicio de ella, de lo que hace en la soledad de su habitación, saber si
también baila descalza, salta como una rana o ve la tele con la cabeza cerca de la pantalla y los pies hacia
el cabecero de la cama. Apoyada sobre los codos y con una posible lumbalgia al día siguiente. Os ha
pasado, ¿a que sí?
Para mi desazón, no atisbo a ver nada al otro lado, solo escucho música, una melodía suave y delicada.
Tiene la puerta cerrada. ¿Debería colarme? Podría partirme la crisma si caigo y os quedaríais sin disfrutar
de mi historia, imaginaos, muero… Y fin. La historia más rápida jamás contada.
—¿Qué haces, Ihan? —¿Además de desvariar un poco?
Me separo de la pared como si… Como si me hubiesen pillado espiando infraganti. Justo lo que ha
sucedido.
Alzo la vista y me encuentro con la sonrisilla de mi tía. Una sonrisa pérfida y muy vanidosa, de esas que
presupones que encierran maldades y planes. Muchos planes.
—Negar lo evidente es absurdo. Estaba espiando, justo lo que haces tú también.
Su terraza da a la nuestra, por lo que, si quiere, se puede gozar lo que surja aquí.
—¿Te gusta esa chica? ¿Es eso? —inquiere suspicaz.
Callen siempre yendo directa al grano. No, lo de ella no es andarse con rodeos o intentar ser menos…
Menos ella, menos directa, a eso me refiero.
Alzo los hombros evitando darle una respuesta. Una que alimente sus conjeturas.
—Es interesante —expongo.
Interesante es una buena forma de definir lo que me hace sentir Paula. Digamos que esa forma que
tiene de comportarse, de actuar y de buscarme las cosquillas, cada día me tiene más intrigado.
Presiento que Paula es como una cebolla, tiene capas y capas antes de llegar a lo que de verdad es ella,
estoy convencido de que es de esa manera.
—Anda, sube antes de que esta vieja tenga que ir a buscarte. Compartamos una copa del mejor whisky
irlandés que tengas por ahí. —Entra en su piso dejándome a solas con mis pensamientos.
Si Duncan o Maela escuchasen la referencia que acaba de hacer mi tía del whisky , les daría un
soponcio. Ellos, que defienden el whisky escocés como si les fuese la vida en ello. Cosas de las raíces y
todo eso.
Antes de entrar y echando un nuevo vistazo al piso de Paula —ejem, ejem—, sin indicios de la susodicha,
entro en el piso y escondo la botella de whisky en la americana. Es una soberana tontería, porque,
vamos, soy mayor de edad y no tengo que esconder eso de que me gusta compartir una copa de vez en
cuando con mi tía. Aunque ella os podrá contar que le gusta más a ella que a mí, el beber y el hablar,
ambas cosas.
Cuando llego a la puerta, ya está entreabierta y dentro se escucha la misma canción que estaba
sonando en el piso de Paula.
—¿Os habéis puesto de acuerdo o qué?
Mi tía me sonríe de soslayo y mientras espero una respuesta, una que me dé alguna pista de lo que
suena, lleno dos copas y le tiendo una antes de tomar asiento en uno de los enormes sofás que hay en el
salón.
—Carla estaba cantando esta mañana esta canción. Hemos salido a caminar y la ha comenzado a
tararear durante nuestro paseo por O’Connell Street. Le he preguntado quién era el artista. No entendía
nada de lo que decía porque cantaba en su lengua. Sonaba bonito incluso sin entenderla. Es ridículo —lo
es, aunque me abstengo de mencionar nada al respecto—. No me mires de esa forma.
—¿De qué forma?
—Como si te estuvieses burlando de tu tía. Tengo más años que tú, puedo hacer cosas ridículas sin que
nadie se burle.
—Nadie se burla —añado—. Lo juro.
—Mentiroso.
—Solo un poco y cuando me conviene —apostillo—. ¿Quién es?
Mi tía suspira y se debate entre mandarme al carajo por mi sonrisa socarrona o terminar de contarme la
historia. Al final, cede, porque me quiere y porque sabe que nunca habrá maldad en ningún gesto que
tenga para con ella.
—Es un tal Andrés Suárez, ¿lo conocías?
¿Yo? ¿Por qué debería conocerlo?
—No, nada. Ya sabes que lo mío no es la música.
—Ya, claro, lo tuyo es espiar agazapado tras un muro.
—Yo lo llamo observar e investigar.
—¿Las habitaciones contiguas?
—Las posibles consecuencias de tener una vecina como Paula.
De forma lenta y premeditada, mi tía se lleva la copa a los labios, le da un largo sorbo, no aparta la vista
de mí y, al finalizar, sonríe. La he cagado.
—Ya sabía yo que en algún momento aparecería una chica a tu altura. Me alegra que haya llegado ya.
Os lo advertí. Y la culpa es solo mía. Yo solito me he metido en la boca del lobo. A ver cómo salgo de
esta.








CAPÍTULO 9
A VER CÓMO SALGO DE ESTA
Paula


A ver cómo os revelo esto sin que suene… Sin que suene excesivamente a Paula.
Llevo trabajando con Ihan una semana y no hemos tenido nada de mambo, ¿me explico? Seguro que sí.
¿Sabéis esa sensación de quiero y no puedo? Odio la vida de adulta, si fuese una adolescente
hormonada, me la sudarían las notas y estaría todo el día pensando en la manivela, lo que pasa es que hay
muchos frentes abiertos y no quiero decepcionar a nadie, ni siquiera a mí misma.
Intento concentrarme por decimoquinta vez en los contratos que tengo frente a mí. Lorna, con toda la
buena fe del mundo, la pobre, me ha enviado archivos y archivos con contratos, actas, facturas, informes y
un sinfín de cosas que hacen que me explote la cabeza.
La verdad, lo que hacía en la otra empresa no le llega a la suela de los zapatos a esta. Son meticulosos
hasta decir basta, cosa que me encanta y me llena de satisfacción, porque el trabajo, o se hace bien, o no
se hace. Lo malo es que estoy hundida en la mierda. Literal. Cuando alzo la cabeza, solo veo cacas. Es
más, he soñado que unos truños mortíferos me perseguían y en ellos había nombres de hoteles y firmas de
Duncan, Axe e Ihan.
Una llamada entrante me saca de mis catastróficos pensamientos.
—Si necesito ir a terapia, lo cargaré en la cuenta de estos tres machotes.
Lorna se carcajea al otro lado a pesar de que dudo que sepa lo que quiere decir la palabra «machote»,
aun así, se lo agradezco.
—Tú puedes —me anima. Qué bonita que es, tiene lo mismo de bonita que de ilusa.
—Sigo sin saber cómo has sobrevivido a esto sin perder la cabeza por el camino.
Ella parece dudar al otro lado. Me la imagino alzando la vista y mirando al techo y eso es justo lo que yo
hago. A ver si va a ser que la respuesta a todo está en la pintura que tengo encima y yo comiéndome la
cabeza.
Pues no, vacío.
—Es cuestión de costumbre. Piensa que a ti también te resulta difícil porque acabas de empezar y
tienes que empaparte de todo lo que ellos se traen entre manos.
—Estos chicos son como Bill Gates o el de Facebook, no sé cómo no salen en las revistas. —Por un
microsegundo me imagino a Ihan en una portada, con esa pose de chulaco que se gasta, con esas gafas
de sol que tan bien le quedan y en traje o en camiseta, polo, vaqueros… No me pongo exquisita en cuando
a moda se refiere, ya veis qué buena de boca soy.
—Ellos pasan bastante de ese tema. No son así.
La puerta se abre sin tocar y me sorprende ver al dueño de mis pensamientos incendiarios ahí, frente a
mí. Con un traje azul y una corbata roja. Todo digno, como es él.
—Tranquilo, entrar sin llamar es lógico y normal para cualquier persona de este mundo. ¿Nadie te ha
enseñado a comportarte de forma civilizada?
—Depende.
No respondas: «¿De qué depende?», porque te va a soltar una de las suyas.
—¿De qué depende? —Y caigo.
—De dónde tenga que aplicar dichas normas. En el dormitorio, por ejemplo, me gusta saltármelas todas.
Sonríe, vaya que si lo hace, de medio lado y como tanto me gusta a mí. ¿Os he contado alguna vez lo
guapo que es? Si lo he hecho, perdonadme por ser pesada, lo que pasa es que Dios le da pan a quien no
tiene dientes. Y yo tengo mucha hambre. En cualquier sentido, mi barriga puede dar fe de ello.
—Ihan, estoy aquí, aunque no me veas. Sería un buen momento para que evites temas de índole sexual
porque a nadie le interesan.
A mí un poco sí, ¿para qué negarlo?
El susodicho cruza una mirada conmigo, una mirada que, de primeras, sé que ahonda dentro de mis
pensamientos, intentando leerme y sé que lo consigue porque su siguiente comentario da en el clavo.
—Me atrevo a decir que aquí hay alguien de cuerpo presente a quien sí le interesa esa índole sexual. —
Trago con fuerza. Me interesa, obvio, pero, en este momento, me puede la responsabilidad.
—No veo a nadie por aquí que dé indicios de ello. —¿Creéis que se me da bien mentir? Del uno al diez,
¿cuánto me pondríais de nota?
Antes de que él pueda añadir nada, y tire por tierra mis palabras, Lorna se sumerge de nuevo en el
trabajo. He anotado una hoja completa de dudas y se las expongo bajo la atenta mirada del que es mi jefe.
Parece satisfecho cuando Lorna cuelga la llamada.
Nos retamos unos segundos, es lo que mejor se nos da del mundo mundial. Y aguardamos a que uno de
los dos exprese lo que se le pasa por la cabeza. Me encantaría poder levantarme, acercarme y tocarle esa
barba de varios días que lleva. Es hechizante.
—Y bien… ¿Cuál es el motivo de que me honres con tu presencia?
Ni se estremece.
—¿Qué hay de malo en que venga a hacerle una visita a mi nueva empleada?
Me cruzo de brazos y analizo la situación, buscando la trampa.
—No te fías de mí, ¿es eso? —indago.
Ihan se pasea por el despacho con las manos tras la espalda, en una actitud distendida.
—¿Has almorzado?
—¿Perdón? —No ha respondido a mi pregunta, lo cual indica que puede ser cierta mi conjetura.
—Anna me ha contado que no has salido a almorzar en toda la semana. —Anna es una chismosa de tres
al cuarto—. Y que tampoco has pedido comida, lo cual me lleva a la magnífica conclusión de que esta
semana no has almorzado. La base de una buena nutrición es…
—¿En serio piensas darme una charla sobre alimentación saludable?
Se planta frente a la mesa, coloca ambas manos sobre ella y recorta la distancia. Comer comida
saludable podría pasar por mordisquear sus labios, ¿verdad? Eso no engorda ni tiene colesterol, tampoco
grasas saturadas, no entiendo cómo no añaden eso a un libro de cocina, se forrarían. Yo lo veo.
—Si con ello consigo que dejes de actuar de esa forma, y te preocupes por ti, sí. Estoy más que
dispuesto a darte una charla al más puro estilo padre.
Trago el nudo que se forma en mi garganta tras pronunciar esa palabra.
Mi padre no está. Mi madre tampoco. Y, a pesar de que hace tiempo que las cosas son así y que la
ausencia está presente en mi vida, sigue doliendo. Hay pérdidas que, pase lo que pase, no se superan.
Solo se aprende a vivir con ese dolor día a día.
—Vale —claudico.
No se espera esa respuesta por mi parte, ya que, por norma general, rebato todas y cada una de las
frases que formula, al menos, esas que creo que están sujetas a contrataque. Tampoco penséis que soy
una chalada y una deslenguada sin cabeza. Soy eso, pero con lógica y tal.
—He venido para invitarte a almorzar.
Dudo unos segundos. ¿Me habrá jugado la cabeza una mala pasada y habré escuchado mal?
—Invitarme a comer —lo repito por si acaso.
—Exacto. Soy un jefe considerado, tal vez el mejor jefe que hayas tenido. —No podría haber expuesto
nada más acertado—. Y que tendrás. —Como si conociese el futuro—. Por lo que coge tu chaqueta, ponte
esas zapatillas y mueve tu precioso culo hasta la salida.
—¿De verdad acabas de nombrar mi culo? —En general, no salgo de mi asombro.
—Lo he nombrado porque no puedo morderlo.
Válgame el Señor. Calor. Fuego. Lanzarme a sus brazos. Alimentarme de sus besos. No veo nada malo
ahí, la verdad.
Se da media vuelta y cierra al salir.
Vale. Tiene razón. Llevo una semana hundida en la más absoluta miseria, saliendo tarde y trabajando
sin parar. No hay nada de malo en comer con el jefe, puede ser una comida de negocios, además, tampoco
me ha importado mucho lo que digan los demás respecto a mí. Te van a criticar actúes bien o lo hagas
mal. Pues eso, que me calzo y cojo la chaqueta y salgo.
Cuando lo hago, Anna cruza una mirada conmigo y la amenazo de muerte con mi dedo índice, con
sutilidad y sin acritud. Ella se recoloca en su asiento, joder, se lo ha tomado en serio, cree que soy una
mafiosilla, ¿tengo pinta de eso?
—Es coña —le suelto.
Asiente poco convencida. Tendré que explicarle que no soy una asesina en serie ni nada por el estilo.
Ihan se acerca y pulso el botón del ascensor. Su teléfono suena y lo saca solo un poco del bolsillo
interior de su chaqueta antes de volver a guardarlo.
—¿Tus escarceos amorosos?
—Puede. —Me guiña un ojo, y relego a lo más recóndito de mi mente esa pequeña punzada que acabo
de sentir. Como si me importase un carajo su vida.
Salimos a la calle sin pronunciar palabra alguna. Ihan coloca su mano en la parte baja de mi espalda, de
una forma caballerosa y, a su vez, extremadamente indecente.
Me guía hasta una cafetería y, cuando entro, dudo en volver a marcharme.
—Pensaba que lo de comer era en serio. No sabía que quisieses quitarme el apetito.
—Como todo en la vida, la apariencia puede llevar a equívocos.
Cabeceo afirmando, porque esa es una gran lección y tiene razón.
Tomamos asiento uno frente al otro, y sujeto la carta entre mis manos para hacer algo, algo que haga
que me calme. He estado en mil y una ocasiones con Ihan, hemos pasado tiempo, la mayor parte de él,
desnudos, lo que sucede es que ahora tenemos mucha ropa encima y me da la sensación de que estoy más
desnuda que nunca. A ver cómo salgo yo de esta situación.
—Pues se ha quedado buena la primavera. —Sí, esta es la mejor forma de salir del paso, claro está.
—¿Acaso Paula San Marcos está nerviosa? —Ihan retira la carta de entre mis dedos, recorta la
distancia, trago y lo observo.
Lo estoy, pero no por los motivos que creéis, es que…, no sé, ¿y si resulta que me conoce y le parezco
estúpida? ¿Y si desaparece toda esa magia o esa chispa que sentimos cuando lo que hacemos es otra cosa
y mucho más indecente? Y por encima de todo: «Paula, ¿dónde ha quedado eso de que debes dejarte
llevar y actuar como te apetezca en cada momento?». Y no solo eso, ¿por qué coño tengo que estar
pensando en nada de esto cuando es una relación profesional e Ihan solo me gusta para lo que me gusta?
—Solo estoy desconcertada. Por norma general, en estas situaciones…
—Situaciones que nunca se dan porque huyes o me atas y huyes —acota.
—Exacto.
—No pienso interrogarte. Tampoco pienso apuntarte con mi pistola. —Y sonríe.
—¿De qué hablamos? —lo provoco. En este terreno me muevo de lujo.
—¿Estás cómoda trabajando aquí? ¿Viviendo aquí? —Parece que mi pregunta la ha interpretado de otra
forma bien distinta y no como yo pensaba que haría.
—La verdad es que estoy genial. Necesitaba… —balbuceo—. Aunque no lo creas, necesitaba este
cambio. —Cambiar de aires, salir de Vigo, dejar la casa de mis padres y olvidarme de la ausencia que hace
que cada mañana me plantee por qué la vida hizo esto. Por qué la vida a veces hace cosas que no nos
merecemos. Estoy convencida de que Ihan piensa eso también por su pérdida.
La vida es una jodida batalla constante. A veces te sientes victoriosa y otras sientes que te ahogas y
hundes y que no hay válvula de escape.
—¿Sabes? Al principio tuve mis reparos contigo. —Me mantengo alerta por lo que vaya a soltar al
respecto—. No es que no confiase en tus capacidades ni mucho menos, es solo que siento que me cuesta
leerte. Me intrigas y me mantienes alerta a partes iguales. —Permanece unos segundos más en silencio—.
Eres como una jodida ecuación matemática.
—¿Las matemáticas se te dan bien?
—Soy el mejor en todo, descarada.
Pongo los ojos en blanco.
Ihan siempre me da una de cal y una de arena.



CAPÍTULO 10
UNA DE CAL Y UNA DE ARENA
Ihan


He soportado una semana de forma estoica sin pasar por el despacho de Paula, agarrarla de la mano y
tirar de ella para que saliese a comer.
Anna tenía la orden directa de llamarme cuando Paula saliese, no con la intención de ir tras ella y
atosigarla, tampoco controlarla o de propiciar un encuentro fortuito y terminar compartiendo un almuerzo
casual, solo necesitaba saber que estaba bien y que se alimentaba como es debido. Y, por si os lo
preguntáis, no, mi tía no tiene nada que ver en mi comportamiento.
Cuando la idea de que Paula formase parte del equipo de trabajo tomó forma de verdad, cuando llegó a
Dublín y a la empresa, no pensé ni por un solo momento que fuese a ser una trabajadora tan entregada,
tanto que ha dejado de lado todo lo demás.
Hay noches en las que ella ha llegado incluso más tarde que yo y se ha metido directamente en la cama,
sin cenar con mi tía Callen, que ha hecho de esas cenas una costumbre para los cuatro.
Y todo esto me lleva hasta este punto en concreto. No pensaba dejar que hoy tampoco saliese y, visto lo
visto, es justo lo que va a suceder.
—Habrá algo que se te dé mal. Es imposible ser bueno en cada cosa que hagas.
Finjo pensar durante unos segundos, postergar el momento y crear una especie de duda o expectación.
Cedo antes de lo esperado.
—No —resuelvo con certeza—, soy bueno en todo. Extremadamente bueno —matizo con vehemencia.
Bate sus pestañas y pone los ojos en blanco cuando finalizo la frase. Me encanta ese pequeño gesto de
ella, lo hace de una manera tan natural que es imposible no caer rendido a su embrujo.
—Porque tienes a tu tía, si no… —Deja la frase en el aire, y ambos nos percatamos de lo que pensaba
añadir y no lo hizo.
—Y doy gracias cada día por tenerla.
Paula traga y asiente desconcertada. Me gustaría que me preguntase por mi vida, que ahondase en ella,
que tuviese curiosidad, porque, como bien dije antes, cada vez que las cosas se ponen serias o da pie a
ello, huye. No creo que sea algo generalizado, porque he visto que con Gabriela y con Carla se entrega sin
dudar, se deja ver tal y como es ella, sin reparos, no obstante, conmigo es como si mantuviese las
distancias para que la relación no vaya más allá, ni siquiera como amigos. Porque eso es lo que somos,
¿no? Amigos…
—¿Puedo preguntarte algo?
Parece titubear. Observa el espacio, y estoy convencido de que está rezando para que llegue el
camarero y nos interrumpa.
—No sabía que el almuerzo fuese una excusa para un interrogatorio.
—Y no lo es —decreto. Dejo la carta a un lado y apoyo las manos sobre la mesa—. No es necesario que
respondas y, si no quieres, tampoco es necesario que formule pregunta alguna, si te incomoda.
Le doy la opción de elegir. Siempre lo haría, por encima de todas las cosas.
—Tranquilo. ¿Qué quieres saber?
Todo.
—¿Cómo conociste a las chicas? Me refiero a…
—A Gabriela y a Carla. —Paula parece respirar de nuevo cuando entiende los derroteros de la
conversación. Asiento—. Nos conocimos de pequeñas, en el colegio. Yo… Bueno, yo estaba todo el día
metida en problemas. Mis padres… —Desvía la mirada y traga con fuerza, al menos sé que no perdió a sus
padres tan pronto. No sé si eso es un consuelo o no lo es, pero me reconforta de cierta manera que haya
podido pasar tiempo con ellos, vivir de alguna forma su vida, sentir que forma parte de una familia.
Quisiera saber más, sin embargo, algo me dice que es pronto, que Paula necesita espacio para abrirse a
mí y que eso supondría un antes y un después en nuestra propia relación—. Mis padres se mudaban de
forma constante. Mi madre estaba enferma y buscábamos a alguien que pudiese ayudarla. Acabamos en
Vigo, me matricularon en el mismo colegio que ellas y, la verdad —matiza—, no sentí ganas de aplastarlas
cuando las conocí. Me parecían unos bichos raros, y yo era un poco eso también, solo que me escondía
bajo la máscara de niña malota que pegaba a todo el que tuviese el descaro de enfrentarse a ella.
—Y sigues siendo malota. Eso no ha cambiado.
Me sonríe de forma condescendiente y con sus ojos sé que me agradece que no pregunte nada sobre las
pinceladas que ha dado sobre sus padres.
—Cierto. Lo sigo siendo —bromea—. Por aquel entonces, Gabriela y Carla eran como son hoy, solo que
un poco más ingenuas. Y, ojo, que es un cumplido, porque siguen siendo tan buenas personas como lo
fueron de pequeñas. No cambiaron, el dolor no las hizo cambiar. —Como a ella—. Como a mí.
Alargo mi mano y la llevo hasta la suya. Observamos nuestros dedos, que se rondan con determinación,
buscando la forma de acoplarse hasta que se entrelazan.
—El dolor, en cierto modo, nos hace sentir vivos —afirmo.
—Y también nos enseña a valorar la vida. Lo efímera que es.
Con las manos aún enlazadas, llega el camarero a tomarnos nota. Paula me observa de refilón mientras
le indico al chico lo que quiero, y ella aprovecha para pedir lo mismo.
—Ni siquiera había mirado la carta —apunta.
—Eso es por lo guapo que soy. Eres incapaz de dejar de mirarme.
—Presuntuoso también eres un rato.
—Puede. Sin embargo, no lo has negado. —Alzo las cejas, y se limita a dedicarme una de esas sonrisas
que hacen que sea imposible apartar los ojos de ella—. ¿Sabes? Intento imaginarte como una matona y, la
verdad, creo que sería tu profesión ideal —bromeo.
Paula niega y me sonríe de soslayo.
—No me gustaba estar enfadada con todo el mundo —explica retomando el tema. Me sorprende que
haya sido ella la que lo haya hecho y no porque yo haya preguntado más. Es un gran paso—. No entendía
nada de lo que sucedía y no quería mudarme. Cada vez que hacía nuevas amigas, tocaba partir. Eso para
una niña es una auténtica mierda. Imagínate ser la nueva cada semestre. Te miran de forma extraña,
como si tuvieses tres cabezas, y se burlan de ti. Los niños son unos jodidos cabrones sin corazón.
—No todos —murmuro.
—No, eso fue lo que hizo que Carla y Gabriela se convirtiesen en mis personas favoritas. Me encantaría
que hubieses visto a Carla en esa época. Esa renacuaja dándote consejos, tal y como es ahora. A veces
pienso que ellas llegaron a mi vida para salvarme. —Desvía de nuevo la mirada y juega con la carta casi
sin darse cuenta. Lo dice en serio, sé que ella siente que Gabriela y Carla la salvaron y, en cierto modo, es
así, porque sentirse solo, perder y saber que esa pérdida no podrá verse sustituida por nada ni por nadie
es jodido. A eso me refiero cuando digo que agradezco cada maldito día que mi tía estuviese conmigo.
—Mi tía también me salvó —le cuento.
—Lo sé —sentencia sin dejarme seguir—. No tenía ni la más remota idea… —La frase queda suspendida
en el aire. Ambos sabemos a lo que nos referimos, no obstante, Paula no sabe si seguir es bueno o es
mejor dejar los fantasmas encerrados bajo llave.
—Es normal. —Alzo los hombros para que entienda que no es un tema a evitar—. Ni siquiera sabes cuál
es mi comida favorita.
—Eso tiene fácil solución —apunta.
—¿Qué propones? —inquiero emocionado. Vale, no debería, pero suena divertido.
—Pues…
Su propuesta queda sin pronunciarse porque Paula alza la cabeza y algo llama su atención. Levanta la
mano y comienza a moverla como si estuviese en un concierto y tuviese una luz de esas que chisporrotean
entre sus dedos.
—Es Anna.
Finjo un mohín de lo más lamentable, y ella me enseña la lengua. Adiós a nuestro pequeño momento de
intimidad.
—Esto no queda así.
—Hazte a un lado, bomboncito —me reta. Y, con esas simples palabras, me saca una carcajada—. ¡Anna!
—grita.
No me giro para ver si la susodicha nos ve o no, solo sé que los tacones resuenan hasta que se coloca a
nuestra altura. Aprieta una carpeta contra su pecho.
—¿Has traído trabajo? —inquiere Paula—. Eres más obsesiva que yo.
—Al menos salgo a comer —bromea lanzándole una pulla.
—Ese ha sido un golpe bajo.
Paula da un par de golpecitos en el sofá para que Anna se siente a su lado.
—Oh, no, no —niega rechazando la oferta—, no quiero molestar.
—No interrumpes nada. Ihan es un incordio y seguirá siéndolo, estés presente o no lo estés. —Me cruzo
de brazos, ofendido—. Qué mal lo haces —me pincha buscándome las cosquillas.
—Será lo único.
Anna abre los ojos, desconcertada. Mierda, es que no puedo callarme cuando Paula está cerca. Tras
esto, mi secretaria va a pensar que soy un puto degenerado. Cosa que es cierta, pero hay que mantener
las formas de cara a la galería. De nada vale dar un discurso sobre que tus empleados sepan lo que
quieres que sepan y luego hacer comentarios con doble intención y que los entiendan.
Carraspeo, y Paula sonríe de oreja a oreja como si para ella ese comentario hubiese sido una victoria.
Me pone cardiaco, en serio, en este momento la tumbaría sobre esta mesa y le haría de todo. Un todo muy
sucio.
El camarero se acerca y frente a nosotros deposita un par de platos combinados con verduras, carne y
patatas llenas de especias. El olor que desprende la comida es delicioso.
—¿Quién se quiere casar ahora con su plato? —pregunto.
—Yo, por supuesto. Le entregaría mi virginidad, si la tuviese —responde cogiendo el tenedor.
El silencio se abre paso entre los presentes y solo es roto por el sonido del bolígrafo del camarero.
—Vaya, pues se ha quedado buena la primavera —ironiza una vez más Paula.
—Anna, ¿sabes qué quieres para almorzar?
Alzo la vista de mi plato y miro al camarero. Mi secretaria tiene entre sus dedos la carta y le da vueltas
sin apenas prestar atención a las letras. Está más tensa que tras la mesa de su despacho cuando llego.
—Pues… —Duda un par de segundos sin mirar al chico—. Tomaré lo mismo que ellos. —Le tiende la
carta sin hacer contacto visual y mira hacia afuera.
El chico en cuestión intenta recomponerse del desplante que le acaba de hacer y se marcha con la poca
dignidad que le puede quedar en el cuerpo.
—¿Qué ha sido eso? Con lo respetuosa que tú eres… —Paula no termina la frase y me temo que ha sido
culpa mía porque le he dado una pequeña patada por debajo de la mesa—. ¿Qué? —me pregunta.
No sé si lo hace para ponerme en ridículo o porque no pilla la indirecta.
—Nada, se te va a enfriar el almuerzo y el cordero frío no es comestible. —Ya estoy soltando excusas tan
malas como la de la primavera.
Al primer bocado que da Paula, se me cae el tenedor sobre la mesa. Por si no es suficiente con que una
clave su vista en mí, ahora tengo a dos mujeres haciéndolo.
—No ha sido nada —me defiendo. Nada que se pueda explicar con palabras porque ese gemido… Madre
mía, ese gemido—. ¿A que las apariencias engañan? —pregunto haciendo alusión al sitio y llevando la
conversación y mis sucios y pecaminosos pensamientos hacia otro lado.
—Cuando entré, pensé que era un antro de mala muerte, lleno de bichos y con las mesas grasientas. Tu
jefe tiene razón. —Se dirige a Anna—. La comida es deliciosa.
—Y las apariencias engañan —aseguro.



CAPÍTULO 11
Y LAS APARIENCIAS ENGAÑAN
Paula


Anna permanece impasible a mi lado. No hemos tenido la oportunidad de almorzar juntas estos días por
eso de la obsesión y tal, ya sabéis, sin embargo, por las mañanas hemos compartido varios cafés y me
parece una chica increíble.
Vive con su madre y su abuela en un pequeño barrio, me dijo el nombre, perdonadme por olvidarlo,
debería empezar a tomar nota de esas cosas porque lo que parece es que no prestaba atención, cuando la
realidad es que los nombres de los lugares se me dan de pena.
Mi compañera observa el local y juguetea con el bajo de su chaqueta, incómoda, supongo que tiene que
ver con que Ihan esté aquí, inspeccionándonos impasible y analizando cada movimiento o la ausencia de
ellos.
Cruzo una mirada con él y le pido que pare, me devuelve una sonrisa cómplice. Tan mono cuando
quiere…
Al principio, cuando me consultó si podía preguntarme algo, no barajé la opción de que quisiese saber
algo de mi vida personal. No sé, quizá esperaba una pregunta menos íntima, algo más banal relacionado
con Vigo, con mis viajes o con mis aficiones. Mi anterior trabajo… Cualquier cosa menos esa. La cuestión
me pilló desprevenida y estuve a punto de inventarme todo.
El propio Ihan lo ha contado en determinadas ocasiones, he huido cuando las cosas han tomado un cariz
diferente y ha ganado intensidad y, hoy, tal vez fuese el hambre voraz que tenía o las ganas de hablar con
alguien de algún tema que no fuese laboral que solo sentí la necesidad de hablarle de mí, de las chicas y
un poco de mis padres.
Os parecerá una soberana estupidez, sin embargo, estoy segura de que Ihan empatiza conmigo en
cuanto a la pérdida de mis padres se refiere. Sabe lo que se siente y lo mucho que cuesta salir adelante
con ese dolor en el pecho que notas cuando los recuerdas y me temo que eso sucede cada día.
—La compañía es grata, señoritas, pero hay asuntos que requieren mi presencia —aduce Ihan.
Se incorpora y se abotona la chaqueta a la perfección, sin apartar la vista de mi cuerpo y eso me hace
estremecer. De verdad, parece uno de esos CEOs todo elegante y apuesto, con el rictus serio, que le da un
aire de formal y sensato.
Me incorporo para seguirlo, pues tiene toda la lógica del mundo que, si él ya ha almorzado y ambos
salimos a la misma hora, lo acompañe de vuelta. Eso y que no me apetece parecer una caradura.
—Voy contigo.
Ihan alza la mano y me frena antes incluso de que me ponga en pie.
—Hazle compañía a Anna, tómalo como una compensación por no haber salido a almorzar en toda la
semana y por haberte quedado hasta tarde cada día.
Asiento, un poco aturdida por sus palabras, y le agradezco el gesto.
Sé que tengo mucho trabajo esperándome y también sé que debería rechazar la oferta y regresar.
Siendo honesta, me apetece pasar un rato con Anna y relacionarme con algo más que con papeles, como
las personas normales. Y evitar estar a solas con Ihan porque, no es que no lo sea, pero lo he visto más
humano y me he visto más yo con él de lo que suelo serlo de forma habitual. Más cercana y eso lo
complica todo, ya me entendéis. Es sano marcar ciertas distancias, más ahora que somos jefe y empleada.
Tal vez por eso no hemos tenido sexo en la última semana y quizá eso sea un acierto, aunque mi cuerpo
reniegue de ello.
Se despide de nosotras con un leve asentimiento, nos quedamos en silencio unos segundos más,
observando cómo abandona la cafetería, y yo, por supuesto, mirándole el perfecto culo que se gasta. Que
sí, que sí, que está muy bien el discurso que os he dado, no obstante, a veces las manos van al pan y los
ojos son como niños, no sé si me explico.
—¿Y bien? —La pregunta de Anna me hace apartar la mirada de él y clavarla en ella.
—¿Qué? —inquiero.
—¿Os conocíais de antes o esto que noto es algo reciente?
—¿Y qué notas? Si se puede saber —ironizo.
—No sé, huele a feromonas —bromea. Sus ojos centellean esperando una respuesta.
—¿Sabes? En el trabajo pareces una secretaria de esas que tienen un palo metido por el culo y en este
momento…
—El trabajo es trabajo, y yo me lo tomo muy a pecho —me corta—. Estamos en la hora del almuerzo; tú,
en el postre. —Señala mi plato vacío—. Eso sí, estoy segura de que sé qué habrías pedido.
—Bah, chorradas.
—Claro, claro.
—Si buscas respuestas, yo también las quiero. —Anna borra la sonrisilla pérfida de inmediato, y me
anoto un tanto por ello—. ¿Por qué has tratado al camarero como si no existiese? —De inmediato sé que
mi pregunta ha dado en el clavo porque vuelve a tensarse y hasta ese moño que lleva parece haberse
puesto más rígido—. Y estaría bien que no me mintieses porque tus gestos lo dicen todo.
Anna se gira y observa la barra, en busca del camarero en cuestión. Yo sigo su mirada y lo encuentro
atendiendo a otra chica, ajeno a nuestro escrutinio.
—Tuvimos algo —responde escueta. ¡Ja! No sabe que odio los resúmenes al máximo.
—Define «algo» y hazlo utilizando más de dos palabras, por favor.
—Una noche, ya sabes. Eso son más de dos. —Me sonríe condescendiente.
Giro la cabeza de nuevo, y el camarero está analizando nuestra mesa, como si intuyese que estamos
hablando de él.
—Es mono.
—No me interesa.
—¿Por qué?
—¿Por qué me preguntas eso? —Me la devuelve.
—Porque no lo entiendo, es guapo y simpático, y tuvisteis algo. —Lógico y normal.
—¿Y eso cómo lo sabes? ¿En tres minutos ya tienes un esquema de cómo son las personas? —responde
escéptica.
—De lo que tengo una respuesta en tres minutos es del mosqueo que tienes, filla[2]. —Lo de «filla» no lo
pilla porque me mira atónita—. Es una forma de hablar, no te he insultado ni nada —me justifico.
Anna suspira y baja la cabeza, de nuevo, encuentra una distracción en la chaqueta y juguetea con ella,
evitando responderme o pensando en cómo hacerlo.
—No me gusta ser el segundo plato de nadie. Respeto el sexo libre y sé que es algo habitual.
—No hay nada habitual —la corto—. Son decisiones que tomamos porque nos apetece, ya sabes,
libertad y esas cosas por las que las mujeres hemos luchado durante siglos.
—Pues lo respeto todo —aduce—, y llámame estúpida, arcaica o imbécil, pero soy de esa clase de
mujeres que se acuestan con un chico porque hay algo más.
—¿Hablamos de una conexión emocional?
—Llámalo como quieras —apostilla alzando la vista y escrutándome con ella—. Conexión emocional,
sentimental… Pensaba que Pól era diferente. Y que, para él, esto también significaba algo más.
Observo de nuevo la barra en busca de indicios de que ese chico, Pól, tenga todas las papeletas para ser
un cabronazo y merecerse un par de tortas, sin embargo, él sigue echando un vistazo en nuestra
dirección, ni siquiera cuando nuestras miradas se cruzan, la aparta. O es muy listo y sabe que estamos
hablando de él o muy tonto y espera que le hagamos algún desplante. O tal vez sea yo la que no pilla lo
que pasa y estoy perdiendo todas mis facultades. Eso también puede ser.
—Así que has decidido castigarlo.
Anna niega.
—No. —Y vuelve a hacerlo una vez más—. No es un castigo, estoy por encima de eso. Simplemente, voy
a seguir con mi vida y espero que él siga con la suya.
—¿Y por qué tengo la sensación de que las cosas no son como tú bien dices?
—¿A qué te refieres? —cuestiona.
—Hablo de que no deja de mirar hacia la mesa, de que, cuando te sentaste, se presentó aquí rápido y
veloz. Hablo de que se dirigió a ti por tu nombre y de que, a pesar de que no estabas sola, no apartaba su
vista de ti, buscando el contacto visual.
Anna suspira de nuevo, se gira y clava sus preciosos ojos verdes en mí.
—Pues ese es el único contacto que va a tener porque no soy de las que perdona con facilidad. Pól tuvo
una oportunidad, yo la tuve con él, ambos la tuvimos, y ya no estoy interesada.
—¿Te gusta otro?
—¿Qué? ¿Por qué me tiene que gustar otro? No es eso —zanja—. Es algo tan simple como que, si no
supo aprovechar la oportunidad cuando se le presentó, no va a estar ahí cada vez que él quiera. He
decidido seguir adelante, fue bonito mientras duró. Y, además, es él el que está con otra. Lo he visto.
Ese último comentario me desconcierta. Sí, parece que es un cabronazo que se merece un par de tortas,
y yo soy una matona, ¿recordáis?
—¿Duró mucho?
—Una noche.
Me carcajeo, no por el espacio de tiempo, sino por la forma en la que lo confiesa y lo sensata que parece
al hacerlo. Como si fuese un mes o un año. Igual.
—Pareces saciada —ironizo una vez más.
Ahora es su turno de reírse y justo ese es el momento en el que llega el susodicho y se planta a nuestro
lado. Anna corta su risa de forma súbita, y yo termino de carcajearme de manera tan falsa que queda
hasta ridícula, era eso o hacerlo yo también y que pareciese que estábamos hablando de él. Cosa que de
verdad sucedía. Hay que disimular y todo eso.
—Si me disculpas —añade mientras se incorpora y se marcha. Lo hace de tal forma que ni siquiera roza
al camarero.
Pól suspira aún con su plato en la mano y la sigue con la mirada. Tal vez esté utilizando la misma
técnica que yo y esté aprovechando para disfrutar de las vistas. Porque Anna tiene curvas, muchas curvas,
y es preciosa así.
—La que has liado —murmuro a la vez que le sonrío.
No responde nada ante mi provocación, solo se limita a dejar los platos, a tomar nota de mi café y a
retirarse de forma sutil.
Mi compañera, que parece haber estado espiando y aguardando a que me quedase sola de nuevo, toma
asiento y comienza a devorar su plato.
—Pues parece que se ha quedado buena la primavera.
Alzamos la vista, nos carcajeamos y, de nuevo, Pól nos observa con… ¿aflicción?
Tendré que investigar un poco más o repartir tortas, eso también.







CAPÍTULO 12
O REPARTIR TORTAS, ESO TAMBIÉN
Ihan


Tal y como le prometí la otra noche, terminé mi jornada laboral pronto y me llevé a mi tía a dar un paseo
por St Stephens Green, recordando viejos tiempos, como ella misma explica.
Ese parque ha sido siempre nuestro favorito. El mío desde pequeño, sin duda alguna. Mis padres
pasaron horas y horas en él, aguardando que dejase de jugar para regresar a casa. Volver aquí cada cierto
tiempo es como dar un paso atrás y visualizarme correteando con mis amigos, tirándoles migas de pan a
los patos o colándome por debajo de los bancos para intentar ver alguna braguita, aunque luego me
llevase una reprimenda y más de un castigo por ello.
Como podéis comprobar, desde pequeño apuntaba maneras. Tía Callen siempre bromeaba con mi madre
al respecto, y ambas coincidían en que sería la perdición de las chicas con esa sonrisa que ellas afirmaban
que me gasto.
—Hace días que no veo a Paula, ¿está bien? —pregunta mi tía con fingida inocencia.
Sus palabras me traen de vuelta al presente, dejando a un lado esos recuerdos.
—Está trabajando demasiado. Jamás pensé que pudiese tomarse tan en serio este puesto. Está rozando
la obsesión —murmuro. Y, a pesar de las connotaciones negativas que puedan tener mis palabras, lo
formulo con orgullo.
—Me recuerda a alguien —matiza mi tía apretando mi brazo—. Tomemos asiento ahí. Y no me mires las
bragas. —Ya sabéis por qué lo dice.
—No sé si podré resistirme. —Le guiño un ojo con descaro.
—He pasado tiempo con Carla en estos días, es una chica increíble, tierna, cariñosa y… soltera.
Bufo ante sus últimas palabras porque ya sé lo que viene después, uno de esos sermones sobre el
matrimonio o el compromiso.
—No me interesa —resuelvo.
—Lo suponía.
—Tú y tu sexto sentido —formulo.
Me dejo caer hacia atrás y estiro mis piernas mientras que mi tía se sienta como si fuese una dama
victoriana. Solo le falta el tocado y los guantes.
—Mi sexto sentido, como bien dices, me cuenta que tus ojos se han posado en otra chica, en una que
comparte pared y, ahora dirás, ¿cómo lo sabes, sabia tía Callen?
—Ya, ya —la corto antes de que me avergüence—, pensaba que el alcohol que subí el otro día a tu piso
calmaría esos pensamientos y esas elucubraciones que haces —bromeo.
—Apenas la conozco, no puedo opinar demasiado sobre ella, eso sí, tengo la ligera sensación de que
atrae poderosamente tu atención, querido sobrino.
¿En serio? ¿En qué siglo estamos?
—Hemos follado. —¿Veis? De vuelta al presente, el verbo follar lo arregla todo.
Mi tía rebufa ante mi forma de hablar.
—Carla me contó algo. —Espero que no fuese acerca del folleteo.
—Carla tiene mucho tiempo libre —bromeo de nuevo—. Y a ti apenas te cuesta sonsacar información —
razono.
Porque no creo que sea cosa de Carla ir aireando nada, es mi tía y sus ansias por saber y por controlar,
pero no de esa forma que imagináis, es algo más sutil, es solo porque quiere nuestra felicidad.
La susodicha se levanta y me tiende el brazo para comenzar a caminar de nuevo, esta vez, en dirección
al coche, lo que quiere decir que vamos a volver a casa porque se acerca la hora de la cena.
—Me alegra mucho que Duncan haya encontrado al amor de su vida y que se haya casado. —Esperad,
que viene lo bueno—. Y que Axe también haya encontrado a alguien. Nunca pensé que ese vikingo con
cara de pocos amigos y más frío que un témpano pudiese caer rendido a los pies de ninguna mujer y
menos escocesa. Tal vez eso quiere decir que ya haya llegado tu momento y que esas citas que te he
preparado, todas ellas infructuosas y una auténtica pérdida de tiempo, solo terminaban como lo hacían
porque estabas esperando a la persona adecuada.
Guardo silencio porque discutir sobre estos temas con mi tía es imposible, siempre querrá salirse con la
suya. Y porque tiene algo de razón. El día que entregue mi corazón a alguien será porque de verdad lo he
perdido por ella.
—Puede que no haya un amor para todas las personas.
—Tonterías —matiza sin que me explique—. Tu madre siempre afirmaba que solo había que esperar a
que esa persona apareciera, porque tarde o temprano lo haría. Alana y yo nos llevábamos unos cuantos
años. Era la primogénita. Yo ya estaba casada mientras que ella contaba con muchísimos pretendientes.
Era una auténtica beldad. Con esa melena castaña, como la tuya; esas pestañas enormes; esa figura que
quitaba el aliento, y su sonrisa. —Trago con fuerza porque me duele haberme olvidado de esos detalles, sé
que mi madre era preciosa por fuera y más aún lo era por dentro, pero el tiempo ha borrado detalles que
me gustaría conservar—. Su sonrisa quitaba alientos. Como la tuya.
—Yo…
Los echo de menos, los sigo echando de menos. Aprieto con fuerza la mano de mi tía y, como si ella
fuese a hacer lo mismo que yo y en el mismo momento exacto, coincidimos y nos presionamos los dedos,
infundiéndonos calma o reconfortando nuestras almas. Asimilando y empatizando un poco más con
nuestra pérdida.
—Lo sé —me corta entendiendo lo que quería pronunciar y no hice—. Lo sé —repite con un tono tan
suave y tierno que me afecta—. Apareció tu padre. Tal y como ella había previsto, algún día llegaría esa
persona sin esperarlo, en un tren, en el metro, en el trabajo o en la puerta de al lado. Tal vez en la boda de
tu mejor amigo o en una cita que te prepare tu tía, una de tantas —apunta con desdén—, y lo supo. No
renegó, no huyó y tampoco buscó excusas, y él…, Dios, era justo lo que Alana necesitaba. Ambos lo eran.
Me sentí feliz y tranquila, ¿sabes?
—¿Tranquila? —Abro la puerta del coche para que mi tía tome asiento a mi lado.
—Tranquila porque sabía que nunca más iba a estar sola.
Quizá eso sea lo que le pase a mi tía, que cree que me siento solo por no tener pareja y de ahí su
obsesión por concertarme citas con las hijas de sus amigas.
—Yo no estoy solo, tengo a Duncan, a Axe y te tengo a ti.
—Y doy las gracias cada día por ello.
Cierro la puerta y tomo asiento frente al volante. Pongo el coche en marcha, y guardamos silencio los
kilómetros que nos separan del parque hasta nuestra vivienda. Mi tía no pronuncia palabra ni ahonda
sobre los sentimientos o la escasez de ellos, tampoco pregunta sobre mi relación con Paula. Se sume en
sus pensamientos de una forma tan natural y sencilla como lo es ella. No hablamos, sin embargo, tenemos
esa confianza como para que no sea imprescindible ni necesario rellenar los vacíos con temas que no nos
interesan, como, por ejemplo, qué tal se ha quedado la primavera.
—¿Por qué sonríes? —inquiere de pronto.
—Estaba… —Trago al rememorar sus pestañas, su sonrisa… Quizá mi madre tuviese razón y esa
persona solo llega cuando tiene que hacerlo, ni antes ni después—. Recordaba una cosa que Paula
comentó en el almuerzo.
Miro a tía Callen de soslayo, y sonríe.
Sé lo que está pensando y sé que, en su cabeza, hay planes de boda. No os digo más.
Entramos en el rellano y nos cruzamos con Arthur, ese vecino que a mi tía tan bien le cae y con el que
tan buena amistad ha forjado en estos meses.
Nunca jamás me he entrometido en los asuntos de Callen, salvo que me pida ayuda de forma directa. A
veces necesita consejo de algún abogado de confianza y, otras tantas, necesita una segunda opinión, pero
con Arthur no hubo nada de eso, le cedió el piso sin casi decírmelo hasta que estaba instalado.
«Buenas vibraciones», fue todo lo que me explicó, y no contradije nada ni puse impedimento alguno, al
fin y al cabo, es su edificio y son sus viviendas. Es ella la que debe decidir y, hasta el momento, no ha
fallado. Y, por encima de todo, porque creo en mi tía y en lo que hace.
—Buenas tardes, Arthur, ¿qué tal ha ido tu día? —El susodicho le dedica una sonrisa reconfortante a mi
tía, y ella le devuelve el gesto colocándose a su lado—. ¿Necesitas ayuda? —aduce señalando las bolsas
llenas.
—No, gracias —alega—. He ido a la compra. ¿Le hacía falta algo?
—Te he pedido cientos de veces que me tutees, esa forma de dirigirte a mí me hace sentir vieja. Y no lo
soy, ¿verdad que no lo soy?
—Para nada —indica Arthur avergonzado—. Es que… me cuesta —finaliza.
—Pues conmigo no, soy tu casera, tu vecina y podría ser tu madre, chico —le expone—. ¿A tu madre la
tratas así?
—No —se carcajea—, me mataría si lo hiciese.
—Entonces ya sabes.
Los observo bromear de una forma distendida y cordial, y entiendo por qué mi tía es tan cercana con él,
es buen chico, amable, simpático y encantador.
Subimos todos en el ascensor, él pulsa el botón del piso tres, y tía Callen y yo pulsamos el seis.
—¿Por qué no subes a cenar esta noche? He hecho berenjenas rellenas como para un regimiento.
Estaría bien, así compartes un rato con las chicas.
Arthur se sonroja, el pobre.
—No quiero molestar, no es necesario. Ellas, no sé…
—Tonterías. —No sabe que mi tía, cuando se empeña en algo, no cesa hasta que lo consigue.
—Yo que tú aceptaría ya, de nada te vale buscar excusas, salvo que quieras que mi tía baje a por ti
dentro de una hora y te suba de la oreja —le aconsejo—. Lo digo por experiencia propia.
No sería la primera vez que mi tía hace algo así o la primera vez que me pone en ridículo frente a
alguien por llevarle la contraria, tiene la cabeza más dura que una piedra y, ya sabéis, es una mujer de
ideas fijas.
Arthur me observa, analizando mis palabras, hasta que al final asiente, a pesar de que no lo veo del todo
convencido.
—Yo llevaré el postre, es más, acabo de comprar unas manzanas que quedarán espectaculares en un
pastel.
Si no fuese porque el ascensor llega en cuestión de segundos a su piso, habría disfrutado de una clase
sobre repostería saludable y esas cosas.
Mi tía siempre ha sido una mujer a la que le gusta la cocina. Tiene muchos libros de recetas y, con las
nuevas tecnologías, investiga y lleva a cabo sus cosas, aunque ella siempre afirma que lo mejor es coger
un poco de cada receta y hacerla suya.
Entramos en el piso y me dirijo a la cocina a por unas cervezas.
—¿Y las berenjenas? —inquiero.
—Estarán listas en un rato.
—Pero…
—Shhh. —Me chista antes de que siga hablando—. Tú y tu cerveza podéis ir a ver el partido de fútbol.
Salgo de allí haciendo el menor ruido posible.
Tía Callen está tramando algo.








