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Introduccion A La Epistemologia Genetica El Pensamiento Biologico, Psicologico y Sociologico Jean Piaget
Introduccion A La Epistemologia Genetica El Pensamiento Biologico, Psicologico y Sociologico Jean Piaget
INTRODUCCION A LA
EPISTEMOLOGIA
GENETICA
3. El pensamiento biológico, psicológico
y sociológico
T ítulo del original francés
IN T R O D U C T IO N A L 'É P IS T É M O L O G IE
G É N É T IQ U E
Publicado por
PRESSES U N IV E R S IT A IR E S D E FRA N G E
© 1950, Presses Universítaires de France
Versión castellana de
V IC T O R FISC H M A N
1* edición, 1975
- Í M P R E S O E N L A A R G E N T IN A
Q ueda hecho el depósito que previene la ley 11.723
Todos los derechos reservados
©
C opyright de la edición castellana, by
E D I T O R I A L P A ID O S , S.A .I.C .F .
T ercera parte
E L PE N S A M IE N T O B IO L O G IC O
C a p ít u l o 2: La s ig n if ic a c ió n e p is t e m o l ó g ic a de las t e o r ía s de la a d a p
t a c ió n Y D E L A E V O L U C I Ó N ........................................................................................ 72
1. El fijismo vitalista, la teoría de la inteligencia-facultad y el conoci
m iento de los universales ............. . . . ................................................................ 75
2. El preformismo biológico y el apriorism o ep istem o ló g ico ......................... 78
3. L a teoría de la “ emergencia” y la fe n o m e n o lo g ía ...................................... 83
4. El lamarckism o y el empirismo ep istem o ló g ico ............................................. 87
5. El mutacionism o y el pragm atism o co n v en c io n a lista .................................. 93
6. El interaccionism o biológico y epistemológico ............................................. 99
7. Conocim iento y vida: la evolución de los seres vivientes y la evolución
de la razón ......................... ........................... .................. 106
C uarta parte
EL P E N S A M IE N T O P S IC O L O G IC O , EL PE N S A M IE N T O
S O C IO L O G IC O Y LA L O G IC A
3 En relación con este tema, véase nuestro Traite de Logique. Colín, 1949, § 9-
res, etc.). Estas consisten en relaciones que, consideradas aparte, son n atu
ralm ente mensurables, y cuyo conjunto pued e d a r lu g a r a u n a correlación
estadística; sin embargo, lo que caracteriza a u n a especie es la presencia o
la ausencia, considerada globalmente, de algunos caracteres relativam ente
discontinuos m ientras que, cuando la continuidad entre dos variedades es
demasiado im portante, se las reúne en la m ism a especie. D e ello se deduce
que, independientem ente de los problem as de medición, que p o r .o tra p arte,
se plantearon m ucho después de la constitución de las clasificaciones funda
m entales (volveremos a exam inar este p u n to en el § 4 ), u n a especie A j
es definida, sim plem ente, por las cualidades que le pertenecen en grado
propio y la hacen diferir de las especies vecinas A2; Á 3; etc., q u e carecen
de estas cualidades. Existe u n a partición dicotóm ica que podemos expresar
m ediante los símbolos A i y A’i (donde A ’i = A 2 -f- A 3 . . . e t c .) ; A 2 y A ’ 3
(donde A ’ 2 = A i; A8; etc.). Por o tra parte, u n a reunión de especies
vecinas constituye u n a clase lógica de segundo nivel, un “género” , que
simbolizaremos m ediante la letra B (todos los “géneros” están separados
unos de o tro s). U n género B, entonces, es el resultado de la adición lógica
de un cierto núm ero de especies, pero este núm ero no interviene como
tal en la constitución del género. Puede haber géneros B bien constituidos
po r una única especie A (sea A’i = 0) ; de dos especies A i y A 2 (sea
A ’i = A2) ; d e tres especies, etc. Un género, entonces es, sim plem ente
u n a reunión d e especies que se. pueden rep a rtir dicotóm icam ente de dife
rentes m aneras, de acuerdo con la presencia o a la ausencia de algunas
cualidades: en form a general, se puede decir, así, que un género es la
reunión de u n a especie y de las especies vecinas, es decir B = A -f- A’,
operación que perm ite hallar, inversamente, a la especie considerada por
sustracción de las otras, es decir A = B — A ’. D e este modo, los géneros,
que se basan en el mismo principio de semejanza cualitativa que las
especies, pero en u n grado de generalidad superior, se distinguen tam bién
unos de otros gracias a sus diferencias cualitativas, de acuerdo con la
ausencia o la presencia de un cierto haz de cualidades conjuntas. L a
reunión de u n cierto núm ero de géneros, a su vez, constituye u n a clase
lógica de tercer nivel, u n a “familia”, que designaremos como C (al igual
que los géneros y las especies, las fam ilias constituyen clases separadas
entre sí). Pero este núm ero, nuevam ente, no interviene en sí m ism o: puede
haber familias form adas por u n sólo género, sea C = Bi 0 ; familias
§ 2 . E l c o n c e p t o d e e s p e c i e . Si la estructura de la clasificación es
ésta, todo el problem a de la determ inación de los grados de semejanza o
d e diferencia se basa, en definitiva, en la delimitación de las clases de
nivel elem ental, es decir de las especies (A ). Este es uno de los problemas
d e los que se ocupa la biom etría contem poránea (tal como volveremos a
verlo en el § 4 ). Sin em bargo, y antes de llegar a ello, el pensamiento
clasificatorio se encontró en presencia de u n a novedad que hubiese podido
m odificar su estructura lógica: concebidas en un comienzo como invariables
y perm anentes, L am arck consideró luego a las especies como variables y
susceptibles de transform arse unas en otras. ¿ El sistema de las clases lógicas
discontinuas y encajadas (“agrupam ientos” aditivos de clases separadas)
sería reem plazado entonces po r el concepto m atem ático o m atem atizable
d e la variación continua? E n realidad, el evolucionismo lam arckiano no
modificó en n ad a la naturaleza lógica y cualitativa (intensiva) de la
clasificación y se limitó a agregar a las puras estructuras de clases la con
sideración de' estructuras de relaciones lógicas: dejó entonces in tacta la
contextura lógica dé la clasificación de las especies (al igual que la com pa
ración de los caracteres en anatom ía com p arad a), y se limitó a m odificar
su interpretación realista, así como a com pletar los agrupamientos de clases
m ediante agrupam ientos entre relaciones propiam ente dichas.
§ 3. L os “ a g ru p a m ie n to s ” ló g ic o s d e c o rre s p o n d e n c ia y la a n a t o
Las estructuras de conocim iento en juego en la zoología
m ía c o m p a r a d a .
y la botánica sistemáticas se. encuentran en el vasto campo de. la anatom ía
com parada, la que tampoco supera el plano de los agrupam ientos simple
m ente lógicos y no da lugar a una m atem atización propiam ente dicha.
Por otra parte, el hecho se explica por sí solo, ya que la clasificación es el
resultado de las comparaciones, de cuyo estudio metódico se ocupa la
anatom ía com parada y que, además, los trabajos de ésta se basan en la
clasificación.
Sin embargo, esta conexión de los órganos que perm ite cotejar las
“homologías” reales (de acuerdo con la term inología de O w en) con
las simples “analogías”, y reem plazar al mismo tiem po m ediante el dina
mismo de las relaciones a la consideración estática de las clases y de sus
caracteres, se sigue basando, exclusivamente, en un principio de correlación
cualitativa: precisam ente, en el “agrupam iento” de las multiplicaciones
biunívocas de relaciones asimétricas. En efecto, las relaciones de conexión
anatóm ica que se convierten en la m ateria m ism a de la correlación son
relaciones puram ente cualitativas: la “homología” es sólo u n a correspon
dencia de posiciones, correspondencia espacial, evidentem ente, pero basada
en las contigüidades, etc., que caracterizan a las articulaciones anatómicas,
sin cuantificación. Esta form a de correspondencia constituye entonces,
en form a muy típica, la correspondencia cualitativa que interviene en los
“agrupam ientos” multiplicativos de relaciones . 1 1
A hora bien, pese a que cada “form a” biológica puede, en sí misma, ser
m atem atizada, y que el pasaje de u n a form a a o tra corresponde entonces,
en todos los casos, a u n a transform ación m atem ática posible, ello no
significa que una clasificación n atu ra l de los seres vivientes, es decir, tal
que las relaciones de sem ejanza y de diferencia expresen los parentescos y
filiaciones reales, puede por ello ser m atem atizada o cuantificada. E n tre
u n a “form a” de molusco y otra, se puede concebir u n a relación de homeo-
m orfía topológica, con u n simple estiram iento o contracción de figuras
consideradas como elásticas; de u n a “form a” de pez a otra, se puede
determ inar, como lo hace T hom pson, u n pasaje que se reduce a una simple
transform ación proyectiva o afín, tam bién se pueden despejar semejanzas
y proposiciones num éricas, e tc .; pero de este modo se construyen simples
series ideales sin que se logre, p o r lo menos por el mom ento, proporcionar
leyes m atem áticas que determ inen la extensión o la am plitud de las clases
de diversos niveles (especie, género, familia, etc.) ni, sobre todo, su orden de
sucesión. L a m atem atización de las formas consideradas en form a aislada
o de sus transform aciones posibles unas en otras no da lugar ipso fa d o
a la m atem atización como tal de la clasificación, siguiendo un modelo
análogo al de la ta b la de M endeleiev: los encajes mismos de los que la
clasificación está hecha pueden, seguir siendo, entonces, de naturaleza
lógica (intensiva), incluso si cada uno de los elementos considerados p o r sí
solos es susceptible de ser m atem atizado. En otros términos, se puede
esperar que en algún m om ento será posible expresar m ediante ecuaciones
la form a de u n a lim nea y quizá tam bién las formas generales (o propie
dades comunes a las diferentes form as) de los gasterópodos y de los m o
luscos, etc. Además, se p odrá sin duda representar m atem áticam ente las
variaciones características de cada especie, o género, etc., a p artir d e la
ecuación común, de la m ism a form a en que el círculo, la elipse, etc., son
deducidos a p artir de la ecuación de las secciones cónicas. Pero en cada
caso se obtendrá u n a infinidad de variaciones posibles. Subsistirá entonces
el problem a de saber p o r qué tal género presenta sólo n especies entre todas
las combinaciones concebibles, p o r qué tal fam ilia com porta sólo n géneros,
etc., y po r qué estas n especies o géneros se caracterizan por ciertas tran s
formaciones y no po r otras. E n este punto interviene el factor no m ate
m ático de la clasificación misma. L a clasificación quím ica proporciona
u n a ley de sucesión gracias a la cual se puede determ inar el número de
casilleros posibles: ah o ra bien, todos estos están ocupados (los lugares que
perm anecieron vacíos en relación con la teoría han dado lugar a posteriori
a descubrimientos experim entales en lo que concierne a los elementos
radiactivos, lo que perm itió verificar de este modo las anticipaciones debidas
a ía clasificación) : u n a clasificación semejante, entonces, es no predicativa
en el sentido en que las propiedades de los elementos dependen de las
del todo ( = a la ley de la sucesión como ta l). L a clasificación biológica,
p o r el contrario, sigue siendo predicativa, en ei sentido en que no sería
posible calcular las propiedades de los elementos a p artir de ias del con
junto 1 3 : por ello (al menos en la ac tu a lid a d ), no se la podría anatema
tizar, incluso si cada form a particular puede serlo a título de elemento
aislable.
Ello nos conduce a un segundo problem a esencial. U n a especie es una
clase lógica, que com porta por lo general sus clases constituidas por las
“variedades” conocidas, sea fenotípicas, o si no (cuando se las ha podido
d eterm in ar) genotípicas. Todos los individuos que pertenecen a la especie
y a sus variedades son en principio mensurables en sus caracteres, de modo
ta l que las cualidades específicas o raciales pueden ser traducidas entonces,
d e u n a m anera o de otra, en cantidades m atem áticas. ¿ Pero ocurre !ü mismo
en la especie como tal, es decir en tanto que clase? Designemos como B
a esta clase constituida por una especie, A a una de sus subclases y A’
las otras subclases (variedades). Lo que caracteriza a un encaje de clases
lógicas es el hecho de ser independientes del número de los individuos
en juego: tanto cuando existe en B un solo individuo más que en A
corno cuando hay miles más, siempre B > que A y B > A* (cantidades
intensivas) independientem ente de las relaciones num éricas entre A y A ’.
Si n es el número de los individuos considerados, se tiene entonces n (B)
> n ( A) , pero se puede tener n (A) > que n (A’) ; n (A) < que n (A'}
o n (A) = n (A’). L a cuantificación o m atem atización de la especie
supondría, por el contrario, además de la m edición de todas las cualidades
específicas en tanto relaciones o correlaciones, una expresión num érica de
la extensión relativa de las clases n ( A) , n (A ’) y n ( B) . Los dos proble
mas, en efecto, están ligados, ya que las ¡'elaciones que expresan las cuali
dades específicas son susceptibles de fluctuaciones estadísticas o variaciones
ligeras de un individuo al otro y p ara determ inar el valor promedio de
los caracteres específicos o raciales se debe ten er en cuenta el núm ero de los,
individuos implicados en las clases consideradas.
A hora bien, la biom etría abordó efectivam ente estos diversos problemas
cuyas soluciones desde el punto de vista de su significación epistemo
lógica discutiremos a continuación. E n relación con ello, examinemos
nuevam ente el ejemplo de las L im nea stagnalis, especie de las que se
conoce un gran número de variedades fenotípicas (que designaremos global
m ente com o A’). Para estudiar, desde el doble punto de vista de la acción
del medio sobre los fenotipos v de la constitución hereditaria de Ia.s razas,
la morfosis contraída hallada en los lugares agitados de los grandes lagos,
nos hemos propuesto, de este modo, m edir en form a precisa la diferencia
entre esta variedad y el tipo de la especie, ¿ Pero en qué consiste el “tipo”
de la especie (tipo que llamaremos A) ? E n este punto se revela la
insuficiencia de la determ inación cualitativa, es decir simplemente lógica,
E n resumen, la biom etría reem plaza a las simples clases lógicas, cons
tituidas por las especies y sus variedades, m ediante clases nuiíiéricas o
conjuntos, caracterizadas por u n a distribución de frecuencia estadística;
se reem plaza tam bién las simples relaciones cualitativas de semejanzas y de
diferencias, que definen a estas clases lógicas, m ediante un sistema de
relaciones mensurables, expresadas bajo las formas de curvas de variabi
lidad o de correlaciones m étricas. Este pasaje de lo cualitativo a lo cuanti
tativo, m uy útil ya en el análisis de las poblaciones heterogéneas, se hace
indispensable a partir del m om ento en que se in ten ta caracterizar en forma
precisa los genotipos que se com paran en medios heterogéneos bien de
term inados.
Sin embargo, y pese a que de este m odo el progreso es evidente, es
tam bién notorio que en el estado actual de nuestros conocimientos esta
m atem atización se queda a m itad de camino, en relación con lo que se
requeriría p ara cuantificar las especies en tanto que clases, es decir en
ta n to que encajadas en géneros, etc., y en tanto que encajan “variedades”
estables; en otras palabras, con lo que se requeriría p a ra construir u n a ley
de sucesión propiam ente cuantitativa (al mismo tiem po que cualitativa)
que caracterice a la clasificación. ' Ello se ■debe a que las mediciones
actuales no determ inan-los encajes como tales, porque no se efectúan sobre
el m ecanism o de las variaciones, es decir sobre las transformaciones en sí
mismas, sino sólo sobre sus resultados. L im itada de este modo, la biometría
proporciona m uchos índices precisos que com pletan y corrigen los índices
cualitativos; estos índices, sin em bargo, y por el m om ento, son sólo atributos
que en tran en juego en la calificación de las especies y no constituyen los
elementos de u n a construcción o de u n a reconstrucción m atem ática de
las especies en su ley de formación. P ara decirlo de otro modo, reem pla
zando la clase lógica m ediante un conjunto num érico o estadístico, y las
relaciones cualitativas m ediante relaciones o correlaciones métricas, la bío-
m etría sustituye en una prim era aproxim ación un análisis más profundo,
pero que se m antiene en el interior de los encajes iniciales; ella se ve redu
cida a conservar estos encajes de clases y de relaciones, así como sus
agrupam ientos lógicos, al no poder engendrarlos m ediante nuevas opera
ciones, m atem áticas y n o ya sim plem ente intensivas, que se efectuarían
sobre las transform aciones mismas y superarían así el m arco de estos agru
pam ientos en beneficio d e grupos propiam ente dichos.
Incluso en el cam po de los fenotipos,. la biom etría alcanza aún sólo
el resultado de la variación, y no del mecanismo causal susceptible de
engendrarlo operatoriam ente. D e este modo, en el caso de nuestras
lim neas y en lo que se refiere a los fenotipos lacustres, existe un evidente
vínculo entre la agitación del agua y la contracción de la concha. La
m edición de la contracción fenotípica expresa así el resultado total de
las respuestas motrices del anim al y de sus efectos morfológicos. Sin
em bargo, incluso en este caso privilegiado, en el que la causa de la variación
es especialm ente simple, la m edición concierne sólo a la culm inación del
proceso y omite lo esencial: nos referimos a la relación entre los factores
m crfogenéticos hereditarios (y por lo tanto genotípicos) y las acciones
ejercidas po r el medio exterior d u ran te el crecim iento del individuo. A hora
bien, lo que se debería aprehender directam ente (es decir, a título de
composiciones operatorias y sin lim itarse a m edir sus productos) son
estas relaciones, que varían de u n genotipo a otro, p a ra poder superar así
la clasificación cualitativa de los genotipos y de sus fenotipos en diferentes
medios; en realidad, com probam os sólo que tal fenotipo es más plástico
que tal otro en un m edio dado, etc., pero la m edición de esta plasticidad
no es la m edición del dinam ism o causal que la hace posible.
E n lo que se refiere a los genotipos .mismos, y este aspecto es el
esencial, la m edición proporciona su caracterización precisa, es decir los
promedios, la dispersión estadística probable de los individuos alrededor
de estos promedios, e tc .; pero en dichos casos se tra ta de caracteres estáticos,
m ientras que p a ra m atem atizar la clasificación, es decir los encajes y las
variaciones, se debería establecer u n a ley de sucesión que alcanzase al
m ecanismo mismo de sus filiaciones. P ara decirlo de o tra m anera, se
debería m edir las transform aciones como tales, lo que equivaldría a expresar
su mecanismo causal, m ediante operaciones extensivas o m étricas en. lugar
de limitarse, a describir los encajes m ediante operaciones lógicas.
Ello nos conduce al tercer problem a fundam ental. M atem atizar Jas
formas, y luego m atem atizar la especie hasta llegar a la constitución de
u n a clasificación cuantitativa, sería en últim a instancia m atem atizar el
mecanismo mismo de la herencia, es decir explicar operatoriam ente la
estabilidad de los invariantes genotípicos y las transform aciones genéticas
que determ inan las variaciones hereditarias. ¿C u ál es entonces, en ese
sentido, la significación de las leyes num éricas conocidas en teoría de la
herencia y cuál es, en particular, el sentido del análisis factorial, q\ie
E. G uyénot com para en algunos casos con u n álgebra 1 4 y en otros con
los esquemas atomísticos de los físicos y de los químicos? 1 5 ¿Nos aproxi
mamos en este caso a u n a com posición operatoria que preanunciaría un
grupo de transformaciones, única base segura de u n a clasificación cuanti
tativa de las formas y de las especies, o nos m antenem os siempre en el
terreno de lo cualitativo, ccn algunas precisiones estadísticas m ás, en lo que
se refiere al contenido de las clases o relaciones lógicas?
Eii lo que se refiere, en prim er lugar, a las leyes de la herencia men-
deliana, se tra ta esencialm ente de relaciones com binatorias que determ inan
la probabilidad de la. mezcla o de la disociación de los genotipos y no
leyes de transform aciones que explican su variación o su estabilidad y
Véase Ch. Singer: Histoirs de la Biologie (traducción G idon). Payoí. pág. i 23,
m ecánica m uscular y aplican el principio de la composición de las fuerzas
a los movimientos de los músculos y del cuerpo en general. Desde los
comienzos de la fisiología experimental, algunas explicaciones como las de
la circulación o de las acciones musculares se orientan así en el sentido
físico-químico y señalan de este modo y al mismo tiempo u n intento de
reducción operatoria y u n recurso a la experiencia.
E n relación con la fisiología, renovada por Harvey, Descartes formuló
u n a expresión filosófica com parable a la que asignó a la física, renovada
p o r Galileo. E n efecto, la fisiología de Descartes se basa exclusivamente
en modelos físicos, del mismo modo en que su física reposa sólo en la
geom etría. V a n H elm ont, después de Paracelso, fue el que recurrió en
m ayor m edida a los conceptos químicos (por ejemplo en su explicación
de la digestión por las ferm entaciones), y lo siguieron los latroquim istas de
la segunda m itad del siglo x v i i , en particular Sylvius. Pero, la naturaleza
de esta quím ica prelavoisiana era tal que la explicación quím ica no tenía
aú n n ad a de contradictorio con el vitalism o: van H elm ont la com bina con
£u célebre teoría de las “arqués” que renuevan las entelequias de Aristóteles
y Stahl, el inventor de la flogística, com bate el mecanicismo cartesiano e
invoca en fisiología un “alma sensitiva” que dom ina los procesos m ate
riales. La evolución de la fisiología en el siglo x v n sigue de este m odo a
un ritm o análogo al de la física: acción de la m ecánica de Descartes contra
las explicaciones de la m ecánica peripatética, en oportunidad de un descu
brim iento positivo (desem peñando en fisiología el de H arvey el mismo
papel que los de Galileo en física), luego reacción en el sentido de una
rehabilitación del vitalismo, paralela a la reacción de los físicos en el sentido
de u n a restauración del dinamismo.
T o d a la historia de la fisiología, desde las “arqués” de van H elm ont
y desde el “alm a sensitiva” de Stahl, hasta la “Introduction á l’étude de
la m édecine expérim entale” de C laude B ernard, es decir d u ran te todo el
siglo xviii y la prim era m itad del siglo xix, está dom inada luego p o r los
conflictos entre el vitalismo y el mecanicismo, del mismo m odo en que
en el período correspondiente en física lo fue por los conflictos entre el
mecanicismo y las diversas interpretaciones de la idea de fuerza.
D e este modo, Boerhaave, a comienzos del siglo xviii, reduce cada
una de las actividades del organismo a explicaciones físicas, y químicas;
lo siguen A. de H aller y Priestley en lo que a la respiración se refiere,
Sénebier y N. T . Saussure en lo que se refiere a la influencia de la luz y
la química vegetal, etc. A comienzos del siglo xix, Liebig y W óhler unen
en form a aun m ás estrecha ¡as investigaciones biológicas y químicas, m ien
tras que Bousingault y M. Berthelot contribuyen al conocimiento del ciclo
del azufre, etc. Sin embargo, pese al conjunto de estos trabajos y pese a
sus propias investigaciones de inspiración físico-química, espíritus tan posi-.
tivos como M agendie y Claude B ernard conservan aún la idea central del
vitalismo referente a la irreductibilidad del fenómeno biológico; pese a
que no utilizan m ás esta idea p ara explicar el detalle de los fenómenos
vitales, lo conservan aun en lo que se refiere a la totalidad del organismo
com e tal.
A fines del siglo xviii, M . F. X. B ichat consideraba que la vida del
organismo es la resultante de los diversos tejidos que lo constituyen, pero
acordaba siem pre a cada tejido u n a actividad vital p articular en conflicto
con las fuerzas físico-químicas. F. M agendie retom a esta idea de un a
“fuerza vital”, pero la considera inaccesible a la observación: en el detalle
de las experiencias, sólo los métodos físico-químicos son válidos, pero la
reunión de todos los resultados así obtenidos no basta p ara explicar la vida
de conjunto del organismo que, de este modo, depende de u n principio
vital superior al orden físico-químico. Podemos observar un concepto de
este tipo en A ugusto Com te, cuyo principio esencial de su filosofía “positiva”
era la irreductibilidad de los diversos niveles sucesivos de lo real unos en
relación con los otros, en consecuencia, la “organización” característica
de los fenóm enos de la vida no podría ser reducida a los fenómenos
químicos, n i tam poco la afinidad quím ica a las fuerzas físicas.
