SERIE

FACULTAD DE CIENCIAS POUTICAS Y SOCIALES

ESTUD/0S59

Augusto Cornte

Ensayo de un sistema
de política positiva

ESTUDIO PRELIMINAR

por
Raúl Cardiel Reyes

DEPARTAMENTO DE CIENCIA POLITICA

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MtXICO, • .
'"

M-exrco, 1979
ENSAYO DE UN SISTEMA
DE POL1TICA POSITIVA

AUGUSTO COMTE
 INTRODUCCIÓN

Un sistema social que se extingue, un nuevo sistema que ha llegado

a su entera madurez y que tiende a constituirse, tal es el carácter
fundamental que le ha asignado a la época actual la marcha general
de la , civilización. En tal estado de cosas, dos tendencias de
naturaleza diferente excitan hoy a la sociedad: una a la desorganiza-
ción, otra a la reorganización. La primera, aisladamente considera-
da, la arrastra a una profunda anarquía moral y política, que parece
amenazarla de próxima e inevitable disolución; la segunda, la
conduce hacia el estado social definitivo del género humano, el que
mejor conviene a su naturaleza, aquél en el cual todos los medios
que sirven a su prosperidad habrán de alcanzar su más completo
desenvolvimiento y su utilización más directa. En la coexistencia de
estas dos tendencias opuestas estriba la gran crisis que han sufrido
las naciones más civilizadas. Para comprenderla, es preciso contem-
plarla en este doble aspecto.
Desde el momento en que esta crisis comenzó a manifestarse hasta
el presente, la tendencia a la desorganización del antiguo sistema
ha sido la dominante, o mejor dicho, todavía es la única que se ha
manifestado claramente. La crisis tenía que comenzar así necesaria-
mente y fue bueno que de tal manera ocurriese, a fin de que el
antiguo sistema quedase lo suficientemente modificado como para
poder proceder de manera directa a la formación del nuevo.
Pero hoy, cuando esta condición se ha cumplido plenamente y el
sistema feudal y teológico está todo lo atenuado que podrá estarlo
hasta que el nuevo sistema comience a establecerse, la preponderan-
cia que conserva aún la tendencia crítica es el más grande obstáculo
que se opone al progreso de la civilización y aun a la destrucción del
antiguo sistema. Es la causa primera de las' terribles sacudidas,
renovadas-sin cesar, que acompañan a la crisis.
La única manera de poner término a tan turbulenta situación, de
contener la anarquía que invade, día tras día, a nuestra sociedad, en
pocas palabras, de reducir la crisis a un simple movimiento moral, es."
convencer. a las naciones civilizadas de que abandonen la dirección
crítica y tomen la orgánica, de que dirijan todos sus esfuerzos a la
•
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formación del nuevo sistema social, objeto definitivo de la cnsrs, es natural que esta manera de ver las cosas sea la propia de los
para alcanzar el cual, todo lo que hasta ahora se ha hecho ha sido gobernadores; porque, dada la posición en que están colocados, es
preparatorio. · forzoso que se den cuenta, con mayor evidencia, del estado
Tal es la necesidad primordial de la época actual. Tal es también, anárquico de la sociedad y que experimenten, por consecuencia, con
mayor fuerza la necesidad de remediarlo.
en resumen, el objeto general de mis trabajos y el fin particular de
esta obra, que se propone poner en juego las fuerzas que deben· No tenemos por qué insistir aquí en el manifiesto absurdo de tal
llevar a la sociedad por el camino del nuevo sistema. opinión. _Lo reconocen como tal universalmente los más de los
Un examen sumario d¡; las causas que hasta el momento actual hombres ilustrados. Sin duda, los reyes, cuando tratan de reconstruir
han impedido y siguen impidiendo a la sociedad tomar francamente el antiguo sistema, no comprenden la naturaleza de la crisis actual y
no aprecian toda la magnitud de sus propósitos.
la dirección orgánica, debe anteceder naturalmente a la exposición
La caída del sistema feudal y teológico no obedece, como ellos
de los medios que habrán de emplearse para lograr que adopte tal
creen, a causas recientes, aisladas y de algún modo accidentales. No
dirección.