CAPÍTULO 13
TÍA CALLEN ESTÁ TRAMANDO ALGO
Paula


—¡Paula! —El grito de Carla se escucha desde este pequeño despacho. He traído cosas pendientes a casa,
nada importante, unos asuntos de última hora que Lorna me ha pedido que revise y que mañana
pondremos a punto.
Tengo que confesar que estoy encantada con el trabajo. Quizá suena absurdo y ridículo decirlo, pero me
siento…, no sé, valorada. Lorna cuenta conmigo, me llama casi tantas veces como lo hago yo, y hemos
adoptado una rutina que me chifla. ¿Hay trabajo? Hasta para un regimiento, sin embargo, eso lo único
que hace es que tenga muchas más ganas de producir.
Además de ello, debo confesar que hablamos, mantenemos charlas que no son profesionales y me
cuenta cosas del castillo y de su vida con Cameron. No me pregunta por nada personal, pues ni ella misma
sabe lo que sucede entre Ihan y yo, si es que sucede algo, claro, porque, hasta el momento, esa lista
inmensa de pros y contras solo se reduce a lo básico, trabajar y poco más. Y yo que pensaba que mi mejor
plan pasaba por fastidiar a este irlandés…
Culpa mía también, porque no he subido a cenar en toda la semana y mucho me temo que Carla me está
llamando a gritos para que esté preparada y no ponga ninguna excusa ridícula.
La puerta se abre cuando estoy a punto de cerrar la carpeta que estaba leyendo.
—Lo siento por ti, pero hoy no te libras.
Os lo dije.
—Tranquila, no pensaba faltar a la cita. Da la casualidad de que hoy sí que tengo hambre —bromeo.
—Tía Callen me ha contado que iba a hacer berenjenas rellenas. Ya sabes que me encantan, son
saludables y estoy convencida de que le quedan deliciosas. A esa mujer todo le queda de vicio, estoy
encantada. Voy a volver a Vigo con diez kilos de más y os odiaré cada vez que tenga que levantarme a las
cinco de la mañana para ir al gimnasio.
Eso es fuerza de voluntad y lo demás es tontería.
—Carla. —La freno antes de que siga avanzando hacia la salida, camina tan rápido y está tan
emocionada que no me deja ni pensar.
—¿Qué? —Se gira y me observa. Analiza mi indumentaria y se percata de que sigo llevando la misma
ropa con la que salí esta mañana de casa—. Deberías ducharte —apunta. Anda, qué simpática.
—Gracias por decirme que apesto y eso. —Le sonrío condescendiente, y ella alza los hombros. Pues sí,
apesto.
Subo las escaleras, y ella me sigue. Entramos en mi habitación y tuerce el gesto cuando ve las maletas a
un lado, llenas, por supuesto. Os dije que no soy nada buena con esto de ordenar, odio hacer la colada y
doblar ropa, no hablemos de planchar porque me salen sarpullidos solo de pensarlo.
—Te ayudaré —se ofrece.
—En serio, Carla, ¿por qué no tienes un cimbrel? Me habría casado contigo.
—Nos divorciaríamos a los diez minutos porque eres insufrible.
—¿Yo? —Me hago la ofendida, aunque no lo estoy, porque tiene razón, aguantarme a mí debe de ser un
trabajo extra que no está remunerado.
Me voy quitando la ropa por el camino y me meto en el baño. Dejo la puerta abierta para poder hablar
con ella. Mientras el agua se calienta, observo que de verdad se va a poner con mi ropa. La quiero mucho
y no tiene nada que ver el interés. Aunque en este momento lo parezca.
—¿Qué has hecho estos días? Te he tenido abandonada. Lo siento.
Carla sigue doblando ropa y ordenando por colores. Es un robot, os lo digo.
—He paseado con tía Callen.
—Sabes que no tienes que llamarla así. No está presente, es innecesario.
—Me gusta llamarla así, es como…, no sé, como si fuese de la familia. ¿Nunca te ha pasado eso de
conocer a alguien y establecer una conexión de lo más extraña?
Parece que de conexiones va el día, antes Anna, ahora Carla…
—No. Soy la rara del grupo, ya lo sabes.
Me meto en la ducha, y Carla se dedica a explicarme los sitios que ha visitado, los postres que ha
probado y los souvenirs que va a llevarle a sus padres.
—Pues no me he perdido nada interesante. ¿Y el vecino? ¿Has vuelto a verlo? —Se hace el silencio en la
estancia, solo roto por el chorro de agua. Saco la cabeza para ver si ha sucedido algo y me encuentro a
Carla con la mirada puesta en la terraza—. ¿Hola? —pregunto.
Ella me mira y sigue como si nada hubiese pasado. Cambia de tema, volviendo a los paseos y las charlas
distendidas.
—Por cierto, he hablado con Gabriela. Llegan en dos días. Te ha mandado muchos besos y me ha pedido
que te pida que, por favor, sigas comportándote.
—A ver —grito metiendo la cabeza bajo el agua. No lo hagáis si tenéis jabón en el pelo porque os lo vais
a comer todo y eso luego os hará tener caca floja. Os lo advierto, sé de lo que hablo. Escupo y termino de
enjuagarme la cabeza y frotarme bien la cara—. ¿Cuándo no me he comportado yo como es debido?
—Todos y cada uno de los días.
—Joder, pero si estabas allá y ahora estás aquí.
—Soy sigilosa como ladrón y gato.
—Lo que estás es mal de la cabeza.
—No sabría yo especificar cuál de las dos está peor.
Carla grita presa de la sorpresa, y yo casi trastabillo. No, esto no me lo esperaba.
—Pero ¿qué…?
—Cojones —finalizo la frase con una palabra malsonante, ya que soy consciente de que mi amiga no lo
hará, por eso de que guarda las formas y tal.
Ihan —mi jefe y, todo sea dicho, mi vecino y, diría, el chico que me follo, no obstante, ya sabéis que no
ha habido mambo últimamente— está apoyado en el marco de la puerta observándome desnuda. Sí, tal
cual.
—Tápate —me pide mi amiga. Está ella más abochornada que yo.
—No pienso hacerlo. —Lo de seguir las normas se me da tan mal como lo de comportarme.
—Música para mis oídos.
—¿Qué haces aquí? —indaga Carla.
Se ha puesto justo delante de mí para intentar ocultar mi desnudez. Ihan se mueve a un lado y a otro, y
Carla hace lo mismo intuyendo sus planes, me lo estoy pasando bomba, la verdad.
—Mi tía me ha pedido que venga a buscaros.
—¿Acaso la puerta estaba estropeada? —insiste mi amiga con tono reprobatorio.
—Era mucho más divertido acceder por la terraza. El objetivo era venir a buscaros y, de paso, si
extraigo algún extra suculento, no sé, algo del tipo secreto o comentarios sobre lo apuesto que soy y las
pasiones que levanto… mejor que mejor.
No veo la cara de Carla, pero sé que ha puesto los ojos en blanco porque la conozco y porque yo he
hecho lo mismo que ella.
—No todo gira en torno a ti, Ihan —le recrimino.
Sonríe con chulería, como si supiese que eso que digo es una verdad a medias. Es consciente de lo
guapo que es y del efecto que tiene en mí.
—Puede que sí o puede que no, aunque apuesto a que, en más de una ocasión esta semana, has pensado
en mí desnudo.
Carla sale como alma que lleva el diablo del baño, avergonzada y con razón porque el tono que ha
utilizado Ihan para exponer la frase, haciendo hincapié en la palabra «desnudo», tiene unas implicaciones
demasiado eróticas. No la juzgo. Creo que estoy mojada y no por la ducha.
—Puede que sí o puede que no. —Jugueteo con mi pelo mientras me pongo una camiseta sin sujetador
debajo.
Él sabe provocarme, y yo también sé hacerlo.
Camino descalza hasta su altura y, cuando llego, paseo mi dedo índice por su pecho con suma
delicadeza. Botón a botón, desciendo hasta que llego a la cremallera de sus pantalones, cuando lo hago,
un leve gemido escapa de su garganta. Está duro, como una piedra.
—Más vale que resuelvas eso que tienes ahí o tendrás que darle alguna explicación a tu tía mientras
cenas… berenjena.
El doble sentido, nuestro juego, eso que nos gusta y nos excita, ese doble rasero es lo que somos y lo
que nos encanta ser.
Sigo de largo y me agacho para recoger unos pantalones de deporte que hay sobre el colchón. Ihan
sujeta mis caderas con fuerza y presiona mi trasero contra su erección.
—Espero que dejes un hueco para el postre. —Y me embiste una vez más, haciendo más que patente
que, esta noche, quizá tenga doble ración de berenjena.



CAPÍTULO 14
DOBLE RACIÓN DE BERENJENA
Ihan


Maldita sea Paula y maldito sea lo cardiaco que me pone.
No era mentira lo que confesé sobre mi argucia al colarme por el balcón. Esperaba encontrarla allí, con
suerte, desnuda o tomarme mi tiempo para desnudarla yo y, de paso, comérmela entera. Llevo todo el
puto día pensando en ella. ¿Qué cojones el puto día? La puta semana.
He intentado ser todo lo razonable que se puede ser teniendo en cuenta que, con Paula, pierdo la
cabeza. Ya no es solo esa tensión sexual que percibo en el ambiente cuando estamos cerca, es lo bien que
me siento cuando estamos juntos y compartimos un rato a solas. Todo lo que provoca en mí su cercanía.
Sabía, desde que la conocí, que todo iba a complicarse por momentos porque despertaba curiosidad en
mí como ninguna otra lo ha hecho.
¿Amantes? Muchas, no tengo reparo alguno en reconocerlo, ya sabéis, quien esté libre de pecado que
tire la primera piedra. Lo que sucede, lo que de verdad me tiene trastocado, es todo lo que rodea a esa
necesidad acuciante de tocarnos.
Me apetece conocerla y me apetece que me conozca. Puede que todo esto sea fruto de esa conversación
que mantuvimos mi tía y yo esta tarde y de esa historia que me contó acerca de mis padres, de lo que
opinaba mi madre sobre el amor verdadero y el destino, que es caprichoso como él solo. O quizá sea ella,
que ha llegado para poner mi mundo patas arriba.
Bajamos las escaleras y nos encontramos con Carla, que está apoyada sobre la barra de la cocina con el
teléfono en las manos.
—Me he olvidado de coger algo —indica Paula—. Id subiendo sin mí.
—Tranquila, te esperamos —apostillo.
Camino hasta la barra y me apoyo en ella tal y como ha hecho Carla, no me molesto en sacar el teléfono,
ojeo el de ella como un espía.
—¿Qué haces? —inquiere molesta tapando la pantalla.
—Me aburría y…, bueno, eres la distracción más cercana que tengo. —Lo de llevar a las personas al
límite se me da de lujo, como podéis ver.
—¿Nadie te ha enseñado que no hay que mirar las conversaciones ajenas? Tampoco entrar en las
habitaciones ajenas por la terraza y todo eso. Sé que te gusta mi amiga, pero podrías disimular un poco.
Su respuesta me pilla desprevenido, a ver, que la relación que tengo con Carla no es de lo más íntima,
apenas hemos compartido algunas conversaciones banales y sé que es la más filosófica del grupo, cosa
que me hace gracia por los piques sanos que forma, hasta ahí.
—¿Cómo sabes eso?
—No lo has negado.
Alzo los hombros.
—Soy muchas cosas en esta vida, ahora bien, un mentiroso te garantizo ya que no.
Ella sonríe y creo que he dicho algo que la ha hecho sentir bien, porque, hasta el momento, tenía el
ceño fruncido.
—Me encanta que te hayas pillado por mi amiga. —Observa las escaleras, y sigo su mirada.
—No lo definiría yo de esa forma.
—Tonterías —sentencia batiendo las manos frente a mí. Es como mi tía, igual, ya entiendo lo bien que se
llevan—. Te gusta Paula, y a ella también le gustas tú, solo que aún no lo sabe o lo sabe y no lo admite.
Abro los ojos mucho más que antes, esta conversación mejora por momentos.
—Paula es especial. Desde el primer día me he sentido perdido, no actúa como las otras chicas, es…
intensa.
Sí, esa es una gran forma de definirla.
—Lo es. Y bajo esa capa de tía dura…
—Y matona —la corto, lo que provoca que la sorpresa también se refleje en el semblante de mi
acompañante—. Me ha contado algunas anécdotas del colegio —matizo.
Eso parece complacerla aún más y, en cierto modo, le da la razón a sus teorías sobre nuestra relación o
lo que sea que tenemos.
—Pues, a pesar de todo eso, es una gran chica. Es honesta, es leal y se entrega cuando tiene que
hacerlo, cuando se siente preparada, lo hace sin dudar.
Guardamos silencio y rumio sus palabras mientras observo a Paula bajando los escalones a saltitos,
ajena a nuestra conversación.
—Me gusta.
Esa es mi última frase, la última afirmación que hago y que provoca que la sonrisa de Carla se ensanche
mucho más.
—¿De qué te ríes? —le pregunta Paula a su amiga cuando termina de descender.
—Ihan se ha disculpado por haberse colado sin nuestro permiso. Me ha prometido que no lo hará más.
Paula busca mi mirada, y alzo la comisura de mis labios. Ni de coña pienso hacer eso, vamos, mucho
menos con la cantidad de cosas que se pueden descubrir, y ella lo sabe.
—¿Listas? —pregunto desviando el tema.
Estoy seguro de que Paula no está muy convencida de que eso sea lo que haya sucedido, aunque lo deja
pasar.
Salimos al rellano y subimos andando, total, es solo un piso.
—Las chicas primero.
—Ni de coña, no pienso pasar y que me mires el culo.
Carla se queda atrás, y Paula sí que pasa delante.
Sus caderas se bambolean frente a mis ojos, y las manos se me van solas.
—Se mira, pero no se toca —me advierte como si me leyese la mente.
—Por ahora. —Carraspeo para ocultar mi comentario y que Carla no me tache de acosador o de
pervertido.
La puerta del piso de mi tía está abierta y les cedo el paso a ambas.
—Lo estás haciendo bien —es lo último que me suelta Carla cuando entra y me deja atrás.
No sé qué estoy haciendo y ni siquiera sé qué debo hacer para que Paula se fije en mí, solo me dejo
llevar y ya está. En cuestiones del destino, no hay nada que hacer. Lo que tengo claro es que no pienso
desaprovechar la oportunidad.
—Ya hemos llegado.
La misma música que sonaba el otro día cuando entré y las encontré bailando retumba en el salón.
—La comida casi está, id poniendo la mesa.
Lo que ratifica mis suposiciones, no tenía nada listo y todo era una argucia para que Arthur se viese en
el compromiso de venir, ahora bien, ¿con qué intención?
No lo veo por aquí, con lo cual, aún no ha llegado.
Comenzamos a preparar los platos y cubiertos, para cuatro, lo que muestra que ellas no saben nada.
—Vamos a ser cinco —les explico.
Ambas me observan como si estuviese de coña, cosa que no es verdad. Mi tía deja sobre la mesa un par
de bandejas con berenjenas gratinadas que huelen que alimentan. Se me hace la boca agua al instante y
creo que en las chicas, esa comida, tiene el mismo efecto.
Un leve toque en la puerta nos advierte de la llegada del nuevo acompañante.
—Yo voy —les indico.
Camino con paso decidido hacia la entrada y abro, encontrándome tras la puerta a un Arthur cabizbajo.
—Ey, ¿qué tal? —pregunto.
Queda un tanto impersonal, lo que pasa es que no lo conozco como para preguntarle, no sé, por su
mascota o qué tal le ha ido en la oficina o en el gimnasio, si ni siquiera sé en qué trabaja el chico.
—Bien.
Le cedo el paso, como a las chicas antes, y él se encamina hacia la cocina. Carla se tensa de inmediato y
su sonrisa desaparece como por arte de magia. Paula le da un codazo que no pasa desapercibido para
ninguno de los presentes y camina hasta mi altura.
—Disimular se me da de pena, ¿verdad?
—¿A qué ha venido eso?
—Luego te explico. —Me gusta que haga planes conmigo, ese «luego» es una promesa velada.
—Siento haber llegado tarde, la tarta se demoró más de lo previsto. —El pobre chico cada vez me
enternece más, es como si se hubiese metido de lleno en una jaula repleta de leones.
—No pasa nada, huele delicioso.
Tía Callen toma asiento presidiendo la mesa, y yo me coloco a su izquierda, Carla hace el gesto de
colocarse a mi lado, y Paula se le adelanta.
—De eso nada. El bomboncito es mío —susurra, y la escucho, aunque me hago el loco.
Me imagino así, ¿sabéis? Compartiendo cenas de este tipo, con mi tía, con ella aquí a mi lado. Soy un
maldito calzonazos, y Axe se va a reír de mí cuando lo sepa.
—Gabriela llegará en estos días —apunta Paula rompiendo el silencio—. Estoy deseando que me
expliquen todo lo de la luna de miel.
—¿En serio? —inquiere Carla—. Porque odias esas cosas.
—Solo quería saber si estabas pendiente a lo que cuento o si tu atención se había centrado en otro
asunto. —Y clava sus preciosos ojos en el invitado de honor, que, por cierto, guarda las distancias con
Carla.
Algo me estoy perdiendo, de verdad.
—No digas tonterías.
Mi tía tiene sus manos bajo la barbilla, y os prometo que está disfrutando de este momento, mucho me
temo que esos planes que tiene para emparejar a su sobrino se han extrapolado a Carla, ahora ella
también es el centro de su atención, con el inconveniente del tiempo, pues ella se marcha de regreso a
España en quince días… En fin, ya entiendo esos planes de última hora.
Nos pide los platos de uno en uno y se los vamos tendiendo. Nos pone una berenjena y ensalada.
Comemos casi sin pensar, por lo que veo, estamos todos famélicos.
—Dios, qué bueno, necesito esta receta —musita Carla—. Cuando regrese a Vigo, será lo primero que
cocine.
—¿Eres española? —cuestiona Arthur.
Carla vuelve a tensarse, y Paula sonríe, llevándose a la boca un trozo de verdura más grande que ella.
—Somos españolas, sí. Ella trabaja con Ihan, sin embargo, yo tengo mi vida allá.
No parece muy contenta con su explicación porque tuerce el gesto. Lo entiendo, es normal, sus amigas
se van a quedar aquí, y ella, bueno, eso.
—Siempre he querido ir de viaje a España. Me gusta su comida y el clima.
—Arthur es un excelente cocinero, Carla, no tendrías que cocinar nunca más —habla la celestina de mi
tía, por supuesto.
—Me gusta cocinar y no soy de las que dependen de nadie.
Se hace el silencio y comienzo a sentir pena por el chico una vez más.
—No seas borde, Carla —apunta Paula. Me ha robado el pensamiento, porque la aflicción que siento por
él es justo por eso, porque ha sonado cortante y brusca—. Si vas a Vigo, te la enseñaremos.
Ahora es mi turno de carraspear.
—Pues eso no sé si será del todo posible, ya que tienes un contrato de trabajo. —El grosero he sido yo
en esta ocasión.
—¿Y? —Pero ¿qué coño? La observo ofuscado por sus palabras. ¿Qué está pensando?—. ¿Acaso estás
celoso? —susurra solo para que lo escuche yo una vez más.



CAPÍTULO 15
¿ACASO ESTÁS CELOSO?
Paula


Por supuesto que por mi cabeza no pasa enseñarle Vigo a Arthur, ni siquiera estoy pensando en cuándo
voy a regresar y, siendo honesta, es lo que menos me preocupa ahora. Estoy aquí, trabajando en algo que
me apasiona, me siento valorada profesionalmente y tengo a mis amigas cerca, ¿qué más se puede pedir?
Bueno, el bomboncito, claro está.
Ihan farfulla algo por lo bajo y vuelve a meterse un trozo de berenjena en la boca, intuyo que para no
soltar lo que se le pasa por la cabeza. Es adorable cuando se comporta de esa forma y sí, me dan ganas de
comérmelo. Literal.
—Calladito estás más guapo —lo incito.
Le he dado pie…
—Diga lo que diga y haga lo que haga estoy guapo, descarada. —Os lo dije.
Nos observamos, intentando retarnos y ver cuál de los dos es capaz de soportar la mirada del otro casi
sin pestañear. Ihan aprovecha para provocarme, pasea la lengua por sus labios y luego clava sus ojos en
los míos. Una corriente eléctrica me sacude y el calor se instala en la parte baja de mi cuerpo al pensar en
las delicias que quiero que me haga con esa lengua.
—Aquí dentro hace calor —apunta su tía.
Vale, somos unos cerdos depravados hasta en silencio y ahora todos los presentes se han dado cuenta
de ello. Qué bien.
—Y tú, Arthur, ¿en qué trabajas? —Desvío el tema y me comporto como una persona que no quiere
devorar a otra. O ser devorada, el orden de los factores…
El susodicho termina de beber y mientras deja la copa vacía en su sitio su semblante cambia por
completo. Estaba tenso, y Carla no ayuda con sus respuestas y tras mi pregunta parece haberse relajado.
—Soy fisioterapeuta.
Uhhh. Masajito para Carla.
—A veces sube y me da algún que otro masaje. Tiene las mejores manos del mundo.
No puedo hacer otra cosa que mirarlas y comprobar si eso que apunta Callen es cierto. No veo nada, ni
magia ni rayos magnéticos ni plumas relajantes entre sus dedos.
—Está bien saberlo, a veces se me contractura el cuello. A Carla también, ¿verdad?
—Ahora estoy estupendamente.
—No lo dudo —ratifica Arthur.
Pues sí, se está quedando buena la noche. Ihan y yo nos miramos unos segundos y sé que ambos
estamos pensando lo mismo. Aquí hay tomate.
—Serviré el postre —me ofrezco.
—Te acompaño —añade mi amiga encontrando una vía de escape.
Comenzamos a recoger mientras Callen le cuenta a Arthur que se ha encontrado con no sé quién y que
va a pasar por su consulta. Nada interesante.
Nos dividimos el trabajo. Carla enjuaga y limpia los restos, y yo pongo todo en el lavavajillas. Le he dado
algo de tiempo…
—Estamos solas, ¿puedes explicarme qué coño te pasa? —Decido preguntar porque, si espero a que mi
amiga pronuncie palabras al respecto, me momifico.
Ella evita el tema, a ver, que no soy estúpida y ya antes, cuando pregunté por él con toda la intención
del mundo, me di cuenta de que no le interesa hablar de nada que tenga que ver con el chico.
—No sé de qué me hablas.
—De tu actitud de mierda con Arthur, de eso es de lo que te hablo.
Comienza a tratar la vajilla con más fuerza, el tenedor ralla la cerámica y no quisiera que pusiese ese
mismo ímpetu en mi cara, la verdad.
—Estás equivocada.
Vaya, ¿dónde han quedado las frases de sobre de azúcar?
—Sí que lo sabes, no te hagas la estúpida conmigo. Nos conocemos desde hace más de veinte años,
Carliña. —Utilizo esa forma cariñosa de dirigirme a ella porque sé que le ablanda el corazón—. Y jamás
nos hemos mentido de una forma tan descarada.
Sujeto su mano y espero su respuesta. Su desafío, lo que sea que vaya a venir a continuación, hasta
clavarme el tenedor.
Carla se rompe. Se rompe y se pega a mi pecho sin dudar.
—Es él, me recuerda a él.
Por un momento es como si mi cara hubiese impactado contra una pared de hormigón armado. Lo sabía,
lo dije el otro día, lo presupuse y también entendí que Carla lo confirmaría cuando estuviese preparada,
aunque haya tenido que llevarla un poco hasta el límite para ello sacando yo el tema a la palestra.
Se separa de mí y afirma una vez más.
—¿Estamos hablando de Martín? El Martín…
—Sí. —No necesito más detalles.
—Carla, ¿cuánto hace de eso?
—Poco.
—¿Te parecen poco cinco años? —Cuento.
Se gira y sigue limpiando los platos como si nada hubiese sucedido.
—No quiero hablar de eso, no ahora, por favor —me ruega recomponiéndose.
Cedo porque ahí fuera hay tres personas esperando por un postre y no es lógico que nos pongamos en
plan «conversación íntima de amigas» dadas las circunstancias.
—Esto no queda así —le prometo.
Ha sonado tan Ihan…
Servimos los platos y continuamos con conversaciones banales. Arthur me parece un encanto y hace
todo lo posible por llamar la atención de mi amiga, que sigue igual, distante, seria y taciturna. Cuando
Gabriela se entere, va a flipar en colores.
Aprovecho para enviarle un mensaje y contarle que tenemos que hablar porque hay noticias frescas y,
de paso, confirmarle que me estoy comportando como una bella dama.
Lo del baño mejor no se lo digo, ¿verdad?
—Ha sido un placer conocerte, Arthur —me despido del chico, que sonríe de forma sincera—. La tarta
estaba exquisita, tal vez puedas hacernos otra otro día.
—Eso seguro —apostilla Callen. Tengo la ligera sensación de que esta mujer es de las mías y se huele
algo y trama maldades varias.
Nos despedimos y bajamos a nuestro piso.
Voy un momento al despacho para preparar todo para mañana salir temprano a la oficina y llevarme las
carpetas que me traje y, cuando regreso, Carla se ha encerrado en su habitación. Está más que claro que
pretende librarse de mi charla, y yo…, yo lo que haré será aunar fuerzas con Gabriela. Esto es así, de la
misma forma en la que actuamos Carla y yo cuando conocimos a Duncan.
Entro en mi habitación y me desvisto. Carla se ha esmerado con mi ropa porque las maletas están
apiladas en la parte baja del armario y la ropa, ordenada y colocada por colores. En serio, ¿quién hace
eso? Yo soy más de enrollarlo en una bola y que se haga la magia —y las arrugas—.
Abro la puerta de la terraza y me visualizo ahí fuera, con una copa de vino y la brisa meciendo mi
cabello. Vamos, tipo película hollywoodiense y eso es justo lo que hago, bajar a la cocina, rellenar una
copa, subir la botella, por si las moscas, y salir a la terraza aprovechando que de verdad el tiempo está
genial.
Apoyo los brazos en la barandilla y observo la ciudad que se abre paso ante mis ojos. Es preciosa. No sé
si estaré siendo poseída por algún espíritu positivista o quizá es que de verdad esa filosofía que he
decidido llevar a cabo me está cambiando, lo único que sé es que estoy disfrutando de esto y que se ha
convertido en una gran oportunidad para mí.
—Buenas noches, descarada.
El vello de la nuca se me eriza al escuchar su voz, ronca y potente, cercana y caliente. Me arde la piel
de pura expectación. Me giro con la intención de sonreír con descaro y convertirme en la Paula
presuntuosa y todo eso queda relegado a un segundo plano porque es que… está ahí, con esos pantalones
cortos que se ciñen a sus muslos a la perfección y sin camisa. ¿Creíais que los oblicuos eran un mito?
Porque yo sí hasta que conocí a Ihan. O hasta que lo desnudé.
—Buenas noches, bomboncito —me recompongo.
Intento no perder la cordura observando y analizando cada centímetro de su piel. Su cuerpo es una
mezcla perfecta y bien podría ser la perdición de cualquiera. Musculoso sin llegar a ser excesivo. Fornido
sin llegar a parecer plástico… Es exquisito.
Se apoya en el pequeño muro que separa nuestros apartamentos y me mira con suspicacia. Se ha dado
cuenta de que lo he estado analizando a conciencia.
—No estarás pensando en saltar, ¿verdad?
—¿Yo? ¿Por quién me tomas? No soy de esos —apunta con fingida inocencia.
Llevo la copa hasta mis labios y le doy un largo sorbo. De pronto tengo la boca seca.
Para cuando dejo de beber, lo veo saltando y se me corta un poco la respiración.
—¡Estás como una maldita regadera! —exclamo aturdida.
Miro la altura y ¡joder! Que son cinco pisos y se puede convertir en puré de irlandés en menos que
canta un gallo.
—¿Estás preocupada por mí?
—Ni de coña. —Retrocedo marcando las distancias cuando salta como si nada, como si hubiese hecho
esto toda la vida. Tal vez saltaba y acosaba a la vecina que tuviese antes de que nosotras llegásemos. Ese
sencillo pensamiento me provoca desagrado.
—Tú y yo teníamos algo pendiente, ¿a que sí?
¿Hablará de su intrusión hace escasas horas en mi baño? ¿De la forma en la que me embestía con la
ropa puesta y mi cabeza imaginaba a nuestras pieles rozándose sin pudor alguno? De hacer croché espero
que no, joder.
—No recuerdo nada.
—Ya veo… Te tenía por una de esas chicas que actúan más que piensan.
Maldito bastardo irlandés.
—Y yo a ti te tenía por un chico de esos que llaman antes de entrar.
Se carcajea y su risa me estremece, os lo prometo, a veces me cuesta razonar cuando lo tengo tan
cerca.
Su mano se aproxima y toma la copa que hasta hace nada estaba bebiendo y la lleva a sus labios.
Espero que le suceda lo mismo que a mí y que esté intentando calmar sus nervios.
—He traído más —le cuento cuando la vacía.
—Chica previsora —musita.
Toma asiento en la pequeña hamaca que hay en el espacio y da un par de palmadas a la que hay a su
lado para invitarme a sentarme con él. No dudo ni un solo segundo en hacerlo.
—¿A qué se debe tu visita? —indago.
Ihan se lleva la botella a los labios y le da un par de tragos más.
—Tenía ganas de verte —finaliza.
Suave, tentador y tierno. En serio, cada día me sorprende más.
Hace meses, cuando lo conocí, me pareció el típico chulo descarado que tanto me pierde. Ya sabéis que
no soy ninguna santa, como se suele decir, tengo calle. He estado con tíos, me lo he pasado pipa y he
huido cuando la cosa se ponía seria por parte de ellos. Ninguno atraía mi atención hasta ese punto, no sé,
si nos ponemos en esos términos de los que utilizan mis amigas, la conexión era inexistente. Carecía de
lógica, tal vez sí, pero no había chispa ni magia ni ansia, anhelo…, nada. Nos limitábamos a un
intercambio sexual, a veces más satisfactorio que otras, y chimpún.
Supuse, de forma errónea, que Ihan sería exactamente igual. Follamos como conejos, todo hay que
decirlo, y la energía sexual se palpaba, no voy a negar que eso sigue sucediendo. Hui de forma divertida,
atándolo a la cama, desapareciendo en mitad de la noche sin despedirnos, dejando una nota y haciéndome
pasar por otra persona, yo qué sé, era un juego que nos mantenía en vela a ambos y, siendo honesta,
esperaba un nuevo encuentro porque era divertido y gratificante, especial, tenía esa chispa que les faltaba
a los demás.
Las tornas cambiaron y ahora me encuentro aquí, en Dublín, con él como jefe y pasándolo bien, y no
puedo negar que lo deseo y, no solo eso, que me atrae de forma poderosa. Solo que esto…, negaré haberlo
confesado, al menos hasta estar segura de que por su parte también hay algo más. No me gustaría ser de
esas que arriesga confesando lo que siente y luego, ¡pum! Otro golpe contra una pared de hormigón. Le
tengo mucho cariño a mi rostro.
Aunque esa última frase puede que exprese algo más que deseo sexual, ¿no creéis? Y quizá es hora de
dejarme llevar con todas las consecuencias.
—Yo también tenía ganas de verte.


CAPÍTULO 16
YO TAMBIÉN TENÍA GANAS DE VERTE
Ihan


Aún no me creo que esa haya sido su respuesta. Me he llevado de nuevo la botella a los labios para
intentar sofocar las ganas acuciantes que siento de tirarme sobre ella y besarla hasta que nos sorprenda
el amanecer. ¿Qué me pasa? ¿Qué me hace? ¿Dónde queda el Ihan que conquista a toda mujer que se
pone por delante?
Ladeo la cabeza y la observo, tan natural y tan tranquila mientras yo estoy tenso y nervioso. Esa es
Paula, la chica que es capaz de controlar el mundo sin que el mundo la controle a ella.
—¿Cuál es tu plato favorito? —¿En serio? ¿Tu plato favorito? Por favor, ¿qué será lo siguiente? ¿Eres
más de carne o de pescado?
Clava sus preciosos ojos en mí, y alzo la comisura.
—Las filloas , sin duda alguna, las filloas . Joder, es que lo pienso y mataría por un plato de eso en este
momento.
Ihan se queda extrañado…
—Acabas de cenar —puntualiza.
—¿Y? Para las filloas[3] siempre hay hueco. Y para los percebes.
—Entonces te gusta la carne y el pescado. —¿Qué? ¿No has aprendido nada de tu primera pregunta y de
los pensamientos que tuviste acerca de ella? Por favor… Me decepciono a mí mismo.
—Sí, ya ves, soy buena de boca. —Tu boca es en este momento mi puñetera perdición—. ¿Y tú?
—¿Quieres saber si soy más de carne o pescado?
—No, quiero saber cuál es tu plato favorito. Ya entiendo a qué te referías con eso de que habíamos
dejado algo pendiente. —Desvía la mirada y observa el cielo como si fuese la primera vez que lo hace.
—¿Decepcionada? —Tenemos algunas otras cosas pendientes de las que no me olvido, lo que sucede es
que necesito conocerla, quiero conocerla y lo demás…, lo demás llega solo.
—No, para nada, sorprendida más bien.
Eso me gusta, esa sensación también me gusta.
—Pues soy de carne y de pescado. Me vuelve loco el estofado irlandés.
—Estofados hay en todos lados, por lo que veo.
—Los hay, es algo muy típico, tiene carne y verduras, ya sabes. Mi tía estará encantada de hacerte uno,
los hace como nadie. —Paula sonríe y me pide la botella para beber—. La sopa de marisco también me
vuelve loco. —¿Y sabes qué más me vuelve loco? ¡Tú!
—¿No cocinas? —me pregunta.
—¿Yo? —Niego—. Salvo que quieras comer algo chamuscado, eso sí que se me da bien hacerlo.
—¿Ves? Sabía yo que no eras bueno en todo, que tenías defectos.
Me carcajeo por su espontaneidad.
—Por supuesto que los tengo, ¿acaso tú no? —Asiente sin dudar—. Haremos algo, yo te confieso un
defecto, y tú me cuentas otro.
—Trato hecho.
—Bien. —Medito unos segundos, buscando algún defecto que pueda desvelar. Tengo miles, de verdad, lo
que pasa es que es una pregunta ciertamente complicada, expresar este tipo de cosas en voz alta es
abrirse en canal—. Soy muy controlador. Es decir —explico—, me gusta el orden, me gusta saber que todo
está bien, me gusta seguir el proceso…
—Eso no es un defecto —ironiza—, eso es un rasgo de tu personalidad.
—En serio, créeme, es un defecto. No querrías verme persiguiéndote como un puñetero obseso para
saber que todo está perfecto y que has hecho las cosas bien.
—Por ejemplo, ¿la colada?
—No sé. —Alzo los hombros—. Nunca he tenido a nadie que me haga la colada y que pueda controlar, ya
sabes, existen tintorerías y eso.
—Así que eres de los pijos que acuden a la tintorería.
—Claro —admito—, los trajes son complicados. Caros y complicados de lavar.
—Ricachón —se burla.
—Y tú, ¿cuál es tu defecto?
Se lleva de nuevo la botella a la boca, le da un largo sorbo y me la tiende, lo que interpreto como un
gesto de complicidad. ¿Qué puede haber más íntimo que dos personas compartiendo una botella de vino y
bebiendo a morro de ella?
—Huyo cuando las cosas se complican —admite a bocajarro—. Tengo miedo al apego.
Giro la cabeza y la observo. Ella evita mirarme, sigue con la vista fija en el cielo. Tengo la sensación de
que, más que un defecto, es una declaración, un manifiesto que deja entrever lo que ha pasado entre
nosotros, lo que es ella. No quiere decir que exponer un defecto suyo no lo sea, lo que sucede es que
entiendo que esto que me cuenta va más allá, hace alusión a nosotros. Y que eso puede tener relación con
sus padres. No soy psicólogo y tampoco quiero serlo, no me malinterpretéis, pero, decidme, ¿no os parece
que tiene cierta lógica? Si no te encariñas, no duele si pierdes.
—¿Qué tiene eso de malo? —Suspira y entonces nuestras miradas conectan. Bate sus largas pestañas,
que, aún a la luz de la luna, se distinguen a la perfección—. Te pierdes cosas cuando huyes. Te pierdes
momentos y personas. —Le tiendo la botella, parecemos dos personas que ahogan sus penas en alcohol y
no, no es nada de eso, somos dos personas que se están conociendo y tal vez, con suerte, enamorando—.
Siempre estás a tiempo de cambiar eso, de no huir, de enfrentarte a lo que venga —insisto.
Paula se incorpora y se sienta frente a mí. La observo con atención, sus labios entreabiertos, su pelo
suelto cayendo sobre sus hombros, su piel morena, sus facciones tan simétricas. Es bonita, en serio,
aunque me repita, es preciosa. Desde que la conocí me lo pareció, solo que ahora va más allá de lo físico.
—A pesar de que no lo creas, eso es justo lo que hago.
Actúo de la misma forma que lo ha hecho ella y me incorporo, quedando frente a frente.
Llevo mi mano hasta sus rodillas y le acaricio la piel de sus piernas. No hay nada sexual en ello, es una
caricia tenue, como si quisiese que nuestras pieles se reconozcan, como si nos hubiésemos echado mucho
de menos.
—¿Y cuál sería una de tus virtudes? —indaga.
Sus dedos van al encuentro de los míos y nos acariciamos con ternura.
—Soy sincero. Si pienso algo, lo digo; si quiero algo, voy a por ello.
—Eso no es sinceridad, eso es ser decidido, ¿no crees?
—¿Piensas ponerle pegas a todas y cada una de mis cualidades?
Paula se echa a reír y, tras eso, hace el gesto de cerrarse la boca con la cremallera, dándome a entender
que no piensa añadir ni un solo inconveniente a nada que diga.
—No, no, ya no me vale, has roto mi corazón y has herido mis sentimientos.
—Pobrecito, ven, que te consuelo.
Me dejo hacer, sería estúpido por mi parte no ceder, y Paula recorta la distancia y me abraza.
No hay nada sexual en el gesto y, la verdad, no lo necesito, esto es mejor, esto va más allá, esto nos une
a otro nivel.
Permanecemos así unos minutos, con un sencillo gesto como este, abrazados, sin más, compartiendo
una intimidad diferente. Tal vez estemos más vestidos que desnudos, sin embargo, en este momento me
siento más vulnerable que en otras tantas ocasiones.
—Y tú, dime una de tus virtudes.
Paula se separa con parsimonia y siento el vacío incluso antes de que nuestras pieles dejen de rozarse.
—Cuando estoy segura de algo, me entrego al cien por cien.
Llevo de nuevo mis manos a sus piernas y las acaricio con ternura y devoción. Su piel se eriza a mi
paso.
—¿Hablas del trabajo? —formulo la pregunta deseando que no sea de esa forma, es decir, soy su jefe y
no podría sentirme más satisfecho profesionalmente si así fuese, no obstante, hay algo que tira de mí, que
me empuja, que me pide y ansía rozando lo absurdo que hable de ella, de sus relaciones y que quizá, con
suerte, me incluya entre sus planes.
—También, sin embargo, no es lo único a lo que me refiero.
Me muero de ganas de ahondar un poco más, de preguntar y cuestionar, de pedirle que sea más
explícita a la hora de dar respuestas. No la voy a presionar, nunca lo haré. Ella siempre podrá elegir, ser
dueña y señora de sus decisiones y de sus preguntas, de sus respuestas y de sus acciones.
—Paula…
—Shhh. —Me chista.
No tenía muy claro qué iba a expresarle, cómo iba a seguir esa frase tras su nombre, lo pronuncié como
una melodía que danzaba entre mis labios, como, si de esa forma, su presencia se hiciese más real.
Sabía que iba a complicarme la vida, lo que desconocía era hasta qué punto mi mundo iba a explotar
con ella cerca.
Con determinación, se incorpora y se acerca, se planta frente a mí y espera mi reacción. Apoyo mi
cabeza en su abdomen e inspiro con fuerza. Huele… dulce, una mezcla deliciosa.
Pasea sus dedos por mi pelo y lo revuelve.
—Me encanta ese aire despeinado que tienes siempre.
—Es gracias a las horas de estar delante del espejo. Los peinados casuales jamás lo son —apunto
sonsacándole una carcajada.
Sus piernas se colocan a ambos lados de las mías y solo puedo estirar mis brazos y acogerla a
horcajadas sobre ellas.
—¿Me suena que teníamos algo más pendiente?
Sonrío sabiendo a lo que se refiere, asiento con convencimiento, pues me muero de ganas de sentirla.
Mis dedos recorren sus piernas, suben por sus costados, se entretienen en el valle de sus pechos y
ascienden por su delicado y moreno cuello.
—Dime, Paula, ¿esto se cura?
El desconcierto se refleja en su semblante al instante. No sabe a qué me refiero.
—¿Qué? —pregunta confundida.
Rozo mi miembro contra su centro, duro, y ella se da cuenta de que era todo un juego de palabras.
—Mi polla dura, ¿se curará algún día? Porque cada vez que te tengo cerca soy como un jodido
quinceañero.
Es su turno, el de tomarse la molestia de recorrer mis facciones, mi barba, mis labios, provocándome
como solo ella sabe hacerlo.
—Tal vez yo la tenga.
Me incorporo llevándome a Paula entre mis brazos y a trompicones entramos en su habitación, sin
besarnos, sin más roce que el de nuestro cuerpo al caminar, conteniendo las ganas hasta que explotemos
de ansia viva, de necesidad apremiante, de esto que somos cuando estamos juntos, cuando nos tocamos.
La deposito en la cama con sumo cuidado y, lejos de dejarse hacer, se incorpora de nuevo y comienza a
bajar mi pantalón corto.
Las prendas vuelan por la habitación sin ton ni son.
—Eres preciosa. Exquisita.
—Oh, Ihan haciendo cumplidos —frivoliza.
—Jamás los hago si no los siento de verdad, ya sabes…
—Brutalmente honesto.
—Sincero, sí.
Me acerco hasta sus labios con determinación y, a su vez, postergando el contacto, haciendo que lo
deseemos más, que nuestros cuerpos ardan por el simple hecho de anhelarse como lo hacen.
Soy una versión mejorada con ella cerca de mí.
Se adelanta a mi contacto y pasea su lengua por mis labios.
—Dime, Ihan, cuéntame, ¿dónde te duele?
Comienza su exploración. Su dedo índice recorre partes de mi anatomía y, siendo honestos, no mejoro,
en serio, no lo hago, solo se me acelera el pulso más si cabe.
—Frío frío.
Sonríe con suficiencia, sabiendo que esa es la respuesta que esperaba y que esa era la que quería que
diese. Jugando conmigo. Un juego más, una victoria más para ambos. Aquí no se trata de ganar o perder,
se trata de empatar.
—¿Y aquí? —Baja por el cuello hasta posarse en mi pectoral. Mi pezón se eriza de inmediato.
—Está usted lejos de dar con el problema.
Alzo las manos para tomar cartas en el asunto. Me voy a correr en menos de un minuto como sigamos
de esta forma.
—No, no, no —me reprende dándome un pequeño golpe en la mano—. Las normas las pongo yo y soy yo
quien decide cómo y cuándo termina esta exploración. Ya sabe, me tomo muy a pecho mi trabajo y soy
muy responsable con él.
—¿Quieres ver lo responsable que puedo llegar a ser yo?
La tumbo sobre la cama, desnuda, debajo de mí es hasta más exquisita o será la sangre, que la tengo
toda en un único sitio de mi cuerpo.
Abre sus piernas sin dudar y me permite el acceso. La punta de mi polla se coloca en su entrada y gimo
al percibir la humedad entre sus piernas.
—Eres un mal paciente.
—Te ahorraré trabajo. —Finjo una mueca, y ella me regala una de sus preciosas sonrisas
rompecorazones—. Mi problema está aquí, justo aquí. —Llevo su mano hasta el tronco de mi miembro y
deja escapar un leve jadeo de sorpresa—. Dime, Paula, ¿crees que esto se cura?
Ladea la cabeza y mira el centro de nuestros cuerpos, mi polla en su entrada, su mano moviéndose a lo
largo de ella. Un puto minuto como siga así. Un puto minuto.
Alza su cadera y comienza a entrar, sus piernas se colocan en torno a mi cintura y con ellas empuja
hasta que la penetro por completo.
Grita con mi polla llenándola, alzo la vista y aprieto la mandíbula para no correrme ya.
—Te diré lo que vamos a hacer.
—Siempre mandando.
—Vas a follarme con fuerza, vas a hacer que me corra de gusto y cuando eso suceda, cuando me corra,
te correrás tú. Ni antes ni después.
¿Quién cojones le ha dado el poder a esta mujer? Y, peor aún, ¿por qué me pone que lleve la batuta?
—Estoy aquí para complacerla —añado con una sinceridad pasmosa.
No me sorprende eso, no me sorprende pensar en que ojalá pudiese ser de esta forma cada día.
Siempre. Cada mañana, tarde o noche, lo que se tercie, no me sorprende ni me asusta que sea así, solo…,
solo me siento bien.
Mi madre tenía razón, a veces las personas llegan cuando tienen que llegar, ni antes ni después. Solo en
el momento adecuado.
—¿Preparada?
—Yo nací preparada.
Y me follo a Paula tal y como ella me pidió. Y se corre, vaya que si se corre. No una ni dos veces.
¿Qué vamos a hacer? No puedo complacerla en todo. A veces, saltarse las normas es más divertido.




