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La revolución de los treinta pesos

Análisis de contexto y antecedentes de las actuales


movilizaciones en Chile

Alba López Álvarez


Política y Gobierno en América Latina
Máster en Estudios Latinoamericanos
 
 
Introducción

El 14 de octubre del 2019 se dio inicio en Chile a una de las mayores protestas ocurridas en el
país desde el fin de la dictadura de Augusto Pinochet. La causa de este estallido, que algunos
han denominado como “La revolución de los treinta pesos”, fue el alza en la tarifa del sistema
público de transporte de Santiago de Chile. Tras el aumento de las tarifas, centenares de
estudiantes de secundaria se organizaron para realizar actos de “evasión masiva” -colarse en
el metro sin pagar- en el Metro de Santiago. Bajo la consigna “Evadir, no pagar, otra forma
de luchar” los/as estudiantes motivaron al resto de sectores de la sociedad a seguir la línea de
esta lucha y realizar las evasiones. En tan solo una semana las protestas escalaron y
comenzaron a ocurrir altercados como daños en el mobiliario, incendios, saqueos, accidentes
y la suspensión del servicio. La policía chilena -conocida en el país como Carabineros-
comenzó a atacar a los/as manifestantes con gases lacrimógenas y otros métodos. La
seguridad se amplió, utilizando dinámicas de abuso policial que trajeron sobre el país
reminiscencias de la época de dictadura.

En vista de los altercados y la violencia el presidente de Chile, Sebastián Piñera, decretó el


día 19 de octubre el Estado de emergencia y su posterior toque de queda en distintas
ciudades. El abuso policial y militar fue aumentando cada vez más, dando lugar a una serie
de actos de violencia y abuso de poder que dejó tras de sí un alto número de víctimas,
fallecidos/as y desaparecidos/as, cometiendo claras violaciones a los Derechos Humanos que
más tarde fueron denunciadas por organismos e instituciones internacionales.

Desde entonces no han cesado las manifestaciones en Chile. Un lema muy representativo del
contexto contra el que se manifiesta la sociedad chilena es aquel que dice “No son treinta
pesos, son treinta años”, refiriéndose a la herencia y reminiscencias de la dictadura de
Pinochet en el actual contexto chileno. La actual Constitución de Chile data del año 1980 y
fue aprobada por el dictador.
Las actuales manifestaciones de Chile se caracterizan por la ausencia de líderes y la
incorporación de un amplio aspectro social, que unen fuerzas por un descontento común. Esta
tendencia en la lucha se viene dando en Chile en los últimos años, en los que los movimientos
sociales han ido creciendo y organizándose de distintas maneras, apostando siempre por la
autogestión y la horizontalidad. En el actual trabajo se busca hacer un análisis de algunos de
los movimientos más importantes ocurridos en Chile en los últimos treinta años para explicar
el contexto actual no como algo aislado, sino como un cúmulo de circunstancias que se
vienen arrastrando desde años. Asimismo, se analizarán las particularidades de estas
movilizaciones, caracterizadas por el cruce de luchas, la intervención de todos los sectores de
la sociedad y la ausencia de partidos y líderes.

Contexto teórico-conceptual: Crisis de


legitimidad, desafección política y
movimientos sociales

América Latina se encuentra en un período de “alarma”. Bolivia, Ecuador, Haití, Perú…


Chile es solo uno de los muchos focos encendidos en el actual contexto latinoamericano.
Desde el inicio de la transición a la democracia América Latina pocas veces había vivido un
período más convulsionado como el actual (Lagos, 2018). El descontento general de la
población y los retrocesos democráticos demostrados y acontecidos por parte de los
dirigentes y actores políticos están generando, entre otras muchas cosas, nuevas maneras de
manifestarse y alzar la voz. La demanda de garantías sociales no ha sido escuchada por parte
de los Estados e instituciones, por lo que el descontento ciudadano comienza a reclamarse de
otro modo.
Crisis de legitimidad

En lo que respecta a Chile, en los últimos años se viene mostrando una evidente desafección
con la clase política. Esto se evidencia a partir de situaciones como la baja participación
juvenil en elecciones, los problemas de identificación con el régimen y gobernantes. En este
aspecto, podemos hablar de un período de crisis de legitimidad en el país (Fleet, 2011).