es el efecto de la crisis, sino, al contrario, su principio. La decadencia
Los numerosos y contínuos esfuerzos que han realizado los
de ese sistema se ha venido efectuando de manera continua, durante
pueblos y los reyes para reorganizar la sociedad, prueban que todo
los siglos precedentes, mediante una serie de modificaciones inde-
el mundo siente la necesidad de esta reorganización, aunque tanto
pendientes de toda voluntad humana, a cuya realización han
unos como otros lo hagan de manera vaga e imprecisa. Estas dos
concurrido todas las clases de la sociedad y cuyos primeros agentes más
clases de tentativas, aunque opuestas, son igualmente viciosas,
ardientes promotores han sido frecuentemente los propios reyes. Esa
aunque por conceptos diferentes. Hasta el momento no han tenido
decadencia ha sido, en pocas palabras, la consecuencia necesaria de
ni podían tener algún resultado verdaderamente orgánico. Lejos de
la marcha de la civilización.
obrar en favor de la conclusión de la crisis, contribuyen a
Por consiguiente, para restablecer el antiguo sistema, no bastará
prolongarla. Tal es la verdadera causa que, a pesar de tantos
con hacer retroceder a la sociedad hasta la época en la que la crisis
esfuerzos como se han hecho, al mantener a la sociedad en la
actual comenzó a manifestarse. Porque aun aceptando que lo
dirección crítica, la convierte en presa de las revoluciones.
pudieran lograr, cosa por lo demás absolutamente imposible de
Para fundar esta afirmación fundamental basta lanzar una
realizar, lo único que se habría conseguido sería colocar de nuevo al
mirada a los ensayos de reorganización realizados por los reyes y los
cuerpo social en la situación que provocó necesariamente la crisis.
pueblos. A su modo de ver, el error cometido por los reyes es el más
Por lo tanto, remontando los siglos, habría que recuperar sucesiva-
fácil de captar. La reorganización de la sociedad consiste en
mente todo lo perdido por el antiguo sistema en seiscientos años; en
restablecer pura y simplemente el sistema feudal y teológico en toda
comparación con esto, lo que le han arrebatado los últimos treinta
su plenitud. No hay a sus ojos otro medio de que cese la anarquía
años carece de toda importancia. Para conseguirlo, no habría más
resultante de la decadencia de este sistema.
remedio que aniquilar, uno tras otro, todos los avances de la
Sería poco filosófico creer que esta opinión ha sido dictada
civilización que determinaron esas pérdidas.
principalmente por el interés particular de los gobernantes. Por
Así, por ejemplo, sería vano suponer que había quedado destruida
quimérica que sea, se les ha debido ocurrir naturalmente a espíritus
la filosofla del siglo xvm, causa directa de la caída del antiguo
que de buena fe buscan un remedio a la crisis actual, y sienten en
sistema, desde el punto de vista espiritual, si no se supusiese abolida
toda su amplitud la necesidad de una reorganización, aunque por
también la reforma del siglo XVI, de la cual la filosofla del siglo
no considerar la marcha general de la civilización y no ver más que
próximo pasado no es más que la consecuencia y el desenvolvimien-
una cara del estado presente de cosas, no-se percatan de la tendencia
to. Pero como la reforma, a su vez, no es sino el resultado necesario
de la sociedad hacia el establecimiento de un nuevo sistema, más
del progreso de las ciencias de observación, introducidas en Europa
perfecto y no menos consistente que el antiguo. En pocas palabras,

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 por los árabes, no se habría hecho nada para asegurar el restableci-
miento del antiguo sistema sin haber ahogado también a las ciencias
pósitivas.