Si hacem os abstracción del neovitalismo de Driesch, Buytendijk, etc.,
que volveremos a m encionar luego (§ 6 y 7 ), el principio vitalista halló
sin em bargo su últim o defensor en la persona de Claüde Bernard, alum no
de M agendie. Conocemos la im portancia d e la contribución personal de
C laude B ernard a la. fisiología y el rigor de sus m étodos; conocemos, en
particular, la form a en que hizo prevalecer la hipótesis de u n a unidad
funcional del organismo, es decir de u n a interdependencia de sus diversas
actividades físico-químicas, po r oposición a la idea de las funciones p a r
ticulares y separadas, ligadas á sus órganos respectivos. A hora bien, al
inducirle a atrib u ir al organismo el poder de conservar ciertas condiciones
perm anentes del m edio interno, disociado del medio exterior, el descubri
m iento de esta interdependencia funcional lo llevó a considerar la vida
como a u n a organización sui géneris, diferente, pese a todo, de los m eca
nismos físico-quím icos: en el seno del organismo existen sólo procesos
físico-químicos, que corresponden por lo tan to a explicaciones de la física
y de la quím ica, pero estos mismos procesos, considerados en su totalidad,
constituyen sólo medios al servicio de u n a “idea rectora” de conjunto. Así,
en esta fam osa teoría se vuelve a observar la oposición entre 1 a. “form a”
total cualitativa y los procesos cualitativos particulares, que ya hemos po
dido observar en los campos de la morfología sistemática y de la anatom ía
com parada ( § 1 - 4 ) .
§ 6. L a e x p l i c a c i ó n e n e m b r i o l o g í a y e l d e s a r r o l l o d e l i n d i v i d u o .
En los §§ 1 a 4 hemos com probado que la sistemática zoológica y botánica,
al igual que la anatom ía com parada, se habían m antenido hasta el presente
dentro de estructuras de conocimiento casi exclusivamente lógicas o cuali
tativas, pese a la intervención de consideraciones com binatorias y estadís
ticas en el análisis genético. Por otra parte, acabam os de señalar que pese
a las resistencias del vitalismo que precisam ente defiende la irreductíbilidad
del concepto de las form as cualitativas en relación con la explicación fisico
química, la fisiología tendía de más en más hacia esta últim a, es decir
hacia un modelo de conocimiento que supone un a m atem atización progre
siva de lo vital. Conviene entonces exam inar, ahora, la naturaleza de la
explicación en em briología, porque presenta u n interés epistemológico desde
los tres puntos de vista siguientes.
En prim er lugar, la explicación embriológica interesa al conocimiento
por su contenido mismo, ya que la ontogénesis no com prende sólo el
desarrollo orgánico del individuo, sino tam bién el desarrollo sensoriomotor
y m ental mismo. En relación con este punto, anticipam os los problem as
que serán abordados en el capítulo 4. D e este modo, nos referimos
aquí a ellos sólo p ara señalar la conexión entre el conocimiento biológico
como conocimiento, y la biología como estudio del sujeto vivo y pensante.
E n segundo lugar, en lo que se refiere a su estructura de conocimiento,
la embriología experim ental contem poránea, que se h a convertido en
‘"causal” o “m ecánica” de acuerdo con la expresión de sus creadores, se
const' tuyó en u n sector de la fisiología, de la que adoptó todos los métodos
ííl c «-químicos. Pero esta ram a de la biología fisiológica llevó precisa
mente, “o al menos tiende a ello” , a explicar las “formas” que clasifica
la sistemática y que analiza la anatom ía com parada. M ás aún, entre la
teoría de la herencia y la embriología existen lazos que se h arán cad a vez
más estrechos, ya que los “genes” que transm iten los caracteres actú an sobre
los “determ inantes” contenidos en el citoplasm a que realizan estos mismos
caracteres en el transcurso clel desarrollo individual de las “form as” (en
ese sentido, persiste la gran incógnita de la herencia de los caracteres gene
rales, o herencia citoplasm ática, misterio que, evidentemente, no es defi
nitivo). El interés excepcional del conocimiento embriológico, entonces,
es, o al menos será u n día, el de mostrarnos si las estructuras mecánicas y
cuantitativas del conocim iento fisiológico absorberán finalmente las estruc
turas cualitativas y lógicas de la sistemática, cuantificándolas, o sí, por el
contrario, las prim eras explicarán a las segundas respetando su carácter
cualitativo,
E n tercer ';igar, y en conexión con este último punto, ¡a estructura,
del conocimiento embriológico presenta el interés de haber perm itido re
plantear en nuevos térm inos los problem as del vitalismo y de la finalidad,
u n a vez más en relación con la “form a” de conjunto. M ientras que con
posterioridad a C laude Bernard, los fisiólogos renunciaron progresivamente
a invocar u n a “idea rectora” p ara explicar la totalidad funcional realizada
por el organismo, el problem a de la morfogénesis condujo a ciertos espíritus
a resucitar esta hipótesis. D e este modo, ios trabajos experimentales de
Roux, de H ertw ig y de Driesch mismo en lo que se refiere a la regenera
ción de los huevos de erizos de m ar llevaron a este últim o a concebir la
form a del organism o adulto como im poniéndose de acuerdo con ciertas
leyes de totalidad irreductibles a la físico-química: en ello se dio lugar
a la utilización del concepto de “psicoide” calcado del “alm a vegetativa”
de Aristóteles, de las “arqués” de van H elm ont, del alm a sensitiva de Stahl,
en resumen, que se inspiraba en todo el vitalismo tradicional rejuvenecido
p o r las experiencias sobre la “form a” .
Por u n lado, las formas adultas de los organismos, “form as” que la
sistemática clasifica cualitativam ente y que la anatom ía com parada analiza,
tam bién cualitativam ente, son sometidas desde ese m om ento a u n a expli
cación fisiológica, y, en consecuencia, físico-química, que engloba a la
dinám ica de la ontogénesis y la de la herencia; la morfogénesis, en efecto,
“es sólo la herencia en acción, en cam ino hacia su realización final ” .2 0 La
embriología experim ental, entonces, proporcionará un a síntesis de lo cuali
tativo y de la cuantitativo cuya naturaleza no se puede en la actualidad
prejuzgar.
Por o tra parte, la em briología experim ental perm itió solucionar el
im portante problem a de las relaciones en tre las estructuras hereditarias o
innatas y las influencias de'l^medio en el desarrollo individual en general.
A hora bien, desde este punto de vista, es decir en su contenido mismo y
no sólo en su form a, el conocimiento embriológico concierne en forma
directa al problem a del desarrollo de la inteligencia y, en consecuencia, de
la epistemología genética, E n efecto, las estructuras hereditarias consisten
24 “Es com pletam ente ilusorio, dice Brachet, im aginar que el cerebro de un
niño que nace es u n a tabla rasa. P or el contrario, y para utilizar una expresión cuyo
sentido no es sólo morfogenético, tiene potencialidades” (Ibíd., pág. 176). “ Pero,
desde el nacim iento y hasta que se alcance el estado adulto, el cerebro proseguirá el
curso de su evolución; sin embargo, y desde ese m om ento, el factor que interviene
para dirigir el citado curso es el uso que hará de sus facultades nacientes; gracias
a él, unas se verán favorecidas, otras inhibidas” (págs. 175-176).
sus antecesores; el vicio hereditario de esta familia de espíritus no es otro
que el espíritu precrítico o metafísico, entendido en algunos casos en uno
de sus dos sentidos posibles y en otros en el sentido contrario.-”'
Sin em bargo, el neovitalismo de algunos contemporáneos tiene u n g ran
m érito: el de subrayar la existencia de los problemas y obligar a la explica
ción psicológica a no contentarse con esquemas demasiado fáciles. En ese
sentido, el concepto de totalidad, destinado a caracterizar el hecho de que
la form a de conjunto de los organismos es irreductible a la simple unión
de sus partes y que se origina en diferenciaciones sucesivas y no en u n a
posición altiva, es u n concepto perfectam ente adecuado desde el punto de
vista de la descripción de los hechos, y toda explicación que no logre
dem ostrar esta realidad en forma total es sin duda incom pleta. D e todas
formas, el concepto de totalidad no constituye en sí mismo un concepto
explicativo, al menos mientras no se señale la ley de form ación que carac
teriza al ‘‘todo” como tal. Este concepto es sólo u n a buena descripción y
pierde todo valor crítico tan pronto como se invoca al “todo” a título de
causa, o se lo considera como índice de la intervención de u n a “fuerza”
vital, in herente a la organización misma. Sin embargo, el neovitalismo se
deja a rra stra r siempre a este desliz paralógico de la descripción a la expli
cación. A p a rtir del hecho de que en la actualidad no existe ninguna
articulación posible entre la explicación mecanicista de las funciones p a r
ticulares y la descripción cualitativa de las formas totales (principio de la
sistem ática y de la anatom ía com parada), el neovitalismo deduce la irre-
ductibilidad, o incluso la contradicción entre las estructuras cualitativas y
las estructuras físico-químicas, m ientras el problem a sigue abierto. T an to
si se lo resuelve en el sentido de una absorción de lo cualitativo en el
mecanismo, o de una integración de lo mecánico en lo cualitativo, o
tam bién de u n a asimilación recíproca, de todas formas el problem a será
vuelto a exam inar, pero no ha sido aú n resuelto. E n consecuencia, es v an a
tarea la de prejuzgar su solución m ediante una doctrina que especule
nuevam ente, tal como lo hizo el vitalismo en los comienzos del siglo xix,
acerca de los límites sin cesar cambiantes de la explicación fisiológica
e la b o ra d a 'e n los distintos momentos históricos.
M ás aún, el concepto de totalidad puede expresarse, como sucede en
psicología (cf. la teoría de la Gestalt) y en sociología tanto en el lenguaje
del equilibrio funcional como en el de la sustancia o de las fuerzas vitales.
Se reduce en este caso a un sistema de interacciones que no suponen a priori
ningún concepto ajeno a esta relatividad. En particular, una relatividad de
este tipo no requiere ningún finalismo. A quí se plantea el gran problem a
de la finalidad, com ún a la biología y a la psicología y solidario de la
“fuerza” vital misma.
V éase en 'p artic u lar el cap. 3: “Causalité. finalité et vitalÍ5m e'\ de la obra
de Ph. F ra n c k : Le principe de causalité et ses limites. T rad . Dupiessis de Grenedarj
(F lam m ario n ).
del concepto de “fuerza” en el sentido tanto físico como “vital” . Ambos
conceptos, en efecto, han sido empicados en gran m edida por el pensa
miento científico en sus comienzos, pero su cam po de aplicación se fue
i educiendo a m edida que progresaron los conocimientos. Y la causa de
esta lim itación se debe a que estos dos conceptos son im putables, uno y
otro, a u n a tom a de conciencia incom pleta de la actividad p ro p ia : el con
cepto de fuerza estuvo unido en u n prim er m om ento a la im presión sub
jetiva del esfuerzo m uscular, antes de convertirse en relativo a un a simple
relación de aceleración, y el concepto de finalidad se origina en el senti
m iento de que el objetivo de una acción puede constituir su causa, mientras
que las relaciones objetivas én juego en tal caso caracterizan sólo una
equilibración en el seno de una totalidad causal y que, cuando se las analiza,
se com prueba que las relaciones subjetivas correspondientes dependen de
úna p u ra im plicación entre valores sucesivos.
En efecto, la finalidad, al igual que la idea realista de la fuerza, dio
lugar, en la física de Aristóteles, a una utilización ilim itada, que carac
teriza a todos los movimientos inorgánicos, ni “violentos” n i fortuitos,
y tam bién a los de los seres vivientes: según el Estagirita, todo móvil
anim ado de un m ovim iento “n atu ra l” tiende a u n a meta, de la misma
iorm a en que es movido por una fuerza. Descartes, por el contrario,
elimina ta n to 1a. finalidad como la idea de fuerza, mientras que Leibniz
restablece am bos conceptos a la vez. T oda la historia de la física, desde
Newton hasta Einstein, se caracteriza por los conflictos originados en las
dificultades prevenientes de la idea de fuerza, m ientras que todo el desa
rrollo de la biología, desde los vitalistas del siglo xvm hasta la fisiología
experim ental de la segunda m itad del siglo xix, está dom inado p o r los
conflictos del mecanicismo y de la finalidad, con regresión gradual de ésta.
A hora bien, cabe preguntarse a qué se debe esta evolución regresiva.
Ella se origina en el hecho de que el concepto de finalidad, al igual que
las formas iniciales del concepto de fuerza, es de origen subjetivo o egocén
trico, por oposición a los conceptos originados en la actividad constructiva
y operatoria del pensam iento. N adie, en efecto, objetará que el crédito
acordado al concepto de causa final se origina en prim er lugar en la utiliza
ción subjetiva de este concepto, que caracteriza a la acción intencional tal
como se le m anifiesta a la tom a de conciencia inm ediata. Se debe establecer
entonces el valor de este testimonio del sentido íntimo, antes de extraer
de él un concepto que pueda ser aplicado a la biología misma.
T engc h am b re y m e levanto p ara buscar com ida: éste es uno de los
innum erables hechos brutos que mi conciencia traducirá en términos de
finalidad y en él, el objetivo buscado dirige al parecer la acción desde su
comienzo. Sin em bargo, es evidente que esta tom a d e conciencia confunde
desde el prim er mom ento, equivocadam ente o no, pero sin d uda alguna
sin reflexión previa, dos series de fenómenos: la serie fisiológica de ¡os
estados m ateriales y la de los estados de conciencia, como si la conciencia
del objetivo o del deseo, etc., fuese causa, como estado de conciencia, de
les movim ientos de mi cuerpo. Analicemos entonces las dos series por
separado, a u n si la necesidad nos obliga a hacerlas interferir.
D esde un punto de vista fisiológico, el ham bre es un desequilibrio
m om entáneo del organismo, que se m anifiesta p o r medio de movimientos
específicos del tubo digestivo, etc. E n el otro extrem o del acto considerado,
la ingestión de un alim ento suprime ese estado inicial y restablece el
equilibrio. E n tre ambos se producen movimientos de las piernas, del brazo
y de la m ano desencadenados y orientados p o r las tensiones originadas en
el desequilibrio inicial y que luego concluyen con un retorno al equilibrio
final . 2 6 El conjunto de esta conducta elegida como ejemplo puede tra
ducirse así bajo la form a de u n pasaje entre u n estado de desequilibrio y
un estado de equilibrio, en el que cada causa p articu lar actúa en función
de esa transform ación de conjunto del sistema. A priori no' hay necesidad de
ninguna finalidad y se puede concebir u n a descripción simplemente causal
del proceso en cuestión, siem pre que se lo inserte en u n a “totalidad” (pero
con las reservas introducidas anteriorm ente en lo que se refiere a este
concepto que en sí mismo no es explicativo) caracterizada por leyes de
equilibrio.
Q uedan los estados de conciencia. El desequilibrio fisiológico se tra
duce a través de la conciencia de una “necesidad” , el ham bre, y esta
necesidad confiere u n “valor” a las anticipaciones representativas posibles
(percepción, im agen m ental, concepto, etc.) de un alim ento percibido o
concebido como algo que perm ite satisfacerlo. El sentim iento de este valor
final, es decir de la deseabilidad de la m eta a alcanzar, lleva entonces a
la atribución de valores derivados a las diferentes acciones que conducen
a esa m eta, y entonces a los movimientos de acercam iento, de búsqueda, etc.,
hasta el m om ento en que la “satisfacción” suprim e su utilidad. L a fin a
lidad consciente del acto se reduce así a un sistema de valores que se
determ inan unes a otros de la misma fo rm a en que la verdad de una
proposición se origina en la de otra; existe sin eüibargo una diferencia:
en él caso particular, no se trata de explicaciones lógicas, como en el cam
po de los valores regulados o normativos (como por ejemplo los valores
m orales), sino de simples regulaciones intuitivas, como en el cam po de
las estimaciones perceptuales o que se basan en la regulación eidétiea. El
encaje de las necesidades2T o de los valores, por su parte, se efectúa en
el mismo orden que el de la demostración de las proposiciones. En este-
últim o caso, la premisa A conduce a (o “provoca” ) la conclusión D y ésta
sirve a su vez de prem isa p a ra conducir a la prem isa C, etc..: entonces A
supone D y D supone C. D el mismo modo, el valor del objetivo A implica
el de u n medio D que im plica el de un m edio subordinado a este último,
G, etc. L a relación consciente de medios a objetivos es entonces sólo un
sistema de valores que se im plican unos a otros y que corresponden, en
térm inos de conciencia, a las regulaciones fisiológicas de la acción. Por
su parte, la inversión del orden tem poral qu e determ ina que el valor final A
se?, prim ario e im plique a los otros en el orden regresivo origina en la
§ 1. E l f i j i s m o v i t a l i s t a , l a t e o r í a d e l a i n t e l i g e n c i a - f a c u l t a d y
d e l o s u n i v e r s a l e s . Existe un prim er m odo de explicar
e l c o n o c im ie n t o
la adaptación: nos referim os al de las teorías “fijistas” anteriores al evolu
cionismo u opuestas a él después de su form ulación. Al considerarse que
las especies son inmutables, se estim a entonces que fueron creadas o que
existieron siempre, habiendo contado desde su origen con órganos y activi
dades susceptibles de' adaptarlos a sus medios respectivos. A . falta de tpda
evolución y de toda adaptación en devenir, los seres vivos constituyen de
esta form a u n a jerarq u ía inm óvil que se extiende desde los más humildes
a los m ás elevados, y dispone, según su jerarquía, de los procedim ientos de
conocimiento adaptados desde siempre a los sectores del universo corres
pondientes a su nivel jerárquico (desde la sensibilidad elem ental d e las
plantas y animales inferiores hasta la razón h u m a n a ).
A hora bien, esta concepción' que se prolongó (con algunas pequeñas
modificaciones) desde los antiguos hasta Cuvier y.Agassiz corresponde en
todos sus aspectos a la concepción de los griegos sobre la totalidad del
universo y no sólo sobre el m undo de los vivos: el conjunto de los seres,
tanto inorgánicos como orgánicos estaban ordenados, en efecto, de acuerdo
con u n a jerarquía inm utable. E n ese sentido, podemos proguntarnos si la
jerarquía cósmica de los peripatéticos, con sus diferencias cualitativas de
carácter físico entre las esferas del espacio, del m undo sublunar a las
esferas superiores, tuvo u n p unto de p artid a biológico o si el proceso genera-
lizador ha seguido el cam ino inverso. El biomorfismo radical que hemos
observado en la física de Aristóteles (vol. I I , cap. 1, § 7) h ab laría más bien
de u n a influencia recíproca entre lo físico y lo biológico.
Este parentesco entre la je rarq u ía estática de los seres vivientes, acep
tada po r el creacionismo o el fijismo en general y la jerarq u ía de las formas
del universo entero, supuesta en la representación del m undo entre los
griegos, perm ite la com prensión del gran parentesco que existe entre el
fijismo vitalista y la teoría de la inteligencia-facultad, prolongación psico
lógica del vitalismo, y con la hipótesis de un conocimiento directo de los
universales” , prolongación epistemológica de estas mismas tendencias de
partida.
D e esta form a, se estima que todo ser viviente, en relación con el que
se considera q u e ocupa-un nivel determ inado y perm anente en la jerarquía
y que no deriva de esta form a ni de seres inferiores ni de seres superiores
a él, está provisto de una organización preestablecida, tan to fisiológica como
m ental, que permite su adaptación directa al m edio que lo rodea. El
principio m o to r de su cuerpo se confunde, así, con el principio activo de
su conducta y de su conciencia: ello determ ina el estrecho parentesco
entre la fuerza vital que asegura los movimientos del cuerpo y al alma
provista de sus facultades. L a jerarq u ía de las alm as lleva así al alm a
hum ana, que posee u n a facultad de inteligencia razonable o ap titu d innata
p ara el conocimiento racional.
¿E n qué consiste este conocimiento? Al constituir el alm a misma
la “fo rm a” del cuerpo, cada ser, en todos los grados de la jerarq u ía (desde
los seres vivos hasta los cuerpos inorgánicos), p articip a por analogía de
form as similares. Estas formas son las que la doctrina aristotélica ordena
sim ultáneam ente en el campo de la explicación biológica y en el de la lógica
form al, considerada no sólo como el sistema de los conceptos inherentes a
la actividad del sujeto sino, sobre todo, como la expresión de la realidad
m ism a: lo real consiste así en u n a jerarquía de estructuras formales de las
que nuestra inteligencia posee el conocimiento inm ediato, en lo que se
refiere a sus elementos generales (los universales), aunque luego les otorgue
un contenido sensible por contacto perceptual. El platonism o proyecta las
form as en u n m undo de ideas, o “formas” suprasensibles, y las formas de
lo real les corresponden entonces gracias a un proceso de “participación” .
Sin em bargo, y tanto cuando se considera a las forma,s jerárquicas como
inm anentes, de acuerdo con el aristotelismo, o como trascendentes, en el caso
del platonism o, por ejemplo, en ambos casos ellas constituyen la esencia de
lo real y una esencia directam ente accesible a nuestra inteligencia.
L a transición histórica entre el vitalismo (creacionista. o simplemente
fijista) y la teoría del conocimiento que considera que la razón hum ana
constituye u n a facultad innata de aprehender los universales está represen
ta d a de este modo por el concepto de “ form a” , principio común de la
realidad biológica y de la clasificación lógica de los seres. Sin embargo,
e independientem ente incluso de toda filiación histórica, su parentesco
interno es evidente desde un triple punto de v ista: los caracteres generales,
en efecto, son, en ambos casos, los de ser estáticos, realistas y formales,
pero en el sentido de una form a que actúa sobre su m ateria causalmente
o por participación y no por construcción operatoria.
Carácter estático, en primer lugar: la negación de todo transformismo
condena al fijismo a explicar la adaptación m ediante los poderes internos
de cada organismo, de acuerdo con su form a específica, es decir a atribuirle
una fuerza vital, al mismo tiem po independiente de las actividades del
nivel inferior y provista de u n a finalidad propia en el nivel considerado.
Del mismo modo, toda teoría del conocim iento que atribuye a la razón el
poder innato de aprehender universales que existen desde siempre, se
condena, por el carácter doblem ente estático ' de esta facultad in n a ta y
de estos universales, a renunciar a toda construcción tanto in tern a como
externa y a conferir u n carácter plenam ente real al mismo tiem po que
un carácter de finalidad extrínseca al acto racional o intuición de tales
universales.
E n segundo lugar, carácter rea lista: si las “form as” que ambas teorías
creen alcanzar en el plano biológico y en el plano epistemológico fuesen
concebidas como productos d e u n a construcción, es decir de u n a evolución
de los organismos o de u n a elaboración intelectual, ellas aparecerían como
entonces relativas a m ecanismos de transform ación, que corresponderían
a u n a actividad del sujeto cognoscente; en la m edida en que se las considera
como estáticas, por el contrario, sólo pueden ser concebidas como existentes
en sí, de acuerdo con un doble realismo que se m anifiesta en biología a
través de u n a creencia en los caracteres vitales irreductibles y en epistemo
logía por la “subsistencia” de los universales, es decir p o r su realidad
independiente del sujeto.
El tercer aspecto.de estas doctrinas se origina en los dos precedentes:
el formalismo en el que culm ina el fijismo en biología y eh teoría del
conocimiento es u n a cencepción de la form a considerada ccm o causa en sí
y no como u n producto de construcción operatoria. P or un lado, el alm a o
el principio vital del cuerpo son form as que se im ponen bajo la form a de
u n a totalidad que actú a causgim ente sobre las partes que reúne. L a “causa
form al” de Aristóteles se observa así incluso en la argum entación del
neovitalismo m oderno, cuando se refiere a la forma de conjunto que actúa
sobre las reacciones físico-químicas de detalle. Por o tra parte, en las diversas
variedades de teorías platónicas y aristotélicas del conocimiento, las formas,
que no son concebidas ni como estructuras a priori del pensam iento ni
como el producto de construcciones operatorias que constituyen p o r ello
mismo causas que conciernen sim ultáneam ente a lo real y a nuestra facultad
intelectual: desde la participación platónica, causa de estos reflejos a los
que se reduce el m undo sensible y desde estas reminiscencias que consti
tuyen la razón, a los universales inm anentes pero activos del realismo lógico
o logístico, las formas tienen u n a virtud causal que sustituye al poder
operativo que las teorías no estáticas les confieren.
Q ue este fijismo, realista y form al, se presente habitualm ente bajo
la form a de u n a doctrina de las esencias cualitativas y lógicas, significa la
solución más simple, pero ello se debe tam bién, probablem ente, a q u e los
conocimientos biológicos de la teoría de los universales evocan las imágenes
de lo cualitativo. Sin em bargo, se puede concebir u n a d octrina p aralela de
carácter m atem ático, tal com o lo prueba la tradición que se extiende
desde Platón hasta los prim eros escritos de Russell, y que considera a los
núm eros y a las funciones como formas presentes desde siempre y accesibles
directam ente a la intuición racional. Sin embargo, la discordancia entre
las form as m atem áticas y lo cualitativo sensible conduce entonces a situar
a las prim eras en u n m undo suprasensible. De todas m aneras, y al igual
que las doctrinas de los universales lógicos (el pensam iento aristotélico y
a la vez platónico de los prim eros trabajos de Russell basta p ara demos
tra rlo ), este realismo de las form as abstractas sigue inspirándose en una
corriente paralela a la del vitalismo fijista en biología: su carácter com ún
reside en la creencia en la existencia de formas al mismo tiem po inm utables
y que actúan como formas.
