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JEAN PIAGET

INTRODUCCION A LA
EPISTEMOLOGIA
GENETICA
3. El pensamiento biológico, psicológico
y sociológico
T ítulo del original francés
IN T R O D U C T IO N A L 'É P IS T É M O L O G IE
G É N É T IQ U E

I I I . La pensée biologique, la pensée psychologique


et la pensée sociologique

Publicado por
PRESSES U N IV E R S IT A IR E S D E FRA N G E
© 1950, Presses Universítaires de France

Versión castellana de
V IC T O R FISC H M A N

1* edición, 1975

- Í M P R E S O E N L A A R G E N T IN A
Q ueda hecho el depósito que previene la ley 11.723
Todos los derechos reservados

©
C opyright de la edición castellana, by
E D I T O R I A L P A ID O S , S.A .I.C .F .

D efensa 599, 3er. piso - Buenos Aires


IN D IC E

T ercera parte

E L PE N S A M IE N T O B IO L O G IC O

C a pítulo 1: La estru ctu ra del conocim iento biológico ................ ............. 13


1. Las clasificaciones zoológicas y botánicas, y los “agrupam ientos” lógicos
de clases y d e re la c io n e s .............................................................................. .. 15
2. El concepto de especie ......................................................................................... 25
3. Los “agrupam ientos” lógicos de correspondencia y la anatom ía com­
parada ............................ .............................................................................................. 32
4. L a significación de la medición (biom etría) en las teorías de la herencia
y de la v a r ia c ió n ................................................. ..................................................... 38
5. L a explicación en fisiología ............................................................................... 47
6. L a explicación en embriología y el desarrollo del in d iv id u o ................... 53
7. T otalidad y finalidad ............................................................................................. 59
8. Física y biología ...................................................................................................... .. 66

C a p ít u l o 2: La s ig n if ic a c ió n e p is t e m o l ó g ic a de las t e o r ía s de la a d a p­
t a c ió n Y D E L A E V O L U C I Ó N ........................................................................................ 72
1. El fijismo vitalista, la teoría de la inteligencia-facultad y el conoci­
m iento de los universales ............. . . . ................................................................ 75
2. El preformismo biológico y el apriorism o ep istem o ló g ico ......................... 78
3. L a teoría de la “ emergencia” y la fe n o m e n o lo g ía ...................................... 83
4. El lamarckism o y el empirismo ep istem o ló g ico ............................................. 87
5. El mutacionism o y el pragm atism o co n v en c io n a lista .................................. 93
6. El interaccionism o biológico y epistemológico ............................................. 99
7. Conocim iento y vida: la evolución de los seres vivientes y la evolución
de la razón ......................... ........................... .................. 106

C uarta parte

EL P E N S A M IE N T O P S IC O L O G IC O , EL PE N S A M IE N T O
S O C IO L O G IC O Y LA L O G IC A

C a p ítu lo 3: La e x p lic a c ió n en p s i c o l o g í a ...................................................................................... 116


1. L a explicación fisiológica en psicología y sus l ím i te s ................................... 119
2. Las pseudoexplicaciones p sic o ló g ic as................................................................. 132
3. La explicación genética y o p e r a to r ia ............................................................... 137
4. El paralelism o psicofisiológico.............................................................. ............... 147
5. L a posición de la lógica ....................................................................................... 156
C a p ít u l o 4: L a e x p l ic a c ió n e n s o c io l o g ía ..................................................................................... 16 1

1. Introducción. La explicación sociológica, la explicación biológica y la


explicación psicológica .......................................................................................... 161
2. Las diversas significaciones del concepto de totalidad s o c ia l............... . . 170
3. L a explicación en sociología. A. Lo sincrónico y lo d ia c ró n ic o ............ 180
4. L a explicación en sociología. B. Ritm os, regulaciones y agrupam ientos 190
5. L a Explicación en sociología. C. Explicación real y reconstrucción for­
m al (o axiom ática) ................... ............................................................................. 199
6. El pensamiento sociocéntrico ............................................................................................................. , . 20
7. L ógica y sociedad. Las operaciones form ales yla c o o p e ra c ió n .................. 217

C o n clu sio n e s ................................................................................................................ .. 233


£ 1. El círculo de las ciencias . „ ................................................................................ 233
¡g2. El sujeto y el objeto en el plano de la acción ................................ * • 237
fc3. El sujeto y el objeto en el pensam iento científico .....................................244
%4.\ Construcción y re fle x ió n ....................................................................................... 251
5. ¿E l desarrollo de los conocimientos supone una dirección determ inada? 260
6. Las relaciones entre lo “superior” y lo “inferior” ....................................... 270
¡k 7. Las dos direcciones del pensam iento científico . . . ............................ .. 278
EL PENSAMIENTO BIOLOGICO

El pensam iento del físico oscila entre el idealismo y el realismo, según


que ponga el acento en las operaciones del sujeto que interviene en la toma
de posesión del objeto o en las m odificaciones del objeto; el pensam iento del
biólogo, po r el contrario, es resueltam ente realista. El biólogo nunca' duda
acerca de la existencia efectiva de los seres que estudia; de este modo, le
sería imposible im aginar que un microorganismo, cuyas reacciones pueden
ser aprehendidas en ciertas situaciones y en otras, no, perdería su perm a­
nencia sustancial en el transcurso de estas últimas. E n ese sentido, el pensa­
m iento biológico se encuentra en las antípodas del pensam iento m atem ático :
el m atem ático m ás convencido de la adecuación de los entes abstractos
con la realidad física e incluso el m ás em pirista en su epistemología personal
(lo que sucede en ciertos casos) considera inevitablem ente que los núm eros
complejos, ideales, etcétera, son realidades construidas p o r el su jeto ; por su
parte, el biólogo m ás idealista en su filosofía íntim a (lo que tam bién sucede
a veces) no puede im pedirse creer, por ejemplo, que los num ulitos, fósiles
en la actualidad, han efectivam ente vivido independientem ente del pensa­
m iento del paleontólogo y que los seres vivientes del presente tienen u n modo
de existencia sem ejante al del naturalista que los observa.
E l pensam iento biológico se contrapone tam bién al m atem ático en u n
segundo aspecto (correlativo del precedente) : reduce la deducción a su
m ínim um y no la convierte, en absoluto, en su principal instrum ento de
trabajo. Le D antec, que soñaba con una biología deductiva, llegó a adm itir
una serie de proposiciones, algunas de las cuales son cuanto menos objeta­
bles y, bajo pretexto de u n a deducción rigurosa, no obtuvo prácticam ente
ningún resultado m ás que la construcción de u na m etafísica personal empa­
ren tad a con la de S í. H om ais. M ientras el físico deduce tan to como experi­
m enta, el biólogo, por su parte, no puede ab andonar sin grandes riesgos
el terreno de la experim entación continua. N unca se h a intentado construir
la axiom ática de la am eba o del camello, m ientras que toda la m atem ática
y toda la m ecánica pueden ser axiom atizadas y que, incluso en microfísica,
algunos espíritus deductivos h an axiom atizado u n espacio y un tiempo
continuos, pese a que desde el p u n to de vista de las aplicaciones experi­
m entales inm ediatas ello no representaba ninguna utilidad. A hora bien,
este carácter no deductivo del pensam iento biológico se origina en causas
profundas. E n prim er lugar, y naturalm ente, expresa la com plejidad consi­
derable de los fenómenos vitales; pero, en la m edida en que depende sólo
d e ella, se p odría esperar u n progreso gradual de la construcción racio n al:
en efecto, se puede esperar que algunos capítulos de fisiología alcanzarán
u n día u n estado semideductivo, siempre que esta ciencia acentúe sus
vínculos con la fisicoquímica. Pero la no deductibilidad de lo vital se basa
en p articu la r en el carácter histórico de todo desarrollo viviente. P ara
deducir, p o r ejem plo, la evolución de los invertebrados a los vertebrados
en u n m odo sim ilar al que perm ite engendrar el grupo de la geom etría
afín transform ando el grupo fundam ental de la geom etría proyectiva, se
debería explicar la form a en que una cierta clase de gusanos pudo m odi­
ficarse y a d q u irir la estructura de un anfioxo: ahora bien, esta evolución
de los gusanos a los procordados y a los vertebrados inferiores constituyó
u n a historia real (vol. I I , cap. 2, imposible de reproducir en la actu a­
lid ad de acuerdo con los detalles de su pasado. L a historia, en efecto, no se
repite o no se repite en grado suficiente como p ara p erm itir u n a reconstruc­
ción deductiva, ya que depende, en parte, de la m ezcla, es decir de la in ter­
ferencia entre u n núm ero considerable de secuencias causales relativam ente
independientes unas de otras: este aspecto de insuficiente, determ inación
o de scbredeterm inación que caracteriza al concepto de historia cuando se lo
ap lica a hechos particulares (y no considerados globalm ente como en term o­
d inám ica) , asum e en biología u n a im portancia de p rim er p lan o y explica
la resistencia de la realidad viviente a los m étodos deductivos.
D e la m atem ática a la física y de ésta a la biología, observamos de
este m cdo no u n a r e c ta ' sino u n a curva, que incluso se acen tú a de m ás
en más. Dos orientaciones de pensam iento caracterizan sus. regiones extre­
m as : la deducción m atem ática, por un lado, y la experim entación biológica
casi p u ra p o r el otrq; entre am bas, el vasto m ovim iento, sim ultáneam ente
deductivo y experim ental, característico del pensam iento físico. L a direc­
ción del pensam iento que sigue la biología está o rien tad a en sentido inverso
al de la m atem ática; esta curva, por lo tanto, ten d erá a constituir u n a
especie de lazo. ¿Existe alg u n a indicación en lo que se refiere a su punto
de cierre?
A hora bien, p o r u n a p a ra d o ja singularm ente instructiva desde u n
p u n to de vista epistemológico, se puede com probar que el pensam iento
biológico cuya estructura es sum am ente realista y experim ental y reduce,
aparentem ente a u n m ínim o la actividad del sujeto, se ocupa, precisam ente,
de u n objeto que, en la realid ad de los hechos p o r él estudiados d a origen
?. esta actividad del sujeto. El objeto de la biología, en efecto, está repre­
sentado p o r el conjunto de los seres vivientes: pero el ser viviente constituye
la infraestructura del ser actu an te y pensante, y el. m ecanism o de la vida
conduce al de la actividad m ental en form a continua. P or u n lado, la
biología es u n a ciencia experim ental y no deductiva, que reduce entonces
a su más simple expresión la actividad del sujeto que alcanza su m áxim a
expresión en las ciencias deductivas y m atem áticas; p o r o tra parte, sin
em bargo, la biología es la prim era de las ciencias que se ocupa del sujeto
com o tal. Se produce así u n a inversión total de las posiciones: en la m ate-
m átiea, el sujeto interviene com o constructor de los conceptos de su ciencia,
y se reconoce en estos conceptos, en tanto que ellos reflejan la naturaleza
de su espíritu. En biología, por el contrario, el sujeto interviene coim
objeto propio de la ciencia; la biología, en efecto, estudia la organización
viviente de la que la actividad m ental constituye u n a expresión particular,
m ientras que esta actividad interviene en un m ín im u m en los conceptos
em pleados por la biología, que se originan esencialm ente en la experiencia
com o tal.
Es cierto que, asi presentado, el círculo epistem ológico constituido poi
las ciencias en su conjunto no se cierra con la biología, sino ta n sólo con las
ciencias psicosociológicas que proceden de ella. L a biología, entonces, no
se ocuparía aú n del conocim iento como tal, ya que sim plem ente prepara
el análisis de la actividad m ental sin ocuparse de aquél en su propia
terreno. Pero se debe com prender que el conocim iento, en tan to que
originado en la actividad total, es decir como interacción entre el sujeto y
los objetos, constituye u n caso p articu lar de las relaciones entre el organismo
y su medio. Los objetos del conocim iento, en efecto, pertenecen al media
en el que el organism o está inmerso, m ientras qu e la percepción, la motri­
cidad y la inteligencia son actividades del organism o. E n consecuencia, la¿
soluciones del problem a de la inteligencia e incluso del conocim iento están
ya parcialm ente determ inadas, cuando no prejuzgadas, p o r el estudio pro­
piam ente biológico de las relaciones entre el organism o y el medio.
A hora bien, sabemos que este estudio se ocu p a sobre todo de los pro­
blem as fundam entales de la adaptación y de la v ariación en general, ei
decir, en realidad, de la evolución de los seres organizados ; la solución
de estos problem as, en efecto, depende precisam ente de la relación, aú n
m isteriosa, p o r otra, parte, de la variación con el medio. A hora bien, según
que se dem uestre que la variación depende, o no, de las presiones exteriores
al organism o, lo que explicaría su carácter adap tativ o p o r estas coacciones
m ism as o si no, por el contrario, por u n a preform ación, p o r u n a selección
a posteriori o m ediante algún otro m ecanism o; según la conclusión a la
que se llegue, entonces, es evidente que las adaptaciones m entales, es decít
las diversas form as de la inteligencia, se deberán • atrib u ir en su fuente
sensoriomotriz y orgánica bien a u n a presión de las cosas o si no a estruc*
turaciones endógenas, etc. E n consecuencia, el pensam iento biológíce
interesa a la epistemología n o sólo en su form a, sino tam bién en su conté-
nido, puesto que las soluciones a las que llegue en relación con los problem as
esenciales de la ad aptación y de la evolución p roporcionarán, en última
instancia, la clave de los mecanismos más profundos del conocimiento
Estos problem as, es cierto, están lejos de haber sido resueltos; sin embargo,
y a falta de u n a solución única actual, aquello qu e se deberá clasificar y
com parar con las soluciones epistemológicas son las diversas soluciones,
históricas y contem poráneas. E n el capítulo 1 estudiarem os el modo de
conocim iento característico de la biología, considerada en su totalidad;
luego, dedicarem os el capítulo 2 al exam en de las teorías d e la variación
y de la evolución en sus relaciones con el problem a del conocimiento.
Com probarem os entonces el sorprendente paralelism o que existe entre las
diversas soluciones entre las que ha oscilado la biología, en su esfuerzo por
dom inar los problem as de la adaptación y de la evolucion, y las diferentes
soluciones que la psicología de la inteligencia y la teoría ■del conocim iento
exam inaron en lo que concierne al análisis de las funciones cognitivas y
la construcción del saber hum ano.
LA ESTRUCTURA DEL CONOCIMIENTO
BIOLOGICO

E n este capítulo nos proponemos estudiar el conocim iento biológico


como m odo particular de conocimiento, de la m ism a form a en que se ha
intentado analizar, desde hace m ucho tiem po, los mecanismos del pensa­
m iento m atem ático y físico, y que, por nuestra parte, hemos intentado
hacerlo en el transcurso de los dos volúmenes precedentes. Pero, y esto
llam a la atención, se h a profundizado en m ucho m enor m ed id a el estudio
epistemológico del pensam iento biológico que el que corresponde al conoci­
m iento físico y, sobre todo, m atem ático. Gomo lo acabam os de señalar, ello
se debe sin duda al hecho de que el pensam iento biológico es antes que
n ad a realista, se basa en la experiencia y, en consecuencia, recurre en un
m ínim um a la actividad del sujeto, es decir a la creación teórica o a la
deducción. Por ello, la epistemología, en general, h a descuidado el análisis
del conocim iento biológico, por considerar que este conocimiento presenta
u n interés inferior en la m edida en la que en él la construcción del sujeto
se reduce a m uy poco. E n la m edida en la que se lo estudió, lo que retuvo
particu larm en te la atención en el pensam iento biológico fueron los pro­
blem as metodológicos, en particu lar el problem a de la inducción experi­
m ental tal como se la em plea en las ciencias de la vida: la famosa Intro-
duction a l’étude de la m édecine experim entóle, de C laude Bernard, consti­
tuye el m odelo de u n análisis de este tipo. Es cierto que algunos filósofos
se vieron llevados a p la n tea r el problem a del conocimiento biológico en
función de su posición epistemológica de conjunto. Desde u n punto de
vista m etafísico como éste, el bergsonismo contrapuso al conocimiento lógico
y m atem ático de la m ateria inorgánica las intuiciones irreductibles a la
razón discursiva que caracterizarían no al saber propio de la biología
científica, sino a la filosofía de la evolución creadora y de la duración
pura. Sin em bargo, es evidente qiie estas posiciones conciernen en mayor
m edida a la economía in te rn a de u n sistema p articu lar que a la episte­
mología del pensam iento biológico en general.
A hora bien, el análisis epistemológico del pensam iento biológico es
tanto más interesante cuanto que este pensam iento recurre en un m ínim um a
la actividad del sujeto. E n efecto, este m ínim um no se reduce en absoluto
a cero, y es evidente que todo conocim iento sería imposible si así fuese.
Al igual que la fisicoquímica, la biología clasifica los objetos sobre los que
trabaja, dilucida sus relaciones bajo form a de leyes e in ten ta explicar
causalm ente estas clasificaciones y estas leyes. Sólo que la estructura de
estas clases, de estas leyes y de estas explicaciones, en lugar de alcanzar
en todos los casos y con mayor o m enor facilidad un nivel m atem ático,
conserva a m enudo u n carácter cualitativo o sim plem ente lógico, sin que
las m ediciones den lugar a una deducción propiam ente dicha. Precisa­
m ente a causa de estas diferencias, sin embargo, y como es fácil de entender,
presenta sum o interés la investigación acerca de esta actividad m ínim a del
espíritu y la posibilidad de com parar de este m odo el conocim iento biológico
bajo sus diversos aspectos con el conocim iento físico e incluso m atem ático:
desde este p u n to de vista, el caso de la biología plan tea p o r el contrario
u n problem a particularm ente im portante p ara la epistemología.
E sta im portancia, incluso, es doble. Se caracteriza en prim er lugar
por el hecho de que los conceptos biológicos elementales (elem entales tanto
desde el p u n to de vista de la biología actual como del que corresponde a
los conceptos históricos e incluso precientíficos), actu aro n como puntos
de p a rtid a de algunas form as del pensam iento físico. D e este modo, y sin
rem ontam os al animism o (que es u n biomorfismo generalizado al universo
en su to ta lid a d ), la física de A ristóteles está totalm ente im pregnada por
conceptos de origen biológico (com o lo hemos visto en el vol. I I, cap. 1,
§ 7) : los conceptos de u n movim iento parcialm ente espontáneo y tendiente
hacia estados de reposo, de u n a fuerza sustancial com parable con una
especie de actividad refleja ligada al organismo, de u n a finalidad general,
sobre todo, constituyen ejemplos de estos conceptos extraídos de la obser­
vación biológica inm ediata. Es posible que en u n principio su aplicación
al pensam iento físico lo haya desvirtuado, hasta el m om ento en que Galileo
y Descartes pudieron reducirlo a ideas racionales; de todas m aneras, el
análisis de la form ación de tales conceptos es extrem adam ente instructivo
en lo que se refiere al funcionam iento del pensam iento científico en general.
E n este hecho se origina la segunda razón, m ucho más im portante aún,
que im pulsa a estudiar el conocimiento biológico: cabe preguntarse, en
efecto, si algunos conceptos cualitativos comunes sirvieron sim ultáneam ente
a la física y a la biología en sus estadios iniciales, ¿cómo es posible qu e la
prim era los haya dejado atrás con ta n ta mayor rapidez y facilidad? ¿Se
debe ad m itir que el conocimiento biológico, bajo sus form as cualitativas,
constituye u n a etap a inicial necesaria, destinada a ser seguida tarde o
tem prano por etapas m atem ático-deductivas, o p o r el contrario las vías
de la física y de la biología h an divergido por causas m ás esenciales que
las relacionadas con u n simple g rad o de com plejidad? P or el hecho mismo
de que el conocim iento biológico reduce la deducción a su más simple
expresión, presenta entonces sum o interés estudiar la m anera en que este
pensam iento asim ila lo real. E n ese sentido, las operaciones lógicas de
clasificación, que desem peñaron u n papel tan .im portante en el pensam iento
biológico, p lantean desde un p rim er m om ento u n a p reg u n ta esencial:
¿L a naturaleza de las clasificaciones botánicas y zoológicas es sim ilar a la
de las clasificaciones quím icas y m ineralógicas, y su carácter actual anuncia
una m atem atización creciente, o su estructura es p u ram en te lógica e
irreductible a la cantidad extensiva o m étrica? D el m ism o m odo, las
operaciones lógicas que intervienen en anatom ía co m parada m erecen un
atento exam en, tanto desde el p unto de vista de su estru ctu ra de conjunto
como de los “agrupam ientos” operatorios. E n todos estos cam pos tiene
sumo interés el problem a del p ap el que desem peña en biología la medición,
ya que es evidente que pese a que la m edición es utilizada constantem ente
como auxiliar y conduce, incluso, a cálculos estadísticos y al estableci­
m iento de correlaciones h asta en el terreno de la m orfología, su utilización
actual no supone sin más la m atem atización, ni tam poco, y sobre todo,
la deductibilidad de lo vital. E n resumen, el problem a general reside en
com parar las estructuras operatorias características del pensam iento bio­
lógico actual con las estructuras operatorias características del pensam iento
físico y m atem ático, sin p reju z g ar acerca del futuro, pero considerando
lo que se h a logrado hasta el m om ento en función de u n a historia tan
prolongada com o la de la física.

§ 1. L a s C LA SIFIC A C IO N ES ZOOLÓGICAS Y B O TA N ICA S, Y LO S "A G R U PA -


M IE N T O S ” LÓGICOSDE C LA SE S Y DE R EL A C IO N E S. T odos los conceptos
elementales que se sitúan en el origen de las diferentes variedades del
pensam iento científico, desde la m atem ática hasta la biología y la psico­
logía, revisten en su form a inicial u n a estructura sim plem ente lógica,
constituida po r “agrupam ientos” operatorios (en el sentido en que defi­
nimos este térm ino en el vol. I, cap. 1, § 3 ). Sin em bargo, en el caso de
la aritm ética, los agrupam ientos iniciales, un a vez constituidos b ajo su
form a cualitativa o intensiva, d a n lugar a u n a cuantificación extensiva
inm ediata. D e esta form a, la elaboración del concepto de núm ero (vol. I,
cap. 1 , § 6 ) supone previam ente u n agrupam iento de las operaciones de
clasificación y de las operaciones de seriación; sin em bargo, u n a vez
construidos, estos agrupam ientos cualitativos de clases y de relaciones
asimétricas transitivas pueden ser fusionados de inm ediato en u n todo único
que despoja a los elementos de sus cualidades y retiene sólo el encaje y el
orden como tales, lo que es suficiente p a ra la construcción del núm ero.
D el mismo m odo, el espacio m étrico supone la existencia previa de los
agrupam ientos cuyo objeto está representado por las operaciones intensivas
de partición y de orden; sin em bargo, poco después de su construcción
(y no inm ediatam ente después, como en el caso del núm ero) éstos se hacen
igualm ente aptos p a ra fusionarse en u n a totalidad única, que constituye la
m edición por desplazam iento de las partes que se h an convertido en
igualables entre sí (gracias a la congruencia que estos desplazam ientos
perm iten d e fin ir). Los grupos proyectivos y topológicos proceden tam bién
de un pasaje gradual de lo intensivo a lo extensivo (vol. I, cap. 2 , § 8 ).
El pensam iento físico n o escapa a este mismo proceso form ador, pero
los agrupam ientos lógicos en los que se basan los principales conceptos
cinemáticos y mecánicos, así como la constitución de los conceptos elem en­
tales de conservación y del atomism o, requieren más tiem po p ara cuanti*
ficarse m étricam ente en el transcurso del desarrollo individual y han
presentado el mismo retraso en el transcurso de la evolución histórica de
los conceptos.
D e este modo, la conservación de la m ateria y del atomismo fueron
descubiertos por los “físicos” presocráticos m ucho antes de la com pro­
bación experimental de estos conceptos por p arte de la ciencia moderna.
Es evidente, entonces, que el espíritu hum ano ha logrado construir tales
esquemas de conocimiento sin el apoyo de las mediciones, y que fue­
ron adquiridos m ediante operaciones sim plem ente lógicas y cualitativas.
L a psicología del niño perm ite com probar u n a hipótesis similar al mos­
tra r en form a precisa la m anera en que se efectúa la construcción
de los conceptos elementales de conservación de la m ateria, del peso
y, en algunos casos, del volumen físico y la form a en que un cierto ato­
m ismo se impone en conexión con esta conservación. A hora bien, hemos
visto que tam bién en este caso los que conducen a estos resultados son los
agrupam ientos de operaciones simplemente lógicas: la adición reversible dé
las partes en u n todo supone al mismo tiem po la conservación de éste y su
descomposición posible en corpúsculos hasta alcanzar un a escala que supera
la percepción (vol. II, cap. 2, §§ 2 y 4 ).
D el mismo modo, los conceptos cinemáticos dan lugar a agru p a­
m ientos cualitativos de carácter puram ente lógico antes de ser cuantifi-
cados. Así, la construcción del concepto de tiem po depende de operaciones
de seriación y de adición de los intervalos independientes de toda m edida y
que suponen sólo u n a coordinación cualitativa de las velocidades: del
m ism o modo, el tiem po cualitativo subsiste ju n to al tiempo métrico, incluso
u n a vez que éste se constituye de acuerdo con el modelo de la m étrica
espacial. El concepto de velocidad, tam bién, íntim am ente unido al de
tiem po da lugar, como hemos visto (vol. I I , cap. 1, § 4 ) , a ag ru p a­
m ientos cualitativos anteriores a toda cinem ática m atem ática, y el con­
cepto aristotélico de la velocidad se m antiene a ú n en este nivel intensivo.
Sin embargo, la física se h a convertido en m atem ática tan pronto
como se constituyó en ciencia, desde la estática de Arquímedes y la
astronom ía antigua, luego a p artir del siglo xvn. En química, p o r el
contrario, la fase cualitativa se prolongó d u ran te un tiempo mucho mayor.
Se puede fijar el origen de la química científica en el momento en el que
Lavoisier comenzó a m edir los pesos al comienzo y al final de las reacciones
estudiadas. Pero, por un lado, la quím ica anterior a Lavoisier había,
llevado ya a u n nivel bastante profundo el conocimiento de los cuerpos,
sin utilizar la m edición propiam ente dicha. Por o tra parte, la utilización
de la medición no provocó en absoluto un movim iento deductivo general
antes de la constitución de la química física, pese a la deducción de la
conservación del peso. L a clasificación de los elementos químicos, en
particular, h a sido durante m ucho tiem po y en gran p arte cualitativa;
sólp con la fam osa tabla de M endeleiev ella halló su principio bajo la
form a de u n a seriación cuantitativa e incluso num érica que supera el
m arco de las relaciones simplemente lógicas. L a posición de los elementos,
en el sistema de la clasificación química, está determ inado así, en la
actualidad, por su peso atóm ico y algunas relaciones de o rden m atem ático
entre estos pesos, las que no tienen nada en com ún con el principio dico-
tómico de los puros agrupam ientos lógicos.
A hora bien, el gran interés de la clasificación biológica tal como se
presenta en botánica y en zoología sistemática es, justam ente, el de haberse
conservado como cualitativa hasta la actualidad; en consecuencia, hasta
el presente, y en form a exclusiva, consiste en “agrupam ientos” lógicos»
¿ E sta situación es definitiva o la utilización de la biom etría combinada
con el análisis de las leyes de la herencia conducirá en alg ú n momento
a u n a clasificación m étrica o cuantitativa, sim ilar a la de la clasificación
quím ica? Como es natural, no se debe prejuzgar en nada, pero, por más
que seamos reservados en lo que al futuro se refiere, intentarem os de­
m ostrar que la clasificación botánica y zoológica h a fracasado hasta el
m om ento en su esfuerzo por lograr una solución de este tip o ; ello pese a
que el análisis de las razas p u ras no ignora n ad a acerca de u n a eventua­
lidad semejante, en el plano m uy lim itado y en consecuencia m ás accesible,
de las relaciones entre pequeñas variaciones en el in terio r de una misma
especie.
A hora bien, lo que al parecer constituye la propiedad prim ordial del
conocimiento científico, al menos en el cam po de las clasificaciones cons­
truidas hasta el presente, es este carácter esencialm ente lógico, por oposi­
ción a la estructuración m atem ática; p ara ser más precisos, esta utilización
exclusiva de los “agrupam ientos” de operaciones cualitativas, p o r oposición
a las operaciones extensivas y métricas. E n consecuencia, debemos anali­
zarlas con detenim iento desde el comienzo de este estudio.

Recordemos, en un comienzo, el muy significativo hecho histórico


representado por el nacim iento sim ultáneo de la clasificación zoológica y
de la lógica form al como disciplina particular. Sabemos que en ciencias
naturales Aristóteles realizó trabajos de anatom ía com parada y de clasifi­
cación muy superiores, en su espíritu biológico, a lo que escribió sobre
la física y, sobre todo, a lo que com prendió en relación con el papel de la
m atem ática. T am bién dejó u n a serie de observaciones .pertinentes en lo que
se refiere a la diferencia de posición de los cetáceos y de los peces, sobre la
homología de les pelos, de las espinas del erizo y de las plum as de los
pájaros, sobre la distinción de los órganos y de los tejidos. Pese a que no
elaboró por sí mismo u n a clasificación profunda de ¡os seres organizados,
Aristóteles com prendió la idea central de la sistemática y propuso una
clasificación jerárquica que ib a desde las form as más simples a las más
complejas. A hora bien, a la determ inación d e los géneros o de las clases
que supone u n a investigación de este tipo le corresponde el principio de
■esta lógica aristotélica; hasta la logística m oderna, se la erigió como modelo
de u n a ciencia que alcanzó desde su nacim iento su estado definitivo:
contrariam ente a la lógica d e las relaciones, entrevista p o r Leibniz y
elaborada por los modernos bajo la influencia de preocupaciones fu n d a­
m entalm ente m atem áticas, la lógica de Aristóteles constituye, en efecto,
y esencialmente, u n a lógica de las clases, es decir u n sistema de encajes
jerárquicos que el silogismo produce u n a vez construidos. T odo cuestiona-
m iento del parentesco de este encaje de las clases lógicas y de la jerarquía
de las clases- zoológicas es refutado por el hecho que la teoría de los
géneros, alcanzada por la lógica, regía según el Estagirita al universo físico
en su conjunto: el carácter biom órfico de la física de Aristóteles y de
la totalidad de su ontología es lo suficientemente claro y perm ite que esta
extensión del sistema de las clases dem uestre, entonces, la conexión entre
esta lógica y las preocupaciones biológicas de su autor. Por o tra parte,
la u nión de la lógica aristotélica y de la creencia vitalista en u n a jerarquía
de las form as inm utables se h a perpetuado en las figuras de los grandes
sistemáticos que representaron al espíritu biológico hasta la aparición del
transformismo.
Sabemos, en efecto, cómo L inneo llegó a utilizar en su Sistem a naturae
(1735) u n a clasificación de conjunto basada en el principio de la nom en­
clatura binaria; con ello continuaba los trabajos de Bauhin, de Jo h n Ray,
de T ournefort, etc. D e acuerdo con ese principio, se designa a todo ser
viviente por su género y por la especie a la que pertenece: de esta form a
L inneo designa al caracol comestible H elix pomatia, lo que constituye ,1a
expresión sistemática de la definición lógica per genus et differentiam speci-
fic a m .' A los géneros mismos L inneo los encaja en “órdenes” y a éstos
“en clases” (sin considerar aún a las “familias” en el interior de los órdenes
ni a las “ramificaciones” por encim a de las “clases” ). De la m ism a forma
en que Aristóteles consideraba a la jerarquía de las formas generales como
constitutivas del universo entero, Linneo. considera a su clasificación como
la expresión de la realidad biológica como tal, sobre todo en lo que con­
cierne a la especie, concebida como real e invariable: “existen tantas
especies como las que salieron de manos del creador” . E sta concepción
realista de la clasificación, reto m ad a po r B. y A. de Tussieu, etc., se
perpetuó hasta Cuvier y Agassiz, es decir hasta la pléyade de los sistemá­
ticos fijistas que se opusieron a la hipótesis de la evolución. Los principios
de la clasificación linneana y de su nom enclatura binomial, considerados
independientem ente del realismo de la especie por su parte, fueron conser­
vados hasta el presente y los evolucionistas que, como Lam arck, atrib u ­
yeron u n a significación diferente al concepto de especie retuvieron sin
em bargo íntegram ente el sistema de la clasificación por encaje jerárquico
de las clases lógicas.
M ás aún, cabe preguntarse si el sistema de las semejanzas jerarqui­
zadas sobre las que se basan tales encajes de clases no h a prefigurado, en
realidad, la hipótesis evolucionista, al. conducir a los clasificadores a inves­
tigar las semejanzas “naturales” , y con ello los parentescos reales entre las
especies consideradas como vecinas en la clasificación. Lo demostró. H.
D audin en u n interesante estudio histórico sobre el desarrollo d e las clasifi­
caciones en la época de L am arck . 1 Este autor, en efecto, señaló en form a
muy clara la m anera en que los grandes clasificadores h an proseguido sin

1 H . D audin: Les classes zoolo giques et l’idée de serie anímale en France a


l’époque de Lam arck et de Cuvier (1790-1830). Alean. 1926, 2 vo!s.
cesar u n “orden n atu ra l considerado como un escalonamiento regular de
las form as” ( I I , 332). Desde este punto de vista, u n a clasificación lógica
se convierte en “n atu ra l” en la m edida en la. que logra incorporar todas
las relaciones en juego y no sólo algunas escogidas en form a artificial.
Ello provocó los problem as que debieron afron tar los clasificadores. En
prim er lugar, se tratab a de constituir u n m arco lógico, cuyo carácter pre­
concebido y anticipatorió fue señalado po r H . D audin, teniendo en cuenta
la m ateria que debía abarcar: este m arco consiste en u n a jerarq u ía de
clases definidas por las semejanzas y las diferencias cualitativas, que pro­
ceden desde las semejanzas más especiales hasta las m ás generales. En
segundo lugar, se debía entonces d ar un contenido a este m arco en forma
natural y no artificial, es decir teniendo en cuenta todas las relaciones sin
escogerlas artificialm ente: la clasificación “desde u n comienzo, se prohibió
esta elección exclusiva de caracteres que adop tab an los «sistemas», los
«métodos» artificiales; ella intentó constantem ente obtener u n a fiel expre­
sión del conjunto de las relaciones de sem ejanza que pueden presentar los
seres vivientes y, p a ra ello, se limitó, en regla general, a llevar una cuenta
exacta de todas las «relaciones»” ( I I , pág. 240). Pero, en tercer lugar, se
debía establecer ú n a jerarquía entre estas relaciones consideradas en con­
junto, que no presentan, sin em bargo, u n a im portancia similar. Ello deter­
minó la búsqueda, difícil de conciliar con la precedente, de los caracteres
más significativos: “ sigue siendo posible, tanto después como antes de
Cuvier, repetir con de Blainvilte que el carácter «esencial» es, en realidad,
el único aj que se debe considerar dom inador” (II, pág. 243). Esta
“esencialidad” es la que perm ite, entonces, conciliar el orden jerárquico
lógico eori el orden n atu ra l: aquél condujo, en efecto, a concebir las
relaciones de semejanza, es decir de vecindad lógica, como la expresión
de una “com unidad de naturaleza” (II, pág. 246) entre los seres clasifi­
cados en los mismos conjuntos. H abiendo partido de las semejanzas super­
ficiales, tom adas sin sistema fijo de la morfología externa, las clasificaciones,
tendieron luego en form a cada vez más sistem ática a esclarecer relaciones
más profundas, reveladas por la anatom ía com parada. Por ello, Cuvier
form ula la idea de “planes comunes de organización” que caracterizan a
cuatro ramificaciones yuxtapuestas y que van desde los más complejos
a los m ás simples. A ello se debe tam bién, por último, que L am arck
formule la hipótesis de una “serie” jerárquica propiam ente dicha que va
de lo simple a lo complejo. De este modo, y en cierto sentido, la jerarquía
lógica de las clases es la que condujo a la idea de descendencia: “D e este
modo, creemos nosotros, es posible, sin paradojas llegar a la conclusión
de que d u ra n te todo el tiempo en que la zoología se ocupó en p articu lar de
establecer una clasificación «natural», aplicó, sin adoptarla, la idea rectora
de las teorías de la descendencia” ( II, pág. 249).
Sin embargo, y desde el p u n to de vista que por el mom ento nos
interesa, cabe señalar que esta elaboración lógica de la clasificación se
m antuvo, incluso en el caso de L am arck. independiente de la hipótesis
evolucionista y se basó exclusivamente en la búsqueda de las relaciones
“naturales” integrables en el sistema de los encajes jerárquicos: “Después
de haber concebido, en un prim er m om ento, un orden progresivo de
perfección de los animales, después de haberlo considerado, luego, como
el orden mismo de su producción, Lam arck, sin abandonar nunca comple­
tam ente este p u n to de vista, llegó, le n ta y penosamente, m ediante un
trabajo tenaz y penetrante, a percibir que el punto capital residía en
ordenar a las clases de acuerdo con las relaciones de parentesco probadas
realm ente por la observación” ( II, pág. 200).

Como podem os observar, entonces, la clasificación zoológica fue en un


comienzo independiente de toda hipótesis transform ista (aunque la pre­
figuraba sin que los clasificadores mismos lo percibiesen), y luego fue soste­
nida, en su principio fundam ental, tanto por Jos partidarios como por los
adversarios de esta hipótesis; esa clasificación zoológica y botánica consistió
en una estructuración esencialmente lógica y cualitativa que hacía corres­
ponder, tan exactam ente como fuese posible, el encaje de las clases con las
relaciones naturales manifiestas ante la observación (directa o perfeccio­
n a d a gracias a los métodos de la anatom ía co m p arad a). Nosotros conside­
ramos, entonces, que el problem a reside en determ inar en qué consiste esta
estructuración, form a más simple de la actividad del sujeto. Lim itándose
a asimilar las relaciones de semejanza y de diferencia a relaciones <ie com ún
pertenencia a clases jerárquicas, ¿se reduce a puros “agrupam ientos” o
hace intervenir relaciones cuantitativas diferentes de las intensivas? El p ro ­
blem a, justam ente, es éste.

U n interesante pasaje de D audin perm ite plantearlo en términos con­


cretos. Al constituir su “clase” de los moluscos, Cuvier se vio llevado a
incorporar a ella a los animales aparentem ente más heterogéneos, desde
los cefalópodos hasta los acéfalos incluidos: “lo que llam a la atención, en
prim er lugar, en el aum ento considerable de las formas comunes, en la
extensión y la precisión cada vez mayores de los datos anatómicos, en la de­
term inación cada vez más com pleta de las afinidades de los géneros
de misma fam ilia, es el grado sum am ente desigual de las semejanzas de
entre las diversas porciones de la clase, la am plitud, en algunos casos consi­
derable, en otros m uy débil, de las variaciones que presentan, según que
se pase de tales moluscos a tales otros,, los aparatos más im portantes de la
organización in tern a o externa. Entre los cefalópodos, en los que Cuvier
pudo reconocer y señalar un sistema circulatorio particularm ente completo,
y los acéfalos, sin cabeza diferenciada, sin m andíbulas, sin locomoción,
¿la distancia no es acaso mayor que la que separa, por ejemplo, los
órdenes de los m am íferos o de los pájaros? Cuvier, al igual que de Blain-
ville, se lo p reg u n ta y, al respecto, aparentem ente, el caso de los moluscos
es aquel cuyo estudio contribuyó en m ayor m edida, ya desde. 1812, a la
enunciación de su teoría de las cuatro ramificaciones” . (I, pág. 244). De
“clase”, este grupo de los moluscos se convierte en u n a “ram ificación”
que comprende, “como otras tantas clases, los órdenes en los que Cuvier ya
la había dividido: cefalópodos, gasterópodos, pterópodos y acéfalos’'' (I,
pág. 244). A hora bien, estas reflexiones sobre las que D audin insiste con
razón, tienen un gran interés en lo que se refiere a la estructura lógica
de la clasificación biológica; en efecto, el problem a así planteado en lo que
se relaciona con la “am plitud” m ás o menos grande de las variaciones
encajadas en clases lógicas de igual nivel, o de la distancia entre estas
clases, com porta u n a solución precisa en lo que se refiere a la naturaleza
de las cantidades, intensivas, extensivas o métricas, en juego en la clasi­
ficación.

El problem a, en efecto, es el siguiente. P ara que la clasificación sea


homogénea, las clases lógicas que com portan la misma designación d e orden
o de nivel (género, fam ilia, orden, clase, etc.) deben tener igual im por­
tancia. ¿Pero en qué consiste ésta? Ella se reduce, concretam ente, sea a
una evaluación del grado de semejanza, o si no, lo que es lo mismo, de las
diferencias como tales, que constituyen lo inverso de las semejanzas.
Preguntarse si, como dice D audin, hay igual “ distancia” entre las clases de
los moluscos y la de los vertebrados, o si “la am plitud de las variaciones”
es la misma en ambos tipos de clases, equivale, en efecto, a investigar si
estas clases expresan semejanzas del mismo orden de generalidad; p ara
decirlo de otra m anera, si las diferencias que las separan son, por su parte,
del mismo orden de am plitud. ¿ Pero en qué consiste, entonces, este grado de
semejanza o este grado de diferencia? ¿ Se tr a ta de un grado susceptible
de una medición m étrica, es decir basado en el concepto de unidad? ¿Se
trata de una cantidad extensiva, al igual que en geom etría cualitativa,
es decir, basada en la com paración cuantitativa de las partes entre sí? ¿ O se
trata, simplemente, de una cantidad intensiva, por encaje de las clases
totales, sin otro dato cuantitativo más que el de la desigualdad de la
extensión lógica entre la parte y el todo?
En este últim o caso, sin embargo, y puesto que la cantidad intensiva
se refiere exclusivamente a las relaciones de p arte a todo, ¿por qué medio
puede el clasificador tener la seguridad de alcanzar realm ente u n a distri­
bución homogénea?
En este p unto interviene necesariam ente el concepto de “agrupa­
miento” (vol. I, cap. 1, § 3 ). Intentarem os dem ostrar que la clasifica­
ción zoológica o botánica se basa en puros “agrupam ientos” 2 y que, en
realidad, los problem as planteados po r la construcción de tales clasifica­
ciones han sido resueltos, por cierto, m ediante la técnica del agrupa­
miento por sí sola; los problem as de “distancia” y de am plitud, etc.., por
su parte, se reducen únicam ente a problem as de encaje, es decir de cantidad
simplemente intensiva.

¿E n que consiste, en efecto, la clasificación biológica? Se reúne a


les individuos, de acuerdo con sus semejanzas (que expresan su parentesco
c filiación posible) en clases lógicas disyuntas de prim er nivel, las “especies” ,
que designaremos m ediante la letra A. Estas especies se distinguen unas
de otras esencialm ente por sus diferencias (formas, dimensiones, colo-

3 En relación con este tema, véase nuestro Traite de Logique. Colín, 1949, § 9-
res, etc.). Estas consisten en relaciones que, consideradas aparte, son n atu ­
ralm ente mensurables, y cuyo conjunto pued e d a r lu g a r a u n a correlación
estadística; sin embargo, lo que caracteriza a u n a especie es la presencia o
la ausencia, considerada globalmente, de algunos caracteres relativam ente
discontinuos m ientras que, cuando la continuidad entre dos variedades es
demasiado im portante, se las reúne en la m ism a especie. D e ello se deduce
que, independientem ente de los problem as de medición, que p o r .o tra p arte,
se plantearon m ucho después de la constitución de las clasificaciones funda­
m entales (volveremos a exam inar este p u n to en el § 4 ), u n a especie A j
es definida, sim plem ente, por las cualidades que le pertenecen en grado
propio y la hacen diferir de las especies vecinas A2; Á 3; etc., q u e carecen
de estas cualidades. Existe u n a partición dicotóm ica que podemos expresar
m ediante los símbolos A i y A’i (donde A ’i = A 2 -f- A 3 . . . e t c .) ; A 2 y A ’ 3
(donde A ’ 2 = A i; A8; etc.). Por o tra parte, u n a reunión de especies
vecinas constituye u n a clase lógica de segundo nivel, un “género” , que
simbolizaremos m ediante la letra B (todos los “géneros” están separados
unos de o tro s). U n género B, entonces, es el resultado de la adición lógica
de un cierto núm ero de especies, pero este núm ero no interviene como
tal en la constitución del género. Puede haber géneros B bien constituidos
po r una única especie A (sea A’i = 0) ; de dos especies A i y A 2 (sea
A ’i = A2) ; d e tres especies, etc. Un género, entonces es, sim plem ente
u n a reunión d e especies que se. pueden rep a rtir dicotóm icam ente de dife­
rentes m aneras, de acuerdo con la presencia o a la ausencia de algunas
cualidades: en form a general, se puede decir, así, que un género es la
reunión de u n a especie y de las especies vecinas, es decir B = A -f- A’,
operación que perm ite hallar, inversamente, a la especie considerada por
sustracción de las otras, es decir A = B — A ’. D e este modo, los géneros,
que se basan en el mismo principio de semejanza cualitativa que las
especies, pero en u n grado de generalidad superior, se distinguen tam bién
unos de otros gracias a sus diferencias cualitativas, de acuerdo con la
ausencia o la presencia de un cierto haz de cualidades conjuntas. L a
reunión de u n cierto núm ero de géneros, a su vez, constituye u n a clase
lógica de tercer nivel, u n a “familia”, que designaremos como C (al igual
que los géneros y las especies, las fam ilias constituyen clases separadas
entre sí). Pero este núm ero, nuevam ente, no interviene en sí m ism o: puede
haber familias form adas por u n sólo género, sea C = Bi 0 ; familias

constituidas p o r dos géneros, sea ' G = B j 4 - B2; constituidas p o r tres gé­


neros, etc., en form a general se tiene C = B -4- B’, de donde se deduce
que B = C — B \ A hora bien, si los géneros (nivel B) con u n a sola espe­
cie (nivel A) pueden existir, ello se debe, precisam ente, a que las “familias”
(nivel G) están así recortadas dicotómicam ente en géneros de acuerdo con
la presencia o la ausencia de tales haces de caracteres; supongamos, en
efecto, una especie Ax que no posea ninguno de los caracteres qu e definen
sucesivamente los géneros Bt ; B2; B3; etc., y que, p o r ello mismo, no
pertenecen a ca d a una de las clases resid u a le so com plem entarias B’i; B’2;
B’s, etc., definidas por la ausencia de estos caracteres: estaremos obligados
entonces a construir un género Bx para exclusiva utilización de esta especie
Ax. Luego, y de acuerdo con sus semejanzas agrupadas todas según los
mismos principios de encajes jerárquicos, se reúne a las familias (nivel C)
en clases separadas de nivel D llam adas “órdenes” ; de donde, D = G -f- C’
y C = D — C ’. A su vez, a los “órdenes” se los reúne en clases separadas
de nivel E, llam adas “clases” (en u n sentido lim itado específico de la
zoología y de la b o tá n ic a ), de donde E = D - J - D ’ y D — E — D ’. A las
“clases” se las reúne en conjuntos separados de nivel F o “ramificaciones”,
de donde F ■= E -f- E ’ y, por últim o la reunión de las “ram ificaciones” cons­
tituye u n “reino” de nivel G, como po r ejemplo el reino anim al. Señalemos,
por últim o, que el carácter dicotómico de las distribuciones en clases de
todo nivel (simbolizado por la notación en clases com plem entarias que
hem os adoptado) se dem uestra m ediante la posibilidad de distribuir cual­
quier clasificación zoológica o botánica en cuadros dicotómicos, tal corno
se suele hacer en las “flores” y los m anuales usuales de botánica.

D icho esto, podem os retom ar el problem a que se había planteado


C uvier: ¿cómo es posible saber si la “distancia” que separa a los cefaló­
podos de los acéfalos es del mismo orden que la distancia que separa dos
grandes conjuntos de vertebrados tales como los pájaros o los mamíferos,
o dos conjuntos m ás lim itados tales como los rapáceos y gallináceos (o los
carniceros y los rum iantes, etc.)? Se tra ta entonces, como lo form ula
tam bién D audin, de u n a evaluación de la “ am plitud de las variaciones”,
lo que equivale a decir que el problem a consiste en determ inar el grado
de las diferencias, grado que, p o r su parte, es tam bién u n índice del grado
o del orden de generalidad de las semejanzas que constituyen a.lo s con­
juntos en juego. D icho esto, cabe preguntarse si la determ inación de esta
“distancia”, de esta “ am plitud” , o de este grado de diferencias h a dado
lugar, en realidad, a u n a m edición y a u n a estimación m étrica o extensiva,
o si Cuvier se contefitó con procedimientos intensivos, es decir puram ente
lógicos. ¿Y podríam os, en la actualidad, librarnos a u n a determ inación
m étrica semejante (y entonces a u n a medición que establezca el orden
de grandeza de la especie A, del género B, de la fam ilia C, etc.) o estamos
siempre limitados a procedim ientos sim plem ente lógicos? Como vemos, estas
preguntas dom inan todo el problem a de la clasificación biológica. .
A hora bien, C uvier resolvió el problem a sin salirse de la p u ra técnica
del “agrupam iento”, es decir en térm inos de simple jerarq u ía de las clases
intensivas: p ara que su clasificación de los moluscos fuese homogénea
a la de los vertebrados, se contentó con transform ar su “clase” prim itiva
(de nivel E ), constituidas por cuatro “órdenes” (de nivel D ) , en una
“ram ificación” de los moluscos (nivel F) constituida p o r cuatro “clases”
(nivel E ) , de form a tal que la “distancia” entre estas “clases” (nivel E)
fuese de u n grado igual a la que existe entre las “clases” (nivel E ) de la
“ram ificación” de los vertebrados (nivel F ), por ejemplo que entre los
pájaros y los mamíferos (nivel E ) . Cuvier se lim itó entonces, y en la
actualidad no podríam os hacer más que otro tanto, a determ inar el nivel
o categoría de las clases lógicas consideradas. De la especie al género, de
éste a la familia, etc., existe u n sistema de encajes jerárquicos: A (especie)
< B (género) < C (familia) < D (orden) < E (clase) < F (ram ificación)
y la solución de Cuvier Consistió, simplemente, en reconocer que se debe
situar a los cefalópodos y a los acéfalos en el nivel E, al igual que los
pájaros y los mamíferos, y no en el nivel D, tal como lo había hecho en
su clasificación inicial. P ara decirlo de otra m anera, C uvier atribuyó a
los moluscos el nivel de una clase F, porque esta clase contiene en sí misma
ciases de nivel E, que a su vez contienen clases de nivel D , y tam bién C, B,
y por últim o de nivel-A. ¿Pero por qué procedió de esta form a? No lo
hizo en función de un decreto arbitrario, como las clasificaciones artificiales,
sino debido a q u e las especies (A ), los géneros (B ), las familias (C ), y
los órdenes ( D ) , se habían multiplicado suficientemente, en virtu d de las
nuevas relaciones de semejanza y de diferencia descubiertas p o r la anatom ía,
y legitim aban así una reestructuración sem ejante de los encajes d e partes a
totalidades.
¿L e hubiese sido posible a Cuvier ir más lejos, y descubrir criterios
métricos que permitiesen la medición del grado de las diferencias (entre
los E o entre los D, los C, los B, o los A) ? Investigarem os este punto a
continuación, y se puede advertir desde ya que el eje del problem a se
centra desde u n comienzo, y antes que nada, sobre la delim itación de las
especies, es decir de las clases de nivel elem ental A. Pero Cuvier no
intentó perfeccionar su método y durante generaciones enteras los clasifi­
cadores s'e lim itaron exclusivamente a los razonam ientos p u ram en te lógicos
y, por así decirlo, silogísticos (es decir, basados en el encaje jerárquico de
las clases), en relación con lo cual acabamos de ver u n ejemplo.
A ntes de proseguir, resumamos entonces los rasgos esenciales de este
modo de pensamiento. E n la clasificación zoológica o botánica se puede
observar el modelo de un razonamiento por puros “agrupam ientos” lógicos,
es decir que procede por cuantificación exclusivamente intensiva y que
no se basa en “grupos” matemáticos, es decir extensivos o.m étricos. U n a
vez proporcionadas las definiciones de las diferentes clases encajadas en
form a jerárquica, la jerarquía que se im pone en form a necesaria es la que
se podría designar como hipotético-inclusiva. P a ra facilitar la comprensión,
generalicemos la hipótesis form ulada anteriorm ente y supongamos el caso
en el que se descubriría un único individuo de u n a nueva especie de
nivel Ax que no entraría en ningún “género” conocido B, ninguna “fam ilia”
conocida C, y en ningún “orden” conocido D, sino que pertenecería a una
clase conocida E : entonces, p ara que el nuevo individuo encuentre su
lugar en la clase E, se debería crear de inm ediato no sólo la especie Ax,
sino tam bién el género Bx, la familia Cx y el orden Dx. Este ejemplo
dem uestra, de inm ediato, que no es el núm ero de los individuos o de las
unidades de nivel A, B, C, etc., el que determ ina la constitución de estas
últimas. E n lo que se refiere al grado creciente de las diferencias que
separan entre sí a las clases de nivel A, luego de nivel B, de nivel C, etc.,
éste es determ inado exclusivamente por el encaje jerárquico mismo: decir
que la “distancia” entre dos clases lógicas de nivel E (las “clases” en el
sentido zoológico del término) es mayor que entre dos clases lógicas de
nivel D (los “órdenes” ) equivale, en efecto, y sin más, a afirm ar que las
clases de nivel E tienen una extensión lógica superior a las clases de nivel D.
A hora bien, la afirm ación de esta extensión superior se reduce, p o r su
parte, a la com probación de que las clases de nivel E encajan a las clases
de nivel D, y no a la inversa, es decir que el todo es mayor que la parte,
sin que se conozcan los núm eros de individuos o de unidades de diversos
niveles, y tam poco las “distancias” absolutas (o grado de diferencia) que
separan una p arte de nivel D de otra parte de nivel D , o un todo de
nivel E de otro todo de nivel E (y que a su vez form an p arte de F ) . El
razonam iento, entonces, no supera en ningún m om ento la cantidad intensiva,
es decir las relaciones de “agrupam ientos”, y no se com prom ete en n ad a en el
terreno m atem ático de las cantidades extensivas y métricas.

§ 2 . E l c o n c e p t o d e e s p e c i e . Si la estructura de la clasificación es
ésta, todo el problem a de la determ inación de los grados de semejanza o
d e diferencia se basa, en definitiva, en la delimitación de las clases de
nivel elem ental, es decir de las especies (A ). Este es uno de los problemas
d e los que se ocupa la biom etría contem poránea (tal como volveremos a
verlo en el § 4 ). Sin em bargo, y antes de llegar a ello, el pensamiento
clasificatorio se encontró en presencia de u n a novedad que hubiese podido
m odificar su estructura lógica: concebidas en un comienzo como invariables
y perm anentes, L am arck consideró luego a las especies como variables y
susceptibles de transform arse unas en otras. ¿ El sistema de las clases lógicas
discontinuas y encajadas (“agrupam ientos” aditivos de clases separadas)
sería reem plazado entonces po r el concepto m atem ático o m atem atizable
d e la variación continua? E n realidad, el evolucionismo lam arckiano no
modificó en n ad a la naturaleza lógica y cualitativa (intensiva) de la
clasificación y se limitó a agregar a las puras estructuras de clases la con­
sideración de' estructuras de relaciones lógicas: dejó entonces in tacta la
contextura lógica dé la clasificación de las especies (al igual que la com pa­
ración de los caracteres en anatom ía com p arad a), y se limitó a m odificar
su interpretación realista, así como a com pletar los agrupamientos de clases
m ediante agrupam ientos entre relaciones propiam ente dichas.

En su Phüosophie zoologiqüe J. B. L am arck se explicó en form a muy


clara sobre estos diferentes puntos, después de haber realizado preciosos
trábajos en m ateria de sistemática. Por un lado, el hecho de la evolución
continua de las especies, unas en otras, despoja al concepto de especie de
todo valor absoluto: “todos los cuerpos vivientes experim entaron m odifi­
caciones más o menos considerables en el estado de su organización y de
sus partes; en consecuencia, lo que en ellos se designa como especie fue
constituido insensible y sucesivamente, tiene u na constancia sólo relativa
en su estado y no puede, ser ta n antiguo como la naturaleza ” .3 E n conse-

3 Phüosophie zoologiqüe (Ed. Schleicher), pág. 47. Cf. el relativismo del


siguiente pasaje, que vincula el falso absoluto de la especie con el egocentrismo del
observador: “T am bién, podemos asegurar que el vulgo considerará que esta aparien­
cia de estabilidad de las cosas de la naturaleza es la realidad, ya que por lo general
sólo se juzga relativam ente a uno mismo” (Ib íd .. pág. 51).
cuenciai si en u n m om ento dado de la historia los individuos están, efectiva­
m ente, distribuidos en conjuntos más o menos diferenciados, que perm iten
la distribución en especies, estas últimas, p o r el contrario, corresponden
sólo a ruptu ras artificiales en lo que se refiere al desarrollo en el tiempo.
Sólo los individuos existen objetivam ente, así como sus “relaciones n atu ­
rales” de sem ejanza , 4 basadas en la filiación, m ientras que las subdivisiones
de la nom enclatura constituyen, simplemente, “ partes del arte ” . 5 Por otra
parte, estas divisiones son posibles sólo gracias a la existencia de las lagunas
entre conjuntos de individuos surgidos de los mismos troncos y suficien­
tem ente diferenciados por sus evoluciones respectivas. Supongamos, de
ese modo, dos especies A 2 y A 3 surgidas de la especie A i: estas dos especies
pueden ser diferentes en un estadio determ inado de su historia, al mismo
tiempo que, en uii nivel inicial, constituyen sólo dos variedades de la
especie Ai, conectadas inicialm ente entre sí por todos los niveles inter­
mediarios.
A hora bien, pese a este doble relativismo, en relación con el tiempo
y en relación con las disposiciones artificiales del clasificador (las “partes
del arte” ), de todas m aneras .Lam arck considera que el carácter de la
estructura de la clasificación es lógico y cualitativo y no alcanza en absoluto
lo extensivo o lo num érico m ediante una m edición de las variaciones
posibles. L a única novedad reside en el hecho de que, además del ag ru p a­
m iento de la adición de las clases implicado en la clasificación fijista
(A - ( -A ’ = B; B + B’ = C ; etc.), interviene tam bién u n agrupam iento
de adición de las relaciones asimétricas: entre los individuos agrupados
bajo las/ variedades Aa y Aa surgidos de la especie A i, se puede concebir,
en efecto, u n a variación intensiva de las diferencias de acuerdo, con los
grados alcanzados po r u n carácter variable dado. Supongamos, por ejemplo,
que la variedad A 3 se caracterice por la presencia' de u n a cualidad a
débilmente representada en los individuos típicos de A»: m ientras no exista
uná ru p tu ra neta entre A 2 y A3, será posible entonces seriar a los individuos
desde el p u n to de vista de la intensidad más o menos considerable de la
cualidad a y esta seriación, precisam ente , constituirá un agrupam iento
de relaciones asimétricas (o relaciones de diferencia). U n a vez que las
especies A 2 y A 3 son disociadas u n a de otra, por el contrario, entre ellas
existirán sólo las relaciones previstas por el agrupam iento de las clases corno
tales y no ya por el de las relaciones asimétricas.
Sin em bargo, cabe repetirlo, en la práctica de la clasificación n ad a se
modifica p o r el hecho de esta adjunción, originada en el espíritu evolu­
cionista de las variaciones más o menos continuas entre especies dadas.
E n toda clasificación inspirada en la actitud fijista conocíamos ya la exis­
tencia de interm ediarios entre las especies dadas; ello confería a esas especies
un carácter m ás o menos convencional, en oposición a las “buenas especies”,
disociadas unas de otras en form a discontinua. D e este modo, dice Lam arck,
“cuando se ha clasificado a las especies en series y todas ellas están correc­

4 Ibíd., pág. 23.


6 Ibíd., págs. 1-4,
tam ente ubicadas de acuerdo con sus relaciones naturales, si se escoge una
de ellas y luego, om itiendo a muchas otras, se considera u n a u n poco
alejada, estas dos especies que se com para presentan grandes diferencias. . .
P ero . . . si se continúa la serie. . . desde la especie escogida en un prim er
m om ento hasta la que se consideró en segundo lugar, y que es muy
diferente de la prim era, se v a de m atiz en matiz, sin que se observen
distinciones dignas de señalarse ” . 6 . E l gran interés del punto de vista
lam arckiano fue el de basarse en la seriación posible de tales interm ediarios
p ara construir la hipótesis evolucionista; sin em bargo, e incluso cuando se
acepta la doctrina transíorm ista, existen siempre., por un lado, especies
separadas en form a discontinua, susceptibles entonces de sér clasificadas
de acuerdo con la estructura del agrupam iento de la adición de las clases
separadas y,, por otra parte, variedades de transiciones continuas, que dan
lugar a agrupam ientos de relaciones asimétricas transitivas (seriación).
El debate entre la continuidad lam arckiana y la discontinuidad fijisla fue
decidido por el desarrollo ulterior de las ideas biológicas, en el sentido de
u n a conciliación entre la tesis evolucionista y la antítesis de la naturaleza
discontinua de las especies e incluso de las variedades raciales en el interior
de la especie.

E n prim er lugar, la existencia de los individuos interm ediarios entre


ciertas especies determ inadas provocó u n a m ultiplicación de las especies
p o r p arte de los clasificadores. Los sistemáticos clásicos, de L inneo a Cuvier
o Lam arck, habían m ostrado u n a gran m oderación en su elaboración de
los m arcos específicos (de nivel A) y, en realidad, sólo pocas especies
linneanas m ostraron luego ser “malas” (en el sentido de u n a distribución
dem asiado estre ch a ). Por el contrario, en el transcurso del siglo xix, se
produjo u n a inflación prodigiosa de las especies zoológicas y botánicas. El
botánico Jordán, p o r ejemplo, opuso a la especie linneana lo que luego se
designó como la especie jordana, cuyo m arco es m ucho más lim itado. Se
com probó luego que m uchas especies jordanas correspondían a razas heredi­
tariam ente estables y bien caracterizadas; por el contrario, en algunos grupos
botánicos como los H ieracium o los rosales, p o r ejemplo, la multiplicación
fue tal que m otivó errores característicos: ¡u n botánico conocido llegó a
clasificar en dos especies diferentes a dos rosas recogidas, sin que él lo
supiese, en un mismo m a to rra l! La situación fue análoga en algunos
sectores de la zoología. E n malacología, por ejemplo, autores tales como
B ourguignat y L ocard son célebres debido a la pulverización d e los marcos
específicos que preconizaron, hasta un p u n to tal que se llegó a descuidar a
la mayor p arte de. las especies creadas por estos especialistas. Se dice
incluso que uno de ellos llegó a destruir, en su colección particular, a los
individuos interm ediarios entre las especies que había bautizado, p ara poder
conservar, de este modo, en estas últim as el carácter discontinuo de las
“buenas” especies.
Pero, en segundo, lugar, el problem a de la especie se renovó profunda-

Ibíd., págs. 41-42.


mente después de 1 a. formulación de la ley .fundam ental de la. herencia
especial por p arte de G. M endel y, sobre todo, después del descubrimiento
de las variaciones discontinuas o “m utaciones” p o r parte de de Vries y
otros experimentadores (descubrimiento que desde 1900 llevó a otorgar
su plena significación a la ley de M e n d e l). El principio de esa renovación
fue la distinción introducida ante las variaciones no hereditarias, o simple­
mente “fenotípicas” y las variaciones hereditarias, una vez aisladas en
linajes puros, o “genotipos” . De este modo, se disoció a las especies jorda-
nas en dos categorías: las simples variedades o “morfosis” , no estables y
sin valor específico, de las variaciones estables y aislables que constituyen, si
no especies propiam ente dichas, al menos subespecies o razas, cuyos cruza­
mientos son fecundos en el seno de unidades más vastas constituidas pre­
cisamente p o r las especies linneanas mismas.

El problem a epistemológico de la estructura de las clasificaciones


biológicas se reduce entonces a com prender cuáles son las operaciones
m ediante las que se clasifica o seria a los genotipos, al igual que a los
fenotipos. Se debe determ inar entonces la estructura lógica, o eventual­
mente m atem ática de estos dos tipos de conceptos que rigen en la actua­
lidad toda discusión relacionada con el concepto de especie..

Conviene, por lo tanto, insistir cuidadosam ente en que los concep­


tos de genotipo y de fenotipo no son tan exactam ente antitéticos como
se podría creerlo, y la determ inación de un genotipo supone un trabajo
del espíritu m uy superior al que se requiere p a ra com probar la existencia
de u n fenotipo. Sea un linaje puro A i (empleamos p ara simplificar
el mismo símbolo A en el caso de la raza que el que hemos utilizado más
arriba en el de la especie, pero aquí nos referimos sólo a razas o “especies
elementales” ) ; este linaje puro A i fue obtenido por cría, por ejemplo,
a partir de u n a población mezclada constituida p o r individuos que perte­
necen a las razas A i y Ao. Sabemos que en los casos simples, el cruza­
miento entre A i y A 2 da lugar a una descendencia cuya distribución
probable obedece a la fórm ula n (A t + 2Ai Ao - f A 2) : bastará, entonces,
con seleccionar a los individuos que presentan exclusivamente el carácter Ai
(se los reconoce o bien directam ente, o si no cruzando los Ai entre sí), p a ra
obtener u n linaje que produce como descendientes sólo a individuos A\
y al que p o r esta causa se lo designe como linaje “puro” . Observado en
ciertas condiciones determinadas de laboratorio, se verá así que estos indi­
viduos puros A i caracterizan a u n genotipo, lo que es muy exacto por
oposición a los individuos mixtos A x Ao. Pero se debe com prender que
los individuos A i así observados en el laboratorio, es decir en u n cierto
medio M, son tam bién relativos a este medio, lo que. señalaremos m ediante
Ax (M ). Si estas Ax son transplantadas a otro medio X o Y, d arán lugar
a otras form as aparentes, que llamaremos A i (X ) o A3. (Y ), por oposición a
A i ( M ) . A hora bien, en lo que las distingue, estas tres formas serán n atu ­
ralm ente fenotípicas, ya que no serán hereditarias; sólo su elemento co­
m ún A j será genotípico, pero no p o d rá ser disociado de sus m anifesta-
dones A i (M ) ; Aj (X ) o A i (Y ). Además, los individuos de raza A2
darán lugar tam bién a form as diferentes en los mismos medios M, X e Y,
en lo que se originan las variedades A 2 ( M ) ; A 2 (X ) y Ao (Y ). Aceptado
esto, el genotipo Ai nc está constituido entonces ni por la form a A i (M )
ni por la form a A x (X ) ni por la form a Ai (Y ), que son las tres fenotipos
del mismo genotipo, sino sólo por el elemento común de estas tres formas.
P ara decirlo de otra m anera, y éste es el p unto esencial, no se observa nunca
directam ente u n genotipo en el estado absoluto o aislado, sino que se lo
construye o se lo reconstruye a p artir de sus fenotipos, y ello de dos modos:
1?) en u n mismo medio dado M , las diferencias entre dos razas puras
A i y A2, observadas bajo las formas Aj (M ) y Ao (M ), se deben a su
genotipo. Lo mismo sucede en lo que concierne a las diferencias éntre
Ai (X ) y Ao (X ) o entre A j (Y) y Aa (Y) ; 2") al dar el. mismo geno­
tipo A x lugar a fenotipos distintos A j (M ) : A, (X ) o Ai (Y ), de acuerdo
con los medios en los que se desarrolle, no se puede caracterizar a un
genotipo m ediante u n a sola de estas form as; sus verdaderos caracteres, en
efecto, consisten en la capacidad de producir fenotipos determinados en dife­
rentes medios, por com binación entre los caracteres hereditarios y los efectos
no hereditarios producidos por estos medios.

Hemos insistido en estas consideraciones, ya que, por simple como­


didad del lenguaje, se h a adoptado el hábito de llam ar genotipos a ciertas
formas adoptadas por los linajes puros en su medio de cría, por oposición
a los fenotipos constituidos por los mismos genotipos en otros medios (por
ejemplo en la naturaleza) o si no por poblaciones mixtas. En realidad,
nunca se observa otra cosa que fenotipos, que pertenecen a poblaciones
sea puras, sea im puras, y el genotipo es, simplemente, el conjunto de los
caracteres comunes a los fenotipos de la m ism a raza p u ra en diferentes
medios, o, m ás precisam ente aún, el conjunto de los caracteres susceptibles
de engendrar, en diferentes medios, fenotipos determinados, por com bina­
ción con los caracteres impuestos por estos m edios . 7
A hora bien, se observa que el concepto de genotipo requiere una
cierta actividad constructiva del espíritu y no podría dar lugar, entonces,
?. u n a simple com probación, como ocurre en el caso de la existencia de
los íenotipos. Este trabajo del espíritu, sin embargo, es de naturaleza dife­
rente del que interviene en la construcción del concepto Iamarckiano de la
especie. C ontrariam ente a los fijistas, que creían en la perm anencia de
las especies linneanas y se lim itaban a describirlas, L am arck introdujo
el concepto de un flujo continuo de transformaciones en el tiem po: la
especie se convierte, entonces, en un producto del “arte” , es decir una
distribución arbitraria (en lo que se refiere a los cortes practicados por
el sujeto), aunque com pelida a respetar el orden de filiación n atu ral entre
las series continuas; la actividad del espíritu, en ese caso, equivale a seguir

7 La pru eb a la constituye el hecho de que en un mismo medio un genotipo da


lugai ya a u n a dispersión estadística de una cierta am plitud, pero sin que estas varia­
ciones individuales sean, por su parte, hereditarias.
estas filiaciones y, al mismo tiem po, a reco rtar las series de acuerdo con
las secciones más cómodas. Pero de este m odo L am arck confundía en u n a
m ism a clasificación a los genotipos y a los fenotipos. L a técnica experi­
m ental originada en la genética contem poránea, al introducir el concepto
de variación brusca, rehabilita u n a cierta discontinuidad y permite, de
este modo, basarse en cortes naturales tan to en el tiem po como en el
espacio. Pero la distinción entre el genotipo y el fenotipo exige entonces
u n a nueva actividad del espíritu, que ya no es convencional y que consiste
en hallar la clasificación más práctica en presencia de u n a mezcla de
continuidad y discontinuidades, pero constructiva y que consista en recons­
tituir los caracteres de los genotipos m ediante la com paración de los
diversos fenotipos producidos por los linajes puros en medios diferentes.
¿C uál es entonces la naturaleza de esta actividad constructiva?
El problem a consiste en descubrir un invariante bajo sus diversas v aria­
ciones, ya que un mismo genotipo da lugar a fenómenos variados en
diferentes medios (o a u n a curva de frecuencia que indica, ya en u n mismo
medio, la presencia de adiciones individuales no hereditarias). E n los
campos que corresponden a cantidades extensivas o métricas, este p ro ­
blem a se resuelve m ediante las composiciones operatorias con caracteres
m atem áticos: todo “grupo” perm ite, de este modo, separar algunas rela­
ciones que perm anecieron constantes en el transcurso de las transform acio­
nes, tales como las relaciones inherentes al conjunto de las transformaciones
prcyectivas, etc.; un cuerpo químico da lugar a descomposiciones o a síntesis
qué perm iten descubrir el elemento idéntico com ún a sus diversas com ­
binaciones, etc. ¿L a determ inación del genotipo depende de operaciones
similares o se lim ita aun al cam po de las operaciones intensivas o “agru-
parnientos” ?

E n relación ec n esto cabe distinguir dos problem as. El invariante


esencial que caracteriza a un genotipo está representado por su constitu­
ción factorial, cuyo estudio corresponde al análisis genético. El progreso
de la clasificación consistió, en u n prim er momento, en reem plazar la
clasificación de los caracteres morfológicos superficiales m ediante la clasi­
ficación de algunos caracteres, anatómicos sistem áticam ente com parados;
. de la m isma forma, la posición de una “especie elem ental" o raza sólo
puede ser determ inada en la actualidad, en form a segura, m ediante el
análisis de los caracteres que en cierto sentido siguen siendo anatómicos,
pero que son más profundos y más esenciales fisiológicamente, es decir
m ediante la descripción de. los genes que desem peñan el papel de ‘'factores,
en el sentido algebraico de la palabra, de la construcción de los orga­
nismos ” . 8 El problem a, entonces, es el de saber de qué “álgebra” se trata,
álgebra simplemente lógica o ya m atem ática (volveremos a exam inar este
punto en el § 4) . Señalemos sólo que, p o r el m om ento, estos factores o
genes no son accesibles directam ente a la observación, pero que dan lugar
a u n a reconstrucción deductiva más profunda que la com paración m orfo­

8 E. Guyénot: La Variation et l’Évolulion, I. pág. 6 (Encycl. Doirv).


lógica o m acroanatóm ica y, sobre todo, que no todos son cognoscibles:
“es m uy im portante saber, que los genes son cognoscibles sólo en la medida
en que han sufrido mutaciones, que perm iten cotejar, dos a dos, las consti­
tuciones diferentes de u n a m ism a partícula genética. Supongamos, poí
ejemplo, u n a especie que encierre miles de factores en el núcleo de sus
células, pero en cuyo seno todos los individuos poseerían exactam ente los
mismos genes; ningún análisis del patrim onio hereditario de esta especie
sería posible. Por el contrario, desde el m om ento en que u n gene h a sido
m utado, el individuo que lo contiene pü ed e ser cruzado con la forma,
original, y este cruzam iento perm ite revelar una diferencia factorial que
en su conducta genética obedece a las leyes de la herencia m endeliana” ?
Ello equivale a decir, entonces, que sólo las diferencias entre los genotipos
perm iten la reconstrucción deductiva u operacionaí de algunos mecanismos
factoriales; p o r el contrario, los elementos constantem ente invariantes (por
oposición a m om entáneam ente invariantes como los genes m utados) son
incognoscibles, salvo en sus efectos indirectos, tales como, precisam ente, la
perm anencia de los caracteres anatómicos y morfológicos perceptibles.

Sin em bargo, estas diferencias entre los genotipos se reconocen en los


datos morfológico-anatómicos accesibles a la observación, ya que, al fin
de cuentas, la distinción factorial de dos linajes se’m anifiesta sólo en los
caracteres observables de los individuos que los componen. A p artir de
ello se p lan tea el segundo problem a: ¿m ediante qué operaciones del espíritu
un conjunto de individuos cruzados, luego criados en linajes puros en.
medies diversos, d a lugar a u n a clasificación en “especies elementales” y
perm ite determ inar los caracteres invariantes de estos genotipos? E n prim er
lugar, y naturalm ente, estas operaciones son de carácter cualitativo o inten­
sivo, al igual que las operaciones de clasificación en las escalas mayores:
se com prueba, por ejemplo, la despigm entación o el alargam iento de un
órgano y se agrupa en u n a m ism a clase a los individuos aquejados por este
albinismo o que experim entaron este aum ento de talla, etc. Sin embargo,
la novedad, en relación c o n . las operaciones que se efectúan sobre las
especies linneanas, los géneros, familias, etc., reside en el hecho de que
las razas así estudiadas p u edan serlo en m uchos medios diferentes. Surge
así la necesid ad . de considerar u n a tabla con doble entrada, u n a de las
cuales está constituida por los medios M j; M ? ; M g; etc., y la otra por
las razas A i; A2; A3; etc. E n u n medio M i se dispondrá así de los feno­
tipos A i ( M i ) ; A 2 (M i) ; A:í ( M i ) ; etc., engendrados por los genotipos
A x; A^; A3; etc., y u n mismo genotipo A i se presentará bajo las distintas
formas fenotípicas A i ( M i) ; Ai (M 2) ; A x (M 3 ) ; etc., que, precisamente,
se deberá com parar entre sí a título de variaciones, p ara poder aislar el
invariante constituido por este genotipo. A hora bien, en u n a prim era
aproxim ación, el genotipo está definido sim plem ente p o r ésta clase m ulti­
plicativa m ism a: A i A i (M!i) — A i (Iví 2) -I- A i (íví 3 ) -j—. . . etc., es
decir que se considera al genotipo como la fuente com ún de sus diversas

9 Guyénot: ibíd., pág. 8.


manifestaciones fenotipicas a las que, po r su p arte, se las distingue de los
otros fenotipos m ediante simple puestas en relación comparables con las de
toda otra clasificación. Desde este punto de vista, la clasificación de los
genotipos no agrega nada a la de los agrupam ientos anteriores, salvo que
de ahora en adelante se tratará de clases m ultiplicativas y no sólo aditivas
y de seriación de las diferencias (relaciones asimétricas transitivas) tanto
como de encaje de clases.
Sin embargo, el análisis genético m oderno se acom paña siempre,
además, por u n análisis biométrico; el problem a, entonces, consiste en sabet
si las operaciones lógicas precedentes no se continúan actualm ente en
operaciones extensivas o métricas. Los medios M 2 ; M 3; etc., de la
tabla m ultiplicativa con doble en trad a que acabamos de mencionar, pueden
naturalm ente ser medidos en lo que se refiere a su composición físico
química. En lo que se refiere a las razas A i; A»; A3; et¡c., ellas se traducen
biom étricam ente m ediante distribuciones estadísticas y cada un a de las
curvas de frecuencia en juego en estas distribuciones expresa el. resultado
de mediciones efectuadas sobre los mismos caracteres que las clasificaciones
lógicas precedentes traducían cualitativam ente. M ediante la reconstitución
deductiva del mecanismo factorial y las representaciones espaciales de los
genes en el seno de las modificaciones de los cromosomas, o si no m ediante
la expresión m étrica de las variaciones morfológicas y anatómicas, ¿es
posible entonces obtener un invariante operatorio de naturaleza m ate­
m ática y no ya sólo lógica? P ara decirlo de otra m anera, ¿es posible
deducir las variaciones mensurables en función de invariantes numéricos o
geométricos lo que equivaldría a transform ar ■en form a fundam ental la
clasificación biológica, hasta el m om ento exclusivamente lógica y que se
reduce a simples “agrupam ientos” aditivos o multiplicativos, en un a clasi­
ficación cuantitativa análoga a las clasificaciones químicas y mineralógicas?
Intentarem os analizar este punto en el § 4 cuando nos ocupemos
del papel de la m edición en biología. Antes, sin embargo, debemos develar
la estructura de las operaciones en juego en la anatom ía com parada, ciencia
vinculada tan de cerca a la clasificación misma que no se la puede disociar
de ella.

§ 3. L os “ a g ru p a m ie n to s ” ló g ic o s d e c o rre s p o n d e n c ia y la a n a t o ­
Las estructuras de conocim iento en juego en la zoología
m ía c o m p a r a d a .
y la botánica sistemáticas se. encuentran en el vasto campo de. la anatom ía
com parada, la que tampoco supera el plano de los agrupam ientos simple­
m ente lógicos y no da lugar a una m atem atización propiam ente dicha.
Por otra parte, el hecho se explica por sí solo, ya que la clasificación es el
resultado de las comparaciones, de cuyo estudio metódico se ocupa la
anatom ía com parada y que, además, los trabajos de ésta se basan en la
clasificación.

D e este modo el desarrollo histórico de lá anatom ía com parada sigue


de cerca al de las clasificaciones mismas. En ese sentido, se puede decir
que Aristóteles entrevio la anatom ía com parada de la misma form a en que
percibió la posibilidad de una clasificación jerárquica exacta: sus reflexiones
concernientes a los selacios vivíparos y piacentarios, que él distingue aV
mismo tiempo de los peces ovíparos y de los cetáceos, m uestran, poí
ejemplo, u n deseo de com paración concerniente a los órganos internos
y no ya sólo a la m orfología exterior. L a serie de los descubrimiento*
anatóm icos del Renacim iento prefigura la anatom ía com parada y tam bién
la clasificación misma. Linneo y los prim eros grandes clasificadores sa
lim itaron a considerar los órganos externos; sus sucesores, p o r su parte,
conectaron estrecham ente la clasificación con la anatom ía de los diversos
grupos: m ientras que Cuvier, precedido por V icq d’Azyr, llega, m ediante
su principio de correlación de los órganos, a fusionar en u n a única tota­
lidad las preocupaciones sistemáticas y anatómicas, Oken, precedido poí
Goethe, llega a la teoría vertebral del cráneo y pretende fundam ental
la “teoría de L inneo” y la clasificación de los animales en u n a “filosofía
n atu ra l” cuyas únicas partes sólidas son los ensayos com paratistas. En
fin, la anatom ía com parada se renueva gracias a los principios de Et. Geof-
froy Saint-H ilaire, que p rep ara la gran síntesis establecida du ran te la
segunda m itad del siglo xix entre las teorías evolucionistas, los desarrollos
de la clasificación, la embriología descriptiva y la anatom ía com parada.

A hora bien. ¿E n qué consistieron las estructuras operatorias de la


anatom ía com parada, a partir de su prim era expresión sistemática, es
decir, del sistema de Guvier, y cuáles son sus relaciones con las estructuras
de clasificaciones? Gomo sabemos, Guvier profesaba un fijismo o anti­
evolucionismo radical, que lo llevaba, al igual que a Linneo, a atribuir a
la clasificación la significación de u n a jerarq u ía inmóvil de encajes defi­
nitivos. D e este modo, dividía al reino anim al en cuatro ramificaciones
(vertebrados, moluscos, articulados y radiados), comenzando por el tipo
superior, y consideraba que se caracterizaban p o r estructuras heterogéneas,
sin preocuparse po r constituir una escala continua entre ellas. T al como él
la concebía, la anatom ía com parada, entonces, debía revelar las relaciones
estables que existen entre los caracteres de los animales pertenecientes
respectivam ente a estas cuatro ram ificaciones o a sus clases, órdenes y
familias, y sobre todo a utilizar estas relaciones p ara reconstituir las formas
posibles desaparecidas referidas a los mismos tipos. El objetivo de esta
ciencia, así, no residía según él en absoluto en poner de manifiesto paren­
tescos que tuviesen la significación de filiaciones, sino tan sólo en señalar
tipos generales y perm itir la previsión de la estructura de conjunto de un
anim al a p a rtir de uno de sus elementos, tal como se procede en paleonto­
logía. Desde este doble punto de vista, Cuvier, que se destacaba en estas
inducciones reconstitutivas, formuló u n prim er bosquejo de los que fueron
después los principios de la anatom ía com parada y que indica ya. en qué
dirección debía orientarse el m ecanism o operatorio característico del pen­
sam iento com parativista: se tra ta del principio de la “correlación de los
órganos” .
L a palabra correlación presenta por lo general u n sentido m atem ático
y designa una relación de dependencia entre dos dimensiones mensurables
cuando estas dimensiones presentan fluctuaciones que alteran la sim plicidad
de su relación. D e este modo, en el cálculo usual de las correlaciones
bicm étricas (fórm ula de Pearson) la correlación se expresa m ediante la
X xy . ,
relación r = — -............. — en la que x representa las variaciones
V S x 2 X S y2
respecto del prom edio de los valores del prim er carácter m edido y las
diferencias con el prom edio de los valores del segundo carácter. Pero se
habla tam bién de “correlator” en un sentido p uram ente cualitativo p ara
designar los térm inos respectivos de dos relaciones conectadas por un a
relación lógica de sem ejanza: las patas delanteras de los mamíferos equi­
valen a las alas d e los pájaros. E n este caso, la correlación expresa un a
simple correspondencia entre relaciones cualitativas y depende así de un
“agrupam iento” m ultiplicativo de relaciones lógicas. T am bién existe un a
correlación cualitativa o lógica (intensiva) cuando estos dos caracteres
A j y A 2 son tales que cuando uno está presente el otro tam bién lo está.
E n este caso, las cuatro combinaciones A i A 2 (presencia de a m b a s ); A i A ’ 2
(presencia de A i y ausencia de A2) ; A ’i Ao (ausencia de At y presentía
de A2) y A ’i A ’ 2 pueden ser cuantificadas m ediante un a enum eración
estadística de los casos. Si designamos con la letra a al núm ero de los
individuos. de la clase A i A a, con b a l . núm ero de los individuos de la
clase Ai A ’2) con c al núm ero de los individuos de la clase A ’ 3 A 2 y
m ediante d al núm ero de los individuos de la clase A ’i A ’2, se obtiene, en
efecto, un índice de correlación, que Yule designa como “coeficiente de
• • ' i i ad — be
asociación de acuerdo con la form ula q = -----;------ ¡— .
ad -f- be
Esta correlación, sin embargo, sigue siendo cualitativa en su p u n to de
p artid a: si se dice que “todos los A i son A 2 y recíprocam ente” , la correla­
ción es perfecta sin superar el m arco de la simple lógica. E n lo que se
refiere a la com binación de las cuatro clases en juego, ella resulta de un a
simple m ultiplicación lógica de las clases Bi ( = A i -j- A ’i) X B2
( — Ao -(- A’o). E n resumen, se puede decir que, resultando en su p rin ­
cipio de u n a correspondencia que puede ser expresada m ediante “agru­
pam ientos” m ultiplicativos de relaciones o de clases lógicas, la correlación
puede ser cuantificada estadísticam ente m ediante u na medición de las
relaciones en juego o si no m ediante una' enum eración de los individuos
que pertenecen a las clases definidas.

¿E n qué estructura operatoria, entonces, se basa el principio de la


correlación de los órganos de Cuvier? Pese a que éste habló siempre de
relaciones “casi” m atem áticas o que podían ser “casi” calculadas, se trata
sólo, en realidad, d e correspondencias lógicas y de u n cálculo de los carac­
teres de clases. D a d a u n a cierta clase general ( “ram ificación”, “clase” ,
“orden”, etc.), definida por un cierto núm ero de caracteres positivos o
negativos (presencia o ausencia de ciertos órganos), el principio de Cuvier
equivale sim plem ente a señalar que la presencia de los órganos A i; A’i; etc.,
en una de las subclases B 2 de esta clase general corresponde a la presencia
de los mismos órganos A j; A’i; etc., en una cualquiera de las otras sub­
clases B’o. D e este modo, al hallar en un terreno fosilífero u n resto de
ala, Cuvier dedujo la existencia de un pico, de u n a quilla, etc., es decir
de todos los caracteres cualitativos que distinguen u n ave de u n mamífero.
C oncebida de esta form a, la correlación de los órganos no expresa, entonces,
una relación m atem ática, sino un simple juego de correspondencias lógicas,
tales como ellas se originan en un “agrupam iento” de las multiplicaciones
biunívocas de clases. 1 0

L a obra de Et. Geoffroy Saint-H ilaire, gran adversario del espíritu


intolerante y dogm ático que fue Cuvier, se sitúa entre el fijismo sim plista de
la correlación de los puros caracteres de clases y la anato m ía com parada
de los evolucionistas. Geoffroy com pletó la idea de la correlación de los
órganos con un cierto núm ero de principios m ás flexibles y m ás fecundos,
ya que se basaban en la correlación de las relaciones y no ya sólo en las
cualidades estáticas. L a gran idea de Et. Geoffroy Saint-H ilaire, en la
que se basa la anatom ía com parada ulterior es, en efecto, la de la “conexión”
de los órganos, es decir de u n sistema de conexiones o de relaciones corre­
lativas: se considera a dos órganos como equivalentes cuando están ubicados
de la misma form a u no en relación con el otro, es decir, entonces, cuando
presentan algunas relaciones topográficas constantes, pese a sus posibles
modificaciones de form a o de dimensiones (incluida su atro fia ). Esta
“unidad de plano y de composición” perm ite, de este modo, la caracteri­
zación de determ inados esquemas orgánicos ideales de los cuales se debe
determ inar hasta qué punto se realizan en cada grupo. Se conoce el
célebre ejemplo del esquema de la cintura escapular (suspensión ósea de
los miembros anteriores) que perm ite observar que el hueso coracoide de las
aves es “homólogo” a la apófisis coracoide soldada al om óplato del hombre.

Sin embargo, esta conexión de los órganos que perm ite cotejar las
“homologías” reales (de acuerdo con la term inología de O w en) con
las simples “analogías”, y reem plazar al mismo tiem po m ediante el dina­
mismo de las relaciones a la consideración estática de las clases y de sus
caracteres, se sigue basando, exclusivamente, en un principio de correlación
cualitativa: precisam ente, en el “agrupam iento” de las multiplicaciones
biunívocas de relaciones asimétricas. En efecto, las relaciones de conexión
anatóm ica que se convierten en la m ateria m ism a de la correlación son
relaciones puram ente cualitativas: la “homología” es sólo u n a correspon­
dencia de posiciones, correspondencia espacial, evidentem ente, pero basada
en las contigüidades, etc., que caracterizan a las articulaciones anatómicas,
sin cuantificación. Esta form a de correspondencia constituye entonces,
en form a muy típica, la correspondencia cualitativa que interviene en los
“agrupam ientos” multiplicativos de relaciones . 1 1

10 Véase nuestro Traite de Lngique, § 15.


11 Véase nuestro Traite de Logique. (Colin, 1949), § 21,
A hora bien, paralelam ente a lo que hemos visto en relación con la
clasificación, esta sustitución de los agrupamientos de relaciones a los sim­
ples agrupam ientos de clases (pero esta vez en el campo de las correspon­
dencias m ultiplicativas y no ya de los puros encajes aditivos) constituye
u n a transición entre el punto de vista fijista y el punto de vista evolucio­
nista. Pese a que Geoffroy Saint-H iiaire no tomó, él mismo, partid o en
favor del transformismo, su concepción de la jerarquía clasiíicatoria, unida
a su hipótesis de las relaciones de conexión que se m antienen invariantes
en el seno d e las transformaciones de los órganos mismos, abrían el camino
p ara la interpretación evolucionista: para concebir la existencia de series
evolutivas bastaba reemplazar las transformaciones de hecho, que se des­
pliegan y suceden en el tiempo, m ediante las transform aciones iógicas
constituidas por las variaciones observadas en la diversidad de forma de
les órganos homólogos.

M ientras Lam arck desarrollaba en Francia este cam bio de opinión, la


“filosofía de la naturaleza” alem ana desarrollaba un concepto de la sucesión
de los seres; cediendo de ese modo se dejaba dom inar alegrem ente por el
demonio de la especulación, pero se basaba en algunas consideraciones
positivas: así, la teoría vertebral del cráneo de G oethe, retom ada por Oken,
constituye en cierta form a un preludio a la colaboración que el evolucio­
nismo de ¡a segunda m itad del siglo x ix introducirá entre la anatom ía
com parada y la embriología descriptiva. La posición definitiva de la
anatom ía com parada en el equilibrio de los conocimientos biológicos, en
efecto, fue establecida a partir de! momento en el que los sistemas de
relaciones y de correspondencias cualitativas determ inadas por esta disci­
plina, ju n to con los sistemas de encajes jerárquicos establecidos por la siste­
m ática en sus clasificaciones, aparecieron como los resultados de un doble
m ovim iento evolutivo constituido, por un lado, por la sucesión de las
especies mismas y, por el otro, por el desarrollo individual que corresponde
al cam po del estudio embriológico. Se sabe cuán fecunda fue la colabo­
ración de la embriología descriptiva y de la anatom ía co m p arad a: sólo en
el terreno de las verificaciones embriológicas se pudieron verificar las
hipótesis sobre las homologías; por otra parte, el análisis de los estadios
embriológicos condujo, gracias a la ley biogenética. de vori Baer. de
Serres, etc. (pese a sus exageraciones y a sus inexactitudes), a un refuerzo
de la com paración sistemática, de acuerdo con esta nueva dimensión repre­
sentada por el desarrollo ontogenético.

Desde el punto de vista de la estructura del conocimiento, esta situa­


ción, que en sus grandes líneas se m antuvo sin modificaciones hasta el día
de hoy, puede ser caracterizada del siguiente modo. L as clasificaciones
de la zoología y de la botánica conservaron su carácter de encajes cuali­
tativos. Lo mismo ocurrió en lo que se refiere a las relaciones de corres­
pondencia y de homología cada vez más numerosas construidas por la
anatom ía com parada. La com paración descriptiva de los estadios embrio­
lógicos comunes da lugar a “agrupam ientos multiplicativos” de relaciones
V de clases, es decir a correspondencias cualitativas com parables exacta­
m ente con las de la anatom ía com parada y que son sólo su prolongación
bajo form a de em briología com parada. El conjunto de estas investigaciones
scbre las “formas” (clasificación, anatom ía com parada y em briología des­
criptiva) constituye entonces un vasto sistema de “agrupam ientos” de
operaciones de esencia lógica y cualitativa. Pero, por un lado, cuando
adquirió un carácter experimental, la embriología se hizo causal y fisio­
lógica, lo que determ inó la introducción de los métodos físico-químicos
cuantitativos, tal como lo veremos en ios §§ 5 y 6 . Por otra p arte, el
estudio de las formas, en tanto que depende del problem a de la evolución,
se prolongó en u n estudio de las leyes de la herencia y de la v ariación:
ello proporcionó u n motivo más p ara la introducción de la cantidad, tal
como lo com probarem os ahora ( § 4 ) .
L a conclusión que podemos form ular a partir de estos §§ 1 - 3 es,
entonces, la de que existe una correspondencia notable entre el sistema
tan com plejo de los encajes de “form as” biológicas y el sistema de las
clases y de las relaciones lógicas. No nos referimos sólo ai hecho conocido
por todo el m undo después de Aristóteles, de que los conceptos de “especie”
y de “género” son comunes a la lógica y a la biología. La correspondencia
se observa punto po r punto en el detalle mismo de los “agrupam ientos”
operatorios de c o n ju n to : “agrupam ientos” aditivos en el caso de la clasi­
ficación y m ultiplicativos en el de la anatom ía y de la em briología com­
p a ra d a ; agrupam iento de ciases en el caso de estos diversos campos, pero,
siempre, y en form a cada vez más preponderante, agrupam ientos de rela­
ciones. E sta convergencia entre los sistemas de “formas” biológicas, tanto
cuando se tra ta de sistemas de conjunto de clases o de relaciones, y las
estructuras totales constituidas por “form as” lógicas, presenta, desde el
doble p unto de vista del conocimiento biológico y de la génesis de las
estructuras lógicas u n a im portancia epistemológica que no se debe subesti­
m ar. La causa de esta convergencia, en efecto, es que los “ agrupa-
m ientos” lógicos, contrariam ente a las estructuras m atem áticas, dependen
exclusivamente de la cantidad “intensiva” , es decir que en una totalidad
aditiva ( A - f - A ’ = B ), adm iten que la parte es necesariam ente inferior
al todo (A < B ) , si A’ > O, pero ignoran to d a relación cu an titativ a entre
las partes como tales (A 5g A’) : el “agrupam iento” , entonces, es un sistema
exclusivo de relaciones de parte a todo. A hora bien, precisam ente en un
sistema de “form as” biológicas como in a clasificación, etc., cada “form a” ,
considerada aisladam ente es, sin duda, m atem atizable, p ero el encaje
rem o tal de estas form as es de carácter intensivo, es decir que la clasificación
se efectúa sobre las relaciones jerárquicas de parte a todo pero ignora las
relaciones cuantitativas entre las partes mismas. La situación, al menos,
se m antuvo de este modo, incluso en el estado actual de los conocimientos.
En consecuencia, se acentúa el interés del problem a de d eterm inar hasta
qué p unto las “form as” biológicas, consideradas durante tan to tiem po desde
el punto de vista solamente cualitativo o “intensivo”, pueden ser m atem a-
tizadas, independientem ente o no de sus encajes.
§ 4. L a SIG N IFIC A C IÓ N DE LA MEDICION (b IO M E T R Ía ) E N LAS TEORÍAS DE
LA h e r e n c i a y de la Todas las operaciones cualitativas que
v a ria c ió n .
se sitúan en el origen de las ciencias m atem áticas y físicas h an dado lugar
a una cuantificación extensiva (geometría cualitativa o m étrica) m ás o
menos ráp id a según los campos, pero en algunos casos bastante tard ía en
lo que se refiere a su constitución acabada (por ejemplo en q u ím ica).
Por lo tanto, es esencial preguntarse si los agrupam ientos de clases y de
relaciones que intervienen en las investigaciones biológicas de carácter
sistemático o com parado, al mismo tiempo que son m ás durables que en
las otras disciplinas, no están destinados a transform arse tam bién en opera­
ciones extensivas o num éricas. A hora bien, el núm ero interviene al mismo
tiempo en las leyes de la herencia y en las mediciones de la variación,
hasta un p unto tal que bajo el nombre de “biom etría”, se h a constituido
una estadística biológica. El problem a entonces consiste en saber sobre
qué objeto se efectúa esta m atem atización: ¿ sobre los sistemas de conjunto
de “form as”, sistemas cuya notable convergencia con las estructuras lógicas
totales acabam os de com probar, o sólo sobre las “form as” aisladas? Por
otra parte, ¿sobre sus variaciones o sobre las causas mismas de estas v aria­
ciones, es decir sobre transform aciones operatorias que, como tales, darían
cuenta de las estructuras clasificadas o com paradas?

E n prim er lugar, es evidente que, independientem ente de loda estadís­


tica, es posible construir u n a geom etría extensiva o m étrica de las formas
vivientes e incluso u n a m ecánica m atem ática, en la m edida en que estas
formas están condicionadas por los movimientos del organismo durante su
crecim iento en función del medio o si no de las acciones de los órganos unos
sobre otros. De este m odo, la concha de los moluscos ofrece interesantes
ejemplos de formas geom étricas simples (espirales, etc.) y el enrollam iento
progresivo de las espiras en el transcurso del crecim iento obedece a leyes
m atem áticas cuyo equivalente se observa en los vegetales en el caso del
crecimiento de las hojas alrededor de u n a ra m a (serie de Fibonacci que
rige, entre otras; las relaciones de posiciones y de ángulos). Además, este
enrollam iento de la espira da lugar a acciones mecánicas que han sido
descriptas (Cope, etc.) y sería igualmente fácil m atem atizar estas últim as
como hacerlo con la form a geom étrica final de la concha. L a lim nea
(Lim naea stagnalis. L .) está representada p o r ejemplo, en los lagos de
Suiza, po r algunas form as contraídas que hemos estudiado, contracción que
se origina en el hecho de que durante todo el período de su crecimiento la
agitación del agua le obliga al anim al a ad h erir con fuerza a las piedras,
lo que dilata la apertu ra de la concha y disminuye la espira bajo los efectos
de tracción del músculo colum elar: tanto estas acciones mecánicas como
las formas geométricas condicionadas por ellas podrán ser m atem atizadas,
m ediante representaciones espaciales o vectoriales o ecuaciones analíticas.
E n u n a bella obra sobre la geom etría de las formas vivientes, d’Arcy
T hom pson 1 2 proporcionó un gran número de modelos m atem áticos suscep-

12 D ’Arcy T hom pson: On growth and form. Cambridge, 1942.


tibies de ser aplicados a los grupos zoológicos m ás diversos; mostró, por
ejemplo, la aplicación posible de las transformaciones geométricas “afines”
a las diversas form as de peces, etcétera.

A hora bien, pese a que cada “form a” biológica puede, en sí misma, ser
m atem atizada, y que el pasaje de u n a form a a o tra corresponde entonces,
en todos los casos, a u n a transform ación m atem ática posible, ello no
significa que una clasificación n atu ra l de los seres vivientes, es decir, tal
que las relaciones de sem ejanza y de diferencia expresen los parentescos y
filiaciones reales, puede por ello ser m atem atizada o cuantificada. E n tre
u n a “form a” de molusco y otra, se puede concebir u n a relación de homeo-
m orfía topológica, con u n simple estiram iento o contracción de figuras
consideradas como elásticas; de u n a “form a” de pez a otra, se puede
determ inar, como lo hace T hom pson, u n pasaje que se reduce a una simple
transform ación proyectiva o afín, tam bién se pueden despejar semejanzas
y proposiciones num éricas, e tc .; pero de este modo se construyen simples
series ideales sin que se logre, p o r lo menos por el mom ento, proporcionar
leyes m atem áticas que determ inen la extensión o la am plitud de las clases
de diversos niveles (especie, género, familia, etc.) ni, sobre todo, su orden de
sucesión. L a m atem atización de las formas consideradas en form a aislada
o de sus transform aciones posibles unas en otras no da lugar ipso fa d o
a la m atem atización como tal de la clasificación, siguiendo un modelo
análogo al de la ta b la de M endeleiev: los encajes mismos de los que la
clasificación está hecha pueden, seguir siendo, entonces, de naturaleza
lógica (intensiva), incluso si cada uno de los elementos considerados p o r sí
solos es susceptible de ser m atem atizado. En otros términos, se puede
esperar que en algún m om ento será posible expresar m ediante ecuaciones
la form a de u n a lim nea y quizá tam bién las formas generales (o propie­
dades comunes a las diferentes form as) de los gasterópodos y de los m o­
luscos, etc. Además, se p odrá sin duda representar m atem áticam ente las
variaciones características de cada especie, o género, etc., a p artir d e la
ecuación común, de la m ism a form a en que el círculo, la elipse, etc., son
deducidos a p artir de la ecuación de las secciones cónicas. Pero en cada
caso se obtendrá u n a infinidad de variaciones posibles. Subsistirá entonces
el problem a de saber p o r qué tal género presenta sólo n especies entre todas
las combinaciones concebibles, p o r qué tal fam ilia com porta sólo n géneros,
etc., y po r qué estas n especies o géneros se caracterizan por ciertas tran s­
formaciones y no po r otras. E n este punto interviene el factor no m ate­
m ático de la clasificación misma. L a clasificación quím ica proporciona
u n a ley de sucesión gracias a la cual se puede determ inar el número de
casilleros posibles: ah o ra bien, todos estos están ocupados (los lugares que
perm anecieron vacíos en relación con la teoría han dado lugar a posteriori
a descubrimientos experim entales en lo que concierne a los elementos
radiactivos, lo que perm itió verificar de este modo las anticipaciones debidas
a ía clasificación) : u n a clasificación semejante, entonces, es no predicativa
en el sentido en que las propiedades de los elementos dependen de las
del todo ( = a la ley de la sucesión como ta l). L a clasificación biológica,
p o r el contrario, sigue siendo predicativa, en ei sentido en que no sería
posible calcular las propiedades de los elementos a p artir de ias del con­
junto 1 3 : por ello (al menos en la ac tu a lid a d ), no se la podría anatema­
tizar, incluso si cada form a particular puede serlo a título de elemento
aislable.
Ello nos conduce a un segundo problem a esencial. U n a especie es una
clase lógica, que com porta por lo general sus clases constituidas por las
“variedades” conocidas, sea fenotípicas, o si no (cuando se las ha podido
d eterm in ar) genotípicas. Todos los individuos que pertenecen a la especie
y a sus variedades son en principio mensurables en sus caracteres, de modo
ta l que las cualidades específicas o raciales pueden ser traducidas entonces,
d e u n a m anera o de otra, en cantidades m atem áticas. ¿ Pero ocurre !ü mismo
en la especie como tal, es decir en tanto que clase? Designemos como B
a esta clase constituida por una especie, A a una de sus subclases y A’
las otras subclases (variedades). Lo que caracteriza a un encaje de clases
lógicas es el hecho de ser independientes del número de los individuos
en juego: tanto cuando existe en B un solo individuo más que en A
corno cuando hay miles más, siempre B > que A y B > A* (cantidades
intensivas) independientem ente de las relaciones num éricas entre A y A ’.
Si n es el número de los individuos considerados, se tiene entonces n (B)
> n ( A) , pero se puede tener n (A) > que n (A’) ; n (A) < que n (A'}
o n (A) = n (A’). L a cuantificación o m atem atización de la especie
supondría, por el contrario, además de la m edición de todas las cualidades
específicas en tanto relaciones o correlaciones, una expresión num érica de
la extensión relativa de las clases n ( A) , n (A ’) y n ( B) . Los dos proble­
mas, en efecto, están ligados, ya que las ¡'elaciones que expresan las cuali­
dades específicas son susceptibles de fluctuaciones estadísticas o variaciones
ligeras de un individuo al otro y p ara determ inar el valor promedio de
los caracteres específicos o raciales se debe ten er en cuenta el núm ero de los,
individuos implicados en las clases consideradas.

A hora bien, la biom etría abordó efectivam ente estos diversos problemas
cuyas soluciones desde el punto de vista de su significación epistemo­
lógica discutiremos a continuación. E n relación con ello, examinemos
nuevam ente el ejemplo de las L im nea stagnalis, especie de las que se
conoce un gran número de variedades fenotípicas (que designaremos global­
m ente com o A’). Para estudiar, desde el doble punto de vista de la acción
del medio sobre los fenotipos v de la constitución hereditaria de Ia.s razas,
la morfosis contraída hallada en los lugares agitados de los grandes lagos,
nos hemos propuesto, de este modo, m edir en form a precisa la diferencia
entre esta variedad y el tipo de la especie, ¿ Pero en qué consiste el “tipo”
de la especie (tipo que llamaremos A) ? E n este punto se revela la
insuficiencia de la determ inación cualitativa, es decir simplemente lógica,

13 En lo que se refiere al problem a de las clasificaciones predicativas y no pre­


dicativas, véase nuestro Traite de Logique (Colín, 1949!, § 5-6. (Véanse en particular
las definiciones 11-13 de las clases estructuradas y de las clases apenas o semiestnic-
turadas, que corresponden [estas dos últimas] a la. clasificación biológica.)
v la necesidad de una determ inación m atem ática, concerniente sim ultánea­
m ente a la medición de las relaciones y al núm ero de los individuos:
el tipo A de la especie será evidentem ente la form a m ás frecuente, lo que
supone u n a relación num érica entre A y las A’ y no sólo ya u n a relación
de encaje lógico entre A y B. M idiendo la altu ra total de la concha y
la altu ra de la abertura, se define, en prim er lugar, u n a relación métrica
de contracción o de alargam iento, que expresa m ediante u n a fracción
num érica la cualidad cuyas variaciones entre el tipo de la especie y las
morfosis lacustres puede ser com probada. Luego, si se repite esta mediación
en miles de individuos de todos los medios (se requirieron alrededor de
80.000 p a ra que los promedios se m antuviesen estables) se obtiene una
curva de frecuencia (la curva binomial de Gauss o curva en c a m p a n a).
El exam en de esta curva revela, en el caso particular, la existencia de dos
cirnas o “modos” (puntos de frecuencia m áxim a) : las form as de agua estan­
cada se dispersan sim étricam ente alrededor de un “m odo” de valor 1,78,
m ientras que las formas que habitan los lagos constituyen u n segundo
conjunto de poblaciones cuyos índices medios oscilan en tre 1,30 y 1,45.
Este pequeño ejemplo m uestra claram ente en qué aspectos lo que se
p odría designar como la ecuación estadística de la especie, es decir la
distribución probable de las diversas formas posibles, es a la vez mucho
m ás instructiva que la simple clase lógica, pero, sin em bargo, sigue siendo
insuficiente p a ra constituir el principio de u n a clasificación exhaustiva.
Las ventajas de la medición en relación con las simples clases o
relaciones cualitativas están representadas no sólo p o r la precisión sino
tam bién por la posibilidad de establecer u n a serie de nuevos hechos. El
conocim iento de los modos y de la am plitud de las variaciones permite, en
prim er lugar, distinguir con m ucho m ayor precisión que la simple estimación
cualitativa, los diferentes fenotipos, incluyendo el tipo prom edio de la
especie y conduce, incluso, a distinguir tipos estadísticos aparentem ente
poco diferentes. Pero, sobre todo, u n a vez que las variedades son criadas
en medios homogéneos y seleccionadas hasta lograr la reducción a linajes
puros, sólo u n a estadística precisa perm ite caracterizar las diferentes razas
m ediante sus índices métricos promedios: de este m odo, al ser criadas en
acuarios de dimensiones iguales, nuestras limneas presentaron por lo menos
cinco razas diferentes (y entre ellas dos específicas de los lagos), susceptibles
de ser reconocidas tanto en sus constantes estadísticas como en su fisonomía
cualitativa, cada una de las cuales, entonces, presenta un coeficiente estable
de contracción o de prolongación.
Además, ¡a determ inación m étrica perm ite reem plazar las simples
correspondencias cualitativas m ediante correlaciones evaluables en su grado
mismo. E n el ejemplo m encionado en el § 2 referente a dos caracteres At
y A-, o su ausencia A ’j y A ’2j no basta con saber que casi todos los
individuos que poseen el carácter A-i (por ejemplo !a contracción de la
espira en las limneas) poseen al mismo tiempo el carácter A 2 (por ejemplo
el albinism o), que casi todos los individuos A \ (no contraídos) son al
mismo tiem po A% (pigm entados) y que sólo algunos Ai son A ’ 2 o algunos
A ’t son A-¿: tiene sumo interés la posibilidad de calcular la correlación en
prom edio de la fórm ula de las cuatro tablas de Y ule (véase § 2 ). Del
m ismo modo, si se puede m edir el grado de albinismo, como acabamos
de verlo en lo referente a la contracción, será m ucho más exacto calcular
la correlación de acuerdo con la fórm ula de Bravais-Pearson (véase § 3 ),
basándose en las diferencias individuales en relación con el promedio de
estos dos tipos de relaciones.