Asimismo, en el orden de lo temporal, tendríamos que llegar
progresivamente hasta colocar de nuevo a las clases industriales en
estado de servidumbre, puesto que, en último análisis, la emancipa-
ción de las comunas es la causa primera y general de la decadencia
del sistema feudal. En fin, para acabar de caracterizar tal empresa,
después de haber vencido tantas dificultades, la menor de las cuales,
aisladamente considerada, está por encima de todo poder humano,
no se habría conseguido, pese a todo, más que demorar la caída
definitiva del antiguo régimen, en tanto que la sociedad se vería
obligada a recernenzar la destrucción, puesto que no se habría
extinguido el principio de la civilización progresiva inherente a la
naturaleza de la especie humana.
Un proyecto tan monstruoso, tanto por su magnitud como por Jo
absurdo del mismo, no ha podido ser concebido, evidentemente, en
su conjunto, por ningún cerebro. Quiéralo o no, todo hombre
pertenece a su tiempo. Los espíritus que más se esfuerzan en luchar
contra la marcha de la civilización obedecen, sin saberlo, a su
irresistible influencia y la secundan.
Así también, los reyes, al tiempo que proyectan reconstruir el
sistema feudal y teológico, caen en contradicciones perpetuas y
contribuyen con sus propios actos o bien a agravar la desorganiza-
ción del sistema, o bien a acelerar la formación del que debe
reemplazarlo. Multitud de hechos de esta clase se le ofrece al·
observador.
Para mencionar tan sólo los más sobresalientes, vemos a los reyes
honrarse en estimular el perfeccionamiento y la propagación de las
ciencias y las bellas artes, y en fomentar el desarrollo de la industria.
Para lo cual crean numerosos y útiles establecimientos, aunque, en
último análisis, al progreso de las ciencias, de las bellas artes y de la
industria, tengamos que atribuir la decadencia del antiguo sistema.
Así también, mediante el tratado de la santa alianza, los reyes han
degradado todo lo que han podido el poder teológico, base principal
del antiguo sistema, al formar un consejo europeo supremo, en el
que ese poder no tiene siquiera una voz consultiva.
En fin, la manera en que se dividen hoy las opiniones acerca de la
lucha emprendida por los griegos, nos ofrece un ejemplo aún más
50
patente de esta inconsecuencia. En ocasión de esto, vemos cómo
hombres que pretenden devolver a las ideas teológicas su antigua
influencia, comprueban involuntariamente la decadencia de esas
ideas en su propio espíritu, al no temer declarar en favor del
mahometanismo cosas que, en tiempos del esplendor del antiguo
sistema,1 les hubiesen acarreado una acusación de sacrilegio.
Fijándose en la serie de observaciones que acabo de indicar, le será
fácil a cualquiera añadir nuevos hechos, que se multiplican
diariamente. Vale decir que no ejecutan los reyes un solo acto, que
no emprenden una sola acción, tendientes al restablecimiento del
antiguo sistema, que no vayan acompañadas inmediatamente de
una acción en sentido contrario; y es frecuente que en un mismo
decreto estén contenidas ambas.
Es esta incoherencia radical lo que mejor se presta para hacer
patente lo absurdo de un plan que no comprenden ni siquiera
aquellos que se entregan a su ejecución con el mayor entusiasmo, y
nos muestra claramente cuán completa e irrevocable es la ruina del
antiguo sistema. Es inútil entrar aquí en mayores detalles sobre este
tema.
El modo como los pueblos han concebido hasta el presente la
reorganización de la sociedad no es menos vicioso, aunque por otros
conceptos, que el de los reyes. Sólo que su error es más excusable;
puesto que se extravían en la búsqueda del nuevo sistema hacia el
cual los conduce la marcha de la civilización, pero cuya naturaleza
no ha sido aún claramente determinada; en tanto que los reyes
persiguen una empresa cuyo absurdo total nos muestra con plena
evidencia el estudio medianamente atento del pasado. En pocas
palabras, los reyes están en contradicción con los hechos, y los
pueblos con los principios, que es siempre más difícil no perder de
vista. Pero importa mucho más desarraigar el error de los pueblos
que el de los reyes, pues constituye por sí sólo un obstáculo esencial a
la marcha de la civilización y da además alguna consistencia al de
los reyes.