§ 2. E l p r e f o r m i s m o b i o l ó g i c o y e l a p r i o r i s m o e p i s t e m o l ó g i c o . El
fijism o se prolonga en preform ism o cuando, obligado a reconocer la reali
d a d de u n desarrollo, se esfuerza de todos modos en m an ten er la p eren
n id a d de las form as: se considera entonces que las nuevas formas, surgidas
e n el transcurso de este desarrollo, preexisíen de m anera v irtu al a su ap a ri
ción real, es decir son “preform adas”, en el sentido estricto y etimológico del
térm ino.
El fijismo puro conocía sólo una variedad de desarrollo: al negar
el de las especies, se veía obligado a adm itir el de los individuos, lo que
d ab a lugar a u n a cierta dificultad de interpretación p a ra u n a doctrina
que niega la realidad de to d a construcción y de todo cambio. El pre-
fcrm ism o embriológico proporcionó la solución de este problem a que se
le había planteado al fijismo, al adm itir u n encaje de los gérmenes por
preform ación de los nuevos en los antiguos (véase capítulo 1, § 5).
Sin embargo, a p a rtir del m om ento en que la biología se vio obligada
a aceptar la realidad de la transform ación de las especies, él problem a se
m anifestó en toda su g en e ralid ad : el fijismo debía conciliar la perm anencia
de las formas con el hecho de la evolución. A hora bien, es evidente que
ta n to en este caso como en el del desarrollo em brionario, la única conci
liación posible consistía en considerar a la evolución como simplemente
ap aren te y a las formas específicas como, en realidad, preform adas v irtu al
m ente unas en las otras.
Las prim eras form as de evolucionismo parecían excluir una in te r
pretación de este tipo y se concibe con facilidad que la síntesis preform ista
e n tre la tesis fijista y la antítesis transform ista pudo surgir sólo después
de u n largo período en el que esta tesis era aceptada sin objeciones. T an to
el esquema darviniano de u n a evolución por pequeñas variaciones con
selección como , el esquema lam arckiano de u n a evolución continua bajo
la influencia del m edio atribuían, en efecto, a la evolución un valor de
construcción propiam ente dicha, irreductible al fijismo. Con Weíssmann,
p o r el contrario, aparece la síntesis bajo la form a preform ista. Sabemos
cómo W eíssmann, oponiéndose a la creencia lam arckiana y darviniana
de una herencia de los caracteres adquiridos, desarrolló los conceptos de
continuidad del plasm a germ inativo y de discontinuidad radical entre
som a y germen. U n a vez aceptados estos dos conceptos, se plantearon dos
posibilidades p a ra explicar los nuevos caracteres y las adaptaciones que
surgen en el transcurso mismo de la evolución: adm itir transformaciones
endógenas originadas en las perturbaciones del equilibrio físico-químico
de las sustancias germinales, es decir, de las “m utaciones” que se pro
ducirían sin conexión con el m edio exterior, pero en form a discontinua
en relación con los estados anteriores del germ en (y la adaptación se debe,
entonces, a u n a selección realizada po r el m edio ), o si no im aginar una
cierta preform ación de las form as nuevas en las antiguas. El propio
W eissm ann adoptó sobre todo en esta últim a posición: las “partículas
representativas” y sobre todo los “biosforos” , partículas últimas, conservan
eternam ente los factores de la herencia en el seno del plasm a germinativo
que se transm ite de generación en generación, y sólo las combinaciones
originadas en la generación sexual son fuentes de variaciones (sin consi
derar la hipótesis de la selección germ inal, introducida u lterio rm en te). La
continuidad absoluta del plasm a germ inativo, sobre el que simplemente
se in jertan los organismos somáticos sin influencia sobre él, asegura de
este m odo la predeterm inación de todo el m aterial hereditario.
A p a rtir de 1900, fecha del descubrim iento de las m utaciones y del
redescubrim iento de la ley de M endel, la doctrina más difundida para
explicar la evolución consistió en atribuirla a pequeñas fluctuaciones dis
continuas, originadas,. a su vez, por causas endógenas, fortuitas y sin pre
form ación (y se consideró nuevam ente que la ad aptación se debe a una
selección a posteriori ejercida por el m e d io ). El m utacionism o considerado
de esta m an era no es en absoluto preform ista, ya que tiene en cuenta las
variaciones espontáneas y no se lim ita a u n a com binatoria entre caracteres
elementales inm utables; sin em bargo, la actitud preform ista reapareció en
m uchos autores, aunque sin d a r lugar a u n a doctrina de conjunto tan
coherente como el antiguo fijismo o como las teorías puram ente evolu
cionistas.
§ 5. E l m u t a c i o n i s m o y e l p r a g m a t i s m o c o n v e n c i o n a l i s t a . Por
reacción contra el lamarckismo, y como consecuencia de los descubrimientos
experim entales que perm iten verificar la ley de M endel y que revelan la
producción espontánea de m utaciones bruscas, se desarrolló todo un movi*
m iento de interpretación que conquistó en algunos medios la casi unani
m idad de las opiniones y cuyos primeros signos de declinación se observan
sólo en la actualidad. P ara juzgar este “mutacionismo” , sin embargo,
conviene distinguir con cuidado dos cosas: por un lado, la doctrina que
se designa de este m odo y que consiste en u n a teoría explicativa entre otras
posibles; en segundo lugar, el hecho experim ental constituido por la exis
tencia de las m utaciones, a las que se puede explicar de diferentes maneras.
El principio de la interpretación “m utacionista”, en el sentido doctrinal de
la palabra, se reduce, entonces, a u n a doble afirm ación: las mutaciones
se producen en virtud de transform aciones internas de las sustancias germi
nales, sin influencia del medio exterior, pero estas mutaciones, consideradas,
así, como fortuitas en relación con el medio, son seleccionadas a posteriori
por éste; las m utaciones letales desaparecen en form a autom ática, mientras
que las únicas que subsisten son las m utaciones cuyos caracteres, por azar,
resultan ser com patibles con el m edio (en consecuencia, la adaptación no
es más que el resultado de esta separación).
Este doble esquem a de la variación fo rtu ita y de la selección a poste
riori, está ya presente, en parte, en la obra de Ch. D arw in, pero con dos
diferencias. Por un lado, D arw in, que tuvo el mérito de prever en forma
explícita la posibilidad de las variaciones fortuitas, adm itía, sin embargo,
la herencia de los caracteres adquiridos, aunq u e no les atrib u ía el papel
esencial que se le atribuye en la doctrina de Lamarck. Por otra parte,
D arw in, bajo el nom bre de selección, incluía sobre todo la selección entre
las especies y entre individuos originada en la com petencia y en la “lucha
por la vida” . Sin excluir la selección operada por el propio medio, atribuía
u n papel exagerado a la com petencia en el mecanismo de la selección;
desde entonces, se h a podido dem ostrar la escasa im portancia de tal factor.
Sin embargo, la idea darw iniana de selección suponía u n a generalización
posible en el sentido de u n a selección originada en el medio entero, y el
m utacionismo se com prom etió en esta dirección, debiéndose com prender
que esta selección no explica entonces a la variación como tal, sino, tan
sólo, la supervivencia de las variaciones viables.
El prim er dogm a de esta doctrina contem poránea, entonces, es la
producción puram ente endógena de las nuevas variaciones. Por otra parte,
debemos entendernos sobre este punto. Se h a podido dem ostrar que algunos
agentes tales como la tem peratura, los rayos X o los rayos ultravioletas
pueden determ inar la producción de m utaciones .'1 Pero, de acuerdo con el
m utacionismo, éstos son sólo procesos de aceleración o de desencadena
m iento: estos factores simplemente desencadenan un mecanismo interno
que hubiese podido funcionar por sí solo y que es la verdadera causa de
las m utaciones observadas; en particular, no existe ninguna relación precisa
entre la morfología de las mutaciones producidas y la naturaleza de los
factores desencadenantes o aceleradores. Por otra parte, todos saben que
el alcohol u otras toxinas pueden provocar enferm edades a las que se llam an
hereditarias porque se transm iten durante algunas generaciones. Pero no
se tra ta en este caso de un mecanismo realm ente genético, ya que estos
caracteres nosológicos no son estables: simplemente, se produce u n a intoxi
cación del germ en por penetración directa de las sustancias tóxicas en
las células germinales, y esta intoxicación desaparece por sí misma después
de algunas generaciones, de la m isma forma en que lo hace un a intoxicación
som ática de duración lim itada.
Las mutaciones, originadas por hipótesis en simples modificaciones
físico-químicas internas, son consideradas entonces como fortuitas en rela
ción con el medio exterior y con las influencias que ejerce sobre el soma.
Esto es evidente, ya que al ser el azar la interferencia de series causales
independientes, u n a interpretación que considere a la producción de las
mutaciones como independiente del medio llevará necesariam ente, bajo
reserva de una arm onía preestablecida o de u n a finalidad contradictoria
con la causalidad físico-química asignada a las m utaciones, a la idea del
carácter fortuito de éstas respecto del medio.
U na vez producida la m utación, se com prende con facilidad, p o r o tra
parte, que el mecanismo de selección determ inará su supervivencia o su
desaparición. Sea, por ejemplo, la m utación que determ inó que el topo
sea ciego (carácter que L am arck atribuía al no funcionam iento del órgano) ;
autom áticam ente, los topos ciegos desaparecerán de la superficie del suelo
donde serían víctimas tanto de sus enemigos (rapaces, etc.) como de su
incapacidad para hallar las condiciones propicias de alim entación; p o r el
contrario, los topos sobrevivirán bajo tierra porque escapan a estas causas
de destrucción. L a m utación fortuita da lu g ar entonces a un a selección
a posteriori (es decir después de su producción) p o r parte del medio en
general, sin que la adaptación resulte de u n a acción d e este medio sobre
la m utación misma. Cabe preguntarse por qu é el hecho de vivir bajo tierra
como conducta psicológica pudo d ar lugar, entonces, a una fijación heredi
taria, es decir a u n instinto: el mutacionismo .responderá que los instintos,
12 L. C uénot: L ’adaptation (D o in ).
preform ismo que sim plem ente omite las dificultades y recurrim os en forma
im plícita a u n a interacción entre el organismo y el m edio: en efecto,
anticipar un acuerdo con el medio supone, ya, sufrir su influencia.
■A hora bien, se puede realizar una reflexión que los mutacionistas
olvidan a m enudo, cuando atribuyen todo al azar o se com prom eten en la
dirección preform ista; dicha reflexión, si se la profundiza, puede elucidar
las relaciones más esenciales que existen entre el organismo y el medio.
Si todo es azar y selección a posteriori, los conceptos fundam entales de la
inteligencia, cuyas raíces se encuentran en la región sensoriomotriz que
vincula la vida m ental con el organismo, tienen entonces tam bién, por su
parte, u n a fuente fo rtu ita en relación con la experiencia. A p artir de ello,
se podría deducir que la ciencia, que es la m ejor adaptación del organismo
hum ano al m edio exterior, sería adecuada a su objeto sólo en la m edida
en que constituyera u n a acom odación fenotípica y sería u n producto del
azar en la m edida en que sus ideas fundam entales expresaran nuestra estruc
tura m ental hereditaria. E n consecuencia, el m utacionismo sería u na doc
trina más o menes fortuita, es decir que obraría al azar, en la m edida
en que se basa en la razón. A esto, los mutacionistas prudentes responderán
que la razón está efectivam ente adaptada a lo real, pero sin que se sepa
cómo. Surge entonces el mismo dilem a: esta adaptación se origina de una
arm onía preestablecida entre m arcos a priori y la experiencia, y henos
nuevam ente en el preform ismo, o si no existe una interacción entre el medio
y el organismo, lo que nos conduce al interaccionismo.
Sí examinamos antes las objeciones suscitadas en epistemología de las
ciencias por el convencionalismo, encontramos las mismas dificultades, ya
que la convención, se reduce a lo arbitrario, es decir el azar tradiicido en
térm inos psicológicos, o si no las así llam adas convenciones no son tales
en realidad. Si todo es convención, respondió L. Brunschvicg a Poincaré,
la palabra convención pierde su significación, ya que una convención se
refiere esencialmente a lo que no es convencional. En ciencia, al igual que
en biología, existe entonces adaptación propiam ente dicha y esto es probado,
precisam ente, po r la aplicación del concepto de espacio a la física. M ientras
Poincaré, fiel a su convencionalismo, consideraba que el problem a de saber
si el espacio de la experiencia es euclidiano o no carece de significación, ya
que se trata de simples traducciones de la experiencia, más o menos cómodas
en relación con el carácter fortuito de nuestros órganos y de nuestra consti
tución, la evolución de esta m ism a teoría de la relatividad a cuya creación
Poincaré había contribuido (y que hubiese podido desarrollar en su tota
lidad de no haber sido por su convencionalismo) decidió finalm ente en
favor del espacio ríem aniano: esta teoría demostró entonces que la elabo
ración de los esquemas espaciales constituye u n a adaptación propiam ente
dicha y no sólo el resultado de decisiones arbitrarias en relación con lo real,
con selección a posteriori de acuerdo con u n principio de simple corres
pondencia global.
E n lo que se refiere a la teoría pragm ática en general, su subordinación
de lo verdadero a lo ú til o al éxito condujo a u n simple irracionalismo.
Caben dos posibilidades: la acción invocada por el pragm atism o conduce
a operaciones coherentes (como en Dewey) y volvemos a la razón, pero
tam bién a una adaptación que supera lo cómodo y lo p ráctico ; o si no la
acción perm anece subordinada a su éxito como tal, desligada de toda ade
cuación d u radera con lo real y de to d a coherencia form al, y se d a la
espalda entonces, en form a sim ultánea, a la operación y a la razón, en
beneficio de “existencias” que recuerdan las de la fenom enología pero que,
al menos, tienen el m érito de reconocer su carácter subjetivo y utilitario.
§ 6 . E l i n t e r a c c i o n i s m o b i o l ó g i c o y e p i s t e m o l ó g i c o . El lamarekis
mo, al explicar toda variación p o r la presión exclusiva del m edio exterior,
debe enfrentar las dificultades inherentes a la transm isión de los caracteres
ad quiridos; el mutacionism o, p o r su parte, al negar toda influencia del medio
sobre los mecanismos hereditarios, enfrenta la dificultad inversa de un a
imposibilidad de explicar la adaptación. ¿N o sería posible, entonces, con
cebir una actitucf interm edia que túviese sim ultáneam ente en cuenta las
producciones endógenas del organismo y las influencias del medio, pero
subordinando éstas a la consideración de um brales de intensidad, de d u ra
ción, etc., que expresarían la resistencia característica de los mecanismos
internos a las influencias del exterior? E sta tesis, entonces, equivaldría a
'Hecir que, pese a que si bien no todos los fenotipos se transformar) en
genotipos como lo afirm aba Lam arck, algunos, sin em bargo, lograrían
fijarse hereditariam ente.
A hora bien, hasta hace algunos años se hubiese considerado que esta
afirm ación correspondía a la especulación p u ra ; en la actualidad, se la
puede fu ndam entar en dos tipos de hechos. El prim ero, y de lejos el más
im portante, es la producción experim ental de m utaciones m ediante com
puestos químicos. M ientras que hasta ese m om ento se hab ía logrado suscitar
la aparición de m utaciones sólo por interm edió de radiaciones (rayos X,
etc.), que desorganizan en p arte la sustancia germ inal, un cierto número
de investigadores (A uerbach y Robson, Dem erec, etc.) lograron producir
m utaciones en las bacterias, en especial en el caso de la Escherichia foli,
recurriendo a diversas sustancias, como el desoxicolato de sodio, etc . 1 3
A hora bien, contrariam ente a las objeciones de algunos mutacionistas, se
h a podido com probar que las bacterias pueden reproducirse sexualmente
y que los resultados observados poseen, entonces, un valor general. Por
otra parte, las mismas sustancias producen modificaciones en el patrim onio
genético de los drosofilas. D e esta form a, nos encontram os en el punto
inicial de trabajos de gran im portancia en lo que se refiere al análisis de
la organización estructural y de la m odificación de los genes.
E n segundo lugar, en algunos casos privilegiados es posible poner de
m anifiesto la fijación de algunos fenotipos en genotipos, incluso si’el proceso
de esta fijación es aún com pletam ente misterioso. Esto es lo que hemos
in tentado realizar m ediante el estudio de las razas lacustres de L,imnea
stagnalis que hercios m encionado anteriorm ente (capítulo 1, § 4 ). U na
genes que aparentem ente no pueden estar constituidos por genes y que al parecer
son m antenidos en form a independiente de ellos. Es posible que la distinción entre
los casos (1 ) y ( 2 ) , así como entre los casos (3) y (4) se origine en una información
experim ental incom pleta. En la actualidad no estamos tampoco informados sobre las
relaciones exactas en tre los plasmagenes y las estructuras visibles (p, ej., los plástidos)
del citoplasma. Sin embargo, e independientem ente de las relaciones entre los genes
cromosómicos y los plasmagenes, “su separación en dos medios diferentes tiene conse
cuencias profundas. L a localización de los genes nucleares en los cromosomas deter
mina que sean portadores del mecanismo mendeliano de la herencia. El medio
citoplasmático más variable de los plasmagenes les perm itirá quizá servir como expli
cación a las dem andas variadas de la diferenciación celular en el gran enigma del
desarrollo del huevo hasta el adulto” . Desde ya, podemos suponer la existencia de un
sistema m ás o m enos amplio de intercambios entre los mecanismos de la herencia
nuclear y los de la herencia o de la morfogénesis citoplasmática, así como también
entre las interacciones que vinculan el citoplasma al m edio exterior.
ciones de más en más com plejas y que presentan u n a am plitud cada vez
mayor. C uando el sujeto se ve sometido a una presión p o r parte de la
experiencia (equivalente m ental del “medio” ) , en u n prim er momento se
produce u n a simple acom odación, con asimilación del objeto a la propia
actividad, pero en la m edida en que esta presión se reproduce, tarde o
tem prano se produce u n a respuesta anticipato ria: el hábito perm ite de
este m odo u n a serie de anticipaciones progresivas (como por ejemplo
corregir u n a posición antes de perder el equilibrio, e tc.), que suceden a un
aprendizaje que en un prim er m om ento es esencialmente acomodatorio.
Con la inteligencia, es evidente que las anticipaciones aum entan su poder,
ya que se basan entonces en la representación. Sin em bargo, y éste es el
aspecto esencial, la anticipación actúa ya desde los hábitos motores más
elementales. A hora bien, y tocamos entonces el problem a de la herencia,
la anticipación m otriz no está ligada sólo a los hábitos ad q u irid o s: todo
reflejo y todo instinto (concebido como u n sistema de reflejos) es, precisa
m ente, un juego de anticipaciones reguladas en forma hereditaria. Ello no
significa que el reflejo derive del hábito, ya que, por el contrario, el hábito
se in jerta sobre los reflejos, sino que significa que el sistema de las antici
paciones m entales constituye una serie continua, desde el reflejo y el
instinto hasta la inteligencia operatoria. Si existen entonces respuestas
anticipatorias en la morfogénesis orgánica, ellas no son excepciones o
anom alías ya que todo el juego de los mecanismos sensoriomotores heredi
tarios se basa ya en el mismo principio.
Si, efectivamente, esto es así, adm itir que u n arreglo fenotípico
pueda fijarse bajo form a de genotipo equivale, entonces, a suponer que
u n a acom odación m om entánea pueda d a r lugar a u n a anticipación here
ditaria. Ignoram os todo de u n mecanismo semejante, pero tam poco cono
cemos n a d a en relación con la form a en que el desarrollo de los tejidos en
el em brión p u ed a efectuarse como si ellos “supiesen el fu tu ro ” , de acuerdo
con la expresión de C arrel. A hora bien, si ante la evidencia de una
relación con el medio, espíritus eminentes llegan a retro trae r el punto de
p artida de tales anticipaciones a nivel de u n a preform ación en el patri
monio hereditario más lejano de la especie, ¿p o r qué sería absurdo adm itir
que la respuesta de u n a especie a u n a influencia externa productora d e un
fenotipo consista en una anticipación genotípica? La anticipación, respuesta
activa del organismo, reem plazaría de este modo al “hábito” pasivo de
Lam arck en la transm isión de las influencias del medio, lo que explicaría
por qué esta transm isión se ve som etida a um brales que la lim itan al
som eterla a condiciones de duración, de intensidad, etcétera.
E n resumen, sin atribuir al m edio exterior la prim acía que le acuerda
el lamarekismo, pero sin encerrar por entero al organismo sobre sí mismo, el
interaccionismo reconoce la interdependencia del m edio y del organismo
y sitúa en lo actual las anticipaciones morfogenéticas que las soluciones
preform istas sitúan en lo v irtu a l; ello equivale a in troducir u n a cierta
reversibilidad en el mecanismo hereditario, en lugar de contentarse con
arm onías preestablecidas. A hora bien, se com prueba con facilidad que le
corresponde un punto de vista biológico semejante al interaccionismo epis
temológico en general. Gomo lo hemos visto todo el tiempo, no existen
acomodaciones a los objetos sin u n a asimilación de éstos a la actividad
del sujeto, y recíprocam ente. L a relación entre el objeto y el sujeto es
indisociable desde un prim er m om ento y se observa incluso en el equilibrio
final de las operaciones que son sim ultáneam ente acom odación a la expe
riencia y asimilación de lo real a la inteligencia del sujeto. A hora bien,
pese a que sólo las operaciones alcanzan la reversibilidad com pleta, desde
el comienzo de la vida m ental existen funcionam ientos anticipatorios que
suponen u n comienzo de reversibilidad; en efecto, la anticipación de un
futuro, p o r cercano que éste sea, supone, por estar basada en la repetición,
u n a doble orientación, en prim er lugar del presente al pasado, y luego de
este pasado al futuro po r asimilación a las relaciones anteriores. Este
comienzo de reversibilidad, im plicado por toda actividad m ental, puede
ser observado al parecer igualm ente en cada respuesta h ereditaria del
organism o an te u n a acción del m edio; esta reversibilidad elem ental cons
tituiría de este modo u n nuevo p unto de unión entre la construcción de
las “form as” orgánicas y la de las “formas” mentales.
§ 7 , C o n o c im ie n t o y v id a : l a e v o l u c ió n d e l o s s e r e s v iv ie n t e s y l a
d e l a r a z ó n . A las seis hipótesis posibles form uladas p a ra dar
e v o l u c ió n
cuenta de la adaptación y de la evolución biológica corresponden, de este
modo, las principales interpretaciones del conocimiento como adaptación
de la razón a un real correlato de la evolución del pensam iento mismo.
E n efecto, hemos distinguido tres hipótesis que niegan o lim itan la
evolución y explican la adaptación m ediante u n a arm onía preestablecida
ccn el m edio exterior (fijismo v italista), por estructuras internas de la
organización (preformismo) o si no tam bién m ediante u n a relación de
totalidad que une lo interno y lo externo (em ergencia). A estas tres posi
ciones corresponden tres actitudes epistemológicas igualm ente no genéticas
o que lim itan la evolución de la razón, u n a que recurre a form as comple
tam ente constituidas exteriores al sujeto (intuición de los universales),
otra a form as internas (apriorism o) y la tercera a la unión . i.ndj§Q£Íab,le
del sujeto y del objeto (fenom enología). Por otra parte, tam bién son
posibles tres hipótesis genéticas, una>qjie explica la evolución por la sola
presión del medio exterior (lamarckismo) 1'’BttarpffiF variaciones puram ente
endógenas (m utacionism o) y la tercera por su interacción. Ello da lugar
tam bién a tres puntos de vista epistemológicos: empirismo, convenciona
lismo e interaccionismo. E n ambos campos, entonces, nos encontram os en
presencia de seis posibilidades, de acuerdo con u n a tabla de doble entrada
que com prende en una dimensión las dos variedades no genéticas o gené
ticas y en la o tra dimensión los tres factores posibles de adaptación:
externo, interno o mixto.
Si u n paralelismo sem ejante fuese exacto, acarrearía dos tipos de
enseñanzas, uno relacionado con el conocimiento biológico y el otro con
el parentesco efectivo de la vida y de la razón. ¿Pero acaso el cuadro
precedente agota todas las posibilidades (hablamos naturalm ente de los
tipos generales de explicaciones sin entrar en las subdivisiones definidas
que com portarían) ? Sí, pero con una excepción. Se p la n tea un a séptima
posición epistemológica concebible e imposible de clasificar en el cuadro
precedente: la que se opondría precisam ente, en su principio mismo, a
reconocer todo parentesco y todo paralelism o entre lo racional y lo vita!.