E n resumen, la biom etría reem plaza a las simples clases lógicas, cons­
tituidas por las especies y sus variedades, m ediante clases nuiíiéricas o
conjuntos, caracterizadas por u n a distribución de frecuencia estadística;
se reem plaza tam bién las simples relaciones cualitativas de semejanzas y de
diferencias, que definen a estas clases lógicas, m ediante un sistema de
relaciones mensurables, expresadas bajo las formas de curvas de variabi­
lidad o de correlaciones m étricas. Este pasaje de lo cualitativo a lo cuanti­
tativo, m uy útil ya en el análisis de las poblaciones heterogéneas, se hace
indispensable a partir del m om ento en que se in ten ta caracterizar en forma
precisa los genotipos que se com paran en medios heterogéneos bien de­
term inados.
Sin embargo, y pese a que de este m odo el progreso es evidente, es
tam bién notorio que en el estado actual de nuestros conocimientos esta
m atem atización se queda a m itad de camino, en relación con lo que se
requeriría p ara cuantificar las especies en tanto que clases, es decir en
ta n to que encajadas en géneros, etc., y en tanto que encajan “variedades”
estables; en otras palabras, con lo que se requeriría p a ra construir u n a ley
de sucesión propiam ente cuantitativa (al mismo tiem po que cualitativa)
que caracterice a la clasificación. ' Ello se ■debe a que las mediciones
actuales no determ inan-los encajes como tales, porque no se efectúan sobre
el m ecanism o de las variaciones, es decir sobre las transformaciones en sí
mismas, sino sólo sobre sus resultados. L im itada de este modo, la biometría
proporciona m uchos índices precisos que com pletan y corrigen los índices
cualitativos; estos índices, sin em bargo, y por el m om ento, son sólo atributos
que en tran en juego en la calificación de las especies y no constituyen los
elementos de u n a construcción o de u n a reconstrucción m atem ática de
las especies en su ley de formación. P ara decirlo de otro modo, reem pla­
zando la clase lógica m ediante un conjunto num érico o estadístico, y las
relaciones cualitativas m ediante relaciones o correlaciones métricas, la bío-
m etría sustituye en una prim era aproxim ación un análisis más profundo,
pero que se m antiene en el interior de los encajes iniciales; ella se ve redu­
cida a conservar estos encajes de clases y de relaciones, así como sus
agrupam ientos lógicos, al no poder engendrarlos m ediante nuevas opera­
ciones, m atem áticas y n o ya sim plem ente intensivas, que se efectuarían
sobre las transform aciones mismas y superarían así el m arco de estos agru­
pam ientos en beneficio d e grupos propiam ente dichos.
Incluso en el cam po de los fenotipos,. la biom etría alcanza aún sólo
el resultado de la variación, y no del mecanismo causal susceptible de
engendrarlo operatoriam ente. D e este modo, en el caso de nuestras
lim neas y en lo que se refiere a los fenotipos lacustres, existe un evidente
vínculo entre la agitación del agua y la contracción de la concha. La
m edición de la contracción fenotípica expresa así el resultado total de
las respuestas motrices del anim al y de sus efectos morfológicos. Sin
em bargo, incluso en este caso privilegiado, en el que la causa de la variación
es especialm ente simple, la m edición concierne sólo a la culm inación del
proceso y omite lo esencial: nos referimos a la relación entre los factores
m crfogenéticos hereditarios (y por lo tanto genotípicos) y las acciones
ejercidas po r el medio exterior d u ran te el crecim iento del individuo. A hora
bien, lo que se debería aprehender directam ente (es decir, a título de
composiciones operatorias y sin lim itarse a m edir sus productos) son
estas relaciones, que varían de u n genotipo a otro, p a ra poder superar así
la clasificación cualitativa de los genotipos y de sus fenotipos en diferentes
medios; en realidad, com probam os sólo que tal fenotipo es más plástico
que tal otro en un m edio dado, etc., pero la m edición de esta plasticidad
no es la m edición del dinam ism o causal que la hace posible.
E n lo que se refiere a los genotipos .mismos, y este aspecto es el
esencial, la m edición proporciona su caracterización precisa, es decir los
promedios, la dispersión estadística probable de los individuos alrededor
de estos promedios, e tc .; pero en dichos casos se tra ta de caracteres estáticos,
m ientras que p a ra m atem atizar la clasificación, es decir los encajes y las
variaciones, se debería establecer u n a ley de sucesión que alcanzase al
m ecanismo mismo de sus filiaciones. P ara decirlo de o tra m anera, se
debería m edir las transform aciones como tales, lo que equivaldría a expresar
su mecanismo causal, m ediante operaciones extensivas o m étricas en. lugar
de limitarse, a describir los encajes m ediante operaciones lógicas.
Ello nos conduce al tercer problem a fundam ental. M atem atizar Jas
formas, y luego m atem atizar la especie hasta llegar a la constitución de
u n a clasificación cuantitativa, sería en últim a instancia m atem atizar el
mecanismo mismo de la herencia, es decir explicar operatoriam ente la
estabilidad de los invariantes genotípicos y las transform aciones genéticas
que determ inan las variaciones hereditarias. ¿C u ál es entonces, en ese
sentido, la significación de las leyes num éricas conocidas en teoría de la
herencia y cuál es, en particular, el sentido del análisis factorial, q\ie
E. G uyénot com para en algunos casos con u n álgebra 1 4 y en otros con
los esquemas atomísticos de los físicos y de los químicos? 1 5 ¿Nos aproxi­
mamos en este caso a u n a com posición operatoria que preanunciaría un
grupo de transformaciones, única base segura de u n a clasificación cuanti­
tativa de las formas y de las especies, o nos m antenem os siempre en el
terreno de lo cualitativo, ccn algunas precisiones estadísticas m ás, en lo que
se refiere al contenido de las clases o relaciones lógicas?
Eii lo que se refiere, en prim er lugar, a las leyes de la herencia men-
deliana, se tra ta esencialm ente de relaciones com binatorias que determ inan
la probabilidad de la. mezcla o de la disociación de los genotipos y no
leyes de transform aciones que explican su variación o su estabilidad y

14 Loe. cit.. pág. 6.


13 Ibíd., pág. 12.
tam bién, entonces, la causa de los encajes clasifícatenos o de las filiaciones
genéticas. D e este modo, la ley fundam ental de M endel constituye el
modelo de las leyes com binatorias simples. Sean dos razas puras A-, y A2,
cuycs representantes cruzamos. El resultado prom edio probable del cruza­
miento, observado sobre números suficientes, será n Aj 2 n Aj A-j -f- n Ao,
es decir que la m itad de los descendientes presentarán sim ultáneam ente los
caracteres genéticos de A i y Ao, un cuarto presentará sólo los caracteres
de Ai y u n cuarto los de A*. La m atem atización introducida por esta ley-
no concierne entonces a las características que distinguen a A¡ ni a Ao
ni a la clasificación de. estos genotipos, sino a la probabilidad de mezcla
de los genes de Ai y de A o de acuerdo con las cuatro disposiciones posi­
bles A i A i -j-. A j Ao -f- Ao A, -f- Ao Ao (de donde n Á l - | - 2 n A 1 A 2 4 - h A»
si se hace abstracción del orden). Lo mismo sucede en el caso de las
m uchas leyes particulares basadas en 1a. ley de M endel y relacionadas con
combinaciones de com plejidades variables.
Sin em bargo, si bien las leyes de la herencia form ulan sólo relaciones de
combinaciones entre caracteres ya constituidos, puntos de llegada y no
de p artid a de la variación misma, el análisis de los genes y de su mecanismo
factorial (así como de las mutaciones cromosómicas, ya que un cromosoma
constituye una colección definida de genes) se relaciona, por el contrario,
con las transform aciones ccmo tales. E n consecuencia, la clave de la
m atem atización posible de las clasificaciones se encuentra en el análisis
factorialf al menos a escala de la especie y de la herencia especial (ya
qué no sabemos nada sobre la herencia general ligada al citoplasma) : el
conjunto de las filiaciones y de los encajes sería susceptible de ser cuanti-
ficado y reducido a leyes de sucesión o de transformaciones en la m edida
en que la acción de los “factores” podría d a r lugar a un sistema operatorio
m atem áticam ente definido.
■ A hora bien, en este caso, u n a vez más, nuestro conocimiento se rela­
ciona en m ucho m ayor m edida con el resultado de los procesos íntimos
de transform ación que con los procesos mismos. E n el caso de las m u ta ­
ciones cromosómicas, es cierto, se puede seguir las fragmentaciones y las
uniones de los cromosomas y de sus partes, y concebir una representación
espacial o m ecánica de los intercam bios en juego que determinan la v a­
riación. Pero en ese c.aso se trata sólo de una descripción geométrica del
movim iento de los vehículos de los genes, ya que un cromosoma contiene
mucho? centenares o miles de genes. En lo que se refiere a la acción de
estos últimos, sólo se la puede observar por medio de sus resultados. No sólo
se com prueba que únicam ente los genes m utades revelan su existencia,
m ientras el conjunto de los genes invariantes permanece incognoscible,
sino que tam bién los genes m utados se conocen sólo gracias a su m utación,
es decir que se los postula a título de causa de u n a variación que, p o r su
parte, es persistente p o r ser hereditaria.
Los genes, entonces, son esencialmente “factores” y algunos autores
se preguntaron en determ inadas oportunidades si no era imprudente sustan­
tivarlos. “A esto respondería, dice E. Guyénot, que si los genes, absoluta­
m ente invisibles, son sólo una forma convencional de representar ,a posteriori
los resultados del análisis genético experim ental, desde este punto de vista
poseen una existencia prácticam ente tan indudable como la de los com po­
nentes de la m ateria ” . 1 6 Se puede apreciar el interés epistemológico de un a
declaración como ésta, que expresa al mismo tiempo el papel de factores
de composición que se atribuye a los genes y el carácter deductivo de su
existencia misma. El ideal que el biólogo persigue en relación con estos
puntos es muy claro y tiende m anifiestam ente a lograr que la biología
supere su estadio de no deductibilidad para lograr un nivel de composición
operatoria; además, la com paración con el atomismo dem uestra que esta
composición quisiera ser m atem ática: se trataría entonces de explicar las
variaciones, al igual que la estabilidad de los estados durables, m ediante
un juego de transform aciones agrupadas entre sí, lo que proporcionaría
sim ultáneam ente las claves de la variación evolutiva,- de la herencia y de
los encajes jerárquicos de la clasificación.
Sin em bargo, en el estado actual de los conocimientos, pese a que los
“factores” genéticos pueden ser com parados con un álgebra, se tra ta sólo
de un álgebra lógica o cualitativa, y pese a que los genes pueden ser
asimilados a determ inados tipos de átomos, po r el m om ento se trata sólo
de u n atomism o postulado en form a similar a la de los griegos, y no de
elementos mensurables en sus propiedades intrínsecas.
Los “factores” genéticos, en efecto, se m anifiestan a través de sus
acciones que consisten, o bien en agregar u n nuevo carácter a otro, en
reforzar caracteres existentes, o si no tam bién en bloquearlos m ediante la
acción inhibitoria. T odas éstas, en efecto, son acciones qu e pueden ser
com paradas con determ inados tipos de operaciones de adición o de sustrac­
ción, de m ultiplicación, de sustitución, etcétera. Sin embargo, estas seini-
operaciones no pueden, aún lejos de ello, ser compuestas entre sí bajo el
m odelo de las composiciones atomísticas o de los grupos de operadores
válidos en microfísicá; ello se debe, esencialm ente, a que no son susceptibles
ni de reversibilidad ni de conservación completas. L a acción misma del
gen sigue siendo misteriosa y sus propias m utaciones no h an sido expli­
cadas (en algunos casos se las h a atribuido a causas endógenas desconocidas
y en otros, a u n intercam bio con el citoplasm a que las rodea). El he­
cho de que los genes no m utados incognoscibles confiere a las ecuaciones
de esta álgebra un núm ero de incógnitas m uy superior al de los valores
dados. L a conservación de los genes conocidos no es más que la com pro­
bación del carácter hereditario de las fnutaciones que ha producido, y no
tiene aú n nada que ver con una conservación operatoria tal como la
de un invariante de grupo. E n resumen, el gen es aún esencialmente un
concepto cualitativo, que caracteriza u n principio de deducción, ya que
constituye un punto de apoyo de las variaciones observables, pero que no
alcanza el nivel de la deducción operatoria ni, sobre todo, de un álgebra
m atem ática, por nc alcanzar u n a composición completa.
A hora bien, sea lo que fuere lo que nos depare el futuro, las dificultades
halladas hasta el presente p o r la m atem atización en estos campos de la

Ibíd., pág. 12.


biología relacionados con el encaje y la filiación de las “ formas” se deben
al parecer, esencialmente, y como lo hemos ya dicho, al hecho de que
estos mecanismos constituyen u n a historia, es decir un compromiso entre
ciertos desarrollos regulares, y la mezcla o la interferencia de las series
causales. P ara decirlo de otra m anera, el campo de resistencia a la m atem a-
tización sería el de los procesos históricos o diacrónicos, ya que ellos son
solidarios de u n a cierta irreversibilidad ligada al transcurso de los aconteci­
m ientos en el tiem po, m ientras que las interacciones causales de carácter
sincrónico, al igual que los fenómenos fisiológicos de los que luego hab la­
rem os (§ 5) pueden ser reducidos con m ayor facilidad a la medición
físico-químíca. E n efecto, en el caso de la clasificación, de las relaciones
d e correspondencia (anatom ía com parada) y de los procesos hereditarios,
la m edición concierne sólo a los caracteres clasificados o com parados, así
com o la distribución probable de los individuos, calificados, m ientras que
los encajes como tales perm anecen en el estado d e agrupam ientos cualita­
tivos, a causa del carácter esencialm ente histórico de las razones que explican
el detalle de las formas individuales, de las clases y de las correspondencias
en juego. Por el • contrario, en el dominio de la fisiología, la medición
alcanza relaciones causales m ás simples por ser menos históricas y más
actuales y que se reducen, por ello mismo, a relaciones entre datos físicos y
químicos sincrónicos, como en el terreno que ordinariam ente ocupan los
fenómenos físico-químicos en general.
E n este caso, sin embargo, ¿no podría concebirse u na expresión m ate­
m ática del desarrollo histórico como tal, que al expresar el mecanismo
de la herencia perm itiera la reducción de la morfología sistemática a la
fisiología m ism a? Veremos (§ 6 ) que la em briología causal se propuso
precisam ente como tarea esta reducción de la morfogénesis a las considera­
ciones fisiológicas y físico-químicas. E n lo que se refiere a u n a expresión
m atem ática posible de la herencia, debemos recordar la famosa “m ecánica
hereditaria” de V olterra, cuyo principio no reside en explicar, al igual que
en el determinismo de Laplace, u n estado dado p o r el estado inm ediata­
m en te anterior, sino en subordinar cada estado al conjunto acum ulativo
de los estados anteriores. Pero el éxito de esta construcción m atem ática
no equivale aún en absoluto a la reducción de u n a historia biológica real
a los esquemas de la “m ecánica hereditaria” . E sta se aplica a los procesos
físicos cuyo carácter histórico se reduce a u n a sucesión de carácter regular­
m ente acum ulativo (histéresis, e tc é te ra ). Por el contrario, la historia de .
u n a especie anim al, constituida p o r circunstancias fortuitas innum erables y
sin du d a m uy heterogéneas, constituye u n a sucesión m ucho m ás compleja.
P or ello, los conjuntos de caracteres morfológicos, cada uno de los cuales
depende de u n a historia semejante, constituyen “formas” individuales,
específicas, genéricas, etc., cuyo sistema, en el estado actual de. los conoci­
mientos, sólo puede ser expresado por el agrupam iento cualitativo; se puede
suponer que una m atem atización más profunda de los procesos morfogené-
ticos o hereditarios perm itirá entrever u n a cuantificación de la clasifica­
ción m isma y de los agrupam ientos m ultiplicativos de la anatom ía cora-
parad a,
Sin em bargo, cabe preguntarse por qué el sistema de estas formas,
surgido de los desarrollos históricos y que hasta el presente, al carecer de
composición com pleta, resistió a toda deducción operatoria de naturaleza
m atem ática, adm ite, no obstante, u n a estructuración de acuerdo con
‘‘agrupam ientos” lógicos bien definidos de clases y de relaciones. L a causa
es evidente: esos agrupam ientos conocen sólo los encajes jerárquicos de
sus clases en clases totales o de relaciones parciales en relaciones de conjunto.
E n consecuencia, se basan sólo en relaciones de p arte a todo y constituyen
en sí mismos sólo modos de composición incompletos. Por el contrario, las
estructuras m atem áticas suponen que los elementos parciales son relacio­
nados entre sí y, sobre todo, la construcción de unidades (vol. I, cap. 1 ,
§§ 3 y 6 ) . D e ello se deduce que las form as lógicas caracterizadas por
cualidades “predicativas” (es decir independientes de u n a ley de formación)
y no p o r u n a ley de construcción (como las formas geom étricas o num é­
ricas, etc.) corresponden sin dificultad a los sistemas de formas vitales
(de los que, p o r otra parte, proceden por interm edio de las. form as mentales
elem entales) ; las formas m atem áticas, po r su parte, de composición más
profunda, no se adap tan sin resistencia a tales estructuras de conjunto.

§ 5. L a e x p l i c a c i ó n e n f i s i o l o g í a . E n todos los cam pos relacionados


con las form as vivientes y su producción histórica,, como podemos observar,
la m atem atización concierne en m ayor m edida al resultado de la variación
que a su dinam ism o causal. E n fisiología, p o r el contrario y a causa de su
carácter sincrónico y no ya diacrónico, ella h a dado lugar a u n , pasaje
m ucho m ás rápido de lo cualitativo a. lo cuantitativo. E n ese sentido, en
la historia de la fisiología, la curva de evolución de la caüsalidad presenta
gran in te rés: se la puede caracterizar m ediante un pasaje progresivo de la
“form a” cualitativa a la ley; m ientras que los prim eros tipos de explicación
recurrieron a estructuras cualitativas calcadas de la form a total del orga­
nismo y a la traducción incluso en térm inos psicomórficos a través de
un a mezcla de logicismo y sústancialismo anim ista, los progresos del conoci­
m iento fisiológico llevaron a recurrir de m ás en más a relaciones cuanti­
tativas originadas en el análisis físico y quím ico de los funcionam ientos
particulares del organismo.

Es evidente, en efecto, que las prim eras explicaciones fisiológicas consis­


tieron en explicar los fenómenos vitales particulares p o r m edio de la forma
del organismo considerado como u n a causa, es decir en reducir lo inferior
a lo superior e incluso lo fisiológico a lo psicológico. Pero se trató , n atu ral­
m ente, de conceptos fisiológicos no analizados y subjetivos, y al mismo
tiempo conceptualizados a través de u n a lógica verbal: conviene entonces
llam arlos psicomórficos por oposición a los conceptos de la psicología
científica .( exactam ente del mismo m odo en que la física comenzó expli­
cando los movimientos y las formas m ediante nociones biomórficas, dife­
rentes de los conceptos de la biología científica). D e este modo, las pri­
meras explicaciones de la vida y de las actividades vitales más visibles
consistieron, simplemente, en im aginar u n principio m otor que se confundía
con el alm a misma. Se puede observar una idea semejante incluso en
Aristóteles. T odo movimiento, según él, supone u n a forma que m ueve y
una m ateria que es m ovida; en el caso de la vida, la “form a” es el alm a, que
es al mismo tiem po principio del m ovim iento y de la morfología del cuerpo,
mientras que la m ateria es la sustancia del cuerpo mismo. El alma, entonces,
es una fuerza perm anente, afirmación que se sitúa en el origen del con­
cepto de fuerza vital, característico del vitalismo. Además, como la m ateria
resiste y la form a se inscribe entonces sobre ella sólo en form a progresiva,
la vida del alm a com porta grados: el alm a vegetativa (o nutritiva, etc.),
el alma anim al (o sensible) y el alm a racional (inteligencia). Ello d a
lugar a u n a serie de explicaciones teleológicas mezcladas con explicaciones
físico-químicas rudim entarias, tales como la idea de una cocción de los
alimentos en el estómago (heredada de los presocrá tico s).
En H ipócrates y en Galeno se pueden encontrar ideas vitalistas análo­
gas, a m itad de cam ino entre la explicación física y la explicación psico­
lógica. Los cuatro humores del prim ero se inspiraban en el papel que los
presocrá ticos atribuían a los elementos, al mismo tiempo m ateriales y
vivientes de la naturaleza, mientras que en el segundo aquéllos se com­
binaron con la hipótesis de los espíritus vitales y animales. G aleno, en
efecto, creía que la vida dependía de los espíritus que contenía la sangre.
L a sangre, que provenía del hígado, se cargaba en él con “espíritus n atu ­
rales”. Se suponía que u n a parte de la sangre que llegaba al ventrículo
derecho del corazón por el sistema venoso pasaba al ventrículo izquierdo
gracias a orificios interventriculares, y de ahí a los pulmones, donde, en
contacto con el aire, sus espíritus se transform aban en “espíritus vitales” .
Recorriendo las arterias, éstos llegaban al cerebro donde se convertían en
“ espíritus anim ales” propulsados por los nervios.
Esta doctrina de la circulación, corregida ya por Ves alio en el siglo xvi,
fue reemplazada; en el siglo xvn por u n a teoría exacta form ulada por
Harvey, cuya im portancia capital se origina en el hecho de que constituye
la prim era interpretación propiam ente física de un fenómeno fisiológico.
E n ese sentido es interesante observar que lo que dio origen a esta teoría
física es u n razonam iento basado en la conservación. Basándose en el
núm ero de pulsaciones, Harvey, en efecto, com prueba que, en el m arco de
la teoría de G aleno, el ventrículo izquierdo debería enviar a la aorta a lo
largo de u n a h ora una cantidad de sangre que equivaldría a tres veces
el peso del cuerpo hum ano (a razón de dos onzas p o r p u lsació n ).3' ¿De
dónde vendría entonces esta sangre? Por lo tanto, debe existir una conser­
vación de la sangre y no una producción co n tin u a: en ello se basa el
descubrimiento del proceso circular de los movimientos de la sangre, veri­
ficado po r u n a larga observación de las etapas de la circulación (en
alrededor de cuarenta especies animales) y m ediante la com probación del
trabajo del corazón considerado como m úsculo hueco. Señalemos adem ás
que, a p a rtir de los descubrimientos de Galileo y de la creación de la
mecánica, N. Stensen y G. A. Borelli (en 1667 y 1680) constituyen una

Véase Ch. Singer: Histoirs de la Biologie (traducción G idon). Payoí. pág. i 23,
m ecánica m uscular y aplican el principio de la composición de las fuerzas
a los movimientos de los músculos y del cuerpo en general. Desde los
comienzos de la fisiología experimental, algunas explicaciones como las de
la circulación o de las acciones musculares se orientan así en el sentido
físico-químico y señalan de este modo y al mismo tiempo u n intento de
reducción operatoria y u n recurso a la experiencia.
E n relación con la fisiología, renovada por Harvey, Descartes formuló
u n a expresión filosófica com parable a la que asignó a la física, renovada
p o r Galileo. E n efecto, la fisiología de Descartes se basa exclusivamente
en modelos físicos, del mismo modo en que su física reposa sólo en la
geom etría. V a n H elm ont, después de Paracelso, fue el que recurrió en
m ayor m edida a los conceptos químicos (por ejemplo en su explicación
de la digestión por las ferm entaciones), y lo siguieron los latroquim istas de
la segunda m itad del siglo x v i i , en particular Sylvius. Pero, la naturaleza
de esta quím ica prelavoisiana era tal que la explicación quím ica no tenía
aú n n ad a de contradictorio con el vitalism o: van H elm ont la com bina con
£u célebre teoría de las “arqués” que renuevan las entelequias de Aristóteles
y Stahl, el inventor de la flogística, com bate el mecanicismo cartesiano e
invoca en fisiología un “alma sensitiva” que dom ina los procesos m ate­
riales. La evolución de la fisiología en el siglo x v n sigue de este m odo a
un ritm o análogo al de la física: acción de la m ecánica de Descartes contra
las explicaciones de la m ecánica peripatética, en oportunidad de un descu­
brim iento positivo (desem peñando en fisiología el de H arvey el mismo
papel que los de Galileo en física), luego reacción en el sentido de una
rehabilitación del vitalismo, paralela a la reacción de los físicos en el sentido
de u n a restauración del dinamismo.
T o d a la historia de la fisiología, desde las “arqués” de van H elm ont
y desde el “alm a sensitiva” de Stahl, hasta la “Introduction á l’étude de
la m édecine expérim entale” de C laude B ernard, es decir d u ran te todo el
siglo xviii y la prim era m itad del siglo xix, está dom inada luego p o r los
conflictos entre el vitalismo y el mecanicismo, del mismo m odo en que
en el período correspondiente en física lo fue por los conflictos entre el
mecanicismo y las diversas interpretaciones de la idea de fuerza.
D e este modo, Boerhaave, a comienzos del siglo xviii, reduce cada
una de las actividades del organismo a explicaciones físicas, y químicas;
lo siguen A. de H aller y Priestley en lo que a la respiración se refiere,
Sénebier y N. T . Saussure en lo que se refiere a la influencia de la luz y
la química vegetal, etc. A comienzos del siglo xix, Liebig y W óhler unen
en form a aun m ás estrecha ¡as investigaciones biológicas y químicas, m ien­
tras que Bousingault y M. Berthelot contribuyen al conocimiento del ciclo
del azufre, etc. Sin embargo, pese al conjunto de estos trabajos y pese a
sus propias investigaciones de inspiración físico-química, espíritus tan posi-.
tivos como M agendie y Claude B ernard conservan aún la idea central del
vitalismo referente a la irreductibilidad del fenómeno biológico; pese a
que no utilizan m ás esta idea p ara explicar el detalle de los fenómenos
vitales, lo conservan aun en lo que se refiere a la totalidad del organismo
com e tal.
A fines del siglo xviii, M . F. X. B ichat consideraba que la vida del
organismo es la resultante de los diversos tejidos que lo constituyen, pero
acordaba siem pre a cada tejido u n a actividad vital p articular en conflicto
con las fuerzas físico-químicas. F. M agendie retom a esta idea de un a
“fuerza vital”, pero la considera inaccesible a la observación: en el detalle
de las experiencias, sólo los métodos físico-químicos son válidos, pero la
reunión de todos los resultados así obtenidos no basta p ara explicar la vida
de conjunto del organismo que, de este modo, depende de u n principio
vital superior al orden físico-químico. Podemos observar un concepto de
este tipo en A ugusto Com te, cuyo principio esencial de su filosofía “positiva”
era la irreductibilidad de los diversos niveles sucesivos de lo real unos en
relación con los otros, en consecuencia, la “organización” característica
de los fenóm enos de la vida no podría ser reducida a los fenómenos
químicos, n i tam poco la afinidad quím ica a las fuerzas físicas.
Si hacem os abstracción del neovitalismo de Driesch, Buytendijk, etc.,
que volveremos a m encionar luego (§ 6 y 7 ), el principio vitalista halló
sin em bargo su últim o defensor en la persona de Claüde Bernard, alum no
de M agendie. Conocemos la im portancia d e la contribución personal de
C laude B ernard a la. fisiología y el rigor de sus m étodos; conocemos, en
particular, la form a en que hizo prevalecer la hipótesis de u n a unidad
funcional del organismo, es decir de u n a interdependencia de sus diversas
actividades físico-químicas, po r oposición a la idea de las funciones p a r­
ticulares y separadas, ligadas á sus órganos respectivos. A hora bien, al
inducirle a atrib u ir al organismo el poder de conservar ciertas condiciones
perm anentes del m edio interno, disociado del medio exterior, el descubri­
m iento de esta interdependencia funcional lo llevó a considerar la vida
como a u n a organización sui géneris, diferente, pese a todo, de los m eca­
nismos físico-quím icos: en el seno del organismo existen sólo procesos
físico-químicos, que corresponden por lo tan to a explicaciones de la física
y de la quím ica, pero estos mismos procesos, considerados en su totalidad,
constituyen sólo medios al servicio de u n a “idea rectora” de conjunto. Así,
en esta fam osa teoría se vuelve a observar la oposición entre 1 a. “form a”
total cualitativa y los procesos cualitativos particulares, que ya hemos po­
dido observar en los campos de la morfología sistemática y de la anatom ía
com parada ( § 1 - 4 ) .

L a últim a etapa de la evolución de las explicaciones fisiológicas puede


caracterizarse del siguiente modo. C uando se trata de un problem a p a r­
ticular, tal com o los de circulación, intercam bios gaseosos, trabajo muscular,
del calor anim al, de los ciclos del carbono y del azufre, del equilibrio alim en­
tario y energético, del impulso nervioso, etc., ningún fisiólogo concibe la
posibilidad de que operen otras causas más. -que los factores físicos y
químicos, desde los grandes principios de la m ecánica y de la term odinám ica
hasta el detalle de las síntesis conocidas. E n ese sentido, y en principio,
la m edición y la m atem atización de los fenómenos son las mismas en
fisiología y en físico-química. Al determ inar, por ejemplo, u n electro­
encefalogram a o u n electrorretinogram a, se obtiene u n a curva que traduce
a la corriente eléctrica con los mismos métodos que si se lo hubiese estu­
diado fuera del cerebro o de la retina en un medio inorgánico cualquiera.:
T an to si se m ide la tem peratura de u n organismo o las calorías que utiliza,
en ambos casos se tra ta de mediciones físicas. E n consecuencia, la correla­
ción entre las mediciones expresará no sólo u n a distribución de los resul­
tados cuyas causas de coexistencia y de correspondencia escapan a la cuan-
tificación (por estar relacionados con un encaje cualitativo de form as),
sino tam bién u n a relación que encuentra su explicación y su causalidad en
las relaciones num éricas mismas, porque éstas no expresan ya el resultado
de u n a historia, sino u n funcionam iento actual y sincrónico. Por ello, las
innum erables leyes num éricas de carácter exponencial, logarítmico, etc., que
se observan en fisiología, expresan u n a cuantificación de lo vital, pero en la
m edida en que hay u n a reducción de lo vital a lo físico-químico y no u n a
simple expresión cualitativa de u n desarrollo histórico. El hecho de que
las leyes o las explicaciones buscadas sean efectivam ente halladas, o que,
en u n p u n to o en otro, por im portante que sea, no se logre el éxito deseado,
no dism inuye en n ad a la confianza general de los investigadores en lo
referente a la adecuación de los métodos físico-químicos a los mecanismos
observados in vivo tanto como in vitro. E n efecto, en el estado actual de
los conocimientos, d ad a la gran cantidad de las conquistas obtenidas en los
terrenos más difíciles y de barreras aparentem ente infranqueables que
fueron eliminadas, es imposible considerar a priori que tal sector del campo
fisiológico resistirá siem pre a la explicación físico-química y, como conse­
cuencia de ello, a la m atem atización.
E n lo que se refiere al sistema de conjunto de las funciones de un
organismo, es decir a la totalidad organizada que C laude B ernard carac­
terizaba po r la intervención de u n a “idea rectora” , nos encontram os aquí
en el punto de unión entre la explicación fisiológica y el problem a de las
“form as” y de su perm anencia, tal como se plan tea en sistemática y en
teoría de la herencia y de la variación. Le D antec, cuyo antivitalism o feroz
conocemos, representaba el carácter sui generis de la conservación de las
formas de conjunto y de la perm anencia de las totalidades organizadas,
bajo la form a sugestiva de la ecuación A -f- Q = 1 A -f- R, donde A =
sustancia viviente, Q = las sustancias ingeridas, R = las sustancias rech a­
zadas y A u n coeficiente igual o superior a l . Es llam ativo que uno. de los
mejores teóricos actuales de los genes, Bridges, traduzca p o r su p arte los ca­
racteres de autocatalizador y de conservación de las formas, característicos
de u n gen dado, m ediante u n a ecuación sim ilar: G -|- G g = 2G .'4- Pg,
donde G = la m ateria del gen, G g = los m ateriales brutos del citóplásm a
asimilados p o r el gen, y Pg = los residuos que vuelven al protoplasm a.
A hora bien, cabe preguntarse si este carácter específico de la vida de u n a
continuidad de las formas organizadas por medio de los intercam bios entre
el organism o y el m edio (o entre el gen y el citoplasm a que lo rodea) es
reductible a la físico-química y a la m atem atización. Todo el problem a
reside en ello. E sta incógnita, que constituye el problem a central y esencial
de la biología —po rq u e se sitúa en el punto de interferencia entre el
desarrollo diacrónico de la v id a . en sus innum erables “formas” históricas,
más o menos estables, y la causalidad sincrónica característica de la bio­
logía—, sin em bargo, no ha sido aún resuelta. Si los progresos de la
fisiología tuviesen como único sistema de referencia a una físico-química
inmóvil, fijada definitivam ente en los m arcos que presentaba a comienzos
de este siglo, es decir, antes de las revoluciones introducidas por la teoría de
la. relatividad, de los quanta y de la físico-química en genera!, este último
bastión del vitalismo sería tal vez inexpugnable; sin embargo, como se sabe
en la actualidad, este sistema de referencia está anim ado por un'm ovim iento
tan rápido que hace imposible prever su culminación. El problema,
entonces, es el siguiente: ¿ los conceptos físico-químicos que han sido cuestio­
nados ta n profundam ente y que han adquirido en el transcurso de sus
transformaciones u n a plasticidad tan considerable, confluyen con los des­
cubrimientos * fisiológicos o se alejan de ellos? Los conceptos físicos de
totalidades irreductibles a la suma de. sus partes (tales, que, por ejemplo,
la energía total de un sistema form ado por dos partes complementarias E j
y E 2 sea no E j -|- Eo. sino Ej -j- Eo -f- e , donde £ es la energía de inter­
cambio ), ¿no constituyen acaso, de este modo, concepciones de naturaleza
tal que perm iten u n a cierta conexión entre los conceptos de totalidad
orgánica y la composición físico-química? ¿A lgunos físicos,lfi acaso, jio
h an sugerido el concepto de “com plem entanedad” p ara explicar la doble
naturaleza físico-química, por u n lado, y organizada, por otro lado, que
caracteriza a lo viviente?
Si así fuese, el intento de fundam entar u n sistema de conceptos bioló­
gicos en límites considerados como definitivam ente infranqueables, deter­
minados por los conceptos característicos del dom inio “inferior” , no tendría
ningún sentido. A hora bien, la historia dem uestra que las explicaciones
fisiológicas h a n pasado en ese sentido por tres fases sucesivas, de las que
acabamos de proporcionar un resumen esquemático. En prim er lugar, un
estadio en cuyo transcurso los mecanismos fisiológicos fueron explicados con
conceptos tom ados al campo superior (psicología). Luego, un período en
cuyo transcurso los progresos de la fisiología consistieron en recurrir a la
física y a la quím ica, pero sin que las explicaciones de detalle tom adas
de esas ciencias pareciesen contradictorias con u n a explicación vitalista
relacionada con la form a total del organism o o con la jerarquía de las
formas. Finalm ente, un último estadio, en cuyo transcurso las explicaciones
vitalistas se repliegan a posiciones cada vez m ás a la defensiva, y que sólo
sirven como sucedáneas una vez que se. atraviesan las fronteras del saber
físico-químico adquirido. Ahora bien, estas fronteras son móviles, no sólo
a causa del progreso de la explicación fisiológica, sino tam bién debido a
las transformaciones mismas de los conceptos físicos.; en consecuencia, parece
sin duda vano pretender basar una doctrina en 1 a. anticipación de lo que
ocurrirá con tales fronteras en el futuro; ésta es, al menos, la actitud p re ­
dom inante de la mayor parte de los biólogos contemporáneos.
De todas formas, el problema así planteado merece aú n un doble
examen: se debe analizar ahora la explicación en embriología causal que

15 E. Schrodinger: W hat is Life? Cam bridge Univ. Press.


¡levó a ciertos autores a resucitar en este cam po la interpretación vitalista
de las totalidades; po r otra parte, se deben exam inar las relaciones entre
este concepto de la totalidad, y el concepto de finalidad, instrum ento clásico
del pensam iento vitalista.

§ 6. L a e x p l i c a c i ó n e n e m b r i o l o g í a y e l d e s a r r o l l o d e l i n d i v i d u o .
En los §§ 1 a 4 hemos com probado que la sistemática zoológica y botánica,
al igual que la anatom ía com parada, se habían m antenido hasta el presente
dentro de estructuras de conocimiento casi exclusivamente lógicas o cuali­
tativas, pese a la intervención de consideraciones com binatorias y estadís­
ticas en el análisis genético. Por otra parte, acabam os de señalar que pese
a las resistencias del vitalismo que precisam ente defiende la irreductíbilidad
del concepto de las form as cualitativas en relación con la explicación fisico­
química, la fisiología tendía de más en más hacia esta últim a, es decir
hacia un modelo de conocimiento que supone un a m atem atización progre­
siva de lo vital. Conviene entonces exam inar, ahora, la naturaleza de la
explicación en em briología, porque presenta u n interés epistemológico desde
los tres puntos de vista siguientes.
En prim er lugar, la explicación embriológica interesa al conocimiento
por su contenido mismo, ya que la ontogénesis no com prende sólo el
desarrollo orgánico del individuo, sino tam bién el desarrollo sensoriomotor
y m ental mismo. En relación con este punto, anticipam os los problem as
que serán abordados en el capítulo 4. D e este modo, nos referimos
aquí a ellos sólo p ara señalar la conexión entre el conocimiento biológico
como conocimiento, y la biología como estudio del sujeto vivo y pensante.
E n segundo lugar, en lo que se refiere a su estructura de conocimiento,
la embriología experim ental contem poránea, que se h a convertido en
‘"causal” o “m ecánica” de acuerdo con la expresión de sus creadores, se
const' tuyó en u n sector de la fisiología, de la que adoptó todos los métodos
ííl c «-químicos. Pero esta ram a de la biología fisiológica llevó precisa­
mente, “o al menos tiende a ello” , a explicar las “formas” que clasifica
la sistemática y que analiza la anatom ía com parada. M ás aún, entre la
teoría de la herencia y la embriología existen lazos que se h arán cad a vez
más estrechos, ya que los “genes” que transm iten los caracteres actú an sobre
los “determ inantes” contenidos en el citoplasm a que realizan estos mismos
caracteres en el transcurso clel desarrollo individual de las “form as” (en
ese sentido, persiste la gran incógnita de la herencia de los caracteres gene­
rales, o herencia citoplasm ática, misterio que, evidentemente, no es defi­
nitivo). El interés excepcional del conocimiento embriológico, entonces,
es, o al menos será u n día, el de mostrarnos si las estructuras mecánicas y
cuantitativas del conocim iento fisiológico absorberán finalmente las estruc­
turas cualitativas y lógicas de la sistemática, cuantificándolas, o sí, por el
contrario, las prim eras explicarán a las segundas respetando su carácter
cualitativo,
E n tercer ';igar, y en conexión con este último punto, ¡a estructura,
del conocimiento embriológico presenta el interés de haber perm itido re­
plantear en nuevos térm inos los problem as del vitalismo y de la finalidad,
u n a vez más en relación con la “form a” de conjunto. M ientras que con
posterioridad a C laude Bernard, los fisiólogos renunciaron progresivamente
a invocar u n a “idea rectora” p ara explicar la totalidad funcional realizada
por el organismo, el problem a de la morfogénesis condujo a ciertos espíritus
a resucitar esta hipótesis. D e este modo, ios trabajos experimentales de
Roux, de H ertw ig y de Driesch mismo en lo que se refiere a la regenera­
ción de los huevos de erizos de m ar llevaron a este últim o a concebir la
form a del organism o adulto como im poniéndose de acuerdo con ciertas
leyes de totalidad irreductibles a la físico-química: en ello se dio lugar
a la utilización del concepto de “psicoide” calcado del “alm a vegetativa”
de Aristóteles, de las “arqués” de van H elm ont, del alm a sensitiva de Stahl,
en resumen, que se inspiraba en todo el vitalismo tradicional rejuvenecido
p o r las experiencias sobre la “form a” .

Las prim eras observaciones embriológicas, sin d uda alguna, se re ­


m ontan hasta Aristóteles, cuyas observaciones sobre el desarrollo de los
cefalópodos y de los cetáceos conocemos. Sin embargo, la embriología fue
anecdótica hasta el comienzo de los trabajos de la anatom ía com parada
en la prim era parte del siglo xvii. Fabricio d ’A quapendente escribió dos
obras (1600 y 1621) de inspiración preform ista acerca del desarrollo del
em brión del pollito, m ientras que H arvey combatió en 1651 la hipótesis
de la preform ación, aunque en provecho de interpretaciones peripatéticas.
L a concepción de u n a preform ación del adulto en el huevo o en el esperma,
sin embargo, se impuso con m ucha rapidez, tanto en razón de observaciones
insuficientes (entre otras las de M alpighi en 1673, que creyó ver la form a
de un em brión en el huevo de u n a gallina no fecundado) como p o r razones
lógicas. En el sistema de Aristóteles, que no com porta un a creación pero
que supone u n a jerarquía inmóvil de los seres, cada form a específica, en
efecto, está d a d a en potencia antes de realizarse en acto, y en el caso del
desarrollo embriológico, es el m acho quien im pone esta form a potencial
a la hem bra. T ranspuesto en términos de creacionismo fijista, este pasaje,
de la potencia al acto se reducirá a u n a identidad pura, y los ancestros
originarios deben contener toda su descendencia de. la misma form a en que
A dán y E va contienen a todo el género hum ano. L a única excepción,
naturalm ente, es la de los casos de generaciones espontáneas aceptados
desde la antigüedad y hasta la época reciente en la que Pasteur disipó la
ilusión. De esta form a, se adoptó desde u n prim er m om ento el preform ism o
de M alpighi, al que se contradijo sólo en el hecho de saber sí el que
contiene a la “form a” em brionaria y ad u lta es el huevo, o el esperma, corno
creyó establecerlo Leeuwenhoek en 1679.
. F ue necesario esperar hasta m ediados del siglo xviii, en 1759 (Theoria
generationis de W olíf) p ara que un p un to de vista que presagiaba la
epigénesis se opusiese a esté preform ismo. Por último, en el siglo xix. los
descubrimientos de C. E. V on Baer relacionados con las capas germ ina­
tivas y con los estados correspondientes de.los diversos embriones com bi­
nados con los trabajos de la anatom ía com parada y las hipótesis evolucio­
nistas, dieron lugar a la form ulación de la ley biogenética. o correspondencia
entre los niveles de la ontogénesis y de la filogénesis. Pese a que era muy
aproxim ad va, esta ley sirvió como hilo conductor a las investigaciones y,
desde este punto de vista, el análisis embriológico adquirió u n gran ímpetu
y se convirtió en u n a especie de método ordenador general que permitió
situar grupos animales, de acuerdo con sus estados em brionarios, en los
marcos de la sistemática, e incluso explicar su anatom ía en referencia a
la embriología com parada. D e este m odo, las investigaciones de Frítz
M üller sobre las larvas de los crustáceos y las de Kowalesjd sobre los
anfioxos y los tunicados se hicieron clásicas po r la form a en que perm i­
tieron la clasificación sistemática y la hom ología anatóm ica de los órganos
característicos de familias aberrantes, cuya im portante significación para
la teoría de la evolución había escapado hasta ese momento.
En los últimos años del siglo xix, comienza, por últim o, u n a nueva
fase de la embriología, en el m om ento en que esta disciplina, de puram ente
descriptiva y cualitativa, se hizo experim ental y causal, explicando el
desarrollo con consideraciones de orden mecánico, físico y químico. La
embriología actual “considera al desarrollo de un organismo como una
función del germen, en el sentido que le otorgan a esta p alab ra los fisió­
logos cuando analizan, m ediante la experiencia, la función digestiva o
respiratoria, o cualquier otra, y, al igual que ellos, utiliza todos los métodos
que están en su poder ” . 1 0
Esta concepción, originada en un comienzo en los trabajos de Roux
y de H ertw ig, mostró ser extrem adam ente fecunda, gracias en p articu lar al
descubrim iento de las formas de partenogénesis artificial y al estudio de
las regeneraciones, de m odo tal que los resultados de la em briología experi­
m ental se m ultiplican aú n día a día. Ello determ ina las siguientes conse­
cuencias en lo que se refiere a las estructuras del conocimiento biológico.

Por u n lado, las formas adultas de los organismos, “form as” que la
sistemática clasifica cualitativam ente y que la anatom ía com parada analiza,
tam bién cualitativam ente, son sometidas desde ese m om ento a u n a expli­
cación fisiológica, y, en consecuencia, físico-química, que engloba a la
dinám ica de la ontogénesis y la de la herencia; la morfogénesis, en efecto,
“es sólo la herencia en acción, en cam ino hacia su realización final ” .2 0 La
embriología experim ental, entonces, proporcionará un a síntesis de lo cuali­
tativo y de la cuantitativo cuya naturaleza no se puede en la actualidad
prejuzgar.
Por o tra parte, la em briología experim ental perm itió solucionar el
im portante problem a de las relaciones en tre las estructuras hereditarias o
innatas y las influencias de'l^medio en el desarrollo individual en general.
A hora bien, desde este punto de vista, es decir en su contenido mismo y
no sólo en su form a, el conocimiento embriológico concierne en forma
directa al problem a del desarrollo de la inteligencia y, en consecuencia, de
la epistemología genética, E n efecto, las estructuras hereditarias consisten

19 B rachet: La vie créatrice des formes. París (A lean), pág. 19,


20 B rachet, ibíd., pág. 72.
en formas, virtuales o actualizadas, que engloban tanto las coordinaciones
nerviosas y las de la inteligencia como las estructuras de los órganos, y su
desarrollo prosigue, después del nacim iento al igual que du ran te los estadios
embrionarios, bajo la form a de una m aduración fisiológica in te rn a; por
otra parte, las influencias del medio que se ejercen sobre este desarrollo
com prenden, en cada caso concreto, la acción del ejercicio y de la expe­
riencia sobre el desarrollo de las estructuras intelectuales. Es evidente,
entonces, que la interpretación del desarrollo embriológico, desde el ángulo
de las relaciones entre el medio y los factores hereditarios, rige en p arte la
del desarrollo de la inteligencia en el individuo, y también, entonces, la de
la génesis del conocimiento individual, considerado como relación entre la
experiencia y las coordinaciones innatas.
E n ese sentido, el conflicto del preformismo y de la biogénesis, sin
hablar del esquem a aristotélico de las relaciones entre la potencia y el acto,
corresponde, podemos com probarlo, a la diversidad de las posibles in terp re­
taciones del desarrollo del conocimiento en el niño. Del mismo m odo en
que los preform istas intentaban hallar el hom uncuius en el espermatozoide
o en el huevo, la interpretación del niño consistió durante m ucho tiem po
en considerarlo como un “hombre en m iniatura” , de acuerdo con u n a
expresión banal, es decir, a buscar en el niño una razón ad ulta ya consti­
tuida e innata, m ientras que la epigénesis corresponde a un a interpretación
del desarrollo del conocimiento que le atribuye construcciones sucesivas
influidas 'p o r la experiencia. En forma general, toda interpretación del
desarrollo embriológico es, en consecuencia, susceptible de prolongarse en
la interpretación de la psicogénesis y en consecuencia de la form ación del
conocimiento individual.
A hora bien, a este respecto el estado actual de la em briología experi­
m ental es sum am ente sugestivo. El progreso del saber, en efecto, condujo
a u n a posición interm edia entre el preformismo y la epigénesis: del p re­
formismo conservó, no, como es natural, la idea de una preform ación
m aterial, sino la de potencialidades internas dadas desde el comienzo:
de la epigénesis conservó el concepto de u n a construcción gradual, en la
que cada nueva form ación se injerta sobre las precedentes. E n lo que. se
refiere a las influencias del medio, según parece, en el transcurso del
desarrollo propiam ente em brionario ellas desempeñan sólo un “papel acce­
sorio” como lo dice B rachet . 2 1 “El medio, entonces, y propiam ente h a ­
blando, no es un agente de formación sino de realización: perm ite que las
localizaciones germinales desplieguen sus propiedades m orfogenéticas p ro ­
pias, pero no les confiere nuevas propiedades. Sin embargo, y pese a que se
reduce a estas modestas proporciones, no se débe subestimar su influencia” ,—
y ello incluso durante las fases más prim itivas del desarrollo individual. E n
efecto, el gran descubrimiento de la embriología causal consistió en revelar
la exigencia de “potencialidades” ño sólo “ reales" sino “totales” . D e este
mcdc-, en el germ en dé los tritones, por ejemplo, se pudo d eterm in ar la

21 Ibíd., pág. 169.


-- Ib íd ., pág. 17!.
existencia de territorios que servían. como centros de organización para
el desarrollo ulterior de tal o tal otro órgano: estos “organizadores” poseen
de este m odo u n a potencialidad real en relación con estos órganos. Sin
em bargo, si se desprende de otro germen u n fragm ento de otro territorio,
que tiene, po r su parte, potencialidades reales propias, y se lo trasplanta
en lugar de u n a proporción extraída del prim er territorio, éste ejercerá
sobre las células transplantadas u n a acción que les confiere un nuevo poder
y que transform a com pletam ente su destino inicial: la potencialidad “total”
del organizador supera así en. m ucho su potencialidad “real” . De ello se
deduce que el desarrollo efectivo consiste siempre, en realidad, en utilizar
algunas potencialidades y sacrificar otras. A hora bien, es precisam ente en
este punto donde interviene este medio, desde el comienzo del desarrollo,
al favorecer o inhibir las diversas potencialidades. M ás aún, los organiza­
dores en tra n en función en un cierto orden y de acuerdo con regulaciones
precisas: la activación de uno desencadena la acción del siguiente en un
m em ento dado de su propio funcionam iento o es inhibido por otros. Este
ritm o tem poral minucioso conduce tam bién a adm itir, además del desarrollo'
real, una serie de modificaciones virtuales, tales por ejemplo que un retraso
pueda excluir la intervención de un organizador o reforzarlo en forma
excesiva, etc. En este caso, el medio ejerce im portantes acciones al favorecer
o inhibir la m aduración de los centros y al modificar las regulaciones
espontáneas.
En lo que se refiere al desarrollo que prosigue después del nacimiento
y que constituye la simple prolongación del desarrollo em brionario (ya que
lá ontogénesis es un proceso único que se extiende hasta el estado de equi­
librio adulto) es evidente que el medio no sólo actú a como “realizador”
sino que lo hace, en u n a m edida cada vez mayor, a título de fo rm ad o r:
constituye entonces la causa de las formaciones fenotipicas. E n el ejemplo
de las lim neas que hemos exam inado en el § 3, el individuo que sale
del huevo con 1 - 2 vueltas de espira (en lugar de las siete vueltas que
posee el a d u lto ), es m odificado duran te todo su crecimiento por el agua
agitada de los lagos én el sentido de u n a contracción de la concha no
inscripta en las potencialidades hereditarias; sin embargo, un fenotipo
sem ejante o “acom odante” es siempre relativo a u n genotipo, ya que una
form a d ad a es siempre el producto de una interacción entre sus elementos
genotípicos y las acciones form adoras del medio.
Se com prueba de inm ediato la im portancia de estos conceptos en lo
que concierne a la génesis y al desarrollo de los conocimientos, ya que éstos
consisten, tam bién, en u n a estructuración de las formas que vinculan al
organismo con el medio. En ese sentido, es esencial recordar en dos
palabras lo que sabemos en la actualidad acerca de la embriología del
sistema nervioso. D urante m ucho tiem po se creyó que la formación del tubo
neural, nacido del ectcderm o y de los neuroblastos que lo componen, y luego
las m igraciones de estos últimos y su transform ación en neuronas, hasta el
pleno desarrollo de las redes nerviosas, se debía a un proceso de organización
y de m aduración interno enteram ente independiente del ejercicio y de las
influencias del medio. Además, se mostró de qué modo esta m aduración
proseguía m ucho m ás allá del nacimiento, debiéndose concebir al niño
durante los primeros meses de su vida como un em brión que prosigue su
desarrollo interno pese a haber salido del útero. D e este modo, Flechsig
pudo establecer que la form ación de un revestimiento de m ielina era indis­
pensable p a ra el funcionam iento de los nervios y que esta mielinización
continuaba muy lentam ente, de acuerdo con u n a doble orientación c.éfalo-
caudal y próximo-distal. Por otra parte, de Crinis completó esta descrip­
ción de la mielogénesis m ediante un cuadro de la citodendrogénesis y
señaló que el pleno desarrollo histológico de la neurona y de sus dendritas,
en las regiones más recientes del encéfalo, no se produce antes de los 8 y
los 9 años e incluso más tarde aún. A parentem ente, estos fenómenos de
m aduración tardía h ab lan en favor de una psicogénesis esencialmente endó­
gena, y éste es el m odo en que W allon, por ejemplo, in terp reta el desarrollo
de las funciones sensoriomotrices y de la inteligencia (aunque completa
con los factores sociales lo que no está pre.forrnado en la m aduración
nerviosa).
Sin embargo, se com probó poco a poco que el proceso mismo de la
m aduración plantea un problem a, y que, lejos de constituir u n a causa
prim era requería, a su vez, u n a explicación causal. A hora bien, cuanto más
se profundiza esta explicación, más se percibe que la m aduración, en lugar
de constituir el simple desarrollo de u n mecanismo interno ya organizado,
depende en parte de factores de ejercicio y depende, por ello mismo, del
funcionam iento, al m ismo tiempo que lo prepara. L a patología m uestra ya
(a propósito de la reeducación de los heridos en la corteza o de los tra ta ­
m ientos recientes de la parálisis infantil) que el ejercicio favorece la
remielinización y com bate la desmielinizac.ión. E n lo que se refiere al
desarrollo mismo, se pudo com probar la acción de ciertas sustancias, deri-
. vadas de la colina que favorecen las formaciones nerviosas al mismo tiempo
que dependen del funcionam iento y del ejercicio. Se h a elaborado tam bién
una teoría de la “neurobiotaxia” que vincula la m aduración con estos
factores emocionales. E n resumen, se ha com probado que la antítesis
clásica que contrapone la m aduración al ejercicio o al aprendizaje no
correspondía a u n a dicotom ía verdadera, sino que constituía, por el con­
trario, u n esquema dem asiado simplista y, como concluye M ac Graw, uno
de los mejores especialistas estadounidenses de la m aduración del sistema
nervioso en el niño, u n a “arm adura molesta” p ara la teoría del desarrollo .2 3
E n resumen, la evolución de los aparatos nerviosos en el niño, y 1a. de
las funciones cognitivas supone una interacción estrecha de los factores de
desarrollo interno que dependen de la herencia y de los factores de funcio­
nam iento que dependen de cerca o de lejos del m edio exterior. P or un
lado, las funciones sensoriomotrices y cognitivas elementales .suponen l a .
intervención de esquemas de asimilación com parables a los “organizadores”
y que dependen en p a rte de la m aduración nerviosa, pero cuyo desarrollo
es favorecido o inhibido por su funcionam iento, en función de experiencias

28 M ac Graw: “M aturation of'B ehavior” . E n : Carmichael, M anual of Child


Psychology, Nueva, York, 1946.
que les proporcionan u n contenido .2 4 Por o tra p arte, a m ed id a que el
desarrollo se produce, estos esquemas se m ultiplican por diferenciación (de
la misma form a en que los órganos se m odifican en el transcurso de la
ontogénesis), pero con u n a participación creciente del medio, es decir, de
la experiencia. Esta participación será form adora del mismo m odo en que
el m edio crea los “fenotipos” o “acom odantes” relativos siempre a los
genotipos en juego. D e este modo, la acom odación m ental es siem pre soli­
d aria de u n a asimilación cuyo p unto de p artid a es reflejo y en conse­
cuencia innato, pero que se flexibilizó y am plió bajo la influencia d e esta
acom odación misma, en el transcurso del desarrollo.
Existe, de este modo, u n total paralelismo completo entre el desarrollo
embriológico, con su prolongación hasta el estado adulto, y el desarrollo de
la inteligencia y del conocimiento. E n ambos casos, este desarrollo está
dom inado por u n funcionam iento continuo, regulado por las leyes de un
equilibrio progresivo, y presenta u n a sucesión de estructuras heterogéneas
que constituyen las diferentes etapas del mismo. Sin embargo, este desarrollo
es inteligible sólo si se lo considera en el seno del mecanismo general de la
herencia y de la evolución entera, ya que los problem as de la variación y
de la adaptación corresponden, entonces, a los problem as generales del
desarrollo (no sólo individual sino total) del conocimiento. Ló veremos
en el capítulo it (vol. ni ), al estudiar el paralelo entre las teorías de la
evolución y las del conocim iento en general. Sin em bargo, debemos discutir
antes las repercusiones que. tuvieron los trabajos de la em briología causal
sobre el renacim iento del vitalismo y del concepto de lá finalidad ligado
al mismo.

§ 7. T o t a l i d a d y f i n a l i d a d . L a teoría de las potencialidades, como


era de suponer, provocó el renacim iento de sus cenizas del vitalismo aristo­
télico y la finalidad considerada como un pasaje de la potencia al acto.
H istóricam ente, esta reaparición del vitalismo fue determ inada p o r los
trabajos de D riesch sobre la regeneración de los huevos de erizo de mar,
que dem uestran la existencia de u n a form a total que se reconstituye pese
a la desaparición de u n a p a rte de sus elementos; u n pasaje sem ejante de
lo virtual a lo actual, en efecto, llevó a este au to r a resucitar no sólo la
“form a” aristotélica con su concepto de “psicoide” , sino tam bién la fina­
lidad misma. E n la actualidad, ésta conoce un nuevo auge, tal como
sucedió en los bellos tiempos de la metafísica term odinám ica con los con­
ceptos de fuerza y energía, considerados en sentido realista. E l problem a,
entonces, reside en exam inar si el vitalismo finalista de muchos biólogos
contem poráneos no se origina en u n a simple inversión del m aterialism o de

24 “Es com pletam ente ilusorio, dice Brachet, im aginar que el cerebro de un
niño que nace es u n a tabla rasa. P or el contrario, y para utilizar una expresión cuyo
sentido no es sólo morfogenético, tiene potencialidades” (Ibíd., pág. 176). “ Pero,
desde el nacim iento y hasta que se alcance el estado adulto, el cerebro proseguirá el
curso de su evolución; sin embargo, y desde ese m om ento, el factor que interviene
para dirigir el citado curso es el uso que hará de sus facultades nacientes; gracias
a él, unas se verán favorecidas, otras inhibidas” (págs. 175-176).
sus antecesores; el vicio hereditario de esta familia de espíritus no es otro
que el espíritu precrítico o metafísico, entendido en algunos casos en uno
de sus dos sentidos posibles y en otros en el sentido contrario.-”'
Sin em bargo, el neovitalismo de algunos contemporáneos tiene u n g ran
m érito: el de subrayar la existencia de los problemas y obligar a la explica­
ción psicológica a no contentarse con esquemas demasiado fáciles. En ese
sentido, el concepto de totalidad, destinado a caracterizar el hecho de que
la form a de conjunto de los organismos es irreductible a la simple unión
de sus partes y que se origina en diferenciaciones sucesivas y no en u n a
posición altiva, es u n concepto perfectam ente adecuado desde el punto de
vista de la descripción de los hechos, y toda explicación que no logre
dem ostrar esta realidad en forma total es sin duda incom pleta. D e todas
formas, el concepto de totalidad no constituye en sí mismo un concepto
explicativo, al menos mientras no se señale la ley de form ación que carac­
teriza al ‘‘todo” como tal. Este concepto es sólo u n a buena descripción y
pierde todo valor crítico tan pronto como se invoca al “todo” a título de
causa, o se lo considera como índice de la intervención de u n a “fuerza”
vital, in herente a la organización misma. Sin embargo, el neovitalismo se
deja a rra stra r siempre a este desliz paralógico de la descripción a la expli­
cación. A p a rtir del hecho de que en la actualidad no existe ninguna
articulación posible entre la explicación mecanicista de las funciones p a r ­
ticulares y la descripción cualitativa de las formas totales (principio de la
sistem ática y de la anatom ía com parada), el neovitalismo deduce la irre-
ductibilidad, o incluso la contradicción entre las estructuras cualitativas y
las estructuras físico-químicas, m ientras el problem a sigue abierto. T an to
si se lo resuelve en el sentido de una absorción de lo cualitativo en el
mecanismo, o de una integración de lo mecánico en lo cualitativo, o
tam bién de u n a asimilación recíproca, de todas formas el problem a será
vuelto a exam inar, pero no ha sido aú n resuelto. E n consecuencia, es v an a
tarea la de prejuzgar su solución m ediante una doctrina que especule
nuevam ente, tal como lo hizo el vitalismo en los comienzos del siglo xix,
acerca de los límites sin cesar cambiantes de la explicación fisiológica
e la b o ra d a 'e n los distintos momentos históricos.
M ás aún, el concepto de totalidad puede expresarse, como sucede en
psicología (cf. la teoría de la Gestalt) y en sociología tanto en el lenguaje
del equilibrio funcional como en el de la sustancia o de las fuerzas vitales.
Se reduce en este caso a un sistema de interacciones que no suponen a priori
ningún concepto ajeno a esta relatividad. En particular, una relatividad de
este tipo no requiere ningún finalismo. A quí se plantea el gran problem a
de la finalidad, com ún a la biología y a la psicología y solidario de la
“fuerza” vital misma.

Señalemos, en prim er lugar, que en la evolución de las ciencias, el des­


arrollo histórico del concepto de finalidad h a sido estrictam ente paralelo al

V éase en 'p artic u lar el cap. 3: “Causalité. finalité et vitalÍ5m e'\ de la obra
de Ph. F ra n c k : Le principe de causalité et ses limites. T rad . Dupiessis de Grenedarj
(F lam m ario n ).
del concepto de “fuerza” en el sentido tanto físico como “vital” . Ambos
conceptos, en efecto, han sido empicados en gran m edida por el pensa­
miento científico en sus comienzos, pero su cam po de aplicación se fue
i educiendo a m edida que progresaron los conocimientos. Y la causa de
esta lim itación se debe a que estos dos conceptos son im putables, uno y
otro, a u n a tom a de conciencia incom pleta de la actividad p ro p ia : el con­
cepto de fuerza estuvo unido en u n prim er m om ento a la im presión sub­
jetiva del esfuerzo m uscular, antes de convertirse en relativo a un a simple
relación de aceleración, y el concepto de finalidad se origina en el senti­
m iento de que el objetivo de una acción puede constituir su causa, mientras
que las relaciones objetivas én juego en tal caso caracterizan sólo una
equilibración en el seno de una totalidad causal y que, cuando se las analiza,
se com prueba que las relaciones subjetivas correspondientes dependen de
úna p u ra im plicación entre valores sucesivos.
En efecto, la finalidad, al igual que la idea realista de la fuerza, dio
lugar, en la física de Aristóteles, a una utilización ilim itada, que carac­
teriza a todos los movimientos inorgánicos, ni “violentos” n i fortuitos,
y tam bién a los de los seres vivientes: según el Estagirita, todo móvil
anim ado de un m ovim iento “n atu ra l” tiende a u n a meta, de la misma
iorm a en que es movido por una fuerza. Descartes, por el contrario,
elimina ta n to 1a. finalidad como la idea de fuerza, mientras que Leibniz
restablece am bos conceptos a la vez. T oda la historia de la física, desde
Newton hasta Einstein, se caracteriza por los conflictos originados en las
dificultades prevenientes de la idea de fuerza, m ientras que todo el desa­
rrollo de la biología, desde los vitalistas del siglo xvm hasta la fisiología
experim ental de la segunda m itad del siglo xix, está dom inado p o r los
conflictos del mecanicismo y de la finalidad, con regresión gradual de ésta.
A hora bien, cabe preguntarse a qué se debe esta evolución regresiva.
Ella se origina en el hecho de que el concepto de finalidad, al igual que
las formas iniciales del concepto de fuerza, es de origen subjetivo o egocén­
trico, por oposición a los conceptos originados en la actividad constructiva
y operatoria del pensam iento. N adie, en efecto, objetará que el crédito
acordado al concepto de causa final se origina en prim er lugar en la utiliza­
ción subjetiva de este concepto, que caracteriza a la acción intencional tal
como se le m anifiesta a la tom a de conciencia inm ediata. Se debe establecer
entonces el valor de este testimonio del sentido íntimo, antes de extraer
de él un concepto que pueda ser aplicado a la biología misma.
T engc h am b re y m e levanto p ara buscar com ida: éste es uno de los
innum erables hechos brutos que mi conciencia traducirá en términos de
finalidad y en él, el objetivo buscado dirige al parecer la acción desde su
comienzo. Sin em bargo, es evidente que esta tom a d e conciencia confunde
desde el prim er mom ento, equivocadam ente o no, pero sin d uda alguna
sin reflexión previa, dos series de fenómenos: la serie fisiológica de ¡os
estados m ateriales y la de los estados de conciencia, como si la conciencia
del objetivo o del deseo, etc., fuese causa, como estado de conciencia, de
les movim ientos de mi cuerpo. Analicemos entonces las dos series por
separado, a u n si la necesidad nos obliga a hacerlas interferir.
D esde un punto de vista fisiológico, el ham bre es un desequilibrio
m om entáneo del organismo, que se m anifiesta p o r medio de movimientos
específicos del tubo digestivo, etc. E n el otro extrem o del acto considerado,
la ingestión de un alim ento suprime ese estado inicial y restablece el
equilibrio. E n tre ambos se producen movimientos de las piernas, del brazo
y de la m ano desencadenados y orientados p o r las tensiones originadas en
el desequilibrio inicial y que luego concluyen con un retorno al equilibrio
final . 2 6 El conjunto de esta conducta elegida como ejemplo puede tra ­
ducirse así bajo la form a de u n pasaje entre u n estado de desequilibrio y
un estado de equilibrio, en el que cada causa p articu lar actúa en función
de esa transform ación de conjunto del sistema. A priori no' hay necesidad de
ninguna finalidad y se puede concebir u n a descripción simplemente causal
del proceso en cuestión, siem pre que se lo inserte en u n a “totalidad” (pero
con las reservas introducidas anteriorm ente en lo que se refiere a este
concepto que en sí mismo no es explicativo) caracterizada por leyes de
equilibrio.
Q uedan los estados de conciencia. El desequilibrio fisiológico se tra ­
duce a través de la conciencia de una “necesidad” , el ham bre, y esta
necesidad confiere u n “valor” a las anticipaciones representativas posibles
(percepción, im agen m ental, concepto, etc.) de un alim ento percibido o
concebido como algo que perm ite satisfacerlo. El sentim iento de este valor
final, es decir de la deseabilidad de la m eta a alcanzar, lleva entonces a
la atribución de valores derivados a las diferentes acciones que conducen
a esa m eta, y entonces a los movimientos de acercam iento, de búsqueda, etc.,
hasta el m om ento en que la “satisfacción” suprim e su utilidad. L a fin a­
lidad consciente del acto se reduce así a un sistema de valores que se
determ inan unes a otros de la misma fo rm a en que la verdad de una
proposición se origina en la de otra; existe sin eüibargo una diferencia:
en él caso particular, no se trata de explicaciones lógicas, como en el cam ­
po de los valores regulados o normativos (como por ejemplo los valores
m orales), sino de simples regulaciones intuitivas, como en el cam po de
las estimaciones perceptuales o que se basan en la regulación eidétiea. El
encaje de las necesidades2T o de los valores, por su parte, se efectúa en
el mismo orden que el de la demostración de las proposiciones. En este-
últim o caso, la premisa A conduce a (o “provoca” ) la conclusión D y ésta
sirve a su vez de prem isa p a ra conducir a la prem isa C, etc..: entonces A
supone D y D supone C. D el mismo modo, el valor del objetivo A implica
el de u n medio D que im plica el de un m edio subordinado a este último,
G, etc. L a relación consciente de medios a objetivos es entonces sólo un
sistema de valores que se im plican unos a otros y que corresponden, en
térm inos de conciencia, a las regulaciones fisiológicas de la acción. Por
su parte, la inversión del orden tem poral qu e determ ina que el valor final A
se?, prim ario e im plique a los otros en el orden regresivo origina en la

26 E sta “ orientación” no supone en sí m isma la finalidad (cf. más adelante).


27 E n relación con este encaje, véase C laparéde: “ Point de vue physico-chimí-
que et point de vue psychologique” , Scientia, 1912, pág. 256, y L ’éducation fonc-
tionneüe, pág. 67.
anticipación m ediante el pensam iento de la satisfacción posible de la ne­
cesidad inicial que expresa entonces, sim plem ente, el poder de reversibilidad
(com pleta o parcial) del pensam iento, que puede recorrer el tiem po en
ambos sentidos; este hecho no es específico de la implicación en tre los
valores, sino que es com ún a todas las formas de pensam iento operatorio
o incluso, en cierta m edida, de pensam iento representativo. Pero, esto es
algo esencial, la inversión del orden de las representaciones, ai igual que
de los valores que le están ligados, no es u n a inversión del orden de las
causas, ya que el orden de los valores no expresa el de las causas: las causas
están constituidas por las necesidades, es decir por las fases sucesivas de la
equilibración y cada necesidad desencadena causalm ente su satisfacción
(vínculo causal que consiste en el pasaje de un estado de m enor equilibrio
a u n estado de m ayor equilibrio, estado cuyo desequilibrio parcial consti­
tuye una nueva necesidad, etc.) ; las necesidades se suceden así de acuerdo
con el orden tem poral, m ientras que las representaciones (o anticipaciones)
de sus satisfacciones y el encaje de los valores ligados a estas últimas se
im plican en el orden inverso.
E n conclusión, la finalidad es sólo u n sistema de implicaciones entre
valores ligados a las anticipaciones sensoriomotrices o representativas, y
las causas finales constituyen un concepto ilusorio que se origina en la
confusión entre estas im plicaciones psicológicas y la serie fisiológica de
las causas. O bjetivam ente, o biológicamente, lo que se designe como fina­
lidad corresponde así a u n a m archa hacia el equilibrio. Esta m archa
está orientada, obviamente, pero por las leyes mismas de este equili­
brio; esta orientación no im plica u n a m ayor finalidad en el proceso causal
como tal de lo que, en físico-química, las com pensaciones o “moderaciones”
expresadas por el principio de Le C hátelier constituyen u n sistema de causas
finales. Es cierto que las regulaciones fisiológicas son más complejas que
las leyes de los desplazam ientos de equilibrio en físico-química; y, sobre
tcdo, la especialización de las funciones en el seno de la totalidad que
constituye el organismo evoca m ediante u n a asociación n atu ra l la id ea de
la finalidad consciente. Sin embargo, en ambos casos, el problem a que
se plantea es el de la “to ta lid a d ” en juego en las form as vivientes; antes de
llegar a la conclusión de u n a existencia biológica de causas finales, se debe
exam inar profundam ente, desde este doble p unto de vista, las confusiones
?, que nos exponemos cuando se m ezclan las consideraciones causales y
las consideraciones lógicas.
E n lo que se refiere al sistema de las regulaciones fisiológicas, ninguna
se asemeja en mayor grado a un conjunto de causas finales que la de
las regulaciones m orfogenéticas que determ inan el pasaje de las. potencia­
lidades a las formas actualizadas. Los neoescolásticos, que definen a la
finalidad como “la preordenación de la potencia al acto” a 8 llegan incluso
a aplicar en forma- cruda esta idea a los datos embriológicos, asimilándoles
procesos semejantes de equilibración morfológica. Hemos com probado ya

- s Cf. Dalbiez en Cuénot, Dalbiez, Gagnebin, V ialleton, etc.: Le transformisme,


París (V rin ), 1927.
(vol. II, cap. 1 , § 8 ) diferencias entre, lo “virtual” de los físicos v la
“potencia” artistotéiica: la prim era de estas dos ideas expresa simple­
m ente las exigencias de la composición operatoria basada en la idea de
conservación, mientras que el pasaje de. la potencia al acto no es suscep­
tible de composición: la potencia difiere del acto sólo por no estar aún
actualizada, y esta identidad excluye toda explicación operatoria d e sus
diferencias o del pasaje de la u n a a la otra. En el caso d e los genes o
factores que determ inan los caracteres hereditarios, así como de. Sos deter­
m inantes u organizadores que los realizan en el transcurso de! desarrollo
individual, la utilización de los conceptos de virtualidades o de potencia­
lidades es m ás delicada, ya que, como lo hemos visto (en el § 4 de este
cap ítu lo ), la biología no logra aún despejar composiciones operatorias
com pletas, y el “álgebra” constituida por los “ factores” hereditarios no es
tam poco, aún, m atem ática. Ello determ inó que muy a m enudo los biólogos
hayan caído efectivamente en el aristotelismo, inventando partículas o
poderes (las “partículas representativas” o “bióforos” de W eissm ann, las
“ideí” de Naegeli) destinadas a explicar las transmisiones o apariciones de
caracteres y que consisten sim plem ente en im aginar estos caracteres "en
potencia” de manera tal que se pueda com prender por qué se manifiestan
luego "‘en actos” . Pero la caducidad de tales hipótesis basta p ara dem ostrar
cuán verbales e ra n : a falta de toda localización y de toda indicación sobre
las transformaciones mismas que conectan lo virtual con 1 o actual, la invoca­
ción de la “potencia” le agrega a la constitución de! “acto” tanto como
la virtud soporífera a las propiedades efectivas del opio. U n prim er pro­
greso se produce cuando existe una localización: si una. fragmentación
de crom osom a permite localizar un “gen” y la extirpación o injerto de un
territorio perm ite discernir sus posibilidades reales o totales, disponemos
entonces de una prueba efectiva de que en esos puntos del espacio sucede
“alge” , le que autoriza bautizar a esta “cosa” , incluso si no sabemos aún
n ad a sobre sus modos de transformaciones o de acciones. ¡ Pero acaso
esto perm ite introducir una finalidad que conduce de la potencia ai acto?
Del mismo modo en que la finalidad psicológica, como acabamos de ver,
traduce simplemente en forma no analizada el pasaje del desequilibrio al
equilibrio (con implicación entre los valores subjetivos en juego), la traduc­
ción finalista del mecanismo de las “potencialidades” hereditarias o embrio­
narias, por su parte, significaría sólo que nos m antenem os en los limites de
un lenguaje global al no aprehender el detalle de las transformaciones
mismas.; E n la m edida, por el contrario, en que el mecanismo ele las
acciones causales es conocido, el pasaje de un equilibrio virtual a un
equilibrio real requiere sólo un sistema de. transform aciones operatorias,
tales que la intervención de elementos virtuales se. hace deductivam ente
necesaria por la composición misma de los elementos reales: pero el criterio
de esta necesidad, entonces, reside en la posibilidad de un cálculo y no
depende ya simplemente, en este caso, de un postulado conceptual o verbal.
Por ello, u n equilibrio mecánico no implica ninguna finalidad, ni tampoco
los “desplazamientos de equilibrio” físico-químicos que se efectúan en el
sentido de la compensación, es decir de 1 a. conservación del sistema (y pese
a que estos desplazamientos de equilibrio dependen de este modo de un
proceso que puede ser com parado con un conjunto de regulaciones antes
que con un “grupo” en sentido estricto). E n lo que se refiere a las regula­
ciones. fisiológicas y embriológicas, incluso si, como acabamos de suponerlo,
ellas son más complejas que el principio de Le Gháte!ier,2U ninguna razón
perm ite deducir de su com plejidad la existencia de un pasaje teleológico
de la potencia al acto; esta interpretación finalista se relaciona con una
escala de aproxim ación global y, en la m edida en que se conozca las trans­
formaciones de detalle, será reem plazada por la interpretación operatoria.
Existe, sin embargo, otra concepción de la finalidad, adem ás del con­
cepto sim plista de Aristóteles: nos referimos ai concepto kantiano según
el cual hay causa final cuando las partes de un a totalidad están determ i­
nadas por la idea m ism a de esta totalidad. Nos encontram os aquí en el
plano de la im plicación entre conceptos o entre valores y esta id ea de
la finalidad corresponde entonces a la finalidad consciente. Pero se com­
prueba entonces desde un prim er m om ento que la totalidad constituida
por un conjunto de regulaciones orgánicas no puede ser in te rp re tad a de
acuerdo con u n m odo finalista, salvo si se hace corresponder a la serie
de las causas fisiológicas una serie de estados de conciencia: cuando es
sim plem ente el todo el que determ ina a las partes, sino cuando, en efecto,
no hay finalidad; la hay, exclusivamente, cuando la que cumple esta
determ inación es la idea del todo. A hora bien, el todo y la idea del todo
no son en absoluto u n a sola y m isma cosa, y entre ambos existe to d a la
diferencia que separa la fisiología de la psicología. M ientras la conciencia no
intervenga, las relaciones de función a órgano o de órgano a función
no suponen en sí mismas ninguna finalidad. Sea, p o r ejemplo, un ciclo
químico tal que A -[- ,v —» B -f- x ' B -f- y —* C -j- y y C + z A ■-{- -f’-
Se puede decir que la continuación de cada u n a de estas reacciones p ar­
ciales está determ inada por el todo y que los elementos A, B y C del sistema
son ya, en cierto sentido, órganos de esta totalidad. E n esto, sin embargo,
no interviene ninguna finalidad y si al funcionam iento de A, B y C en las
reacciones precedentes lo acom pañase la conciencia, la finalidad consistiría
simplemente en una implicación entre estos estados de conciencia concebidos
como una totalidad, pero sin repercusión sobre el ciclo causal mismo, o sea
sin causas finales. A hora bien, por grande que sea la diferenciación de los
elementos del ciclo y, en consecuencia, la especialización de los órganos,
en u n a totalidad orgánica existen sólo relaciones cíclicas qu e perm iten
entre otras cosas la asimilación de sustancias exteriores, pero sin que la
“idea” del todo determ ine las partes, el todo como tal se basta a sí mismo
y constituye, en consecuencia, un sistema exclusivamente causal.
E n resumen, en todas las formas bajo las que se presenta, el concepto
de causa final aparece como el resultado de una confusión en tre lo psico­
lógico y lo fisiológico; en consecuencia, este concepto debe ser disociado
en dos conceptos distintos: una m archa al equilibrio, desde el punto de

Véase Ch. E. Guye: Les / r c n tih ts de la physiqns et de la biologie, págs.


13 y siguientes.
vista fisiológico y una inaplicación entre valores anticipados, desde el punto
de vista psicológico. Pero ni el concepto de equilibrio ni el de implicación
conducen p o r sí solos al de causa final.

§ 8 . F í s i c a y b i o l o g í a . Existe u n a p arad o ja m uy sugestiva de la historia


de la biología; nos referim os al hecho de que los espíritus refractarios al
concepto de evolución de los seres vivos, y que reem plazaron esta hipótesis
m ediante la hipótesis de u n a jerarquía inmóvil de las especies, géneros y
clases de orden superior, no tenían ninguna dificultad en adm itir la “gene­
ración espontánea” d e los animales inferiores o de los gérmenes a p artir
de las putrefacciones, del aíre o de los líquidos. E n consecuencia, les
parecía m ás difícil adm itir que u n a especie descendía de o tra que considerar
que las form as elementales de la vida procedían directam ente de la m ateria
inorgánica, en sus m anifestaciones físicas o químicas. La razón de esta
contradicción es, sin duda, la siguiente. E n la m entalidad “prim itiva” o
precientífica, los seres, tan to orgánicos como inorgánicos (ya que están
indiferenciados en u n animismo general), p articipan unos de los otros y
pueden de este m odo cam biar de form a arbitrariam ente. Estas participa­
ciones, en particular entre los hombres y los anim ales,' no constituyen el
p unto de origen de las ideas evolucionistas, pero se perpetuaron bajo la
form a de creencias residuales tales como los conceptos m últiples de trans­
m utación que se continuaron hasta la alquim ia de la E dad M edia y hasta
las ideas corrientes de generación espontánea (basadas en las experiencias
científicas, aunque insuficientes, de N eedham , e tc .) ; A hora bien, la con­
cepción de una jerarquía inm óvil de las especies y de los géneros nació
de un sistema de operaciones lógicas, que im plican la conservación de las
clases lógicas y la reversibilidad de sus operaciones de encaje: las carac­
terísticas de estas operaciones, entonces, eran tales que excluían o reprim ían
los conceptos de participación, ya que éstos se deben precisam ente a la falta
de clases generales y de identidades individuales, es decir de las estructuras
operatorias constitutivas de toda clasificación jerárquica. Sin embargo, y
a causa de uno de esos fenómenos de desfasaje tan frecuentes en la historia
del pensam iento, los conceptos de participación o de transm utaciones,
elim inados en un cierto nivel, se conservaron en u n nivel inferior, en lo
que se refiere a los organismos dem asiado pequeños como p a ra ser bien,
observados y p ara ser susceptibles de identidad individual o de clasificación
de acuerdo con clases generales rígidas. En ello se origina la p aradoja
mencionada.
U n a vez aceptados los conceptos evolucionistas, así como las teorías
de la herencia y del desarrollo embriológico, se dedujo a p a rtir de ello u n a
doble consecuencia; por un lado, los organismos pueden provenir sólo de
otros seres vivientes, sin generaciones espontáneas renovadas en form a
continua; pero, por otra parte, las especies que surgen unas de otras por
com plicación progresiva, la o las más prim itivas entre estas especies h an
debido originarse, d e u n a form a u otra, en la m ateria inorgánica misma,
en un m om ento determ inado de la historia. Ello dio lugar a diversas
hipótesis sobre las formas de transición entre ciertas estructuras físico-
quím icas (coloides) y los estados más elementales de los protoplasm as y
sobre la form ación de las partículas vivas m ás simples.
Sin em bargo, y pese a que nun ca se h a logrado reconstruir en el
laboratorio a ninguna parcela de m ateria viva, el progreso de las explica­
ciones físico-químicas en fisiología general perm ite distinguir dos fases
en los intentos de reducción de la vida a la m ateria inorgánica y extraer
alguna enseñanza de orden epistemológico a p a rtir de las formas de pensa­
m iento que operan en estas fases sucesivas.
A la prim era de estas fases se la puede caracterizar por los esfuerzos
realizados p ara reducir lo superior a lo inferior, con tendencia a em pobrecer
lo superior y a atribuir a lo inferior propiedades que corresponden sólo a lo
superior. L a filosofía evolucionista (por oposición al pensam iento científico)
procedió durante m ucho tiem po de este m odo: algunos, p o r ejemplo,
consideraron que la razón h u m a n a era reductible a la inteligencia animal,
a la que, por su parte, se la concebía en form a antropom órfica, etc. No
debe sorprendernos, entonces, que este modo de razo n ar haya posibilitado
la hipótesis de u n a evolución del protoplasm a inicial a p a rtir de los estados
coloidales de la m ateria. D e esta form a, y d u ran te la segunda m itad del
siglo xix, surgió toda u n a m etafísica im aginativa, qu e orientaba en el
sentido m aterialista la “filosofía de la naturaleza” que había florecido en
el transcurso d e . la prim era m itad de ese siglo. L a reacción contra tales
intentos es, naturalm ente entonces, la del vitalismo, que revela los carac­
teres sui generis de la organización vital y los considera irreductibles a las
estructuras físico-químicas. El proceso de pensam iento que revela esta
sucesión de la tesis m aterialista y de la antítesis' vitalista es com parable,
de este modo, con los esquemas meyersonianos: el m aterialism o tiende a
“identificar” lo superior con lo inferior, m ientras que el vitalismo opone a
estas identificaciones dem asiado simples de la “deducción” explicativa el
carácter “real” de los “irracionales” constituidos p o r la vida misma.
Sin em bargo, una segunda fase superó el nivel de estas imaginaciones
ontológicas, como consecuencia de las transform aciones imprevistas de la
física; las características de esta ciencia son tales que desconciertan tanto
al m aterialism o dogmático como al vitalismo: en lu g ar de inmovilizarse
en la inm utabilidad de sus principios, la física confluyó con la biología.
E n prim er lugar, y ya en el transcurso del siglo xix, H elm holtz, entre
otros, planteó el problem a de la generalidad del segundo principio de la
term odinám ica y su aplicación a los fenómenos vitales. L a interpretación
estadística del principio de C arnot, en efecto, llevó á despojarlo de su
carácter de necesidad inevitable y a atribuir sim plem ente al aum ento de
la entropía una m uy a lta probabilidad, aunque tal vez con posibilidad
de frustraciones parciales. E n particular, la hipótesis del demonio de
M axwell reveló el papel que po d ía desem peñar u n órgano selectivo en la
separación de las grandes y de las pequeñas m oléculas; ello perm itía con-
. cebír el m odo en que los fenómenos vitales podían escapar en p arte a la
degradación de la energía m ediante una separación de este tipo efectuada
en cierta escala. A hora bien, en el estado actual de los conocimientos, el
problem a se sigue planteando y se presenta del siguiente modo.
M uchos físicos, por ejem plo, Schródinger, siguen aplicando, ju n to con
la física clásica, tanto el segundo principio a los fenómenos vitales como
los otros, otros autores como Ch. E. Guye, sin embargo, retom aron y
renovaron la tradición de H elm holtz de un modo que, incluso si no corres­
pondiese a los hechos, constituye una nueva form a de p lan tear los problem as
y que, en consecuencia, presenta un gran interés epistemológico, indepen­
dientem ente de los problem as físicos y fisiológicos sobre los que somos
incom petentes como para pronunciam os.
E n u n estudio referente a L ’évolution physico-chimique, cuya p ri­
m era p arte fue publicada en 1916,30 Ch. E. Guye, después de recordar
la in terpretación probabilística del principio de C arnot y subrayar que “la
fina esfructura de la m ateria viva. . . parece particularm ente favorable a
la aparición de las fluctuaciones” (pág. 1 0 1 ), llega a la siguiente con­
clusión: “la físico-química de los seres vivos, que se suele llam ar fisiología,
podría ser considerada entonces, desde este punto de vista, como un a
físico-quím ica más general que nuestra físico-química in vitro ; ello en el
sentido de q u e al aplicarse a medios de una extrem a diferenciación en ellos,
las fluctuaciones no pueden ser descuidadas, ya que la sim plicidad y la
precisión de nuestras leyes físico-químicas se vería afectada” (págs. 1 0 1 - 2 ).
P lanteando luego el problem a en su generalidad, Ch. E. Guye distingue
dos actitudes en relación con é l: en prim er lugar, la de las filosofías
“dualistas” (vitalismo, bergsonismo, etc.) que reservan el segundo principio
a la m ateria inorgánica y hacen intervenir en los organismos un dem onio de
M axw ell susceptible de im prim ir un curso inverso a la evolución viviente;
en segundo lugar, la de las “filosofías unicistas” que “consideran sobre todo
el hecho experim ental de que la vida y el pensam iento están siempre
asociados a Jo que se h a convenido en designar como m ateria; ellas intentan
entonces reducir todo a u n a explicación única” (pág. 107). Sólo que
m ientras que estas interpretaciones se basaban en o tra época en u n deter-
minism o estricto “la nueva concepción del principio de C arnot tam bién
perm ite u n a concepción unicista; pero esta concepción es más am plia”
(pág. 107) y lleva a definir “lo que esquemáticamente p odría distinguir
al fenóm eno físico-químico del fenómeno vital, pese a que en u n a teoría
unicista estos dos fenómenos estén siempre, en mayor o en m enor grado,
asociados el u no al otro” (pág. 109). En un m edio de u n a cierta extensión,
hom ogéneo e isótropo, por ejemplo una esférula de aceite en suspensión,
p a ra todo p unto alejado de la superficie la resultante estadística de las
acciones interiores será m ínim a por causa de sim etría; p o r el contrario, en
la superficie, la disimetría d ará nacimiento a fuerzas (tensiones superfi­
ciales, etc.) o acciones estadísticas de superficie. A hora bien, en u n a
esférula de m uy pequeño volum en los fenómenos serán diferentes: “ad m ita­
mos que la m asa de la esférula al igual que la de una m icelia contiene
sólo u n núm ero relativam ente pequeño de m oléculas; las fluctuaciones

30 R eeditada en 1922 (París, C hiron). Las. cifras entre paréntesis se refieren a


esta edición. Véase, además, Les frontiéres de la physique et de la biologie, K ündig,
. 1936.
aparecerán, tan to en el caso de las acciones interiores como en el de las
acciones de superficie. L a resultante estadística de las acciones interiores
no será ya necesariam ente n ula y la precisión de las acciones dé superficie
se verá tam bién alterada po r las fluctuaciones. Por últim o, y en el caso de
u n a tenuidad suficiente, la naturaleza íntim a de las leyes individuales
llegará a m anifestarse; por ello, en nuestra hipótesis, la vida con sus fenó­
menos de sensibilidad y de pensam iento consciente podrá revelarse en
form a apreciable” (pág. 1 1 0 ).

O c u rra lo que ocurriere en relación con esta conciliación posibie entre


la irreversibilidad estadística del segundo principio de la term odinám ica y
un a cierta reversibilidad vital (que daría lugar entonces a la reversibilidad
del p ensam iento), esta m an era de plan tear los problem as conduce a Ch.
E. Guye a u n a nueva interpretación de las relaciones entre las ciencias.
E n oposición a la concepción de A. Com te que considera q ue las ciencias
se suceden en u n orden lineal de desarrollo de acuerdo con su com plejidad
creciente y la generalidad decreciente de su objeto, Guye, en efecto, con­
sidera que las ciencias presentan u n a generalidad proporcional a su com­
plejidad (pág. 19 y sigs.). D e este modo, la psicología experim ental debería
estudiar “sim ultáneam ente con el fenómeno psíquico, todos los fenómenos
fisiológicos y físico-químicos que lo acom pañan” (págs. 19-20). Sólo “la
im posibilidad actual de la psicología de estudiar en form a com pleta los
problem as que le interesan tiene como efecto reducir «en realidad» la
psicología a una ciencia artificialm ente simplificada, pese a que, en prin­
cipio, es la más general de todas” (pág. 20). En lo que se refiere a la
biología, hemos visto ya que Guye la considera como “m ás general que
la física” : “en la evolución físico-química vital existe algo, que si bien no es
totalm ente diferente es, al menos, m ás com plejo o m ás general que lo que
observamos en el m undo inorgánico” (pág. 9 -1 ).
A hora bien, este m odo de concebir las relaciones entre lo inferior y
lo superior, y no u n a identificación b ru tal im aginada por el materialismo
dogm ático (y negada por el vitalismo con el mismo espíritu crítico) es lo
que caracteriza a las investigaciones actuales sobre las relaciones entre la
física y la biología. E n presencia de problem as de este tipo, dice C h. E.
Guye, “podem os o bien com plicar el fenóm eno aparentem ente más simple
o sim plificar el m ás general” (pág. 2 3 ). Sin em bargo, en ambos casos “sólo
com prenderem os en form a acabada la significación del fenóm eno fisico­
química cuando conozcamos la relación que lo vincula con el fenómeno
vital y psíquico que, en el organismo vivo, puede acompañarlo” (pág. 25).
E n efecto, esta luz proyectada por lo m ás complejo sobre lo m ás simple es
un fenóm eno constante en la historia contem poránea de las ciencias: “ ¿E n
definitiva, acaso lo que nos llevó al descubrim iento del principio de relati­
vidad y nos llevó, al mismo tiem po, a concebir a la cinem ática y a la
geom etría en u n a forma m ás com pleta y m ucho m ás general, no es el
estudio de los fenómenos físico-químicos? Por lo tanto, el estudio de una
ciencia m etafísicam ente m ás general (que utiliza los conceptos de número,
de espacio, de tiempo y de m ateria) es el que nos perm itió generalizar dos
ciencias que utilizan sólo u n pequeño núm ero de estos conceptos metafísicos
fundam entales” (pág. 2 5 ). Estas declaraciones en la p lu m a de un. físico,
cuyos bellos trabajos en el cam po de la relatividad conocemos, elucidan
no sólo el problem a de los límites entre la física y la biología, sino tam bién
el círculo mismo de las ciencias en toda su generalidad.
E n efecto, se puede adm itir que el día en que la física logre explicar
las estructuras específicas de la vida, la asimilación entre esta ciencia y la
biología no se h ará ya en un sentido único, sino que será recíproca. Se
puede sostener incluso que todos los problem as análogos de fronteras serán
resueltos m ediante una asimilación recíproca de este tipo. L a físico-química
asimiló a la cinem ática y la geom etría, como lo señala Guye, pero la
asimilación h a sido recíproca ya que este resultado h a sido obtenido por
m edio del intento de geom etrizar la gravitación y la electricidad. Del mismo
modo, la explicación físico-química de la vida llevará a biologizar la físico-
quím ica al mismo tiempo que parezca m aterializar lo vital.
D e este modo, y ya desde este mom ento, el estudio químico de los
anticuerpos y de las fuerzas biológicas específicas que operan en las reaccio­
nes serológicas 3 1 perm ite entrever la existencia de procesos físico-químicos
de u n nuevo tipo, basados no ya en el concepto de com binación sino en el
de u n a especie de am oldam iento o de reproducción plástica. E n pre­
sencia de u n a m olécula de antígeno, el anticuerpo construye u n a configu­
ración com plem entaria a la de esta molécula, y serían estas armazones las
que perm iten la reproducción de anticuerpos específicos de form a similar.
No es imposible que este modo de constitución de nuevas formas m ediante
arm azones y a través de la producción de estructuras complementarias
desempeñe u n papel en la reproducción de los genes mismos y, en conse­
cuencia, en los mecanismos de la asimilación m orfogenética.
Sea cual fuere el destino de estas investigaciones, de todas formas ellas
señalan desde u n prim er m om ento que los esquemas de la físico-química
usual no agotan todas las posibilidades y que una físico-química de la
m ateria viviente puede enriquecer, aú n en m ucho, nuestros conocimientos
físicos y químicos generales . 3 2 Podemos apreciar de este modo cuán vanos
son los temores de los vitalistas de asistir a u na degradación de lo superior,
como consecuencia de u n a identificación iluso-ría de ese superior con lo

31 Véase a este respecto Linus Pauling: Anticorps et forces biologiques spéci-


fiques. E ndeavour, vol. v n (1948), págs. 43-53.
1,2 Debemos señalar tam bién los trabajos de Delbriick y L uria sobre las m u ta ­
ciones de los bacteriófagos. Provocando la adsorción sobre u n a bacteria de dos fagos
A y B se puede obtener u n producto hereditario que no será ni A ni B, sino que
constituirá u n a raza ya conocida C, por intercam bio de las unidades genéticas de A
y de B en el transcurso de la m ultiplicación de estos fagos y de la lisis de la bacteria.
Tam bién, L uria m ata un fago m ediante rayos ultravioletas y lo hace adsorber sobre
una bacteria: ni ésta ni el fago se m ultiplican ya; por el contrario, dos m uertos
adsorbidos en conjunto provocan la reanudación de la m ultiplicación de los fagos, por
recomposición de un todo viable m ediante unidades com plementarias no destruidas
contenidas en cada uno de estos fagos. A hora bien, puesto que un bacteriófago es
un virus equivalente a u n a especie de gen libre, estas descomposiciones y recomposi­
ciones nos conducen a la escala de unidades inferiores al gen y situadas en la frontera
entre las partículas físicas y unidades biológicas elementales.
inferior o del efecto con la causa: toda explicación verdadera, por el con­
trario, consiste en una asim ilación reciproca, es decir en el descubrim iento o
en la construcción de u n sistema de transform aciones que conserven sim ul­
táneam ente las cualidades de lo superior y las de lo inferior, y que p erm ita el
pasaje del uno al otro.
Sin em bargo, de ser así, u n a asimilación recíproca progresiva sólo
puede conducir a u n o rden cíclico de las ciencias. E n p articu lar, a fortiori,
sólo se podría observar las mismas relaciones de asimilación recíproca entre
lo fisiológico y lo psicológico. E n la m edida en que la psicología experi­
m ental, siguiendo u n a de sus tendencias constantes, logre red u cir los
procesos m entales a procesos psicológicos, se podrá observar tam bién, sin
d uda alguna, que la vida del organismo, al im plicar a título de caso
específico la de la inteligencia, etc., sólo puede explicarse integrando u n
bosquejo de estas realidades a su propio funcionam iento. A p artir de la
fecha, llam a la atención u n cierto paralelism o entre las explicaciones
biológicas de la variación, las explicaciones psicológicas de la inteligencia
o incluso las explicaciones epistemológicas, en los que, bajo palabras dife­
rentes, se in ten ta describir mecanismos comunes. E xam inarem os este pro­
blema a continuación.
LA SIGNIFICACION EPISTEMOLOGICA DE
LAS TEORIAS DE LA ADAPTACION
Y DE LA EVOLUCION

E n dos oportunidades (con L am ark y con D a rw in ), la biología creyó


hab er alcanzado la explicación de los mecanismos fundam entales de la
adaptación y la evolución: luego, sin embargo, se vio obligada a adm itir
un retroceso, de modo tal que en la actualidad debemos lim itam os a
clasificar las hipótesis en presencia, sin poder analizar en sí misma aquella
que, sin duda, es correcta. H asta el momento, no se podría hab lar de un
desarrollo progresivo de las teorías' evolucionistas en el transcurso de la
historia, ya que las principales hipótesis reaparecen periódicam ente en
pie dé igualdad. Esta es una prim era causa que nos induce a .exam inar
este problem a particu lar de estructura del conocimiento biológico.
É n segundo lugar, pese a que ei pensamiento Diologico recurre en un
m ínim um a la actividad del sujeto, ya que reduce la deducción a su expre­
sión más simple en beneficio del conocimiento exDerímental, su interés
epistemológico esencial reside en el hecho de qu problem a biológico
"se“sitúa en los orígenes del problem a psicológico y, en consecuencia, del
'Conocimiento mismo. E n ese sentido, el análisis de las teorías de la evolu­
ción tiene una im portancia fundam ental p ara la epistem ología: las diversas
hipótesis que explican Ja-evolución y la adaptación h an dado lugar a las
diferentes posiciones epistemológicas concebibles. Las estudiaremos en
p articular desde este ángulo.
El problem a de la evolución engloba necesariam ente el de la ad a p ­
tación y, efectivamente, todas las teorías de la evolución han proporcio­
nado u n a explicación de la adaptación. Es cierto que no todos los autores
utilizan este vocablo y que muchos, incluso, consideran que es posible
prescindir de la id e a : pero negar la adaptación equivale au n a afirm ar una
teoría de la adaptación. Y a que los biólogos, como lo" hem os visto, son los
m ás realistas entre los hombres de ciencia (en el sentido en que el realismo
considera que se aprehende la realidad tal como es en sí m ism a), tienen
frecuentes temores en relación con algunas p alabras; y el térm ino de
adaptación es uno de aquellos que los inquietan en m ayor m edida, ya que
consideran que com porta un trasfondo de finalidad, o al menos, una
solución im plícita del problem a de la evolución en el sentido lamarckiano.
D e este modo, podemos com probar que algunos autores com baten el
“prejuicio de la adaptación”, m ientras que en realidad se oponen simple-
m ente a algunas formas de explicación de la adaptación reemplazándolas
con otras. Al parecer, no com prenden que al o b jetar a prióri é rv a lo r del
concepto de adaptación niegan de ese modo que su inteligencia posea la
propiedad de función biológica ad ap tad a y se prohíben ipso jacto la posibi­
lidad de construir u n a ciencia objetiva. Pero, en realidad, y si no en
palabras, todo el m undo acepta la adaptación bajo u n a form a u otra. En
las prim eras ediciones de su Traite de botanique, R . C h o d át proscribía
de este m odo la palabra adaptación, m ientras que en sus ediciones ulte­
riores la in tro d u jo ; L. C uénot escribió un bello libro sobre L e probléme
de 1‘adaptation en el que reconoce el hecho al m ism o tiempo que lo declara
inexplicado.
D istinguirem os a continuación la_ adaptación-proceso y la adaptación-
estado. E sta se confunde con el conjunto de las relaciones entre el organismo
y~efm edio, cuando se produce u n a supervivencia del prim ero, es decir que
se reduce a la vida misma. E n lo que se refiere a la adaptación-proceso,
a la que reservarem os el térm ino de adaptación a secas, p a ra que todo el
m undo acepte su existencia basta defiiíirlá como el pasaje de un equilibrio
menos estable a u n equilibrio m ás estable entré el organism o y el medio:
en ese caso, la teoría de las variaciones fortuitas, algunas de las cuales son
letales m ientras que otras sobreviven con m ayor o m enor éxito, constituye
u n a teoría de la adaptación sem ejante a cualquier otra. E n ese sentido,
consideram os que el problem a de la adaptación está com prendido en el de
la evolución, ya que explicar I^eTOlución-equivale~necesariam ente,_jsntre
ot^ag-cosi^jita-hacer ...comprender cómo algunas form as alcanzan,un„e.quir.
lib r io c o n el m edio, tanto ,si éste desem peña un... papel en la variación
h ereditaria como si no lo hace.
U n a vez señalado esto, nos vemos obligados a reconocer que el pro­
blem a de la adaptación, im plica, a título de caso particular, el de la
inteligencia y el del conocimiento. El equilibrio entre el organismo y
el medio com prende, en efecto, la form a p articu la r de relaciones que
existe entre las actividades cognitivas (sensoriom otrices), etc., del organis­
m o y los objetos particulares qiie pertenecen al m edio y que son objetos
desconocim iento p a ra el sujeto. P a ra ser m ás precisos, existe adaptación
del organism o a su medio cuando la acción del prim ero sobre el segundo
está en equilibrio en relación con la acción del segundo sobre el primero.
A hora bien,’ hasta el m om ento hemos designado asimilación mental, a la
acción del organism o sobre el medio y acom odación a la acción inversa,
considerando que el conocimiento constituía justam ente un equilibrio entre
la asimilación de las cosas a la actividad propia y la acom odación de éste
a aquélla. Desde este punto de vista, la inteligen.cia ^y^eL.CQno.cimieiito^
constituyen, .efectivamente,, u n .caso p articular de la adaptación y a ello se
debe, que las teorías de la adaptación biológica preparen las. de. la jñ te li-
gencia y del conocimiento, a las que, en cierta form a, incluso, prejuzgan.
. Y, de hecho, la mayor p arte de las teorías de la evolución h an llevado
a interpretaciones del instinto y de la inteligencia, implícitas o explícitas.
A este respecto, incluso, se deben distinguir dos corrientes, según que los
temas explicativos de la evolución hayan sido tomados del cam po de la
adaptación intelectual o que hayan sido prolongados en esquemas explica­
tivos referidos al conocimiento. Siguiendo la p rim era de estas direcciones,
Lam arck, p o r e jem p lo ,'u tilijae l concepto psicológico de hábito p a ra explicar
la variación biológica y D arw in tom ó del campo sociológico o económico el
concepto de com petencia p ará hacerle desem peñar el papel que conocemos
en su explicación de la evolución por medio de la selección. Sin embargo,
fue a través de la segunda E re c c ió n como ambos autores lograron pro­
longar sus teorías biológicas en explicaciones psicológicas que incluyen
u n a aplicación epistemológica.
Se com prende, entonces, desde un prim er m om ento, el por qué de este
paralelism o entre las teorías de la evolución y las teorías de la inteligencia
o del conocimiento sobre el que insistiremos en este capítulo. Y a hemos
bosquejado el problem a en otra obra 1 y nos disculpamos ante el lector
por estas repeticiones, pero es imposible desarrollar la hipótesis que soste­
nemos en esta obra^referente a la existencia d e u n círculq,,constituido'poí
las ciencias unas en relación con las otras sin volver a exam inar en form a
más com plétala. conexión entre las solucionas del problem a de la evolución
biológica y las hipótesis epistemológicas. Esta conexión, en efecto, debe
ser puesta, de manifiesto p ara facilitar la com prensión de la interdepen­
dencia entre el realismo al que llega el pensam iento biológico y el idealismo
que procede de una teoría del, conocimiento m atem ático basada en la
actividad psicológica del sujeto.
Sin em bargo, se podría form ular u n a objeción previa. Las teorías de la
evolución estudian esencialmente J a adaptación h ered itaria; la inteligencia
y el conocimiento, po r el contrario, al mismo tiem po que suponen un
elemento hereditario, que consiste, al menos, en la posibilidad m ism a de su
desarrollo, constituyen o utilizar! c ® ^ e tu m ''á á m ff iiS n ^ ' que sólo algunas
teorías consideran innatas, pero que la mayor p arte considera adquiridas.
¿N o existe entonces acaso, una dualidad de planos que hace inoperante,
desde el principio, todo paralelismo?
E n realidad^ por u n lado, toda explicación de la adaptación biológica,
está obligada a tener en cuenta a los factores no hereditarios, ya que
incluso, si se supone que todas las estructuras asimilatorias del organismo
están determ inadas por factores internos sin n in g u n a influencia del medio
(lo que significa con exclusión, de toda herencia de lo adquirido) esta
asimilación se encuentra en equilibrio con la acción del medio, es decir
con factores de acom odación no hereditaria. P o r o tra parte, y pese a que
es evidente que el conocimiento se refiere ta rd e o tem prano a alguna
experiencia, es decir a factores no hereditarios, en cada teoría del conoci-
ifiiento la relación entre lo innato o lo a p rio ri-(ta n to cuando se considera
a este factor como nulo, como cuando se lo considera positivo) y lo ad q u i­
rido originado, en la experiencia, es considerada en form a com parable a

1 La psychologie de l’intelligence. Col. A. Colín, 1947, págs. 17-24.


la relación entre la actividad in tern a del organismo y las influencias del
medio, tal como se concibe a esta relación en la teoría biológica correspon­
diente de la evolución. D e este modo, el empirismo puro, que considera
al sujetp„como ..unaJiaMa rasa y suprim e toda actividad^ interna, del sujeto,
corresponde el lamarekismo, que al mismo tiempo que adm ite la existencia
d e caracteres hereditarios, los atribuye, exclusivamente, a la influencia
anterior del medio, y suprim e- de. este., m o.doitoda...construcción endógena
por p arte del organismo. E n ta l caso, se puede observar la form a en que
la explicación de la adaptación hereditaria se continúa en u n a explicación
del conocimiento no hereditario, de acuerdo con u n a interpretación que pre­
senta u n a profunda u nidad y pese a la dualidad de los planos que corres­
p onden a la adaptación racial y a la adaptación no hereditaria. Veremos
que sucede lo mismo en lo que se refiere a cada uno de los puntos de vista
posibles sobre uno de estos planos o sobre el otro. Por ello, la objeción que
acabam os de m encionar no debería arredrarnos, puesto que la com paración
entre el cam po biológico y el cam po psicológico o epistemológico se relaciona,
al mismo tiempo con la estructura com parada del conocimiento biológico
psicológico y con la convergencia,.de.,.flas soluciones 'construidas" p o r el
pensam iento biológico en su terreno de la adaptación heredit;;na y por
-el—pensam iento psicológico en el de las adaptaciones individuales de la.
inteligencia o del conocim iento. ,

§ 1. E l f i j i s m o v i t a l i s t a , l a t e o r í a d e l a i n t e l i g e n c i a - f a c u l t a d y
d e l o s u n i v e r s a l e s . Existe un prim er m odo de explicar
e l c o n o c im ie n t o
la adaptación: nos referim os al de las teorías “fijistas” anteriores al evolu­
cionismo u opuestas a él después de su form ulación. Al considerarse que
las especies son inmutables, se estim a entonces que fueron creadas o que
existieron siempre, habiendo contado desde su origen con órganos y activi­
dades susceptibles de' adaptarlos a sus medios respectivos. A . falta de tpda
evolución y de toda adaptación en devenir, los seres vivos constituyen de
esta form a u n a jerarq u ía inm óvil que se extiende desde los más humildes
a los m ás elevados, y dispone, según su jerarquía, de los procedim ientos de
conocimiento adaptados desde siempre a los sectores del universo corres­
pondientes a su nivel jerárquico (desde la sensibilidad elem ental d e las
plantas y animales inferiores hasta la razón h u m a n a ).
A hora bien, esta concepción' que se prolongó (con algunas pequeñas
modificaciones) desde los antiguos hasta Cuvier y.Agassiz corresponde en
todos sus aspectos a la concepción de los griegos sobre la totalidad del
universo y no sólo sobre el m undo de los vivos: el conjunto de los seres,
tanto inorgánicos como orgánicos estaban ordenados, en efecto, de acuerdo
con u n a jerarquía inm utable. E n ese sentido, podemos proguntarnos si la
jerarquía cósmica de los peripatéticos, con sus diferencias cualitativas de
carácter físico entre las esferas del espacio, del m undo sublunar a las
esferas superiores, tuvo u n p unto de p artid a biológico o si el proceso genera-
lizador ha seguido el cam ino inverso. El biomorfismo radical que hemos
observado en la física de Aristóteles (vol. I I , cap. 1, § 7) h ab laría más bien
de u n a influencia recíproca entre lo físico y lo biológico.
Este parentesco entre la je rarq u ía estática de los seres vivientes, acep­
tada po r el creacionismo o el fijismo en general y la jerarq u ía de las formas
del universo entero, supuesta en la representación del m undo entre los
griegos, perm ite la com prensión del gran parentesco que existe entre el
fijismo vitalista y la teoría de la inteligencia-facultad, prolongación psico­
lógica del vitalismo, y con la hipótesis de un conocimiento directo de los
universales” , prolongación epistemológica de estas mismas tendencias de
partida.
D e esta form a, se estima que todo ser viviente, en relación con el que
se considera q u e ocupa-un nivel determ inado y perm anente en la jerarquía
y que no deriva de esta form a ni de seres inferiores ni de seres superiores
a él, está provisto de una organización preestablecida, tan to fisiológica como
m ental, que permite su adaptación directa al m edio que lo rodea. El
principio m o to r de su cuerpo se confunde, así, con el principio activo de
su conducta y de su conciencia: ello determ ina el estrecho parentesco
entre la fuerza vital que asegura los movimientos del cuerpo y al alma
provista de sus facultades. L a jerarq u ía de las alm as lleva así al alm a
hum ana, que posee u n a facultad de inteligencia razonable o ap titu d innata
p ara el conocimiento racional.
¿E n qué consiste este conocimiento? Al constituir el alm a misma
la “fo rm a” del cuerpo, cada ser, en todos los grados de la jerarq u ía (desde
los seres vivos hasta los cuerpos inorgánicos), p articip a por analogía de
form as similares. Estas formas son las que la doctrina aristotélica ordena
sim ultáneam ente en el campo de la explicación biológica y en el de la lógica
form al, considerada no sólo como el sistema de los conceptos inherentes a
la actividad del sujeto sino, sobre todo, como la expresión de la realidad
m ism a: lo real consiste así en u n a jerarquía de estructuras formales de las
que nuestra inteligencia posee el conocimiento inm ediato, en lo que se
refiere a sus elementos generales (los universales), aunque luego les otorgue
un contenido sensible por contacto perceptual. El platonism o proyecta las
form as en u n m undo de ideas, o “formas” suprasensibles, y las formas de
lo real les corresponden entonces gracias a un proceso de “participación” .
Sin em bargo, y tanto cuando se considera a las forma,s jerárquicas como
inm anentes, de acuerdo con el aristotelismo, o como trascendentes, en el caso
del platonism o, por ejemplo, en ambos casos ellas constituyen la esencia de
lo real y una esencia directam ente accesible a nuestra inteligencia.
L a transición histórica entre el vitalismo (creacionista. o simplemente
fijista) y la teoría del conocimiento que considera que la razón hum ana
constituye u n a facultad innata de aprehender los universales está represen­
ta d a de este modo por el concepto de “ form a” , principio común de la
realidad biológica y de la clasificación lógica de los seres. Sin embargo,
e independientem ente incluso de toda filiación histórica, su parentesco
interno es evidente desde un triple punto de v ista: los caracteres generales,
en efecto, son, en ambos casos, los de ser estáticos, realistas y formales,
pero en el sentido de una form a que actúa sobre su m ateria causalmente
o por participación y no por construcción operatoria.
Carácter estático, en primer lugar: la negación de todo transformismo
condena al fijismo a explicar la adaptación m ediante los poderes internos
de cada organismo, de acuerdo con su form a específica, es decir a atribuirle
una fuerza vital, al mismo tiem po independiente de las actividades del
nivel inferior y provista de u n a finalidad propia en el nivel considerado.
Del mismo modo, toda teoría del conocim iento que atribuye a la razón el
poder innato de aprehender universales que existen desde siempre, se
condena, por el carácter doblem ente estático ' de esta facultad in n a ta y
de estos universales, a renunciar a toda construcción tanto in tern a como
externa y a conferir u n carácter plenam ente real al mismo tiem po que
un carácter de finalidad extrínseca al acto racional o intuición de tales
universales.
E n segundo lugar, carácter rea lista: si las “form as” que ambas teorías
creen alcanzar en el plano biológico y en el plano epistemológico fuesen
concebidas como productos d e u n a construcción, es decir de u n a evolución
de los organismos o de u n a elaboración intelectual, ellas aparecerían como
entonces relativas a m ecanismos de transform ación, que corresponderían
a u n a actividad del sujeto cognoscente; en la m edida en que se las considera
como estáticas, por el contrario, sólo pueden ser concebidas como existentes
en sí, de acuerdo con un doble realismo que se m anifiesta en biología a
través de u n a creencia en los caracteres vitales irreductibles y en epistemo­
logía por la “subsistencia” de los universales, es decir p o r su realidad
independiente del sujeto.
El tercer aspecto.de estas doctrinas se origina en los dos precedentes:
el formalismo en el que culm ina el fijismo en biología y eh teoría del
conocimiento es u n a cencepción de la form a considerada ccm o causa en sí
y no como u n producto de construcción operatoria. P or un lado, el alm a o
el principio vital del cuerpo son form as que se im ponen bajo la form a de
u n a totalidad que actú a causgim ente sobre las partes que reúne. L a “causa
form al” de Aristóteles se observa así incluso en la argum entación del
neovitalismo m oderno, cuando se refiere a la forma de conjunto que actúa
sobre las reacciones físico-químicas de detalle. Por o tra parte, en las diversas
variedades de teorías platónicas y aristotélicas del conocimiento, las formas,
que no son concebidas ni como estructuras a priori del pensam iento ni
como el producto de construcciones operatorias que constituyen p o r ello
mismo causas que conciernen sim ultáneam ente a lo real y a nuestra facultad
intelectual: desde la participación platónica, causa de estos reflejos a los
que se reduce el m undo sensible y desde estas reminiscencias que consti­
tuyen la razón, a los universales inm anentes pero activos del realismo lógico
o logístico, las formas tienen u n a virtud causal que sustituye al poder
operativo que las teorías no estáticas les confieren.
Q ue este fijismo, realista y form al, se presente habitualm ente bajo
la form a de u n a doctrina de las esencias cualitativas y lógicas, significa la
solución más simple, pero ello se debe tam bién, probablem ente, a q u e los
conocimientos biológicos de la teoría de los universales evocan las imágenes
de lo cualitativo. Sin em bargo, se puede concebir u n a d octrina p aralela de
carácter m atem ático, tal com o lo prueba la tradición que se extiende
desde Platón hasta los prim eros escritos de Russell, y que considera a los
núm eros y a las funciones como formas presentes desde siempre y accesibles
directam ente a la intuición racional. Sin embargo, la discordancia entre
las form as m atem áticas y lo cualitativo sensible conduce entonces a situar
a las prim eras en u n m undo suprasensible. De todas m aneras, y al igual
que las doctrinas de los universales lógicos (el pensam iento aristotélico y
a la vez platónico de los prim eros trabajos de Russell basta p ara demos­
tra rlo ), este realismo de las form as abstractas sigue inspirándose en una
corriente paralela a la del vitalismo fijista en biología: su carácter com ún
reside en la creencia en la existencia de formas al mismo tiem po inm utables
y que actúan como formas.