La opinión dominante en el espíritu de los pueblos sobre la
manera como la sociedad debe reorganizárse, tiene como rasgo
característico una profunda ignorancia de las condiciones funda-
1
Para comprender toda la importancia de este hecho, es necesario recordar que
el Papa mismo se ha pronunciado en este sentido, al rehusar formalmente a los
jóvenes de la nobleza romana permiso para ir en auxilio de los griegos.
51

mentales que debe cumplir cualquier sistema social para tener una
consistencia verdadera. Se reduce a presentar, como principios
orgánicos, los principios críticos que han servido para destruir el
sistema feudal y teológico, o dicho de otra manera, a confundir
simples modificaciones de este sistema con las bases del que hay que
establecer.
En efecto, si examinamos con atención las doctrinas a las que dan
pábulo hoy los pueblos, como aparecen en los discursos de los
partidarios más capaces, y en los escritos que nos ofrece en su
exposición más metódica; y si después de haberlas considerado
detenidamente, en sí mismas, observamos históricamente su forma-
ción sucesiva, descubrimos que han sido concebidas con un espíritu
puramente crítico, que no podrá servir de base para una reorganiza-
ción.
Esas doctrinas despojan sistemáticamente de todo principio de
acción al gobierno, que en cualquier situación normal es la cabeza
de la sociedad, la guia y el agente de la acción general. Privado de
toda participación importante en la vida de conjunto del cuerpo
social, se le reduce a un papel absolutamente negativo. Inclusive se
estima que toda la acción del cuerpo social sobre sus miembros debe
limitarse estrictamente al mantenimiento de la tranquilidad públi-
ca, cosa que en cualquier sociedad activa nunca ha sido más que un
objeto subalterno, cuya importancia se ha visto notablemente
atenuada por el desarrollo de la civílización, que ha facilitado
mucho el mantenimiento del orden.
Al gobierno ya no sé le concibe como el jefe de la sociedad,
destinado a unirla en un solo haz y a dirigir hacia un objetivo
común todas las actividades individuales. Se le representa como un
enemigo natural, plantado en medio del sistema social, contra el
cual la sociedad debe fortificarse mediante las garantías que ha
conquistado, manteniéndose frente a él, en un estado permanente de
desconfianza y de hostilidad defensiva, presta a estallar al primer
síntoma de ataque.
Al pasar del conjunto a los detalles se nos patentiza todavía más el
mismo espíritu. Bastará con que aquí mostremos los puntos
principales, tanto en lo espiritual como en lo temporal.
El principio de esta doctrina, en lo que a lo espiritual se refiere, es
el dogma de la libertad ilimitada de conciencia. Examinado en el
mismo sentido en que fue primitivamente concebido, es decir, en
5:2
cuanto a su propósito crítico, este dogma no es otra cosa que la
traducción de un gran hecho general, el de la decadencia de las
creencias teológicas.
Resultado de esta decadencia, en virtud de una reacción necesaria,
ha contribuido poderosamente a acelerarla y a propagarla; pero a
esto se ha limitado su influencia, por la naturaleza de las cosas. Se
sitúa en la línea del progreso del espiritu humano, mientras nos
limitemos a considerarlo como medio de lucha contra el sistema
teológico. Queda fuera de la misma y pierde todo su valor tan
pronto como quiere verse en él una de las bases de la gran
reorganización social reservada para la época actual; se convierte
entonces en algo tan perjudicial como útil babia sido, pues se
c'?nvierte en obstáculo para esa reorganización.
En efecto, es su esencia impedir el establecimiento uniforme de
todo sistema de ideas generales, sin el cual no hay sociedad, al
proclamar la soberanía de cada razón individual. Pues cualquiera
que pueda ser el grado de instrucción al que llegue la mayoría de los
hombres, es evidente que la mayor parte de las ideas generales,
destinadas a la aceptación común, tendrán que ser admitidas por
ellos en virtud de un acto de confianza y no corno consecuencia de
demostraciones. Así pues, este dogma es válido tan sólo, por su
naturaleza, para las ideas que deben desaparecer, porque entonces
dan lo mismo; y de hecho no ha tenido validez más que para ellas,
en el momento en que se iniciaba su decadencia y para acelerar su
caída.