CAPÍTULO 17
A VECES, SALTARSE LAS NORMAS ES MÁS DIVERTIDO
Paula


—Nadie me había contado que las tabernas en Dublín fuesen así —analiza Carla mirando todo a su
alrededor.
Gabriela ha llegado. ¡Yuju! En serio, la echaba de menos.
—Las tabernas en Dublín son como las de Edimburgo —apunta mi amiga—. Y mejor no hablemos de
tabernas, que la última que visité con vosotras…
—¿Qué? —la corto antes de que prosiga—. Si no fuese por esa visita, Carla no habría tenido la magnífica
idea de apuntarte a ese concurso y no habrías llegado hace escasas horas de tu luna de miel —anoto
provocando que se sonroje—. ¿Qué te hace ponerte más colorada? ¿Las indecencias que has llevado a
cabo con Duncan en ese viaje o mi comentario mordaz?
—Tal vez las dos cosas. —Carla me apoya con su breve intervención.
Y hablando de la susodicha…
—Carliña, ¿ya le has contado a nuestra amiga las novedades que tenemos o prefieres que lo haga yo? —
La patada que recibo por debajo de la mesa me hace dar un bote en el asiento—. Joder, has acertado.
—Fíjate, esa no era mi intención cuando intenté golpearte —ironiza.
—Muy mal, amiga, muy mal.
Sí, como podéis comprobar, las cosas no han cambiado mucho entre nosotras, salvo que hoy, nuestra
amiga Carla, en vez de estar dando consejos edulcorados sobre lo que sea, está intentando desviar la
atención y que no hablemos sobre eso que la tiene nerviosa y preocupada.
—¿Qué ha pasado? Paula me mandó un mensaje —indaga Gabriela.
—Esperaba mucho más de ti —me recrimina la susodicha, con tono reprobatorio, mirándome de reojo.
—No he contado nada malo, ni siquiera lo he nombrado, eso sí, no me pidas que no hable sobre el tema
o no avise a Gabri, cuando siempre hemos sido las tres sin medias tintas.
—Pues quizá también sea un buen momento para que le cuentes a Gabri que la otra noche estabas en la
terraza con Ihan compartiendo una botella de vino.
¿Me estaba espiando la muy…? ¿Hasta dónde habrá escuchado? Esa noche marcó un antes y un
después en mí. Sí, dejarme llevar y todo eso está guay y en el papel es genial, pero…, joder, me acojona
porque lo veo más humano y me veo a mí… No sé ni siquiera cómo me veo. Bajo las defensas cuando estoy
con él y, en cierto modo, me aterra.
—Hemos follado.
—¿En la terraza? ¿A la vista de todos? —Gabriela sigue incrédula.
—No, joder, no, aunque eso habría estado genial. Me pone que me vean el pompis.
—Por favor. —Carla rueda los ojos y eso me parece tan ella que se me escapa una sonrisa.
—Vayamos por partes —anuncia Gabriela poniendo orden. Vamos, como siempre también—. Ponedme al
día.
—Empezaré yo —se adelanta Carla. Cómo no, otra de sus estratagemas de mierda. Si piensa que va a
salirse con la suya, es que no me conoce—. Paula se ha comportado en el trabajo, ha sido puntual y lleva
semanas que llega tarde a casa porque se le acumula la faena, tanto es así que trae carpetas y se salta las
cenas. Hasta ahí, todo bien, en cuanto a Ihan…
—¿Qué pasa con ese asunto? —inquiere Gabriela, que no soporta la expectación.
—Estos dos se traen algo más que sexo, te lo digo yo. —Se da un par de leves toques en la nariz como si
de verdad estuviese olfateando algo, no sé, un plato de pollo al curri.
—Tal vez sepa que eso es así porque es experta en amores, ¿verdad? —la pincho aposta, obvio que sí.
—¡Madre mía! —exclama Gabriela cuando se percata de que esto va a acabar mal—. ¿Paula…?
—¿Qué? He decidido que ya está bien, que es hora de que las cosas sean como deben ser y no por Ihan,
lo decidí antes de llegar a Dublín, incluso antes de ir a tu boda —me sincero—. Puede que sea por una de
esas mierdas de crisis existenciales de las que se habla o la crisis de los cuarenta.
—Por favor, si no tienes esa edad.
—Se me habrá adelantado, como la menopausia a las mujeres, llega antes de lo que esperas —bromeo
rompiendo la tensión del momento.
Siempre se me ha dado bien eso, intentar que la cosa no se ponga tan seria y sentirme acorralada o
víctima de mis propias frases lapidarias.
—Deja que hable, Carla, que luego vamos contigo. —Tuerce el gesto y mira hacia el techo de la taberna
asumiendo que de esta no escapa.
¿Qué esperaba? Gabriela ha vuelto, tenemos mucho que contarnos. Lástima que Maela no esté aquí con
nosotras, incluso Lorna, son geniales.
—Lo que quiero decir —retomo la conversación cuando se hace el silencio entre mis amigas— es que
estoy cansada de huir, de tener miedo a encariñarme con alguien por si lo pierdo, ya sabéis. —Evito a toda
costa mirar a mis amigas porque me conocen y saben que el tema de mis padres me duele. Mi madre
murió hace muchos años, y mi padre no hace tantos, sin embargo, sigo siendo incapaz de olvidar o de
asumir todo lo que sucedió.
Cuando llegamos, Callen me preguntó si prefería sufrir y haber amado o haberme evitado el daño y es
probable que en otras circunstancias hubiese respondido sin dudar que es mejor no sentir dolor, lo que
pasa es que, quizá, sea esa maldita crisis existencial de la que os hablo o la madurez o, no sé, el ver que
mis amigas siguen adelante y que en ocasiones yo también me siento sola y vulnerable, aunque parezca
que no, que soy fuerte y mordaz, que siempre tengo respuestas y que soy una chica dura. A veces esa
armadura se resquebraja y se van colando personas y sentimientos, a pesar de que no quieras que eso
suceda.
La mano de Carla se posa sobre la mía y me estremezco bajo su delicado contacto, lo hago de una forma
diferente a esa en la que respondí cuando Ihan me tocó, nada tiene que ver, es un escalofrío de miedo, de
rabia, uno que viene seguido de un susto.
—No digas eso, Paula, eres valiente y fuerte.
—No soy nada de eso. —Intento que mi voz suene comedida y calmada. Me cuesta—. Cada persona es
como es y no debemos intentar imitar a los demás. Yo tengo miedo de la misma forma en la que lo tienes
tú —apunto. No pretendo que suene a acusación ni a reproche y, aunque Carla aparta la mirada, sé que no
lo ha sentido como tal—. Quiero vivir el presente porque tal vez mañana no esté aquí para contárselo a
mis hijos o a mis nietos. Siento que mi madre tenía tantas cosas que enseñarme, tantas…
—Paula… —Gabriela me tiende la mano también y las entrelazamos las tres—. Nosotras ahora somos tu
familia.
—No —responde Carla con rapidez—. Nosotras siempre hemos sido tu familia.
Asiento porque poco más puedo hacer al respecto, no es cuestión del presente o del ayer, esto está por
encima de todo eso, es cuestión de decidir vivir el momento y pisar fuerte, de no arrepentirte con cada
paso que des y no dejarte llevar por esos «¿y si…?» que tan hijos de perra pueden ser. Joder, ¿y si nos
morimos mañana? Pues eso, ya sabéis a lo que me refiero, no quiero, me niego a que sea de esa forma.
Mi madre no me enseñó a vivir con miedo, a pesar de que la enfermedad la consumía. Estaba débil y, a
su vez, fuerte.
—Voy a vivir y a luchar por mí, por vosotras y por todas las personas que me importan. Y si… —De
nuevo esos «y si…»—. Y si tengo que perder y sufrir, pues eso me enseñará también algo, una puta
moraleja, una puta herida que hará que sea más fuerte. De todo se aprende, siempre y cuando se viva.
—Estoy…
—¿Pasmada? —Porque, por norma general, soy la vacilona del grupo, la que hace comentarios mordaces
y la que no profundiza en nada, ¿verdad? Qué bien se nos da juzgar a los demás sin conocerlos, olé, qué
bien y qué triste que actuemos así.
—Orgullosa, estou orgullosa de ti[4] —matiza Gabriela.
Le doy un largo trago a mi cerveza hasta apurarla, cuando ya no queda ninguna gota en ella, la deposito
con fuerza sobre la mesa, atrayendo de nuevo la atención de mis amigas y también la de algunas mesas
cercanas. No, no voy a soltar ningún discurso melodramático.
—Carla… —Le doy la oportunidad de que sea ella la que hable, sin miedos, sin reservas, tal y como he
hecho yo.
—No lo he superado, ¿vale? ¿Es eso lo que quieres escuchar? ¿Es eso? —grita.
Niego y en este momento soy yo la que coloca mi mano sobre la suya. Baja la vista y las observa con
atención, soy incapaz de leer su gesto, ni siquiera sé si sigue enfadada o está decepcionada. No es mi
intención ponerla entre la espada y la pared, nunca hemos actuado de esa forma, nosotras no, sin
embargo, lleva cinco años, cinco malditos años sin levantar cabeza, sin darse la oportunidad, sin intentar
siquiera seguir adelante y se pierde cosas, lo sabemos.
—No es eso lo que Paula pretende, Carla. Míranos, estamos aquí, en una taberna cualquiera, bebiendo,
hablando.
—No quiero autocompadecerme de mí misma.
—¿Quién habla de autocompasión? —la increpo—. Hablo de seguir adelante y de darte una oportunidad,
solo eso.
—¿Y si Martín se llevó todo consigo?
—No me jodas —refunfuño—. Se fue, ¿lo entiendes? Se fue.
—No seas tan dura con ella —intercede Gabriela.
—¿Sabes qué pasa, Paula? Que yo no soy tú y tampoco quiero ser tú. Nunca lo he querido.
—Hablas como si ser como yo te diese vergüenza. —Carla frunce los labios, no responde y entonces
estallo—: ¿Te da vergüenza? ¿Por qué? Claro, es mejor dar consejos edulcorados a decir las cosas como
las piensas, ¿verdad? O tal vez es mejor encerrarse en uno mismo de por vida.
—Es el momento de parar —contrataca Gabriela.
—No, no, deja que hable. Paula es la sabia del grupo y no sabe una mierda de nada.
—Al menos, yo intento seguir adelante. Porque yo también he perdido. Mis padres están muertos, ¿vale?
No los voy a volver a ver en mi puta vida —grito.
Los comensales de las mesas que hay a los lados se giran sin entender qué sucede. No nos entienden o
eso creo, pero son capaces de leer la rabia que se desprende por los poros de nuestra piel.
—Que te den —masculla Carla levantándose—. Que te den, Paula.
Sale del local dejándonos allí plantadas, sin saber qué más decir y de inmediato me siento fatal porque
nunca he sido tan dura con mi amiga ni ella me ha tratado de esa forma. Lo que está claro es que el tema
de Martín sigue doliéndole y sigue haciendo que se comporte de una forma que no es para nada sana.
—Paula…
—No, Gabriela, no la defiendas.
—No puedes pretender que actúe como tú quieras que lo haga —me explica paciente.
—Jamás he pretendido eso. Le he dado cinco años.
—Yo necesité mi tiempo, hui, tú misma has necesitado el tuyo. Se trata de respetar los espacios de cada
una, sin más. Sin condiciones y sin reservas.
—Joder. —Desvío la vista y observo todo lo que nos rodea. El ambiente está cargado o puede que sea yo
la que se sienta de esa forma.
—Sigo orgullosa de ti y seguimos siendo una familia. Una familia que crece. Solo necesitamos poner
cada cosa en su sitio.
Asiento, me incorporo y le doy un tierno beso a Gabriela en la sien.
—Necesito tomar el aire.
—Espera, voy contigo —apremia.
—Sola. Necesito estar sola.
Al fin y al cabo, en algún momento de nuestra vida lo estamos, ¿no?
CAPÍTULO 18
EN ALGÚN MOMENTO DE NUESTRA VIDA LO ESTAMOS,
¿NO?
Ihan


Duncan lleva más de una hora hablando por teléfono con Lorna. No me ha explicado demasiado y he
aprovechado para subir a saludar a mi tía, saber cómo se encuentra, tomarnos una copa y regresar a mi
apartamento. Espero en la terraza hasta ver que la luz de la habitación de Paula se enciende para ir a
verla, sin embargo, son más de las doce de la noche y eso no ha ocurrido, en cambio, la de Carla sí que
está prendida.
Me repito que es solo porque soy un caballero responsable y adorable, por supuesto, así que, con
presteza, voy hasta donde se encuentra ella y toco con suavidad en la puerta. No abre. Ni siquiera
escucho dentro sus pisadas o algo que me dé un indicio de mis sospechas.
—Carla, soy yo —insisto.
Vuelvo a tocar con más énfasis y aguardo unos minutos más. Tal vez estén hablando de sus cosas, y yo
las haya interrumpido, comportándome como un controlador desquiciado.
Me sacude una ligera oleada de miedo al darme cuenta de que esto va más allá de un deseo sexual. Me
preocupo por ella, pienso en ella y la busco. Puede que solo sea porque somos amigos o porque es la
mejor amiga de la mujer de mi mejor amigo. Todo un trabalenguas, sí. Toda una incógnita, también.
Giro sobre mis pasos con la intención de salir de allí. No he barajado la opción de que se haya dejado la
luz encendida, tal vez estén todas por ahí y no hayan llegado aún, poniéndose al día y contándose sus
cosas. ¿Les hablará Paula sobre mí? Yo no he tenido el valor de hacerlo con los chicos, ¿qué les voy a
contar?
—Ihan… —El susurro me estremece. Carla tiene…
—¿Qué pasa? —Me acerco con rapidez y me coloco a su altura—. ¿Has estado llorando? ¿Están las
chicas contigo?
No he tenido mucho trato con Carla durante este tiempo, me gusta, es buena chica y da unos consejos
la mar de sabios, sin embargo, no hemos podido entablar una amistad como tal, dudo que sea porque
ninguno de los dos haya puesto de su parte o porque no congeniemos, es algo más simple que eso, es solo
que no se ha dado el caso.
—Estoy sola. Y…, bueno, no ha pasado nada —titubea.
—¿Pretendes que me trague esa mentira? No me gustan las mentiras, las odio —farfullo.
—Paula y yo hemos discutido —se sincera.
Entorno los ojos buscando algo más. ¿Discutir? ¿Ellas?
—¿Por qué?
Los ojos de Carla comienzan a anegarse de lágrimas, y siento lástima por ella. No esa clase de pena que
infravalore a la persona, es solo preocupación porque no me gusta que se sienta mal.
—¿Quieres pasar?
No lo dudo dos veces, si estuviese en su situación, con toda probabilidad necesitaría hablar con alguien
y aclarar las ideas. O solo desahogarme y no estar solo.
Accedo a su habitación. Pulcra y ordenada, nada fuera de su lugar. Todo en su sitio, menos una taza que
hay sobre la pequeña mesa de centro y una manta gris que se arrebuja en un lado del sofá.
—Perdona por el desorden.
Finjo una mueca de consternación. Esta mujer no sabe lo que es el desorden, al menos, no como lo
entiendo yo.
—¿Qué ha pasado? —Voy directo al grano, como siempre hago.
Ahora es ella la que hace un mohín.
—Voy a por algo de beber —me explica.
Dejo que se marche y se adentre en la cocina. Necesita poner en orden sus ideas o arrepentirse de mi
presencia, ¿quién sabe? Al fin y al cabo, soy una especie de desconocido para ella.
Regresa con un par de tazas llenas.
—Leche con miel —apunta—. Calienta el cuerpo y calma.
—Gracias. —Me tomo mi tiempo para remover el contenido y aguardo a que sea ella la que tome la
palabra, pues las dos ocasiones en las que he preguntado han obtenido la misma respuesta: silencio y
evasivas.
—Paula y yo hemos discutido. Nos hemos dicho cosas que…, que no deberíamos haber soltado. Es más,
a modo de despedida prácticamente la he mandado a la mierda.
—¿Tú? —Ostras, pues sí que ha debido de ser grave el tema.
—Juraría que «que te den» es casi lo mismo.
—Salvando las distancias, sí, podría interpretarse como tal —apunto—. ¿Por qué habéis discutido?
Carla se lleva la taza a la boca y le da un suave sorbo, observando con atención la estancia como si
fuese su primera vez en ella.
—No pretendo que digas nada que no quieras expresar, no soy esa clase de persona.
Ella suspira y deposita la taza sobre la mesa.
—Hace siete años inicié una relación con un chico. Martín —aclara dándome su nombre—. Yo… estaba
enamorada de él y, cuando digo enamorada, lo hago con conocimiento de causa. Era un hombre
excepcional y tenía todo lo que buscaba. Atento, amable, cariñoso, cercano, hablador, alegre, simpático…,
incluso altruista. Colaboraba con varias organizaciones no gubernamentales y era voluntario en un
albergue. —Silbo debido a la sorpresa.
—Pues sí, parece un hombre que toda mujer busca. Perfecto.
—Estaba casado.
Silbo de nuevo, aunque en esta ocasión, no con agrado ni aprobación. Tampoco con envidia.
—Vaya. —Me he quedado sin palabras.
—A todos esos adjetivos que te mencioné hay que añadirle que era un jodido mentiroso. —Cabeceo
afirmando, poco más puedo agregar—. Como tú, odio las mentiras. Lo descubrió Paula, y me enfadé con
ella porque creía que estaba celosa de mi relación.
—¿En serio? No te juzgo, solo que… me sorprende.
—Vale, era estúpida y estaba muy enamorada, yo qué sé —se justifica—. Creí que tras todo lo que le
había pasado… —Hace una leve pausa. Imagino que habla de sus padres—. Creí que estaba enfadada y
que para ella era más cómodo que yo estuviese soltera. Gabriela estaba casada, como bien sabes —
especifica—, y Paula y yo éramos uña y carne, con Martín de por medio… Paula estaba sola. —No me
imagino a Paula haciendo ese tipo de cosas, ¿conspirando para que su amiga se separase? No, la verdad.
»Me equivoqué de pleno, por supuesto. Paula decidió que lo mejor era que me diese cuenta yo sola de lo
que pasaba y se hizo a un lado. Nos distanciamos porque me comporté mal y porque desconfié de ella sin
tener razones de peso. Paula… Paula es como una bomba de relojería, no obstante, es maravillosa.
Brutalmente sincera, pero maravillosa. En serio, Ihan, lo es.
—¿Intentas convencerme de algo? —La comisura de su labio se alza y es el primer indicio de que está
más tranquila y de que hay una camaradería entre nosotros en este momento.
—No, me da la sensación de que te has dado cuenta por ti mismo. —Trago y evito responder a eso.
Carla lo entiende a la perfección porque continúa con su narración—. La sospecha se cernió sobre mí y
empecé a… —Se tapa la cara con las manos y guarda silencio unos segundos. No hablo y respiro por
inercia—. Lo seguí una noche, tras una cita. Quedábamos siempre en lugares apartados, en Vigo, de
donde somos. Me explicó que vivía con sus padres.
—¿Qué edad tenía?
—Veintisiete. —La mueca hace acto de presencia de nuevo—. Estaba estudiando o eso me contó, así que
no le di mayor importancia. Ya sabes, cuando te enamoras, te ciegas.
—No siempre. Aunque yo de eso tampoco sé demasiado.
—No siempre. —Me da la razón y evita hacer alusión a mi confesión—. El caso es que lo seguí, y llegó a
una urbanización. No era la que me había contado, estaba en la otra punta. Se bajó y entró en una
preciosa casa de ensueño. Una como la que habíamos soñado tener los dos, formando nuestra propia
familia. Me saltaron las alarmas. No se veía nada, sin embargo, de inmediato supe que algo sucedía, así
que…
—¿Tocaste a la puerta? —Me adelanto.
—¿Qué? ¡No! Ni de coña. Paula lo habría hecho, ella es la valiente de las tres, yo, en cambio, me fui
buscando una nueva excusa. Puede que hubiese quedado con un compañero de la universidad o tal vez…,
no sé, lo que fuese, menos creer lo que me había contado Paula. Era Martín, el chico perfecto con la vida
perfecta que me completaba.
—Suena… aburrido, ¿no crees?
—Para mí no, me gusta la estabilidad. La necesito.
—Ya…
—Continuamos quedando. Si notaba que algo me pasaba, no lo contaba. Y, bueno, una de esas noches
en las que lo seguí… lo recibieron en la puerta. Una mujer y dos niños pequeños, uno era un bebé.
—Mierda —mascullo.
¿Cómo alguien puede hacer algo así? Joder, que yo he sido un picaflor toda mi vida, ahora bien, de ahí a
romperle el corazón a alguien, a mentirle de esa forma, a jugar de esa manera con ellas, pues no, lo
siento. No.
—Se me cayó el mundo encima. En serio, Ihan, todo lo que había planeado, todo lo que pretendía, todos
mis sueños… se fueron al traste. ¿Y sabes qué fue lo primero que pensé?
—¿Qué?
—Pensé en lo injusta que había sido con Paula. Y en este momento pienso igual que aquel día, he sido
injusta de nuevo con ella porque la he tratado como una mierda. Ella solo quería que le contase a Gabriela
lo de… Bueno…
—¿Lo de qué? —inquiero. Traga, aparta la vista y juega con el bajo de su camiseta. Le tiendo la mano y
apenas la rozo—. Soy yo —musito.
No sé si eso la ayuda demasiado, lo que sí sé es que no me voy a comportar como un capullo de mierda.
Nunca lo he hecho con mis amigos, tampoco lo haría con Carla.
—Arthur me recuerda a Martín. Desde que lo vi, ese pelo, su estatura, su complexión física, lo dulce que
parece…
—Por eso te has comportado de esa forma cada vez que aparecía.
—Sí —afirma sin pudor alguno—. Desconfío de él porque me recuerda a Martín, aunque la realidad es
que siempre he desconfiado de cualquier hombre, al menos desde hace cinco años.
—¿Estuviste dos años con él?
—Sí. —Cabecea afirmando—. Todo esto pasó en cuestión de un mes, antes de eso… yo vivía en la
ignorancia, feliz, sin más.
—¿Y no sospechaste de nada? Vivía con sus padres, podría habértelos presentado.
—Ya, bueno, estaba ciega. Ciega de amor.
Vale, lo entiendo, pero ¿tanto?
—¿Y qué pasó?
Ella se ríe con desgana, es una de esas risas tensas, da la sensación de que se ríe de ella misma.
—Me costó decírselo. Me costó, Ihan. Te juro que quise hacerlo esa misma noche, de verdad. No sé qué
me pasó, me aferré a lo que teníamos y pensé que quizá, con el tiempo, me elegiría a mí. —Aguarda unos
segundos, permitiéndome formular la pregunta, una que no sale de mis labios—. No lo hizo. No me eligió
a mí. ¿Cómo iba a hacerlo si tenía dos hijos? Yo fui su pasatiempo. No quiero volver a ser eso nunca más.
Para nadie.
Entiendo lo que dice y, de verdad, debe de haber sido muy duro. No solo el hecho de ser la otra, no
hablo de eso, hablo de romper tu vida, tus ilusiones, los sueños y los planes. De todo en general. De darte
cuenta de que todos esos castillos que habías levantado se desmoronaban y que nada de lo que soñaste se
iba a cumplir.
Eso es lo que pasa con las rupturas, no solo dejas a la persona, sino todo lo que construyes con ella y,
luego, el miedo crepita. Miedo a no volver a confiar, miedo a la soledad, miedo a la ausencia que se clava
en tu pecho, miedo a perder una vez más. El puto miedo nos condiciona la vida.
—Entonces, ¿hoy Paula…?
—Paula quiere que lo supere, que avance. Ella estaba contándonos… —Guarda súbito silencio, y le
sonrío condescendiente, sí, estaba hablando de mí, no necesito más datos—. Nos estaba contando sus
cosas —matiza sin entrar en detalles, y yo tampoco voy a obligar a que los desvele, por galantería y
educación—. Quería que le explicase a Gabriela lo de Arthur y ya sabes que Paula a veces…
—A cabezona no la gana nadie.
—Le diré que has sido tú el que lo has dicho —bromea—, eso si me perdona por ser tan estúpida. Otra
vez. A veces creo que no me la merezco, ¿sabes? Porque ella hace cinco años intentó avisarme, y no la
creí, Ihan. Antepuse mi relación a ella y de nuevo…
—Ahora no has antepuesto nada, Carla, solo que te ha superado la situación, estoy seguro de que Paula
lo entiende. Solo quiere lo mejor para ti. Y eso también pasa por avanzar.
Carla asiente tras mis palabras y se lleva de nuevo la taza a sus labios. Los ojos le brillan una vez más,
muestra de que está emocionada.
Me incorporo y tomo asiento a su lado, paseo mis manos por su espalda con ternura, intentando
transmitirle calma.
—Soy una amiga pésima.
—A veces hay que serlo para aprender —sentencio.
Con Carla entre mis brazos, la puerta se abre, y es Paula la que entra.
La sorpresa se refleja en su semblante al vernos de esa guisa, frunce el ceño y aprieta las manos. Está
enfadada.
—Buenas noches —saludo. Pasa por nuestro lado sin siquiera responder. Carla se estremece tras el
portazo—. Todo saldrá bien —la consuelo.
Y lo hago porque estoy seguro de ello.



CAPÍTULO 19
Y LO HAGO PORQUE ESTOY SEGURO DE ELLO
Paula


Ha sido como recibir una puñetera bofetada. Una de esas que te dejan la mejilla en carne viva, sin
embargo, actúo como si no me hubiese afectado en absoluto. O al menos lo intento.
Dos días sin hablarnos y evitándonos. Dos días en los que me he convertido en una sombra, llegando a
casa a horas intempestivas, cerrando la puerta de la terraza a cal y canto y saliendo a almorzar antes de
que Ihan viniese a por mí. ¿Huir yo? ¿Quién lo dice?
Callen me ha llamado, también Gabriela y hasta Maela. No he querido responder, obvio. Y el motivo es
la picazón que sentí al ver a Ihan abrazando a Carla. Y lo que trajo consigo esa sensación. Está claro que
no es solo atracción sexual, chispas, follar como animales y todo eso. Ihan me importa y tengo que
asimilar esta situación.
Puede que al principio no fuese de esa forma, sin embargo, ahora lo hace y me da miedo que por su
parte…, que por su parte no haya nada más y convertirme en la tonta de turno que ha caído prendada a
sus pies.
Ya, ya, ya sé lo que vais a decir, todo eso de que me propuse vivir las cosas como llegasen, lo que pasa
es que mi mundo, en cierto modo, hace aguas.
Menuda mierda de vida.
Llego a casa antes de lo previsto y me encuentro…, me las encuentro allí, expectantes, está más que
claro que esto ha sido una maldita encerrona, lo han planeado a conciencia y han esperado a que llegase
para asaltarme. Astutas son un rato, sí. Yo habría hecho lo mismo si se diese el caso.
Carla se incorpora y se queda plantada frente a mí, tiene la boca abierta y boquea como un pez.
Comienzan a flaquearme las fuerzas y empiezo a pensar que me he comportado como una imbécil porque
ella necesita su tiempo y yo no soy quién para indicarle cuánto. En realidad, siento que no soy quién para
nada. Ni para exigirle a los demás que hagan o actúen.
Gabriela carraspea y empuja con sutilidad a Carla, que da un par de pasos. Coge carrerilla en un
santiamén porque se lanza contra mi pecho y me abraza. Mis brazos se quedan a un lado, no por nada,
sino porque… Bueno, nosotras no somos muy dadas a este tipo de cariñitos, al menos no yo, soy
despegada, mucho y eso es algo en lo que también debería trabajar.
—Lo siento. Soy una amiga de mierda.
Arqueo las cejas porque esta es la segunda vez en tan poco tiempo que Carla suelta palabras feas. «Que
te den» me dejó en shock .
Estira sus brazos sin separar la cabeza de mi torso y los sujeta para ponérselos sobre su espalda,
forzando un abrazo, vaya.
Termino por sucumbir al arrebato amoroso y la aprieto. Suspira como si se hubiese quitado un peso de
encima y, siendo honesta, yo tengo esa sensación también.
—Pues… tal vez sea buen momento para marcharme —indica Gabriela. Cómo no, ella siempre tan
correcta.
—No —me adelanto—. Es mejor que estemos todas.
—Yo… lo siento. No tenía que haberme puesto como me puse y tampoco tenía que haberte mandado a la
mierda. Ihan me dijo…
—No quiero que hablemos de ese tema en este momento —contrataco.
—Pero…
—Prefiero que cerremos nuestro asunto. —No, no estoy actuando de forma muy madura, la verdad, es
así, lo que pasa es que no me hace maldita gracia hablar de él y pensar en cómo me afecta. Esto de
dejarse llevar es una soberana mierda, en serio, y el problema es la incertidumbre de lo que pueda sentir
la otra persona. Joder, si parece que he regresado diez años atrás, quizá unos pocos más, cuando me
moría por algún chico en el instituto, que, obviamente, pasaba de mi culo y me sentía la tía más frustrada
del universo. ¿Es eso lo que quieres ser? ¿Una adolescente hormonada? No, gracias.
»Puede que esté cambiando de idea con respecto al tema de dejarme llevar. —Camino con Carla unida a
mi regazo, es como si se hubiese pegado con velcro—. Puedes soltarme.
—No quiero, hasta que aceptes mis disculpas.
—Las acepté en el momento en el que te abracé.
—Vale, entonces sí —concede.
Nos tiramos en el sofá, y Gabriela frunce el ceño.
—¿Qué? —inquiero.
—¿Has cambiado de idea por… —tantea—, por lo que pasó hace un par de días en la taberna?
Suspiro.
—Sí y no —matizo.
—O sí o no, no se puede navegar entre dos mares —apunta Carla.
—¿Quién lo dice?
—Pues supongo que yo. —Alza los hombros y sonríe como si fuese la dueña de la verdad absoluta.
—Estoy confundida. El otro día vi a Ihan… —Ambas abren los ojos, para no querer hablar de él, bien que
lo he nombrado. En fin, de perdidos al río—. Vi cómo se abrazaba a Carla y sentí una punzada en el pecho.
Y no era un infarto.
—Ja, ja. No tiene gracia —apostilla Carla.
—No, en serio, me sentí rara. En el sentido figurado y en el no figurado —sentencio—. Me gusta tener el
control de las cosas, me gusta saber en qué terreno me muevo, y con Ihan…
—Con Ihan todo se complica por momentos —me corta Gabriela como si entendiese a lo que me refiero.
—Exacto.
—Y eso te asusta. —No pregunta, afirma.
—Exacto.
—Pues esa es la vida —insiste Carla.
—Que me digas tú eso… —Sí, ha sonado así, a reproche.
—Ya… No soy un buen ejemplo cuando estoy… No lo he superado. Es decir, sabía que no lo había hecho,
pero fui más consciente de ello cuando vi a Arthur. Se parece a él. Mucho.
—Debo añadir a tu favor que es cierto —murmuro—, se parecen un montón.
—Es como si hubiese viajado cinco años atrás y me hubiesen vuelto a romper el corazón.
—Se cuenta que tenemos un doble en el mundo, tal vez Arthur sea el doble de Martín. Salvando las
distancias, claro.
—Da igual. Tras nuestra pequeña desavenencia, me he propuesto ser más amable con él, al fin y al
cabo, no tiene culpa de nada de lo que haya pasado en mi vida, ni siquiera me conoce. Intentaré ser
cordial porque, ya sabéis, no trates a los demás como no quieras que te traten a ti.
—Ahí va otro sobre de azúcar —me burlo.
Carliña me da un leve empujón con el hombro, y nos quedamos de nuevo en silencio. Hemos firmado
una tregua.
—Creo que es una decisión madura —sugiere Gabriela—. Y, ya puestos, pienso que también es normal
sentir ese miedo. Ya sabes que yo estaba acojonada con Duncan. Casada, separada, había huido,
ocultando la verdad y jactándome de que era sincera con él al confesarle que no tenía intención de
enamorarme, ¿y qué pasó?
—Pues que por la boca muere el pez.
Afirmo, porque es la verdad. No podría ser más real lo que acaba de verbalizar nuestra querida Carla.
—Ya, no sé. —A veces yo también me quedo sin palabras, aunque no lo parezca.
—Esto es cuestión de hacer lo que te pida el cuerpo en cada momento, ni más ni menos. Supongo que,
si te apetece pasar tiempo con Ihan, solo tienes que hacerlo y si la cosa no termina con ese tipo de finales
de cuento, pues… es que esa es la vida. No todo sale bien.
—Joder —mascullo—, ¿os habéis puesto de acuerdo las dos para filosofar esta tarde? Mirad que me
marcho por dónde he venido —les advierto.
—No uses esto de excusa para irte al apartamento de al lado. Porque Carla me ha contado que su
habitación está ahí y que salta por el balcón.
—Y que hacen cosas —chismorrea Carla.
Empiezo a tener cierta aversión por ella de nuevo. No, es coña.
—Follamos —matizo.
—Pues, si solo folláis —añade. Maldita, ya sé lo que va a pronunciar—, no deberías sentirte rara ni
extraña ni acojonada, ¿no?
En este preciso momento, la sonrisilla petulante de Gabriela me saca de mis casillas, ahora bien, el
comentario mordaz de Carla y la verdad que encierra el mismo me pone de mal humor.
—Vale, tenéis razón. —No está bien mentir a tus propias amigas, es mejor admitir las cosas y listo. Un
frente común, eso es lo que somos.
—Siempre la tenemos, menos cuando te mando a la mierda y esas cosas. Ay, de verdad, lo siento.
—Carla… —La freno antes de que siga en ese bucle que no nos lleva a ningún lado—. Deja de darle
vueltas al asunto, no importa. Yo tampoco tenía que haberte presionado para que hagas nada que no
quieras hacer. Nadie tiene la potestad sobre la forma de actuar de los demás, ni mucho menos.
Respetamos a Gabriela cuando decidió dejar Vigo atrás y todo lo que le provocaba la relación con su
exmarido, y debemos respetar que no estés preparada para conocer a nadie.
—Ya… ¿Sabes qué pasa? —me corta—. Que, en realidad, es lo que tú decías el otro día. ¿Y lo que nos
perdemos por no disfrutar del camino? ¿Y lo que nos perdemos por culpa de los miedos? De dejar de
actuar, de dejar de compartir, no sé. No quiero eso tampoco.
—Pues tiene fácil remedio —acota Gabriela, que parece orgullosa de la conversación que estamos
teniendo—. Lanzarse al vacío sin paracaídas. —En esta ocasión, me observa de refilón a mí, porque sabe
que soy la que en este momento tiene dudas—. Por más que quieras huir de las cosas, y te lo cuento con
conocimiento de causa, no se van a ir de ahí, además, tengo la firme convicción de que Ihan también está
loquito por tus huesos.
Triple voltereta y doble tirabuzón hacia atrás, eso es lo que hace mi barriga en este preciso momento.
No lo quiero preguntar, sin embargo…
—¿Tú crees?
—Estamos seguras las dos —afirma Carla.
—Ya no solo porque desde Glamis, cuando os conocisteis… Me da que esa forma de comportarte,
huyendo y dejándolo plantado… No estaba acostumbrado.
—Y, no solo eso, cuando hablé con él hace dos días…
—Carliña, no me la líes —le recrimino.
—Solo le dije que eras buena chica y eso.
—¿Has estado vendiéndome como si fuese un juego de almohadas?
—Más bien como si fueses la mantita a la que te abrazas de noche —me corrige con suficiencia.
—Te voy a matar.










CAPÍTULO 20
TE VOY A MATAR
Ihan


Escuchar tras las puertas está mal. Yo lo sé, tú lo sabes…, todos lo sabemos, ahora bien, no podéis
reprocharme que lo haya hecho y que esté en la habitación de Paula esperando a que suba.
No me malinterpretéis. He escuchado de forma selectiva, quiero decir… Aunque me pudo la curiosidad
cuando comenzaron a hablar de mí, y Paula confesó que no le apetecía tocar ese asunto…, me sentí de
inmediato como un intruso y decidí salir a la terraza y evitar la tentación de saber qué más hacían o de
qué hablaban.
Me da cierta calma saber que Paula es una tía de lo más natural y que se comporta de la misma forma
estando conmigo que con ellas, que no hay trampa ni cartón en el asunto y que ella es así, tal cual la
vemos. Tal vez la desconfianza de la que habla Axe en recurrentes ocasiones esté haciendo algo de mella
en mí. O puede que sea mucho más sencillo el pensar que me hace sentir extraño y que, cuanto más
tiempo estoy a su lado, más ganas tengo de compartir momentos y de conocerla.
Lo nuestro empezó como un juego. Yo te provoco, tú respondes y viceversa, y ese juego, eso que somos,
seguimos siéndolo y me gusta. Lo que sucede es que ha evolucionado, que ha variado y que hace tiempo
que se nos ha quedado pequeño. Somos esos instantes que compartimos, esos secretos que nos
guardamos y esos momentos que nos entregamos.
Por otra parte, sé por Carla que ellas se habían distanciado y también sé por Anna que Paula ha salido a
almorzar todos y cada uno de los días mientras yo estaba reunido. Imagino el motivo de ello.
Entretanto, observo la ciudad y el movimiento frenético de la misma, echo de menos el haberme traído
una copa. Me tumbo en la hamaca y me dedico a observar el cielo. La temperatura sigue siendo
agradable, propia de la estación y me pregunto cómo llevaría Paula el invierno en Irlanda. Me pregunto si
se quedará, si compartirá conmigo noches a la intemperie y si luego nos daremos calor, resguardados bajo
las sábanas.
Chasqueo la lengua de inmediato ante esa marabunta de pensamientos y lo que conlleva, los planes que
traen de la mano todas esas ideas.
—¿Has decidido jugarte la vida de nuevo? ¿O es solo que eres un asaltador de moradas? —Ni siquiera
he escuchado sus pisadas.
Giro el cuello sin levantarme y no la veo. Alzo la vista y ahí está, tras de mí, con su coleta colgando de
un lado. Alzo la mano por inercia y la llevo hasta ese pelo que me atrae poderosamente, tal y como lo hace
ella.
—Sabía que me echabas de menos, he decidido venir para cumplir tus deseos. No me culpes por ser el
hombre más caballeroso y complaciente que pisa la faz de la tierra.
—¿Algún otro adjetivo que añadir a esa lista de halagos?
—Buen amante. —Le guiño un ojo con socarronería. Sé que le gusta, a pesar de que en este momento
ponga los ojos en blanco y frunza el ceño.
—Arrogante te ha faltado.
—No me digas esas cosas, que rompes mi frágil corazón —apunto.
Evita sonreír, aunque su labio se curva, y me siento satisfecho por ello. Al menos sé que las aguas
vuelven a su cauce porque aquí nos encontramos cuando todos estos días ha tenido la puerta cerrada y
porque he podido percatarme —cosas de espiar y tal— de que Carla y ella han hablado.
—Harán falta más cosas que un comentario mordaz para romper tu corazón. —Sí, eso es cierto, lo que
no sabe es que ella podría romper cualquier cosa en mí si se lo propone.
—¿Qué tal ha ido? —Hago un ligero movimiento de cabeza para señalar hacia abajo, en dirección al
salón.
—Bien. Ya me han contado que, además de empresario de éxito —dice, y yo sonrío de oreja a oreja por
su comentario—, eres un psicólogo de pacotilla.
—No vas a conseguir provocarme con esas frases tan poco trabajadas.
—Ten claro que, si quisiese provocarte, lo haría. —Y, si quisiese volverme loco, también la encuentro
capaz.
—Carla es buena chica, me ha contado… Bueno, me ha hablado un poco de su pasado y del chico que le
rompió el corazón, de que fuiste tú quien descubrió todo. Las personas no deberían comportarse de esa
manera, no deberían engañar a otras. Jugar con los sentimientos ajenos es un asunto grave. —La
apreciación se refleja en sus ojos, me escruta con ellos sin más.
Aparta la vista y la clava en el cielo de nuevo.
—Tal vez por eso yo haya huido de las relaciones.
—O quizá es más sencillo que eso.
Ella sonríe y suspira, ambas cosas a la vez.
—Ilumíname, bomboncito.
—Puede que solo sea que no había aparecido la persona correcta.
—Vaya, hoy debe de ser mi día de suerte porque las frases manidas de Carla han brotado y han dado sus
frutos en el resto de las personas que me rodean.
Guardo silencio, sé que está bromeando y que eso es lo que hacemos habitualmente cuando las cosas se
ponen tensas o los temas se complican, no obstante, no puedo evitar pensar en la razón que tenía mi
madre al pensar eso que yo acabo de verbalizar y el orgullo con el que mi tía me lo contó.
—Esa frase la dijo mi madre —confieso. Pierdo fuerza con cada palabra que pronuncio.
Evito observarla. Siento sus ojos clavados en mis mejillas. La incomodidad se hace patente entre ambos.
—Yo… no pretendía…
Alzo la mano con la intención de frenar su disculpa. Sé que no pretendía que sonase como uno de esos
comentarios malintencionados, lo que sucede es que, para mí, mis padres eran las mejores personas que
había en este mundo, y mi tía…, mi tía es increíble. Ella es lo que me queda, lo que me une a ellos, a su
ausencia, es el nexo entre el vacío y la tierra que habita bajo mis pies.
—Buenas noches —musito. Me levanto y salto con gracia por el balcón.
—Ihan… —Freno mis pasos sin girarme.
No quiero comportarme de esta forma y, quizá, he utilizado de excusa esta pequeña riña para huir
porque, la realidad, la cruda realidad es que no sé qué me pasa con Paula y que, a su lado, empiezo a
perder el control de la situación.
Puede que ella sea la persona que yo haya estado esperando todo este tiempo o puede que no lo sea, lo
que está claro, lo que afirmo, es que no me es indiferente y no pienso desaprovechar la oportunidad.
—Buenas noches —repito.
Me adentro en mi pequeño apartamento y cierro con fuerza la puerta, dando un portazo sin pretenderlo.
Suspiro y me vienen a la cabeza las conversaciones con Duncan y Axe, cuando explicaban cómo
Gabriela y Maela los hacía sentir, y yo, en ocasiones, me burlaba de ellos. Hasta el momento, no les he
contado nada, tampoco había mucho que explicar al respecto y este tipo de cosas no es que me agrade
hablarlas por teléfono. Siempre hemos estado muy unidos, desde que nos conocimos, Axe fue al que más
le costó formar parte del grupo, por eso de lo desconfiado que es, sin embargo, una vez fuimos tres, no lo
hemos dejado de ser jamás.
Me tumbo en la cama y le envío un mensaje a Axe para saber qué tal va todo. Es tarde y debe de estar
durmiendo. Me sorprende porque me llama al instante.
—Ihan —respondo solo para fastidiarle.
—Vaya, veo que empiezas a contestar al teléfono como una persona normal.
Me carcajeo. Sabía que reaccionaría de esa manera.
—Lo normal, Axe, no es responder con el nombre, ya sabes.
—Bah, chorradas. ¿Qué tal todo? Duncan me ha contado que está por ahí y que Gabriela está
emocionada por hacer turismo con las chicas.
Pongo los ojos en blanco, no les he preguntado por eso.
—La verdad es que no tengo ni la menor idea. No sé nada de ese tema.
—¿No has visto a Gabriela? ¿Y a Duncan?
—He estado liado. —Para Paula sí que he tenido tiempo, no me ha temblado el pulso para saltar a la
terraza y esperarla allí.
—Ya veo —contesta poco convencido—. Y, dime, ¿qué es lo que te ha tenido tan liado? —Pues tal vez una
chica morena que me vuelve loco de remate.
—Trabajo, ya sabes, no es que me apetezca hablar de eso a estas horas de la mañana. Luego tengo
pesadillas y mi cutis se resiente cuando me levante, por la falta de descanso.
—¿De verdad? Porque, hasta donde yo sé, hay otras cosas que también te hacen trasnochar y que
afectan a tu cutis y no pones tanto reparo.
Me carcajeo una vez más.
—Eso es bueno para la salud, es cardio.
—No me digas. —Suspira—. Ahora en serio…
—Llevo un rato hablando en serio, lo que sucede es que estás distraído —lo corto.
—Ihan…, ¿qué pasa?
¿Qué coño le digo? ¿Qué le cuento? ¿Qué le explico?
—No sé lo que me pasa. —Al final, prefiero ser sincero, al menos, hasta donde sé.
—¿Paula no está trabajando bien? ¿Es por eso?
—Paula es una buena empleada.
Axe parece respirar al otro lado.
—Lorna está encantada, hemos hablado hoy y me ha explicado que se ha puesto al día rápido y que todo
va genial, aun así, no te había preguntado a ti para asegurarme de que así fuese.
—Sí, lo ha hecho. Y, al menos, ya sale a almorzar. No tengo nada malo que decir de ella.
—Eso, aunque suene mal, también era buena señal. Se toma su trabajo en serio.
—Y lo sigue haciendo —matizo.
—Entonces, si no es eso, ¿qué te preocupa? —Voy a interrumpirle justo antes de que prosiga. Se me
adelanta—. Y no me vengas con esas de que nada, porque nos conocemos y mucho.
—Axe… Paula…
Mi amigo está expectante al otro lado.
—¿Quieres que vayamos? ¿Quieres que estemos ahí los tres para tener esta conversación? —Sabe lo que
le iba a contar antes siquiera de que lo hiciese—. Maela está loca por ver a las chicas, y yo, bueno, puedo
dejar a Ivar y a Kaira al frente del hotel unos días. Ihan… —Espera una respuesta a su ofrecimiento.
¿Quiero?
—Axe, no, de verdad, no es necesario, no ha pasado nada grave y tampoco estoy enfermo.
—Enfermo de amor sí —se burla. Me carcajeo.
—No te pases —le advierto—. No es amor —sentencio con firmeza—. Es solo que me hace sentir raro. Y
que me gusta estar con ella.
—Así que… —Se toma su maldito tiempo antes de continuar y os juro que se me eriza el vello de la nuca
porque sí, Axe es un cabroncete cuando quiere, y yo me he encargado estos años de burlarme de él, me lo
merezco. Todo lo que me diga me lo merezco—. Te gusta estar con ella más allá del plano sexual.
—Ohh, plano sexual —ironizo.
Sí, me la estoy jugando. Lo de sacar de sus casillas a las personas se me da de lujo. En eso es en lo que
debería trabajar.
—Si Maela estuviese despierta, le pasaría el teléfono solo para que te mande a callar —bromea—. Esa
sensación que sientes es justo por la que hemos pasado todos antes de llegar a enamorarnos. Forelsket —
susurra bajito.
—Pues vaya. —No sé qué más añadir, además de que estoy bien jodido—. ¿Y si ella…?
—No empieces con chorradas. El de la seguridad aplastante del grupo eres tú, el que lo tiene todo bajo
control y siempre guarda un as bajo la manga.
—Con Paula no tengo as bajo la manga. Con ella, solo soy yo.
—Guau —se jacta—. ¿Dónde está Ihan y qué has hecho con él?
—Que te den. —Me carcajeo al recordar cómo Carla me contaba que esa expresión la había utilizado
con Paula el otro día. ¿Por qué coño no soy capaz de pensar sin que Paula me venga a la mente? Dios,
estoy peor de lo que pensaba.
—Ya me han dado. —Me lo imagino con esa mirada de suficiencia y me dan ganas de romperle la
mandíbula de un puñetazo—. Y me temo que, por tu humor, a ti no.
—Gilipollas —escupo con rabia.
Axe se carcajea, y le cuelgo el teléfono dejándolo con lo que quiera que fuese a soltar en los labios.
Odio que me saque de mis casillas, en serio, y da la casualidad de que me temo que esto es justo lo que
iba a suceder al contarle cómo me siento. Duncan será más educado. Ivar se reirá de mí, y estaré hundido
en la miseria.
Giro la cabeza hacia la pared, como si por ella mis ojos pudiesen traspasar y viese la figura de Paula,
tumbada en la cama. Mis pies danzan solos por el suelo, el contacto de las baldosas es frío y no me cuesta
nada saltar de nuevo hacia su apartamento. No hay ni un solo ápice de duda en mí. La puerta está
entreabierta y me cuelo por ella una vez más. La figura de Paula, hecha un ovillo en la cama, me transmite
infinita ternura y de inmediato siento esa necesidad apremiante de acurrucarme con ella, de que su
espalda se amolde a mi pecho y que seamos uno.
Hago eso que me pide el cuerpo, me cuelo bajo las sábanas y la atraigo hacia mí. Mi polla se endurece
bajo mis pantalones, y ella se sacude contra mi masculinidad al notarla.
—Ihan… —Lleva su mano hasta mi miembro, y la aparto.
—Esta noche no, Paula. Esta noche no. Solo necesito esto.
Y nos abrazamos, sintiendo mi piel ardiendo bajo su contacto.
No es necesario que lo verbalice, lo sé yo y lo sabes tú. Estoy perdido. Perdido en Paula.