A hora bien, y pese a que u n rechazo semejante caracteriza, en general,
al irracionalism o, como lo m uestra el ejem plo del bergsonismo, no se lim ita
sin em bargo a éste y u n a epistemología tan próxim a de las ciencias como
la de A. L alan d e sostuvo este m ismo p u n to de vista. Debemos entonces
discutirlo brevemente, antes de concluir.
Según A. L alande (vo'f. I I , cap. 3, § 5 ), la evolución de la vida,
de acuerdo con la fórm ula de Spencer, se caracteriza por u n pasaje de lo
homogéneo a lo heterogéneo, con integración correlativa, es decir que los
seres superiores son, al mismo tiem po, más diferenciados que los inferiores
y constituyen totalidades funcionales tan to m ás integradas. A hora bien,
la razón, por el contrario, y según L alande, participa del m ovim iento que
tiende hacia lo homogéneo que le parece caracterizar tan to la “disolución”
de los seres como la de las norm as morales e intelectuales. De la misma
form a en que la m oral es u n a renuncia al yo, a la satisfacción de los
instintos y a la vida en tan to afirm ación del poder, de la m ism a forma
la razón es, esencialm ente, identificación, ya que asimila las cosas entre
sí y las cosas al espíritu en la dirección de un progreso com ún hacia la
identidad.
Sin em bargo, esta oposición radical entre la vida, o entre la asimilación
orgánica, y la razón, es aceptable sólo si se reduce la asimilación intelectual
a la identificación pura. A hora bien, hemos com probado todas las difi
cultades que presenta esta tesis en los campos m atem áticos y físicos (vol. I,
cap. 3, § 4 y vol. II, cap. 2, § 5 ) ; la razón no se lim ita sólo a identificar
simplemente,' ya que su ejercicio consiste en composiciones que conducen
tanto a diferenciaciones como a identidades y que “ag ru p a n ” operaciones
en sistemas constructivos, en lu g ar de elim inar sim plem ente lo diverso. De
este modo, la asimilación racional es u n a asimilación de lo real a opera
ciones móviles y reversibles y sólo artificialm ente se p o d ría considerar que
tales organizaciones operatorias representan la exacta antítesis de la organi
zación vital. M uy por el contrario, si desde los extremos pasamos ahora al
análisis de las etapas interm edias, se percibe entonces que la operación
constituye el térm ino últim o de las acciones y que, a los estadios que
conducen desde la acción irreversible elem ental hasta la operación rever
sible, corresponden u n a serie de formas sucesivas de asimilación: asimila
ción a la actividad propia sensoriomotriz o intuitiva, luego a las opera
ciones concretas y sólo por últim o a las operaciones formales. A hora bien,
estas diversas formas de asimilación aseguran precisam ente la continuidad
entre la asimilación biológica, que es una incorporación de las sustancias
y de las energías en la organización del cuerpo propio, la asimilación
m ental elemental, o incorporación de los objetos en los esquemas de la
actividad propia, y la asim ilación racional o incorporación de los objetos
en los sistemas de operaciones. D e este modo, el térm ino final de esta
organización racional parece ser, en u n grado m ucho mayor, la form a de
equilibrio h ac ia la que tienden desde el comienzo la asim ilación del medio
a las actividades del ser viviente y la acom odación de éste a aquél, que
el resultado de una inversión de sentido (sin m encionar los múltiples
instrum entos orgánicos utilizados por la inteligencia en su construcción de
les conceptos). Sin duda, las propiedades de la asimilación racional, en
algunos puntos, son muy diferentes de las de la asimilación biológica, ya
que la reversibilidad lograda por la razón conduce a u n a asimilación
esencialm ente formal y no ya al mismo tiem po m aterial y formal como
la subordinación de las sustancias ingeridas a las form as del ser viviente.
Sin embargo, y lejos de señalar una oposición radical, estas diferencias
m uestran, simplemente, que la vida, por medios sim plem ente orgánicos,
no podría realizar las formas de equilibrio que alcanza gracias a la inteli
gencia y al pensam iento, es decir gracias a su prolongación natural.
H. Bergson retom ó la tesis de A . L alande (u n a breve nota de la
Evolution créatrice señala la influencia que dicha tesis ejerció sobre él),
pero am plificándola hasta considerar a la vida como u n vasto ím petu
ascendente que cae sin cesar sobre sí m ism o bajo form a de m ateria inorga
nizada. Conocemos la m anera en que el autor de esta m etafísica audaz
se esforzó en dem ostrar la necesidad de concebir a la razón como orientada
en el mismo sentido que la m ateria en su m ecanización continua, m ientras
que el ím p etu mismo de la vida sólo podría ser alcanzado gracias al
instinto, prolongación viviente de los órganos en oposición a los instru
m entes m ateriales forjados por la inteligencia, o gracias a la intuición, es
decir al instinto que deja de ser ciego y tom a conciencia de sí mismo.
Sin em bargo, y pese a que la fascinación, de. las tesis bergsó.nianas
puede seducir hasta el punto de ocultar hechos más evidentes, éstos, sin
embargo, se . imponen a Iá reflexión. . E n prim er lugar, podemos pregun
tarnos si es efectivam ente cierto que el instinto se opone a la inteligencia
p o r e¡ solo hecho de que, al ser una prolongación de los órganos vivientes,
contradiría a la lógica y a la m atem ática originadas en la acción sobre
la m ateria sólida por el intermedio. de los instrum entos que actúan especial
m ente sobre ella.- ¿Las formas hexagonales de las células construidas por
la abeja son una concesión que el instinto hace a la m a teria moldeada
p o r él. o señalan u n a geometrización inherente a la actividad instintiva
misma? ¿L as formas geométricas de las telas de arañ a están orientadas
en el sentido del ím petu vital ascendente o de la m aterialización descen
diente? Y si se tom an, efectivamente, como criterios la prolongación
funcional dé los órganos y la construcción de los instrumentos, ¿no se
observan todos los niveles intermedios entre la actividad instintiva y
el nacim iento de la inteligencia sensoriomotriz en el m ono superior y en el
niñito antes de la adquisición del lenguaje? El hecho de que la inteligencia
se haya originado en la acción sobre la m ateria, ¿m odifica en algo su.
naturaleza vital, y acaso el instinto, po r su lado, no es tam bién acción sobre
la m ateria, ta n a menudo, por otra parte, como la inteligencia es acción
sobre lo viviente?
Bergson tuvo el gran m érito de situar los problem as epistemológicos
en el terreno de la psicología m isma y todos saben la gran influencia que,
independientem ente de su metafísica, tuvo su psicología. E n consecuencia,
y p a ra poner a prueba el valor de las antítesis de conjunto que constituyen
su sistema, debemos retom ar el análisis psicogenético. Los problem as cen
trales que se p lantean entonces son los siguientes: ¿Q ué relaciones hay
entre la inteligencia naciente y la acción, así como entre ésta y la organiza
ción refleja o instintiva del individuo? El propio Bergson m ostró en form a
adm irable las relaciones del conocimiento con la acción, y si bien la idea
de que la inteligencia se originó exclusivamente en la acción sobre la
m ateria puede parecer cuestionable, de todas formas ella nació en la acción
y las acciones m ás simples son, sin duda, las que se ejercen sobre la m ateria
sólida y externa. ¿Se deben entonces atrib u ir las estructuras lógicas y
m atem áticas a este cam po de aplicación mismo, como si los que hubiesen
im puesto su form a a la inteligencia fuesen los caracteres de la m ateria,
o acaso la acción en tanto que acción supone ya u n a esquem ática, indepen
diente de sus puntos particulares d e aplicación? Se conoce la bella des
cripción de “esquema dinám ico” realizada por Bergson sobre el tem a de
la invención y que preanunciaba los trabajos de Selz sobre los “esquemas
anticipatorios” . A hora bien, ¿ toda acción no supone acaso u n a aplicación
de tales esquemas, encajados en diversos grados, y el punto de p artid a de
la lógica m ism a no se debe buscar en estos sistemas de puestas en relación
y de encajes, independientem ente de los objetos particulares que de este
m odo asim ilan?
Si proseguimos el estudio de este esquematism o de las acciones ele
mentales y de su coordinación en actos de inteligencia percibimos, entonces,
cuán artificiales son los límites entre la inteligencia y la intuición o
incluso entre la inteligencia y el “instinto” . Según Bergson, el modelo
de los datos esencialm ente intuitivos está representado por la percepción
interna de la duración p u ra. A hora bien, hemos visto (vol. I I , cap. 1, § 3)
que el concepto mismo de duración psicológica, cuyo desarrollo podemos
observar en el niño, está constituido por encajes basados en relaciones de
orden, y estos encajes y relaciones son susceptibles de desarrollarse hasta
constituir u n a estructura propiam ente operatoria. L a intuición bergso-
n iana no es la antítesis de la inteligencia ya que se escapa a un cierto
esquematismo, ni siquiera, en ningún campo, en el limite de la conciencia,
en. la región de los datos supuestam ente “inm ediatos” , es decir cuyas
conexiones no son explícitas; ahora bien, este esquematismo, por su parte,
ya constituye u n a especie de lógica preoperatoria que conduce a las opera
ciones concretas.
U na vez dicho esto, la prolongación de los órganos qu e en realidad
constituye el instinto no se debe considerar, tam poco, como situada en las
antípodas de la lógica: se tra ta sólo de una lógica de los órganos, es decir
de u n encaje de los esquemas hereditarios y no ya construidos en el trans
curso del desarrollo individual; pero sus leyes son las mismas y por ello
és tan difícil poder dilucidar, sin experiencia precisa, si u n a conducta
anim al depende del instinto, de la inteligencia (o aprendizaje adquirido)
o, como suele suceder por lo general, de ambos a la vez (como el “instinto”
depredador de los gatos, estudiado por Kuo, etc.). A hora bien, si esto
efectivam ente es así, la antítesis entre la vida y la intelige-ncia resultaría
entonces artificial, ya que la inteligencia, y a igual título que el instinto,
es u n producto de la vida y que su esquematismo presenta innegables
funcionam ientos comunes, por m ás que se base en estructuras de niveles
diferentes. D e este m odo, en el desarrollo de la razón, que prolonga direc
tam ente el ím petu creador de la vida, se pueden observar los caracteres
de im previsibilidad y de creación continua que Bergson atribuyó a la vida
p or oposición a la razón. L a epistemología de L. Brunschvicg, que insistió
sobre todo en dichos caracteres ofrece, a este respecto, el ejemplo de una
especie de bergsonismo del ím petu intelectual, en oposición o en paralelo
con el de la intuición.
El paralelism o que hemos creído discernir entre las teorías biológicas
de la adaptación o de la evolución y las principales actitudes epistemo
lógicas conserva, de este modo, toda su significación y com porta entonces
los dos siguientes tipos de enseñanza.
El prim ero es el de que el pensam iento biológico procede ya con los
mismos esquepias que el pensam iento psicológico y epistemológico. Esto
no significa que el prim ero se base en el segundo, pese a que casi siempre
las teorías epistemológicas que hemos puesto en correspondencia con las
teorías biológicas fueron elaboradas antes de sus correspondientes. Por
el contrario, la psicología experim ental se basa en la biología, y la episte
m ología científica deberá recurrir siempre a los análisis biológicos, en la
m edida en que éstos aprehendan con mayor rigor las relaciones entre
el organism o y el medio. Pero la analogía de los esquemas del conocimiento
biológico y los del conocim iento psicológico y epistemológico, dé todas
form as (y a este respecto, las fechas históricas de form ación proporcionan
u n índice- m ás) constituyen el signo de que entre estos dos tipos de conoci
m iento existe u n a relación de igual tipo que entre el conocimiento físico y
el conocimiento m atem ático. E n el caso de estos dos últimos campos, el
elem ento com ún está representado por la deducción operatoria que la m ate
m ática desarrolla p a ra sí m ism a y que la física aplica a lo real por asim ila
ción de la causalidad a la operación deductiva. E n el caso de las ciencias
de la vida orgánica o m ental, el elemento común está representado p o r la
historia de las formas, ya que en cada uno de los campos de la vida o del
conocimiento nos encontram os en presencia de form as que evolucionan
de acuerdo con u n proceso histórico real y de formas que d u ran asim ilando
el medio, al mismo tiem po que se acom odan a él. ¿L a analogía de solu
ciones im aginadas p ara resolver sobre todos los terrenos donde se encuentra
este mismo problem a, deja entrever, entonces, entre las varias disciplinas
cuyo objeto son los hechos m entales y aquellas-que tienen como objeto los
hechos orgánicos u n a relación entre implicación y la explicación análoga
a la que se expresa en la relación entre la deducción m atem ática y la
causalidad física? L o que precede perm ite p lan tear el problem a, pero no
resolverlo y, tal como lo veremos en el capítulo I I I , la solución dependerá
por entero de las conexiones que se establezcan entre el modo de conoci
miento característico de la psicología experim ental y el conocimiento
biológico.
Por el contrario, podem os obtener una segunda enseñanza a p artir del
paralelismo analizado en el presente capítulo. Si los problem as biológicos
y epistemológicos son realm ente solidarios, ello se debe a que el conoci
miento prolonga efectivam ente la vida m ism a: al ser el conocimiento una
adaptación y al constituir el desarrollo tan to individual como colectivo
de la razón evoluciones reales, el mecanismo de esta adaptación y de esta
evolución dependen en realidad de. los mecanismos vitales considerados en
toda su generalidad.
E n prim er lugar, existe u n a estrecha analogía entre las leyes del
desarrollo embriológico y las del desarrollo individual de la inteligencia.
D e la misma form a en .que la ontogénesis orgánica presenta una sucesión
de estadios que difieren unos de otros por su estructura cualitativa pero que
se orientan todos de acuerdo con un mismo mecanismo funciona] hacia: una
form a de equilibrio final constituida por el estado adulto, la ontogénesis
de la inteligencia se caracteriza por una sucesión de estadios cuyas estruc
turas intelectuales difieren a través de u n mismo funcionam iento y que
tienden hacia el equilibrio final representado por la organización de las
operaciones reversibles. D e la m ism a form a, además, en que el desarrollo
embriológico está regido po r “organizadores” cada uno de los cuales estruc
tura un cierto cam po y pone en m arch a el funcionam iento del organizador
siguiente, los esquemas de la inteligencia sensoriomotriz, y luego del pensa
miento, estructuran lo dado y se org'anizan unos a otros de acuerdo con
uri orden determ inado.
Pero, en segundo lugar, la continuidad entre la vida y el conocimiento
m uestra ser m ucho más general y concierne al conjunto de los procesos
evolutivos y no sólo a la ontogénesis. L a vida, tal como lo señaló el biólogo
Brachet, es “creadora de form as” . A hora bien, la inteligencia tam bién lo
es, con la diferencia de que no se tra ta ya de formas m ateriales sino de
estructuras funcionales que constituyen la form a de las actividades ejercidas
sobre las cosas y, sobre todo, de las operaciones aplicadas a lo real: de todas
m aneras, se tra ta de form as cuya riqueza y fecundidad superan en cierto
sentido las form as de lo real. Los seis tipos de. interpretaciones de la
evolución que hemos exam inado equivalen, de este modo, a explicar
la naturaleza de estas form as biológicas al mismo tiem po que la episte
mología correspondiente explica las formas intelectuales de acuerdo con e!
mismo esquema. Además, y como acabam os de señalarlo u na vez más
(al comienzo de este párrafo) la asimilación, biológica, que es la reduc
ción de una m ateria exterior a las form as de la vida, se prolonga en una
asimilación intelectual, que constituye tam bién la reducción de u na m ateria
a las formas de la actividad y del pensam iento.
E sta continuidad de la vida y de la inteligencia asigna a la biología
su verdadero lugar en el m arco de las ciencias. Disciplina esencialmente
experim ental y no deductiva, realista y que considera en form a m uy limi
ta d a la actividad del sujeto, en el proceso del conocimiento que la carac
teriza, la biología vuelve a encontrar al sujeto a título de objeto, con sus
“form as” de actividad m ental, gracias a la transición realizada por la
actividad m orfogenética en juego en la evolución filogenética al igual que
en el desarrollo embrionario. D e este modo la biología procede de la
físico-química pero prepara la psicología, y la teoría biológica de la ad ap
tación p re p a ra las soluciones de la epistemología. Sin duda, sólo el día
en que la biología haya resuelto el problem a de las relaciones entre el
organism o y el medio se com prenderá, en efecto, algo preciso en relación
con el m ecanism o del conocimiento. Ello indica en grado suficiente el
lugar esencial que ocupa la biología en el circulo epistemológico de las
ciencias.
EL PE N SA M IE N T O PSIC O L O G IC O , EL PE N SA M IE N TO
SO C IO L O G IC O Y LA LO G IC A
lógica.
LA E X PL IC A C IO N EN PSIC O L O G IA ■
4 Esto fue apreciado correctam ente por Glaparéde a p artir de sus trabajos sobre
la “Genése de l’Hypothése” (Arch. de Psychol., t. xxiv, 1933), pero él amplió la impli
cación hasta convertirla en una propiedad vital y fisiológica en igual grado que,
psicológica, m ientras que nosotros la consideramos especifica de la asimilación mental.
¿Pero cómo concebir un análisis psicológico, es decir una investigación
de las implicaciones en u n campo en el que la lógica no interviene en
absoluto, como es el de las percepciones? Lo mostraremos m ediante un
ejemplo e intentarem os señalar, incluso, que en este terreno, en el que el
papel de las implicaciones causales, y en consecuencia fisiológicas es evidente
el paralelo entre las series psicológicas y fisiológicas es más claro ; am bas son
necesarias, no se contradicen sino que, por el contrario, se com pletan una
a otra.
§ 2. L a s p s e u d o e x p l i c a c i o n e s p s i c o l ó g i c a s . Si la diferencia esencial
entre lo psíquico y lo fisiológico se basa en la oposición y la causalidad, es
evidente que la explicación psicológica no podría atrib u ir entonces, a la con
ciencia, al espíritu o a los procesos m entales ni siquiera inconscientes, ningu
n a “sustancia”, ni tampoco ninguna causalidad sustancial o “fuerza” , etc...
es decir ninguna propiedad concebida sobre el modelo de la causalidad
m aterial.
Sin em bargo, muchas doctrinas psicológicas han invocado en form a
sistemática estos conceptos de sustancia y de fuerza, y estas doctrinas reap a
recieron m uchas veces en el transcurso de la historia y renacen aún en la
actualidad en función de diversas preocupaciones filosóficas o sociales.
Es inútil recordar que el concepto de un a sustancia espiritual, situada
en el mismo causal que la m ateria interactuante con ella h a inspirado al
esplritualism o clásico, con su hipótesis de un alm a dotada de facultades
com pletam ente constituidas y perm anentes y que se lo puede encontrar
en la actualidad incluso en teorías psicomédicas tales como las de G. G.
Jung. A hora bien, independientem ente del halo afectivo y místico que
redea la intuición del “seelisch” , p ara determ inar el valor de las ideas de
alm a-sustancia o de “ energía psíquica” , tales como fe invocan los adeptos
de Ju n g basta señalar todo lo que estos conceptos contienen de específica
m ente m aterialista. A partir del hecho de que el espíritu se sitúa en las
antípodas de la m ateria, en la m edida en que el sujeto és capaz de com
prensión y de evaluación, el esplritualismo llega a la conclusión no d e que
el espíritu, en consecuencia, es inexplicable e incluso impensable en término
de m a te ria ; considera por el contrario, que constituye, por su lado, una
nueva m ateria o un doble de la m ateria m ism a: desde sus form as arcaicas
del “doble” espiritual, del “aliento” , etc., hasta sus variedades modernas
(que utilizan el térm ino de “energía” , tom ado de la psicología científica,
en lugar de las palabras de aliento, de viento, etc., tom adas de la física
ingenua) se limita, de este modo, a acom pañar la explicación fisiológica
con u n a explicación de igual apariencia conceptual, pero verbal. El espiri-
tualismo, entonces, se contenta con despojar a la m ateria de su visibilidad,
de su espacialidad, de sus propiedades ponderables, etc., y, considerando
que de este modo tiene acceso al espíritu, im agina simplemente u n a sus
tancia provista de causalidad, aunque carente de todos los caracteres posi
tivos que hacen inteligibles y utilizables, en ciencia, las ideas de sustancia y
de causa. El esplritualismo, entonces, no sólo es un materialism o invertido,
como siem pre se ha dicho, sino u n m aterialism o que omite las propiedades
esenciales que oponen el reino del espíritu al de la m a teria: nos referimos
al libre juego de una razón que com prende y evalúa construyendo sus rela
ciones en un plano diferente al de los objetos, ya que interviene en forma
activa en su tom a de posesión. L a acción del sujeto im aginada de acuerdo
con el modelo de las acciones del objeto, tal es el espiritualismo, mientras
que la actividad del sujeto debería ser explicado en reciprocidad con el
objeto po r la interdependencia de sus caracteres sim ultáneam ente indiso-
ciables e irreductibles.
A hora bien, por ajenas que puedan parecer en relación con el espiri
tualism o clásico, todas las explicaciones psicológicas basadas en los con
ceptos de sustancia y de fuerza participan, en m ayor o en m enor medida,
de estas tesis iniciales. D e este modo, las teorías freudianas, que constituyen
en psicología el modelo de u n a ciencia de la identidad en el sentido meyer-
soniano del térm ino, restablecen continuam ente, bajo la identidad del
instinto o de los elementos inconscientes, la sustancia causal que constituye
el m ito principal y sin cesar renaciente de la psicología no crítica (nos
referimos a las teorías explicativas generales de Fretid, tal como la del
“instinto” , etc., y no de los m uchos hechos nuevos que puso de manifiesto
con gran é x ito ).
§ 3. L a e x p l i c a c i ó n g e n é t i c a y o p e r a t o r i a . L a psicología se extiende
| y oscila entre la fisiología y la lógica. T al es la conclusión a la que conduce
la com paración de los diversos tipos de explicación com prendidos entre la
psicorreflexología y la “psicología del pensam iento” . A la explicación p u ra
m ente causal y organicista, característica de la fisiología, la realidad m ental
escapa sólo bajo la form a de un sistema de operaciones ligadas entre sí
m ediante implicaciones necesarias y no ya m ediante la causalidad. Al
determ inism o neurológico se contrapone, de este modo, la necesidad opera
toria; la dualidad de estos dos planos se afirm a con toda claridad cuando
el sujeto alcanza el nivel de la deducción inteligente y de la voluntad moral,
y cuando esta deducción espontánea desborda la experiencia de la realidad
m aterial, de la m isma form a en que la voluntad contrapone los valores
superiores a la tiran ía de los deseos o de los valores elementales.
Sin em bargo, la conciencia de la necesidad surge sólo al térm ino de la
evolución m ental. El hecho de que en este nivel term inal el sujeto logre
agrupar entre sí las operaciones intelectuales en un sistema generador de
implicaciones necesarias, o agrupar entre sí los valores m ediante la operación
11 Véase en relación con este tem a nuestro artículo “Le probléme neurologique
de l’intériorisation des actions en upérations reversibles” , Arch. de Psychol., t. x x x i i
(1949).
alternancia de las necesidades y de las satisfacciones que se repiten sin v a
riación, y desde el ángulo cognitivo, del ciclo de las percepciones sucesivas y
de los m ovim ientos que conducen de la una a la otra. Estos ritmos elemen
tales constituyen de este m odo la prim era form a de equilibrio móvil de las
conductas y se sitúan en el p unto de p artid a de la reversibilidad; ello es
así pese a que los ritmos se diferencian en muy poco de los mecanismos
fisiológicos. U n ritm o por sí solo no es un mecanismo reversible, ya que
es unidireccional y que los retornos al p u n to de p artid a que señala son
simples repeticiones, y no constituyen aún operaciones inversas (de signifi
cación ta n plena como las operaciones directas). Pero él conduce a la
reversibilidad po r interm edio de las regulaciones que luego examinaremos.
Supongam os ahora que a los esquemas de asimilación iniciales se le
incorporen nuevos elementos, que resultan de la acom odación a los datos
de la experiencia o, p ara decirlo de otra m anera, que al simple ejercicio de
los reflejos se le superpongan hábitos y percepciones m ás complejas. Y a
no habrá,, entonces, ritmos puros, sino que los esquemas construidos de este
m odo asum irán las formas de nuevas totalidades caracterizadas por sus
desplazam ientos de equilibrio en el mom ento en el que se realiza cada
acom odación imprevista. Sin embargo, y en virtud de la continuidad de
la asimilación, estos desplazamientos de equilibrio no se efectuarán en
cualquier sentido: ellos se orientarán en la dirección de u n a “m oderación”
de la influencia exterior. H ab rá, de este modo, regulación. Desde las
percepciones y desde los hábitos sensoriomotores hasta la inteligencia in tu i
tiva y preoperatoria los únicos mecanismos d e regulación que preceden
a las operaciones reversibles están constituidos por regulaciones de este tipo.