§ 2. E l p r e f o r m i s m o b i o l ó g i c o y e l a p r i o r i s m o e p i s t e m o l ó g i c o . El
fijism o se prolonga en preform ism o cuando, obligado a reconocer la reali­
d a d de u n desarrollo, se esfuerza de todos modos en m an ten er la p eren ­
n id a d de las form as: se considera entonces que las nuevas formas, surgidas
e n el transcurso de este desarrollo, preexisíen de m anera v irtu al a su ap a ri­
ción real, es decir son “preform adas”, en el sentido estricto y etimológico del
térm ino.
El fijismo puro conocía sólo una variedad de desarrollo: al negar
el de las especies, se veía obligado a adm itir el de los individuos, lo que
d ab a lugar a u n a cierta dificultad de interpretación p a ra u n a doctrina
que niega la realidad de to d a construcción y de todo cambio. El pre-
fcrm ism o embriológico proporcionó la solución de este problem a que se
le había planteado al fijismo, al adm itir u n encaje de los gérmenes por
preform ación de los nuevos en los antiguos (véase capítulo 1, § 5).
Sin embargo, a p a rtir del m om ento en que la biología se vio obligada
a aceptar la realidad de la transform ación de las especies, él problem a se
m anifestó en toda su g en e ralid ad : el fijismo debía conciliar la perm anencia
de las formas con el hecho de la evolución. A hora bien, es evidente que
ta n to en este caso como en el del desarrollo em brionario, la única conci­
liación posible consistía en considerar a la evolución como simplemente
ap aren te y a las formas específicas como, en realidad, preform adas v irtu al­
m ente unas en las otras.
Las prim eras form as de evolucionismo parecían excluir una in te r­
pretación de este tipo y se concibe con facilidad que la síntesis preform ista
e n tre la tesis fijista y la antítesis transform ista pudo surgir sólo después
de u n largo período en el que esta tesis era aceptada sin objeciones. T an to
el esquema darviniano de u n a evolución por pequeñas variaciones con
selección como , el esquema lam arckiano de u n a evolución continua bajo
la influencia del m edio atribuían, en efecto, a la evolución un valor de
construcción propiam ente dicha, irreductible al fijismo. Con Weíssmann,
p o r el contrario, aparece la síntesis bajo la form a preform ista. Sabemos
cómo W eíssmann, oponiéndose a la creencia lam arckiana y darviniana
de una herencia de los caracteres adquiridos, desarrolló los conceptos de
continuidad del plasm a germ inativo y de discontinuidad radical entre
som a y germen. U n a vez aceptados estos dos conceptos, se plantearon dos
posibilidades p a ra explicar los nuevos caracteres y las adaptaciones que
surgen en el transcurso mismo de la evolución: adm itir transformaciones
endógenas originadas en las perturbaciones del equilibrio físico-químico
de las sustancias germinales, es decir, de las “m utaciones” que se pro­
ducirían sin conexión con el m edio exterior, pero en form a discontinua
en relación con los estados anteriores del germ en (y la adaptación se debe,
entonces, a u n a selección realizada po r el m edio ), o si no im aginar una
cierta preform ación de las form as nuevas en las antiguas. El propio
W eissm ann adoptó sobre todo en esta últim a posición: las “partículas
representativas” y sobre todo los “biosforos” , partículas últimas, conservan
eternam ente los factores de la herencia en el seno del plasm a germinativo
que se transm ite de generación en generación, y sólo las combinaciones
originadas en la generación sexual son fuentes de variaciones (sin consi­
derar la hipótesis de la selección germ inal, introducida u lterio rm en te). La
continuidad absoluta del plasm a germ inativo, sobre el que simplemente
se in jertan los organismos somáticos sin influencia sobre él, asegura de
este m odo la predeterm inación de todo el m aterial hereditario.
A p a rtir de 1900, fecha del descubrim iento de las m utaciones y del
redescubrim iento de la ley de M endel, la doctrina más difundida para
explicar la evolución consistió en atribuirla a pequeñas fluctuaciones dis­
continuas, originadas,. a su vez, por causas endógenas, fortuitas y sin pre­
form ación (y se consideró nuevam ente que la ad aptación se debe a una
selección a posteriori ejercida por el m e d io ). El m utacionism o considerado
de esta m an era no es en absoluto preform ista, ya que tiene en cuenta las
variaciones espontáneas y no se lim ita a u n a com binatoria entre caracteres
elementales inm utables; sin em bargo, la actitud preform ista reapareció en
m uchos autores, aunque sin d a r lugar a u n a doctrina de conjunto tan
coherente como el antiguo fijismo o como las teorías puram ente evolu­
cionistas.

D e esta form a, Bateson, al n o reconocer las alelomorfias posibles de los


genes y al no atribuir las m utaciones a las transform aciones internas de
estos últimos, aceptaba la única alternativa posible de u n a presencia (domi­
nancia) o de u n a ausencia (recesividad) de los genes; a éstos se los
concebía entonces como portadores de todos los caracteres observables cuya
predeterm inación o preform ación contienen.
El propio D e Vries, po r o tra parte, llegó a distinguir, junto con las
m utaciones observables, “prem utaciones” o modificaciones invisibles del.
idioplasm a, que preceden en el tiem po a lá m utación m anifestada en forma
visible . 2 A hora bien, se percibe desde u n prim er m om ento que esta utiliza­
ción del concepto de lo virtual se com prom ete en la dirección del prefor­
mismo; así, cuando se explican las m utaciones actuales p o r mutaciones
indiscernibles o prem utaciones, se recurre, en efecto, a u n a transform ación;
sin embargo, po r ser ésta incognoscible antes de manifestarse, nos vemos
obligados a concebirla como la simple preform ación virtual de un a actuali-

2 H . De Vries: “M utanionen u. Praerm itationen” , Naturwissensch... t. 12


(1924), pág. 253.
zación ulterior. H em os insistido ya (vol. II, cap. 1, § 8 ) sobre la diferencia
entre la utilización racional u operatoria del concepto de lo virtual (como
en el principio de las velocidades o trabajos virtuales en m ecánica) y su
utilización arbitraria, como en el pasaje aristotélico de la potencia al acto.
E n el prim er caso, lo virtual no supone ningún preform ismo, sino una
sim ple exigencia de conservación: de esta forma, en genética es necesario
atrib u ir úna existencia “latente” o virtual a un carácter que se m antiene
invisible en una generación II, pero que era observable en la generación I
y que reaparece en la I I I ; de la misma form a, las “potencialidades” de
la embriología causal se refieren a caracteres ya observados en los adultos
d e la generación precedente, que se transm iten a la siguiente, y que exigen,
de este modo, la perm anencia de un mínimo de apoyo m utuo. Por el
contrario, en el segundo caso el recurso a la virtualidad se basa sólo en
caracteres conocidos ulteriorm ente, y entonces, lo que en lo virtual de
prim era especie era simple conservación se transform a en preformismo.
L a situación se m anifiesta con nitidez cuando la m utación que se
produce se encuentra ligada a la presencia de un medio determ inado. De
esta form a, en sus interesantes estudios sobre las m utaciones de los hongos,
F. C h o d a t descubrió en los Aspergillus, los Phom a y otros, mutaciones que
se producen sólo en ciertos medios y m anifiestan diferencias según el p o r­
centaje de azúcar, de azufre, etc. Ahora bien, allí donde un lam arekiano
hubiese visto una acción directa del medio sobre la variación, F. Ghodat,
p o r el contrario, sostiene la preexistencia d e los caracteres m utados y la
ú nica influencia del m e d io . es la de perm itir el pasaje de lo virtual pre-
form ado a lo actual m anifestado: “sin poder form ular u n a regla cierta,
señalemos que la m utación no deja de tener relaciones con las condiciones
del m edio en el que ap a rece n . . . E n el caso de los P hom a la m utación
consiste, por lo general, en la adquisición de la facultad de disponer con
m ayor facilidad de las fuentes de hidratos de carbono de que dispone el
o rg a n ism o .. . ” Pero en lo que se refiere a las “causas de la m utación”,
“las consideraciones qué preceden no significan que atribuyam os a las condi­
ciones del medio de Cultivo un carácter de causalidad en la m utación.
Creem os más bien, que se debe considerar a este medio como u n detector
que revela una alteración preexistente. L á presencia o la ausencia de
azúcar o de azufre sen sólo obstáculos en los que se pone a prueba la
salud genética de los organismos estudiados. Quizá corresponda hacer
intervenir aquí los conceptos formulados p o r De Vries relacionados con
la prem utación" ? L lam a notablem ente la atención la com paración de
esta form a de razonar con la de los aprioristas en epistem ología: de la
m ism a form a en que K a n t consideraba que algunos conceptos aparecían
“ocasionalmente” pero no “bajo el efecto” de la experiencia, de la misma
form a el biólogo m oderno que descubre u n a variación nueva en un cierto
medio experim ental considera a este medio no como u n a “causa” sino como
un “detector” ; se considera entonces que tanto el concepto nuevam ente

8 F. Chodat: “Recherches expérimentales sur la m utatión diez les champi-


gnons” , Bull. Soc. Botan, de Genéve, X V III (1926), págs. 138-139.
aparecido como la variación biológica son “preexistentes” , es decir, a uno
com o psicológicamente a priori y al otro como biológicamente preform ado.
Este deslizamiento del m utacionism o en el sentido del preform ism o se
m anifiesta con no menos nitidez en la evolución del pensam iento de algunos
m utacionistas m uy conocidos, tales como E. Guyénot. Después de atribuir
?. la mezcla de los factores físico-químicos la aparición de todas las m u ta­
ciones y negar la existencia de la adaptación salvo a título de resultado
de las selecciones operadas a posteriori por el m edio sobi-e las variaciones
fortuitas, este autor se vio llevado a lim itar en form a notable el papel del
azar en su explicación de la evolución. Sin embargo, y aun q u e siempre
negó la posible influencia del medio en las variaciones y, p o r otra parte,
reconoció “las innum erables reacciones adaptativas de los organismos frente
a las modificaciones del m edio”/ llegó a utilizar, entonces, conceptos orien­
tados en la dirección del preform ismo, tal como el de “funcionam iento
profético” 5 del organismo en sus construcciones morfogenéticas. A este
respecto, convendría introducir nuevam ente las distinciones que acabamos
de señalar en relación con el concepto de lo v irtual.’ L a utilización del
concepto de función anticipatoria no supone en sí u n a concesión al prefor­
mismo, en la m edida en que la anticipación invocada se basa (si se trata
de funciones mentales) en la experiencia anterior del individuo o si no
(si se tra ta de estructuras orgánicas hereditarias) en una relación anterior
con el medio. Sin em bargo, si se deja a u n lado por principio to d a acción
posible del medio, se com prendería con dificultad cómo un funcionam iento
profético no supondría u n a preform ación cualquiera.

E n resumen, la actitud preform ista en biología se origina histórica­


m ente en la actitud fijista, pero difiere de ella p o r la utilización de dos
tipos de consideraciones. E n prim er lugar, el preformismo acep ta el cambio
o la transform ación dé las especies. Sin em bárgo, reduce esta variación
al estado de transform aciones aparentes, puesto que los caracteres nuevos
están en realidad ya presentes antes de manifestarse, aunque en una form a
virtual. E n segundo lugar, y sobre todo, el preform ismo recurre sólo a
factores internos. El fijismo, pese a lo que a prim era vista podría parecer
superficial, lograba siempre explicar los caracteres de u n a especie m ediante
u n a causa exterior, eficiente o f in a l: en el caso del creacionismo, se consi­
derab a que la especie estaba m oldeada con todos sus caracteres por un a
causa prim era externa; en el caso de un simple fijismo, la especie increada -
poseía desde siempre sus caracteres para.su adaptación a un medio exterior
invariable. L a fuerza vital atribuida a cada organismo por el fijismo era
de este m odc sólo la expresión de los poderes conferidos desde afuera por
el creador, o si no de tendencias dirigidas, igualm ente desde afuera, por los
objetivos a alcanzar. Por el contrario, el preformismo es u n modo de
explicación que recurre sólo a factores interiores, y en el que las estructuras

4 E. Guyénot: “La vie comme invention", L’invention, IX Semaine Intern. de


Synthése, Alean,. 1938, pág. 187.
5 Ibíd., pág. 188.
están encajadas unas en las otras independientem ente del m edio y se m ani­
fiestan sucesivamente en función de las modificaciones de éste, pero no
com o efecto de su presión.
A hora bien, tiene sumo interés com probar el alto grado en que este
desarrollo de las ideas preform istas es paralelo a la m archa de las ideas
aprioristas en epistemología. Al oponerse a la doctrina aristotélica de las
form as o de las esencias, D escartes descubre u n a nueva form a de pensar,
b asad a en la actividad del sujeto y en u n a deducción operatoria al mismo
tiem po algebraica y geom étrica. Sin embargo, si renuncia a basar las
estructuras racionales en universales que subsisten en sí mismos, no p o r ello
se desliga de u n cierto fijism o y explica las estructuras más generales del
espíritu por ideas innatas: de esta forma, se orienta en u n a dirección pre­
form ista, en lugar de in te n ta r establecer u n vínculo entre el funcionam iento
de las operaciones, que él utilizaba con ta n ta justeza, con u n a actividad
m en tal constructiva. M ientras que el empirismo inglés, desde Locke hasta
H um e, se o rienta hacia este análisis psicológico, pero poniendo todo el
acento en la lectura em pírica de la experiencia y reduciendo entonces,
progresivam ente, la actividad del sujeto que se tra ta b a de explicar, K an t
reacciona en el sentido preform ista y revela en form a sistemática todas las
consecuencias de una actitud sem ejante: su apriorism o restablece las estruc­
tu ras fijas en las que creía el racionalismo y, p ara m ejor sustraerlas al
devenir de la experiencia y de la conciencia psicológica, las convierte en
m arcos que preexisten a to d a tom a de contacto con la realidad empírica.
E l proceso de elaboración del apriorismo en epistemología, entonces, es el
mismo que el del preform ismo en biología (pese a que es anterior a las
teorías de la evolución).: a la tesis del fijismo, y a la antítesis representada
po r el transform ism o integral de L am arck que atribuía las variaciones a
los hábitos adquiridos bajo la presión del medio, el preform ism o de Weiss-
m a n n oponía u n a síntesis que sustraía la evolución a ' las actitudes del
m edio y que la explica p o r la combinación de caracteres preexistentes;
de la misma form a, a la tesis del racionalismo estático y a la antítesis del
em pirismo de H um e, que reducía la actividad m ental a un juego de
hábitos adquiridos bajo la presión de la experiencia, el apriorism o d e K an t
contrapone u n a síntesis que sustrae la form ación de los conceptos a las
influencias de la realidad em pírica y que la explica m ediante u n a actividad
sintética enteram ente preform ada.
L a analogía no se lim ita a estas líneas generales. Se la observa también
en el detalle de los razonam ientos m ediante los que el apriorism o interpreta
el papel de la experiencia en la elaboración' de nuevos conceptos, en el
transcurso del desarrollo m ental o de la historia y m ediante los que el pre­
form ism o biológico interp reta el papel del medio en la aparición de las
variaciones. U n niño pequeño, decía H um e, adquiere el concepto de causa
sólo en función de sus experiencias, y la causalidad se reduce de esta form a
a u n juego de situaciones habituales: llegará a saber que el fuego produce
calor porque alguna vez se quem ará con la llam a de una candela. A ello
K a n t responde que el vínculo que existe entre la experiencia y la aparición
del concepto no es una relación de dependencia directa, sino u n a relación
más com pleja. A cepta que sin la experiencia la causalidad no tendría
ningún contenido: entonces, el sujeto descubre en fo rm a em pírica la verdad
p articular que afirm a que la llam a arde efectivamente. A cepta tam bién
que el concepto de causa no aparece en la conciencia antes que se produzca
un contactó con la experiencia, es decir antes de recibir un contenido
particular. Pero la experiencia no produce el concepto de causa como tal,
ya que este concepto es u n a condición de la lectura m ism a de to d a expe­
riencia: el concepto de causalidad preexiste entonces a la experiencia,
y ésta es sólo u n a ocasión que perm ite que se m anifieste esta idea d e causa.
A hora bien, se reconoce en ello, rasgo por rasgo, el razonam iento del
preform ism o en biología. Basta traducir la palabra de experiencia por la
de m edio y el térm ino de concepto por el de variación p a ra observar,
nuevam ente, las interpretaciones anteriorm ente citad a s: el medio no es
u na causa de la variación hereditaria, sino un simple “detector” que perm ite
que se m anifieste u n carácter preexistente bajo un a form a v irtu al; el medio,
sim plem ente, proporciona lo que se podría designar como un contenido
fenotípico a las variaciones genotípicas, pero en lo que se refiere a las
estructuras hereditarias, sólo da lugar a ocasiones favorables p ara la apari­
ción de genotipos prefcrm ados en la sustancia viviente. E n tre la estructura
interna de esta sustancia y el medio exterior existe, entonces, una relación
similar, o isomorfa, a la de los m arcos apriori, concebidos p o r la epistemo­
logía k antiana y la experiencia.
A este respecto, conviene señalar que a m itad del cam ino entre el pre-
ícrm ism o biológico y el apriorism o epistemológico se inserta u n a teoría
psicológica de la inteligencia que difiere de la inteligencia-facultad carac­
terística del punto de vista fijista de la m ism a form a en que el apriorismo
difiere del conocimiento directo de los universales. Se tra ta siempre, si así
se quiere, de una facultad, pero que aprehende sólo formas o ideas en
tanto que existen fuera de ella: ella las construye desde el interior, por
reflexión sobre sus propias formas. L a “Denkpsychologie” alem ana ofrece
un buen ejemplo de esta form a dé concebir al pensam iento, así como
tam bién los análisis de D elacroix: según ambos, el pensam iento es un
espejo de la lógica, pero de una lógica interior al espíritu. Así, esta concep-
. cicn psicológica perm ite la transición entre el preform ismo biológico, pro­
longado en u n a preform ación de las estructuras m entales o intelectuales
y el apriorism o epistemológico.

§ 3. L a TEORÍA DE LA “ EM ERG EN CIA ” Y LA FE N O M EN O L O G ÍA . Las dos


actitudes biológicas exam inadas hasta el m om ento consisten, una, en negar
toda evolución y la otra en aceptarla, pero considerándola como más
aparente que real y como recubriendo, en realidad, u n a preform ación más
o menos desarrollada. E n ambos casos, la adaptación al m edio se ‘origina
en u n a arm onía preestablecida entre las estructuras hereditarias y las
realidades exteriores; de acuerdo con las tesis fijistas, esta arm onía se debe
?. un creador o a u n a finalidad que ajusta desde afuera al organismo a
su m edio, y ‘d e acuerdo con el preform ismo, a u n a anticipación feliz,
análoga a la que perm ite a los aprioristas considerar que los marcos inm a­
nentes del espíritu corresponden anticipadam ente a los del m undo exterior.
Pero existe u n a tercera form a de negarse a acep tar la existencia de un a
evolución propiam ente constructiva, en el sentido operatorio de la n a la b ra :
ella consiste en reem plazar una creación única, tal como la consideran
algunas variedades del fijismo, no sólo m ediante algunas creaciones dis­
continuas (como Cuvier en su extraña hipótesis de las revoluciones del
globo), sino m ediante u n a serie de creaciones que se ordenan progresiva­
mente en niveles ligados entre sí en forma continua. Entonces, no se
considera ya a los caracteres nuevos como preform ados en otros caracteres
particulares, de acuerdo con una sucesión de identidades con simple tra n ­
sición de lo virtual a lo actual, sino que se considera que emergen de la
propia síntesis de los caracteres precedentes; y ello no p o r composición
aditiva, sino por medio de una producción directa y creadora. Este es el
punto de vista que LÍoyd M organ designó como teoría de la “emergencia” .
E n este caso, se podría decir que la emergencia de un nuevo carácter
representa la form a más desarrollada de un evolucionismo radical, ya que
cada novedad es irreductible a las precedentes; pero, en tanto que ella
“emerge” de su totalidad como tal, sin construcción asignable en lo que se
refiere al detalle de las transformaciones, es decir sin composición real,
la sucesión de estas apariciones nuevas equivale, en definitiva, a reem plazar
la idea de evolución m ediante una serie de estados sui generis.

L a teoría de la emergencia se presentó sim ultáneam ente como u na


filosofía n a tu ra l de conjunto y como una teoría^especifica^de, la evolución.
Desde el prim ero de estos puntos de vista, equivale a afirm ar, como ya
lo había hecho A. Com te con un vigor tan sistemático, que los diversos
campos de realidad, sobre los que trabajan las disciplinas científicas je ra r­
quizadas, son irreductibles unos a otros, ya que cada uno se caracteriza
por propiedades nuevas, específicas de una nueva síntesis y que no se
pueden reducir a las de las síntesis precedentes. D e esta form a, en especial,
se considera al cam po ,de .la -vida como irreductible al cam po físico-químico,
ya que la totalidad sui generis que caracteriza al ser vivo no se puede d e­
ducir de los procesos inferiores: la vida en su totalidad, entonces, ‘‘em erge”
. de la m ateria inorgánica en calidad de nueva síntesis. Lloyd M organ
distingue incluso muchos niveles sucesivos proporcionados p o r las realidades
atómica, m olecular, cristalina, vital, 8 etc., que se caracterizan, cada uno
de ellos, por sus leyes específicas, inherentes a la nueva totalidad orgánica
que m anifiestan.
Sin em bargo, en el seno mismo del cam po de la vida, se observa u n a
sucesión in interrum pida de emergencias particulares, cada u n a de las cuales
es irreductible a las explicaciones mecánicas (página 123) : ellas consisten
en la aparición de formas específicas o raciales nuevas. U n a form a nueva,
que surge , por m utación no es entonces reductible a las precedentes : no

6 Ll. M organ: T h e Emergence of Novelty.' Londres (W illiam A. N orgate),


pág. 12. Señalemos que la idea de emergencia se asem eja a la del “holismo” defen­
dida por el m ariscal Smutts en su filosofía de la totalidad.
está ni preform ada en ellas ni tam poco es produ cid a por u n a combinación
simple de elementos presentes en estas últimas, sino que constituye una
totalidad original que se superpone a las precedentes m ediante una reestruc­
turación de conjunto del equilibrio de los factores presentes, es decir,
m ediante u n a composición no aditiva sino creadora. El resultado de una
com binación de m uchos genes, dice así'Llóyd M organ, después de H aldane,
contiene más que sus efectos respectivos (I b í d pág. 123).
Se deduce de ello que el problem a de la adap tació n se presenta en una
form a muy diferente de la de las concepciones precedentes. Y a no se requiere
u n a arm onía preestablecida, finalidad o anticipaciones, como en las teorías
fijistas o preform istas. Basta adm itir que las totalidades nuevam ente
emergidas engloban en u n mismo todo la situación exterior y la producción
endógena dél organismo. Sin que sea posible red u cir la explicación de un
nuevo carácter a los efectos de un factor aislado que pertenece al medio
externo (como en el lam arckism o), el equilibrio to tal que caracteriza a
u n a nueva form a supone u n a armonización entre todas las influencias
simultáneas, tanto externas como internas. D e esta form a, Lloyd M organ
acepta la posibilidad de u n a herencia de lo adquirido, pero no se pronuncia
sobre el grado de im portancia de este factor (pág. 1 1 2 y siguientes).

Los procedim ientos de pensam iento en juego en la teoría de la emer­


gencia son m uy significativos en cuanto expresión de u n movimiento
general del espíritu y de las formas de explicaciones en el transcurso del
período contem poráneo. E n efecto,. no es difícil observar las mismas acti­
tudes intelectuales en el seno de ciertas epistemologías como todas las que
dependen en m ayor o m enor m edida de la fenomenología alem ana.

E n efecto, sabemos cómo la teoría de la form a (G estalt) reduce toda


explicación a u n problem a de totalidad. E n u n acto de inteligencia, la
organización de las relaciones que adaptan el espíritu a u n a situación nueva
no sería reductible a u n a composición aditiva, sino que supondría la inter­
vención del conjunto del “ cam po” que com prende las acciones del sujeto y
las influencias exteriores: el equilibrio del cam po determ ina entonces, en
función de leyes perm anentes de simplicidad, de regularidad, de sime­
tría, etc., la “form a” del descubrimiento inteligente. Sin que tales formas
sean de carácter a priori, en el sentido de u n a preform ación en las activi­
dades anteriores del sujeto, ellas sin embargo están predeterm inadas por
lar. leyes generales de la organización de. los campos, lo que sitúa a la
teoría dq la form a a m itad de camino entre preform ismo y. emergencia.
Sin embargo, en lo que concierne a cada nueva estructura de percepción
o de inteligencia (a la que se defiiie por reorganizaciones bruscas del campo
de la percepción),, se producen efectivamente emergencias en relación con
las estructuras precedentes, en el sentido de u n a reestructuración de conjun­
to, que engloba en la nueva totalidad tanto a los factores externos como a
los internos.
L a teoría de lá form a, por o tra parte, dio lugar a. u n a serie de tra ­
bajos relacionados sim ultáneam ente con los problem as biológicos, e incluso
epistemológicos. El concepto de. G estalt fue aplicado por K oehler tanto
a las “form as físicas” en general como a las fisiológicas y psicológicas.
Los interesantes trabajos biológicos y neurológicos de Gelb y de Goldstein 1
tuvieron como objeto el carácter indisociable del campo Constituido por el
organismo y su medio, no en un sentido lam arkniano, sino en el de las
totalidades organizadas de acuerdo con leyes de equilibrio de conjunto.

L a teoría de la form a, sin em bargo, procede históricam ente de la


Filosofía fenomenológica y lo que se debe poner en paralelo con la teoría
biológica de la em ergencia es, antes que nada, la epistemología fenom eno­
lógica. E l carácter más general de la fenomenología, sin duda, y en efecto,
consiste en negarse a toda ‘ construcción” en el sentido tanto de la génesis^
psicológica dé los mecanismos operatorios como en el del apriorismo
kantiano. E n la jerarq u ía de los niveles de conocimiento, se caracteriza
entonces fenom enológicam ente a toda nueva realidad por un cierto tipo
de “ existencia” que es irreductible y se basta a sí misma. Lo propio de u n a
epistemología fenomenológica, entonces, consiste _.en. considerar a la relación
entre el sujeto y el objeto no como u n a relación entre.-dos térm inos dife­
rentes o dísociables, sino como u n acto único que aprehende u n a realidad
(diferenciada. Los modos de “existencia” alcanzados p o r'é l conocimiento,
que no suponen, entonces, ni construcción previa ni dualidad entre el
sujeto y el objeto, son aprehendidos entonces no m ediante u n a actividad
discursiva de la razón sino m ediante u n a serie de intócionfis(;t« s ^ ! $ Í ^ .
De este modo, existe u n a intuición racional del número, intuiciones del
hecho social, del hecho jurídico, etc., en resumen, tantas formas de conoci­
m iento vividas y directas como “estructuras” irreductibles entre sí o 1 de,
niveles cualitativam ente distintos de realidad. Las variedades de doctrinas
féñom enoíógicas llam ad a^ “ a n tro p o ló g ic a sin te n ta n , en especial, aprehen­
der a título de totalidades sui generís los diversos aspectos de lo hum ano,
contraponen a las conductas anim ales; estas variedades se rebelan más
radicalm ente aún. contra toda tentativa de construcción genética.
Así, pues, es posible com prender el paralelo que existe entre las
actitudes fenomenológicas en epistemología, las explicaciones “guestálticas”
en psicología de la inteligencia y las explicaciones emergenc.istas en el campo
biológico. E n los tres casos, en el punto de partida se sitúa un a reacción
contra la construcción operatoria o la composición aditiva; dadas las
dificultades de una explicación en detalle de las relaciones en juego, y sobre
todo los fracasos de toda explicación atomística que disuelve el sistema de
conjunto de las coordinaciones o de las transformaciones operatorias en
beneficio de elementos artificialm ente disociados, se tienen en cuenta las
totalidades como tales y se considera que no se las puede descomponer y
como que se explican po r sí mismas. E n tal caso, no se puede, n atu ra l­
mente, hacer derivar lo superior de lo inferior ni tampoco lo inverso, ni
establecer ningún sistema de transformaciones operatorias analizables,
ya que la explicación consiste, simplemente, en m ostrar cómo u n a nueva

7 Véase en particular Goldstein: Der A ufbau des Organismus.


síntesis sucede a otra por reequilibración del conjunto. Sólo la teoría de
la G estalt intentó esclarecer las leyes precisas de estas reequilibraciones,
pero'hem os visto ya (vol. I, cap. 2, § 3) su insuficiencia, incluso en .el plano
perceptual.
Entonces, no debe sorprendernos que las dificultades halladas p o r estos
tres tipos de teorías' se observen tam bién, paralelam ente, en los tres planos
biológico, psicológico y epistemológico. E n los tres casos, en efecto, la
utilización del concepto de totalidad es sólo u n a escapatoria, desde el punto
de vista de la explicación, y no suprim e en n ad a el problem a de la cons­
trucción en el seno mismo de las totalidades cuyas propiedades de con­
ju n to son las m ás específicas. Los análisis emergenciales, “guestálticos” o
fenomenológicos, son sólo buenas descripciones, e incluso si existen niveles
de 1 realidad cuyas formas sucesivas son discontinuas, se debe restablecer
la continuidad m ostrando cuáles son las transformaciones constructivas de
acuerdo con las que u n conjunto reem plaza a otro conjunto. T odo lo que
hemos visto en relación con el concepto de “agrupam iento” operatorio
y lo que veremos luego en. relación con las explicaciones en psicología y
sociología señala la evidencia de esta aserción. Pero la totalidad como tal
constituye un problem a, m ientras que la actitud del espíritu que inspiró
las doctrinas de la emergencia, de la G estalt y de la fenomenología consiste
en utilizar este, concepto como si fuese u n a solución. Desde el p u n to de
vista epistemológico, la fenom enología tiende entonces, por su lógica interna
que consiste en reem plazar la explicación m ediante u n simple análisis des­
criptivo, a sostener la prim acía de lo vivido sobre lo racional, sin aprehen­
der su unión en la acción y en la o peración; de este modo, em prende una
vía sem ejante a la de la intuición bergsoniana (de la que hablarem os
nuevam ente en el § 7).

§ 4. E l LA M A RC K ISM O Y EL E M P IR IS M O EPISTEM O LO G ICO . Los tres tipos


de soluciones que hemos analizado hasta el m om ento son antigenéticas,
o al menos agenéticas, en diversos grados: en efecto, niegan to d a evolución
de la vida y d e l. pensam iento, o la reem plazan m ediante un a preform a­
ción o si n o tam bién m ediante u n a sucesión de estados que se explican
por sus propios caracteres, intrínsecos. E n el caso de los tres nuevos tipos
do soluciones cuyo estudio abordam os ahora, se considera que el hecho de
la evolución de las especie^ o de la construcción m ental es u n a realidad
efectiva que sé debe explicar ^como tal. A hora bien, dato significativo, las
tres variedades de explicación, m encionadas en la hipótesis agenética se
observan com binadas con el punto de vista propiam ente genético. Las tres
soluciones precedentes, en efecto, equivalían a explicar los caracteres especí­
ficos en biología o el conocimiento en epistemología del siguiente modo:
m ediante realidades exteriores a las que el organismo o el pensam iento se
adap tan gracias a su finalidad o a sus “facultades” innatas (fijism o ), o si no
m ediante virtualidades que el organismo o el sujeto pensante contiene
(preformismo o apriorism o) o ta m b ié n ,. por último, m ediante las leyes
de equilibrio que engloban la totalidad de los factores sim ultáneam ente en
juego (em ergencia o guestaltismo fenom enológico). D e la m isma forma, se
puede explicar la evolución de la vida o la construcción de la razón gené­
ticamente, invocando la presión del m edio exterior o de la experiencia
(lamarekismo y em pirism o), por la producción de variaciones endógenas
con selección a posteriori (mutacionismo y convencionalismo), o si no, por
último, m ediante una interacción indisociable del medio y del organismo
o de los objetos y del sujeto (interaccionismo y relativism o).
A este respecto, el lamarekismo ofrece un modelo de explicación
simple de la evolución y encuentra su exacto paralelo en u n a epistemología
n o menos simple representada por la teoría em pirista de la construcción
mental. Por o tra parte, estas dos posiciones fueron com batidas con ios
mismos argumentos, aunque expresados unos en un lenguaje puram ente
biológico y otros en términos psicológicos y epistemológicos.
Lo que caracteriza al lamarekismo, en efecto, es el hecho de concebir
al organismo como una cera blanda o u n a tabla rasa, de acuerdo con
las expresiones que se h an hecho corrientes en el campo m ental. El orga­
nismo no poseería en sí mismo ninguna actividad interna, es decir, en un
lenguaje biológico, ningún mecanismo de variación endógena y sufriría
en forma pasiva las influencias exteriores: de esta form a, el único poder
del ser viviente se reduciría a la capacidad de registrar las acciones del
m edio y de conservar sus efectos. Según L am arck, entonces, todo orga­
nismo debe cada uno de sus caracteres a las adquisiciones logradas por sus
ancestros,' y lo que caracterizaría a la herencia sería esencialrriente el hecho
de transm itir los caracteres “adquiridos” . E n lo que se refiere a esta
adquisición, cuya transmisión hereditaria el gran fundador del evolucio­
nismo prácticam ente no discute, equivale, en su totalidad, a u n a especie
de fijación de los factores exteriores sobre el propio organism o somático.
P ara explicar el mecanismo de este registro, que, según él, actú a como
fuente de las variaciones transm itidas ulteriorm ente, L am arck recurre a
un?, hipótesis llam ativam ente similar, incluso en el lenguaje, a la de los
grandes em piristas de la historia de las teorías del conocimiento: en p re ­
sencia de nuevas situaciones, el organismo se ve obligado a a d a p ta r su
funcionam iento a las condiciones exteriores, y la acum ulación de las p e­
queñas modificaciones, introducidas en este funcionam iento m odifica el
órgano correspondiente: para decirlo de otra form a, en el mismo lenguaje
lamarekiano, el organismo, en contacto con las realidades exteriores m odifi­
cadas, adquiere nuevos hábitos; estos hábitos adquiridos s o n . los que se
traducen m orfológicamente en variaciones en los órganos. “Si intentase
exam inar aquí todas las clases, todos los órdenes, todos los géneros y todas
las especies de los animales que existen, podría señalar que la transfor­
m ación de los individuos y de sus partes, que sus órganos, sus facultades, etc.,
son sólo y.siem pre el resultado de las circunstancias que ca d a especie debió
enfrentar en la naturaleza y de los hábitos que los individuos que la com­
ponen se vieron obligados a adquirir, y que no son el producto de una
form a prim itivam ente existente, que compelió a los animales a los hábitos
que se le conocen ” . 8 E n otras palabras, las “formas” derivan de los h áb i­

8 L am arck: Phüosophie zoologiqüe. (Ed. Schleicher), pág. 224.


tos adquiridos en función de las circunstancias, y los hábitos no se explican
m ediante “form as” preestablecidas. D e este modo, el ejercicio desarrolla
les órganos, m ientras que la falta de ejercicio los atrofia. R educido sólo
a la capacidad de registrador, gracias a los mecanismos del ejercicio
habitual o del no ejercicio, el organismo, de esta m anera, constituye, efecti-
vam enté, una cera blanda, m oldeada y vuelta a m oldear sin cesar por el
medio externo. T o d a la evolución procede de estas presiones sucesivas:
ya que la función crea al órgano, no debe sorprendernos la com plejidad
creciente de las form as y asegurar así su poder de transm itirse a las
generaciones ulteriores que, según las circunstancias, las desarrollarán aun
más o determ inarán su regresión.
Reem placemos ah o ra el térm ino de organism o por el de pensamiento.
Consideremos al medio externo desde el ángulo de lo que se puede percibir
en él m ediante los órganos de los sentidos y designemos, en consecuencia,
como “presión de la experiencia” la acción ejercida por éste medio sensible
sobre el espíritu del sujeto. E n este nuevo lenguaje, el lamarekismo podrá
dar lugar a u n a traducción literal y se obtendrá su simple duplicatum bajo
la form a del em pirismo clásico. Así, entonces, se considerará que el
espíritu y el organism o son esencialmente pasivos, y sufren desde el exterior
las coacciones de la realidad sensible, lim itándose su actividad a un registro
de las influencias recibidas, y a su utilización ulterior. A las repeticiones
acum ulativas de las acciones del medio, m encionadas por L am arck como
causa de la variación, corresponderán las experiencias repetidas, fuente de
todo conocimK' to; el ejercicio habitual, pivote del sistema lamarekiano,
se presentará bajo la form a de las asociaciones y del hábito m ental, prin­
cipios de las únicas conexiones que reconoce el empirismo. L a explicación
de la causalidad po r p arte de H um e, po r estar basada en puros hábitos sin
ninguna construcción racional interna po r parte del sujeto, es así la simple
duplicación, en térm inos epistemológicos (y pese a que es anterior crono­
lógicam ente), de la explicación de la variación por parte de L am arck
como resultado acum ulativo de los ejercicios impuestos por las circuns­
tancias que se repiten en el medio, sin que intervenga ninguna fuente
endógena de transform ación.
. Sin duda, se deben distinguir aquí dos traducciones diferentes de la
biología lam arekiana en el campo de la inteligencia y del conocimiento.
E n prim er lugar, se puede considerar sólo al. desarrollo individual, es decir
la construcción m ental que conduce desde el nacimiento hasta la razón
adulta. L a concepción em pirista rigurosa de la tabla rasa lleva entonces a
considerar al estado inicial de esta evolución ontogenética del pensam iento
como desprovisto de to d a tendencia innata. El lamarekismo, entonces, es
susceptible de traducción psicológica sólo en la m edida en la que propor­
ciona u n a explicación de la variación o de la adquisición, haciendo abstrac­
ción de la transm isión hereditaria de los caracteres adquiridos. Lo que
acabamos de decir debe ser considerado por lo general en el interior de
este campo lim itado. Incluso el paralelo es más interesante en este sentido
limitativo, ya que sucede a menudo, entonces, que los autores se m an­
tengan ajenos a toda com paración consciente, presentando a pesar suyo
los mismos modos de pensar en el campo de la evolución de los seres
organizados o si no en el del desarrollo de la inteligencia individual.
Como es natural, también puede suceder que se aplique, aun q u e esta
vez en form a consciente, el lamarckismo a la evolución m ental d e la raza.
E n este caso, el mecanismo de las adquisiciones seguirá siendo el mismo,
pero se considerará a los hábitos intelectuales adquiridos como susceptibles
de transm isión hereditaria. Entonces, ya no se com parará al niño en el
m om ento de su nacim iento con u n a tabla rasa, sino que se considerará
que se encuentra en posesión de mecanismos m entales innatos. Sólo que,
aunque transm itidos hereditariam ente, se considerará que estos m ecanis­
mos son residuos de experiencias ancestrales y, desde el punto de vista
de la epistemología general, corresponderán entonces a un mismo em pi­
rismo, sim plem ente generalizado: sólo la psicología de la inteligencia del
niño divergirá de este m odo entre lo que se podría designar como empirismo
racial y el empirismo individual, pero sus consecuencias epistemológicas
serán exactam ente las mismas. Esto se puede percibir én form a acabada
en el sistema de H . Spencer.
Exam inemos ahora las objeciones form uladas tan to contra el lam arc­
kismo como contra el empirismo epistemológico. Si la correspondencia
térm ino a térm ino entre las tesis lam arckianas y las tesis asociacionistas o
empiristas es exacta, cabe esperar que se la pueda observar tam bién entre
las objeciones form uladas contra estos dos tipos de interpretaciones. Pero
nos sorprenderem os u n a vez más al com probar cuán poco consciente es pol­
lo general este paralelismo. M uchos biólogos familiarizados con las críticas
dirigidas al lamarckismo y que com parten, por su parte, las opiniones
antilam arckianas difundidas en la actualidad, no consideran que es ilógico
sostener en el cam po del conocimiento y de la filosofía d e las ciencias un
empirismo radical, como si la inteligencia, entonces, y contrariam ente al
resto del organismo, pudiese no poseer ningún poder de actividad interna
y se lim itase a reflejar en form a pasiva las asociaciones adquiridas en
función de la experiencia exterior.
Es cierto que en ese caso se tra ta de desarrollo individual. A hora bien,
por antilam arckiano que se sea en lo que concierne a la evolución d e las
especies mismas y la producción de los genotipos, se puede aco rd ar a
JLamarck que sus esquemas explicativos se aplican a menudo a la pro­
ducción de los fenotipos, dejando en suspenso todo el problem a de la
herencia de lo adquirido. En el caso de las limneas que hemos estudiado
(capítulo 1, § 4 ) , todo el m undo aceptará que las morfosis contraídas que
viven en los grandes lagos se deben a acción de las olas que actú an en
form a continua durante el desarrollo individual: estas “circunstancias”
exteriores, entonces, son efectivamente productoras de “ejercicio” y de
hábitos motores que se inscriben en la form a de la caparazón, es decir
en la morfogénesis fenotípica. Lo que los antilam arckianos objetarán, es,
simplemente, que tales fenómenos originados en la acción del medio y en los
hábitos adquiridos puedan fijarse hereditariam ente bajo la forma de geno­
tipos. Se dirá entonces que no existe n in g u n a. contradicción en ser an ti­
lam arckiano en biología y em pirista en epistemología, considerándose que
el conocimiento es relativo a los mecanismos individuales del desarrollo, y
p or lo tanto a un proceso fenotípico y no a los mecanismos heredados
o genotípicos. Pero el problem a, precisam ente,, es el de saber si es así, y
llam a la atención que se pueda ser al mismo tiempo antilam arckiano
y em pirista sin planteárselo. A hora bien, de la misma m anera en que los
fenotipos, al mismo tiem po que son relativos al medio que los condiciona
lo son tam bién a los genotipos que perm iten su formación, igualm ente la
inteligencia, que se acom oda a la experiencia en u n m odo análogo al
que un “acom odante” fenotípico sufre la influencia del medio, depende,
po r otra parte, de factores de coordinaciones internas susceptible de orien­
tarlo y que condicionan su form a de asim ilar lo real (factores nerviosos
de m aduración y de ejercicio, etc.). E n consecuencia, es efectivamente
contradictorio ser al mismo tiem po antilam arckiano en biología y empirista
en epistemología y llam a la atención com probar en qué escaso grado los
biólogos tienen conciencia de esta contradicción.
U na vez dicho esto, se conocen bastante las objeciones que la genética
experim ental h a form ulado contra el lamarckismo. L a principal es la de
que, hasta estos últimos tiempos, no se h a logrado poner de manifiesto,
en form a decisiva, la transm isión hereditaria de los caracteres adquiridos.
Pese a los millares de experiencias que perm itieron producir en laboratorio
morfosis fenotípicas de toda clase, no se h a com probado, en form a general,
que estos “acom odantes” se fijen hereditariam ente bajo la form a de geno­
tipos. T al es el hecho concreto. A p a rtir de ello, la mayor p arte de los
biólogcs contem poráneos form ulan la siguiente conclusión: no existe nin­
guna herencia de los caracteres adquiridos bajo la influencia del medio.
Algunos espíritus más prudentes, que recuerdan nuestra ignorancia com­
pleta en el cam po de la herencia citoplasm ática, sus relaciones con la cromo-
sómica, y que no se. podría dem ostrar por la experiencia la no existencia de
un hecho, se lim itan a afirm ar lo siguiente: suponiendo que el medio sea
susceptible de provocar variaciones hereditarias, ello, en todo caso, se pro­
duce én función de factores y de acuerdo con condiciones que suponen
um brales de duración o de intensidad, factores y condiciones que no pu e­
den o n o h an podido ser descubiertos hasta el m om ento en el labora­
torio. E sta conclusión, entonces, no excluye la posibilidad de u n a herencia
de lo adquirido que actúe en form a lim itada en la naturaleza, pero tanto
cuando se adopta esta posición reservada como cuando se aventura un a
negación definitiva, es evidente, en ambos casos, que el organismo no podría
presentar la plasticidad ilim itada en la que creía L am arck: la organización
hereditaria, productora de genotipos, no recibe sin discontinuar las huellas
del medio sino que, po r el contrario, constituye un sistema de actividades
enteram ente cerradas sobre sí mismas, o, en todo caso, bastante poderosas
como p a ra asim ilar a su m anera las influencias externas.
En estas condiciones, no se podría atribuir ni la variación o evolución
de las especies ni la adaptación hered itaria al simple ejercicio impuesto
por el medio exterior. Si el medio interviene, se lo puede considerar sólo
como un factor entre otros, y los factores internos son por lo menos tan
im portantes com o él. Estas son las reservas que se im ponen en la actualidad
frente a la hipótesis lam arckiana.
A hora bien, es absolutamente evidente que el tip o de dificultades que
debió en fren tar el lamarekismo encuentran su exacto paralelo en las dificul­
tades que presenta el empirismo epistemológico. Desde los comienzos del
em pirismo h a sido posible responderle que el conocimiento no tiene n ad a
de pasivo y que el espíritu no es en absoluto una cera blanda. Al adagio
sensualista, que afirm a que todo lo que está en la inteligencia pasó previa­
m ente po r los sentidos, Leibniz le form uló la célebre objeción nisi ipse
intellectus, que equivale a contraponer la actividad operatoria a la pasi­
v idad de la experiencia sensorial, de la misma form a en que la biología
contem poránea contrapone la actividad d e los factores genotípicos a las
influencias del medio productoras de fenotipos. El papel secundario de la
sensación y de las asociaciones pasivas en la deducción racional, entonces,
es com parable al papel de los “acom odantes” no transmisibles en la p ro ­
ducción de las variaciones hereditarias. E n forma general, el apriorism o
estático, en prim er lugar, y luego el actual racionalismo dinám ico de la
filosofía de las ciencias h an contrapuesto al empirismo la consideración de
la actividad del sujeto, que m oldearía a los objetos tan to como se acom o­
d aría a ellos; p a ra ello, recurrieron a argumentos paralelos a aquellos
m ediante los que la biología subrayó el papel de los factores endógenos p o r
oposición a la pasividad del organismo en la que creía el lamarekismo.
Estas objeciones de orden epistemológico dirigidas al em pirism o fueron
confirm adas por la refutación progresiva del asociacionismo en el terreno
de la psicología esperimental. L a inteligencia, como se pudo dem ostrar a
través de la experiencia, es esencialmente u n a actividad y no un sistema
de imágenes o de conexiones asociativas sufridas en form a pasiva. El
papel de la m aduración, revelado por la neurología y la psicología clínica
in tern a dél desarrollo intelectual, lim itan y canalizan las influencias exte­
riores originadas en la experiencia. Esta m aduración, al igual que el papel
inicial de los reflejos hereditarios en la actividad sensoriomotriz, que se
sitúa en el origen de las prim eras formas de la inteligencia, se trad u cen
en el hecho capital de que la inteligencia nu n ca es acom odación p u ra a las
realidades exteriores, sino asimilación de éstas a las actividades del sujeto.
D e esta form a, el papel respectivo de la asimilación y de la acom o­
dación en el proceso del conocimiento proporciona el equivalente epistem o­
lógico de la actividad genotípica y la formación de los “acom odantes”
fenotípicos en el terreno de la genética biológica. Incluso en lo que
concierne al desarrollo individual de la inteligencia, independientem ente
de los problem as de herencia intelectual, el hecho de la asimilación m ental
(que rem onta hasta la asimilación refleja o incorporación de los objetos
a los esquemas motores ya organizados hereditariam ente) es, entonces, el
equivalente de estos factores de actividad del sujeto o del organism o, que
L am arck deja a u n lado en beneficio de los factores de acom odación pura.
E l espíritu nu n ca copia simplemente al objeto, ya que lo asim ila a sus
esquemas, de la misma form a que una variación fenotípica no es nun ca
independiente del genotipo del individuo considerado, y que, a fortiorí, u n a
variación hereditaria no se produce nunca sin la intervención de los factores
endógenos presentes con anterioridad y a ios que se asimilan las influencias
eventuales del medio.
E n resumen, las tesis del Essai sur l'entendem ent hum ain, obra en
hv que Locke, oponiéndose a Descartes, consideraba al espíritu como un
simple receptor; del Tratado de la naturaleza humana, en el que H um e
explica en 1740 el conocimiento m ediante el hábito y la asociación, y de la
Philosophie zoologique, que L am arck consagró en 1800 a su explicación de
la evolución m ediante la acción del medio, sin llam ativam ente coincidentes
en sus afirm aciones y en sus insuficiencias, examinadas a la luz de los
hechos biológicos y psicológicos conocidos en la actu alid ad ; esta conver­
gencia constituye una im portante garantía de la posibilidad de elaborar
en la actualidad una epistemología científica.

§ 5. E l m u t a c i o n i s m o y e l p r a g m a t i s m o c o n v e n c i o n a l i s t a . Por
reacción contra el lamarckismo, y como consecuencia de los descubrimientos
experim entales que perm iten verificar la ley de M endel y que revelan la
producción espontánea de m utaciones bruscas, se desarrolló todo un movi*
m iento de interpretación que conquistó en algunos medios la casi unani­
m idad de las opiniones y cuyos primeros signos de declinación se observan
sólo en la actualidad. P ara juzgar este “mutacionismo” , sin embargo,
conviene distinguir con cuidado dos cosas: por un lado, la doctrina que
se designa de este m odo y que consiste en u n a teoría explicativa entre otras
posibles; en segundo lugar, el hecho experim ental constituido por la exis­
tencia de las m utaciones, a las que se puede explicar de diferentes maneras.
El principio de la interpretación “m utacionista”, en el sentido doctrinal de
la palabra, se reduce, entonces, a u n a doble afirm ación: las mutaciones
se producen en virtud de transform aciones internas de las sustancias germi­
nales, sin influencia del medio exterior, pero estas mutaciones, consideradas,
así, como fortuitas en relación con el medio, son seleccionadas a posteriori
por éste; las m utaciones letales desaparecen en form a autom ática, mientras
que las únicas que subsisten son las m utaciones cuyos caracteres, por azar,
resultan ser com patibles con el m edio (en consecuencia, la adaptación no
es más que el resultado de esta separación).
Este doble esquem a de la variación fo rtu ita y de la selección a poste­
riori, está ya presente, en parte, en la obra de Ch. D arw in, pero con dos
diferencias. Por un lado, D arw in, que tuvo el mérito de prever en forma
explícita la posibilidad de las variaciones fortuitas, adm itía, sin embargo,
la herencia de los caracteres adquiridos, aunq u e no les atrib u ía el papel
esencial que se le atribuye en la doctrina de Lamarck. Por otra parte,
D arw in, bajo el nom bre de selección, incluía sobre todo la selección entre
las especies y entre individuos originada en la com petencia y en la “lucha
por la vida” . Sin excluir la selección operada por el propio medio, atribuía
u n papel exagerado a la com petencia en el mecanismo de la selección;
desde entonces, se h a podido dem ostrar la escasa im portancia de tal factor.
Sin embargo, la idea darw iniana de selección suponía u n a generalización
posible en el sentido de u n a selección originada en el medio entero, y el
m utacionismo se com prom etió en esta dirección, debiéndose com prender
que esta selección no explica entonces a la variación como tal, sino, tan
sólo, la supervivencia de las variaciones viables.
El prim er dogm a de esta doctrina contem poránea, entonces, es la
producción puram ente endógena de las nuevas variaciones. Por otra parte,
debemos entendernos sobre este punto. Se h a podido dem ostrar que algunos
agentes tales como la tem peratura, los rayos X o los rayos ultravioletas
pueden determ inar la producción de m utaciones .'1 Pero, de acuerdo con el
m utacionismo, éstos son sólo procesos de aceleración o de desencadena­
m iento: estos factores simplemente desencadenan un mecanismo interno
que hubiese podido funcionar por sí solo y que es la verdadera causa de
las m utaciones observadas; en particular, no existe ninguna relación precisa
entre la morfología de las mutaciones producidas y la naturaleza de los
factores desencadenantes o aceleradores. Por otra parte, todos saben que
el alcohol u otras toxinas pueden provocar enferm edades a las que se llam an
hereditarias porque se transm iten durante algunas generaciones. Pero no
se tra ta en este caso de un mecanismo realm ente genético, ya que estos
caracteres nosológicos no son estables: simplemente, se produce u n a intoxi­
cación del germ en por penetración directa de las sustancias tóxicas en
las células germinales, y esta intoxicación desaparece por sí misma después
de algunas generaciones, de la m isma forma en que lo hace un a intoxicación
som ática de duración lim itada.
Las mutaciones, originadas por hipótesis en simples modificaciones
físico-químicas internas, son consideradas entonces como fortuitas en rela­
ción con el medio exterior y con las influencias que ejerce sobre el soma.
Esto es evidente, ya que al ser el azar la interferencia de series causales
independientes, u n a interpretación que considere a la producción de las
mutaciones como independiente del medio llevará necesariam ente, bajo
reserva de una arm onía preestablecida o de u n a finalidad contradictoria
con la causalidad físico-química asignada a las m utaciones, a la idea del
carácter fortuito de éstas respecto del medio.
U na vez producida la m utación, se com prende con facilidad, p o r o tra
parte, que el mecanismo de selección determ inará su supervivencia o su
desaparición. Sea, por ejemplo, la m utación que determ inó que el topo
sea ciego (carácter que L am arck atribuía al no funcionam iento del órgano) ;
autom áticam ente, los topos ciegos desaparecerán de la superficie del suelo
donde serían víctimas tanto de sus enemigos (rapaces, etc.) como de su
incapacidad para hallar las condiciones propicias de alim entación; p o r el
contrario, los topos sobrevivirán bajo tierra porque escapan a estas causas
de destrucción. L a m utación fortuita da lu g ar entonces a un a selección
a posteriori (es decir después de su producción) p o r parte del medio en
general, sin que la adaptación resulte de u n a acción d e este medio sobre
la m utación misma. Cabe preguntarse por qu é el hecho de vivir bajo tierra
como conducta psicológica pudo d ar lugar, entonces, a una fijación heredi­
taria, es decir a u n instinto: el mutacionismo .responderá que los instintos,

9 Véase Guyénot: La variation. (D oin), cap. v ii.


al igual que todos los caracteres hereditarios, se originan en m utaciones
fortuitas y que sólo h a n sobrevivido los individuos que poseían propiedades
genéticas que regulan su conducta de form a tal que pudieran vivir bajo
tierra, con exclusión de aquellos a quienes sus reflejos incitaban a trepar
a los árboles o a correr a cielo descubierto.
Apliquemos ah o ra este doble esquema de la variación fortuita y de la
selección a posteriori, en el cam po del desarrollo de la inteligencia, en
el individuo o en la historia del pensam iento. Las variaciones fortuitas
estarán representadas entonces por las producciones endógenas del intelecto
o de la constitución sensoriomotriz. D e este modo, H . Poincaré atribuía
en parte el concepto de las tres dimensiones del espacio al hecho de que
estamos provistos de órganos de equilibrio que prevén este núm ero p a r­
ticular (los tres canales sem icirculares), y no dos o cuatro como sería
posible geom étricam ente. D e la m ism a form a, Claparéde, en su teoría
del “tanteo”, atribuye la form ación de las prim eras hipótesis a implicaciones
endógenas que surgen desde el prim er contacto con la experiencia, pero
cuyo mecanismo im plicatorio debería ser considerado como an terio r a las
repeticiones empíricas. Estas actitudes iniciales son entonces fortuitas en
relación con el m edio (con la experiencia) y están determ inadas desde el
interior por la estructura del organismo o del pensamiento. E n lo que se
refiere a la selección a posteriori, será entonces expresión de las coacciones
de la experiencia, es decir de los éxitos o de los fracasos que elim inan las
hipótesis no fructíferas y conservan las que m uestran ser cómodas, útiles o
simplemente adecuadas a los datos presentes.
D e esta form a, la teoría de la inteligencia, basada en el ensayo y
el error o en el tanteo, es sólo la aplicación psicológica del mismo esquema
que inspira en biología el m utacionism o, tanto cuando conserva a la inteli­
gencia sola como cuando, incluso, rem onta hasta las estructuras sensorio-
m otrices del organismo. E n cuanto a la doctrina epistemológica que prolonga
esta concepción de la inteligencia, ésta será naturalm ente, el pragm atism o
en filosofía general y el convencionalismo en filosofía de las ciencias.
Examinemos desde este punto de vista el convencionalismo de Poin­
caré 1 0 (que, po r otra parte, se -ve atenuado en él p o r algún tipo de aprio-
rismo, de la m ism a form a que el m utacionism o biológico, tal como lo hemos
visto en el § 2 , se desliza con frecuencia en la dirección del preform ism o) :
los grandes principios de la ciencia son sólo “convenciones” dictadas por la
estructura tanto de nuestros órganos (espacio, etc.) como de nuestra
inteligencia (conservación, etc.) y que presentan u n carácter “cómodo”
porque satisfacen nuestro espíritu al mismo tiem po que lo ad a p ta n a la
experiencia. E n lo que se refiere a esta adaptación, Poincaré la atribuye
s. u n a serie de “golpes de pulgar”, como dice con tono fam iliar, es decir,
precisamente, a u n a selección a posteriori: se extrae de la experiencia lo
que corresponde a las ideas preconcebidas y se actú a de form a tal que
perm ita no ser contradicho, conservando sólo aquellas que p ueden acor­
darse con toda experiencia posible.

W Véase vol. II, cap. 5, § 4.


E n el p la n o de la epistemología filosófica en general, el pragmatism o
constituye la prolongación de este convencionalismo científico. No hay
verdad en sí (d e la misma form a en que el m utacionism o considera que
no hay ad ap tació n directa) : sólo hay éxitos o fracasos. L a idea verdadera
es aquella que satisface nuestras necesidades instintivas (origen endógeno)
y lleva a u n a acción eficaz (selección a posteriori en contacto con lo re a l).
El pragm atism o mismo está relacionado con el apriorism o m ediante vínculos
de filiación continua (W. James era el discípulo del neokantiano Renouvier
y trad u jo el a priori en términos de acciones utilitariam ente eficaces u ),
de la m ism a form a en que el m utacionismo contem poráneo se vincula con
el preform ism o de Weissmann.
El paralelism o de estos esquemas explicativos es tan to más llamativo
cuanto que entre el pragm atism o, el convencionalismo y la teoría del
ensayo y error y, por otro lado, el m utacionism o biológico no h a h a­
bido n ingún tipo de influencia recíproca; y m ucho m enos existió entre
el lam arckism o y el empirismo o incluso entre el preform ism o y el aprio­
rismo. Sin em bargo, al igual que en lo que concierne a las otras grandes
soluciones exam inadas hasta el m om ento, el paralelo entre la actitu d bio­
lógica y la actitud epistemológica correspondiente (incluso cuando los
autores no tienen ninguna conciencia acerca de esta correspondencia o
adoptan u n a interpretación epistemológica contradictoria con sus teorías
biológicas) prosigue no sólo entre las tesis como tales sino entre las obje­
ciones a las que estas tesis han dado lugar en el doble terreno de la vida
y del pensam iento.
E n lo que se refiere al mutacionismo biológico, se puede observar desde
ya que la gran dificultad que debe enfrentar esta explicación cuando se la
generaliza a la evolución en su totalidad es el pape] sorprendentem ente
desproporcionado, en relación con su poder real, que atribuye al azar. Se
puede acep tar con facilidad que el azar dom ina las pequeñas mutaciones
que transform an un ojo negro en u n ojo rojo, qué alargan o acortan las
dimensiones de u n órgano, suprimiendo incluso la visión o los miembros, etc.
Pero considerar que el azar ha presidido la form ación de las especies desde
los protozoarios hasta los vertebrados superiores presenta u n a dificultad
análoga a la que señala E. Borel en relación con el intento de hacer surgir
toda la obra de Víctor H ugo de u n a m ezcla continua de las letras del
alfabeto.
L a teoría de la herencia condujo a distinguir la herencia “especial”
o cromosóm ica ligada a las sustancias nucleares y cuyas combinaciones
condicionadas p o r la anfim ixia producen las variaciones propias de las
razas y de las subespecies, y la herencia “general” ligada al "citoplasma
p ortador de los caracteres genéticos y de orden superior. E n consecuencia,
no se h a pro b ad o en absoluto que las leyes intranucleares se apliquen a la
herencia de los grandes tipos de organización o géneros y especies mismas,

11 W. Jam es 'considera a su propia doctrina como u n “ empirismo radical” ,


pero teniendo en cuenta el aspecto de éxito, es decir de selección a posteriori y no
la fuente d e la acción pragmática.
y el mutacionism o ha extrapolado en form a singular nuestros conocimientos
rudim entarios actuales p ara extraer de ellos un a explicación tan general.
Esto es tanto más verdadero cuanto que sólo u n conocimiento preciso de
las interacciones entre los factores cromosómicos y los factores citoplas-
máticcs perm itirá, sin duda, resolver el problem a de la influencia del
medio al igual que el de las relaciones entre la ontogénesis y los mecanismos
genéticos.
Por o tra parte, la solución del problem a de la adaptación, incluso en
el plano de las pequeñas variaciones raciales, se vio com plicado en forma
singular por el m utacionism o en lugar de haber sido aclarad a por él. Sin
duda, un gran progreso tuvo lugar, en el sentido de que sabemos ahora
cómo distinguir las adaptaciones reales de las adaptaciones aparentes origi­
nadas en u n a simple selección a posteriorí. Y a no experim entarem os la
tentación que sentía Lam arck de atribuir el largo cuello de la jirafa
al hábito de com er las hojas de los árboles (sobre todo que la jirafa come
r, m enudo las hierba; pese a las dificultades que debe a fro n ta r ) . Sin
embargo, u n a vez que se dejan a u n lado las adaptaciones p o r selecciones
?. posteriori, ¿es posible resolver el problem a de la ad ap tació n en general
negando toda relación de conveniencia entre ciertos órganos hereditarios
y las condiciones correspondientes del m edio? L. Cuénot, que niega la
herencia de lo adquirido, escribió, sin embargo, un libro notable 1 2 en el que
distingue las preadap.taciones o variaciones fortuitas con selección ejercida
por el m edio y las adaptaciones verdaderas, cuya realidad dem uestra me­
diante consideraciones estadísticas. A hora bien, al negar toda herencia
susceptible de registrar las acciones del medio, no puede proponernos nin­
guna solución a su respecto: la adaptación es un hecho, nos dice, pero
que no se puede explicar en el estado actual de los conocimientos. Ello
señala con claridad la im potencia del mutacionismo. D e la m isma forma,
Caullery resume la situación actual con una fórm ula lla m a tiv a: ¡ conocemos
experiínentalm ente sólo dos tipos de variaciones, las adaptativas pero no
hereditarias (los fenotipos) y las hereditarias pero que no tienen n ad a de
adaptativo (los g enotipos)!
Por ello, cuando los m utacionistas, una vez que d ejan de atribuir todo
al azar, y hacen una concesión a la realidad de la adaptación, pero sin
ceder en n ad a en lo que concierne a la posibilidad de tina acción hereditaria
del medio, se ven llevados en la dirección del preformismo. Sin embargo,
no sería difícil dem ostrar que en esta región m edianera entre el m uta­
cionismo y el preform ismo, los autores se refieren en realidad, y en form a
implícita, a una interacción entre el organismo y el medio. C uando Cuénot,
por ejemplo, habla de adaptación, sin pretender explicarla, o de u n a “onto­
génesis que p rep ara el futuro” , cuando G uyénot (en su estilo actual) habla
igualm ente de respuestas adaptativas y de un “funcionam iento profético”
del organismo, nos encerramos en efecto en una alternativa: se m antiene
la imposibilidad de toda herencia de lo adquirido, y tales términos significan
entonces arm onía preestablecida y preform ación, o si no rechazamos un

12 L. C uénot: L ’adaptation (D o in ).
preform ismo que sim plem ente omite las dificultades y recurrim os en forma
im plícita a u n a interacción entre el organismo y el m edio: en efecto,
anticipar un acuerdo con el medio supone, ya, sufrir su influencia.
■A hora bien, se puede realizar una reflexión que los mutacionistas
olvidan a m enudo, cuando atribuyen todo al azar o se com prom eten en la
dirección preform ista; dicha reflexión, si se la profundiza, puede elucidar
las relaciones más esenciales que existen entre el organismo y el medio.
Si todo es azar y selección a posteriori, los conceptos fundam entales de la
inteligencia, cuyas raíces se encuentran en la región sensoriomotriz que
vincula la vida m ental con el organismo, tienen entonces tam bién, por su
parte, u n a fuente fo rtu ita en relación con la experiencia. A p artir de ello,
se podría deducir que la ciencia, que es la m ejor adaptación del organismo
hum ano al m edio exterior, sería adecuada a su objeto sólo en la m edida
en que constituyera u n a acom odación fenotípica y sería u n producto del
azar en la m edida en que sus ideas fundam entales expresaran nuestra estruc­
tura m ental hereditaria. E n consecuencia, el m utacionismo sería u na doc­
trina más o menes fortuita, es decir que obraría al azar, en la m edida
en que se basa en la razón. A esto, los mutacionistas prudentes responderán
que la razón está efectivam ente adaptada a lo real, pero sin que se sepa
cómo. Surge entonces el mismo dilem a: esta adaptación se origina de una
arm onía preestablecida entre m arcos a priori y la experiencia, y henos
nuevam ente en el preform ismo, o si no existe una interacción entre el medio
y el organismo, lo que nos conduce al interaccionismo.
Sí examinamos antes las objeciones suscitadas en epistemología de las
ciencias por el convencionalismo, encontramos las mismas dificultades, ya
que la convención, se reduce a lo arbitrario, es decir el azar tradiicido en
térm inos psicológicos, o si no las así llam adas convenciones no son tales
en realidad. Si todo es convención, respondió L. Brunschvicg a Poincaré,
la palabra convención pierde su significación, ya que una convención se
refiere esencialmente a lo que no es convencional. En ciencia, al igual que
en biología, existe entonces adaptación propiam ente dicha y esto es probado,
precisam ente, po r la aplicación del concepto de espacio a la física. M ientras
Poincaré, fiel a su convencionalismo, consideraba que el problem a de saber
si el espacio de la experiencia es euclidiano o no carece de significación, ya
que se trata de simples traducciones de la experiencia, más o menos cómodas
en relación con el carácter fortuito de nuestros órganos y de nuestra consti­
tución, la evolución de esta m ism a teoría de la relatividad a cuya creación
Poincaré había contribuido (y que hubiese podido desarrollar en su tota­
lidad de no haber sido por su convencionalismo) decidió finalm ente en
favor del espacio ríem aniano: esta teoría demostró entonces que la elabo­
ración de los esquemas espaciales constituye u n a adaptación propiam ente
dicha y no sólo el resultado de decisiones arbitrarias en relación con lo real,
con selección a posteriori de acuerdo con u n principio de simple corres­
pondencia global.
E n lo que se refiere a la teoría pragm ática en general, su subordinación
de lo verdadero a lo ú til o al éxito condujo a u n simple irracionalismo.
Caben dos posibilidades: la acción invocada por el pragm atism o conduce
a operaciones coherentes (como en Dewey) y volvemos a la razón, pero
tam bién a una adaptación que supera lo cómodo y lo p ráctico ; o si no la
acción perm anece subordinada a su éxito como tal, desligada de toda ade­
cuación d u radera con lo real y de to d a coherencia form al, y se d a la
espalda entonces, en form a sim ultánea, a la operación y a la razón, en
beneficio de “existencias” que recuerdan las de la fenom enología pero que,
al menos, tienen el m érito de reconocer su carácter subjetivo y utilitario.

§ 6 . E l i n t e r a c c i o n i s m o b i o l ó g i c o y e p i s t e m o l ó g i c o . El lamarekis­
mo, al explicar toda variación p o r la presión exclusiva del m edio exterior,
debe enfrentar las dificultades inherentes a la transm isión de los caracteres
ad quiridos; el mutacionism o, p o r su parte, al negar toda influencia del medio
sobre los mecanismos hereditarios, enfrenta la dificultad inversa de un a
imposibilidad de explicar la adaptación. ¿N o sería posible, entonces, con­
cebir una actitucf interm edia que túviese sim ultáneam ente en cuenta las
producciones endógenas del organismo y las influencias del medio, pero
subordinando éstas a la consideración de um brales de intensidad, de d u ra­
ción, etc., que expresarían la resistencia característica de los mecanismos
internos a las influencias del exterior? E sta tesis, entonces, equivaldría a
'Hecir que, pese a que si bien no todos los fenotipos se transformar) en
genotipos como lo afirm aba Lam arck, algunos, sin em bargo, lograrían
fijarse hereditariam ente.
A hora bien, hasta hace algunos años se hubiese considerado que esta
afirm ación correspondía a la especulación p u ra ; en la actualidad, se la
puede fu ndam entar en dos tipos de hechos. El prim ero, y de lejos el más
im portante, es la producción experim ental de m utaciones m ediante com­
puestos químicos. M ientras que hasta ese m om ento se hab ía logrado suscitar
la aparición de m utaciones sólo por interm edió de radiaciones (rayos X,
etc.), que desorganizan en p arte la sustancia germ inal, un cierto número
de investigadores (A uerbach y Robson, Dem erec, etc.) lograron producir
m utaciones en las bacterias, en especial en el caso de la Escherichia foli,
recurriendo a diversas sustancias, como el desoxicolato de sodio, etc . 1 3
A hora bien, contrariam ente a las objeciones de algunos mutacionistas, se
h a podido com probar que las bacterias pueden reproducirse sexualmente
y que los resultados observados poseen, entonces, un valor general. Por
otra parte, las mismas sustancias producen modificaciones en el patrim onio
genético de los drosofilas. D e esta form a, nos encontram os en el punto
inicial de trabajos de gran im portancia en lo que se refiere al análisis de
la organización estructural y de la m odificación de los genes.
E n segundo lugar, en algunos casos privilegiados es posible poner de
m anifiesto la fijación de algunos fenotipos en genotipos, incluso si’el proceso
de esta fijación es aún com pletam ente misterioso. Esto es lo que hemos
in tentado realizar m ediante el estudio de las razas lacustres de L,imnea
stagnalis que hercios m encionado anteriorm ente (capítulo 1, § 4 ). U na

13 Véase E. M. W itkin: “M utations in Escherichia coli induced by chemical


agents” , Symposia on Q antitative Biology, vol. X I I (1947), págs. 256-269.
vez que se dem uestra que esta especie d e moluscos acuáticos que viven
habitualm ente en los pantanos d a nacimiento a fenotipos agitados en el
agua de los grandes lagos, a causa de las acciones mecánicas ejercidas sobre
la en tra d a de la concha y sobre la espira, hemos intentado determ inar si los
más contraídos entre éstos correspondían a razas hereditariam ente estables
que p resentan u n carácter análogo. El problem a es tanto m ás interesante
cuanto que conocemos bien la historia posglacial de estas fo rm as: en los
mismos lugares en los que en la actualid ad se encuentran las variedades
contraídas, en el neolítico vivían aú n las formas alargadas análogas a las
de los pan tan o s o de la zona sublitoral de los lagos actuales; la contracción,
po r lo tanto, se constituyó entre el neolítico y la actualidad.

A hora bien, la cría de cinco a seis generaciones de diferentes Varie­


dades de L im naea stágnalis (así como su selección hasta el estado de razas
puras y su crecimiento conform e a las leyes mendelianas) reveló la exis­
tencia de cinco razas distintas (tres de alargam iento decreciente que designa­
remos A, B y C, una cuarta bastante contraída (D ) y u n a quinta m uy
contraída (E ) que supera, en el caso d e las tres cuartas partes de los
individuos criados en acuario, los límites extremos de contracción (últim a
m ilésim a) de las formas observadas en aguas tranquilas .1 4
E l hecho esencial es el de que esta raza E, la más contraída, surgió
precisam ente de las poblaciones m ás contraídas en naturaleza, que viven
en las playas pedregosas menos inclinadas y más agitadas del lago de
N euchátel. L a raza D corresponde a las playas menos agitadas (y más
inclinadas) del Lemán. E n lo que se refiere a las razas A, B y G viven
en pantanos, pero sin em bargo pueden vivir tam bién en lagos en los que
presentan fenotipos semicontraídos en medios de agitación v ariab le; puede
suceder tam bién que en los lugares más expuestos lleguen a presentar feno­
tipos ta n contraídos como los de la raza D (o incluso en algunos casos E ) ,
pero n atu ralm en te sin ninguna fijación hereditaria.
U n a vez señalado esto, se puede com probar en qué consistirá la in ter­
pretación m utacionista. E lla insistirá, en primer lugar, acerca del hecho
de que n a d a dem uestra u n parentesco genético entre el fenotipo contraído
observado en el agua agitada y el genotipo contraído de raza E que parece
corresponderle p o r presentar los mismos caracteres morfológicos. L a gam a
de variaciones posibles de una especie es bastante pequeña y, por lo tanto,
se puede descubrir perfectam ente por azar u n genotipo cuya form a coincida
con la de u n fenotipo, sin que am bas formas semejantes se deban a la
m ism a causa: el hecho de que el medio lacustre produzca fenotipos con­
traídos no excluye entonces en n ad a la posibilidad de que la raza de estos
individuos, po r otra parte, sea contraída por causas com pletam ente dife­
rentes. P ara dem ostrar el pasaje del fenotipo al genotipo, el único m edio
seguro consistiría, entonces, en crear en el laboratorio un fenotipo contraído

Véanse nuestros dos artículos en B ulU tin Biologique de la France et de la


Belgique, t. l x i i i (1929), págs. 424-455 y en Reau'e Suisse de Zoologie, t. 36 (1929),
págs. 263-531.
en u n agitador (tal como lo hemos h ec h o ), y luego dem ostrar que este
carácter adquirido se transm ite a las generaciones siguientes (lo que d a un
resultado n eg a tiv o ). A ello responderemos que si fue necesario esperar
en la naturaleza los 1 0 . 0 0 0 años que nos separan de la prim era población
de los lagos p a ra que se constituyese la raza E, no debe sorprendem os que
no veamos transm itirse n ad a en la descendencia de los fenotipos creados en
laboratorio. Pero en este caso el m utacionista realiza un razonam iento
extraño. Si no se ve n a d a en un año, entonces 10.000 X 0 d ará siempre
cero. A hora bien, incluso si no se m encionan las cosas invisibles que suponen
los conceptos de virtualidad, de prem utación, de caracteres preexisten­
tes, etc., e incluso de genes, cabe preguntarse, de todas formas, si una
acción ejercida por el medio no sería por su p arte susceptible de producir
efectos, que serían imperceptibles antes de alcanzar el um bral m ás allá del
que se m anifestarían.
E n segundo lugar, la interpretación m utacionista, p ara explicar que
la raza E se observa precisam ente en los lugares más agitados de los grandes
lagos, m encionará el azar y la selección a posterior!: entonces, esta raza E
será una m u ta rió n u w s J m b rá aparecido sin. reláaiftBicon el m edio lacustre,
pero que se produciría tanto en los lagos como en otros lugares; en esos
medios, ella se encontrará entonces fortuitam ente p read ap tad a, mientras
que las razas- q u é ñ o sean É serán elim inadas á causa de su contracción
insuficiente; por la acción de estas eliminaciones, sólo se observará, al fin
de cuentas, razas contraídas en los m edios de agua agitada y razas alarga­
das en los medios m ás tranquilos. Sin embargo, dos tipos de hechos
m uestran, en el caso particular, la fragilidad de este esquema explicativo.
E n prim er lugar, n ad a im pide a las razas alargadas vivir en los lagos,
siempre que p u edan tener ahí fenotipos contraídos, tal como efectivamente
sucede: en consecuencia, p ara explicar la supervivencia de u n a raza cual­
quiera de L im naea stagnalis en los grandes lagos (en los que conserva su
form a norm al entre 3 y 10 metros de fondo) no se necesita invocar la
contracción hereditaria o genotípica, y p ara hacer frente a todas las nece­
sidades la contracción no hereditaria o fenotípica es suficiente. E n segundo
lugar, y sobre todo, n a d a im pide a las razas contraídas D, incluso E, vivir
en el agua estancada de los estanques y de los pantanos en los que su
contracción no las p ertu rb aría en nada. Si la hipótesis m utacionista fuese
verdadera, entonces, se deberían descubrir en todas partes genotipos con­
traídos, y se los podría observar en la naturaleza misma, ya que el agua
tranquila no les im pondría n inguna morfosis alargada: en consecuencia,
si el azar por sí solo explica la aparición de las razas D y E, no hay ninguna
razón p ara que ellas no se hayan producido en todos los medios. Ahora
bien, esto precisam ente no es así, y en los innumerables catálogos aparecidos
desde 1774- y 1800 sobre los moluscos de agua dulce se señalan formas
contraídas de la L im naea stagnalis solamente en los grandes lagos. ¿Por
qué?
L a interpretación m utacionista, entonces, se ve obligada a recurrir a
una hipótesis suplem entaria (que efectivam ente se nos p re se n tó ); nada
prueba que la raza E, hallada únicam ente en las orillas agitadas de los
grandes lagos, aparezca en todas partes, de acuerdo con un a distribución
fortuita pero que, por u n a causa desconocida, sea elim inada de inm ediato
de las aguas pantanosas, m ientras que el agua p u ra y oxigenada de los lagos
le convendría en mayor m edida. Hemos realizado entonces la experiencia
p a ra com probarlo. En 1928, en u n pantano del valle del cantón de V aux,
alejado del lago (situado a 200 m etros de altu ra p o r encima del Lem án)
en el que n u n ca hubo L im naea stagnalis (los depósitos terrosos de los
alrededores sólo contienen la especie peregra) depositarnos un centenar de
huevos de raza p u ra E del lago de N euchátel: ah o ra bien, los descendientes
de esta raza viven aú n en gran núm ero en este estanque pantanoso y
conservan íntegram ente su contracción racial.

Se puede apreciar entonces el interés que presentan estos hechos: un a


raza contraída, susceptible de vivir en cualquier lugar, se desarrolló en
realidad sólo en los medios en los que la agitación del agua de los grandes
lagos im pone la form a fenotípica más contraída, como consecuencia de
acciones m ecánicas ejercidas duran te el crecimiento del anim al. E l azar
puede explicar todo, pero la probabilidad de un a coincidencia exclusiva,
como ésta, debemos confesarlo, es singularm ente reducida. Si observamos
tam bién q u e la naturaleza m ecánica de la contracción fenotípica excluye
to d a intoxicación del germ en, y que nosotros hemos podido cruzar la
raza E con la raza A de acuerdo con las leyes d e la segregación m endeliana,
la aparición de u n genotipo estable E sem ejante en los lugares precisos
en que la acom odación fenotípica es más im portante presenta u n carácter
singularm ente llamativo. Si se com para ahora este hecho con los innum e­
rables ejemplos de adaptaciones vegetales y anim ales hereditarios, también
en el cam po de las pequeñas variaciones, se. com prueba que la aparición
de un genotipo semejante a los acom odantes y en iguales medios en
que éstos se producen, no representa nada excepcional. A^JaJta jd e toda
explicación actual sobre: la fijación hereditaria de un f e n o t i p o ad aptad o,
no se podría excluir en to ^ ^ § 2 ^ ^ i.Ía ^ í® b iU y tó b d 4 te A M aJierífea,J.S!5SSjSHÍS.!,
siendo su p ro b ab ilid ad . ta n grande.
Sin em bargo, hay algo más. Se puede afirm ar sin paradojas que tan
pronto como se supera el mutacÍOTÍsiMjjurp^y:„ortodoxo,-qu&-atri-b.u.y.e;.todo
exclusivam ente al azar,"tóelos los autores de las diversas tendencias exami­
nadas hasta el mom ento tienen en / cuenta la acción del m edio en la
producción de las variaciones hereditarias. C u an d o un finalista atribuye
a los dedos palm eados de los palm ípedos el fin de facilitar la natación, por
m ás que declare que el medio no actúa p a ra la producción de este
carácter hereditario considera, en realidad, que el medio es la causa de
esta producción (pero u n a causa final que p o r el m om ento no explica
a ú n n a d a ) . Cuando L. Cuénot, después de exam inar estadísticam ente la
relación entre los dedos palm eados y el modo de vida llega a la conclusión de
que aquéllos son una adaptación, por más q ue niegue la herencia de lo
adquirido y que considere que el proceso de la adaptación es inexplicable,
erige nuevam ente al medio como causa, pues si Ips dedos palmeados heredi­
tarios son u n a adaptación especial al medio acuático , 1 5 ello significa que
sin medio acuático no se produciría esta form ación hereditaria. Guando
Guyénot habla de las “innum erables respuestas adaptativas del organismo
frente a las modificaciones del m edio”, y precisa que esta respuesta al
medio es ad ap tativ a “dem asiado a m enudo como p a ra que se pu ed a invocar
u n simple azar ” , 1 6 tam bién erige el medio como causa, p o r más que niegue
en form a casi pasional la herencia de lo adquirido. E n resumen, a p artir
del momento en que se m enciona algo diferente del puro azar y que se utiliza
el lenguaje de la finalidad o de la arm onía preestablecida o si no el de la
adaptación, de la ontogénesis p reparatoria del futuro, y el funcionam iento
profético o anticipatorio, etc., se atribuye efectivam ente al medio u n a causa­
lidad, ya que, sin las condiciones bien determ inadas de este m edio no
h a b ría ni finalidad, ni arm onía, ni adaptación, n i anticipación. L a dife­
rencia con el lamarekismo que considera al m edio como causa directa y
ú nica reside en el hecho de que, a su respecto, se lo considera sólo como
u n a causalidad indirecta y no única: se lo incorpora sim plem ente en las
causas iniciales de la variación a título de estímulo an te el cual el orga­
nismo reacciona de acuerdo con sus propias características.. . pero ante
el cual se ve obligado efectivam ente a reaccionar, lo que basta p ara que
h aya causalidad.
Sin em bargo, en todas estas confesiones im plícitas y disfrazadas de la
influencia del m edio se considera que el centro de las respuestas activas
del organismo se encuentra en las regiones inaccesibles del pasado, ocultas
tras las palabras de preexistencia o de preform ación, de form a tal que se
elude toda acción posible del m edio sobre los genes mismos. El interaccio-
nism o (sexto tipo de interpretación que debemos exam inar) consiste, por
el contrario, en afirm ar que, pese a que el organism o está dotado de
actividades m orfogenéticas propias y a que la herencia nuclear o especial
y la herencia citoplasm ática o general dan pruebas evidentes de esta especi­
ficidad de sus reacciones, de todas formas la acción del medio está presente
en todas partes: asim ilada po r el organismo de acuerdo con sus propias
estructuras, de todos modos la acción del medio es continua en todo funcio­
nam iento y sólo u n a verdadera tom a de partido perm ite establecer en el
seno de los cuerpos vivientes las barreras más allá de las cuales esta acción
no podría ejercerse. E n especial, se aprecia con dificultad cómo podrán
funcionar los genes sin ningún intercam bio con el citoplasm a 1 7 y cómo éste,

15 “ Su adecuación p a ra la vida acuática es innegable, en prim er lugar porque


se percibe con evidencia su papel en la natación, y tam bién porque se tra ta de un
resultado estadístico.” L. G uénot, L ’adaptatinn, (D oin), pág. 190.
16 Guyénot: L a variation, págs. 187 y 188.
17 U no de los psicobiólogos más hábiles y más respetados de los Estados Unidos,
T . M . Sonneborn. demostró recientem ente (Am erican Scientist, t. 37, pág. 33, 1949)
que, junto a los genes cromosómicos, existen “plasmagenes” o genes citoplasmáticos.
De este modo, en los Paramecium se observan cuatro tipos de determinaciones
hereditarias: 1" el control directo por los genes independientes de los plasmagenes;
V el control por plasmagenes formados y m antenidos por la acción de los genes; 3" el
control por plasmagenes que, aparentem ente, no pueden estar constituidos por genes
sino que dependen de los genes para su m antenim iento; 4’ el control por plasma-
a su vez, funcionaría sin un sistema de intercam bios que, progresivamente,
term inan por englobar al medio en su totalidad.
Sin em bargo, estas consideraciones de principio no bastan p ara resolver
el problem a de la herencia de lo adquirido. Si existe (y el ejem plo de los
limneas acab a de mostramos gran p robab ilid ad ), ella supone un m eca­
nismo anticipatorio preciso que perm ita al organismo com poner en un
m om ento dado la variación fenotípica m ediante un a transform ación geno-
típica. Entonces, y tal como lo apreciaron con justeza C uénot y Guyénot,
la clave de la acción del medio reside, efectivamente, en la anticipación,
pero todo el problem a consiste en saber si se debe considerar a esta anticipa­
ción en el plano de la preform ación o si constituye una respuesta ante un
estímulo actual, que sucede a u n a prim era respuesta que no es aú n antici-
patoria (es decir simplemente fenotípica).
Los m ecanism os hereditarios y morfogenéticos (estos últimos inter­
vienen en el desarrollo em brionario) obedecen a un desarrollo en gran
parte irreversible, m arcado sólo po r la presencia de ritmos o repeticiones
de las mismas acciones orientadas en un sentido único; los genes actúan
sobre los organizadores que determ inan el crecimiento, y luego, en el trans­
curso de éste, los órganos portadores de los factores hereditarios p rep aran
la generación u lterior que reproduce el mismo ciclo, etc. Si se acep ta una
intervención del m edio en la variación hereditaria o m utación, ello supone
que se considera que una acción que concierne en prim er lugar al soma,
es decir a las form as acabadas o en desarrollo (crecim iento in d ividual),
puede refluir en sentido inverso del proceso morf©genético o genético y
concernir los factores genéticos mismos. Suponer la existencia de una
herencia de lo adquirido, entonces, equivale a invocar u n a reversibilidad
relativa en el m ecanism o norm alm ente irreversible de la construcción de
las form as. ¿E sta reversibilidad es posible?
E n este p u n to , el concepto de funcionam iento anticipatorio, mencio­
nado b ajo diversos nombres por tantos biólogos contem poráneos, supone
necesariam ente (es decir, si no nos contentamos con invocar la prefor­
mación o la arm onía preestablecida) un paralelo con la vida mental.
T oda la organización mental, en efecto, reposa en u n a serie de anticipa-

genes que aparentem ente no pueden estar constituidos por genes y que al parecer
son m antenidos en form a independiente de ellos. Es posible que la distinción entre
los casos (1 ) y ( 2 ) , así como entre los casos (3) y (4) se origine en una información
experim ental incom pleta. En la actualidad no estamos tampoco informados sobre las
relaciones exactas en tre los plasmagenes y las estructuras visibles (p, ej., los plástidos)
del citoplasma. Sin embargo, e independientem ente de las relaciones entre los genes
cromosómicos y los plasmagenes, “su separación en dos medios diferentes tiene conse­
cuencias profundas. L a localización de los genes nucleares en los cromosomas deter­
mina que sean portadores del mecanismo mendeliano de la herencia. El medio
citoplasmático más variable de los plasmagenes les perm itirá quizá servir como expli­
cación a las dem andas variadas de la diferenciación celular en el gran enigma del
desarrollo del huevo hasta el adulto” . Desde ya, podemos suponer la existencia de un
sistema m ás o m enos amplio de intercambios entre los mecanismos de la herencia
nuclear y los de la herencia o de la morfogénesis citoplasmática, así como también
entre las interacciones que vinculan el citoplasma al m edio exterior.
ciones de más en más com plejas y que presentan u n a am plitud cada vez
mayor. C uando el sujeto se ve sometido a una presión p o r parte de la
experiencia (equivalente m ental del “medio” ) , en u n prim er momento se
produce u n a simple acom odación, con asimilación del objeto a la propia
actividad, pero en la m edida en que esta presión se reproduce, tarde o
tem prano se produce u n a respuesta anticipato ria: el hábito perm ite de
este m odo u n a serie de anticipaciones progresivas (como por ejemplo
corregir u n a posición antes de perder el equilibrio, e tc.), que suceden a un
aprendizaje que en un prim er m om ento es esencialmente acomodatorio.
Con la inteligencia, es evidente que las anticipaciones aum entan su poder,
ya que se basan entonces en la representación. Sin em bargo, y éste es el
aspecto esencial, la anticipación actúa ya desde los hábitos motores más
elementales. A hora bien, y tocamos entonces el problem a de la herencia,
la anticipación m otriz no está ligada sólo a los hábitos ad q u irid o s: todo
reflejo y todo instinto (concebido como u n sistema de reflejos) es, precisa­
m ente, un juego de anticipaciones reguladas en forma hereditaria. Ello no
significa que el reflejo derive del hábito, ya que, por el contrario, el hábito
se in jerta sobre los reflejos, sino que significa que el sistema de las antici­
paciones m entales constituye una serie continua, desde el reflejo y el
instinto hasta la inteligencia operatoria. Si existen entonces respuestas
anticipatorias en la morfogénesis orgánica, ellas no son excepciones o
anom alías ya que todo el juego de los mecanismos sensoriomotores heredi­
tarios se basa ya en el mismo principio.
Si, efectivamente, esto es así, adm itir que u n arreglo fenotípico
pueda fijarse bajo form a de genotipo equivale, entonces, a suponer que
u n a acom odación m om entánea pueda d a r lugar a u n a anticipación here­
ditaria. Ignoram os todo de u n mecanismo semejante, pero tam poco cono­
cemos n a d a en relación con la form a en que el desarrollo de los tejidos en
el em brión p u ed a efectuarse como si ellos “supiesen el fu tu ro ” , de acuerdo
con la expresión de C arrel. A hora bien, si ante la evidencia de una
relación con el medio, espíritus eminentes llegan a retro trae r el punto de
p artida de tales anticipaciones a nivel de u n a preform ación en el patri­
monio hereditario más lejano de la especie, ¿p o r qué sería absurdo adm itir
que la respuesta de u n a especie a u n a influencia externa productora d e un
fenotipo consista en una anticipación genotípica? La anticipación, respuesta
activa del organismo, reem plazaría de este modo al “hábito” pasivo de
Lam arck en la transm isión de las influencias del medio, lo que explicaría
por qué esta transm isión se ve som etida a um brales que la lim itan al
som eterla a condiciones de duración, de intensidad, etcétera.
E n resumen, sin atribuir al m edio exterior la prim acía que le acuerda
el lamarekismo, pero sin encerrar por entero al organismo sobre sí mismo, el
interaccionismo reconoce la interdependencia del m edio y del organismo
y sitúa en lo actual las anticipaciones morfogenéticas que las soluciones
preform istas sitúan en lo v irtu a l; ello equivale a in troducir u n a cierta
reversibilidad en el mecanismo hereditario, en lugar de contentarse con
arm onías preestablecidas. A hora bien, se com prueba con facilidad que le
corresponde un punto de vista biológico semejante al interaccionismo epis­
temológico en general. Gomo lo hemos visto todo el tiempo, no existen
acomodaciones a los objetos sin u n a asimilación de éstos a la actividad
del sujeto, y recíprocam ente. L a relación entre el objeto y el sujeto es
indisociable desde un prim er m om ento y se observa incluso en el equilibrio
final de las operaciones que son sim ultáneam ente acom odación a la expe­
riencia y asimilación de lo real a la inteligencia del sujeto. A hora bien,
pese a que sólo las operaciones alcanzan la reversibilidad com pleta, desde
el comienzo de la vida m ental existen funcionam ientos anticipatorios que
suponen u n comienzo de reversibilidad; en efecto, la anticipación de un
futuro, p o r cercano que éste sea, supone, por estar basada en la repetición,
u n a doble orientación, en prim er lugar del presente al pasado, y luego de
este pasado al futuro po r asimilación a las relaciones anteriores. Este
comienzo de reversibilidad, im plicado por toda actividad m ental, puede
ser observado al parecer igualm ente en cada respuesta h ereditaria del
organism o an te u n a acción del m edio; esta reversibilidad elem ental cons­
tituiría de este modo u n nuevo p unto de unión entre la construcción de
las “form as” orgánicas y la de las “formas” mentales.