CAPÍTULO 21
PERDIDO EN PAULA
Paula


Si no fuese porque anoche estaba bien despierta cuando se metió en la cama conmigo, habría pensado
que lo he soñado.
El despertador me ha dado la bienvenida, un día más, y no hay rastro de Ihan en la habitación.
Anoche me equivoqué. No fue aposta ni mucho menos, solo actué de la forma en la que lo hacemos
siempre, salvo que, en esta ocasión, cuando me contó que esa frase la había pronunciado su madre, con
todo lo que ello implica, es como si me hubiese caído encima un jarro de agua congelada.
Lo de anoche marcó un antes y un después. Un simple gesto lo hizo. Algo tan nimio como colarse en mi
habitación, meterse en la cama y abrazarme… Y sentirme tan bien por ello hizo que todas las alarmas
saltasen y que, a su vez, decidiese pasármelas todas por el forro.
Sí, he vuelto. Ha vuelto la Paula decidida, la que tiene claro que la vida hay que afrontarla con entereza
y que los golpes te van a llegar los intentes evitar o no. Tenemos que aprender de alguna forma, ¿verdad?
Tras darme una ducha, y comprobar que mi armario vuelve a estar desordenado, bajo las escaleras para
toparme con una Carla que está preparando algo delicioso, tal y como huele, como si es una suela de
zapato a la plancha, me la zamparía.
—Buenos días. —Me recibe risueña y animada—. He preparado gofres, ¿a que los echabas de menos? —
Asiento—. Gabriela vendrá a desayunar con nosotras. Hoy tenemos previsto dar una vuelta. Duncan no
nos acompañará. He invitado a tía Callen, pero me ha dicho que tenía planes inaplazables, y no he
insistido. Eso sí, tenemos cena esta noche, de bienvenida, o eso es lo que me ha indicado.
Esta mujer me suelta todo esto de sopetón, y yo no he sido capaz de balbucear un triste saludo.
Una gran taza de café humeante aparece ante mis ojos y un enorme puchero se refleja en mi semblante.
—Te quiero más que a nada en este mundo.
—¿Eso me lo dices a mí o al café?
—Al café, por supuesto.
—Malvada —bromea—. ¿Qué tal anoche?
Un leve toque en la puerta me salva de explicar…, bueno, ya me entendéis. Gabriela está al otro lado,
despeinada.
—¿Y a ti qué te ha pasado? —indago—. ¿Has adoptado un nido de pájaros en esa cabeza?
—Ja, ja, qué chistosa mi amiga.
—Pasa, anda.
La susodicha parece arrastrarse hasta la cocina y eso que no hay más de dos o tres metros de
separación.
—Café, por favor, café en vena. —Carla le sonríe, y yo ruedo los ojos. Y eso que la exagerada soy yo, a
ver si va a resultar que nos estamos cambiando los papeles y me voy a convertir en filósofa y amorosa.
Aunque, tras lo de anoche, lo de amorosa está cobrando sentido por momentos—. Estoy cansada, agotada,
exhausta…
—¿No te ha dejado dormir tu querido maridito? —inquiero con socarronería.
—Algo así —musita—. Eso y que no me he recuperado de la luna de miel. Dios, no os caséis jamás.
—No me fastidies, no nos casamos por la luna de miel, ya lo que me faltaba.
—Se supone que era un viaje de placer. —Alzo las cejas y sonrío malvada—. No me seas cochinota ,
hablo de que íbamos a descansar y todo eso. Al final, no he caminado tanto en mi vida.
—Haberte ido a un hotel.
—Hicimos eso, maja —me corrige.
—Bueno, pues haberte negado a hacer turismo.
—Ya, Duncan es terco, no sé si lo sabes.
—Algo de eso me suena, teniendo en cuenta que le dijiste que no querías enamorarte de él y resulta que
aquí estás, casada y espero que no preñada.
—¡Qué bruta eres! —exclama Carla—. Trae, te retiro tu café. —Sujeto la taza como si me fuese la vida
en ello, y me permite continuar con mi bebida celestial.
—No, no estoy embarazada. Al menos que yo sepa.
—Lo que me faltaba —ironizo.
—Pues a mí me gustaría tener bebés algún día —nos explica Carla mientras deja un par de gofres en
cada plato. Nos acerca el sirope y unos cuencos con fruta fresca. En serio, esta mujer es lo más.
—Recuerdas lo que hay que hacer para tenerlos, ¿verdad? Porque…
—No empieces —me corta antes de que me ponga bruta de nuevo—. Estoy hablando en el hipotético
caso de que encuentre a alguien con quien formar una familia, alguien que me respete por encima de todo
y que no me mienta.
—Lo hemos pillado —acoto.
Se hace el silencio, y todas aguardamos a que alguna lo rompa. Gabriela bebe, yo como, y Carla observa
la puerta y la ventana de forma alternativa.
—Esta mañana me encontré con Arthur y me invitó a tomar un café, un té o un vaso de leche y lo suelto
así porque me ofreció todas esas cosas en la misma frase.
—Anoche dormí con Ihan. —Nos solapamos al soltarlo, aunque yo he sido más concisa y he acabado
antes, lo que no quita que me observen con suspicacia, incluso Gabriela me sonríe condescendiente.
Ganas de tirarme por el balcón, eso es lo que me han dado. O no, joder, que me quiero mucho, no hay que
pasarse tampoco—. Esta mañana, al despertarme, ya no estaba.
—Así que… dormir, ¿eh?
—Carliña, no me toques las palmas, que nos conocemos.
—Uhhh. —Es el turno de Gabriela.
—¿Y qué le has contestado a Arthur? —A ver, que desviar el tema siempre funciona.
—¿Qué le voy a responder? Voy a ser consecuente con mi decisión y he aceptado su propuesta, de todas
formas, me queda poco para irme de vuelta a España. No pasa nada por aceptar.
—Es una cita —corroboro, por si no se ha dado cuenta y eso.
—No es una cita, es…
—Una cita —insisto.
—Una quedada —especifica ella intentando llevarme la contraria y salirse con la suya.
—Es una cita porque no os conocéis —contrataco.
Me gusta sacar de sus casillas a Carla, por si no lo habéis notado. Mi padre también era así, siempre
bromeaba, siempre intentaba pincharte, robarte una sonrisa y hacía comentarios mordaces. Mi padre…
Lo echo tanto de menos. Cada puto día.
—Si quieres que hablemos de citas, tal vez es buen momento para empezar a explicar cómo es que
anoche dormiste con Ihan.
—Surgió, sin más. —Soy lo peor—. Es mentira, no surgió sin más, bueno, a ver, tengo parte de razón. —
Intento encontrar la forma de explicarlo sin parecer absurda o ridícula.
—¿Parte de razón en qué? Perdona que no te entienda, básicamente, porque te estás explicando fatal. —
Estoy nerviosa, en serio.
—Después de que nos despidiésemos, entré en la habitación y lo vi sentado en la terraza, en una de las
hamacas. —Suspiro al recordar lo que sentí al verlo allí, es como si, no sé, como si ese fuese su sitio, como
si eso es lo que quisiese, encontrarnos cada día, saludarnos, hablar, compartir burlas, beber un par de
copas…—. Me acerqué y empezamos a soltar comentarios mordaces.
—Qué romántico todo, por favor. —Le dedico una mirada reprobatoria a Carla, que se lleva un trozo de
gofre a la boca, imagino que para callarse y dejarme seguir.
—Deja que continúe —pide Gabriela.
—Una cosa llevó a la otra e hizo un comentario extraño. Me dijo que a veces hay que esperar a la
persona indicada para enamorarse.
—¿Así? ¿Tal cual? —La boca de Gabriela está abierta de par en par.
—No, le conté que he huido de las relaciones, ya sabéis que, por norma general, actúo de esa forma. No
me implico y, entonces, me respondió que puede ser que fuese de esa manera porque no había aparecido
la persona indicada. A lo que yo… Ya sabéis… —Me avergüenzo.
—Hiciste un comentario desafortunado —finaliza Carla por mí dando en el clavo.
Asiento.
—Me explicó que eso era algo que decía su madre. Y me sentí tan tan mal. No os hacéis una idea, no
quería, de verdad que no era mi intención hacerle daño, como tampoco fue mi intención hacértelo a ti el
otro día.
—Deja de compadecerte, Paula —acota Carla—. Nos equivocamos las dos, y te has equivocado de nuevo.
No fue con maldad. Ni siquiera lo sabías —me consuela.
—Ya, lo sé. Lo que pasa es que… su madre… y, de verdad, esas palabras son sabias, tiene razón en ello y
estoy completamente de acuerdo, solo que… a veces me comporto como una gilipollas.
—Todos lo hacemos, lo importante es darse cuenta y rectificar. Pedir perdón —aconseja Gabriela, que ha
terminado con su plato. Yo, en cambio, apenas he probado el mío. Todo ese apetito voraz se ha esfumado
al recordar mi comportamiento de anoche.
—Se fue, no pude disculparme porque me quedé paralizada. Se marchó y… no sé qué sucedió en ese
espacio de tiempo, que regresó. Yo estaba despierta, aovillada en la cama, hecha un manojo de nervios —
me sincero de una forma brutal y apabullante— y entró. Pensé que venía a follar. —Tal cual—. En cambio,
me rechazó. Y yo… me sentí tan bien con él allí.
Bajo la vista, no es vergüenza, tampoco pudor por confesarlo, por darle voz a mis pensamientos, es que
todo se complica.
—Estás enamorándote de Ihan, eso es lo que sucede.
Si me hubiesen dado una cachetada, tal vez me habría dolido menos que esa afirmación de Gabriela.
—Y no pasa nada porque eso suceda —apunta Carla—. Es bonito, deberías dejarte llevar. Como estoy
haciendo yo.
—Dejarse llevar —repito como una autómata.
—¿Quién sabe? Quizá hayas encontrado al amor de tu vida en Irlanda y te quedes aquí para siempre.
—Y será tu irlandés.
—Para siempre —insiste Gabriela.
—Un irlandés para siempre —murmuro.
Y no sé por qué, pero me gusta cómo suena y tengo intención de averiguar cuánto hay de real en esa
frase.









CAPÍTULO 22
CUÁNTO HAY DE REAL EN ESA FRASE
Ihan


—¿Acaso te has convertido en mi perrito faldero?
Duncan lleva todo el día en el despacho conmigo, revisando carpetas, analizando informes y leyendo
actas de reuniones. Esta mañana, Anna se sorprendió cuando llegamos, nos persiguió —como es habitual
en ella— contándonos el orden del día, y Duncan, rompiendo mi tradición de una forma terrible y cruel —
nótese la ironía—, aceptó todo y respondió de forma eficaz. Obviamente, le advertí a Anna que no se
acostumbrase porque yo seguía igual de despistado hasta el primer café y que me lo tendría que repetir
todo en ese momento.
Sin perder las viejas costumbres y eso.
—Gabriela ha salido con Carla, no tengo nada mejor con lo que entretenerme.
—Y has decidido que yo soy tu conejillo de indias o tu monito de feria. —Y, ya puestos, su segundo plato.
—Tal vez. —Alza la vista y me sonríe como si…, como si supiese algo que yo no sé, y me acojona, en
serio que me acojona—. Axe me ha llamado a primera hora.
Ahí está, debería haber sospechado.
—¿Antes o después de vestirte? Lo digo por si ha interrumpido alguna cosa que hayas estado haciendo
en la soledad de tu habitación.
—Esas cosas —matiza— las hago con Gabriela.
—Masturbarse es muy sano. Hay estudios…
—Ahórrate esos estudios que nadie quiere conocer. Y vamos al meollo de la situación. ¿Qué pasa con
Paula?
Resoplo dramáticamente, no tenía que haber llamado a Axe y haberle contado nada, lo hice en un
momento de debilidad y estoy pagando las consecuencias. Lo que hay. Pensad antes de actuar, ese es mi
sabio consejo del día.
—No lo sé. —Otra vez esa frase de mierda—. No me mires así, de verdad que no lo sé. Me gusta estar
con ella, ya sabes. Es inteligente, perspicaz, mordaz… Sexualmente activa. —Me gano un empujón de mi
amigo.
Duncan se incorpora y se acerca a la puerta.
—Hora de un café bien cargado para una charla muy intensa. Por cierto. —Abre la puerta para que lo
acompañe—. Axe viene con Maela.
Lo sospechaba. No diré que no me agrada porque estaría faltando a la verdad.
—¿Porque me tiene en alta estima?
—Porque no piensa perderse nada de esto. Me lo ha soltado así, tal cual.
—Maldito vikingo fortachón. —Del que temo que sus puños rompan mi preciosa mandíbula.
—Eso podrás decírselo a la cara —me provoca sabiendo que no diré ni mu al respecto.
Bajamos en el ascensor y cruzamos la calle en un santiamén. Entramos en el local de siempre, ese al
que Paula le dio mala impresión cuando la llevé a almorzar por primera vez, y nos acomodamos en una
mesa apartada.
—¿Cuándo llegan?
—Supongo que mañana o pasado. Según parece, Maela está encantada con la idea de venir. Me ha
contado que también irán a Escocia a ver a sus padres. —Cabeceo afirmando, tiene lógica—. No le he
contado nada aún a Gabriela, quiero que sea una sorpresa —explica entusiasmado.
—Me parece bien. Ellas se tienen cariño, ya lo sabes.
—Forjaron una buena amistad en el castillo y me alegro de que haya sido de esa forma, así se sentía
menos sola.
—Hablando del castillo y de Glamis, ¿tu padre…? —me aventuro a preguntar.
—Ha vuelto.
Mira que lo suponía.
—¿Necesita dinero?
—Oh, por supuesto. —Mi amigo ya lo tiene más que asumido—. Lo que sucede es que ha sido más
inteligente en esta ocasión. Me ha puesto una excusa barata sobre la familia, el arrepentimiento y que soy
un hombre casado y que Gabriela es su nuera. Pretende ejercer de suegro del año después de todo.
—¿Te lo has creído?
A Axe le encantaría esto, se lo pasaría en grande. Aunque tal vez Duncan se lo haya contado esta
mañana, lo que implica que me he perdido la fiesta, como ahora se cuentan los secretos a mi espalda.
¿Inquina? No sé por qué lo decís…
—Para nada. —Niega acompañando su respuesta—. Ha tenido tiempo más que suficiente para
comportarse de esa forma que manifiesta y que sabemos que huele a mentiras. Ni siquiera se presentó en
nuestra boda ni tuvo la educación de mostrar sus respetos. No hay nada que pueda hacer conmigo. —
Recuerdo todo eso por lo que Duncan ayudaba a su padre, la promesa que le hizo a su madre antes de
fallecer y la lealtad que lo caracteriza, que caracteriza a los highlanders y, en especial, a mi amigo—. Mi
madre lo habría entendido. Estoy seguro de ello. Comprendería que no cumpla su promesa si eso implica
tener que sacrificar mi felicidad y todo lo que he forjado, los lazos que Gabriela y yo hemos establecido, lo
que somos juntos, eso es mágico, Ihan, de verdad. Solo espero que, si sientes eso por Paula o sospechas
sentirlo, te dejes llevar porque es maravilloso.
Trago con fuerza porque lo que me transmite mi amigo no son solo palabras, es afecto, cariño y amor
sincero y, de verdad, una leve punzada de envidia me corroe, aunque la aparto de inmediato.
Hablando de la susodicha…
La puerta se abre y como un vendaval entran Anna y Paula. Los hombres se giran para observarlas
porque… desprenden fuerza. Hago lo mismo que ellos y me siento satisfecho de que así sea, de que ella
reciba la atención que merece, de que la observen de esa forma y luego ella…, tal vez y con suerte, me
elija a mí.
—Ahora me soltarás otra vez ese rollo de que no sabes lo que te pasa… No lo sabes porque no te
interesa saberlo —apunta Duncan—. No hay más que ver cómo la observas.
Tuerzo el gesto, más por evitar que siga metiéndose conmigo que por admitir que tiene razón. Porque la
tiene.
—No tengo ni la menor idea de lo que insinúas.
Las chicas hacen un pequeño barrido por el local y nos encuentran en una esquina. Paula alza una de
sus perfectas cejas cuando repara en mi presencia y un aluvión de imágenes regresan a mi cabeza,
propinándome una sacudida que procuro ocultar. Mi brazo sobre su muslo, mi pierna sobre la suya, su
espalda pegada a mi pecho, el calor que desprendían nuestros cuerpos, nuestras respiraciones
acompasadas y luego… Ella girándose, sin abrir los ojos, y yo con miedo a cerrarlos y que desapareciese,
que eso que estaba sintiendo se esfumase como si fuese niebla.
Le sonrío con complicidad y me pregunto si a ella le sucederá lo mismo cuando me ve, si también
sentirá que se le encoge algo por dentro y ese pequeño pellizco en las entrañas que, a veces, te corta la
respiración.
—No veo que tengan la intención de sentarse con nosotros —afirma Duncan al verlas tomar asiento en
una mesa bastante alejada de la nuestra.
—Eso parece. Quizá las intimidas —bromeo—. En fin, ya sabes, si la montaña no va a Mahoma…
Me incorporo y abotono mi chaqueta. Recuerdo cómo Paula se metió conmigo por ellas, al saber que las
llevaba a la tintorería. Ese sentido del humor que tiene me fascina.
—Buenos días, señoritas —saludo cordial.
—Ha sido idea suya —me acusa Duncan sin dudar.
—Me lo creo —ironiza Paula.
Sigue sin querer mirarme con atención y no entiendo bien el motivo. ¿Será por mi intromisión de
anoche?
Me apresuro a ocupar el asiento a su lado, aprovechando los sillones que hay, y me aprieto contra su
cuerpo sin pudor alguno. No me importa la ceja alzada de Anna ni las conclusiones que pueda extraer de
este acercamiento. Como bien he dicho en más de una ocasión, es mi vida privada y solo se conoce lo que
yo quiero. No me importa que me vean con Paula y que puedan interpretarlo como algo más. ¿Qué más
da? Si la realidad es que hay algo más de verdad, aunque aún estemos descubriendo el qué.
—¿Qué tal lleváis el día? —indaga Duncan de forma cordial.
—Bien —arguye Anna, avergonzada por nuestra aparición. Tal vez quisiesen intimidad para hablar de
sus cosas.
—¿Has hablado con Gabriela? —indaga Paula.
Me aprieto más contra ella, y se remueve incómoda en el asiento. Sé lo que intenta hacer, desviar la
conversación hacia otro punto.
—No. Es día de chicas, no me inmiscuyo.
—Vaya, me sorprende, Duncan el sobreprotector deja a mi amiga a su aire —parlotea, sí, intenta sacarlo
de sus casillas. ¿No sabe que Duncan tiene una voluntad de hierro o qué?
—Suena como si estuvieses llamándome acosador.
—O algo mucho peor —ironiza.
—Porque ya nos conocemos, Paula, que, si no, pensaría que me odias.
—Solo te guardo rencor por no dejarme robarte los candelabros. Había muchos en ese castillo, ¿qué
más daba uno más o uno menos?
El camarero interrumpe mientras disfruto de cómo Paula se mete con mi amigo, que bien merecido se lo
tiene por hablar con Axe a mis espaldas, y Anna desvía la mirada hacia otra parte.
Recitamos un par de bebidas, y Paula pide su almuerzo, a pesar de que es temprano. Asiento satisfecho.
—Muy bien. —La recompenso susurrando para que nadie más nos escuche.
—Te fuiste —me contesta con algo que no viene al asunto.
Me quedo descolocado durante unos minutos. No sé si hace referencia a anoche, tras la confesión de mi
madre o a lo que vino después, cuando me colé en su cama y compartimos ese momento de intimidad.
Tuve que irme. Cuando me desperté, tuve que hacerlo. Necesitaba darle espacio a ella también, dejarla
elegir, que pensase en lo que había sentido conmigo allí.
—Y tú, Anna, ¿qué deseas tomar?
El camarero no deja de mirar a mi secretaria, y Paula comienza a toser como si le fuese la vida en ello.
—¿Estás bien? —pregunto dándole un par de palmaditas en la espalda.
Ella asiente, me da un golpe por debajo de la mesa y sigue tosiendo. No tengo ni la más remota idea de
lo que sucede.
—Necesito ir al baño un momento, ¿me acompañas, Anna? —Mi secretaria asiente sin dudar. Pero ¿qué
coño?—. Tomará lo mismo que yo —responde por ella mientras tira de su mano como si se la estuviese
llevando la corriente.
Pasa al lado del camarero y le da un empujón.
Duncan desvía la mirada, y yo no me entero una mierda de qué ha sido eso.
—Lo siento —se disculpa el camarero antes de marcharse. Tengo que preguntar qué es lo que pasa y
qué me he perdido.
—¿Qué ha sido eso? —indaga Duncan, al menos, me quedo más tranquilo porque no soy el único que se
ha percatado de que algo se cuece aquí—. Paula le ha propinado un empujón al chico que… tenía pinta de
querer salir corriendo.
Sí, esa es mi chica.
¿Mi chica?
—El otro día también pasó algo raro. No es que me quiera meter donde no me llaman…
—Porque eso, desde luego, no te gusta —me corta Duncan con insolencia.
—En efecto.
—Era ironía.
—Lo sé. —Sonrío con suficiencia, y Duncan suspira con fuerza—. El caso es que tengo la sensación de
que mi secretaria y ese chico…
Duncan alza la mano para que deje de hablar.
—Ya vienen.
Con esa sospecha cerniéndose sobre nosotros, me fijo en todos los detalles.
Comemos hablando de temas sin importancia, a veces de trabajo y, otras, de la luna de miel de Duncan
y Gabriela.
El camarero nos observa receloso. Si las miradas matasen, acabaría con Duncan, que es el que se sienta
con Anna.
—Es hora de marcharnos —indica Paula con prisa. Parece haberse percatado de que llevamos fuera más
tiempo del habitual.
—Ay, Dios —balbucea Anna mirando el reloj—. Recuperaré las horas.
Niego.
—No hace falta. Llegas antes de lo que debes cada día. Considéralo una comida de empresa —apunto.
Ella sonríe. No la veo muy convencida. Mi secretaria se adelanta para ir a pagar, y sujeto la mano de
Paula antes de que se marche. No me importa que Duncan siga presente.
El contacto es íntimo y sumamente grato.
—Tenemos que hablar.
Por un momento pienso que me vaya a decir que me fui, una vez más, pero sus ojos pasan de Duncan a
mí y entiendo que no quiere que nuestra conversación y nuestra situación sea de dominio público.
Por lo que solo asiente.
La sigo con la mirada, deleitándome en sus curvas. Me vuelve completamente loco.
Un par de carraspeos me traen de vuelta de inmediato.
Duncan, con los brazos cruzados sobre su pecho, me sonríe condescendiente.
—¿Te lo estás pasando bien?
Asiente sin perder la postura.
—Y mucho mejor me lo voy a pasar cuando llegue Axe. Estás acabado.
—Hombre, amigo, no hay que ser rencoroso —rebato o lloriqueo, lo que sea.
Se acerca con esa misma pose, con esa que busca incitar y solo siento ganas de acabar con él.
—Estás acabado.
No me molesto en añadir nada más, lo sé. Es más, esto se veía venir desde Glamis.
CAPÍTULO 23
SE VEÍA VENIR DESDE GLAMIS
Paula


—Anna, por favor, deja de corretear. Vas con tacones, temo por tu vida. —Y, ya de paso, por la mía.
Mi compañera de trabajo hace caso omiso a mis palabras, solo se limita a seguir adelante como si mi
voz se tratase de un rumor lejano apenas perceptible. Cuando entramos en el ascensor, y pulsamos el
botón que nos conducirá de vuelta a nuestro puesto de trabajo, se lleva la mano al pecho y gime como si
se estuviese ahogando con su propio vómito. Esclarecedor, lo sé.
—Me ha dejado una nota. ¡Una nota! Será cabrón malnacido —grita ofuscada, recuperándose de ese
momento de bajón.
Pues vaya, resulta que Anna, que parece todo paz y amor, tiene un carácter de mil demonios.
—¿Cuándo? —Ni yo, que estaba de cuerpo presente, me percaté de ello.
—Dentro de la servilleta. Cuando trajo los cubiertos.
No noté nada, tal vez estaba demasiado distraída con Ihan y con esos labios mullidos que posee y que
tantas ganas de morderlos tengo.
—¿La has leído? —Anna niega con efusividad. Llegamos a nuestra planta y caminamos despacio—. Te
espero en mi despacho —susurro—. Anna, necesito que me traigas desde que puedas toda la información
relativa al hotel de Sortland —hablo en voz alta, estoy buscando una forma de que pueda escabullirse sin
que nadie la juzgue por ello.
Tenemos buenos compañeros y otros no tanto, ya sabéis, hay de todo en la viña del Señor.
Ella asiente entendiendo mis intenciones, y la dejo atrás como si eso que me acaba de contar no fuese
importante.
Cuando me siento frente al ordenador, tengo un correo electrónico de Lorna. Me pide que la llame, y lo
hago de inmediato.
—¿Hola? —inquiero cuando me contesta.
Se escucha mucho alboroto al otro lado y me pregunto si la he pillado en un buen momento.
—¡Paula! —casi grita.
—Lorna, acabo de ver tu correo, ¿te llamo luego? —El bullicio cada vez se percibe más lejano.
—No, no, para nada, solo necesito que tomes nota de unas cosas que tienes que comprobar y de unas
llamadas que debes hacer. El hotel de Sortland abrirá las puertas el próximo mes y tenemos que empezar
con entrevistas y demás asuntos. Normalmente me trasladaría y haría las entrevistas en persona, pero las
circunstancias han cambiado y no voy a poder hacerlo.
—¿Qué circunstancias? —Como le suceda algo, con la cantidad de cosas que me quedan por aprender,
muero. Sin drama ni nada.
—Nada importante —manifiesta con rotundidad. He aprendido que Lorna no habla de ningún asunto
que no quiera hablar así la presiones al máximo—. El caso es que, y no me mates, necesito que pongas
anuncios en los medios locales, luego te pasaré un par de enlaces, y que te encargues de las entrevistas.
—¿Quieres que vaya hasta allí? —Hostia.
Ella se carcajea al otro lado de la línea, separo el teléfono por inercia y dudo de si se estará
descojonando de mí, que, por otra parte, tiene su lógica y eso que no me ha visto la cara de tonta que se
me debe de haber quedado tras su petición.
—No, Paula, puedes hacerlas por Skype.
—¿En inglés? Como me pidas que hable vikingo, te digo ya que no. Haría el ridículo y tengo una
reputación que mantener.
Vuelve a reírse, a mi costa, seguro. Voy de mal en peor.
—No será necesario, piensa que deben saber inglés y que es un idioma que tú también controlas,
además, Axe podrá ayudarte si lo necesitas.
—¿Axe también hará las entrevistas? ¿Desde esas islas mortíferas? —Vaya.
—No, Paula, ¿Ihan no te ha contado nada?
—¿De qué? —¿Es buen momento para explicarle que hemos dormido juntos y que lo de hablar, pues
como que no se ha dado?
—Según tengo entendido, Axe y Maela van a pasar unos días en Dublín. No se lo han dicho a Gabriela
para que sea una sorpresa.
Cosa de Duncan, seguro.
—Vale —balbuceo—. Pásame toda la información y me pongo a ello.
—Cuando tengas varios candidatos que encajen, habla con Ihan, y llegad a un acuerdo.
—Un acuerdo.
—Sin mataros. —Como si me leyese la mente—. Ni comeros. —Mejor de esta forma, sí.
—Entendido —musito poco convencida de que no vaya a pasar ninguna de esas dos cosas.
—Seguimos hablando.
—Cuídate.
Colgamos y, como si el correo lo tuviese ya preparado, me entra casi al instante. Anna llega al momento
también con una carpeta de pega en la mano. Y digo de pega, porque seguro que está vacía, como el alma
de Pól.
—Bien, suelta todo lo que tengas.
Me tiende la nota sin más. Eso también era un buen camino a elegir, sí.

Es un auténtico suplicio verte cada día y que no me hagas
caso. No sé qué ha sucedido o si te he hecho sentir mal por
algo que desconozco. Te echo de menos.
P.

—¿Y bien?
La leo de nuevo, esta vez en voz alta, y Anna juega, como de costumbre, con el bajo de su chaqueta de
vestir. Me parece tan vulnerable al verla actuar de esa forma.
—Por lo que entiendo… —Y no voy a insultarlo sin razonar lo que ocurre—. No tiene ni la más remota
idea del tema.
—Ningún hombre que se comporte como él tiene la menor idea. Todos hacen lo mismo, fingen que nada
pasa, a ver si escapan de la que se les viene encima.
Pongo los ojos en blanco, ni tanto ni tan calvo. Habla el rencor, es eso, no se lo tengáis en cuenta.
—A ver, Anna, que yo contigo a muerte —profiero y me gano una sonrisa de recompensa—, no
obstante…
—Sabía yo que iba a haber algún «pero» —puntualiza con desdén.
—¿No es mejor explicarle las cosas antes que huir de ellas? Que, oye, lo de huir es un buen plan. —Es
mentira, lo sé por Gabriela y Carla—. Lo que sucede es que, al final, eso todo sigue ahí. —Y finjo hacer
una bola inmensa de esas que cada vez se ponen peor y peor y explotan—. Y jamás se va a ir por más que
quieras.
—Salvo…
—¿Salvo? —Está madurando, lo veo, valgo como consejera y psicóloga.
—Salvo que deje de ir a ese local a almorzar y vayamos a otro. —O no valgo una mierda como psicóloga
y tampoco estoy madurando tanto como pensaba.
—Anna…
—Nunca he valido para esto… Soy una cobarde, siempre lo he sido. Por eso se me dan de pena las
relaciones y los hombres. Por eso solo me entrego cuando hay…
—¿Una conexión? —intervengo cortando su discurso. Mal discurso, por cierto.
Que sea yo la que habla de esto cuando se me da de pena el amor. O eso pensaba hasta… ¿Hasta Ihan?
¿Es acaso amor?
—Una conexión, sí. Para mí es complicado, ¿sabes? Siempre he pasado inadvertida. He tenido parejas y,
al final, ha sucedido algo que hace que no encajemos. No quieren comprometerse, no quieren tener hijos,
afirman quererlos tener y resulta que ya lo han hecho con otras. En fin, que doy pena y asco. Y asco y
pena —insiste.
—No das ni una cosa ni la otra.
Me descalzo como quien se pone las bragas cada mañana antes de salir de casa, y ella me mira perpleja.
—Ihan te va a matar.
—Primero tendrá que enterarse. —Me observo los pies y muevo los deditos. Libertad, libertad, sin ira,
libertad…—. Me agradecerán algún día la autonomía que les estoy dando. Deberías probar. ¿Y sabes qué
más deberías probar?
—¿Qué?
—A hablar con él y ponerlo en su sitio. Anna, que ya no es porque vayas a volver con él o no, no es
cuestión de eso, la cosa es que te quedarás tranquila por haber tomado las riendas de tu vida. —Como yo
he hecho con la mía intentando vivir al día y no huir cada vez que Ihan abre la boca, no hablemos de los
abrazos. Eso jamás lo habría permitido, es más, ni siquiera habría propiciado que esa situación se diese.
Lo normal era follar y mandarlos a paseo. Rápido, sencillo y efectivo. Un plan que no hace aguas, como
el de ahora.
—Lo planteas como… —Duda, no sabe siquiera cómo definirlo.
—Lo planteo como es, Anna. Tomar las riendas, las decisiones y, de paso, ponerlo en su sitio. Un plan
infalible.
Una mueca de desagrado me saca una sonrisa. La estoy convenciendo, y ella lo sabe.
—Me lo pensaré.
—Con eso me basta.
—¿En serio?
—No, ni de coña, sin embargo, para empezar no está mal —apunto.
Se resigna a que le daré el coñazo, porque yo soy así, ya lo decía mi padre, soy más pesada que una
mula bajo el brazo, cosa que él también era. Se lo escuché mil veces a mi madre y en todas ellas acababan
abrazados.
—¿Paula? ¿Te has ido a kilómetros de aquí?
Regreso al presente y dejo a un lado los recuerdos, tan nítidos y, a su vez, tan borrosos.
—Tengo mucho trabajo que hacer, cualquier cosa…, ya sabes dónde estoy. —Nos despedimos y cada una
regresa a su trabajo.
O, al menos, fingimos no pensar en los fantasmas que nos acechan.


















CAPÍTULO 24
FINGIMOS NO PENSAR EN LOS FANTASMAS QUE NOS
ACECHAN
Ihan


He vuelto a las andadas. Ya sabéis, un pequeño salto para el hombre y un gran salto para la humanidad.
Of course .
Lo que quiere decir que estoy plantado en la terraza de Paula, aunque esta vez he traído un par de
copas y dos botellas de vino. Que nadie me recrimine que no soy un hombre preparado.
La cena en casa de mi tía ha transcurrido con normalidad. Muchas risas, mucho alboroto y he visto a mi
tía como pez bajo el agua. Estaba en su salsa. La perfecta organizadora de eventos que está encerrada en
el cuerpo de una propietaria que vive de los alquileres que le proporciona su edificio.
—Pssss.
No me lo puedo creer.
—¿Y ahora qué? —inquiero.
—Vas a coger frío y esas botellas se van a calentar.
—No se te ocurra hablar de nada caliente —la provoco.
Sé de buena tinta que, si estuviese aquí, en esta terraza, mi tía me habría dado una colleja por lo que
acabo de soltarle.
—No seas indecente, Ihan —me reprende desde el balcón de arriba—. No te hemos educado para eso. —
A pesar de que intenta sonar a reprimenda, sus palabras llevan implícita la broma.
—Me gusta lo impúdico, no puedes culparme por ello.
—De ahí que intentase buscarte una novia, para que sentases cabeza y te convirtieses en un hombre
sensato. Empiezo a dudar que en algún momento salga a la luz tu buen juicio. Y tampoco lo estás haciendo
del todo mal con la ausencia del mismo.
—¿Eso quiere decir que ya no me vas a preparar ninguna cita con la hija de alguna de tus amigas? —
Vierto un poco de vino en la copa aguardando su respuesta.
—Tengo la ligera sospecha de que sabes buscarte tú mismo esas citas, ¿me equivoco?
Alzo la copa y se la muestro.
—Brindo por ello.
—¿Por la ausencia de citas programadas, porque tu tía te ha dado vía libre o porque has encontrado lo
que buscabas?
—¿En serio pretendes que tengamos esta conversación así? Estoy medio desnudo.
—No tienes nada que no te haya visto. No me hagas recordártelo.
—Tendré que hacerme un lavado de cerebro después de eso.
—O podrías sonreír y agradecerme que te haya limpiado el culo cuando solo eras un bebé y tus padres
te dejaban conmigo. —Bebo de nuevo. Esos viajes que tanto les gustaba hacer y que, en cierto modo,
siento que los condenaron y alejaron de mí antes de lo debido—. Sea como fuere, estoy feliz por ti, es una
buena chica.
Observo el interior de la habitación, esperando a que se haya encendido la luz y no me haya percatado
de ello, a verla paseando por la misma, en ropa interior o con la ausencia de cualquier prenda, y sonrío.
Me imagino eso siempre, los dos, aquí, así, cómplices de nuestras travesuras. Valiendo más por nuestros
secretos que por nuestras confesiones.
—Cuando estés preparado, sube y hablaremos de ello.
—¿Cómo sabes…?
—Soy tu tía. Lo sé todo.
—Me olvidaba de ese gen que tenéis todas las madres.
Si estuviese cerca la abrazaría, la encerraría en mis brazos con fuerza, agradeciéndole una vez más que
me haya salvado. Que me haya dado gran parte de lo que tengo y que me haya permitido salir adelante,
sin hundirme en ese pozo oscuro de pena y soledad.
—Solo las que quieren como tal —apunta sin un ápice de duda o nerviosismo bailando en sus palabras.
Bebo una vez más, viendo cómo abandona su enorme terraza y volvemos a quedarnos solos la noche y
yo.
Me tumbo en la hamaca y hay algún momento en el que pierdo la conciencia y me dejo mecer por el
sueño.
Las manos de Paula se pasean por mi nuca, ascienden por mi mejilla y danzan por mi cuello. Descienden
por mi pecho y su dedo índice presiona mi polla.
Responde de inmediato y se endurece dentro de mi pantalón.
Este es el mejor sueño que he tenido jamás, os lo prometo. Nada de balances, nada de hoteles,
ocupaciones ni inversiones, nada de catástrofes económicas o pérdidas anuales. Tampoco beneficios. Lo
que siento es placer puro y duro.
Un par de piernas se colocan a ambos lados de mis caderas y llevo mis manos hasta ellas.
—Joder. —Suave, tersa, sedosa.
Una tenue caricia sobre mis labios y saco mi lengua. Chupo el dedo con hambre, con ansia y ardor. Con
necesidad.
Abro los ojos cuando ese dedo se ve sustituido por un par de labios que saben a fresa, a moras, a frutas
del bosque, a tarta de queso, a cualquier cosa dulce que te hace suspirar, justo como esos labios me hacen
a mí volverme loco.
—Cucú.
—Paula —balbuceo.
Ronronea en mi oreja antes de morder el lóbulo y sacarme un gemido gutural.
—No he podido evitar acercarme y tocarte. Estabas tan mono durmiendo, por un momento dudé entre
despertarte o no hacerlo. Lástima que haya ganado mi lado más perverso.
—A Dios doy gracias por ello.
Me lanzo contra sus labios a la vez que mis manos vuelan sobre su ropa. Intento contenerme, no
volverme loco de remate y actuar como una persona racional, con ese talante que me caracteriza o que lo
hacía, lo que sucede es que, cuando de Paula se trata, todo lo conocido se vuelve desconocido. Todo lo real
se vuelve irreal y todo lo tangible se vuelve efímero. Salvo lo que siento por ella, salvo el ardor que me
recorre cuando mi lengua y la suya se tocan o cuando mis manos danzan sobre su piel, intentando
memorizar cada punto exacto; la zona que la hace gemir, la zona que la hace cerrar los ojos o la zona que
hace que su mirada brille de anhelo y necesidad, y deseo que así sea siempre.
—Te voy a contar lo que va a pasar —me indica.
Esta frase no es la primera vez que me la dice y tampoco es la primera vez que caigo rendido ante ella.
—No —me adelanto—, te voy a contar yo lo que va a pasar. —Le doy la vuelta y la dejo a ella
semitumbada en la hamaca, con las piernas a ambos lados de la misma y mis manos ascendiendo de forma
peligrosa por el interior de sus muslos—. Voy a quitarte este pantaloncito que tanto me gusta y que me
molesta mucho más de lo que debería. —Mientras le describo lo que tengo intención de hacer, llevo a cabo
los movimientos, yendo directo al grano. Como me gusta hacerlo y como sé que a ella también le gusta
que haga—. Las bragas van a desaparecer tras ellos y… ¡Joder, Paula! ¿No te has puesto bragas?
—¡Sorpresa!
—Me cago en la puta.
Se me acaban las palabras cuando veo frente a mí su coño completamente depilado. Llevo mi dedo
hacia la zona y sé, antes de tocarla, que está húmeda. De la misma forma que ella sabe que tengo la polla
dura por su jodida culpa.
Coloco parte de mi cuerpo sobre la hamaca y sin dudar llevo mi boca hasta su sexo. Mis manos se
ciernen sobre sus muslos abriéndola más, exponiéndola ante mis ojos y mi lengua. Paula gime alto y
fuerte.
Alzo la cabeza y la veo entregada y receptiva y me siento afortunado de que me haya elegido a mí,
aunque sea para el sexo, a pesar de que tenga que conformarme con las putas migajas. Me siento
afortunado por ello. Sí, joder, sí, así me siento.
Lleva su brazo a la boca para contener los jadeos. A duras penas lo consigue. A su vez, paseo mi lengua
por su clítoris, ejerciendo presión sobre él y, luego, deslizando la lengua con suavidad. Quiero excitarla,
sin embargo, no quiero que se corra rápido. Pretendo que lo disfrute, que lo disfrutemos los dos.
Abre los ojos y los posa sobre mí. Sé que puede ver mi lengua y los recorridos que hago con ella. Eleva
las piernas y las coloca sobre el borde de la hamaca, permitiéndome que mis dedos vuelen a su centro.
Abro sus labios y ¡Dios! Es una puta delicia.
—Esto te gusta, ¿verdad? Te gusta que te coma el coño, ¿a que sí?
Jadea, y temo que mi tía vaya a asomarse por la terraza en uno de sus arrebatos de cotilla y nos pille de
esta guisa. Paula parece leerme la mente porque sus ojos relucen con intensidad y me temo lo peor, justo
lo peor.
No dejo de devorarla, de meterle varios dedos, de chupar con avidez e ímpetu hasta que se corre en mi
boca y, aun así, no dejo de comérmela, alargando su placer y el mío.
Me incorporo y limpio los restos de su humedad con mi antebrazo.
—¿Crees que nos habrán escuchado? —Estoy seguro de ello.
—No, no lo creo —miento.
—Bien, pues espero que lo hagan en esta ocasión —responde con desvergüenza.
—Descarada. —Paula me dedica una media sonrisa antes de tirarme al suelo sin dudar. Mis pantalones
vuelan y mis calzoncillos también—. Con cuidado, Paula —la provoco—, soy como un diamante en bruto.
Pone los ojos en blanco y se coloca a horcajadas sobre mí. Se empala en mi polla sin dudar y la
humedad rodea mi miembro de inmediato.
—Joder, esto es lo que quería.
—¿Mi polla?
—Tu polla es justo lo que quería.
Vale. Unas pocas palabras y ya tengo ganas de correrme como un jodido adolescente. Sí, mi reputación
a tomar por el culo gracias a esta mujer.
Sube y baja sin dudar, sin hablar. Nuestros gemidos se escuchan, bailan a nuestro alrededor. Aprieto sus
caderas contra mi miembro y la fricción la hace enloquecer. Cierra los ojos, se arquea, coloca sus manos
sobre mi pecho y se mueve. Danzamos al unísono, perfectamente sincronizados.
—Ihan…
—Eso es, descarada, córrete para mí.
La embisto una, dos, tres veces, cuatro, las que hagan falta hasta que la escucho gemir tan fuerte como
lo hizo antes y entonces, solo entonces, saco mi miembro y la mancho toda.
Intento recuperarme. La respiración sigue acelerada y me tiemblan hasta las pestañas.
—Me has manchado.
—Te lo he dado todo, descarada —le suelto.
Sonríe con suficiencia y tiro de su brazo hasta que se acuesta sobre mí.
—Ihan…
—Shhh. Esta noche no me voy a ir.
Y tengo la convicción de que no me iré ni esta noche ni ninguna otra.