Pese a que sólo son semirreversibles, m ientras subsisten los desplazamientos
del equilibrio y éste no es perm anente, las regulaciones, sin embargo,
preanuncian la reversibilidad; en efecto, culm inan en correcciones que se
efectúan en sentido inverso al de tas deformaciones.
P or últim o, cuando la regulación alcanza la reversibilidad total, como
consecuencia de las articulaciones progresivas de la intuición, las relaciones
en juego se com ponen en sistema de conjunto que se caracterizan por su
transitividad, su asociatividad v su reversibilidad: de este modo, se alcanza
el agrupam iento operatorio, en u n prim er m om ento bajo form as concretas
y luego formales. Sólo en este últim o nivel las implicaciones, hasta ese
m om ento incompletas, adquieren la significación estricta y com pleta que
presentan en la lógica de las proposiciones.
L a sucesión de los ritmos, regulaciones y agrupam ientos caracteriza,
de este modo, el pasaje de las formas de equilibrio de unas a otras en el
cam po cognitivo; ella se. m anifiesta tam bién en la explicación de los fenó
menos afectivos, dado el carácter indisociable de los aspectos afectivos y
cognitivos característicos de toda conducta. A los ritmos elementales de
carácter sensoriomotor corresponden los ritmos afectivos de carácter instin
tivo o em ocional (W allon, en particular, insistió sobre la conexión entre
la emoción y el ritm o ). A las regulaciones estructurales corresponden las
regulaciones de “economía de la acción”, como dice P. J a n e t p a ra carac
terizar a los sentimientos elementales o las regulaciones de los intereses a
la m an era de Claparéde. Por últim o, a los agrupam ientos operatorios
de la inteligencia corresponden los agrupam ientos estables y norm ativos de
valores que constituyen los sentimientos sociales y m orales: las operaciones
afectivas que las regulan están constituidas por los actos de voluntad. Estos
se caracterizan por convertir a los valores en reversibles al determ inar la
prim acía de los valores superiores, aunque débiles, sobre los valores infe
riores, pero fuertes (m ediante u n a reclasificación de los valores en juego
en u n a situación dada y un retorno a la escala perm anente del individuo
que m anifiesta su v o lu n ta d ).
§ 1. I n t r o d u c c ió n . La e x p l ic a c ió n s o c io l ó g ic a , la e x p l ic a c ió n
b io l ó g ic a y la e x p l ic a c ió n Desde el primero de estos dos
p s ic o l ó g ic a .
puntos de vista, el conocimiento sociológico tiene un evidente interés, y la
epistemología genética o com parada debe en particular analizarse en sus
relaciones con el conocimiento biológico y sobre todo con el conocimiento
psicológico.
Las relaciones de la sociología con la biología preanuncian ya la com
plejidad de sus relaciones con la psicología. E n prim er lugar, y al igual
que una psicología anim al, existe u n a sociología anim al (por otra parte,
am bas disciplinas están estrecham ente ligadas, ya que las funciones m en
tales de los animales que viven en sociedades están condicionadas n atu ra l
m ente por esta vida social) ; las características de estas investigaciones,
por otra parte,, pueden señalar la estrecha interacción del organismo vi
viente y de las organizaciones sociales elementales: todos saben, en efecto,
que en el seno de algunos organismos inferiores (celenterados, etc.) no se
puede distinguir con criterios precisos los individuos, “colonias” (o reuniones
de elementos semiindividuales interdependientes) de las sociedades propia
m ente dichas. Pero a p a rtir de la sociología animal, el modo de explicación
específicamente sociológico com ienza a distinguirse del análisis biológico;
ello señala que el hecho social se diferencia ya del hecho orgánico y requiere,
en consecuencia, un m odo específico de interpretación. Ju n to con las
conductas propiam ente instintivas (es decir la composición hereditaria
ligada a las estructuras orgánicas) que constituyen el aspecto esencial de
las conductas animales en los animales sociales, podemos observar ya
interacciones “exteriores” (en relación con las composiciones innatas) entre
individuos del mismo grupo fam iliar o gregario y que m odifican en m ayor
o en m enor grado su conducta: el lenguaje gestual (danzas) de las abejas,
descubierto por von Frisch, el lenguaje m ediante gritos de los vertebrados
superiores (chim pancés, etc.), la educación basada en im itación (canto de
los pájaros) y en am aestram iento (conductas depredadoras de los gatos,
estudiadas por K u o ), etc. Estos hechos propiam ente sociales constituidos
po r transm isiones externas e interacciones que m odifican la conducta in d i
vidual suponen, entonces, un nuevo método de análisis, que concierne al
conjunto del grupo considerado como sistema de interdependencias cons
tructivas y no ya sólo u n a explicación biológica de las estructuras orgánicas
o instintivas.
E n segundo lugar, la sociología hu m an a m ism a está relacionada con
la ram a de la biología representada por la antropología o estudio del
hom bre físico en sus genotipos (razas y sus poblaciones fenotípicas). El
concepto de raza fue utilizado por algunas ideologías políticas en sentidos
m uy alejados de su significación biológica y se convirtió de este modo,
en algunos casos, en u n simple símbolo afectivo antes que en u n concepto
objetivo; pese a ello, no se ha resuelto aún el problem a de las relaciones
entre los genotipos hum anos y las m entalidades colectivas, incluso si las
sociedades más activas son aquellas en las que se observa u n a m ezcla más
com pleta de los genes. Por o tra parte, la antropología estadística se con
tinúa en form a natural en la dem ografía o al menos en el sector de la
dem ografía que concierne a los aspectos biológicos de la población. Sin
embargo y aún en mayor grado que la sociología anim al, las relaciones entre
la sociología h um ana y la antropología o la dem ografía revelan la diferencia
entre la explicación sociológica y la explicación biológica. M ientras que
ésta tiene como objeto las condiciones internas (herencia) y los caracteres
determinados por ellas, la explicación sociológica tiene como objeto a las
transmisiones exteriores o las interacciones externas entre individuos y
construye un conjunto de conceptos destinados a ex p licar. este modo sui
generis de transm isión. De este modo, ella explicará por qué la m entalidad
de u n pueblo depende en m ucho m enor grado de sü raza que de su historia
económica, del desarrollo histórico de sus técnicas y de sus representaciones
colectivas; esta “ historia”, en efecto, ya no es la de u n patrim onio heredi
tario, sino la de un patrim onio cultural, es decir de un conjunto de
conductas que se transm iten de generación en generación desde el exterior
y con modificaciones que dependen del conjunto del grupo social. D e este
modo, por otra parte, los aspectos biológicos del fenómeno dem ográfico
(núm ero de nacimientos y de decesos, longevidad, m ortalidad en función
de las clases de enfermedades, etc.) están subordinados estrecham ente a
sistemas de valores (sobre todo económicos) y de reglas que son u n p ro
ducto de la interacción externa de los individuos.
El análisis de las relaciones entre la m a d u ra ció n . nerviosa y las p re
siones de la educación en la socialización del individuo constituye un tercer
punto de unión entre la biología y la sociología. E n este sentido, el
desarrollo del niño presenta un campo de experiencias de gran interés en
lo que se refiere a la zona de enlace entre las transmisiones internas o here
ditarias y las transmisiones externas, es decir sociales o educacionales. De
este m odo, y adem ás de la asimilación de u n a lengua ya organizada o
sistemas de signos colectivos que se transm iten de generación en generación
por la vía de la educación, la adquisición del lenguaje supone u n a condición
biológica previa (y característica de la especie h um ana, al menos de
acuerdo con los conocimientos de que disponemos hasta ahora) : nos
referimos a la capacidad de aprender un lenguaje articulado. A hora bien,
esta capacidad se relaciona con un cierto nivel de desarrollo del sistema
nervioso, más o menos precoz o tardío según los individuos y determ inado
po r la acción de m aduraciones hereditarias. Lo mismo sucede en lo que
se refiere a la adquisición de las operaciones intelectuales que suponen
todas, al mismo tiempo, algunas interacciones colectivas y u n a cierta m adu
ración orgánica necesaria p a ra su desarrollo. E n campos como éstos, la
conexión y la diferencia entre la explicación biológica y la explicación
sociológica son evidentes; hasta tal p unto que m uchos autores llegan a
renunciar a toda explicación psicológica y a reabsorber com pletam ente
la psicología en lo neurológico y lo social.
§ 2. L a s d i v e r s a s s i g n i f i c a c i o n e s d e l c o n c e p t o d e t o t a l i d a d s o c i a l .
P ara apreciar el alcance de la inversión de las perspectivas realizada p o r la
sociología de los siglos xix y xx, n a d a es m ejor que analizar las filosofías
sociales que im peraban en los siglos x v i i y x v i i i . ¿D e qué form a actúa
Rousseau, por ejemplo, p ara substituir las explicaciones teológicas de?
Discours sur l’histoire universalle (Discurso sobre la historia universal)
m ediante u n a interpretación de la sociedad basada en la naturaleza y en
las aptitudes naturales del hom bre? Rousseau im agina u n buen salvaje, p ro
visto de antem ano con todas las virtudes morales y u n a capacidad de
representación intelectual tal que este individuo aislado, que nunca conoció
a la sociedad, puede anticipar en su espíritu todas las ventajas jurídicas y
económicas de u n “contrato social” que lo vincule con sus semejantes. U na
tesis como ésta reposa entonces en dos postulados fundam entales que
ilustran en form a sum am ente clara los prejuicios perm anentes del sentido
com ún contra los que debió luch ar y debe com batir aún la sociología cien
tífica. Prim er postulado: existe u n a “naturaleza h u m an a” anterior a las
interacciones sociales, innata en el individuo, y que contiene de antem ano
todas las facultades intelectuales, morales, jurídicas, económicas,, etc., a los
que la sociología, po r el contrario, considera como los productos más autén
ticos de la vida en común. Segundo postulado, correlativo del p rim ero :
las instituciones sociales constituyen el resultado derivado, intencional y
en consecuencia artificial de las voluntades inspiradas p o r esta naturaleza
hum ana, ya que sólo el individuo posee las características propiam ente
“naturales” (cf. el derecho “n a tu ra l”, etcétera).
L a inversión de las perspectivas a la que el descubrim iento del pro
blem a sociológico dio lugar conduce, por el contrario, a p a rtir sólo de la
realidad concreta que se le presenta al observador y a la experiencia,
es decir la sociedad en su conjunto; tam bién, a considerar al individuo
con sus conductas y su conducta m ental en función de esta totalidad y no
com o u n elem ento preexistente al estado aislado y provisto de antem ano
de las características indispensables p a ra d a r cuenta del todo social. “Se
debe explicar al hom bre por la h um anidad y no a la h um anidad p o r el
hom bre”, decía A, Gomte; sin em bargo, su ley de los tres estados, desti
n ad a a proporcionar desde un prim er m om ento el esquema general de
esta explicación, puso todo el acento sobre las “representaciones colectivas”,
por oposición a los diversos tipos de conducta. Inauguró, de este modo una
tradición sociológica abstracta que alcanzó su m áxim o nivel con Durkheim.
“Lo que determ ina la form a de ser del hom bre no es su conciencia; su
m anera de ser social, por el contrario, determ ina su conciencia”, dijo K.
M arx, e inauguró de este, m odo u n a sociología de la conducta o sociología
concreta, cuyo coincidencia con la fu tu ra psicología de la conducta fue
entonces y de antem ano más fácil.
El problem a planteado por la explicación sociológica se origina enton
ces, desde u n prim er m om ento, en la utilización del concepto de totalidad.
El individuo constituye el elem ento y la sociedad el todo. ¿Cóm o se debe
concebir, pues, una totalidad que m odifique los elementos de que está
form ada sin utilizar p ara ello n a d a m ás que los m ateriales tomados de
estos elementos mismos? E l solo enunciado de u n problem a como éste
m uestra en grado suficiente su estrecha analogía con todos los problemas
de la construcción genética; de este modo, la explicación sociológica en
cuentra u n simple caso particu lar de dicha construcción, pero de excepcional
im portancia. P ara la epistemología, en consecuencia, es indispensable
conocer el m odo en que el pensam iento sociológico intentó resolverlo.
A hora bien, en este caso, al igual que en otros semejantes, la historia
de las ideas m uestra que nos encontram os en presencia no de dos, sino de
al menos tres soluciones posibles, y esa tercera puede incluso pjpsentar
matices diversos. E n prim er lugar, el esquema atomístico que consiste en
reconstituir el todo m ediante la composición aditiva de las propiedades
de los elementos. E n realidad, ningún sociólogo sostuvo nunca este punto de
v ista: él se debe al sentido com ún y a las filosofías sociales presociológicas,
que explicaban los caracteres del todo colectivo por los atributos de la
naturaleza h u m an a innata en los individuos, sin apreciar que de este m odo
invertían el orden de las causas y los efectos y explicaban a la sociedad
m ediante los resultados de la socialización de los individuos. L a desgraciada
discusión que enfrentó a T a rd e y a D urkheim en la solución de un problem a
esencialm ente m al planteado, hizo creer que de este modo T ard e explicaba
la sociedad m ediante el individuo: al recurrir a la imitación, a la oposi
ción, etc., T ard e recurría en realidad a relaciones entre individuos, aunque
sin apreciar que tales relaciones m odifican a los individuos en su estructura
m ental; D urkheim , por su parte, cuando m encionaba la coacción ejercida
p o r el todo social insistía con razón en las transform aciones que esta
coacción producía en el seno de las conciencias individuales. Sin embargo,
no com prendió la necesidad de expresar este proceso de conjunto en rela
ciones concretas entre los individuos.
L a segunda solución es, entonces, la de D urkheim , a la que se puede
caracterizar m ediante el concepto de “emergencia” tal como lo desarrolló
la biología (véase capítulo 2, § 3) y la psicología de la G estalt: el todo
no es el resultado de la composición de elementos “estructurantes” , sino
que agrega un conjunto de propiedades nuevas a los elementos que
“estructura” . En lo que se refiere a estas propiedades, ellas emergen en
form a espontánea de la reunión de los elementos y son irreductibles a toda
composición aditiva, ya que consisten, esencialmente, en form as de organi
zación o de equilibrio. P or ello, D urkheim se niega a to d a explicación
psicogenética de los caracteres sociales; la explicación genética en socio
logía, puede, en efecto, basarse sólo en la historia del todo social mismo,
considerado en cada una de sus fases, a título de totalidad indivisible.
. Sin em bargo, y pesé a que la explicación atom ística del todo social
conduce a atrib u ir al todo social un conjunto de facultades acabadas,
bajo la form a de u n espíritu hum ano dado y que escapa a to d a sociogénesis,
la transferencia p u ra y simple de este espíritu hum ano al seno de la
“conciencia colectiva” constituye tam bién u n a solución insuficiente; ello
es así pese a sus ventajas positivas, es decir a la posibilidad de reconstituir la
historia de esta nueva realidad que deja de ser in n ata e inm utable y se
transform a en el transcurso de los siglos. L a conciencia colectiva, heredera
de los poderes hasta el m om ento innatos o a p rio ri del espíritu, presenta,
en efecto, el siguiente inconveniente: el de seguir siendo u n a conciencia,
o u n núcleo inconsciente de emanaciones conscientes, es decir, hered ar
elementos de esta sustancialización y de esta causalidad espiritual de los
que la sociología descarga a la psicología, pero sólo para asumir a su vez
todo el peso: la inversión de las posiciones es entonces sólo aparente y
consiste en un simple desplazamiento de los problem as genéticos, sin reno
vación real.
Surge, pues, la tercera solución: la del relativismo y la de la socio
logía concreta. Esta afirm a que el todo social no es ni u n a reunión de
elementos anteriores ni u n a entidad nueva, sino u n sistema de relaciones.
C a d a u n a de éstas, como relación misma, engendra un a transform ación
de los térm inos que vincula. E n consecuencia, el hecho de invocar un
conjunto de interacciones no equivale, en absoluto, a recurrir a los carac
teres individuales como tales. El m atiz individualista de m uchas sociologías
de la interacción se origina entonces en m ucho m ayor grado en una
psicología insuficiente que en las lagunas del concepto de interacción al
que se explota en form a incom pleta. C uando T ard e o Pareto explican
la vida social m ediante la im itación o por composiciones de “residuos” , se
contentan, de este modo, con u n a psicología rudim entaria; atribuyendo en
efecto al sujeto una lógica com pletam ente elaborada o un a colección de
instintos perm anentes, sin pensar que estas entidades a las que consideran
como datos dependen a su vez de interacciones más profundas. Baldwin,
que era sociólogo y psicólogo, percibió perfectam ente, p o r el contrario,
la, estrecha conexión que existe entre la conciencia m isma del “yo” y las
interacciones de im itación, y fue el prim ero en plan tear el problem a fu n d a
m ental de la “lógica genética” . Sin em bargo, el defecto común de la
m ayor p arte de las explicaciones sociológicas es el de h ab er pretendido
constituir desde un prim er m om ento u n a sociología de la conciencia o
incluso del discurso; en la v ida social, al igual que en la vida individual,
el pensam iento, por el contrario, procede de la acción. T am bién, una
sociedad es esencialmente u n sistema de actividades, cuyas interacciones
elem entales consisten, en sentido pleno, en acciones que se m odifican unas
a otras de acuerdo con ciertas leyes de organización o de equilibrio:
acciones técnicas de fabricación o de utilización, acciones económicas de
producción y de distribución, acciones morales y jurídicas de colaboración
o de coacción y de opresión, acciones intelectuales de com unicación, de
búsqueda en com ún o de crítica m u tu a ; en resumen, de construcción colec
tiva y de puesta en correspondencia de las operaciones. L a explicación
de las representaciones colectivas o interacciones que m odifican la concien
cia del individuo procede entonces del análisis de estas interacciones en la
conducta misma.
A hora bien, es evidente que desde este tercer p unto de vista no
p ueden subsistir conflictos entre la explicación sociológica y la explicación
psicológica; por el contrario, una y o tra contribuyen a elucidar los dos
aspectos complementarios, individual e interindividual, de cada u n a de
las conductas del hom bre en la sociedad, tanto cuando se tra ta de lucha,
de cooperación como de te d a variedad interm ediaria de conducta hum ana.
A dem ás de los factores orgánicos que condicionan desde el interior los
mecanismos de la acción, toda acción supone en efecto dos tipos de
interacción que la m odifican desde afuera y que son indisociables una
de la otra: la interacción entre el sujeto y los objetos y la interacción entre
el sujeto y los otros sujetos. D e este modo, la relación entre el sujeto y el
objeto m aterial m odifica al sujeto y al objeto tanto p o r asimilación de éste
a aquél, como de acom odación de aquél a éste. L o mismo ocurre en lo
que se refiere a todo trabajo colectivo del hom bre sobre la naturaleza:
“El trabajo es antes que n a d a u n proceso entre el hom bre y la n a tu ra
leza, un proceso en el que el hombre, por medio de su actividad, realiza,
regula y controla sus intercam bios con la naturaleza^ D e este modo, él
mismo parece ser u n a fuerza natural frente a la n aturaleza m aterial. Pone
en m ovim iento las fuerzas naturales que pertenecen a su naturaleza cor
poral, brazos y piernas, cabeza y manos, p ara apropiarse de las substancias
naturales en u n a form a que pueda utilizar p a ra su pro p ia vida. Al actu ar
m ediante su movim iento sobre la naturaleza exterior y al transform arla,'
transform a, al mismo tiempo, su propia naturaleza ” .4 Pero si la interacción
entre el sujeto y el objeto los modifica: de este m odo a ambos, es evidente
a fortiori que toda interacción entre sujetos individuales m odificará a estos
unos en relación con los otros. La relación social constituye un a totalidad
en sí misma, que produce nuevos caracteres que tran sío im an al individuo
en su estructura m ental. Existe entonces u n a continuidad desde la interac
ción entre dos individuos hasta la totalidad constituida p o r el conjunto;
en definitiva, la totalidad así concebida consiste, al parecer, no en u n a
sumó, de individuos y de u n a realidad superpuesta a los individuos, sino en
un sistema de interacción que modifica a estos últimos en su estructura
misma.
D efinidos de e.ste m odo por las interacciones entre individuos, con
transm isión exterior de los caracteres adquiridos (por oposición a la trans
misión in te rn a de los mecanismos innato s), los hechos sociales son exacta
m ente paralelos a los hechos mentales, con la única diferencia de que el
“nosotros” reem plaza constantem ente al “yo” ( m o i [T.]) y la cooperación
a las operaciones simples. A hora bien, los hechos m entales pueden ser
clasificados de acuerdo con tres aspectos distintos, aunque indisociables, de
toda conducta: la estructura de la conducta, que constituye su aspecto
cognitivo (operaciones o preoperaciones), su energética o economía, que
constituye su aspecto afectivo (valores) y los sistemas de índices o de
símbolos que actúan como significantes de estas estructuras operatorias
o de estos valores. Igualm ente’ los hechos sociales se reducen todos a tres
tipos de interacciones interindividuales posibles. Su estructuración, en prim er
lugar, agrega a la simple regularidad característica de las estructuraciones
m entales u n elemento de obligación que em ana del carácter interindividual
de las interacciones en juego: se traduce así en la existencia de las reglas.
Los valores colectivos, en segundo lugar, difieren de los valores ligados a
la simple relación entre sujeto y objeto por el hecho de que suponen un
elemento de intercam bio interindividual. Por últim o, los significantes carac
terísticos de las interacciones colectivas están constituidos por los signos
convencionales, en oposición con los puros índices o símbolos accesibles al
individuo independientem ente de la vida social. Reglas, valores de in ter
cambio y signos constituyen, de este modo, los tres aspectos constitutivos de
los hechos sociales, ya que toda conducta ejecutada en com ún se traduce
necesariam ente en la constitución de normas, de valores y de significantes
convencionales. Y ello es así tanto en relación con to d a lucha u opresión
como con las diversas form as de colaboración, ya que incluso en la guerra
4 K . M arx: Le Capital. Ed. Kautsky, pág. 133. C itado por L. Goldm ann:
“M arxism e et Psychologie” , Critique, .junio-julio de 1947, pág. 119.
o en la lucha de clases se defienden ciertos valores, se invocan ciertas reglas
y se utilizan ciertos signos, independientem ente del alcance objetivo o
.subjetivo de estos diversos elementos y de su nivel en relación con la
superestructura o la infraestructura de las conductas en juego.
5 Véase nuestro artículo “Essai sur la théorie des valeurs qualitatives en socio-
logie statique”, Publ, Fac. Se. Écon, et Soc. de l’Université de Genéve, vol. nr,
págs. 31-79,
el conjunto de u n sistema está form alizado estas reglas, incluso, se con
vierten en la única fuente de los valores de verdad y de falsedad; etc. De
todas formas, sin em bargo, los valores pueden estar regulados en m ayor o
m enor m edida, lo que señala en grado suficiente la realidad de estos dos
tipos de hechos sociales. Al límite, u n valor puede incluso escapar m om en
táneam ente a toda regla, como u n a idea que seduce a u n espíritu al m argen
de toda reglam entación. E n el otro extremo, existen por el contrario valores
a los que se puede llam ar norm ativos porque tienen valor sólo en función
de reglas: por ejemplo, los valores morales, jurídicos o lógicos. Ello se
debe a que la función esencial de la regla es la de conservar los valores y
que el único medio social p a ra conservarlas es el de convertirlos en obligados
u obligatorios. T odo valor tendiente a conservarse en el tiem po se hace
entonces norm ativo: un intercam bio a crédito d a lugar a u na le tra de
crédito y a una deuda que son valores regulados ju ríd icam en te; una
hipótesis científica da lugar a u n a conversación lógica obligada en el trans
curso de los razonamientos que la tienen como objeto; etcétera.
Por último, el signo, o medio de expresión que sirve p a ra la transm i
sión de las reglas y de los valores constituye el tercer aspecto del hecho
social. El individuo por sí mismo, es decir independientem ente de toda
interacción con su prójim o, logra constituir “símbolos” por sem ejanza entre
el significante y el significado (como po r ejemplo la imagen m ental, el
símbolo lúdico de los juegos de im aginación, el sueño, e tc .). El signo, por
el contrario es arbitrario y supone en consecuencia u n a convención, explícita
y libre como en los casos de los signos m atem áticos (llamados símbolos
por el lenguaje com ente, pero que son en realidad signos), o tácito y
obligado (lenguaje corriente, etc.). Los sistemas de signos son muchos
y esenciales para la vidá social: los signos verbales, la escritura, los gestos y
la m ím ica afectiva y de la am abilidad, las modas indum entarias (signos de
clases sociales, de profesión, etc.), los ritos (mágicos, religiosos y políti
cos, etc.) y así sucesivamente. Además, muchos signos se acom pañan con
un simbolismo (en el sentido que hemos definido anteriorm ente) y el hecho
es tan to m ás frecuente cuanto que las sociedades son más “prim itivas” y
las representaciones colectivas menos abstractas, es decir menos socializadas.