§ 7 , C o n o c im ie n t o y v id a : l a e v o l u c ió n d e l o s s e r e s v iv ie n t e s y l a
d e l a r a z ó n . A las seis hipótesis posibles form uladas p a ra dar
e v o l u c ió n
cuenta de la adaptación y de la evolución biológica corresponden, de este
modo, las principales interpretaciones del conocimiento como adaptación
de la razón a un real correlato de la evolución del pensam iento mismo.
E n efecto, hemos distinguido tres hipótesis que niegan o lim itan la
evolución y explican la adaptación m ediante u n a arm onía preestablecida
ccn el m edio exterior (fijismo v italista), por estructuras internas de la
organización (preformismo) o si no tam bién m ediante u n a relación de
totalidad que une lo interno y lo externo (em ergencia). A estas tres posi­
ciones corresponden tres actitudes epistemológicas igualm ente no genéticas
o que lim itan la evolución de la razón, u n a que recurre a form as comple­
tam ente constituidas exteriores al sujeto (intuición de los universales),
otra a form as internas (apriorism o) y la tercera a la unión . i.ndj§Q£Íab,le
del sujeto y del objeto (fenom enología). Por otra parte, tam bién son
posibles tres hipótesis genéticas, una>qjie explica la evolución por la sola
presión del medio exterior (lamarckismo) 1'’BttarpffiF variaciones puram ente
endógenas (m utacionism o) y la tercera por su interacción. Ello da lugar
tam bién a tres puntos de vista epistemológicos: empirismo, convenciona­
lismo e interaccionismo. E n ambos campos, entonces, nos encontram os en
presencia de seis posibilidades, de acuerdo con u n a tabla de doble entrada
que com prende en una dimensión las dos variedades no genéticas o gené­
ticas y en la o tra dimensión los tres factores posibles de adaptación:
externo, interno o mixto.
Si u n paralelismo sem ejante fuese exacto, acarrearía dos tipos de
enseñanzas, uno relacionado con el conocimiento biológico y el otro con
el parentesco efectivo de la vida y de la razón. ¿Pero acaso el cuadro
precedente agota todas las posibilidades (hablamos naturalm ente de los
tipos generales de explicaciones sin entrar en las subdivisiones definidas
que com portarían) ? Sí, pero con una excepción. Se p la n tea un a séptima
posición epistemológica concebible e imposible de clasificar en el cuadro
precedente: la que se opondría precisam ente, en su principio mismo, a
reconocer todo parentesco y todo paralelism o entre lo racional y lo vita!.
A hora bien, y pese a que u n rechazo semejante caracteriza, en general,
al irracionalism o, como lo m uestra el ejem plo del bergsonismo, no se lim ita
sin em bargo a éste y u n a epistemología tan próxim a de las ciencias como
la de A. L alan d e sostuvo este m ismo p u n to de vista. Debemos entonces
discutirlo brevemente, antes de concluir.
Según A. L alande (vo'f. I I , cap. 3, § 5 ), la evolución de la vida,
de acuerdo con la fórm ula de Spencer, se caracteriza por u n pasaje de lo
homogéneo a lo heterogéneo, con integración correlativa, es decir que los
seres superiores son, al mismo tiem po, más diferenciados que los inferiores
y constituyen totalidades funcionales tan to m ás integradas. A hora bien,
la razón, por el contrario, y según L alande, participa del m ovim iento que
tiende hacia lo homogéneo que le parece caracterizar tan to la “disolución”
de los seres como la de las norm as morales e intelectuales. De la misma
form a en que la m oral es u n a renuncia al yo, a la satisfacción de los
instintos y a la vida en tan to afirm ación del poder, de la m ism a forma
la razón es, esencialm ente, identificación, ya que asimila las cosas entre
sí y las cosas al espíritu en la dirección de un progreso com ún hacia la
identidad.
Sin em bargo, esta oposición radical entre la vida, o entre la asimilación
orgánica, y la razón, es aceptable sólo si se reduce la asimilación intelectual
a la identificación pura. A hora bien, hemos com probado todas las difi­
cultades que presenta esta tesis en los campos m atem áticos y físicos (vol. I,
cap. 3, § 4 y vol. II, cap. 2, § 5 ) ; la razón no se lim ita sólo a identificar
simplemente,' ya que su ejercicio consiste en composiciones que conducen
tanto a diferenciaciones como a identidades y que “ag ru p a n ” operaciones
en sistemas constructivos, en lu g ar de elim inar sim plem ente lo diverso. De
este modo, la asimilación racional es u n a asimilación de lo real a opera­
ciones móviles y reversibles y sólo artificialm ente se p o d ría considerar que
tales organizaciones operatorias representan la exacta antítesis de la organi­
zación vital. M uy por el contrario, si desde los extremos pasamos ahora al
análisis de las etapas interm edias, se percibe entonces que la operación
constituye el térm ino últim o de las acciones y que, a los estadios que
conducen desde la acción irreversible elem ental hasta la operación rever­
sible, corresponden u n a serie de formas sucesivas de asimilación: asimila­
ción a la actividad propia sensoriomotriz o intuitiva, luego a las opera­
ciones concretas y sólo por últim o a las operaciones formales. A hora bien,
estas diversas formas de asimilación aseguran precisam ente la continuidad
entre la asimilación biológica, que es una incorporación de las sustancias
y de las energías en la organización del cuerpo propio, la asimilación
m ental elemental, o incorporación de los objetos en los esquemas de la
actividad propia, y la asim ilación racional o incorporación de los objetos
en los sistemas de operaciones. D e este modo, el térm ino final de esta
organización racional parece ser, en u n grado m ucho mayor, la form a de
equilibrio h ac ia la que tienden desde el comienzo la asim ilación del medio
a las actividades del ser viviente y la acom odación de éste a aquél, que
el resultado de una inversión de sentido (sin m encionar los múltiples
instrum entos orgánicos utilizados por la inteligencia en su construcción de
les conceptos). Sin duda, las propiedades de la asimilación racional, en
algunos puntos, son muy diferentes de las de la asimilación biológica, ya
que la reversibilidad lograda por la razón conduce a u n a asimilación
esencialm ente formal y no ya al mismo tiem po m aterial y formal como
la subordinación de las sustancias ingeridas a las form as del ser viviente.
Sin embargo, y lejos de señalar una oposición radical, estas diferencias
m uestran, simplemente, que la vida, por medios sim plem ente orgánicos,
no podría realizar las formas de equilibrio que alcanza gracias a la inteli­
gencia y al pensam iento, es decir gracias a su prolongación natural.
H. Bergson retom ó la tesis de A . L alande (u n a breve nota de la
Evolution créatrice señala la influencia que dicha tesis ejerció sobre él),
pero am plificándola hasta considerar a la vida como u n vasto ím petu
ascendente que cae sin cesar sobre sí m ism o bajo form a de m ateria inorga­
nizada. Conocemos la m anera en que el autor de esta m etafísica audaz
se esforzó en dem ostrar la necesidad de concebir a la razón como orientada
en el mismo sentido que la m ateria en su m ecanización continua, m ientras
que el ím p etu mismo de la vida sólo podría ser alcanzado gracias al
instinto, prolongación viviente de los órganos en oposición a los instru­
m entes m ateriales forjados por la inteligencia, o gracias a la intuición, es
decir al instinto que deja de ser ciego y tom a conciencia de sí mismo.
Sin em bargo, y pese a que la fascinación, de. las tesis bergsó.nianas
puede seducir hasta el punto de ocultar hechos más evidentes, éstos, sin
embargo, se . imponen a Iá reflexión. . E n prim er lugar, podemos pregun­
tarnos si es efectivam ente cierto que el instinto se opone a la inteligencia
p o r e¡ solo hecho de que, al ser una prolongación de los órganos vivientes,
contradiría a la lógica y a la m atem ática originadas en la acción sobre
la m ateria sólida por el intermedio. de los instrum entos que actúan especial­
m ente sobre ella.- ¿Las formas hexagonales de las células construidas por
la abeja son una concesión que el instinto hace a la m a teria moldeada
p o r él. o señalan u n a geometrización inherente a la actividad instintiva
misma? ¿L as formas geométricas de las telas de arañ a están orientadas
en el sentido del ím petu vital ascendente o de la m aterialización descen­
diente? Y si se tom an, efectivamente, como criterios la prolongación
funcional dé los órganos y la construcción de los instrumentos, ¿no se
observan todos los niveles intermedios entre la actividad instintiva y
el nacim iento de la inteligencia sensoriomotriz en el m ono superior y en el
niñito antes de la adquisición del lenguaje? El hecho de que la inteligencia
se haya originado en la acción sobre la m ateria, ¿m odifica en algo su.
naturaleza vital, y acaso el instinto, po r su lado, no es tam bién acción sobre
la m ateria, ta n a menudo, por otra parte, como la inteligencia es acción
sobre lo viviente?
Bergson tuvo el gran m érito de situar los problem as epistemológicos
en el terreno de la psicología m isma y todos saben la gran influencia que,
independientem ente de su metafísica, tuvo su psicología. E n consecuencia,
y p a ra poner a prueba el valor de las antítesis de conjunto que constituyen
su sistema, debemos retom ar el análisis psicogenético. Los problem as cen­
trales que se p lantean entonces son los siguientes: ¿Q ué relaciones hay
entre la inteligencia naciente y la acción, así como entre ésta y la organiza­
ción refleja o instintiva del individuo? El propio Bergson m ostró en form a
adm irable las relaciones del conocimiento con la acción, y si bien la idea
de que la inteligencia se originó exclusivamente en la acción sobre la
m ateria puede parecer cuestionable, de todas formas ella nació en la acción
y las acciones m ás simples son, sin duda, las que se ejercen sobre la m ateria
sólida y externa. ¿Se deben entonces atrib u ir las estructuras lógicas y
m atem áticas a este cam po de aplicación mismo, como si los que hubiesen
im puesto su form a a la inteligencia fuesen los caracteres de la m ateria,
o acaso la acción en tanto que acción supone ya u n a esquem ática, indepen­
diente de sus puntos particulares d e aplicación? Se conoce la bella des­
cripción de “esquema dinám ico” realizada por Bergson sobre el tem a de
la invención y que preanunciaba los trabajos de Selz sobre los “esquemas
anticipatorios” . A hora bien, ¿ toda acción no supone acaso u n a aplicación
de tales esquemas, encajados en diversos grados, y el punto de p artid a de
la lógica m ism a no se debe buscar en estos sistemas de puestas en relación
y de encajes, independientem ente de los objetos particulares que de este
m odo asim ilan?
Si proseguimos el estudio de este esquematism o de las acciones ele­
mentales y de su coordinación en actos de inteligencia percibimos, entonces,
cuán artificiales son los límites entre la inteligencia y la intuición o
incluso entre la inteligencia y el “instinto” . Según Bergson, el modelo
de los datos esencialm ente intuitivos está representado por la percepción
interna de la duración p u ra. A hora bien, hemos visto (vol. I I , cap. 1, § 3)
que el concepto mismo de duración psicológica, cuyo desarrollo podemos
observar en el niño, está constituido por encajes basados en relaciones de
orden, y estos encajes y relaciones son susceptibles de desarrollarse hasta
constituir u n a estructura propiam ente operatoria. L a intuición bergso-
n iana no es la antítesis de la inteligencia ya que se escapa a un cierto
esquematismo, ni siquiera, en ningún campo, en el limite de la conciencia,
en. la región de los datos supuestam ente “inm ediatos” , es decir cuyas
conexiones no son explícitas; ahora bien, este esquematismo, por su parte,
ya constituye u n a especie de lógica preoperatoria que conduce a las opera­
ciones concretas.
U na vez dicho esto, la prolongación de los órganos qu e en realidad
constituye el instinto no se debe considerar, tam poco, como situada en las
antípodas de la lógica: se tra ta sólo de una lógica de los órganos, es decir
de u n encaje de los esquemas hereditarios y no ya construidos en el trans­
curso del desarrollo individual; pero sus leyes son las mismas y por ello
és tan difícil poder dilucidar, sin experiencia precisa, si u n a conducta
anim al depende del instinto, de la inteligencia (o aprendizaje adquirido)
o, como suele suceder por lo general, de ambos a la vez (como el “instinto”
depredador de los gatos, estudiado por Kuo, etc.). A hora bien, si esto
efectivam ente es así, la antítesis entre la vida y la intelige-ncia resultaría
entonces artificial, ya que la inteligencia, y a igual título que el instinto,
es u n producto de la vida y que su esquematismo presenta innegables
funcionam ientos comunes, por m ás que se base en estructuras de niveles
diferentes. D e este m odo, en el desarrollo de la razón, que prolonga direc­
tam ente el ím petu creador de la vida, se pueden observar los caracteres
de im previsibilidad y de creación continua que Bergson atribuyó a la vida
p or oposición a la razón. L a epistemología de L. Brunschvicg, que insistió
sobre todo en dichos caracteres ofrece, a este respecto, el ejemplo de una
especie de bergsonismo del ím petu intelectual, en oposición o en paralelo
con el de la intuición.
El paralelism o que hemos creído discernir entre las teorías biológicas
de la adaptación o de la evolución y las principales actitudes epistemo­
lógicas conserva, de este modo, toda su significación y com porta entonces
los dos siguientes tipos de enseñanza.
El prim ero es el de que el pensam iento biológico procede ya con los
mismos esquepias que el pensam iento psicológico y epistemológico. Esto
no significa que el prim ero se base en el segundo, pese a que casi siempre
las teorías epistemológicas que hemos puesto en correspondencia con las
teorías biológicas fueron elaboradas antes de sus correspondientes. Por
el contrario, la psicología experim ental se basa en la biología, y la episte­
m ología científica deberá recurrir siempre a los análisis biológicos, en la
m edida en que éstos aprehendan con mayor rigor las relaciones entre
el organism o y el medio. Pero la analogía de los esquemas del conocimiento
biológico y los del conocim iento psicológico y epistemológico, dé todas
form as (y a este respecto, las fechas históricas de form ación proporcionan
u n índice- m ás) constituyen el signo de que entre estos dos tipos de conoci­
m iento existe u n a relación de igual tipo que entre el conocimiento físico y
el conocimiento m atem ático. E n el caso de estos dos últimos campos, el
elem ento com ún está representado por la deducción operatoria que la m ate­
m ática desarrolla p a ra sí m ism a y que la física aplica a lo real por asim ila­
ción de la causalidad a la operación deductiva. E n el caso de las ciencias
de la vida orgánica o m ental, el elemento común está representado p o r la
historia de las formas, ya que en cada uno de los campos de la vida o del
conocimiento nos encontram os en presencia de form as que evolucionan
de acuerdo con u n proceso histórico real y de formas que d u ran asim ilando
el medio, al mismo tiem po que se acom odan a él. ¿L a analogía de solu­
ciones im aginadas p ara resolver sobre todos los terrenos donde se encuentra
este mismo problem a, deja entrever, entonces, entre las varias disciplinas
cuyo objeto son los hechos m entales y aquellas-que tienen como objeto los
hechos orgánicos u n a relación entre implicación y la explicación análoga
a la que se expresa en la relación entre la deducción m atem ática y la
causalidad física? L o que precede perm ite p lan tear el problem a, pero no
resolverlo y, tal como lo veremos en el capítulo I I I , la solución dependerá
por entero de las conexiones que se establezcan entre el modo de conoci­
miento característico de la psicología experim ental y el conocimiento
biológico.
Por el contrario, podem os obtener una segunda enseñanza a p artir del
paralelismo analizado en el presente capítulo. Si los problem as biológicos
y epistemológicos son realm ente solidarios, ello se debe a que el conoci­
miento prolonga efectivam ente la vida m ism a: al ser el conocimiento una
adaptación y al constituir el desarrollo tan to individual como colectivo
de la razón evoluciones reales, el mecanismo de esta adaptación y de esta
evolución dependen en realidad de. los mecanismos vitales considerados en
toda su generalidad.
E n prim er lugar, existe u n a estrecha analogía entre las leyes del
desarrollo embriológico y las del desarrollo individual de la inteligencia.
D e la misma form a en .que la ontogénesis orgánica presenta una sucesión
de estadios que difieren unos de otros por su estructura cualitativa pero que
se orientan todos de acuerdo con un mismo mecanismo funciona] hacia: una
form a de equilibrio final constituida por el estado adulto, la ontogénesis
de la inteligencia se caracteriza por una sucesión de estadios cuyas estruc­
turas intelectuales difieren a través de u n mismo funcionam iento y que
tienden hacia el equilibrio final representado por la organización de las
operaciones reversibles. D e la m ism a form a, además, en que el desarrollo
embriológico está regido po r “organizadores” cada uno de los cuales estruc­
tura un cierto cam po y pone en m arch a el funcionam iento del organizador
siguiente, los esquemas de la inteligencia sensoriomotriz, y luego del pensa­
miento, estructuran lo dado y se org'anizan unos a otros de acuerdo con
uri orden determ inado.
Pero, en segundo lugar, la continuidad entre la vida y el conocimiento
m uestra ser m ucho más general y concierne al conjunto de los procesos
evolutivos y no sólo a la ontogénesis. L a vida, tal como lo señaló el biólogo
Brachet, es “creadora de form as” . A hora bien, la inteligencia tam bién lo
es, con la diferencia de que no se tra ta ya de formas m ateriales sino de
estructuras funcionales que constituyen la form a de las actividades ejercidas
sobre las cosas y, sobre todo, de las operaciones aplicadas a lo real: de todas
m aneras, se tra ta de form as cuya riqueza y fecundidad superan en cierto
sentido las form as de lo real. Los seis tipos de. interpretaciones de la
evolución que hemos exam inado equivalen, de este modo, a explicar
la naturaleza de estas form as biológicas al mismo tiem po que la episte­
mología correspondiente explica las formas intelectuales de acuerdo con e!
mismo esquema. Además, y como acabam os de señalarlo u na vez más
(al comienzo de este párrafo) la asimilación, biológica, que es la reduc­
ción de una m ateria exterior a las form as de la vida, se prolonga en una
asimilación intelectual, que constituye tam bién la reducción de u na m ateria
a las formas de la actividad y del pensam iento.
E sta continuidad de la vida y de la inteligencia asigna a la biología
su verdadero lugar en el m arco de las ciencias. Disciplina esencialmente
experim ental y no deductiva, realista y que considera en form a m uy limi­
ta d a la actividad del sujeto, en el proceso del conocimiento que la carac­
teriza, la biología vuelve a encontrar al sujeto a título de objeto, con sus
“form as” de actividad m ental, gracias a la transición realizada por la
actividad m orfogenética en juego en la evolución filogenética al igual que
en el desarrollo embrionario. D e este modo la biología procede de la
físico-química pero prepara la psicología, y la teoría biológica de la ad ap ­
tación p re p a ra las soluciones de la epistemología. Sin duda, sólo el día
en que la biología haya resuelto el problem a de las relaciones entre el
organism o y el medio se com prenderá, en efecto, algo preciso en relación
con el m ecanism o del conocimiento. Ello indica en grado suficiente el
lugar esencial que ocupa la biología en el circulo epistemológico de las
ciencias.
EL PE N SA M IE N T O PSIC O L O G IC O , EL PE N SA M IE N TO
SO C IO L O G IC O Y LA LO G IC A

Gon el exam en de las ciencias psicológicas y sociológicas, incluida la


lógica considerada como u n a axiom ática de las operaciones del pensa­
m iento, concluimos el cierre del círculo que a nuestro parecer se puede
observar en las relaciones de las diversas disciplinas científicas entre sí.
Y esto es así desde dos puntos de vista com plementarios.
El pensam iento m atem ático es principalm ente idealista. Construido
por p u ra composición operatoria, que lo real nunca contradice, y sin
enfrentar ninguna o tra resistencia m ás que su “objetividad intrínseca” ,
él, en efecto, va m ás allá de la realidad, y la enriquece en lugar de ser
creado a partir de la experiencia física. E n tan to que se aplica á esta
experiencia, al mismo tiempo que la desborda, eonduce entonces a explicar
el objeto por la estructura operatoria del sujeto.
El pensam iento físico oscila entre el idealismo y el realismo. Por
el rol que le atribuye a la deducción, prolonga el pensam iento geométrico
y analítico y explica tám bién al objeto po r las operaciones del sujeto. Pero
proyecta estas operaciones en lo real bajo form a de causalidad y se esfuerza,
de este modo, en aprehender el objeto en sí mismo. Por su sumisión a la
experiencia, por otro lado, y las resistencias que enfrenta en presencia de
una realidad en parte irreversible y que particip a del azar, m uestra,
incluso en el terreno de la relatividad y de la microfísica, en los que el
hecho experim ental y la deducción están unidos en su form a m ás íntima,
un cierto realismo que al p arecer es irreductible, pese a las tendencias
idealistas siempre en boga en estas regiones lím ites; este realismo lo compele
a. plegarse a las exigencias del objeto incluso cuando a éste se lo puede
concebir sólo ligado en form a disociable a las operaciones del sujeto.
El pensam iento biológico es ta n realista como el pensam iento m ate­
m ático idealista. L a deducción, en efecto, sólo desempeña un papel
m ínim o en la construcción de los conocimientos biológicos, en la m edida
en que la realidad viviente está ligada a una historia. L a observación y la
experim entación constituyen, de este modo, las fuentes esenciales del saber
biológico y a ningún biólogo se le ocurre considerar al objeto de las inves­
tigaciones como producto de sus propias operaciones mentales (salvo en lo
que concierne a las divisiones en partes convencionales de la clasificación).
P or el contrario, el biólogo considera necesariam ente al hom bre mismo,
con su inteligencia, como u n a culm inación de los mecanismos que ya operan
en la larga filiación de los seres vivientes, desde los m ás elementales hasta
los más complejos y evolucionados. Pese a que el pensam iento biológico
es esencialm ente realista, debe enfrentar el problem a del sujeto y del conoci­
m iento que lo caracteriza. Pero p ara el biólogo, el sujeto actuante es un
objeto en el sentido estricto del térm ino, en prim er lugar el objeto mismo
u otro de su estudio y, en consecuencia, u n objeto estrecham ente depen­
diente del conjunto de la realidad físico-química considerado como dato.
E n el caso del pensam iento psicológico y sociológico observamos nueva­
m ente las mismas oscilaciones entre el realismo y el idealismo que en el
pensam iento físico, pero en u n orden inverso, como en espejo, si se nos
perm ite la expresión. Por sus raíces, la psicología, considerada como una
ciencia de las conductas y de las reacciones de la m ente, se entronca con
la biología y constituye sólo u n a simple prolongación de las investigaciones
biológicas, de la misma form a en que el estudio físico de los movimientos
ordenados en el tiempo y de sus velocidades prolonga la geometría. En
su principio, la psicología, entonces, es realista (al igual que en su punto
de p artid a la física es idealista), es decir que in terp reta las conductas
elementales del sujeto en función de la estructura de su organismo y de
las relaciones de éste con el medio. Pero a m edida y al mismo tiempo que
se desarrollan sus investigaciones y, sobre todo, al estudiar la formación
de la inteligencia, su estructura y su funcionam iento, la psicología enfrenta
el problem a de saber determ inar de qué m odo el sujeto construye los con­
ceptos, así como las operaciones mismas del conocimiento. Sin duda, la
conducta m ental del sujeto, en este nivel de la investigación psicológica,
sigue siendo, siempre, un objeto de estudio experim ental, es decir un objeto
en el mismo sentido en que el físico, incluso si p arte de la deducción m ate­
m ática, debe enfrentar u n objeto exterior a esta deducción como tal y
adapta sus experiencias a las propiedades objetivas de la realidad. Respon­
der que este objeto está constituido por estados de conciencia sería un
argum ento m uy pobre y que el hecho físico, tam bién, depende de estados
de conciencia; además, y, sobre todo,, el objeto de los análisis del psicólogo
consisten sólo en parte en estados de conciencia, ya que el objeto esencial
de su investigación está representado por conductas o productos tangibles
de operaciones. U n objeto semejante, entonces, es efectivamente objetivo.
Pero es evidente que, en la m edida en que los hechos recogidos de este
m odo conducen a una explicación posible de la génesis de los conceptos
científicos fundam entales, se produce u n a inversión de las perspectivas en
la interpretación misma del conocimiento: habiendo partido del realismo
de los biólogos y sin ideas preconcebidas sobre la estructura del m undo
exterior tal como actúa en los intercam bios entre la actividad del sujeto y
los objetos, habiendo partido, además, de u n estudio del sujeto considerado
como objeto de investigación, exterior a él, el psicólogo, tarde o tem prano,
descubre la actividad del sujeto en el conocimiento y explica ésta en fun­
ción de aquéllos, tanto, o en mayor grado, como en función de la realidad
exterior.
P a ra decirlo de otro modo, el pensam iento psicológico oscila entre
el realismo y el idealismo, al igual que el pensam iento físico, pero por la
causa inversa: la psicología vincula a la biología con la m atem ática, al
explicar la form ación de los entes abstractos a p a rtir de la conductas
vivientes, de la m ism a form a en que la física vincula la m atem ática con
la biología al p rep arar la explicación de las estructuras organizadas a p artir
de las realidades m ateriales interpretadas m atem áticam ente. El círculo de
la ciencias, de este m odo, se cierra por sí mismo.
E n lo que se refiere a la sociología, no constituye u n escalón que se
deba situar m ás allá de la psicología; por el contrario, la psicología y la
sociología proceden sim ultáneam ente de la biología, a título de disciplinas
com plem entarias. E n efecto, ta ñ pronto como se supera el nivel de las
funciones m entales elementales, vinculadas estrecham ente con la vida del
organismo, todas las funciones superiores (intelectuales y afectivas) son
sim ultáneam ente objeto de estudio para la psicología v la sociología, ya
que el hom bre es u n ser social. L a distribución de los program as psico­
lógicos y sociológicos no supone, entonces, la existencia de dos campos
separados: se tra ta de la m ism a realidad, es decir del hom bre socializado,
que am bas ciencias estudian au nque desde dos puntos de vista diferentes,
según que su sistema de referencia esté representado p o r el individuo o
el grupo en su totalidad. Por ello, lo que acabamos de decir en relación
con la psicología se aplica tam bién a la sociología.
Pero el problem a no se agota con esto. Ambas disciplinas estudian
sim ultáneam ente el desarrollo de las diversas realidades m entales y sociales
y los estados de equilibrio hacia los que tienden estos desarrollos. Ahora,
bien, y pese a .que esta evolución sólo puede ser analizada m ediante la
observación y la experiencia, es decir m ediante u n m étodo que suponr
la actitud del realismo, los estados de equilibrio, p o r el contrario, permiten
una deducción o incluso una axiom atización posible. D e la m ism a forma,
en consecuencia, que diversos capítulos de la física experim ental pueden
corresponder a . capítulos de física m atem ática, a la psicología del pensa­
m iento (del pensam iento q u e llegó al estado de equilibrio) corresponde
la deducción representada por la lógica y la axiom atización representada
por la logística (en algunos terrenos de 1 a sociología podremos observar
hechos equivalentes). A hora bien, es evidente que, por ser rigurosamente
deductivo, el conocimiento lógico o logístico confluye con el método
idealista de la m atem ática y se confunde incluso con las partes más gene­
rales de la m atem ática, m ientras que la psicología del pensam iento explica
por su lado la form ación de los centros m atem áticos. D e este modo, io que
nos p erm itirá concluir en form a rigurosa el cierre del círculo de las ciencias,
cuyo desarrollo la psicología y la sociología explican genéticamente, es
1 ?, distinción del problem a de las relaciones entre la psicosociología y la

lógica.
LA E X PL IC A C IO N EN PSIC O L O G IA ■

E n la actualidad, todo el m undo, salvo algunos filósofos cuya doctrina


personal se opone a dicho reconocimiento, considera que la psicología se
h a constituido en u n a disciplina científica, independiente de la fisiología
y de la sociología, así como de toda filosofía p articu lar. E. Meyerson
insiste a m enudo en la “brecha” infranqueable que separa aú n las ciencias
del espíritu de las ciencias exactas, y es evidente que dicho lenguaje se
justifica si se com para el. grado de precisión de los conocimientos psico­
lógicos.con el que caracteriza a la física; pero si se considera entre ambos
al conjunto dé las. disciplinas biológicas, se observan entonces transiciones
apenas perceptibles; en biología, al igual que en física, es m ás fácil con­
cordar sobre los hechos, que sobre las explicaciones o las teorías, y cuando
u n mismo hom bre de ciencia cam bia en el transcurso de su . carrera un
laboratorio de zoología por u n laboratorio de psicología experim ental no
siente en absoluto la impresión de haber cambiado de medio.
P o r otra parte, las objeciones formuladas sobre el carácter científico
d e la psicología se reducen a u n a sola, la que C o u m o t form ulaba eri
relación con la psicología universitaria de su época; m ientras V íctor Cousin
consideraba que “atorm entando su conciencia” hacía psicología, C oum ot
le respondía que, por elocuente que fuese, la sola conciencia de un hombre
no bastaba, p ara constituir u n campo de investigación objetiva y que, por
o tra parte, no se planteaba en absoluto la posibilidad d é “ato rm en tar” la
conciencia del prójim o. D e ello deducía la im posibilidad de u n a ciencia
de la introspección. E n lo que se refiere a la psicología com parada, C oum ot
percibió perfectam ente que representaba el único verdadero camino p ara
u n a psicología científica. Pero este gran espíritu, habitualm ente tan p ru ­
dente en lo que a profecías se refiere, se dejó llevar p o r la suposición de
que la psicología anim al no superaría nunca lo que aú n era en su época:
u n a recopilación de historias de cazadores. E n realidad, la psicología anim al
. y com parada se convirtió en una disciplina muy viviente y m uy precisa en
sus m étodos de experim entación. E n lo que a introspección se refiere, todo
el m undo acepta en la actualidad, efectivamente, que no se puede construir
u n a psicología objetiva basándose sólo en los datos de la conciencia q\ie
son exactos, pero incompletos (se tom a conciencia, por ejem plo, del resul­
tado de una operación y no de su mecanismo), o si no resueltam ente enga­
ñosos (intervención del orden de un proceso, de formaciones interesadas
de los móviles afectivos, etc.). Por ello, los psicólogos h an com prendido
desde hace m ucho tiem po que el objeto de su ciencia no es la conciencia,
sino la “conducta”, tanto consciente como no consciente.
E n efecto, sólo el estudio de la conducta otorga un a significación a
los estados de conciencia, y con la condición de incluir u n a dimensión
genética, es decir de tener como objeto al propio desarrollo de las con­
ductas. ¿Se intenta, po r ejemplo, determ inar las relaciones entre la imagen
y .el pensam iento? L a introspección proporciona algunos datos, en parte
engañosos (ya que du ran te m ucho tiempo se consideró a la im agen como
un elemento del pensam iento), en parte exactos, pero incompletos (la
im agen superada po r el pensam iento y qué éste utiliza como sím bolo), pero
estos datos son esclarecidos sólo por las conductas y, en prim er lugar,
por la génesis de éstas: aparición de las conductas simbólicas (juego dé
im aginación, im itación diferida y evocación in telig en te), y form ación de la
im agen por interiorización de los, procesos de acom odación im itativa . 1
A hora bien, desde este p unto de vista es tan legítimo considerar a la con­
ducta como el objeto de un estudio científico como en relación con cual­
quier com portam iento orgánico o incluso físico. E n efecto, tanto cuando
se tra b a ja en m atem ática, como en física, en biología o en psicología, se
p arte siempre de estados de conciencia ligados a acciones (distinguir una
propiedad, m edir, e tc .), y luego, a p artir de estos estados de conciencia y
de estas acciones de los observadores, se obtienen algunas relaciones cons­
tantes que dependen de ellos. E n todos estos campos, el método científico
consiste en superar el dato consciente inm ediato, a causa de su carácter
subjetivo y deform ante, y poner de manifiesto mecanismos independientes
del observador en tanto que individuo particular. L a única diferencia
reside en el hecho de que en física se atribuyen estos mecanismos a objetos
considerados sin conciencia que, en biología, sé atribuyen a objetos más
particulares capaces de devenir conscientes y que en psicología se atribuyen
a objetos considerados como sujetos activos, susceptibles, en algunos casos,
aunque no en todos (los animales y los bebés im ponen esta reserva), de
ser conscientes a igual título que el propio observador. E n los tres casos,
a los mecanismos estudiados se los conoce inicialm ente a través de los
estados de conciencia y de las acciones del observador, y luego se los hace
objetivos con o sin la hipótesis de la conciencia de los objetos de estudio
como tales. E n los tres casos, entonces, entre el sujeto que observa y los
datos observados existe u n círculo (sólo en m atem ática el sujeto no tiene
necesidad de salir fuera de sí m ism o). Sin em bargo, la física hace abstrac­
ción de este círculo (es decir que lo remite a la psicología), ya que en sus
objetos de estudio ella no encuentra sujetos, m ientras que p a ra la biología
y p ara ía psicología dicho círculo representa un problem a, debido a que
éllas encuentran este círculo en el objeto propio de sus análisis. Si se
objetase, el carácter científico de este problem a, su supresión aparente

1 Véase nuestra obra sobre: La formation du symbole chez Venfant. Delachaux


et Niestlé.
equivaldría, entonces, a reubicarlo en el terreno de la física misma, al no
haber u n a psicología capaz de resolverlo: el ejemplo de M ach lo prueba,
ya que, al no querer ir m ás allá de los estados de conciencia vinculados
con las observaciones físicas (las “sensaciones” ) no logró salir del círculo ni
siquiera en el terreno de la física considerada p o r sí sola.
U na vez que se acepta la legitimidad de u n estudio científico de las
conductas como tales, tanto más cuanto que ellas constituyen la condición
m ism a de todo saber en las otras ram as de las ciencias, la dificultad especí­
fica que enfrente la psicología experimental, sin em bargo, y dado el círculo
que acabamos de recordar, sigue siendo la de vincular la conciencia con
un objeto y, en consecuencia, la de determ inar, en el propio seno de las
conductas, la relación entre lo que es consciente en él sujeto activo y lo
que es m aterial u orgánico. L a introspección es sin d uda engañosa e
insuficiente, pero la conciencia existe a título de fenómeno, ya que todo
conocimiento p arte de ella: el estudio de las conductas, entonces, enfrenta
al observador con dos series de hechos, el de los movimientos del organismo,
observables biológicamente y el de los estados de conciencia. ¿ Q ué relación
tienen estas series entre sí? Este es el problem a específico que debe,
enfrentar la psicología y que debe abordar p a ra objetivar sus propios datos
de conciencia.
A hora bien, el exam en de este problem a presenta u n g ran interés
epistemológico ya que, en últim o análisis, m uestra ser simétrico al de las
relaciones entre la experiencia y la deducción en el cam po físico-m ate­
mático. E n efecto, el m atem ático (cuando se lim ita a h acer m atem ática
sin filosofar) es el único que no enfrenta el problem a del círculo entre
los estados de conciencia y los objetos exteriores, ya que no se ocupa,
propiam ente hablando, más que de ideas, es decir de productos conscientes
de las conductas operatorias. L a dificultad que este hecho provoca es
la de reconciliar luego estas ideas con lo real experim ental. A hora bien,
esta reconciliación conduce a u n a especie de paralelism o entre las dos series,
u n a conceptual o ideal y la o tra experimental o física: pero este paralelismo,
pese a que es m uy exacto en algunas regiones que se corresponden térm ino
a térm ino, es m uy difícil de concebir, ya que cada u n a de las dos series
desborda a la otra (no todo lo real ha sido m atem atizado, y no todos los
entes m atem áticos h an sido físicamente realizados). Se tra ta de un pro­
blem a del mismo tipo del que se observa en lo referente a las relaciones
entre la conciencia y el organismo, en el sentido d e que los hechos orgánicos
constituyen series causales al igual que los hechos físicos, m ientras que los
estados de conciencia consisten en sistemas de implicaciones sin causalidad
propiam ente dicha, com parables con las implicaciones lógicas y m atem á­
ticas que, po r otra parte, representan su culm inación intelectual. T o d a la
historia de las ideas psicológicas revela el carácter central de este problem a,
que confluye entonces en fo rm a directa con el de las relaciones entre, el
sujeto y el objeto.
Desde este punto de vista estudiaremos aquí las diversas formas de
explicación en psicología. Si bien es cierto que estas explicaciones no h an
conducido hasta el m om ento a esquemas tan precisos como los de la bio-
logia y sobre todo los de la física, ellos presentan un interés epistemológico
indudable en lo que se refiere a las dobles relaciones que existen, por un
lado, entre el pensam iento del observador y los hechos psicofisiológicos
observados en su objeto de estudio (que, por su parte, es tam bién un
sujeto), y, por otro lado, entre la conciencia privativa de este sujeto y
su conducta psicofisiológica reconstituida por el observador. L a conclusión
a la que nos conducirá este análisis es la de que la psicología contem ­
poránea oscila entre dos tipos extremos de explicaciones, uno basado en la
fisiología y otro en la lógica.' Podríam os estar tentados entonces a dis­
tinguir desde u n prim er m om ento u n tercer tipo, basado en la sociología,
a pesar de que la sociología m ism a recurre en .algunos casos a la biología y
en otros a la lógica. Podemos apreciar a dónde conduce esta com probación,
ya que la fisiología tiende a convertirse en u n a culminación de la físico-
quím ica y que la lógica pretende ser utilizada como fuente de la m atem ática
misma. T am bién desde este p u n tó de vista, el problem a del paralelismo se
presenta como u n caso específico del im portante problem a del encuentro
entre las estructuras deductivas, vinculadas a la conciencia, y los datos
m ateriales de la experiencia. A hora bien, esto, en definitiva, no debe
sorprendernos en absoluto, ya que si bien la conciencia se inicia en un
caos relativo, po r su propio "desarrollo tiende a organizarse en sistemas
lógicos, cuya expresión proporcionan las form as superiores de introspección;
los elementos objetivos de la conducta, por su parte, se reducen tarde o
tem prano a procesos fisiológicos. A este respecto, el sistema de las opera­
ciones mismas, en las que la lógica se basa, constituye un elemento inter­
m ediario que vincula las conductas motrices (en la m edida que la operación
deriva de la acción) con la conciencia conceptualizada del sujeto. Desde
este p unto de vista, el exam en de los conceptos característicos del pensa­
miento psicológico proporciona así el com plem ento indispensable de lo que
hemos visto en relación con el pensam iento m atem ático, físico y biológico.

§ 1. L a EX PLICA CIÓ N FISIO LÓ G ICA EN PSICOLOGÍA Y SU S L ÍM IT E S . Si el


objeto de la psicología es el estudio de las conductas, ¿cabe preguntarse qué
es entonces u n a conducta y cómo se la puede distinguir de un a simple
reacción fisiológica? Según P. Jan et, H. Piéron y muchos otros, el criterio
de la conducta lo constituye el hecho de ser u n a respuesta total, que con­
cierne al organismo en su totalidad, por oposición con las reacciones p ar­
ciales que serían' de orden fisiológico: de este modo, la búsqueda del
alim ento es una conducta porque supone u n desplazamiento de todo, el
cuerpo, m ientras que un m ovim iento de los pulmones o del corazón es
fisiológico.
A hora bien, suponiendo que nos limitemos a esta definición, es evi­
dente que la explicación psicológica se reducirá con rapidez a explicaciones
fisiológicas m ás precisas; U n a respuesta “to tal” sólo puede com portar u n a
explicación global, o incluso u n a simple descripción de conjunto y. para
en trar en el detalle de las causas, se deberán tener en cuenta, necesaria­
m ente, las respuestas parciales, es decir, por definición, las reacciones fisio­
lógicas. C uanto más, se podrá pretender que el “todo” es irreductible a
la sum a de las partes consideradas en form a aislada y justificar, de este
m odo, y p o r un tiempo, u n a causalidad específica de la psicología. Pero
se aprecia entonces desde un prim er mom ento lo precario de una posición
sem ejante, tanto más cuando el concepto de totalidad orgánica, irreductible
a los elementos que organiza, es utilizado tan to en fisiología como en
psicología.
Es indudable que la definición de la conducta como respuesta total
puede parecer dem asiado vaga. Por nuestra p arte, hemos sostenido un
criterio diferente que nos parece más preciso.- T o d a reacción fisiológica
o psicológica consiste o se inserta en u n intercam bio entre el organismo y
el m edio ta l que el organismo modifica el medio y, a su vez, es modificado
p e r él (asimilación y acom odación). Pero estas interacciones pueden pro­
ducirse gracias a u n a interpenetración de las sustancias o de las energías
externas e internas y, en consecuencia, suponer u n a modificación fisico­
quím ica : de este modo, el alimento es transform ado física y químicamente
por el tubo digestivo e influye tam bién sobre el organismo. Diremos
entonces que existe u n intercam bio m aterial o fisiológico. Pero las inter­
acciones pueden ■consistir tam bién en intercam bios entre el sujeto y objeto
situados a distancias ca d a vez mayores en el espacio y en el tiem po y de
acuerdo con itinerarios cada vez más com plejos; ello ocurre a p a rtir del
sim ple contacto perc.eptual, tal como el tacto, incluyendo las interacciones
qué suponen los rodeos y los retornos característicos de la inteligencia y que
superan el pía no sensible mismo. Estas interacciones entre la actividad del
sujéto y los objetos de diversos órdenes son, entonces, funcionales y psico­
lógicas. D e esta m anera, todas las facultades m entales pueden ser jerar­
quizadas en función de las distancias espacio-temporales que las conductas
com portan. Y cuanto m ás distancia o com plicación en los trayectos su­
pone u n intercambio, tanto más complejas serán las coordinaciones internas
correspondientes: en la m edida en que el objeto sobre el que actú a el
pensam iento se aleja del sujeto, la actividad de éste, en efecto, com porta
u n juego de operaciones susceptibles de coordinar en un grado cada vez
m ayor el presente y el pasado o lo cercano y lo alejado.
Sin embargo, tanto las conductas definidas de este modo bajo su
aspecto extem o com o las operaciones que las interiorizan se acom pañan
entonces necesariamente, de respuestas fisiológicas, ya .que un intercam bio
a distancia se puede efectuar sólo por medio de u n interm ediario m aterial,
es decir, m ediante u n a interpenetración físico-química. Sólo se puede
percibir visualmente un objeto a distancia si un rayo luminoso sirve como
vehículo entre él y el su je to : ahora bien, y pese a que el objeto es, efectiva­
m ente, “visto” alejado, es decir, pese a que entre el sujeto y el objeto como
tal, por oposición a los rayos que él envía existe u n a interacción, estos rayos,
sin em bargo, penetran en el ojo y desencadenan reacciones fotoeléctricas,
corrientes nerviosas, etc., que prueban la realidad fisiológica de esta inter­
penetración. De la m ism a forma, no se puede pensar en u n acontecimiento
alejado en el tiempo o en un objeto no perceptible en el espacio sin que

2 J. P iaget: La psychologie de l'intelligence. Col. A. Colín, 194-7.


este acontecim iento o este objeto considerados como pasado o lejanos se
conecten con el sujeto m ediante interm ediarios fisiológicos que perm itan
u n a interpenetración actual (huellas nerviosas, esquemas motores, e tc .).
E n resumen, tanto cuando se define a las conductas por su carácter
to tal como cuando se lo hace por las distancias que separan los objetos del
sujeto, es evidente que su funcionam iento supone la existencia de reacciones
fisiológicas concomitantes. En consecuencia, tard e o tem prano se plantea
n aturalm ente él problem a dé saber si el análisis de la “conducta” o aspecto
psicológico de la actividad del sujeto rio se reduce a u n a simple “fenome­
nología” , como dicen los autores de tendencias organicistas, y su explicación
verdadera debería buscarse sólo en los mecanismos neurofisiológicos. De
este modo, a qué puede conducir la explicación psicológica de las percep­
ciones sino a u n a buena descripción de las relaciones en juego, la que sin
du d a conduce al descubrim iento de regularidades o de leyes pero sin que
en el interior mismo de este cuadro puram ente fenomenológico se puedan
descubrir las causas de este fenóm eno: salir del cuadró p ara buscar su
causalidad significa, entonces, rem ontarse hasta los procesos fisiológicos de
la percepción. Y, contrariam ente a l a . tradición intelectualista que pro­
siguió desde H elm holtz hasta v. Weizsácker, a través de la escuela de Graz
y de M einong, lo que caracteriza a la tradición que conduce desde Hering
hasta la m oderna teoría de la form a es la utilización constante de la
fisiología por parte de la psicología de las percepciones. D e la misma
form a, no se puede concebir u n a teoría de la afectividad sin recurrir a los
mecanismos nerviosos de la emoción o al equilibrio hum oral, u n a teoría
del aprendizaje sin récu rrir a la fisiología de la m otricidad, y así sucesiva­
m ente. E n definitiva, u n a teoría psicológica de la inteligencia se concibe
sin un conjunto de tales elementos tomados de la neurología, ya que la
inteligencia no es más que u n a sistematización de los procesos cuyas raíces
p enetran en la percepción, la m otricidad, etcétera.
Sin embargo, y pese a que u n deslizamiento sem ejante desde la des­
cripción psicológica h ac ia -la explicación fisiológica parece a prim era vista
inevitable, existe ciertam ente un lím ite que, desde u n prim er momento,
aparece como infranqueable: nos referimos al lím ite m arcado p o r las
conexiones internas entre las operaciones, si se las define p o r su composición
reversible. P ara decirlo de otro modo, la frontera de la explicación fisio­
lógica es la necesidad lógico-m atem ática. Se puede apreciar, en efecto,
sin dificultad,, que la neurología explica u n a sensación, un a emoción, un
hábito, etc., pero no se puede concebir la posibilidad de que ella llegue a
explicar alguna vez la causa del carácter necesario de u n a serie de opera­
ciones tales como A = B; B = C y en consecuencia A = C, n i la causa
por la que 2 x 2 = 4, u n a vez que se aceptan las definiciones de 2 y de 4.
c de que i = "x/ - 1 sea u n a operación indispensable p a ra la teoría de los
números. En efecto, la conexión que existe entre los procesos fisiológicos
es de carácter causa!, m ientras que la conexión entre las operaciones lógicas
o m atem áticas consiste en implicaciones formales.
E n u n interesante intento de reducción de la psicología contem po­
ránea a los esquemas reflexológicos de la escuela de Bechtereff, N. K,ostyleff
intentó dem ostrar, e n . particular, que todas las conexiones que podemos
observar en el desarrollo de la inteligencia sensoriomotriz y del pensamiento
en el niñ o se explican por asociaciones de reflejos mentales, consideraciones
de concentración nerviosa; etc .3 Es evidente, tal como lo hemos señalado
en el prefacio del vol. I, q u e . un psicólogo estará siempre de acuerdo
con esta correspondencia, la que enriquece sin d u d a nuestra comprensión
de los fenómenos. Pero cabe preguntarse si esta correspondencia entre la
acción de las relaciones construidas por el pensam iento y la acción de los
reflejos m entales suprime la explicación “subjetiva” , com o se expresa N.
Kostyleff y la reem plaza legítim am ente por una explicación puram ente
neurológica. El problem a no se plantea de este modo, ya que los dos tipos
de explicación están destinados a desarrollarse en correspondencia uno con
el otro. L a explicación reflexológica proporciona las “causas” : de este
modo, el niño logra descubrir m ediante operaciones concretas que 1 -f- 1 = 2 ;
2 — 1 = 1 , etc., en virtud de un mecanismo asignable de reflejos mentales

fuera del que su pensam iento, evidentemente, no funcionaría. Pero estos


reflejos no explican la “razón” por la que si 1 -)—1 = 2 , entonces, necesa­
riam ente, 2 — 1 = 1 ó 2 — 2 = 0, etc. Suponiendo que se p u ed a m ate-
m atizar a los reflejos como tales y deducir el hecho de que 2 — 1 = 1 si
1 -{—1 = 2 , de sus propiedades mecánicas, m ediante u n a especie de m ecá­

nica racional o de geom etría de los reflejos considerados a título de


fuerzas, de vectores, etc., de todas form as esta m ecánica o esta geom etría
cíe los reflejos estaría subordinada, p o r su parte, a relaciones necesarias de
naturaleza lógico-m atem ática de las cuales- la reflexología, convertida en
m atem ática, dependerá, al mismo tiem po que, por o tra p arte, los engen­
d rará: de este modo, ¡los reflejos no podrían explicar causalm ente la im pli­
cación salvo si se supone la intervención previa de implicaciones necesarias!
N. Kostyleff responde con razón qüe los reflejos explican “causalm ente”
lo real, m ientras que la lógica y la m atem ática se refieren a lo posible:
pero es en esto, precisam ente, donde el pensamiento y sus significaciones son
irreductibles, ya que proporcionan la causa de lo real en función de lo
posible y se instalan sin más en lo posible gracias a las composiciones
reversibles que necesariam ente superan la irreversibilidad real.

C ausalidad m a te ria l, o física e implicación lógica o m atem ática, tales


son, en definitiva entonces, los dos térm inos irreductibles de la relación que
existe entre la explicación fisiológica y algunos aspectos, al menos, de lo
que en ciertos casos se designa un poco a la ligera como la “fenomenología”
psicológica. El problem a que se plantea, de este modo, es el saber si esta
relación es general, o, p a ra decirlo de otra m anera, si se puede considerar
que las conexiones del tipo de la implicación caracterizan a todas las

3 N. Kostyleff: La réflexologie et les essats d’une psyckologie structurale.


D elachaux et Niestlé (con un prefacio de Jean Piaget).
conexiones psicológicas como tales o si ellas son específicas de las opera­
ciones lógicas y m atem áticas.
Ahora, bien, en este punto la tesis utilizada constantem ente en esta
obra sobre la naturaleza activa (e incluso sensorioinotríz en su fuente)
de las operaciones intelectuales adquiere un a significación psicológica
general, adem ás de su sentido epistemológico. En efecto, el sistema de las
operaciones lógico-matemáticas, reunidas en “agrupam ientos” y en “grupos”,
no constituye sólo el punto de p artid a del pensam iento racional, en el
sentido estrecho del térm ino: constituye tam bién, e independientem ente de
esta axiomatización a la que dio lugar bajo form a de la lógica propia­
m ente dicha, la estructura psicológica de esté estado de equilibrio móvil
alcanzado por la inteligencia al térm ino de su desarrollo. Desde la acción
más elemental hasta las operaciones organizadas de acuerdo con sus leyes
de composición reversibles se puede discernir de este modo, u n a serie con­
tinua de procesos que, sin ser au n operacionales, tienden hacia la operación
como form a de equilibrio term inal. Pese a que ver operaciones en todas
partes es erróneo y tam bién lo es encontrar implicación lógica en todos los
niveles, de todas formas, y ai estar preparadas las operaciones desde las
variedades m ás elementales de la vida m ental, las relaciones entre estados
mentales, cualesquiera que éstos sean, se entroncan, de este modo, con la
implicación en un grado al m enos igual que con la causalidad física, y
se entroncan con ella tanto m ás cuanto que la actividad del espíritu se
afirm a con m ayor intensidad. En efecto, tan pronto como interviene la
asimilación sensoriomotríz o intelectual m ás simple, es decir la incorporación
de los objetos percibidos o concebidos en los esquemas anteriores de la
actividad del sujeto (y esta incorporación es la que perm ite percibir o
concebir), la puesta en relación así constituida equivale a establecer entre
los térm inos o entre sus relaciones u n tipo de conexión, específico de la vida
m ental: esta conexión, que es com ún al sistema de las significaciones, al
juego de los reconocimientos, a los actos de comprensión, etc., es decir a
todo lo que diferencia u n proceso psíquico de u n proceso físico, consiste,
siempre, en efecto, en conectar propiedades entre sí de un a form a tal que
una acarrea a la otra desde el punto de vista de la conciencia misma,
es decir desde el punto de vista del sujeto y no del objeto. Se puede
designar entonces, como im plicación, en un sentido am plio a un producto
sem ejante de la asimilación m e n tal . 4 En lo que se refiere a los aspectos
cognitivos de la conducta (desde la percepción a la inteligencia), es al
parecer legítimo, entonces, considerar que respecto de los problem as fisio­
lógicos la conciencia m antiene la m ism a relación que la implicación respecto
de la causalidad: por ello, el cam po propio de las explicaciones psicológicas
ef. el de las conexiones que culm inan en el pensam iento racional, por
oposición a las explicaciones causales de la conducta que tienden a conver­
tirse en fisiológicas.

4 Esto fue apreciado correctam ente por Glaparéde a p artir de sus trabajos sobre
la “Genése de l’Hypothése” (Arch. de Psychol., t. xxiv, 1933), pero él amplió la impli­
cación hasta convertirla en una propiedad vital y fisiológica en igual grado que,
psicológica, m ientras que nosotros la consideramos especifica de la asimilación mental.
¿Pero cómo concebir un análisis psicológico, es decir una investigación
de las implicaciones en u n campo en el que la lógica no interviene en
absoluto, como es el de las percepciones? Lo mostraremos m ediante un
ejemplo e intentarem os señalar, incluso, que en este terreno, en el que el
papel de las implicaciones causales, y en consecuencia fisiológicas es evidente
el paralelo entre las series psicológicas y fisiológicas es más claro ; am bas son
necesarias, no se contradicen sino que, por el contrario, se com pletan una
a otra.

Consideremos una “ilusión” visual, es decir u n a deform ación siste­


m ática de las relaciones objetivas, como por ejemplo la famosa ilusión de
M üller-Lyer (dadas dos líneas iguales, u n a de las que term ina en ambos
extremos en puntas dirigidas hacia el exterior y la otra m ediante puntas
dirigidas hacia el interior de la figura, a la prim era se la sobreestima y a la
segunda se la subestim a). L a últim a explicación fisiológica que se propuso !>
se basa en Jas interacciones descubiertas recientem ente entre las corrientes
nerviosas aferentes: de este modo, dos corrientes aferentes suficientem ente
próximas crean un “cam po polisináptico” , a causa de tales interacciones,
y este cam po puede deform ar ias figuras. Cuando, por ejemplo, se perciben
los lados de u n ángulo agudo cerca del vértice, su proxim idad determ ina
en esta región una atracción entre ambos, lo que provoca u n acortam iento
de estos lados y un aum ento del ángulo (véase la fig u ra ). En el caso de

la ilusión de M üller-Lyer, basta que este efecto se produzca en las puntas


dirigidas hacia el exterior p ara que la línea m ediana de la figura se estire,
m ientras que cuando las puntas están dirigidas hacia el interior el mismo
efecto acorta la línea m ediana.
Suponiendo que esta explicación sea exacta, y sobre todo, que sea
posible generalizarla a las diferentes formas posibles de figura (incluido
el caso de los ángulos obtusos), se plantea, entonces, el siguiente problem a:
¿ u n a explicación causal de este tipo puede dar cuenta de todos los aspectos
psicológicos de la estructura perceptual descripta por M üller-Lyer? T al
como lo dem ostraron perfectam ente los teóricos de la Form a, una percep­
ción constituye una totalidad de relaciones interdependientes; sin embargo,
los partidarios de esta escuela consideraron de antem ano (en este punto
la psicología anticipó los resultados-de la fisiología) que un a totalidad de

B Ségal: ] ourn. de Psycho!., t. 1. págs. 21-35.


este tipo debía ser “isom orfa” a una totalidad fisiológica de la misma
estru ctu ra: se com probó luego, precisam ente, que esta últim a estaba consti­
tuida por el cam po polisináptico. Sin em bargo, las relaciones entre sinapsis
que caracterizan dicho cam po son relaciones causales que existen entre
elementos nerviosos, o al menos son reconstituidos cómo tales por el neuró­
logo, m ientras que las relaciones percibidas en el seno de las figuras de
conjunto sen relaciones de form a, de m agnitudes, etc., presentes cualitati­
vam ente en la conciencia del sujeto. P ara la fisiología, la interdependencia
de estas relaciones constituye u n sistema de interacciones causales, mientras
que para la percepción misma, y p ara la actividad mental, representa, por
el contrario, un sistema de implicaciones m utuas. ¿Cómo analizar entonces
este últim o sistema?
Si se va más allá de la teoría de la Form a, que se contenta con una
descripción global, se puede in te n ta r la form ulación de las relaciones mismas
que constituyen a las totalidades perceptuales. A hora bien, la experiencia
prueba que una de estas relaciones más generales consiste en lo siguiente:
entre dos longitudes sensiblemente diferentes B > A, la percepción de la
mayor desvaloriza a la m enor; en consecuencia, se percibe a B como mayor
de lo que es en realidad, y se subestima a A. Tales modificaciones de las
relaciones, com binadas entre sí, explican entonces la ilusión de Müller-Lyer.
L a figura descubierta po r este autor, en efecto, puede reducirse a dos
trapezoides unidos en uno de sus lados. A hora bien, en u n trapezoide se
deben distinguir perceptualm ente por lo menos tres longitudes (dejando
a un lado la altu ra) : el m ayor de los dos lados paralelos, es decir B, el menor,
es decir A y la diferencia entre ambos, es decir A’. En virtu d de lo que

precede, si A ’ < A (y n aturalm ente A’ < B) existe entonces una desvalo­


rización perceptual de la diferencia A’entre A y B, lo que significa una
sobreestimación de A relativam ente a B y A’ : se explica de este m odo la
ilusión. H aciendo v ariar de todas m aneras los valores de A ’, A y B, se
puede adm inistrar la prueba de la intervención general de estos tipos de rela­
ciones: por ejem plo si A ’ > A, lo que se devalúa entonces es A, lo que
provoca una inversión de la ilusión. Si la p u n ta está dirigida hacia el
interior, las mismas relaciones se aplican en sentido inverso, etc . 0 En
c J. Piaget y B. von A lbertini: “L ’illusion de M üller-Lyer”, Arch. de Psychol.
resumen, éste es un buen ejemplo de un sistema de relaciones interdepen-
dientes en el sentido de u n a implicación m utua, pese a que consideradas
en sí mismas estas relaciones no son de naturaleza lógica sino que señalan
deformaciones sistemáticas.
Consideremos ahora el caso general de la relación perceptual A < B
e intentem os dilucidar su significación desde el p u n to de vista del análisis
psicológico, independientem ente de las causas fisiológicas de la deformación.
P ara el sujeto consciente, la percepción de la relación A < B, conduce
a u n a conciencia de diferencias entre los dos términos, y esta diferencia
se acentúa hasta u n a cierta sobreestimación. Inversam ente, hay una con­
ciencia de igualdad A = B no sólo cuando A y B son objetivamente
iguales, sino tam bién en vecindad de esta igualdad objetiva: en el interior
de un cierto “um bral de igualdad” o “um bral diferencial” las pequeñas
diferencias determ inan, entonces, un efecto no ya de contraste sino de
igualación ilusoria. A hora bien, si se analizan estas impresiones de con­
traste y de igualación, se observa que el principio de todas estas relaciones
perceptuales consiste en una especie de relatividad, que es similar a la que
caracteriza a la inteligencia y sin embargo muy diferente de ella. El factor
común está representado por el hecho de que nunca se considera a un
elemento en sí mismo, sino siempre en relación con otros, con los que
constituye u n sistema de conjunto cuyo caso más simple está representado
por la relación binaria. Pero la relatividad de la inteligencia no altera los
térm inos que se h a n puesto en relación, sino que los enriquece por esta
relación misma. Por el contrario, la relatividad perceptual es deformante,
ya que los térm inos de la relación como tales son desvalorizados o sobre-
evaluados en el sentido del contraste o si no de igualización ilusoria. L a
famosa ley de W eber que atribuye a los um brales diferenciales un valor
proporcional al de los términos com parados constituye, precisam ente, una
de, las expresiones de esta relatividad p erc ep tu a l, deform ante. Señalemos,
por o tra parte, que se la observa tam bién en campos p uram ente fisiológicos
(sensibilidad de los nervios ante la excitación eléctrica, etc.) e incluso
físicos, lo que nos servirá aún en mayor m edida p ara hacer un paralelo
entre el sistema- de las implicaciones m entales y de las relaciones causales
de orden físico-químico.
A hora bien, esta relatividad perceptual general está ligada a un
curioso fenómeno, que pasó inadvertido du ran te m ucho tiem po: el efecto
de centralización . 7 Cuando el sujeto com para dos o varios objetos, sobre­
estima el elemento observado, en el m om ento de la centralización, y
cuando las centralizaciones alternativas no conducen a un a compensación
exacta de este efecto m om entáneo, la centralización como tal da lugar a
u n a deformación sistemática. A p artir de estos datos se puede calcular
el núm ero (relativo) de las centralizaciones posibles sobre dos o varias
líneas (o superficies). L a relación de las centralizaciones reales y de los
céntrajes posibles proporciona entonces una ley probabilista de las “centra­

7 Lo hemos estudiado sistemáticamente con Lam bercier bajo la forma de “error


de la norm a” . Véase Arch. de Psychol., xxix, 1943, págs. 173 y 255.
lizaciones relativas” que explican al mismo tiem po los efectos de contraste
observados cuando la diferencia B > A es suficiente y los efectos de
igualación ilusoria p a ra los valores vecinos a B = A. Estas composiciones
de tipo probabilístico, que expresan esta especie de sorteo representado por
las fijaciones reales de la m irada (o de u n órgano de los sentidos cual­
quiera) en relación con las centralizaciones posibles explican entonces en
form a sim ultánea el principio de las ilusiones visuales y la ley de W eber.s

Situándonos en este p unto de vista, se com prende con m ayor facilidad


el necesario paralelism o entre la explicación fisiológica y el análisis psico­
lógico, así como el carácter específico e irreductible de cada uno de los dos
tipos de conexión, causal e implicatorio.
E n lo que se refiere a su paralelismo, es evidente, en efecto, que el
mismo esquema probabilístico puede aplicarse al mismo tiem po a la compo­
sición de las relaciones presentes en la percepción consciente y de las rela­
ciones causales en juego en los procesos fisiológicos. Fisiológicamente, las
interacciones entre sinapsis como así tam bién las relaciones entre el estímulo
y la respuesta expresadas po r la ley de W eber cuando ésta se aplica a un
cam po fisiológico p u ro pueden depender, am bas, de la probabilidad de
encuentro entre elementos determ inados: de esta form a, e incluso en el
cam po físico-químico inorgánico, la ley de W eber se aplica a la impresión
de una placa fotográfica ya que expresa en ese caso el aum ento logarít­
mico de las probabilidades de confluencia entre los fotones y las partículas
de sal de plata. Psicológicamente, se tra ta de las mismas probabilidades de
confluencia que conectan las m agnitudes objetivas percibidas con las fija­
ciones posibles del órgano de los sentidos en acción (m irada, etc.). En
consecuencia el paralelism o no debe sorprendernos, ya que el mismo
esquema de confluencias probables se aplica de este modo, en form a simul­
tánea, a los intercam bios fisiológicos y a las conductas.
Sin embargo, y de todas formas, las diferencias entre las dos series
neurológicas y psicológicas es evidente. D esde un punto de vista fisiológico,
el fenómeno se traduce en u n conjunto de relaciones causales entre elemen­
tos m ateriales y equivale de este m odo a u n sistema físico, hasta un punto
tal que, en el caso de la ley de W eber, la m ism a ley logarítm ica se aplica
tanto a algunos procesos físicos como a las respuestas fisiológicas; p o r otra
parte, las interacciones características de u n cam po polisináptico, como es
evidente, se asem ejan en mayor o m enor m edida a interacciones de carácter
electrom agnético. Desde u n punto de vista psicológico, por el contrario,
los mismos hechos se traducen bajo la form a de relaciones conscientes:
ahora bien, y se tra ta de un fenómeno m u y interesante, estas relaciones
pueden deducirse entonces parcialm ente u nas de otras, como si entre ellas
existiese una especie de lógica y como si la percepción m isma expresase o
encarnase esta lógica, plena, por otra parte, de paradojas en relación con
la que caracteriza a la inteligencia.

8 J. Piaget: “Essai d’interprétation probabiliste de la loi de Weber et de celle


des centrations relatives”, Arch. de Psychol., t. xxx, pág. 95,
¿E n qué consiste esta prelógica perceptual? Si se la com para con los
“agrupam ientos” de operaciones inteligentes, ella es esencialmente irrever­
sible, no transitiva, no asociativa y sin identidad. Su irreversibilidád se
caracteriza en especial po r “ transformaciones no compensadas” que tra ­
ducen las deform aciones mismas, es decir por las “ilusiones” que carac­
terizan a casi todas las percepciones (salvo en u n caso de com pensación
completa entre las deform aciones). E sta prelógica se caracteriza entonces,
esencialmente, p o r ser imposible de descomponer y contradictoria, si se la
intenta expresar bajo u n a form a estricta. Sin embargo no es absurda, ya
que a p artir de las dos relaciones AB y BG se puede prever u n a relación AC
por composición probabilística. Pese a que esta prelógica no es reversible,
ella señala, sin embargo, un juego de compensaciones aproxim adas y
reemplaza de este m odo al sistema de las operaciones m ediante u n sistema
de regulaciones o compensaciones que tienden hacia la reversibilidad, sin
alcanzarla p o r completo. D e este modo, y al mismo tiempo que nos negamos
a hablar de implicaciones propiam ente lógicas en el cam po perceptual,
no es exagerado reconocer la existencia de un a cierta coherencia interna
entre las relaciones percibidas, tanto más cuanto que las regulaciones que
ella señala son u n prim er bosquejo sensoriomotor de las operaciones futuras
de la inteligencia.
El análisis psicológico basado en tales relaciones y en su composición
aparece entonces, efectivamente, como refiriéndose en mayor m edida a un a
especie de im plicación que a la causalidad, incluso si no se tra ta aú n de
implicación lógica. Se puede decir, es cierto (como lo hemos hecho nosotros
mismos) que las relaciones perceptuales están provistas de un género p a r­
ticular de causalidad, en el sentido de que la deformación característica
de una de ellas provoca la aparición de otras deformaciones; pero esto es
sólo una form a de expresar el hecho de que tales relaciones no son p u ra ­
mente deductivas. Son solidarias de la causalidad fisiológica y corresponden,
de este modo, a conductas mixtas en la actividad del sujeto. Sin embargo,
aquello en lo que el proceso psíquico como tal difiere del proceso psico­
lógico y le es irreductible, es precisam ente la implicación m u tu a de las
relaciones en juego, por oposición al carácter causal de su concom itante
nervioso. D e este modo, cuando el sujeto observa en u n gran cuadrado
A’ B’ C ’ D ’ las mismas relaciones que en u n pequeño cuadrado A B G D,
esta “transposición” se basa sin duda en la proporcionalidad de los valores
característicos en los dos campos fisiológicos en juego, y por lo tanto en
un sistema causal, ella se acom paña sin embargo, con u n a conciencia de
semejanza que en sí misma no es de orden causal y que expresa simple­
mente la im plicación de las relaciones como tales.
Paralelism o e irreductibilidad, tal es entonces, efectivamente, la rela­
ción entre la explicación fisiológica y el análisis psicológico. A hora bien,
en tal caso se puede observar a qué conduce esta relación: el análisis p u ra ­
mente psicológico, en resumen, consiste sólo en un esfuerzo de reconstrucción
deductiva o sem ideductiva del fenómeno que la fisiología explica en form a
causal. Pero esta construcción corresponde, desarrollándola a la contenida
en form a im plícita en los mecanismos mentales característicos del sujeto
m ism o: el psicólogo reconstituye el esquema que la percepción como tal
ha elaborado por su propia cuenta, o, si se lo prefiere, el esquem a del
psicólogo explícita los esquemas del sujeto. Se puede decir quizá que este
análisis no p o d rá conducir entonces a ninguna explicación y que se lim itará
a simples descripciones lógicas. Pero adm itam os que la explicación fisio­
lógica alcance u n estado de culm inación relativo y el análisis psicológico
u n a coherencia deductiva suficiente: en dicho caso, ellas confluirían, en
un m odo sim ilar a aquel en el que la deducción m atem ática confluye con
la experiencia física. E n efecto, una fisiología acabada de la percepción
y de la inteligencia sería u n a especie de física tanto deductiva como experi­
m ental : su aspecto deductivo se confundiría en parte, sin du d a, entonces,
con el esquem a de implicaciones construido por la psicología p a ra recons­
tituir las semioperaciones en juego en la percepción y las relaciones en
juego en la inteligencia.. Por o tra parte, sólo en ese m om ento se podrían
descubrir las verdaderas relaciones que existen entre lo corporal y lo
m e n ta l: todo el problem a, en efecto, residiría en elucidar si la lógica y la
m atem ática que intervienen en esta fisiología exacta explicarían, al fin
de cuentas, los datos experim entales de carácter fisiológico o a la inversa:
por nuestra p arte, creemos que la asimilación sería recíproca y que esta
asimilación recíproca conduciría, incluso, a la comprensión sim ultánea de
las relaciones entre el espíritu y el cuerpo así como entre el sujeto y el
objeto.
Sin em bargo, suponiendo que la psicología de la percepción, de la
representación y de la inteligencia culmine de este modo en u n vasto
sistema de relaciones y de transform aciones entre sí, que conectarían las
regulaciones perceptuales más elementales con las operaciones intelectuales
más elevadas, ¿la dificultad no sería entoncés la de extender este tipo de
interpretación al elem ento m otor o activo de la conducta y sobre todo a
la afectividad? E n lo que se refiere a la motricidad, la situación es similar.
¿D e qué m odo, en efecto, u n movim iento provoca otro m ovim iento? Por
un lado, en form a causal, es decir por coordinación neurom uscular, pero
este condicionam iento causal indispensable de la actividad no explica la
coherencia in te rn a de ésta, es decir el mecanismo de las transform aciones
intencionales que son las únicas que otorgan u n a significación a los actos y
a los movim ientos desde el punto de vista del sujeto. A hora bien, es evidente
—y ello se observa, sin du d a alguna, a p artir de la conexión continua que
existe, de este modo, u n a serie continua de implicaciones que p rep aran
que estas transform aciones. intencionales dependen, nuevam ente, de la
implicación y no de la ca u sa lid ad : cuando un bebé, por ejemplo, aprehende
un objeto p a ra sacudirlo, cualquiera que sea la explicación fisiológica de esa
conducta por los condicionam ientos reflejos, se puede decir que el esquema
sensoriomotor de sacudir supone la utilización previa del esquema de
aprehender y que la asim ilación del objeto a estos esquemas constituye u n
encaje im plicatorio. Este encaje es análogo a la necesidad que enfrenta
el sujeto de ordenar los objetos para contarlos, etc.; desde la implicación
de los esquemas sensoriomotores hasta el encaje de las operaciones mismas,
existe entre la acción exterior y las operaciones o acciones interiorizadas—
progresivam ente los mecanismos operatorios más evolucionados.
L a coordinación m ental de las acciones intencionales conduce al pro­
blema de la vida afectiva. E n la actualidad, todo el m undo considera que
la afectividad y los procesos intelectuales o cognitivos son indisoc.iables y
constituyen los dos aspectos com plem entarios de toda conducta: el aspecto
intelectual constituye lo que se puede designar como la “estructura” de la
conducta, es decir las relaciones que conectan al sujeto con los objetos,
m ientras que la vida afectiva constituye la economía o la “energética” de
esta m ism a energía. A hora bien, si bien es fácil apreciar el papel de las
implicaciones en el cam po de los estados cognitivos y de la m otricidad que
los conecta o que los transform a, ¿podemos decir lo mismo en lo que se
refiere a la energética, que, en u n prim er momento, parece ser p uram ente
causal?

Exam inemos en ese sentido una de las regulaciones afectivas más


elementales que P. Ja n e t y C laparéde describieron en form a independiente,
aunque en térm inos casi iguales.” Según Claparéde, el interés (sobre el
que basaba toda su psicología funcional) es u n dinam ogenerador de la
acción que actúa cuando un objeto es susceptible de satisfacer u n a nece­
sidad: el objeto reviste entonces la nueva propiedad de ser interesante, y
el interés produce u n a liberación de las energías en reserva que facilitan
la acción en la m edida en que el interés en juego es fuerte. En un lenguaje
un poco diferente, Ja n et dice algo análogo en lo que se refiere al m eca­
nismo de los sentimientos elem entales: reguladores de la acción, ellos señalan
en ella las conclusiones, felices o desgraciada? (alegría y tristeza), o si no la
aceleración (fervor, esfuerzo, interés) o la detención (fatiga, depresión).
Es evidente, entonces, que tales explicaciones recurren en prim er lugar a
la causalidad fisiológica. Describir el interés como u n dinam ogenizador
o como u n regulador que procede p o r aceleración supone postular de
entrada la necesidad de u n a explicación fisiológica. ¿ Cuál es la naturaleza
de las energías en juego, cómo Concebir u n a aceleración, cuál es el m eca­
nismo de u n a regulación energética (p o r oposición a las regulaciones de
estructura que hem os exam inado en relación con la percepción) ? Sólo la
fisiología podrá resolver todos estos problem as y en relación con ellos
la psicología se lim ita describir, desde afuera y globalmente, conductas
cuyos procesos son esencialm ente neurológicos. Sin embargo, un a vez que
se acepta este papel de la causalidad psicológica, cabe preguntarse si en
el mecanismo del interés, no hay rasgos que conciernan a la psicología
como tai y que sean irreductibles a la idea de causa. Efectivam ente, y en
analogía exacta con lo que hemos visto a propósito de las relaciones p er­
ceptuales, existe en ese sentido el vínculo particular que conecta un interés
con otro: ahora bien, este vínculo pertenece nuevam ente al tipo de la
im plicación y no al de la causalidad. Los intereses, en efecto, se generan
unos a otros de acuerdo con estos encajes bien descriptos por C laparéde:
p o r ejemplo, si A es interesante para el sujeto porque responde a un a de

9 P. Ja n e t: D e l’angoisse a l'extase, t. n, y C laparéde: Psychologie de Tenjant


et pédagogie experiméntale. Ginebra (K ündig), cap. sobre “ L’intérét”.
sus necesidades, B, que es u n medio para, conseguir A, está revestido, por
ello mismo, de un interés derivado, y C, que es un medio p a ra alcanzar B
adquiere, a su vez, u n interés subordinado al de B y al de A, etc. Se puede
observar, entonces, que estas cadenas de interés son, en realidad, encajes
de relaciones, como en el caso de las relaciones estructurales, pero estable­
cidas, en este caso en tre “valores”, es decir propiedades de deseabilidad
atribuidas a los objetos. D e este modo, estas cadenas se pueden com parar
con las composiciones de relaciones perceptuales “con regulaciones que
preceden las regulaciones” o si no incluso, en algunos casos, con las com po­
siciones lógicas, como sucede cuando las escalas de valores están estabili­
zadas po r norm as colectivas. P ara decirlo de o tra m anera, el elem ento del
interés irreductible a la explicación fisiológica es el valor y el aspecto
im plicativo del interés en oposición con su aspecto causal está representado
por esta conexión entre los valores que revela la existencia de las escalas
de valorización: escalas perm anentes o m om entáneas, según que dependan,
en m ayor o m enor grado, de los intereses dom inantes del sujeto en el
m om ento considerado.

Es evidente que si esto es lo que sucede con los intereses, se podrá


decir lo mismo de todos los sistemas afectivos. U n sistema o u n a emoción
están ligados en form a necesaria a procesos neurológicos determ inados, que
en algunos casos hacen, al parecer, inútil to d a explicación psicológica: de
todas m aneras, los hechos de conciencia que acom pañan estos procesos
expresan evaluaciones que se provocan unas a otras con m ayor o menor
coherencia. E n u n principio (como en el cam po cognitivo), esta coherencia
es débil, pero aum enta progresivam ente h asta los sentimientos superiores
cuya estabilidad depende de una socialización grad u al de los sentimientos
y de la intervención de la voluntad que, en la vida afectiva, desem peña un
papel análogo, al de las operaciones en el terreno de la inteligencia.
E n conclusión, lo que caracteriza a la explicación fisiológica, en psico­
logía al igual que en otros campos, es el hecho de ser exclusivamente cau sal:
desde que .se recurre a la causalidad, la explicación organicista tiende
entonces a extenderse en form a indefinida a costas de las explicaciones
psicológicas. Sin em bargo, en las conductas m entales y en los hechos de
conciencia calificados sigue existiendo un elem ento irreductible a la fisio­
logía por ser irreductible a la causalidad: nos referimos a la implicación
de las relaciones, conceptos y operaciones en el cam po cognitivo, y de los
valores de todo género (a p a rtir del simple placer hasta los valores indivi­
duales y m orales) en el plano afectivo. E sta implicación m ental, tanto
cuando es de carácter cognitivo como afectivo, m antiene con la causalidad
fisiológica u n a relación análoga 9 . la que se observa en las ciencias exactas
entre la deducción y la realidad física misma. Sin embargo, no p o r ello se
debe suponer que la psicología está predestinada a convertirse en una
ciencia deductiva, ya que sólo los estados equilibrados finales, constituidos
por los sistemas de operaciones intelectuales y p o r algunos sistemas de
valores socializados pueden dar lugar a u n a axiomatización propiam ente
dicha. E n los campos inferiores, como en el de la percepción por ejemplo,
la deducción, por el contrario, sólo toca en parte las relaciones en juego y
sirve, antes que nada, para poner de manifiesto las singularidades que
revela la experiencia. ¿ En qué consistirá, entonces, en psicología, la explica­
ción propiam ente dicha, es decir una explicación basada en el análisis
de las implicaciones, de las que hemos hablado en este § 1 , pero que
las explicarían y no simplemente describirían P Los psicólogos alemanes
distinguieron en algunos casos u n a “verstehende Psychologie” y una
“erklárende Psychologie” es decir la psicología que “com prende” y la que
“explica” . L a p rim era se sitúa en el punto de vista del sujeto e intenta
elucidar sus móviles de conducta y las conexiones entre sus estados de
conciencia: lo que alcanza de este m odo es el campo de las implicaciones,
si lo que precede es exacto. L a segunda se sitúa en el p u n to de vista de
las causas y no de las razones: tiende entonces siempre hacia la explicación
fisiológica. Pero es evidente que la psicología no puede resignarse a esta
especie de ru p tu ra en dos partes separadas: la conducta es u n a unidad,
y, salvo en algunos estados límites de equilibrio en los que tiende a ser
puram ente lógica o puram ente axiológica, no se la po d ría “com prender”
sin al mismo tiem po “explicarla” , ni tam poco a la inversa. Es evidente,
en -efecto, que si las dos series constituidas por las causas fisiológicas y las
implicaciones psíquicas son irreductibles u n a a otra, de todas formas ambas
son indisociables: el papel de las explicaciones psicológicas, por oposición
a la lógica o a la axiológica puras, es, de este modo, el de integrar la serie
de las implicaciones en el contexto de las “conductas”, qu e com portan
cada u n a de ellas, u n aspecto causal. En otros térm inos, la explicación
psicológica consistirá en realizar la unión de las implicaciones de la con­
ciencia y de las causas orgánicas, de la m ism a form a e n que la explicación
física consiste en conectar la deducción m atem ática y la experiencia. La
analogía es com pleta en lo que concierne los estados de equilibrio intelectual,
en los que se debe, simplemente, conectar la deducción lógica con la
actividad orgánica. Sin embargo, en la inmensa m ayoría de los estados,
las implicaciones de la conciencia son prelógicas, en proceso de devenir,
y son solidarias de una historia no deductible en sí m ism a. ¿Cóm o se
constituye entonces, concretamente, la explicación psicológica?

§ 2. L a s p s e u d o e x p l i c a c i o n e s p s i c o l ó g i c a s . Si la diferencia esencial
entre lo psíquico y lo fisiológico se basa en la oposición y la causalidad, es
evidente que la explicación psicológica no podría atrib u ir entonces, a la con­
ciencia, al espíritu o a los procesos m entales ni siquiera inconscientes, ningu­
n a “sustancia”, ni tampoco ninguna causalidad sustancial o “fuerza” , etc...
es decir ninguna propiedad concebida sobre el modelo de la causalidad
m aterial.
Sin em bargo, muchas doctrinas psicológicas han invocado en form a
sistemática estos conceptos de sustancia y de fuerza, y estas doctrinas reap a­
recieron m uchas veces en el transcurso de la historia y renacen aún en la
actualidad en función de diversas preocupaciones filosóficas o sociales.
Es inútil recordar que el concepto de un a sustancia espiritual, situada
en el mismo causal que la m ateria interactuante con ella h a inspirado al
esplritualism o clásico, con su hipótesis de un alm a dotada de facultades
com pletam ente constituidas y perm anentes y que se lo puede encontrar
en la actualidad incluso en teorías psicomédicas tales como las de G. G.
Jung. A hora bien, independientem ente del halo afectivo y místico que
redea la intuición del “seelisch” , p ara determ inar el valor de las ideas de
alm a-sustancia o de “ energía psíquica” , tales como fe invocan los adeptos
de Ju n g basta señalar todo lo que estos conceptos contienen de específica­
m ente m aterialista. A partir del hecho de que el espíritu se sitúa en las
antípodas de la m ateria, en la m edida en que el sujeto és capaz de com­
prensión y de evaluación, el esplritualismo llega a la conclusión no d e que
el espíritu, en consecuencia, es inexplicable e incluso impensable en término
de m a te ria ; considera por el contrario, que constituye, por su lado, una
nueva m ateria o un doble de la m ateria m ism a: desde sus form as arcaicas
del “doble” espiritual, del “aliento” , etc., hasta sus variedades modernas
(que utilizan el térm ino de “energía” , tom ado de la psicología científica,
en lugar de las palabras de aliento, de viento, etc., tom adas de la física
ingenua) se limita, de este modo, a acom pañar la explicación fisiológica
con u n a explicación de igual apariencia conceptual, pero verbal. El espiri-
tualismo, entonces, se contenta con despojar a la m ateria de su visibilidad,
de su espacialidad, de sus propiedades ponderables, etc., y, considerando
que de este modo tiene acceso al espíritu, im agina simplemente u n a sus­
tancia provista de causalidad, aunque carente de todos los caracteres posi­
tivos que hacen inteligibles y utilizables, en ciencia, las ideas de sustancia y
de causa. El esplritualismo, entonces, no sólo es un materialism o invertido,
como siem pre se ha dicho, sino u n m aterialism o que omite las propiedades
esenciales que oponen el reino del espíritu al de la m a teria: nos referimos
al libre juego de una razón que com prende y evalúa construyendo sus rela­
ciones en un plano diferente al de los objetos, ya que interviene en forma
activa en su tom a de posesión. L a acción del sujeto im aginada de acuerdo
con el modelo de las acciones del objeto, tal es el espiritualismo, mientras
que la actividad del sujeto debería ser explicado en reciprocidad con el
objeto po r la interdependencia de sus caracteres sim ultáneam ente indiso-
ciables e irreductibles.
A hora bien, por ajenas que puedan parecer en relación con el espiri­
tualism o clásico, todas las explicaciones psicológicas basadas en los con­
ceptos de sustancia y de fuerza participan, en m ayor o en m enor medida,
de estas tesis iniciales. D e este modo, las teorías freudianas, que constituyen
en psicología el modelo de u n a ciencia de la identidad en el sentido meyer-
soniano del térm ino, restablecen continuam ente, bajo la identidad del
instinto o de los elementos inconscientes, la sustancia causal que constituye
el m ito principal y sin cesar renaciente de la psicología no crítica (nos
referimos a las teorías explicativas generales de Fretid, tal como la del
“instinto” , etc., y no de los m uchos hechos nuevos que puso de manifiesto
con gran é x ito ).

Sabemos, en efecto, que la concepción freu d ian a del instinto no coincide


ni con el concepto biológico de u n mecanismo hereditario com pletam ente
m ontado y relativam ente invariante, ni con el concepto psicosociológico de
u n a serie de construcciones sobreagregadas desde afuera al instinto bioló­
gico: el instinto freudiano es u n a especie de fuerza sustancial o de, energía
que se conserva ta l cual al mismo tiempo que se transfiere del m ism o objeto
a otro. D esplazando al mismo tiempo sus “cargas” , sin alterar su identidad,
el instinto se liga sucesivamente a u n cierto núm ero de objetos; en prim er
lugar, el cuerpo propio, luego los padres, y después u n a sucesión de p er­
sonajes diversos. C ad a experiencia afectiva crea, al mismo tiem po, “ com­
plejos” de sentim ientos y recuerdos, que subsisten en form a definitiva en el
inconsciente. E llo da lugar a que, en u na situación actual dada, se
“identifique” inconscientem ente a las personas presentes con los modelos
pasados: y a q u e las reacciones se m odifiquen a causa de estas identifica­
ciones, de estas transferencias, y de las “proyecciones” de los sentimientos
anteriores sobre la realidad presente.
A hora bien, en la actualidad todo el m undo acepta la estrecha relación
descubierta por el freudismo, entre la afectividad de u n individuo y su
pasado, en p articu lar infantil; pese a ello, las teorías explicativas del psico­
análisis enfrentaron u n a resistencia m uy neta por p arte de la psicología
experim ental, precisam ente a causa de su sustancialismo. En efecto, a p a rtir
del hecho de que existe u n a continuidad en las reacciones afectivas sucesivas
de u n individuo en el transcurso de toda su vida, no se puede deducir que
éstas sean m anifestaciones de u n a energía instintiva ú n ic a ; nada im pide, en
efecto, que las nuevas estructuras que se construyen en cada etap a del des­
arrollo no se integren por asimilación recíproca a las estructuras anteriores.
Además, y sobre todo, el hecho de que el pasado actúe sobre el presente
no prueba la existencia de recuerdos inconscientes, ni tam poco de “senti­
m ientos” perm anentes que subsistirían en el inconsciente en estado de
latencia durante los períodos en los que no se m anifestaran. P a ra explicar
al conjunto de los hechos, basta con adm itir la existencia de “esquemas
afectivos” que constituirían el aspecto afectivo de los esquemas de respuesta o
consistirían en esquemas de respuestas relativos a las personas, com o los hay
relativos a objetos cualesquiera. A hora bien, la asimilación de la gravitación
celeste a la caída de los cuerpos no supone que N ew ton haya “identificado”
en form a inconsciente los planetas con la m anzana que, según se dice,
le sugirió su hipótesis; de la misma form a, la asimilación de las personas
a un esquema de respuesta que consiste en luchar contra todo autoritarism o
no supone, necesariam ente, u n a “identificación” de estas personas con los
recuerdos inconscientes que se conservan desde la más tierna infancia en
relación con un p ad re autoritario: es suficiente la explicación que adm ite
que los modos de reaccionar construidos en relación con este últim o se
conservaron a título de esquemas de conducta, esquemas al mismo tiempo
cognitivos y afectivos; éstos, sin .embargo, a causa de su carácter íntim o, p u e­
den traducirse en form a simbólica én el pensam iento eidético (sueño, etc.)
con m ayor facilidad aún que verbalm ente en el sistema de los signos colec­
tivos del lenguaje. Entonces, ta n pronto como se reem plaza la causalidad
sustancial del instinto, de los sentimientos y de los recuerdos inconscientes
por la continuidad m otriz de los esquemas de respuesta, se observa u n a
vez más cómo, ju n to con la serie causal constituida p o r los elementos fisio­
lógicos de estas conductas,, la serie propiam ente psicológica se reduce a
implicaciones entre estos esquemas y los valores que ellos representan desde
él punto de vista de la afectividad del sujeto.

El sustancialismo psicológico, sin em bargo, asumió m uchas otras formas


adem ás de la freudiana. L a más corriente es la que recurre al concepto de
“síntesis” mental, concepto que los partidarios de u n a psicología explicativa
contrapusieron al asociacionismo simple de modelo puram ente fisiológico.
Sabemos que Fierre Ja n e t adoptó en un principio este punto de vista en
su bella tesis sobre L ’autom atism e psychologique (1 8 8 9 ); en dicha tesis,
p o r otra parte, se puede observar u n a tonalidad espiritualista bastante neta,
debido sin duda a la influencia del filósofo Paul Ja n e t: la vida m ental
consistiría en u n a je rarq u ía de sistemas subordinados norm alm ente a un
p oder de síntesis total o conciencia del yo, pero susceptible de fu n c io n a r'
en estado, aislado (es decir “ autom áticam ente” ) cuando se producen des­
integraciones m om entáneas o prolongadas de esta síntesis de conjunto.
A hcra bien, ¿en qué consiste una síntesis, térm ino interm ediario entre el
alm a sustancial y las asociaciones? Desde el punto de vista estático, ella
se reduce a tan sólo la integración ordenada de las estructuras construidas
sucesivamente en el transcurso del desarrollo. El propio P. Ja n e t fue
seducido en un principio p o r el prim ero de estos dos puntos de vista, pero
luego, se com prom etió en form a resuelta en la segunda dirección. Son
am pliam ente conocidos los bellos trabajos que realizó desde entonces en el
cam po de la psicología de las conductas; en ellos, analizó en form a simul­
tán ea la sucesión genética de las conductas y las operaciones de nivel m ental
en el seno del sistema jerárquico que ellas constituyen m ediante su iñtegra-
ción progresiva. E sta psicología de las conductas conduce necesariam ente
a una concepción operatoria de la inteligencia (en sus conexiones con la
acción) y de la vida afectiva (concebida como el sistema de las regulaciones
de esta misma acción) ; sin em bargo, y pese a eso, ella perduró en Jan et
como nostalgia de su idea prim era de una fuerza de síntesis. La economía
de las acciones, a través de los sentimientos elementales, consiste, en efecto,
en regular la utilización de las energías dé que dispone el sujeto: sin
em bargo, cabe preguntarse si estas energías, esta “fuerza” psicológica cuya
regulación' se altera en las neurosis, es la expresión del funcionam iento del
organismo o constituye una. energía específica. E n relación con este punto,
Ja n e t invocó siempre los conocimientos futuros, pero no p o r ello osó dejar
a u n lado la segunda hipótesis.
F’. Janet, gracias a su control y su inform ación clínica, pudo evitar sin
problem as los escollos del concepto de síntesis; otros autores, sin embargo,
tales como Dwelshauwers, la consideraron como la explicación universal.
A hora bien, pese a que desde un punto de vista descriptivo la idea de
síntesis constituye ya un m odelo m uy vago, se la puede transform ar en
concepto explicativo sólo si nos limitamos a la siguiente alternativa: la
síntesis es el resultado de u n a fuerza de síntesis y se vuelve a caer en las
dificultades características de la sustancia y de causalidad espirituales, o
si no “síntesis” significa, simplemente, “ sistema” v es necesario entonces
elucidar las operaciones en juego que perm itan la sistematización. En este
último caso sin embargo, la explicación por la síntesis se reduce la explica­
ción operatoria y se abandona entonces el plano de las interpretaciones
que atribuyen al espíritu una “fuerza” p ara situarse en el de las im plica­
ciones en tre esquemas y relaciones.
D e todas formas, el concepto de “síntesis” presentó una doble utilidad
histórica. E n prim er lugar, constituyó una reacción m om entáneam ente
eficaz co n tra las exageraciones del asociacionismo. Este modelo explicativo
traducía directam ente las conexiones que dependen del sistema nervioso
en térm inos de psicología, sin preocuparse por los caracteres específicos de
la actividad m ental y, sobre todo, p o r su irreductibilidad respecto de todo
desm em bram iento; la interpretación m ediante la síntesis, p o r su parte, tuvo
al menos el m érito de insistir sobre la organización de conjunto del orga­
nismo. Esto le perm itió cum plir un segundo papel: al d ejar atrás en forma
sim ultánea al esplritualismo y al asociacionismo, abrió el cam ino p ara un
nuevo m odo de explicación: el que recurre, a las “totalidades” previas a
las síntesis y a sus elementos. Sabemos q ue en 1890, es decir poco tiempo
después de la publicación del prim er libro de P. Janet, von Ehrenfels des­
cubrió la existencia de propiedades perceptuales de conjunto, independientes
de los elementos constituyentes y que se originan sólo en sus relaciones
(por ejem plo una m elodía transpuesta con cambio de todas las no tas).
Este descubrim iento culminó con la elaboración de Ja teoría de la form a
en su aspecto actual, que confluyó con la explicación fisiológica: ah o ra bien,
antes de ello él dio lugar a los trabajos de los autores agrupados a m enudo
bajo el nom bre de escuela de Graz, entre los que A. M einong es el más
representativo.
L a im portancia de las doctrinas de M einong se origina en el hecho de
haber intentado u n a explicación de conjunto de los hechos que corresponden
al mismo tiempo a la percepción y a la inteligencia. E n ambos campos,
en efecto, existen totalidades sobreagregadas a sus elementos constitutivos:
las propiedades de conjunto en el orden de la percepción y los objetos
complejos en el de la lógica. Pero este autor no considera, sin embargo,
que estas totalidades sean formas de equilibrio dadas al mismo tiempo que
los elementos y resultando fisiológicamente de su co ntacto: M einong piensa
que ellas señalan la existencia de una “productividad” consciente y espon­
tánea, que las sobreagrega. a sus elementos. Ahora bien, la dificultad reside,
precisam ente en ello: al explicar lo inferior por lo superior en el campo de
la percepción, la teoría lleva a u n realismo de los conceptos y de los entes
lógicos en el terreno de la inteligencia.
Pero la historia del concepto de totalidad denunció la am bigüedad de
esta posición. En lugar de considerar las sensaciones como elementos cons­
tituyentes de una totalidad que se superpondría conscientem ente a ellos, la
teoría de la F orm a negó la existencia de todo elemento previo a la cons­
trucción de las estructuras totales. Estas se reducen, en consecuencia, a u n a
simple form a de equilibrio, originada en la configuración del “cam po” p er­
ceptual considerado en su conjunto, y la explicación de las estructuras
debe ser buscada entonces en las leyes fisiológicas del circuito nervioso.
Pero ya hemos visto (§ 1) de qué modo esta hipótesis fue confirm ada por
el descubrim iento de los campos polisinápticos. Pero tam bién hemos visto
que este género de explicaciones fisiológicas no excluye en nada, sino que
p or el contrario requiere el análisis fisiológico de las relaciones percibidas
y de sus conexiones implica ti vas.
E n resumen, cualesquiera que sean los tipos de explicación propiam ente
psicológicos a los que se recurra, su destino histórico es siempre el mismo:
las sustancias, fuerzas y causas espirituales inventadas por el psicólogo se
reducen a mecanismos fisiológicos, o si no, m anteniéndose en el terreno de
la psicología pura, pierden poco a poco su carácter sustancial y causal y
se reducen a un sistema de operaciones y de implicaciones.
¿Se debe llegar entonces a la conclusión de que la psicología propia­
m ente dicha está obligada por ello a convertirse, esencialmente, en una
“psicología reflexiva” , térm ino con el que los filósofos designan el análisis
introspectivo del pensam iento lógico, o u n a simple “psicología del pensa­
m iento” de acuerdo con el modelo del trabajo de la escuela de W urzburgo,
realizados de acuerdo con el m étodo de la introspección provocada? Esta
no es sin du d a la conclusión de lo que precede, ya que esos métodos carecen
de la dimensión genética, condición necesaria y previa de toda investiga­
ción psicológica. A hora bien, la inversión de la perspectiva genética con­
duce tarde o tem prano a u n panlogisíno ilegítimo por generalizar a todos
los niveles el sistema de las implicaciones acabadas que caracteriza los
estados term inales de equilibrio del desarrollo . 1 0 A este logicismo estático,
el análisis del desarrollo, po r el contrario, le contrapone la prim acía de la
operación, es decir de la actividad que conduce desde la acción al pensa­
m iento, en lugar de partir del pensam iento ya plenam ente constituido.

§ 3. L a e x p l i c a c i ó n g e n é t i c a y o p e r a t o r i a . L a psicología se extiende
| y oscila entre la fisiología y la lógica. T al es la conclusión a la que conduce
la com paración de los diversos tipos de explicación com prendidos entre la
psicorreflexología y la “psicología del pensam iento” . A la explicación p u ra­
m ente causal y organicista, característica de la fisiología, la realidad m ental
escapa sólo bajo la form a de un sistema de operaciones ligadas entre sí
m ediante implicaciones necesarias y no ya m ediante la causalidad. Al
determ inism o neurológico se contrapone, de este modo, la necesidad opera­
toria; la dualidad de estos dos planos se afirm a con toda claridad cuando
el sujeto alcanza el nivel de la deducción inteligente y de la voluntad moral,
y cuando esta deducción espontánea desborda la experiencia de la realidad
m aterial, de la m isma form a en que la voluntad contrapone los valores
superiores a la tiran ía de los deseos o de los valores elementales.
Sin em bargo, la conciencia de la necesidad surge sólo al térm ino de la
evolución m ental. El hecho de que en este nivel term inal el sujeto logre
agrupar entre sí las operaciones intelectuales en un sistema generador de
implicaciones necesarias, o agrupar entre sí los valores m ediante la operación

10 Véase nuestra Psychologie de l’intelligtnce (Col. A. C olin), cap, n.


afectiva que es la voluntad, constituye u n prim er dato de hecho, esencial
p a ra lo -constitución de u n a psicología operatoria, pero sin duda alguna
insuficiente p ara com prender los estadios iniciales: el conocimiento psico­
lógico de las relaciones lógicas por sí solas o de los sentimientos morales
po r sí solos, constituiría un poco eficaz instrum ento de análisis de ia inteli­
gencia o de la vida afectiva del niño antes de la aparición del lenguaje,
o de los anim ales superiores en relación con los que se ignora todo acerca
de la conciencia probable. E n consecuencia, y a p rim era vista, el hecho de
reducir la psicología al cam po de las implicaciones operatorias parece
lim itar abusivam ente el cam po de investigación y om itir el aspecto esencial
de los mecanismos mentales.
Sin embargo, la necesidad, que la conciencia experimenta, interior­
m ente en u n cierto nivel de su evolución, constituye, esencialmente, el
índice de que las conductas h an alcanzado u n estado de equilibrio: ahora
bien, quien dice equilibrio invoca, con ello, todo el proceso evolutivo que
conduce a este estado term inal. Y quien dice evolución tendiente hacia
u n a form a de equilibrio afirm a, con ello, que la comprensión de esta
evolución debe tener en cuenta sim ultáneam ente estadios iniciales y el
estado final. L a operación intelectual o voluntaria, así como las im plica­
ciones entre relaciones lógicas o valores superiores, no constituirá, como
las ideas del alm a sustancial, de la “síntesis” o incluso de la “totalidad” ,
u n principio explicativo válido en todos los niveles; por el contrario,
ella constituirá el problem a básico de la psicología operatoria, es decir la
realidad a explicar como culm inación del proceso evolutivo del que ella
representa sim plem ente una form a de equilibrip lograda en la actualidad
en sus estados term inales. E n efecto, en el § 1 hemos insistido sobre el
hecho de que los tipos de implicaciones que intervienen en los estados
perceptuales o sensoriales elementales no son implicaciones completas, es
decir conectadas p o r vínculos de necesidad entera: tales implicaciones
incompletas, entonces, señalan la realidad de u n a intrincación inicial entre
lo causal y la propia implicación, y se plantea, en consecuencia, el p ro ­
blem a de saber cómo la implicación com pleta o p u ra se construye progre­
sivamente.
El problem a de las relaciones entre lo fisiológico y lo psicológico se
presenta entonces en form a m uy diferente en el caso de un a psicología
operatoria que en el de una psicología sustancialista. P ara esta últim a,
existe desde un comienzo un cuerpo y u n espíritu, y éste está provisto
entonces de todos los caracteres que lo definirán en el estado de plenitud:
se lo deberá concebir simplemente, pues, bajo u n a form a virtual o po­
tencial en el transcurso de los estadios iniciales. L a psicología operatoria,
p o r el contrario, será genética; ello quiere decir que, al definir el espíritu
p o r la necesidad característica de las operaciones que se hace capaz de
efectuar, esta psicología se negará a partir de estructuras a priori situadas
en los comienzos del desarrollo y ubicará a la necesidad sólo al térm ino
de este desarrollo. Este, entonces, consistirá en un a construcción real y el
problem a fundam ental de la psicología o peratoria residirá en explicar
cóm o esta construcción es posible y de qu é modo se efectúa, En conse-
cuencia, sólo en los estados term ínales la velación entre lo fisiológico y la
conciencia se presentará bajo la form a de u n a relación entre la Causalidad
m aterial, por un lado, y u n sistema de implicaciones puras, por el otro;
en efecto, sólo las im plicaciones finales del desarrollo logran esta im plica­
ción en el sentido estricto del térm ino.
E ntre los estados iniciales y estos estados terminales, p o r el contrario,
la construcción del espíritu determ ina u n a diferenciación progresiva de la
causalidad fisiológica y de la im plicación m ental. E n consecuencia, cabe
preguntarse, entonces, cómo d ará cuenta la explicación genética de esta
construcción y de esta diferenciación del concepto y de lo psíquico, sin
recaer en las dificultades de la psicología sustancialista.
E n este punto, precisam ente, el concepto de conducta revela a la vez
su fecundidad y sus posibles equívocos. U n a conducta interiorizada como
u n a operación de reunión ( l - f l - 2 o A ’ = B) es u n sistema de
estados de conciencia conectados entre sí por vínculos de p u ra necesidad,
ya que 2 (o B) no es causado sino im plicado por 1 -f- 1 (o A -j- A’) ; sin
em bargo, decir que este sistema es u n a conducta interiorizada significa,
p or o tra parte, afirm ar que deriva genéticam ente de conductas exteriores
o efectivas, tales como la acción de reunir m anualm ente dos objetos en
u n a única colección. A hora bien, esta conducta efectiva, p u n to de partida
de la operación interior que se constituirá gracias a la composición rever­
sible de todas las acciones posibles ejecutadas sobre objetos simbólicos, no
constituye, po r su p arte y en sus estadios iniciales u na operación pura;
constituye, por el contrario, u n a realidad m ixta que com prende sim ultánea­
m ente movimientos del cuerpo, fisiológicamente condicionados, y estados
de conciencia. D e este m odo, u n a conducta, en su estado inicial, participa
en form a sim ultánea de la causalidad orgánica y de la im plicación cons­
ciente. Por ello, la única psicología explicativa es la que recurre a l a -
conducta por oposición a las psicologías de la conciencia, las que conducen
sólo a la constitución d e ' u n a lógica y de u n a axioiogía introspectivas y
ño operativas. Sin em bargo,.. p ara explicar las operaciones, la psicología
i_de la conducta se. ve obligada a conectar las formas inferiores de implica­
ción con la causalidad orgánica misma. E n consecuencia, y a causa de
la oscuridad característica de los estadios iniciales, cabe preguntarse si no
lo hace a costas de u n equívoco fundam ental que consiste en confundir la
vida y la inteligencia, o la causalidad y la implicación.
No se debe negar, en efecto, que la psicología genética de las conductas
no se prepone n ad a menos que conectar los dos términos extremos entre
los que oscila la psicología, es decir la biología y la lógica; in ten ta hacerlo
por medio de u n m ecanism o operatorio cuyas raíces se sitúan en la vida
orgánica y cuyo desarrollo engendra las implicaciones lógico-matemáticas.
P ara que quede claro, este program a equivale entonces a in ten tar el cierre
del sector del círculo de las ciencias que se extiende entre la biología y la
m atem ática, y este cierre com prende, precisam ente, el pasaje de lo orgánico
a lo operatorio y, en consecuencia, de la causalidad a la implicación.
¿C óm o procede entonces el pensam iento psicológico p ara osar u n a expli­
cación sem ejante y de qué form a procede p a ra no caer ni en la reducción
deform ante de lo superior (implicación operatoria) a lo inferior (causa­
lidad orgánica), ni preform ar la prim era en el segundo?
E l prim er punto que se debe señalar es el de que, en el seno mismo
de la conducta, la conciencia no se reduce nunca al hecho orgánico, y en
consecuencia la implicación (com pleta o incluso incom pleta) a la causa­
lidad; ello se debe a que bajo una form a u otra todos logran superar la
dificultad gracias a u n principio de prudencia y de reducción m áxim a de
las hipótesis: nos referimos al “principio de paralelism o” entre la conciencia
y sus concomitantes orgánicos (volveremos a exam inar esto en el § 4 ) . E n
consecuencia, no se debe nunca extraer p u ra y sim plem ente el hecho de
conciencia (o de implicación) del hecho orgánico (o de causalidad), sino
sólo buscar, en una conducta determ inada, a qué hecho orgánico puede
“corresponder” (por simple isomorfismo y paralelism o) u n hecho dado de
conciencia o de implicación.
U n a vez que se acepta este principio por hipótesis (veremos en el § 4
sus ventajas y dificultades), podemos com probar que los dos hechos fu n ­
dam entales que satisfacen las condiciones necesarias y, por otra parte,
suficientes para bosquejar la explicación operatoria de las implicaciones
lógico-matemáticas pueden,-uno y otro, presentar un isomorfismo o p arale­
lismo sim ilares; ello quiere decir que, al mismo tiem po que revisten un a
significación precisa desde el punto de vista de la im plicación consciente,
corresponden a concomitantes cuya significación es igualm ente precisa desde
el p u n to de vista de la causalidad o rgán ica: nos referimos a la existencia
de form as encajadas y a la reversibilidad d e sus transformaciones posibles.
E n efecto, hemos insistido (en el transcurso de todo el capítulo I)
en la circunstancia notable representada p o r el hecho de que las “form as”
creadas po r la organización vital se encuentran encajadas unas en otras
de m an era tal que la clasificación de los seres vivientes h a constituido, sim ul­
táneam ente, la prim era de las estructuras del conocimiento de la biología
y el p u n to de p artida de la lógica, formal. Com o es n atural, este hecho no
significa que las implicaciones lógicas están preform adas en la actividad
m crfogenética de la vida; sin embargo, entre esta actividad de la construc­
ción de las “formas” de la percepción y de la representación se pueden
observar intermediarios, tales como las actividades reflejas e instintivas que
prolongan las “formas” de los órganos al mismo tiempo que, por otra parte,
engendran “formas” de actividad mental.
E n segundo lugar, hemos visto (capítulo 2, §§ 2 y 6 ) que los biólogos
contem poráneos consideran absolutam ente esencial a los diversos funciona­
m ientos anticipatorios de que da pruebas en su ontogénesis el organismo
(y en consecuencia en sus mecanismos genéticos m ism os). A hora bien,
los reflejes e instintos, por su parte, presentan constantem ente un p o d er
anticipatorio similar; en la actualidad, entonces, nos vemos llevados a
adm itir u n a doble serie de procesos de anticipación, unos orgánicos y los
otros m entales, y entre ambos las conductas hereditarias de naturaleza
refleja o instintiva. U n a vez señalado esto, es evidente que entre las an tici­
paciones elementales y los mecanismos operatorios se observa u n a serie
continua de interm ediarios; de este modo, la reversibilidad característica de
las operaciones de la inteligencia es preparada p o r esta semirreversibílidad
necesaria tan to p ara las anticipaciones m entales como orgánicas. E n conse­
cuencia, y u n a vez m ás, nos encontram os en presencia de u n mecanismo
com ún a los hechos m entales y a los hechos biológicos; esto es tan to más
im portante cuanto que esta anticipación interviene precisam ente en la
morfogénesis (en la “ontogénesis preparatoria del futuro” como dice Cué-
n o t), es decir en las transform aciones de las ‘'form as” mismas. L a reversi­
bilidad operatoria, o más bien, los diversos tipos de regulaciones que
culm inarán en esta reversibilidad pero que, por su p a rte y en diverso grado,
presentan u n a sem irreversibílidad que aum enta en im portancia con los
niveles sucesivos del desarrollo, tiene así u n concom itante orgánico posible
en los funcionam ientos anticipatorios que operan ya en el seno de la m ateria
viviente.
D e m anera general, la im plicación m ental com porta entonces un
isomorfo (o u n paralelo) en algunas estructuras causales orgánicas; éstas
realizan por un lado la construcción de las “form as” vivientes encajables,
y por o tra p arte los mecanismos anticipatorios provistos de u n comienzo
de reversibilidad. Este últim o punto es especialm ente im portante, ya que
la reversibilidad de las conductas desempeña, precisam ente, u n doble papel
en una explicación operatoria que se relaciona al mismo tiempo con la
implicación y con la causalidad: la reversibilidad lógica que se presenta
bajo la form a de u n a inversión posible de las operaciones directas en opera­
ciones inversas, fundam enta la necesidad de las im plicaciones; la reversi­
bilidad psicológica o inversión de las acciones v de las conductas como
tales, por su parte, conecta esta reversibilidad lógica de las implicaciones
con u n mecanismo causal orgánico al que se-‘puede calificar de “conver­
tible” (tal como lo dice D uhem en relación con la reversibilidad física)
y que concierne a la m otricidad misma.
Se puede observar entonces que, gracias al principio del paralelismo,
sobre cuya significación, por otra parte, se p lan tean problem as fundam en­
tales (véase § 1 ), el paralelo (sobre el que hemos insistido en el capí­
tulo 2 ) entre las explicaciones de la adaptación biológica y las explica­
ciones del conocim iento adquiere un sentido psicológico preciso; éste se
relaciona con la interpretación de la inteligencia misma y de los meca­
nismos sensoriomotores que la preparan. D e este modo y como es natural
no se cum ple, pero al menos se justifica, el tan ambicioso program a de la
psicología genética: proporcionar una explicación de las operaciones de
la inteligencia de características tales que conecte las realidades bioló­
gicas y lógicas, de acuerdo con u n a serie continua que conduzca desde las
“form as” elementales de la conducta hasta las estructuras operatorias
mismas.
¿Pero en qué consiste, entonces, en realidad, la explicación operatoria
y de qué m odo conectará ella, m ediante el paralelismo psicofisiológico,
la causalidad inherente al aspecto orgánico de las conductas con la implica­
ción inherente a las operaciones conscientes? En este punto, precisamente,
interviene el concepto de equilibrio, en su doble sentido, causal o relativo
a las implicaciones operatorias. El pasaje de un estadio genético a otro,
en efecto, consiste siem pre en u n pasaje de u n cam po más lim itado de
equilibrio a u n cam po m ás am plio y, por lo tanto, de u n equilibrio menos
estable (a causa de los límites mismos del campo de aplicación de las con­
ductas consideradas a u n equilibrio m ás estable, y como consecuencia de la
prolongación del cam po de aplicación de las conductas recientem ente
aparecidas). P or ejem plo, la percepción simple tiene u n cam po de equi­
librio lim itado, ya que n o supera el “cam po” de los objetos presentes y, por
otra parte, este equilibrio es poco estable, debido a que la percepción se
altera tan pronto como se cam bia uno de los objetos; la representación,
por el contrario, al referirse a objetos tanto ausentes como presentes, p re ­
senta un equilibrio que al mismo tiempo es más am plio y más estable; esta
am pliación y esta estabilidad aum entarán aú n m ás cuando la represen­
tación tenga como objeto las transformaciones como tales y no ya sólo
los estados estáticos, etc. L a psicología operatoria será entonces, esencial­
m ente, una teoría de las formas de equilibrio y de los pasajes de u n a form a
a o tra; po r o tra parte, las operaciones asumen u n a form a lógica propia­
m ente dicha al cabo de u n a evolución que se inicia por. m edio de conductas
ajenas a toda lógica estricta (cf. la prelógica perceptual recordada en
el § 1 ) y que conduce a un equilibrio cada vez m ás móvil y estable.
A hora bien, en su p u n to de partida, el concepto de equilibrio, aplicado,
a las conductas supone, sin duda, causalidad orgánica. Se dirá, p o r ejemplo,
que u n hábito m otor está en equilibrio cuando n ad a lo m odifica, m ientras
que no estaba aún, en absoluto, en equilibrio du ran te las fases de aprendizaje
y dejará nuevam ente de estarlo cuando las circunstancias se m odifiquen:
en este caso, el equilibrio supone u n conjunto de relaciones causales entre
los movimientos, las reacciones sensoriales de natu raleza fisiológica y las
acciones del medio. Sin embargo, incluso en esta fo rm a elem ental de con­
ducta equilibrada a este equilibrio causal se le puede ya hacer corresponder
ün equilibrio entre relaciones .mentales y, por lo tanto, entre im plicaciones:
desde el punto de vista intelectual existe un a estabilidad de las relaciones
entre las señales perceptuales y los esquemas de acción y, desde el punto
de vista afectivo, entre las significaciones atribuidas a los movimientos y
a los objetos que ellos conciernen, así como tam bién entre los valores.
Si en el otro extremo de la escala examinamos u n sistema de conceptos y
de relaciones lógicas, direm os que está en equilibrio si se lo puede aplicar
a nuevos contenidos sin que n ad a lo modifique, salvo el agregado de nuevas
clases o de nuevas relaciones que no destruyan a las antiguas. En este
equilibrio interviene sin duda, una vez más, un elem ento causal, que con­
cierne a los concom itantes orgánicos del pensam iento; este elemento, sin
embargo, desempeña u n papel mucho menos notorio en las conductas in te­
riorizadas representadas por las operaciones lógicas que en las conductas
exteriores que acabam os de exam inar en relación con el hábito m otor. El
equilibrio entre implicaciones, por el contrario, es ev id en te: lo que lo revela
es el “agrupam iento” mismo de las clases y de las relaciones, considerado
como sistema de operaciones conscientes de composición reversible rigurosa.
Se podría afirm ar entonces que, en las formas sucesivas de equilibrio
de las conductas que se constituyen en el transcurso del desarrollo, el aspecto
causal del equilibrio desem peña un papel relativam ente decreciente y el
aspecto im plicativo un papel que aum enta correlativam ente de im portancia.
Sin em bargo, se debe decir algo más, ya que el vínculo de isomorfismo o
de “paralelism o” entre estos dos aspectos de la conducta, causal e im pli­
cativo, es particularm ente im portante en el caso privilegiado del concepto
de equilibrio. Se sabe, en efecto (hemos, insistido en vol. I, In tro d ., § 5 ),
que, incluso en un cam po puram ente causal como el cam po físico, el
concepto de equilibrio no está determ inado sólo p o r las relaciones de
causalidad entre movim ientos reales o actuales, sino tam bién p o r relaciones
de necesidad entre los movimientos posibles: el principio de las velocidades
o trabajos virtuales, po r ejemplo, expresa el hecho de que u n sistema está
en equilibrio cuando* conform e a las conexiones que le están ligadas, los
trabajos tienen u n a resultante n ula; ello significa entonces que el equilibrio
se realiza m ediante relaciones necesarias entre m ovim ientos posibles y no
sólo reales. De este modo, u n equilibrio constituye u n estado que es tanto
ideal como real, ya que depende de lo posible y de la necesidad condicional
que caracteriza a este últim o; lo real conoce sólo grados más o menos
aproxim ados de equilibrio en relación con esta form a ideal. A hora bien,
en este sentido, la diferencia entre la realidad m ental y la realid ad física
es, precisam ente, esencial: el equilibrio físico es deducido p o r el físico, y lo
posible, lo necesario, o, en u n a palabra, lo ideal existen sólo en su espíritu,
en tan to que éste reconstruye lo real; por el contrario, el equilibrio físico
presenta como característica particu lar el hecho de que se im porte a la
realidad m ental como tal y ello, incluso, en lo que se refiere al aspecto ideal
de las form as de equilibrio (relaciones'necesarias entre transform aciones
sim plem ente posibles). E n efecto, en las conductas propiam ente opera­
torias, el sujeto tiene conciencia tan to de las operaciones posibles como
de las operaciones que realm ente efectúa (cuando, p o r ejem plo, reúne
A -f- A’ = B, sabe que A = B — A’, por inversión posible de la operación
d ire c ta ); sólo esta conciencia de las operaciones posibles otorga al sistema
de conjunto su carácter de necesidad. P ara decirlo de otra m anera, el
concepto de equilibrio perm ite concebir un isomorfismo (o “paralelism o” )
de conjunto entre lo m ental y fisiológico en lo qüe se refiere a ca d a un a
de las form as de equilibrio que se suceden en el transcurso del desarrollo:
a las transform aciones de un sistema que desde el p u n to de vista orgánico
s o n . sim plem ente realizables y por lo tanto posibles, pero no ya o no aú n
reales, corresponden, desde el p unto de vista de la conciencia, las im plica­
ciones mismas en tanto que relaciones necesarias' entre transform aciones
reconstituidas o anticipadas; el cam po de lo ideal (en el sentido etimológico
de la id e a ), que parece ser característico de la conciencia, corresponde, de
este modo, al cam po de lo condicionalm ente posible en lo que se refiere al
equilibrio causal orgánico. A hora bien, el .cam po del equilibrio se-am plía
de estadio en estadio, y el equilibrio se hace tan to más estable cuanto más
móvil, es decir conectado con anticipaciones más vastas; es evidente,
entonces, que la im portancia de este aspecto de im plicación au m en ta con
el desarrollo de las conductas, m ientras que el aspecto causal estricto (es
decir real por oposición a lo posible) disminuye correlativam ente. Por ello.
la psicología de las conductas, que recurre a explicaciones basadas, al mismo
tiem po, en la causalidad y en la im plicación (esta últim a en lo que se
refiere a las conductas elementales) se hace progresivam ente menos causal
y de m ás en más operatoria o im plicativa a m edida que se aleja de las
form as primitivas y se aproxim a al equilibrio term inal.