Este despertar frente a los abusos del modelo neoliberal chileno viene dándose desde la
década de los 2000. El modelo neoliberal traído desde Washington se mantuvo centrado en
las políticas de crecimiento, mantención de los equilibrios macroeconómicos, prioridad al
mercado como entidad reguladora y fomento de la inversión privada nacional y transnacional
(Parker G, 2011). Chile fue el territorio sobre el cual llevar a cabo el experimento neoliberal.
Esto trajo consigo una desigualdad social y económica fuerte, favoreciendo cada vez más a
los sectores empresariales y a una élite cada vez más enriquecida. En este contexto,
comenzaron a surgir nuevas demandas centradas en la desprivatización de los servicios. Este
modelo neoliberal entra en crisis hacia la mitad de la década de los 2000 (Parker G, 2011) y,
aún a día de hoy, se vienen arrastrando estas protestas.

Uno de los sectores que más críticos se mostraron desde el primer momento fue la
comunidad estudiante. La crítica al modelo educativo se entiende en relación a una crisis de
legitimidad. El sistema educativo, basado en este esquema neoliberal copiado de Estados
Unidos, se presenta como el principal mecanismo para perpetuar la división de la sociedad en
dominantes y dominadas (Fleet, 2011). También se habla en el país de una crítica al sistema
de representación. Estas críticas a las instituciones y la distribución del país -de entre cuáles
destacan las críticas hacia la actual Constitución- tienen su origen en la época de dictadura.

Teorías de los movimientos sociales

Los estudios y teorías sobre los movimientos sociales se impulsan especialmente en el siglo
XIX. Tras las revoluciones de mediados del siglo XIX empiezan a diferenciarse entre
movimientos estrictamente políticos -partidos u organizaciones- y los movimientos sociales,
representados a través del movimiento obrero, que buscaba cambiar la sociedad pero no
preferentemente desde el plano político-partidista y la toma de poder, sino en otras esferas
sociales y en la vida cotidiana, con el objetivo prioritario de conseguir mejoras concretas en
la situación de los trabajadores en cada centro de trabajo y su comunidad (Díaz y Rodríguez,
2018).

La primera movilización estudiantil que estalló en este contexto fue la Revolución Pingüina,
llamada así por el uniforme de los/as estudiantes. Este estallido se repitió en el año 2011,
liderado también por estudiantes, pero con el apoyo de otras luchas: los movimientos
ambientalistas contra las represas hidroeléctricas, la lucha mapuche, el movimiento
feminista…

Durante el Gobierno socialista de Michelle Bachelet (2014-2018) se aplicaron un conjunto de


reformas frente a la crisis del modelo neoliberal, como la ley de inclusión,
desmunicipalización y la reforma a la Educación Superior y la gratuidad. Los resultados no
fueron los esperados por los/as manifestantes debido a la fuerte oposición de los sectores más
favorecidos y conservadores, al contexto de coyuntura y a la ineficiencia del gobierno (Parker
G, 2011).

En este sentido, ha habido una tendencia hacia la radicalización de las demandas sociales, lo
cual ha generado cambios en las protestas. En un principio, se trataban de protestas sobre
temas muy específicos, para las cuáles se movilizaban exclusivamente el círculo involucrado.
En cambio, la tendencia en Chile ha sido el aumento de las demandas por el cambio de las
reglas de juego, el fin de las políticas neoliberales y la protesta hacia las instituciones y
políticas públicas, siendo capaces de reunir más cada vez a más sectores y colectivos más
amplios, apuntando a un cambio en las estructuras del poder.