Los sistemas de signos engloban incluso algunos símbolos colectivos más
complejos y semiconceptuales, como por ejemplo los mitos y relatos legenda
rios, que son en m ayor grado más significantes que significados (pese a que
son, por su parte, tam bién significados en relación con las palabras que los
expresan) : en efecto, son portadores de u n a significación mística y afectiva
que va m ás allá del relato mismo y de la que éste es el significante. Los
mitos religiosos,, por su parte, se prolongan en mitos políticos: toda ideología
social, incluidas las metafísicas, participa a este respecto del sistema de los
signos en mayor grado que de las representaciones colectivas racionales;
desde este punto de vista, constituye u n a especie de pensam iento simbólico
cuya significación inconsciente supera am pliam ente los conceptos raciona
lizados que representados po r sus significados. E n efecto, en u n a represen
tación colectiva objetiva, el valor se origina en el concepto mismo, del
que expresa la utilización adecuada, mientras que en u n a ideología el
concepto es sólo un símbolo de los Valores que le son atribuidos desde
el exterior.
§ 3. L a e x p l ic a c ió n e n s o c io l o g ía . ’A . L o s in c r ó n ic o y l o d ia c r ó -
6 Por ejemplo, “sin duda” h a term inado por significar “con duda” ; “puesto
que” derivado de “después” (sucesión tem poral) expresa una relación intem poral de
razón de consecuencia lógica; etcétera.
de las filiaciones que perm iten su continuidad con los fenómenos actuales,
este método sociogenético conduce a resultados m uy diferentes según los
tipos de relaciones estudiados. Cuando lo que se explica es la estructura
de las ideas, racionales, morales, jurídicas, etc., el método tiene u n a fecun
didad indudable. E n cualquier proposición que enunciamos, las palabras
utilizadas derivan de lenguas anteriores y, de este modo, son solidarias,
sucesivamente, de los idiomas m ás antiguos y más primitivos de la h u m a
nidad; no sólo eso, sino que tam bién las raíces de los conceptos mismos,
vehiculizados po r el lenguaje, se encuentran en un pasado indefinidam ente
alejado o resultan de diferenciaciones a p a rtir de conceptos elementales.
Sin embargo, cuando se debe pasar de la historia al valor actual d e las
ideas, se p lan tea u n a dificultad general que D urkheim percibió perfecta
m ente pero que no siempre supo evitar: la sociogénesis de las estructuras
no explica sus funciones ulteriores, ya que, al integrarse en nuevas totali
dades, estas estructuras pueden cam biar de significación. E n otros términos,
si bien la estructura de un concepto depende efectivamente de su historia
anterior, su valor depende de su posición funcional en la totalidad de la
que form a parte en u n m om ento dado; la génesis determ ina el valor actual
de los conceptos 7 sólo en el caso en que la historia consista en u n a suce
sión de totalidades orientadas hacia u n equilibrio creciente. L a prohibición
del incesto constituye u n buen ejemplo de ello; D urkheim la retro trae a la
exogamia totém ica: dicha interpretación, que podemos aceptar a título
de hipótesis, plantea de inm ediato el problem a de saber por qué, en tre los
innum erables tabúes totémicos, éste es el único que se conservó a diferencia
de tantos otros, que fueron totalmente; dejados a un lado p o r las sociedades
originadas en el clan prim itivo;, ello se debe, evidentemente, a que los otros
tabúes perdieron toda significación funcional, m ientras que la prohibición
del incesto m antiene u n valor en nuestras sociedades a causa de factores
actuales (o actuales por el m om ento), por ejemplo los revelados p o r la
psicología freudiana.
Pareto estudió en particular este aspecto sincrónico de las interacciones
sociales. T o d a su teoría del equilibrio social se basa en la idea de la inter
dependencia de les factores en un m om ento dado de la historia de una
sociedad y sobre la constancia de las leyes de equilibrio independientem ente
de la histeria de las sociedades particulares. D e este modo, se podría
com parar a la sociedad con u n sistema de fuerzas en interacción mecánica,
estas fuerzas estarían constituidas no por las normas, las representaciones
colectivas, etc., sino por u n a realidad subyacente (hipótesis insp irad a por
la de la infraestructura m a rx ista ): los “residuos” o intereses constantes,
análogos a los instintos, que se sitúan en la base de las organizaciones sociales
animales. A hora bien, Pareto distribuye a los residuos en seis grandes
“clases”, y cada clase en “géneros” particulares; luego, se lim ita a dem ostrar
que los géneros varían en el transcurso de las etapas del desarrollo social,
pero que estas variaciones se compensan, de modo tal que las “clases” se
m antienen por su p arte constantes (salvo de u n nivel o de u n a clase a otra
Se com prueba de este m odo que tres modelos explicativos tan dife
rentes como los de D urkheim , M arx y Pareto conducen todos a tener
sim ultáneam ente en cuent.a en la explicación sociológica a la causalidad
y a la implicación. El problem a epistemológico que este hecho plantea es
esencial y confluye con lo que ya hemos dicho en relación con lo diacrónico
y lo sincrónico.5^ L a explicación diacrónica es sobre todo causal ,y la
explicación sincrónica es sobre todo im plicativa; no debe entonces sorpren
dernos que D urkheim y Pareto, cuyas doctrinas absorben lo sincrónico en
lo diacrónico o_ a, la inversa, fusionen en u n a única totalidad a la causalidad,
por u n lado, y a las implicaciones norm ativas o axiológicas ■por el otro;
la explicación m arxista, por el contrario, que disocia en m ucho mayor grado
lo sincrónico de lo diacrónico, distingue tam bién los papeles respectivos
de la causalidad y dé la implicación en los diversos tipos de interacción
que señala. El problem a epistemológico, entonces, es el de apreh en d er la
form a en que la causalidad y la implicación se vinculan u n a con o tra de
acuerdo con las estructuras características de los niveles de interacciones
sociales. El problem a interesa tanto desde el p u n to de vista del análisis de
la explicación sociológica como desde el p u n to de vista de las aplicaciones
de la sociología a la epistemología genética. E n el desarrollo m ental
individual, que es u n a equilibración progresiva y no da lu g ar entonces a
un a dualidad esencial entre los factores diacrónicos y sincrónicos, el pasaje
de la causalidad a la implicación se efectúa de acuerdo con tres etapas
fundam entales caracterizadas por proporciones distintas entre estos dos tipos
de relaciones: los ritmos, las regulaciones y los agrupam ientos. ¿Sucede lo
mismo en sociología?
§ 4. s o c i o l o g í a . B. R i t m o s , r e g u l a c i o n e s y
L a e x p l ic a c ió n
en
10 Cf. nuestra obra sobre L e jugem ent moral de Venfant. Alean, 1927.
bíerrla del equilibrio jurídico y el de las relaciones entre la norm a jurídica
y las norm as intelectuales o morales.
D esde el p u nto de vista del equilibrio, es evidente que, por coherente
que sea en lo que se refiere a su forma, n ad a garantiza a un sistema
jurídico u n poder de coacción o de conservación, si sus contradicciones
con los otros valores y las otras normas en juego en una sociedad dan lugar
a conflictos y conducen a la revolución. Parecería entonces que el equilibrio
del sistema de las normas jurídicas no depende de su form a sino de su
contenido, es decir del papel desempeñado po r las reglas jurídicas como
instrum entos u obstáculos ea la distribución de los valores. Ello equivale
sin duda a lo que se produce en u n sistema de representaciones colectivas
cuyo equilibrio intelectual no está garantizado sólo por la coherencia formal,
sino tam bién por la adecuación con lo real. Sin embargo, esta analogía
entre las norm as jurídicas y las norm as lógicas señala, precisam ente, que el
problem a es más com plejo desde el p unto de vista de la form a, ya que las
reglas que garantizan la coherencia lógica supe nen la adecuación posible a
cualquier contenido y no son quebrantadas por el solo hecho de que un
contenido verdadero reem place a un contenido erróneo: de este modo,
lo que caracteriza a una estructura form al en equilibrio en el cam po inte
lectual es el hecho de perm itir u n a transformación, de los principios, sin
quebrantar la continuidad del sistema. Así pues, si se com paran los sistemas
jurídicos en equilibrio con los que no lo están, se puede observar que si bien
el equilibrio depende, efectivamente, de la adecuación d e la estructura
form al a su contenido real, tam bién puede ser realizado por la form a, en el
sentido en que, en el cam po jurídico, al igual que en todos los campos
operatorios, la estabilidad del equilibrio depende de la m o vilidad: en
derecho, al igual que en otros campos, u n a form a en equilibrio es aquella
que garantiza la regulación de sus propias transformaciones (por ejemplo,
un a constitución que regula sus propias modificaciones, e tc .) ; p o r su
parte, u n a form a cerrada estáticam ente está en equilibrio inestable y, pese
a las apariencias, es sólo u n agrupam iento incompleto, ya que no com porta
transformaciones posibles eñ lo que se refiere a las normas superiores.
Esto nos conduce a la relación de las reglas jurídicas con las reglas
lógicas y m orales: si bien el equilibrio de las prim eras está ligado a su
capacidad de transform ación y de adaptación, de todos modos es evidente
que, en función de su equilibración, ellas convergirán con estos otros dos
tipos de normas. D e no ser así, se produciría u n a inadaptación del conte
nido de las norm as jurídicas en relación con los otros aspectos de la vida
social o, si no, u n a contradicción entre la form a y el contenido. E n este
sentido, la convergencia entre las reglas jurídicas y las norm as lógicas es
m uy c la ra : en efecto, en el seno de las prim eras no podría haber ninguna
contradicción en los diversos niveles de su elaboración, so p en a de invali
dación de las norm as inferiores contrarias a las superiores; esta estructura
lógica y necesaria de la construcción jurídica es suficiente p ara p ro b ar su
correspondencia con las norm as racionales en vigor en la sociedad consi
derada. E n lo que se refiere a las normas morales, los juristas elaboraron
u n a serie de criterios que perm iten distinguirlas de las normas jurídicas;
sin em bargo, y ta l como intentam os señalarlo en otra obra , 1 1 el análisis de
cada uno de estos criterios revela por el contrario, la existencia de mecanis
mos comunes que desde u n p u n to de vista sociológico son m ucho más
im portantes que sus diferencias. L a única diferencia esencial que los separa
es al parecer la de que el derecho no interviene en las relaciones entre
personas, sino que considera en los individuos sólo sus funciones (posición
en el grupo social) y sus servicios (posición en.los intercam bios interindivi-
d u alés). D e este m odo, establece reglas transpersonales, es decir reglas cuyas
relaciones perm iten la sustitución de los individuos con idéntica función o
servicio; la moral, p o r el contrario, corresponde sólo a las relaciones perso
nales, en las que los individuos nunca son enteram ente sustituibles. Por
ello, siempre es posible realizar la codificación detallada de las reglas ju rí
dicas, m ientras q u e la codificación de las reglas m orales siempre es esencial
m ente general: ella sólo logra formas puras, como las de la lógica formal,
sin regular como los códigos jurídicos las m odalidades de su propia apli
cación. Se com prende entonces de qué modo, relativam ente indiferen-
ciados en su origen, el derecho y la m oral se diferencian a m edida que se
producen desequilibrios y conflictos sociales, y vuelven a adecuar su relación
en el momento de cada equilibración. E n el límite, u n a form a jurídica
suficientemente plástica como p a ra expresar las interacciones reales en juego
en u n a sociedad, equilibrada convergería con el sistema de las normas
m orales . 1 3
11 “Les relations entre la m orale et le droit” , Publ. Fac. Se. Écon. et Soc. de
l'Université de Genéve, vol. vm (1944), págs. 19-54.
12 Sin duda, éste es el sentido en el que M arx concebía la absorción del derecho
en la m oral en u n a sociedad económicamente regulada.
de causalidad efectiva (coacciones, e tc .) ; los ritmos, p o r últim o, tienen una
plena causalidad m aterial y engloban en ese contexto causal las prim eras
conexiones implicativas (signos y valores elementales con u n m ín im u m de
elemento n orm ativo). A hora bien, los agrupam ientos son sólo el estado
lím ite de revelaciones anteriores y éstas se basan en una interacción com pleja
de ritmos. L a explicación sociológica, al igual que la explicación psicológica,
sólo puede ser eficaz si procede de la acción m aterial y causal, p a ra culm inar
al fin de cuentas en el sistema de las implicaciones de la conciencia colec
tiva. U nicam ente con esta condición exclusiva se podrá d ilucidar en la super
estructura lo que prolonga efectivam ente las acciones causales que operan
en la infraestructura, p o r oposición a las ideologías sim plem ente simbólicas,
que la reflejan deform ándola.
Podemos com probar el estrecho parentesco que existe entre esta con
cepción y u n a teoría form al cualquiera que exprese la estructura de un
sistema de operaciones. Pese a que en el derecho no existe n ad a m ás que
u n a jerarquía de normas encajadas vinculadas entre sí por un a relación
form al de imputación, considerando la im putación com o u n caso particular
de implicación, podemos com parar este sistema con un conjunto de p ro
posiciones vinculadas form alm ente unas a otras en un a pirám ide de im pli
caciones. Las proposiciones jurídicas son obviam ente imperativas, m ientras
que las proposiciones lógicas son indicativas. Pero ello tiene poca im por
tancia en lo que se refiere a la estructura form al del sistema: se pueden
trad u c ir los imperativos en proposiciones que com prueban la existencia de
u n a obligación o de un derecho; en lo que concierne a las relaciones entre
proposiciones lógicas, se tra ta de norm as que engloban en consecuencia un
elem ento imperativo. A. L alande destaca el hecho de que A implica B
“p a ra el hombre honrado”. El derecho, al igual que la lógica puede
entonces estructurarse bajo la form a de un sistema de “agrupamientos” ;
se podría, entonces, expresar todas las jerarquías de las normas en fórmulas
logísticas que pondrían de m anifiesto los agrupam ientos de relaciones asimé
tricas (imputaciones en cajad as), de relaciones sim étricas (coimputaciones
recíprocas o relaciones contractuales) y de clases, que la constituyen íntegra
m ente. Además, las proposiciones jurídicas, en lugar d e estar contenidas
idénticam ente unas en otras, se construyen unas a p a rtir de las otras; ello
equivale a com parar la construcción jurídica, constituida por aplicaciones
y creaciones indisociables, con u n a construcción lógica constituida por
operaciones propiam ente constructivas.
A hora bien, se puede estudiar u n sistema de operaciones m ediante
dos m étodos: el método psicosociológico, que analiza causalmente la cons
trucción real y el m étodo axiomático o lógico que expresa únicamente las
implicaciones entre estas operaciones o las proposiciones que las traducen.
L a teoría pura del derecho, desde este p u n to de vista, constituye, evidente
m ente, una axiomatización, ya que Kelsen contrapone precisamente la
“im putación” jurídica a la causalidad sociológica. Se debe determ inar
entonces la relación entre la axiom ática representada p o r la ciencia jurídica
p u ra y la ciencia real correspondiente que está representada por la socio
logía jurídica o la parte de la sociología que se ocupa de explicar causal
m ente las normas como “hechos norm ativos” (como dice P etrajitsky); es
decir, como reglas im perativas que com portan u n a génesis en función de las
interacciones sociales de todo tipo y actúan, p o r su parte, causalmente
como interacciones particulares.
Se observa desde u n prim er m om ento el p u n to d e unión. U n a vez
planteados los axiomas iniciales, u n a teoría form alizada se desarrolla p o r
u n a v ía puram ente deductiva y sin reunir a lo real; los axiomas iniciales,
por su parte, traducen siempre, bajo u n a form a m ás o menos encubierta,
operaciones reales de las que constituyen el esquem a abstracto. A hora bien,
esto es precisamente lo que se revela con claridad en el caso de formaliza-
ción jurídica de K elsen: la “norm a fundam en tal”, que expresa form alm ente
la condición a priori de la validez del orden jurídico en su totalidad, es
sólo la expresión abstracta del hecho concreto de que la sociedad “reconoce”
el valor normativo de este o rd en ; ella corresponde, entonces, a la realidad
social del ejercicio efectivo de u n poder y del “reconocimiento” de este
poder o del sistema de las reglas que em anan de aquél. Pese a que la
construcción jurídica form al puede ser axiom atizada en la form a más “p u ra ”,
caben muchas dudas de que la norm a fundam ental pueda, por su parte,
perm anecer pura, ya que el “reconocim iento” real constituye un interm e
diario indispensable entre el derecho abstracto y la sociedad: la axiom a
tización debe, sin duda, co rtar este cordón um bilical p ara disociar la cons
trucción formal de sus vínculos con lo real, pero el sociólogo debe recordar
que este cordón ha existido y que su papel h a sido fundam ental en la
alim entación del derecho em brionario.
A hora bien, la situación de la teoría “pu ra” del derecho es ésta, y se
puede prever lo mismo en relación con u n a disciplina que en realidad
no existe aún, pero cuya elaboración presentaría u n gran interés: la teoría
“p u ra ” de las relaciones morales. Con trariam ente a la opinión del propio
K elsen, no se excluye en absoluto la posibilidad de que en la construcción
de las norm as morales sea posible poner de m anifiesto u n proceso análogo
al que este autor describe en el terreno jurídico; en este caso, sin embargo,
se tra ta ría de u n a construcción de relaciones personales, y no ya trans
personales, así como de u n a elaboración m ucho m ás lenta, que correspon
d ería a la sucesión de las generaciones (al ser cad a norm a transm itida
aplicación de normas precedentes y creación de nuevas normas) y, sobre
todo, u n a diferenciación m ucho m ayor de las “norm as individuales” sin
intervención de órganos estatales creadores de norm as. D e todas formas
y pese a estas diferencias, valdría la p en a in te n ta r la comparación, sobre
la base de una form alización precisa y logística.
Por último, es evidente que las reglas que rigen las representaciones
colectivas racionales determ inan a su vez una axiomatización precisa: nos
referimos a la lógica, como com ún expresión de los mecanismos opera
torios intraindividuales e interindividuales. Exam inarem os este problema
m ás en detalle en el § 7, pero desde un nuevo p u n to de vista, ya que la
lógica no es sólo una de las formas axiom atizadas de la explicación so
ciológica : es tam bién u n producto de la vida social y constituye, entonces,
u n o de los campos en que la explicación sociológica se continúa en explica
ción del conocimiento.
E n resumen, todos los sistemas de norm as que alcanzan un estado de
equilibrio a la vez móvil y relativam ente perm anente pueden determ inar
u n a axiomatización, que com plem enta, aunque sin reem plazarla, a la expli
cación sociológica real, ya que ella sólo perm ite desentrañar las estructuras
implicativas, independientem ente de la causalidad social. Hemos aclarado
entonces este punto, y puesto que la utilización de este género de form ali
zación contribuye por su p arte a disociar los mecanismos propiam ente
operatorios de las ideologías que le son atribuidas en la conciencia común,
debemos ocuparnos ah o ra de ia explicación sociológica real (por oposición
a form al) del pensam iento socializado y colectivo. Hemos reservado esta
discusión para el final de este capítulo, puesto que no sólo se relaciona
con la epistemología desde el punto de vista de la estructura de la explica
ción sociológica, considerada como form a p articu lar del pensamiento cien
tífico: este problem a condiciona la epistemología teniendo en cuenta la
m ateria estudiada, ya que se trata del pensamiento como tal, considerado
como objeto de análisis de la sociología. E n otras palabras, toda sociología
se contin úa naturalm ente en u n a sociología del conocimiento (de la misma
form a en que toda psicología culm ina por su parte en u n a psicología del
conocim iento) y esta sociología del conocimiento condiciona a la propia
epistemología genética.
E n este sentido, se deben exam inar dos problem as fundam entales:
la explicación sociológica de las formas sociocéntricas d e pensam iento (desde
las ideologías en general hasta las metafísicas propiam ente dichas) y la
explicación sociológica de las form as operatorias de pensam iento colec
tivo (de la técnica a la ciencia y a la lógica).
§ 7. L ó g i c a y s o c ie d a d . L a s o p e ra c io n e s f o r m a le s y la co o p era- -
c ió n .A p a rtir del m om ento en el que se renuncia a basar la razón en una
concepción platónica de los universales o en la estructura a priori de una
subjetividad trascendental, la única opción restante es la de identificar lo
“universal” y lo colectivo. De todas form as y tanto si la rázón b asa sus
form as en la experiencia como si las construye gracias a interacciones
diversas entre el sujeto y los objetos, si se abandona to d a referencia a un
absoluto exterior o interior el único criterio de verdad que resta en efecto,
es el acuerdo entre los espíritus. Sin duda, esta asimilación de la verdad al
reconocim iento colectivo desagrada en u n prim er m om ento a la razón;
en efecto, incluso si es realizada p o r u n único individuo, no se puede com
p a ra r el rigor de una dem ostración lógica o de u n a prueba experimental
con el valor de u n a opinión com ún, incluso cuasi general y multisecular.
Pero esta argum entación plantea dos problem as y la significación de toda
interpretación de la lógica depende de su solución: ¿cuál es la naturaleza
del acuerdo de los espíritus que garantiza la verdad lógica (por oposición a
otros tipos de acuerdos posibles) y cuál es la naturaleza, colectiva o indivi
dual, de los instrum entos de pensam iento m ediante los cuales un individuo,
incluso aislado y contradicho por todos los otros, dem uestra una verdad
lógica o la existencia de un hecho?
E l prim ero de estos dos problem as provocó graves m alentendidos tanto
por parte de los defensores como de los adversarios de la concepción socio
lógica de la lógica. P artiendo de la observación de que lo verdadero se basa
en u n acuerdo de los espíritus, se llegó a la conclusión de que todo acuerdo
entre los espíritus produce una verdad, como si la historia (pasada o
contem poránea) no mostrase múltiples ejemplos de errores colectivos.
Y, efectivam ente, la concepción durkheim iana de la u n id ad y de la con
tinuidad de la “conciencia colectiva” conduce de lo verdadero al “consenso
universal” : “quod ubique, quod semper, quod ab ómnibus creditur” se
convirtió de este modo en el criterio de la verdad tan to p ara los sociólogos
como p a ra St. V incent de Lerins. Pero u n a fórm ula de este tipo se basa
en la confusión de las ideologías y de la lógica racional (es decir científica) :
la distinción entre estas dos formas de pensam iento perm ite superar todo
equívoco. E l acuerdo de los espíritus que fundam enta la verdad no es,
entonces, el acuerdo estático de u n a opinión común, sino la convergencia
dinám ica que se origina en la utilización de instrum entos comunes de pensa
m iento; p a ra decirlo de otro modo, es el acuerdo logrado m ediante opera
ciones similares utilizadas por los diversos individuos. El prim ero de los dos
problem as que acabamos de distinguir se reduce entonces al segundo.
Este segundo y único problem a se reduce, p o r sú p arte, a lo siguiente:
¿constituyen las operaciones lógicas (poco im porta que sean efectuadas por
un único individuo que logró m anejarlas o por m uchos) acciones indivi
duales o acciones de naturaleza social, o am bas cosas a la vez? A hora bien,
el concepto de “agrupam iento” operatorio perm ite proporcionar la más
simple de las respuestas á u n a pregunta form ulada en tales términos,
análogam ente a lo que ya hemos dicho sobre las relaciones entre la lógica
y la psicología. P ara clarificar esta respuesta se requiere, de todos modos,
ubicarse separada y sucesivamente en los' dos puntos de vista que se deben
distinguir en sociología (como hemos visto en el § 3) : el punto de vista
genético o diacrónico y el punto de vista sincrónico o relativo al equilibrio
de los intercambios.
§ 2. E l s u j e t o y e l o b j e t o e n e l p l a n o d e l a a c c i ó n . Este círculo
de las ciencias plantea, en prim er lugar, un problem a psicológico: la re
lación del sujeto y del objeto que interviene en todo conocimiento, ¿es real
m ente indisociable, y po r qué? El esfuerzo constante* del em pirismo y de
algunas form as de positivismo h a sido el de in ten tar aprehender al objeto
en sí mismo, independientem ente del sujeto. El esfuerzo com plem entario
del apriorismo y de algunas form as de psicología introspectiva (Mai.ne de
Biran, etc.) residió en el in te n ta r aprehender al sujeto en sí mismo, como
yo sustancial, causa voluntaria o fuente de las leyes eternas del pensa
m iento. E n la actualidad, la psicología experim ental está en condiciones
de explicar el fracaso, probablem ente irrem ediable, de estas dos tentativas
contrarias, aunque similares.