Creer en su validez, tanto para el nuevo sistema como para el
antiguo, y, lo que es peor, ver en él un principio orgánico, es caer en
una contradicción por demás extraña; si tal error pudiera perdurar,
la reorganización de la sociedad sería por siempre jamás imposible.
No hay libertad de conciencia en astronomía, en física, en
química, en fisiología, en el sentido de que a cualquiera le parecería
absurdo no confiar en los principios establecidos, en estas ciencias,
por hombres competentes. Si se piensa de otro modo en política, es
porque habiendo caído los antiguos principios y no habiéndose
formado aún los nuevos, en este intervalo no hay, rigurosamente
hablando, principios establecidos. Pero convertir este hecho pasajero
en dogma absoluto y eterno, hacer de él una máxima fundamental,
evidentemente es tanto como proclamar que la sociedad debe
quedarse para siempre sin doctrinas generales. Es preciso reconocer,
53
 que tal dogma se merece, en efecto, los reproches de anarquía que le
lanzan los mejores defensores del sistema teológico.
El dogma de la soberanía del pueblo corresponde, en lo que a lo
temporal se refiere, al dogma que acaba de ser examinado, del que
no es sino su aplicación política. Ha sido creado para combatir el
principio del derecho divino, base política general del antiguo
sistema, ·poco después de que se formase el dogma de la libertad de
conciencia para destruir las ideas teológicas en que se fundaba ese
principio.
Lo que ha sido dicho del uno, por consiguiente, tiene validez para
el otro. El dogma antifeudal, como el dogma antiteológico, ha
cumplido su objetivo crítico, término natural de su carrera. El
primero no puede ser la base política de la reorganización social, tal
y como el segundo no puede ser su base moral. Nacido ambos para
destruir, son igualmente impropios para fundar.
Cuando al uno se le toma como principio orgánico, n0 es sino la
sustitución de la infalibilidad papal por la infalibilidad individual;
el otro, de igual manera, no hace sino sustituir el arbitrio de los reyes
por el arbitrio de los pueblos, o más bien, por el de los individuos.
Esto tiende al desmembramiento general del cuerpo político, pues
lleva a depositar el poder en las clases menos civilizadas, tal y como
el primero tiende ~l aislamiento total de los espíritus, al dotar a los
hombres menos ilustrados de un derecho de control absoluto sobre el
sistema de las ideas generales, establecido por los espíritus superiores
para servir de guía a la sociedad.
Es fácil trasladar, a cada una de las ideas particulares de que se
compone la doctrina de los pueblos, el examen que hemos esbozado
de los dos dogmas fundamentales. Se encontrará siempre un
resultado semejante. Se verá que todas, como las dos principales, no
son sino el enunciado dogmático de un hecho histórico correspon-
diente, relativo a la decadencia del sistema feudal y teológico. Se
reconocerá, de igual modo, que todas tienen una finalidad pura-
mente crítica, que constituye todo su valor y hace que sean
totalmente impropias para la reorganización de la sociedad.
Así, el examen profundo de la doctrina de los pueblos confirma lo
que el vistazo filosófico debería hacernos prever; a saber, que las
máquinas de guerra, en virtud de una extraña metamorfosis, no
pueden convertirse súbitamente en instrumentos de fundación. Esta
doctrina, puramente crítica en su conjunto y en sus detalles, ha
tenido suma importancia para secundar la marcha natural de la
54
civilización, mientras la acción principal ha consistido en la lucha
contra el sistema antiguo. Pero concebida para presidir la reorgani-
zación social, es de una insuficiencia absofuta. Coloca forzosamente
a la sociedad en un estado de anarquía, constituida tanto en lo
temporal como en lo espiritual.
Seguramente fue conforme a la debilidad humana que los pueblos
comenzasen por adoptar como orgánicds los principios críticos, con
los que su aplicación continua los había familiarizado. Pero la
perpetuación de tal error no deja de ser el mayor obstáculo que se
opone a la reorganización de la sociedad.