Todo ello ha traído consigo una nueva cultura de la protesta y de la movilización (Parker G,
2011) gestada en la última década. Sobresalen las luchas por la igualdad de género, la
movilización feminista, la lucha y politización migrante, las reivindicaciones por los derechos
de identidad sexual y transgénero, el movimiento estudiantil, el movimiento contra las AFP
(Movimiento No + AFP), movimiento indígena, ambientalista…
Si trasladamos esta realidad al ámbito teórico, son varias las teorías acerca los movimientos
sociales que encajan con esta realidad. Una de las definiciones más completas sobre el
término “movimiento social”. El autor define un movimiento social como una campaña de
reivindicación sostenida en el tiempo, que utiliza representaciones repetidas para hacerse
conocido a un público masivo, apoyándose en organizaciones, redes, tradiciones y
solidaridades (Ponce, 2019). El autor, además, habla también de las oportunidades y los
recursos. En este sentido, una oportunidad podría ser la aparición de crisis políticas o
debilitamiento de los grupos de poder. Los recursos, las herramientas que se usan para
combatirlo. Las manifestaciones ocurridas en Chile pueden ser analizadas en esta línea, ya
que las diversas crisis sociales y el debilitamiento de los gobiernos de derechas y su
imposición de un modelo neoliberal han producido distinto tipo de manifestaciones.

Los movimientos contra el extractivismo, el movimiento feminista y por los pueblos


indígenas también pueden ser comprendidos a la luz de la teoría de Nuevos Movimientos
Sociales (NMS) desarrollada por Touraine (Ponce, 2019). Desde los años setenta, Alain
Touraine es el autor que mejor representa a una corriente de pensamiento socialdemócrata
que apuesta por el fortalecimiento de la sociedad frente al poder del Estado. El autor apuesta
por el papel de los movimientos sociales en la idea de democracia (Díaz y Rodríguez, 2018).

Estos movimientos se caracterizan entre otras cosas por romper con los “antiguos”, como el
sindicalismo y el movimiento obrero y se estructuran de manera más descentralizada,
apostando por formas poco institucionalizadas de protesta. Estos movimientos buscan una
dimensión lúdica y anticiparse a las expectativas de los medios. Según Manuel Castells, los
movimientos sociales son los únicos sujetos capaces de generar nuevas identidades en la era
de la información (Ponce, 2019).

Manuel Castells lleva más de cuarenta décadas estudiando el fenómeno de los movimientos
sociales. Las investigaciones de Castells de la última década son imprescindibles para
entender el funcionamiento de los sistemas sociales y de los mecanismos del poder y de cómo
los movimientos sociales construyen nuevas redes y alternativas a los sistemas de dominación
y opresión social (Díaz y Rodríguez, 2018).
Ponce (2019) en su artículo apuesta por analizar los movimientos sociales de Chile en vista
de estos tres autores, explicando que ​“estos movimientos se caracterizan por sus acciones
conflictivas, como las explica Touraine, movilizando recursos, oportunidades y
organizaciones políticas según las definen Tilly y Tarrow, además de la transformación de
valores que generarían estos movimientos, señalado por Castells”.

Antecedentes: las movilizaciones


estudiantiles del año 2011 y el movimiento
feminista del 2018

Desde principios del siglo XX los y las estudiantes han sido actores políticos relevantes en el
contexto chileno. A partir de sus manifestaciones incidieron en la vida y los procesos
políticos, se crearon las federaciones de estudiantes que llegaron a ocupar un relevante rol en
el escenario y en los debates políticos.

A principios de los 2000 surgen reivindicaciones y cuestionamientos que acaban por


desencadenar en el año 2006 en la conocida Revolución Pingüina. Los/as estudiantes se unen
contra problemas estructurales en el sistema de enseñanza en el país, dominado por la lógica
neoliberal del lucro, clamando por una educación gratuita y de calidad. En definitiva,
proclaman la educación como derecho, no como privilegio (González y Figueroa, 2019).