CAPÍTULO 25
NO ME IRÉ NI ESTA NOCHE NI NINGUNA OTRA
Paula


Cumplió su promesa y no se marchó. Amanecimos cuerpo con cuerpo, de esa forma, justo de esa que me
valdría de burla para cualquier otra persona. Sin piedad. En cambio, con Ihan… fue algo distinto, incluso
diría que me ruboricé por ello, cosa que suplí con algo de sexo matutino, eso sí que es una buena forma de
darle los buenos días a alguien.
—¿Hola? Paula, estoy hablando contigo. ¿Has escuchado algo de lo que te estoy contando?
Alzo la vista y me encuentro un gofre, que no sé de dónde ha salido, y a una Carla con cara de pocos
amigos. No parece gustarle que la ignore.
—Pues no mucho, la verdad.
—No, ya veo que no, al menos has sido sincera. ¿En qué pensabas?
—En Ihan. —Ni un ápice de duda en mi respuesta.
La sonrisa que brilla en su rostro es estremecedora. Tenía que haber cerrado el pico.
—Ay, Paula.
—No empieces, Carliña, que nos conocemos. ¿Qué me estabas explicando? —Desvío el tema.
—He quedado con Arthur dentro de quince minutos. —Vaya, mira por dónde.
La sonrisa ahora la llevo puesta yo.
—En la cita que no es una cita —ironizo.
—No es una cita —se defiende. Y vuelta la burra al trigo.
—Lo que tú digas —mascullo con retintín.
—No quiero llegar tarde, así que te agradecería mucho que subas a casa de la tía Callen y le lleves un
poco de fruta y unos gofres que le he preparado. Le prometí anoche que se los subiría hoy. Ha habido
cambio de planes.
—¿Esos cambios de planes tienen que ver con que te hayas maquillado?
—Tienen que ver con que te metas en tus asuntos —sentencia. No es capaz de mosquearse ni aunque lo
intente.
—Yo me encargo, tranquila —grito mientras veo cómo se adentra en su habitación dejándome allí
plantada—. Pero esto tiene un precio.
—¿Precio? —Saca la cabeza, solo la cabeza, y me dedica una mirada furibunda.
—Tendrás que contarme todo luego. Con pelos y señales, ya sabes. —Y alzo las cejas en repetidas
ocasiones para darle énfasis al asunto.
—Mala persona. —Me dedico a devorar mi desayuno, que, por cierto, está delicioso, y preparo un plato
y el cuenco con lo que me ha pedido que le suba a la tía de Ihan—. Gracias por hacerlo tú —me indica.
—Si llego tarde al trabajo, será culpa tuya —manifiesto.
—Ihan me lo perdonará. Ahora somos amigos del alma.
—Ya veo, ya. —No sé por qué, pero eso me hace sentir bien, la verdad.
Cuando Carla abre la puerta, tras ella se encuentran Gabriela y Duncan, ambos con ropa de deporte.
—Buenos días. —Carla le da un beso en la mejilla a cada uno y no les explica nada más.
—Déjala, se le hace tarde para su cita que no es una cita —ironizo disculpándola.
—¿Es hoy? —inquiere mi amiga.
—¿Qué es hoy? —cuestiona Duncan.
—Carla tiene una cita. —Gabriela me sigue la corriente con este asunto y esta forma de definirlo. Me
molaría que Carla estuviese presente para que viese que no soy la única que lo concreta como tal.
—¿Y eso es bueno? Porque, hasta donde yo sé, es bueno —añade Duncan.
—Tú no deberías saber de citas, está tu esposa delante —lo reprendo con sorna.
—Mis citas eran todas con ella —intenta sonar romántico y entregado. Lo consigue, por supuesto.
—Ya, claro, por eso compartías tiempo con las otras también —lo acuso.
No lo hago con maldad, ojo al dato, eso sí, a ver, lo que es es y eso lo sabemos todos. A las pruebas me
remito.
—Preferiría no rememorar esos detalles, gracias —aduce Gabriela, que se lleva un trozo de gofre a la
boca sin dudar.
—De nada, puedes servirte, por supuesto. —El sarcasmo es lo más y el cambio de tema radical también.
—Ni que los hubieses hecho tú —me acusa ella a modo de defensa.
—Pues, oye, que tienes razón. Yo solo he puesto la boca.
—Suficiente, con la lengua que te gastas —me acusa.
—Me voy. Donde no me quieren, no estaré.
—El dramatismo no te pega.
—Shhh.
Los dejo a los dos allí, devorando lo que queda del desayuno, y ni me molesto en preguntar qué harán
después porque lo más probable es que Duncan planee ir a recoger a Axe y a Maela y salir por ahí los
cuatro, como unos amigos emparejados de esos que tanto asco suelen dar a los que estamos solteros. Sí,
tal cual.
Subo por las escaleras y me planto frente a la puerta. Toco con suavidad. No es temprano, sin embargo,
desconozco si Callen es de madrugar o de estar hasta las tantas en la cama. Hemos compartido un
montón de cenas juntas y ese tema jamás ha salido a la palestra. Como otros tantos.
Escucho unos pasos resonar con suavidad y me recibe una Callen con una cara pálida y ojerosa.
—Te he traído el desayuno, Carla… —Se tambalea hacia un lado y por poco me da un infarto. Imaginaos
que se cae ante mis ojos. La sujeto como buenamente puedo, y ella intenta alejarse de mí. No lo consigue
—. ¿Estás enferma?
Suspira a mi lado mientras la acerco al sofá. Tal vez debería haberla llevado hasta la cama, seguro que
hubiese sido una idea mejor, lo que pasa es que razonar con los brazos ocupados y el miedo aleteando
voraz como que no es lo mío.
—Hoy me he levantado un poco rara. No es nada, no te preocupes. Nada que no se cure con descanso y
con eso que traes en tus manos.
Y que por poco cae al suelo.
—¿Quieres que llame a un médico? ¿A Ihan? —No estoy yo del todo convencida.
Ella se limita a negar con los ojos cerrados.
—Solo necesito desayunar y dormir. Anoche hubo dos personas que hicieron que me costase conciliar el
sueño.
Clava sus ojos en mí y, de verdad, me avergonzaría y todas esas cosas que ya sabemos, lo que pasa es
que anoche no me importó hacer ruido, es más, hubo algún momento en el que me sentí bien por hacerlo.
Nada tiene que ver con mi afán de exhibicionismo, no os vayáis a pensar. Y el resultado es que quizá tengo
que pagar las consecuencias y bajar la cabeza. Por supuesto, no lo hago. Solo sonrío condescendiente, y
Callen me devuelve el gesto con complicidad. Me encanta esta mujer, en serio.
—Hace días que quería hablar contigo. Y con mi sobrino. Me es indiferente hacerlo juntos o por
separado y da la casualidad de que hoy se me ha presentado una buena oportunidad de hacerlo.
—¿Vas a ponerte en plan tía recta y estirada? —No sé, como es lo típico que se hace, proteger el honor
de la familia y bla, bla, bla.
—¿Acaso me ves con esa pinta? Yo soy la tía molona, la que tiende trampas para que el destino tenga
algo de ayuda.
—Ya, eso me convence más, sí. Dispara.
Sigo sin estar del todo segura de que se encuentre bien. Su semblante intenta contarme que no pasa
nada, pero su cuerpo no parece estar de acuerdo.
—Primero sírveme, por favor.
—Faltaría más. —Me adentro en la cocina y comienzo a preparar y a colocar la fruta—. ¿Café? ¿Té?
—Una infusión, están en el cajón de debajo de los cubiertos.
—Mi madre también las guardaba ahí. —Sonrío al recordar nuestras riñas—. No entendía por qué
guardaba las infusiones tan abajo y el chocolate tan lejos de mi alcance.
—Porque, de otra forma, no hubieras dudado en devorarlo de una sentada y volverte loca por la ingesta
de azúcar.
—Ya lo entiendo todo. —Sonrío, a pesar de que ella no me ve. Claro que sabía que era por eso.
Hiervo el agua, coloco dentro una bolsita y me dirijo hacia la mesa del salón. Callen está algo más
calmada y se ha sentado mejor.
—¿Podrías alcanzarme las pastillas que están en los cajones de la cocina? Los de arriba, esta vez sí que
lejos del alcance —musita. Asiento y hago lo que me pide. Le tiendo un par de cajas y saco el teléfono para
enviarle un mensaje a Ihan y contarle que llegaré tarde porque estoy en casa de su tía. No le explico nada
de que se siente mal o indispuesta, ya lo hablaré con él más tarde porque sé que, si le digo algo, lo sacará
de contexto y estará aquí en menos que canta un gallo.
»Ahora que tengo la barriga llena —eso me cuenta, aunque sigue comiendo como si no fuese de esa
forma—. ¿Qué hay entre mi sobrino y tú?
—Vaya, directa al grano. —No me molesto en sorprenderme porque, dadas las circunstancias, me lo
esperaba.
—Siempre, además de perspicaz. No creas que Arthur está con Carla en este momento por algo fortuito.
—¿Has tenido que ver en ese tema?
—Yo siempre tengo que ver en todos los temas. Me gusta hacer de celestina.
—¿Por qué?
—¿Por qué me gusta hacer de celestina o por qué le he dado un pequeño empujoncito a Arthur y a
Carla?
—Pues, ya que estamos, las dos cosas.
—Mi marido falleció muy joven, ya sabes, cosas que pasan, supongo que me entiendes, pues, por lo poco
que me ha explicado Carla, tus padres también fallecieron. —Asiento, no es un tema del que me guste
hablar, ni con ella ni con nadie—. Me quedé viuda, no habíamos tenido hijos y me sentía, no sé, me
faltaban muchas cosas. Su ausencia se hacía cada día más dura hasta que…, hasta que sucedió lo de mi
hermana. Ihan pasó a ser el centro de mi vida. No me malinterpretes, no es que todo girase en torno a él
ni mucho menos, solo que me volqué para intentar que al menos él fuese feliz. Y esa felicidad es la que
deseo que disfrute el resto de su vida. Duró poco, mi matrimonio —acota—, sin embargo, fui muy feliz. Y
lo viviría de nuevo una y otra vez, a pesar de haber perdido. Me entiendes, ¿verdad? —Cabeceo
afirmando. Me cuesta hablar, esta conversación es demasiado íntima, demasiado intensa.
»Siempre he querido que Ihan encuentre a alguien que le complemente. Es un gran hombre. Tal vez se
comporte como si nada le importase, como si la vida se le escapase de entre los dedos, pero todos los que
lo conocemos sabemos que es mera fachada y que dentro de su pecho guarda un gran corazón que está
más que dispuesto a darlo todo. Solo que necesita que aparezca la persona adecuada para él. Dime, Paula,
¿esa persona eres tú?
¿Lo soy? ¿Acaso yo podría ser la persona que lo llene? ¿Que lo haga feliz? ¿La persona que él necesita?
Y, por supuesto, la que necesito yo en mi vida.
—No sé si tengo una respuesta para esa pregunta y no me gusta faltar a la verdad.
Ella suspira, ladea la cabeza y me observa con atención, hasta el punto de hacerme sentir incómoda o
fuera de lugar.
—No es la respuesta que esperaba.
—Si deseaba una en la que le contase que estoy locamente enamorada de Ihan, puede que estuviese
mintiendo y no quisiera pecar por ello. Prefiero ser honesta al respecto.
—Ya veo… —musita—. ¿Sabes? No me sorprende que se haya fijado en ti. Tienes carácter, tienes genio y
eres íntegra.
—No me gustan los cumplidos.
—No los hago a la ligera. Solo intento averiguar qué tienes tú que no tengan las otras chicas que le he
presentado. Ya sabes, la celestina —insiste.
Sonrío, porque su tono y su desparpajo provocan esa reacción en mí.
—Siempre he sido así, es decir, cuando era adolescente, mis padres se volvían locos con mis
ocurrencias. Siempre estaba tramando algo, siempre tenía una travesura en mente. Luego, murió mi
madre y me sentí vacía. Hubo un tiempo en el que intenté comportarme como la hija perfecta. No darle
problemas a mi padre, que no lo llamasen del instituto porque me había metido en algún aprieto. Era una
matona.
—Algo de eso me ha contado Carla.
—Seguro que ha sido demasiado benévola en sus historias.
—No te creas.
Guardamos silencio, me está permitiendo elegir si quiero continuar o no. Lo hago, por supuesto.
—Una tarde, mi padre se sentó a mi lado en las escaleras que estaban por fuera de mi casa. Y me dio
una piedra. —Alza una ceja—. Recuerdo ese día. —Me observo las manos como si la dichosa piedra
estuviese ahí—. Me gustaba lanzarle piedras a los niños que se metían con la vecina de enfrente porque
tenía gafas. Eran odiosos. ¿Qué pasa? ¿Que es más fea una chica por llevar gafas que un chico por insultar
a otro? Para mí, no.
»Dejé de lanzar piedras, de meterme en peleas, de hacerle la zancadilla a los que se metían con los
demás, de tirar del pelo a las estiradas de turno que se creían top models o de pegarle chicles en la mesa
a las que robaban las tareas o amenazaban para que otros las hiciesen por ellas.
—Vaya… Me sorprende.
—No era buena niña, no vaya a pensar en eso. No lo era.
—Otros dirían que Robin Hood robaba a los pobres para dárselo a los ricos y que eso era un acto de
honorabilidad y valentía.
—Era un ladrón, lo mire por donde lo mire, y yo era un trasto. Es una verdad irrefutable.
—Siempre hay varios puntos de vista para cada historia.
—Cierto. Aunque no me va a convencer de que cambie de opinión, suelo ser una chica de ideas fijas.
—Testaruda.
—Como la que más. —Estira su mano y coloca un arándano del desayuno en la mía, como si fuese una
piedra. Como si fuese la piedra que se me entregó aquella tarde—. Mi padre se dio cuenta de que había
perdido mi esencia. «No dejes de ser tú, tu madre no querría eso, Paula». Durante días le di vueltas a la
cabeza, pensando en eso. Guardé la piedra en una cajita de música. La piedra que me dio mi padre
aquella tarde. No dijo nada más, no me explicó nada más y no me pidió nada más. La pelota estaba en mi
tejado.
»Decidí que Paula San Marcos era la niña traviesa, la que se metía en problemas con tanta facilidad
como se subía a la silla para llegar al chocolate que estaba escondido en el cajón de arriba.
—Tramposa.
—Todo vale en la caza del chocolate —apostillo socarrona.
—¿Volviste a meterte en problemas?
Niego. Callen parece decepcionada por mi respuesta.
—Solo volví a ser la Paula de siempre y, cuando murió mi padre, le prometí que seguiría siéndolo toda
mi vida. Que nunca cambiaría. Y aquí estoy, sin saber qué siento o dejo de sentir, solo sintiéndolo.
—Eso es valentía.
—O ser una auténtica descerebrada.
—Me gustan los descerebrados —bromea—. Y me gustas tú. Para él.
—Y a mí me gusta él, aunque parezca imposible. —Y me como el arándano de un solo bocado.



CAPÍTULO 26
Y A MÍ ME GUSTA ÉL, AUNQUE PAREZCA IMPOSIBLE
Ihan


—Vaya, mira a quién tenemos aquí, al hijo pródigo. Al vikingo por excelencia. Al hombre frío y distante
que ha caído en manos del amor de forma irremediable.
—Y al chico que puede romperte algún que otro hueso si te metes donde no te llaman.
Alzo las manos a modo de defensa, aunque me dura poco porque Axe y yo nos fundimos en un abrazo
amistoso.
—Maela, a ti te veo bien —apunto conciliador.
—Pues mírala poco, irlandés de pacotilla.
—No entiendo cómo lo soportas —susurro en un intento de que no me escuche.
Duncan y yo hemos ido a recogerlos al aeropuerto. Gabriela se ha quedado con Carla, que le ha puesto
una excusa de mierda para que colase y que la sorpresa fuese colosal.
—El amor es así, ciego, sordo y mudo.
Maela se gana un apretujón por parte de mi amigo, y yo sonrío condescendiente. Duncan, en cambio, lo
hace como si supiese algo que yo no sé. No me gusta nada esa sensación.
—¿Qué pasa? —indago.
Nos hemos sentado en una cafetería para tomarnos un café, en lo que hacemos algo de tiempo para que
Paula salga de trabajar y encontramos todos esta noche para cenar en casa de mi tía.
No hay nada que le guste más que sentar a mis amigos a la mesa, si a eso le sumamos las chicas, por las
que empieza a sentir devoción, es el sueño hecho realidad de tía Callen.
—No pasa nada, no sé por qué lo dices —manifiesta.
—Para ser de esa forma, no entiendo por qué giras la cabeza y rehúyes mi mirada.
Nada, que no hay forma de sonsacarles algo de información.
—Y tú, ¿hay algo que debamos saber? ¿Qué tal Paula? ¿O qué tal con Paula? —Observo a Duncan, que
desvía la mirada, evitando el contacto visual. Estos dos han estado hablando a mis espaldas, lo veo cada
vez más claro.
—No tenía que haberte llamado la otra noche —farfullo ofuscado.
—Pero lo hiciste —sentencia Axe.
—¿Estás con Paula? —interviene Maela alzando las cejas, sorprendida.
Al menos parece que Axe no ha contado nada al respecto.
—No, no estamos juntos.
—Lo estarán —afirma Duncan.
—¿En serio? ¿Qué me he perdido?
—Por lo que veo, el canal de comunicación en las islas es deficiente.
—O Axe guarda bien los secretos —acota Duncan defendiendo a su amigo.
—¿Estás conmigo o contra mí?
—Ni una cosa ni otra, solo estoy a favor de la verdad.
—A ver —media de nuevo Maela. No tenía que haber venido, tenía que haberme quedado en la oficina,
resolviendo temas u observando a Paula a hurtadillas, tras la puerta, como el voyeur que soy cuando de
ella se trata. Sí, me gusta observar cómo trabaja descalza, cómo frunce el ceño, cómo se lleva el bolígrafo
a la boca cuando está concentrada o cómo esa coleta con la que llega termina siendo, con suerte, un moño
despeinado—. Si no estás saliendo con Paula de forma oficial, ¿qué hay entre vosotros?
—Esa no es la pregunta adecuada —la corrige Axe con ternura—. Porque mi amigo aquí presente puede
responderte alguna barbaridad para la que no estés preparada.
—Como, por ejemplo, ¿que follamos mucho?
—No era necesario que hicieras ese matiz —se apresura a añadir Duncan consternado. El caballero del
grupo, obviamente.
—No es mentira, lo hacemos.
—No lo dudo —contrataca ella.
—La pregunta correcta es: ¿sientes algo por Paula?
Aparto la vista, observo el trajín de la cafetería, me tomo mi tiempo para responder algo que sé a
ciencia cierta cuál es la respuesta y me enfrento a ellos con entereza. No me gustan los embustes y no
quiero mentirles a ellos, que han estado gran parte de la vida conmigo.
—Sí, siento algo por ella. Y, antes de que procedáis a interrogarme, os avanzo que ni yo mismo lo tengo
claro, ¿vale?
Maela se levanta de un salto y por poco tira las tazas y el contenido de las mismas. Axe la observa con
las cejas alzadas, y Duncan deja escapar una sonrisilla.
—Ihan… —Se acerca, se coloca a mi lado, casi de rodillas y me coge la mano con fuerza—. De verdad,
esta noticia me hace muy feliz, mucho. Paula es especial, no te lo voy a negar. —Obvio que no—. Pero, bajo
esa fachada de tía dura, se esconde una gran mujer.
—No podría estar más de acuerdo —intercede Duncan acercándose también—. Sé que ha estado
siempre para Gabriela y sé que ha sabido sobreponerse a todos los golpes que le ha dado la vida, como
has hecho tú. Como hemos hecho todos. —Duncan cruza una mirada con Axe y en ella encuentro ternura y
empatía, sabemos de lo que hablamos porque todos, de una forma u otra, hemos perdido algo por el
camino de la vida—. Y también creo que sois tal para cual.
—Lo que me lleva a…, ¿ella qué siente? —indaga Maela, que ha decidido no separarse de mí.
Alzo los hombros.
—No puedo responder a eso porque no lo sé.
—¿No lo habéis hablado?
—Follamos mucho. —Me gano un golpe por parte de Duncan.
—Hay señoritas presentes.
—Como si ellos no lo hiciesen, no te jode —me defiendo.
—Déjalo —me disculpa Maela—. Lo hacemos y mucho.
Por poco Duncan se sonroja.
—Oh, qué mono —ironizo burlándome de él.
—En serio, ¿no crees que deberías hablarlo con ella?
—¿Y si no estamos preparados para esto? —A mi cabeza regresa todo lo que me contó mi tía sobre esa
persona que llega para cambiarlo todo en algún momento de tu vida y la manera en la que reaccionó
Paula al respecto, que sé de buena tinta que no se estaba burlando ni mucho menos, no voy a excederme
porque sé que es de esa forma, pero sí me hace dudar, me hace plantearme hasta qué punto tenemos algo
más. Sí, dormimos juntos y, para mí, eso significa algo más. ¿Y para ella?
—¿Estás haciendo cábalas sin saber? —contrataca Axe.
—Por supuesto. Si para ella esto no es más que lo que es y llego yo a confesarle que empiezo a sentir
algo, que la atracción que siento no es solo física, que la necesito cerca, que salto cada noche ese puto
balcón porque quiero verla, estar con ella, dormir con ella… y que la echo de menos cuando la tengo lejos
y, para ella, todo eso es de otra manera… nuestra relación se va a hacer trizas y perderé lo que tengo. Me
conformo con esto, con las migajas de lo que quiero que sea.
—Ihan… —Duncan me observa con curiosidad, pero es la mano de Maela la que llama mi atención.
—Eso que has dicho es precioso. Realmente hermoso, Ihan. —La veo emocionarse, y Axe se acerca para
tocarla.
—No sé definir lo que siento, solo sé que Paula me importa de una manera en la que nunca ninguna otra
mujer me había importado.
—Deberías hablar con ella, contárselo —me anima Maela.
—Nunca te he tenido por un cobarde —añade Axe.
—Ya, yo tampoco, hasta que el miedo a perderla lo eclipsa todo. —Nunca antes había expuesto mis
sentimientos con tanta sinceridad, con una entereza que me asombra y acojona a partes iguales, y sé que
ellos están siendo conscientes de lo que os cuento porque me miran sorprendidos.
Suelo ser el desprendido del grupo, el que deja las emociones a un lado, el burlón y bromista, el irónico
y sarcástico. Soy cualquier cosa menos romántico. Algunos me tildarían de práctico y carente de
emociones, sin embargo, sí que creo que eso que mi madre pensaba, eso que mi tía me contó, es cierto.
Puedes dar todas las vueltas que quieras, subirte a trenes y bajarte de ellos, girar como una peonza,
navegar por distintos mares, elegir diferentes puntos de partida o alcanzar distintas metas en tu vida,
puedes hacer todo eso, ahora bien, cuando llega la persona, cuando aparece, todo se resume a lo que sois
ambos. A lo que eres cuando estáis juntos, cuando la piensas y la sientes, cuando la anhelas y la tienes,
cuando la tocas y la ansías. No hay enigmas, no hay rompecabezas, no hay incógnitas posibles. Todo,
absolutamente todo, encaja.
—No se puede vivir con miedo —apunta Axe—. El miedo hace que pierdas oportunidades.
Maela lo observa con amor, con infinita ternura, con cariño, y de pronto siento ese golpe en el pecho, no
es envidia, no son celos, es el deseo de que Paula me mire de esa forma, de que, con suerte, algún día lo
haga.
—Tienes razón —admito—. Sé que tengo que decírselo y lo haré. Solo que necesito estar preparado.
—¿Puedo estar presente? —ironiza Axe.
—¿Para qué? —Me estoy metiendo en la boca del lobo.
—Para ver cómo te machaca, por supuesto.
Intento parecer enfadado o frustrado, molesto, sin embargo, sé que Paula sería perfectamente capaz de
acabar conmigo. Y eso, eso acojona, porque si ella no siente lo mismo, si no quiere que descubramos
juntos lo que es esto, no solo me va a machacar, sino que va a romperme por dentro.
Y a ver cómo me recupero después.



CAPÍTULO 27
Y A VER CÓMO ME RECUPERO DESPUÉS
Paula


La llegada de Maela ha sido como un jodido soplo de aire fresco. ¿Cómo puedes sentirte tan bien con una
persona que no conoces de toda la vida? Es charlatana, vivaracha y está loca como un cencerro. Vamos, es
mi alma gemela con tetonas. Porque tiene tetonas.
Antes de reunirnos en nuestro apartamento, que parece haberse convertido en el punto de encuentro de
todo el mundo, me cercioro de que Callen se encuentre bien.
Carla la ayudó a preparar la cena y sé que, si hubiese notado algo extraño, me lo habría contado desde
que crucé el umbral de la puerta. Le he restado importancia al asunto y tampoco le he comentado nada a
las chicas ni a Ihan, porque, a ver, ¿acaso tú no has tenido alguna vez mal cuerpo o dolor de cabeza? O
sueño, porque, joder, yo estoy todo el día que me arrastro, sobre todo cuando llega el jueves que ya mi
cuerpo está a un cuarenta por ciento de su rendimiento habitual. Lo del alarmismo no me pega nada.
—¿Cómo podéis haberme ocultado esto todas? ¡Vaya sorpresa, Maela!
La susodicha cruza una mirada conmigo como si…, como si ella supiese algo que yo no sé, cuando yo ya
estaba al tanto de su llegada y no la planeé yo.
—Yo me enteré por Lorna —me justifico.
—Yo, por Duncan, fue él quien me pidió que te buscase una ocupación para ir a recogerla. —Esa es
Carla.
—Por cierto, ¿dónde están? —indago.
—¿Acaso los echas de menos? —inquiere Maela con socarronería.
—No, es que me extraña que vuestros chicos no estén por aquí, como moscardones que necesitan
marcar su territorio. —Me estoy excediendo un poco en la forma en la que lo he explicado, solo que me
gusta ver sus reacciones cuando me meto con ellos y ellas salen en su defensa.
—No son moscardones —responde Gabriela. Os lo dije, les encanta defenderlos de esa forma tan
adorable.
—Sea como fuere, es extraño que no estén aquí.
—Están en el apartamento de Ihan, tenían que hablar de algo de trabajo. No sé más porque ya sabéis
que no me meto en asuntos de socios y que, cuando empiezan a enumerar los negocios que comparten,
desconecto —se apresura a añadir Maela con fingida inocencia.
—Haces bien. Yo lo haría si no trabajase para ellos.
—No estamos en horario laboral —apunta Gabriela—. Necesito saberlo todo. Y cuando digo todo es
todo.
—Eso mismo le dije a Carla esta mañana. Ya sabes, vengo a cobrarme mi deuda.
La susodicha se pone roja, y Maela alza una ceja. ¿Quién es la que sabe algo que los demás no saben?
¡Eh! ¡Eh!
—Vale. ¿Qué pasa? Es de muy malas amigas no explicarme asuntos que son importantes.
Carla suspira porque odia ser el centro de atención y más aún cuando de amores se trata, así que es
Gabriela la que toma la palabra y lo explica, sin entrar en detalles sobre el pasado de Carla porque no
somos nosotras las que tenemos que dar explicaciones sobre ese asunto. Respetar la vida privada de los
demás es importante. A mí tampoco me gustaría que ellas fuesen contando lo que sucedió con mis padres
así como así.
—Entonces, ¿has tenido una cita con el chico del piso de abajo?
—En realidad, es dos pisos más abajo.
Maela pone los ojos en blanco por culpa del matiz de mi amiga aquí presente.
—¡Qué más da! —Parece exasperada.
—Es importante ser preciso en la información.
Sí, me está sacando de mis casillas hasta a mí.
—Vale —cede—. ¿Has tenido una cita con el chico que vive dos pisos más abajo?
—Exacto. ¿Ves? No costaba tanto.
—¿La matamos? —apunto de forma inocente.
—No me tientes —ironiza Maela.
—Dejando a un lado los instintos asesinos de mis amigas aquí presentes —intercede Gabriela—, ¿qué tal
ha ido?
Carla se lleva las manos a la cara y por un momento contengo la respiración. ¿Está llorando?
Me acerco a ella con rapidez y coloco mis dedos en torno a sus antebrazos.
—Carliña… —Esta vez no utilizo esa forma de dirigirme a ella como advertencia o usando mi habitual
mordacidad, lo hago dejando que se entienda la preocupación que me causa verla mal.
Después de lo que pasó el otro día, no dejo de pensar en que no somos dueños de la vida de los demás,
tampoco somos quiénes para juzgar o para exigir, ni siquiera cuando tenemos la suficiente confianza con
esa persona para decírselo. Hay una delgada línea entre el deseo de que avance y la exigencia porque lo
haga. Cuidado con cruzarla, sea queriendo o por casualidad.
Cuando la susodicha separa sus manos, y sus preciosos ojos marrones se clavan en los míos, respiro de
nuevo.
—Me he sentido bien, Paula —me lo cuenta a mí porque sabemos lo que esas palabras encierran y
porque nos lleva de vuelta a nuestra última discusión, como si de esa manera estuviésemos cerrando una
herida y quitando la tirita que la salvaguardaba.
—¡Lo sabía! —exclama Gabriela emocionada.
Lo normal es que sea Carla la que reaccione de esa forma tan esclarecedora.
—Vale —intercede Maela—. Y digo yo… ¿Por qué no iba a ser de esa forma?
—Porque temía haberme muerto por dentro.
¡Joder!
Contengo la respiración.
—¿De verdad pensabas eso? —Dudo.
—Hubo una época en la que creí que había entregado todo lo que tenía y que me lo habían arrebatado
sin más. Como si esos sentimientos hubiesen sido volcados, disueltos, bebidos, y ya no hubiese nada que
entregar —me explica.
—Carliña… —insisto.
—Vale —interviene Maela una vez más—, sigo sin entender nada.
Carla parece apiadarse de ella y termina contándoselo. Me siento orgullosa de que lo haga, de que
confíe lo suficiente en alguien como para abrirse y exponer sus fantasmas de esa forma, con entereza, sin
regocijarse en lo malo, siendo capaz de ver la luz al final del túnel.
—De ahí que me haya mantenido un poco alejada de todo.
—De los chicos —especifico.
—Y hoy, con Arthur…, me he sentido bien, he podido ser yo, y hemos hablado tanto que os juro que
pensé que se asustaría.
—Es probable que lo haya hecho —la provoco.
—No lo creo. Me ha pedido una segunda cita.
—¿Qué le has contestado?
Baja la cabeza y niega.
—Le he respondido que me lo pensaré.
—¿Por qué? —inquiero.
Mi amiga levanta la vista una vez más y veo el miedo reflejarse en sus ojos.
—Porque podría enamorarme de él y me voy en cuestión de días. —Mierda, ya me había olvidado de eso
—. Estoy aquí de vacaciones. Tres semanas, solo tres semanas. Que se cumplen ya —especifica—. Y no
quiero ilusionarme para tener que irme luego y dejarlo aquí.
—Siempre puedes quedarte —sentencia Maela con total convicción—. Yo también me fui a Lofoten por
un tiempo, tenía fecha de caducidad y más teniendo en cuenta que la relación entre Axe y yo no empezó
con buen pie. Ya sabéis lo que sucedió. Y, miradme, soy feliz allí, en esas islas de la muerte, como las llama
Ihan. He encontrado mi hogar y a mi alma gemela. ¿Por qué no puede sucederte eso a ti?
—Porque yo ya encontré a mi alma gemela —apunta con firmeza y convicción.
—No —niega Gabriela—, creíste encontrarla, luchaste porque así fuese, pero la realidad, Carla, es que
no lo era.
—Yo… —Las palabras mueren en su boca, y sonreímos porque Gabriela ha dado en el clavo.
—No pasa nada, yo también creí encontrarla en su día y me casé pensando que así era. No lo fue y ha
tenido que pasar todo para entender que la persona que te completa llega en algún momento, a veces
cuando menos te lo esperas.
—Eso es cierto —matiza Maela.
Yo no puedo añadir nada porque sigo un poco perdida en lo que tenemos Ihan y yo, en si podemos
ponerle definición, en si estoy preparada para explicarle que siento algo por él, a pesar de que no sé
definirlo a ciencia cierta y en encajar que puede que para él esto no signifique lo mismo, aunque los
hechos me lleven a pensar que sí. Podría darse, por supuesto.
—El que no arriesga, no gana, Carla —susurro.
Sus ojos vuelven a encontrar los míos y en ellos hay comprensión y la entiendo, de verdad que lo hago,
porque las dos estamos nadando en un mar desconocido. Porque, el hecho de que hayas tenido una
relación antes, no es un patrón de cómo será la próxima que llegue.
—Bien. La verdad es que me apetece volver a verlo.
—Hazlo —la apremio.
Saca su teléfono y se tira hacia atrás en el sofá y empieza a teclear.
—Tenemos fisioterapeuta gratis, chicas —bromeo.
—¿Quién le va a poner las manos a mi mujer encima? —se aventura a preguntar Duncan.
Los chicos entran en tropa. Mis ojos buscan a Ihan, que viene empujando a Axe. Con ese traje que tan
bien le sienta, da igual el color, cada vez que aparece así se me seca la boca al verlo.
Me devuelve la mirada como si supiese que está siendo analizado y me guiña un ojo con complicidad.
Gabriela me da un par de codazos, bastante poco sutiles, todo hay que decirlo, y eso que la que suele
pecar de directa en este grupo soy yo, seguida de Maela, claro está.
—¿Te canto una canción? —inquiere mi amiga.
—No, gracias, porque ya sé cuál sería.
—Y sin embargo, se me dilatan las pupilas al verte…[5]
—Cantas como el culo —le recrimino.
—Puede, ahora bien, tengo razón, Paula. Y no intentes negarlo.
No lo hago, por supuesto.













CAPÍTULO 28
NO LO HAGO, POR SUPUESTO
Ihan


¡Qué bonita es, joder! Pero ¡qué bonita es!
Llevo un rato observándola como si quisiese, no sé… ¿Comérmela? ¿Cargarla y sacarla de ahí?
¿Arrastrarla a un lugar en el que sea solo mía? ¿En qué momento me he vuelto un posesivo y
secuestrador?
No para de bromear, de meterse con las chicas, de sonreír de esa forma tan suya que me fascina. Tal
vez sea el momento de reconocer que la fascinación se ha quedado corta y que hay algo más, algo
profundo que me ata a ella de una manera que carece de sentido común y de lógica. Puede que sea el
momento de confesar que estoy loco por esa mujer que me devuelve la mirada sin entender por qué no
soy capaz de hablar, de participar en la conversación.
—¿Ihan? —De vuelta a la tierra, alzo una ceja inquiriendo, a ver con qué me sale esta mujer.
—Dime, descarada —la provoco.
Se hace el silencio a nuestro alrededor. Mucho me temo que, tanto las chicas como mis amigos, esperan
a que nos declaremos, nos lancemos a los brazos del otro y, yo qué sé, nos casemos aquí y ahora.
—¿Estás distraído? Estaba preguntándote…
—Tu presencia supone una distracción en mí de forma constante —sentencio.
¿Qué? No me pienso avergonzar por ser sincero, aunque esa frase sea lapidaria y me puedan tildar de
romántico. Porque eso ha sido romántico, ¿no? Es que yo de estas cosas no entiendo.
—¿En serio has dicho eso? —inquiere ella—. ¿Delante de todos?
Alzo los hombros restándole importancia.
—No veo nada malo en ser honesto. —Y lo pienso de verdad.
—Iros a un hotel, por favor —bromea Maela—. Hay uno en las islas Lofoten que es una auténtica
pasada, os haremos precio —indica guiñándonos un ojo.
—La tienes bien enseñada —bromeo con chulería.
—Ella ha aprendido todo solita. Soy yo el que mejora cada día con ella a mi lado —responde Axe.
Es de las pocas veces que he visto que se abra de esa manera frente a todos sin importarle los que
estemos presentes, a pesar de que… somos una familia, cada día crece más y, en cierto modo, me gusta
que sea de esta forma. Me gusta que Duncan haya encontrado a una chica, a la chica que esperaba, y que
Maela llegase para destruir esa barrera que colocaba Axe con las personas que intentaban llegar hasta él.
Y me gusta que Paula esté aquí, mirándome de esa manera en la que me quiere decir tantas cosas sin
pronunciar ni una sola.
Le lanzo un beso, y me recompensa con una sonrisa condescendiente. Gabriela suspira y en su cabeza
se empieza a formar algo romántico y tierno, lo sé, esa es ella.
—Ahora que estamos todos, y que parece que las cosas se van poniendo en su sitio —ironiza Duncan—,
tenemos que hacer una llamada importante.
Paula se cuadra en el sitio, y yo también.
—¿Qué me he perdido? —inquiero.
—¿Qué nos hemos perdido todos? Gabri… —intercede Paula. Le mira la barriga con fijeza—. No me
puedo creer que…
Gabriela comienza a mover las manos y la cabeza negando.
—No estoy embarazada —sentencia.
—Oh, menos mal —respira Paula.
—Ay, no me importaría que tuvieses un bebé. La maternidad es una etapa preciosa —susurra Carla.
—¿Cómo lo sabes? ¿Alguien te ha explicado que los bebés se cagan y se mean encima? —prosigue
Paula.
Parece decirlo muy en serio. ¿Acaso no quiere tener hijos? Espera, espera, ¿y yo por qué me estoy
planteando estas cosas?
—¿Alguien te ha contado que tú también te cagabas y te meabas encima, Paula?
—Carliña… —le advierte.
—Haya paz —intercede Gabriela intentando poner fin a la discusión.
—Veamos… —Duncan de nuevo, con ese papel de hombre serio y estricto, se cuadra en el asiento—.
Aunque me encantaría tener no uno, sino veinte hijos contigo.
— Meu deus —susurra Carla sin entender bien qué quiere decir.
—No estamos esperando un bebé. Pero…
—¿Pero? ¿Cómo que pero…? Ese pero me acojona. —Paula clava la vista en Maela, está buscando una
víctima, y yo me lo estoy pasando pipa.
—Yo tampoco, ¿y tú? —se defiende Maela.
—Nosotros usamos protección. O se corre fuera.
Vaya.
—Esclarecedor —murmura Axe, que estaría encantado de salir corriendo en este momento y abandonar
esta conversación.
—No voy a negar lo que la dama afirma porque es real.
—Cuando te pones en ese plan, me gustas mucho.
—Luego —le prometo con descaro.
—En fin… —intercede Carla, a la que tampoco veo muy cómoda con la conversación—. ¿Qué pasa?
No es necesario esperar demasiado porque, mientras Paula y yo estábamos tonteando y lo que no es
tonteando, Duncan está llamando por teléfono y ya ha puesto el aparato sobre la mesa de centro y
activado el manos libres.
Reconozco la voz al instante.
—¿Estáis todos? —pregunta al otro lado.
—Unos más concentrados que otros —puntualiza Duncan dirigiendo una mirada a Paula y otra a mí.
No sé por qué lo dice si nosotros estamos comportándonos como personas serias y cabales. No me he
tirado sobre ella ni la he secuestrado, eso ya es un gran paso, porque, siendo sincero, me encantaría
sacarla de aquí y contarle que esto para mí ha dejado de ser un juego, que sí, que jugar con ella me gusta
en el amplio sentido de la palabra, sin embargo, lo que realmente quiero, lo que necesito de verdad, es
estar con ella cada día. Despertarme a su lado, compartir una copa cada noche en esa terraza y sentir su
espalda en mi pecho y su respiración pausada mientras duerme.
—Ihan, ¿por qué me temo que es culpa tuya?
—Porque lo es —sentencio.
Todos nos acercamos al teléfono como si de él fuese a salir algo importante, como si, a través de la
pantalla, pudiésemos obtener algo más que una voz y la emoción que transmite la misma.
—Me muero de los nervios —apunta Carla.
—Chicos… —Percibo el nerviosismo en la voz de Lorna.
—¿Estás bien? —indago.
Comparto una mirada cómplice con Paula, porque la contratamos con la intención de que la ayudase, de
que le quitase trabajo de encima y, aunque estoy convencido de que Paula ha cumplido con el cometido y
que Lorna está más que contenta con su forma de trabajar, es inevitable que me asalten las dudas.
—Chicos, Cam y yo vamos a tener un bebé.
Oh, joder.
—Oh, Dios, Lorna —grita Carla. Y cuando digo grita es grita, nada de eufemismos ni exageraciones.
—Lorna, enhorabuena, cariño, qué felicidad. Qué alegría. ¿Recuerdas cuando lo mirabas a escondidas?
¿Cuando pensabas que no te hacía caso?
—Cameron está escuchando todo eso que cuentas, Gabriela.
—Bah, como si él no lo supiera. —Sonríe Gabriela poco avergonzada.
—Debo confesar que yo también lo hacía. Sin embargo, disimulaba mejor.
—De eso hablaremos luego, cariño —apunta Lorna.
—Lorna —intervengo—. Mi más sincera enhorabuena. Cameron, no te la mereces, ¿lo sabes?
—Soy un hombre afortunado.
—Somos afortunados los dos.
Estiro la mano y se la tiendo a Paula. Frunce el ceño y duda, no sabe por qué lo hago, qué intenciones
se esconden tras mi gesto o si es alguna de mis gamberradas habituales. Finalmente, sus dedos
encuentran los míos y los entrelazamos.
—¿Qué pasa? —pregunta Lorna sin entender el silencio que se ha instalado entre nosotros.
O tal vez sea yo el que no escucha nada, que solo tengo ojos para ella, para lo que me hace sentir
cuando estamos cerca.
—Paula e Ihan están teniendo un momento —explica Carla—. Un momento precioso.
—Y yo me lo estoy perdiendo —murmura Lorna.
Paula se acerca y se sienta sobre mis piernas. Acaricia mi mejilla, y yo le doy un beso en la suya.
—Se están besando con ternura —continúa narrando Carla.
—De verdad, quiero verlo.
—No hay nada que ver —sentencia Paula—. Es solo que Ihan no puede tenerme lejos, se pone tontorrón
—bromea.
—Y una mierda que te comas —suelta Lorna.
—Joder, Lorna, el embarazo te sienta bien, ¿verdad?
Ella se carcajea al otro lado.
—Tú me pones tontorrón —musito—. Tu cercanía, tu piel, tus besos… —susurro para que solo ella me
escuche.
Las dudas se hacen patentes. Niego. No estoy bromeando. No puedo bromear con algo tan intenso como
esto.
—Ihan…
—Luego —repito mis palabras de antes. Ella asiente.
—Y cuéntame, Lorna, ¿de cuánto estás? —pregunta Gabriela.
—¿Por eso cuando hablamos había tanto ruido? ¿Por eso me contaste que había algunos cambios?
—¿Qué cambios?
Por un momento la conversación se vuelve profesional, y Lorna explica que Paula se va a encargar de
las entrevistas. Esto yo ya lo sabía y me pareció bien que fuese así. Paula está preparada para esto y para
lo que ella se proponga. Sin duda.
—No quería contarte nada hasta que estuviésemos todos. Tuve que hacer un esfuerzo porque… justo
acababa de salir de hacerme una ecografía y te prometo que necesitaba soltar todo, gritarlo a los cuatro
vientos. Duncan me convenció para que esperase y me explicó que os ibais a reunir esta noche y que sería
divertido contarlo en grupo. Tenía razón, ha sido una buena idea hacerlo de esta forma.
—De verdad, Lorna, estamos muy contentos por ti —la felicita Axe—. Y quizá también es un buen
momento para soltar, ahora que estamos todos… —Contengo la respiración—. Que le he pedido a Maela
que se case conmigo y ha contestado que sí.
—¿Qué? —gritan varias personas a la vez y ya ni siquiera distingo quiénes.
—Oh, joder.
Sí, ese he sido yo.










CAPÍTULO 29
SÍ, ESE HE SIDO YO
Paula


Estoy tumbada en la cama, e Ihan me tiene pegada a su regazo, como si temiese que fuese a salir
corriendo de un momento a otro. Insensato, no sabe que no hay un sitio mejor que este.
—¿Qué te ha parecido lo de esta noche? —pregunta.
Hemos llegado hace poco más de una hora, después de estar hablando en el salón, casi pisándonos unos
a otros en cuestión de tomar la palabra y perdiendo la noción del tiempo. No pudimos contener las ganas
de desnudarnos una vez cruzamos el umbral de la puerta y entiendo eso a lo que se refieren las personas
cuando hablan de que hay más, de que hay algo más que un polvo, una conexión física y emocional. Que el
sexo también une.
Hemos ido lento, despacio, saboreando cada caricia, cada beso, cada embestida. Ha sido increíble. No
pensé que pudiese ser de esta manera, la verdad.
—No me esperaba nada de lo que ha pasado. No sé. Cuando hablé con Lorna noté cierto alboroto. No le
di mayor importancia de la que tenía a sus palabras porque, en realidad, no me parecía nada absurdo que
yo me encargase de las entrevistas. Al fin y al cabo, estoy aquí para quitarle trabajo.
—Y ahora más —murmura él y el susurro me eriza la piel de la espalda.
—Sí, cierto. De verdad que me alegro mucho por ellos. Me hace feliz que hayan encontrado a su alma
gemela.
Ihan me da la vuelta, y nuestras piernas se enredan con naturalidad, encontrando su sitio al instante,
como si lo hubiesen hecho siempre o lo hubiesen esperado toda la vida.
—Estoy muy feliz por Lorna. Y por Axe, Paula. Él no ha tenido una vida fácil. Siempre ha evitado
cualquier sentimiento, cualquier cercanía o lazo de unión.
—¿Hablas de amor? —indago.
—No, no solo el amor. El encariñarse de las personas.
—Maela nos ha contado un poco sobre su infancia, no demasiado —me apresuro a añadir, porque es la
verdad, solo sé que se crio en un orfanato con su hermano y que se ha hecho a sí mismo durante todo este
tiempo—. Y entiendo que para él no haya sido fácil.
—No, no lo ha sido —confirma mis sospechas—. Por eso me siento bien, porque haya encontrado a
alguien que lo complemente, porque Maela haya apostado por él sin dudar, porque sean tan felices como
se les ve.
Suspiro, tiene razón. Todas las personas merecen eso, merecen encontrar a alguien que les haga sentir
completos.
—Yo también me alegro. Por Lorna y por Axe y Maela.
—Lo que me lleva… —me corta Ihan—. Lo que me lleva a nosotros, Paula.
Contengo la respiración unos segundos. Alzo la vista y me encuentro sus preciosos ojos mirándome con
delicadeza, con respeto y con veneración. Incluso con esperanza.
—Ihan, yo…
—Paula, llevamos meses así. Muchos meses. Nos conocimos en Glamis y ya sabes que nuestra relación
ha sido cualquier cosa menos típica. Comenzamos por el final.
—¿Follando?
—Por ejemplo. Aunque no quería ser tan directo, ya sabes.
—Cualquiera diría que ese no es el final, sino el principio.
—En nuestro caso ha sido así. Me has atado a la cama en muchas ocasiones, has desaparecido en mitad
de la noche otras tantas y has cogido aviones sin despedirte.
—¡Qué desvergüenza! —ironizo.
Ihan me pellizca el trasero y me remuevo entre sus brazos. Me aprieta con más fuerza y me acerco aún
más a su cuerpo.
—No somos una pareja típica —puntualiza. ¿Pareja?
—¿Cómo nos has definido?
—Ya me has escuchado.
—Me gustaría volver a hacerlo, ya sabes, por si me falla el sentido del oído.
—¿Te estás haciendo la inocente conmigo, descarada?
—¿Yo? No sé por qué has llegado a esa conclusión —apunto con fingida inocencia.
—Paula…
Ihan se incorpora y se sienta frente a mí. Está desnudo y parece que no lo estuviese o que, de una forma
u otra, esta conversación lo desnude mucho más. Sin embargo, me siento preparada para tenerla, para
que sea de esa manera. No rehúso, no rehúyo, no quiero hacerlo porque me siento en casa. Con él me
siento completa.
—Ihan —me adelanto. Tomo el control de la situación como siempre me ha gustado, al fin y al cabo, soy
una matona, ¿no? Y las cosas no tienen por qué cambiar, prometí que sería yo misma siempre, pasase lo
que pasase. Me siento frente a él, desnuda, en sentido literal y figurado—. No puedo hablar por ti, porque
yo no estoy en tu cabeza y Dios sabe que no me gustaría porque tienes una mente muy sucia —bromeo
rompiendo la tensión del momento. Soy especialista en ello—. Solo puedo decirte que hay un punto entre
Glamis y ahora en el que nuestra relación cambió. Que los términos quedaron desfasados y que estoy
dispuesta a descubrir hacia dónde nos lleva esto que tenemos. Lejos o cerca, pero dispuesta a recorrer
ese camino.
—De la mano —intercede.
—Sí, de la mano.
Me la tiende de nuevo, como hizo antes en el salón, frente a todos y, en ese momento en el que se la
devolví, supe que no era un gesto sencillo y desprovisto de emociones, supe que había algo, que me quería
contar algo, lo leí en su mirada, lo entendí en sus gestos. Me miraba como si yo fuese todo lo que buscaba
sin darse cuenta de que él era lo que yo he esperado toda la vida. A alguien que me rompa y me
reconstruya. Que no le importen mis fantasmas. Mis miedos. Mi carácter. A alguien que me viese y me
valorase por quien soy. Ya no hablo de querer, de amor, porque tal vez sea pronto para eso. Sin embargo,
sí sé que me estoy enamorando perdidamente de él. A pesar de que no me atreva a confesárselo.
—Me gusta lo que tenemos. Me gusta que saltes cada noche por el balcón y que me busques en la
oscuridad. Me gusta que te quedes, que amanezcas aquí, que me eches de menos tanto como te echo de
menos yo a ti cuando no estamos juntos. Me gusta lo que tenemos —repito.
Ihan asiente, y no sé si aguardo a que responda algo o no lo haga.
—El otro día, cuando te conté que llegaba un momento en la vida en el que aparecía alguien que no
buscabas, pero que sin saberlo necesitabas y lo cambiaba todo, cuando te dije que mi madre había dicho
eso…
—Lo siento por eso, Ihan. —Me acaricia el pelo, la sien y la mejilla.
—No tienes que disculparte porque no hiciste nada malo —sentencia.
La verdad, me siento fatal porque a veces bromeas sin darte cuenta de que el chiste no es divertido o
está fuera de lugar y hieres a la otra persona sin querer.
—No me burlaba, lo prometo.
—Te creo —me corta—. Lo que quiero decir, por lo que he sacado el tema a colación, es porque, de
verdad, mi tía tuvo razón cuando me lo contó, y mi madre tenía toda la razón del mundo cuando se lo
explicó a Callen.
—Tu madre tenía que ser una mujer diferente, con una convicción increíble.
—Era especial. Siempre lo fue. Mi tía me contó que los hombres hacían cola por estar con ella. Ya sabes
de quién he heredado esta belleza que el señor me ha dado. —Pongo los ojos en blanco y le propino un
puñetazo. Joder, qué duro tiene el brazo el maldito.
—¿Y la chulería y la arrogancia de dónde vienen?
—Cosecha propia —musita, me hace reír—. El caso es que, a pesar de tener muchos pretendientes, los
ignoraba a todos. Podría haber tenido al hombre que quisiese, algunos la tacharon de vanidosa por
rechazarlos y otros, de ingenua. Y ella estaba segura de que llegaría la persona que necesitaba.
—Y así fue.
—Sí, así fue —confirma.
—Y a ti te ha pasado lo mismo. —No pregunto, afirmo.
—A pesar de que me taches de arrogante una vez más. Sabes que sí, que mi tía estaba loca por
buscarme una esposa. Antes no era así, ha sido cosa de este último año. Se ha vuelto una casamentera o,
al menos, así era hasta que apareciste tú.
»No sé qué sucedió, se dio cuenta de que entre nosotros había algo.
—Lo sé —admito siendo sincera—, ¿sabes que ayer me dio la charla?
—¿La charla?
—Sí, ya sabes, ¿qué intenciones tienes con mi sobrino? —Intento fingir su propia voz. Se me da de pena.
Ihan se carcajea.
—Le pega —admite.
—Por supuesto que sí. En realidad, me sentí bien, no fue desagradable.
—¿Y qué le dijiste? —Parece contener la respiración.
—La verdad. —Alzo la vista. No tengo miedo, no me preocupa contárselo, no me preocupa sincerarme—.
Que no sé definir lo que tenemos, no obstante, estoy a gusto a tu lado, me siento más yo que nunca. Me
gustas mucho, Ihan.
—Tú también me gustas mucho, Paula.
Y así, sin más, hemos establecido unos nuevos términos. O tal vez solo hemos modificado los que
teníamos porque se nos habían quedado obsoletos.