¿P ero cómo explica ella el pasaje de u n a form a de equilibrio a otra,


p o r oposición al equilibrio mismo? E n prim er lugar, y p ara explicar la
ccntinuidad entre les estadios sucesivos del desarrollo, invoca un funciona­
m iento común en todos los niveles. E n efecto, si las estructuras varían, lo
que está implicado en el hecho de que el equilibrio no se logra bajo la
m ism a form a acabada en todos los niveles, la función es lo único que puede
desem peñar el papel de invariante continuo. Señalemos, a este respecto,
q u e la idea de función, considerada en el sentido de funcionam iento, p a rti­
cipa de la misma doble naturaleza, causal e im plicativa, que el propio
concepto de equilibrio con el que, por otra parte, está estrechamente rela­
cionada. Cuando se dice, incluso en biología (equivocadam ente o n o ) ,
que “la función crea el órgano”, lo que se hace, sim plem ente, es m anifestar
la existencia de u n a cierta relación entre estructuras en formación y las
leyes de equilibrio que determ inan las relaciones del organism o con el medio
al que ellas están sometidas; ello reduce la función a la idea de equilibrio.
C laparéde enunció las constantes funcionales del desarrollo bajo la
siguiente forma. L a actividad m ental es esencialm ente adaptación a las
circunstancias exteriores, cualesquiera que sean las form as sucesivas de
ad aptación; en caso de desequilibrio, la in adaptación se traduce bajo la
form a de una necesidad y la readaptación o la reequilibración bajo la form a
de u n a satisfacción. El desarrollo se caracteriza entonces m ediante una
anticipación creciente de las necesidades y de las satisfacciones. Por nuestra
parte, y al mismo tiempo que seguimos afirm ando la prim acía de la nece­
sidad y de la satisfacción com o marco funcional general d e cada conducta,
hemos intentado analizar en m ayor grado el concepto de adaptación des­
componiéndolo bajo la form a de una relación entre dos funciones que se
equilibran entre sí: toda conducta es, en prim er lugar, asimilación de los
objetos a la actividad propia, es decir incorporación de estos objetos a
esquemas que se originan en la repetición m ism a de las acciones (la que
se debe, al mismo tiempo, a su ejercicio y a la m a d u ra c ió n ); por otra parte,
existe u n a acomodación constante de estos esquemas al carácter del objeto.
Así, toda^ necesidad es la expresión de u n a relación de conveniencia, entre
un objeto exterior y un esquema de asimilación y toda satisfacción la expre­
sión de u n equilibrio entre la asimilación y la acom odación. D e este modo,
y pese a que los esquemas de asimilación varían en su estructura al igual
que las formas de acomodación, las dos funciones de acomodación y de
asimilación, por su parte, son constantes. Por el contrario, la relación entre
estas des funciones se transform a tam bién en el transcurso del desarrollo,
y esta relación es lo que determ ina las diversas form as de equilibrio. E n
un prim er momento son antagónicas, ya que por sus lim itaciones la actividad
inicial oscila entre la conservación asim ilatoria y la variación acom odante;
luego, sin em bargo, la asim ilación y la acom odación term inan por apoyarse
una en o tra en u n equilibrio perm anente que caracteriza a las operaciones:
éstas, en efecto, constituyen sim ultáneam ente u n a asimilación constante de
lo real a la actividad del sujeto y una acom odación continua de ésta a
aquélla. A hora bien, u n equilibrio perm anente consiste, esencialmente, en
una composición que es móvil, ya que se ad a p ta en form a constante a las
modificaciones de lo real y, sobre todo, en u n a composición reversible:
en efecto, u n a resultante nula de las modificaciones virtuales (la definición
m ism a del equilibrio) supone la composición de las modificaciones directas
e inversas. E n el caso específico del equilibrio operatorio, el equilibrio
entre u n a acom odación que im ita toda nueva modificación de lo real y
u n a asimilación que la vincula con las transform aciones anteriores deter­
m ina, por ello mismo, una reversibilidad indefinida. Los “agrupam ientos”
y los “grupos” de operaciones aparecen entonces como las form as necesarias
de equilibrio final de una evolución intelectual dirigida por las relaciones
entre la asimilación y la acomodación.
L a reversibilidad es la form a más característica del equilibrio final
p orque expresa, al mismo tiem po, la necesidad operatoria de la inteligencia
y el criterio general del logro de u n equilibrio p erm an en te; la construcción
de las estructuras o “formas” sucesivas de la acción y del pensamiento,
po r su parte, consistirá en u n a reversibilidad creciente. Se debe com prender
esta reversibilidad creciente en u n doble sentido, al mismo tiem po causal
(extensión y m ovilidad progresiva de las conductas) e implicativo (reversi­
bilidad operatoria) ; desde este doble punto de vista se origina en el ajuste
recíproco entre la asimilación y la acomodación. Si hablam os ahora de la
continuidad a la que ya nos hemos referido, entre las “form as” de la
actividad orgánica y la de la inteligencia, podemos distinguir entonces tres
grandes tipos de estructura que señalan el pasaje entre estas “formas”
extrem as: los ritmos, las regulaciones y los agrupam ientos.
E n el lím ite entre lo biológico y lo m ental, las “form as” de los órganos
externos y del sistema nervioso se prolongan en conductas reflejas e instin­
tivas. E sta actividad hereditaria conduce a la satisfacción de las necesidades
más elementales (succión, e tc .), pero esta asimilación inicial no com porta
aú n ninguna acom odación ante las nuevas experiencias, ya que está regu­
lada por u n mecanismo com pletam ente organizado. Estos esquemas asimi-
latorios presentan entonces u n prim er tipo de estructura al que se puede
designar como “ritm o” 1 1 y que se presenta bajo u n doble aspecto, al
mismo tiem po fisiológico y m ental. El ritm o fisiológico constituido por
las excitaciones, activaciones, luego inhibiciones y detenciones de los reflejos
es u n a sucesión de causas y de efectos, m ientras que el ritm o psicológico
que lo acom paña consiste en sistemas de relaciones que el propio sujeto
siente y conoce; por lo tanto, se los puede definir en térm inos de implicación
o de asimilación m ental: desde el punto de vista afectivo, se tra ta de la

11 Véase en relación con este tem a nuestro artículo “Le probléme neurologique
de l’intériorisation des actions en upérations reversibles” , Arch. de Psychol., t. x x x i i
(1949).
alternancia de las necesidades y de las satisfacciones que se repiten sin v a­
riación, y desde el ángulo cognitivo, del ciclo de las percepciones sucesivas y
de los m ovim ientos que conducen de la una a la otra. Estos ritmos elemen­
tales constituyen de este m odo la prim era form a de equilibrio móvil de las
conductas y se sitúan en el p unto de p artid a de la reversibilidad; ello es
así pese a que los ritmos se diferencian en muy poco de los mecanismos
fisiológicos. U n ritm o por sí solo no es un mecanismo reversible, ya que
es unidireccional y que los retornos al p u n to de p artid a que señala son
simples repeticiones, y no constituyen aún operaciones inversas (de signifi­
cación ta n plena como las operaciones directas). Pero él conduce a la
reversibilidad po r interm edio de las regulaciones que luego examinaremos.
Supongam os ahora que a los esquemas de asimilación iniciales se le
incorporen nuevos elementos, que resultan de la acom odación a los datos
de la experiencia o, p ara decirlo de otra m anera, que al simple ejercicio de
los reflejos se le superpongan hábitos y percepciones m ás complejas. Y a
no habrá,, entonces, ritmos puros, sino que los esquemas construidos de este
m odo asum irán las formas de nuevas totalidades caracterizadas por sus
desplazam ientos de equilibrio en el mom ento en el que se realiza cada
acom odación imprevista. Sin embargo, y en virtud de la continuidad de
la asimilación, estos desplazamientos de equilibrio no se efectuarán en
cualquier sentido: ellos se orientarán en la dirección de u n a “m oderación”
de la influencia exterior. H ab rá, de este modo, regulación. Desde las
percepciones y desde los hábitos sensoriomotores hasta la inteligencia in tu i­
tiva y preoperatoria los únicos mecanismos d e regulación que preceden
a las operaciones reversibles están constituidos por regulaciones de este tipo.
Pese a que sólo son semirreversibles, m ientras subsisten los desplazamientos
del equilibrio y éste no es perm anente, las regulaciones, sin embargo,
preanuncian la reversibilidad; en efecto, culm inan en correcciones que se
efectúan en sentido inverso al de tas deformaciones.
P or últim o, cuando la regulación alcanza la reversibilidad total, como
consecuencia de las articulaciones progresivas de la intuición, las relaciones
en juego se com ponen en sistema de conjunto que se caracterizan por su
transitividad, su asociatividad v su reversibilidad: de este modo, se alcanza
el agrupam iento operatorio, en u n prim er m om ento bajo form as concretas
y luego formales. Sólo en este últim o nivel las implicaciones, hasta ese
m om ento incompletas, adquieren la significación estricta y com pleta que
presentan en la lógica de las proposiciones.
L a sucesión de los ritmos, regulaciones y agrupam ientos caracteriza,
de este modo, el pasaje de las formas de equilibrio de unas a otras en el
cam po cognitivo; ella se. m anifiesta tam bién en la explicación de los fenó­
menos afectivos, dado el carácter indisociable de los aspectos afectivos y
cognitivos característicos de toda conducta. A los ritmos elementales de
carácter sensoriomotor corresponden los ritmos afectivos de carácter instin­
tivo o em ocional (W allon, en particular, insistió sobre la conexión entre
la emoción y el ritm o ). A las regulaciones estructurales corresponden las
regulaciones de “economía de la acción”, como dice P. J a n e t p a ra carac­
terizar a los sentimientos elementales o las regulaciones de los intereses a
la m an era de Claparéde. Por últim o, a los agrupam ientos operatorios
de la inteligencia corresponden los agrupam ientos estables y norm ativos de
valores que constituyen los sentimientos sociales y m orales: las operaciones
afectivas que las regulan están constituidas por los actos de voluntad. Estos
se caracterizan por convertir a los valores en reversibles al determ inar la
prim acía de los valores superiores, aunque débiles, sobre los valores infe­
riores, pero fuertes (m ediante u n a reclasificación de los valores en juego
en u n a situación dada y un retorno a la escala perm anente del individuo
que m anifiesta su v o lu n ta d ).

Las form as sucesivas de equilibrio que, a p artir del ritm o psicobio-


lógico, llegan a la reversibilidad operatoria por interm edio de los diversos
niveles de regulaciones estructurales o afectivas, se orientan, de este modo,
hacia la necesidad de las implicaciones lógicas.

§ 4. E l p a r a l e l i s m o p s i c o f i s i o l ó g i c o . Todo lo que precede supone la


existencia de ü n cierto isomorfismo entre las form as de la conciencia, cuyo
carácter irreductible se lim ita a un juego de implicaciones entre relaciones
intelectuales o entre valores, y las formas orgánicas a las que se puede
explicar en form a causal. Llegó entonces el m om ento de exam inar el
alcance del famoso principio del “paralelism o”, el que debe afrontar, en
realidad, el peso de todas las dificultades características de la explicación
genética y, quizá, de la psicología en su totalidad.
El “problem a del alm a y el cuerpo”, en efecto, es uno de los que
plantean m ás dificultades p ara la constitución de u n a psicología científica;
ésta, decidida a no escoger entre las soluciones metafísicas clásicas, se
encontró, sin embargo, y por la fuerza m ism a de las cosas, en presencia
de la doble serie de los fenómenos conscientes y fisiológicos. Incluso si se
considera que la conducta es el objeto de la psicología, en to d a conducta
se observa un aspecto m ental y un aspecto m aterial. Este hecho vuelve a
p lan tear el mismo problem a.
Las soluciones metafísicas del problem a pueden reducirse a cuatro
tipos: las soluciones espiritualistas, que conciben al espíritu y al cuerpo como
dos sustancias que in teractúan u n a sobre o tra; las soluciones materialistas,
que creen en la sustancia del cuerpo y reducen el espíritu al nivel de
epifenóm eno; las diversas soluciones idealistas que, inversam ente, conciben
al cuerpo como el producto de los conceptos elaborados por el espíritu y las
soluciones monistas que afirm an la identidad del cuerpo y del espíritu bajo
sus diversas apariencias.
El propósito de los psicólogos de constituir su disciplina en u na ciencia
propiam ente dicha les prohibía to m ar partido entre estas diversas solu­
ciones; ellas, en efecto, consisten en posiciones filosóficas que desbordan a
la experiencia y en relación con las que, en la actualidad, el acuerdo es
imposible, por no existir pruebas experimentales. Ello no significa en
absoluto, tal como la historia de las ciencias nos lo dem uestra, que un
problem a filosófico sin solución científica concebible h asta u n momento
dado no m odifique :¡u carácter con ulterioridad. E n la actualidad, sin
em bargo, los hechos no perm iten optar entre las cuatro soluciones filosó­
ficas conocidas, pese al gran interés que tendría p ara la psicología el hecho
de poder com probar u n a de ellas con exclusión de las otras tres, o de poder
h allar una quinta solución.
Los psicólogos solucionaron entonces el problem a tal como se hace,
o com o se hacía en el siglo xix en los casos análogos en el seno de las
ciencias experimentales: m ediante decretos llamados “principios” y desti­
nados, no a resolver el problem a, sino a lograr que la investigación sea
posible para todos los espíritus, independientem ente de su filosofía personal
y sin exponerse a contradicciones por parte de la experiencia. Th. Flournoy
dem ostró en form a a c a b a d a 1 2 este papel heurístico de los principios y
justificó de este modo los dos principios adoptados por la psicología cientí­
fica p a ra poner fin a las controversias sin salida sobre las relaciones entre
el alm a y el cuerpo. Al prim ero de estos principios se lo designa como
“principio del paralelism o psicofisiológico” ; Flournoy lo enuncia del si­
guiente modo: “todo fenómeno psíquico tiene un concomitante fisiológico
determ inado” (sin que, como es natural, lo recíproco sea verdadero). El
segundo principio constituye una especie de corolario o comentario del
prim ero; se trata del “principio de dualismo psicofisiológico” : no existe
n in g ú n vínculo (de causalidad, interacción, etc..) entre los fenómenos psíqui­
cos y los fenómenos fisiológicos, salvo, precisamente, el de concomitancia.
E n resumen, nos encontram os, entonces, en presencia de dos series de fenó­
m enos; cada térm ino de la una se explica por sus antecedentes sin que se
p u ed a pasar de u n a serie a la otra. D e este modo, no se puede introducir
u n estado de conciencia a título de causa en el seno de las energías
fisiológicas (cuyos efectos, de este modo, pueden conservar su valor total
sin atentar contra el principio de la conservación de la energía) ; d e la
m ism a forma, u n hecho m aterial tam poco puede explicar un estado de
conciencia. La psicología y la fisiología deberán entonces trab ajar en form a
paralela,, lo que puede significar en colaboración estrecha (ya que hay
concomitancia) pero sin que sus explicaciones interfieran.
E sta posición suscitó un cierto núm ero de objeciones. En prim er lugar,
el sentido com ún siente algunas dificultades p ara adm itir que cuando u n
individuo decide levantar un brazo su decisión consciente no es la causa
de este movimiento, o que, inversamente, cuando un vaso de vino tran s­
form a bruscamente su depresión en alegría, la acción m aterial del alcohol
no es responsable de este nuevo estado de conciencia. A esto los paralelistas
responden que no es la voluntad como estado de conciencia la que hace
levantar el brazo, sino que lo que determ ina esta acción es el concom itante
nervioso de esta decisión; y que el alcohol no actuó directam ente sobre
la conciencia p a ra alegrarla, sino que lo hizo sobre el concomitante fisioló­
gico del estado de alegría. Por sutil que sea, desde el punto de vista
lógico esta respuesta no puede ser atacada, si se adm iten los dos principios
a título de premisas. Se puede com prender sin dificultad que un estado

1- Th. Flournoy: M étaphysique el psychotogie, 2“ ed., Ginebra (K ündig) y


París (Fischbacher), 1919.
de conciencia no puede ac tu a r en form a directa sobre los músculos o sobre
la corriente nerviosa, ni la estructura quím ica del alcohol directam ente
sobre la conciencia; sin em bargo, parecería que en el prim er caso el estado
de conciencia (decisión) h a actuado él mismo sobre su concom itante ner­
vioso (equivalente fisiológico de esta decisión), m ientras que, en el segundo,
el concom itante nervioso (equivalente fisiológico de la alegría) parece
haber actuado, inversam ente, sobre su estado de conciencia específico (con­
ciencia de la a le g ría ). D e acuerdo con la hipótesis del paralelismo, sin
embargo, se atribuirá esta diferencia a las siguientes causas. E n el primer
caso, se tra ta de u n com plejo de interacciones nerviosas no unívocamente
determ inado por u n a causa exterior, lo que determ ina el hecho de que la
decisión viene en parte desde el interior; en el segundo caso, p o r su parte,
la conexión entre el alcohol ingerido y la emoción alegre, considerada cómo
mecanismo nervioso, es m ás directa; la diferencia aparente de las relaciones
entre la conciencia y su concom itante fisiológico en los dos casos discutidos
se debería, entonces, a u n carácter interno o externo de las causas.
Sin embargo, en el m arco de u n a hipótesis como ésta, el verdadero
problem a es, entonces, el de dilucidar cuál es el poder de la conciencia
y en qué consiste, en consecuencia, la explicación psicológica. E n el caso
de la persona que levanta su brazo, se com prende perfectam ente que a la
serie de las causas fisiológicas corresponde, en la conciencia, u n a serie p a ra ­
lela de motives psicológicos; pero en el caso, de aquella cuya depresión se
transform a en. alegría bajo- el efecto de un vaso de vino, no se puede explicar
m ediante la serie de los estados de conciencia cómo la alegría reemplazó
a la depresión sin hacer intervenir el efecto del vino mismo: la serie psico­
lógica, entonces, parece ser discontinua.
Por ello, algunos autores h an rechazado el principio del paralelismo.
Algunos, como por ejemplo, P. Janet, p a ra restablecer una acción del
espíritu sobre el cuerpo (lo que nos conduce nuevam ente, entonces, a la
idea de una “fuerza” espiritual), y otros como H. Wallon, p ara reducir
todo al organism o . 1 3 W allon considera que la conciencia aparece sólo de
m anera lim itada, esporádica y bajo formas bien caracterizadas, que son,
pues, solidarias siempre de u n aparato neurológico de nivel determ inado:
la única explicación que se debe buscar entonces en psicología es la de las
sucesiones genéticas en función de la m aduración nerviosa y de las interac­
ciones ordenadas por el sistema nervioso. W allon, por otra parte, ataca
la interpretación del paralelism o form ulada por Hoeffding y no la de
Flournoy; es decir, ataca, en m ayor grado, u n a . filosofía del paralelismo
que u n a psicología experim ental; no tiene dificultades en dem ostrar que
la. serie psicológica, entendida en el sentido causal, tal como la concibe
H oeffding p ara acom pañar a la serie sociológica, es inoperante y se basa
en postulados que van m ás allá de la experiencia.
Sin embargo, y antes de rechazar el paralelismo, se debe investigar,
precisam ente, si su condena de la concepción causal de la conciencia no

13 H. W allon: “ Le problém e biologique de la conscience” , en D uinas: Nouveau


Traite de Psychologie.
perm ite sugerir u n concepto m ucho más fecundo del análisis específica­
m ente psicológico: el de la construcción de las relaciones y de sus im plica­
ciones por oposición a la causalidad fisiológica. Retomemos, desde este
punto de vista, la discusión de los dos ejemplos escogidos, el de la decisión
de levantar el brazo y el de la alegría producida p o r el alcohol.

E n el prim er caso, es evidente que la decisión de un sujeto n o cons­


tituye un comienzo absoluto, ya que ella fue provocada por motivos precisos
(tales como el deseo de alcanzar un objeto o la voluntad de m anifestar su
opinión m ediante u n voto en u n a asamblea, etc.). Debemos considerar,
entonces: 1 ? u n a serie fisiológica, constituida por la serie de las causas y
de los efectos que vinculan entre sí los concomitantes nerviosos de los
estados de conciencia y los m ovim ientos musculares del organismo. Esto
no significa necesariam ente que cada idea, cada deseo, etc., corresponda
térm ino a térm ino en u n a form a análoga a u n estado nervioso, y W allon
no tiene dificultades en dem ostrar que u n a neurología sometida a un
análisis psicológico de detalle como éste se vería expuesta a los peores
errores (tal como lo dem uestra la historia de las teorías de la localización
cerebral, que han sido ordinariam ente tributarias de la psicología de la
época considerada). Pero ello significa que ningún estado de conciencia
constituye u n a causa susceptible de actuar en el seno de los mecanismos
nerviosos, los que se explican p o r sí mismos en u n a serie autónom a. 2 9 L a
serie de los estados de conciencia no consiste entonces en u n a serie de causas
y defectos, sino en u n a serie de relaciones operatorias o preoperatorias
entre los conceptos y entre los valores: desde este p u n to d e vista, deseo,
decisión y realización constituyen dos valores, uno de ellos caracteriza el
efecto que se intenta obtener (deseo) y el otro actual (realización), trans­
formados uno en el otro m ediante u n factor (decisión) que, en el caso de
que la voluntad intervenga, puede ser operatorio, o si no de simple regu­
lación. Pero ni esta voluntad ni esta regulación constituyen causas en
sí mismas, ya que se lim itan a determ inar p o r im plicación los valores unos
en función de los otros, y en función de todo el sistema anterior de las
valorizaciones; además, en algunos casos se atribuye estos valores a percep­
ciones o a conceptos, etcétera, es decir, a sistemas de relaciones que dependen
de regulaciones o de operaciones estructux’ales. D e este modo, el sistema de
las valorizaciones (deseo, satisfacciones, etc.) es condicionado en todo
m om ento por el desequilibrio o el equilibrio de las relaciones perceptuales
y conceptuales que por su p arte se im plican entre sí, y tam bién es condi­
cionado por la escala de los valores en juego. 3? Existe, p o r último, un
paralelismo entre ciertos elementos de serie causal fisiológica y la serie
operatoria (o preoperatoria) psicológica. Pero este paralelism o concierne sólo
a una p arte de la serie fisiológica ya que, al levantar el brazo, no. se toma
en absoluto conciencia de todos los factores nerviosos y musculares que
intervienen: se tiene conciencia sólo de aquello que puede traducirse en
valores o en relaciones cognitivas, con la reserva de que las únicas causas
que se hacen conscientes son aquellas que pueden ser vinculadas (m ediante
semejanzas o diferencias cognitivas y m ediante refuerzos o contrastes de
valores) a los elementos anteriorm ente conscientes. E n consecuencia, sólo
existe u n paralelism o entre las implicaciones; por un lado, y aquello que
puede corresponderle en la causalidad fisiológica p o r el otro. Por ese
motivo, no se puede afirm ar legítim am ente que u n a de las series actúe
causalm ente sobre la o tra : hacerlas interferir sería un error análogo al que
se com etería al afirm ar, a partir de la existencia de un a fuerza que atrae
dos objetos entre sí, que esta fuerza es la causa de la relación "‘ 1 más 1
hacen 2” . Sin duda, la operación psicológica traduce la causalidad física
al igual que la operación m atem ática ( 1 — {—1 = 2 ) traduce la modificación
física que consiste en la reunión de dos cuerpos; en los dos casos, sin em­
bargo, se tra ta de u n a traducción que agrega algo al texto original, al
mismo tiem po que deja escapar otros elementos.
Exam inemos ahora el ejemplo del vino y de la alegría que produce.
En este caso, nos encontram os en presencia de: 1" u n a serie fisiológica:
la depresión nerviosa, la introducción del alcohol y la excitación emocional,
al h ab er m odificado causalm ente un elemento exterior la depresión en
excitación. 2 9 U n a serie psicológica concom itante: conciencia de la tristeza
y conciencia de la alegría y, entre ambas, la acción consciente de beber el
vino (acom pañada de percepciones diversas, de conceptos anteriores even­
tuales sobre el efecto del vino, de anticipaciones eventuales sobre u n cambio
de estado, e tc .) . 3? Existe nuevam ente u n paralelismo, pero, aú n en mayor
m edida que en el caso precedente, este . paralelismo aparece com o una
traducción que puede ser más o menos com pleta según la experiencia
anterior del individuo y el sistema de los conceptos de que disponga. En
efecto, la diferencia entre esta segunda secuencia de fenómenos y la del
brazo levantado reside en el hecho de que en este caso la causa exterior
interviene entre el prim er estado (m ental y fisiológico) considerado y él
segundo estado; de este modo, ningún vínculo causal fisiológico o ninguna
operación psicológica conecta en form a directa la tristeza . inicial con la
alegría final sin pasar p o r la causa exterior representada por la ingestión
del alcohol. Pero caben entonces dos posibilidades. L a p rim era es la de
que el sujeto no sepa n ad a del alcohol (o que lo bebió sin saberlo, etc.),
pero la sucesión de los estados de tristeza y de alegría se caracteriza, sin
embargo, p o r u n a cierta, continuidad que caracteriza precisam ente su
n aturaleza psicológica: cuanto más profunda haya sido la tristeza inicial
más intensa será por contraste la alegría y entre ambas, entonces, existirá
no u n a relación operatoria que explique la transform ación de u n a en otra
(de la m ism a form a en que tam poco h a actuado u n a causalidad fisiológica
directa, ya que intervino una causa exterior), .sino u n a regulación cuasi
perceptual de los valores; la diferencia es sobreestimada p o r causas rela­
cionadas con el desplazam iento del equilibrio. L a segunda posibilidad es
la de que el sujeto tenga conciencia de haber bebido el vino y sepa algo
scbre sus efectos; entonces, y adem ás la regulación afectiva precedente,
intervendrá u n a reconstitución conceptual (con anticipaciones, e tc .), que
reforzará o debilitará la regulación afectiva y que le añ a d irá u n a com­
prensión intuitiva o incluso operatoria de la transform ación producida.
En este caso, nuevam ente la serie psicológica no es causal, sino que con­
siste en u n a tom a de conciencia más o menos adecuada en términos de
implicaciones.

En form a general, el paralelismo psicofisiológico es insostenible si se lo


concibe como puesta en correspondencia de dos series causales autónom as;
sin embargo, deja de serlo a partir del m om ento en que se concibe a la
serie fisiológica como única causal y a la serie consciente como im plicatoria,
es decir com o u n a construcción de relaciones que se determ inan unas a otras
en diversos grados. Considerado de este modo, el paralelismo hace de la
conciencia u n a traducción de la serie orgánica, traducción incom pleta ya
que conserva sólo algunos pasajes, pero que proporciona una nueva inter­
pretación sobre éstcs, al añadir al simple m ecanism o causal el valor y la
comprensión. Entonces, la conciencia, que crea, vínculos de im plicación
entre los valores sentidos y entre las relaciones percibidas o concebidas,
mantiene con las conexiones fisiológicas correspondientes u n a relación
análoga a la que u n a relación lógica o m atem ática com porta en relación
con el hecho físico que expresa: en ambos casos, existe u n a traducción más
o menos com pleta, pero que enriquece al texto traducido al transponerlo al
plano de los encadenam ientos implicativos. L a diferencia, sin embargo,
es la siguiente. L a deducción m atem ática proporciona una im agen casi
íntegra de los hechos físicos representados y los inserta en un conjunto de
relaciones necesarias. La conciencia, por el contrario, incluso en el interior
de las conductas como tales, es decir de las reacciones como tales que
com portan po r definición un aspecto fisiológico (p o r oposición a las
reacciones puram ente fisiológicas) no traduce, en relaciones implicativas más
que una pequeña parte del proceso fisiológico que interviene en las con­
ductas inferiores, y alcanza una traducción com pleta de la conexión causal
sólo en el terreno de las operaciones: en el ritm o, en efecto, lo esencial de
la conducta es orgánico y la conciencia aprehende sólo u n a alternancia de
estados unidos po r relaciones implicativas incom pletas; en las regulaciones
cognitivas o afectivas, pese a que están m ejor encadenadas, las im plica­
ciones siguen siendo aún incompletas porque el proceso causal de la con­
ducta los desborda siempre parcialm ente; en los sistemas operatorios, p o r
último, las implicaciones corresponden exactam ente a las conexiones cau ­
sales, reales o posibles, que intervienen en la conducta y alcanzan, en con­
secuencia, u n estado de necesidad com pleta: en efecto, cada relación
consciente está determ inada por entero por el co n junto de las otras, sin que
la causalidad orgánica tenga que colmar n in g u n a brecha. En este tercer
caso, la im plicación consciente logra incluso desbordar con bastante rapidez
la causalidad real, ya que tarde o tem prano to m a como objeto al conjunto
de los posibles.
¿Converge la solución a la que llegamos con la de la teoría de la
Forma y con la de Jaspers? Sabemos que la teoría de la Form a, debido
s. la posición que adoptó en oposición a todo atomismo psicológico, no cree
en un paralelism o elemento a elemento sino form a de conjunto a form a de
conjunto. Este “principio de isomorfismo” expresa entonces el hecho de
que a toda totalidad psíquica (percepción, acto de inteligencia, etc.) corres­
ponde una totalidad fisiológica (circuito de conjunto que conecta el objeto
percibido con el cerebro po r interm edio de los órganos de los sentidos, pero
sin elementos privilegiados tales como por ejemplo la imagen retiniana de
las teorías atom ísticas). E n la actualidad no se puede menos que aceptar
este isomorfismo; sin em bargo, y a nuestro parecer, se debe agregar que
las “formas” psíquicas y las “formas” orgánicas no son similares con la
excepción de la diferencia de la naturaleza consciente de las primeras. Sin
ello, habría siempre u n a prim acía de la explicación fisiológica: a esto,
precisamente, conduce la teoría de la Form a, que descuida la construcción
de las relaciones en juego. A hora bien, u n a “form a” psíquica difiere de
u n a “form a” fisiológica incluso “isomorfa” en el hecho de que las rela­
ciones que la constituyen están conectadas entre sí m ediante vínculos de
implicación o de preim plicación y no de causalidad.
Ello conduce entonces a la posición de Jaspers, a la que ya nos hemos
referido: la psicología “explicativa” recurriría a los mecanismos fisiológicos,
m ientras que la psicología “comprensiva” se referiría a los datos de la
conciencia. Pero Jaspers deja fuera de su “verstehende Psychologie” al
conocimiento lógico mismo, e insiste sobre los datos más primitivos de la
conciencia. Estos consisten siempre en valores y relaciones cognitivas cuyos
vínculos señalan u n a prelógica im plicatoria; por otra parte, la génesis de
las operaciones lógicas presenta relaciones con toda esta organización previa
de las relaciones. L a ru p tu ra de lo fisiológico y lo consciente es efectiva­
m ente la de la causa y de la implicación, sin que sea en absoluto necesario
atribuir a esta últim a u n sentido intelectualista lim itado, ya que engloba
todos los valores afectivos con las relaciones perceptuales e inteligentes.
E n resumen, el principio de paralelismo psicofisiológico adquiere de
este modo, al parecer, u n alcance que va m ucho más allá del de un simple
principio heurístico. Su significación real no consiste sólo en afirm ar la
concom itancia entre la vida de la conciencia y algunos mecanismos fisio­
lógicos; por el contrario, y al reducir la prim era a un sistema de im plica­
ciones y los segundos a sistemas de causas, dicho principio postula tam bién
la posible adecuación de los dos tipos de explicaciones basadas respectiva­
m ente en estos dos tipos de conexiones. En ello reside el verdadero valor
epistemológico de este principio: en últim o análisis, el principio de p arale­
lismo constituye, en efecto, u n instrum ento de colaboración entre dos
métodos de pensam iento o dos lenguajes que se. deben trad u cir uno a otro:
el lenguaje idealista de la reducción de lo real a los- juicios y a los valores
de la conciencia, y el lenguaje realista de la explicación del espíritu por la
fisiología. Debemos exam inar esto a título de conclusión.
L a psicología es la ciencia de las conductas y las conductas son acciones
que se prolongan en operaciones mentales. L a acción engendra esque­
mas que se organizan entre sí de acuerdo con algunos sistemas de ritmos y
luego de regulaciones, cuya form a final de equilibrio es el agrupamiento
operatorio. E l aspecto psicológico de la conducta es entonces el de una
construcción de relaciones perceptuales o intuitivas, de conceptos y de
valores, y esta construcción consiste en una productividad operatoria que
acom paña en form a cada vez más com pleta a la causalidad fisiológica. E l
ritm o y la regulación engloban au n causas en su pro p ia contextura, m ien­
tras que la operación racional, en efecto, ya no es u n a causa, sino una
fuente de necesidad cada vez m ás depurada: la razón que deduce no puede
ser considerada como la causa de las conclusiones de esta deducción, ni
tam poco la voluntad que decide puede ser considei'ada como u n a causa, ya
que su acción consiste en desvalorizar un valor actual dem asiado fuerte y
en revalorizar, m ediante el proceso inverso, u n valor anterior que estaría en
vías de ser olvidado. L a voluntad, al igual que la razón, construyen entonces
valores o conceptos, y no constituyen una causa de ningún hecho m aterial,
pese a que su ejercicio supone, como es natural, u n a causalidad fisiológica
concom itante (pero que, por su parte, no engendra valores ni conceptos).
A hora bien, esta construcción en la que se com prom eten las im plica­
ciones conduce, al fin de cuentas, al im portante sistema de operaciones y
de conceptos representados por las ideas de núm eros y de espacio, de
tiempo, de m ateria y de causalidad misma. A hora bien, estos conceptos
perm iten a la m atem ática y a los aspectos deductivos de la física superar
la experiencia inm ediata y asim ilarla bajo la form a de u n a explicación
racional. Desde este punto de vista, las realidades físico-químicas y fisio­
lógicas que dom inan, según parece, las formas elementales de la vida
m ental (de las que son en p arte concomitantes, pero a las que, por otra
parte, superan am pliam ente) dependen finalm ente d e ellas en la m edida
en la que, a su vez, son com prendidas y reconstruidas p o r el pensamiento
científico,, que es la form a más elevada de esta m isma vida m ental. Por
ello (véase § 1 ), si la fisiología llega a constituirse como ciencia exacta y
a perm itir la deducción m atem ática, esta asimilación de la m ateria por
p arte de la deducción consciente será entonces tan fecunda como en física;
en la fisiología' se podrá observar en ese momento u n doble paralelism o: el
de la conciencia individual y de una p arte del organismo y el del organismo
en su totalidad y u n a parte de la conciencia m atem ática. D e este modo,
el principio de la explicación psicológica, que la distinción y el isomorfismo
de las implicaciones y de las causas contribuyen a legitim izar y a diferenciar
del principio de la explicación fisiológica, lejos de constituir un concepto
secundario y superfluo, ta l como lo sostienen los organicistas, puede llegar
a condicionar en algún m em ento a la p ro p ia fisiología.
Inversam ente, sin embargó, es evidente que, al englobar toda conducta
reacciones fisiológicas indispensables p ara su eficacia causal (por oposición
a la construcción implicatoria que ella constituye psicológicam ente), la
explicación fisiológica domina a la psicología en su otro extremo, es decir
en lo que concierne a los comienzos y no al térm ino de la evolución m ental.
Al oscilar entre la lógica (con la m atem ática) y la fisiología, la psicología
no podría alcanzar ninguna explicación plena sin la ayuda de los datos
biológicos. E n consecuencia, por un lado ella logra u na interpretación del
pensamiento, y con ello de la deducción científica que dom ina o dom inará
tarde o tem prano a la fisiología m ism a; por otra parte, sin embargo, la
psicología está subordinada a la fisiología en lo que se. refiere a las raíces
de su propio conocimiento.
D e este m odo, observamos, u n a vez más, el circulo de las ciencias
sobre el que ta n a m enudo hemos insistido. Entonces, el interés del
problem a que nos ocupa aquí se basa precisam ente en el hecho de que
el círculo de los conocimientos científicos, que reposa en el del sujeto y
del objeto, y el principio del paralelismo psicofisiológico, son estrechamente
solidarios: este principio, en efecto, señala, bajo la prudente y quizá
provisoria form a de u n a simple concomitancia, el punto de unión entre
el lenguaje idealista o im plicatorio, característico del pensam iento psico­
lógico y m atem ático, y el lenguaje realista o causal, propio de la física y
de la fisiología. P ara ser m ás precisos, de la misma form a en que la física
ocupa la zona de unión entre la deducción m atem ática necesaria y la
experiencia real o causal, en el otro extremo del diám etro de este círculo la
psicología se sitúa en el p unto de unión entre la form a más com pleja de
esta realidad física y causal (la realidad viviente) y la form a más elemental
de la construcción de las relaciones conscientes que culm inarán en la
deducción misma. E n consecuencia, el principio de paralelismo habla
de simple concom itancia p ara no prejuzgar, sobre el modo de cierre de
este círculo; sin em bargo, y como es natural, el problem a perm anece abierto
en lo que se refiere a otros modos de cierre posible, es decir a otras rela­
ciones entre conducción m ental operatoria y la causalidad fisiológica.
Gomo es obvio, la investigación científica misma y no la epistemología
es quien debe resolver este problem a, es decir m antener el paralelismo o
reem plazarlo m ediante u n a de las fórm ulas imprevistas que se pueden
observar a lo largo de to d a la historia de las ciencias. Sin embargo, y a
este respecto, queda al menos planteada una posibilidad por analogía
con lo que se com probó en la evolución de otros problem as de fronteras:
q ue.en algún m om ento la neurología y la psicología se asimilen recíproca­
m ente o constituyan u n a ciencia com ún tal como la “quím ica física”
(o “quím ica teórica” ) situada entre la física y la química. Supongamos,
en efecto, que u n a psicología operatoria se haga lo suficientemente precisa
como p a ra p erm itir el cálculo y la deducción. No es en absoluto imposible
que la construcción psicológica expresada en fórmulas logísticas o métricas
(y probabilísticas) exprese tam bién en ese m om ento las relaciones más
generales en juego en la fisiología abstracta o m atem ática. El paralelismo
psicofisiológico, en dicho caso se convertiría nada más que en un p arale­
lismo de la deducción y de la experiencia.
De todas formas, e independientem ente de lo que suceda en relación
con este sueño, él nos m uestra u n a vez m ás que es inútil temer las así
llam adas reducciones de lo superior a lo inferior; en efecto, en las ciencias
exactas (de las que la biología desgraciadam ente está muy alejada) estas
reducciones h a n conducido siempre a una asimilación recíproca, to d a vez
que lo superior no estaba previam ente deform ado por simplificaciones
ilegítimas. Por ejemplo, examinemos las relaciones de la gravitación con
la geom etría del espacio real, o de la afinidad quím ica con la electri­
cidad, etc.; se com prenderá entonces que el problem a de las relaciones
entre lo fisiológico y lo m ental está lejos de haber sido resuelto p o r las
pretensiones organicistas y que el principio de paralelismo puede reservar
múltiples sorpresas en su evolución fu tu ra .. Por analogía con lo que piensan
los físicos en lo que se refiere a las relaciones entre la vida y la físico-química
(capítulo 1 , § 8 ), la biología, en efecto, sólo se p odrá convertir en “general”
con la condición de englobar en sus explicaciones la que corresponde a los
fenómenos mentales, sin anular su especificidad. E n consecuencia, será
necesario concebir la existencia de mecanismos comunes a los dos campos
a Ja vez (como por ejemplo, precisamente, los mecanismos de la cons­
trucción de las “formas”, de la anticipación, de la asimilación y de la
acomodación, de su equilibrio más o menos reversible, e tc .) ; por su propia
composición éstos deberán explicar, po r u n lado, las reacciones biológicas
elementales (conservación de la form a, etc.) y, por o tra parte, las estruc­
turas m entales que conducen desde el ritm o orgánico hasta los agru p a­
mientos operatorios. Esta condición es necesaria p ara que sea posible
com prender en form a simultánea, los dos aspectos siguientes: la m anera
en que las operaciones del pensam iento pueden expresar lo real, en tanto
sus raíces fisiológicas penetran hasta la m ateria físico-química y, p o r otra
parte, pueden explicar el desarrollo del propio conocimiento, incluyendo
al conocimiento biológico. M ientras tanto, el principio del paralelismo
psicofisiológíco contribuye, precisamente, al cierre del círculo de las disci­
plinas científicas.

§ 5. L a p o s i c i ó n d e l a l ó g i c a . L a psicología es u na ciencia de obser­


vación y de experiencia que considera a las realidades lógicas sólo bajo la
forma de las operaciones del pensam iento del propio sujeto, objeto de su
estudio; y au n sólo cuando este pensam iento alcanza un cierto equilibrio
y se hace entonces susceptible de composición propiam ente operatoria.
La psicología encuentra las realidades psicológicas de la misma form a, al
intentar explicar el desarrollo del pensam iento: el núm ero, el espacio y
los conceptos fundam entales de la construcción m atem ática aparecen de
este m odo como productos necesarios del desarrollo mental, solidarios de las
operaciones lógicas mismas.
Pero existe entonces un círculo, un círculo que los filósofos le reprochan
a menudo a los psicólogos que estudian la form ación de la lógica: la
lógica y la m atem ática, por su parte, se sitúan en el inicio de todas
las ciencias, y las normas de la lógica constituyen la condición previa del
pensamiento científico del psicólogo que, por otra parte, intenta recom poner
su génesis. Este círculo es en efecto inevitable, pero, lejos de ser vicioso,
señala, precisam ente, la existencia del círculo de las disciplinas científicas,
en su conjunto, que acabamos de señalar. Pero el hecho de adm itir este
último círculo plantea otra dificultad que los lógicos y los m atem áticos
podrían objetar a la psicología. El p unto de p artid a de la serie de las
ciencias, es decir la lógica y la m atem ática, se caracteriza por la deducción
pura, y a las ciencias empíricas, tales eomo la biología, la psicología y la
sociología se llega m ediante una serie de complicaciones no deducidas.
Desde esta conclusión inductiva, ¿cómo será posible cerrar el círculo en el
sentido de u n pasaje a la ciencia deductiva? P a ra ser precisos, la lógica
estudiada por el lógico es un producto reflexivo de su propio pensamiento,
o del m atem ático; la lógica que estudia el psicólogo, por su parte, es un a
deducción viviente y espontánea situada en el espíritu del sujeto de obser­
vación y no del psicólogo. ¿Cóm o es posible entonces conectar estos
extremos p ara asegurar la continuidad del círculo?
Si se lo plan tea desde el punto de vista de una lógica metafísica, que
intenta alcanzar las verdades prim eras y perm anentes del pensam iento, el
problem a no tiene salida. Pero esta pretensión a la universalidad en el
tiempo y en el espacio choca con los hechos genéticos e históricos; éstos,
p o r el contrario, sugieren la hipótesis de u n a variación posible de las estruc­
turas individuales y de las norm as colectivas: un a epistemología genética,
que no conoce ni verdades eternas ni principios primeros no puede con­
siderar entonces que u n a lógica metafísica se sitúa en el p unto de p artid a
de la ciencia. Por otra parte, y puesto que la m atem ática se basa en la
lógica, no busca sus fundam entos en una lógica metafísica como ésta, sino,
exclusivamente, en el cam po de la lógica que ha alcanzado el nivel cien­
tífico, la logística, provista de un algoritmo simbólico preciso.
Hemos visto que en la actualidad los m atem áticos buscan la solución del
problem a de los fundam entos en dos direcciones esenciales; a demás, no se
avizoran otras posibles sin abandonar el cam po de los métodos científicos.
Algunos inten tan explicar los conceptos m atem áticos por medio de la psico­
logía : Poincaré, por ejemplo, cuando interpreta el espacio y el grupo de
los desplazamientos m ediante la m otricidad efectiva del organism o; otros
basan los conceptos m atem áticos en los conceptos lógicos elementales y
recurren a la logística. A hora bien, si como acabamos de suponerlo la
lógica procede de la psicología, estas dos soluciones se reducirían en defi­
nitiva a u n a sola: intentarem os a continuación fundam entar esta posición.
Debemos determ inar entonces la posición de la logística en el círculo
de la ciencia. A hora bien, desde este punto de vista, el problem a se sim­
plifica en form a notable, ya que la logística, como es evidente, constituye el
modelo de la ciencia axiom ática. El logístico procede en form a deduc­
tiva, a p artir del m ínim o de conceptos primeros de operaciones e intenta
construir, en la form a más rigurosa que sea posible, el conjunto de las
proposiciones que expresan la coherencia form al del pensamiento. Pero una
axiomatización es siempre axiomatización de alguna cosa, y de una realidad
que, antes de esta formalización particular, era accesible a u n conocimiento
más directo: de este modo, la axiomatización del núm ero o del espacio
ccnciem e a las realidades representadas por el núm ero o el espacio, cono­
cidas antes de las axiomatizaciones de Peano, de H ilbert, etc. A una
axiom ática corresponde entonces u n a ciencia “real” , por oposición a “for­
m alizada” ( “real” significa simplemente que alcanzó un menor grado de
formalización, independientem ente de ese grado). ¿Q ué axiom atiza en­
tonces la logística y cuál es la ciencia real que le corresponde en realidad?
Se puede decir que la logística es la axiom atización de la lógica formal
misma. ¿Pero de qué lógica form al, y qué es la lógica independientem ente
de su axiom atización ? Si se tra ta de u n a lógica metafísica, volvemos a
tropezar entonces no sólo con las dificultades genéticas que acabamos de
señalar sino tam bién con el siguiente obstáculo fu n d am en tal: el hecho de
que una lógica metafísica basa necesariam ente lo verdadero en alguna
realidad absoluta: las ideas, el pensam iento divino, etc.; ahora bien, en
filosofía el absoluto presenta el inconveniente de ser siem pre relativo a los
sistemas q u e lo m encionan, es decir, el de ser esencialmente variable. Si se
renuncia entonces al absoluto, la lógica no puede sólo ser el análisis del
pensam iento verdadero. C onsiderarla como la descripción de u n simple
lenguaje sería lo mismo, ya que ese lenguaje debe ser regulado, entonces,
de acuerdo con las norm as coherentes, lo que los conduce nuevam ente al
pensam iento verdadero. ¿Pero qué significa entonces el térm ino “verda­
dero”, independientem ente de u n a axiomatización? P ara decirlo de otra
m anera, ¿existe en la actualidad un lugar p ara u na lógica no axiomática,
entre la psicología del pensam iento y la logística?
E n realidad, la única diferencia esencial entre la lógica no axiom ática
y la psicología de las operaciones formales se basa en el hecho de que la
prim era acuerda a las proposiciones que estudia las propiedades de “verda­
dera” y de “falsa” m ientras que la psicología com prueba sim plem ente que
los sujetos pensantes, estudiados m ediante sus diversos métodos, acuerdan
espontáneam ente a las proposiciones que utilizan las mismas propiedades
de verdaderas y de falsas. P ara decirlo de otro modo, las norm as que el
lógico prescribe no son prescriptas por el psicólogo; sin embargo, el psicó­
logo reconoce el hecho de que los sujetos estudiados p o r la lógica se las
prescriben a sí mismos (en conexión con la acción y la vida social, y en
algunos estados de equilibrio situados al final del desarrollo del pensam iento
individual). El problem a, entonces, es el de saber con qué derecho el lógico
prescribe normas. Se puede considerar que lo hace en nom bre de una
.axiomatización progresiva; pero en este caso se com prom ete en la dirección
logística y la logística se convierte en la única lógica norm ativa, m ientras
que el único estudio no axiomático del pensam iento será la psicología de
las operaciones del pensamiento. Si prescribe normas pero no en nom bre
de u n a axiom ática, se puede pensar que lo hace m ediante el examen de
las norm as de su propio pensam iento, así como las de los otros: en dicho
caso sin em bargo, el lógico no hace nada más de lo que hace la psicología,
al lim itar sus análisis a los “hechos normativos”, sin ubicarlos en todo el
contexto de su evolución. E n resumen, un a lógica no axiom ática no tiene
ningún objeto en la ac tu a lid a d : o bien ella m isma legisla, y entonces debe
axiom atizarse o si no describe simplemente lo que el pensam iento com ún
considera como norm ativo, y entonces hace psicología. L a lógica no axio­
m ática cuya enseñanza p erd u ra sólo gracias a las tradiciones universitarias
inmutables, tiende de este modo a escindirse en dos ram as, cuya única
significación positiva se basa en su m u tu a distinción: la logística o disciplina
axiom ática, y la psicología de las operaciones del pensam iento o disci­
plina experim ental. Entonces, y efectivamente, esta p arte de la psicología
es la que constituye la ciencia real que corresponde a la axiomatización
logística.
E n consecuencia, y sin ningún tipo de equívoco, se puede decir que
la logística es u n a axiomatización de las operaciones del pensam iento;
además, se puede decir tam bién que la ciencia real correspondiente, es
decir, la que estudia el mismo objeto pero sin axiomatizarlo, no es o tra que
la psicología de estas operaciones, es decir, el sector particular de la psico­
logía del pensam iento que se ocupa de las formas de equilibrio y de los
modos de organización de las operaciones. R epartidas de este modo, las
dos disciplinas encuentran entonces sus relaciones naturales e incluso la
posibilidad de u n a colaboración fecunda. E n efecto, si como hemos inten­
tado dem ostrarlo en este capítulo, la explicación propiam ente psicológica
consiste en u n a reconstrucción de las relaciones y de las operaciones efec­
tuadas por el propio sujeto mismo, p a ra este análisis tendría sumo interés
el siguiente aspecto: nos referimos a los esquemas, incluso abstractos y
simbólicos, que construye la logística p a ra explicar las conexiones entre
operaciones formales. Estos esquemas, en efecto, traducen, idealizándolas,
las estructuras m ás evolucionadas y más equilibradas del pensamiento. Por
o tra parte, en la m edida en que la psicología genética pone de manifiesto
el hecho de que el desarrollo de las operaciones no procede m ediante cons­
trucción de términos aislados, a los que a posteriori p o ndría en relación,
sino m ediante sistemas de conjunto o totalidades operatorias susceptibles
de composición transitiva y reversible, la logística tendrá por su parte
iíiterés en axiom atizar estos conjuntos como tales y no sólo los elementos
de que están compuestos. C ada problem a plantead o por un a de estas dos
disciplinas presenta entonces u n a significación correspondiente en la otra,
sin que por ello los métodos de la u n a p uedan ser aplicados en el terreno
de la o tra . 1 4
U na vez señalado esto, se com prende de qué modo se cierra el círculo
de la ciencias, gracias al conjunto de las disciplinas com prendidas entre la
biología y la m atem ática; la logística, en efecto, es sólo la axiomatización
de un sistema de hechos esencialm ente mentales y estos hechos, por otro
lado, com portan u n a dim ensión psicofisiológica. Por otra parte, y en
form a recíproca, se com prende por qué la psicología oscila entre la fisio­
logía y la lógica, sin confundirse con ninguna de ellas. Pese al creciente
éxito de la. explicación fisiológica, en efecto, la necesidad operatoria le
asigna aún límites. Inversam ente, sin em bargo, la psicología reconoce entre
los hechos que estudia a la necesidad lógica, pero la analiza sólo como
realidad que se afirm a progresivam ente en el transcurso del desarrollo
m ental y que se diferencia en u n grado cada vez m ayor de la causalidad
fisiológica: de este modo, la psicología no interfiere en n ad a con la lógica,
que guarda p a ra sí el análisis axiomático de esta misma necesidad opera­
toria, aunque a partir de u n esquema abstracto y form al. Decir que la
psicología se apoya en la lógica no significa, entonces, que se subordina a
la logística; significa sólo que considera al hecho lógico del mismo modo
que al hecho m atem ático y que puede recurrir entonces tanto a la logística
como a la m atem ática p a ra facilitar su com prensión, pese a que los estudia
por sus propios medios.
Sin embargo, este cierre del círculo supone tam bién, como es obvio,

14 D e este modo, el estudio genético de los diversos “ agrupam ientos” de opera­


ciones (véase cap. i, S 3) nos h a perm itido form ularlos en el plano axiom ático de la
logística (véase nuestro Traite de Logique, Colin, 1949): ahora bien, hubiese sido
igualm ente natural seguir una dirección invetsa,
la intervención de la sociología, desde el doble punto de vista de las opera­
ciones consideradas a título de conductas; estas conductas, en efecto, son
tanto sociales como individuales y tam bién suponen la intervención de la
axiom atización logística, ya que ésta concierne por igual a las “proposi­
ciones” ligadas al lenguaje colectivo y a las operaciones en general.
LA EXPLICACION EN SOCIOLOGIA

Al igual que la biología y que la psicología, la sociología interesa a


la epistemología desde dos puntos de vista diferentes y com plem entarios:
por un lado, constituye u n modo de conocimiento digno de ser estudiado
por sí mismo, sobre todo en sus relaciones (de diferencia al igual que
de sem ejanza) con el conocimiento psicológico; por otra partej el conoci­
miento sociológico condiciona a la epistemología en su objeto o en su propio
contenido: el conocimiento hum ano, en efecto, es esencialmente colectivo
y la vida social constituye uno de los factores esenciales de la form ación y
del desarrollo de los conocimientos precientíficos y científicos.

§ 1. I n t r o d u c c ió n . La e x p l ic a c ió n s o c io l ó g ic a , la e x p l ic a c ió n
b io l ó g ic a y la e x p l ic a c ió n Desde el primero de estos dos
p s ic o l ó g ic a .
puntos de vista, el conocimiento sociológico tiene un evidente interés, y la
epistemología genética o com parada debe en particular analizarse en sus
relaciones con el conocimiento biológico y sobre todo con el conocimiento
psicológico.
Las relaciones de la sociología con la biología preanuncian ya la com­
plejidad de sus relaciones con la psicología. E n prim er lugar, y al igual
que una psicología anim al, existe u n a sociología anim al (por otra parte,
am bas disciplinas están estrecham ente ligadas, ya que las funciones m en­
tales de los animales que viven en sociedades están condicionadas n atu ra l­
m ente por esta vida social) ; las características de estas investigaciones,
por otra parte,, pueden señalar la estrecha interacción del organismo vi­
viente y de las organizaciones sociales elementales: todos saben, en efecto,
que en el seno de algunos organismos inferiores (celenterados, etc.) no se
puede distinguir con criterios precisos los individuos, “colonias” (o reuniones
de elementos semiindividuales interdependientes) de las sociedades propia­
m ente dichas. Pero a p a rtir de la sociología animal, el modo de explicación
específicamente sociológico com ienza a distinguirse del análisis biológico;
ello señala que el hecho social se diferencia ya del hecho orgánico y requiere,
en consecuencia, un m odo específico de interpretación. Ju n to con las
conductas propiam ente instintivas (es decir la composición hereditaria
ligada a las estructuras orgánicas) que constituyen el aspecto esencial de
las conductas animales en los animales sociales, podemos observar ya
interacciones “exteriores” (en relación con las composiciones innatas) entre
individuos del mismo grupo fam iliar o gregario y que m odifican en m ayor
o en m enor grado su conducta: el lenguaje gestual (danzas) de las abejas,
descubierto por von Frisch, el lenguaje m ediante gritos de los vertebrados
superiores (chim pancés, etc.), la educación basada en im itación (canto de
los pájaros) y en am aestram iento (conductas depredadoras de los gatos,
estudiadas por K u o ), etc. Estos hechos propiam ente sociales constituidos
po r transm isiones externas e interacciones que m odifican la conducta in d i­
vidual suponen, entonces, un nuevo método de análisis, que concierne al
conjunto del grupo considerado como sistema de interdependencias cons­
tructivas y no ya sólo u n a explicación biológica de las estructuras orgánicas
o instintivas.
E n segundo lugar, la sociología hu m an a m ism a está relacionada con
la ram a de la biología representada por la antropología o estudio del
hom bre físico en sus genotipos (razas y sus poblaciones fenotípicas). El
concepto de raza fue utilizado por algunas ideologías políticas en sentidos
m uy alejados de su significación biológica y se convirtió de este modo,
en algunos casos, en u n simple símbolo afectivo antes que en u n concepto
objetivo; pese a ello, no se ha resuelto aún el problem a de las relaciones
entre los genotipos hum anos y las m entalidades colectivas, incluso si las
sociedades más activas son aquellas en las que se observa u n a m ezcla más
com pleta de los genes. Por o tra parte, la antropología estadística se con­
tinúa en form a natural en la dem ografía o al menos en el sector de la
dem ografía que concierne a los aspectos biológicos de la población. Sin
embargo y aún en mayor grado que la sociología anim al, las relaciones entre
la sociología h um ana y la antropología o la dem ografía revelan la diferencia
entre la explicación sociológica y la explicación biológica. M ientras que
ésta tiene como objeto las condiciones internas (herencia) y los caracteres
determinados por ellas, la explicación sociológica tiene como objeto a las
transmisiones exteriores o las interacciones externas entre individuos y
construye un conjunto de conceptos destinados a ex p licar. este modo sui
generis de transm isión. De este modo, ella explicará por qué la m entalidad
de u n pueblo depende en m ucho m enor grado de sü raza que de su historia
económica, del desarrollo histórico de sus técnicas y de sus representaciones
colectivas; esta “ historia”, en efecto, ya no es la de u n patrim onio heredi­
tario, sino la de un patrim onio cultural, es decir de un conjunto de
conductas que se transm iten de generación en generación desde el exterior
y con modificaciones que dependen del conjunto del grupo social. D e este
modo, por otra parte, los aspectos biológicos del fenómeno dem ográfico
(núm ero de nacimientos y de decesos, longevidad, m ortalidad en función
de las clases de enfermedades, etc.) están subordinados estrecham ente a
sistemas de valores (sobre todo económicos) y de reglas que son u n p ro ­
ducto de la interacción externa de los individuos.
El análisis de las relaciones entre la m a d u ra ció n . nerviosa y las p re ­
siones de la educación en la socialización del individuo constituye un tercer
punto de unión entre la biología y la sociología. E n este sentido, el
desarrollo del niño presenta un campo de experiencias de gran interés en
lo que se refiere a la zona de enlace entre las transmisiones internas o here­
ditarias y las transmisiones externas, es decir sociales o educacionales. De
este m odo, y adem ás de la asimilación de u n a lengua ya organizada o
sistemas de signos colectivos que se transm iten de generación en generación
por la vía de la educación, la adquisición del lenguaje supone u n a condición
biológica previa (y característica de la especie h um ana, al menos de
acuerdo con los conocimientos de que disponemos hasta ahora) : nos
referimos a la capacidad de aprender un lenguaje articulado. A hora bien,
esta capacidad se relaciona con un cierto nivel de desarrollo del sistema
nervioso, más o menos precoz o tardío según los individuos y determ inado
po r la acción de m aduraciones hereditarias. Lo mismo sucede en lo que
se refiere a la adquisición de las operaciones intelectuales que suponen
todas, al mismo tiempo, algunas interacciones colectivas y u n a cierta m adu­
ración orgánica necesaria p a ra su desarrollo. E n campos como éstos, la
conexión y la diferencia entre la explicación biológica y la explicación
sociológica son evidentes; hasta tal p unto que m uchos autores llegan a
renunciar a toda explicación psicológica y a reabsorber com pletam ente
la psicología en lo neurológico y lo social.

Pero cuando se los analiza en grado suficiente y no se los trata ya en


form a global y teórica, estos hechos plantean po r el contrario, y en forma
especialm ente aguda, el problem a de las relaciones entre la explicación
sociológica y la explicación psicológica. E n efecto, el aspecto notable de
todos estos procesos que dependen de la m aduración y de la transmisión
externa o educacional, reside en el hecho de que obedecen a un orden
constante de desarrollo (independientem ente de la velocidad d e éste). De
este modo, el lenguaje no se aprende en bloque, sino de acuerdo con una
sucesión que se h a estudiado en m uchas ocasiones: la com prensión de los
sustantivos (palabras-frases) precede a la de los verbos y ésta, por su parte,
precede en m ucho a la de los adverbios y conjunciones que señalan las
conexiones, las ideas, etc. Tam poco la adquisición de u n sistema de opera­
ciones se efectúa nunca de u n a sola vez, sino que presenta siem pre fases de
organización notablem ente regulares. Es natu ral que los clínicos o los
psicólogos preocupados por la aplicación de los conocimientos descuiden
estos hechos y se lim iten al rendim iento y al estadio que caracterizan la
culm inación de estas adquisiciones. Estos procesos genéticos son muy
instructivos, por el contrario, en lo que se refiere a las relaciones de la
m aduración con las transmisiones sociales. ¿L a sucesión de las fases de
aprendizaje, en efecto, está regulada por las etapas de la propia m adu­
ración? No por entero, ya que los caracteres específicos de estas fases
dependen de las realidades “ exteriores” al individúo: las categorías semán­
ticas o sintácticas del lenguaje constituyen u n criterio de aquéllas; o
tam bién los sistemas de representaciones conceptúales o de preoperaciones;
si esta sucesión estuviese determ inada por la m aduración, se debería adm itir,
entonces, u n a preform ación o u n a anticipación hereditariá de los marcos
sociales en el sistema nervioso. Esto constituiría u n a hipótesis molesta y
sobre' todo inútil. ¿E stá re g u l.d a entonces la sucesión de estas fases de
adquisición por las interacciones sociales mismas? Es poco pro b ab le; en
efecto, si bien la escuela inculca efectivamente al niño el sentido de las
representaciones colectivas de acuerdo con un cierto p ro g ram a cronológico,
el lenguaje y los modos usuales de razonamiento le son impuestos en bloque
por el m edio: en cada estadio escoge algunos elementos y los asimila a su
m entalidad de acuerdo con cierto orden, lo que señala que el niño no
sufre en form a pasiva la presión de la “vida social” ni tam poco la de la
“realidad física” consideradas en su totalidad, sino que opera u n a segre­
gación activa en lo que se le ofrece, y lo reconstruye a su m anera.

E n tre lo biológico y lo social se encuentra entonces lo m ental; debemos


buscar ah o ra una m anera de esclarecer, en form a prelim inar y simplemente
introductoria, las relaciones que existen entre la explicación sociológica y
la explicación psicológica. A hora bien, la gran diferencia que h ay entre
las relaciones de la sociología con la biología y las de la sociología con la
psicología reside en el hecho de que las últimas no constituyen vínculos de
superposición o de sucesión jerárquicos, tal como las prim eras, sino vínculos
de coordinación o incluso de interpenetración. P ara decirlo de otro modo,
no existe u n a serie de tres términos sucesivos: biología —» psicología —»
sociología, sino un pasaje sim ultáneo de la biología a la psicología y a
la sociología unidas; estas dos últimas disciplinas, en efecto, tienen u n mismo
objeto pero enfocado desde dos puntos de vista diferentes y com plem en­
tarios. L a causa reside en el hecho de que no hay tres naturalezas hum anas,
el hom bre físico, el hom bre m ental y el hom bre social que se superponen
o se suceden como los caracteres del feto, del niño y del ad u lto ; por el
contrario, existe, por un lado, el organismo determ inado p o r los caracteres
heredados así como por los mecanismos ontogenéticos y por el otro el
conjunto de las conductas hum anas, cada u n a de las cuales, desde el naci­
m iento y en diversos grados, com portan u n aspecto m en tal y un aspecto
social. E n su interdependencia, se puede com parar a las relaciones entre
la psicología y la sociología con las relaciones que existen entre dos ciencias
biológicas conexas, tales com o la embriología descriptiva y la anatom ía
com parada, o la embriología causal y la teoría de la herencia (incluida la
teoría de las variaciones o de la evolución) ; no así con las relaciones entre
la física y la química antes de su fusión progresiva. Sin em bargo, la imagen
es engañosa, ya que la ontogénesis y la filogénesis son más fáciles de
disociar que el aspecto individual y el aspecto social de la conducta h u ­
m an a: podríam os prácticam ente com parar las relaciones de la psicología
y de la sociología con las del número y del espacio. L a intervención de
una relación de contigüidad, en efecto, es suficiente p a ra convertir en
espacial todo “conjunto”, o toda relación algebraica y analítica.
Todos los problemas que la explicación psicosociológica plantea se
observan tam bién en relación con la explicación sociológica; existe, sin
embargo, u n a diferencia: en ella el “nosotros” reem plaza al “yo” y las
acciones y las “operaciones” , una vez completadas por el agregado de la
dimensión colectiva, se convierten en interacciones, es decir en conductas
que se m odifican unas a otras (de acuerdo con todos los niveles interca­
lados entre la lucha y la sinergia) o en formas de “cooperación” es decir en
operaciones efectuadas en com ún o en correspondencia recíproca. Es cierto
que esta aparición del “nosotros” constituye un problem a epistemológico
n u evo: m ientras que en psicología el observador estudia sim plem ente la
conducta de los otros sin estar necesariam ente él mismo afectado ( salvo
en algunas situaciones particulares como la que caracteriza al método
psicoanalítico), en sociología, el observador form a p arte por lo general de
la totalidad que estudia o de una totalidad análoga o adversa. Ello deter­
m ina que u n conjunto considerable de “preconceptos”, de sentimientos,
de postulados implícitos (morales, jurídicos, políticos, etc.) y de prejuicios
de clase se interpongan entre el sujeto y el objeto de su investigación,
y que la descentralización del prim ero, condición de toda objetividad, sea
en ella infinitam ente más difícil que en otros campos. Pero si el “nosotros”
es un concepto característico de la sociología, las dificultades que se suscitan
en ella en relación con la im parcialidad y con el coraje intelectual requerido
p ara la investigación intervienen ya en form a parcial en psicología: ello
se debe precisam ente a que el hom bre es uno y que todas sus funciones
mentales están igualm ente socializadas.
En consecuencia, los diversos problem as referentes a la explicación
sociológica que exam inarem os se corresponden con los que hem os discutido
en relación con la psicología. Ello se com prueba, en p articu lar, en lo que se
refiere al concepto central m ediante el que los sociólogos durkheim ianos
intentaron rom per todos los vínculos entre la sociología y la psicología: el
concepto de totalidad. U n a sociedad es u n todo irreductible a la sum a de
sus partes, decía D urkheim , y que presenta, en consecuencia, nuevas pro­
piedades en relación con aquéllas, de la m isma form a en qu e la molécula,
como síntesis, posee propiedades ignoradas por los átomos que la componen.
A hora bien, en u n pasaje muy curioso (uno de los únicos en los que haya
expresado su opinión' en psicología), D urkheim com para, d e acuerdo con
u n a especie de proporción analógica, la relación de la conciencia colectiva
con sus elementos individuales con la relación de u n estado de conciencia
individual (considerado tam bién como u n todo) con los elementos orgá­
nicos en los que se basa. D e la m isma form a en que u n a representación
colectiva (percepción, imagen, etc.) no es el producto de u n a simple asocia­
ción entre elementos orgánicos considerados en form a aislada, sino que
constituye desde u n prim er m om ento u n a unidad caracterizada por sus pro­
piedades de conjunto, las representaciones colectivas son tam bién irreduc­
tibles a las representaciones individuales de las que com ponen la síntesis.
A hora bien, esta com paración de D urkheim va más allá de lo que se podía
presum ir en 1898;1 el concepto de totalidad no sólo es com ún a la socio­
logía y a la psicología, sino que además, este concepto es susceptible de
diversas interpretaciones cuyo cuadro es paralelo en las dos disciplinas. A
la totalidad por “em ergencia” , tal como la concibe D urkheim le corresponde
en psicología, efectivamente, el concepto de form a total o de Gestalt, pero

1 E. D urkheim : “Représentations individuelles et représentations collectives” ,


R evue de M étaph. et de Morale, 1898.
las objeciones en contra de esta últim a concepción valen tam bién contra
la totalidad durkheim iana y en ambos campos se pueden desarrollar con­
cepciones m ás relativistas del concepto de totalidad.
Por otra parte, de la m isma form a en que en psicología se deben
distinguir las explicaciones genéticas, cuyo objeto son los mecanismos del
desarrollo, del análisis de los estados d e equilibrio como tales, existen
tam bién tipos de explicación característicos de la sociología diacrónica o
dinám ica (evolución histórica de las sociedades) y otros que caracterizan
a la sociología sincrónica o estática (equilibrio social). E n ambos campos,
psicológico y sociológico, se observan tam bién tres grandes tipos de estruc­
turas mencionados p o r los autores con diversos nombres y que se pueden
reducir a los conceptos de ritm o, de regulaciones y de “agrupam ientos” .
E n ambos campos, de la m ism a forma, y paralelam ente a explicaciones
reales o concretas, se puede recurrir a esquemas axiom atizados; la utiliza­
ción de estos esquemas pone especialmente de m anifiesto la dualidad de
las relaciones de im plicación (característica de los sistemas de normas, por
ejem plo del encaje de las norm as jurídicas) y las relaciones de causalidad
propiam ente dicha.
E sta dualidad de las implicaciones inherentes a las representaciones co­
lectivas y de la causalidad que intervienen en la conducta social en ta n to que
conducta plantea, en especial, un problem a fundam ental de explicación que
que fue propuesto por la sociología m arxista y retom ado bajo otras formas
por autores de tendencias muy diferentes, como p o r ejemplo V. Pareto:
nos referimos al problem a de las relaciones entre la “infraestructura” y la
“superestructura” . L a psicología logró com prender que los datos de la
conciencia no explican n ad a a nivel causal y que la explicación causal debe
rem ontar desde las conciencias a las conductas, es decir a la acción; de la
m isma form a, la sociología, al descubrir la relatividad de las superestruc­
turas en relación con las infraestructuras invoca ta n to a las explicaciones
ideológicas como a las explicaciones m ediante la acción; acciones ejecu­
tadas en com ún p ara garantizar la vida del grupo social en función de un
cierto m edio m aterial; acciones concretas y técnicas y que se prolongan
en representaciones colectivas en lugar de derivar de ellas en un comienzo,
como aplicaciones. E l problem a de las relaciones entre la infraestructura
y la superestructura está estrecham ente vinculado, en consecuencia, al de
las relaciones entre la causalidad de las conductas y las implicaciones de la
representación; esto es así tanto cuando estas implicaciones son prelógicas
o incluso casi simbólicas, como en el caso de las ideologías variadas, que
cuando ellas se coordinan en form a lógica como por ejemplo en las repre­
sentaciones colectivas racionales, de las que el pensam iento científico cons­
tituye el producto m ás auténtico.
Esto nos conduce al segundo interés esencial que presenta el conoci­
miento sociológico desde el punto de vista de la epistemología genética.
El pensam iento sociológico im porta en epistemología no sólo a título de
modo específico de conocimiento, que se debe analizar al igual que otro:
im porta tam bién porque el propio objetó de la investigación sociológica
engloba el desarrollo de los conocimientos colectivos y, en especial, toda
la historia del pensam iento científico. E n este sentido, la epistemología
gehética, que estudia el desarrollo de los conocimientos en el doble plano
de su form ación psicológica y de su evolución histórica, depende en igual
grado de la sociología y de la psicología; la sociogénesis de las diversas
formas de conocimiento, en efecto, es igualm ente im portante que su psico­
génesis, ya que ambos aspectos son indisociables en to d a formación real.
Desde este p unto de vista, se deben discutir en p articu lar dos problem as;
de su solución, en efecto, depende en definitiva toda la epistemología
genética: nos referimos al que concierne a las relaciones entre la socio-
génesis y la psicogénesis en la form ación de los conceptos en el niño en
el curso de socialización y al que se refiere a los mismos conceptos en la
elaboración de los conceptos científicos y filosóficos que se sucedieron en
la historia.

L a interdependencia de la sociogénesis y de la psicogénesis se presenta


en una forma, particularm ente n eta en el terreno de la psicología del niño,
a la que nos hemos referido a m enudo p ara explicar la construcción d e los
conceptos. A hora bien, esta referencia al. desarrollo intelectual del niño,
considerado como embriogénesis m ental, cuyo valor hemos defendido al
m encionar los servicios rendidos po r la embriología biológica a la anatom ía
com parada (vol. I, Introducción, § 2 ), puede haber causado un cierto
malestar en m ás de u n lector. Se ha podido pensar que la psicología del
niño explicaría sin d u d a el m odo de form ación de los conceptos o d e las
operaciones, si el niño pudiese ser estudiado en sí mismo, independiente­
m ente de toda influencia ad u lta y si el niño construyese así sus pensa­
mientos sin tom ar sus elementos esenciales en el medio social. ¿Pero qué
es el niño en sí mismo y no se debe considerar acaso que los niños se definen
siempre en relación con algunos medios colectivos muy determ inados? Ello
parece evidente y si se ha ado p tad o el térm ino de “psicología del niño” para
designar el estudio del desarrollo m ental individual; esto constituye, simple­
m ente, una referencia a los m étodos experimentales utilizados en esta disci­
plina: en realidad, y tan to en lo que se refiere a los conceptos explicativos
que utiliza, como en relación con su objeto de investigación, al mismo
tiempo que un sector de la psicología misma, la psicología del niño cons­
tituye un sector de la psicología que se ocupa del estudio de la socialización
del individuo. Antes de insistir en ello, sin em bargo, señalemos, en prim er
lugar que, lejos de constituir u n a objeción p a ra la utilización de los resul­
tados psicogenéticos en epistemología com parada, u n a interdependencia
como la que acabam os de señalar entre los factores sociales, mentales y
orgánicos en la génesis individual de los conceptos, refuerza por el con­
trario, el interés de esta form ación individual y realza la significación de
sus estadios regulares: en efecto, es sum am ente llam ativo que, p a ra construir
sus operaciones lógicas y num éricas, su representación del espacio euclidiano,
del tiempo, de la velocidad, etc., etc., el niño, pese a las presiones sociales
de todo tipo que le im ponen estos conceptos en su estado plenam ente
desarrollado y com unicable, deba pasar nuevam ente p o r todas las etapas
dé una reconstrucción intuitiva y luego operatoria. L a construcción de
las operaciones de adición lógica y de seriación, etc., necesarias p ara la
constitución de una lógica concreta; la de las operaciones de correspon­
dencia biunívoca, con conservación de los conjuntos, necesarias p ara la
génesis del núm ero; la de las intuiciones topológicas y de las operaciones
de orden, etc., necesarias p ara la constitución del espacio; la seriación de
los acontecimientos, el encaje de las duraciones y la intuición de los sobre-
pasam ientos, constitutivos del tiempo y de la velocidad, etcétera, adquieren
de este modo un sentido epistemológico tan to más profundo cuanto que
el niño está sumergido en u n m edio colectivo del que hubiese podido tom ar
estos diversos conceptos en una form a com pletam ente elaborada. Ahora
bien, en lugar de recibir estos conceptos com pletam ente constituidos, entre
las representaciones del am biente el niño escoge sólo (com o lo hemos visto
en el comienzo de este § 1 ) los elementos que puede asimilar de acuerdo
con leyes precisas de sucesión operatoria.

N o queremos abusar a este respecto de un- cierto tipo de com paraciones;


sin em bargo, a p artir del hecho de que el desarrollo individual está parcial­
m ente condicionado por el medio social y de que la psicogénesis es p a r­
cialm ente una sociogénesis, podemos observar que no p o r ello la embriología
m ental pierde interés en la epistemología com parada o gen ética; de la misma
form a, la embriología orgánica se interesa en an ato m ía com parada pese a que
la eifibriogénesis está determ inada parcialm ente por los genes o factores
hereditarios. El desarrollo orgánico individual depende en algunos aspectos
de la transmisión hereditaria; igualm ente, el desarrollo m ental individual
está condicionado en p arte (adem ás los factores d e m aduración orgánica
y de form ación m ental en sentido estricto) por las transmisiones sociales
o educativas. En este sentido, un proceso es especialm ente interesante, tanto
p ara la epistemología genética como desde el p u n to de vista de las rela­
ciones entre la sociología y la psicología: nos referim os a la existencia de lo
que G. Bachelard y A. K oyré designaron con la m etáfora de “mutaciones
intelectuales”. L a historia de las ideas científicas, dice así A. Koyré, “nos
m uestra al espíritu hum ano enfrentado con la realid ad ; nos revela sus
derrotas, sus victorias; nos m uestra qué esfuerzo sobrehum ano le costó cada
paso sobre la vía de la intelección de lo real, esfuerzo que en algunos casos
conduce a una verdadera «mutación» del intelecto h u m a n o : gracias a esta
transform ación los conceptos, penosamente «inventados» por los grandes
genios, se hacen no sólo accesibles sino tam bién fáciles, evidentes, p ara los
escolares ” .2 Ello señala que en el siglo x x u n niño de 7 años, de 9 años o
de 1 2 años, etc., tendrá otras ideas sobre el m ovim iento, la velocidad, el
tiempo, el espacio, etc., de las que tenían los niños de la misma edad en
el siglo x v i (es decir antes de Galileo y D escartes), en el siglo x antes de
nuestra era, etc. Este hecho es evidente y señala con claridad el papel de las
transmisiones sociales o educativas; su interés, sin em bargo, aum enta aun
en alto grado cuando se percibe cuán poco pasivo es el espíritu del niño:
si bien el escolar de 1 2 años que vive en el siglo x x puede pensar el movi­

2 A. Koyré: A l’aube de la Science classique. H erm ann, 1939, pág. 15.


m iento cartesianam ente, no lo logra, indudablem ente, desde un primer
m om ento; por el contrario, pasa a través de una serie de etapas previas, en
cuyo transcurso llega incluso a resucitar sin saberlo el aunriepíoTctoK
peripatético 3 del que las representaciones colectivas actuales, sin embargo,
no contienen ninguna huella. E n otras palabras (y sin que naturalm ente
sea necesario invocar un paralelism o térm ino a térm ino entre la ontogénesis,
la filogénesis y la sociogénesis histórica), la “m utación intelectual” no se
m anifiesta bajo la form a de un reemplazo puro y simple de las ideas antiguas
p o r las nuevas: se produce, por el contrario, bajo la form a de una acelera­
ción del proceso psicogenético cuyas etapas se m antienen relativam ente
constantes en su orden de sucesión, pero que sé suceden con mayor o menor
rapidez en los distintos medios sociales. Estas aceleraciones o estos retrasos
del desarrollo, en función de los medios colectivos, señalan en forma
acabada la necesidad de recurrir a factores específicamente m entales: la
“m utación intelectual” como factor de aceleración, en efecto, no podría
explicarse sólo por la m aduración nerviosa (sin recurrir a la herencia de
lo adquirido o a u n a preform ación an ticip ato ria), ni sólo m ediante la
transm isión social (ya que ella es aceleración y no reem plazo), ni tam poco
por la unión de estos dos procesos por sí misma (ya que uno de ellos es
invariante y sólo el otro varía) ; la transmisión social acelera el desarrollo
m ental individual debido a la siguiente causa (como ya lo hemos visto) :
la m aduración orgánica proporciona potencialidades mentales, pero sin
estructuración psicológica com pletam ente constituida; la transm isión social,
por su parte, proporciona los elementos y el modelo de u n a construcción
posible, pero sin im poner esta últim a en un bloque acabado. E ntre ambas
existe una construcción operatoria que traduce en estructuras mentales las
potencialidades ofrecidas por el sistema nervioso. Pero ella efectúa esta
traducción sólo en función de interacciones entre los individuos y, en con­
secuencia, bajo la influencia aceleratoria o inhibitoria de los diferentes
m odos reales de estas interacciones sociales. De este m odo, lo biológico
invariante (en tanto que hereditario) se prolonga sim ultáneam ente en
m ental y en social, y la interdependencia de estos dos últimos factores es lo
único que puede explicar las aceleraciones o los retrasos del desarrollo en
los diversos medios colectivos.
D e este modo se com prueba que la sociogénesis de los conceptos actúa
en el seno de la psicogénesis desde los estadios elementales del desarrollo;
es evidente, sin embargo, que su influencia aum enta en progresión, por así
decirlo, geométrica a m edida que se suceden los estadios ulteriores. Lo
social interviene antes que el lenguaje por intermedio de los entrenamientos
sensoriomotores, de la im itación, etc., pero sin que produzca una m odifi­
cación esencial de la inteligencia preverbal; su papel au m enta en form a
considerable con el lenguaje, ya que apenas se constituye el pensamiento
posibilita su intercambio. Com o lo veremos en el § 7, la construcción
progresiva de las operaciones intelectuales supone una interdependencia
creciente, entre los factores m entales y las interacciones interindividuales.

3 Véase Piaget: La causalité physique chez l'enfant. París, Alean.


U n a vez constituidas las operaciones, se establece por fin un equilibrio entre
lo m ental y lo social, en el sentido de que el individuo que se h a convertido
en u n m iem bro adulto de la sociedad no puede pensar ya al m argen de
esta socialización acabada. Esto nos conduce al segundo problem a esencial
que la epistemología genética le plan tea a la sociología: el problem a del
papel de la sociedad en la elaboración de los conceptos históricos caracte­
rísticos de la filosofía y de los diversos tipos de conocimiento científico.
A hora bien, el análisis sociológico desempeña en este sentido u n papel
crítico cuya im portancia no se debería subestimar. L a sociología conecta
en form a m uy estrecha el pensam iento con la acción, de la m ism a form a
en que lo hace la psicología pero con la única diferencia de que en este caso
se tra ta de las relaciones entre representaciones colectivas y conductas
ejecutadas en com ún; al hacerlo, la sociología introduce, tarde o tem prano,
en los modos de pensam iento comunes o diferenciados que intenta explicar,
u n a distinción análoga a la que en el campo individual se puede realizar
entre el pensam iento egocéntrico o subjetivo y el pensam iento descentra­
lizado u objetivo: ella reconocerá en algunas formas de pensam iento el
reflejo de las preocupaciones del grupo lim itado al que el individuo perte­
nece, tanto cuando se trata del sociomorfismo descripto en las represen­
taciones colectivas d e las sociedades prim itivas como del sociocentrismo
nacional o de clase, cada vez más sutil y disfrazado, que se observa en
las ideologías y las m etafísicas; po r el contrario, en otras form as de pensa­
m iento discernirá la posibilidad de universalización v erdadera de las opera­
ciones en juego, tal com o sucede en el caso del pensam iento científico.
E n lo que se refiere al análisis sociológico del pensam iento filosófico,
un paso decisivo h a sido realizado gracias a los análisis de G. Lukács
sobre los símbolos literarios y a los de L. G oldm ann sobre sistemas tan
im portantes como los de K an t o de Pascal. Podemos concebir entonces
desde este m om ento u n a interpretación de la historia de la filosofía en
función de los diversos tipos de diferenciaciones sociales según las naciones
y las clases de la sociedad. Volveremos a exam inar este punto a propósito
de las relaciones entre la infraestructura y la superestructura (§ 6 ). E n lo
que se refiere al análisis sociológico de las operaciones intelectuales mismas,
cuyo papel en la historia de las técnicas y de las ciencias es evidente, volve­
remos a examinarlo a l térm ino de este capítulo (§ 7).

§ 2. L a s d i v e r s a s s i g n i f i c a c i o n e s d e l c o n c e p t o d e t o t a l i d a d s o c i a l .
P ara apreciar el alcance de la inversión de las perspectivas realizada p o r la
sociología de los siglos xix y xx, n a d a es m ejor que analizar las filosofías
sociales que im peraban en los siglos x v i i y x v i i i . ¿D e qué form a actúa
Rousseau, por ejemplo, p ara substituir las explicaciones teológicas de?
Discours sur l’histoire universalle (Discurso sobre la historia universal)
m ediante u n a interpretación de la sociedad basada en la naturaleza y en
las aptitudes naturales del hom bre? Rousseau im agina u n buen salvaje, p ro ­
visto de antem ano con todas las virtudes morales y u n a capacidad de
representación intelectual tal que este individuo aislado, que nunca conoció
a la sociedad, puede anticipar en su espíritu todas las ventajas jurídicas y
económicas de u n “contrato social” que lo vincule con sus semejantes. U na
tesis como ésta reposa entonces en dos postulados fundam entales que
ilustran en form a sum am ente clara los prejuicios perm anentes del sentido
com ún contra los que debió luch ar y debe com batir aún la sociología cien­
tífica. Prim er postulado: existe u n a “naturaleza h u m an a” anterior a las
interacciones sociales, innata en el individuo, y que contiene de antem ano
todas las facultades intelectuales, morales, jurídicas, económicas,, etc., a los
que la sociología, po r el contrario, considera como los productos más autén­
ticos de la vida en común. Segundo postulado, correlativo del p rim ero :
las instituciones sociales constituyen el resultado derivado, intencional y
en consecuencia artificial de las voluntades inspiradas p o r esta naturaleza
hum ana, ya que sólo el individuo posee las características propiam ente
“naturales” (cf. el derecho “n a tu ra l”, etcétera).
L a inversión de las perspectivas a la que el descubrim iento del pro­
blem a sociológico dio lugar conduce, por el contrario, a p a rtir sólo de la
realidad concreta que se le presenta al observador y a la experiencia,
es decir la sociedad en su conjunto; tam bién, a considerar al individuo
con sus conductas y su conducta m ental en función de esta totalidad y no
com o u n elem ento preexistente al estado aislado y provisto de antem ano
de las características indispensables p a ra d a r cuenta del todo social. “Se
debe explicar al hom bre por la h um anidad y no a la h um anidad p o r el
hom bre”, decía A, Gomte; sin em bargo, su ley de los tres estados, desti­
n ad a a proporcionar desde un prim er m om ento el esquema general de
esta explicación, puso todo el acento sobre las “representaciones colectivas”,
por oposición a los diversos tipos de conducta. Inauguró, de este modo una
tradición sociológica abstracta que alcanzó su m áxim o nivel con Durkheim.
“Lo que determ ina la form a de ser del hom bre no es su conciencia; su
m anera de ser social, por el contrario, determ ina su conciencia”, dijo K.
M arx, e inauguró de este, m odo u n a sociología de la conducta o sociología
concreta, cuyo coincidencia con la fu tu ra psicología de la conducta fue
entonces y de antem ano más fácil.
El problem a planteado por la explicación sociológica se origina enton­
ces, desde u n prim er m om ento, en la utilización del concepto de totalidad.
El individuo constituye el elem ento y la sociedad el todo. ¿Cóm o se debe
concebir, pues, una totalidad que m odifique los elementos de que está
form ada sin utilizar p ara ello n a d a m ás que los m ateriales tomados de
estos elementos mismos? E l solo enunciado de u n problem a como éste
m uestra en grado suficiente su estrecha analogía con todos los problemas
de la construcción genética; de este modo, la explicación sociológica en­
cuentra u n simple caso particu lar de dicha construcción, pero de excepcional
im portancia. P ara la epistemología, en consecuencia, es indispensable
conocer el m odo en que el pensam iento sociológico intentó resolverlo.
A hora bien, en este caso, al igual que en otros semejantes, la historia
de las ideas m uestra que nos encontram os en presencia no de dos, sino de
al menos tres soluciones posibles, y esa tercera puede incluso pjpsentar
matices diversos. E n prim er lugar, el esquema atomístico que consiste en
reconstituir el todo m ediante la composición aditiva de las propiedades
de los elementos. E n realidad, ningún sociólogo sostuvo nunca este punto de
v ista: él se debe al sentido com ún y a las filosofías sociales presociológicas,
que explicaban los caracteres del todo colectivo por los atributos de la
naturaleza h u m an a innata en los individuos, sin apreciar que de este m odo
invertían el orden de las causas y los efectos y explicaban a la sociedad
m ediante los resultados de la socialización de los individuos. L a desgraciada
discusión que enfrentó a T a rd e y a D urkheim en la solución de un problem a
esencialm ente m al planteado, hizo creer que de este modo T ard e explicaba
la sociedad m ediante el individuo: al recurrir a la imitación, a la oposi­
ción, etc., T ard e recurría en realidad a relaciones entre individuos, aunque
sin apreciar que tales relaciones m odifican a los individuos en su estructura
m ental; D urkheim , por su parte, cuando m encionaba la coacción ejercida
p o r el todo social insistía con razón en las transform aciones que esta
coacción producía en el seno de las conciencias individuales. Sin embargo,
no com prendió la necesidad de expresar este proceso de conjunto en rela­
ciones concretas entre los individuos.
L a segunda solución es, entonces, la de D urkheim , a la que se puede
caracterizar m ediante el concepto de “emergencia” tal como lo desarrolló
la biología (véase capítulo 2, § 3) y la psicología de la G estalt: el todo
no es el resultado de la composición de elementos “estructurantes” , sino
que agrega un conjunto de propiedades nuevas a los elementos que
“estructura” . En lo que se refiere a estas propiedades, ellas emergen en
form a espontánea de la reunión de los elementos y son irreductibles a toda
composición aditiva, ya que consisten, esencialmente, en form as de organi­
zación o de equilibrio. P or ello, D urkheim se niega a to d a explicación
psicogenética de los caracteres sociales; la explicación genética en socio­
logía, puede, en efecto, basarse sólo en la historia del todo social mismo,
considerado en cada una de sus fases, a título de totalidad indivisible.
. Sin em bargo, y pesé a que la explicación atom ística del todo social
conduce a atrib u ir al todo social un conjunto de facultades acabadas,
bajo la form a de u n espíritu hum ano dado y que escapa a to d a sociogénesis,
la transferencia p u ra y simple de este espíritu hum ano al seno de la
“conciencia colectiva” constituye tam bién u n a solución insuficiente; ello
es así pese a sus ventajas positivas, es decir a la posibilidad de reconstituir la
historia de esta nueva realidad que deja de ser in n ata e inm utable y se
transform a en el transcurso de los siglos. L a conciencia colectiva, heredera
de los poderes hasta el m om ento innatos o a p rio ri del espíritu, presenta,
en efecto, el siguiente inconveniente: el de seguir siendo u n a conciencia,
o u n núcleo inconsciente de emanaciones conscientes, es decir, hered ar
elementos de esta sustancialización y de esta causalidad espiritual de los
que la sociología descarga a la psicología, pero sólo para asumir a su vez
todo el peso: la inversión de las posiciones es entonces sólo aparente y
consiste en un simple desplazamiento de los problem as genéticos, sin reno­
vación real.
Surge, pues, la tercera solución: la del relativismo y la de la socio­
logía concreta. Esta afirm a que el todo social no es ni u n a reunión de
elementos anteriores ni u n a entidad nueva, sino u n sistema de relaciones.
C a d a u n a de éstas, como relación misma, engendra un a transform ación
de los térm inos que vincula. E n consecuencia, el hecho de invocar un
conjunto de interacciones no equivale, en absoluto, a recurrir a los carac­
teres individuales como tales. El m atiz individualista de m uchas sociologías
de la interacción se origina entonces en m ucho m ayor grado en una
psicología insuficiente que en las lagunas del concepto de interacción al
que se explota en form a incom pleta. C uando T ard e o Pareto explican
la vida social m ediante la im itación o por composiciones de “residuos” , se
contentan, de este modo, con u n a psicología rudim entaria; atribuyendo en
efecto al sujeto una lógica com pletam ente elaborada o un a colección de
instintos perm anentes, sin pensar que estas entidades a las que consideran
como datos dependen a su vez de interacciones más profundas. Baldwin,
que era sociólogo y psicólogo, percibió perfectam ente, p o r el contrario,
la, estrecha conexión que existe entre la conciencia m isma del “yo” y las
interacciones de im itación, y fue el prim ero en plan tear el problem a fu n d a­
m ental de la “lógica genética” . Sin em bargo, el defecto común de la
m ayor p arte de las explicaciones sociológicas es el de h ab er pretendido
constituir desde un prim er m om ento u n a sociología de la conciencia o
incluso del discurso; en la v ida social, al igual que en la vida individual,
el pensam iento, por el contrario, procede de la acción. T am bién, una
sociedad es esencialmente u n sistema de actividades, cuyas interacciones
elem entales consisten, en sentido pleno, en acciones que se m odifican unas
a otras de acuerdo con ciertas leyes de organización o de equilibrio:
acciones técnicas de fabricación o de utilización, acciones económicas de
producción y de distribución, acciones morales y jurídicas de colaboración
o de coacción y de opresión, acciones intelectuales de com unicación, de
búsqueda en com ún o de crítica m u tu a ; en resumen, de construcción colec­
tiva y de puesta en correspondencia de las operaciones. L a explicación
de las representaciones colectivas o interacciones que m odifican la concien­
cia del individuo procede entonces del análisis de estas interacciones en la
conducta misma.
A hora bien, es evidente que desde este tercer p unto de vista no
p ueden subsistir conflictos entre la explicación sociológica y la explicación
psicológica; por el contrario, una y o tra contribuyen a elucidar los dos
aspectos complementarios, individual e interindividual, de cada u n a de
las conductas del hom bre en la sociedad, tanto cuando se tra ta de lucha,
de cooperación como de te d a variedad interm ediaria de conducta hum ana.
A dem ás de los factores orgánicos que condicionan desde el interior los
mecanismos de la acción, toda acción supone en efecto dos tipos de
interacción que la m odifican desde afuera y que son indisociables una
de la otra: la interacción entre el sujeto y los objetos y la interacción entre
el sujeto y los otros sujetos. D e este modo, la relación entre el sujeto y el
objeto m aterial m odifica al sujeto y al objeto tanto p o r asimilación de éste
a aquél, como de acom odación de aquél a éste. L o mismo ocurre en lo
que se refiere a todo trabajo colectivo del hom bre sobre la naturaleza:
“El trabajo es antes que n a d a u n proceso entre el hom bre y la n a tu ra ­
leza, un proceso en el que el hombre, por medio de su actividad, realiza,
regula y controla sus intercam bios con la naturaleza^ D e este modo, él
mismo parece ser u n a fuerza natural frente a la n aturaleza m aterial. Pone
en m ovim iento las fuerzas naturales que pertenecen a su naturaleza cor­
poral, brazos y piernas, cabeza y manos, p ara apropiarse de las substancias
naturales en u n a form a que pueda utilizar p a ra su pro p ia vida. Al actu ar
m ediante su movim iento sobre la naturaleza exterior y al transform arla,'
transform a, al mismo tiempo, su propia naturaleza ” .4 Pero si la interacción
entre el sujeto y el objeto los modifica: de este m odo a ambos, es evidente
a fortiori que toda interacción entre sujetos individuales m odificará a estos
unos en relación con los otros. La relación social constituye un a totalidad
en sí misma, que produce nuevos caracteres que tran sío im an al individuo
en su estructura m ental. Existe entonces u n a continuidad desde la interac­
ción entre dos individuos hasta la totalidad constituida p o r el conjunto;
en definitiva, la totalidad así concebida consiste, al parecer, no en u n a
sumó, de individuos y de u n a realidad superpuesta a los individuos, sino en
un sistema de interacción que modifica a estos últimos en su estructura
misma.
D efinidos de e.ste m odo por las interacciones entre individuos, con
transm isión exterior de los caracteres adquiridos (por oposición a la trans­
misión in te rn a de los mecanismos innato s), los hechos sociales son exacta­
m ente paralelos a los hechos mentales, con la única diferencia de que el
“nosotros” reem plaza constantem ente al “yo” ( m o i [T.]) y la cooperación
a las operaciones simples. A hora bien, los hechos m entales pueden ser
clasificados de acuerdo con tres aspectos distintos, aunque indisociables, de
toda conducta: la estructura de la conducta, que constituye su aspecto
cognitivo (operaciones o preoperaciones), su energética o economía, que
constituye su aspecto afectivo (valores) y los sistemas de índices o de
símbolos que actúan como significantes de estas estructuras operatorias
o de estos valores. Igualm ente’ los hechos sociales se reducen todos a tres
tipos de interacciones interindividuales posibles. Su estructuración, en prim er
lugar, agrega a la simple regularidad característica de las estructuraciones
m entales u n elemento de obligación que em ana del carácter interindividual
de las interacciones en juego: se traduce así en la existencia de las reglas.
Los valores colectivos, en segundo lugar, difieren de los valores ligados a
la simple relación entre sujeto y objeto por el hecho de que suponen un
elemento de intercam bio interindividual. Por últim o, los significantes carac­
terísticos de las interacciones colectivas están constituidos por los signos
convencionales, en oposición con los puros índices o símbolos accesibles al
individuo independientem ente de la vida social. Reglas, valores de in ter­
cambio y signos constituyen, de este modo, los tres aspectos constitutivos de
los hechos sociales, ya que toda conducta ejecutada en com ún se traduce
necesariam ente en la constitución de normas, de valores y de significantes
convencionales. Y ello es así tanto en relación con to d a lucha u opresión
como con las diversas form as de colaboración, ya que incluso en la guerra

4 K . M arx: Le Capital. Ed. Kautsky, pág. 133. C itado por L. Goldm ann:
“M arxism e et Psychologie” , Critique, .junio-julio de 1947, pág. 119.
o en la lucha de clases se defienden ciertos valores, se invocan ciertas reglas
y se utilizan ciertos signos, independientem ente del alcance objetivo o
.subjetivo de estos diversos elementos y de su nivel en relación con la
superestructura o la infraestructura de las conductas en juego.

L a existencia de las reglas, en prim er lugar, que se observa en toda


sociedad, plantea u n problem a interesante en lo que se refiere a la natu­
raleza de las norm as en gen eral., L a acción individual com porta ya, en
cierto sentido, un aspecto norm ativo, ligado a su eficacia y a su equilibrio
adaptativo. Pero n ad a obliga a u n individuo a hacer bien lo que hace, ni la
eficacia de sus acciones ni su regularidad equilibrada constituyen aun
norm as obligatorias. El estudio de los hechos m entales en el niño muestra,
p o r otra parte, que la conciencia de la obligación supone la relación entre
al menos dos individuos, aquel que obliga m ediante sus órdenes o sus con­
signas y el que es obligado (respeto unilateral), o que se obligan ambos
en form a recíproca (respeto m u tu o ). Además, es evidente que el individuo
que obliga puede ser obligado por su parte por reglas que se retrotraen
sucesivamente hasta las generaciones más alejadas de las que es heredero
social. Además, estas reglas se aplican a todo y estructuran tan to los signos
mismos (reglas gram aticales, etc.) y los valores (reglas morales y jurídicas)
como los conceptos y las representaciones colectivas en general (lógica).
E n lo que concierne a las reglas del pensam iento, ellas tienen u n a doble
naturaleza: por u n lado, formas de equilibrio de las acciones individuales,
en tanto que. ellas alcanzan u n estado de composición reversible; p o r el otro,
son impuestas como norm as po r el sistema de las interacciones interindivi­
duales (veremos el por qué en el § 7 ). Ello señala, concretam ente, que si
el individuo se ve conducido a introducir una cierta coherencia en sus
acciones cuando pretende que éstas sean eficaces, está por el contrario
obligado a esta coherencia cuando colabora con el prójim o: el im perativo
hipotético de la acción individual corresponde a su im perativo categórico
en el caso de la acción colectiva; se debe agregar que histórica y genética­
m ente estos dos im perativos son en u n principio sólo u n o ; el im perativo
hipotético difiere sólo en form a secundaría porque la acción individualizada,
p or su parte, se diferencia sólo progresivam ente dé la acción com ún (o vivida
como t a l ) .
E n segundo lugar, el hecho social se presenta bajo la form a de valores
de intercam bio. El individuo po r sí mismo conoce algunos valores, deter­
m inados por sus intereses, sus placeres o sus penas y su afectividad en
general; tales valores son sistematizados espontáneam ente en él gracias a
los sistemas de regulaciones afectivas y estas regulaciones tienden hacia
el equilibrio reversible que caracteriza a la voluntad (én paralelo con las
operaciones intelectuales). Por o tra p arte,.su actividad propia, es suficiente
p ara introducir u n a cierta cuantificación de los valores; como lo veremos
a continuación, esto los com prom ete en el sentido del valor económico:
la “ley del m enor esfuerzo” expresa de este modo la relación entre un
trabajo m ínim um y un resultado m á x im u m ; el trab ajo en sí mismo y las
fuerzas consumidas, en su realización, constituyen, de este'm odo, valores
p ara el individuo, que son com parados con los valores de los objetos que
utiliza y que condicionan entonces a éstos; el papel de la escasez en el m eca­
nismo de las elecciones conduce tam bién a u n a cuantificación individual
del valor. Pero estos valores, cualitativos o en partes cuantitativos, son
variables y fluidos m ientras no den lugar a intercam bios. El valor de in te r­
cambio constituye de este modo el hecho nuevo que consolida socialmente
los valores; también los transform a al d eterm inar que dependan no sólo de
la relación entre un sujeto y los objetos, sino tam bién del sistema total
de las relaciones entre dos o varios sujetos, p o r u n lado, y los objetos
por el otro.
.Por definición, los valores de intercam bio com prenden todo lo que
puede d a r lugar a un intercam bio, desde los objetos que se utilizan p ara
la acción práctica hasta las ideas y representaciones que dan lugar a u n
intercam bio intelectual, incluyendo además los valores afectivos in terin d i­
viduales. Estos diversos valores siguen siendo cualitativos (es decir de
cuantificación puram ente intensiva, vol. I, cap. 1, § 3 ) , m ientras resultan
de un intercam bio no calculado, sino sim plem ente subordinado a regula­
ciones afectivas cualesquiera de la acción (intereses altruistas tanto como
egoístas) ; por el contrario, se los llam a económicos 5 a p a rtir del m om ento
en el que dan lugar a u n a cuantificación extensiva o m étrica, basada esta
últim a en la m edida de los objetos o de los servicios intercam biados. P or
ejemplo, u n intercam bio de ideas entre un estudiante de física y u n estu­
diante de filosofía no constituye un intercam bio económico m ientras se
trate sólo de una libre conversación (incluso si este intercam bio es “intere­
sado” p o r ambas partes) ; en cambio, el intercam bio de u n a hora de física
po r u n a hora de filosofía se convierte en u n intercam bio económico, incluso
si las ideas intercam biadas sean las mismas que en el caso anterior: ello se
debe a que el intercam bio ha sido “calculado” en form a intencional y que
el tiem po de la conversación h a sido m edido (independientem ente del
núm ero o de la im portancia de las id e a s). L a cuantificación del valor
económico puede ser simplemente extensiva como en el caso de un trueque
con evaluación aproxim ada o convertirse en m étrica (con construcción de
m edidas comunes bajo la form a de diversas variedades de m oneda).
L a relación entre las reglas y los valores es com pleja. Los durkheim ia-
nós identifican estos dos términos, ya que consideran que toda coacción
social constituye u n a obligación en su form a (y entonces un a regla) y
u n valor en su contenido. Es exacto que nu n ca se observa un “campo” de
valores sociales sin que este cam po esté enm arcado por reglas: de este modo,
los valores económicos tienen como límite a u n conjunto de reglas morales
y jurídicas, que por otra parte son elásticas y que proscriben determ inadas
formas de robo (el robo, sin embargo, conduce al m á xim u m de beneficio
contra u n m ínim um de pérdidas, como lo subrayó con fineza S a g e re t);
los valores intelectuales están enm arcados por las reglas lógicas, y cuando

5 Véase nuestro artículo “Essai sur la théorie des valeurs qualitatives en socio-
logie statique”, Publ, Fac. Se. Écon, et Soc. de l’Université de Genéve, vol. nr,
págs. 31-79,
el conjunto de u n sistema está form alizado estas reglas, incluso, se con­
vierten en la única fuente de los valores de verdad y de falsedad; etc. De
todas formas, sin em bargo, los valores pueden estar regulados en m ayor o
m enor m edida, lo que señala en grado suficiente la realidad de estos dos
tipos de hechos sociales. Al límite, u n valor puede incluso escapar m om en­
táneam ente a toda regla, como u n a idea que seduce a u n espíritu al m argen
de toda reglam entación. E n el otro extremo, existen por el contrario valores
a los que se puede llam ar norm ativos porque tienen valor sólo en función
de reglas: por ejemplo, los valores morales, jurídicos o lógicos. Ello se
debe a que la función esencial de la regla es la de conservar los valores y
que el único medio social p a ra conservarlas es el de convertirlos en obligados
u obligatorios. T odo valor tendiente a conservarse en el tiem po se hace
entonces norm ativo: un intercam bio a crédito d a lugar a u na le tra de
crédito y a una deuda que son valores regulados ju ríd icam en te; una
hipótesis científica da lugar a u n a conversación lógica obligada en el trans­
curso de los razonamientos que la tienen como objeto; etcétera.
Por último, el signo, o medio de expresión que sirve p a ra la transm i­
sión de las reglas y de los valores constituye el tercer aspecto del hecho
social. El individuo por sí mismo, es decir independientem ente de toda
interacción con su prójim o, logra constituir “símbolos” por sem ejanza entre
el significante y el significado (como po r ejemplo la imagen m ental, el
símbolo lúdico de los juegos de im aginación, el sueño, e tc .). El signo, por
el contrario es arbitrario y supone en consecuencia u n a convención, explícita
y libre como en los casos de los signos m atem áticos (llamados símbolos
por el lenguaje com ente, pero que son en realidad signos), o tácito y
obligado (lenguaje corriente, etc.). Los sistemas de signos son muchos
y esenciales para la vidá social: los signos verbales, la escritura, los gestos y
la m ím ica afectiva y de la am abilidad, las modas indum entarias (signos de
clases sociales, de profesión, etc.), los ritos (mágicos, religiosos y políti­
cos, etc.) y así sucesivamente. Además, muchos signos se acom pañan con
un simbolismo (en el sentido que hemos definido anteriorm ente) y el hecho
es tan to m ás frecuente cuanto que las sociedades son más “prim itivas” y
las representaciones colectivas menos abstractas, es decir menos socializadas.
Los sistemas de signos engloban incluso algunos símbolos colectivos más
complejos y semiconceptuales, como por ejemplo los mitos y relatos legenda­
rios, que son en m ayor grado más significantes que significados (pese a que
son, por su parte, tam bién significados en relación con las palabras que los
expresan) : en efecto, son portadores de u n a significación mística y afectiva
que va m ás allá del relato mismo y de la que éste es el significante. Los
mitos religiosos,, por su parte, se prolongan en mitos políticos: toda ideología
social, incluidas las metafísicas, participa a este respecto del sistema de los
signos en mayor grado que de las representaciones colectivas racionales;
desde este punto de vista, constituye u n a especie de pensam iento simbólico
cuya significación inconsciente supera am pliam ente los conceptos raciona­
lizados que representados po r sus significados. E n efecto, en u n a represen­
tación colectiva objetiva, el valor se origina en el concepto mismo, del
que expresa la utilización adecuada, mientras que en u n a ideología el
concepto es sólo un símbolo de los Valores que le son atribuidos desde
el exterior.

D e esta m anera to d a interacción social se m anifiesta bajo la form a


de reglas, de valores y de signos. L a misma sociedad, por otra parte,
constituye u n Sistema de interacciones que se inician con las relaciones de
los individuos dos a dos y se extienden hasta las interacciones entre cada
uno de ellos y el conjunto de los otros, incluyendo las acciones de todos los
individuos anteriores, es decir de todas las interacciones históricas, sobre
los individuos actuales. Se aclara entonces el problem a d e com prender en
qué sentido el pensam iento sociológico utiliza el concepto de “totalidad” .
Al haberse excluido la posibilidad de que u n a totalidad se reduzca a un a
sum a de individuos, ya que éstos son modificados por las propias inter­
acciones, y tam bién la solución de u n a totalidad que “emerge” sin otra
interacción, quedan dos soluciones; éstas, p o r otra parte, pueden ser acep­
tadas en form a sim ultánea o u n a con exclusión de la otra. L a totalidad
social podría estar constituida por u n a composición aditiva de todas las
interacciones en juego. P o r el contrario, podría consistir tam bién en u n a
“m ezcla”, en el sentido pirobabilístico del térm ino (vol. II, cap. 3 ), entre
las interacciones, con interferencias complejas con resultados m ás o menos
probables. L a totalidad social, por últim o, p odría ser parcialm ente sus­
ceptible de composición y perm anecer en parte en el estado de mezcla
estadística.
A hora bien, la tom a de partido entre estas diversas soluciones supone,
precisam ente, el examen separado de los sistemas de signos, de valores y
de reglas. E n efecto, ta n to cuando se tra ta de las diferentes formas del
Estado, de las revoluciones, de las guerras, de la lucha de clases y de todos
los fenómenos que se deben estudiar en sociología concreta, los antagonismos
al igual que las formas de equilibrio relativo se reducen siempre a p ro ­
blem as de normas, de valores (cualitativos o económicos) y de signos
(incluidas las ideologías); por ello, el conflicto de la arm onía de las
acciones y de las fuerzas está polarizado necesariam ente de acuerdo con
estos tres aspectos del hecho social. Sin embargo, el restablecim iento del
equilibrio no podría efectuarse en fo rm a idéntica según que se trate del uno
o del otro de estos mismos aspectos, el hecho de que nos vemos obligados a
distinguirlos señala por sí solo, en efecto, u n a diversidad en los funciona­
m ientos respectivos; im p o rta señalar este hecho, p a ra caracterizar el con­
cepto de u n a totalidad social, por ideal que ésta sea. E n este sentido, el
problem a puede ser form ulado del siguiente m odo: ¿los signos, los valores
y las reglas son reductibles a composiciones lógicas? El problem a sociológico
de la totalidad asume su p len a significación epistemológica desde el ángulo de
este problem a de estructura.
E n lo que se refiere a las norm as o las reglas, se puede observar, en
prim er lugar, que, pese a que en algunos campos excepcionales, las reglas
constituyen efectivamente sistemas con u n a composición racional o lógica,
existen m uchos campos en los que las reglas no h a n logrado en absoluto
ese estado de equilibrio coherente; ello se debe a que constituyen una
mezcla de elementos heterogéneos, heredados de diversos períodos de la
historia o de la prehistoria sociales. E n este sentido, es instructivo com parar
u n sistema de norm as intelectuales que rigen el pensam iento científico
de u n a época y el sistema de las norm as morales im perantes en u n momento
dado de la historia de una sociedad. T an to las prim eras norm as como las
segundas pueden provenir de períodos históricos muy diferentes y haber
form ado p a rte de contextos que en la actualidad serían inconciliables en
sus conjuntos respectivos. Sin embargo, la sistematización de las normas
racionales es, en la actualidad, al mismo tiem po móvil y estricta, es decir
que sacrifica sin vacilaciones los antiguos principios cuando a éstos los
contradicen otros m ás recientes. P or el contrario, la m oral de u n a sociedad
se puede com parar con u n terreno compuesto, en el que la estratigrafía
revela restos de épocas sucesivas, sim plem ente superpuestos o yuxtapuestos;
algunos espíritus o algunos sectores de la sociedad logran u n a unificación
relativa, com parable con la sistematización lógica realizada p o r la élite
intelectual; esta élite moral enfrenta, sin em bargo, resistencias más grandes
en sus esfuerzos renovadores, a causa del respeto p o r las tradiciones estable­
cidas. E n lo que se refiere al derecho la situación es interm ediaria; desde
un p unto de vista formal, la jerarq u ía y las normas jurídicas que se
extienden entre la constitución de u n estado y las “norm as individualizadas”
constituye u n todo coherente; en su contenido, sin embargo, las leyes pueden
contradecirse en form a parcial o, constituir al menos u n mosaico de
elementos de origen heterogéneo y de intenciones contrarias. E n resumen,
los sistemas de reglas oscilan entre los dos aspectos posibles de las totalidades
colectivas: composición lógica o mezcla, lo que plantea los dos problemas
de la influencia del desarollo histórico de las norm as sobre su estructura
actual y de su form a de equilibrio propia.
E n lo concerniente a los valores, el problem a es m ucho más complejo.
Por cuanto no se , tra ta de valores normativos, es decir, regulados por
norm as susceptibles de composición lógica, sino de intercam bios relativa­
m ente libres, es evidente que u n sistema de valores espontáneos está orien­
tado netam ente en la dirección de las totalidades de carácter estadístico,
o mezclas caracterizadas po r interferencias fortuitas. Los valores econó­
micos en u n a economía no dirigida, así como los valores cualitativos en
curso en u n a vida política som etida al juego de las partes o en las fluctua­
ciones de las m odas literarias y filosóficas, constituyen modelos de compo­
siciones aleatorias y no aditivas. E n consecuencia, sólo u n a subordinación
de los valores a las normas puede perm itir su sistematización bajo la
form a de totalidades lógicas.
E n lo que se refiere a los signos, los trabajos de los lingüistas nos
inform an en grado suficiente sobre la form a en que sus sistemas se originan
en la interferencia de los factores históricos y de los factores de equilibrio;
sobre todo nos inform an del m odo en que las irregularidades inherentes
al lenguaje intelectual son perturbadas en todo m om ento por la acción de
los valores inherentes al lenguaje afectivo. U n lenguaje, entonces, puede
llegar a constituir u n a totalidad lógica sólo con la doble condición de
u n a adecuación com pleta de los significantes a los significados, y de una
subordinación com pleta de los valores a las n o rm as: en realidad, ello sucede
sólo en el caso de los lenguajes exclusivamente convencionales que expresan
u n juego de conceptos que por su parte son tam bién com pletamente rigu­
rosos; es decir, del simbolismo logístico y m atem ático. F u era de u n tal
estado límite, todo sistema de signos oscila entre la totalidad por com po­
sición lógica y la totalidad-m ezcla: éste es el caso, entre otros, del simbo­
lismo, de los mitos y de las ideologías, cualquiera que sea su racionalización
aparente.
En conclusión, las totalidades sociales oscilan entre dos tipos. E n uno
de los extremos, las interacciones en juego son relativam ente regulares, pola­
rizadas por norm as u obligaciones perm anentes y constituyen sistemas
susceptibles de composición; se presiente su analogía con los agrupam ientos
operatorios en el caso en el que éstos fuesen aplicados a los intercambios
y a las acciones jerarquizadas individuales como las operaciones intraindivi­
duales. E n el otro extremo, la totalidad social constituye u n a mezcla de
interacciones que interfieren entre sí y cuyos modos de composición re­
cuerdan las regulaciones o los ritmos de la acción individual: el todo social
ya no representa entonces la suma algebraica de estas interacciones, sino
estructura de conjunto análoga a las G estalten psicológicas o físicas, es
decir, a los sistemas en los que se agregan fuerzas nuevas a los componentes
a causa del carácter probabilista de la composición. E n el sentido corriente
del término, la “sociedad” es un compromiso entre estos dos tipos de
totalidades. P ara explicar los hechos sociales relativos a tales totalidades,
la sociología se encuentra entonces en presencia de dos tipos de problem as;
el interés epistemológico de estos problem as se relaciona en especial con
su correspondencia con los dos problemas centrales de la explicación psico­
lógica: el problem a de las relaciones entre la historia y el equibrio (entre
los puntos de vista diacrónico y sincrónico) y el de los mecanismos mismos
del equilibrio (ritm o,'regulaciones y agrupam ientos).