El sistema de educación chileno actualmente diferencia tipos de proveedores y servicios


educativos en términos de precio, generando un mercado que segmenta niveles de calidad.
Esta mercantilización de la educación hace que el lucro se coloque en el centro del conflicto
(Fleet, 2011). Como explica el autor: ​“la educación como medio de acumulación privada
para los proveedores, aunque sea de manera latente en el caso de la educación superior,
termina introduciendo al interior del Estado subsidiario la contradicción entre intereses que
pueden finalmente ser incompatibles: por un lado, la educación como interés general y que
por lo tanto se define por su valor de uso, es decir, la calidad y, por el otro, la educación
como negocio, es decir que hace posible el servicio siempre que el valor de cambio posibilite
margen de ganancia.”

Esta dicotomía es la que ha provocado las diversas movilizaciones por parte de los/as
estudiantes. En este sentido, se puede afirmar que la educación chilena está completamente
subordinada a los intereses privados. Esto constituye un problema político para el Estado, que
no es capaz de administrar el interés público sin subordinarlo a los intereses privados. El
ámbito de formulación de las políticas públicas pasa a convertirse en un espacio de
enfrentamiento de posiciones y movilización política, terminando en todo lo contrario al
carácter técnico y no político que las orientaciones neoliberales pretendieron instaurar en el
Estado chileno (Fleet, 2011).

Las demandas por una educación pública y gratuita no encajan con la lógica neoliberal que se
sigue en el país. Es necesario entender, además, que una característica propia de las
universidades chilenas es su impresión de valores e ideologías específicas. Las universidades
chilenas pueden ser de tres tipos: públicas, privadas y confesionales. Dependiendo del estrato
social al que pertenezcan los/as alumnos/as accederán a un tipo u otro, agregando mayor
diferenciación al grupo social y formándose a los futuros profesionales en diferentes
ideologías y credos religiosos. La educación chilena transforma el privilegio en mérito, ya
que a la hora de acceder a un puesto de trabajo se tendrá en cuenta la universidad de origen.

El rol y funcionamiento que la educación superior tiene hoy en Chile es similar al que había
hace treinta años. Es en este contexto donde emerge el movimiento estudiantil, que apuesta
por un proyecto integrador para el conjunto de la sociedad y la protección de la educación
pública como esfera de la razón (Fleet, 2011).

Con el movimiento estudiantil del año 2011 se convocaron marchas masivas y se puso en
cuestionamiento el modelo neoliberal de educación. Se llega a crear un proyecto de ley por
una educación gratuita y de calidad en el país que exige el fin del lucro en las universidades
públicas. Las tomas de universidades y las marchas fueron las principales formas de protestas
de los/as estudiantes, seguidas de negociaciones con rectores y autoridades del gobierno. El
principal logro de las movilizaciones de este año fue la entrada de algunos/as de los
liderazgos del movimiento en los espacios de la política formal, ocupando el parlamento que
se vio por primera vez amenazado con el quiebre de los pactos y acuerdos de la ya tradicional
política del consenso. Esto logró que en el año 2017 se lanzase a Beatriz Sánchez como
candidata a la presidencia, alcanzando el 20% de los votos y rompiendo con el binarismo
izquierda-derecha. Su partido, el Frente Amplio, logró la entrada de veinte diputados/as y un
senador. El FA, considerado una especie de “movimiento-partido”, se presenta como un eje
articulador en el ámbito de los movimientos sociales, entrelazándose también la militancia
estudiantil y feminista (González y Figueroa, 2019).

Con la vuelta de Sebastián Piñera a su mandato se inicia una nueva ola de protestas. El
movimiento estudiantil feminista, que originalmente buscaba movilizarse por la gratuidad en
la educación, el fin al lucro y al endeudamiento, siguiendo la tendencia de las movilizaciones
del año 2011, poco a poco se fue tiñendo de “violeta”.