Después de haber considerado por separado los dos modos
diferentes como conciben los pueblos y los reyes esta reorganización,
ahora si se les compara, se ve que cada uno de ellos, en virtud de
vicios. que les son propios, es igualmente impotente para situar a la
sociedad en una dirección verdaderamente orgánica, y prevenir así,
para el futuro, el retorno de las tormentas que han acompañado
constantemente hasta ahora a la gran crisis que caracteriza a la
época actual.
La sola diferencia que existe entre ellas, a este respecto, es la de
que, en opinión de los reyes, el gobierno se constituye exprofeso en
oposición directa y continua a la sociedad, en tanto que, en opinión
de los pueblos, es la sociedad la que se mantiene sistemáticamente en
un estado permanente de hostilidad contra el gobierno. Estas dos
opiniones opuestas e igualmente equivocadas tienden, por la
naturaleza de las cosas, a apoyarse mutuamente y en consecuencia a
alimentar indefinidamente la fuente de las revoluciones.
De una parte, las tentativas de los reyes para reconstruir el sistema
feudal y teológico provocan, necesariamente, por parte de los
pueblos, la explosión de los principios de la doctrina crítica, en toda
su temible energía. Es evidente inclusive que, sin estas tentativas,
esta doctrina habría perdido ya su mayor actividad, por carecer de
objeto una vez que la adhesión solemne de los reyes a su principio
fundamental (el dogma de la libertad de conciencia) y a sus
principales consecuencias ha confirmado sobradamente la ruina
irrevocable del antiguo sistema. Pero los esfuerzos por resucitar el
derecho divino despiertan la soberanía del pueblo y le dan nuevo
frescor.
De otra parte, por Io mismo que el antiguo sistema ha· sido
modificado lo suficientemente para permitir trabajar de modo
55
 directo en la formación del nuevo sistema, la preponderancia
espíritu humano, los pueblos, que orientarán todos sus deseos hacia
concedida todavía por los pueblos a los principios críticos empuja,
la for~ación del nuevo sistema, cesarán de indignarse contra el
naturalmente, a los reyes a intentar sofocar, mediante el restableci-
sistema feudal y teológico y lo dejarán extinguirse gradualmente
miento del antiguo sistema, una crisis que, tal como se presenta, no
siguiendo ~l curso natural de las cosas.
parece ofrecer otra salida que la disolución del orden social. Esta
Si después de haber comprobado la necesidad de adoptar una
prolongación del reinado de la doctrina critica, en un momento en
nueva· doctrina verdaderamente orgánica, pasamos a examinar la
que la sociedad necesita una doctrina orgánica, es lo único que da
oportunidad de su .establecimiento, bastarán las consideraciones
alguna fuerza a la opinión de los reyes. Pues si esta opinión no es, de
siguientes para demostrar que finalmente ha llegado al momento de
hecho, verdaderamente más orgánica que la de los pueblos, por la
comenzar de inmediato esta gran empresa.
· imposibilidad absoluta de su realización, al menos si lo es en teoría,
Al observar con precisión el estado actual de las naciones más
cosa que le hace guardar una relación incompleta con las necesida-
avanzadas, por fuerza lo impresiona a uno el siguiente hecho
des de la sociedad, que no puede prescindir de un sistema,
singular y casi contradictorio: aunque no existen aún más ideas
cualquiera que éste pueda ser.
politicas que las que corresponden a la doctrina retrógrada o a la
Si añadimos a este cuadro exacto la influencia de las diversas
doctrina critica, ninguna de las dos tiene una preponderancia real
facciones, a cuyos proyectos la presente situación ofrece un campo
hoy en día, ni entre los reyes, ni entre los pueblos; ninguna ejerce
tan vasto y favorable; si examinamos sus esfuerzos para impedir que
una acción lo suficientemente fuerte como para dirigir la sociedad.
la cuestión se aclare a fin de impedir que los reyes y los pueblos se
Estas dos doctrinas, que desde el punto de vista teórico se alimentan
comprendan y reconozcan sus errores mutuos, nos formaremos una
mutuamente, tal y como lo hemos señalado arriba, no se utilizan
idea precisa de la triste condición en que se encuentra hoy la
realmente sino para limitarse o más bien para anularse la una a la
sociedad.
otra en la dirección general de los asuntos.