§ 3. L a e x p l ic a c ió n e n s o c io l o g ía . ’A . L o s in c r ó n ic o y l o d ia c r ó -

n ic o Como acabamos de ver al exam inarlo desde el punto de vista de las


.
reglas, de los valores y de los signos, las dificultades características del
problema de la totalidad social se relacionan con el problem a esencial
de las relaciones entre la historia de los hechos sociales y el equilibrio de
una sociedad considerada en un m om ento específico de su desarrollo:
¿ depende este equilibrio de la sucesión histórica de las interacciones o sólo
de la interdependencia de las relaciones contem poráneas? Se observa de
inmediato que este problem a se plantea en térm inos diferentes en lo que
concierne a las reglas, cuya función es antes que n ad a la de garantizar la
perm anencia en el tiempo, en el de los valores no normativos que expresan
esencialmente u n estado m omentáneo del equilibrio de los intercam bios y
en el de los signos que participan de am bas naturalezas.
Este problem a de las relaciones entre la historia y el equilibrio se
plantea ya en biología y en psicología (y en form a general en todos los
campos en los que interviene el desarrollo histórico) ; sin embargo, es m ucho
más delicado en sociología que en psicología. E n u n a evolución individual,
que comienza con el nacim iento y culm ina en el estado adulto o en la
muerte, el equilibrio intelectual y afectivo aparece como el térm ino del
desarrollo mismo; de este modo, se debe considerar que el equilibrio final
es realizado por mecanismos relacionados con los que efectúan la sucesión
de los estadios evolutivos. E n u n a sociedad, cuya m uerte en general es -
sólo m etafórica y cuyos estados de apogeo podrían ser com parados con la
edad adulta de la vida sólo verbalmente, los problem as de equilibrio y de
desarrollo se plantean en form a diferente; su relación presenta un conjunto
de problem as esenciales: ¿se debe considerar que la evolución social tam ­
bién tiende a u n equilibrio final, con o sin reducciones previas, o ella
consiste en una alternancia de fases más o menos equilibradas y de desequi­
librios m ás o menos profundos? ¿E n uno o en otro de estos casos, se pueden
aplicar los mismos modos de explicación al devenir social y a las inter­
dependencias entre fenómenos simultáneos?
Desde los comienzos de la sociología, A. Com te contraponía la so­
ciología estática o teoría del “orden”, es decir del equilibrio social, a
la sociología dinám ica, o teoría del “progreso” , es decir de la evolución;
esta descripción se m antuvo clásicamente bajo formas diversas. L a socio­
logía de K arl M arx com porta también, por su parte, u na teoría evolutiva,
relacionada con la historia económica y política y u n a teoría del equilibrio,
ligada al advenim iento del socialismo final; los caracteres de este equilibrio
difieren en form a profunda de los mecanismos en juego en la evolución
anterior (reabsorción del derecho en la m oral, desaparición del Estado
baje el efecto de la estatización general, etc.). Incluso autores cómo
D urkheim y Pareto, que tienen tendencia a sacrificar uno de estos aspectos
en beneficio del otro (el prim ero insiste sobre todo en los procesos genéticos
o históricos y el segundo en el mecanismo del equilibrio) se ven obligados a
distinguir dos formas de relaciones: entre otras reglas, D urkheim plantea
que la historia de. u n a estructura social no explica su función actual (regla
que no siempre aplicó, como lo veremos enseguida) y P areto distingue la
perm anencia de.las “clases” de residuos en la historia y la desigual distri­
bución de las mismas “clases” de residuos de acuerdo con las clases sociales
de una sociedad considerada estadísticamente.
Sin embargo, la distinción entre ambos puntos de vista se impuso en
form a sistemática sólo con el advenim iento de la lingüística,.es decir con
la más precisa de las disciplinas sociales, sin d uda alguna. T al como lo
demostró F. de Saussure, se puede estudiar la lengua no sólo desde el punto
de vista “diacrónico” , es decir de su evolución histórica, sino tam bién desde
el punto de vista “sincrónico”, es decir como un sistema de elementos inter-
degendientes y en equilibrio en un m om ento dado de la h isto ria: ahora
bien, no se puede afirm ar que los dos puntos de vista se correspondan,
ya que la etimología de u n a palabra no es en absoluto suficiente para
determ inar su significación en el sistema actual de la lengua. Esta signifi­
cación depende tam bién de las necesidades de com unicación y de expresión
que se pueden experim entar en un momento dado, y el sistema sincrónico
de estas necesidades puede m odificar los valores semánticos, en p arte inde­
pendientem ente de la historia de las palabras y de sus significaciones
anteriores . 6 A hora bien, se observa de inm ediato el carácter general de
este problem a que planteó la lingüística saussuriana. Ya en biología, un
órgano puede cam biar de función y órganos diferentes p ueden satisfacer
sucesivamente u n a m ism a función: de este modo, la vejiga n atato ria de
algunos dipneos desem peña el papel de pulm ón, etc. E n psicología, la evolu­
ción de los intereses (o valores intraindividuales) puede dar lugar a reestruc­
turaciones com pletas: lo que era simple conducta de compensación puede
convertirse en el interés dom inante de un individuo, etc. E n sociología,
en la historia de los ritos y de los mitos, en lo que concierne a los sistemas de
signos, se pueden observar m últiples transform aciones de las significaciones;
por ejemplo, cuando u n a nueva religión absorbe poco a poco y progresiva­
m ente las tradiciones autóctonas de las com arcas en las que se la introdujo.
Podemos preguntarnos, entonces, hasta qué punto el dualismo de lo
sincrónico y de lo diacrónico dom ina los diferentes aspectos de la vida
social. Si pudiésemos abarcar en u n a sola m irada sintética el conjunto de
los hechos sociales en u n mom ento dado de su historia, se p o d ría sin duda
decir que cada estado depende del precedente en una serie evolutiva
.continua. Pero se percibirían entonces interferencias de algunas interaccio-
Jies; esta mezcla, precisam ente, determ ina modificaciones en la función
(es decir en los valores y en las significaciones) de algunas estructuras,
independientem ente de su historia anterior. A hora bien, las necesidades
del análisis im ponen u n estudio en u n prim er momento separado de los
diferentes aspectos de la sociedad; en consecuencia, no podem os conocer
de antem ano la im portancia de estas interferencias. Nos vemos obligados
por ello a distinguir en form a sistemática el p u n to de vista sincrónico,
ligado al equilibrio, y el punto de vista diacrónico o del desarrollo. Ello
da lugar a dos tipos de explicaciones diferentes en sociología, cuya con­
ciliación puede ser realizada sólo a posteriori: la explicación genética o
histórica y la explicación funcional relacionada con la form a de equilibrio.
Dos ejemplos perm itirán apreciar la necesidad de esta distinción: uno
tom ado de D urkheim , que centralizó toda su doctrina en el m étodo histórico
a costas de los problem as sincrónicos, y el otro d e Pareto que sacrificó el
desarrollo al análisis del equilibrio.

Se sabe que D urkheim sintió en form a m uy profunda la continuidad


espiritual que liga las sociedades contem poráneas con su pasado, y ello hasta
los estadios más elementales que él intentaba descubrir en las sociedades
llam adas prim itivas en el sentido etnográfico (y no prehistórico) del térm ino.
Por ello, cuando intentaba explicar nuestra lógica, nuestra m oral, nuestras
instituciones jurídicas y sociales, etc., se rem ontaba sistemáticam ente hasta
el análisis de las representaciones colectivas prim itivas u “originales” . A hora
bien, e independientem ente de los problem as que plantea en lo qu e se
refiere a la reconstitución exacta de los fenómenos sociales elementales y

6 Por ejemplo, “sin duda” h a term inado por significar “con duda” ; “puesto
que” derivado de “después” (sucesión tem poral) expresa una relación intem poral de
razón de consecuencia lógica; etcétera.
de las filiaciones que perm iten su continuidad con los fenómenos actuales,
este método sociogenético conduce a resultados m uy diferentes según los
tipos de relaciones estudiados. Cuando lo que se explica es la estructura
de las ideas, racionales, morales, jurídicas, etc., el método tiene u n a fecun­
didad indudable. E n cualquier proposición que enunciamos, las palabras
utilizadas derivan de lenguas anteriores y, de este modo, son solidarias,
sucesivamente, de los idiomas m ás antiguos y más primitivos de la h u m a­
nidad; no sólo eso, sino que tam bién las raíces de los conceptos mismos,
vehiculizados po r el lenguaje, se encuentran en un pasado indefinidam ente
alejado o resultan de diferenciaciones a p a rtir de conceptos elementales.
Sin embargo, cuando se debe pasar de la historia al valor actual d e las
ideas, se p lan tea u n a dificultad general que D urkheim percibió perfecta­
m ente pero que no siempre supo evitar: la sociogénesis de las estructuras
no explica sus funciones ulteriores, ya que, al integrarse en nuevas totali­
dades, estas estructuras pueden cam biar de significación. E n otros términos,
si bien la estructura de un concepto depende efectivamente de su historia
anterior, su valor depende de su posición funcional en la totalidad de la
que form a parte en u n m om ento dado; la génesis determ ina el valor actual
de los conceptos 7 sólo en el caso en que la historia consista en u n a suce­
sión de totalidades orientadas hacia u n equilibrio creciente. L a prohibición
del incesto constituye u n buen ejemplo de ello; D urkheim la retro trae a la
exogamia totém ica: dicha interpretación, que podemos aceptar a título
de hipótesis, plantea de inm ediato el problem a de saber por qué, en tre los
innum erables tabúes totémicos, éste es el único que se conservó a diferencia
de tantos otros, que fueron totalmente; dejados a un lado p o r las sociedades
originadas en el clan prim itivo;, ello se debe, evidentemente, a que los otros
tabúes perdieron toda significación funcional, m ientras que la prohibición
del incesto m antiene u n valor en nuestras sociedades a causa de factores
actuales (o actuales por el m om ento), por ejemplo los revelados p o r la
psicología freudiana.
Pareto estudió en particular este aspecto sincrónico de las interacciones
sociales. T o d a su teoría del equilibrio social se basa en la idea de la inter­
dependencia de les factores en un m om ento dado de la historia de una
sociedad y sobre la constancia de las leyes de equilibrio independientem ente
de la histeria de las sociedades particulares. D e este modo, se podría
com parar a la sociedad con u n sistema de fuerzas en interacción mecánica,
estas fuerzas estarían constituidas no por las normas, las representaciones
colectivas, etc., sino por u n a realidad subyacente (hipótesis insp irad a por
la de la infraestructura m a rx ista ): los “residuos” o intereses constantes,
análogos a los instintos, que se sitúan en la base de las organizaciones sociales
animales. A hora bien, Pareto distribuye a los residuos en seis grandes
“clases”, y cada clase en “géneros” particulares; luego, se lim ita a dem ostrar
que los géneros varían en el transcurso de las etapas del desarrollo social,
pero que estas variaciones se compensan, de modo tal que las “clases” se
m antienen por su p arte constantes (salvo de u n nivel o de u n a clase a otra

T T al como sucede en la psicogénesis individual.


de la pirám ide social, en cada etapa considerada de la h isto ria ). Pero es
evidente que esta ley de la constancia de los residuos en el tiem po depende
p o r entero de la clasificación adoptada: siempre se puede proceder de un
m odo tal que sea posible construir una clasificación en la que los “géneros”
se com pensen m anteniendo invariantes las “ clases” ; ello exige la condi­
ción de escoger arbitrariam ente los elementos de estas últimas, de form a
tal de disponer de las compensaciones necesarias. Por lo tanto, la clasifi­
cación de P areto sigue siendo, precisam ente, bastante arbitraria, porque
cada u n a de sus “clases” es singularm ente heterogénea, como si él hubiese
m anejado todos los elementos indispensables p ara m antener la constancia
del conjunto, pese a las variaciones del detalle. El único medio p ara evitar
este defecto sería el de buscar, lo que P areto no hizo, los parentescos
genéticos reales entre las tendencias afectivas o intelectuales, reunidas en
u n a m ism a categoría; ello supondría todo un trabajo histórico a la m anera
del método durkheim iano, en lo que se refiere a las normas y representa­
ciones colectivas, o del método m arxista en lo que se refiere a las necesi­
dades elementales y a las técnicas.

Se puede apreciar de este modo que la dificultad esencial inherente a


toda teoría sociológica consiste en conciliar la explicación diacrónica de los
fenómenos, es decir la de su génesis y su desarrollo, con la explicación
sincrónica, es decir la del equilibrio. Ambos tipos de explicaciones son nece­
sarios, ya que u no solo no basta p ara d ar cuenta de los mecanismos carac­
terísticos del cam po del otro; todo parece indicar, sin embargo, que incluso
su unificación a posteriori presenta m uchas dificultades; esto es lo que
constituye el interés general del problem a, independientem ente de las teorías
particulares exam inadas hasta el momento. En consecuencia, debemos
In ten tar com prender las causas de este dualismo entre las explicaciones de
la génesis y la del equilibrio, sin inmiscuirnos, por supuesto, en los debates
de la sociología misma, y m anteniéndonos en el terreno exclusivo de las
estructuras del conocimiento como tales, utilizadas por los sociólogos.
A hora bien, estas causas son dos. L a prim era se relaciona con el con­
tenido mismo del pensamiento sociológico, es decir con la n aturaleza de
esta totalidad social no íntegram ente susceptible de composición (porque
se observan en ella elementos fortuitos y de desorden) a la que la explica­
ción sociológica debe adaptarse. L a segunda se debe a la estructura form al
de este mismo pensam iento: mientras la explicación de la génesis es tanto
m ás causal cuanto que se rem onta a las afecciones afectivas de que proceden
los hechos sociales, las relaciones entre la historia y el equilibrio suponen
u n análisis diferente de las reglas, de los valores y los signos, que corres­
ponden al cam po de las implicaciones; un equilibrio acabado d aría lugar
incluso a su unificación bajo la form a de u n a subordinación del conjunto
de los signos y de los valores a la necesidad norm ativa; ello conduciría-
entonces a u n a explicación esencialmente im plicatoria de este equilibrio.
E ste pasaje de lo causal a lo implicativo constituye, de este modo, la segunda
causa de las dificultades inherentes a las explicaciones sociológicas. E xam i­
nemos ahora estas dos causas, una por una.
SiJ a totalidad social constituyese un sistema íntegram ente susceptible
de composición, por composición lógica de las interacciones en juego, sin
intervención de la mezcla fortuita o del desorden, es evidente que su desa­
rrollo histórico explicaría el conjunto de sus conexiones presentes; es decir
las relaciones diacrónicas determ inarían todas las relaciones sincrónicas de
sus elementos. C uando en las interacciones, por el contrario, interviene
una mezcla, la historia de u n a totalidad no determ ina los elementos en
relación con el equilibrio actual: cada estado particular constituye una
totalidad estadística nueva, que no puede ser deducida en el detalle de las
totalidades estadísticas precedentes. L a historia de u n sistema estadístico
(mezcla) determ ina las form as ulteriores de equilibrio sólo cuando se tr a t a .
de prever la form a de equilibrio de conjunto del sistema, independiente­
m ente del detalle de las relaciones entre elementos, y aun en el caso de una
evolución extrem adam ente probable (como la evolución de la entropía en
físic a ); de todas formas, cabe una reserva en lo que se refiere a las fluctua­
ciones siem pre posibles. Pero en u n sistema que rio consiste ni en una
composición aditiva o lógica ni en p u ra mezcla y que oscila simplemente
entre estos dos tipos (como la historia de la lengua) lo fortuito excluye el
pasaje unívoco de lo diacrónico a lo sincrónico en lo que concierne al
detalle de las relaciones.
Desde este prim er p u n to de vista, Ja condición necesaria p ara una
síntesis de lo diacrónico y de lo sincrónico sería que el conjunto de los
hechos sociales estuviese sometido a las leyes de un a evolución dirigida,
^es decir que consistiesen en u n a equilibración gradual, como en la sucesión
del estadio del desarrollo individual. Precisamente, esto es lo que intentaron
los constructores de estas grandes “leyes de evoluciones” que, como la de
Auguste Com te o de Spencer, intentan abarcar la totalidad de los hechos
sociales. Pero estos intentos fueron bastante inconsistentes, por u n lado, a
causa de la vaguedad de los conceptos utilizados (los tres estados, el pasaje
de lo homogéneo a lo heterogéneo, la integración creciente, etc.) y, por
otra parte, a causa de su optim ismo u n poco desconcertante. L a concepción
m arxista de u n desarrollo de los hechos económicos orientado hacia un
estado estable de equilibrio final revela por el contrario la existencia de las
luchas y de las oposiciones continuas; equivale, entonces, a concebir la
historia com o una serie de desequilibrios más o menos profundos que
preceden u n a equilibración ulterior: en este caso existe, efectivamente, una
previsión de conjunto, pero imprevisibilidad del detalle a causa del desorden
mismo que las interacciones componentes señalan, lo que equivale a afirm ar
la heterogeneidad actual de lo sincrónico y de lo diacrónico.
Pero el problem a de lo diacrónico y de lo sincrónico se debe sobre
todo a la estructura m ism a de la explicación sociológica, que oscila, al
igual que la explicación psicológica, entre la causalidad y la implicación.
Reglas, valores y signes proceden, en efecto, de la acción misma, ejecutada
en com ún y cuyo objeto es la naturaleza, pero los tres dan lugar a relaciones
que superan esta causalidad y constituyen implicaciones. A hora bien, es
evidente que un a relación de causalidad es diacrónica, por estar ligada a
una sucesión en el tiem po, m ientras que un vínculo de inaplicación ~es
sincrónico, ya que consiste en u n a relación necesaria y extem poránea. L a
síntesis de lo diacrónico y de lo sincrónico dependerá entonces tam bién
de^la^ correspondencia entre los elementos de im plicación y causalidad que
operan en la explicación de los diferentes tipos de reglas, de valores y dé
signos que intervienen en el seno de la vida social.
A hora bien, es evidente que estos tres tipos de interacciones tienen
precisam ente significaciones muy diferentes desde este punto de vista. Lo
que caracteriza a las reglas es el hecho de d ar lugar a u n a conservación
en el tiempo, y, en caso de modificaciones, a u n a regulación obligada de la
transform ación misma. U n a regla com porta entonces un aspecto causal,
ligado a las acciones de que procede y a la coacción que ejerce; tam bién,
un aspecto implicativo, ligado a la obligación consciente qúe la caracteriza.
L a evolución de un sistema de puras reglas tiende entonces p o r sí m ism a
hacia un estado de equilibrio; en la m edida en que las transform aciones
están por su p a rte reguladas, en el transcurso de esta evolución el equilibrio
sólo puede aum en tar: existe entonces un a convergencia entre los factores
diacrónicos y sincrónicos. L a situación de los valores no normativos, por
el contrario, es m uy diferente. Procediendo tam bién de la acción (necesi­
dades, trabajos realizados, etc.). Los valores, cuando no están regulados,
dependen deL-sistema de los intercam bios y de sus fluctuaciones: de este
modo, expresan en form a p articular los procesos de equilibrio y señalan
al máximum, la separación entre lo sincrónico y lo diacrónico; lo prueban
las desvalorizaciones o revalorizaciones bruscas, cuyos ejemplos abundan
en la vida económ ica y en la v id a política. Por ello, la historia de u n
valor no norm ativo no podría determ inar su situación actual, m ientras que
la historia de u n a norm a determ ina tanto más su carácter obligatorio actual
cuanto que ella form a p arte de u n sistema m ás regulado. P o r últim o, el
sistema de los signos depende al mismo tiempo de las explicaciones diacró-
nicas y sincrónicas; en este campo am bas son necesarias y se com pletan,
__pero_nq se pueden fusionar entre sí, como sucede en el de las norm as o de
las reglas.
Si lo que precede es exacto, se com prende entonces la razón de que
la diversidad de las explicaciones sociológicas sea aú n mayor que la de las
explicaciones psicológicas. Se recuerda que estos últimos oscilan entre la
causalidad y la implicación según que se acerquen al tipo organicista o
al tipo lógico, y la explicación operatoria, p o r su parte, in ten ta realizar el
pásaje entre la acción y la necesidad consciente. A hora bien, lo mismo
sucede en relación con las explicaciones sociológicas, que oscilan entre el
recurso a los factores m ateriales (población, medio geográfico y produc­
ciones económicas) y el recurso a la “conciencia colectiva” ;' entre ambos,
la explicación operatoria que vincula las interacciones im plicatorias con las
acciones mismas en su causalidad; pero, en relación con la psicología,
a esto se le añ ad e la complicación siguiente: nos referimos al hecho de que
cada u n a de estas variedades puede ser atribuida a la totalidad social corpo
tal, concebida como causa única o como núcleo creador de todas esas
normas, valores y expresiones simbólicos, o si no al- individuo mismo o
también, por último, a las interacciones posibles entre los individuos.
Tres ejemplos nos dem ostrarán la necesidad de la explicación socio­
lógica de vincular las conexiones causales con los sistemas de implicaciones,
aunque recurra a las totalidades mismas, a los individuos y a las inter­
acciones : los tom arem os de D urkheim , Pareto y M arx, es decir de tres tipos
de pensamientos científicos ta n diferentes como es posible encontrar.
El modelo durkheim iano está centralizado al mismo tiem po en las
norm as y en la totalidad misma. Por un lado to d a causalidad social se
reduce a la “coacción”, que es la presión de la totalidad del grupo sobre
los individuos que la com ponen. Por otra parte, todas las implicaciones
inherentes a la “conciencia colectiva” (o conjunto de las representaciones
engendradas por la vida social) se reducen a relaciones entre norm as;
los valores mismos constituyen sólo el contenido o el com plem ento indiso-
ciables de esta norm as (como el bien m oral en relación con el deber, o el
valor económico en relación con la presión de las instituciones de inter­
cambio, e tc .). P or último, la causalidad inherente al todo social y el sistema
de las implicaciones de la conciencia colectiva constituyen u n a unidad, ya
que la coacción social es u n a fuerza o una causa, considerada objetivam ente
en su m aterialidad y es, sim ultáneam ente, obligación y atracción, es decir,
n orm a y valor considerada subjetivam ente en su repercusión sobre las con­
ciencias. D e este modo, la explicación durkheim iana es al mismo tiempo
causal e im plicatoria (doble carácter com ún a todas las explicaciones
sociológicas), pero su originalidad consiste en el hecho de que en ella todo
está dado, en u n a sola unidad, sin graduación entre niveles inferiores en
los que la causalidad tendría m ás im portancia que la implicación y niveles
superiores en los que la relación se invertiría; ella consiste, además, en el
hecho de que se atribuye esta unidad a la totalid ad social sin analizar las
interacciones particulares y concretas. Si profundizam os la observación, un
ejemplo escogido entre ciento es especialmente ilustrativo en relación con
estos diferentes puntos de vista: nos reienm os al ejemplo de la explicación
m ediante la que D urkheim explica la división del trabajo p o r el aum ento
de volumen y de densidad de las sociedades segmentarias, cuyos tabiques
divisorios desaparecerían p ara ser reemplazados p o r unidades más vastas;
la diferenciación individual y la concurrencia darían lugar, entonces, a la
división del trabajo económico y a la solidaridad “orgánica” . Se puede
com probar, en prim er lugar, que esta explicación que aparentem ente es
sólo causal, ya que recurre a u n factor dem ográfico, recurre, en realidad,
a las relaciones de implicaciones tanto corno de causalidad: si la ru p tu ra
de las divisiones entre clanes y la concentración social conduce, en efecto,
?. la liberación de los individuos, ello se debe a que algunas form as de.
obligación y algunos valores (ligados al respeto de los ancianos, de las
tradiciones, etc.) se m odifican bajo la influencia del volum en de los nuevos
intercam bios interpsíquicos, es decir que se diferencian en otros valores y
en otras obligaciones; por otra parte, de acuerdo con la hipótesis durkhei­
m iana el p apel de estas norm as y de ios valores, es decir de las relaciones
implicativas mismas, es desde un comienzo esencial, ya que todas ellas
em anarían en definitiva (con o sin diferenciación) del sentim iento de lo
sagrado ligado a la exaltación de la conciencia colectiva. Incluso, el punto
débil de la explicación durkheim iana está representado p o r el exagerado
papel atribuido a la conciencia colectiva a expensas de los factores econó­
micos de producción: pese a que en algunos casos los efectos de la densidad
social sobre la liberación de los individuos son evidentes (p o r ejemplo en
las grandes ciudades com paradas con las pequeñas o con las aldeas de un
mismo p a ís ), no bastan, por sí solos, para explicar la diferenciación m ental
y económ ica; lo dem uestran los grandes imperios orientales con una pobla­
ción ta n densa y tan poco diferenciada. E n consecuencia, no se puede
descuidar el papel de la causalidad económica. E n form a general, la
pobreza de las explicaciones durkheim ianas reside, justam ente, en el hecho
de que consideran desde u n comienzo las norm as, valores y causas m ate­
riales en un mismo plano, fundiéndolos en u n a sola totalidad indiferenciada
de naturaleza estadística, en lugar de realizar u n análisis de los diversos
tipos de interacciones, que pueden ser heterogéneas y presentar relaciones
variables entre sus elementos de causalidad y sus elementos de implicación.
E l esquem a de Pareto constituye un segundo ejemplo de explicación
sociológica; este esquema recurre, precisam ente, a las interacciones pero
con u n a tendencia a considerar como innato en el individuo aquello que
pod ría considerarse como el producto de estas interacciones: la lógica, por
un lado, y las constantes afectivas o “residuos” , por el otro (cuya constancia,
po r o tra p arte, debería ser p ro b ad a ). A prim era vista, la explicación de
P areto parece ser esencialmente causal: en ella, el equilibrio social es
asimilado a u n equilibrio mecánico, es decir, a u n a composición de fuerzas.
Pero estas fuerzas son reducidas a tipos de tendencias instintivas que se
m anifiestan en la conciencia de los individuos bajo la form a de sentimientos
e incluso de ideas (las “derivaciones” ), es decir de implicaciones de todo
tipo. Es cierto que, según Pareto, las formas superiores de implicaciones,
es decir, las norm as morales y jurídicas y las representaciones colectivas de
todo tipo no desempeñan ningún papel en el equilibrio social, salvo como
vehículos de los sentimientos elementales que ellas refu erzan : análogam ente
a la distinción marxista entre infraestructura y superestructura, Pareto, en
efecto, considera que las ideologías (campo en el que ubica todo lo norm a­
tivo) son u n simple reflejo de los intereses reales; el sistema de este reflejo
constituiría las “derivaciones”, por oposición a los “residuos” que serían
la infraestructura. Sin embargo, e incluso si se adoptan las hipótesis de
Pareto, estos residuos actúan sólo como tendencias afectivas o de intereses
perm anentes; es decir, representan no sólo causas, sino tam bién, esencial­
m ente, valores, lo que nos conduce nuevam ente a u n sistema de implica­
ciones. Además, la debilidad del esquema de Pareto se debe a que
considera que estos residuos son constantes, en ta n to tendencias instintivas
características de los individuos: la lógica (en relación con la que n i
siquiera concibe la posibilidad de que constituya un producto social)
al igual que los residuos están de este m odo presentes de antemano,
u n análisis psicológico y sobre todo sociológico m ás profundo lo hubiese
convencido p o r el contrario, de que se trata, en dicho caso, de norm as y de
valores que se originan en las interacciones y que no se lim itan a condi­
cionarlas. D e este modo, y tanto en Pareto com o en D urkheim , pese a que
uno es el antípod a del otro, las dificultades del sistema se originan en el
hecho de que las causas y las implicaciones son presentadas desde el co­
mienzo en u n a proporción constante; según Pareto, en el todo social (la
coacción) y de acuerdo con D urkheim , en los individuos. Por ello mismo,
en ambos casos, el análisis de las interacciones se ve falseado, al no atribuirle
los autores una realidad constructiva.
C on el modelo explicativo de K. M arx, por el contrario, encontramos
el ejemplo de u n análisis que tiene como objeto a las interacciones como
tales, y que regula en form a distinta los elementos de causalidad y de
im plicación según sus diferentes tipos. El punto de p artid a de la explica­
ción m arxista es causal: los que determ inan las prim eras form as del grupo
social son los factores de producción, considerados como interacción estrecha
entre el trabajo hum ano y la naturaleza. Sin embargo, ya desde este
p unto de p artid a se m anifiesta un elemento de implicación: el trabajo, en
efecto, está asociado con valores elementales y un sistema de valores
es u n sistema im plicativo; además, tam bién, el trabajo es u n a acción y la
eficacia de las acciones realizadas en com ún determ ina un elemento nor­
m ativo. D e este modo, y desde el principio, el modelo m arxista se sitúa
en el terreno de la explicación operatoria, ya que la conducta del hom­
bre en sociedad determ ina su representación y no a la inversa, y la impli­
cación se desprende poco a poco de un sistema causal previo al que en
p arte supera, pero que no reem plaza. Al producirse la diferenciación de la
sociedad en clases y con las diversas relaciones de cooperación (en el seno
de u n a clase) o de lucha y de coacción, las norm as, valores y signos (inclui­
das las ideologías) dan lugar a superestructuras diversas. A hora bien, se
podría sentir la tentación de interpretar el modelo m arxista como una
desvalorización de todos estos elementos de implicaciones, p o r oposición a
la causalidad que caracteriza a la infraestructura. Pero basta considerar la
form a en que M arx interp reta al equilibrio social, que según él se logra
cuando se instaura el socialismo, p ara com probar el papel que él atribuye
en dicho equilibrio a las norm as morales (que absorben entonces las reglas
jurídicas y al propio Estado) y racionales (la ciencia absorbe por su lado
las ideologías m etafísicas), así como los valores culturales en general. Ello
perm ite com prender tam bién el papel creciente que M arx le atribuye
a las implicaciones conscientes en las interacciones: hechas posibles por un
mecanismo causal y económico subordinado a tales fines, las norm as y los
valores constituirían, en un estado de equilibrio, u n sistema de implicaciones
liberado de la causalidad económica y no ya alterado por ella.

Se com prueba de este m odo que tres modelos explicativos tan dife­
rentes como los de D urkheim , M arx y Pareto conducen todos a tener
sim ultáneam ente en cuent.a en la explicación sociológica a la causalidad
y a la implicación. El problem a epistemológico que este hecho plantea es
esencial y confluye con lo que ya hemos dicho en relación con lo diacrónico
y lo sincrónico.5^ L a explicación diacrónica es sobre todo causal ,y la
explicación sincrónica es sobre todo im plicativa; no debe entonces sorpren­
dernos que D urkheim y Pareto, cuyas doctrinas absorben lo sincrónico en
lo diacrónico o_ a, la inversa, fusionen en u n a única totalidad a la causalidad,
por u n lado, y a las implicaciones norm ativas o axiológicas ■por el otro;
la explicación m arxista, por el contrario, que disocia en m ucho mayor grado
lo sincrónico de lo diacrónico, distingue tam bién los papeles respectivos
de la causalidad y dé la implicación en los diversos tipos de interacción
que señala. El problem a epistemológico, entonces, es el de apreh en d er la
form a en que la causalidad y la implicación se vinculan u n a con o tra de
acuerdo con las estructuras características de los niveles de interacciones
sociales. El problem a interesa tanto desde el p u n to de vista del análisis de
la explicación sociológica como desde el p u n to de vista de las aplicaciones
de la sociología a la epistemología genética. E n el desarrollo m ental
individual, que es u n a equilibración progresiva y no da lu g ar entonces a
un a dualidad esencial entre los factores diacrónicos y sincrónicos, el pasaje
de la causalidad a la implicación se efectúa de acuerdo con tres etapas
fundam entales caracterizadas por proporciones distintas entre estos dos tipos
de relaciones: los ritmos, las regulaciones y los agrupam ientos. ¿Sucede lo
mismo en sociología?

§ 4. s o c i o l o g í a . B. R i t m o s , r e g u l a c i o n e s y
L a e x p l ic a c ió n
en

E n el análisis de las formas de equilibrio social se obser­


a g r u p a m ie n t o s .
van, en realidad, estas tres estructuras. Sin embargo, podemos apreciar la
siguiente diferencia con el desarrollo individual: la evolución social no
consiste en una equilibración regular. E n consecuencia, la sucesión de
estas estructuras no parece ser necesaria, salvo, precisam ente, en el único
cam po en el que u n a evolución dirigida es posible: el de las normas
racionales.
E n psicología, el ritm o señala el lím ite entre lo m ental y lo fisiológico;
del mismo modo, los terrenos límites entre los hechos m ateriales que con­
ciernen a la sociedad y las conductas sociales representan el centro y la
ocasión de la constitución de ritmos sociales elementales (p o r oposición
a las regulaciones con alternancias más o menos regulares, cuya periodicidad
caracteriza a ciertos tipos de ritm o, aunque secundarios) . D e este modo,
la actividad económica bajo la form a más simple (caza, pesca y agricultura)
se relaciona con los ritmos naturales de las estaciones y del crecimiento de
los animales y vegetales. De esta m anera, estos ritmos naturales incorpo­
rados en el ritm o de la producción, en virtud de la interacción del trabajo
y de la naturaleza, constituyen el punto de p artid a de un a g ran cantidad
de ritmos propiam ente sociales: alternancia de los trabajos, migraciones
estacionales, fiestas fijadas por el calendario, etc. Surgidos del plano téc­
nico, estos ritmos afectan incluso a las representaciones colectivas originales.
M . M auss y M . G ranet, en particular, los analizaron con sagacidad en el
seno de estas representaciones.

L a sucesión de las generaciones constituye u n ritm o sociológico especial­


m ente im portante que se perpetúa hasta los confines de lo biológico y lo
social. T oda nuev a generación da lugar, a su vez, al mismo proceso educa­
cional que em ana de las presiones de la generación precedente y que crea
normas y valores para la generación siguiente; de este modo, y al mismo
tiempo, esta sucesión periódica constituye u n perpetuo recomienzo y un
instrum ento esencial de transm isión que vincula p o r recurrencia las socie­
dades más evolucionadas con las sociedades más primitivas. E ntre otras,
la im portancia de este ritm o sem ejante se m anifiesta a p artir de las consi­
deraciones siguientes: se puede tener la plena seguridad de que si se lo
m odifica en grado suficiente, de modo que se determ ine que las genera­
ciones se sucedan con m ucha m ayor rapidez o en form a m ucho más lenta,
la sociedad entera se vería profundam ente transform ada; de esta m anera,
podemos im aginar una sociedad en la que casi todos los individuos serían
contemporáneos, habrían padecido en escaso grado las coacciones familiares
y sociales de la generación precedente y ejercerían pocas sobre la generación
siguiente. Podemos entrever así lo que podrían ser estas transformaciones,
sobre todo desde el punto de vista de la dism inución de influencia de las
tradiciones “sagradas” , etcétera.
Desde que abandonam os las zonas de unión entre la naturaleza física
o biológica y el hecho social y estudiamos los procesos característicos de
este último, podemos observar, sin em bargo, que el ritm o es reemplazado
por regulaciones m últiples originadas en la interferencia de diversos tipos
de ritm o y, en consecuencia, en su transform ación en estructuras más
complejas. Estas regulaciones, por contraposición a los agrupam ientos de
que hablarem os luego, son las que estructuran la mayor p arte de las
interacciones de intercam bio, así como la m ayor p arte de las coacciones del
pasado sobre el presente. Ellas actúan entonces en form a preponderante en
las totalidades estadísticas basadas en la mezcla, a las que nos referimos
en el § 2. D e este modo y p ara discernir los diversos tipos de regulaciones
conviene exam inar por separado los mecanismos del intercam bio y de la
coacción.
Por sí solo, un ^intercam bio cualquiera entre dos individuos x y x'
(independientem ente del problem a de si un tal intercam bio es genética­
m ente prim itivo o no) constituye u n a fuente de regulaciones fáciles de
discernir. Bajo su form a más general, se puede representar al esquema del
intercam bio de la siguiente form a: cada acción de x sobre x ’ constituye
un “servicio”, es decir u n valor r (x) sacrificado p o r x , (tiem po, trabajo,
objetos o ideas, etc.) que conduce a u n a satisfacción (positiva o negativa)
de x \ s (x') ; inversam ente, x ’ sacrifica los valores r (x ’) al actu ar sobre x,
que experim enta la satisfacción s (* ). Sin embargo, en u n intercam bio
cualquiera estos valores reales, que consisten en servicios o satisfacciones
actuales, no son los únicos en juego. En efecto, la acción r (x ) de x sobre x’
puede no ser seguida (o no inm ediatam ente) po r u n a acción de retorno
r (* ). Ello determ ina la intervención de dos tipos de valores virtuales:
al haber experim entado la satisfacción s (x ’) x’ contrae u n a deuda í (x’)
en favor de x, m ientras que esta m ism a deuda constituye un crédito v (x)
p a ra x (o inversam ente hay deuda t (x) de x respecto de x ’ y crédito v (*’)
en favor de x ’).. Estos valores virtuales tienen u n a im portancia muy general:
los valores í (x ) o í (*’) pueden asum ir tanto la form a de la gratitud y
del reconocimiento (en todos los sentidos del térm ino) que obligan al
individuo en diverso grado (en el sentido en el que se dice que alguien se
considera “obligado” por alguien), como la de la deuda económica; por
otra parte, los valores v (x ) o v (x’) expresan tanto el éxito, la autoridad,
el crédito moral, logrados gracias a las acciones (r ) como el crédito econó­
mico. Y en caso de intercam bio inm ediato real, r (x) contra r (*’) y s (x ’)
contra s ( x ) , los servicios o satisfacciones actuales pueden prolongarse en
valores virtuales de reconocimiento de form a i y v o d a r lugar, bajo la
misma form a t o v, a la anticipación de futuros valores reales, es decir
de nuevos servicios o satisfacciones. El equilibrio del intercam bio está deter­
minado por las condiciones de igualdad r ( x) = s ( x’) = t (x’) = v (x) —
r (x') = s (x) = t (x) = v (*’). Es evidente, sin em bargo, que este
equilibrio es muy difícil de alcanzar: todas las desigualdades r (.*) g i (*’.);
s (x’) í (*’) ; t {x’) S- v ( x) , etc., p o r el contrario, son posibles 8 si se
desvaloriza o sobreestima los servicios prestados, se los olvida o se exagera
su alcance en el recuerdo, se traduce estos recuerdos en u na estimación
más o menos im portante de la pareja, etc. A hora bien, m ientras no
exista u n a conservación obligatoria de estos valores de cambio (obligatoria
por leyes morales o jurídicas), ellos son objeto sólo de simples regulaciones,
es decir de evaluaciones intuitivas que oscilan alrededor del equilibrio sin
alcanzarlo y conocen una conservación sólo aproxim ativa. Además, cada
nuevo contexto llevará a un desplazam iento del equilibrio m om entánea­
m ente alcanzado, dando lugar no a composiciones lógicas de los nuevos
valores Con los antiguos, sino a compensaciones aproxim adas, cuya n atu ­
raleza, u n a vez más, es simplemente reguladora. Si se pasa ahora de un a
relación entre dos individuos a un sistema de relaciones que interfieren
entre sí, como por ejemplo el sistema de las innumerables evaluaciones que
determ inan el éxito o la reputación de u n individuo en el grupo social,
se com prueba de inm ediato que la relación entre un individuo x y una
colectividad B o X, etc., no es en absoluto una composición aditiva, sino
que constituye una m ezcla; y esta m ezcla de interacciones, cada una de
las cuales, po r su parte, está ya sometida a regulaciones (y no a operaciones
reversibles), constituye un sistema de conjunto del tipo de las totalidades
estadísticas, es decir, tales que el todo no es la suma algebraica de las
relaciones aisladas, sino un simple com puesto probable.

Podemos observar la presencia de estas regulaciones de conjunto en


las fluctuaciones de los valores económicos en un régim en liberal, incluso
en form a independiente de los factores objetivos relacionados con la pro­
ducción, la abundancia o la escasez de las m aterias prim as y con la circula­
ción: cuando ellas no están sometidas a u n sistema de norm as, los valores
económicos tales como los precios que resultan de un equilibrio estadístico
entre la oferta y la dem anda son sólo la expresión de un juego de regula­
ciones análogas a aquellas señaladas por el mecanismo espontáneo de los
intereses en cualquier interacción de intercam bio no económico. Podemos

8 Véase el artículo ya citado sobre la Théorie des valeurs quaKtatives en


sociologie statique.
dem ostrar sin dificultad que el intercam bio económico elemental constituye
u n caso específico de la form a general que acabam os de describir: el caso
en el que intervienen sólo los valores reales (r y s en el simbolismo adop­
tado) ; sin embargo, tanto la evaluación de los servicios como la de las
satisfacciones ( “ofelimidades” de Pareto, etc.) dependen, por su parte, de
los valores virtuales anteriores o anticipados. Esto m uestra en grado sufi­
ciente el papel de las regulaciones en lo que puede parecer una simple
lectura de u n a necesidad o de un interés inm ediato. La im portancia de
los valores es especialm ente clara en el mecanismo de las crisis originadas
en la sobreproducción. M ientras las pequeñas diferencias entre la pro­
ducción y el consumo determ inan pequeñas oscilaciones alrededor del punto
de equilibrio entre estos dos procesos, las grandes diferencias que ocasionan
las crisis periódicas, po r el contrario, provocan un desplazamiento de equi­
librios: ah o ra bien, estas pequeñas oscilaciones se originan en las correc­
ciones espontáneas de la colectividad económica que reacciona contra sus
propios errores de previsión, lo que constituye, así, un juego completo de
regulaciones (con anticipación, luego corrección); las grandes oscilaciones,
por el contrario, m uestran el fracaso de estas regulaciones de detalle, lo
que determ ina la crisis y el desplazam iento de equilibrio, pero señalan tam ­
bién la reconstitución de un nuevo equilibrio m om entáneo m ediante reaccio­
nes com pensatorias, es decir, nuevam ente, m ediante regulación (aunque de
c o n ju n to ). D e este modo, en el caso de las crisis periódicas, se com prueba
la m anera en que u n juego intrincado de regulaciones puede retom ar el
aspecto de u n ritmo, aunque más com plejo y .menos regular que los ritmos
elementales que hemos mencionado con anterioridad.®

El carácter general de las regulaciones, que interviene en las interaccio­


nes de intercam bio tan to entre dos como entre un núm ero creciente de
individuos, hasta incluir a la colectividad entera, reside entonces en el
hecho de culm inar en estas compensaciones parciales, pero sin reversibilidad
total y, en consecuencia, con desplazamientos lentos o bruscos de equilibrio
Sólo en el caso de los valores convertidos en normativos p o r un sistema
de reglas y en el caso de estas norm as mismas la composición supera el
nivel de las simples regulaciones y alcanza la reversibilidad total y el
equilibrio perm anente característicos de los agrupam ientos operacionales.
Por el solo hecho de su carácter norm ativo, sin embargo, no todo sistema
de norm as alcanza este nivel del agrupam iento reversible, ya que existen
sistemas de interacciones semi normativos que perm anecen en el estado de
regulaciones: nos referimos, p ara ser más precisos, a las compensaciones
parciales que definen la com pensación que se extiende hasta el límite
inferior de las estructuras con reversibilidad total, y sólo los sistemas de
reglas acabadas, integrables desde u n punto de vista lógico, alcanzan la
propiedad de agrupam ientos operacionales. Este hecho supone entonces
la existencia de u n a serie de interm ediarios entre las dos estructuras.

9 E n relación con las regulaciones económicas, véanse los trabajos de E. y G.


Guillaum e sobre la “economía racional” .
D e este modo, en particular, las expresiones ejercidas por la opinión
publica o las coacciones políticas determ inan la form ación de imperativos
que superan la simple valorización espontánea y alcanzan u n carácter n o r­
m ativo de diverso grado: ellas dependen en p arte de los intereses que
actúan en los intercam bios. Por o tra parte, sin embargo, im ponen todo tipo
de reglas que van desde los simples hábitos hasta las coacciones de carácter
m oral e intelectual; en ese caso, sin embargo, se tra ta sólo de u n a m oral
exterior y legalista y de u n a racionalidad m ás próxim a a la razón de Estado
que a la razón a secas. D urkheim señaló que la opinión pública siempre
se encontraba en retraso en relación con las corrientes profundas que
atraviesan la sociedad; ella constituye, de este modo, el modelo de u n a
totalidad que es, al mismo tiempo, estadística, en tanto vínculo de in ter­
ferencias m últiples y desordenadas y, tam bién, sin embargo, parcialm ente
norm ativa, ya que obliga a los individuos de diversas m aneras: dado su
carácter sim plem ente probabilístico y relativam ente poco ordenado (por
oposición a los sistemas intelectuales, morales y jurídicos bien estructurados),
es evidente, entonces, que depende de simples regulaciones y no de un
agrupam iento operatorio. E n lo que se refiere a la coacción política, la
situación es similar, en la m edida en que los intereses y el cálculo interfieren
en ella con la norm a y en la m edida en que éstas son impuestas por presiones
diversas en lugar de conquistar a los espíritus sólo por su necesidad in te rn a :
ello da lu g ar a compromisos, que constituyen la form a consciente o inten­
cional de la regulación, por oposición a la operación lógica o moral.
Se debe decir exactam ente lo mismo de u n conjunto de otras varie­
dades de coacciones de gran im portancia histórica o actual sobre la form a­
ción de las normas colectivas, pero cuyo funcionam iento tam poco supera,
en general, el nivel de la regulación, pese a las apariencias de composición
racional. Nos referimos a las coacciones que em anan de las subcolectivi-
dades que disponen de sus medios específicos de presión: clases sociales,
Iglesia, fam ilia y espuela. E n el § 5 volveremos a exam inar las ideologías
de clases, las que plantean el problem a de las relaciones entre la in fra­
estructura y la superestructura. Las coacciones familiares y sociales, por
el contrario, ilustran en form a especialmente simple el mecanismo de las
reglas m orales e intelectuales que se sitúan a m itad de camino entre la
regulación y la composición totalm ente norm ativa. E n efecto, en la m edida
en que, incluso cuando su contenido se asem eja a las norm as adm itidas por
la élite m oral o científica de la sociedad considerada en ese m om ento de
su historia, las verdades éticas o racionales se im ponen por u n a coacción
educacional fam iliar o social, en lugar de ser vividas nuevam ente o redescu­
biertas bajo el efecto de u n a libre colaboración, su carácter se modifica ipso
fa d o . Se subordinan, en efecto, a un factor de obediencia o de autoridad
que depende de la regulación y no ya de la composición lógica: ta n to la
obediencia moral, ta l como se la puede observar en u n a fam ilia patriarcal
o en la fam ilia conyugal m oderna durante los primeros años de la v id a de
los niños y la autoridad intelectual de la tradición o del maestro, tal como
se observa sin discontinuidad desde la “iniciación” p racticada en las tribus
“prim itivas” hasta la vida escolar contem poránea (al menos en las escuelas
no transform adas aún p o r los métodos llam ados “activos” ) recurren, efecti­
vam ente, a u n factor com ún de transm isión: el respeto unilateral. A hora
bien, al subordinar lo bueno y lo verdadero a la obligación de seguir un
modelo, este sistema conduce sólo a u n sistema de regulaciones y no de
operaciones. E n últim o análisis, el problem a de la obediencia se reduce
siempre a la siguiente alternativa: ¿se razona por obediencia o se obedece
por razón? E n el prim er caso, la obediencia prim a sobre la razón y cons­
tituye sólo u n a norm a incom pleta, de carácter regulador y no operatoria.
E n el segundo caso, la razón p rim a sobre ia obediencia, hasta elim inarla
bajo su form a de sumisión espiritual; el sistema, entonces, es enteram ente
norm ativo al originarse la norm a de subordinación unilateral en u n a
delegación de la norm a racional. ,
E n el problem a de las relaciones jurídicas se puede observar con espe­
cial claridad este conflicto. D icho problem a es muy curioso; en efecto, es
evidente que, en lo que a su form a se refiere, un sistema de reglas jurídicas
constituye el modelo de u n conjunto de interacciones sociales que adquieren
la estructura del agrupam iento operatorio. No es menos evidente, sin
embargo, que en su contenido un sistema de leyes puede, al conferirles u n a
form a legal, justificar y legitim ar todo, incluso los peores abusos: en su
contenido, en consecuencia, el agrupam iento de las norm as jurídicas podrá
validar indiferentem ente un conjunto de conductas que pueden ser no rm a­
tivas (morales, racionales, etc.), o las interacciones en relación con las que
acabamos de com probar que perm anecían en el nivel de la regulación. Este
problem a, sin em bargo, no es específico del derecho y parece originarse en
la distinción entre las formas y su contenido; ésta señala el advenim iento
de la estructura operatoria, por oposición a las estructuras reguladoras
cuya form a y contenido perm anecen indisociables: en el cam po de las reglas
lógicas podemos, encontrarnos tam bién en presencia de u n sistema de propo­
siciones form alm ente correcto, aunque de contenido falso p o r estar basado
en premisas erróneas. P ara clasificar las norm as jurídicas en el cuadro de
las form as de equilibrio situadas entre el ritm o, la regulación y el agrupa-
m iento, se deben situar previam ente en ella los sistemas de reglas lógicas
y morales.
Sin duda, y en efecto, las interacciones, intelectuales constituyen el
ejemplo más instructivo desde el p u n to de vista del pasaje de las regula­
ciones a los agrupam ientos operatorios. M ientras en la construcción de los
sistemas de representaciones colectivas intervienen los elementos de coacción
originados en la tradición, en el poder, en la clase social, etc., el pensam iento
está sometido a u n juego de valores y de obligaciones que no crea; ello
equivale a decir que en dichos casos el pensam iento no consiste en absoluto
en u n sistema de norm as autónom as: su heteronom ía basta por sí sola
p ara indicar su dependencia respecto de las regulaciones examinadas con
anterioridad. M ás precisam ente, un m odo colectivo de pensam iento com-
pelido a justificar el p u n to de vista de u n grupo social consiste en sí mismo
en u n sistema de regulaciones intelectuales cuyas leyes no son en absoluto
las leyes de la operación p u ra y que logran sólo form as de equilibrio
inestables, gracias a la acción de compensaciones m om entáneas. Como lo
veremos nuevam ente en los §§ 6 y 7, la condición de equilibrio de las
reglas racionales es la de que expresen el mecanismo autónomo de una
p u ra cooperación, es decir de u n sistema de operaciones realizadas en común
o por reciprocidad entre las operaciones de los p articip an tes: en lu g ar de
trad u cir u n sistema de tradiciones obligatorias, la cooperación, que es la
fuente de los “ agrupamientos’’ de operaciones racionales, se lim ita de este
m odo a prolongar el sistema- de las acciones y de las técnicas.
E sta m ism a transición de la autoridad a la reciprocidad o de la coacción
a la cooperación señala el pasaje entre lo seminormativo m oral, que depende
tam bién de las regulaciones inherentes al respeto unilateral, y los agrupa­
mientos de reglas autónomas de conducta basados en el respeto m utuo. En
el cam po m oral, al igual que en el terreno de las norm as lógicas, el equi­
librio depende entonces de una cooperación que se origina en la reciprocidad
directa de las acciones, por oposición a las coacciones enum eradas más
arrib a . 1 0
Si exam inam os nuevam ente al problem a planteado por el agrupa­
m iento de las reglas jurídicas, podemos com prender la p ara d o ja del dualismo
entre sus form as y sus contenidos. En su form a u n sistema de leyes consti­
tuye sin du d a el modelo de u n conjunto de interacciones sociales agrupadas
entre sí po r composición aditiva y lógica. U n conjunto de reglas de derecho
presenta, en efecto, u n a estructura tal que cad a individuo que pertenece
al gru p o social considerado se encuentra vinculado con cada uno de los
otros m ediante un sistema bien definido de obligaciones y de derechos, sin
que en el seno de este sistema intervenga n ad a más que la sum a lógica
de tales relaciones encajadas. Como lo hemos señalado en el § 2, ello no
significa en absoluto que esta totalidad consista en la simple reunión de los
individuos q u e la componen, como si estos individuos dispusiesen de
antem ano de los derechos o estuviesen vinculados de antem ano por las
obligaciones q u e actúan en el sistema con anterioridad a su construcción
(com o lo piensan los teóricos de derecho n a tu ra l). Ello no significa
tam poco que u n a relación dada, extraída del sistema, pudiese existir tal cual,
fuera de este sistema. Pero señala que, dado el sistema de las relaciones
como u n a totalidad, este todo puede ser descompuesto en relaciones elemen­
tales, subordinadas o coordinadas unas a otras, cuya composición aditiva
lo reconstituirá en form a íntegra. E n ese sentido existe u n agrupam iento
operatorio ya que las relaciones que confieren derechos e im ponen simul­
táneam ente obligaciones son producidas por operaciones constructivas de la
realidad ju ríd ic a: estas operaciones son, de este modo, los decretos del
soberano, las órdenes de los superiores jerárquicos, los votos de u na cám ara
de diputados, el voto del pueblo entero, siempre que estas operaciones basen
su validez en reglas de su composición (definidas p o r u n a constitución, etc.).
Sin em bargo, y pese a que este sistema constituye en su form a un
agrupam iento, en relación con su contenido se p lantean dos problemas
solidarios y cuya solución conduce a distinguir la coherencia aparente de
ciertas estructuras jurídicas y la coherencia real de algunas otras: el pro-

10 Cf. nuestra obra sobre L e jugem ent moral de Venfant. Alean, 1927.
bíerrla del equilibrio jurídico y el de las relaciones entre la norm a jurídica
y las norm as intelectuales o morales.
D esde el p u nto de vista del equilibrio, es evidente que, por coherente
que sea en lo que se refiere a su forma, n ad a garantiza a un sistema
jurídico u n poder de coacción o de conservación, si sus contradicciones
con los otros valores y las otras normas en juego en una sociedad dan lugar
a conflictos y conducen a la revolución. Parecería entonces que el equilibrio
del sistema de las normas jurídicas no depende de su form a sino de su
contenido, es decir del papel desempeñado po r las reglas jurídicas como
instrum entos u obstáculos ea la distribución de los valores. Ello equivale
sin duda a lo que se produce en u n sistema de representaciones colectivas
cuyo equilibrio intelectual no está garantizado sólo por la coherencia formal,
sino tam bién por la adecuación con lo real. Sin embargo, esta analogía
entre las norm as jurídicas y las norm as lógicas señala, precisam ente, que el
problem a es más com plejo desde el p unto de vista de la form a, ya que las
reglas que garantizan la coherencia lógica supe nen la adecuación posible a
cualquier contenido y no son quebrantadas por el solo hecho de que un
contenido verdadero reem place a un contenido erróneo: de este modo,
lo que caracteriza a una estructura form al en equilibrio en el cam po inte­
lectual es el hecho de perm itir u n a transformación, de los principios, sin
quebrantar la continuidad del sistema. Así pues, si se com paran los sistemas
jurídicos en equilibrio con los que no lo están, se puede observar que si bien
el equilibrio depende, efectivamente, de la adecuación d e la estructura
form al a su contenido real, tam bién puede ser realizado por la form a, en el
sentido en que, en el cam po jurídico, al igual que en todos los campos
operatorios, la estabilidad del equilibrio depende de la m o vilidad: en
derecho, al igual que en otros campos, u n a form a en equilibrio es aquella
que garantiza la regulación de sus propias transformaciones (por ejemplo,
un a constitución que regula sus propias modificaciones, e tc .) ; p o r su
parte, u n a form a cerrada estáticam ente está en equilibrio inestable y, pese
a las apariencias, es sólo u n agrupam iento incompleto, ya que no com porta
transformaciones posibles eñ lo que se refiere a las normas superiores.
Esto nos conduce a la relación de las reglas jurídicas con las reglas
lógicas y m orales: si bien el equilibrio de las prim eras está ligado a su
capacidad de transform ación y de adaptación, de todos modos es evidente
que, en función de su equilibración, ellas convergirán con estos otros dos
tipos de normas. D e no ser así, se produciría u n a inadaptación del conte­
nido de las norm as jurídicas en relación con los otros aspectos de la vida
social o, si no, u n a contradicción entre la form a y el contenido. E n este
sentido, la convergencia entre las reglas jurídicas y las norm as lógicas es
m uy c la ra : en efecto, en el seno de las prim eras no podría haber ninguna
contradicción en los diversos niveles de su elaboración, so p en a de invali­
dación de las norm as inferiores contrarias a las superiores; esta estructura
lógica y necesaria de la construcción jurídica es suficiente p ara p ro b ar su
correspondencia con las norm as racionales en vigor en la sociedad consi­
derada. E n lo que se refiere a las normas morales, los juristas elaboraron
u n a serie de criterios que perm iten distinguirlas de las normas jurídicas;
sin em bargo, y ta l como intentam os señalarlo en otra obra , 1 1 el análisis de
cada uno de estos criterios revela por el contrario, la existencia de mecanis­
mos comunes que desde u n p u n to de vista sociológico son m ucho más
im portantes que sus diferencias. L a única diferencia esencial que los separa
es al parecer la de que el derecho no interviene en las relaciones entre
personas, sino que considera en los individuos sólo sus funciones (posición
en el grupo social) y sus servicios (posición en.los intercam bios interindivi-
d u alés). D e este m odo, establece reglas transpersonales, es decir reglas cuyas
relaciones perm iten la sustitución de los individuos con idéntica función o
servicio; la moral, p o r el contrario, corresponde sólo a las relaciones perso­
nales, en las que los individuos nunca son enteram ente sustituibles. Por
ello, siempre es posible realizar la codificación detallada de las reglas ju rí­
dicas, m ientras q u e la codificación de las reglas m orales siempre es esencial­
m ente general: ella sólo logra formas puras, como las de la lógica formal,
sin regular como los códigos jurídicos las m odalidades de su propia apli­
cación. Se com prende entonces de qué modo, relativam ente indiferen-
ciados en su origen, el derecho y la m oral se diferencian a m edida que se
producen desequilibrios y conflictos sociales, y vuelven a adecuar su relación
en el momento de cada equilibración. E n el límite, u n a form a jurídica
suficientemente plástica como p a ra expresar las interacciones reales en juego
en u n a sociedad, equilibrada convergería con el sistema de las normas
m orales . 1 3

E n resumen, podemos observar así que los ritmos, las regulacio­


nes y los agrupam ientos son las grandes estructuras accesibles tanto a la
explicación sociológica, como a la explicación psicológica: el ritm o se
encuentra en el lím ite entre lo m aterial y lo espiritual, la regulación
caracteriza a las totalidades estadísticas, con interferencia de los factores
de interacción (valores y ciertas reglas) y el “agrupam iento” expresa la
estructura de las operaciones reversibles que intervienen en las construc­
ciones jurídicas, m orales y racionales, es decir en las totalidades de com­
posición aditivas.
A hora bien, desde el punto de vista del mecanismo de las explicaciones
sociológicas la im portancia de esta sucesión es esencial: lleva a concebir
la relación de los factores de causalidad y de implicación, sobre la que
insistíamos al final del § 3, como u n a relación genética que requiere u n a
explicación operatoria y no como u n a simple conexión estática d ad a desde
el comienzo. Los “agrupam ientos” normativos por sí solos, en efecto, cons­
tituyen puros sistemas de implicaciones tales que las reglas coordinadas
entre sí se encajan unas en otras y se determ inan unas a otras de acuerdo
con relaciones q u e se pueden expresar totalm ente en términos de conexión
necesaria. Por el contrario, las regulaciones com portan u n a dosificación
variable de implicaciones, que preanuncian la reversibilidad operacional y

11 “Les relations entre la m orale et le droit” , Publ. Fac. Se. Écon. et Soc. de
l'Université de Genéve, vol. vm (1944), págs. 19-54.
12 Sin duda, éste es el sentido en el que M arx concebía la absorción del derecho
en la m oral en u n a sociedad económicamente regulada.
de causalidad efectiva (coacciones, e tc .) ; los ritmos, p o r últim o, tienen una
plena causalidad m aterial y engloban en ese contexto causal las prim eras
conexiones implicativas (signos y valores elementales con u n m ín im u m de
elemento n orm ativo). A hora bien, los agrupam ientos son sólo el estado
lím ite de revelaciones anteriores y éstas se basan en una interacción com pleja
de ritmos. L a explicación sociológica, al igual que la explicación psicológica,
sólo puede ser eficaz si procede de la acción m aterial y causal, p a ra culm inar
al fin de cuentas en el sistema de las implicaciones de la conciencia colec­
tiva. U nicam ente con esta condición exclusiva se podrá d ilucidar en la super­
estructura lo que prolonga efectivam ente las acciones causales que operan
en la infraestructura, p o r oposición a las ideologías sim plem ente simbólicas,
que la reflejan deform ándola.

§ 5 . L a EX PLIC A C IÓ N E N SOCIOLOGÍA. C . EX PLIC A C IÓ N REAL Y R E C O N S­


(o a x i o m á t i c a ) . E n la explicación sociológica (al igual
TR U C CIÓ N f o r m a l
que en la explicación psicológica) se deben distinguir tres y no dos sistemas
de concepto: las acciones causales, las operaciones que las realizan al siste­
matizarlas, y los factores ideológicos (comparables con los datos introspec­
tivos o egocéntricos en psicología) que falsean las perspectivas cuando de
este simbolismo sociocéntrico no se disocian los mecanismos propiam ente
■operatorios. A hora bien, y en form a totalm ente paralela a la que se pro­
duce en el terreno de la explicación psicológica, se com prueba q ue a
estos últimos se los puede estudiar m ediante dos métodos, que llevan preci­
sam ente a separarlos de los elementos ideológicos que casi siempre los
acom pañan y alteran, de este m odo, su tom a de conciencia. U n o de estos
métodos es la explicación real que pone en relación los aspectos opera­
torios del pensam iento o de la m oral colectiva con el trab ajo efectivo,
las técnicas y los modos de colaboración que intervienen en laá acciones
causales, m ientras que los otros aspectos de la conciencia colectiva parecen
estar ligados a u n a interpretación simbólica que la sociedad form ula sobre
sus propios conflictos. O tro m étodo es la reconstrucción form al o incluso
axioma.tica de las implicaciones que intervienen en los mecanismos opera­
torios. Entonces, este m étodo, que al parecer no tiene ninguna relación
con la explicación sociológica (de la m ism a form a en que no se distinguen
a prim era vista las relaciones entre la logística y la explicación psicológica),
le es, en realidad, de g ran utilidad en la m edida en que tam bién conduce
a u n a disociación de lo ideológico y lo operatorio en los “agrupam ientos”
de reglas: más aún, se puede establecer u n a correspondencia térm ino a
térm ino entre los problem as que este m étodo plantea y los problem as que
intervienen en la explicación real, lo que enriquece a esta últim a.
E n este sentido, tan to en el terreno sociológico como en él psicológico,
el problem a general de las relaciones entre las axiomáticas y las ciencias
reales correspondientes presenta u n interés indudable. Esto es tanto más
instructivo cuanto que en las ciencias sociales se p ueden distinguir dos
tipos de intentos de axiom atización: los unos corresponden a las regulaciones
y se ven obligados entonces a simplificar, sin duda en exceso, los datos
reales en causa; los otros se relacionan con los agrupam ientos normativos
y se adecúan perfectam ente en este caso a los mecanismos operatorios
en juego.
E n el campo de las regulaciones, sabemos que la “economía p u ra” de
L. 'W alras y Pareto intentó expresar m ediante la deducción m atem ática el
equilibrio y la dinám ica de los intercambios económicos de la misma form a
en que la mecánica racional traduce las composiciones de fuerzas. P ara
alcanzar este objetivo, estos autores se han visto conducidos, naturalm ente,
a simplificar e idealizar los fenómenos reales, así com o a reemplazar el
análisis inductivo de los hechos m ediante un razonam iento hipotético deduc­
tivo realizado sobre conceptos definidos formalmente. P a ra decirlo de otra
m anera, em prendieron la vía de la axiomatización, sin constituir u n a
axiom ática propiam ente dicha, pero proporcionando los elementos que p er­
m itirían construirla. Además y puesto que el valor económico es cuanti-
ficable, esta construcción semiaxiomática mostró desde u n prim er momento
ser m atem ática y superó el nivel logístico o cualitativo que los modelos que
examinaremos en relación con el derecho no lograron superar.
¿ C uál es, sin embargo, el alcance de este m étodo aplicado a los hechos
económicos (suponiéndose naturalm ente que él no p reju zg a en n ad a en lo
que se refiere a las leyes expresadas y que no es solidario de las doctrinas
de V. P a re to )13? Este m étodo es m uy útil como instrum ento de análisis
en la disección de lo real y proporciona un bello ejem plo de deducción
precisa aplicado a un campo social. Sin em bargo, presen ta dos lagunas
que son muy instructivas po r no estar originadas en la insuficiencia de los
esquemas elaborados, sino en la inadecuación de la deducción axiom ática
a las regulaciones como tales, por oposición a los agrupam ientos opera­
torios o normativos.
L a prim era de estas lagunas, en efecto, se debe a que el esquema de
W alras y de Pareto constituye en mayor grado u n a estática que u n a diná­
m ica económica. A hora bien, la causa de este hecho es evid en te: el punto
en el que una regulación alcanza u n estado de equilibrio se puede definir
m ediante un conjunto de igualdades simples que coinciden m om entánea­
m ente con un sistema de operaciones reversibles. L a ú n ica diferencia entre
las regulaciones y las operaciones consiste, efectivam ente, en el hecho de
que en el caso de los grupos o agrupamientos el equilibrio es perm anente,
m ientras que en el de las regulaciones no lo es y d a lu g ar a “desplaza­
mientos” , así como a compensaciones sim plem ente aproxim adas. Pero
donde el equilibrio es logrado por hipótesis, éste no difiere del de u n sistema
operatorio. La economía p u ra nos enseña así que u n intercam bio alcanza
el equilibrio cuando se satisface un cierto núm ero de condiciones: igualdad
(p ara cada participante del intercam bio) de las “ofelim idades” ponderadas
de las cantidades de mercaderías que se poseen después del intercam bio,
igualdad (para cada participante del intercam bio) de las entradas y de los
gastos expresados en metálico, e igualdad (p ara cad a m ercadería) de la
cantidad que existe antes y después del intercam bio . 1 4 A hora bien, un
18 Véanse en particular los trabajos económétricos de los hermanos Guillaume.
14 Véanse Pareto: Cours d’économie politique, vol. I (1 896), pág. 22, § 52, y
Boninsegni: M anuel élémentaire d'économie politique (1 9 3 0 ), págs. 27-29.
intercam bio así equilibrado constituye sólo u n sistema de sustituciones con
conservación entera de los valores (ofelimidades) y de los objetos. R epre­
senta, en consecuencia, un :‘grupo” : el intercam bio equilibrado AB com­
puesto con el intercam bio equilibrado BC, equivale al intercam bio equili­
brado A C ; estos intercam bios son asociativos; el intercam bio AB com porta
u n inverso BA y el producto AB X BA determ ina u n intercam bio idéntico
o nulo. Existe entonces un “grupo” , como si los intercam bios así definidos
consistiesen en operaciones propiam ente dichas; por ello, la teoría del equi­
librio es fácilm ente axiomatizable. ¿Pero qué ocurre en el caso de la
dinám ica económ ica misma?
E n este punto, u n a segunda laguna se com bina con la p rim e ra : incluso
en el cam po estático y a fortiori en el dinámico, la “ economía p ura”
sim plifica excesivamente el proceso de las regulaciones. El equilibrio del
intercam bio es definido como el punto en el que éste concluye; sin em bargo,
incluso si se supone que u n intercam bio real pued a concluir en un a
igualización rigurosa de las “ofelimidades” ( ¡ concepto que reem plaza al
de “valor” sim plem ente p o r miedo a las p alab ras!) las necesidades, los
deseos y las evaluaciones, cuyas compensaciones m om entáneas constituyen
esta igualdad frágil, se transform an en realidad sin cesar, de m odo tal que
n u n ca se logre un equilibrio duradero. El verdadero problem a es entonces,
el de la dinám ica de los intercam bios, cuyas regulaciones deberían ser
expresadas en ecuaciones m atem áticas. A hora bien, contrariam ente a la
simple form ulación lógica, el cálculo diferencial e integral perm ite efectiva­
m ente expresar las variaciones. Sin em bargo, las transform aciones reales
que operan en la dinám ica económica difieren entonces de m ás en m ás de
un esquem a form al o axiom ático. Por ello, en definitiva, éste no constituye
u n a im agen suficientem ente fiel de la realidad en el cam po de las regu­
laciones.

L a situación de los sistemas de reglas es m uy diferente, ya que lo que


caracteriza a una norm a, precisam ente, es el hecho de garan tizar la conser­
vación de los valores; en consecuencia, la axiom atización se referirá a
estados perm anentes de equilibrios o a transform aciones que, por su parte,
estarán regulados de antem ano. En este caso, se tratará de axiomáticas de
carácter puram ente cualitativo, es decir lógico y no m atem ático, pero desde
el p u n to de vista que nos ocupa aquí su interés no es m en o r: la axiom a­
tización, que se adecúa por completo a la estructura operatoria de las
reglas consideradas, determ ina, en efecto, u n a disociación rigurosa del m eca­
nismo de la construcción form al de las reglas y de todos los factores ideoló­
gicos que la conciencia com ún y las interpretaciones metafísicas atribuyen
a Ja interpretación de estas reglas. El método de axiom atización corresponde
en form a fructífera a la explicación sociológica causal, en p articu lár bajo
este aspecto crítico, al hacer corresponder a los diversos m om entos de la
explicación real los m om entos de la construcción deductiva de las im plica­
ciones como tales.
D esde este p u n to de vista, la situación de la teoría “p u ra ” del derecho
en relación con la sociología es especialmente interesante. Todo el m undo
acepta, en efecto, que el derecho es u n a disciplina esencialm ente norm ativa,
ya que todo problem a de derecho se reduce a un problem a de validación y
no de com probación o de hecho. P or ello, el derecho no es u n a ciencia y
com o tal a la sociología no le corresponde ocuparse de él. Sin embargo,
la creencia y la sumisión al derecho son hechos sociales que, al igual que
los otros,;requieren u n a explicación; las reglas consideradas como “jurídica­
m ente válidas” por la colectividad constituyen interacciones sociales esen­
ciales que la sociología debe estudiar como “hechos normativos” al igual
que las interacciones morales o lógicas, es decir considerando tales norm as
Como hechos. A hora bien, en el terreno de las investigaciones jurídicas, a
este estudio positivo le corresponde u n intento de axiom atización análoga
■a la que lós lógicos proporcionaron en relación con las reglas lógicas y que
puede, en consecuencia, facilitar la explicación sociológica exactam ente de
la m ism a m an era en la que la axiom atización logística facilita el análisis
de las representaciones colectivas de carácter racional o científico. En
efecto, m ientras la m ayor p arte de las teorías jurídicas de conjunto intentan
basar el derecho en preocupaciones metafísicas o (lo que p ara el sociólogo
equivale a lo mismo) en ideologías político-sociales, u n cierto núm ero de
autores, basándose en los trabajos de E. Roguín sobre la “regla de derecho”,
h an intentado po r principio lim itar su análisis a la estructura form al o
norm ativa de] derecho. D e este modo, H . Kelsen se planteó el problem a
en térm inos de epistemología, k antiana: “ ¿cómo es posible el derecho?”
E n lugar de proceder genéticam ente como el sociólogo, dicho autor realizó
u n a disección a priori y afirm ó, incluso (lo que presenta sumo interés p ara
nosotros y facilita las confrontaciones a posteriori), la irreductibilidad
absoluta del análisis sociológico y de la teoría “p u ra ” del derecho. En
efecto, m ientras que la sociología es necesariam ente causal y considera, en
consecuencia, a los fenómenos sociales; incluidas las reglas de derecho, como
simples hechos, el m étodo jurídico “puro ” consiste en vincular en form a
directa las norm as de derecho entre sí y se basa, d e este modo, en un tipo
específico de implicación que Kelsen designa com o “im putación” . A hora
bien, una norm a es esencialmente un deber ser, u n “sollen”, m ientras que
u n hecho es relativo al ser, es decir, a u n “sein” y no se puede deducir un
deber ser de u n hecho ni inversam ente; Kelsen considera, en consecuencia,
que no puede existir u n a sociología jurídica y q ue la ciencia del derecho
sólo puede ser una ciencia de la construcción p u ra de las normas. Como
se puede apreciar, nos enfrentam os aquí con el problem a de las relaciones
entre la im plicación y la causalidad, que se p lan tea al mismo tiem po que
el problem a de las relaciones entre u n a axiom ática y la ciencia real que le
corresponde.
¿E n qué consiste entonces, desde este punto de vísta de la axiom ati­
zación, el proceso de la “construcción” jurídica? Kelsen considera que la
característica esencial del derecho es la de regular su propia creación. U n a
norm a jurídica, en efecto, crea nuevas n orm as: u n parlam ento legisla, u n
gobierno decreta, u n a adm inistración reglamenta, u n tribunal juzga; estas
leyes, decretos, reglam entos y juicios constituyen norm as elaboradas sin
discontinuidad en el m arco de las norm as superiores que les confieren su
validez por interm edio de los órganos legislativos, ejecutivos o judiciales
que actúan en virtud de estas norm as superiores. Desde el punto superior
hasta el punto inferior de la jerarq u ía de los órganos legales existe, de este
modo, una creación continua de norm as nuevas; en v irtu d del mismo
proceso, aunque considerado en el sentido inverso, tam bién existe una
aplicación continua de las norm as anteriores. P ara ser más precisos, cada
norm a es, al mismo tiempo, creación de normas de un grado inferior y
aplicación de las norm as de grado superior. Aplicación y creación simul­
táneas, tales son, en resumen, las dos características de la constmcción
jurídica. Sin em bargo, hay dos excepciones. Las norm as que se validan
unas a otras constituyen, efectivamente, una pirám ide cuyos diferentes
niveles se estructuran gracias a los vínculos de “im putación” que garántizan
esta validez; sin embargo, las dos extrem idades de la pirám ide presentan
características diferentes. L a base de la pirám ide está constituida por
innum erables “norm as individualizadas” , según la afo rtu n ad a expresión de
K elsen: los juicios de los tribunales, las órdenes adm inistrativas, los diplomas
universitarios, etc., es decir las norm as qué en últim a instancia se aplican
sólo a u n individuo único,, determ inado de este m odo por u n derecho o
por u n a obligación específicos. Estas norm as individualizadas, en conse­
cuencia, son “aplicación” p u ra y no creadoras, pusto que, m ás allá del
individuo, no existe ningún térm ino jurídicam ente im putable. La cúspide
de la pirám ide, p o r su parte, se caracteriza por un a norm a única que es
creación p u ra y no ya aplicación, y a que n a d a es superior, a ella. No se debe
confundir esta “norm a fundam ental” con la constitución, fuente de todas
las norm as del derecho estatal, porque se debe justificar incluso la validez
de la constitución: ella constituye, de este modo, la fuente de la constitución
y la condición necesaria a priori de la validez del orden jurídico en su
totalidad.
El derecho es entonces lo siguiente: u n sistema de norm as encajadas,
que dependen de u n a norm a fundam ental y que se extienden sucesivamente
. hasta el conjunto de las norm as individualizadas. P ara la teoría “p u ra” de
K elsen,. el derecho es sólo este sistema de norm as consideradas como tales;
es decir, no existe ninguna realidad jurídica que no form e parte, como
nivel necesario, de este sistema de normas puras. E l “sujeto de derecho”
. es sólo u n “centro de im putación” de las norm as; al m argen de este
aspecto es sólo u n a p u ra ficción de naturaleza ideológica y no jurídica:
el “derecho subjetivo” corresponde, entonces, a. la m etafísica y es excluido
de la teoría pura. El “Estado”, en cambio, es únicam ente el orden jurídico
considerado en su conjunto; todo intento de conferirle otra realidad, además
de la puram ente norm ativa, desborda igualm ente al derecho y ocupa el
terreno de la ideología política.

Podemos com probar el estrecho parentesco que existe entre esta con­
cepción y u n a teoría form al cualquiera que exprese la estructura de un
sistema de operaciones. Pese a que en el derecho no existe n ad a m ás que
u n a jerarquía de normas encajadas vinculadas entre sí por un a relación
form al de imputación, considerando la im putación com o u n caso particular
de implicación, podemos com parar este sistema con un conjunto de p ro ­
posiciones vinculadas form alm ente unas a otras en un a pirám ide de im pli­
caciones. Las proposiciones jurídicas son obviam ente imperativas, m ientras
que las proposiciones lógicas son indicativas. Pero ello tiene poca im por­
tancia en lo que se refiere a la estructura form al del sistema: se pueden
trad u c ir los imperativos en proposiciones que com prueban la existencia de
u n a obligación o de un derecho; en lo que concierne a las relaciones entre
proposiciones lógicas, se tra ta de norm as que engloban en consecuencia un
elem ento imperativo. A. L alande destaca el hecho de que A implica B
“p a ra el hombre honrado”. El derecho, al igual que la lógica puede
entonces estructurarse bajo la form a de un sistema de “agrupamientos” ;
se podría, entonces, expresar todas las jerarquías de las normas en fórmulas
logísticas que pondrían de m anifiesto los agrupam ientos de relaciones asimé­
tricas (imputaciones en cajad as), de relaciones sim étricas (coimputaciones
recíprocas o relaciones contractuales) y de clases, que la constituyen íntegra­
m ente. Además, las proposiciones jurídicas, en lugar d e estar contenidas
idénticam ente unas en otras, se construyen unas a p a rtir de las otras; ello
equivale a com parar la construcción jurídica, constituida por aplicaciones
y creaciones indisociables, con u n a construcción lógica constituida por
operaciones propiam ente constructivas.
A hora bien, se puede estudiar u n sistema de operaciones m ediante
dos m étodos: el método psicosociológico, que analiza causalmente la cons­
trucción real y el m étodo axiomático o lógico que expresa únicamente las
implicaciones entre estas operaciones o las proposiciones que las traducen.
L a teoría pura del derecho, desde este p u n to de vista, constituye, evidente­
m ente, una axiomatización, ya que Kelsen contrapone precisamente la
“im putación” jurídica a la causalidad sociológica. Se debe determ inar
entonces la relación entre la axiom ática representada p o r la ciencia jurídica
p u ra y la ciencia real correspondiente que está representada por la socio­
logía jurídica o la parte de la sociología que se ocupa de explicar causal­
m ente las normas como “hechos norm ativos” (como dice P etrajitsky); es
decir, como reglas im perativas que com portan u n a génesis en función de las
interacciones sociales de todo tipo y actúan, p o r su parte, causalmente
como interacciones particulares.
Se observa desde u n prim er m om ento el p u n to d e unión. U n a vez
planteados los axiomas iniciales, u n a teoría form alizada se desarrolla p o r
u n a v ía puram ente deductiva y sin reunir a lo real; los axiomas iniciales,
por su parte, traducen siempre, bajo u n a form a m ás o menos encubierta,
operaciones reales de las que constituyen el esquem a abstracto. A hora bien,
esto es precisamente lo que se revela con claridad en el caso de formaliza-
ción jurídica de K elsen: la “norm a fundam en tal”, que expresa form alm ente
la condición a priori de la validez del orden jurídico en su totalidad, es
sólo la expresión abstracta del hecho concreto de que la sociedad “reconoce”
el valor normativo de este o rd en ; ella corresponde, entonces, a la realidad
social del ejercicio efectivo de u n poder y del “reconocimiento” de este
poder o del sistema de las reglas que em anan de aquél. Pese a que la
construcción jurídica form al puede ser axiom atizada en la form a más “p u ra ”,
caben muchas dudas de que la norm a fundam ental pueda, por su parte,
perm anecer pura, ya que el “reconocim iento” real constituye un interm e­
diario indispensable entre el derecho abstracto y la sociedad: la axiom a­
tización debe, sin duda, co rtar este cordón um bilical p ara disociar la cons­
trucción formal de sus vínculos con lo real, pero el sociólogo debe recordar
que este cordón ha existido y que su papel h a sido fundam ental en la
alim entación del derecho em brionario.
A hora bien, la situación de la teoría “pu ra” del derecho es ésta, y se
puede prever lo mismo en relación con u n a disciplina que en realidad
no existe aún, pero cuya elaboración presentaría u n gran interés: la teoría
“p u ra ” de las relaciones morales. Con trariam ente a la opinión del propio
K elsen, no se excluye en absoluto la posibilidad de que en la construcción
de las norm as morales sea posible poner de m anifiesto u n proceso análogo
al que este autor describe en el terreno jurídico; en este caso, sin embargo,
se tra ta ría de u n a construcción de relaciones personales, y no ya trans­
personales, así como de u n a elaboración m ucho m ás lenta, que correspon­
d ería a la sucesión de las generaciones (al ser cad a norm a transm itida
aplicación de normas precedentes y creación de nuevas normas) y, sobre
todo, u n a diferenciación m ucho m ayor de las “norm as individuales” sin
intervención de órganos estatales creadores de norm as. D e todas formas
y pese a estas diferencias, valdría la p en a in te n ta r la comparación, sobre
la base de una form alización precisa y logística.
Por último, es evidente que las reglas que rigen las representaciones
colectivas racionales determ inan a su vez una axiomatización precisa: nos
referimos a la lógica, como com ún expresión de los mecanismos opera­
torios intraindividuales e interindividuales. Exam inarem os este problema
m ás en detalle en el § 7, pero desde un nuevo p u n to de vista, ya que la
lógica no es sólo una de las formas axiom atizadas de la explicación so­
ciológica : es tam bién u n producto de la vida social y constituye, entonces,
u n o de los campos en que la explicación sociológica se continúa en explica­
ción del conocimiento.
E n resumen, todos los sistemas de norm as que alcanzan un estado de
equilibrio a la vez móvil y relativam ente perm anente pueden determ inar
u n a axiomatización, que com plem enta, aunque sin reem plazarla, a la expli­
cación sociológica real, ya que ella sólo perm ite desentrañar las estructuras
implicativas, independientem ente de la causalidad social. Hemos aclarado
entonces este punto, y puesto que la utilización de este género de form ali­
zación contribuye por su p arte a disociar los mecanismos propiam ente
operatorios de las ideologías que le son atribuidas en la conciencia común,
debemos ocuparnos ah o ra de ia explicación sociológica real (por oposición
a form al) del pensam iento socializado y colectivo. Hemos reservado esta
discusión para el final de este capítulo, puesto que no sólo se relaciona
con la epistemología desde el punto de vista de la estructura de la explica­
ción sociológica, considerada como form a p articu lar del pensamiento cien­
tífico: este problem a condiciona la epistemología teniendo en cuenta la
m ateria estudiada, ya que se trata del pensamiento como tal, considerado
como objeto de análisis de la sociología. E n otras palabras, toda sociología
se contin úa naturalm ente en u n a sociología del conocimiento (de la misma
form a en que toda psicología culm ina por su parte en u n a psicología del
conocim iento) y esta sociología del conocimiento condiciona a la propia
epistemología genética.
E n este sentido, se deben exam inar dos problem as fundam entales:
la explicación sociológica de las formas sociocéntricas d e pensam iento (desde
las ideologías en general hasta las metafísicas propiam ente dichas) y la
explicación sociológica de las form as operatorias de pensam iento colec­
tivo (de la técnica a la ciencia y a la lógica).

§ 6. E l p e n s a m i e n t o s o c i o c é n t r i c o . El análisis del desarrollo indi­


vidual del pensam iento perm ite observar__§l hecho esencial de que Ja s?
operaciones del espíritu derivan de la ¡acción iy de los m ecardsmos sensorio-
mótores~ pero "qué "á3em5s y para constituirse exigen u na deseentralizacióii
gradual en relacióiT- zon la^ÍO Tm ásJnieiaiesJe_.re¿resentacioñ,rrq5ilFM n_
egú cen S casT En otras palabras, la explicación del pensam iento operatorio
en el individuo supone la consideración de tres y no y a sólo de dos sistemas
cognitivos: en prim er lugar, Existe la asimilación p ráctica de lo real a los
esquemas de la actividad sensoriomotriz, con un comienzo de descentra­
lización en la m edida en que estos esquemas se coordinan entre sí y en que
la acción se sitúa en relación con los objetos sobre los que actúa ¿¿existe
■hiego la asimilación representativa de lo ..real a los esquemas iniciales del
pensaifei.eq.tQ,. que siguen síeácRf"ágocéntricds eii la m edida en que no con­
sisten aú n en operaciones coordinadas, sino en acciones interiorizadas
aisladas; por último,-Existe la asimilación a las propias operaciones,'que
prolongan la coordinación de las ,acciones, aunque con la condición de u n a
descentralización sistemática respecto del, yo y de los conceptos subjetivos.
El. progreso del conocimiento individual no consiste entonces sólo en una
integración directa y simple de los esquemas iniciales en los esquemas
ulteriores, sino en u n a inversión fundam ental de sentido que sustrae las
relaciones a la prim acía del p unto de vista propio y las vincula con sistemas
que subordinan este punto de vista a la reciprocidad de todos los puntos
dé vista posibles y a la relatividad inherente a los agrupam iento? opera-
cionales. .Los m omentos esenciales de esta construcción son, entonces, los
siguientes: acción" práctica, pensam iento egocéntrico y pensam iento^oge-
ratorio.
~A hora bien, el análisis sociológico del pensam iento colectivo conduce a
resultados exactam ente paralelos. E n las diversas sociedades hum anas
existen técnicas ligadas al trabajo m aterial y a las acciones que el hombre
ejerce sobre la naturaleza; estas técnicas constituyen u n prim er tipo de
relaciones entre los sujetos y los objetos: estas relaciones pueden lograr una
cierta eficacia y, en consecuencia, objetividad, pero su tom a de conciencia
sigue- siendo parcial," ya que están ligadas' a los resultados obtenidos y no
tienen como objeto la com prensión de las conexiones mismas. Además, y por
o tra parte, existe u n pensam iento científico u operatorio que continúa
en p arte las técnicas (o las enriquece recíprocam ente), pero que las com­
pleta, al agregarle a la acción u n a com prensión de las relaciones y, sobre
todo, al sustituir la acción m aterial m ediante las acciones y las técnicas
interiorizadas representadas por las operaciones de cálculo, de deducción
y de explicación. E ntre la técnica y la ciencia, sin em bargo, existe un
térm ino medio, que en algunos casos h a actuado como obstáculo: nos refe­
rimos al conjunto de las formas colectivas de pensam iento que no son ni
técnicas ni operatorias y que proceden de la simple especulación; las
ideologías de todo tipo, cosmogónicas o teológicas, políticas o metafísicas,
qué van desde las representaciones colectivas más prim itivas hasta los siste­
mas reflexivos contemporáneos m ás refinados. A hora bien, el resultado más
im portante de los análisis sociológicos realizados sobre este térm ino medio,
ni técnico ni operatorio del pensam iento colectivo, fue el de dem ostrar
su aspecto esencialmente sociocéntrico: m ientras la técnicas. y la ciencia
constituyen dos tipos de relaciones objetivas éntre los hom bres que viven
Un sociedad y el universo, la ideología, bajo todas sus formas, es u n a repre­
sentación de las cosas que centralizan al universo, en la sociedad hum ana,
en sus aspiraciones y en sus conflictos. El advenim iento del pensamiento
operatorio supone en el individuo u n a descentralización en relación con
el pensam iento egocéntrico y con el yo, necesaria p a ra perm itir que la
operación continúe a las acciones de las qüe procede; del mismo modo
el pensam iento científico h a exigido siempre, en el desarrollo social, una
descentralización en relación con las ideologías y con la sociedad necesaria
p ara perm itir que el pensam iento científico continúe la acción de las téc­
nicas en las que se origina.
E n lo que se refiere a la necesidad de esta descentralización funda­
m ental, n ad a es más significativo que com parar las concepciones idealistas
del desarrollo (como por ejemplo la iey de los tres estados de A. Comte,
que en D urkheim se convirtió en la teoría de la conciencia colectiva) con
los conceptos m arxistas de la infraestructura técnica y de la superestructura ,
ideológica, inspirados en el sentim iento agudo de los desequilibrios y de
los conflictos sociales. Estos tres autores coinciden en lo que se refiere al
carácter sociocéntrico de las ideologías; sin embargo, m ientras -Comte y
D urkheim consideran a la ciencia como la continuación n atu ra l del pensa­
m iento sociomórfico, u n a sociología operatoria como la de M arx pone por
el contrario en contacto a la ciencia^con Jas^ técnicas y en lo que se refiere a
las ideologías proporciona un notable instrum ento crítico que perm ite poner
de m anifiesto el elemento sociocéntrico. incluso en los productos más refi­
nados del pensam iento metafíisico contem poráneo: subordina, de este modo,
la objetividad am bicionada por el pensam iento científico a u n a condición
previa y necesaria, l a descentralización de los conceptos en relación con
las ideologías superestructurales y su vinculación con las acciones concretas
en las que se basa la vida social.
U n a sociología del conocimiento que ignora el alcance de este proceso
de descentralización se caracteriza p o r el hecho de que tard e o tem prano
vincula al pensam iento científico con las ideas místicas y teológicas prim i­
tivas: en efecto, si se rem ontan sucesivamente los niveles de la evolución
de un concepto, con la condición de no ab andonar el terreno de la super­
estructura, se p o d rán observar siempre algunas formas iniciales de este
concepto de naturaleza religiosa. D e este modo, la idea de causa fue en
un prim er m om ento m ágica y animista; la idea de ley n atural se confundió
durante m ucho tiem po con la de una obediencia a voluntades sobrenaturales;
la idea de fuerza se inició bajo aspectos ocultos, etc. Todo el problem a,
es entonces el de saber si esta derivación es directa o si, por el contrario, el
pensamiento científico h a descentralizado poco a poco estos conceptos socio-
céntricos vinculándolos nuevam ente con su fuente p rác tica: defender el
primero de estos dos puntos de vista supone afirm ar la continuidad de la
conciencia colectiva considerada en una u n id a d ; defender el segundo, por
el contrario, supone disociar lo ideológico... de lo concreto ,e introducir, en el
análisis de las interacciones en presencia, las tres categorías de la-técnica, ■
de la ideología y de la ciencia, con descentralización necesaria de la tercera
en relación con la segunda.
A. Com te y sobre todo D urkheim defendieron el prim ero de estos dos
puntos de vista y se puede afirm ar que la idea central del durkheim ismo
reside en la derivación de todas los conceptos racionales y científicos a
partir del pensam iento religioso, considerado como la expresión simbólica
o ideológica de la coacción del grupo social primitivo sobre los individuos.
Sin embargo, nadie insistió en mayor grado que Durkheim sobre el carácter
“sociomórfico” de estas representaciones colectivas primitivas. La defensa
simultánea de dos posiciones tan difíciles de conciliar se debe, evidente­
mente, al hecho de que, en lugar de proceder a un análisis de los diferentes
tipos de interacciones sociales, utilizó constantem ente el lenguaje global
de la “totalidad” . Entonces, para dem ostrar la naturaleza colectiva de la
razón, utilizó indistintam ente dos tipos de argumentos, en realidad m uy
diferentes, pero utilizados en forma sim ultánea bajo el disfraz de este
concepto indiferenciado del todo social que ejerce su coacción sobre los
individuos. Los prim eros argumentos son de carácter sincrónico y consisten
en señalar que los individuos no pueden tener acceso a la generalidad y a
la estabilidad características de los conceptos, a las ideas dé tiempo y de
espacio homogéneas, a las reglas formales de la lógica, etc., sin u n in ter­
cambio constante de pensam iento regulado por el grupo en su totalidad.
Los segundos argum entos son de orden diacrónico y equivalen a establecer
la continuidad entre las representaciones colectivas actuales y las represen­
taciones colectivas “originales” : p ara D urkheim , la característica “socio-
mórfica” de estas representaciones prim itivas constituye una prueba m ás de
su origen social; puesto que él se niega a distinguir el carácter cooperativo
de las reglas que aseguran el trabajo técnico o intelectual efectuado en
común y el carácter coercitivo de las tradiciones o transmisiones unilaterales,
este sociocentrismo prim itivo no lo perturba en lo que. se refiere a la in ter­
pretación de las representaciones colectivas racionales y no considera que
sea necesaria ninguna descentralización o inversión de sentido del pensa­
miento científico en relación con la ideología sociomórñca.
A hora bien, y como lo veremos más en detalle en el § 7, los prim eros
entre estos dos tipos de argumentos son perfectam ente válidos, aunque bajo
dos condiciones. U n a es la de adm itir que el trabajo colectivo que conduce
a la constitución de los conceptos racionales y reglas lógicas es una acción
realizada en ccm ún antes de ser un pensam iento com ún: la razón no es sólo
comunicación, discurso y conjunto de conceptos; ella es, en prim er lugar,
sistema de operaciones y la colaboración en la acción es lo que conduce a
la generalización operatoria. L a segunda de las dos condiciones es la de
reconocer que se tra ta en este caso, de u n proceso heterogéneo en relación
con la coacción ideológica de las tradiciones. Sin duda, tam bién existen
técnicas “consagradas” como conceptos impuestos por el respeto de la
o pinión: sin em bargo, esta consagración no determ ina su valor racional.
Lo “universal” puede ser asimilado a lo colectivo sólo con la condición
de referirse a u n a cooperación en el trabajo m aterial o m ental, es decir a
un factor de objetividad y de reciprocidad que suponga la autonom ía de
los participantes y que se m antenga ajena a la coacción intelectual de las
^e^esentacioñés'T óciom órficas impuestas por el grupo en su totalidad por
algunas dé sus clases sociales. Cuando D urkheim respondió a la objeción
que se le form uló de subordinar la razón a la opinión pública, declaró que
aquélla era u n m al juez de la realidad social efectiva y que siempre per­
m anecía en retraso en relación con las corrientes profundas que atraviesan
a esta ú ltim a; con esta declaración, D urkheim ¡reconoció, en realidad, la
irreductibilidad de la cooperación a la coacción y la necesidad, p ara hacer
sociología concreta, de disociar el todo social en procesos diversos (lo que
determ ina entonces u n análisis de los tipos de actividades, de relaciones
interindividuales, de coacciones y de oposiciones de clases, de relaciones entre
generaciones, e tc é te ra ).
En lo que se refiere a los otros argum entos de D urkheim , es decir al
descubrim iento de las representaciones colectivas “sociomórficas” no se
puede subestim ar el interés de los hechos así revelados; estos hechos, sin
embargo, no suponen necesariam ente las consecuencias que él deduce;
además, este sociocentrismo no podría lim itarse sólo a las ideologías de las
sociedades primitivas. E n efecto, las “clasificaciones prim itivas” descriptas
p o r H ubert y M auss y basadas en las distribuciones de los individuos en
tribus y en clanesflas form as cualitativas del tiem po y del espacio m odeladas
en la sucesión de las fiestas colectivas o la topografía del territorio social,
los conceptos de causa y de fuerza que em anen de las energías caracte­
rísticas de la coacción del grupo, etc., son todos hechos inobjetables y muy
instructivos p ara la sociología. ¿Pero qué p rueb an exactamente? ¿Q ue
las principales categorías del espíritu son m odeladas por la sociedad o que
son deform adas por ella? ¿ O ambas cosas a la vez? ¿P rueban que estas
formas sociomórficas de pensam iento se sitúan en el origen de la razón o
simplemente de las ideologías colectivas?
A hcra bien, u n a confusión frecuente puede dificultar este análisis:
a partir del hecho de que las representaciones colectivas “originales” son
sociomórficas y, sobre todo, del hecho de que ellas se transm iten com ple­
tam ente constituidas m ediante la coacción educativa de las generaciones
anteriores . sobre las siguientes .en u n a sociedad que ignora la división del
trabajo económico, las clases sociales y la diferenciación intelectual de los
individuos, se suele considerar entonces, que ellas están más socializadas que
las nuestras (m ás socializadas, por ejemplo, que la razón autónom a de un
m atem ático que razona sobre conceptos que él mismo inventó) o al menos
que poseen u n a socialización similar. A hora bien, p a ra disipar esta ilusión
basta com probar que, si bien el desarrollo de las operaciones racionales
supone u n a cooperación entre los individuos que liberan a éstas de su
egocentrismo inicial, las representaciones colectivas sociocéntricas, por el
contrario, corresponden en el plano social a lo que las representaciones
egocéntricas son en el plano individual.
El n iñ o pequeño, a nivel del pensam iento intuitivo, considera así que
los astros lo siguen en sus paseos, sobre todo la lu n a y las estrellas que
parecen retroceder en el cam ino cuando él vuelve sobre sus pasos. G uando
el prim itivo considera que el curso de los astros y de las estaciones está
regulado p o r la sucesión de los hechos sociales y que, entre los antiguos
chinos estudiados por G ranet, el H ijo del Cielo garantiza su m arch a regular
yendo alrededor de su reino y después de su palacio, la centralización en
la tribu o incluso en el im perio reem plaza la centralización en el individuo,
es decir, que el sociocentrismo reem plaza al egocentrismo, pero entre dos
tipos de “centrismos” po r oposición a las operaciones descentralizadas de
lajrazón. D el mismo modo, en el niño existen u n a finalidad, u n animismo,
un artificialismo, u n a m agia, u n a “participación”, etc., egocéntricos; pese a
todas las diferencias que existen entre estos conceptos fluidos e inestables
y las grandes cristalizaciones colectivas que caracterizan a las mismas
actitudes en el plano de las ideología de los primitivos, podem os observar
nuevam ente u n a convergencia entre el egocentrismo intelectual del individuo
y el sociocentrismo de las representaciones “prim itivas” .
En consecuencia, podem os responder ahora a las preguntas anterior­
m ente planteadas. L o que dem uestra la naturaleza social de la razón no
es el carácter sociomórfico de las representaciones colectivas prim itivas, sino
(como lo acabam os de ver y como volveremos a examinarlo en el § 7) el
papel necesario de la cooperación en la acción técnica y en las operaciones
efectivas del pensam iento que la continúan. Las representaciones colectivas
sociomórficas constituyen sólo un reflejo ideológico de esta realidad fu n d a­
m ental : ellas expresan la form a en que los individuos se representan en
común su grupo social y el universo; esta representación es sociocéntrica
por ser sólo intuitiva o incluso simbólica y no a u n operatoria, en virtu d
de una ley general de todo pensamiento no operatorio, la de estar centrado
en su tem a (individual o colectivo). Además, transm itida y consolidada
por las coacciones de la tradición y de la educación, ella se opone, precisa­
mente, a la formación, de las operaciones racionales, que suponen el libre
' juego de u n a cooperación de pensam iento basada la acción. Las represen­
taciones colectivas sociocéntricas características de las sociedades prim itivas
no constituyen entonces el punto de p artid a de la razón científica, pese a
la continuidad aparente observada por D.urkheim; este autor se limitó al
desarrollo continuo de las superestructuras sin com prender la descentración
esencial de pensam iento que la ciencia supone; y ello incluso (como lo
señaló Brunschvicg) 1 3 llegando a un intento de im poner a los físicos mo­
dernos el respeto por el concepto de “fuerza” por derivar del “m á n a” de
los milanesios o de la “orenda” m ágica de los sioux, En realidad, el socio-
morfismo prim itivo da origen no a la razón sino a las ideologías sociocén-
tricas de todas las épocas, con la única diferencia de que con la división
dél trabajo económico, el sociocentrismo de las clases sociales h a dom inado
progresivam ente al sociocentrismo a secas: subordinar el tiem po físico al ca­
lendario de las fiestas colectivas, en efecto, supone representarse al universo
como centrado en el grupo social, de la m ism a form a en que el teó rico . del
“derecho n a tu ra l” im agina u n orden del m undo que confiere a los indivi­
duos en sociedad la posesión in n a ta de algunos derechos (lo que legitimiza
entonces el derecho de propiedad, etc.), o de la misma forana en que el
teólogo y el metafísico construyen un universo cuyo centro coincide con
el hombre, es decir, con la m anera en que la sociedad está organizada o
tiende a organizarse m ejor en u n m om ento determ inado de la historia.

Antes de exam inar la form a en que el marxismo y el neom arxismo


interpretan las ideologías contem poráneas, recordemos la do ctrin a de T arde.
Este sociólogo se vio perjudicado por u n a tendencia a u n a excesiva simpli­
ficación que lo dispensó tanto de u n a reconstitución histórica o etnográfica
precisa com o de la inform ación psicológica indispensable p a ra el estudio
de las interacciones individuales (punto de vista con el que él reem plaza
el de la “ totalidad” durkheim iana) ; sin embargo, realizó observaciones de
detalle m uy interesantes. E n el esquema general que T ard e form ula sobre
las interacciones ( “im itación”, “oposición” y “adaptación” o “interven­
ción” ), la lógica satisface dos funciones particulares, comunes a la actividad
individual y a las interacciones. E n prim er lugar, una función de “equili-
bración” : la lógica es u n a coordinación de las creencias que d eja de lado
las contradicciones y perm ite la síntesis de las tendencias conciliables. Por
otra parte, u n a función de “mayorización” : la lógica nos perm ite lograr
u n a certeza cada vez mayor. Sin embargo, esta equilibración y esta mayo­
rización de las creencias pueden tener como centro tanto a la conciencia
individual considerada como u n sistema m om entáneam ente cerrado, como
a la sociedad entera considerada tam bién como u n sistema único. Ello da
lugar a u n a “lógica individual”, fuente de coherencia y de creencia reflexiva
en el seno de cada conciencia personal (la lógica a secas, en el sentido
corriente del térm ino) y la “lógica social” , fuente de unificación y de
refuerzo de las creencias en el seno de u n a sociedad dada. T ard e entrevio
a m enudo la interdependencia de la conciencia individual y de la sociedad:
de este m odo, las oposiciones sociales se traducen en el individuo bajo
formas de conflictos internos, las deliberaciones externas b ajo form a de
reflexión interior, la adaptación social bajo la de dimensión m ental, etc.,
con una oscilación entre los polos internos y externos de cad a uno de
estos pares. A hora bien, llam a la atención que no se haya p lan tead o preci--

15 L. Brunschvicg: L ’expérience humaine et la causalité physique, París (1922),


págs. 106-107.
sámente este problem a en relación con la lógica; no se preguntó, entonces,
si la “lógica individual” deriva de la “lógica social” , o a la inversa, o si
ambas se construyen en form a sim ultánea. T ard e se limitó a señalar sus
antagonismos en u n a form a müy llam ativa, pero sin ubicarse nu n ca en el
terreno genético. E n la “lógica individual”, como la designa T ard e, la
equilibración y la mayorización van a la p a r: u n a creencia será tan to más
segura cuanto que form a parte de un sistema m ás coherente y no enfrente
ninguna contradicción. E n la “lógica social” , ocurre al parecer lo mismo: la
“mayorización” conduce a la acumulación de estos “capitales de creencias” ,
como dice T arde, es decir las religiones, los sistemas morales y jurídicos,
las ideologías políticas, etc., y la “equilibración” tiende a la supresión de los
conflictos m ed ian te la eliminación de las opiniones singulares o herejías. Sin
embargo, precisam ente debido al hecho de qué cada individuo se ve llevado
a pensar y a repensar el sistema de las ideas colectivas, las dos tendencias a
la mayorización y a la equilibración sociales son a la larga inconciliables
y predom inan en form a altern ad a: cuando las creencias están unificadas
socialmente en exceso (ortodoxas por causas de equilibración), los indi­
viduos no creen m ás en ellas y cuando intentan reforzar sus convicciones
(mayorización) caen en la herejía y am enazan de este m odo la u n id ad del
sistema. L a historia de las religiones, etc., incluso de los sistemas de signos
verbales (conflictos entre el lenguaje correctam ente utilizado y la expresi­
vidad) proporciona a T ard e muchos ejemplos de esta alternancia; a p a rtir
de ello, T a rd e llega a la conclusión de que las sociedades term inan siempre
por subordinar la “lógica individual” a la “lógica social” (sociedades
llamadas prim itivas, teocracias orientales, etc.) o inversam ente (dem ocracias
occidentales). Estas dos lógicas son entonces incompatibles y se basan en
realidad en “categorías” opuestas: conceptos espacio-temporales y objeto
m aterial en el caso de la lógica individual, conceptos jurídico-m orales e
idea de D ios com o punto de apoyo de los valores en el de la lógica social.
Es interesante observar que a p artir del m om ento en que em prende el
estudio de la sociología del conocim iento,' contra su voluntad y p ráctica­
m ente en oposición con todo el resto de su doctrina, T ard e se ve llevado a
reconocer la existencia de u n dualismo fundam ental entre las ideologías
sociocéntricas originadas en la coacción del grupo y la lógica racional. Es
evidente, en efecto, que la “lógica social” de T ard e es sólo la lógica de la
superestructura ideológica que expresa el sociocentrismo característico de
toda coacción colectiva espiritual: la equilibración y la mayorización que
constituyen sus leyes son sólo una traducción apenas velada de la “coacción
social” de D urkheim , fuente, al mismo tiempo, de las transmisiones sociales
y de los valores “sagrados” . En lo que se refiere a la “lógica individual”
de Tarde, su g ran error fue el de no haber com prendido que es m ucho m ás
social que el pensam iento sociocéntrico y que, lejos de ser innata, supone u n a
cooperación continua: en el pensamiento individual en vías de socialización
( el'egocentrismo infantil) no existe ni una equilibración ni u n a mayorización
de las creencias, al no haber operaciones que estén coordinadas individual
y socialmente (véase § 7 ). Por o tra parte, la im posibilidad de conciliar
socialmente la mayorización y la equilibración es real sólo en el caso de las
ideologías y sólo en las sociedades suficientemente diferenciadas: en el plano
de la cooperación social, el equilibrio de las creencias y su m ayorización no
tienen n ad a de contradictorio, como lo dem uestran las relaciones colec­
tivas que actúan en la colaboración técnica y científica. E n resumen* la
“lógica individual” de T arde es la lógica social y su “lógica social” es la
ideología sociocéntrica.