El defecto com ún de estas interpretaciones, contradictorias en sus con
clusiones, pero com plem entarias en su m anera de p lan tear los problemas,
es el de situar el comienzo de la actividad del sujeto sólo en el pensamiento
reflexivo, claro e iñtelectualizado; de esta form a, proceden como si to d a la
razón del hom bre adulto, civilizado, norm al, y por añ ad id u ra entregado
a la enseñanza de la filosofía, estuviese contenida “en potencia” en el niño y
en el feto, en el prim itivo o en la jerarquía, a la que en algunos casos se
considera inm óvil, de las especies vivientes. A p a rtir de este p u n to de vista
antigenético o insuficientem ente genético, podemos representarnos esta
razón com pletam ente constituida de dos m an eras: como una sim ple facultad
de registro que perm itiría aprehender al objeto en sí mismo, o como
u n a fuente de estructuración autónom a, independiente del objeto que p er
m itiría, de este modo, aprehender al sujeto en sí mismo.
El resultado m ás claro de las investigaciones genéticas, sin em bargo,
perm ite apreciar que, en el desarrollo del sujeto, el pensam iento racional
constituye u n p u n to de llegada y no de partid a. A la inteligencia reflexiva
y conceptual la precede la inteligencia práctica y sensoriomotriz, la que, a
su vez, continúa a todo el desarrollo de la percepción y de la m otricidad
reunidos. Ese hecho fundam ental exige u n a revisión de los conceptos que
se form ulan por lo com ún en form a ilegítim a sobre el sujeto cognoscente
y el objetó conocido. E n consecuencia, el problem a de la delim itación
entre el sujeto y el objeto se debe plan tear a p a rtir de la acción y m ucho
antes de la aparición de la razón reflexiva. Sin referirnos a las a d a p ta
ciones hereditarias e instintivas, el problem a epistemológico com ienza a
plantearse en las adaptaciones del recién nacido, en la coordinación de sus
movimientos perceptuales, luego en la m anipulación de los objetos que lo
rodean, e incluso en la génesis de los hábitos, de las percepciones y de los
actos inteligentes del anim al. Por otra parte, los m atem áticos h a n com
prendido desde hace m ucho tiem po que la génesis del espacio está ligada
al análisis de las conductas psicomotrices. E l pragm atism o, por su parte,
tam bién h a com prendido desde hace m ucho tiem po las relaciones que
vinculan la acción con el pensam iento; sin embargo, el carácter superficial
del pragm atism o se origina en el hecho de que sólo consideró a la acción
desde el p u n to de vista de sus resultados útiles, sin buscar el p u n to de
partida de la coherencia lógica en la coordinación de los actos.
A hora bien, el progreso que constituye el análisis genético del pensa
miento se origina, precisam ente, en el hecho de que los grandes problem as
de la razón y de la explicación, como así tam bién de la estructura lógica de
la inteligencia, son desplazados de nivel; p ara expresarnos m ás correcta
mente, son alejados y puestos en contacto con sus fuentes al ser transpuestos
del campo de la reflexión al de la acción. Q ue u n a acción, ta l como la con
ducta m ed iante la que el niño de diez a doce meses busca un objeto desapa
recido teniendo en cuenta sus sucesivos desplazamientos visibles, p u ed a ser
generalizada a u n a serie de situaciones nuevas y coordinada a otras acciones
sólo revela efectivam ente la consecuencia capital de que sí existe u n esque
matismo de la acción (o de la inteligencia sensoriomotriz), que preanuncia
el esquematismo lógico del pensam iento y que se le asemeja desde el punto
de vista funcional (sin que naturalm ente se.a sim ilar desde el p u n to de vista
estru c tu ral). E n consecuencia, todos los problem as epistemológicos de las
relaciones entre el sujeto y el objeto se plantean ya en el plano de la acción,
que, al igual que él pensam iento, supone u n a coordinación interna, es decir
una lógica y u n a adaptación a sus objetivos, es decir u n a conducta de
experimentación.
Por lo tanto, la creencia de que el hecho de recu rrir a la acción
conduce necesariam ente al em pirismo constituye u n a ilusión total que se
debe im p u tar al pragm atism o; en efecto, la acción, al igual que el pensa
m iento, puede estar determ inada desde el interior, m ediante u n funciona
m iento interno ,que constituiría u n ipse actus com parable al ipse intellectus
que Leibñiz contrapone al sensualismo, y tam bién puede ser o rientada desde
afuera por la situación exterior. E sta ilusión característica de la in terp re
tación em pirista de la acción fue m an ten id a en una form a m ás sofisticada
por el bergsonismo: p a ra expresarnos m ás correctam ente quizá deberíam os
decir que ella n o fue disipada po r la oposición artificial que Bergson< consi
deró entre la acción ejercida sobre los objetos materiales, form adora de
la inteligencia, y la acción instintiva, origen de la in tu ició n : en realidad, la
acción es una, las raíces de todas las acciones se sitúan en u n substrato de
coordinación refleja u orgánica que constituye su aspecto instintivo y que
se m uestra (incluso en el caso de los instintos más rígidos de los anim ales)
en manifestaciones exteriores susceptibles de acomodaciones más o menos
elásticas. E n consecuencia, no debemos contentarnos con adm itir, como lo
hace Bergson, que la acción ejercida sobre los sólidos supone, u n a lógica
y una m atem ática p o r preadaptación del órgano a su fu n ció n : en contra
de esta filosofía debemos afirm ar, como la psicología, que las raíces del
mecanismo de la razón se sitúan en los mecanismos del organismo viviente;
en efecto, la acción que constituye el comienzo de la vida m en tal (la acción
bajo sus formas instintivas al igual que inteligentes) com porta ya ú n a
lógica, no por estar orientada hacia el m anejo de algunos objetos, sino
debido a que es susceptible de coordinaciones, de generalizaciones y de
todo u n esquematismo que supone el equivalente funcional de clasifica
ciones, de relación e incluso de cuantificaciones diversas.
A hora bien, el análisis epistemológico de la acción conduce al.m ism o
tiempo a oponerse a las interpretaciones empiristas, qué subordinan el
sujeto a los objetos, y a todas las interpretaciones que considerarían que
el sujeto es u n a fuente independiente o absoluta de conocimiento.
L a relación entre el sujeto y los objetos, que interviene en la acción,
es en efecto irreductible al esquem a em pirista. Ello se debe a la causa
esencial que reside en el hecho de que los objetos sobre los que la acción
se ejerce son incorporados.siem pre a un esquem a de acciones anteriores que
desempeña el papel funcional de u n a especie de concepto m otor susceptible
de generalizaciones variadas. Por ser de carácter reflejo, las acciones más
prim itivas suponen ya esquemas semejantes, aunque hereditarios. Estos
esquemas se diferencian luego por incorporación de nuevos elementos adqui
ridos en contacto con la experiencia (pero no sólo bajo su p re s ió n ); ello
determ ina 1a construcción de esquemas sensoriomotores am pliados y cada
vez más complejos.. L a inteligencia sensoriomotriz constituye entonces el
funcionam iento móvil de tales esquemas, susceptibles de coordinaciones bajo
formas de medios y de objetivos y de to d a una estructuración del objeto,
del espacio, de la causalidad y de la sucesión tem poral. E n consecuencia,
desde el reflejo hasta la inteligencia sensoriomotriz, toda acción presenta
necesariam ente dos polos indisociables: u n a asimilación de la situación pre
sente, es decir de los objetos sobre los que la conducta actúa, a los esquemas
anteriores y m ás o menos organizados de la acción, y una acomodación
de estos esquemas a los nuevos objetos que dan origen a la acción en curso.
E ste factor funcional perm anente de asimilación sensoriomotriz determ ina
que los mecanismos de la acción sean incom patibles con la interpretación
em pirista, ya que el objeto nunca es percibido ni aprehendido en sí mismo
sino en relación c o n . la organización previa (hereditaria o parcialm ente
adq u irid a) de las acciones del sujeto. Por otra parte, e inversamente, la
asim ilación p u ra no existe e incluso los reflejos o los instintos exigen p ara
subsistir un m ín im u m de ejercicio, lo que p ru eb a que los esquemas asimila-
torios operan sólo por el interm edio de una acom odación a los objetos m ás o
m enos diferenciada.
Podemos observar entonces que el carácter originalmente activo de la
inteligencia no habla en favor del em pirismo de la experiencia an terio r;
ello se debe tanto al carácter endógeno de las m aduraciones neurológicas,
que hacen posible la superposición de los diferentes niveles de actividad,
como al carácter asimilatorio de todo esquem a de acciones (incluso si se lo
adquiere por diferenciación de las conductas en función de las nuevas
situaciones experim entales). Sin embargo, y recíprocam ente, podemos ob
servar que el conocimiento que em ana de la acción no se origina en absoluto
en u n a “experiencia interior” susceptible de perm itir que el sujeto se apre
hen d a en form a directa, como sustancia, causa, o fuente de conexiones
a priori.
L a prim era razón que se opone a que interpretem os la prim acía de la
acción por m edio del juego de u n a experiencia interna se debe a que
el esquematismo o las coordinaciones de las acciones orientan a éstas d e la
m ism a m anera en que las formas del pensam iento condicionan sus conte
nidos. A hora bien, no tenemos una experiencia interior inm ediata del fun
cionam iento de nuestro pensam iento; sólo cuando organizamos al universo
logramos descubrir las leyes racionales a las que hemos obedecido, es decir,
cuando aplicamos este pensam iento a u n a serie indefinida de problem as
planteados po r los objetos exteriores y lo logram os por medio del análisis
de los resultados obtenidos, o sea, a posteriori y reflexivamente. D e la
mism a form a, la acción está orientada hacia el exterior y, en u n comienzo
y sin ninguna duda, el sujeto que actú a no tiene conciencia alguna de las
coordinaciones internas que guían su acción y le im ponen su esquematismo.
Todos los argum entos que se oponen a la invocación de u n a especie de
experiencia interior y que favorecen el análisis reflexivo opuesto a la lectura
introspectiva, en el conocimiento que logramos sobre el pensam iento ra
cional, valen entonces a fortiori en el caso de la epistemología de la acción;
la única diferencia sería que el análisis reflexivo es precisamente imposible
en el plano sensoriomotor y que, en consecuencia, el esquematismo coordi
n ador de los actos se m antiene inconsciente d u ran te un lapso mucho m ayor
que el del pensamiento.
Sin embargo, esto no es todo y u n a segunda causa refuerza a esta
últim a. No cabe duda, alguna de que duran te todos los estadios sensorio-
motores elementales el sujeto como tal no tiene conciencia de sí mismo
como sujeto. Ello se debe a que la tom a de conciencia es centrípeta y no
centrífuga, es decir que se rem onta desde los resultados de la acción o del
pensamiento hasta las coordinaciones que perm itieron obtenerlos, sin que la
conciencia p a rta de este esquematismo mismo. H ace ya m ucho tiem po que
la psicología experim ental renunció a la creencia de que todo estado de
conciencia está ligado necesariam ente a u n a conciencia del yo y que aban
donó las hipótesis de M aine de Biran que afirm aban que el esfuerzo inten
cional más primitivo proporcionaría al sujeto sim ultáneam ente la posibilidad
de descubrirse como yo y de tom ar conciencia de su propia voluntad. En
la actualidad, po r el contrario, sabemos que es poco probable que el bebé
tenga conciencia de su yo en u n a edad en la que, sin embargo, ya aprende
a ac tu a r sobre los objetos. T al como lo afirm ó J. M . Baldwin, es probable
que la conciencia prim itiva sea indiferenciada o “adualística” , es decir que
sitúe todo en u n único plano sin distingnir u n polo exterior u objetivo y
un polo interior o subjetivo. E n consecuencia, y en prim er lugar, ella
aprehende sólo la superficie de las cosas y la superficie del yo, si se nos
perm ite la expresión, es decir, precisam ente, la zona de unión entre la
acción y su m eta. Después, aunque en form a m uy lenta y laboriosa, cons
truye la idea de sí m ism a al propio tiem po que organiza al m undo de los
objetos exteriores, es decir espacializando y objetivando a éste a p a rtir de
un estado de fenomenismo sin objetos: entonces, las construcciones del
universo exterior y del universo interior, o del objeto y del yo, son correla
tivas y se originan en la organización de las acciones.
Por lo tanto, es ta n contradictorio con lo que sabemos sobre el
mecanismo de la acción considerar.que el sujeto se descubre directam ente
p er experiencia interior como atribuirle u n conocimiento inm ediato de los
objetos exteriores. El conocimiento que el sujeto logra sobre sí mismo se
construye exactam ente de la misma form a en que se constituye el conoci
m iento de los objetos sobre los que su acción se efectúa; es fácil observar
que ello se produce en toda edad, pero con la complicación de que a los
objetos de la acción individual se les agrega con rapidez la persona de los
otros cuya opinión sobre el sujeto considerado condiciona, además, su con
ciencia del yo. Sin em bargo, y una vez que hemos señalado el papel que
le incum be a. esta reverberación social, debemos señalar que la conciencia
del yo es el producto de u n a elaboración que se puede com parar con toda
precisión con la estructuración del universa externo: de este modo, el
tiem po interior o duración propia se organiza gracias a u n esquematismo
paralelo al que perm ite construir el tiem po físico (vol. II, cap. 1, §§ 2-3),
la causalidad del cuerpo propio se descubre como uno de los cuerpos a jenos,
la perm anencia sustancial del yo es u n a simple hipótesis construida por
analogía con la de la m ateria, etcétera.
A partir de estos m últiples hechos se m anifiestan claram ente dos con
clusiones. L a prim era es la de que ya a p artir del plano de la acción la
relación del sujeto con los objetos es indisociable. T oda acción supone u n
esquem atism o y u n a coordinación con las otras acciones, a través de los
cuales se m anifiesta la actividad del sujeto: en consecuencia, éste no sufre en
form a pasiva la incitación de los objetos exteriores ni tampoco m oldea de
m anera autom ática las formas de su acción en los caracteres de estos
objetos. D e este modo, el objeto n u n ca es conocido en sí mismo, sino que
siempre es asimilado a esquemas que condicionan su conocimiento. In v er
samente, sin em bargo, este esquematism o y estas coordinaciones nunca son
com pletam ente independientes del objeto. Cuando se trata de mecanismos
hereditarios, existe u n a adaptación al objeto de acuerdo con un mecanismo
que la biología no conoce aún. C uando se tra ta de mecanismos adquiridos,
la experiencia desem peña u n papel indispensable bajo la form a de u n a
acom odación d e los esquemas asimilatorios a los objetos diversos y a las
nuevas circunstancias. E n consecuencia, la asimilación y la acom odación
nunca intervienen u n a sin la otra. Este es el hecho fundam ental y, p o r
lo tanto, es imposible trazar, en el seno de la totalidad constituida p o r
las acciones de un sujeto, u n a frontera perm anente entre lo que depende
de su actividad propia y lo que corresponde a los objetos exteriores.
Sin em bargo, y pese a que estas fronteras inm utables no existen, poco
a poco surge u n a delim itación gracias, precisam ente, a la doble construcción
del universo de los objetos y del universo interior del sujeto. E sta es la
segunda conclusión que deriva a p a rtir de lo que p reced e: la diferenciación
de estos dos universos se debe a dos tipos de construcciones solidarias.
Por un lado, existe u n a elaboración de un universo objetivo. Los datos
de la experiencia son asimilados en u n comienzo al esquema de la actividad
propia, pero cuanto m ás se m ultiplican y agilizan las coordinaciones entre
las acciones, m ás se descentraliza esta asimilación egocéntrica en favor de
una asimilación al sistema de las relaciones originadas en estas coordina
ciones. E n otras palabras, existe u n a objetivación de lo real en la m edida
en que las cosas no son ya asimiladas a tal o cual acción particular, sino
a la coordinación entera de las acciones. Esta coordinación, en consecuencia,
y a p a rtir del plano de la acción, constituye u n instrum ento de descentra
lización com parable con lo que la deducción representa en el plano del
pensam iento: esto se com prueba a p a rtir de la construcción del objeto
perm anente y del espacio exterior que, a su vez, com prende el cuerpo propio
del sujeto como objeto éntre otros. Y este proceso se continúa en el
plano del pensam iento, sobre el que los objetos, después de h aber sido sin
más asimilados al yo o a sus formas particulares' de actu ar (en lo que se
origina el finalismo, el animismo, la id e a de la fuerza sustancial, etc.)., son
asimilados luego a las operaciones com o tales del pensam iento; es decir,
a la deducción lógico-m atem ática que perm ite descentralizar al universo en
relación con el yo. D e este modo, el objeto es conocido siempre p o r medio
del sujeto, tan to cuando se tra ta de la acción o del pensamiento egocéntrico
de los comienzos o de la coordinación de las acciones y de la deducción
operatoria descentralizados a m edida que se organizan los esquemas p rác
ticos o intelectuales.
Por otra parte, sin embargo, se produce un a construcción de u n
universo interno, es decir del conocimiento que el sujeto logra sobre sí
mismo. A hora bien, sim étricam ente con lo que acabam os de señalar, el
sujeto se descubre o m ás precisam ente se construye a sí mismo m ediante el
conocimiento que posee sobre los objetos, de la m ism a form a en que elabora
a los objetos por interm edio de la actividad p ráctica u operatoria. No
existe u n a experiencia interior inm ediata y tam poco existen experiencias
externas directas. El yo se conoce o, p a ra ser m ás precisos, se elabora sólo
m ediante esquemas que construye en función de los objetos exteriores.
Acabamos de observarlo en el plano de las acciones iniciales. E n el punto
de partid a del pensam iento se puede observar este proceso a través del
hecho de que el sujeto m aterializa sus propias actividades m entales de igual
form a en que anim a la realidad m aterial exterior: ello d a lu g ar a las
creencias en la m aterialidad de las imágenes soñadas, de los nombres,
de las palabras, del pensam iento concebido como u n hálito, etc.; en ello se
origina tam bién el esplritualismo, que es u n m aterialism o vuelto sobre
sí mismo, que atribuye al espíritu la sustancialidad y la causalidad que
caracterizan a los objetos físicos. Sin em bargo, de la misma form a en que la
asimilación de los objetos a la acción p ro p ia es reem plazada luego en el
plano del pensam iento científico por una asim ilación de lo real a las opera
ciones deductivas, la asimilación del espíritu a la m ateria exterior, que
caracteriza al pensam iento prelógico, es reem plazada, en el cam po de los
conocimientos científicos, por u n a reducción de las actividades mentales
del sujeto a las actividades orgánicas. D e este m odo, y en cierto sentido,
la psicología experim ental sigue haciendo depender al sujeto de la realidad
física, pero desde el interior y po r interm edio del sistema nervioso, en lugar
de basarse en una im aginación m aterialista inspirada en form a directa en el
medio exterior. Por o tra parte, cuanto más éxito tiene la psicología en este
esfuerzo m ejor logra diferenciar los caracteres específicos del conocimiento
de los que corresponden al cuerpo. El conocim iento es im plicatorio y no
causal y explica, de este m odo la construcción de los esquemas operato
rios que sirven p a ra organizar sim ultáneam ente el m undo exterior de los
objetos y el m undo interior de los valores así como los entes lógicos y m ate
máticos ; sin em bargo, en u n prim er m om ento el sujeto conoce estos esque
mas operatorios sólo a ' través de sus aplicaciones al objeto y en tanto
que, por así decirlo, proyectados en él. Sólo en u n m om ento posterior
ellos d an lugar a u n conocimiento reflexivo progresivam ente desligado de la
experiencia.
D e este modo, en todos los niveles del conocimiento y ya a p a rtir del
plano de la acción elemental, el objeto es conocido sólo a través del sujeto
y el sujeto se conoce sólo por interm edio del objeto. Entonces, el círculo
de las ciencias depende en un prim er m om ento del círculo del sujeto y
del objeto: estos dos tipos de conocimientos se construyen correlativa y
circularm ente; el círculo inicial se extiende gradualm ente hasta el de los
conocimientos científicos. Ello se debe a que ninguna experiencia inm ediata
nos proporciona el conocimiento ni de las cosas ni del yo (considerado
como sujeto pensante diferente de los puntos de aplicación de su pen
samiento) .
§ 3. E l s u j e t o y e l o b j e t o e n e l p e n s a m i e n t o c i e n t í f i c o . C uando
la acción se interioriza en pensamiento, por interm edio de los símbolos
eidéticos y de los signos verbales, la relación indisociable de la asimilación
y de la acom odación se presenta, en u n prim er m om ento y como acabam os
de verlo, bajo la fo rm a de u n a asimilación simplemente egocéntrica (o socio-
céntrica y antropom órfica en general) y de u n a acomodación esencialm ente
fenoménica. El desarrollo intelectual conduce desde el egocentrismo y desde
el fenomenismo, herederos de la inteligencia práctica inicial, al pensam iento
científico; este desarrollo se caracteriza por el hecho de efectuar u n a descen
tralización cada vez mayor gracias a la coordinación progresiva de acciones
mentalizadas m ediante el simbolismo individual y colectivo: estas accio
nes interiorizadas son entonces “agrupadas” bajo formas de operaciones
reversibles y susceptibles de ser compuestas entre sí. Esta descentralización
de los sistemas operatorios en relación con el yo perm ite la objetivación
gradual del m úndo exterior y conduce a situar el punto de vista propio
como perspectiva particular entre otras posibles. D e este modo, la actividad
egocéntrica del yo es rectificada; sin embargo, el sujeto es m ás activo, ya
que su actividad operatoria conduce a la elaboración de los fenómenos
bajo la form a de u n mundo exterior a él. Recíprocamente, el funciona
m iento del yo m uestra tarde o tem prano estar condicionado p o r los
factores fisiológicos que, por su parte, dependen del conjunto de los objetos
físicos; m ientras tanto, por su parte, la actividad operatoria que em ana
del sujeto se libera del egocentrismo y del fenomenismo reunidos y el
cuerpo propio se convierte en un objeto entre otros que se considera some
tido al conjunto de las interacciones causales que constituyen el universo.
Ello determ ina que en todas las formas del pensamiento científico, el
sujeto y el objeto estén indisociablemente unidos, aunque los modos de in ter
dependencia varían en forma notable según los tipos de disciplinas en juego.
4. Por último, las relaciones entre el sujeto y el objeto son aún mucho
m ás com plejas en el terreno de la psicología y de la sociología. E n estos
casos, el objeto es la persona del otro; en efecto, no puede existir una
ciencia psicológica y menos aú n sociológica que utilice sólo un m étodo de
introspección. Pero al ser el otro u n objeto d e estudio en tanto que cons
tituye u n sujeto de conocimiento, ello determ ina que la investigación del
psicólogo suponga u n a parte necesaria de asimilación a él mismo, que el psi
cólogo logra descentralizar y acom pañar con u n a acom odación suficiente,
pero que bajo todas sus form as sigue siendo u n a asimilación (incluso en los
conductistas y en los psicorreflexólogos que b autizan con nuevos nombres a
las conductas conscientes p a ra hacer creer que ignoran este aspecto de
conciencia). Esto es lo que determ ina que la psicología anim al sea tan
difícil, pero tam bién ta n instructiva; en efecto, si pudiésemos situam os en
el p unto de vista de u n a horm iga, conservando al mismo tiem po el del
hom bre, podríamos h allar sin du d a la clave del problem a del conocimiento.
Al igual que en física y que en biología, en psicosociología el conoci
m iento del objeto se basa en la unión necesaria de u n a asimilación deduc
tiva en diversos grados y de u n a acomodación a la experiencia; por lo tanto,
en dicho campo, al igual que en los otros, existen sólo u n sujeto y un
objeto indisociables. Sin embargo, esta relación exterior del sujeto’y del ob
jeto se háce más com pleja en psicología debido a la acción de u n a nueva
relación, com parable con la que hemos observado a propósito del conoci
m iento m atem ático: en efecto, en este campo, la actividad del sujeto (tanto
cuanto se tra ta del sujeto, objeto del conocimiento psicológico como del
sujeto como psicólogo) está condicionada adem ás por u n objeto interior
a él y origen de sus conductas; nos referimos al cuerpo, condición de las
coordinaciones m entales propias y único aspecto perceptible de las con
ductas del otro. L a existencia de esta relación interna entre el sujeto y el
objeto, que se agrega a la relación exterior habitual, dio lugar a un método
específico de investigaciones, cuyo equilibrio se realiza m ediante la rep ar
tición discutida en el capítulo 3. Por un lado, la explicación psicofisio-
lógica tiende a u n a reducción de las actividades mentales a los factores
orgánicos que dependen del objeto biológico en general. Por otra parte,
los hechos de conciencia se reducen esencialmente a preim plicaciones o a
implicaciones propiam ente dichas; por lo tanto, el otro polo de la psicología
consiste en u n análisis de las preoperaciones y de las operaciones, que se
pueden conciliar tan to m ejor con la psicología de la conducta cuanto que,
por o tra parte, estas operaciones son acciones m entalizadas gracias a las
imágenes y a los signos que perm iten efectuarlas simbólicamente; este
análisis perm ite explicar entonces la construcción de las operaciones lógico-
m atem áticas y realiza así la conexión entre el conocimiento psicológico y
el conocimiento lógico y m atem ático.