CAPÍTULO 30
PORQUE SE NOS HABÍAN QUEDADO OBSOLETOS
Ihan


—Buenos días, señorita —saludo al entrar en la cocina.
A pesar de que me hubiese encantado quedarme en la cama retozando con Paula, el deber me llama y
tengo que volver a la oficina. Axe y Duncan me esperarán allí. Hemos aprovechado este pequeño
encuentro para establecer nuevos términos y más ahora que la situación de Lorna ha cambiado.
—Buenos días, Ihan —me saluda Carla. Frente a mí, y en cuestión de segundos, planta un plato con una
tortita enorme y un cuenco lleno de fruta fresca—. Era para Paula, pero algo me dice que tardará en bajar.
Ya lo creo.
—Eso parece —admito—. ¿Qué tal va todo? ¿Novedades? ¿Alguna noticia fresca de esas que tanto me
gustan?
—¿Te has levantado hoy en modo cotilla?
—Cariño, no hay nada que me guste más que los cotilleos.
—¿Seguro?
—No, cierto —rectifico de inmediato.
—Porque cualquiera diría que lo que más te gusta en el momento se encuentra en la primera puerta que
te encuentras cuando subes las escaleras.
— Touché . Venga, yo te pongo al día de las novedades, y tú me pones al día de las tuyas. Piénsalo, es un
buen trato. —Carla no duda demasiado, se sirve una tortita en un plato, rellena la taza de leche y posa
frente a nosotros la cafetera que aún humea.
—Empieza tú —me apremia.
¿Me hago el duro o cedo y le expongo lo que tengo ganas de gritar a los cuatro vientos? Esto se cuenta
y no se cree, que yo, el que se supone que es el solterito de oro —ya veis que sí, que me tengo en muy alta
estima—, no se iba a enamorar o a sentir atraído por nadie o lo que sea esto porque, de verdad, me cuesta
definirlo, ahora siente la tentación de expresarlo, de soltarlo y gritarlo sin pudor alguno.
—Puede que Paula y yo estemos juntos.
—¡Lo sabía! —grita. Vamos, que grita en serio, nada de una pizca, no, a lo bestia.
Lo hace tan alto que la puerta de arriba se abre, y Paula asoma la cabeza por si ha pasado algo grave,
cuando se da cuenta de que es cosa de Carla, cierra otra vez.
La susodicha se lanza a mis brazos en un abrir y cerrar de ojos y me quedo descolocado por la muestra
—intensa— de cariño.
—¿Gracias? —formulo la pregunta porque no sé bien qué responder a ese gesto desorbitado de
expresividad.
—¿Gracias? ¿En serio?
—Todo esto es nuevo para mí —lo digo de verdad, el tener a Paula, lo que ha supuesto su llegada a mi
vida, la amistad con Carla, el embarazo de Lorna, la boda de los chicos… No sé, es un compendio de
emociones que tengo que digerir poco a poco.
—Ihan, nadie nace aprendido. Hay que ir creciendo y madurando, aprendiendo, conociéndonos, porque
siempre seremos una versión nueva de nosotros mismos. Hoy, que sabes que esto que compartes con
Paula no es una tontería, te hará cambiar de lo que fuiste ayer, mejorar, enriquecerte y crecer.
—¿Me estás llamando inmaduro?
—No puedo hablar del pasado, no puedo hacer alusión a ello porque, a pesar de que hace más de un
año que nos conocemos —explica. Joder, más de un año de relación con Paula, porque es verdad, todo
empezó desde que Gabriela y Duncan se conocieron en junio del año pasado, en Glamis y ya se han casado
—, a pesar de todo eso, la realidad es que hasta hace nada éramos camaradas, pero no teníamos el trato
ni la cercanía que tenemos ahora. Confío en ti, ¿sabes? Confío mucho en ti.
Si fuese un joven insensato, un alma despiadada como pensaba en su momento que era, un tipo al que
solo le importaban sus amigos, su tía y follar de forma esporádica, si fuese así, estas palabras que está
pronunciando Carla no me estarían rompiendo por dentro o, más que rompiendo, llenando de un
sentimiento grande, de algo que compartía hasta hace nada de forma exclusiva solo con Duncan y Axe.
—Yo también me fío de ti. De hecho, eres la primera mujer en la que confío y con la que no me he
acostado.
—Tampoco dejaré que lo hagas. Lo siento en el alma, no eres mi tipo para nada.
—Oh, por favor, rompes mi corazón y mi autoestima mengua por momentos.
—Tienes autoestima más que suficiente para recuperarte en un abrir y cerrar de ojos.
—Cierto —apunto dándole la razón—. Además, somos colegas y futuros cuñados. No tengo hermanos,
algo bueno tendré que sacar de los matrimonios de mis amigos, ¿no crees? Y tú podrás ser dama de honor
una vez más —añado.
—¿Cómo sabes que eso me gusta?
—No hay más que verte. Has aplaudido y gritado como si te fuese la vida en ello cuando te he contado
que Paula y yo…, bueno, ya sabes. Por otra parte —enumero—, en la boda de Duncan y Gabriela, no
dejabas de lanzarnos miradas reprobatorias para que Paula y yo guardásemos silencio.
—Es que sois muy escandalosos. Ni siquiera ahí erais capaces de disimular lo que sentíais. Aún no os
habíais dado cuenta o, al menos, no lo habíais admitido. Bobos que son algunos.
—Si Paula te escuchase…
—Paula es terca como una mula, eso ya lo sabes, y tampoco es que tú seas un bálsamo de agua, no sé si
me explico. Tía Callen dice que siempre has ido por tu cuenta, hasta que pasó lo de tus padres.
Es cierto, fui una oveja descarriada hasta que ellos fallecieron y entonces me di cuenta de lo efímera
que puede ser la vida.
—Lo de mis padres supuso un mazazo en mi existencia y en la de mi tía. Aprendimos, como bien cuentas
tú —cito—, a vivir con la ausencia.
—A Paula le pasó igual, cuando murió su madre… Le costó, se enfadó con todos, con ella misma y lo de
su padre…
—No hemos hablado mucho de ese tema. Le he contado algunas cosas de mi madre, pero parece
reticente a abrirse en ese sentido.
—Nunca lo hace. Nunca habla de ellos. No los menciona. Creo que es porque aún le duele.
—A mí también me duele —confieso.
—Sí, lo que sucede es que las personas llevamos el duelo de una forma diferente. Las hay que lo hablan,
las que se retraen, las que se encierran en sí mismas, las que sufren consecuencias físicas, las que los
lloran hasta que se vacían por dentro, las que no olvidan y las que intentan hacerlo cada día de su vida. En
cuestión de duelo, no hay nada que sea lógico y normal, igual que en cuestión de amor.
»¿Sabes? Cuando Martín me dejó o cuando sucedió lo que sucedió, cuando me di cuenta de que yo para
él significaba lo mismo que un trozo de mierda en un zapato…
—Carla, no hagas eso…
—¿El qué? ¿Exponer lo que pienso de forma abierta? Perdona, Ihan, no se trata de filosofar, se trata de
ser realista. —Y, joder, lo está siendo de una forma apabullante—. Eso es lo que era para él. Un rollito, la
que estaba cuando se aburría, la que se abría de piernas, la que le daba, no sé… —Hace una leve pausa, y
se me eriza el vello de la nuca solo de observar su actitud, cómo se enfrenta a la situación, lo real de la
misma y la fina línea que la separa de que sea dolorosamente cruel—. Le daba la aventura que su mujer
no le facilitaba. El matrimonio estaba muerto, Ihan, lo que sucede es que él no lo sabía. Desde el momento
en el que buscas fuera de tu relación algo… es que ya no te queda nada ahí.
—¿Sabes? Tienes razón, es verdad.
—Lo es, a pesar de que duela, claro, porque escuece admitir que ese ya no es tu camino. Es el momento
de coger otro, no obstante, enfrentarse a ese cambio es duro.
—Cualquier cambio en la vida es duro.
—Sí. —Carla se queda dudando. Frente a ella sigue el plato sin tocar y lo aparta a un lado, mientras que
el cuenco con la fruta se posa en la palma de su mano y usa los propios dedos para llevársela a la boca.
Todo finura esta chica—. Cuando vi a Arthur por primera vez, todas las alarmas saltaron, todas. Y pitaban,
muy alto y muy fuerte. «Se parece a Martín, es igual que Martín. No le hables. No lo mires», ¿me explico?
—Como la mejor analista del mundo.
—Me equivoqué. Fue el miedo el que habló por mí, el que actuó de forma inesperada, impidiéndome
comportarme de una forma racional.
—El miedo suele actuar así, se agazapa y te espera tras cualquier esquina.
Carla asiente, dándome la razón y masticando otro trozo más de fruta. Mango, con toda probabilidad.
—No puedo vivir siempre de esa forma. No todos son Martín y ya no soy aquella Carla. Las chicas me
han enseñado que vivir con miedo no es más que sobrevivir.
Suspiro con fuerza, vacío mis pulmones y tomo una enorme bocanada de aire antes de responder a su
categórica afirmación.
—Es verdad.
—Paula se reiría de mí y de esta frase de sobre de azúcar, Ihan, sin embargo, ellas me enseñan cada día
a ser mejor. Mira a Gabriela, sabes que estaba casada, que huyó y, al final, no sirvió de nada porque la
vida te da un revés, una de cal y una de arena, y conoció a Duncan y se dio cuenta de que es mejor seguir
adelante, dejar el pasado enterrado. Nos proporciona una nueva oportunidad de vivir, de crecer y de
madurar. Eso es lo que somos, personas y sentimientos en constante aprendizaje.
—Es verdad. Y es de valientes vivir.
—Yo quiero ser valiente. Quiero seguir adelante y dejar atrás el pasado. No quedarme anclada a él
porque no me va a salvar, al contrario, me va a asfixiar con su puño.
—Y ahí es donde entra Arthur —apunto sacando el tema una vez más—. Cuéntame, hemos hecho un
trato —le recuerdo.
—No tenemos nada, no es eso. Somos dos amigos que se han ido a tomar algo y que han hablado y
compartido un momento. ¿Y sabes qué?
—¿Qué?
—Que para mí ha sido suficiente porque me he dado la oportunidad y se la he dado a él. En otras
circunstancias, no mucho más lejanas, habría huido. Pies, ¿para qué os quiero? —Sonríe observándoselos
—. Lo bueno es que no me he escuchado, me he dado por vencida y he aceptado. Lo he pasado bien y
hemos vuelto a quedar. No hay nada romántico, ha sido una cita, pero para mí ha significado mucho, como
si hubiese renacido.
—¿Y para Arthur? ¿Qué significa para él?
Alza los hombros, despreocupada.
—Me voy en apenas una semana, Ihan. Mi tiempo aquí se acaba y no quiero sufrir por irme y dejarlo
atrás.
—¿Y si te quedases? ¿Y si te dieses esa oportunidad?
De nuevo, un alzamiento de hombros.
—No voy a planificar nada. Solo dejaré que todo fluya.
Cabeceo afirmando, sin duda alguna, esa es la mejor forma de comportarse.
—Me parece una gran filosofía de vida.
—Por supuesto, no te olvides de que hablas con Carla de Santa María, filósofa y mujer.
—Encantado, Carla de Santa María, es un honor que seas más tú que nunca.
—El honor es mío, futuro cuñado.


CAPÍTULO 31
EL HONOR ES MÍO, FUTURO CUÑADO
Paula


Toda la mañana reunidos. Ese es el resumen de mi vida, ese y que no me importaría cortarme las venas
con una cuchilla oxidada.
A ver, estoy exagerando mucho, lo sé, lo que pasa es que imaginaos el panorama: reunida con Axe,
Duncan e Ihan, que, si uno en plan jefe acojona, haceos una idea de lo que implica que estén los tres
juntos.
Exigentes, severos, rigurosos, eso sí, muy comunicativos. Para mi sorpresa, sobre todo Axe.
No había tenido la oportunidad de trabajar con él, en el sentido estricto de la palabra. Está claro que es
bastante…, bastante él, ya lo conocéis y me acojonaba un poco su forma de comportarse, porque, seamos
sinceras, si su semblante siempre es serio y circunspecto, lo que menos esperas es que haga alguna
broma o suelte algún chascarrillo. Esperaba una actitud impasible y poca comunicación. Nada más lejos
de la realidad.
Cuando terminamos de poner al día varias cosas, y les muestro la selección previa de currículums que
he hecho, me vuelvo a mi despacho y llamo a Lorna para ponerla al día de los avances.
Empezaré con las entrevistas esta misma tarde y a finales de esta semana les entregaré mis
impresiones en una videoconferencia con ella para que dé el visto bueno.
A las dos de la tarde, la puerta de mi despacho resuena y me percato de que llevo varias horas sin
moverme de allí, casi sin hacer pis, y mis dedos siguen entumecidos porque los tengo acostumbrados a
que campen a sus anchas a partir de las once de la mañana.
—Lo siento, Anna —me disculpo desde que la veo asomar la cabeza—. He estado tan metida en todo
esto que me había olvidado de que habíamos quedado para almorzar.
—No pasa nada, ¿vamos o te quedas?
Debería quedarme, lo que pasa es que mi estómago no está por la labor y ha sido pensar en comida y
hablar por sí mismo. Ya me entendéis.
—Vamos.
Anna se sorprende cuando se da cuenta de que no tiene que esperar a que me calce.
—Pues sí que ha sido un día duro si sigues con los zapatos puestos.
Pongo los ojos en blanco. Bajamos en el ascensor a toda prisa, charlando sobre lo que hemos hecho
estos días en los que apenas nos hemos visto y sobre la boda de Axe y Maela. Anna parece haberse
enterado de todo.
—Te juro que lo conozco hace mucho y lo que menos esperaba era que se casase.
—¿Por qué?
—Bueno, porque es Axe —matiza como si fuese lo más obvio del mundo.
—Eso es porque no conoces a Maela, se lo ha ganado a pulso. Me alegro por ellos. Y por mí —apunto.
Total, ¿qué más da contárselo a Anna? Hay confianza y eso.
—¿Y qué es eso exactamente que tanto te alegra? —La sonrisa pérfida de Anna la delata. Seguro que la
mía también.
—Es por Ihan —confieso.
Arrastro a Anna con ímpetu hacia la cafetería y, cuando estoy dispuesta a entrar, tira de mi mano como
si le fuese la vida en ello.
—¿Qué es lo que pasa con Ihan? ¿Es una de tus tretas para que entre sin rechistar? Pensaba que íbamos
a buscar otro sitio para comer.
—Con esos ojitos de cordero degollado no vas a conseguir nada. Tenemos que seguir adelante y pasar
de él. —Señalo el interior del local para que entienda a lo que me refiero.
Anna asiente y accede convencida hasta que…, hasta que se fija en la barra.
—Mierda. No, esto no es buena idea. Por favor… —recula.
La súplica en su tono me pone los pelos de punta. Observo la barra y sumo uno más uno en un abrir y
cerrar de ojos. Operaciones básicas y situaciones básicas de las que obtienes el resultado con el mínimo
esfuerzo.
—Ihan y yo estamos juntos.
Eso, al menos, la distrae. La arrastro hasta una mesa.
—¿Estáis juntos juntos?
—Bueno, eso es lo que parece, aunque ya sabes que él es muy receloso de su vida privada en la oficina y
yo preferiría no tener que romper ninguna cabeza porque me tachen de la tía que se folla al jefe.
Anna parpadea y luego frunce el ceño con disgusto.
—No es una buena forma de definir que estáis juntos. Ya me entiendes. Juntos es lo de ellos dos. —Me
temía que esa chica que está en la barra con él, y por la respuesta tan poco madura que dio Anna, era la
susodicha en cuestión. A la que eligió, vamos.
—Es el momento de hacer como si nada de eso te importase.
—Ya, es un plan cojonudo cuando no te importa, pero ¿sabes qué? Que resulta que a mí me fastidia
sobremanera.
—Si te fastidia, es porque sientes.
—Oh, vaya, gracias, no me había dado cuenta.
De veras, se pone muy mona cuando se ofusca. Y lo está, no hay más que ver cómo responde. Cosa que,
por otra parte, me mola porque eso quiere decir que, si se pone guerrera, se defenderá y no huirá al baño
como otros días.
—Anna, en serio, que les den.
—Ya. —Baja un poco la cabeza intentando que parezca que de verdad no le afecta, solo que yo sí sé que
lo hace.
Cuando Pól ya está plantado a nuestro lado para tomar nota de lo que vamos a comer, Anna está más
tranquila y al corriente de los cambios en mi relación o como vayamos a definir este asunto en cuestión.
—Hola, Anna, te veo bien.
Me lo temo. Ay, que me lo temo. Que va a pasar, que no se ha relajado una mierda, sino que ha estado
aguantando las ganas de…
—¿Bien? Por supuesto que estoy bien, mejor que bien, ¿acaso no me ves?
¿Sobro? ¿Me marcho? ¿Me quedo? ¿Llamo a la policía?
—Sí, todos los días te veo más que estupenda, la verdad.
Pues sí, es como si yo no existiera. O es que al tío le da lo mismo que yo esté aquí plantada porque sabe
que Anna ya solo viene conmigo. Que nadie diga que no es un valiente de cojones. Huevos le está
echando.
—Como si te importase.
No, Anna, no bajes la guardia, no lo hagas. Intento que me mire para transmitírselo, lo que pasa es que
no lo consigo, está ya tan metida en lo que él le suelta y lo que ella quiere responderle, que pasa de mí
como de comer caca.
—¿Qué? —Parece un tanto estupefacto. Sobro. De verdad que lo hago.
—Vuelvo en un momentito, voy a…
Me levanto rauda y veloz y me gano una mirada reprobatoria por parte de mi amiga. ¿No pretenderá
que me quede allí y la aplauda si lo pone en su sitio?, que, a ver, yo no tengo inconveniente en aplaudir
cuando le conteste como debe, por haberse comportado como un patán, lo que pasa es que quiero que
Anna también se dé cuenta de que ella puede ganar esta guerra sola y confiar en sus capacidades.
Sigo siendo bastante malvada y sigo teniendo mucha hambre, por lo que decido apostarme en la barra y
observarlos desde allí mientras me zampo un bocata. Si la fiesta acaba pronto, regresaré y le daré buena
cuenta a la delicia de almuerzo con mi amiga, que me lo narrará con todo lujo de detalles.
Me sitúo al lado de la mujer en cuestión, estará bien darle detalles a mi amiga luego, en plan, te he
abandonado, pero por una buena causa. Es fea, bajita y no tiene tus tetorras. Lástima que tenga que
mentir porque la chica, en verdad, es una auténtica delicia y me sonríe cuando me coloco a su lado.
Mierda, así no la voy a poder odiar con tanta facilidad. Calla, conciencia, que es la chica por la que
dejaron a tu amiga. Es el equivalente a Martín para Carla o al ex de Gabriela, aunque eso ya lo he
perdonado porque mi amiga lo ha hecho. Y porque somos maduras cuando queremos.
—Hola —me saluda.
Dudo en responder. Soy educada y cedo.
—Hola.
Aguardo a que se acerque algún camarero hasta donde me encuentro. Se ve que están todos ocupados y
que el encargado de atender la barra está unos metros más allá con el ceño fruncido, la libreta bajada y el
boli sobre la mesa.
—¿Quieres que le diga a los cocineros que te preparen algo? En vista de que…
—De que ese… —pronuncio con un poco de despecho señalándolo, y ella percibe mi tono porque abre
los ojos, sorprendida— no hace bien su trabajo —también lo suelto con ese retintín para que vea que no es
tan perfecto como ella cree. Que igual que hizo con mi amiga, que se convirtió en el segundo plato, puede
que lo haga con ella. Que no se crea tan especial.
»No, no hace falta, gracias. —Seca, borde, cortante, un Axe con tetas soy.
—No me importa, los conozco. —Claro, ¿cómo no los va a conocer?—. Paso mucho tiempo aquí y a veces
les echo una mano, cuando mi hermano no da abasto.
Clavo los ojos en ella. ¡No me jodas!
—El cocinero, claro —apunto.
Ese «no me jodas» viene a que lo mismo, solo así entre nosotras, resulta que la hemos cagado haciendo
juicios de valor apresurados.
—No, no, mi hermano es Pól. El chico que está allí.
Hostia puta. Hostia puta.
Clavo los ojos en la mesa y tengo la ligera sensación, no por nada o sí, por mucho, de que mi amiga
acaba de llegar a la misma conclusión que yo porque me observa, observa a la chica y porque… sale
corriendo del local.
—Mierda.
Voy tras ella sin decir nada porque sonaría estúpido cualquier cosa que pronunciase. Es que somos lo
peor. ¿Os dais cuenta de que a veces las cosas no hay que darlas por sentado y hay que hablar? Dejar que
se expliquen y todo eso. Mira que Gabriela casi la lía con Duncan por no hablar lo de su pasado y Maela
con Axe por todo lo de ellos y la historia se repite un poco. De nuevo.
Menos mal que no he pedido porque me largo sin pagar. Cuando pongo un pie en la acera, veo a Anna
entrando en el edificio. No me ha esperado, seguro que se siente confundida y avergonzada. O todo a la
vez.
Accedo yo también y subo en el ascensor. No voy a presionarla como hice con Carla, mi intención está
lejos de pretender eso, solo quiero que sepa que, si pasa algo, puede contar conmigo.
Paso por delante de su mesa y la veo vacía. El cartel que indica que regresa tras el almuerzo sigue allí,
intacto. No me preguntéis por qué, pero me dirijo hacia mi despacho. Tengo una intuición, la de que la voy
a encontrar allí. Y eso es justo lo que sucede. Cuando abro, la encuentro sentada en la silla que hay
ubicada frente a mi mesa, con la cabeza resguardada entre sus brazos.
—Soy la mayor estúpida que ha pisado la tierra. En serio, Paula.
Por un momento pienso en gastarle una broma, una que rompa el momento de tensión y hacerme pasar
por Ihan o cualquier chico de la empresa. Luego se me pasa porque quedaría ridículo y porque, de verdad
de la buena, lo mío no es fingir voces. Para nada.
Me acerco con cautela y me arrodillo a su lado.
No sé si jadea o lloriquea, lo que sí sé es que se siente como una estúpida, y todos cometemos errores
en esta vida. Yo la primera.
—Anna, cariño, mírame —le pido con ternura.
Ella alza la vista y sus ojos están rojos. Sí, mucho me temo que ha estado llorando.
—Soy una imbécil. He hecho el ridículo de mi vida, Paula. Yo… Yo… pensaba que…
—Shhh —la chisto—. No pasa nada.
—Ni siquiera me he disculpado, he salido corriendo cuando me he enterado de que ella es…
—Su hermana —finalizo la frase por ella.
—¿Cómo? ¿Qué?
—Cuando os dejé solos me acerqué a la barra, y ella me lo contó.
—¿Así como así? —Parece perpleja.
—No, joder, surgió de forma natural.
—Pues ya podía haber surgido de forma natural hace meses, cuando los vi abrazados.
—Un abrazo no significa nada, Anna.
—Ya, no me lo recuerdes, gracias, Paula. —Finge estar ofendida y no le sale bien.
—Venga, levántate. Y vamos a la cafetería. Tienes que disculparte e intentar arreglar la situación.
—No quiero arreglar nada, no quiero. —Se ofusca como una niña pequeña.
—¿No te das cuenta de que sigues interesándole? ¿De que no hay ninguna mala intención? Pól no quería
que fueses la otra.
Anna me mira con la súplica reflejada en sus ojos.
—¿Sería muy infantil si me comprase un billete y me mudase a China?
—No, para nada. ¿Infantil? ¡Qué va!
—Lo suponía. —Anna se incorpora y me da un abrazo, uno lleno de ternura y comprensión—. Gracias
por estar a mi lado.
—Anna…
No se me dan bien las muestras de cariño, ya lo sabéis.
—Calla, boba, y dime «de nada».
—De nada.
Y ambas caminamos juntas hacia la cafetería.







CAPÍTULO 32
Y AMBAS CAMINAMOS JUNTAS HACIA LA CAFETERÍA
Ihan


Llevo todo el día desesperado por ver a Paula. He pasado por su despacho para ir a almorzar juntos y
estaba vacío. Tampoco estaba Anna, así que no he tenido que meditar demasiado sobre dónde encontrarla.
Axe y Duncan se han marchado para salir con Maela y con Gabriela en plan parejitas felices. He
rechazado la oferta porque…, porque, siendo honesto, me apetece estar a solas con Paula. Hablar con ella,
compartir confidencias y, no sé, tal vez devorarla en el baño. Devorarla en cualquier parte de este edificio
me parece una idea de puta madre.
Accedo a la cafetería y hago un barrido por la zona. Me sorprende ver al camarero y a mi secretaria en
un área apartada. De inmediato, busco a Paula por si me he equivocado y no estaba aquí, tal y como
pensaba. La encuentro en una mesa solitaria abriendo la boca de par en par para engullir la hamburguesa
más grande jamás vista.
Sonrío de forma poco inocente al pensar lo que podría hacer con esa boca y me acerco hasta la mesa
con las manos en los bolsillos. A veces temo dejarlas sueltas, y que ellas cobren vida y vayan por sí solas
en busca de Paula, de sus labios, de su pelo, de su piel…
—¿Practicando para el postre? —le pregunto. Soy la viva imagen de la inocencia.
Paula alza la vista y sus expresivos ojos se clavan en mí de inmediato. Me observa mientras se relame
los labios y luego se chupa los dedos con parsimonia. Ha pillado la broma y ha apostado todo a una carta
llamada provocación.
Me está poniendo enfermo. De momento, hasta el baño de la cafetería me parece una buena opción.
—No es necesario que la abra tanto para comerme otro tipo de cosas.
Jaque mate.
—Espero que no te estés refiriendo a mí.
—No, por supuesto, hablo de alguna parte en concreto de tu anatomía, que, aunque es enorme y gorda,
no se puede comparar con esta hamburguesa.
—¿Estás comparando mi polla con comida basura? Hay estudios…
—¿En serio? ¿Vas a citarme estudios en este preciso momento?
—No, la verdad —admito—, me apetece más llevarte a ese baño que hay ahí. —Lo señalo con el dedo—.
Y enseñarte cuánto vas a tener que abrir la boca para tragártela. —A Dios doy gracias de que tengo las
manos en los pantalones y eso puede disimular lo dura que tengo la polla en este momento en concreto.
—Eso pensaba.
—Muy lista eres.
—Eso también lo tengo claro.
Nos quedamos en silencio unos segundos, retándonos. Aguardo a que me invite a tomar asiento y no lo
hace. Cómo le gusta desafiarme. Y, en efecto, hago lo que mejor se me da, tomar asiento frente a ella y
robarle una patata frita del plato. Frunce el ceño y entrecierra los ojos.
—No te lo he ofrecido. —Puede que hable del asiento o de la patata.
Observo la bebida y alzo una ceja al darme cuenta de que es una cerveza.
—¿En horario de trabajo, Paula? Tu jefe puede enterarse y tomar medidas.
—Aquí es más sencillo pedir una cerveza que una botella de agua.
—En eso tienes razón.
Miro en dirección a Pól y a Anna y me atrevo a preguntar lo que llevo días rumiando.
—¿Están juntos?
Paula vuelve a fruncir el ceño. Es verdaderamente adorable.
—No sé si es de tu incumbencia. Además, ¿hasta qué punto estoy ante «el jefe»?
—Siempre lo estás.
—Mentiroso —me acusa entre risas.
—Bueno, me gusta pensar que soy tu jefe en la oficina y fuera de ella.
—¿Te has escuchado? ¿Sabes lo mamarracho que quedas diciendo esas cosas?
—Lo admito, ha sonado fatal —respondo convencido de ello—. ¿Y bien? Palabrita de Ihan que no diré
nada de lo que aquí se hable.
Paula suspira no muy convencida, así que saco la artillería pesada. Alargo la mano con la intención de
robarle otra patata y, tal vez con suerte, una mordida de esa hamburguesa que tan buena pinta tiene.
—Me rindo —claudica—. Ellos… tienen una historia extraña.
—¿Cómo de extraña? ¿Es el camarero un acosador? —Porque definir algo como extraño no es que suene
precisamente bien.
—No, joder, no… —se apresura a especificar—. Es solo que ha habido una terrible confusión y tienen
que resolverlo. Ponerse de acuerdo, aclarar posturas y pedir perdón.
Una chica muy mona se acerca a nosotros, la he visto en alguna que otra ocasión con el camarero y
aguarda a que terminemos de hablar.
—Hoy tomaré nota yo. —Y le guiña un ojo a Paula. Más incógnitas, por lo que veo.
—Lo mismo que ella —me apresuro a pedir.
—¿Cerveza incluida? —indaga Paula.
—Hoy es un día especial —sentencio.
Cuando la camarera suplente se marcha, Paula da otro mordisco a su hamburguesa, se relame de
nuevo, me la pone dura y entonces habla:
—¿Por qué es especial? Si es que puede saberse, claro.
—Es nuestro primer día oficial como parejita.
Ahora sí que la he pillado desprevenida.
—¿Parejita? Ihan, ¿qué edad crees que tenemos?
—Eres experta en romper el momento, ¿ehh? —la acuso riendo.
Eso también la hace especial, no se anda con florituras ni hace comentarios vanagloriando nada que no
lo merezca. Es cruel, sí, a veces lo es, pero es su forma de ser y no la cambiaría por nada.
—Oye, Ihan… —Parece haberse acordado de algo importante—. ¿Echas de menos a tus padres? Quiero
decir… —Baja la voz tanto que apenas se convierte en un susurro. No quiero interrumpirla porque sé que
para ella estos temas son difíciles y complicados—. Es normal echarlos de menos cuando faltan, sin
embargo, ¿también te pasa que nunca dejas de sentir esa ausencia…, ese vacío?
Me siento, de pronto, importante, valioso, siento que formo parte de su vida hasta tal punto que ella me
haga partícipe de algo que sé o que intuyo que para ella no es fácil.
—Nunca jamás vas a acostumbrarte a ese vacío. Sabes que llega un punto en el que deja de lacerar tu
pecho y de provocar lágrimas, al menos de esas que se ven, no obstante, siempre duele. Siempre se
siente. Siempre se anhela.
—Me costó mucho tiempo acostumbrarme a la ausencia de mi padre. Yo… siento que lo tuyo ha sido
peor.
—Paula, perder a un ser querido no tiene medida. No es mejor o peor, es una pérdida siempre. Es cierto
que mis padres fallecieron a la vez y eso, joder, eso… —Me meso el pelo con rabia, porque cuando lo
pienso de forma fría y calculadora, cuando vuelvo atrás en el tiempo, cavilando sobre todas esas
decisiones que se podían haber tomado para que no sufriesen ese accidente…, me muero de rabia—. Eso
cuesta, Paula. Lo que no quiere decir que lo que tú has vivido sea menos doloroso.
—Me enfadé con el mundo.
—Eras una niña.
—¿Cómo lo sabes? —medita.
—Carla.
—¿Qué te ha contado? —indaga. No lo hace con enfado, solo con ganas de saber.
—No demasiado.
Paula hace la hamburguesa a un lado, como si, de pronto, se le hubiese quitado el apetito. Hasta a mí
me pasa.
—Mi madre murió de cáncer. Yo no sabía ni lo que era, no tenía ni la más remota idea, solo sabía que se
puso enferma, se fue marchitando y se murió. Mi padre…, bueno… Fuimos él y yo muchísimo tiempo. Nos
apoyábamos. Era consciente de que él lo pasaba mal, casi tan mal como lo pasaba yo, sin embargo, era
fuerte por los dos. Yo… me enfadé con el mundo, sí, pero mucho más con mi madre por dejarnos. Por abrir
un vacío que nunca más iba a rellenarse porque entendíamos, a pesar de todo, que era de esa forma.
Asiento y le doy espacio para que siga, si quiere, para que decida sobre lo que prefiera hacer.
—A mi tía y a mí nos pasó igual —confirmo.
—Hace dos años, mi padre falleció también. Un infarto. Ya ves… Las circunstancias han cambiado, ya no
me enfado y razono, aunque esto no tenga lógica alguna. Es ley de vida, ¿verdad? A veces pienso que
estoy condenada a perder a todas las personas que quiero. Las personas que me importan.
—No digas eso. —Mi mano roza la suya con cariño y respeto, intentando que entienda que esos
pensamientos que cruzan por su mente son fruto de la frustración, del enfado, de la incomprensión
porque… ¿Hasta qué punto asumes una muerte y las razones que la envuelven?—. Tienes a Carla, a
Gabriela, tienes a Duncan, a Axe, a mi tía, a Anna… —La observo de refilón—. Me tienes a mí, Paula.
¿Acaso no me ves? Estoy aquí. He estado aquí sin saberlo. He esperado por ti toda la vida. Ni antes ni
después, cuando tenía que ser —musito repitiendo las palabras de mi madre.
Paula se incorpora y se acerca. Me tiende su mano y, sin dudarlo ni un solo segundo, se la agarro. Me
incorporo y se lanza a mis brazos sin pensárselo.
La envuelvo con ternura, con cariño, incluso con desesperación.
—¿Qué voy a hacer contigo, bomboncito? —me pregunta.
«Quererme tanto como te quiero yo a ti». Me gustaría habérselo dicho, lástima que haya sonado su
teléfono en ese momento.


















CAPÍTULO 33
EN ESE MOMENTO
Paula


En la pantalla de mi teléfono se refleja el número de Callen. Ihan me deja espacio y se marcha hacia la
barra, en busca de su comida, permitiéndome algo de intimidad.
—¿Callen?
—Paula, necesito… —Escucho su voz ahogada al otro lado del aparato—. ¿Puedes venir? He intentado
llamar a Carla, pero no contesta y no tenía… No tengo a quién llamar.
Me quedo perpleja unos segundos sin saber bien qué responder o cómo actuar.
—Claro, no te preocupes, en nada estoy ahí. Ihan está aquí conmigo, ¿quieres que vayamos los dos? —
No entiendo sus palabras, que me suelte eso de que no tiene a quién llamar carece de lógica alguna.
—No, no, por favor, no —implora.
Me quedo descolocada unos segundos.
—Callen. —La súplica tiñe mi tono.
—Por favor, Paula —insiste—. Si no puedes…
—En un rato estoy ahí. Tardaré lo menos posible —me adelanto.
Callen me cuelga y de inmediato me asola un sentimiento extraño. Tengo la sensación de que no estoy
haciendo las cosas bien y que algo que se escapa de mi entendimiento sucede. Tal vez sea fruto de la
conversación que acabamos de mantener en esa mesa o quizá sea porque no todo marcha tan bien como
esperaba.
Me acerco hasta la barra. Ihan está hablando con la hermana de Pól.
—Tengo que irme un momento, ¿te importa guardarme el secreto y no contárselo a mi jefe? —le
pregunto intentando bromear.
—¿Pasa algo? —La preocupación se refleja en su semblante y puede ser que no lo esté haciendo tan
bien, esto de mentir siempre se me ha dado de pena.
—No, no. Me he olvidado de que tenía un asunto que resolver y bueno… —Pésima, de verdad, he sonado
pésima. Si es que estas cosas se me dan muy mal. En serio.
Ihan sabe que no estoy contando todo lo que sé, sin embargo, hace la vista gorda y solo me da un beso
en la sien y me pide que lo llame si necesito algo.
Salgo de allí con unas sensaciones de lo más contradictorias. Por una parte, me siento bien por poder
actuar tal y como me ha pedido Callen y, por otra parte, siento que me estoy metiendo en un lío muy
grande.
Pido un taxi y, durante el trayecto, le envío un mensaje a Carla. Callen me ha contado que la estuvo
llamando, por lo que supongo que no le importa que la avise. En poco más de veinte minutos estoy en el
edificio en el que vivimos. Asciendo por las escaleras casi que a trompicones y llego al piso de Callen
asfixiada. Tenía que haber subido en el ascensor, más aún cuando odio las putas escaleras. Los nervios.
Son los nervios.
Toco con delicadeza y unos pequeños pasos resuenan en la estancia. Se acercan, aunque mucho más
lento de lo que por norma general lo hacen.
El semblante de Callen es peor que el del otro día, y un escalofrío me recorre la columna vertebral.
—Paula —prácticamente balbucea. Se me eriza el vello de la nuca.
—¿Qué pasa? —Empiezo a asustarme de verdad.
Se tambalea como el otro día y la sujeto por el brazo.
—No me siento muy bien.
Estos días no hemos compartido tantas cenas. Con la llegada de los chicos, hemos salido, hemos
visitado lugares o, sencillamente, hemos estado todos en un salón charlando o en la intimidad de nuestras
habitaciones compartiendo nuestro tiempo.
—Deberíamos llamar a Ihan. Tal vez él pueda llevarte a un hospital y allí seguro que te van a tratar
mejor.
Callen niega, pero sin mucha fuerza.
—No necesito ir a ningún hospital, Paula. Me estoy muriendo, eso es todo.
Pierdo el equilibrio, de verdad, apenas me sostienen las piernas e intento pensar que todo esto es una
jodida broma de mal gusto. No puede ser cierto, esto no puede estar pasando.
—No me hace gracia —mascullo.
—Para serte sincera, a mí tampoco me la hace.
Todo ese convencimiento de que fuese una mentira, una burla o cualquier otra forma de definirlo se va
al traste cuando la miro con detenimiento. No tiene buen color, su piel, por norma general brillante, lleva
días más apagada, con un tono verde aceituna que da pavor.
—Callen, de verdad, tenemos que hablar con Ihan. —Parece mentira que hace nada compartiésemos
una charla sobre la pérdida y lo que conlleva y ahora me encuentre en esta tesitura.
Escucho la puerta a lo lejos y suplico porque sea Ihan, que llegue justo en este momento. Me apresuro a
abrir y al otro lado me encuentro a Carla.
—¿Qué pasa? He visto tu mensaje y las llamadas de tía Callen. Estaba con Arthur. —Parece disculparse.
—Callen se encuentra mal. —No quiero contárselo, no puedo hacerlo y, aunque tuviese poder para ello,
no encuentro la entereza.
Al instante, Carla se coloca a su lado. Ella es la más empática de las dos, igual que lo es Gabriela, la que
entiende y a pesar de todo, de que aparente fragilidad, la que toma las riendas porque yo estoy al borde
de un ataque de pánico.
—Tenemos que hablar con Ihan —insisto a sabiendas de que Carla no tiene ni la menor idea de lo que
me acaba de confesar.
—No quiero que sufra. —¿De verdad vamos a hablar de sufrimiento teniendo en cuenta la escena que
estamos viviendo?
—Va a sufrir de todas maneras, ¿cómo pretendes que sea de otra manera? Si… Si eso es así…
—Me estoy muriendo. —Carla jadea. O quizá lo haya hecho yo, porque la primera vez… Joder, que lo he
escuchado la primera vez y cada vez lo asimilo peor—. Llevo un par de meses ocultándoselo. A él y a
todos. Puede que no haya jugado limpio, sin embargo, soy consciente de que si se lo hubiese confesado, si
lo hubiese hecho, me trataría como una estúpida, como una inútil y en vez de aprovechar nuestro tiempo
juntos, nuestras conversaciones, nuestras copas en esta misma casa, nuestros secretos, cómo habéis ido
formando un vínculo tan bonito y natural de una forma tan sencilla… —Me mira al contarlo—. Si hubiese
hablado, todo eso se habría ido al traste. Y no es lo que quería. No pretendo ser una mártir. Aposté por
vivir y exprimir la vida hasta mi último aliento, Paula. Permíteme eso, permíteme hacerlo hasta el final.
Prométemelo.
¿De verdad me está pidiendo que le guarde este secreto? ¿Que haga esto? Observo a Carla, que no
habla ni gesticula, no se inmuta. Ni siquiera sé si respira, dudo que yo lo esté haciendo.
—Callen, yo…
—Por favor. Sé que sabes lo que es perder a alguien. Te pregunté en su momento si hubieses preferido
no vivir antes de perder y me respondiste que, aun habiendo perdido, preferías haber vivido eso, ¿verdad?
¿Qué crees que haría Ihan si supiese que me muero? Se comportaría de otra forma. Intentaría meterme
en una urna de cristal.
—Intentaría salvarte —prácticamente grito.
Es la frustración la que habla por mí porque, una vez más, voy a perder a alguien. Él va a perder a
alguien.
Callen se limita a negar con la cabeza y hasta eso parece tener consecuencias negativas en ella porque
cierra los ojos e inspira.
—No tengo cura. No se puede hacer nada por mí, solo esperar el desenlace. Si Ihan lo hubiese sabido,
solo se habría culpado por no conseguir ese final feliz, un final que no vamos a tener. Ahora, contigo…
Paula, contigo me siento tranquila y en paz, sé que vas a cuidar de él, que no se va a quedar solo. Estaba
esperándote, él te esperaba, y yo también. Me puedo morir tranquila.
—Callen —musito—. Es injusto… —Lloro, lloro por ella, por Ihan, por mí, por mis padres, por los suyos,
por todo esto que nos envuelve. Porque, al final, la pérdida duele y lacera el alma.
—La vida y la muerte lo son. El desamor lo es —y esto lo pronuncia mirando a Carla, que llora tan
desconsolada como lo hago yo—. Solo sé que me siento tranquila al irme sabiendo que te tiene a ti, que
por fin te ha encontrado, que habéis sido dos almas errantes que tenéis un puerto en el que atracar. En
serio, Paula, no sabes lo infinitamente agradecida que me siento de que hayas aparecido en su vida. De
que no permitas que esté solo. Yo me voy, ya me ves, la muerte está ahí y forma parte de la vida. Vivimos
exprimiendo cada segundo sin saber que nuestro final está cada vez más cerca y eso es lo que yo he
hecho. Sabiendo que tenía unos meses y decidiendo de forma consciente que iba a vivirlos, a
aprovecharlos, a observar vuestros encuentros, vuestras risas, nuestros secretos, las botellas de whisky
que hemos bebido y las conversaciones profundas que hemos mantenido. Esto no va a ser un adiós, mis
niñas. —Se dirige a ambas. No puedo contener la angustia que siento, no puedo evitar que me lleve al
pasado, a esas pérdidas, al dolor, al enfado, a la ausencia que nunca será suplida por nada ni por nadie. Al
vacío del que hablábamos antes. Al dolor que va a sentir Ihan y que me encantaría evitárselo de alguna
forma—. Nos veremos. Tarde o temprano, nos volveremos a encontrar.
—Tía Callen —murmura Carla arrodillada frente a ella.
Hago lo propio, lo que me pide el cuerpo y me coloco a su lado, las tres unimos nuestras manos, como
hace semanas, en esta habitación, que bailábamos en círculo, disfrutando de nuestra compañía, de lo poco
que nos conocíamos y de lo mucho que encajábamos. De lo perfecto que era todo.
—Carla, cielo, estoy orgullosa de que te estés dando una oportunidad, que se la des a Arthur porque es
un niño increíble. Es una gran persona. Y no podrías encontrar a nadie mejor que a él.
—Solo somos amigos.
—Yo también empecé siendo amiga de mi marido. Ay, mi Thomas. Nos vamos a encontrar pronto, lo sé.
Lo echo tanto de menos. Lo he echado tanto de menos estos años.
Aprieto su mano con el temor de hacerle daño.
—Esto suena a despedida —apunta Carla.
—Es que lo es, cielo, ¿acaso no me ves? ¿No ves cómo estoy?
Claro que la vemos.
—Pero… —Siento auténtico temor de formular la pregunta…
—No te sé decir cuánto tiempo me queda, solo pienso que, sea el que sea, quiero estar tranquila, feliz,
rodeada de las personas que me importan. Esta noche me gustaría que preparásemos una cena aquí. Le
pediré ayuda a Ihan y a los chicos.
—Cada vez suena más a despedida —apunto en este momento yo.
—Esto no va a ser nunca una despedida. Solo un hasta luego, que no se te olvide, Paula.
Asiento porque no puedo hablar. Ni siquiera sé qué decir, qué añadir, qué comentar, si hacer una broma
estúpida y comportarme como una inmadura o dejarme llevar por el sentimiento de vacío que ya se ha
instalado en mi pecho y que sé que no se va a ir de ahí durante mucho tiempo.