E n oposición con el realismo idealista de D urkheim y con el indivi­


dualismo de T arde, la concepción esencialmente concreta que K. M arx
elaboró sobre el problem a de las ideologías y de la lógica (haciendo abstrac­
ción de las pasiones políticas relacionadas con u n nom bre que se ha conver­
tido en símbolo y que en algunos casos es considerado como un profeta y
en otros como u n sofista) concuerda en m ucho mayor grado con los datos
actuales de la psicología y de la sociología. El m érito de K. M arx, en efecto,
es el de haber distinguido en los fenómenos sociales un a infraestructura
efectiva y u n a superestructura que oscila entre el simbolismo y la tom a de
conciencia adecuada, en el mismo sentido (tal como el propio M a rx lo
declara en form a explícita) en que la psicología se ve obligada a distinguir
entre la conducta real y la conciencia. L a infraestructura está representada
por las acciones efectivas o las operaciones que consisten en el trab ajo en
las técnicas y que vinculan a los hombres de la sociedad con la naturaleza:
relaciones “m ateriales”, dice M arx, pero se debe entender que ya a p artir
de las conductas más m ateriales de producción existe un intercam bio entre
el hom bre y las cosas, es decir, u n a interacción indisociable entre los sujetos
activos y los objetos. E sta posición llam ada “dialéctica”, p o r oposición al
m aterialism o clásico (M arx expuso su posición al reprochar a F euerbach
su concepción receptiva o pasiva de la sensación), se caracteriza p o r la
actividad del sujeto en interdependencia con las respuestas del objeto. En
relación con la infraestructura, la superestructura equivale entonces a lo
que la conciencia del hom bre individual es en relación con su conducta:
la conciencia puede ser u n a autoapología, u n a transposición simbólica o un
reflejo inadecuado de la conducta o puede prolongar a ésta bajo form a de
acciones interiorizadas y de operaciones que desarrollan la acción re a l; del
mismo modo, la superestructura social oscilará entre la ideología y la
cencía. L a ciencia realiza y refleja la acción técnica en el plano del pensa­
miento colectivo, m ientras que la ideología, por el contrarío, constituye
esencialmente u n simbolismo sociocéntrico, centrado no en la sociedad
entera, dividida y presa de oposiciones y de lucha, sino en las subcolecti-
vidades representadas p o r las clases sociales con sus intereses.
Cuando en sociología se intenta alcanzar u n a cierta objetividad, llam a
la atención com probar que la distinción entre la infraestructura y la super­
estructura h a sido aceptada po r uno de los mayores adversarios de la
teoría m arxista; ello señala en grado suficiente la necesidad de tales con­
ceptos p ara el análisis sociológico de las ideologías y de las metafísicas.
E n su gran T raite de sociologie genérale, V . Pareto insiste, en efecto,
a lo largo de m ás de m il páginas, sobre la utilidad esencial del estudio de
los “discursos” , las teorías pseudocientíficas y, las ideologías en general,
p ara com prender los mecanismos sociales; ello perm ite esclarecer, bajo la
aparente racionalidad de esta gigantesca producción de conceptos m eta-
físicos, las intenciones ocultas y los intereses reales en juego. Los conceptos
m arxistas de superestructura y de infraestructura se presentan entonces de
la siguiente form a: p o r u n lado, un elemento variable, que depende de
las ideas filosóficas o de las modas espirituales del momento y que consiste
en “derivaciones” conceptuales y verbales; p o r el otro, los intereses efectivos,
fuente inconsciente de la ideación colectiva y que se m anifiestan bajo form a
de “residuos” constantes. A pesar del valor del intento de Pareto p ara con­
vertir a los “residuos” e n elementos de u n equilibrio mecánico y p ara
analizar objetivam ente las oscilaciones y los desplazamientos de equilibrio,
la debilidad de su trab ajo se origina en dos defectos esenciales. P o r u n
lado, concibió a sus “residuos” como especies de instintos innatos en el
individuo, susceptibles de ser clasificados de u n a vez p ara siempre y, en
consecuencia, inalterables en el transcurso de la historia; no com prendió
que tam bién los residuos eran el producto de interacciones originadas en las
actividades múltiples del hom bre en sociedad. Por otra parte, su análisis de
las “derivaciones” ideológicas es llam ativam ente escueto, ya que carecía
de una cultura filosófica suficiente; ello no le perm itió p oner en claro el
simbolismo que com porta la conceptualización característica de esta super­
estructura cambiante.
Los discípulos contem poráneos de K. M arx en sociología realizaron un
análisis sistemático de este simbolismo ideológico; el valor de las hipótesis
m arxistas puede ser juzgado a partir de ios resultados de estos nuevos
métodos de interpretación. Sin embargo, los trabajos d e . G. Lukács y de
L. G oldm ann han perm itido ya bosquejar u n a idea precisa sobre lo que
se puede esperar de este método en la sociología de la creación literaria
y, sobre todo (lo que interesa en form a directa a la epistemología), en la
crítica sociológica del pensam iento metafísico.
E n sus diversos ensayos, Lukács puso de manifiesto el papel de la
“conciencia de clase” en toda producción filosófica y literaria y el proceso
de “cosificación” que él atribuye al pensam iento burgués. E n especial,
mostró en el mecanismo de 1 a. producción literaria la proyección idealizada
de los conflictos sociales vividos por sus creadores. Sus análisis más notables
corresponden a las repercusiones del T herm idor francés sobre la cultura
alem ana, en especial sobre H olderlin, G oethe y Hegel.
E n el terreno de la crítica metafísica, la obra de L, G oldm ann continúa
a la de Lukács. E n efecto, dem uestra basándose en ejemplos tan significa­
tivos como los de K a n t y de Pascal que la creación de los grandes sistemas
especulativos constituye, esencialmente, la satisfacción m ediante el pensa­
miento de algunas necesidades dom inantes relacionadas con el desarrollo
de u n a clase social d u ran te un período determ inado de la historia de las
sociedades nacionales. D e este modo, la lucha de la burguesía europea
contra el feudalismo y luego su liberación dieron lugar a la constitución
de un cierto núm ero de ideales que dom inan todo el pensamiento metafísico
occidental. Se trata, en prim er lugar, de los conceptos fundam entales de
libertad y de individualismo, que crean a la igualdad jurídica como con­
dición necesaria y conducen al racionalismo, que en su esencia es la filosofía
de la autonom ía y de los derechos del individuo. Luego, sin em bargo, en la
m edida en que esta liberación del individuo se hace posible, surge el senti­
miento trágico de su ru p tu ra con la com unidad hu m an a y, en consecuencia,
la búsqueda de u n ideal de totalidad, considerado sim ultáneam ente como
necesario y como inaccesible. A esto se le agrega la diversidad de los puntos
de vista nacionales: estas grandes líneas m uestran un a particular nitidez
en el pensam iento francés, m ientras que en el caso del empirismo inglés se
refleja el espíritu de compromiso social: “ Un compromiso es un a lim itación,
aceptada bajo la presión de la realidad exterior, de los deseos y de las.
esperanzas de los que se h a partido. E n u n país en el que la estructura
económica y social se haya originado esencialmente en un compromiso entre
dos clases opuestas, la visión del m undo de los filósofos y de los poetas será
tam bién m ucho m ás realista y menos radical que en los países en los que
una lucha prolongada m antuvo en la oposición a la clase ascendiente.
A nuestro parecer ésta es una de las principales causas que determ inaron que
el pensam iento filosófico de la burguesía inglesa haya sido em pirista y
sensualista, y no racionalista como en F rancia ” . 1 6 E n lo que a A lem ania
se refiere, el retraso considerable del liberalismo sitúa al escritor y al filósofo
hum anista en u n a posición m uy diferente, caracterizada por la soledad y
el sentimiento de la imposibilidad de una realización ráp id a del ideal r a ­
cional. Ello perm ite bosquejar u n a explicación sociológica posible de la
filosofía kantiana. “L a im portancia de K a n t reside sobre todo en el hecho
de que su pensam iento expresa por un lado en form a totalm ente clara las
concepciones del m undo individualista y atom ista, tom adas de sus prede­
cesores y llevadas hasta sus últim as consecuencias; por ello, precisam ente,
choca con sus límites últimos que K an t considera como límites de la exis­
tencia hum ana como tal, del pensamiento y de la acción del hom bre en
general y que, por o tra parte, no se detiene (como la m ayor p arte de los
neokantianos) en la com probación de estos lím ites; em prende p o r el con­
trario los prim eros pasos, sin d u d a vacilantes pero pese a ello decisivos,
hacia la integración en la: filosofía de la segunda categoría, del todo, del
universo. . . ” 1 7
Debemos tener en cuenta la im portancia tan to sociológica como episte­
mológica de este m étodo de análisis. Desde u n p unto de vista sociológico
perm ite finalm ente elaborar u n a interpretación adecuada de las ideologías
y de su extensión real y evitar el doble abuso que consiste en situarlas en
el mismo plano que el pensam iento científico o, si no, en despreciarlas y
negarles toda significación funcional (considerándolas como u n simple
reflejo o “derivación”, etc.). E n realidad, u n a ideología es la expresión
conceptualizada de los valores en los que u n conjunto de individuos cree
y como tal satisface u n a función al mismo tiem po positiva y muy diferente de
la de la ciencia: la ideología traduce u n a tom a de posición que defiende

18 L. G oldm ann: L a com m unauté humaine et l’univers chez K ant, París, p u f ,


1948, pág. 10.
17 Ibíd., pág. 8.
e intenta justificar, m ientras que la ciencia com prueba y explica. D e este
modo, la psicología del novelista es m uy diferente de la del psicólogo y, al
mismo tiempo, puede profundizar el análisis con ta n ta o mayor fineza:
el novelista, en efecto, incluso si es realista, expresa u n punto de vista
sobre el m undo y sobre la sociedad, el suyo propio, m ientras que la ciencia
intenta conocer sólo el del objeto. U na m etafísica es u n a apología o una
evaluación, tanto si es u n a teodicea como si es un a glorificación de la nada.
Como tal, u n a ideología obedece a leyes de conceptualización específica,
las del pensam iento simbólico en general, pero de u n simbolismo que es
más colectivo que indiv id u al: ella satisface m ediante el pensam iento nece­
sidades comunes, de la m ism a forma en que el sueño y el juego satisfacen
las necesidades individuales, y conduce a u n a realización de los valores bajo
la forma de u n sistema ideal del m undo y corrige al universo real. Su
simbolismo es entonces necesariamente sociocéntrico, ya que su función
propia es la de traducir en ideas las operaciones originadas en conflictos
sociales y morales, es decir la de centrar el universo en los valores elaborados
por el grupo o por las subcolectividades que se enfrentan en el seno del
grupo social.
Desde el p unto de vista epistemológico, esta explicación sociológica del
pensamiento metafísico proporciona u n instrum ento esencial de crítica
del conocimiento. Lejos de conducir a u n a distribución de los conocimientos
humanos en dos ficheros muy delimitados, el del pensam iento sociocéntrico
y el del pensam iento objetivo, permite, p o r el contrario, dilucidar la p re­
sencia del elemento ideológico en todos los sectores en los que se infiltra,
es decir incluso en la aureola metafísica que rodea a to d a ciencia positiva
y de la que ésta se diferencia sólo en form a m uy gradual. Por u n lado,
pone en m anifiesto Ja-d u alid ad entre u n pensam iento cuya función es la.
de~jilstíficar valores y otro cuya función es la de esclarecer las relaciones
éntre la naturaleza y el hombre. Pero, po r o tra parte, como estos valores
constituyen los objetivos de las acciones del hom bre en sociedad y puesto
que las relaciones objetivas entre el hom bre y la naturaleza se conocen sólo
por interm edio de tales acciones, entre ambos polos extremos se encuentran
todas las transiciones posibles: ello da lugar a la dificultad con la que
tropieza la ciencia de disociarse de la ideología y a la necesidad absoluta
de una deseentración del pensamiento científico en relación tan to con el
pensamiento sociocéntrico como con el egocéntrico.
En resumen, el análisis sociológico del pensam iento colectivo conduce
efectivamente a la distinción de tres y no de dos sistemas interdependientes:
las aecionesjeales,-que.-constituyen la infraestructura de la sociedad; la
ideología, que es la conceptualización simbólica de los conflictos y de las
operaciones originadas encestas acciones y la ciencia, que continúa a faa_ac-^
cionf£;ern^éráciüil'es intele^tualés'^que perm iten explicar la naturaleza, y. el
h c m fo ^ y jg u e descentran a éste de sí mismo y lo reintegran a las relaciones
<Ajetivas_que^ elabora graciás a su actividad. D é este m odo y debido a un a
paradoja extrem adam ente reveladora, el proceso desconocim iento objetivo
supone u n a descentralización semejante en la sociedad y en el in d iv id u o :
de la misma form a en que el individuo se libera de su egocentrismo inte­
lectual al tomar_ conciencia de su punto de vista propio y situarlo entre los
otros, igualm ente el pensamiento colectivo se libera del sociocentrismo al
descubrir los lazos que lo vinculan con la sociedad y al situarse en el con­
ju n to de las relaciones que jane a ésta con la naturaleza. El problem a que
debemos exam inar ahora es el de determ inar si esta estructura descentra­
lizada de pensam iento que constituye la lógica es tam bién social o si sólo es
individual y determ inar tam bién la form a en que aparece como colectiva
en un sentido diferente al del simbolismo sociocéntrico.

§ 7. L ó g i c a y s o c ie d a d . L a s o p e ra c io n e s f o r m a le s y la co o p era- -
c ió n .A p a rtir del m om ento en el que se renuncia a basar la razón en una
concepción platónica de los universales o en la estructura a priori de una
subjetividad trascendental, la única opción restante es la de identificar lo
“universal” y lo colectivo. De todas form as y tanto si la rázón b asa sus
form as en la experiencia como si las construye gracias a interacciones
diversas entre el sujeto y los objetos, si se abandona to d a referencia a un
absoluto exterior o interior el único criterio de verdad que resta en efecto,
es el acuerdo entre los espíritus. Sin duda, esta asimilación de la verdad al
reconocim iento colectivo desagrada en u n prim er m om ento a la razón;
en efecto, incluso si es realizada p o r u n único individuo, no se puede com­
p a ra r el rigor de una dem ostración lógica o de u n a prueba experimental
con el valor de u n a opinión com ún, incluso cuasi general y multisecular.
Pero esta argum entación plantea dos problem as y la significación de toda
interpretación de la lógica depende de su solución: ¿cuál es la naturaleza
del acuerdo de los espíritus que garantiza la verdad lógica (por oposición a
otros tipos de acuerdos posibles) y cuál es la naturaleza, colectiva o indivi­
dual, de los instrum entos de pensam iento m ediante los cuales un individuo,
incluso aislado y contradicho por todos los otros, dem uestra una verdad
lógica o la existencia de un hecho?
E l prim ero de estos dos problem as provocó graves m alentendidos tanto
por parte de los defensores como de los adversarios de la concepción socio­
lógica de la lógica. P artiendo de la observación de que lo verdadero se basa
en u n acuerdo de los espíritus, se llegó a la conclusión de que todo acuerdo
entre los espíritus produce una verdad, como si la historia (pasada o
contem poránea) no mostrase múltiples ejemplos de errores colectivos.
Y, efectivam ente, la concepción durkheim iana de la u n id ad y de la con­
tinuidad de la “conciencia colectiva” conduce de lo verdadero al “consenso
universal” : “quod ubique, quod semper, quod ab ómnibus creditur” se
convirtió de este modo en el criterio de la verdad tan to p ara los sociólogos
como p a ra St. V incent de Lerins. Pero u n a fórm ula de este tipo se basa
en la confusión de las ideologías y de la lógica racional (es decir científica) :
la distinción entre estas dos formas de pensam iento perm ite superar todo
equívoco. E l acuerdo de los espíritus que fundam enta la verdad no es,
entonces, el acuerdo estático de u n a opinión común, sino la convergencia
dinám ica que se origina en la utilización de instrum entos comunes de pensa­
m iento; p a ra decirlo de otro modo, es el acuerdo logrado m ediante opera­
ciones similares utilizadas por los diversos individuos. El prim ero de los dos
problem as que acabamos de distinguir se reduce entonces al segundo.
Este segundo y único problem a se reduce, p o r sú p arte, a lo siguiente:
¿constituyen las operaciones lógicas (poco im porta que sean efectuadas por
un único individuo que logró m anejarlas o por m uchos) acciones indivi­
duales o acciones de naturaleza social, o am bas cosas a la vez? A hora bien,
el concepto de “agrupam iento” operatorio perm ite proporcionar la más
simple de las respuestas á u n a pregunta form ulada en tales términos,
análogam ente a lo que ya hemos dicho sobre las relaciones entre la lógica
y la psicología. P ara clarificar esta respuesta se requiere, de todos modos,
ubicarse separada y sucesivamente en los' dos puntos de vista que se deben
distinguir en sociología (como hemos visto en el § 3) : el punto de vista
genético o diacrónico y el punto de vista sincrónico o relativo al equilibrio
de los intercambios.

I. E l punto de vista diacrónico. El estudio del desarrollo de la razón


perm ite observar una estrecha correlación entre la constitución de las opera­
ciones lógicas y la de determ inadas formas de colaboración. \ Se debe p re­
cisar en detalle esta correlación, si se pretende aprehender las verdaderas
relaciones entre la razón y la sociedad sirf contentarse con el método global
y esencialmente estadístico de descripción que recubre el concepto de
“conciencia colectiva” . A hora bien, este detalle puede analizarse en dos
terrenos .diferentes, uno relativam ente conocido y el otro aún no muy
explorado: el de la socialización del individuo y el de las relaciones histó­
ricas y etnográficas: entre las estructuras operatorias del pensam iento y
las diversas formas de cooperación técnica y de interacciones individuales..
Debemos exam inar estos dos campos con igual atención, ya que su interrela-
ción es similar a la que se puede observar en biología entre la embriología
y la anatom ía, con la diferencia de que la naturaleza de los factores de
transm isión es en este caso exterior y social y no interna o hereditaria.
L a form ación de la lógica en el niño, en prim er lugar, revela dos
hechos esenciales: ujue las operaciones lógicas proceden de la acción: y que
el pasaje de la acción irreversible a las operaciones reversibles se acom paña
necesariam ente con una socialización de las acciones, la que procede, por
su parte, desde el egocentrismo hasta la cooperación.

Si analizamos a la lógica desde el pan to de vista del individuo, ella


aparece, en efecto, como un sistema de operaciones, es decir de. acciones
que se han convertido en reversibles y que son susceptibles de ser com­
puestas entre sí de acuerdo con “agrupam ientos” diversos; estos agrupa-
mientos operatorios, por su parte, constituyen la form a de equilibrio final
alcanzado por la coordinación de las acciones, u n a vez interiorizadas. El
p unto de p artid a psicológico de tales operaciones (adición .o sustracción
lógicas, seriación de acuerdo con diferencias ordenadas, correspondencia,
implicación, etc.) í es entonces m uy anterior al m om ento en el que el niño
llega a ser apto para la lógica propiam ente dicha. El pensamiento indi­
vidual, de este modo, es capaz de operaciones concretas (com prender que
un todo se conserva independientem ente de la disposición de las partes,
etc.) sólo entre 7 años en prom edio y 11-12 años, según los conceptos
en juego y tiene acceso a las operaciones formales (razonar sobre proposi­
ciones dadas a título de simples hipótesis) sólo después de los 11-12 años._
L a lógica, entonces es u n a form a de equilibrio móvil (cuya reversibilidad
señala, precisam ente este aspecto de equilibrio) que caracteriza el térm ino
del desarrollo y no u n mecanismo innato presente desde el comienzo. Sin
duda, a p artir de un nivel la lógica se im pone con necesidad, pero lo hace
como equilibrio final hacia el que tienden necesariam ente las coordinaciones
prácticas y mentales y no como necesidad a priori :\ la lógica se convierte
en u n ' á -priori,, si así puede decirse,, pero sólo en el mom ento de s u .
. culm inación y sin serlo en su origen.) Sin duda, las coordinaciones entre-
acciones y movimientos de los que la lógica procede se basan, parcialm ente,
por su parte, en coordinaciones hereditarias (como lo hemos señalado en
los capítulos anteriores), pero no contienen en absoluto de antem ano a la
lógica: com prenden, sí, algunas conexiones funcionales que, u na vez que se
las separa de su contexto, se recom ponen bajo nuevas formas en el trans­
curso de estadios ulteriores (sin que esta abstracción a p artir de las coordi­
naciones anteriores de la acción ni esta recomposición sean reemplazadas
por u n a estructura a p rio ri) . P ara com prender psicológicamente la cons­
trucción de la lógica, se debe estudiar entonces progresivamente los procesos
cuya equilibración final esta lógica constituye, pero todas las fases ante­
riores al equilibrio final son de carácu-r “prelógico” : los dos aspectos
esenciales de la evolución individual de la lógica son entonces la continuidad
funcional del desarrollo concebido como u n a m archa hacia el equilibrio,
pero heterogeneidad de las" estructuras sucesivas que m arcan las etapas de
esta equilibración.
Recordem os ahora las cuatro estructuras sucesivas principales; podre­
mos señalar luego su estrecha correlación con la socialización del individuo.
E n prim er lugar y antes de la aparición del lenguaje, se encuentran las
estructuras sensoriomotrícés^que se originan, por su parte, en la organización
refleja hereditaria y conducen a la construcción de esquemas prácticos tales
como los del objeto, d e' los desplazamientos en el espacio vecino, etc.
A p artir del surgimiento del lenguaje y de la función simbólica en general
(símbolos eidéticos, etc.) y hasta los 7 -8 años (segundo período), las accio­
nes efectivas del períodd precedente se acom pañan con acciones ejecutadas
m entalm ente, es decir con acciones imaginadas, que tienen como objeto
a la representación de las cosas y no ya sólo a los objetos materiales.^ .L a
form a superior de esta representación eidética es el pensamiento “intuitivo” ,
que entre los 4 -5 y 7 -8 años, logra evocar con figuraciones de conjunto
relativam ente precisas (seriaciones, correspondencias, etc.), aunque sólo a
título de figuras y sin reversibilidad operatoria.,' A hora bien, este pensa­
m iento eidético o intuitivo,- realiza un equilibrio superior al de la inteli­
gencia sénsoriomotriz, ya que com plem enta a la acción m ediante anticipa­
ciones y reconstituciones representativas; pese a ello, si se lo com para con
el de la etapa siguiente sigue siendo inestable e incompleto, ya que está
ligado a evocaciones figúrales/sin reversibilidad propiam ente dicha. H acia
los 7-8 años (tercer período) por el contrario, las acciones realizadas m en­
talmente, es decir los juicios intuitivos, logran un equilibrio estable, que
corresponde al comienzo de las operaciones lógicas, pero bajo la form a de
operaciones concretas. Este equilibrio se caracteriza por dos nuevos aspectos
que surgen sim ultáneam ente (y a m enudo con bastante brusquedad) como
término final de las articulaciones representativas: la reversibilidad y la
composición de conjunto en “agrupam ientos” operatorios. U n . “agrupa-
miento” es u n sistema de operaciones en el que se verifican las siguientes
propiedades: el producto de dos operaciones del sistema sigue siendo una
operación del sistem a; ca d a operación com porta una inversa; el producto
de una operación directa y de su inversa equivale a un a operación nula
o idéntica; las operaciones elementales son asociativas y, por últim o, una
operación com puesta consigo misma no se modifica por esta composición.
U na vez construidos en el terreno concreto, estos agrupam ientos opera­
torios, por últim o y sólo alrededor de los 1 1 -1 2 años, pueden traducirse
en proposiciones y d ar lugar entonces (a p a rtir de esta cu arta etapa) a una
lógica de las proposiciones que vincula las operaciones concretas m ediante
nuevas operaciones de im plicación, o de exclusión entre operaciones y que
constituye la lógica form al en el sentido corriente del término.
Hemos señalado estos cuatro tipos de estructuras, que corresponden a
cuatro períodos sucesivos de la equilibración de las acciones y de las opera­
ciones de pensam iento individual; el problem a de sociología del conoci­
miento que se plantea entonces es el siguiente: si la lógica consiste en u n a
organización de operaciones que son, en definitiva, acciones interiorizadas
y que h an llegado a ser reversibles, ¿se debe adm itir que el niño accede
por sí solo a esta organización o intervienen acaso, necesariam ente, factores
sociales p a ra explicar la sucesión de los cuatro tipos de estructuras des-
criptos? Por o tra parte, ¿se reducen estos factores eventuales a u n a simple
presión educacional del adulto, que transm ite desde el exterior conceptos y
operaciones interindividuales que com portan diversos tipos de relaciones
posibles, de los que la transm isión educacional (por el lenguaje, las enseñan­
zas de la fam ilia, los conceptos escolares, etc.) es sólo un tipo particular?
A hora bien, a las cuatro etapas principales del desarrollo de las operaciones
corresponden, en form a relativam ente simple, los estadios correlativos del
desarrollo social: en consecuencia, el análisis de esta socialización intelectual
del individuo debe responder a los dos problem as precedentes, tan to si esta
socialización es la causa del desarrollo operatorio, como si es su resultado o,
incluso, si entre ambos existe una relación más compleja.
La socialización se inicia desde el nacim iento pero concierne poco a la
inteligencia du ran te el período sensoriomotor que precede a la aparición del
lenguaje. Es cierto que el niño aprende a im itar antes de saber hablar,
pero im ita sólo los gestos que puede ejecutar en form a espontánea o
aquellos cuya com prensión suficiente alcanza por sí solo: la im itación senso-
riorootriz no influye entonces sobre la inteligencia, de la que, p o r el con­
trario, es u n a de las manifestaciones. Esta inteligencia preverbal, de éste
modo, consiste esencialm ente en u n a organización de las percepciones y de
los movimientos del individuo librado aú n a sí mismo. Por el contrario, las
estructuras intuitivas y preoperacionales del segundo período presentan un
comienzo de socialización muy significativo, pero con características in ter­
m ediarias entre la naturaleza individual del prim er período y la cooperación
que caracteriza al tercero; de, la m isma form a en que el pensam iento
intuitivo es interm ediario entre la inteligencia sensoriomotriz y la lógica
operacional. E n prim er lugar, desde el punto de vísta de los medios de
expresión necesarios tan to p ara la constitución de las representaciones como
p ara los intercam bios de pensam iento, se puede observar que, pese a que el
lenguaje aprendido ofrece al niño u n sistema completo de “signos” colec­
tivos, no com prende desde un prim er m om ento a todos estos signos verbales
y los com pleta durante m ucho tiem po m ediante u n sistema no menos rico
de “símbolos” individuales; se los puede observar en el juego de im aginación
(o juego sim bólico), en la im itación representativa (o “diferida” ) y en
las imágenes m últiples en las que se basa su pensamiento. Desde el punto
de vista de las significaciones, es decir del pensamiento, se com prueba, por
o tra parte, que los intercam bios individuales de los niños de 2 a 7 años se
caracterizan por u n egocentrismo situado a m itad de camino entre lo
individual y lo social y que puede definirse p o r una in diferenciación
relativa del p u n to de vista propio y el del prójim o (de este modo, el niño
no sabe discutir ni tam poco exponer su pensam iento de acuerdo con un
orden sistemático y, tam bién, h ab la en nom bre de sí mismo tanto com o en
el de los otros y juega incluso sin coordinación en los juegos colectivos).
A hora bien, existe u n a estrecha, relación entre este carácter egocéntrico de
los intercam bios intelectuales y el intuitivo o preoperatorio del pensam iento
típico de las mismas edades: todo pensam iento intuitivo, en efecto, está
“centralizado” en u n a configuración perceptual privilegiada que corres­
ponde al p unto de vista m om entáneo del sujeto o a su actividad, pero
sin m ovilidad en las transform aciones operatorias posibles,, es decir sin
“ descentralizaciones” suficientes. E n lo que se refiere a las coacciones
intelectuales que ejercen los mayores y los adultos, su contenido es asimilado
a estos esquemas egocéntricos y los transform a entonces sólo en form a super­
ficial (por ello, la vida escolar propiam ente dicha no debería iniciarse
antes de los 7 años). Al tercer período, que se caracteriza p o r las opera­
ciones concretas (de 7 a 11 años) corresponde, p o r el contrario, u n neto
progreso de la socialización: el niño puede realizar una colaboración más
constante con sus allegados, de intercam bios y de coordinación de puntos
de vista, de discusión y de exposiciones concretas ordenadas, etc. Percibe
entonces la contradicción y puede conservar datos anteriores, es decir que
los comienzos de la cooperación en la acción y el pensamiento se acom pañan
con un agrupam iento sistemático y reversible de las relaciones y opera-
ciones./E llo abre la posibilidad de u n a com prensión de las enseñanzas de
los adultos: éstas, propiam ente hablando, no son form adoras.de la.lógica^
ya que la asimilación de los conceptos transm itidos en form a -exterior está
condicionada por la estructuración al mismo tiem po intelectual e interindi-.
vidual que caracteriza a la form ación del pensamiento. Esta correlación
íntim a entre lo social y la lógica es au n más evidente en el transcurso del
cuarto período, en el que el agrupam iento de las operaciones formales que
tienen como objeto a las simples “proposiciones” corresponde a las necesi­
dades de la com unicación y del discurso, cuando desbordan a la acción
inm ediata.
E n resumen, cada progreso lógico equivale, en form a indisociable, a
un progreso de la socialización del pensamiento. ¿Se debe decir entonces
que el niño se hace capaz de realizar operaciones racionales porque su
desarrollo social lo hace apto p a ra la cooperación o se debe considerar,
por el contrarío, que lo que le perm ite com prender a los otros y lo conduce
de este modo, a lá cooperación, son sus adquisiciones lógicas individuales?

Este circulo indisociable del desarrollo de las acciones u operaciones


de la inteligencia y del de las interacciones individuales entre los miembros
de toda colectividad se observa tam bién en el terreno histórico de la evolu­
ción de las técnicas y de la evolución del pensam iento precientífico y
científico. Pero si en cada sociedad constituida podemos observar sin d uda
alguna u n a correlación entre los modos de intercam bios del pensam iento
con el nivel de este pensamiento, sin que sea posible decidir cuáles son en
este proceso circular las causas y cuáles los efectos, el período más im por-
, tan te de la historia en relación con este p u n to escapa a nuestras investiga­
ciones : nos referimos al que se extiende entre la horda, que se puede com ­
p a ra r con las bandas de monos antropoides y la sociedad organizada que
posee técnicas colectivas y u n lenguaje articulado. E n los chimpancés, los
más sociales de los antropoides, podemos observar ya un bosquejo de la
función simbólica 18 y una cierta colaboración en la acción, p ero el aspecto
esencial de sus actos inteligentes sigue siendo sensoriomotor, sin estructu­
ración operatoria n i colectiva de las relaciones; la imitación, en particular,
está subordinada, al igual que en el bebé, a la inteligencia sensoriomotriz.
Las interacciones entre el progreso técnico, la com unicación m ediante signos
verbales y las transform aciones de la inteligencia se deberían estudiar en el
cam po situado e n tre el “golpe de puño” de Chelles y el procesam iento de
los metales característico del hom bre neolítico; en este sentido, sin embargo,
estamos obligados a lim itarnos a la inferencia de estas modificaciones en
función de los instrum entos técnicos, únicos conocidos, ya que no dispo­
nemos de los tres tipos de factores en juego.

Por el contrario, la p ara d o ja de la “m entalidad prim itiva” es extre­


m adam ente instructiva; el gran mérito de L. Lévy-Bruhl es el de haber
planteado el problem a, incluso si descuidó uno de los aspectos esenciales
representado por la determ inación de las relaciones entre la técnica y las
representaciones colectivas “prim itivas” . Si nos lim itamos en un prim er
m om ento a estas representaciones, pese al retroceso expresado en los
Carnets postumos del autor, en la hipótesis de la “prelógica” figura u n
elemento indudablem ente esencial. Sin duda, Lévy-Bruhl fue demasiado
lejos al no distinguir el funcionam iento del pensam iento y su estructura

18 Véase P. G uillaum e: “L a psychologie des singes” , en D iunas: Nouveau


Traite de Psychologie.
operatoria. Desde el p u n to de vista del funcionam iento, el pensam iento
del “prim itivo” se puede com parar con el n uesjro : las necesidades de
coherencia (independientem ente del nivel alcanzado), de adaptación a la
experiencia, de explicación, etc., son invariantes funcionales independientes
'del desarrollo. D esde el p unto de vista de la estructura operatoria, sin
embargo, ('el concepto de participación resistió victoriosam ente a nuestro,
parecer a las críticas. >.C uando D urkheim respondió que la lógica de los
primitivos es idéntica a la nuestra ya que ellos tienen clasificaciones,
cuando A. Reymond y E. M eyerson afirm aron, respectivam ente, que los
primitivos poseen el principio de no contradicción y el de identidad, pero
lo aplican en form a diferente de nosotros, etc., estos autores están sin duda
en lo cierto en lo que se refiere ■a la fu n ció n : el prim itivo clasifica y
utiliza en consecuencia algunos modos de sistematización y de asimilación
que preanuncian la no contradicción y la identificación, Pero esto no
resuelve el problem a de estructura: ¿los esquemas intelectuales “primitivos”
constituyen ya clasificaciones y sistematizaciones lógicas? Desde el punto
de vista de una lógica atomística, es cierto, el problem a no tiene una
respuesta precisa, ya que si se los busca en cualquier form a prim itiva de
pensam iento se pueden encontrar todos los elementos de nu estra lógica y a
los otros elementos se los tach ará entonces de error o de ilogismo. Desde
el punto de vista desuna lógica de las totalidades ¡por el contrario, existen
criterios: ¿es posible reducir las clasificaciones prim itivas a “agrupam ientos”
de operaciones y sus reglas de coherencia y de asimilación a “principios”
operatorios, formales o concretos? Si se lo p lan tea de este m odo, el
problem a com porta entonces u n a solución: si bien es cierto que los esquemas
utilizados están a m itad de cam ino entre objetos no individualizados en su
identidad sustancial y conjuntos no generalizados b ajo form as de clases
separadas y encajables, no es. posible hab lar de “agrupam ientos” ni, como
es obvio, de operaciones formales, ni tam poco de operaciones concretas;
se puede com parar entonces la participación con el pensam iento intuitivo
y preoperatorio del niño (nivel II) y no con las estructuras de los ni­
veles III y IV.
Sin embargo, quedan por resolver dos puntos, y la o bra de L. Lévy-
B ruhrdebé/ser com pletada en relación con ellos. E n prinaer lugar, se debería
distinguir en la prelógica prim itiva lo que corresponde a la ideología colec­
tiva, en el sentido de representaciones com pletam ente constituidas] trans­
m itidas obligatoriam ente de u n a generación a otra y (la de las interacciones
entre individuos que razonan concretam ente (en relación con u n objeto
perdido, con u n cam ino a seguir, etc.). E n segundo lugar — y el estudio
del prim er punto conduciría tarde o tem prano a ello— p ara situar la
m entalidad prim itiva en su verdadera perspectiva el problem a esencial es
el de esclarecer las relaciones entre el pensam iento en el prim itivo y su
inteligencia práctica o técnica. A hora bien, la p arad o ja señalada por el
propio Lévy-Bruhl en lo que se refiere a la situación intelectual d e los
“prim itivos” consiste en el hecho de que^ pese a que en sus representaciones
son prelógicos, en acción parecen ser m uy inteligentes: su habilidad técnica,
su comprensión de las relaciones prácticas (incluida la orientación en el
espacio) no tiene ninguna m edida común con sus capacidades deductivas
o reflexivas. Es evidente, en efecto, que nos falta u n eslabón: sea que su
inteligencia operatoria alcanza el nivel de las operaciones concretas, pero
no puede sobreponerse a una ideología coercitiva o que, en la acción,
es intuitiva y preoperatoria, pero las articulaciones de sus intuiciones prác­
ticas son m ás semejantes a la operación que sus representaciones verbales
y míticas. Sólo se podrá determ inar los verdaderos niveles e n . juego u n a
vez que se conozcan, en cada sociedad, las relaciones entre la acción técnica,
la inteligencia operatoria y la ideología.

A hora bien, en lo que se refiere a las relaciones entre la lógica y la


vida social, se puede apreciar desde un prim er m om ento el alcance de
la p ara d o ja de la m entalidad prim itiva y del problem a general así planteado
sobre las relaciones entre la técnica y la lógica. Ju n tam en te con los inter­
cambios de pensam iento propiam ente dicho, que se basan en la com unica­
ción verbal y la transmisión oral de verdades anteriores, existen inter­
cambios de acción que consisten en un ajuste recíproco de m ovim iento y
de trabajos, con transmisión de procedim ientos; esta transm isión, sin em­
bargó, supone, incluso en el caso de las técnicas “consagradas” , u n a coope­
ración efectiva o en actos por oposición a la simple sumisión del espíritu.
A cada u no d e estos niveles de interacción intelectual corresponde, así,
una estructura intuitiva u operatoria d eterm inada de la inteligencia y
esta correspondencia constituye un aspecto análogo a lo que se observa en
el transcurso del desarrollo individual.
El problem a, entonces, es el siguiente. P or un lado (ta n to en la evolu­
ción m ental del individuo como en la sucesión histórica de las m entalidades)"
existen niveles sucesivos de estructuración lógica, es decir de inteligencia
práctica, intuitiva u operatoria. Por otra p arte, cada uno de estos niveles
(m uchos de los que pueden coexistir en u n a sola sociedad) se caracteriza
por u n cierto m odo de cooperación o de interacción social, cuya sucesión
representa el progreso de la socialización técnica o intelectual. ¿Debemos
llegar entonces a la conclusión de que la estructura lógica o prelógica de
un nivel considerado determ ina el modo de colaboración o, p o r el contrario,
que la estructura de las interacciones colectivas determ ina la de las opera­
ciones intelectuales? En relación con este p u n to el concepto de “agrupa-
m iento” operatorio perm ite simplificar este problem a aparentem ente sin
salida: en u n nivel determinado, la form a precisa de los intercam bios entre
los individuos perm ite observar que estas interacciones están a su vez cons­
tituidas por acciones y que la cooperación consiste en un sistema de opera­
ciones; de este modo, las actividades del sujeto que se ejercen sobre los
objetos y las actividades del sujeto cuando actúan unos sobre otros se
reducen, en realidad, a un solo y único sistema de conjunto, en el que
los aspectos social y lógico son inseparables, tan to en la fo rm a como en el
contenido.

II. E l p u n to de vista sincrónico. Si las realidades lógicas no superan


el campo del pensamiento, por oposición a la acción y si los conceptos,
juicios y razonam ientos se caracterizan por reducirse a elementos aislables,
de acuerdo cpn un modelo atomístico, el siguiente hecho es, entonces,
evidente; la lógica y el intercam bio social no tienen n ad a en com ún, salvo
que se pueden condicionar m utuam ente. Pero si, por el contrario, la lógica
consiste en operaciones que proceden de la acción y si estas operaciones
constituyen por su propia naturaleza sistemas de conjuntos o totalidades,
cuyos elementos son necesariam ente solidarios unos de otros, estos “agrupa-
m ientes” operatorios expresarán, entonces, tanto los ajustes recíprocos e
interindividuales de operaciones como las operaciones interiores del pensa­
m iento de cada individuo.

Partam os de la técnica, cuyas formas de equilibrio están constituidas


sim ultáneam ente por u n a cooperación en las acciones mismas y por los
agrupam ientos de operaciones concretas que hemos exam inado con anterio­
ridad. Im aginem os dos individuos que se proponen construir en las orillas
de un lago un pilar de piedras en form a de tram polín y u n ir estos dos
pilares m ediante u n a tabla horizontal que constituya un puente. ¿E n qué
consistirá su colaboración? E n aju star unas a otras ciertas acciones, algunas
de las cuales sen similares y se corresponden por sus características comunes
(por ejem plo hacer pilares de igual form a y a n c h o ); otras recíprocas o
sim étricas (por ejemplo orientar los parantes verticales de los pilares frente
al río, es decir uno frente al otro, los parantes inclinados en el lado opuesto)
y los terceros com plem entarios (al ser u n a de las orillas del río más alta
que la otra, el pilar correspondiente será m ás bajo, m ientras que el otro
tendrá u n piso más p a ra alcanzar la misma a ltu r a ) . ¿ Pero cóm o se efectuará
este ajuste de las acciones? E n prim er lugar, m ediante un a serie de opera­
ciones cualitativas: correspondencia de las acciones con elementos comunes,
reciprocidad de las acciones simétricas, adición o sustracción de las acciones
com plem entarias, etc. E n consecuencia, si cada un a de las acciones de los
colaboradores, al estar reguladas p o r leyes de composición reversible, cons­
tituye u n a operación, ¡a coordinación de las acciones de un colaborador con
el otro (es decir su colaboración) consiste tam bién en operaciones: estas
correspondencias, estas reciprocidades o simetrías y estas com plem enta-
riedades son, en efecto, operaciones como las otras, a igual título que cada
u n a de las acciones respectivas de. los colaboradores. Luego se realizarán
operaciones concretas de m edición: para obtener un ancho igual, ca d a uno
m edirá su pilar y después deberán coordinar sus mediciones, pero este ajuste
consistirá nuevam ente en u n a operación propiam ente dicha de igual n atu ­
raleza, ya que p ara que sus mediciones respectivas sean iguales deberán
utilizar u n térm ino medio o u n a com ún m edida. Por últim o, ten d rán que
determ inar en conjunto la horizontalidad de la tab la y cad a uno deberá
ajustar u no de los extremos: p ara hacerlo, cada uno de los colaboradores
puede escoger su sistema de referencia pero, además, deberán coordinar en
u n único sistema estos dos sistemas de coordenadas. Ello equivale, u n a vez
más, a h acer corresponder sus operaciones respectivas m ediante u n a opera­
ción propiam ente dicha.
E n resumen, cooperar en la acción equivale a operar en común, es
decir, a ajustar las operaciones realizadas por cada uno de los colaboradores
m ediante nuevas operaciones (cualitativas o m étricas) de correspondencia,
reciprocidad o com plem entariedad. A hora bien, esto ocurre en todas las
colaboraciones concretas: clasificar en conjunto objetos de acuerdo con sus
propiedades, construir entre muchos u n esquema topográfico, etc., supone
coordinar las operaciones de cada colaborador en un sistema operatorio
único en el qué los actos de colaboración constituyen las operaciones inte­
grantes. ¿ Pero qué corresponde entonces a lo social y qué a lo individual?
Si se analiza la cooperación como tal (es decir una vez excluidos los
elementos ideológicos o sociocéntricos que pueden acom pañarla o defor­
m arla) , ella se reduce, entonces, a operaciones idénticas a las que se observan
en los estados de equilibrio de la acción individual. ¿Pero, acaso la n atu ­
raleza de estas operaciones que realiza el individuo que ha alcanzado el
nivel de equilibrio de los agrupam ientos operatorios concretos es, por
su parte, individual? No en mayor grado y por razones recíprocas. El
individuo comienza m ediante acciones irreversibles, que no pueden ser
compuestas lógicam ente entre sí y egocéntricas, es decir centrálizadas en
sí mismas y en su resultado. El pasaje de la acción a la operación supone,
entonces, a nivel del individuo, u n a descentralización fundam ental, que
constituye u n a condición del agrupam iento operatorio y que consiste en
ajustar las acciones unas a otras hasta poder componerlas en sistemas gene­
rales que se puedan aplicar a todas las transform aciones: ahora bien, estos
sistemas, precisam ente, son los que perm iten conectar las operaciones de
u n individuo con las d e los otros.
Es evidente, entonces, que en estas diferentes situaciones interviene un
único y mismo proceso de conjunto: por u n lado, la cooperación constituye
el sistema de las operaciones interindividuales, es decir de los agrupá-
mientos operatorios que perm iten ajustar unas a otras las operaciones
de los individuos; po r otro lado, las operaciones individuales constituyen el
sistema de las acciones descentralizadas y susceptibles de coordinarse unas
a otras en agrupam ientos que engloben tanto las operaciones del prójim o
como las propias. L a cooperación y las operaciones agrupadas constituyen
entonces una única y m isma realidad considerada bajo dos aspectos dife­
rentes. N o cabe entonces preguntarse si lo que perm ite la form ación de la
cooperación es la constitución de los agrupam ientos de operaciones con­
cretas o lo inverso: el “agrupam iento” es la form a com ún de equilibrio de
las acciones individuales y de las interacciones interindividuales ya que
no existen dos m aneras de equilibrar las acciones y, además, la acción sobre
el prójim o es inseparable de la acción sobre los objetos.
Sin embargo, lo que en el terreno de las operaciones concretas es ya
transparente lo es aún, en m ayor grado, en el de las operaciones formales,
es decir de los intercam bios de pensam iento independientes de toda acción
inm ediata. , E n efecto, los agrupamientos_ de operaciones formales consti­
tuyen la lógica de las proposiciones: ahora bien, una “proposición” es un
acto de com unicación, como lo señaló, desde u n purifó ele vista form al, el
Círculo de Viena, que reduce la lógica a u n a “sintaxis” y, en consecuencia,
a las coordinaciones de u n lenguaje; desde u n p u n to de vista psicológico,
este hecho fue observado p e r la escuela de M annoury que reduce la lógica
a un conjunto de actos concretos de com unicación social. Por su propia
naturaleza, en consecuencia, la lógica de las proposiciones es u n sistema de
intercambios, tanto cuando las proposiciones intercam biadas son las del diá­
logo interior como cuando el intercam bio se produce entre varios sujetos
diferentes. El problem a consiste entonces en determ inar fen qué consiste
este intercam bio, desde el p unto de vista sociológico o real y luego en
com parar sus leyes con las de la lógica form al. A hora bien, el intercam bio
de las proposiciones es sin d u d a m ás com plejo que el de las operaciones
concretas, ya que este últim o se reduce a u n a alternancia o a u n a sincroni­
zación de acciones que tienen u n fin com ún, m ientras que el prim ero supone
un sistema m ás abstracto de evaluaciones recíprocas, de definiciones y de
normas. Sin em bargo, veremos luego que tam bién este intercam bio cons­
tituye ú n agrupam iento de operaciones y que las conservaciones obligadas
que lo caracterizan im ponen a 1a lógica de las proposiciones sus reglas
fundam entales de agrupam iento.

Es evidente, en prim er lugar, que desde el punto de vista de su form a


exterior un intercam bio de ideas, es decir de proposiciones, obedece al
esquem a de los intercam bios en general que hemos descripto (en el § 5 ),
E n el caso particu lar de las proposiciones, sin em bargo, los. valores reales
r y s y los valores virtuales í y v, que resultan de los intercam bios entre dos
individuos x y x \ asum en la significación siguiente: r (x) expresará el
hecho de que x enuncia una proposición, es decir, com unica u n juicio a x’ ;
s (x ’) señalará, a su vez, el acuerdo (o el desacuerdo) de x ’ es decir la
validez actual que atribuye a la proposición de x \ t (x ’) revelará, p o r otra
p arte, el m odo en que x ’ conservará (o no) su acuerdo o su desacuerdo,
es decir, esta validez que actualm ente reconoce o niega, pero que luego
p o d rá descuidar; v ( x ) , p o r último, pero en este caso desde el punto de
vista de x, es la validez fu tu ra de la proposición enunciada en r (x) y
reconocida (o negada) en í (.*’)■ Tenemos, en resumen, r (*) -» s (x ’)
t (x ’) —?• v (x ), etc. E n el caso en que x ’ com unica un a proposición a x,
tenemos, inversamente, r (*’) —>.r (x) —> t (x) —> v (x ’) ; cada u na de
estas dos series m arca así los valores atribuidos sucesivamente a las propo­
siciones enunciadas po r x y x ', E n otras palabras, en su p u n to dé partida
u n intercam bio de proposiciones es u n sistema de evaluaciones como otro
que, de no ser por la acción de reglas especiales de conservación, obedecería
sólo a simples regulaciones: de este modo, en un diálogo cualquiera, se
puede olvidar lo dicho al interlocutor, incluso si con anterioridad se señaló
su acuerdo; inversam ente, tam bién se puede seguir m anteniendo la posición
afirm ada, incluso si el interlocutor modificó luego su punto de vista. Cabe
preguntarse, entonces, cómo se transform ará un intercam bio de ideas
cualesquiera en un intercam bio regulado p a ra constituir, de este modo, una
cooperación real de pensam iento.
E n prim er lugar, se debe precisar el destino ulterior de los valores
virtuales v (x) y t (x ’) o v (.*’) y t (x ) : cuando la validez de la propo­
sición enunciada por x en r (x ) ha sido reconocida por .v’ que conserva el
reconocimiento bajo la form a t ( x’), x puede entonces invocar ulteriorm ente
este valor de reconocimiento bajo la form a v (x ) p a ra actuar sobre las
proposiciones de x \ Ello da lugar a la serie v (x) -» t (x’) —> r (x’j —> s (x) ;
o, en sentido inverso (si x ’ m enciona v (,*’) p ara actu ar sobre x) : v ( x ’) —»
t { x ) - * r (x) -> j (*’). P a ra decirlo de otro modo, el papel de los valores
virtuales de orden t y v es el de obligar constantem ente al interlocutor a
respetar las proposiciones reconocidas con anterioridad y a aplicarlas a sus
proposiciones ulteriores. Debemos señalar también que, de acuerdo con una
ley general de las interacciones sociales, toda conducta que el sujeto dirige
en un prim er m om ento a su prójim o la aplica luego a sí mismo; de este
modo, cuando x enuncia la proposición r ( x) , él mismo se satisface con
ello, lo que da lugar a j (x ) y se obliga a sí mismo a reconocer su validez
ulterior, lo que da lugar a t (x) y u (x ) .

U n a vez señalado esto, tal esquematización perm ite dos enseñanzas:


en prim er lugar, podemos in te n ta r determ inar las condiciones de equilibrio
del intercam bio, es decir las características de la situación en la que los
interlocutores estarán de acuerdo o satisfechos intelectualm ente; en segundo
lugar, se puede dem ostrar que estas condiciones de equilibrio suponen,
precisamente, u n agrupam iento de las proposiciones, es decir u n conjunto
de reglas que constituyen u n a lógica formal. Intentam os señalar en p a r­
ticular este segundo p u n to ; en efecto, queremos que quede claro que el
intercam bio de las proposiciones, como conducta social, com porta, p o r sus
propias leyes de equilibrio, u n a lógica que coincide con la que los individuos
utilizan p ara agrupar sus operaciones formales.
E n lo que se refiere, en prim er lugar, al equilibrio de los intercambios,
podemos apreciar sin dificultad que com porta tres condiciones necesarias y
suficientes. L a prim era es la de que x y x' dispongan de u n a escala com ún
de valores intelectuales a los que sea posible expresar m ediante signos
comunes unívocos. En consecuencia, la escala com ún deberá com portar
tres caracteres com plem entarios: a) u n lenguaje, com parable con lo que
el sistema de los signos m onetarios fiduciarios representa en el caso del
intercam bio económico; b ) un sistema de conceptos definidos, tanto si las
definiciones de x y de x’ son totalm ente convergentes como si divergen en
parte, pero con la condición de que x y x’ posean u na m isma clave que
les perm ita traducir los conceptos de uno de los interlocutores al sistema del
otro; c) un cierto núm ero de proposiciones fundam entales que pongan en
relación estos conceptos, aceptados por convención y a los que x y x’ pueden
referirse en caso de discusión.
L a segunda condición es la igualdad general de los valores en juego
en las series r (x) 5 (x’) -> t {x’) —» v (x) o r (x’) -» j (x) t (x) -»
v (x’) o, para decirlo de otro m o d o : a) al acuerdo sobre los valores reales,
es decir r = s y b) la obligación de conservar las proposiciones reconocidas
con anterioridad (valores virtuales t y o., susceptibles de realizarse en la
continuación de los intercam bios). E n efecto, si no hay acuerdo, es decir,
r (x) ~ s (x’) o r (*’) — s ( x) , no puede haber equilibrio y la discusión
prosigüe. Por o tra parte, tam poco puede haber equilibrio si se cuestiona
constantem ente el acuerdo. A hora bien, de no intervenir las reglas, es decir
u n a conservación obligada, la validez anteriorm ente reconocida se anularía
al producirse todo nuevo intercam bio y tendríam os por ejem plo 5 (*’) >
t {x ’) o i (x) > t ( x ) ; o, p o r el contrario, se olvidarían las negaciones
anteriores y tendríam os s (x ’) < t (V ), etc. En consecuencia, la discusión
es posible sólo si se m antienen las conservaciones s (x ’) — t [x') — v .(x)
y s (x) = t (a;) = v (*’), lo que señala así el carácter norm ativo de todo
intercam bio de pensam iento regulado por oposición a las regulaciones de
u n intercam bio de ideas basado en simples intereses momentáneos.
L a tercera condición necesaria de equilibrio es la actualización posible
en todo m om ento de los valores virtuales de orden í y v, es decir la posibi­
lidad de recurrir constantem ente a la validez anteriorm ente reconocida. Esta
reversibilidad asume la siguiente fo rm a : [r (x ) = s {x’) = í {x’) ~ v (x)]
[u (x ) — t (*’) = r [x’) = í (x)] y d a lugar a la reciprocidad r (*) =
r (x’) y s (x) — s (x’), etcétera.

A continuación, dem ostrarem os cómo estas condiciones de equilibrio


traen aparejadas la constitución de u n a lógica. Sin em bargo, conviene
señalar antes que estas tres condiciones se realizan sólo en algunos tipos de
intercam bios, que podemos designar por definición m ediante el térm ino
de cooperación, en oposición con ios intercam bios desviados p o r un facto r de
egocentrismo o de coacción. E n efecto, no se puede alcanzar el equilibrio
cuando ¡os dialogantes no logran coordinar sus puntos de vista a causa de
su egocentrismo intelectu al: no se cum ple entonces la prim era condición
(escala com ún de valores) ni tam poco la tercera (recip ro cid ad ), lo que
hace imposible alcanzar la segunda (conservación) al no experim entar
ni una p arte ni otra la obligación. Los interlocutores otorgan entonces un
sentido diferente a las palabras y no cabe la posibilidad de recurrir a las
proposiciones reconocidas anteriorm ente como válidas, ya que el sujeto no
se siente en ábsoluto obligado a tener en cuenta lo que h a adm itido o dicho.
E n el caso de las relaciones intelectuales en las que interviene bajo una
form a u otra un elemento de coacción o de autoridad, por el contrario, las
dos prim eras condiciones parecen cumplirse. En dicho caso, sin embargo,
la escala com ún de los valores se origina en una especie de “curso forzado”,
originado en la autoridad de los usos y de las tradiciones, m ientras que,
al no existir u n a reciprocidad la obligación de conservar las proposiciones
anteriores es sólo unidireccional (por ejemplo x obligará a x' y no a la
inversa). Ello determ ina que u n sistema de representaciones colectivas
im puestas por coacción, de generación en generación, constituye un estado
de “falso equilibrio” (como se dice en física en relación con los equilibrios
aparentes originados en la viscosidad, etc.); la discusión libre bastará
entonces p ara dislocarlo. Al no cum plirse la tercera condición, no constituye
un estado de equilibrio verdadero o reversible. De este modo y tal como se
define p o r las tres condiciones precedentes, el estado de equilibrio está
subordinado a u n a situación social de cooperación autónom a, basada en la
igualdad y en la reciprocidad de los participantes y liberada tanto de
la anom ia característica del egocentrismo como de la heteronom ia caracte­
rística de la coacción.

C abe señalar sin em bargo, que, ta l como la hemos definido m ediante


sus leyes de equilibrio y confrontado con el doble desequilibrio del egocen­
trismo y de la coacción, la cooperación difiere esencialmente del simple
intercam bio espontáneo, es decir del “dejar hacer” tal como lo concebía
el liberalismo clásico. E n efecto, no es difícil com prender que el “libre
intercam bio” debe enfrentar continuam ente dificultades originadas en el
egocentrismo (individual, nacional, o que se origina en u n a polarización
de la sociedad en clases sociales), o en las coacciones (originadas en las
luchas entre esas clases, e tc.), si no m edia un a disciplina que perm ite
la coordinación de los puntos de vista m ediante u n a regla de reciprocidad.
D e este m odo, la idea de cooperación contrapone a la pasividad del libre
cam bio la doble actividad de u n a descentralización, dado el egocentrismo
intelectual y m oral y u n a liberación dadas las coacciones sociales que este
egocentrismo provoca o m antiene. Al igual que la relatividad en el plaño
teórico, la cooperación en el plano de los intercam bios concretos supone,
de este m odo, u n a continua conquista de los factores de autom atización
y de desequilibrio. E n efecto, quien dice autonom ía, por oposición a la
anom ia y a la heteronom ia, tam bién dice actividad disciplinada o auto­
disciplina, a igual distancia de la inercia o de la actividad forzada. E n
relación con ello, la cooperación supone un sistema de normas, a diferencia
del así llam ado libre cam bio cuya libertad es ilusoria debido a la ausencia de
tales norm as. Y p o r ello, tam bién, la verdadera cooperación es ta n frágil
y tan poco frecuente en u n estado social en el que cuentan ta n to los intereses
como las sumisiones; de la m ism a form a en que la razón es ta n frágil y
tan ra ra en relación con las ilusiones subjetivas y el peso de las tradiciones.
El equilibrio de los intercam bios caracterizado de este m odo com porta
entonces, esencialmente, u n sistema de normas, p o r oposición a las simples
regulaciones. Pero es entonces evidente que estas normas constituyen agru-
pam ientos que coinciden con los de la propia lógica de las proposiciones,
pese a que en su punto de p artid a no suponen esa lógica.
E n prim er lugar, la obligación de conservar las valideces reconocidas,
es decir la conservación obligada de los valores virtuales t (x ’) y v (x ),
o la inversa, determ ina ipso jacto la form ación d e dos reglas que aparecen,
de este modo, como reglas de com unicación o de intercam bio, haciendo
abstracción del equilibrio interno de las operaciones individuales. Nos
referimos al principio de identidad, que m antiene invariante u n a propo­
sición en el transcurso de los intercam bios ulteriores y al" principio de
no contradicción que conserva su verdad si se la reconoce como verda­
dera o su falsedad si se la considera falsa, sin que se pued a afirm arla o
negarla sim ultáneam ente. Lo que acabamos de señalar es independiente
de las condiciones iniciales que determ inan las proposiciones de x es decir
r (x ) el acuerdo de x \ es decir s (*’)., o la inversa.
E n segundo lugar, la actualización siempre posible de los valores
virtuales o y t obliga así recíprocam ente a los interlocutores a tener presente
en form a constante lo dicho p ara acordar las proposiciones actuales con las
anteriores; en consecuencia, la conservación obligada a la que nos acabamos
de referir no se m antiene estática, sino que provoca el desarrollo de la
p ropiedad fundam ental que contrapone el pensam iento lógico al pensa­
m iento espontáneo: nos referimos a la reversibilidad operatoria, fuente de
coherencia de toda construcción formal.
Por últim o, al estar reguladas de este modo por la reversibilidad y la
conservación obligada, las producciones ulteriores de proposiciones, r (x )
o r (x ’) y los acuerdos posibles entre interlocutores í (*’) o s (*) asumen,
necesariam ente, u n a de las tres formas siguientes: a) las proposiciones
del uno pueden corresponder sim plem ente a las del otro, lo que d a lugar
a u n agrupam iento que presenta la form a de u n a correspondencia térm ino a
térm ino entre dos series isomorfas de proposiciones; b) las proposiciones
de uno de los interlocutores p ueden ser sim étricas a las del otro, lo que supone
su acuerdo en relación con u n a verdad com ún (del tipo a) que justifique la
diferencia de sus puntos de vista (por ejemplo, en el caso de dos posiciones
especiales que invierten las relaciones de izquierda y de derecha o d e dos
posiciones en las relaciones de parentesco tales que los herm anos de uno
de los interlocutores sean los prim os del otro y rec íp ro c am en te ); c) las pro­
posiciones de u n o de los interlocutores pueden com pletar sim plem ente las del
otro, po r adición entre conjuntos com plem entarios.
D e este modo, el intercam bio de las proposiciones constituye una
lógica ya que determ ina el agrupam iento de las proposiciones intercam ­
biadas: u n agrupam iento que corresponde a cada individuo, en función
de sus intercam bios con el otro y un agrupam iento general originado en las
correspondencias, en las reciprocidades o en las com plem entariedades de
sus agrupam ientos solidarios. D e este m odo, el intercam bio como tal consti­
tuye u n a lógica que converge con la lógica de las proposiciones individuales.
Ello determ ina que se plantee nuevam ente el problem a que exam ina­
mos en relación con las operaciones concretas: ¿ esta lógica del intercam bio
se origina en agrupam ientos individuales previos o inversam ente? Sin em­
bargo, la solución se im pone en u n a form a m ucho m ás simple que en el
caso de las operaciones concretas; en efecto, u n a “proposición” es, por
esencia, u n acto de com unicación, al m ismo tiem po que en su contenido
constituye la com unicación de u n a operación efectuada p o r u n individuo:
el agrupam iento que se origina en el equilibrio de las operaciones indivi­
duales y el agrupam iento que expresa el intercam bio se constituyen en
conjunto y son sólo las dos caras de u n a m ism a realidad. El individuo
p o r sí solo nunca p odría alcanzar u n a conservación y u n a reversibilidad
com pletas; por el contrario, esta doble conquista se logra gracias a las
exigencias de la reciprocidad, p o r interm edio de un lenguaje com ún y
de u n a escala com ún de definiciones. Inversam ente, sin embargo, la reci­
procidad es posible sólo entre sujetos capaces de pensam iento equilibrado,
es decir aptos p a ra esta conservación y p ara esta reversibilidad impuestas
por el intercam bio. E n resumen, si exam inam os todos los aspectos de este
problem a, podemos com probar que las funciones individuales y las colec­
tivas son igualm ente necesarias y com plem entarias p ara la explicación de
las condiciones requeridas p ara el equilibrio lógico. L a lógica, p o r su parte,
supera a ambas, ya que depende del equilibrio ideal al que unas y otras
tienden. Ello no supone la existencia de un a lógica en sí que gobernaría
sim ultáneam ente las acciones individuales y las acciones sociales, ya que
la lógica es sólo la form a de equilibrio inm anente al proceso de desarrollo
de estas acciones. Pero, po r ser susceptibles de u n a composición y ser
reversibles, las acciones pueden sustituirse unas a otras y alcanzan, de este
m cdo, el rango de operaciones. E l “agrupam iento”, entonces, es sólo un
sistema de sustituciones posibles, tanto en el seno de un pensam iento
individual (operaciones de la inteligencia) como de u n individuo al otro
(cooperación social entendida como un sistema de co-operaciones). Estos
dos tipos de sustituciones constituyen, de este modo, u n a lógica general,
ta n to colectiva como individual, que caracteriza a la form a de equilibrio
com ún tanto a las acciones sociales como a las individualizadas. L a lógica
form al axiomatiza este equilibrio común (tal como lo hemos visto en el
capítulo 3, § 5 ).
CONCLUSIONES

T a l como hemos intentado definirlo en la Introducción (volumen I ) ,


la epistemología genética tiene como objeto el estudio de los mecanismos
del desarrollo de los conocimientos y no el conocimiento considerado en
fbrm a estática. Hemos exam inado, sucesivamente, el desarrollo de los
principales tipos de conocimiento científico. ¿ Podemos form ular a p artir de
ello alguna lección general en lo que se refiere a la interdependencia o a
los elementos comunes de sus desarrollos respectivos?

§ 1. E l c í r c u l o d e l a s c i e n c i a s . N uestra investigación nos perm ite


afirm ar como prim er resultado la imposibilidad de reducir el conocimiento
científico a u n esquema ú n ic o ; éste difiere singularm ente de un tipo a
otro de disciplina. Incluso la epistemología “unitarista” se ve obligada
a com enzar m ediante u n a gran r u p tu ra : nos referimos a la que separa a las
ciencias llam adas tautológicas, con la m atem ática como prototipo, conside­
ra d a como u n a simple “sintaxis” y las ciencias experimentales, cuyo ejemplo
m ás típico es la física. E n lo que a estas últim as se refiere, Ph. Frank
considera que todas se adecúan al mismo esquem a general: “en el fondo,
todas las ciencias utilizan los mismos métodos. É n todas ellas se coordinan
símbolos con los datos inmediatos. E n física, por ejemplo, estos símbolos
son las coordenadas y las velocidades de puntos materiales, los grados de
tem peratura, etc.; en biología, algunas figuras situadas en el espacio y que
es posible dibujar (el núcleo celular, el protoplasm a, etc.), pero que hasta el
m om ento no se h a podido reducir a los símbolos físicos. E n sociología, en
la m ayor parte de los casos los símbolos serán sólo palabras tales como el
Estado, el pueblo, la sociedad, etc.” 1 Pero si pretendem os com parar las
figuras de u n a obra de biología (las mejores son las fotografías) con los
esquemas m atem áticos de la física, al reducirlas a u n a u nidad preestablecida
se fuerzan ligeram ente las actitudes cognitivas del físico y del biólogo.
C u an d o se confrontan las conductas de estos dos tipos de sabios, una serie
de pequeños hechos perm ite observar que el biólogo es m ucho más realista
que el físico, pese a que (o debido a que) sabe que la actividad del sujeto
pensante se basa en la del ser viviente; el físico, p o r el contrario, m uestra
u n a tendencia más frecuente y más m arcada a considerar que los esquemas

1 Ph. F rank: La causalité. Flam m arion, pág. 15.


m ediante los que se representa los fenómenos dependen de su propia acción,
efectiva o intelectual, tanto como del objeto (inanim ado) de su cono­
cimiento.
U n a epistemología acabada (y dispuesta incluso a realizar previsiones
sobre el futuro) om ite a m enudo estas diferencias en las respuestas. Por el
contrario, u n a epistemología genética debe analizarlas sin prisa ni pasión,
de la m ism a form a en que el psicólogo o el historiador trab ajan con las
conductas o con los textos cuya significación in te n ta n determ inar. Así, a
nuestro parecer los principales tipos de conocimiento científico constituyen
una serie cíclica o cerrada sobre sí m isma y no rectilínea.

1. E n prim er lugar, la m atem ática y la lógica (de acuerdo con la


reducción parcial de la una a la otra aceptada en vol. I, caps. 1 a 3)
dependen en m ayor grado de la actividad del sujeto que el conocimiento
físico y conducen por ello a u n a asimilación de lo real a los esquemas de
esta actividad. El sujeto aprehende los conceptos, intuye los núm eros o
el espacio, construye las relaciones m atem áticas o apren d e u n a lengua
por m edio de m étodos diferentes de los que utiliza p ara descubrir las leyes
físicas; ello es cierto tanto si la subordinación d e la m atem ática al sujeto
se m anifiesta m ediante una intelección directa de las ideas como si la hace
a través de u n a intuición racional, u n a construcción intelectual o de la
utilización de u n simple lenguaje. Ello determ ina que todas las interpre­
taciones de la m atem ática recurran en diverso grado y, sobre todo, bajo
diversos nom bres a la actividad del sujeto y q ue todas concedan a esta
actividad el poder de adaptarse a la realidad física, asim ilada así a las
intuiciones, a las construcciones 0 a los símbolos sintácticos del matem ático.
Además, se considera sin duda alguna (aunque este hecho sea m uy molesto
p a ra la hipótesis de u n a m atem ática nom inalista, incluso si se la reduce a
u n a p u ra tautología) qué los m arcos m atem áticos h an preexistido a menudo
en form a considerable a su aplicación física (o a su “ coordinación” con
los datos físicos). Ello equivale, entonces, a decir que la asimilación de lo
real a la m atem ática corresponde a u n a conform idad de base y que esta
adecuación entre u n a “objetividad intrínseca” (de las intuiciones, construc­
ciones o símbolos, poco im porta) y la objetividad física plantea u n pro­
blem a esencial del que el convencionalismo proporciona u na solución sólo
aparente, ya que las convenciones supuestas tienen un grado de libertad
sólo lim itado. Por definición, lo contrario de u n a “proposición tautológica”
es u n a “proposición sin significación” ; por consiguiente, ya es bastante
ad m itir que las convenciones “tautológicas” son necesarias y, en conse­
cuencia, no podrían ser ni convencionales, ni tam poco, quizá, tautológicas.

2. T oda interpretación de la física se ve obligada a aceptar la existencia


de datos exteriores al sujeto, si se consideran exteriores los datos que el
sujeto descubre m ediante la experiencia y no sólo p o r razonam iento. Todo
el m undo intenta distinguir u n dato experim ental de u n cálculo deductivo,
ta n to cuando se profese, como lo hace Frank, que el realismo carece de
significación, como cuando, ta l como lo hace Brunschvicg, se considera
que todo es juicio o, como E. Meyerson, que todos los verdaderos sabios
creen en u n a ontología. Pero el segundo p unto en el que todos los autores
coinciden es el .de que, por “exteriores” (en el sentido que acabamos de
definir) que sean los datos físicos, es sum am ente difícil disociarlos de los
esquemas m atem áticos que intervienen en su elaboración. Si los traducim os
a nuestro lenguaje, estos dos hechos unánim em ente reconocidos, equivalen a
m anifestar que, pese a que es m ás realista (en el sentido del reconocimiento
del carácter exterior de los datos) que la m atem ática, la física, sin embargo,
conduce en grados diversos, aunque a m enudo m uy elevados, a u n a asimila­
ción de la realidad experim ental a los esquemas lógico-matemáticos de la
actividad del sujeto.

3. E n el caso de la biología, nos encontram os ante u n tipo de conoci­


mientos al que sin du d a se suele considerar, bajo un a form a u otra, como
m ás realista (en el sentido definido en 2) que la propia física. El razona­
m iento deductivo desem peña en biología u n papel m ucho m enor que en
física y los datos “exteriores” parecen ser m ás independientes del sujeto
que en los cam pos altam ente elaborados por el esquematism o m atem ático;
este hecho es indudable, tanto si se debe a la insuficiente elaboración m ate­
m ática de los datos y depende entonces del estado actual del saber biológico
como si se debe a que la deducción enfrenta dificultades mayores en toda
realidad en la que interviene u n desarrollo histórico.
Por otra parte, se considera en general que los mecanismos de la vida
condicionan a los de- la vida m ental y, en consecuencia, a los del conoci­
miento. L a organización hereditaria de nuestro sistema nervioso, de nuestros
órganos motores y sensoriales, constituye al mismo tiem po el p u n to de
partid a del conocimiento hum ano y el p u n to de llegada de las especies
animales consideradas desde el ángulo de la adaptación psicomotriz al
medio. El objeto de estudio del biólogo, en consecuencia, no se concibe
sólo como u n objeto independiente de la actividad de su pensam iento:
constituye, p o r otra parte, un sujeto provisto de sensibilidad y de motri-
cidad, es decir de caracteres cuyo análisis p rep ara las investigaciones pro­
piam ente psicológicas.
La biología, de este modo, m anifiesta u n a curvatura n eta en la línea
del desarrollo de las ciencias. Por u n lado, constituye u n a continuación de
las ciencias físico-químicas, pero, al acentuar el carácter realista del conoci­
miento físico, m anifiesta en m enor grado la actividad del sujeto que la
m atem ática o la propia física; sin embargo, ella vuelve a situar el punto
de partid a de esta actividad en el objeto como tal de sus estudios.

4. P or últim o, la psicología experim ental y la sociología continúan a


la biología. L a reducción de las “conductas” , que son el objeto privativo de
sus análisis p o r oposición a la antigua psicología introspectiva, a los factores
neurológicos que las condicionan, constituye uno de los factores más carac­
terísticos de la explicación psicológica. P or otra parte, sin em bargo, la
psicología no puede dejar a un. lado la conciencia, considerada no ya como
el único cam po o como el p unto de p artid a de la actividad m ental, sino
como uno de los aspectos de la conducta y, en especial, como un aspecto
esencial de las conductas interiorizadas que constituyen las actividad del
pensamiento. A hora bien, m ientras que las realidades psicoorgánicas de­
penden de la causalidad simple (cuyo modelo está representado p o r la
causalidad físico-química, a la que se puede definir, tal como lo hemos
visto en vol. I I, cap. 5, § 10, como u n a atribución de las composiciones
operatorias a los propios objetos), la conexión entre los hechos de con­
ciencia tiende cada vez más, es decir, en la m edida en que las conductas
interiorizadas superan a las conductas externas, a asum ir la form a de
implicaciones propiam ente dichas o conexiones directas entre operaciones.
Ello no debe sorprendem os; en efecto, la causalidad es u n a proyección
de las operaciones en los objetos, y el equivalente interior o subjetivo de la
causalidad consistirá entonces en relaciones directas entre estas operaciones.
N o por ello, sin embargo, la com probación del carácter implicativo de las
relaciones entre los hechos de conciencia es menos im p o rtan te; ello, en
efecto, nos perm ite com prender que la estructura de todo pensamiento
se orienta necesariam ente en la dirección de las conexiones lógicas y p o r lo
'tanto m atem áticas (tanto si se considera a estas conexiones como u na
simple sintaxis o como un sistema de operaciones).
A hora bien, el carácter esencialmente activo de la vida mental, que se
origina en la acción y que consiste en u n a interiorización progresiva de estas
acciones perm ite poner de manifiesto el papel preponderante de las opera­
ciones e incluso proporcionar una explicación de estas operaciones en su
conjunto. Las operaciones intelectuales, en efecto, son sólo sistemas de
acciones coordinadas entre sí y a las que esta coordinación misma hace
reversibles. Desde este punto de vista, los “agrupam ientos” lógicos y los
“grupos” m atem áticos elementales (números, ubicaciones y desplazamientos
espaciales, -etc.) aparecen como la form a de equilibrio necesaria de las
acciones, hacia la que se orienta todo el desarrollo m ental, en la m edida
en que las percepciones, los hábitos, etc., se liberan de su irreversibilidad
inicial y se orientan hacia la movilidad reversible que caracteriza al acto de
inteligencia.
De este modo, la psicología tiende a d a r cuenta de las raíces d e la
lógica y de la m atem ática desde dos puntos de vista com plem entarios. Las
soluciones actuales del problem a de los fundam entos de la “m atem ática,
en efecto, oscilan entre dos tipos solam ente: en el prim ero intenta explicar
a las estructuras lógico-matemáticas m ediante leyes psicofisiológicas de la
actividad del sujeto y, en este caso, la conexión entre la psicología y
la m atem ática intuitiva es directa. En el segundo reduce form alm ente la
m atem ática a la logística, considerada como u n a axiom ática prim era; en
este segundo caso, sin embargo, la conexión entre la psicología y la lógica
es igualm ente clara, ya que la logística es sólo u n a axiom ática de las estruc­
turas del pensam iento equilibrado. El carácter esencialmente “sintáctico”
que los logísticos vienes es atribuyen a la lógica señala en grado suficiente
su conexión con los sistemas de implicaciones presentes en todo pensamiento,
es decir en toda conducta interiorizada gracias a la utilización de los sím­
bolos y de los signos yerbales. Si, po r el contrario, se considera que la
logística se basa en u n sistema de operaciones, no por ello es menos neto
su carácter de axiom atización de las estructuras del pensam iento equili­
brado, ya que éstas consisten en mecanismos esencialm ente operatorios. El
carácter norm ativo de la lógica, por su parte, depende de la eficacia de
las acciones interiorizadas en operaciones cuando se las ejecuta en com ún
bajo la form a de cooperaciones.
D e este modo, con la psicosociología o estudio del sujeto en su doble
aspecto individual y social, el sistema de las ciencias tiende a cerrarse sobre
sLmismo. T odo conocimiento consiste en u n a relación indisociable entre el
sujeto y el objeto, ta l que se conoce al objeto sólo a través de su asimilación
a la actividad del sujeto y que, inversamente, el sujeto se conoce a sí mismó
sólo por medio de sus propias acciones, es decir de sus acom odaciones al
objeto; en consecuencia, no debe sorprendernos observar este círculo fu n d a­
m ental en el conjunto de los conocimientos que constituye el sistema total
del pensam iento científico.
D e este modo, el pensam iento científico se orienta en dos direcciones
' com plem entarias: conocim iento del objeto, es decir de la realidad exterior,
m ediante esta asimilación al sujeto representada por la m a tem ática; la
física así construida está destinada tarde o tem prano a absorber a la biología
en la m edida en que esta reducción será posible; y conocim iento del sujeto,
es decir de la organización viviente y m ental, pero por medio de una
reducción inversa de este sujeto al objeto| efectuada gracias a los métodos
físico-químicos de la biología y a los métodos organicistas de la psicología.
L a psicología m ism a está dividida entre estas dos tendencias: reducción del
sujeto al objeto m ediante su orientación biológica y del objeto al sujeto
m ediante su esfuerzo de explicación operatoria de los conceptos m atem á­
ticos y físicos.
¿E stá destinada u n a de estas dos orientaciones de pensam iento cientí­
fico a captar a la Otra o am bas son necesariam ente com plem entarias?
Volveremos a discutir nuevam ente este. p unto al térm ino de estas con­
clusiones.

§ 2. E l s u j e t o y e l o b j e t o e n e l p l a n o d e l a a c c i ó n . Este círculo
de las ciencias plantea, en prim er lugar, un problem a psicológico: la re­
lación del sujeto y del objeto que interviene en todo conocimiento, ¿es real­
m ente indisociable, y po r qué? El esfuerzo constante* del em pirismo y de
algunas form as de positivismo h a sido el de in ten tar aprehender al objeto
en sí mismo, independientem ente del sujeto. El esfuerzo com plem entario
del apriorismo y de algunas form as de psicología introspectiva (Mai.ne de
Biran, etc.) residió en el in te n ta r aprehender al sujeto en sí mismo, como
yo sustancial, causa voluntaria o fuente de las leyes eternas del pensa­
m iento. E n la actualidad, la psicología experim ental está en condiciones
de explicar el fracaso, probablem ente irrem ediable, de estas dos tentativas
contrarias, aunque similares.
El defecto com ún de estas interpretaciones, contradictorias en sus con­
clusiones, pero com plem entarias en su m anera de p lan tear los problemas,
es el de situar el comienzo de la actividad del sujeto sólo en el pensamiento
reflexivo, claro e iñtelectualizado; de esta form a, proceden como si to d a la
razón del hom bre adulto, civilizado, norm al, y por añ ad id u ra entregado
a la enseñanza de la filosofía, estuviese contenida “en potencia” en el niño y
en el feto, en el prim itivo o en la jerarquía, a la que en algunos casos se
considera inm óvil, de las especies vivientes. A p a rtir de este p u n to de vista
antigenético o insuficientem ente genético, podemos representarnos esta
razón com pletam ente constituida de dos m an eras: como una sim ple facultad
de registro que perm itiría aprehender al objeto en sí mismo, o como
u n a fuente de estructuración autónom a, independiente del objeto que p er­
m itiría, de este modo, aprehender al sujeto en sí mismo.
El resultado m ás claro de las investigaciones genéticas, sin em bargo,
perm ite apreciar que, en el desarrollo del sujeto, el pensam iento racional
constituye u n p u n to de llegada y no de partid a. A la inteligencia reflexiva
y conceptual la precede la inteligencia práctica y sensoriomotriz, la que, a
su vez, continúa a todo el desarrollo de la percepción y de la m otricidad
reunidos. Ese hecho fundam ental exige u n a revisión de los conceptos que
se form ulan por lo com ún en form a ilegítim a sobre el sujeto cognoscente
y el objetó conocido. E n consecuencia, el problem a de la delim itación
entre el sujeto y el objeto se debe plan tear a p a rtir de la acción y m ucho
antes de la aparición de la razón reflexiva. Sin referirnos a las a d a p ta ­
ciones hereditarias e instintivas, el problem a epistemológico com ienza a
plantearse en las adaptaciones del recién nacido, en la coordinación de sus
movimientos perceptuales, luego en la m anipulación de los objetos que lo
rodean, e incluso en la génesis de los hábitos, de las percepciones y de los
actos inteligentes del anim al. Por otra parte, los m atem áticos h a n com ­
prendido desde hace m ucho tiem po que la génesis del espacio está ligada
al análisis de las conductas psicomotrices. E l pragm atism o, por su parte,
tam bién h a com prendido desde hace m ucho tiem po las relaciones que
vinculan la acción con el pensam iento; sin embargo, el carácter superficial
del pragm atism o se origina en el hecho de que sólo consideró a la acción
desde el p u n to de vista de sus resultados útiles, sin buscar el p u n to de
partida de la coherencia lógica en la coordinación de los actos.
A hora bien, el progreso que constituye el análisis genético del pensa­
miento se origina, precisam ente, en el hecho de que los grandes problem as
de la razón y de la explicación, como así tam bién de la estructura lógica de
la inteligencia, son desplazados de nivel; p ara expresarnos m ás correcta­
mente, son alejados y puestos en contacto con sus fuentes al ser transpuestos
del campo de la reflexión al de la acción. Q ue u n a acción, ta l como la con­
ducta m ed iante la que el niño de diez a doce meses busca un objeto desapa­
recido teniendo en cuenta sus sucesivos desplazamientos visibles, p u ed a ser
generalizada a u n a serie de situaciones nuevas y coordinada a otras acciones
sólo revela efectivam ente la consecuencia capital de que sí existe u n esque­
matismo de la acción (o de la inteligencia sensoriomotriz), que preanuncia
el esquematismo lógico del pensam iento y que se le asemeja desde el punto
de vista funcional (sin que naturalm ente se.a sim ilar desde el p u n to de vista
estru c tu ral). E n consecuencia, todos los problem as epistemológicos de las
relaciones entre el sujeto y el objeto se plantean ya en el plano de la acción,
que, al igual que él pensam iento, supone u n a coordinación interna, es decir
una lógica y u n a adaptación a sus objetivos, es decir u n a conducta de
experimentación.
Por lo tanto, la creencia de que el hecho de recu rrir a la acción
conduce necesariam ente al em pirismo constituye u n a ilusión total que se
debe im p u tar al pragm atism o; en efecto, la acción, al igual que el pensa­
m iento, puede estar determ inada desde el interior, m ediante u n funciona­
m iento interno ,que constituiría u n ipse actus com parable al ipse intellectus
que Leibñiz contrapone al sensualismo, y tam bién puede ser o rientada desde
afuera por la situación exterior. E sta ilusión característica de la in terp re­
tación em pirista de la acción fue m an ten id a en una form a m ás sofisticada
por el bergsonismo: p a ra expresarnos m ás correctam ente quizá deberíam os
decir que ella n o fue disipada po r la oposición artificial que Bergson< consi­
deró entre la acción ejercida sobre los objetos materiales, form adora de
la inteligencia, y la acción instintiva, origen de la in tu ició n : en realidad, la
acción es una, las raíces de todas las acciones se sitúan en u n substrato de
coordinación refleja u orgánica que constituye su aspecto instintivo y que
se m uestra (incluso en el caso de los instintos más rígidos de los anim ales)
en manifestaciones exteriores susceptibles de acomodaciones más o menos
elásticas. E n consecuencia, no debemos contentarnos con adm itir, como lo
hace Bergson, que la acción ejercida sobre los sólidos supone, u n a lógica
y una m atem ática p o r preadaptación del órgano a su fu n ció n : en contra
de esta filosofía debemos afirm ar, como la psicología, que las raíces del
mecanismo de la razón se sitúan en los mecanismos del organismo viviente;
en efecto, la acción que constituye el comienzo de la vida m en tal (la acción
bajo sus formas instintivas al igual que inteligentes) com porta ya ú n a
lógica, no por estar orientada hacia el m anejo de algunos objetos, sino
debido a que es susceptible de coordinaciones, de generalizaciones y de
todo u n esquematismo que supone el equivalente funcional de clasifica­
ciones, de relación e incluso de cuantificaciones diversas.
A hora bien, el análisis epistemológico de la acción conduce al.m ism o
tiempo a oponerse a las interpretaciones empiristas, qué subordinan el
sujeto a los objetos, y a todas las interpretaciones que considerarían que
el sujeto es u n a fuente independiente o absoluta de conocimiento.
L a relación entre el sujeto y los objetos, que interviene en la acción,
es en efecto irreductible al esquem a em pirista. Ello se debe a la causa
esencial que reside en el hecho de que los objetos sobre los que la acción
se ejerce son incorporados.siem pre a un esquem a de acciones anteriores que
desempeña el papel funcional de u n a especie de concepto m otor susceptible
de generalizaciones variadas. Por ser de carácter reflejo, las acciones más
prim itivas suponen ya esquemas semejantes, aunque hereditarios. Estos
esquemas se diferencian luego por incorporación de nuevos elementos adqui­
ridos en contacto con la experiencia (pero no sólo bajo su p re s ió n ); ello
determ ina 1a construcción de esquemas sensoriomotores am pliados y cada
vez más complejos.. L a inteligencia sensoriomotriz constituye entonces el
funcionam iento móvil de tales esquemas, susceptibles de coordinaciones bajo
formas de medios y de objetivos y de to d a una estructuración del objeto,
del espacio, de la causalidad y de la sucesión tem poral. E n consecuencia,
desde el reflejo hasta la inteligencia sensoriomotriz, toda acción presenta
necesariam ente dos polos indisociables: u n a asimilación de la situación pre­
sente, es decir de los objetos sobre los que la conducta actúa, a los esquemas
anteriores y m ás o menos organizados de la acción, y una acomodación
de estos esquemas a los nuevos objetos que dan origen a la acción en curso.
E ste factor funcional perm anente de asimilación sensoriomotriz determ ina
que los mecanismos de la acción sean incom patibles con la interpretación
em pirista, ya que el objeto nunca es percibido ni aprehendido en sí mismo
sino en relación c o n . la organización previa (hereditaria o parcialm ente
adq u irid a) de las acciones del sujeto. Por otra parte, e inversamente, la
asim ilación p u ra no existe e incluso los reflejos o los instintos exigen p ara
subsistir un m ín im u m de ejercicio, lo que p ru eb a que los esquemas asimila-
torios operan sólo por el interm edio de una acom odación a los objetos m ás o
m enos diferenciada.
Podemos observar entonces que el carácter originalmente activo de la
inteligencia no habla en favor del em pirismo de la experiencia an terio r;
ello se debe tanto al carácter endógeno de las m aduraciones neurológicas,
que hacen posible la superposición de los diferentes niveles de actividad,
como al carácter asimilatorio de todo esquem a de acciones (incluso si se lo
adquiere por diferenciación de las conductas en función de las nuevas
situaciones experim entales). Sin embargo, y recíprocam ente, podemos ob­
servar que el conocimiento que em ana de la acción no se origina en absoluto
en u n a “experiencia interior” susceptible de perm itir que el sujeto se apre­
hen d a en form a directa, como sustancia, causa, o fuente de conexiones
a priori.
L a prim era razón que se opone a que interpretem os la prim acía de la
acción por m edio del juego de u n a experiencia interna se debe a que
el esquematismo o las coordinaciones de las acciones orientan a éstas d e la
m ism a m anera en que las formas del pensam iento condicionan sus conte­
nidos. A hora bien, no tenemos una experiencia interior inm ediata del fun­
cionam iento de nuestro pensam iento; sólo cuando organizamos al universo
logramos descubrir las leyes racionales a las que hemos obedecido, es decir,
cuando aplicamos este pensam iento a u n a serie indefinida de problem as
planteados po r los objetos exteriores y lo logram os por medio del análisis
de los resultados obtenidos, o sea, a posteriori y reflexivamente. D e la
mism a form a, la acción está orientada hacia el exterior y, en u n comienzo
y sin ninguna duda, el sujeto que actú a no tiene conciencia alguna de las
coordinaciones internas que guían su acción y le im ponen su esquematismo.
Todos los argum entos que se oponen a la invocación de u n a especie de
experiencia interior y que favorecen el análisis reflexivo opuesto a la lectura
introspectiva, en el conocimiento que logramos sobre el pensam iento ra ­
cional, valen entonces a fortiori en el caso de la epistemología de la acción;
la única diferencia sería que el análisis reflexivo es precisamente imposible
en el plano sensoriomotor y que, en consecuencia, el esquematismo coordi­
n ador de los actos se m antiene inconsciente d u ran te un lapso mucho m ayor
que el del pensamiento.
Sin embargo, esto no es todo y u n a segunda causa refuerza a esta
últim a. No cabe duda, alguna de que duran te todos los estadios sensorio-
motores elementales el sujeto como tal no tiene conciencia de sí mismo
como sujeto. Ello se debe a que la tom a de conciencia es centrípeta y no
centrífuga, es decir que se rem onta desde los resultados de la acción o del
pensamiento hasta las coordinaciones que perm itieron obtenerlos, sin que la
conciencia p a rta de este esquematismo mismo. H ace ya m ucho tiem po que
la psicología experim ental renunció a la creencia de que todo estado de
conciencia está ligado necesariam ente a u n a conciencia del yo y que aban­
donó las hipótesis de M aine de Biran que afirm aban que el esfuerzo inten­
cional más primitivo proporcionaría al sujeto sim ultáneam ente la posibilidad
de descubrirse como yo y de tom ar conciencia de su propia voluntad. En
la actualidad, po r el contrario, sabemos que es poco probable que el bebé
tenga conciencia de su yo en u n a edad en la que, sin embargo, ya aprende
a ac tu a r sobre los objetos. T al como lo afirm ó J. M . Baldwin, es probable
que la conciencia prim itiva sea indiferenciada o “adualística” , es decir que
sitúe todo en u n único plano sin distingnir u n polo exterior u objetivo y
un polo interior o subjetivo. E n consecuencia, y en prim er lugar, ella
aprehende sólo la superficie de las cosas y la superficie del yo, si se nos
perm ite la expresión, es decir, precisam ente, la zona de unión entre la
acción y su m eta. Después, aunque en form a m uy lenta y laboriosa, cons­
truye la idea de sí m ism a al propio tiem po que organiza al m undo de los
objetos exteriores, es decir espacializando y objetivando a éste a p a rtir de
un estado de fenomenismo sin objetos: entonces, las construcciones del
universo exterior y del universo interior, o del objeto y del yo, son correla­
tivas y se originan en la organización de las acciones.
Por lo tanto, es ta n contradictorio con lo que sabemos sobre el
mecanismo de la acción considerar.que el sujeto se descubre directam ente
p er experiencia interior como atribuirle u n conocimiento inm ediato de los
objetos exteriores. El conocimiento que el sujeto logra sobre sí mismo se
construye exactam ente de la misma form a en que se constituye el conoci­
m iento de los objetos sobre los que su acción se efectúa; es fácil observar
que ello se produce en toda edad, pero con la complicación de que a los
objetos de la acción individual se les agrega con rapidez la persona de los
otros cuya opinión sobre el sujeto considerado condiciona, además, su con­
ciencia del yo. Sin em bargo, y una vez que hemos señalado el papel que
le incum be a. esta reverberación social, debemos señalar que la conciencia
del yo es el producto de u n a elaboración que se puede com parar con toda
precisión con la estructuración del universa externo: de este modo, el
tiem po interior o duración propia se organiza gracias a u n esquematismo
paralelo al que perm ite construir el tiem po físico (vol. II, cap. 1, §§ 2-3),
la causalidad del cuerpo propio se descubre como uno de los cuerpos a jenos,
la perm anencia sustancial del yo es u n a simple hipótesis construida por
analogía con la de la m ateria, etcétera.
A partir de estos m últiples hechos se m anifiestan claram ente dos con­
clusiones. L a prim era es la de que ya a p artir del plano de la acción la
relación del sujeto con los objetos es indisociable. T oda acción supone u n
esquem atism o y u n a coordinación con las otras acciones, a través de los
cuales se m anifiesta la actividad del sujeto: en consecuencia, éste no sufre en
form a pasiva la incitación de los objetos exteriores ni tampoco m oldea de
m anera autom ática las formas de su acción en los caracteres de estos
objetos. D e este modo, el objeto n u n ca es conocido en sí mismo, sino que
siempre es asimilado a esquemas que condicionan su conocimiento. In v er­
samente, sin em bargo, este esquematism o y estas coordinaciones nunca son
com pletam ente independientes del objeto. Cuando se trata de mecanismos
hereditarios, existe u n a adaptación al objeto de acuerdo con un mecanismo
que la biología no conoce aún. C uando se tra ta de mecanismos adquiridos,
la experiencia desem peña u n papel indispensable bajo la form a de u n a
acom odación d e los esquemas asimilatorios a los objetos diversos y a las
nuevas circunstancias. E n consecuencia, la asimilación y la acom odación
nunca intervienen u n a sin la otra. Este es el hecho fundam ental y, p o r
lo tanto, es imposible trazar, en el seno de la totalidad constituida p o r
las acciones de un sujeto, u n a frontera perm anente entre lo que depende
de su actividad propia y lo que corresponde a los objetos exteriores.
Sin em bargo, y pese a que estas fronteras inm utables no existen, poco
a poco surge u n a delim itación gracias, precisam ente, a la doble construcción
del universo de los objetos y del universo interior del sujeto. E sta es la
segunda conclusión que deriva a p a rtir de lo que p reced e: la diferenciación
de estos dos universos se debe a dos tipos de construcciones solidarias.
Por un lado, existe u n a elaboración de un universo objetivo. Los datos
de la experiencia son asimilados en u n comienzo al esquema de la actividad
propia, pero cuanto m ás se m ultiplican y agilizan las coordinaciones entre
las acciones, m ás se descentraliza esta asimilación egocéntrica en favor de
una asimilación al sistema de las relaciones originadas en estas coordina­
ciones. E n otras palabras, existe u n a objetivación de lo real en la m edida
en que las cosas no son ya asimiladas a tal o cual acción particular, sino
a la coordinación entera de las acciones. Esta coordinación, en consecuencia,
y a p a rtir del plano de la acción, constituye u n instrum ento de descentra­
lización com parable con lo que la deducción representa en el plano del
pensam iento: esto se com prueba a p a rtir de la construcción del objeto
perm anente y del espacio exterior que, a su vez, com prende el cuerpo propio
del sujeto como objeto éntre otros. Y este proceso se continúa en el
plano del pensam iento, sobre el que los objetos, después de h aber sido sin
más asimilados al yo o a sus formas particulares' de actu ar (en lo que se
origina el finalismo, el animismo, la id e a de la fuerza sustancial, etc.)., son
asimilados luego a las operaciones com o tales del pensam iento; es decir,
a la deducción lógico-m atem ática que perm ite descentralizar al universo en
relación con el yo. D e este modo, el objeto es conocido siempre p o r medio
del sujeto, tan to cuando se tra ta de la acción o del pensamiento egocéntrico
de los comienzos o de la coordinación de las acciones y de la deducción
operatoria descentralizados a m edida que se organizan los esquemas p rác­
ticos o intelectuales.
Por otra parte, sin embargo, se produce un a construcción de u n
universo interno, es decir del conocimiento que el sujeto logra sobre sí
mismo. A hora bien, sim étricam ente con lo que acabam os de señalar, el
sujeto se descubre o m ás precisam ente se construye a sí mismo m ediante el
conocimiento que posee sobre los objetos, de la m ism a form a en que elabora
a los objetos por interm edio de la actividad p ráctica u operatoria. No
existe u n a experiencia interior inm ediata y tam poco existen experiencias
externas directas. El yo se conoce o, p a ra ser m ás precisos, se elabora sólo
m ediante esquemas que construye en función de los objetos exteriores.
Acabamos de observarlo en el plano de las acciones iniciales. E n el punto
de partid a del pensam iento se puede observar este proceso a través del
hecho de que el sujeto m aterializa sus propias actividades m entales de igual
form a en que anim a la realidad m aterial exterior: ello d a lu g ar a las
creencias en la m aterialidad de las imágenes soñadas, de los nombres,
de las palabras, del pensam iento concebido como u n hálito, etc.; en ello se
origina tam bién el esplritualismo, que es u n m aterialism o vuelto sobre
sí mismo, que atribuye al espíritu la sustancialidad y la causalidad que
caracterizan a los objetos físicos. Sin em bargo, de la misma form a en que la
asimilación de los objetos a la acción p ro p ia es reem plazada luego en el
plano del pensam iento científico por una asim ilación de lo real a las opera­
ciones deductivas, la asimilación del espíritu a la m ateria exterior, que
caracteriza al pensam iento prelógico, es reem plazada, en el cam po de los
conocimientos científicos, por u n a reducción de las actividades mentales
del sujeto a las actividades orgánicas. D e este m odo, y en cierto sentido,
la psicología experim ental sigue haciendo depender al sujeto de la realidad
física, pero desde el interior y po r interm edio del sistema nervioso, en lugar
de basarse en una im aginación m aterialista inspirada en form a directa en el
medio exterior. Por o tra parte, cuanto más éxito tiene la psicología en este
esfuerzo m ejor logra diferenciar los caracteres específicos del conocimiento
de los que corresponden al cuerpo. El conocim iento es im plicatorio y no
causal y explica, de este m odo la construcción de los esquemas operato­
rios que sirven p a ra organizar sim ultáneam ente el m undo exterior de los
objetos y el m undo interior de los valores así como los entes lógicos y m ate­
máticos ; sin em bargo, en u n prim er m om ento el sujeto conoce estos esque­
mas operatorios sólo a ' través de sus aplicaciones al objeto y en tanto
que, por así decirlo, proyectados en él. Sólo en u n m om ento posterior
ellos d an lugar a u n conocimiento reflexivo progresivam ente desligado de la
experiencia.
D e este modo, en todos los niveles del conocimiento y ya a p a rtir del
plano de la acción elemental, el objeto es conocido sólo a través del sujeto
y el sujeto se conoce sólo por interm edio del objeto. Entonces, el círculo
de las ciencias depende en un prim er m om ento del círculo del sujeto y
del objeto: estos dos tipos de conocimientos se construyen correlativa y
circularm ente; el círculo inicial se extiende gradualm ente hasta el de los
conocimientos científicos. Ello se debe a que ninguna experiencia inm ediata
nos proporciona el conocimiento ni de las cosas ni del yo (considerado
como sujeto pensante diferente de los puntos de aplicación de su pen­
samiento) .
§ 3. E l s u j e t o y e l o b j e t o e n e l p e n s a m i e n t o c i e n t í f i c o . C uando
la acción se interioriza en pensamiento, por interm edio de los símbolos
eidéticos y de los signos verbales, la relación indisociable de la asimilación
y de la acom odación se presenta, en u n prim er m om ento y como acabam os
de verlo, bajo la fo rm a de u n a asimilación simplemente egocéntrica (o socio-
céntrica y antropom órfica en general) y de u n a acomodación esencialm ente
fenoménica. El desarrollo intelectual conduce desde el egocentrismo y desde
el fenomenismo, herederos de la inteligencia práctica inicial, al pensam iento
científico; este desarrollo se caracteriza por el hecho de efectuar u n a descen­
tralización cada vez mayor gracias a la coordinación progresiva de acciones
mentalizadas m ediante el simbolismo individual y colectivo: estas accio­
nes interiorizadas son entonces “agrupadas” bajo formas de operaciones
reversibles y susceptibles de ser compuestas entre sí. Esta descentralización
de los sistemas operatorios en relación con el yo perm ite la objetivación
gradual del m úndo exterior y conduce a situar el punto de vista propio
como perspectiva particular entre otras posibles. D e este modo, la actividad
egocéntrica del yo es rectificada; sin embargo, el sujeto es m ás activo, ya
que su actividad operatoria conduce a la elaboración de los fenómenos
bajo la form a de u n mundo exterior a él. Recíprocamente, el funciona­
m iento del yo m uestra tarde o tem prano estar condicionado p o r los
factores fisiológicos que, por su parte, dependen del conjunto de los objetos
físicos; m ientras tanto, por su parte, la actividad operatoria que em ana
del sujeto se libera del egocentrismo y del fenomenismo reunidos y el
cuerpo propio se convierte en un objeto entre otros que se considera some­
tido al conjunto de las interacciones causales que constituyen el universo.
Ello determ ina que en todas las formas del pensamiento científico, el
sujeto y el objeto estén indisociablemente unidos, aunque los modos de in ter­
dependencia varían en forma notable según los tipos de disciplinas en juego.

1. E n el cam po de la lógica y .de la m atem ática, la actividad op era­


toria del sujeto parece ser la única en juego, independientem ente de todo
elemento experim ental tomado del objeto. Y a hemos visto a m enudo que
ello se debe a que el espacio, al igual que el núm ero y la lógica de las
clases o de las relaciones o tam bién de las proposiciones recurren sólo a la
coordinación de las acciones u operaciones efectuadas sobre objetos cuales­
quiera; es decir, a los aspectos m ás generales de la acción, p o r oposición a
los de las acciones específicas coordinadas entre sí gracias a estas estructuras
de conjunto. E n consecuencia, y contrariam ente a lo que se suele afirm ar,
los entes m atem áticos no se originan en un a abstracción a p a rtir de los
objetos, sino, po r el contrario, en u n a abstracción efectuada en el seno de
las acciones como tales. Las acciones de reunir, ordenar, desplazar, etc.,
sen más generales que las de pesar, em pujar, etc., porque ellas entran en
juego en la coordinación de todas las acciones particulares y participan
en cada u n a de ellas como factor coordinador: en consecuencia, la abstrac­
ción que engendra los entes lógicos y matem áticos se realiza en el interior
de la acción como ta l y no en el seno de las propiedades extraídas del objeto.
Existen, de. este m odo, dos tipos de abstracción: un a es relativa a las opera­
ciones del sujeto y la otra al objeto. Sólo la prim era interviene en form a
sistemática en m atem ática; la segunda puede agregársele en form a ocasional,
pero actú a entonces sólo como u n estímulo que favorece la renovación de
la prim era (que hubiese podido prescindir de é l ) .
Sin em bargo, cuando hablam os de abstracción a p artir de las acciones
u operaciones, ello no significa en absoluto que las acciones del sujeto sean
tratadas como objetos y que se tom e simplemente de ellos los caracteres
más generales, tal como puede hacerse en relación con los cuerpos físicos.
El sujeto tom a los elementos a p artir de los cuales elaborará luego las
construcciones generalízadoras ulteriores en el interior y en el transcurso
de la acción que se aplica a los objetos y lo hace m ediante u n proceso de
diferenciación gradual. Se puede observar entonces que el sujeto elabora
el esquematismo más profundo de la coordinación de sus acciones a través
de la form ulación de las leyes m ás generales del universo, gracias a la
aplicación de sus operaciones a los objetos.
Esta construcción operatoria por abstracción a p artir de la acción
no consiste entonces en absoluto en u n a “experiencia interior” (véase § 2 ):
se trata de u n a construcción, es decir de u n a coordinación necesaria p a ra la
experiencia y no de una simple lectura. Sin duda, antes de que las estruc­
turas operatorias se realicen po r com pleto po r equilibración de su proceso
form ador, el sujeto tan tea y experim enta sin cesar: pero se tra ta de expe­
riencias cuyo resultado concierne a la coordinación de sus propias acciones
y no a las propiedades del objeto; se tra ta entonces de las experiencias
que el sujeto realiza sobre sí mismo por interm edio de las cosas, sin que se
pueda h ab lar ni de experiencias internas ni de experiencias físicas.
D e este modo, se puede observar que la m atem ática y la lógica son
el producto de la actividad del sujeto ; cabe preguntarse, sin em bargo, si el
objeto no desem peña algún papel en ellas, lo que equivaldría a afirm ar
que la m atem ática constituye u n a asimilación sin acomodación, o, p ara
decirlo de o tra m anera, u n a incorporación del objeto al sujeto sin acción
recíproca del objeto sobre el sujeto. Dos tipos de hechos se oponen a una
interpretación como ésta y restituyen el p apel del objeto en la constitución
de las operaciones lógico-matemáticas.
El prim ero es el de que la lógica y la m atem ática se acom odan al
universo en form a perm anente; ello quiere decir que nunca se puede obser­
var un hecho que se encuentre en contradicción con las verdades lógicas o
m atem áticas (cuando aparentem ente se manifiesta, se lo reestructura de
inm ediato bajo u n a form a com patible con las operaciones lógico-m atem á­
ticas) : a su respecto, en consecuencia, se debe adm itir u n a acomodación
general al objeto, po r oposición a las acomodaciones particulares que carac­
terizan a las verdades físicas. Si, como lo dice Gonseth, la lógica es “una
física del objeto cualquiera”, ello se debe a que, en prim er lugar, es una
acción sobre el objeto cualquiera, es decir, u n a acción acom odada en form a
general. D e la m ism a m anera en que la biología distingue las acomodaciones
individuales variables y las adaptaciones hereditarias estables, cabe p reg u n ­
tarse si esta acom odación general es el producto d e.u n a relación actual con
el objeto, es decir de una relación originada en un a experiencia presente
con el objeto, o si depende de otras relaciones con éste.
E n este punto interviene él segundo conjunto de hechos. Si la lógica
y la m atem ática se construyen m ediante elementos abstraídos de las
coordinaciones de la acción, se debe adm itir entonces que esta abstracción
o diferenciación ac tú a incluso en el seno de las coordinaciones hereditarias:
en efecto, en su-origen, los mecanismos coordinadores de la acción dependen
de coordinaciones reflejas e instintivas. Como es n atural, ello no nos lleva
a afirm a r que la lógica o la m atem ática sean innatas o preforinadas; m uy
por el contrario, el análisis genético dem uestra que se construyen, e incluso
que lo hacen en u n a form a m ucho más gradual de lo que se solía pensar;
elio significa, por el contrario, que los m ateriales de esta construcción, o
m ejor de esta serie o de este encaje de construcciones consecutivas, rem ontan
sucesivamente por abstracción o diferenciación regresiva hasta las coordina­
ciones m ás elementales y, en consecuencia, más orgánicas. E n todos los
niveles del desarrollo m ental, en efecto, y tanto en el anim al como en el
hom bre, actúa u n a coordinación de las conductas y de los movimientos
cuyo esquematism o señala la presencia de clasificaciones (discriminaciones
de los objetos), de orden (sucesión de los medios y de los objetivos) y de
cuantificaciones (intensidad de las acciones y extensión de su campo de ap li­
cación). Es evidente, entonces, que en toda coordinación de las conductas
vivientes se puede observar u n a cierta lógica y u na cierta m atem ática,
incluso si esta lógica y esta m atem ática son tan intraducibies en nuestras
estructuras operatorias hum anas como heterogéneas las “form as” orgánicas
de los protozoarios a la morfología de los vertebrados superiores.
'P o r o tra parte, el concepto de los factores hereditarios característicos
de la coordinación de las acciones se debe utilizar sólo con muchas p rec au ­
ciones; en efecto, los sentidos de la palabra herencia son múltiples y, sobre
todo, ignoramos todo sobre los mecanisrhos de la herencia general que
deberíam os m encionar aquí. Sabemos^, en efecto, que existen dos tipos de
caracteres hereditarios, y que entre ambos existe incluso un núm ero indefi­
nido de grados jerárquicos. Por u n lado, la biología distingue la “herencia
especial” , única conocida en sus modos de transm isión (ligados a las locali­
zaciones cromosómicas) y que determ ina los caracteres particulares de los
linajes; por el otro, la “herencia general” cuya localización es probable­
m ente citoplasm ática, pero que conocemos m uy poco: esta últim a es la que
realiza la transm isión de los caracteres generales de los géneros, familias, etc.,
incluyendo los de la vida y es ella, en consecuencia, la que interviene en la
continuidad de las coordinaciones esenciales de la conducta.
Si intentam os aplicar esta distinción a la m atem ática, se puede obser­
var, de este modo, que los caracteres hereditarios “especiales”, si existen en
este campo, pueden actuar sólo en un sentido restrictivo o lim itativo,
m ientras que los factores de coordinación general se relacionarían con la
herencia de las formas no específicamente hum anas. Consideremos un
ejemplo hipotético de la prim era categoría; no es imposible que en el
carácter restringido de la intuición geom étrica hum ana, que se lim ita al
espacio euclidiano tridim ensional, intervenga algún factor de herencia.
espacial. E n efecto, contrariam ente al razonam iento geométrico que se
efectúa tanto en n dimensiones como en tres y tan to sobre los espacios no
euclidiancs o no arquim edianos como en nuestro espacio intuitivo corriente,
este últim o es esencialm ente lim itado. Sin duda, la experiencia es la que
nos enseñó que el espacio físico de los objetos perceptibles en nuestra escala
de observación se lim ita a tres dimensiones y presenta caracteres p ráctica­
m ente euclidianos. Pero cabe preguntarse por qué nuestra intuición (por
oposición al razonam iento) no puede im aginar otras figuras y “verlas” en
cuatro o n dimensiones. Ello se relaciona sin d u d a con la influencia de
nuestros órganos, ligada a la herencia especial d e la especie h u m an a o
de los vertebrados superiores. Se com prende entonces en qué aspecto esta
herencia posible es esencialm ente lim itativa. Por el contrario, en la m edida
en que la construcción del espacio en general, así como la del núm ero o de
la lógica, utilizan m ateriales logrados m ediante abstracción en las coordina­
ciones generales de la acción, estos elementos rem ontan entonces hasta los
caracteres transm itidos po r la herencia general y no ya especial: es decir,
en realidad, hasta los mecanismos m orfogenéticos comunes que determ inan
la conducta de los seres vivientes.
Tom em os como ejem plo la idea de “grupo” . Sabemos que Poincaré la
consideraba innata, lo que equivaldría a afirm ar que existe en estado pre-
forinado en estructuras hereditarias (especiales o generales). E sta in ter­
pretación se opone a los hechos de orden psícogenético, ya que el análisis
del desarrollo m ental dem uestra que se trata de un a idea ligada al equilibrio
necesario de las acciones y de las operaciones, pero final y no inicial. Sin
em bargo, y pese a que la estructura del grupo no es innata, de todas
m aneras, desde el p u n to de vista funcional sus caracteres de transitividad,
de reversibilidad, de asaciatividad y de identidad corresponden a aspectos
m uy generales de la conducta psicom otriz: nos referimos a la coordinación
de los movimientos, el retorno, eí rodeo y la conservación de algunos
elementos. Además, el conjunto de las operaciones de un grupo, pese a ser
indefinidam ente móvil, constituye u n sistema cerrado sobre sí mismo: ahora
bien, u n a vez más, desde el p unto de vista m ental, este carácter estructural
corresponde al aspecto de ciclo, m ucho m ás restringido y m ucho menos
móvil pero igualm ente cerrado que se observa en toda organización motriz
(incluso en los ritmos elem entales). E n consecuencia, no es absurdo pensar
que la idea fundam ental del grupo, fuente com ún del espacio y de núm ero
y que opera ya bajo u n a form a incom pleta en los agrupam ientos lógicos,
constituye u n a estructuración refinada y tardía pero cuyos m ateriales (es
decir los elementos de su funcionam iento) son extraídos de las coordina­
ciones generales m ás com unes a las formas orgánicas y mentales, y encuen­
tran su estado de equilibrio final en esta estructura de grupo.
E n consecuencia, si, como hemos visto, la lógica y la m atem ática no
se originan en u n a acción de los objetos exteriores sobre los que el sujeto
experim enta individualm ente, éste se adaptaría al objeto del siguiente
m odo: por interm edio de su organización psicobiológica, en la m edida en
que las coordinaciones elementales que dan origen a las construcciones
sensoriomotrices y luego operatorias reflejan el funcionam iento del orga­
nism o: al estar éste ligado a la realidad física p o r su naturaleza interna
y no sólo por la vía de intercambio externo, la relación específicamente
lógico-m atem ática del sujeto con lo real, en consecuencia, em anaría en
últim a instancia de las relaciones de la organización viviente con las estruc­
turas físico-químicas.