Desde un extrem o al otro del campo de las ciencias, o más bien en
cada un o de los sectores del círculo que ellas describen, se observa entonces
la m isma relación indisociable entre el sujeto y el objeto, aunque bajo
form as variadas. E sta relación parece distenderse en algunas regiones; por
ejem plo en m atem ática, o en el cam po en el que parece prim ar el sujeto,
y en biología, donde el objeto se desliga particularm ente del sujeto; la
relación sin em bargo, se profundiza en todas las regiones límites, hasta
hacerse inextricable en algunas partes de la física y elevarse a la segunda
potencia en psicología.
. § 5. ¿E l d e s a r r o l l o d e l o s c o n o c i m i e n t o s s u p o n e u n a d i r e c c i ó n
D e la misma form a en que no presenta u n comienzo abso
d e te rm in a d a ?
luto, el proceso genético, al mismo tiempo constructivo y reflexivo, que
hemos descripto puede proseguir en form a indefinida. Se p la n tea entonces
el problem a de determ inar si su desarrollo es absolutam ente contingente o si
obedece a leyes de dirección.
H em os enfrentado ya este problem a en relación con el pensamiento
de L. B runschvicg; su descripción del ím petu intelectual, en efecto, evoca
1?. im agen de u n a creación perpetua, sin ninguna dirección en lo que se
refiere a su fu tu ro ni otra preocupación en relación con su pasado más
que la de reconstituirlo reflexivamente, pero antes que n a d a p a ra poder
desligarse de él. A hora bien, pese a que es razonable co n tin u ar la m archa
sin anticipar lo imprevisible y estar dispuesto a rom per con to d a tradición,
de todas formas, también, y desde el punto de vista de la razón, es inquie
tante el hecho de invertir las tesis de la necesidad a priori o de la identidad
hasta el p u n to de caracterizar la actividad racional p o r la contingencia
pura. Pero, según parece, quien dice desarrollo de la razón debe incluir
un m ínim um de “vección” . Se puede llegar a ad m itir qu e la duración
interior, el arte, la sociedad,. la vida, y quizás el universo mismo se trans
form an sin dirección, pero una razón que cam bia sin cesar de estructura
sólo puede hacerlo con razón y, en consecuencia, seguir u n a vección
inm anente a su propia naturaleza.
Sin em bargo, e incluso si se supone que esta hipótesis tiene u n sentido,
es singularm ente difícil precisarla y determ inar esta dirección sin volver a
caer, p o r ello mismo, en lo que la epistemología genética se propone ev itar:
un realismo m etafísico anterior al estudio genético.
¿ D irem os nosotros, de este modo, tal como lo hace el realismo del
objeto, que la dirección que sigue la razón consiste sim plem ente en tender
hacia lo real, hacia el “ser”, presentes fuera de ella? Es posible, y, contra
riam ente al positivismo, no nos permitiremos an ticip ar n ad a en este sentido.
Pero antes de verificarlo no podemos considerar que la tesis sea verdadera;
por o tra parte, la comprobación sólo puede efectuarse a posteriori, es decir,
u na vez en posesión de u n “real” indiscutible. A hora bien, si nos limitamos
a los hechos genéticos e históricos, comprobamos, p o r el contrario, que la
“ realidad” m odifica su estructura en cada nueva etapa del conocimiento.
Incluso los físicos m ás realistas, como Planck, confiesan que la conquista
d e lo real es sólo u n ideal. Ideal necesario, agregan, y no podem os menos
que aceptarlo a p a rtir de nuestra posición de observadores del pensamiento
físico: sin embargo, esta necesidad constituye entonces una simple obliga
ción intelectual, que el físico experim enta, de in ten tar la elucidación de los
datos de experiencia independientes de todo “antropom orfism o” , es decir,
de todo egocentrismo intelectual; ella no contiene entonces ninguna indica
ción sobre la dirección que se debe seguir, ya que los datos más exteriores
al yo son los que d an lugar al m áxim um de deducción por p arte del sujeto,
de acuerdo con las estructuras m entales características de su nivel de evo
lución individual o histórico. ¿ Diremos que conocemos las direcciones
seguidas hasta el m om ento y que, p a ra aprehender lo real en sí, bastaría
con extrapolar la curva de las “realidades” construidas sucesivamente en el
transcurso de los estadios anteriores? A esto cabe objetar que si la extra
polación de una curva es en general una aventura incluso ilegítima en
lo que concierne al m étodo científico en epistemología, en este caso p ar
ticular esa extrapolación daría lugar a u n resultado sin d uda pobre:
lo “real” aceptado en u n a época ha sido siempre “disuelto” por el pensa
m iento científico de la época posterior, tal como lo confiesa u na perso
nalidad realista como la de E. Meyerson. E n consecuencia la extrapolación
conducirla a revelar u n a tendencia de la curva hacia u n a asíntota caracte
rizada po r la supresión de lo real. No podem os llegar a esta conclusión ya
que en la actualidad sigue existiendo u n a realidad experim ental no disuelta
tan resistente como en el transcurso de todas las épocas pasadas de la
ciencia, e ignoram os tam bién todo acerca del futuro. Afirmemos entonces
sim plem ente la conclusión de que la “realidad” que corresponde a las
diversas estructuras m entales que la asimilan sucesivamente no puede pro
porcionar el principio de u n a ley de dirección.
¿Diremos entonces que la dirección que caracteriza a la evolución
de la razón está determ inada por los invariantes característicos de aquélla?
No, ya que esta hipótesis no es unívoca y com prende en realidad m uchas
posibilidades que debemos exam inar po r separado.
En sim etría con el realismo del objeto, la más simple consistiría en
suponer que la razón del sujeto tiene estructuras a priori que orientan
en form a perm anente la evolución intelectual. U n cuadro invariante de
categorías, u n principio intelectual como el de la identidad, o las leyes
de la lógica form al en general asum irían de este m odo el papel director,
y el desarrollo de los conocimientos consistiría sólo en u n a asimilación
progresiva siempre igual a sí misma, desde lo real hasta estos marcos
preestablecidos. Sin em bargo, el panoram a del desarrollo del conocimiento
opone a este realismo del sujeto u n a serie de dificultades cuyo enunciado
com pleto equivaldría a resum ir toda la obra que precede. E n efecto, no
existe u n a estructura invariante de la razón; precisam ente, éste es el hecho
psicológico e histórico y fundam ental que exige la utilización del método
genético en epistemología. C ualquiera que sea el principio designada como
invariante, se observa siem pre u n a época de la historia o un estadio del
desarrollo individual q u e ignora su existencia; o, lo que equivale ex acta
m ente a lo mismo, que realiza aplicaciones diferentes a p artir de él (ya
que en el cam po de los principios la “aplicación” precede a la codificación
fo rm a l).
D e esté modo, todas las categorías de la sensibilidad y del pensam iento
definidas por K an t cam biaron su estructura en el transcurso de la historia
y, en gran parte, con posterioridad al propio K a n t: por ejemplo, las del
espacio (con la m ultiplicación de las geom etrías), de tiempo (con la relati
v id a d ), de m odalidad (con el desarrollo del probabilism o), de sustancia
(con la com plem entariedad m icrofísica), de causalidad (con la relatividad
y el concepto de indeterm inación), etc. Ello determ ina que si intentam os
caracterizar u n a de estas categorías m ediante sus elementos constantes en
el transcurso de la historia nos vemos obligados a despojarle sucesivamente
todas sus propiedades específicas, lo que conduce a un invariante p u ra
m ente funcional y no ya estructural. Si se busca qué hay de com ún entre
las norm as de causalidad tales como la causalidad aristotélica (y precien-
tífica en general), y la causalidad de acuerdo con las tres mecánicas,
clásica, relativista y cuántica, nos hallam os sim plem ente frente a ia nece
sidad de explicar. Sin em bargo, y de la m ism a form a en que a u n a función
com ún de todos los seres vivientes, tal como la nutrición, puede corres-
ponderle formas indefinidam ente variadas de órganos, a este invariante
funcional (la necesidad de explicar) le corresponden estructuras m uy v aria
bles. N inguna de todas estas estructuras es invariante, y, en consecuencia,
ninguna de ellas puede asignarle una dirección física al desarrollo: el
problem a, por el contrario, es el de saber si la sucesión de las estructuras
sigue o no u n a vección.
O tra solución consistiría entonces en escoger como vección la acción
ejercida por los principios de la lógica form al. D entro de este enfoque
E. Meyerson considera que la “senda del pensam iento” está orientada desde
el pensam iento precientífico y desde la percepción, por u n a identificación
que lo conduce hasta las m ás altas cumbres del pensam iento científico; esta
identificación sé originaría en u n a aplicación perm anente y siempre sim ilar
a sí m isma del principio de identidad a la realidad m últiple y diversa. De
la m ism a form a, se p o d rían fu n d ar sistemas, paralelos al de M eyerson, sobre
la aplicación continua de los principios de no contradicción, del tercero
excluido, etc.; o sobre la aplicación de la lógica form al en general, conce
bida como el invariante estructural que im prim e su dirección al desarrollo
intelectual y lo orienta hasta la evolución de las categorías.
Sin embargo, y ta n pronto como se adm ite la hipótesis de u n a ' cons
trucción de la lógica, no se puede considerar que los “principios” de la
lógica form al sean invariantes: en efecto, en los diversos niveles preo p era
torios y operatorios nos encontram os en presencia de estructuras dife
rentes en lo que se refiere al esquematismo de la asimilación intelectual y
a su coherencia interna. L a respuesta de los aprioristas es entonces la
siguiente: los principios son invariantes pero se aplican en form a diferente.
D e este m odo, E. M eyerson in te rp re ta a la “participación” de los Bororos
y de los A raras como u n a identificación de lo diverso cualitativo similar a
la identificación del m ovim iento y del calor por p arte de los físicos. D e la
m ism a form a, A. R eym ond afirm a que los prim itivos aplican el principio
de no contradicción, pero en form a diferente de la n u e stra : sin preocuparse
por él en el cam po físico, lo respetan en el plano místico, en el que u n
objeto no puede ser. sim ultáneam ente sagrado y no sagrado. Sin embargo,
si se respeta estrictam ente el lenguaje genético no se puede considerar
que u n principio al que se aplica en form a diferente sea el mismo principio;
en efecto, es evidente que antes de que el pensam iento lógico haya form ulado
las “leyes” del pensam iento m ediante u n a “reflexión” que transform a (como
lo hemos visto en el § 4) aquello sobre lo que reflexiona, no existían “leyes”
como tales, sino sólo lo que los aprioristas designan como sus “aplicaciones” .
Estas últimas, en consecuencia, no eran aplicaciones sino comienzos de
estructuración. D e este modo, el género de coherencia que el pensam iento
logra es cualitativam ente diferente según que el pensam iento se sitúe en
u n nivel en . el que las clases lógicas están “agrupadas” en clasificaciones
jerárquicas susceptibles de composición en form a reversible, o que proceda
por intuiciones imposibles de ser coordinadas de acuerdo con este modo
de composición. Las relaciones de identidad y de no contradicción asumen
una significación concreta o form al, es decir “lógica” en el sentido estruc
tural del térm ino, sólo en u n a composición operatoria acabada; por su
parte, en la intuición preoperatoria la coherencia se realiza sólo gracias a
relaciones sentidas y vividas antes que pensadas, es decir m ediante regula
ciones y no m ediante operaciones. P o r últim o, en la inteligencia sensorio-
m otriz, la coherencia se realiza m ediante la coordinación de los movi
mientos mismos.
Es indudable, de todas formas, que en cada uno de estos niveles
podemos observar ya u n equivalente de lo que serán luego la no co n tra
dicción y la id entidad; sin em bargo, es u n equivalente sólo funcional:
se trata de la necesidad de coherencia, cualquiera que sea la forma estruc
tural alcanzada, o de la asim ilación mism a, cualesquiera que sean sus instru
mentos. E n el cam po de los principios formales de la lógica al igual que
en el de las categorías del pensam iento, el invariante es entonces sólo fun
cional y las estructuras se suceden bajo form as diversas: la estructura pro
piam ente “lógica” es sólo el térm ino y no el p u n to de p artida de 'esta
evolución.
A. L alande proporcionó u n a solución m ás interesante del problem a al
introducir la distinción entre u n a “razón constituida” y u n a “razón consti
tuyente” . L a prim era se caracterizaría po r los conceptos generales y los
principios adm itidos en u n a época determ inada, aunque sujetos a revisión
continua, m ientras que la segunda representaría el invariante por oposición
p , estas variaciones: la razón constituyente sería entonces el factor p erm a
§ 6 . L a s r e l a c i o n e s e n t r e l o “ s u p e r i o r ” y l o “ i n f e r i o r ” . T an to
las relaciones en juego en el funcionam iento dirigido del pensam iento
(§§ 4 y 5) como las relaciones entre el sujeto y el objeto (§§ 2 y 3) nos
conducen al problem a central de las formas de pasaje entre los principales
campos científicos, que a prim era vista son heterogéneos entre sí. Este
problem a se plantea necesariam ente en la hipótesis de u n encadenam iento
circular de las ciencias, m ientras que en la hipótesis de u n a serie rectilínea
o de u n a jerarquía es menos esencial e, incluso, p u ed e ser resuelto negati
vam ente (tal como lo intentó A. Comte, que inten tab a reforzar las fronteras
y no suprim irlas). Nos hemos referido ya a este problem a cuando anali
zamos cada uno' de los cuatro grandes tipos de conocimiento científico;
sin embargo, conviene retom arlo aquí, p ara com probar la analogía p rofunda
que existe entre las soluciones adoptadas p o r las diversas ciencias vecinas
y, sobre todo, p ara dem ostrar que todas estas soluciones análogas en tran
precisam ente en los esquemas descriptos en los §§ 4 y 5 en lo que se refiere
al desarrollo de u n a serie histórica o genética simple, es decir, independien
tem ente del pasaje de u n cam po a otro. E n tre estos esquemas de desarrollo
y estos esquemas de pasaje existe sólo un a diferencia notable: el esquema
de desarrollo es com pletado por la adjunción de u n principio especial de
correspondencia cuando se produce un pasaje del sujeto al objeto.
E n efecto, hemos com probado en m uchas oportunidades que la reduc
ción de u n conjunto de fenómenos llamados “superiores”, por ser más com
plejos, más específicos y por poseer determ inadas propiedades, a un conjuntó
de fenómenos llam ados “inferiores” por n o presentar estos caracteres, se
efectúa gracias a la construcción de un esquema más general que los
esquemas anteriores con que se contaba: al mismo tiem po que conserva las
propiedades específicas de lo “superior”, este nuevo esquema los reestruc
tura m edíante elementos tomados de lo “inferior” y enriquece así a este
últim o con algunos caracteres de lo “superior” .
U n ejemplo típico en relación con esto lo constituye la reducción de
la gravitación al continuo espacio-temporal p o r supresión de las diferencias
entre el contenido y el continente. E n .esta reducción, tanto el esquema
anterior del espacio físico considerado como un simple m arco com o el
esquem a anterior de la gravitación considerado como sistema de acciones a
distancia se m odifican: ambos son englobados en un mismo esquema más
general, que reestructura lo superior (gravitación) m ediante elementos
tomados de lo inferior (espacio) pero que, recíprocam ente, enriquece a lo
inferior m ediante algunos caracteres de lo superior. E n efecto, la gravita
ción h a sido reestructurada por eliminación de uno de sus caracteres ap a
rentes, considerado entonces como subjetivo o antropom órfico (idea de una
fuerza que actú a a distan cia), m ientras que sus otros caracteres h an sido
reducidos a las propiedades del cam po inferior (desplazamientos de acuerdo
con las curvaturas del espacio) ; recíprocam ente, sin embargo, lo inferior
espacial se ha enriquecido con las propiedades tom adas del campo superior
(acción directa de la m asa sobre su m arco espacial).
P ara que la reducción tenga éxito, es decir para que el esquema hallado
sea operante, no basta construir un m arco general que englobe por simple
inclusión lo superior y lo inferior yuxtapuestos uno al otro. Ph. F rank
describió (en relación con la imposibilidad en la que cree Driesch de una
reducción de lo vital a lo físico-químico) “la enorme dificultad p ara
establecer que los fenómenos electrom agnéticos no podrían ser reducidos
a los fenómenos mecánicos” .4 A hora bien, pese a, todo, “la tendencia
actual de la física, po r el contrario, es la de form ular leyes físicas de una
generalidad tal que engloben, al mismo tiempo, los fenómenos mecánicos
y los fenómenos electrom agnéticos” .5 Sin. embargo, y u n a vez que se
descubran estas leyes generales, no por ello se podrá hablar de reducción;
la reducción será real si las leyes perm iten form ular composiciones opera
torias tales que a p a rtir de ellas se pueda extraer al mismo tiem po el
detalle de las leyes m ecánicas y el de las leyes electromagnéticas: lo inten
taro n Weyl, Einstein y E ddington. Sin embargo, hasta el momento este tipo
de ensayos h a perm itido obtener sólo resultados cuya com plejidad es mayor
que la de la reducción de la gravitación al espacio riem aniano. U n a reduc
ción acabada supone entonces u n a asimilación recíproca y no sólo un a doble
inclusión en u n esquema general.
A hora bien, se puede observar la analogía que existe entre este proceso
de asimilación recíproca y el doble proceso de construcción y de reflexión
descripto en el § 4. Al considerarse que este campo “inferior” constituye
el esquema de partida, este esquema se asimila entonces, a título de elemen
tos nuevos, al campo “superior” , lo que da lugar a la construcción de un
esquema más general m ediante caracteres tomados a ambos campos a la
vez; si este esquema general se limitase a desentrañar sus propiedades
comunes no habría reducción, sino simple extensión del esquema inferior
inicial. Por el contrario, y al ser los elementos nuevos reestructurados
m ediante caracteres tom ados del cam po anterior, este último se enriquece
inversam ente m ediante nuevas propiedades por reflexión retroactiva, lo que
§ 7. L a s d o s d i r e c c i o n e s d e l p e n s a m i e n t o c i e n t í f i c o . El análisis de
estas diversas formas de reducción perm ite com prender m ejor la dualidad
de las orientaciones entre las que oscila constantem ente el pensam iento cien
tífico, ta l como lo hemos com probado a lo largo de esta obra: la dirección
realista, caracterizada p o r la asimilación de lo superior a lo inferior y por la
prim acía de los conceptos centralizados en el objeto, como los de sustancia y
de causalidad; y la dirección idealista, caracterizada p o r el postulado de la
irreductibilidad de lo superior y por la prim acía de la deducción y de ia impli
cación consciente. Lejos de obedecer exclusivamente a un “poderoso instinto
realista” , de' acuerdo con la expresión de E. Meyerson, la ciencia conside
rad a en sus relaciones de conjunto y en las fronteras entre sus disciplinas
obedece por el contrario a dos, poderosos instintos. E n algunos casos éstos
son antagónicos y en otros, com plem entarios; pero ninguno de los dos puede
elim inar a su com petidor, ya que el realismo y el idealismo se basan ambos
en el círculo indisociable del sujeto y del objeto.
L a epistemología genética se. lim ita a com probar la existencia de este
hecho y a investigar las razones de su perm anencia histórica; no tiene por
qué pronunciarse sobre su carácter definitivo o no, ya qüe p ara determi
n a r qué tendencia predom inará (la realista o la idealista, si alg u n a de las dos
llega a hacerlo), sería necesario anticipar los conocimientos futuros y
extrapolar los cierres de un círculo aún abierto que sólo las" disciplinas
particulares pueden cerrar o trasform ar en un o rden de reducción o de
sucesión diferente.
Sin embargo, y m anteniéndose al m argen de estas ambiciones, la episte
mología genética puede preguntarse, sin abandonar sus fronteras, bajo qué
condiciones se podría encontrar una solución; ello precisam ente p a ra de
m ostrar que estas mismas condiciones están bien lejos de h ab e r sido cum
plidas.
El problem a, planteado de este modo, equivale a investigar si el círculo
de las ciencias se m an ten d rá definitivam ente como círculo. A hora bien,
son m últiples las m aneras en que un círculo incom pleto puede transformarse
en otras figuras, sobre todo si este círculo no es euclidiano y presenta sim
plem ente el aspecto de u n a curva cerrada cualquiera, pero de un a curva
en la que sólo algunas partes serían efectivam ente continuas, m ientras las
otras se m antienen indicadas con u n a línea de puntos p a ra señalar su
incom pletud.
E n prim er lugar, u n círculo no cerrado puede llevar a u n a especie de
espiral, de hélice o de u n falso nudo que nunca se cierra sobre sí mismo.
Esto es lo que ocurriría si, a m edida que se realizan las reducciones de lo
m ental a lo biológico, de lo vital a lo físico-químico, de ló físico a lo m ate
m ático y de lo m atem ático a lo psicológico, las imágenes que la ciencia
nos proporciona acerca de estos campos se hiciesen cad a vez m ás complejas,
de m odo tal que cada reducción entrevista en u n sector acarreara un
retroceso en el sector opuesto. E n ese caso, las soluciones idealistas y realis
tas se alternarían indefinidam ente.
Pero tam bién podría ocurrir que uno de los extremos del círculo, en
lugar de m antenerse como simétrico del otro, se doble, p o r el contrario,
hasta aproxim arse cada vez m ás a aquél (en u n a fig u ra sim ilar a la de una
luna creciente) : en ese caso, u n a de las dos corrientes, el realismo o el
idealismo, prevalecería y el otro aspecto del sistema de los conocimientos
aparecería simplemente como doble del primero. Es fácil pronosticar el
sentido concreto que p o d ría asum ir esta hipótesis bajo sus dos form as; en
efecto, la, interpretación idealista invocaría, sin d u d a y tal como lo hace
en la actualidad, el hecho de que la representación del m undo real es sólo
una parte reducida del espíritu (superada constantem ente por la m atem á
tica), m ientras que la interpretación realista se basaría en el hecho de que
el sujeto y su actividad se reducen realm ente a u n a ínfim a p arte de la
realidad m aterial.
La interpretación idealista se m anifiesta claram ente. L a reducción de
lo físico a lo m atem ático conduciría a una disolución progresiva de lo real, al
presentarse la m ateria, de acuerdo con las predicciones de Jeans y de
Eddington, como un ballet de ondas que se resolverían, p o r su p arte, en
ecuaciones. L a “objetividad intrínseca” de la m atem ática, p o r o tra parte,
proporcionaría u n a expresión exacta de la estructura del propio espíritu.
E n lo que se refiere a los cuerpos vivientes, sus mecanismos se explicarían
sim ultáneam ente por las leyes de la física, convertidas en puros esquemas
matemáticos y p o r las leyes psicológicas. Lo vital, como funcionam iento,
se resolvería entonces en lo físico, mientras que su apariencia m aterial, al
igual que la del m undo físico, se basaría en la acción sobre nuestros sentidos
del “modo de concatenación m u tu a de las operaciones” y no de ‘‘su n atu
raleza”, como dice Eddington.7 De este modo, todo sería coordinación
intelectual y nuestros órganos perceptuales serían los únicos responsables
de la ilusión realista; pero lo real sensorial, por su parte, se reduciría al
espíritu po r u n a especie de principio de correspondencia entre lo perceptual
y ¡o operatorio, es decir, en últim a instancia, por u n a relación entre el
sistema de los índices o símbolos eidéticos y el sistema de las significaciones
lógico-matemáticas.
Para el realismo, por otra parte, al absorber la física a la biología consti
tuiría una vía de acceso al ser mismo. Este acceso, sin embargo, supondría
un lenguaje bien constituido, la m atem ática, incluyendo a la lógica. L a
precisión de este lenguaje se originaría en el hecho de que la conciencia del
sujeto, en sus estados de equilibrio, reflejaría algunas coordinaciones ner
viosas que serían, por su parte, la expresión m ás fiel de las interacciones
microfísicas accesibles sin dem asiada indeterm inación. E n lo que se refiere
a lo que determ ina que la m atem ática supere al hecho bruto y tenga
acceso a u n a necesidad interna y reversible, que contrasta con la indeter
minación experim ental, ello se debería, simplemente, al hecho de que ella
tiene como objeto lo posible y no sólo lo real irreversible. A hora bien, como
un estado de equilibrio depende precisamente, siempre, de u n sistema de
movimientos posibles y reversibles, se podría com prender cómo u n a inteli
gencia en equilibrio deduciría de lo real lo posible mismo.
Se plantea entonces el siguiente interrogante: llevadas a sus últim as
consecuencias, en función del progreso efectivo d e los conocimientos, estas dos
tesis ¿aparecerán siempre tan antitéticas como en la actualidad o llegarán
un día a decir aproxim adam ente lo misino en dos lenguajes diferentes?
Si las conexiones entre las ciencias constituyen efectivam ente u n círculo,
esta últim a solución parece ser la más probable. Pero, cabe repetirlo, la
epistemología genética prohíbe las anticipaciones y debe seguir siendo