Se continuó con la demanda contra la mercantilización del derecho a la educación y contra el


lucro, pero los clamores de las estudiantes se mezclaron con la fuerza de las mujeres que
levantaron contra el acoso en las distintas facultades y campus, demandando una educación
no sexista. Así es como este movimiento se articuló a partir de demandas que exigían una
educación inclusiva y la elaboración de protocolos contra el acoso en sus distintas
expresiones (Ponce, 2019).

Las masivas marchas estudiantiles presentaron cada vez más reivindicaciones de carácter
feminista. Una de las primeras diferencias de estas marchas con las anteriores es que ya no
solo participaban las universidades más politizadas del país, sino que también comenzaron a
participar aquellas universidades más católicas y conservadoras. También se movilizaron las
estudiantes de la educación secundaria, reclamando por liceos mixtos y sin violencia sexista.

La segunda diferencia notoria es que de esta vez más allá de los colectivos y organizaciones
se generan espacios de socialización que permiten la instalación de los discursos y las
demandas. Esta nueva ola de demandas, al contrario que las anteriores, no tiene
organizaciones políticas o liderazgos definidos. Las federaciones estudiantiles no tienen tanta
importancia. Estas nuevas movilizaciones se acercan más a los movimientos globales de
carácter feminista como el movimiento NiUnaMenos o las manifestaciones de pañuelos
verdes en Argentina.

En las universidades y liceos se forman asambleas feministas bajo el objetivo de la


elaboración de protocolos contra el acoso. Se recopilaron relatos de acoso de profesores y
alumnos, las llamadas “funas”, que consisten en hacer públicos los relatos de abuso y acoso
en el ámbito universitario. Las plataformas online, como Facebook o Instagram, se usaron
también con el mismo fin, viralizando y acusando a estos personajes. El movimiento logró
introducirse en las instituciones y se alzaron voces en la oposición, llegando a presentarse un
proyecto de ley para legalizar el aborto libre, seguro y gratuito (González y Figueroa, 2019).

Paralelamente al movimiento feminista, dos movimientos cobran vital importancia en esta


época: el movimiento anti extractivista y el mapuche. El movimiento anti extractivista ha
estado presente en la postdictadura y con mayor fuerza a partir del 2010, contra la instalación
de grandes proyectos extractivos. Sin embargo, en el 2018 fue cuando despertó la comunidad
dando lugar al movimiento No + Zonas de Sacrificio. El movimiento mapuche se articula a
partir de la demanda histórica que representan las expropiaciones de terrenos y la violencia
que el estado chileno ha realizado sobre este pueblo.

La muerte de dos activistas durante el 2018 activó ambas movilizaciones de manera


unificada. El primero de todos fue Alejandro Castro, pescador, dirigente sindical y activista
del movimiento anti extractivista de Quintero, que apareció ahorcado en los alrededores de
Valparaíso. Su muerte, que fue abordada como un suicidio, generó mucho ruido en la
sociedad, que se manifestó proclamándola como un homicidio. Más tarde se asesina al
comunero mapuche Camilo Catrillanca, el 14 de noviembre de 2018, que fue acribillado por
las fuerzas especiales. Este movimiento unificado instaló repertorios de acción colectiva,
antes utilizados por el movimiento estudiantil. Algunas universidades que ya habían tenido
paros y tomas feministas volvieron a movilizarse en apoyo a las causas (Ponce, 2019).
El movimiento estudiantil cruza y conecta las diversas demandas, dando origen al
movimiento estudiantil feminista y a otro tipo de demandas que buscan terminar con el
modelo neoliberal. Así es como las movilizaciones estudiantiles, feministas, ambientalistas y
mapuche confluyen, generando un efecto transformador en la sociedad chilena. Caldo de
cultivo perfecto para uno de los mayores estallidos sociales desde el arranque de la época
democrática.