2. El conocim iento físico, por su parte, señala u na interdependencia


entre el sujeto y el objeto originada en un intercam bio directo y externo y
no ya interior al organism o: éste consiste en u n a acom odación de las
acciones del sujeto a los datos de la experiencia y asimilación del objeto a
los esquemas lógico-matemáticos del sujeto. El conocimiento físico procede
entonces m ediante la abstracción a p artir del objeto; p ero esta abstracción
se origina en acciones especializadas del sujeto, es decir en acciones diferen­
ciadas por acomodaciones a los caracteres del objeto y asume, en con­
secuencia, necesariam ente, una form a lógico-m atem ática; en efecto las
acciones particulares dan lugar a u n conocimiento sólo cuando están
coordinadas entre sí y cuando esta -coordinación, por su pro p ia naturaleza,
es lógico-m atem ática. E n consecuencia, la causalidad física es sólo u na
coordinación operatoria, análoga a la que utiliza el sujeto p a ra ag ru p ar
sus propias operaciones, pero atribuida al objeto por asimilación de las
transform aciones objetivas a las transformaciones operatorias. A ello se
debe que la objetividad extrínseca característica del conocimiento científico
corresponda en form a tan exacta a la “objetividad intrínseca” de la m ate­
m ática: am bas, en efecto, se originan en un intercam bio íntim o y continuo
entre el sujeto y el objeto. E n el caso de la física, esta interpretación se
realiza po r contacto directo y exterior; en el caso de las estructuras lógico-
m atem áticas (com o acabamos de recordarlo en el punto 1), ella se efectúa,
por el contrario, en el interior del sujeto. Existen incluso dos regiones en
las que estos dos tipos de objetividad tienden a confluir. P o r u n lado,
en el transcurso de las construcciones lógico-matemáticas el espacio real o
físico y el. espacio matem ático de las coordinaciones de la acción son m uy
isomorfos a n uestra escala de observación; ello determ ina que a m enudo
la abstracción a p a rtir del objeto interfiere con la abstracción a p a rtir de las
acciones u operaciones; por lo tanto, la elaboración del espacio señala u n
doble intercam bio paralelo entre el sujeto m ental y el objeto m aterial. U no
de ellos es exterior al sujeto y constituye entonces, por definición, u n conoci­
m iento físico, y el otro interior a la organización psicofisiológica y constituye
así u n conocim iento lógico-matemático. Por o tra parte, cuando las leyes
físicas alcanzan u n cierto grado de generalidad o corresponden a fenómenos
de escala dem asiado grande o demasiado pequeña, la indisociación entre
la experiencia y la actividad efectiva u operatoria del sujeto es tan estrecha
que las leyes tienden a confundirse con los esquemas m atem áticos necesarios
para su estructuración; ello reúne a los dos tipos de objetividad en u n a
mezcla en la que n o se puede aislar la parte que le corresponde a cada una.

3. El conocimiento biológico com porta u n tercer tipo de relación entre


el sujeto y el objeto. Por un lado, y pese a que en él, como hemos señalado,
ía actividad del sujeto se reduce a u n m ínim um , de todas form as ella es
real: en efecto, la form a más elem ental de conocimiento biológico, la clasi­
ficación sistemática de las especies, consiste en agrupam ientos aditivos de
clases o de relaciones. T am bién, el análisis característico de la anatom ía
com parada consiste en agrupam ientos multiplicativos de carácter igualmente
operatorio, aunque cualitativo o lógico. A fortiori, lo mismo sucede en el
caso de las teorías de la evolución y de la herencia que com pletan esta
estructuración lógica m ediante u n a com binatoria probabilística relacionada
con las variaciones y las transmisiones. Por último, en la m edida en que la
biología recurre a la físico-química, todo el mecanismo del conocimiento
físico se extiende entonces a lo viviente, lo que refuerza la p arte de actividad
deductiva y hace indispensable la asimilación m atem ática de los datos.
A hora bien, el organismo viviente, objeto de la biología, es tam bién, por su
parte, la fuente de la vida m ental y. de la actividad del sujeto, en el sentido
m ás am plio del térm ino. Se puede observar entonces qué form a asume en
biología la relación del sujeto con el objeto y, sobre todo, la form a que
p odría asum ir si la explicación físico-química continuase sus progresos en
fisiología y si razones más sólidas que aquellas de que disponemos en la
actualidad apoyasen la hipótesis de u n a conexión entre las coordinaciones
lógico-m atem áticas y la organización o la morfogénesis vitales. Y a en el
estado actual de los problem as el conocimiento biológico com porta una
doble relación entre el sujeto y el objeto: la relación inherente al espíritu
del biólogo, teniendo en cuenta el objeto, que estudia, y la relación entre
este objeto considerado como sujeto (p ara decirlo de otro modo, el orga­
nismo viviente) y los obstáculos que este sujeto debe enfrentar (p ara decirlo
de otro modo, el medio exterior del organism o). Supongamos entonces un
doble progreso en la explicación físico-química de la vida (o sea en la
reducción de lo biológico a las estructuras físicas) y en la explicación fisio­
lógica de la v id a m ental (p ara decirlo de otro modo, en la reducción de
las coordinaciones lógico-m atem áticas a las estructuras o rg án icas). En
prim er lugar, las leyes físico-químicas susceptibles de abarcar sim ultánea­
m ente lo vital y lo inanim ado serían entonces, sin duda, leyes microfísicas,
pero más generales que las leyes que se conocen en la a c tu a lid a d : ellas
supondrían en consecuencia uria actividad del sujeto biólogo superior aún
. a la que m uestra nuestro conocimiento físico actual. E n segundo lugar, las
form as de organización comunes a las estructuras orgánicas y a las coordi­
naciones conscientes, m ostrarían, recíprocam ente, que la actividad del sujeto
viviente depende en m ayor grado del medio físico-químico interno de lo
que se considera en la actualidad. D e este modo, la doble relación entre
el sujeto y el objeto que el conocimiento biológico afirm a ya en la actualidad
sería m ucho más estrecha, en el sentido de un a especie d e intercambio
recíproco: en efecto, el papel de la deducción, que se increm enta con el
éxito de las explicaciones físico-químicas u orgánicas, reforzaría la inter­
dependencia del sujeto y del objeto en todos los casos en que se pusiese el
acento en uno de los términos a expensas del otro; en efecto, el espíritu
del sociólogo capaz de construcción deductiva debería ser integrado, a
título de caso particular, en las actividades m entales características de la
organización viviente que se in ten ta explicar.

4. Por último, las relaciones entre el sujeto y el objeto son aún mucho
m ás com plejas en el terreno de la psicología y de la sociología. E n estos
casos, el objeto es la persona del otro; en efecto, no puede existir una
ciencia psicológica y menos aú n sociológica que utilice sólo un m étodo de
introspección. Pero al ser el otro u n objeto d e estudio en tanto que cons­
tituye u n sujeto de conocimiento, ello determ ina que la investigación del
psicólogo suponga u n a parte necesaria de asimilación a él mismo, que el psi­
cólogo logra descentralizar y acom pañar con u n a acom odación suficiente,
pero que bajo todas sus form as sigue siendo u n a asimilación (incluso en los
conductistas y en los psicorreflexólogos que b autizan con nuevos nombres a
las conductas conscientes p a ra hacer creer que ignoran este aspecto de
conciencia). Esto es lo que determ ina que la psicología anim al sea tan
difícil, pero tam bién ta n instructiva; en efecto, si pudiésemos situam os en
el p unto de vista de u n a horm iga, conservando al mismo tiem po el del
hom bre, podríamos h allar sin du d a la clave del problem a del conocimiento.
Al igual que en física y que en biología, en psicosociología el conoci­
m iento del objeto se basa en la unión necesaria de u n a asimilación deduc­
tiva en diversos grados y de u n a acomodación a la experiencia; por lo tanto,
en dicho campo, al igual que en los otros, existen sólo u n sujeto y un
objeto indisociables. Sin embargo, esta relación exterior del sujeto’y del ob­
jeto se háce más com pleja en psicología debido a la acción de u n a nueva
relación, com parable con la que hemos observado a propósito del conoci­
m iento m atem ático: en efecto, en este campo, la actividad del sujeto (tanto
cuanto se tra ta del sujeto, objeto del conocimiento psicológico como del
sujeto como psicólogo) está condicionada adem ás por u n objeto interior
a él y origen de sus conductas; nos referimos al cuerpo, condición de las
coordinaciones m entales propias y único aspecto perceptible de las con­
ductas del otro. L a existencia de esta relación interna entre el sujeto y el
objeto, que se agrega a la relación exterior habitual, dio lugar a un método
específico de investigaciones, cuyo equilibrio se realiza m ediante la rep ar­
tición discutida en el capítulo 3. Por un lado, la explicación psicofisio-
lógica tiende a u n a reducción de las actividades mentales a los factores
orgánicos que dependen del objeto biológico en general. Por otra parte,
los hechos de conciencia se reducen esencialmente a preim plicaciones o a
implicaciones propiam ente dichas; por lo tanto, el otro polo de la psicología
consiste en u n análisis de las preoperaciones y de las operaciones, que se
pueden conciliar tan to m ejor con la psicología de la conducta cuanto que,
por o tra parte, estas operaciones son acciones m entalizadas gracias a las
imágenes y a los signos que perm iten efectuarlas simbólicamente; este
análisis perm ite explicar entonces la construcción de las operaciones lógico-
m atem áticas y realiza así la conexión entre el conocimiento psicológico y
el conocimiento lógico y m atem ático.
Desde un extrem o al otro del campo de las ciencias, o más bien en
cada un o de los sectores del círculo que ellas describen, se observa entonces
la m isma relación indisociable entre el sujeto y el objeto, aunque bajo
form as variadas. E sta relación parece distenderse en algunas regiones; por
ejem plo en m atem ática, o en el cam po en el que parece prim ar el sujeto,
y en biología, donde el objeto se desliga particularm ente del sujeto; la
relación sin em bargo, se profundiza en todas las regiones límites, hasta
hacerse inextricable en algunas partes de la física y elevarse a la segunda
potencia en psicología.

§ 4 . C o n s t r u c c i ó n y r e f l e x i ó n . U n a de las causas de la diversidad


de los tipos de relaciones entre el sujeto y el objeto reside en el hecho de
que en algunos campos estos dos términos se presentan bajo un a form a está­
tica; por ejemplo, en m atem ática, donde el sujeto podría (y ha ocurrido)
ser com parado con u n a inteligencia eterna, o en algunos sectores de la
física, en los qué el sujeto parece independiente de toda historia; en otros
campos, por el contrario, u n desarrollo histórico interviene en diversos
grados: este devenir, que es ya evidente en term odinám ica, dom ina a la
biología en su totalidad (aunque en m enor grado en fisiología) así como
a las disciplinas psicológicas y sociológicas.
A hora bien, todo conocim iento histórico y toda teoría genética presenta
u n a dificultad particular. Y a lo hemos observado en relación con las teorías
biológicas de la evolución (capítulo 2 ) ; pero esta dificultad aum enta
m ás en los sectores de la psicología y de la sociología que estudian el
desarrollo m ental o histórico. E n consecuencia, se la puede observar en
epistemología genética, y en especial en la hipótesis que formulamos en esta
obra sobre una filiación circular de las ciencias. E l problem a se relaciona
en parte con la idea de desarrollo: el estado B que procede del estado A,
ya está preform ado en A, lo que reduce entonces la evolución a un a
simple apariencia, o es esencialm ente diferente de A, lo que determ ina que
la filiación sea ilusoria, exija la intervención de realidades nuevas y contra­
dice de este modo, u n a vez más, la idea de evolución. A hora bien, cuando
creemos percibir en el organism o las raíces de la coordinación intelectual,
o sim plem ente en la acción el punto de p artid a del pensamiento opera­
torio, etc., recurrim os siem pre a esas relaciones genéticas. ¿Cómo interpre­
tarlas entonces?
De n ad a sirve invocar el pasaje aristotélico de la “potencia” al “acto” ;
en efecto, o bien esta fórm ula es sólo el simple enunciado del problem a
genético p, si no, lleva a la identificación de E. Meyerson que niega el cambio
y considera que la novedad corresponde al cam po de lo irracional. Por
otra parte, tom ar sim plem ente n ota del hecho de la filiación entre B y A,
no sólo no satisface nuestra necesidad de com prender, sino que además
im pide en form a definitiva la posibilidad de distinguir las simples suce­
siones regulares (del tipo día y noche) en relación con las filiaciones reales.
No retom arem os aquí el detalle de las discusiones ya analizadas sobre
lo que corresponde a la causalidad física (vol, I I, cap. 5 ), la interpretación
del desarrollo m ental (vol. I I I , cap. 3) o el paralelo de las epistemologías y
de las teorías de la evolución (vol. I I I , cap. 2) ; sin embargo, y a título de
conclusión, debemos centrar el problem a en la evolución de las ciencias como
tales, es decir en el “desarrollo de conocimiento” que constituye el objeto p ro ­
pio de las investigaciones de la epistemología genética. E n efecto, si nuestra
hipótesis central es verdadera, este aum ento supondrá en sí mismo un a serie
de conexiones que tenderían a adoptar u n a form a circular; tam bién, por
otra parte, conducirían a estrechar cada vez .más el género de vínculos
característico del círculo de las ciencias en su conjunto, debido a las filia­
ciones efectivas que se establecen entre las diversas actividades del sujeto y
entre las relaciones atribuidas a los objetos.
E n verdad, la acumulación de los conocimientos no tiene n ad a que ver
con u n a simple acumulación de hechos. N o sólo los hechos am ontonados
sin orden no constituyen una ciencia, y la historia de las interpretaciones
es lo que caracteriza entonces a la evolución de un a ciencia, sino que ta m ­
bién un solo hecho aislado supone ya u n a elaboración, lo que refuerza la
afirm ación precedente. Por o tra parte, incluso en m atem ática pura, la idea
de que el desarrollo de las ciencias consiste en u n a simple deducción lineal
y que ca d a siglo agrega sim plem ente a los precedentes algunas nuevas
consecuencias lógicas (de la m ism a form a en que anualm ente se elabora
el program a de una enseñanza escolar “razonada” y no vivida) debería
enfrentar el más flagrante desm entido de la historia (y tam bién, por otra
parte, de la psicología del n iñ o ).
El desarrollo de los conocimientos consiste entonces en u n a estructu­
ración progresiva, con o sin orientación hacia formas de equilibrio estable.
E n el § 5 examinaremos el problem a del equilibrio; por el m om ento, nos
preguntarem os en qué consiste la estructuración. U n aspecto esencial reside
en el hecho de que oscila sin cesar entre dos tipos extremos, pero que n u n ca
se presentan en estado puro. El prim ero se reduce a un a serie de construc­
ciones superpuestas, lo que plantea entonces, precisamente, todo el p ro ­
blem a de la filiación entre lo nuevo y lo antiguo. Por otra parte, sin
embargo, como lo señaló en especial L. Brunschvicg “el progreso es
reflexivo”, y consiste tam bién en reestructurar los puntos de p artid a al
profundizar ca d a vez más las estructuras iniciales. A hora bien, estos dos
procesos no son en absoluto antitéticos ya que toda construcción es m ás o
menos reflexiva y toda “reflexión” constructiva en diverso grado. E n conse­
cuencia, los mecanismos genéticos se sitúan entre estos dos extremos y,
naturalm ente, con una gran variedad de form as de construcciones que oscilan
a su vez entre la construcción libre y deductiva y la construcción im puesta
por u n descubrimiento em pírico; y u n a gran variedad de formas de
“reflexiones” que oscilan, por su parte, entre la simple “tom a de conciencia”
de u n a condición previa que había pasado inadvertida hasta el m om ento
y la reestructuración axiom ática de conjunto.
. L a historia del concepto de núm ero ofrece en este sentido uno de los
más claros ejemplos de la unión de estos diversos procesos. E n prim er
lugar, el descubrimiento del núm ero entero por el pensamiento precien tífico
constituye un interesante ejemplo de construcción progresiva, independien­
tem ente del caos de los sistemas de num eración, ya que los núm eros enteros
fueron sin duda construidos en u n orden ascendente. Sin embargo, existen
por lo menos dos excepciones: seguram ente, la construcción h a sido regular
sólo a p a rtir del núm ero 2, ya que el carácter num érico de la unidad
representa u n descubrimiento retroactivo originado en la com paración de
1 con sus consecuentes; por otra parte, la invención del núm ero cero como
punto de p artid a real de la serie de los núm eros enteros positivos y de la
iteración de la operación -j- 1 ha sido bastante tardía. Se puede observar
de este m odo que el desarrollo de los conocimientos constituyó un proceso
sim ultáneam ente constructivo y reflexivo ya a p artir de la serie de los
enteros positivos. Además entran en juego dos tipos de reflexión. El prim ero
es el de la tom a de conciencia del carácter operatorio del núm ero (vol. I,
cap. 3, § ,1); en un prim er m om ento se lo consideró como propiedad,
luego, como elemento de cosa, etc., y sólo m uy tardíam ente se consideró al
núm ero com o resultado de u n a operación: de este modo, y antes de consi­
derársela como constitutiva del núm ero, se consideró que la adición era
ajen a a él. El segundo tipo dé reflexión com plem entario del precedente,
es la reestructuración del punto de partida, fuente precisam ente de la intro­
ducción del cero. Se com prueba entonces que estos dos tipos solidarios de
reflexión son, a su vez, sum am ente correlativos de la construcción; se
observa en p articular que se tra ta de u n a reflexión real, cuyo objeto son
los resultados de esta construcción previa, sin que se pueda reducir el pro­
ceso reflexivo a u n a “experiencia interior”, en el sentido del empirismo
(véase § 2) : en efecto, fueron necesarios muchos siglos antes, de que la
acción constitutiva del núm ero se hiciese consciente de sí misma.
D e todas formas, la serie de la construcción del núm ero, desde este
mismo p unto de vista, es sum am ente instructiva en lo que se refiere a las
relaciones entre la reflexión y la construcción. La elaboración del número
fraccionario se debe a una asociación de la construcción deductiva y de
intuiciones espaciales o m étricas; po r el contrario, el descubrimiento del
irracional y 2 fue enteram ente fortuito, incluso netam ente “indeseable” ,
tal como se dice en la actualidad, ya que trastornaba todo el equilibrio
teórico del realismo de los números. Los números negativos e imaginarios
fueron el producto de una construcción sistemática, ya que se originaron
en el desarrollo de las construcciones algebraicas. Por el contrario, el nú­
m ero transfinito se vinculó en form a n atu ra l con el sistema de los números
precedentes sólo al producirse la reestructuración general originada en
la teoría de los conjuntos; ello se produjo en circunstancias extrem ada­
m ente instructivas en lo que se refiere al papel de la reflexión en relación
con la construcción. T al como lo señaló L. Brunschvicg, el concepto de
correspondencia biunívoca, es en realidad el m ás prim itivo de los conceptos
aritméticos, ya que lo que perm itió a los no civilizados construir los primeros
números intuitivos fue la correspondencia térm ino a térm ino (de los objetos
que se debían contar y de las partes del cuerpo, o de las m ercaderías que
se intercam biaban una a u n a ) . Este concepto asumió u n a im portancia
prim ordial gracias a G. C antor, y se considera que sim ultáneam ente engen­
d ra las “potencias” que definen a los núm eros enteros finitos y que deter­
m inando luego en el infinito las potencias de lo enum erable y de los otros
cardinales transfinitos. L a intervención sistemática tan tard ía de la corres­
pondencia biunívoca en el cuerpo de la m atem ática co n stitu id a. presen­
ta de este m odo u n ejemplo muy característico del proceso reflexivo que
consiste en u n a tom a de conciencia de operaciones genéticam ente elemen­
tales, al mismo tiem po que de progreso reflexivo por reestructuración de
los principios iniciales.
Este ejemplo, que la fiistoria deí núm ero proporciona, de u n tan com­
plejo desarrollo de conocimientos en su m ultiplicidad de pasos constructivos
y reflexivos ilustra de este m odo el carácter fundam ental que perm ite
reconocer u n desarrollo genético real: el hecho de que, pese a que genera
novedades, este desarrollo no puede tener un comienzo absoluto.
Por u n lado, en efecto, se asiste a una serie de composiciones opera­
torias- que explica el elemento de novedad característico de la construc­
ción. D e este modo, el núm ero y - 1 no estaba contenido ni bajo u n a form a
a priori ni tam poco siquiera “en potencia” en las operaciones p o r las
cuales se hace suceder al núm ero 2 m ediante el núm eio 3 basándose
en la equivalencia 2 — (—1 = 3. Los platónicos dirán sin d u d a que el n ú ­
m ero y - 1 preexistía a su construcción, lo que equivale a situarlo en
“el seno de Dios” : pero se debe explicar entonces cuáles fueron las opera­
ciones que perm itieron al ser hum ano hallar esta esencia eterna, lo que
determ ina la inutilidad de la hipótesis de su preexistencia. Los “unitaristas” ,
sin duda, dirán que por ser la m atem ática tautológica, el núm ero y - 1 está
im plicado en el conjunto de las tres presuposiciones inherentes a las opera­
ciones que perm itieron previam ente enunciar el núm ero -j- 3. A hora bien,
una de d o s: o bien esta explicación estaba idealm ente prefigurada, lo que
nos lleva nuevam ente al platonismo, o bien es realm ente “sintáctica” .
Entonces, y a menos que se adm ita una hipótesis de un lenguaje que
preexista a la palabra hum ana, se debe explicar, necesariam ente, de
qué m odo construyó el hom bre su lenguaje m atem ático, lo que nos conduce
nuevam ente a la composición operatoria. A ésta se la considerará esta
vez como simplemente psicológica, siempre qu e los logísticos le “coordinen”
a posteriori las “proposiciones tautológicas” que h ab rán axiomatizado. Pero
entonces el núm ero y - 1 no está contenido en las operaciones que engen­
dran los núm eros 1, 2, 3. . . pese a que después de u n a reestructuración de
los axiomas se puede hacer derivar todos estos números de las mismas
proposiciones iniciales. E n efecto, estas últim as proposiciones se convirtie­
ron en iniciales sólo con ulterioridad a la construcción, y desde el punto
de vista de esta construcción como tal el núm ero y - 1 no está contenido en
las operaciones + 1 ; 1 + 1 = 2; 2 + 1 = 3 ; . . .
Pero, por o tra parte, pese a que cada u n a de las construcciones que
condujeron a los diferentes tipos de números se inicia en un m om ento dado
de la historia, en algunos casos en alguna fecha conocida, de todas formas
ellas se basan en una conexión anterior, reconstituida reflexivamente. De
este modo, y sim ultáneam ente, la correspondencia biunívoca es prim era “en
el orden de la génesis” y últim a “en el orden del análisis” . D e esta m anera,
tam bién el núm ero y "1. es una generalización de las operaciones del tipo
V - t i , que, por su parte, son generalizaciones de la división, etc. L a no­
vedad de la construcción operatoria no es, en consecuencia, u n a creación
ex nihilo y se la obtiene efectivam ente a p a rtir de esquemas preexistentes;
esta preexistencia, sin em bargo, consiste sóio en un a anterioridad por regre­
sión gradual, sin que se pu ed a considerar que ninguno de estos esquemas
están preform ados desde siempre.
Henos aquí una vez m ás frente al problem a p lanteado al comienzo
de este párrafo: si se disocia del proceso genético el factor de novedad
p a ra considerarlo aparte, existe entonces creación, o “em ergencia”, o simple
sucesión em pírica, etc., y no continuidad con lo que precede; p ero si,
inversam ente, se disocia el facto r de continuidad y se lo considera tam bién
aparte, habrá entonces preexistencia a priori “en potencia”, identidad, tauto­
logía, etc. E n consecuencia, debemos adm itir los dos factores a la vez,
sin buscar la solución en la eliminación im plícita de uno de ellos; ello
señala que la operación m ediante la cual se “extrae” el elemento nuevo del
anterior agrega algo a éste al mismo tiem po que extrae de él el nuevo
elepaento. Es cierto que no podem os llegar a afirm ar que este hecho de
agregar algo al elemento anterior cree por com pleto al elemento nuevo,
por simple proyección en el pasado (es decir, provocando la ilusión de una
copia), ya que de ese m odo recaeríam os en la supresión im plícita de u n o de
los términos que se deben conciliar: existe sólo u n a reflexión sobre un
elem ento efectivam ente anterior, pero que al mismo tiempo que lo refleja
lo enriquece. El proceso genético, en consecuencia, es sim ultáneam ente
constructivo y reflexivo, y el factor reflexivo es parcialm ente constructivo,
de la m ism a form a en que el factor constructivo p o r su p arte es parcial­
m ente reflexivo: la reflexión enriquece retroactivam ente el elemento anterior
a la luz de sus relaciones con el elemento ulterior, m ientras que la cons­
trucción lo incorpora efectivam ente en el seno de u n a nueva composición.

Podemos observar entonces que los dos problem as correlativos que se


p lantean en relación con todo proceso genético, considerado bajo el ángulo
de la actividad del sujeto, son el de la elección del elemento anterior en
vistas de su nueva utilización y el del m odo de composición que logra
enriquecerlo al mismo tiem po que lo utiliza en el seno de la nueva cons­
trucción, Estos dos problem as corresponden a lo que los problem as de la
abstracción y de la generalización son en las soluciones empiristas (que
consideran que toda construcción está obligada a to m ar sus m ateriales de
la realidad ex terio r). P ara u n a epistemología como la de Enriques (e inclu­
so tam bién, en gran parte, p a ra la de Gonseth) to d a génesis, en efecto,
consiste en “abstraer” de los datos sensibles algunos elementos y some­
terlos luego a u n a generalización (o a u n a esquem atización) adecuada al
objeto al que se apunta.. P o r o tra parte, y desde nuestro punto de vista,
este doble proceso es esencial p ara la elaboración de los conceptos físicos:
sin embargo, e independientem ente de los esquemas m atem áticos que per­
m iten enriquecerlos, esta abstracción a p artir de las propiedades del objeto
y esta generalización po r pasaje de u n concreto más especial a un abstracto
más general no conducen a ninguna novedad real. E n efecto, el producto
de este doble proceso contiene sólo los elementos utilizados en un comienzo.
En el caso de una génesis verdadera, es decir al mismo tiem po constructiva
y reflexiva, po r basarse en actividad del sujeto, los dos polos del proceso
genético son, por el contrario, u n a abstracción a p artir de la acción (y no
ya del objeto) y una generalización por composición o p erato ria; esto es,
precisam ente, lo que ocurre en el caso de la génesis de las estructuras
lógico-matemáticas.
L a elección del elemento anterior en que se basa la génesis p a ra un a
nueva utilización se realiza, en este caso, gracias a la siguiente form a
particular de abstracción: la que consiste en tomar uno de los aspectos de
un género de acciones o de operaciones anteriores y convertirlo en el ele­
mento de u n a nueva construcción. D e este modo, las operaciones consisten
en reunir objetos equivalentes o en seriar objetos diferentes que constituyen
la adición de las clases o de las relaciones asimétricas, extraen su sustancia
inicial de las acciones sensoriomotrices que asimilan muchos objetos a un
mismo esquem a o los distinguen según sus relaciones p rácticas: la capacidad
de reunir o de poner en relación es entonces abstraída (o diferenciada) de
su contexto sensoriomotor y se la utiliza en las acciones interiorizadas que
constituyen las prim eras representaciones. Pero, y precisam ente, tan pronto
como se la abstrae de sus formas prácticas anteriores y se la un e a símbolos
móviles, esta capacidad de reunir o de seriar puede, por ello mismo, d ar
lugar a articulaciones nuevas que la conducirán hasta el estado operatorio.
Por o tra parte, y m ediante una abstracción análoga, las reuniones o puestas
en relaciones sensoriomotrices son tom adas de las estructuras más p rim iti­
vas : en efecto, las formas elementales de la abstracción a p a rtir de la acción
consisten en simples diferenciaciones de las conductas o de los funciona­
mientos. E n este sentido, la capacidad de reunir o de conectar que carac­
teriza a las conductas sensoriomotrices se origina en un a diferenciación
de las coordinaciones reflejas; éstas, por su parte, parecen tam bién ser el
resultado de u n a abstracción (es decir de u n a diferenciación) a p a rtir de
las coordinaciones orgánicas más profundas, etcétera.
En lo que se refiere a las operaciones propiam ente dichas, es evidente
que, u n a vez que se constituyen, dan lugar a u n proceso análo g o : en efecto,
algunos de sus aspectos pueden ser abstraídos de su contexto p ara com­
binarse con otros elementos de abstracción y constituir los m ateriales de
úna nueva construcción. D e este modo, y gracias a esta abstracción a p a rtir
de la acción, la operación de num erar obtiene su sustancia én las opera­
ciones de adición de las clases (encajes) y de orden (seriación de las
relaciones asimétricas) ; la operación de la extracción de la raíz obtiene
tam bién de ese modo su posibilidad de la división, etc. Por ello, las opera­
ciones m atem áticas m ás simples, que los matem áticos utilizan bajo su form a
acabada, lim itándose a retener en ellas el aspecto que interviene en sus
definiciones axiomáticas, suponen en realidad caracteres a m enudo m uy
com plejos: la correspondencia biunívoca que se puede definir sin recu rrir
?. la idea de orden, la supone, efectivamente, en la m edida en que nos
vemos obligados a seriar los términos que se. deben poner en correspon­
dencia p a ra no olvidar ninguno de ellos; pero en ese caso se tra ta de u n a
especie de im plicación entre operaciones, diferente de la im plicación entre
proposiciones y que traduce directam ente las abstracciones a p a rtir de la
acción. Además, y debido precisam ente al hecho de que sirven como m a­
terial p a ra nuevas composiciones de conjunto (con nuevos sistemas de
operaciones), el reconocim iento de los elementos abstraídos de las opera­
ciones anteriores puede p lantear algunas dificultades a causa de la adjun­
ción de los nuevos caracteres originados en esta composición.
¿E n qué consiste entonces esta adjunción, fuente de la novedad? Los
elementos abstraídos de las acciones u operaciones anteriores, que gracias
a esta abstracción se h an convertido en independientes (o diferenciados)
dan lugar a u n a nueva composición operatoria de conjunto, diferente de
la composición anterior que integraba. Es indudable que un elemento
abstraído de u n sistema anterior no puede por sí solo dar lugar a la elabora­
ción de este nuevo sistem a: él engendra la composición no contenida en las
precedentes m edíante la com binación o puesta en relación con otros elemen­
tos, tom ados de otros conjuntos. D e este modo, la correspondencia biunívoca
obtiene uno de sus elementos a p a rtir de la simple correspondencia cuali­
tativa entre figuras (que interviene ya en el dibujo espontáneo, o en la
imitación, e tc .) ; sin em bargo, y al descuidar el aspecto cualitativo de esta
operación anterior y conservar sólo la puesta en correspondencia, la nue­
va operación conduce a una correspondencia más general v “cualquiera”.2
A hora bien, ésta no estaba contenida en las correspondencias cualitativas.
Ello se debe a que su construcción supone además, como acabamos de
recordarlo, la idea de orden, inútil cuando las cualidades bastan para
realizar u n a correspondencia por semejanza, pero necesaria p ara la enume­
ración exhaustiva de térm inos correspondientes cualesquiera. E n resumen,
si la abstracción a p a rtir de las acciones u operaciones anteriores explica la
continuidad entre lo nuevo y lo antiguo, la composición de muchos elemen­
tos tom ados de una única totalidad operatoria de la que no participaban
hasta el m om ento explica la novedad de la construcción. Además, y esto
tam bién es esencial p a ra la com prensión de los procesos genéticos, esta
com binación entre elementos abstraídos de los sistemas anteriores no consiste
en una simple asociación: la síntesis se efectúa y es realm ente constructiva
sólo en la m edida en que estos elementos d an lugar a u n a composición
operatoria entera, con sus propiedades de conjunto (por ejemplo de tran-
sitividad, de reversibilidad, de asociatividad y de identidad) que señalan la
independencia y el cierre de la nueva construcción y la hacen irreductible
a cada uno de sus elementos considerados en form a aislada.
Sin em bargo, la abstracción a p a rtir de la acción y de la composición
operatoria nos proporcionan la clave del doble aspecto de continuidad y
de novedad característico del proceso genético sólo si aprehendem os su
propia reciprocidad, basada en la interdependencia constante de la reflexión
y de la construcción. E n efecto, la abstracción a p artir de las acciones u
operaciones anteriores es orientada por la nueva construcción e incluso tiene
significación sólo en función de esta nueva estructuración, que constituye
la form a de equilibrio hacia la que tiende, Pero, recíprocam ente, la nueva

- Véanse vol. 1. cap. 1, § 4.


composición actúa de inm ediato sobre lo que lo preexiste y el proceso
reflexivo consiste en este proceso. A ello se debe que la reflexión sea soli­
daria de la construcción y que la construcción, por su p arte, com porte un
aspecto reflexivo que prolonga la abstracción que hemos descripto an terio r­
m ente. L a reflexión, en consecuencia, confiere u n a nueva realidad a los
elementos abstraídos de su sistema precedente: al hacer p asar el elemento
antiguo del estado no reflexivo y englobado en su contexto anterior a u n
estado reflexivo y abstracto, la reflexión lo elabora al cam biarlo de plano
y le atribuye u n a form a que hasta el mom ento no conocía: en efecto, ésta
se origina en nuevas relaciones y en su equilibrio de conjunto. Al basarse
en los elementos que la preceden, cada construcción nu ev a los estructura
así retroactivam ente gracias a la reflexión, al mismo tiem po que los engloba
en una nueva estructura. Se com prende entonces la ilusión según la cual
n ad a es n uevo; ésta proviene del hecho de que se subordina la construcción
a la reflexión. T am bién se com prende la ilusión opuesta que considera que
todo es siempre nuevo, cuando se subordina el proceso reflexivo a la
construcción por sí sola.
E n realidad, u n a vez que se reestructura al elem ento antiguo gracias
a la nueva composición, aquél no es idéntico a lo que era antes de su
reestructuración operatoria. El núm ero V - 1 no estaba “contenido” en \ / 1,
pese a que hubiese podido ser “extraído” de él m ediante una abstracción
a p artir de la operación V i - ” y m ediante u n a extensión generalizadora
de ésta: tal extensión recae entonces sobre y ' 1 y le confiere la nueva
propiedad de pertenecer a un sistema operatorio más vasto, que le p ro ­
porciona u n núm ero superior de combinaciones posibles. Se puede decir,
incluso, que el núm ero 3 no estaba “contenido” en los números 2 y 1
antes de que se lo construyese bajo la form a 2 + 1 = 3 m ediante u n a
operación que transform a en u n a serie móvil lo que hasta el m om ento era
un conjunto estático. El núm ero entero en general no estaba “contenido”
ni en las clases lógicas ni en las relaciones asimétricas cuya síntesis o p era­
toria constituye; sin embargo, u n a vez construido recae sobre ellas al
conferir u n sentido num érico posible a las cantidades intensivas “uno” ,
“ninguno” , “alguno” y “todos” . E n resumen, cuando u n conjunto de
elementos dé lugar a u n a construcción operatoria, p o r esto mismo ellos
reciben la nueva propiedad o form a que consiste en pertenecer a un sistema
más am plio que les confiere, en consecuencia, propiedades que hasta el
m om ento no tenían. El pasaje de un estado intuitivo, a un estado opera­
torio transform a así u n mismo elemento en u n a form a tal que puede
escapar a un análisis estático: en efecto, ese elemento, al parecer, se m a n ­
tuvo idéntico a lo que era previam ente. El análisis genético, sin em bargo,
perm ite apreciar la transform ación, ya que al haber adquirido u n a m ovi­
lidad ignorada en u n nivel anterior del desarrollo este elem ento recibió en
realidad nuevas propiedades. E n ' lo que se refiere a la historia de los
sistemas de operaciones genéticam ente acabadas, toda generalización que
procede por composición propiam ente operatoria (p o r oposición a las
generalizaciones sim plem ente inclusivas: vol. I I , cap. 5, §§ 3 y 10) enri­
quece los sistemas anteriores a esta generalización, al hacerlos e n tra r a
título de elementos en sistemas caracterizados por u n conjunto de transfor­
maciones posibles que los sistemas restringidos no conocen. D e este modo,
al convertirse en u n caso p articular de los espacios’métricos genérales, y, a
través de éstos (de la m isma form a que m ediante la geom etría afín y pro-
yectiva), caso p articu la r del espacio topológico, ca d a u n a de las propie­
dades del espacio euclidiano se enriqueció gracias sim plem ente al hecho
de que convirtieron en transform ables en otras propiedades n o euclidianas.
D e la m ism a form a, la com paración que establecieron Lie, Abel y K lein
entre la teoría de los grupos en álgebra y en geom etría perm itió form ular
nuevas transform aciones que enriquecieron tam bién las propiedades espa­
ciales ya conocidas. T am bién hemos com probado (vol. I I , cap. 5) que lo
mismo sucede en el proceso de desarrollo de los conocimientos físicos, en
tan to que éstos se basan én la generalización m atem ática de carácter opera­
torio: en este cam po el papel del descubrimiento fortuito es m ayor a
causa del papel de la experiencia. E n él, tam bién, la generalización por
composición operatoria no es siempre inm ediata, pero ella desem peña
entonces u n papel tanto más constructivo, cuando interviene, cuanto más
inclusiva es en él la generalización sim plem ente legal.
E n resumen, al “reflejarse” sobre los elementos anteriores to d a cons­
trucción nueva los enriquece con propiedades que ellos no poseían p o r sí
mismos. Ese proceso, evidente en el terreno operatorio, no es menos claro
en el cam po preoperatorio: en efecto, en dicho caso las coordinaciones
intuitiyas que preceden las composiciones deductivas se convierten en opera­
torias cuando están englobadas en sistemas de conjunto y adquieren por
ello un poder de transform aciones del que hasta ese m om ento carecían.
Se com prende entonces la razón por la que un proceso genético no puede
presentar u n comienzo absoluto, ya que este mecanismo circular de cons­
trucción con recaída retroactiva se repite en form a indefinida en el análisis
regresivo. Por ello, no es en absoluto absurdo considerar que el esquem a­
tismo d é las operaciones lógico-matemáticas, térm ino de la articulación de
las coordinaciones intuitivas, sea ya preparado funcionalm ente por el esque­
m atism o sensoriomotor, sin estar en absoluto “contenido” en él como estruc­
tu ra ya constituida. D e la m ism a form a, las coordinaciones sensoriomotrices
se construyen a su vez sólo basándose en elementos tom ados de coordina­
ciones hereditarias (reflejas o instintivas), sin estar preform adas en ellas.
E n definitiva, se puede afirm ar la conexión entre las “form as” racionales
y las “formas” orgánicas sin preform ar aquéllas en éstas ni rom per en
n unto alguno la continuidad genética.
L a causa profu n d a de esta continuidad reside en el hecho de que esta
creación perpetua de formas nuevas con repercusión sobre los elementos
anteriores no hace más que expresar los caracteres esenciales propios de
todo desarrollo biológico (orgánico o m ental) : la diferenciación y la inte­
gración com plem entarias. E n efecto, si la reflexión es ya constructiva ello
se debe a que diferencia las estructuras que le corresponden; también,- a
su vez, si la construcción correlativa es reflexiva ello se debe a que integra
.los elementos anteriores diferenciados de este modo. L a reflexión y la cons-
tracción, sobre todo la abstracción y la generalización operatorias (abstrac­
ción a p a rtir de las acciones y generalización por com posición) constituyen
entonces casos particulares de la diferenciación y de la integración mentales
en general; de la m ism a forma, éstas proceden, a su vez, de las diferencia­
ciones e integraciones nerviosas sucesivas que rem ontan p o r recurrencia
hasta las form as m ás elementales de organización. Si existe u n a continuidad
entre u n a estructura y la siguiente, ello se debe a que u n proceso ininterrum ­
pido de asim ilación (simple o recíproco) conserva la u n id ad funcional del
sistema en el transcurso de estas deferenciaciones e integraciones estructu­
rales correlativas. E l hecho de que este mecanismo, que interviene ya en
el transcurso de todo el desarrollo m ental gobierne incluso el desarrollo de
los conocim ientos científicos en su proceso de abstracción y de generaliza­
ciones operatorias m uestra en grado suficiente la conexión estrecha que
existe entre estos dos tipos de campos.

. § 5. ¿E l d e s a r r o l l o d e l o s c o n o c i m i e n t o s s u p o n e u n a d i r e c c i ó n
D e la misma form a en que no presenta u n comienzo abso­
d e te rm in a d a ?
luto, el proceso genético, al mismo tiempo constructivo y reflexivo, que
hemos descripto puede proseguir en form a indefinida. Se p la n tea entonces
el problem a de determ inar si su desarrollo es absolutam ente contingente o si
obedece a leyes de dirección.
H em os enfrentado ya este problem a en relación con el pensamiento
de L. B runschvicg; su descripción del ím petu intelectual, en efecto, evoca
1?. im agen de u n a creación perpetua, sin ninguna dirección en lo que se
refiere a su fu tu ro ni otra preocupación en relación con su pasado más
que la de reconstituirlo reflexivamente, pero antes que n a d a p a ra poder
desligarse de él. A hora bien, pese a que es razonable co n tin u ar la m archa
sin anticipar lo imprevisible y estar dispuesto a rom per con to d a tradición,
de todas formas, también, y desde el punto de vista de la razón, es inquie­
tante el hecho de invertir las tesis de la necesidad a priori o de la identidad
hasta el p u n to de caracterizar la actividad racional p o r la contingencia
pura. Pero, según parece, quien dice desarrollo de la razón debe incluir
un m ínim um de “vección” . Se puede llegar a ad m itir qu e la duración
interior, el arte, la sociedad,. la vida, y quizás el universo mismo se trans­
form an sin dirección, pero una razón que cam bia sin cesar de estructura
sólo puede hacerlo con razón y, en consecuencia, seguir u n a vección
inm anente a su propia naturaleza.
Sin em bargo, e incluso si se supone que esta hipótesis tiene u n sentido,
es singularm ente difícil precisarla y determ inar esta dirección sin volver a
caer, p o r ello mismo, en lo que la epistemología genética se propone ev itar:
un realismo m etafísico anterior al estudio genético.
¿ D irem os nosotros, de este modo, tal como lo hace el realismo del
objeto, que la dirección que sigue la razón consiste sim plem ente en tender
hacia lo real, hacia el “ser”, presentes fuera de ella? Es posible, y, contra­
riam ente al positivismo, no nos permitiremos an ticip ar n ad a en este sentido.
Pero antes de verificarlo no podemos considerar que la tesis sea verdadera;
por o tra parte, la comprobación sólo puede efectuarse a posteriori, es decir,
u na vez en posesión de u n “real” indiscutible. A hora bien, si nos limitamos
a los hechos genéticos e históricos, comprobamos, p o r el contrario, que la
“ realidad” m odifica su estructura en cada nueva etapa del conocimiento.
Incluso los físicos m ás realistas, como Planck, confiesan que la conquista
d e lo real es sólo u n ideal. Ideal necesario, agregan, y no podem os menos
que aceptarlo a p a rtir de nuestra posición de observadores del pensamiento
físico: sin embargo, esta necesidad constituye entonces una simple obliga­
ción intelectual, que el físico experim enta, de in ten tar la elucidación de los
datos de experiencia independientes de todo “antropom orfism o” , es decir,
de todo egocentrismo intelectual; ella no contiene entonces ninguna indica­
ción sobre la dirección que se debe seguir, ya que los datos más exteriores
al yo son los que d an lugar al m áxim um de deducción por p arte del sujeto,
de acuerdo con las estructuras m entales características de su nivel de evo­
lución individual o histórico. ¿ Diremos que conocemos las direcciones
seguidas hasta el m om ento y que, p a ra aprehender lo real en sí, bastaría
con extrapolar la curva de las “realidades” construidas sucesivamente en el
transcurso de los estadios anteriores? A esto cabe objetar que si la extra­
polación de una curva es en general una aventura incluso ilegítima en
lo que concierne al m étodo científico en epistemología, en este caso p ar­
ticular esa extrapolación daría lugar a u n resultado sin d uda pobre:
lo “real” aceptado en u n a época ha sido siempre “disuelto” por el pensa­
m iento científico de la época posterior, tal como lo confiesa u na perso­
nalidad realista como la de E. Meyerson. E n consecuencia la extrapolación
conducirla a revelar u n a tendencia de la curva hacia u n a asíntota caracte­
rizada po r la supresión de lo real. No podem os llegar a esta conclusión ya
que en la actualidad sigue existiendo u n a realidad experim ental no disuelta
tan resistente como en el transcurso de todas las épocas pasadas de la
ciencia, e ignoram os tam bién todo acerca del futuro. Afirmemos entonces
sim plem ente la conclusión de que la “realidad” que corresponde a las
diversas estructuras m entales que la asimilan sucesivamente no puede pro­
porcionar el principio de u n a ley de dirección.
¿Diremos entonces que la dirección que caracteriza a la evolución
de la razón está determ inada por los invariantes característicos de aquélla?
No, ya que esta hipótesis no es unívoca y com prende en realidad m uchas
posibilidades que debemos exam inar po r separado.
En sim etría con el realismo del objeto, la más simple consistiría en
suponer que la razón del sujeto tiene estructuras a priori que orientan
en form a perm anente la evolución intelectual. U n cuadro invariante de
categorías, u n principio intelectual como el de la identidad, o las leyes
de la lógica form al en general asum irían de este m odo el papel director,
y el desarrollo de los conocimientos consistiría sólo en u n a asimilación
progresiva siempre igual a sí misma, desde lo real hasta estos marcos
preestablecidos. Sin em bargo, el panoram a del desarrollo del conocimiento
opone a este realismo del sujeto u n a serie de dificultades cuyo enunciado
com pleto equivaldría a resum ir toda la obra que precede. E n efecto, no
existe u n a estructura invariante de la razón; precisam ente, éste es el hecho
psicológico e histórico y fundam ental que exige la utilización del método
genético en epistemología. C ualquiera que sea el principio designada como
invariante, se observa siem pre u n a época de la historia o un estadio del
desarrollo individual q u e ignora su existencia; o, lo que equivale ex acta­
m ente a lo mismo, que realiza aplicaciones diferentes a p artir de él (ya
que en el cam po de los principios la “aplicación” precede a la codificación
fo rm a l).
D e esté modo, todas las categorías de la sensibilidad y del pensam iento
definidas por K an t cam biaron su estructura en el transcurso de la historia
y, en gran parte, con posterioridad al propio K a n t: por ejemplo, las del
espacio (con la m ultiplicación de las geom etrías), de tiempo (con la relati­
v id a d ), de m odalidad (con el desarrollo del probabilism o), de sustancia
(con la com plem entariedad m icrofísica), de causalidad (con la relatividad
y el concepto de indeterm inación), etc. Ello determ ina que si intentam os
caracterizar u n a de estas categorías m ediante sus elementos constantes en
el transcurso de la historia nos vemos obligados a despojarle sucesivamente
todas sus propiedades específicas, lo que conduce a un invariante p u ra ­
m ente funcional y no ya estructural. Si se busca qué hay de com ún entre
las norm as de causalidad tales como la causalidad aristotélica (y precien-
tífica en general), y la causalidad de acuerdo con las tres mecánicas,
clásica, relativista y cuántica, nos hallam os sim plem ente frente a ia nece­
sidad de explicar. Sin em bargo, y de la m ism a form a en que a u n a función
com ún de todos los seres vivientes, tal como la nutrición, puede corres-
ponderle formas indefinidam ente variadas de órganos, a este invariante
funcional (la necesidad de explicar) le corresponden estructuras m uy v aria­
bles. N inguna de todas estas estructuras es invariante, y, en consecuencia,
ninguna de ellas puede asignarle una dirección física al desarrollo: el
problem a, por el contrario, es el de saber si la sucesión de las estructuras
sigue o no u n a vección.
O tra solución consistiría entonces en escoger como vección la acción
ejercida por los principios de la lógica form al. D entro de este enfoque
E. Meyerson considera que la “senda del pensam iento” está orientada desde
el pensam iento precientífico y desde la percepción, por u n a identificación
que lo conduce hasta las m ás altas cumbres del pensam iento científico; esta
identificación sé originaría en u n a aplicación perm anente y siempre sim ilar
a sí m isma del principio de identidad a la realidad m últiple y diversa. De
la m ism a form a, se p o d rían fu n d ar sistemas, paralelos al de M eyerson, sobre
la aplicación continua de los principios de no contradicción, del tercero
excluido, etc.; o sobre la aplicación de la lógica form al en general, conce­
bida como el invariante estructural que im prim e su dirección al desarrollo
intelectual y lo orienta hasta la evolución de las categorías.
Sin embargo, y ta n pronto como se adm ite la hipótesis de u n a ' cons­
trucción de la lógica, no se puede considerar que los “principios” de la
lógica form al sean invariantes: en efecto, en los diversos niveles preo p era­
torios y operatorios nos encontram os en presencia de estructuras dife­
rentes en lo que se refiere al esquematismo de la asimilación intelectual y
a su coherencia interna. L a respuesta de los aprioristas es entonces la
siguiente: los principios son invariantes pero se aplican en form a diferente.
D e este m odo, E. M eyerson in te rp re ta a la “participación” de los Bororos
y de los A raras como u n a identificación de lo diverso cualitativo similar a
la identificación del m ovim iento y del calor por p arte de los físicos. D e la
m ism a form a, A. R eym ond afirm a que los prim itivos aplican el principio
de no contradicción, pero en form a diferente de la n u e stra : sin preocuparse
por él en el cam po físico, lo respetan en el plano místico, en el que u n
objeto no puede ser. sim ultáneam ente sagrado y no sagrado. Sin embargo,
si se respeta estrictam ente el lenguaje genético no se puede considerar
que u n principio al que se aplica en form a diferente sea el mismo principio;
en efecto, es evidente que antes de que el pensam iento lógico haya form ulado
las “leyes” del pensam iento m ediante u n a “reflexión” que transform a (como
lo hemos visto en el § 4) aquello sobre lo que reflexiona, no existían “leyes”
como tales, sino sólo lo que los aprioristas designan como sus “aplicaciones” .
Estas últimas, en consecuencia, no eran aplicaciones sino comienzos de
estructuración. D e este modo, el género de coherencia que el pensam iento
logra es cualitativam ente diferente según que el pensam iento se sitúe en
u n nivel en . el que las clases lógicas están “agrupadas” en clasificaciones
jerárquicas susceptibles de composición en form a reversible, o que proceda
por intuiciones imposibles de ser coordinadas de acuerdo con este modo
de composición. Las relaciones de identidad y de no contradicción asumen
una significación concreta o form al, es decir “lógica” en el sentido estruc­
tural del térm ino, sólo en u n a composición operatoria acabada; por su
parte, en la intuición preoperatoria la coherencia se realiza sólo gracias a
relaciones sentidas y vividas antes que pensadas, es decir m ediante regula­
ciones y no m ediante operaciones. P o r últim o, en la inteligencia sensorio-
m otriz, la coherencia se realiza m ediante la coordinación de los movi­
mientos mismos.
Es indudable, de todas formas, que en cada uno de estos niveles
podemos observar ya u n equivalente de lo que serán luego la no co n tra­
dicción y la id entidad; sin em bargo, es u n equivalente sólo funcional:
se trata de la necesidad de coherencia, cualquiera que sea la forma estruc­
tural alcanzada, o de la asim ilación mism a, cualesquiera que sean sus instru­
mentos. E n el cam po de los principios formales de la lógica al igual que
en el de las categorías del pensam iento, el invariante es entonces sólo fun­
cional y las estructuras se suceden bajo form as diversas: la estructura pro­
piam ente “lógica” es sólo el térm ino y no el p u n to de p artida de 'esta
evolución.
A. L alande proporcionó u n a solución m ás interesante del problem a al
introducir la distinción entre u n a “razón constituida” y u n a “razón consti­
tuyente” . L a prim era se caracterizaría po r los conceptos generales y los
principios adm itidos en u n a época determ inada, aunque sujetos a revisión
continua, m ientras que la segunda representaría el invariante por oposición
p , estas variaciones: la razón constituyente sería entonces el factor p erm a­

nente que orienta a las form as . sucesivas de la razón constituida. Cabe


lam entar, sin em bargo, que L alande, seguido en esto por E. Meyerson, se
haya lim itado a definir esta razón constituyente m ediante la identificación
(c- “asimilación”, aunque considerada en el sentido exclusivo de la identi­
ficació n ). E sta solución equivale en realidad a la precedente, pero n ad a
im pide conservar los conceptos de razón constituyente y constituida, aunque
teniendo en cuenta las dificultades que acabamos de señalar. E n dicho
caso, la razón constituida se caracterizará p o r la sucesión de las estructuras
m ientras que la razón constituyente se reducirá sólo a los invariantes funcio­
nales. Sin embargo, el problem a que se plantea entonces es el de com ­
p render cómo la función perm anente pued e orientar las estructuras suce­
sivas y si las orienta en realidad de acuerdo con un a dirección asignable.
L a com paración de la evolución de la razón con la evolución de la
vida puede m ostram os desde u n prim er momento que algunas funciones
constantes (nutrición, respiración, sexualidad, etc.) no orientan en absoluto
po r sí mismas 1&. sucesión de los órganos que las realizan y que varían según
las clases de la serie dé los seres organizados. Desde el punto de vista de la
dirección seguida por la serie evolutiva, la célebre fórm ula lam arckiana
(la función crea al órgano) no com porta ningún sentido preciso. E n
consecuencia, e incluso si se adm ite la variación de las funciones del conoci­
m iento y la variación de las estructuras u órganos intelectuales, sólo bajo
u n a condición se puede hablar de un efecto director de la p rim era sobre
los segundos, en el sentido de la razón constituyente de L alan d e: nos refe­
rimos al caso en el que las etapas sucesivas de formación de las estructuras
se caracterizan por u n ejercicio cada vez rriejor de la función, es decir,
por un funcionam iento de la razón cada vez más completo, más extenso y
m ás estable. D e este modo, el problem a de la dirección se reduce a un
problem a de equilibrio.
Precisemos entonces la situación. Al d ejar sucesivamente a u n lado las
soluciones que por intermedio de u n a especie de m otor externo — la ad a p ta ­
ción a u n real dado en sí mismo— o por establecimiento de u n program a
fijado de antem ano— estructuras a priori, identificación, etc., la discusión
que precede nos compele a hab lar de dirección posible sólo en relación con
u n funcionam iento inm anente a la razón y con u n funcionam iento sin
estructura fija. La vección se confunde entonces con u n a m arch a hacia
el equilibrio. Pero se tra ta de u n equilibrio cuya form a sólo se puede
determ inar a posteriori: asignársela antes de que se realice, en todo o
parcialm ente, equivaldría, en efecto, a u n a de las soluciones precedentes.
¿ Conserva entonces algún sentido el concepto de dirección?
E n el § 4 hemos intentado caracterizar el funcionam iento no del
conocimiento considerado en el estado de equilibrio sino del mecanismo
del desarrollo de los conocim ientos: construcción de nuevas estructuras por
interacción del sujeto y del objeto, pero basada constantem ente en su
propio pasado y que integra retroactivam ente los elementos anteriores sobre
los que reflexiona después de haberlos tom ado de su contexto prim itivo.
El problem a del equilibrio se plan tea entonces bajo la siguiente form a. El
proceso en juego conducirá al estado a los que sé puede designar como
equilibrados en la m edida en que los elementos anteriores serán deform a­
dos en m enor grado por su integración recurrente. Sin embargo, si se
aceptr. esta definición del equilibrio, ¿se podrá, determ inar por u n lado,
el grado de este equilibrio (en m ayor o en menor m edida, es decir por
simple seriación cualitativa) y, por o tra parte, caracterizar las condiciones
de su eventual estabilización?
Al parecer, la determ inación del grado de equilibrio presenta sólo u n a
dificultad relativa. Todo el m undo estará de acuerdo en considerar que la
m atem ática constituye el modelo de un pensam iento equilibrado, ya que
hasta el presente todo nuevo descubrim iento h a logrado integrar en el
nuevo sistema de relaciones los conocimientos anteriorm ente reconocidos.
De este m odo, el cálculo infinitesim al no h a anulado al álgebra de lo finito,
sino que la h a situado en u n conjunto m ás vasto; tam poco las geometrías
no euclidianas h an determ inado la falsedad de la geom etría euclidiana sino
que, por el contrario, la h a n absorbido en u n a m étrica m ás general, etc.
N i siquiera el brouwerismo suprime la legitim idad del principio del tercero
excluido: la lim ita, simplemente, al cam po de los conjuntos finitos. Por
el contrario, todo el m undo estará de acuerdo en afirm ar que el pensa­
miento psicológico es m ucho menos equilibrado, ya que ca d a nueva teoría
contradice las precedentes, a m enudo incluso en su propio fundam ento,
es decir, en el reconocimiento de los hechos como tales; de este modo, la
teoría de la G estalt no sólo contradice al asociacionismo sino que llega
incluso a cuestionar la propia existencia de la sensación y de la asociación
mecánica, que las teorías precedentes consideran como h echos: en este
caso, los elementos anteriores integrados por la nueva concepción se reducen
a muy poca cosa.
Se aceptará entonces sin dificultad el hecho de que el desarrollo de
los conocimientos se caracterizó por u n equilibrio móvil cada vez más
estable, lo que, po r o tra parte, es casi tautológico; en efecto, un conoci-.,
miento susceptible de ser reem plazado de inm ediato por otro es sin duda
un conocimiento pobre. Por otra parte, ello es u n a consecuencia directa
de lo que hemos visto en relación con el desarrollo (§ 4 ) : en efecto, si las
nuevas construcciones son siempre solidarias de u n a reflexión retroactiva,
se logrará necesariam ente un equilibrio creciente por integración de los
• anteriores conocimientos a los nuevos. Pero se tra ta entonces de u n equi­
librio esencialm ente móvil, que no excluye en nad a la intervención continua
de nuevos descubrim ientos de hecho o de nuevas estructuras de pensamiento.
A hora bien, si la evolución de los conocimientos supone de este modo
la m archa hacia un equilibrio que es, al mismo tiempo, más estable y más
móvil, se plan tea nuevam ente el problem a de la dirección de esta evolución:
nos vemos llevados a adm itir que el equilibrio depende de u n a cierta
conservación del pasado, es decir de la integrabilidad, sin deformación,
de las estructuras anteriores en las nuevas. No p o r ello asignamos de
antem ano al equilibrio u n a form a estructural definida (bajo la form a
de una tab la de categorías, de un conjunto de principios formales o de to d a
otra estru ctu ra), lo que precisam ente equivaldría a despojarlos de su
carácter fundam ental de m ovilidad. L a anterior definición de equilibrio
corresponde ahora a u n a com probación de hecho: no sólo es posible carac­
terizar las condiciones de estabilidad del equilibrio intelectual sino que
también se puede com probar su estabilización creciente (adm itiéndose un a
vez más que la estabilidad de u n equilibrio no se contradice con su movi­
lid a d ) . Incluso sin saber en qué consistirán los conocimientos o las estruc­
turas ulteriores de pensam iento, podemos afirm ar, en efecto, que antes de
ser construidas ellas están sujetas a la siguiente obligación previa: conservar
lo que ya h a sido construido o, en caso de m odificación o incluso de
reestructuración general, hallar la m ejor form a de coordinación entre el
m áxim um de lo adquirido y las ulteriores transformaciones. E n efecto,
cualquiera que sea la libertad de construcción intelectual, ésta no puede
suprim ir aquello en lo que se basó inicialm ente (por ello, precisam ente,
u n a construcción racional difiere de u n a construcción cu a lq u ie ra ). L a
solidez de la construcción intelectual será correlativa de su capacidad de
relacionar los nuevos elementos que aporta y los antiguos elementos que u ti­
lizó (ya que, repitámoslo, ningún conocimiento tiene u n comienzo ab so lu to ).
Los ejemplos que ilustran esta ley de equilibrio son innum erables. L a
física es la ciencia que presenta la m ejor gam a de variedades significativas.
E n efecto, entre la m atem ática, tan equilibrada que las soluciones de sus
“crisis” constituyen n o sólo reequilibraciones sino progresos constantes en
el sentido de u n equilibrio superior y las ciencias biológicas o psicosocio-
lógicas, que están ta n poco avanzadas que presentan aún un desequilibrio
constante, la física proporciona la m ejor gam a de variedades significativas.
Señalemos tres, que corresponden a los tres casos que acabamos de dis­
tinguir: conservación simple de lo adquirido, m odificación p ro fu n d a y
reestructuración general. E l prim er caso es el de la “física de los principios”
tal como precedió a la teoría de la relatividad: en ella, el equilibrio con­
sistía sólo en agregar los nuevos hechos descubiertos a los precedentes,
conservando los mismos m arcos teóricos que, sin. em bargo, eran cada vez
más frágiles debido a las contradicciones latentes. El segundo caso es el
de la relatividad: m odificación de los principios mismos bajo la presión de
nuevos hechos contradictorios. Sin em bargo, se logra nuevam ente el equi­
librio gracias a nuevos principios que conservan los anteriores a títu lo de
aproxim aciones ligadas a u n a cierta escala y que conservan, sobre todo,
el conjunto de las leyes conocidas de la naturaleza que, independientem ente
de su sistema de referencia, se‘han convertido en invariantes. E l tercer
caso, por último, es el de la microfísica actual que dio lugar a u n a total
reestructuración. A hora bien, e incluso en un a situación ta n radicalm ente
im prevista como ésta, el equilibrio entre el presente y el pasado está de
todas m aneras asegurado: po r un lado, se conservan las leyes microfísicas
gracias a u n principio de correspondencia que restablece la conexión entre,
las escalas de observación; p o r o tra parte, y sobre todo, se introducen nuevos
modos d e conciliación, como po r ejemplo el principio de com plem entariedad.
Estos perm iten m antener en form a sim ultánea, al reestructurarlos, conceptos
anteriores aparentem ente inconciliables. E n cada uno de estos tres casos,
el equilibrio consiste, así, en u n a integración m áxim a de lo ya construido
en la construcción nueva, con estructuración retroactiva de lo adquirido:
el equilibrio está constituido po r la m ejor form a posible de conciliación
com patible con el conjunto de dos datos adquiridos.
Cabe preguntarse, sin embargo, si al proceder de ese modo no nos
lim itamos a caracterizar la vección distintiva que caracteriza al desarrollo
de los conocimientos, m ed ian te principios formales tales como el principio de
no contradicción. E n efecto, si esta vección constituye u n a m archa hacia el
equilibrio, y este equilibrio se define por la conciliación entre los nuevos
conocimientos y los hechos ya conocidos, ¿acaso la ley suprem a del equi­
librio, y en consecuencia de la dirección seguida p o r el pensam iento, no es,
entonces, la no contradicción y no ya la identidad? Sin embargo, subsisten
por enteró las dificultades que hemos analizado anteriorm ente en relación
con este problem a: la no contradicción tam bién puede revestir un número
indefinido de estructuras sucesivas, y aquello que p ara la razón de una
época es contradictorio no lo es, necesariam ente, p a ra la época siguiente.
L a “com plem entariedad” proporciona precisam ente un ejemplo de conci­
liación que en la actualidad se considera com patible con el principio formal
A /A , pero que en u n a época relativam ente reciente hubiese parecido incom­
p atible con él (de la m ism a form a en que nuestros padres hubiesen consi­
derado ilegítimas las restricciones expresadas por Brc-uwer a la evidencia
del principio del tercero excluido). Los principios formales no dirigen
entonces el desarrollo de los conocimientos: se lim itan a regular su for-
malización.
L a ley general de equilibrio, que im prim e u n a dirección a la evolución
de las estructuras del conocim iento es, en consecuencia, m ás p ro íu n d a que
los principios formales del pensam iento; o, p ara ser más precisos, orienta
la estructuración form al hasta un punto tal que determ ina la no contra­
dicción como tal, aunque considerada en sus diversas formas operatorias
posibles y no sólo bajo la form a p articular que asumió en e.l seno de. la
lógica bivalente ( p . p = 0 ) .3 Esta ley es la m ism a que rige el desarrollo
de la inteligencia en general: se tra ta del pasaje de la irreversibilidad a la
reversibilidad, ya que esta últim a, por otra parte, constituye el criterio
de todo equilibrio, al igual que de toda coherencia intelectual- o no contra­
dicción (vol. 1, cap. 3, § 5, iv ).
E n efecto, u n a form a de pensam iento científico aú n no equilibrado
como por ejemplo, en algunos casos, las teorías biológicas o psicológicas
que se suceden d u ran te u n período dado, se m antiene irreversible en el
sentido de que cada teoría elim ina a las precedentes siguiendo un desarrollo
sin revisión, o, por el contrario, retom a actitudes anteriores, pero con la
pretensión de abolir lo que se h a adm itido entre ambas. E n u n a form a
de pensam iento equilibrado com o la m atem ática, u n a nueva teoría engloba
por el contrario las teorías que supera a título de caso particular-: existe
entonces reversibilidad en el sentido de que existen algunas transform a­
ciones operatorias que perm iten al mismo tiem po proceder desde el caso
particular anterior hacia el caso general que se. acaba de descubrir o, inver­
samente, desde este últim o al precedente (por ejem plo proceder desde un
subgrupo a su grupo y recíprocam ente). E n u n a situación d.e este tipo,
la relación entre los conocimientos más antiguos y los conocimientos am plia­
dos más recientes confluye por completo con la coherencia interna del

* Véase nuestro Traite de Logique, § 51.


sistema considerado en su totalidad actual. L a reversibilidad operatoria
que realiza esta coherencia interna actual constituye entonces, p o r ello
mismo, la ley de equilibrio que determ ina las relaciones de vección entre
los estados parciales de conocimiento anterior y el sistema total presente.
E n el plano del desarrollo individual del pensam iento, se observa un
proceso análogo de equilibración, es decir un pasaje progresivo de la irrever-
sibilidad inicial a la reversibilidad final. En este caso, el fenóm eno se
presenta bajo dos aspectos correlativos. Por u n lado, se puede observar
la existencia de este pasaje de la percepción o del hábito irreversible a la
inteligencia sensoriomotriz, más reversible, y después de ésta al pensa­
m iento intuitivo u n poco más reversible, pero a.ún incapaz de operaciones
inversas; luego d e la intuición a las operaciones concretas, reversibles ah o ra
aunque en el caso limitado de la manipulación, m ientras q ue las operaciones
formales alcanzan por fin la reversibilidad y la m ovilidad completas. Por
o tra parte, este progreso en la dirección de la m ovilidad reversible se
m anifiesta a través de una extensión de las conductas a campos cad a vez
más am plios, es decir, que com portan distancias espacio-temporales cada
vez m ayores en tre el sujeto y el punto de aplicación de sus acciones u
operaciones: el “campo” de la percepción, en efecto, es m ás lim itado que
el de la representación intuitiva y éste más lim itado qué el de las ope­
raciones concretas y sobre todo formales; de este m odo, cada etap a
del desarrollo de la reversibilidad m ental corresponde a u n a am pliación del
cam po de las conductas. A hora bien, la integración de los conocimientos
se efectúa en la exacta m edida de esta reversibilidad creciente y d e esta
extensión de los campos de aplicación; es decir, los nuevos esquemas
que los engloban, al enriquecerlos, conservan a los esquemas anteriores más
o menos constantes: la inteligencia sensoriomotriz se subordina y corrige
las percepciones iniciales (en el sentido de ¡as ‘‘constancias” perceptuales) ;
el pensam iento intuitivo corrige a los esquemas sensoriomotores al inte­
grarlos a ella; las operaciones concretas corrigen tam bién a las intuiciones
al absorberlas, pero las operaciones formales se integran a las operaciones
concretas sin modificarlas en form a esencial y sim plem ente com pletándolas;
por últim o, las operaciones formales se m ultiplican sin contradecirse entre
sí. Existe entonces, efectivamente, un equilibrio creciente, en el sentido de
una integración cada vez más coherente, en función de la reversibilidad.
U n a vez construidas las operaciones formales, el desarrollo de las
ciencias las integra entonces en estructuras de conjunto que son cad a vez
más aptas p a ra conservar a los conocimientos anteriores y situarlos en
nuevos marcos. Ahora bien, esta integración de los esquemas anteriores en
los nuevos se m anifiesta precisamente m edíante u n a m ovilidad y u n a rever­
sibilidad creciente, y de acuerdo con dos aspectos que se corresponden con
los que acabam os de describir. Por un lado, y desde el p unto de vista de las
operaciones, en la m edida en que las transformaciones de u n sistema se
incorporan a u n sistema más vasto, la totalidad que así se constituye es más
móvil que antes y, en consecuencia, más reversible: en efecto, en este caso
a las transformaciones del prim er sistema y a las del segundo se le agregan
las transform aciones posibles del uno al otro. D e este m odo, y al reducir
los desplazamientos a semejanzas que conservan las distancias, las seme­
janzas a afinidades que conservan los ángulos, las afinidades a proyecti-
vidades que conservan las paralelas, y las proyectividades a homomorfías
que conservan las relaciones anarm ónicas, se encaja una serie de grupos
unos en otros a título de subgrupos, y a sus transformaciones particulares
se le agregan las relaciones reversibles constituidas por este encaje. A hora
bien, en este ejem plo la constitución histórica de los grupos más generales
(topología y geom etría proyectiva) es reciente, m ientras que los más espe­
ciales (euclidianos) son los m ás antiguos. Por otra parte, el cam po de
aplicación de la s . operaciones en juego se extiende, en consecuencia, en
función de su m ovilidad: el pasaje de la geometría euclidiana a. la m étrica
general y a la topología corresponde en form a sim ultánea a u n a extensión
considerable del cam po de la geom etría pu ra y a la extensión del terreno
de la observación física a las mayores o menores escalas. E n resumen,
cuando la generalización se efectúa por composición operatoria el campo
más general corresponde al sistema más móvil y m ás reversible.
Es evidente que estas afirmaciones conciernen al mecanismo del pen­
samiento y no a la realidad misma que este pensamiento elabora, y que
tanto puede ser irreversible como parcialm ente reversible. E n efecto, una
realidad irreversible es interpretada sólo gracias a esquemas reversibles, tal
como lo hemos com probado en relación con el azar (véase vol. II,
capítulo 3 ) : el espíritu asim ila el carácter específico de la mezcla irrever­
sible a u n sistema de combinaciones probables, calculado gracias a las
operaciones de combinaciones y de perm utaciones que tam bién son, a su
vez, reversibles.
En consecuencia, afirm ar que el pensam iento científico es cada vez más
reversible equivale sim plem ente a sostener que continúa el desarrollo de la
inteligencia. A hora bien, sólo desde hace muy poco tiempo se considera
que esta afirm ación tiene carácter de perogrullada. D urante m ucho tiempo
se consideró que la ciencia se lim ita a desarrollar el contenido de los
conocimientos sin m odificar la estructura de la inteligencia, a la que a
p artir de u n cierto nivel se considera com pletam ente acabada y como
habiendo adquirido u n a form a inm utable. L a formación de la inteligencia,
sin embargo, prosigue con el desarrollo del pensamiento científico. D e este
modo, después de Descartes es imposible pensar a la m anera de Aristóteles,
y la transform ación no sólo concierne a la m entalidad colectiva de los
hombres de ciencia: tam bién se la puede observar en el desarrollo individual
a través de u n a aceleración de los niveles superiores. En lo que se refiere al
contenido de los conocimientos, durante m ucho tiempo, y de acuerdo con
K a n t o A. Comte, se consideró que la ciencia estaba establecida en form a
inm utable sobre fundam entos definitivos: la lógica de Aristóteles, la geome­
tría de Euclides o la gravitación new toniana. D e ser así, la afirmación
de u n desarrollo de. la reversibilidad operatoria no tendría ningún sentido:
por el contrario, dicho desarrollo expresa la movilidad de los desarrollos
posibles, presentes y futuros.
Sin em bargo, y contrariam ente al concepto de identificación y a las
otras leyes de evolución asignadas al desarrollo del pensamiento, ingenuo o
científico, la reversibilidad no prejuzga en n ad a en lo que se refiere a las
construcciones futuras. L a reversibilidad es sólo la form a de equilibrio
del pensam iento y puede realizarse m ediante todas las estructuras opera­
torias. E n la actualidad, el “grupo” es su form a más general y más
acabada, pero no es la única posible y podría ser englobada en otras trans­
formaciones futuras. L a reversibilidad traduce sim plem ente en su form a
más directa la doble exigencia de construcción y de reflexión, característica
de todo pensam iento, es decir de composición operatoria y de interpre­
tación retroactiva. Ella constituye de este m odo el p unto de unión entre
el funcionam iento descripto en el § 4 y las estructuras sucesivas posibles;
es la simple expresión del hecho de que el pensam iento tiende a un
equilibrio móvil, ya que todo equilibrio se define por la reversibilidad y que
la reversibilidad lógica consiste en la posibilidad de las operaciones inversas
(en lo que se origina, entre otras cosas, el principio de no contradic­
ción p . p = 0 ).

§ 6 . L a s r e l a c i o n e s e n t r e l o “ s u p e r i o r ” y l o “ i n f e r i o r ” . T an to
las relaciones en juego en el funcionam iento dirigido del pensam iento
(§§ 4 y 5) como las relaciones entre el sujeto y el objeto (§§ 2 y 3) nos
conducen al problem a central de las formas de pasaje entre los principales
campos científicos, que a prim era vista son heterogéneos entre sí. Este
problem a se plantea necesariam ente en la hipótesis de u n encadenam iento
circular de las ciencias, m ientras que en la hipótesis de u n a serie rectilínea
o de u n a jerarquía es menos esencial e, incluso, p u ed e ser resuelto negati­
vam ente (tal como lo intentó A. Comte, que inten tab a reforzar las fronteras
y no suprim irlas). Nos hemos referido ya a este problem a cuando anali­
zamos cada uno' de los cuatro grandes tipos de conocimiento científico;
sin embargo, conviene retom arlo aquí, p ara com probar la analogía p rofunda
que existe entre las soluciones adoptadas p o r las diversas ciencias vecinas
y, sobre todo, p ara dem ostrar que todas estas soluciones análogas en tran
precisam ente en los esquemas descriptos en los §§ 4 y 5 en lo que se refiere
al desarrollo de u n a serie histórica o genética simple, es decir, independien­
tem ente del pasaje de u n cam po a otro. E n tre estos esquemas de desarrollo
y estos esquemas de pasaje existe sólo un a diferencia notable: el esquema
de desarrollo es com pletado por la adjunción de u n principio especial de
correspondencia cuando se produce un pasaje del sujeto al objeto.
E n efecto, hemos com probado en m uchas oportunidades que la reduc­
ción de u n conjunto de fenómenos llamados “superiores”, por ser más com ­
plejos, más específicos y por poseer determ inadas propiedades, a un conjuntó
de fenómenos llam ados “inferiores” por n o presentar estos caracteres, se
efectúa gracias a la construcción de un esquema más general que los
esquemas anteriores con que se contaba: al mismo tiem po que conserva las
propiedades específicas de lo “superior”, este nuevo esquema los reestruc­
tura m edíante elementos tomados de lo “inferior” y enriquece así a este
últim o con algunos caracteres de lo “superior” .
U n ejemplo típico en relación con esto lo constituye la reducción de
la gravitación al continuo espacio-temporal p o r supresión de las diferencias
entre el contenido y el continente. E n .esta reducción, tanto el esquema
anterior del espacio físico considerado como un simple m arco com o el
esquem a anterior de la gravitación considerado como sistema de acciones a
distancia se m odifican: ambos son englobados en un mismo esquema más
general, que reestructura lo superior (gravitación) m ediante elementos
tomados de lo inferior (espacio) pero que, recíprocam ente, enriquece a lo
inferior m ediante algunos caracteres de lo superior. E n efecto, la gravita­
ción h a sido reestructurada por eliminación de uno de sus caracteres ap a­
rentes, considerado entonces como subjetivo o antropom órfico (idea de una
fuerza que actú a a distan cia), m ientras que sus otros caracteres h an sido
reducidos a las propiedades del cam po inferior (desplazamientos de acuerdo
con las curvaturas del espacio) ; recíprocam ente, sin embargo, lo inferior
espacial se ha enriquecido con las propiedades tom adas del campo superior
(acción directa de la m asa sobre su m arco espacial).
P ara que la reducción tenga éxito, es decir para que el esquema hallado
sea operante, no basta construir un m arco general que englobe por simple
inclusión lo superior y lo inferior yuxtapuestos uno al otro. Ph. F rank
describió (en relación con la imposibilidad en la que cree Driesch de una
reducción de lo vital a lo físico-químico) “la enorme dificultad p ara
establecer que los fenómenos electrom agnéticos no podrían ser reducidos
a los fenómenos mecánicos” .4 A hora bien, pese a, todo, “la tendencia
actual de la física, po r el contrario, es la de form ular leyes físicas de una
generalidad tal que engloben, al mismo tiempo, los fenómenos mecánicos
y los fenómenos electrom agnéticos” .5 Sin. embargo, y u n a vez que se
descubran estas leyes generales, no por ello se podrá hablar de reducción;
la reducción será real si las leyes perm iten form ular composiciones opera­
torias tales que a p a rtir de ellas se pueda extraer al mismo tiem po el
detalle de las leyes m ecánicas y el de las leyes electromagnéticas: lo inten­
taro n Weyl, Einstein y E ddington. Sin embargo, hasta el momento este tipo
de ensayos h a perm itido obtener sólo resultados cuya com plejidad es mayor
que la de la reducción de la gravitación al espacio riem aniano. U n a reduc­
ción acabada supone entonces u n a asimilación recíproca y no sólo un a doble
inclusión en u n esquema general.
A hora bien, se puede observar la analogía que existe entre este proceso
de asimilación recíproca y el doble proceso de construcción y de reflexión
descripto en el § 4. Al considerarse que este campo “inferior” constituye
el esquema de partida, este esquema se asimila entonces, a título de elemen­
tos nuevos, al campo “superior” , lo que da lugar a la construcción de un
esquema más general m ediante caracteres tomados a ambos campos a la
vez; si este esquema general se limitase a desentrañar sus propiedades
comunes no habría reducción, sino simple extensión del esquema inferior
inicial. Por el contrario, y al ser los elementos nuevos reestructurados
m ediante caracteres tom ados del cam po anterior, este último se enriquece
inversam ente m ediante nuevas propiedades por reflexión retroactiva, lo que

. + Ph. F rank: La causalité, pág. 104.


5 Ibíd., pág. 105.
perm ite la reducción. El esquema de funcionam iento que hemos adm itido
(§§ 4 y 5) concerniente al desarrollo simple de los conocimientos y a la
puesta en relación de los esquemas anteriores de conocimiento a los esque­
mas ulteriores se aplica también, entonces, a la relación de los esquemas
“inferiores” con los esquemas “superiores” en el caso de dos campos cien­
tíficos vecinos: en otras palabras, tanto cuando se trata de “reducción”
como de desarrollo, el incremento del conocimiento procede por reflexión
y construcción combinadas, es decir por diferenciación e integración corre­
lativas. Esto es por otra p arte natural, ya que los esquemas genéticos
anteriores son en general “inferiores” al sentido considerado al comienzo
de este mismo § 6 pero no siempre es asi, ya que lo “inferior” y lo “superior”
pueden ser genéticam ente o históricam ente contemporáneos.
U n a vez señalado esto, examinemos desde este p unto de vista las cuatro
fronteras esenciales entre los cuatro campos principales que caracterizan
al círculo de las ciencias.

I. Reducción de la física a la m atem ática. Partam os de la m atem ática


tal como se la concebía en el siglo xix, antes de que se estableciesen las
conexiones actuales, en los campos de la gravitación y de la microfísica,
entre los esquemas m atem áticos y el conocimiento físico y tam bién antes
de que se realizaran los trabajos de la axiom ática m oderna en m atem ática
pura. Se consideraba que la geom etría se lim itaba a expresar los caracteres
más simples y más generales de la realidad física, tan simples y generales
que la experiencia era inútil para desentrañarlos y que p a ra ello bastaba
la deducción. Entre la geometría y la física experim ental, en sentido estricto,
se intercalaban entonces la cinem ática y la m ecánica, teorías parcialm ente
deductivas aún, por ser suficientemente elementales, pero parcialm ente expe­
rimentales. Luego, y por medio de u n a serie de gradientes, llegábamos a
campos demasiado complejos p ara la deducción. El cuadro, entonces, era
el de u n a serie o, para ser más precisos, el de una jerarq u ía con diferentes
niveles, parcialm ente discontinuos (en particu lar con u n a im portante dis­
continuidad entre la física y la química) y sin relación de interdependencia
entre lo superior y lo inferior. Por otra p arte, sin embargo, entre la geom e­
tría clasificada en la “m atem ática aplicada” como la cinem ática y la m ecá­
nica y la “m atem ática p ura” constituida por el álgebra y el análisis existía
una correspondencia garantizada por la geom etría analítica y sus exten­
siones sucesivas (entre otras, la m ecánica analítica de Lagrange y la teoría
analítica del calor de J. F o u rie r).
A hora bien, en el transcurso del siglo x x se produjo un doble m ovi­
miento que rompió esta seriación simple en beneficio de las relaciones de
asimilación recíproca y se reveló, de este modo, como extrem ad ám ente
instructiva en lo que se refiere a las conexiones de las ciencias entre sí o del
sujeto y del objeto. Por un lado, al axiomatizarse, la geom etría se escindió
en dos disciplinas paralelas: una enteram ente deductiva y ligada a la
m atem ática pura exactamente del mismo modo que el álgebra, el análisis,
la teoría de los conjuntos, etc., con los que m antiene relaciones m ucho m ás
estrechas que antes; la otra, intuitiva y física, concebida como la ciencia
del espacio real ligada a un sistema determ inado de fenómenos exteriores.
E n relación con esta últim a, los progresos del conocimiento m ostraron ser
parcialm ente experimentales, ya que la medición física de u n espacio real
supone u n conjunto de condiciones que conciernen al tiempo, la masa, etc.
Por o tra parte, entre este espacio real y los otros fenómenos físicos, que
dependen de la cinem ática y de la m ecánica (incluida la g rav itació n ), del
quántum de acción y, siempre se lo espera, del electromagnetismo en ge­
neral, se constituyeron u n a serie de relaciones de interdependencia que,
en algunos puntos, h an conducido a u n a reducción m u tu a de lo espacial y
de lo físico, como lo acabam os de señalar en relación con la teoría de la
relatividad.
D e este modo, las relaciones actuales entre la física y la m atem ática
se basan en los dos tipos de conexiones siguientes. E n prim er lugar, entre
la m atem ática pura, es decir com pletam ente deductiva y axiomatizable
(incluyendo la geom etría axiom ática) y el espacio real o todo otro sector
de fenómenos físicos, existe u n a relación de correspondencia o de p arale­
lismo : a todo espacio real (o a toda realidad física m atem atizable) puede
corresponder un esquema axiomático, ya construido o que se construye a
m edida que se lo necesita; inversam ente, a todo esquema axiomático puede
corresponder un espacio real (o u n conjunto de fenóm enos), pero en dicho
caso se tra ta sólo de u n a posibilidad: en algunos casos, como el del espacio
riem aniano, se requirió alrededor de un siglo p ara que el esquem a deductivo
encontrase su equivalente experim ental y, en muchos otros casos, la corres­
pondencia no es aún real y quizá nunca llegue a serlo, aunque siempre es
posible. E n segundo lugar, entre la geom etría física o ciencia del espacio
real y los otros campos de la física, las relaciones de reducción m u tu a directa
son cada vez más num erosas: a lo “inferior” espacial se reducen fenómenos
“superiores” que lo enriquecen recíprocam ente, conforme al esquema que
hemos descripto al comienzo de este mismo § 6.
El prim ero de estos tipos de reducción, al que llamaremos “reducción
por correspondencia” concierne entonces a la relación entre el conocimiento
puram ente deductivo y el conocimiento experimental. H em os visto ante­
riorm ente (vol. II, cap. 5) que a veces las operaciones m atem áticas y
las transformaciones físicas están unidas en form a ta n estrecha, por asimi­
lación de las segundas a las prim eras, que, al ser los dos términos indiso-
ciables, ya no es posible hablar de correspondencia propiam ente dicha.
Sin embargo, cuando se trata, por u n lado, de una axiom ática y por el otro
de un cam po deductivo-experim ental, el concepto de correspondencia
expresa en form a correcta la relación en juego. El segundo tipo de reduc­
ción, al que llamaremos “reducción por interdependencia” corresponde por
el contrario a las relaciones de los dos sectores del conocimiento experimental
(o deductivo experim ental) entre ambos.

II. R educción de la biología a la física. En lo que se refiere a esta


segunda frontera esencial, la reducción es menos profunda. Sin embargo,
los conocimientos con que contamos hasta el momento perm iten pensar
que el m odo de reducción que interviene en las explicaciones físico-químicas
de algunos fenómenos vitales, o destinado a intervenir aú n en reducciones
más radicales de lo vital a lo físico-químico, es del tipo “reducción por
interdependencia” . Sólo hab ría “reducción por correspondencia” en el
hipotético caso de u n a fusión ulterior completa entre la biología y la psico-
sociología (véase I I I ) .
Las reducciones que se han producido hasta el m om ento han tenido
dos efectos diferentes. P o r un lado, h an enriquecido a la físico-química
en grado notable con propiedades que hasta entonces habían estado reser­
vadas a la v id a : en realidad, es el conjunto de la quím ica orgánica el que
de este m odo fue transferido del campo biológico al campo químico, a la
espera de que la quím ica “organizada” lo sea p o r completo. T odavía en
1789, el Dictionnaire de C him ie de M acquer afirm aba así que el “principio
oleoso” nunca sería reductible a la quím ica m ineral p o r deberse a la acción
vital.8 Por o tra parte, este enriquecim iento de lo inferior a costas de lo
superior se vio acom pañado, recíprocam ente, p o r u n a explicación físico-
química de muchos hechos vitales y por una reestructuración de los con­
ceptos biológicos, con disociación de lo que en ellas era objetivo o era
antropom órfico.
Pero no se ha realizado aún en absoluto la reducción esencial, es decir,
la de la vida misma a los procesos físico-químicos. A hora bien, como lo
hemos visto (vol. I I I , cap. 1, § 8) en relación con las condiciones fijadas
por .C. E. Guye p ara esta reducción, en caso de éxito ella no conduciría,
precisam ente, a suprim ir los caracteres propios de lo vital (como lo temen
los vitalistas), sino a enriquecer lo físico-químico con un conjunto de nuevos
caracteres. El éxito de esta reducción significaría, en efecto, la transfor­
mación de las leyes físico-químicas actuales en leyes “m ás generales” , como
dice C. E. Guye, pero en el sentido de más ricas y aptas p a ra explicar al
mismo tiem po las diferencias y las analogías entre lo inorgánico y lo vital.
E n resumen, si com param os estas reducciones ya realizadas o p o r efec­
tuarse entre lo biológico y lo físico-químico con las reducciones que se,
conocen en física, observamos los mismos esquemas de “reducción por in ter­
dependencia” (pero no por correspondencia). Las reducciones ya efectua­
das h an llevado a u n a reestructuración de fronteras, ya que lo superior
ha cedido a lo inferior u n conjunto de caracteres a cambio de los que h a
tom ado de él para reestructurar su propio cam po. E n lo que se refiere a
las relaciones aún por descubrir, lo vital al reducirse a lo físico-químico
enriquecerá a este últim o, como la gravitación reducida a lo espacial
complica a este últim o, con, recíprocamente, composición de lo superior
m ediante elementos tom ados de lo inferior así com pletado.

III. Reducción de la psicología a la biología. Con esta tercera frontera


volvemos a encontrar u n a situación com parable a la de los límites entre la
m atem ática y la física; en efecto, adem ás de la “reducción p o r interdepen­
dencia” interviene nuevam ente la “reducción p o r correspondencia”, carac­

8 J. D uclaux: La chimie et la matiére vivante. París, Alean, 1910, 3* ed.,


pág. 22.
terística de las relaciones entre el sujeto y el objeto. L a psicología, en
efecto, se ve obligada a tener en cuenta dos series de fenómenos: la serie
de las conductas, que com portan u n a reducción p o r interdependencia con
ios fenómenos biológicos, y la serie de los estados de conciencia, reductibles
por sola correspondencia a los procesos fisiológicos.
L a serie de las conductas lleva de este m odo a explicar la inteli­
gencia por la acción, y en especial las operaciones del pensam iento p o r las
coordinaciones sensoriomotrices, fuente del esquematismo lógico y espacial.
A hora bien, esta reducción, inicialm ente interior a la psicología sola, se
continúa naturalm ente en u n a reducción de estas coordinaciones a las
conexiones neurológicas y orgánicas; de este m odo, el esquem a genético
descripto en el § 4 confluye precisam ente, a p a rtir de un nivel de pro fu n ­
didad determ inado, con el esquem a de reducción por interdependencia
entre las conductas psicológicas y las reacciones fisiológicas. ¿ Pero se obser­
va entonces u n a interdependencia en el sentido de las reducciones observa­
das hasta el m om ento, es decir que lo superior m ental explicado por lo
inferior fisiológico enriquece a este último, o acaso la reducción se limita
a absorber los conceptos psicológicos en los conceptos fisiológicos? P ara
m ostrar el alto grado en el que la neurología de las diversas épocas fue
tributaria de la psicología correspondiente, e inversam ente, deberíamos
reconstruir aquí toda la historia de la teoría de las localizaciones. Se han
localizado facultades cuando se creía en las facultades, así como asocia­
ciones e imágenes cuando se explicaba toda la vida m ental por su inter­
medio, antes de in te n ta r com o en la actualidad la localización de las
“form as” de conjunto. L a neurología, entonces, integró constantem ente
algunos conceptos psicológicos, m ientras que la psicología intentaba m oldear
sus concepciones en las de la fisiología del m o m e n to : reducciones m utuas
dem asiado a m enudo ilusorias, pero que en algunos casos h an conducido a
interdependencias reales, como lo señala la conexión entre la psicología de
la G estalt y los trabajos de Lashley sobre la acción de la m asa cerebral,
así com o la relación cada vez m ás estrecha entre la neurología de la afasia
y la psicología del lenguaje. E n lo que se refiere a este últim o punto, la
historia de las interdependencias es particularm ente instructiva, ya que en
un prim er m om ento hubo correlación entre esquemas asociacionistas ba­
sados en varios tipos de im ágenes verbales y esquemas neurológicos tam bién
artificiales, luego construcción correlativa de esquemas psicológicos y neuro­
lógicos adecuados. E n consecuencia, sólo se podría hallar u n a reducción
efectiva si, p o r u n lado, lo superior, es decir las operaciones del pensamiento,
no son deform adas por su explicación a p artir de mecanismos fisiológicos
y si, p o r otra parte, éstos son diferenciados bajo form as lo suficientemente
sutiles como p ara poder ad o p tar las formas de las operaciones o preopera-
ciones m entales. E n este sentido, el papel que algunos autores atribuyen
en la actualidad a la m aduración del sistema nervioso en el desarrollo de la
inteligencia d ará lugar sin d u d a a desarrollos m uy interesantes desde el
punto de vista de la estructura epistemológica de las reducciones psicofisio-
lógicas. E n efecto, caben dos posibilidades: si la m aduración interna
es sólo u n a condición del desarrollo, entonces no hay ni reducción ni expli­
cación, sino simple afirm ación de la im portancia de u n factor sobre cuyo
carácter indispensable todo el m undo coincide: o si no las etapas de la
m aduración hereditaria podrán explicar las del desarrollo de las opera­
ciones, pero entonces esta reducción de lo operatorio a lo orgánico supone
u n a transferencia de los caracteres de lo superior a lo inferior, cuyas conse­
cuencias no parecen haber sido observadas en su totalidad por los parti­
darios de una explicación exclusiva por la m a d u ració n : incluso si se tiene
en cuenta la parte que le incum be a lo social que ocuparía estos marcos
orgánicos, estos marcos, en efecto, estarían preestablecidos p o r un a herencia
de lo adquirido o por u n a serie de anticipaciones orgánicas: volvemos
a caer entonces en el problem a de las relaciones entre el genotipo y las
adaptaciones fenotípicas (vol. I I I , cap, 2) y, u n a vez más, la reducción de
lo m ental a lo fisiológico significaría entonces u n enriquecim iento de las
propiedades orgánicas bajo la form a de un poder de anticipación análogo
al del espíritu (véase vol. I I I , cap. 2, § 6 ).
Sin embargo, esta reducción p o r interdependencia, que conducirá sin
du d a a una asimilación cada vez m ayor de las conductas mentales por
p arte de los procesos fisiológicos, tiene u n lím ite: la conciencia, en relación
con la cual hemos visto que tiende a asum ir la form a de implicaciones, por
oposición a las conexiones causales características de los mecanismos fisio­
lógicos, es decir, que conoce sélo los vínculos de necesidad que caracterizan
a las operaciones mismas, por oposición a la proyección de las operaciones
en la realidad objetiva (proyección que constituye la causalidad). E n
este sentido se plantea un problem a esencial: la reversibilidad fundam ental
inherente a las operaciones u n a vez equilibradas, y que determ ina que
la inteligencia aprehenda instantáneam ente la operación B —» A ta n pronto
como comprende la operación A —* B, ¿es inherente a la conciencia como
tal o depende de u n a inversión posible progresiva de las conexiones motrices
y nerviosas? Sin du d a alguna, ella es p rep arad a p o r estas últimas, ya que
se com prueba u n a reversibilidad progresiva en el desarrollo de las percep­
ciones y de la m otricidad y que se puede concebir la regulación voluntaria
de los pasajes y de los bloqueos, en un conjunto de circuitos nerviosos
cerrador, sobre sí mismos, como isom orfa de u n sistema de operaciones.
Sin embargo, ésta reversibilidad creciente de hecho se m antiene inacabada
m ientras que la reversibilidad lógica es completa. Si efectivamente existe
u n equivalente fisiológico de la reversibilidad, éste tendría entonces conse­
cuencias físicas curiosas, ligadas sea a fluctuaciones excepcionales en relación
con el principio de C am o t (y a m enudo esto es lo que se ha considerado
en el campo biológico, desde H elm holtz hasta C. E. Guye) o incluso,
y puesto que las conexiones lógicas se sitúan fu era del tiempo, ligadas a
velocidades iguales o superiores a las de la luz, ya que estas últimas son
susceptibles de perm itir u n retorno al pasado (se debe prever todo. . . ) .
Por el contrario, si la reversibilidad entera (o lógica) está ligada a la
conciencia exclusivamente, por oposición a la irreversibilidad de las conexio­
nes materiales, ella se reduciría sim plem ente a u n a conciencia de lo posible,
superando por este solo hecho la de lo real;
Sea cual fuere la respuesta a este problem a capital, la conciencia y sus
relaciones de im plicación son así irreductibles a las conexiones causales
características de la realidad fisiológica: es entonces cuando interviene en
psicología la “reducción por correspondencia” que constituye el principio
de paralelismo, bajo todas sus form as antiguas o actuales, por oposición a la
“reducción por interdependencia” que caracteriza la reducción de las con­
ductas m entales a la neurología. Existe entonces un a analogía evidente
entre las relaciones de la psicología con la biología y las relaciones de
la m atem ática con la física. Al igual q u e la m atem ática, la psicología
se escindió en dos aspectos com plem entarios: la explicación operatoria,
que corresponde a la m atem ática deductiva, y la explicación organicista, que
corresponde a la geom etría real incorporada a . la física. En arabos casos,
igualm ente, la “reducción por interdependencia” reúne entonces los campos
objetivos (en el sentido de desligados del sujeto y sometidos a la causalidad
ex terio r), m ientras que en ambos casos, tam bién, este cam po objetivo se
relaciona con el campo subjetivo (en tan to que ligado sólo a la actividad
del sujeto) m ediante u n a “reducción p o r correspondencia” que es, en reali­
dad, u n principio de paralelism o: paralelism o entre la conciencia y el
cuerpo, en lo que se refiere al aspecto psicobiológico, es decir entre las
implicaciones y operaciones del espíritu y la causalidad, y paralelismo entre
los esquemas axiomáticos y la experiencia, en lo que se refiere al aspecto
m atem ático-físico, o sea, u n a vez más, entre determinados esquemas opera­
torios y la causalidad.
L a lógica, finalm ente, se relaciona con el campo biológico por in ter­
medio de la psicosociología gracias a esta doble reducción, por interdepen­
dencia y por correspondencia. M ientras q u e la génesis de las conductas
individuales y colectivas explica el carácter operatorio y norm ativo de
la coordinación lógica, las implicaciones características de la conciencia
del sujeto pensante perm iten su axiom atización; ello determ ina que sea
doblem ente solidaria de la organización viviente.

IV . R educción de la m atem ática a la psicosociología. E n la m edida


en que, p o r un lado, las operaciones m atem áticas constituyen acciones o
conductas del sujeto, y en la m edida en que, por otra parte, la axiom atiza­
ción m atem ática deriva de la form alización logística, la cuarta y últim a
frontera que separa los principales tipos de conocimiento científico tam bién
proporciona la posibilidad de reducciones de lo superior a lo inferior. Estas
reducciones, que en la actu alid ad se presentan bajo dos modos distintos,
sen del tipio de la “reducción p o r interdependencia”, ya que la m atem ática
depende de la actividad del sujeto, es decir del objeto mismo del conoci­
miento psicosociológico.
El prim er m odo de reducción es el de la m atem ática a la lógica, ya que
esta últim a constituye desde este p u n to de vista u na axiomatización de Jas
operaciones del sujeto (o de su lenguaje, etc.). E n realidad, la relación
que existe entre la m atem ática y la lógica no es ni u n a relación de identidad,
tal como lo h an considerado dem asiado a la ligera algunos logísticos, ni
u n a relación de heterogeneidad, tal como siguieron considerándolo los p ar­
tidarios de u n a intuición del “núm ero p u ro ” o del espacio; se trata, en
realidad, de u n a relación com pleja: ahora bien, el g ran interés que presenta
esta relación, a causa de su claridad, es la de ser enteram ente conforme al
esquema genético de desarrollo de reducción considerado hasta el momento.
Los agrupam ientos logísticos de clases y de relaciones asimétricas engendran
(tal com o lo hemos expuesto en el vol. I, cap. 1, § 6) los grupos aritméticos
elementales al fusionar sus operaciones respectivas en un único sistema
operatorio. Ello equivale a decir que lo superior (el núm ero) deriva de
lo inferior (las clases y relaciones lógicas) tom ando de él, m ediante una
abstracción a p a rtir de las operaciones, determ inados elementos (reunión
y .o rd e n ); éstos, al ser agrupados en una única totalidad, dan lugar a una
síntesis cuyas propiedádes son nuevas (ite ra c ió n ); p o r ello, la totalidad
nueva repercute reflexivamente sobre sus com ponentes y los enriquece con
propiedades que no estaban contenidas en absoluto en éstos (posibilidad de
traducir al individuo lógico en térm inos de u n id a d ), lo que une a las clases,
las relaciones y los núm eros en un único sistema de conjunto tal que es
posible pasar de uno de estos campos al otro m ediante transformaciones
reversibles.
E n -segundo lugar, la misma reducción por interdependencia se efectúa
no ya en el plano de la formalización, sino en el de las relaciones entre las
conductas reales y los conceptos concretos e intuitivos de las operaciones
m atem áticas. L a reducción que intentó Poincaré del grupo experimental
de los desplazamientos a las coordinaciones sensoriomotrices constituye un
buen ejemplo de este últim o modo de reducción; tam bién, la que intentó
G. M anrioury de las conexiones m atem áticas elementales a las relaciones
“psicolingüísticas” que intervienen en la com unicación entre los sujetos
pensantes.
E n consecuencia, las cuatro fronteras esenciales que separan los cuatro
principales tipos de conocimiento científico d an lugar, de este modo, a
reducciones efectivas o a intentos de reducción que suponen todos el
mismo esquema de interdependencia. A hora bien, este últim o, p o r otra
parte, es similar al esquema genético mismo que caracteriza por u n lado
al desarrollo de los conocimientos en el- terreno de la ciencia propiam ente
d ic h a . y, por el otro, al desarrollo m ental en general. Por último, en los
dos polos del círculo de las ciencias, constituidos p o r el p unto de unión
entre la m atem ática y la física, y por el punto d e unión entre lá psicología
y la biología, a la reducción por interdependencia se le agrega el siguiente
principio; el de reducción por correspondencia, que vincula los campos
caracterizados en diversos grados p o r la necesidad im plicativa, es decir, la
deducción axiom atizante o la conciencia como tal, a los campos que de­
penden de la sustancia y de la causalidad que son la física y la biología.

§ 7. L a s d o s d i r e c c i o n e s d e l p e n s a m i e n t o c i e n t í f i c o . El análisis de
estas diversas formas de reducción perm ite com prender m ejor la dualidad
de las orientaciones entre las que oscila constantem ente el pensam iento cien­
tífico, ta l como lo hemos com probado a lo largo de esta obra: la dirección
realista, caracterizada p o r la asimilación de lo superior a lo inferior y por la
prim acía de los conceptos centralizados en el objeto, como los de sustancia y
de causalidad; y la dirección idealista, caracterizada p o r el postulado de la
irreductibilidad de lo superior y por la prim acía de la deducción y de ia impli­
cación consciente. Lejos de obedecer exclusivamente a un “poderoso instinto
realista” , de' acuerdo con la expresión de E. Meyerson, la ciencia conside­
rad a en sus relaciones de conjunto y en las fronteras entre sus disciplinas
obedece por el contrario a dos, poderosos instintos. E n algunos casos éstos
son antagónicos y en otros, com plem entarios; pero ninguno de los dos puede
elim inar a su com petidor, ya que el realismo y el idealismo se basan ambos
en el círculo indisociable del sujeto y del objeto.
L a epistemología genética se. lim ita a com probar la existencia de este
hecho y a investigar las razones de su perm anencia histórica; no tiene por
qué pronunciarse sobre su carácter definitivo o no, ya qüe p ara determi­
n a r qué tendencia predom inará (la realista o la idealista, si alg u n a de las dos
llega a hacerlo), sería necesario anticipar los conocimientos futuros y
extrapolar los cierres de un círculo aún abierto que sólo las" disciplinas
particulares pueden cerrar o trasform ar en un o rden de reducción o de
sucesión diferente.
Sin embargo, y m anteniéndose al m argen de estas ambiciones, la episte­
mología genética puede preguntarse, sin abandonar sus fronteras, bajo qué
condiciones se podría encontrar una solución; ello precisam ente p a ra de­
m ostrar que estas mismas condiciones están bien lejos de h ab e r sido cum­
plidas.
El problem a, planteado de este modo, equivale a investigar si el círculo
de las ciencias se m an ten d rá definitivam ente como círculo. A hora bien,
son m últiples las m aneras en que un círculo incom pleto puede transformarse
en otras figuras, sobre todo si este círculo no es euclidiano y presenta sim­
plem ente el aspecto de u n a curva cerrada cualquiera, pero de un a curva
en la que sólo algunas partes serían efectivam ente continuas, m ientras las
otras se m antienen indicadas con u n a línea de puntos p a ra señalar su
incom pletud.
E n prim er lugar, u n círculo no cerrado puede llevar a u n a especie de
espiral, de hélice o de u n falso nudo que nunca se cierra sobre sí mismo.
Esto es lo que ocurriría si, a m edida que se realizan las reducciones de lo
m ental a lo biológico, de lo vital a lo físico-químico, de ló físico a lo m ate­
m ático y de lo m atem ático a lo psicológico, las imágenes que la ciencia
nos proporciona acerca de estos campos se hiciesen cad a vez m ás complejas,
de m odo tal que cada reducción entrevista en u n sector acarreara un
retroceso en el sector opuesto. E n ese caso, las soluciones idealistas y realis­
tas se alternarían indefinidam ente.
Pero tam bién podría ocurrir que uno de los extremos del círculo, en
lugar de m antenerse como simétrico del otro, se doble, p o r el contrario,
hasta aproxim arse cada vez m ás a aquél (en u n a fig u ra sim ilar a la de una
luna creciente) : en ese caso, u n a de las dos corrientes, el realismo o el
idealismo, prevalecería y el otro aspecto del sistema de los conocimientos
aparecería simplemente como doble del primero. Es fácil pronosticar el
sentido concreto que p o d ría asum ir esta hipótesis bajo sus dos form as; en
efecto, la, interpretación idealista invocaría, sin d u d a y tal como lo hace
en la actualidad, el hecho de que la representación del m undo real es sólo
una parte reducida del espíritu (superada constantem ente por la m atem á­
tica), m ientras que la interpretación realista se basaría en el hecho de que
el sujeto y su actividad se reducen realm ente a u n a ínfim a p arte de la
realidad m aterial.
La interpretación idealista se m anifiesta claram ente. L a reducción de
lo físico a lo m atem ático conduciría a una disolución progresiva de lo real, al
presentarse la m ateria, de acuerdo con las predicciones de Jeans y de
Eddington, como un ballet de ondas que se resolverían, p o r su p arte, en
ecuaciones. L a “objetividad intrínseca” de la m atem ática, p o r o tra parte,
proporcionaría u n a expresión exacta de la estructura del propio espíritu.
E n lo que se refiere a los cuerpos vivientes, sus mecanismos se explicarían
sim ultáneam ente por las leyes de la física, convertidas en puros esquemas
matemáticos y p o r las leyes psicológicas. Lo vital, como funcionam iento,
se resolvería entonces en lo físico, mientras que su apariencia m aterial, al
igual que la del m undo físico, se basaría en la acción sobre nuestros sentidos
del “modo de concatenación m u tu a de las operaciones” y no de ‘‘su n atu ­
raleza”, como dice Eddington.7 De este modo, todo sería coordinación
intelectual y nuestros órganos perceptuales serían los únicos responsables
de la ilusión realista; pero lo real sensorial, por su parte, se reduciría al
espíritu po r u n a especie de principio de correspondencia entre lo perceptual
y ¡o operatorio, es decir, en últim a instancia, por u n a relación entre el
sistema de los índices o símbolos eidéticos y el sistema de las significaciones
lógico-matemáticas.
Para el realismo, por otra parte, al absorber la física a la biología consti­
tuiría una vía de acceso al ser mismo. Este acceso, sin embargo, supondría
un lenguaje bien constituido, la m atem ática, incluyendo a la lógica. L a
precisión de este lenguaje se originaría en el hecho de que la conciencia del
sujeto, en sus estados de equilibrio, reflejaría algunas coordinaciones ner­
viosas que serían, por su parte, la expresión m ás fiel de las interacciones
microfísicas accesibles sin dem asiada indeterm inación. E n lo que se refiere
a lo que determ ina que la m atem ática supere al hecho bruto y tenga
acceso a u n a necesidad interna y reversible, que contrasta con la indeter­
minación experim ental, ello se debería, simplemente, al hecho de que ella
tiene como objeto lo posible y no sólo lo real irreversible. A hora bien, como
un estado de equilibrio depende precisamente, siempre, de u n sistema de
movimientos posibles y reversibles, se podría com prender cómo u n a inteli­
gencia en equilibrio deduciría de lo real lo posible mismo.
Se plantea entonces el siguiente interrogante: llevadas a sus últim as
consecuencias, en función del progreso efectivo d e los conocimientos, estas dos
tesis ¿aparecerán siempre tan antitéticas como en la actualidad o llegarán
un día a decir aproxim adam ente lo misino en dos lenguajes diferentes?
Si las conexiones entre las ciencias constituyen efectivam ente u n círculo,
esta últim a solución parece ser la más probable. Pero, cabe repetirlo, la
epistemología genética prohíbe las anticipaciones y debe seguir siendo

7 Nouveaux sentiers de la Science, pág. 342.


u n a doctrina abierta. Su papel, entonces, no es el de cerrar por sí misma
el círculo de las ciencias, sino sólo el de estudiar, a m edida que se produce
el desarrollo de los conocimientos particulares, si éstos contribuyen a cerrarlo
y de qué m odo proceden p a ra hacerlo.

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