Todas las consideraciones expuestas anteriormente prueban que el
El gran movimiento político que ha dado lugar, desde hace
medio de salir finalmente de este deplorable circulo vicioso, fuente
treinta años, a la puesta en actividad de las ideas críticas, les ha
inagotable de revoluciones, no consiste en el triunfo ni de la opinión
hecho perder su influencia principal. Por otra parte, al darle el golpe
de los reyes ni de la de los pueblos tal cuales son hoy. No hay más
de gracia al antiguo sistema, ha concluido su carrera natural; ha
medio que la formación y la adopción general, por los reyes y por los
destruido casi por completo el motivo general con el que se había
pueblos, de la doctrina orgánica, que es la única capaz de lograr que·
ganado el apoyo popular. Por otra parte, la dedicación de las
los reyes se aparten de la dirección retrógrada y los pueblos de la
opinlones nuevas a la reorganización de la sociedad ha puesto en
dirección critica.
sobrada evidencia su carácter anárquico. Después de esta experien-
Sólo esta doctrina puede poner fin a la_ crisis, al lanzar a la
cia decisiva no hay en los pueblos una verdadera pasión critica. Por
sociedad entera por la ruta del nuevo sistema, cuyo establecimiento
consiguiente, y cualesquiera que puedan ser las apariencias, ya no se
ha preparado la marcha de la civilización desde sus orígenes
puede dar una verdadera pasión retrógrada en los reyes, ya que ellos
mismos, que exige ahora la sustitución del sistema feudal y
mismos han reconocido positivamente tanto la decadencia del
teológico.
sistema feudal y teológico como la necesidad de salir del mismo.
Mediante la adopción unánime de esta doctrina, se dará satisfac-
La actividad real, en una u otra dirección, se encuentra ahora al
ción a todo lo que de razonable contienen las opiniones actuales
margen del poder y de la sociedad. En la práctica, cada uno se vale
de los pueblos y de los reyes, y se suprimirá todo lo que encierran de
de su opinión, sea ésta la retrógrada, o sea la critica, de manera
vicioso y discordante. Como las justas alarmas de los reyes en lo
esencialmente pasiva, es decir, como un aparato defensivo. Inclusive,
tocante a la disolución de la sociedad habrán quedado disipadas, y
tanto el poder como la sociedad emplean sucesivamente una u otra,
ningún motivo legitimo los llevará a oponerse al florecimiento del
y casi en un mismo grado, con la única diferencia natural de que,
como forma de razonamiento, los pueblos se encuentran aún
56
57
 aferrados a la doctrina crítica, porque experimentan con mayor
intensidad la necesidad de abandonar el antiguo sistema; en tanto
que los reyes se aferran a la doctrina retrógrada porque sienten más
profundamente la necesidad de un orden social cualquiera. Verifica
y aclara fácilmente esta observación el solo hecho de la existencia de
una especie de opinión bastarda a la que se da mucho crédito y que
no.es más que una mezcla de ideas retrógradas yde ideas críticas. Es
evidente que esta opinión, que careció de influencia al inicio de la
crisis, ha llegado a ser ahora la dominante, tanto entre gobernados
como entre gobernantes. Los dos partidos activos reconocen,
inequívocamente, su imperio en la estricta obligación en que se
encuentran tanto el uno como el otro de adoptar su lenguaje.
El éxito de tal opinión comprueba claramente dos hechos
esencialísimos para el conocimiento exacto de la época actual. En
primer lugar, nos prueba que la incapacidad de la doctrina crítica
para satisfacer las grandes necesidades actuales de la sociedad es tan
profunda y universalmente sentida como 1a incompatibilidad del
sistema teológico y feudal con el estado presente de la civilización.