Actual estallido social: Chile despertó


Se dice que “Chile despertó” porque nos encontramos ante una de las mayores protestas en
época de postdictadura. Todas las movilizaciones estaban gestando el caldo de cultivo para el
actual estallido social. Tras una década de movilizaciones casi sin cesar, explosionó todo.

Reminiscencias de la dictadura: toque de queda y estado de emergencia

El alza del valor del transporte público fue la gota que colmó el vaso, pero el contexto se
venía gestando de antes. La gran brecha social que divide a Chile viene siendo motivo de
protesta desde hace años. Chile se encuentra en situación de desigualdad económica y social.
La dicotomía rico-pobre se siente muy latente en este país, donde el salario mínimo no se
adapta al coste de vida real. A todo esto, se suma que el sistema de pensiones fue privatizado
en la dictadura de Pinochet y las pensiones son mínimas -un profesor, por ejemplo, cobraría
una pensión de apróximadamente 300 euros en un país con costes similares a los de España-
La educación, la salud e incluso el acceso al agua son también privados, generando una
“cultura del lucro” que solo beneficia a las clases sociales altas, los empresarios y las
transnacionales.

El 19 de octubre, un día después del llamado a evasiones, Sebastian Piñera declara el Estado
de emergencia en algunas zonas de la capital. En solidaridad a la situación que se estaba
viviendo en la ciudad de Santiago, el resto de territorios del país comienzan a manifestarse.
El 21 de octubre el Presidente describió en una rueda de prensa la situación con la siguiente
frase: “Estamos en guerra”, recordando con esto los más oscuros tiempos de la dictadura y
utilizando sus mismas palabras, frase que generó polémica sobre los ciudadanos. El Estado de
emergencia dura hasta el día 28 de octubre. Se trató de la primera vez desde la vuelta de la
democracia que se decreta algo así. El Estado de emergencia se usa a prol de la “garantía del
orden público”, otorgándole poder a las Fuerzas Armadas y los agentes policiales de
Carabineros y la Policía de Investigación. Tras de sí dejó denuncias por abusos de derechos
humanos a cargo de las fuerzas del Estado. Durante esta semana se desplegaron militares y
civiles armados a lo largo del territorio, junto con toques de queda para restringir el derecho a
reunión y libre circulación de las y los ciudadanos.

Desde entonces no han cesado las manifestaciones y ya superan los cincuenta días de
movilizaciones. Todos los días se convocan marchas, destacando las marchas en las plazas
santiaguinas de Tobalaba y Plaza Italia.

Respuestas del Gobierno

Diez días después del estallido se inicia la primera de las medidas. El Presidente presentó una
reestructuración de su Gabinete, cambiando a ocho de sus ministros. La salida más destacada
fue la de Andrés Chadwick, ministro de Interior y Seguridad pública, que fue fuertemente
cuestionado y criticado por sus actos durante el estado de emergencia y toque de queda
(Montes, 2019).

Además de esto, se han anunciado una serie de medidas en respuesta a las manifestaciones, la
denominada “Nueva Agenda Social”. Este “paquete de medidas” se refiere a las pensiones, la
salud y los salarios. Destaca el Bono de Ayuda Familiar, que busca “otorgar de forma
extraordinaria un bono de apoyo social para aquellas familias de menores recursos con el
propósito de mejorar su ingreso familiar” (Cámara de Diputados, 2019). Este bono consta de
50.000 pesos por causante -apróximadamente 55€- y será entregado en 1,3 millones de
hogares. Esta medida fue fuertemente criticada por los manifestantes, que la encontraron
insuficiente.