CAPÍTULO 34
DURANTE MUCHO TIEMPO
Ihan


Tía Callen está organizando una de las suyas. Desde la llegada de los chicos nos hemos reunido en pocas
ocasiones. Ya sabéis que le encanta una cena, una fiesta, un baile y una copa con su sobrino favorito. La
cosa mejora cuando la copa también es con los amigos de su sobrino favorito —y único—, valga la
redundancia.
Así que, según parece, mi tía ha organizado una cena en la que no ha escatimado. Duncan se mueve por
la cocina como si no fuese el dueño de un castillo y tuviese a Beth. Axe, por el contrario, deja claro que lo
suyo no es esto, y yo…, yo me limito a beber a sorbos mientras intento pinchar a mi tía y a mis amigos. Ya
sabéis, mi especialidad y lo que mejor se me da.
—Deja de molestar. Si no trabajas, al menos no interrumpas —me pide Duncan.
—Uhhh, cuidado, que habla el hombre casado —ironizo.
Mi tía se carcajea a la vez que trocea con cuidado un par de cebollas.
—¿Qué se siente al estar casado? —Axe lanza la pregunta con cautela. Me temo que algo le ronda la
cabeza.
—¿De verdad? —intervengo—. Es lo mismo que un noviazgo, solo que con un compromiso mayor.
—No lo veo tan claro —apunta Axe—. Desde el momento en el que le entregué mi corazón a Maela, el
compromiso era inamovible.
—Eso es porque a ti te cuesta entregarte y, o lo haces, o no lo haces. No hay más.
—¿No te pasa eso con Paula? —me increpa Duncan, que alza la vista del pollo que está limpiando. Qué
asco, le tiene metida la mano por el culo… Literalmente.
—¿Quién te ha dicho que Paula y yo…?
—¿En serio? ¿Estamos en esas, Ihan? —me reprende Duncan—. Sabemos que tenéis algo más que sexo.
—Lo sabemos —corrobora Axe. Mi tía asiente.
—Y sabemos que sientes algo por ella porque tú mismo nos lo has confesado.
—Y también estamos al tanto de que estáis juntos —insiste Duncan.
—Me lo ha contado Maela, que a su vez se lo ha contado Carla.
—Carla no sabe guardar secretos.
Mi tía frunce el ceño.
—Es un secreto a voces —puntualiza Callen.
—A pesar de que sé que vais a meteros conmigo por todos esos comentarios jocosos y fuera de lugar
que os hice mientras estabais entregándoos sin reparos al amor… Tengo que confesar que siento… No sé
ni cómo definirlo.
—Estás enamorado de Paula.
Abro los ojos ante la forma tan contundente en la que lo ha expresado Axe, con tanta seguridad.
—Todos hemos pasado por ahí —indica Duncan, que parece estar terminando su labor con el animal en
cuestión.
—Durante algún tiempo estuve perdido, sin saber qué pasaba entre Maela y yo, ya lo sabéis, es decir, lo
intuía, sabía que algo sucedía y, a su vez, era complicado de definir porque me daba pánico entregarme a
alguien y que me pudiese hacer daño. Irse de nuevo, abandonarme… Siempre habíamos sido Ivar y yo y,
de pronto, todo lo que conocía se fue al traste. Perdí el control de la situación y no puedo estar más feliz
de lo que estoy porque haya ocurrido de esa manera —confiesa Axe.
Me estremezco al escucharle hablar con esa entereza y con esa sinceridad.
—Yo no tengo miedo. —Suena arrogante, lo sé, sin embargo, de verdad que no es miedo, no es nada de
eso, lo que siento está muy lejos de ese pavor que ha sentido mi amigo—. Desde que la conocí supe que
iba a poner todo patas arriba y me alegra que haya sido de esa manera y que haya sido con ella.
—Te dije que las personas llegan cuando tienen que hacerlo.
—Mi madre era una mujer muy sabia —añado a lo que ha verbalizado mi tía—. Cuando llegó a Dublín…
todo fluyó entre los dos. No puso una barrera entre nosotros ni marcamos distancia, solo nos dejamos
llevar jugando a lo que mejor se nos da.
—Es que esa es la esencia de lo que sois, sobrino.
—Tu tía tiene razón. Es como si intentase que Axe confiase en las personas a la primera de cambio o
que mi padre dejase de pedirme dinero cada vez que puede.
Suspiro, veo que el tema con Athol no ha cambiado en nada y mucho me temo que eso no va a suceder
jamás.
—Lo que quiero decir es que no me importa que la relación haya variado, que seamos pareja, no me
aterroriza eso, lo que me asustaba de verdad era no conectar con nadie hasta ese punto, el punto de
poder entregarme sin reparo —confieso abriéndome en canal.
He estado con muchas mujeres, he tenido citas con ellas y nunca ha habido nadie que despertase la
chispa necesaria para plantearme un futuro con esa persona, hasta que llegó Paula.
El alboroto resuena en la entrada y de inmediato se cuelan en la cocina. Gabriela finge asco cuando ve a
Duncan todo pringado, y Carla se acerca hasta Callen y le da un beso enorme. Me encanta la relación que
han forjado, aunque no me hace mucha gracia que se vaya.
Arthur entra al poco tiempo y observamos que Carla reacciona acercándose y dándole otro beso con
algo de timidez. Las manos de él descienden con delicadeza por su espalda. Me fijo en que Paula ha
reparado en lo mismo que yo.
—Hola, descarada —la saludo propinándole un pequeño empujón con mi hombro para llamar su
atención.
Tiene mala cara, como si…, como si hubiese estado llorando.
—Hola, bomboncito.
—¿Estás bien? —le pregunto.
—¿Acaso no me has visto? —inquiere.
Intenta sonar como siempre, deslenguada y atrevida, no obstante, no parece que estuviese como los
otros días.
—Yo te veo siempre —murmuro.
Me sonríe complacida y, a pesar de que no quiero pensar mal, tal vez esos asuntos pendientes que la
hayan hecho marcharse pronto de la cafetería tengan algo que ver. No me gustaría que me dejase fuera
de eso si la hace sentir mal.
El tema de la boda queda un tanto relegado, no se menciona nada, aunque intuyo que Axe está
acojonado. No creo que tenga nada que ver con Maela y lo que siente por ella, no, nada de eso, lo que
ronda por su cabeza es mucho más sencillo. Supongo que valora si lo hará bien, si será capaz de hacer
feliz a Maela y no se da cuenta de que ella no sería tan feliz si no lo tuviese a él a su lado.
Y eso me lleva de vuelta a lo mismo, a que, seguramente, yo no sería tan feliz como lo soy sin Paula
aquí, conmigo, lanzándonos al vacío y sin una cuerda que nos garantice que no acabaremos
espachurrados, porque el riesgo también forma parte del amor, apostar por alguien de esa forma,
entregándote a ese vértigo, también es amor.
Terminamos de cenar y, tras darle un beso de buenas noches a mi tía y dejar que las chicas también se
despidan de ella, bajamos las escaleras en busca de nuestros apartamentos. Carla sigue descendiendo y
se marcha con Arthur, eso sí, primero, abraza a Paula.
Gabriela y Duncan salen a pasear y da la sensación de que Axe y Maela tienen otras cosas en mente. En
dos días se irán a Escocia, y Carla regresa a Vigo en tres días. Duncan también me ha confesado que se va
porque tienen asuntos allí y porque quiere volver a la normalidad.
Entro con Paula y sonrío al pensar que es de las primeras veces que no salto por el balcón para ir a dar
con ella. La abrazo por la espalda, y ella posa sus manos sobre las mías.
—A ti te preocupa algo, ¿a que sí?
Tal vez sea la partida de Carla y el temor a sentirse sola sin Gabriela cerca y sin Carla rondando por el
apartamento.
—Es solo que estoy algo cansada.
—¿Es por Carla? ¿Porque se marcha?
—Eso también me preocupa. Y Anna. Siento como si ahora mismo mi vida fuese un caos absoluto. Como
si todo estuviese fuera de lugar, desencajado.
La observo suspicaz, no logro descifrar lo que quiere explicarme.
—No te tenía por una chica que le da muchas vueltas a las cosas, la verdad.
—Y no lo hago, lo que pasa es que… No sé. —Duda—. Todo se complica. —La abrazo con más fuerza, no
quiero obligarla ni presionarla para que me cuente eso que la tiene angustiada, eso que hace que esté
aquí mismo y, a su vez, lejos de este punto—. Ihan…, hay algo que quiero decirte. Hay algo que necesito
contarte.
Tiro de su mano y la llevo hasta la habitación. No busco nada más que la intimidad y este espacio
siempre ha sido nuestro cómplice, estas paredes nos han dado felicidad, han sido partícipes de cómo iba
floreciendo nuestro amor.
—Paula, yo también quiero confesarte algo.
—Yo primero.
Recuerdo cómo antes, en la cafetería, me moría de ganas de gritarle que la quiero y en este momento
tengo la oportunidad de hacerlo.
—Ihan, estoy enamorada de ti.
Se me adelanta. ¿Acaso será eso lo que la tiene preocupada? Mi posible reacción ante sus palabras. Si
supiese que me estremezco por ella y solo por ella.
—Paula, yo también te quiero. No puedo decirte cuándo fui consciente de mis sentimientos, solo sé que
te quiero. Que quiero compartir mi vida contigo. Mis alegrías y mis penas, mis fantasías y mis ilusiones,
mis sueños, que sean un poco míos y muy tuyos.
—Eres…
—¿Romántico? ¿Tierno? ¿Único?
—Eres todo lo que yo necesitaba. —Observo a Paula, cómo sus ojos brillan.
—Yo te necesitaba a ti también.
—Te quiero, te quiero muchísimo.
Me abraza, apretándome contra su cuerpo. Acaricio su pelo con infinita ternura y la separo con
delicadeza para besarla.
Empiezo siendo delicado, intentando que este beso se convierta en una muestra de sentimientos, que
nuestros labios expresen todo eso que quizá no sepamos confesar con palabras porque, ¿para qué
negarlo?, Paula y yo nunca hemos sido palabras, siempre hemos sido más de hechos.
Cuando sus manos se posan sobre mi pecho, pierdo un poco la razón. Llevo mis dedos hasta su culo y la
presiono contra mi cuerpo para que sienta mi erección. Ella jadea en respuesta. Siempre tan
predispuesta. Siempre tan preparada. Siempre tan perfecta para mí.
—Pretendo estar toda mi vida haciéndote feliz, Paula. Eso es lo único que quiero. Que deseo, hacerte
feliz.
Se lanza contra mis labios y entonces empezamos a ser una maraña de manos, de ropa volando, de
caricias delicadas y otras no tanto.
La siento sobre la cómoda de la habitación y abro sus piernas.
—¿Sabes una cosa, Paula?
—¿Qué? —Su mirada brillante la delata. Me necesita tanto como yo a ella.
—Siempre has sido un pecado para mis sentidos.
Y la embisto. La embisto con fuerza hasta que se corre, hasta que grita mi nombre, y yo el suyo, hasta
que tengo la absoluta certeza de que este es el significado de estar en casa. Paula es mi hogar, y yo me
muero por ser el suyo.





CAPÍTULO 35
Y YO ME MUERO POR SER EL SUYO
Paula


Llevo días que estoy sin estar. Ihan y yo nos hemos confesado nuestros sentimientos y, a pesar de que
debería estar feliz y pletórica, lo único que tengo en el pecho es una angustia y una presión insoportable.
No quiero ocultarle lo que sucede, no quiero hacerlo, pero le prometí a Callen que lo haría y soy fiel a
mis promesas. Aun así, sé que está mal y eso es lo que me carcome por dentro.
—Carla, esto que estamos haciendo no está bien. Deberíamos contárselo a Ihan, es su sobrino y tiene
derecho a saberlo. —Llevo un rato en esta cocina intentando hacer entrar en razón a mi amiga, porque sí,
sé que, si ella pensase como yo, me resultaría menos complicado traicionar a Callen. Estoy entre la
espada y la pared. O cumplo mi promesa, o actúo como creo que tengo que actuar, como me pide mi
conciencia que haga.
—No es una decisión nuestra, Paula. Tenemos que respetar lo que tía Callen nos ha pedido. Ni siquiera
se lo hemos confesado a Gabriela.
—Gabriela no es su familia. —Me cruzo de brazos, por ahí sí que no paso.
—Paula… —Carla suspira, me tiende la mano y espera a que la sujete. Dudo, no por evitar el contacto en
sí, sino porque sé qué intenta—. Nos puede gustar más o menos, sin embargo, es la decisión que ella ha
tomado. Siempre hemos respetado las decisiones ajenas. Gabriela huyó de Vigo cuando encontró a su
marido con otra. La apoyamos. Yo no hui de esa forma, a pesar de que llevo cinco años evitando cualquier
tipo de relación que pueda desembocar en lo que tenía con Martín y sabemos que no estabais de acuerdo,
pero lo aceptasteis. Cinco años, Paula. No somos las dueñas de las vidas de los demás. Tú puedes apostar
por la tuya, no obstante, debes respetar los deseos ajenos, y Callen ha sido rotunda en cuanto a ese tema
se refiere.
Esa mano que teníamos entrelazada la llevo a mis ojos y los cubro con ellos.
—Yo quisiera saberlo.
—¿Qué arreglarías con ello?
—¿Por qué hablas de una forma tan fría? —objeto clavando mis ojos en ella.
—¿Acaso crees que me importa menos? Porque te equivocas. No quiero que suceda, ya no por Ihan, que
también, porque lo conozco, porque lo considero mi amigo y porque sé que le va a doler. A todos. Nos va a
doler a todos —matiza llena de vehemencia—. Y sé que a ti te duele por él, porque estás enamorada,
porque te trae recuerdos. No obstante, tenemos que permanecer a su lado, no estará solo. Estará
arropado cuando suceda. Ojalá nunca. Ojalá nunca suceda.
Sé que Carla tiene razón y soy consciente de que todo eso que expone es verdad, que son decisiones
ajenas y que hay que respetarlas. Hemos prometido hacerlo, lo que ocurre es que eso no me hace sentir
mejor y sé que a Ihan tampoco lo va a consolar llegado el momento.
Salgo del apartamento y me dirijo hacia la oficina, cabizbaja. No tengo ganas de nada. Me siento como
pez fuera del agua cuando cruzo el umbral y encuentro a Anna sumida en una montaña de trabajo. Aun
así, intento que no se me note esa marabunta de emociones que me sacude por dentro y pongo buena
cara.
—¿Almorzamos juntas? En la cafetería. —Me guiña un ojo, lo que me da a entender que ha solucionado
las cosas con Pól. O que todo está en calma.
Asiento y me dirijo a mi despacho. No son ni las diez de la mañana y ya no tengo zapatillas.
El teléfono suena y descuelgo de inmediato. Es Lorna.
—¡Hola! —Ojalá pudiese responderle con el mismo entusiasmo—. ¿Qué tal todo? Te llamo por las
entrevistas. ¿Has tenido tiempo de hacerlas?
Mierda. Mierda. Mierda. Mierda. Así, por cuatro.
—Lorna, no, perdona. Se supone que me iba a poner ayer, pero… —Un asunto me retuvo. Un asunto que
preferiría borrar de mi memoria.
—No pasa nada, tranquila. —Parece percatarse de mi estado de ánimo porque, de verdad, su voz no
trasmite impaciencia, sino serenidad. Una que necesito yo en altas dosis.
—Me pongo a ello ahora y esta tarde te llamo y te cuento. Intentaré reunirme con Ihan luego.
—¿Necesitas ayuda? ¿Quieres que…?
—No —zanjo resolutiva—. Este es mi trabajo. No quiero que dejes nada por esto. Me pongo a ello.
Cruzamos un par de palabras más y me zambullo en llamadas y más llamadas. Tengo que dar gracias a
todos los dioses vikingos porque las personas con las que hablo están bastante capacitadas. No es que
pensase que iba a encontrarme con ineptos o gente con falta de ganas y de ímpetu, es que ni siquiera
sabía con qué iba a encontrarme, la verdad.
Anoto disponibilidad, detalles cruciales, cercanía al hotel —aunque este no es un requisito
indispensable— y miles de datos más en los laterales de los currículums. Al menos sé que, si Ihan me hace
preguntas raras, podré contestarlas, salvo que una de esas cuestiones sea cuál es su color favorito o a qué
huele cuando se levanta.
Para cuando llama Anna a la puerta estoy más que satisfecha con la productividad del día.
—¿Te ha cundido la mañana?
—La verdad es que sí. He hecho un montón de entrevistas. Cierto es que no me han respondido todos a
las llamadas, pero, para empezar, es un buen punto de partida. —Señalo la pila de papeles y los bato ante
sus ojos—. ¿Sabes si Ihan tiene hueco luego? Me gustaría hablar con él y que decidamos o bien dejarle la
documentación y que ellos tres decidan.
—Según su agenda, y teniendo en cuenta que la he revisado hoy ya cinco veces, estará libre. A pesar de
que eso es más un eufemismo que una realidad… Ya sabes, siempre tiene algo que hacer.
—Verdad. —Recuerdo la cantidad de días que está recluido en su despacho y no tengo noticias de él.
Hasta que salta el balcón por la noche y se cuela en mi habitación para hacerme guarradas varias y luego
abrazarme con ternura.
Me deshago al pensarlo y me revuelve el estómago todo lo que está pasando.
Accedemos a la cafetería sin decir ni media palabra de Pól. No tengo que esperar demasiado porque,
cuando Anna y él se ven, se vuelven de gelatina.
Si no me sintiese como me siento, haría una broma pésima sobre estos dos tortolitos.
—Vaya, vaya —musito.
Tomamos asiento un tanto alejadas de la barra, buscando cierta intimidad.
—Yo… —susurra acercándose un poco a mí—. No sé por dónde empezar.
—Cualquier persona respondería que por el principio. Cualquier persona que no sea yo, dime, Anna,
¿estáis juntos? —Ese es el final, sí.
Se ruboriza. Que lo haga es buena señal.
—No, no estamos juntos. —Joder—. Hemos pensado que… podemos intentarlo.
Enarco una ceja confundida.
—¿Entonces?
—Ayer… —susurra una vez más—. Ayer hablamos. No pudimos acabar la conversación en la hora del
almuerzo porque yo tenía que irme, ya sabes, no iba a poder hablar largo y tendido con media hora de
almuerzo. El caso es que… —Baja la vista de nuevo como si sus zapatos fuesen interesantes. No lo son—.
Le pedí perdón. Paula, ¿cómo pude ser tan obtusa?
—No lo sé. Yo estaba convencida de que lo que habías visto era a su pareja, no se me pasó por la cabeza
que fuese su hermana.
—Ya, a mí tampoco, los vi abrazados y vi cómo besaba su sien y pensé…
—Te precipitaste.
—Lo hice. Me puse nerviosa y saqué todo de contexto. Ya se lo expliqué.
—¿Y cómo se lo tomó él?
—No te rías —me pide.
—No lo haré. —Es un buen momento para que me pida eso porque no estoy de humor para
descojonarme de nadie, la verdad.
—Se rio de mí. —¿Hola?
—¿Lo dices en serio?
—Como que el sol sale por el oeste y se pone por el este.
—Es al revés —la corrijo.
—Pues como que el sol sale por el este y se pone por el oeste.
—Anna… Puede que sea un buen tío. —Lo miro, y sé que está esperando a que nos pongamos al día, lo
tengo claro—. Y pensar que yo quise estamparle mi precioso puño en su cara.
—Y que yo pensaba que no habíamos conectado, es decir, que yo sí y que él no y resulta que todas estas
semanas ha estado esperando a que le explique por qué me he alejado súbitamente de él. Soy patética.
—No, Anna —la corrijo—, no eres patética. Nos equivocamos, porque somos humanos. Lo que nos lleva
a… al final —puntualizo.
—Hablamos por la noche. Quedamos tras acabar su turno y, bueno, decidimos que iríamos despacio y
que yo tendría que confiar en él y en sus sentimientos.
—Sentimientos.
—Parece que sí había conexión —apostilla Anna.
—Eso parece.
Como si supiese que ya habíamos dejado todo claro, Pól se acerca.
—Anna, estás guapísima.
—Adulador —lo acuso.
Me guiña un ojo, y pedimos el almuerzo. Yo me conformo con un zumo de frutos rojos, y Anna se pide la
hamburguesa que me comí —o intenté comer— el otro día.
Hablamos un poco más de trabajo y la dejo en la cafetería, me retiro con la excusa de que tengo que
reunirme con Ihan. Que no es que sea mentira, pero sí que prefiero que tengan un rato a solas y que se
puedan susurrar cochinadas en la intimidad si lo desean. O darse arrumacos.
Entro en mi despacho, cojo los papeles y paso por delante de la puerta de la oficina de mi jefe. Está
cerrada. Toco, por si acaso, y me concede el paso.
Cuando entro, lo veo tan jodido como lo estaba yo esta mañana. Todo desordenado, todo lleno de
anotaciones y el teléfono descolgado.
—Es para que no me molesten —apunta cuando se percata de a dónde se ha dirigido mi mirada.
—Si prefieres que me marche…
—No, no… Acércate.
Hago lo que me pide y, cuando estoy a su lado, me abraza. Me siento fatal, en serio, me siento como una
puta traidora por no contarle nada. No me gusta esto. Alzo la vista con la firme intención de pasarme las
promesas por el arco del triunfo y actuar de forma correcta o, al menos, lo que es correcto para mí. Dejo
los papeles a un lado y entonces suena su móvil.
Frunce el ceño y me separo dándole espacio. No atino a ver quién es el emisor de la llamada. Descuelga
y se gira, se acerca a la ventana y, de pronto, se da la vuelta y clava sus ojos en mí.
Pálido. Lívido.
No puede ser.
—¿Qué…? ¿Qué pasa?
Ni siquiera sé qué coño decir. Me fallan las palabras, las piernas. Me temo lo peor.
—Es… Es que… Es… Paula. —Jadea y se deja caer de rodillas al suelo.
Corro a su lado y me derrumbo frente a él. «No puede ser», me repito.
—Ihan… —susurro ahogada.
—Mi tía… Mi tía Callen… Mi tía Callen ha muerto.




CAPÍTULO 36
MI TÍA CALLEN HA MUERTO
Ihan


—No, joder, no, tiene que ser una puta broma. —Intento no comportarme como un estúpido y gritarle a
Duncan justo como lo hago.
Paula está a mi lado, llorando desconsolada, y yo me siento incapaz de reaccionar de alguna forma que
no sea queriendo destrozar este puto despacho.
—Ihan, escucha, será mejor que vengas —pronuncia al otro lado.
Lo sé, lo sé, lo que pasa es que mis piernas se niegan a responder.
Paula se levanta y me tiende la mano, tomando las riendas de la situación. La sujeto por pura inercia y
me incorporo. Actúo como un autómata, me meto en el ascensor y descendemos. Ni siquiera me siento
capaz de conducir, y ella parece percatarse de ello. Tampoco le pediría que bajase al garaje y que
condujese por estas calles.
Pide un taxi y lo único que sé es que el edificio de mi tía aparece frente a mis ojos casi sin darme
cuenta. Me pierdo en los pensamientos, intento convencerme de que es una broma de mal gusto o un
tremendo error, aunque una parte de mí, la racional, la que no está enfadada con el mundo, la que
discurre, me da a entender que nadie en su sano juicio bromearía con un asunto como este, mucho menos
Duncan, que es serio y honesto.
—Vamos, Ihan —me pide Paula.
Me gustaría que esta escena fuese bien distinta, que estuviésemos llegando a casa después de un largo
día de trabajo, que tuviésemos la intención de encerrarnos en la habitación, bebernos una copa de vino en
la terraza y gritarle a mi tía por comportarse como una cotilla si la pillásemos escuchando desde su
balcón.
¿Con quién voy a hablar ahora? ¿A quién le voy a contar cómo me siento cada día? ¿Quién me va a
explicar cómo se forma una familia? ¿Cómo se sigue adelante con su ausencia haciéndose eco en cada
parte de mi ser?
Solo cuando pierdes, cuando de verdad lo haces, te das cuenta de que no has aprovechado el tiempo tal
y como pensabas que hacías. Cuando pierdes a alguien sabes que te quedaron muchas palabras por decir,
muchos besos por dar y muchos «te quiero» por pronunciar.
Al llegar a la sexta planta, la puerta está entreabierta. Veo sanitarios en el salón y también una bolsa
negra. Me estremezco solo de pensarlo. No necesito saber más. Cierro los ojos y es Duncan el que me
empuja hacia la habitación de mi tía antes de que haga o diga nada.
Me conoce. Me conoce bien y sabe que no tengo la fuerza necesaria para sobrellevar nada de esto.
Nadie en su sano juicio es capaz de enfrentarse a una pérdida sin que le rompa un poco por dentro.
Cuando mis ojos se abren, frente a mí están mis amigos. Si lo pienso bien, son lo único que me queda.
—Paula ha decidido esperar fuera y darnos unos segundos.
Ni siquiera me inmuto. Solo me limito a observar la cama, aún deshecha, de mi tía. A examinar el
aparador en el que están sus perfumes favoritos colocados en una fila perfecta, clasificados por color y
tamaño y los marcos de fotos que tanto le gustaban. Ahí, entre ellas, estoy yo con una bicicleta y un casco
mayor que mi cabeza, mis padres, de la mano, mirándose entre sí, mi tía con apenas treinta años y mi tío
Thomas, que la observa como si fuese lo mejor que le ha pasado en la vida. Cuánta razón tenía, ella
siempre ha sido lo mejor que nos ha pasado en la vida a todos.
—Escucha, Ihan, no estás solo. —Esas palabras me devuelven al presente.
Exhalo todo el aire que tengo en mis pulmones hasta que la presión que siento casi se vuelve
insoportable.
—¿Que no estoy solo? ¿Que no estoy solo? —repito por si la primera vez no me ha escuchado.
—Ihan —Axe intercede.
—Ni se te ocurra soltarme uno de tus discursos de mierda —lo acuso injustificadamente, sí, lo sé— . Y
menos tú. Sabes lo que se siente, sabes lo que es estar solo, no me jodas, Axe.
Los gritos deben de escucharse fuera y, aun así, nadie abre la puerta ni nos interrumpe.
—No pretendo darte ningún discurso de mierda, Ihan, solo quiero que sepas que, aunque no lo creas, sé
por lo que estás pasando. Y también quiero que tengas claro que, ocurra lo que ocurra, no estás solo —
insiste una vez más—. Yo no lo estoy. Os tengo a vosotros. Siempre os he tenido a vosotros.
Suspiro una vez más. Sé que lo hacen con buena intención, que estas charlas que me dan están basadas
en eso, en intentar calmarme, en intentar que vuelva a razonar y que no me deje llevar por la rabia y el
dolor lacerante que me consume por dentro.
—Lo sé —claudico—. Me cuesta, no entiendo nada. ¿Qué ha pasado? —A pesar de todo, necesito
información, necesito saber más.
Duncan sale un momento y permanecemos allí en silencio. Paula entra seguida de Carla. Agradezco que
estén aquí, aunque preferiría no tener que estar viviendo nada de esto.
Un sanitario hace acto de presencia tras ellas y es el encargado de contarme que mi tía ha tenido un
fallo hepático producido por la enfermedad que padecía.
—¿Qué enfermedad?
—¿Su tía no se lo contó?
—¿Qué tenía que contarme? —inquiero. No entiendo nada—. ¿Qué coño pas aquí?
Carla suspira con lágrimas en los ojos.
—La señorita es la que nos ha llamado.
Clavo mis ojos en ella y frunzo el ceño. Carla está hecha un mar de lágrimas, Paula no está mucho
mejor, y yo…, yo sigo sin ser capaz de dejarme llevar y llorarla, tal vez de esa forma se me calmase esto
que me escuece por dentro, este monstruo que me devora, que se agarra a mi tórax y lo presiona con
fiereza. Que me come.
—Tía Callen estaba enferma, Ihan. Tenía cáncer.
—Metástasis, para ser más exactos —apunta el sanitario con un tono frío y distante.
—¿Qué? Es imposible. Ella no me contó nada, no me dijo nada, no vi nada fuera de lo normal.
—Se lo detectaron hace unos meses. Por lo que sabemos, se notó dolores de estómago. —Eso sí lo sabía
—. Y las pruebas que le hicieron apuntaron a un cáncer de páncreas. Sabía que no se podía hacer mucho
porque no estaba solo ahí, se había extendido. Pidió que no se lo comunicasen a ningún familiar y ya sabes
que ese tipo de decisiones se respetan. Es el paciente el que elige.
—Y ella eligió mantenerme apartado.
—Quería protegerte —señala Carla—. No quería que sufrieras, nos lo explicó.
Abro los ojos al escuchar su confesión. Me pilla desprevenido, en resumen, como todo lo que acontece.
—¿Os lo contó? ¿Cómo que os lo contó?
Paula baja la cabeza. No, joder, dime que no. No es cierto.
El sanitario abandona la habitación al percatarse de que es una conversación privada y que su trabajo
ahí ha dejado de ser necesario, pues ha cumplido su función.
—Hace unos días me llamó —cuenta Carla. No me lo puedo creer—. Yo estaba con Arthur y no le presté
atención al teléfono. Cuando vi las llamadas y los mensajes, me vine directa aquí y bueno… Fue cuando
nos contó lo que pasaba.
—¿Nos contó?
—Yo estaba aquí, me llamó. —Es Paula la que ha tomado la palabra.
—¿Fue el día que…? —Ella solo asiente.
—Hubo otro día antes, cuando le subí el desayuno que le habías preparado —explica mirando a Carla—,
que la encontré rara. Tenía mal semblante y estaba débil, me explicó que era falta de descanso y no le di
más vueltas.
—Y tampoco pensaste en contármelo —la increpo de mala forma.
Paula traga y baja la vista.
—No, la verdad. Es decir, lo pensé, pero luego me olvidé y no le di mayor importancia porque los otros
días estaba perfecta. O al menos eso era lo que parecía. Tenía buena cara y estaba de buen humor. Pensé
que podría ser cierto, que se debía al descanso.
»Hace unos días me llamó y vine, me pidió que no te dijese nada, no quería preocuparte.
—Claro, lo mejor es no preocupar al estúpido de Ihan —mascullo.
—No seas así, sabemos que estás enfadado —apunta Duncan.
—¿Enfadado? Enfadado no, lo que estoy es roto de dolor. —Sus gestos son esclarecedores, les doy pena.
Sienten pena por mí—. ¿Alguno más estaba al tanto? —Axe y Duncan niegan.
—Solo lo sabíamos Paula y yo —confirma Carla.
—Éramos amigos. Paula…, tú y yo… Me has traicionado. Me has mentido. Te dije cuando llegaste que,
pasase lo que pasase, el fin siempre sería contarme la verdad y no mentirme jamás.
—Callen me pidió que no te dijese nada y hoy, en el despacho, yo…
—Hicimos una promesa —apostilla Carla. Como si eso tuviese algo de peso para mí en este instante.
—Al cuerno con las promesas. Esa que está ahí fuera en una puta bolsa es mi tía, mi tía —grito
perdiendo los papeles, entregándome a la furia y a la rabia, actuando como alguien que se siente ultrajado
y traicionado—, la única persona que me quedaba en este mundo, mi tía, joder, ¿lo entendéis? Ella lo era
todo para mí y se ha muerto sin yo saber siquiera que estaba enferma.
Mis gritos deben de retumbar en todo el edificio. Las chicas dan un par de pasos atrás, asustadas, y
Duncan y Axe posan sus manos sobre mis hombros intentando calmarme.
—Nos pidió que no te lo contásemos porque no quería que sufrieses durante meses. Ella dijo…
—No, no hables en pasado, no lo hagas. No quiero siquiera que me dirijáis la palabra, ninguna de las
dos. Me habéis mentido y esto… jamás os lo voy a perdonar. Jamás.
Carla aprieta la mano de Paula. Intenta contenerse, intenta no llorar de nuevo. Se suelta y da un paso
hacia mí.
—Ihan, no estás solo. Me tienes, nos tienes a todos.
—No quiero tenerte, no quiero tener a una mentirosa en mi vida. Esto era importante, Paula. Mi tía es
importante y lo sabes y ¿qué has hecho?
—No ha sido así.
—Así lo veo yo —claudico de forma contundente—. Y, ahora, preferiría que respetarais mi decisión y me
dejaseis solo.
—Ihan… —Paula me tiende su mano como otras tantas veces, y yo solo doy un paso atrás y me giro
dándole la espalda.
—Fuera de aquí. —Me quedo quieto, no escucho pasos—. ¡He dicho que fuera de aquí! —grito.
Y lo hacen, sé que lo hacen y, solo entonces, me permito llorar.











CAPÍTULO 37
ME PERMITO LLORAR
Paula


Llevo días que estoy sin estar. Y no es una forma de hablar o el eufemismo del año, es una sensación que
me asola y no me permite ni siquiera respirar. Es como si todo lo que ha pasado fuese producto de una
pesadilla o quizá es eso justamente lo que quiero, despertar de este mal sueño y que todo vuelva a ser
como era antes.
No sé nada de Ihan. No ha saltado por mi balcón como solía hacer, no me ha dirigido la palabra, no me
lo he cruzado en la oficina y en el entierro de Callen ni siquiera me dirigió una triste mirada. Tampoco a
Carla ni a los chicos. Se mantuvo cerca del ataúd, apartado de todos, como si de verdad buscase esa
soledad, como si de pronto le molestase nuestra mera presencia.
He intentado acercarme, he tocado en la puerta por la noche, hasta me he atrevido, dejando atrás el
miedo a las alturas, a saltar ese maldito balcón para encontrarme con un espacio cerrado, oscuro y
lóbrego. Como sé que se siente él en este momento. Como me siento yo también.
—No podemos hacer nada ahora mismo por él, Paula. —Gabriela intenta consolarme. No lo consigue,
por supuesto.
—Sabía que esto iba a pasar. —Intento refunfuñar, protestar y ponerme colérica… No lo consigo.
—Nos pidió que no contásemos nada, cumplimos su voluntad.
—Carla, no tienes razón.
—Sí la tiene —la justifica Gabriela, que se ha colocado a mi lado y su rodilla toca de forma sutil la mía—.
Callen os pidió eso y teníais que respetarlo. De la misma forma que habéis acatado mis decisiones o
hemos respetado las de cada una cuando ha tocado hacerlo.
—Yo hubiese querido saberlo —insisto.
—Lo que tú quieras importa poco. —Carla es cruel al expresarlo o puede que sea así como resuena en
mi cabeza su frase.
—Iba a contárselo. Iba a hacerlo justo antes de que llamase Duncan. Yo no quería que esto sucediese.
No me gustan las mentiras ni los secretos ni este tipo de cosas y, a pesar de que sé que Callen se habría
enfadado, si hubiese tenido tiempo, se lo habría explicado. Ella me habría entendido.
—Y tú tenías que entenderla a ella —razona una vez más Carla—. Sabemos que te duele, que Ihan está
pasándolo mal, pero también sabemos que entenderá que era su deseo. Quizá no ahora, sin embargo,
llegará el momento en el que lo comprenda. No puede disponer por los demás, le guste o no le guste. Esté
de acuerdo o no lo esté.
—Nadie está conforme con esta situación, es una pérdida y es lógico que se sienta decaído y abatido.
—El problema es que todo se ha agravado por mi culpa, por culpa de mi mentira. Él confiaba en mí. Le
mentí —grito—. Lo traicioné.
—Eso no es cierto —masculla Gabriela. Coloca su mano sobre mi barbilla y me obliga a mirarla. Las
lágrimas descienden sin control por ellas—. No le mentiste, tampoco lo traicionaste. Actuaste tal y como
te pidieron que hicieras. Fuiste fiel a la palabra que diste.
Eso no quiere decir que no haya actuado mal.
—¿A ti no te habría gustado saberlo? Si te incumbiese, si te vieses afectada por los sucesos, ¿no
preferirías conocer los detalles? ¿Saber la verdad?
—¿Qué vamos a arreglar dándole vueltas a ese tema? —Maela interviene por primera vez.
Hasta el momento se ha mantenido en un segundo plano y en silencio. Respetando nuestra diatriba.
—No quiere hablarme, no quiere verme, ni siquiera me mira o me escucha. No está. No lo he visto…
Quizá es hora de que vuelva a casa.
—Esta es tu casa, aquí, con él —apunta Carla convencida.
Un jadeo ahogado escapa de mi garganta.
—Estoy enamorada de él. Me he enamorado de Ihan, lo que siento va más allá de un capricho o de un
antojo temporal. Sin embargo, no puedo permanecer aquí, esperando un imposible. No sé si me va a
perdonar, si llegará a hacerlo y tampoco sé cómo actuar. Con total seguridad, le incomoda mi mera
presencia. Imagínate formar parte de su equipo de trabajo.
—La Paula que yo conozco es una guerrera, una luchadora, una amazona —indica Gabriela con un tono
que no da pie a réplica.
—La Paula que conoces ha traicionado, ha mentido y ha ocultado información.
—Porque así te lo han pedido. La Paula que mencionas que ha actuado de esa forma ha respetado una
decisión que no era suya.
—Lo que Maela quiere decir —intercede Carla tomando una vez más la palabra— es que hay dos formas
de entender lo sucedido. Puedes verlo como una traición, si es lo que quieres, o puedes verlo como el
respeto a algo que te han suplicado que hicieras.
Entierro mi cara entre mis manos, sin saber qué más añadir, de qué forma enfrentarme a este dolor
lacerante. No hay nada que pueda hacer. Él no quiere verme, y yo no soy nadie para obligarlo a ello.
Nunca he impuesto mi voluntad y no pienso empezar a hacerlo ahora.
—Carla… —Exhalo con fuerza. El dolor sigue ahí—. ¿Cuándo te vuelves a casa?
Mi amiga desvía la mirada y sus ojos se clavan en Gabriela, tras eso, pasan a Maela.
—No me voy a ir —finaliza de forma sincera.
Me asombra su respuesta.
—¿Qué? ¿Por qué? —¿Qué me he perdido?
—Callen tenía razón, Paula. Pasamos muchos días juntas, muchos paseos, muchas conversaciones y
muchos momentos. Le hablé de Martín, de lo que sentí, de lo que causó en mi vida ese golpe y de las
reacciones en cadena que se produjeron después. Tengo familia en Vigo y también tengo una familia aquí,
estás tú, está Ihan. —Solo su nombre me trae de vuelta esa angustia—. Sé que está enfadado, pero tarde o
temprano nos entenderá.
—Ihan es muy cabezota.
—Como tú —razona ella llena de convencimiento—. Y… Arthur me ha pedido que me quede.
—No quiero convertirme en la mala de la película, Carla, sin embargo…, apenas os conocéis. Hasta hace
días huías de él como de la peste y ¿te pide que te quedes?
—Habla tu frustración —la defiende Maela con un tono cortante—. No seas tan cruel.
—Es verdad —claudico—. Yo soy la primera que se alegra por ti. Me alegra que te haya pedido que te
quedes y que no sientas vértigo al tomar la decisión. No quería sonar estúpida, no es eso, Carla, en serio.
—Ya bastante he metido la pata como para comportarme de manera injusta con mis amigas.
—No me quedo solo por él. Me quedo por la oportunidad, por ti, por Ihan, porque quiero apostar por un
cambio de vida. Quiero intentar florecer de nuevo, como no he hecho en cinco años, Paula. Y eso me lo
enseñó tía Callen. Me mostró que huir está bien, pero que enfrentarse al mundo con la barbilla alzada es
mucho mejor. Es cierto que Arthur me gusta, que tal vez pudiese enamorarme de él, sin embargo, si
resultase no ser así, estaría actuando bajo mis propias decisiones, me habría enfrentado a mí misma y
habría seguido adelante, tal y como me pidió en su momento mi cuerpo. No tengo miedo, no a esto, al
contrario, estoy feliz y pletórica por ver qué me depara esta nueva etapa de mi vida. Una en la que yo he
tomado las riendas y en la que yo he sido la que ha marcado las pautas.
—Estoy tan orgullosa de ti —sentencia Gabriela—. Me alegra que hayas llegado a esa conclusión, que
todas estemos encontrando nuestro camino. —Yo también siento un inmenso orgullo por Carla, porque soy
consciente de que llegar a este punto no ha sido fácil para ella. Ha sido un camino lleno de piedras y
baches.
—Yo confío en ti, Paula —añade Carla—. Todas lo hacemos y todas hemos estado perdidas en algún
momento de nuestras vidas.
—O en muchos —apunta Maela.
—No sé qué hacer, cómo actuar… —confieso abatida.
Es la realidad de la situación. Cuando perdí a mi madre, me enfadé con el mundo. Cuando perdí a mi
padre, supuse que eso era la vida, que había que resignarse. Que no se podía hacer más que eso,
aprender a vivir con ese vacío.
Los chicos entran en ese momento en el salón, de inmediato, noto la ausencia de Ihan, no está entre
ellos. ¿Qué esperaba? ¿Que fuese como el otro día, cuando Axe y él venían propinándose empujones? Por
supuesto que no, no iba a ser tan fácil y sencillo. No me he despertado de ese mal sueño.
—Insisto, la Paula que yo conozco no es una cobarde. —Gabriela, una vez más, dando en la llaga. Y le da
igual que ellos estén presentes. Siendo honesta, a mí también.
—¿Lo habéis visto? ¿Habéis hablado con él?
Me incorporo y la súplica se refleja en mi tono. Al menos saber que está bien o todo lo bien que se
puede estar teniendo en cuenta las circunstancias.
—No nos ha abierto la puerta siquiera —cuenta Duncan.
—Y sabemos que está dentro. Que lleva ahí unos días encerrado. No ha ido a la oficina.
—Normal —apunta Gabriela—. Si yo me sintiese como él, si hubiese vivido una situación así, no
pensaría en el trabajo. Ni siquiera sé en qué pensaría.
En la traición y en el dolor. En la mentira.
—Estamos preocupados por él. No sabemos cómo ayudarle —explica Duncan.
—Es un tipo duro —añade Axe—. Lo está pasando mal y es completamente lógico y normal, eso sí,
encerrarse en sí mismo no es la solución a nada. En serio, no lo es. Y lo sé yo, sé de lo que hablo, que
siempre he intentado resolver los problemas sin apoyo. Hablar las cosas limpia el alma, la cura, la sana.
—Nosotras no nos vamos a rendir —intercede Carla.
—No sé si es buena idea actuar de forma drástica. Al final, cada uno lleva el proceso del duelo de una
forma distinta.
—Paula…
—Tienes razón. —Inspiro con fuerza y entereza—. La Paula que todos conocemos no se rendiría con
tanta facilidad —sentencio.
Ahora solo tengo que creerme eso que estoy verbalizando.
—Tal vez sea un buen momento para luchar por lo que quieres y hacer entrar en razón a ese irlandés
cabezota —bromea Maela.
—Siempre y cuando el irlandés en cuestión esté dispuesto a verme.
—Seguro que sabrás llegar a él —indica Axe.
—Algo se me ocurrirá, claro.
—Algo se nos ocurrirá a todos —interviene Duncan—. Es nuestro amigo. Era Callen, de la familia. No
podemos dejar que se hunda en ese pozo.
—No podemos, no.


















CAPÍTULO 38
NO PODEMOS, NO
Ihan


Sé que han tocado en la puerta en más ocasiones de las que soy capaz de enumerar, también sé que Paula
se ha atrevido a saltar a mi balcón alguna que otra noche y que ha buscado mi mirada cada vez que nos
cruzamos. Lo he notado aquí, en el pecho, en la nuca, en el alma.
Soy bastante consciente de todo ello, lo que sucede es que… esa consciencia de la que os hablo me
impide justificar lo que ha ocurrido. ¿Cómo hemos pasado de ser sinceros y honestos, fieles a nuestra
palabra, para dejar a un lado todos esos principios y mentirnos?
La puerta del apartamento suena por decimoquinta vez o quizá sea la quincuagésima y de nuevo lo dejo
estar.
La botella de whisky no ha logrado mitigar ese dolor punzante que siento en el pecho, que me oprime
el alma y tampoco ha borrado la ausencia de mi tía, el vacío que ha dejado a su paso.
Callen era todo lo que me quedaba. Toda la familia que tenía, y ya no está.
He salido al balcón y he alzado la vista, esperando encontrarla allí y escuchar sus comentarios jocosos,
fijaos cómo de jodida es la desesperación que anhelo hasta esas citas ridículas que me organizaba. En
realidad, lo que echo de menos no son las citas, sino a ella. Y a Paula. A Paula también la echo de menos,
tanto que duele.
Aguardo a que esos golpes en la puerta dejen de sonar, como han hecho estos días. La insistencia tiene
un límite y la paciencia, otro bien distinto.
Me incorporo y recorro la estancia. Cada «pum-pum» se convierte en una pisada y en un nuevo trago. A
este paso, la botella se va a acabar antes de lo previsto. Mejor, estaré borracho, seguro que terminaré
inconsciente y, con suerte, me despertaré y toda esta puta pesadilla habrá terminado.
Mascullo enfurecido al entender que mi paciencia colmará mucho antes que la del que golpea la puerta.
Me acerco y abro. El golpe impacta contra mi pecho.
—Bien, ya era hora de que abrieses la puerta.
Carla me empuja con todas sus fuerzas, en serio, tiene que ser por culpa del alcohol en sangre porque
me mueve y se cuela en mi apartamento.
—¿Qué coño haces aquí? He dicho que no quiero ver a nadie.
—Si nos ponemos exquisitos, no has dicho nada de que no nos quieras ver.
—Lo he dado a entender con mi actitud, por si no te has dado cuenta.
—¿Te refieres a tu actitud infantil? ¿A esa?
Pero ¿qué coño?
—Si has venido a darme una clase de moral, puedes ahorrártela o no, mejor —me corrijo sobre la
marcha—, tal vez deberías asistir tú a ella porque tu moralidad pende de un hilo.
—Lo que pende de un hilo es el olor corporal que desprendes. Está muy cerca de asemejarse al de un
cerdo en una pocilga.
Lo que me faltaba.
—Ah, espera, que has venido a insultarme. Mejor, esto cada vez se pone mejor.
Carla clava sus ojos en mí y en ellos no veo a la corderilla que otras veces he encontrado. Sé que, pase
lo que pase, soltará eso por lo que ha venido dándole igual si me gusta o no lo hace. No me trata con
condescendencia ni con pena, y en cierto modo eso me gusta porque cuando mis padres murieron odiaba
justo eso. Odiaba que la gente me tachara del pobrecito que se había quedado solo, ¿acaso no creéis que
cuando alguien pierde a su familia ya es bastante consciente de esa pérdida y de ese vacío? No vais a
descubrirle nada nuevo ni vais a solucionar nada con vuestros comentarios. Y, por si queda resquicio de
duda, no, no es nada agradable que te lo recuerden.
—Puedes ahorrarte tu cinismo, Ihan. He venido porque tenía algo que entregarte y prometí que no
cesaría hasta hacerlo.
¿Algo que darme?
Carla debe de percibir mi desconcierto porque dulcifica su semblante. No, no quiero pena. No quiero
nada de eso.
—Pues deja lo que hayas venido a traer y lárgate por donde has venido. —Frunce el ceño, soy un
completo gilipollas comportándome de esta forma, pero consigue que a sus ojos regrese esa mirada
asesina. Ni rastro del pesar.
—Ihan, hicimos una promesa y puede que tu sentido de la lealtad no sea el mismo que el nuestro,
actuamos como nos pidió tía Callen que hiciésemos.
En otro momento, esa forma de referirse a ella me habría provocado una punzada de satisfacción, de
orgullo, porque mi tía se hace querer… Se hacía querer. Ahora se ve reemplazado por la rabia, por la
traición y el dolor afilado.
—Me engañasteis.
—¿Sabes qué? —inquiere—. No he venido aquí a darte ningún tipo de lección. Tal vez no entiendas por
qué Paula y yo actuamos como lo hicimos, no obstante, se lo prometimos, le prometimos que lo haríamos,
y eso hicimos. Aunque sé de buena tinta que Paula te lo iba a contar.
—Otra mentira.
—Lo iba a hacer. Y la creo. No tengo por qué dudar de su palabra porque siempre ha sido sincera y
honesta.
—Contigo —apunto vanidoso.
—Y tal vez tú solo estés enfadado porque has perdido a tu tía. Si fuese de otra forma, si te comportases
como lo haces porque sí, te habría dado una colleja. Una colleja como sé que te daría tu tía si estuviese
aquí… Esto no le gustaría. —Su tono de voz se vuelve tan bajo y tenue que apenas la escucho. Consigue
estremecerme—. Ella no querría nada de esto y lo sabes.
Lo sé y sé que quizá me merezca ese golpe al que hace referencia.
—Quiero que te vayas.
—Oh. —Una vez más, altanera—. Tranquilo, no tengo nada más que hacer aquí. —Deposita un sobre
encima de la mesilla, al lado de la botella de whisky, y se gira, caminando en dirección a la puerta—.
Estaremos para ti cuando decidas que es el momento.
Y abandona la estancia tal y como llegó, haciendo ruido.
Llevo los restos de la copa a la boca y de un solo trago acabo con ella. Mis ojos se clavan en el sobre de
color azul marino que hay encima de la mesa de centro y me acerco con paso presuroso y, a su vez,
sosegado.
Sé, sin leer nada, sin abrirlo, sin averiguar su contenido, a quién pertenece.
Botella en mano, y sobre en otra, subo el piso que me separa del apartamento de mi tía. Las llaves
resbalan de entre mis dedos cuando intento sacarlas del bolsillo del pantalón para abrir. Me agacho y al
levantarme me golpeo.
—¿Esta es tu forma de darme un coscorrón, tía? —Parece de risa. Tal vez lo sea.
Abro y el olor a ella impacta en mi cara, en mi cuerpo, en mi pecho una vez más. Retrocedo unos pasos,
como si hubiese recibido un fuerte choque y observo el interior desde el rellano. A mi cabeza llega la
imagen de ella en la bolsa, en ese salón, sobre una camilla aséptica, de la despedida que no pudo darse.
—No pude siquiera despedirme de ti. —Caigo de rodillas al suelo y la botella rueda, vertiendo el poco
contenido que le queda o parte de él.
Entro dejándola ahí, sin molestarme siquiera en recogerla. La carta ocupa un lugar en el mueble de la
entrada y recorro las habitaciones.
Recuerdo cuando me mudé a este apartamento, parecía un hogar, a pesar de lo grande que era. La
pequeña casa en la que vivía con mis padres en Cork nada tenía que ver con la fastuosidad de este
edificio. Me gustaba el pueblo, me gustaba la vida en nuestra pequeña granja y me gustaba despertarme
cada mañana con el olor a campo embriagándolo todo. Sin embargo, al llegar aquí, al descubrir lo que la
ciudad podía aportarle a un adolescente fue… como si todo se reiniciase.
Conservo esa pequeña parcela en las afueras, aunque no he vuelto y no porque mi tía no me lo haya
propuesto en mil y una ocasiones. No he vuelto porque no estaba preparado para rememorar cada detalle
y cada vivencia. Justo como me sucede estando aquí.
—Ya no podremos volver juntos, tía Callen.
No obtengo respuesta y una risa irónica escapa de entre mis labios. ¿Qué esperaba?
Las habitaciones están todas recogidas, como si nada hubiese pasado. La despensa sigue llena de
comida y me deshago al pensar que no compartiremos ninguna cena juntos, que no habrá más copas ni
más momentos de confidencias, que todo se queda en un recuerdo, en eso. Dicen por ahí que las personas
nunca mueren porque forman parte de nosotros, de nuestros recuerdos, y ese es el único consuelo que
siento en este momento.
Mi tía vivirá eternamente conmigo. Entre nosotros.
Camino hasta la entrada y cojo la carta sin dudar. Me dirijo a su habitación y me siento en su sillón
orejero favorito, en el que leía, en el que pasaba horas bordando cuando le apetecía hacerlo, ese sillón con
vistas privilegiadas, en las que los cuadros de nuestras vidas siguen intactos en esa pared. Inamovibles.
Rompo con delicadeza la parte superior y un papel blanco y perfumado, con ese olor a musgo que tanto
le gustaba, se abre paso ante mis ojos.
Siento como si latiese, como si encerrase secretos jamás contados. Siento que este papel es la
despedida que no nos dimos. De la que me privaron.
Bajo la cabeza y la encierro entre mis manos. No sé si estoy preparado. Nunca será el momento. Lo sé.
Me enfrento a su caligrafía, siempre pulcra y cuidada. Y comienzo a temblar.
«Maldita sea, tenía que haber conservado esa botella de whisky ».
Me aferro a la carta y me armo de valor. Ahora o nunca.