En segundo lugar, nos garantiza que ni la opinión crítica, ni la
opinión retrógrada pueden lograr ya un ascendiente real. Pues
cuando una de ellas parece estar a punto de adquirir la preponde-
rancia, la disposición general de los ánimos se inclina en favor de la
otra; hasta que esta última, engañada por esta aprobación aparente,
haya cobrado suficiente actividad y fuerza como para causar la
misma clase de alarmas, que le harán sufrir luego, a su vez, igual
desengaño.2
2
El mérito de la opinión intermedia, o más bien contradictoria, consiste
precisamente en servir de órgano en esta situación, Es .e vidente que por su misma
naturaleza está impregnada de nulidad orgánica, puesto que no tiene nada que le sea
propio y se compone de máximas o puestas que se anulan -recíprocamente. No
puede llegar --como la .e xperiencia lo "ha demostrado- más que a hacer oscilar la
rriarcha de las cosas entre la tendencia crítica y la retrógrada, sin imprimirle jamás
un carácter determinado. Esta dirección indecisa es ciertamente indispensable en la
situación política actual hasta que se llegue al establecimiento de una doctrina
verdaderamente orgánica que pueda evitar los violentos desórdenes a los cuales la
sociedad estaría expuesta por la preponderancia del partido retrógrado o del partido
crítico. En este sentido, todos los hombres deben tomar la empresa de secundarla.
Pero si tal política hace menos tempestuosa la época revolucionaria, no es menos
cierto que también tiende directamente a prolongar su dirección. Una opinión que
hace de la inconsecuencia un sistema y que conduce a evitar cuidadosamente la
extinción total de las dos doctrinas, con el fin de poder oponerlas siempre entre ellas,
necesariamente pone obstáculos para que el cuerpo social llegue algún día a un
58
Estas oscilaciones sucesivas se efectúan ahora en un sentido y
luego en el otro, según que el curso natural de los acontecimientos
manifieste especialmente o lo absurdo del antiguo sistema, o el
peligro de .la anarquía. Tal es, en estos momentos, el mecanismo ele
la política práctica y lo seguirá siendo inevitablemente mientras no
se fijen las ideas acerca de cómo reorganizar la sociedad; mientras
no se haya producido una opinión capaz de cumplir a la vez las dos
grandes condiciones que pone nuestra época, y que hasta: el
momento han parecido ser contradictorias: el abandono del antiguo
sistema y el establecimiento de un orden regular y estable,
Esta anulación recíproca de las dos doctrinas opuestas, apreciable
inclusive en las opiniones, es irrefutable sobre todo en los hechos. Si
se examinan, en efecto, todos los acontecimientos de cierta impor-
tancia que se han venido desenvolviendo de diez años a la fecha, ya
sea con la tendencia crítica, ya con la retrógrada, se encontrará que
jamás han logrado que el sistema correspondiente haya hecho un
progreso real y que el resultado ha sido siempre únicamente el de
evitar la preponderancia del sistema opuesto.
Así pues, en resumen, no sólo ni la opinión de los reyes, ni la de los
pueblos pueden satisfacer la necesidad fundamental de reorganiza-
ción que caracteriza a la época actual, lo cual muestra la necesidad
de una nueva doctrina general, sino que el triunfo de una opinión
o de la otra es hoy igualmente imposible e inclusive, como ninguna de
ellas puede ya desarrollar una verdadera actividad, los espíritus se
encuentran suficientemente preparados para recibir la doctrina
orgánica.
El destino de la sociedad, cuando ha llegado a su madurez, no es
el de habitar para siempre en la vieja y débil morada que construyó
durante su infancia, como creen los reyes; tampoco es el de vivir sin
un techo, después de haberla abandonado, como piensan los
pueblos; sino el de construirse, con -ayuda de la experiencia
adquirida, y con todos los materiales que ha acumulado, el edificio
más apropiado a sus necesidades y su bienestar. Tal es la grande y
noble empresa reservada a la generación actual.
estado fijo. En una palabra, esta política es útil y razonable ahora en tanto que
provisional simplemente, pero se convierte en absurda y peligrosa si se le quiere ver
como definitiva.
Tales son los motivos por los cuales yo no he hecho anteriormente ninguna
mención a esta posición al examinar las opiniones existentes acerca de la reorganiza-
ción social.
59