El Presidente también hizo especial ahínco en la elaboración de una Nueva Agenda de


Seguridad, a través de la cual se están redactando proyectos de leyes que establecen delitos y
aumentan penas relacionadas con el vandalismo, los saqueos y los encapuchados
-manifestantes de primera línea en las marchas- Fue el caso de la polémica Ley anti saqueos y
antibarricadas, mal recibida por considerar sus sanciones para actos de baja gravedad muy
altas. Fue aprobada por la Cámara Baja de Diputados y parada temporalmente por la
Comisión de Seguridad del Senado, que solicitó al Gobierno la retirada con suma urgencia
del proyecto (Cooperativa.cl, 2019).

Pero sin duda alguna, la medida que más se adapta a las demandas de los ciudadanos/as es la
Asamblea Constituyente. Durante las protestas comienzan a celebrarse “cabildos abiertos” en
distintos espacios, comunidades y territorios del país. Estos cabildos tuvieron una gran
participación y recibimiento y acabaron por desencadenar en el arranque de un proceso
constituyente para redactar una nueva Constitución. Para ello se ha convocado un plebiscito
nacional para el día 26 de abril del año 2020, día en el que se celebrará un plebiscito de
entrada donde se le preguntará a la ciudadanía dos cosas: si quieren o no una nueva
constitución y cuál es el mecanismo que se desea usar para su redacción: una Convención
Mixta Constitucional o una Convención Constitucional (Garrido, 2019). Se trata del primer
referéndum celebrado en época democrática, y se presenta como una hoja de ruta inicial para
la derogación de la actual Constitución y la redacción de una nueva.

Víctimas y violación a los derechos humanos

El Instituto Nacional de Derechos Humanos de Chile es el organismo oficial que vela por la
protección de los derechos humanos en Chile. Asimismo, publican semanalmente reportes en
los que dan las cifras de víctimas desde el arranque de las manifestaciones. En sus reportes
dan las cifras oficiales que llegan a los juicios, comisarías y hospitales. El último reporte
publicado el 6 de diciembre del 2019 nos aporta los siguientes datos:

- Acciones judiciales: se han presentado 709, de entre las cuales 108 son querellas por
violencia sexual (desnudamientos, amenazas y tocaciones). De estas 108, 4 han sido
violaciones.
- Comisarías: 8.812 han sido las personas que han visitado las comisarías, de entre las
cuales 1.024 son niños, niñas o adolescentes.
- Hospitales: Se contabilizan 3449 personas heridas, de entre las cuales 1983 son
heridas por bala (perdigones, balines y balas).1

Cabe destacar que estos son los datos oficiales, pero que no todas las víctimas acuden a estos
centros e instituciones, por lo que se estima que las cifras reales son mayores. Destacan las
denuncias por violencia y abuso sexual y los daños oculares por balas o balines, de entre los
cuales resuena el caso de Gustavo Gatica, un joven que recibió dos proyectiles en sus ojos
durante una manifestación en Plaza Italia y que finalmente acaba por perder la vista en su
totalidad (LaCuarta.com, 2019).

En lo que respecta al número de víctimas mortales, no hay cifras claras oficiales. El INDH
ofició a las fiscalías regionales Metropolitana Sur y Centro Norte para que informen
oficialmente sobre las quince personas fallecidas en el contexto del Estado de Emergencia
(Instituto Nacional Derechos Humanos, 2019).

El día 21 de noviembre Amnistía Internacional publica un informe que trata de dar a conocer
la violación a los derechos humanos durante las protestas. Dicho informe habla de crímenes
de derecho internacional, graves violaciones de derechos humanos, intencionalidad y
generalidad (uso letal de la fuerza, tortura y malos tratos, lesiones graves y armas
potencialmente letales). ​Este informe da cuenta de uso indiscriminado e indebido de armas
de fuego, otras lesiones causadas por Carabineros, problemas con las detenciones, maltratos,
abusos sexuales y torturas durante en las detenciones e insuficiente rendición de cuentas por
parte de Carabineros