Querido Ihan:
Ohhh, ¿has visto? He empezado la carta de una forma tan
correcta que con total seguridad no me reconozcas. Venga,
dame una segunda oportunidad.
Insolente sobrino mío (Mejor, ¿eh?).
Supongo que te has llevado la sorpresa del siglo y que estás
enfadado, muy enfadado, con tu tía. Siendo honesta como he
sido siempre, yo también lo estaría, así que no te culpo por
ello. Eso sí, debes dejarme explicarte qué ha pasado y por qué
ha sucedido todo de esta forma.
Primero, porque me ha dado la real gana. Ya sabes cómo soy,
en eso nos parecemos bastante porque tenemos un carácter de
mil demonios y cuando tomamos una decisión no paramos
hasta llevarla a cabo y eso tiene su parte buena y su parte
mala.
Imagino que ya te han explicado todo sobre mi enfermedad y,
quizá, hasta te haya dado por buscar en internet información,
si no lo has hecho, ahórrate ese paso porque no había nada
que se pudiera hacer. Metástasis. Ya sabes. Me moría y no
había posibilidad alguna de salvarme.
La noticia fue un mazazo para mí. Me permití unos días de
tristeza, estabas con Axe en esas islas que dices que odias,
pero que sabes tan bien como yo que te encantan y me vino
bien tu ausencia para que no notases nada. Me dije a mí
misma que tres días de pena eran más que suficientes
porque... ¿Qué coño iba a arreglar lloriqueando por los
rincones? Me moría, y daba igual lo que hiciese que ese final
iba a llegar.
Suena frío, lo sé, no obstante, es la realidad, no se podía hacer
más. En esos tres días me replanteé toda mi existencia. ¿Qué
había podido ocurrir? ¿Por qué no habían detectado nada
antes? ¿Qué iba a pasar a partir de ese momento? ¿Me
dolería? Fueron muchas las cuestiones que rondaron mi
cabeza y me prometí que, tras ese espacio de tiempo, me
levantaría y me comería la vida o, al menos, el tiempo que me
quedase y, entonces, puse en marcha mi plan.
Buscarte una chica, actuar como si nada sucediese, guardar el
secreto y seguir adelante, disfrutar de tu compañía, y tuve la
inmensa suerte de que me fui después de haber podido pasar
un tiempo en familia, con todos ellos, todos. Duncan, Gabriela,
Axe, Maela, Carla, Arthur, Paula y contigo. Con todos, como si
nada pasase.
Y te juro por lo más sagrado que esa noche para mí es como si
nada hubiese sucedido. No había enfermedad, no había
cansancio, no había malestar y no recordaba que estaba
ocultándote algo que sabía que no me perdonarías.
Ihan, cariño, te quiero más que a nada en esta vida y quiero
que me perdones por haber decidido vivir lo que me quedaba
sin pensar en lo que vendría mañana. Sabes que te habrías
preocupado, que habrías movido cielo y tierra para salvarme,
pero ya sabía yo que nada de eso se podía conseguir, así que,
una vez más, perdona por ocultártelo, sin embargo, hice lo que
me dio la real gana, como siempre he hecho y como quería
hacer hasta el final.
Lo que me lleva a otro tema importante. Paula. Sí, ya lo sé, no
pongas los ojos en blanco porque te daré una colleja bien
merecida si lo haces. Paula se enteró, junto con Carla, hace
unos días. No podía negar la evidencia, así que se lo confesé y
les hice prometer que no te contarían nada. ¿Estás enfadado?
Por supuesto, sabía yo que ese carácter terco que tienes y que
has heredado de tu santa madre te llevaría a ese punto, ahora
bien, si tienes que enfadarte con alguien es conmigo, no con
ellas, no con Paula, porque no les dejé elección. Han actuado
según les he pedido y me siento orgullosa de que me hayan
sido leales hasta el final. La lealtad hoy en día es una cualidad
que no se encuentra con facilidad. Y tienes la inmensa suerte
de que esa chica de la que te has enamorado la posee. Eso,
además del amor que siente por ti.
Ihan, lo veo en sus ojos, Paula está enamorada de ti, y tú de
ella, y me voy triste por no ver florecer ese sentimiento, por no
verte formar una familia con Paula, por no verte subir al altar
con ella cuando llegue el momento. Me voy triste y, a su vez,
contenta. Qué cosa más rara, ¿no? Triste, pero contenta. Y
tranquila, por encima de todo, tranquila, porque sé que yo me
voy y no vas a estar solo. Te dejo en buenas manos, te dejo con
Paula, que será una mujer a tu altura, que ha llegado justo
cuando la necesitabas, ni antes ni después, cuando tenía que
llegar lo hizo y eso.., eso es mágico, Ihan.
No la dejes escapar. No vivas con enfado. No te culpes. No
culpes a nadie. Siempre he intentado darte consejos y acabo
esta carta dándote el más importante de todos: vive, sin
pensar en el mañana o en el ayer, piensa en el hoy y exprime
cada puto segundo porque, cuando menos te lo esperes,
estaremos juntos de nuevo.
Tu tía, que te quiere.
Callen
P. D.: Te daré todas las collejas que necesites hasta que entres
en razón, ¿lo has leído bien?



CAPÍTULO 39
¿LO HAS LEÍDO BIEN?
Paula


Llevo horas sentada en el suelo de este rellano, poco después de que escuchase cómo subía las escaleras
y cómo caía al suelo una botella de lo que supuse sería su whisky . La única compañía que ha tenido estos
días e imagino que su vía de escape en este momento.
He pegado la oreja en la puerta más veces de lo que está considerado políticamente correcto y no dejo
de pensar en cuál será su reacción cuando descubra que lo estoy esperando.
No me siento orgullosa por haber pensado en ocasiones en irme, en regresar a Vigo y dejar todo atrás,
pero las chicas tienen razón; la Paula que era o que soy, jamás de los jamases se rendiría, al menos, sin
haber luchado la batalla.
Y esta es una batalla que debo pelear. Por mí, por él, por Callen.
Alzo la vista cuando escucho la puerta abrirse y, por un momento, siento ese batiburrillo de emociones
en el estómago al saber que está ahí, que es él, el chico del que estoy enamorada.
Me incorporo de un salto y me planto frente a él dispuesta a propinar golpes si es necesario hacerlo.
—Paula… —Supongo que tras eso irá un: «¿Qué cojones haces aquí?», así que se lo voy a ahorrar.
—No pienso irme sin obligarte a que me escuches.
No logro descifrar su semblante, no sé si le gustaría salir huyendo, si quiere escucharme, insultarme,
empujarme… No sé qué quiere. Solo suspira.
Alargo mi mano y la poso sobre la suya. A priori , no rehúsa mi contacto y me lo tomo como una
victoria.
Entre sus dedos, dejo una piedra. No una piedra cualquiera, la mía.
—Esto… —Observa confuso—. ¿Una piedra?
Suspiro y me lanzo al vacío sin pensar en las consecuencias.
—Cuando mi madre murió… —Pego mi espalda a la pared y me deslizo por ella, hasta que mi culo toca
el suelo—. Perdí las ganas de vivir. En el sentido literal y figurado. Era una matona del tres al cuarto, lo
sabes, ¿no? Le lanzaba piedras a los niños del barrio por meterse con otros niños y, ojo, que, en cuestión
de puntería, era un hacha. —Él se deja caer a mi lado, y ahí estamos, dos personas rotas que intentan
pegar sus trocitos juntos—. Pues esa matona dejó de querer serlo. No me apetecía hablar, no quería
comer, no entendía por qué tenía que suceder lo que sucedió, me aparté de todo, incluido de mi padre. Tú
fuiste valiente al enfrentar la pérdida de tus padres con entereza. Yo lo hice con enfado y frustración. —
Justo lo que sé que siente él en estos momentos, aunque por motivos bien distintos. Por eso es necesario
que le cuente esta historia.
»Intenté dejar atrás todo lo que era, lo que fui. Mis recuerdos, mis amigos, mi familia… Me sentaba
cada tarde en las escaleras de mi casa y esperaba a que anocheciese. Fue como si tachase días en un
calendario invisible.
»Una de esas tardes, en esas escaleras, mi padre se sentó conmigo y me puso esa piedra en la mano. —
Señalo su mano para que entienda a lo que me refiero—. Y me dijo: «No dejes de ser tú, tu madre no
querría eso, Paula». Guardé esa piedra, fíjate si la guardé que no la he perdido jamás, allá donde voy, va
ella, porque esa piedra me recordó quién era y quién quería ser.
—Paula…
—Ahora yo te entrego esa piedra, para que no olvides quién eres y para que siempre tengas en cuenta
quién querrían tus padres que fueses, para que recuerdes quién eras con tu tía y quién le gustaría a ella
que siguieses siendo.
—Hablas como ella.
—Tal vez me haya enseñado algunas cosillas antes de… Ya sabes. —No quiero hacer alusión a su
pérdida.
Ihan le da vueltas a la piedra entre sus dedos y la observa con fijeza. Lo he intentado, he hablado con él,
me ha escuchado y, para mí, esto es una victoria.
Me incorporo y lo dejo allí, sumido en sus pensamientos. Comienzo a bajar las escaleras, y Carla me
espera en el rellano, no añade nada, no pronuncia palabra, solo se lanza a mis brazos y sus lágrimas dan
paso a las mías.
Recordar esos momentos es duro y siempre lo será. Cuando rompemos el abrazo, nuestras manos
siguen unidas. Antes de cerrar la puerta, Ihan se cuela en nuestro apartamento. Cruza una mirada con
Carla, y ella sonríe, sorbiendo mocos y sonriendo, lo nunca visto.
—Lo siento —pronuncia antes de que nosotras podamos siquiera formular palabra—. Siento haberme
puesto así con vosotras. Yo… estaba muy enfadado. Te pedí —explica dirigiéndose a mí— que, ante
cualquier cosa que sucediese, el camino siempre sería contarme la verdad y… todo se fue a la mierda.
Perdí a mi tía, te perdí a ti… Y a ti, Carla, incluso a los chicos, a los que llevo días sin abrirle la puerta o
contestarles a sus mensajes.
—Te dije que todos estaríamos contigo cuando lo necesitases.
—Y aquí estamos todos contigo.
Ihan traga con fuerza cuando en el apartamento entran Axe, Duncan, Maela y Gabriela.
—Juro que no estaba preparado —finaliza Carla—. Aunque puede que les mandase un mensaje para
contarles que estabais hablando sentados en el rellano. Y puede que también les dijese que parecíais dos
enamorados. —Y sonríe, mi amiga sonríe inocente.
—Sigo enfadado —insiste Ihan.
—No importa lo enfadado que estés, podemos estarlo juntos —me sincero.
—Podemos hacerlo juntos —insiste Duncan colocando la mano sobre su hombro.
—No pretendíamos traicionarte, Ihan —explico y me apresuro a sacar el tema ahora que lo veo
receptivo—, y yo quería contártelo, de verdad que quería hacerlo, lo que pasa es que las cosas nunca
salen como están previstas y, al final, todo se torció.
—Paula —se adelanta—, de verdad, ya está. Mi tía me lo ha explicado todo. Y lo he entendido.
—¿Tu tía?
Maela, por detrás, hace un gesto de lo más divertido, aunque la escena no lo sea tanto. Vamos, que me
indica con las manos que está perdiendo la cabeza.
—¿Qué? —masculla ofendido—. Me ha dejado una carta, ¿creías que…?
—No sé, el alcohol quizá te haga ver fantasmas —apunta la susodicha—. ¿Y cómo me has visto?
—Ha sido culpa de Paula, ha sonreído y sabía que nada bueno podíais estar tramando —indica.
Me acerco unos pasos y mis dedos vuelan a su mejilla, a su pelo.
—Hueles… —¿Cómo no he podido darme cuenta antes de que apestaba a pocilga?
—Te lo dije —canta victoriosa Carla.
—Anda, ven aquí. —Intenta acercarme a su cuerpo.
—Ihan, de verdad, bomboncito, te quiero mucho, pero cuando estás limpio te quiero aún más.
Él sonríe de oreja a oreja.
—¿Habéis escuchado eso? Ha confesado que me quiere.
—Rezaré por ti —masculla Axe mirándome antes de acercase a Ihan para abrazarlo—. Joder, sí que
apestas, tío. —Aun así, lo abraza sin pudor alguno.
—Iré a ducharme, pero primero…, primero quiero que brindemos por mi tía.
Voy en busca de varios vasos en lo que ellos se encargan de traer la botella de whisky .
—Espero que sea escocés —apunta Duncan.
—Vas a comparar el whisky irlandés con el escocés. No tenéis nada que hacer contra el nuestro.
—Sigue soñando, Ihan —bromea Maela dándole la razón.
—¿Y tú qué opinas? —le pregunta a Gabriela.
—No me hagas tomar partido porque mi marido es escocés.
—Y mi futura mujer también —sentencia Axe divertido.
—Yo contigo a muerte, bomboncito —decreto.
—Yo casi que prefiero un té, el whisky es muy fuerte para mí —se justifica Carla.
Le ponemos la copa igual y formamos un grupo perfecto. Nadie protesta.
Ihan baja la vista, intentando encontrar las palabras. Cuando la alza, veo resolución en ella. Y amor, veo
amor cuando me mira.
Luego tendremos tiempo para hablar de esa carta.
—Por tía Callen, que estoy convencido de que, si pudiese, estaría aquí brindando con nosotros por esta
familia que hemos formado. Porque todos hemos aparecido en las vidas de los demás no solo para
completarlas y llenarlas de luz. —Ihan me mira a mí—. Hemos aparecido para darle forma y vida y lo
hemos hecho en el momento indicado, ni antes ni después, y… ahora nunca más estaremos solos.
—Nunca más estaremos solos.
Brindamos y bebemos y volvemos a beber porque las penas con alcohol son menos penas y porque las
alegrías con alcohol también se festejan.
—Bomboncito…
—Descarada…
—Gracias por atarme aquel día —me indica sonriendo.
Me arrebujo entre sus brazos. Ese fue el día en el que nos conocimos y, desde ahí, nació todo.
—Gracias a ti por todo lo que vino después.
Ihan me tiende la mano y, al unirlas, percibo la piedra en ella.
—Nunca dejaremos de ser nosotros, por mis padres, por los tuyos, por mi tía.
—Siempre fieles a lo que somos.
—Siempre juntos.



EPÍLOGO

Glanmire, Cork, invierno de ese mismo año.



Regresar a mi pueblo natal con Paula ha sido la segunda mejor decisión que he tomado en mi vida. La
primera fue enamorarme de ella.
No sabía hasta qué punto necesitaba esto, no lo supe hasta que puse un pie en la antigua propiedad de
mis padres y todos los recuerdos, los bonitos recuerdos, me envolvieron.
En contra de lo que podáis pensar, ha sido un viaje maravilloso, incluso se ha teñido de ilusión porque
esto que me rodea es lo que fui durante muchos muchos años. Antes de perderlos.
Un pueblo pequeño situado en las afueras de Cork, con tintes antiguos, por el que el paso del tiempo
apenas se ha hecho visible. Un pueblo en el que mis padres se amaron y entregaron sin medida, un pueblo
que quise que Paula conociese, porque quiero que ambos vivamos un amor como el que mis padres y los
suyos se profesaron.
—En ese río fingí ahogarme cientos de veces.
Frente a nosotros se encuentra el río Lee. La casa de mis padres estaba justo delante de él y era
nuestro punto de encuentro. Sabían que, cuando no estaba en casa, me encontrarían lanzándome sin
dudar a sus frías aguas, tanto en invierno como en verano. Daba igual.
—¿Alguna vez te has comportado o naciste dando guerra?
Le tomo la mano, y ella la sujeta sin dudar. Caminamos en dirección al río, siguiendo nuestro ritmo, sin
pensar en nada más que en lo que nos rodea, en el paisaje, en el aire gélido que impacta contra nuestras
mejillas y en no tropezar con el hielo que a veces se forma cerca de la orilla. Detrás dejamos nuestras
bebidas calientes y un par de mantas en las mecedoras, donde hemos aguardado en silencio, dándonos
tiempo para asimilar el momento.
—Siempre he sido un trocito de pan.
—De pan duro —apunta ella sonriéndome. Ojalá me sonría así cada puto día de mi vida.
Mi tía sería inmensamente feliz si pudiese estar aquí con nosotros, al menos, de cuerpo presente. Dejo a
un lado la urna funeraria que contiene las cenizas de Callen y nos disponemos a tirar piedras al agua.
—Yo tampoco fui un trozo de pan, es decir, me encantaban las travesuras y meterme en líos.
—¿Por qué no me sorprende eso?
—Porque sabes que es lo que soy y que, si fuese de otra forma, no te habrías enamorado de mí. Te tengo
comiendo de mi mano, bomboncito.
Este viaje fue idea mía. Mientras recogía las fotos que decoraban la pared de mi tía, una escena llamó
mi atención. Allí estábamos todos, cerca de este río, viendo una puesta de sol en invierno, con el brillo de
la luz sobre los trozos de hielo que se habían formado en la orilla, y entonces sentí que a ella le gustaría
regresar y que yo tenía en mi mano el poder de hacerlo. Ya era hora de volver.
Llamadme loco, majareta o lo que se os pase por la cabeza, pero sentí que tenía su aprobación en el
mismo momento en el que la idea surgió en mi mente. Es como si mi tía estuviese de verdad conmigo,
como si nunca jamás me fuese a abandonar, a dejar solo.
—Me tienes comiendo de tu mano desde el momento en el que te conocí —admito.
No me preocupa hacerlo porque sé que ella, a pesar de que quiera hacerse la dura, siente lo mismo.
Ambos sabíamos que íbamos a comenzar una aventura que tendría principio, pero no tendría fin.
Somos tan atípicos que hemos empezado por el final.
—¿Sabes? —me pregunta.
Ha llenado la sudadera de guijarros, algunos con musgo, otros con tierra y muchos con humedad y, aun
así, le importa una soberana mierda mancharse por el simple hecho de disfrutar de tirarlas al río.
Decidme que no es una mujer increíble y que soy afortunado de tenerla a mi lado. De que me haya elegido
para pasar su vida conmigo y ¡por Dios! Espero que sea toda una vida juntos. La he encontrado y no
pienso dejarla escapar.
—Dime.
—Me encantaba ser una matona. Me encantaba que me tuviesen ese respeto y que, cuando se metían
con los más indefensos, pudiera salir en su ayuda.
—No puedes negar que no eres un amorcito, debajo de esa capa de tía dura, se esconde una mujer con
un corazón enorme.
—Shhh, no se lo cuentes a nadie, tengo una reputación que mantener —susurra.
—¿Te cuento yo otro secreto? —Me acerco a ella tomándome mi tiempo—. Se cuenta por ahí que he sido
siempre un mujeriego y la realidad es que, cuando llegaste a mi vida, me volví loco por ti. Completamente
loco.
—No quiero saber nada de tus conquistas, si es eso de lo que quieres hablar.
—No, no me estás entendiendo, y yo me estoy explicando mal. —Le robo una piedra y la lanzo, intento
que tenga ese efecto en el agua tan chulo, ese que va dejando una estela cada vez que salta de un sitio a
otro. Soy pésimo—. Lo que quiero decir, Paula, es que estoy loco por ti, que no concibo mi vida sin ti a mi
lado y que somos dos almas errantes, solitarias, que, sin saberlo, se han encontrado para bailar juntas.
¿Quieres bailar conmigo? —Le tiendo una mano, y ella deja caer las piedras, lanza una y el resultado es el
que yo quería provocar antes. Hasta en eso es mejor que yo. No se lo contéis a nadie.
—No rechazaría yo un baile con el amor de mi vida.
Nos movemos sin compás alguno, con mi mano y la suya entrelazadas, mis dedos apoyados en el bajo de
su espalda, rozando lo indecente, y la suya enredada en mi pelo, como tanto le gusta.
Paula alza la vista y me observa, con esos ojos que me atrapan, con esa mirada oscura que me nubla la
razón.
—Oye, Ihan. —Se separa de mí y marca distancia. ¿Tan mal bailo?—. ¿Aún conservas ese cartel con el
que me recibiste en el aeropuerto? —Sonrío, sé a qué cartel se refiere—. Me quedaba muy bien tu
apellido, tal vez quieras casarte conmigo.
¿Qué? Maldita sea.
—Te lo iba a pedir yo, descarada. Me has fastidiado la sorpresa. ¿No has pillado el discurso? Dos almas
errantes, loco por ti —enumero—. Tenías que haber esperado a que acabásemos de bailar.
Saca una pequeña cajita de un bolsillo. No me lo puedo creer. Bufo ofuscado, y de ella extrae un anillo
de color negro.
—Ihan McCann, ¿quieres casarte conmigo y aguantarme el resto de tu vida?
—Maldita sea, sí quiero, pero era yo el que tenía planeado esto.
—Uhhh, lo siento, siento haberme adelantado. Ya sabes, siempre voy un paso por delante de ti. —Y da
un paso hacia la casita. Y otro, y otro…
—Espera —le pido—. Mi tía…
—Tu tía estaría más que encantada de que celebremos nuestro compromiso como Dios manda. Además,
ya nos ha escuchado gemir una vez, preferiría evitarle una segunda —bromea.
Joder, es verdad, conociéndola como la conozco, me daría una azotaina si no aprovechase la vida.
De eso se trata, ¿verdad?
Observo a Paula correr hacia la casa, y me acuclillo al lado de la urna.
—Esto es lo que querías, ¿verdad? Una boda, una familia, que fuese feliz y que aprovechase el
momento, vivir de forma intensa, sin medida ni condiciones… Sé que esto es lo que tú querías. ¿Y sabes
qué? Lo he conseguido y lo mejor es que no me siento solo porque puede que no estés conmigo, tía Callen,
y mis padres tampoco, sin embargo, os siento a mi lado, en cada paso y en cada logro, en cada alegría.
Ahora bien, permitidme unas horas con mi futura mujer —susurro sonriendo—, porque pienso hacer cosas
con ella de las que os avergonzaríais. Palabra de Ihan McCann. —Y pongo rumbo a esa casa que guarda
muchas alegrías para llenarla con más sueños, con más magia, con risas y planes.
»Aquí está tu hombre —grito al entrar, despojándome de la chaqueta con presteza.
—Mi irlandés. Mi irlandés para siempre —me responde Paula recibiéndome desnuda por completo.
Y escuchar esas palabras solo me produce felicidad.
Una inmensa felicidad.
Ella me encontró a mí y doy gracias por ello cada puto día.










¿Y ahora?
Venga, venga, que sé
que os encantan los...
¿Y qué pasó luego?










GABRIELA Y DUNCAN


Castillo de Glamis, dos años después.

Las cosas no han cambiado mucho por aquí. O, bueno, quizá sí, algo han cambiado y es que todos hemos
tenido nuestro final feliz.
A veces pienso en qué haría si retrocediese en el tiempo, qué decisiones hubiese tomado o qué camino
elegiría. Gabriela, siempre tan sensata, me explica que no tenemos que plantearnos nada de eso, que
nuestro pasado, esas decisiones que tomamos en su día, son las que nos han llevado al lugar en el que nos
encontramos hoy y que tal vez, si hubiésemos actuado de otra manera, no seríamos tan felices como lo
somos.
—¿Todo bien, Duncan?
Alzo la vista y me encuentro con Beth, que trae una bandeja con varias tazas y una tetera. Siempre ha
sabido cómo cuidar de nosotros, siempre ha estado para mí y ahora lo está también para mi familia.
—Mejor que bien.
—Esa niña apunta maneras —murmura con los ojos brillando de emoción.
Gabriela persigue a nuestra hija con cautela, apenas se sostiene en pie y tiene una energía increíble. Ya
veis, os dije que las cosas no habían cambiado demasiado y me equivoqué o me adelanté al contarlo. Han
mejorado, esa es una forma estupenda de definirlo.
Al llegar a Dublín no sabíamos que Gabriela estaba embarazada. Ni siquiera pensamos en ello, como
sabéis, todo lo sucedido nos descolocó por momentos y no estábamos centrados en otra cosa que no fuese
nuestro amigo. Al regresar a Glamis, nos enteramos de que seríamos uno más en poco tiempo, y ahí está
la pequeña Mai, intentando huir de la mujer de mi vida, no tropezarse con sus minúsculos pies y riendo
porque está encantada de ser el centro de atención de todo el mundo. Hasta que llega Logan y todo se
convierte en un alboroto. No quiero pensar en cómo será nuestra vida cuando ampliemos la familia
porque, si algo tengo claro, es que no quiero que la pequeña Mai esté sola, quiero que sepa lo que es
tener un hermano y se sienta tan afortunada como me siento yo con Axe e Ihan a mi lado.
—Tu padre ha llamado.
Suspiro una vez más y me incorporo hasta apoyar los codos en las rodillas.
—¿Cuánto quiere esta vez?
—No quiere dinero, Duncan. Creo que de verdad está arrepentido. Sabe que lo ha hecho mal.
Observo a mi hija y a mi mujer enfrentarse a la vida con ganas y me pregunto si esa no es la mejor
forma de vivir.
—Beth, sabes que siempre he actuado como él esperaba de mí, sabes que nunca se portó como un
padre, que fue la antítesis de todo eso.
—Ya, también sé que tú eres mejor que él. Mírate, Duncan, mira lo feliz que eres, la has encontrado, has
encontrado a Gabriela.
Como si se diese cuenta de que hablamos de ella, alza la vista y frunce el ceño. Me conoce, sabe que
algo pasa. Le guiño un ojo para que no se preocupe.
—Tal vez sea el momento de darle una oportunidad. Al fin y al cabo, todos la merecemos, ¿no?
—Tu madre estaría tan orgullosa de ti —balbucea Beth a mi lado.
Me incorporo y la abrazo con todo el cariño y la ternura que puedo. Sin esta mujer, me habría perdido,
no habría encontrado un puerto en el que atracar, esta mujer es la artífice, en gran medida, de que yo sea
quien soy.
—Y agradecida por todo lo que has hecho por mí —musito.
Al fondo veo a Lorna, Cameron y Logan llegar. Logan no tarda nada en pedir que lo bajen al suelo y
corre en dirección a mis chicas.
—A ese niño le gusta mucho una fiesta —indica Lorna abrazando a Beth.
—Y el jardín —apunta Cameron, al final, cada uno barre para casa, ¿no?
—Tenemos trabajo —me cuenta mi secretaria tomando asiento a mi lado, saca una libreta llena de
anotaciones y un bolígrafo.
—Lorna —la freno. Señalo la escena que se desarrolla frente a nosotros—. Siempre tendremos trabajo,
responsabilidades y tareas pendientes, pero hoy…, hoy es esto lo que me importa.
Abro los brazos mostrándole que es un día perfecto para disfrutar de la familia, de la compañía y del
jardín.
—Entendido.
—Me voy con mis chicas, intentaré que Logan no haga enfadar a Mai y terminen tirados por el suelo de
forma accidental.
—Rezaré por ti entonces —murmura ella sabiendo que es imposible que eso suceda porque Logan y Mai
son como el agua y el aceite.
—Los que se pelean…
Ambos nos giramos hacia Cam y lo fulminamos con la mirada.
—Acaba esa frase y te pondré a podar el Pinetum.
Él, sabio como es, guarda silencio y le guiña un ojo a Lorna. Me dirijo hacia allí, hacia nuestra familia, la
familia que hemos formado.
Gabriela corre a mi encuentro cuando me ve y se lanza a mis brazos.
—Este es el mejor lugar del mundo —me confiesa.
—Tú eres el mejor lugar del mundo.
Y yo soy un hombre inmensamente feliz por tenerla.



AXE Y MAELA


Hennigsvær, tres años después.

Llevo toda la noche observando cómo cae la nieve sobre el cristal que tenemos justo encima de nosotros.
Maela apenas se ha movido entre mis brazos en las últimas horas y, a pesar de que siento el cansancio
aletargando mi cuerpo, me es imposible conciliar el sueño.
Me incorporo y arropo a Maela antes de colocarme un pantalón de deporte y aventurarme a bajar al
porche. Paso por la cocina y sonrío al pensar en la cantidad de cenas que hemos disfrutado entre estas
cuatro paredes, en la pequeña familia que hemos formado y en que Forelsket se ha convertido en nuestro
hogar, en nuestro refugio.
Hiervo agua y me preparo una infusión, hago una de esas mezclas raras que Engla suele elaborar y, con
el humo como compañero de noche, salgo.
Hace frío. Mucho. Las temperaturas han comenzado a descender a pasos agigantados, sin embargo,
esto es lo que me gusta de este lugar. Me reconforta el frío por muy raro que os suene.
Me tapo con una pequeña manta y con el propio calor de la taza me concentro en todo lo que ha
cambiado mi vida en estos tres años.
¿Sabéis? He intentado aprender a vivir sin pensar, ya sabéis cuál es mi lema, sintiendo, solo sintiendo,
sin permitir que la cabeza tome el control y haga de las suyas, sin embargo, no siempre lo consigo y, en
ocasiones, los recuerdos me asolan. La soledad, el frío, las peleas en el orfanato, cómo apareció Ivar y le
dio sentido a mi vida y cómo llegó Maela a Forelsket y le dio sentido al universo al completo.
Tal vez os suene ridículo que un tipo como yo hable de esta forma o piense de esa manera, lo que
sucede es que me he dado cuenta de que antes no era la mejor versión de mí. Estar enfadado con el
mundo y desconfiar de todo lo que me rodea no era la solución para nada.
He aprendido, no solo de Maela, de mi hermano, de su mujer, de Engla… He aprendido que se puede
ser mejor persona siempre que tú quieras serlo. No se le puede poner límites a los sueños, recordad eso.
—Ey… —Ivar aparece frente a mis ojos, con una sonrisa en el rostro y el semblante taciturno—. ¿No
podías dormir?
Niego levemente.
—No, estoy…
—¿Feliz?
—Eso también.
Mi hermano siempre tan empático, sabe que mi cabeza a veces toma el control y es imposible acallarla.
—No tienes por qué preocuparte, Axe, vas a hacerlo genial. Mírame a mí, Eyra me adora y Aren… Aren
me tiene loco, ya lo sabes.
—Voy a ser padre, Ivar, ¿lo entiendes? Dentro de Maela crece un bebé…
—Un bebé fruto de vuestro amor.
Engla parece haberse despertado.
—¿Montamos una fiesta? Casi estamos todos y mi pequeño Aren estará más que dispuesto a amenizar la
noche con sus berridos porque quiere comer. Y yo encantado de que lo aguantéis.
—Deja de quejarte. Bebe —me pide Engla—. Axe… Vas a ser un buen padre.
Ivar se hace a un lado para dejar que Engla se coloque en el centro del balancín.
—No lo abandonaré, eso seguro —musito.
—Lo sabemos. Sabemos que vas a ser el mejor padre del mundo. Mírame, si yo he podido hacerlo, ¿por
qué no vas a poder hacerlo tú?
—También es verdad. Con lo cabeza hueca que eres…
—Eh, eh, eh… Nada de herir mis sentimientos, soy un gran marido y un gran padre. Y el mejor barman
de Hennigsvær, que lo sepas.
—No me cabe la menor duda, al menos de esto último, lo otro… mejor se lo preguntamos mañana a
Kayra.
—Mañana tenemos clase —apunta Engla.
Sí, siguen dando pilates a unas horas que no están bien vistas por la humanidad, al menos, por esa
parte de la humanidad que considera que dormir es importante.
—Bien. —Aplaude Ivar—. Es un buen momento para ver cómo hacen esas cosas con las piernas
abriéndolas así. —Y hace algo difícil de explicar con palabras o vergonzante, muy vergonzante—. Y con los
culetes así… —Os garantizo que la cosa no mejora.
—Hora de marcharme… —apunto.
Les dejo la pequeña manta, paso por la cocina a depositar la taza dentro del lavavajillas y subo las
escaleras en dirección a la buhardilla.
Cuando entro, Maela está sentada en la cama.
—Iba a bajar a buscarte. ¿Estás bien? —me pregunta.
Es ella la que está embarazada y me pregunta a mí si estoy bien…
—Mejor que nunca.
—Pensaba…
—¿Que me había escapado? Lo siento, vas a tener que soportarme durante muchos años.
—Eso espero. —Sonríe somnolienta, y me despierta una increíble ternura.
Hasta hace nada no sabía lo que implicaba el amor, la entrega, las ganas, el cosquilleo, el deseo… Ese
conjunto de sentimientos que forman uno mucho más grande, más fuerte y potente, capaz de arrasar con
todo.
Me acerco con cautela y me tumbo a su lado en la cama.
—Lo vamos a hacer bien —le confieso—. Lo vamos a hacer bien porque tenemos lo más importante.
—¿Y qué es?
—El amor. Tenemos mucho amor para dar y regalar.
De ese hombre frío y distante ya no queda nada y no lo echo de menos.
— Jeg elsker deg[6] —susurra Maela.
—Ya era hora de que aprendieses noruego —bromeo.
—O puede que sepa más de lo que crees —me provoca como solo ella sabe hacerlo.
Sonrío. La amo como jamás amaré a nadie.
— Jeg elsker deg .



















IHAN Y PAULA


Dublín, cuatro años después.

—¡He dicho que ya basta! —Paula grita llamando la atención de todos los presentes. Anna frunce el ceño,
temo que nunca la ha visto de esa guisa. Carla sonríe y solo espero, por su propio bien, que no se le
ocurra soltar una de sus frases porque…, cuando mi mujer se pone intensa, no hay quien la gane—. No
quiero ni una sola protesta más. Vamos a hacer este viaje, nos vamos a quedar todos en Cork y no habrá ni
una sola queja. Bastante tengo ya que soportar de Callen como para que vosotras también me vengáis con
esas.
Os explico de qué va este asunto antes de que el whisky se me suba a la cabeza y me vaya a dormir la
mona con mi hija. Sí, hemos tenido una niña. Morena, de ojos grandes y vivaces, de armas tomar, rompe
todo lo que pilla a su paso, aunque lo que más, son corazones porque nos tiene a todos ganados. Incluidos
a sus tíos, todos los tíos políticos que puede tener. Y sí, se llama Callen.
Paula me sorprendió hace poco más de dos años. Se supone que íbamos a casarnos y a viajar. Pues no,
resulta que ni nos hemos casado ni hemos viajado porque ya sabéis que nosotros somos expertos en
empezar las cosas por el final, así que… primero hemos sido padres y ahora estamos organizando una
boda. Aunque ellas en este momento están organizando una despedida de soltera.
Pól, Arthur y yo haremos de canguros, y ellas se lo van a pasar en grande mientras nosotros no
podremos beber ni fornicar. Solo cuidar de mi hija, que no es poco. Eso sí, ¿es una despedida de solteros
rara? Lo es, por supuesto.
Quién me ha visto y quién me ve. Padre, enamorado, con las ideas claras y sigo loco por esa mujer que
da instrucciones como una loca sobre la cantidad de cosas que van a hacer en esos días.
—¡Y nos haremos un tatuaje! Porque… Porque me da la gana.
—Ah, no, eso sí que no, yo tatuajes no pienso hacerme porque es ver una aguja y desmayarme. No
pienso ceder en eso, ya he accedido a lo de ponerme una banda que rece: «¿Veis a ese pivón de ahí? Pues
se casa», que no entiendo cómo va a caber todo en una banda con lo pequeña que es.
—Carla, por favor, no se te ocurra fastidiarme los planes.
—En mi boda, porque habrá boda…
—Rezaré por ti, tío —bromeo.
—En mi boda —insiste—, pienso obligarte a vestirte de ovejita.
—¡Buena idea! Te vestirás de ovejita —suelta Paula a modo de broma.
—Era mejor que te callases —la consuelo.
—Te compadezco, no te queda nada por aguantar, Ihan. Un monumento tendrían que hacerte.
No me queda nada claro al final, si se van de viaje ni los días ni el lugar en el que se van a quedar y, por
las caras y los ceños fruncidos de los allí presentes, estamos todos igual, menos Paula, que parece haber
mutado y haberse convertido en una organizadora de bodas excelente. A ver quién es el guapo que le lleva
la contraria a mi chica. O a mi futura mujer.
Despedimos a los chicos al cabo de un rato, ya se ha hecho tarde, y Anna y Pól son los que mayor
trayecto tienen que hacer. Menos mal que mañana es sábado y no tendremos que ir a la oficina, si no, no
me perdonarían por ser el peor jefe del mundo o a Paula, por ser la peor compañera.
En cambio, Carla y Arthur solo deben bajar dos pisos, ahora viven juntos en el apartamento que mi tía
le alquiló hace años, y Paula y yo nos hemos mudado a la planta de Callen.
—Pensaba que no se irían nunca.
—No seas malo —me reprende—. Son nuestros amigos.
—Yo diría que en este momento lo son más míos que tuyos. Las has sacado de sus casillas.
—¡No quieren hacerse un tatuaje! —protesta enfurruñada.
—Tal vez yo pueda hacerte uno.
Le quito la camiseta sin dudar ni un segundo y a la vista quedan sus preciosos pechos.
Paula me sonríe con descaro.
—¿Piensas tatuarme tú, bomboncito?
—En este preciso momento —le indico pellizcándole un pezón, lo que logra que Paula gima cerca de mi
boca—, en lo único que pienso es en comerte entera. De un salto sus piernas se enredan en mi cintura y
caminamos como dos koalas hasta la habitación.
»Esta noche tienes que ser silenciosa. Nada de jadeos, nada de gritos, nada de locuras. Callen duerme y
espero que sea así por mucho tiempo.
—Entendido, bomboncito.
Cuando mi lengua roza su clítoris, Paula gime con fuerza.
—Te advertí…
—Escúchame bien, Ihan, te voy a decir lo que va a pasar… Vas a bajarte esos pantalones, vas a dejar
que te vea la polla, tal vez y con suerte, me dé por saborearla y después… —Se queda en silencio cuando
hago justo lo que me pide.
—¿Y después? —la provoco.
Traga con fuerza, abre sus piernas y comienza a tocarse.
Maldita sea, siempre igual, siempre se adelanta, siempre me sorprende.
—Y después vas a follarme muy fuerte. Y gritaré. Seguro que gritaré.
Se acerca y hace justo lo que me ha prometido.
—Joder, Paula —balbuceo.
—Fóllame —me pide.
Y eso es justo lo que hago.
Por el principio o por el final, da igual por dónde empezar, lo importante es hacerlo juntos.



Nota de la autora


No me matéis, ¿vale? Ya sé que he hecho algo feo y que os he encogido un poquito el corazón por el
camino. Si me conocéis, sois conscientes de que odio los dramas, esas páginas eternas de dolor y
sufrimiento innecesario, porque la vida ya es bastante puta como para leer sobre eso también y, entonces
diréis…, ¿por qué lo has hecho? Os lo explico.
Ihan y Paula se conocieron en el primer libro, follaron en el primer libro y ya tenían una unión, aunque
ellos no lo sabían, en mi cabeza estaba todo claro, por supuesto. En un principio la trama iba a ir por otros
derroteros y al final pensé: «No, mejor no, deja eso, que entonces sí que nos cortamos las venas». ¿Qué
pasa? Que sí que tenía claro (alerta spoiler si no has acabado el libro y has empezado por aquí) que la tía
Callen iba a morir (lo siento, lo siento, lo siento). Ese era el «secreto» de este libro, por así decirlo.
Decidí también que tía Callen tendría la enfermedad de alguien que perdimos hace años en la familia,
no es un homenaje, porque la muerte es un puto asco, seguro que me entendéis, pero, de alguna forma, lo
escribí, volví a vivirlo, ya que nosotros tampoco pudimos despedirnos de él.
Lloré con su carta, mantuve su forma de ser hasta en sus últimas palabras, dando lecciones de vida y
ayudando a que Ihan recapacitara como siempre hacía. Es un gran personaje y siempre estará ahí, en mi
cabeza y en mi corazón.
Ahora solo me queda deciros que, con esta serie, con Algo más que secretos, he salido de mi zona de
confort, he conseguido escribir historias diferentes a las que os tengo acostumbradas y me siento genial
por haberlo conseguido, por haberme puesto a prueba.
Por supuesto, esto sin vosotras no sería igual. Gracias siempre. Sois las mejores lectoras que se puede
tener.
¡Nos leemos!





UN HIGLANDER PARA TODAS

PRIMER LIBRO DE LA SERIE «ALGO MÁS QUE SECRETOS», YA A LA VENTA EN AMAZON



UN VIKINGO PARA MÍ

SEGUNDO LIBRO DE LA SERIE «ALGO MÁS QUE SECRETOS», YA A LA VENTA EN AMAZON

Agradecimientos


Estoy más que convencida de que me repito más que los ajos, pero es que…, sin lugar a dudas, esta es la
parte de la novela que más me cuesta escribir.
Voy a intentar ser breve y concisa, al menos en esta ocasión.
Primero, quiero agradeceros a vosotras, mis lectoras, el apoyo constante que me dais, el empuje, la
fuerza y las ganas de seguir tecleando que siento cada vez que recibo un mensaje vuestro, cada vez que
leo un comentario en Amazon o Goodreads o leo una reseña. Siempre lo digo y lo mantengo, sin vosotras,
esta chica de aquí seguiría sin ser nadie.
Dicho esto, también me gustaría hacer una mención especial a esa comunidad de bookstagramers que
no solo me apoyáis a mí, sino a todas las autoras autopublicadas, a las que nos dejáis el corazón calentito
con vuestras palabras, vuestras fotos, vuestros collages, vuestras frases… Mil gracias por ese apoyo
constante y desinteresado y por ayudarnos a llegar más lejos si cabe.
Amiga, compañera de batallas y ¿obsesiva? Sí, como yo, por eso nos entendemos tan tan bien. Gracias,
Tamara Marín, por aparecer en mi vida, por ayudarme cuando estoy perdida o cuando necesito hablar, sin
más.
Bea, devoras cada capítulo que escribo, me ayudas día a día, semana a semana, mes a mes hasta que la
novela está acabada. Eres la primera en la que pienso cuando escribo algo divertido, cuando una nueva
locura se me pasa por la cabeza o cuando hay que elegir nombres y musos (oh, he aquí la reina de los
musos). Por miles de historias contigo. Siempre.
Sheila, perdona por haberte hecho llorar, pero esta novela merecía ese giro y, a pesar de todo, sé que la
has disfrutado. Es un honor para mí contar contigo como lectora cero, por darle ese último empujón a la
historia antes de que vea la luz y por tus consejos. No hay palabras suficientes para agradecer
Raquel, amiga, compañera, correctora, psicóloga, psiquiatra, compañera de celda, de «no dieta» o de lo
que haga falta. Muchas gracias por estar siempre ahí, en la distancia, por acompañarme cada día y por
tus sabios y positivos (jajajaja) consejos.
Dessy, me ha encantado contar contigo en esta serie, ir leyendo tus impresiones cuando ibas avanzando,
ayudar a perfilar detalles que no quedaban claros. Ya sé que Axe es tu favorito, sin embargo, aun así, te
has enamorado de todos ellos por el camino. Esta familia también es un poquito tuya.
Yolanda, me ha encantado que le dieses forma y vida a ese gallego que desconocía. Muchas gracias por
decir «sí» cuando te lo propuse y por leerme desde el principio. Estoy inmensamente agradecida por tu
ayuda.
Carmen, Sara, Miri y Rocío, ay, mis chicas, la de lecturas conjuntas que habéis hecho y de las que he
disfrutado. Vuestras impresiones, teorías, vuestro empuje y algún que otro chantaje por ahí. Sois
increíbles, no lo olvidéis.
Mi familia, la de sangre y la de vida… Mil gracias siempre por todo, por creer en mí cuando nadie lo
hacía, ni siquiera yo.








Biografía


Aquí estoy una vez más para contaros quién soy. Mi padre era muy dado a apuntarnos en el registro con
un nombre totalmente diferente al que acordaba con mi madre y si le hubiese hecho caso, mi nombre
habría sido Yaniré, así que, no sé mis hermanos, pero yo le agradezco que no le haya hecho caso (perdona,
mamá).
Nací y viví durante muchos anos en un pequeño pueblo de poco más de siete mil habitantes al norte de
la isla de Tenerife llamado La Matanza de Acentejo, sin embargo, con veintipocos años, dejé el pueblo por
amor y me fui a la capital. Actualmente vivo en las afueras de Santa Cruz de Tenerife con mi hijo y mi
pareja.
He sido desde siempre una apasionada de la lectura, recuerdo sacar libros de la biblioteca y devorarlos
cada noche antes de dormir. En el año 2016 escribí mi primera novela y después de ella, han llegado once
más. Las cabronas también se enamoran es mi duodécima novela autopublicada y espero que vengan
muchas muchas más.
Mis libros se caracterizan por personajes muy divertidos, socarrones, canallas, irónicos y sarcásticos,
aunque entre sus páginas, además de risas, podéis encontrar algunas reflexiones sobre la vida, escenas
hot, amistad, amor y familia.
Supongo que, si ya me conocéis, sabréis que lo de resumir, definitivamente, no es lo mío y he dado por
perdido intentarlo ;)
Me encanta la playa, la piscina, el sol, comer (todo lo que no se debe), hablar, hablar y hablar y escribir,
of course. No concibo mi vida sin historias que contaros, así que… ¡Nos leemos!

Encuentra mis otras novelas

[1]
Panda de gansos.

[2]
Hija.

[3]
Postre típico de Galicia. Se hace en la sartén y lleva harina, agua, caldo, leche, huevos y azúcar o miel.

[4]
Estoy orgullosa de ti.

[5]
Estrellas fugaces, de Fredi Leis.

[6]
«Te quiero» en noruego.

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