Un apartado importante de este informe es aquel en el que explica que estas violaciones de
los derechos humanos obedecen a una intencionalidad donde estas se producen con el objeto
de “castigar” a los manifestantes (Nash, 2019), por lo que estaríamos hablando del uso
sistemático de violencia y abuso de poder por parte del Gobierno y las fuerzas de protección
del Estado, amparado en la Constitución de 1980, trayendo reminiscencias y ocupando

1
Fuente: Instituto Nacional de Derechos Humanos Chile. Reporte de Estadísticas INDH (6 de
diciembre 2019) Recuperado de ​https://www.indh.cl/
métodos de la época de dictadura. Definitivamente, la consigna “No son treinta pesos, son
treinta años” cobra todo el sentido una vez analizado los antecedentes y presente del país.

Conclusiones
La principal afirmación que se buscaba comprobar a partir de este ensayo era la de
comprender el actual estallido social de Chile como las consecuencia de un conjunto de
sucesos que se vienen dando desde hace años. Efectivamente, hemos comprobado que desde
el año 2000 las movilizaciones no han cesado en el país. La tendencia de las movilizaciones
primeramente era la de aquellas realizadas por grupos específicos y dirigidas a una lucha
concreta, pero con el paso de los años se ha ido viendo cómo las distintas luchas confluyen
hasta llegar a juntarse por una lucha común. La principal demanda del pueblo chileno y el
punto en el que confluyen todas estas luchas es la redacción de una nueva Constitución para
Chile, como crítica a una Constitución heredada de los años de dictadura. La crítica a la
fórmula neoliberal impuesta está presente también en todas estas demandas. En Chile se
lucha por un sistema de pensiones público, una sanidad pública y una educación pública.
Luchas históricas como lo son la del pueblo mapuche han cobrado fuerza en los últimos años,
en parte motivadas por el movimiento anti extractivista contrario a la privatización de los
terrenos en manos de empresas y transnacionales. Las demandas dejan de ser sectoriales para
juntarse en una gran movilización intersectorial e intergeneracional.

El movimiento estudiantil siempre ha sido uno de los más movidos en el terreno de los
movimientos sociales. A lo largo de estos años se han logrado algunos cambios en el ámbito,
como las medidas presentadas durante el Gobierno de Michelle Bachelet. Sin embargo, la
defensa al sistema educacional vigente por parte de la oposición hizo que no se lograsen
modificar estructuralmente ni cambiar la lógica de mercado en la educación.

El movimiento feminista, contagiado por otros movimientos mundiales como las compañeras
argentinas con sus pañuelos verdes o el movimiento NiUnaMenos, encontró su lugar en el
escenario chileno, potenciado primeramente por la comunidad universitaria y más tarde
ampliándose a otros ámbitos. Ello trajo consigo éxitos como la Ley de Identidad de Género
en el año 2019 o la publicación del proyecto de Ley del Aborto. Aún así las demandas no han
cesado, y el descontento ciudadano no se ha paliado con estas reformas, que se consideran
insuficientes.

El alza del precio de transporte fue solo la punta del iceberg de una estructura basada en
políticas neoliberales que se vienen arrastrando desde los años de postdictadura. Por primera
vez, todas las luchas consiguen confluir en una única lucha, generando nuevas formas de
movilizarse y hacerse notar, colocando Chile en el mapa y llamando por la visión
internacional, aunque más por cuestiones alarmantes y trágicas como la violación a los
derechos humanos. Las demandas no han sido respondidas como se esperaban y se aprecia la
“mano dura” por la que apuesta el presidente con sus nuevas leyes de protección ciudadana.
Aún así, el plebiscito que se realizará en abril del año 2020 supone un hito histórico para el
país, al tratarse de la primera propuesta de reforma constitucional desde su publicación el año
1980.
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por los suelos. ​El País. ​ Recuperado de
https://elpais.com/internacional/2019/10/28/america/1572283595_573544.html​ última visita
11/12/2019)

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