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La institución moderna del notariado tiene raíces antiguas que nacen en la figura
romana de los tabelliones y aún más antiguamente en la figura del scriba que
actuaba en la gran civilización egipcia, donde llegaron a ocupar posiciones tan
importantes dentro de la corte que cuando se descubrió la tumba de Ramsés II
(siglo XIII aC) junto a su tumba se encontró la tumba del escriba de la corte.
Justiniano dicta nuevas normas en el Corpus juris, a los efectos de brindar una
nueva reglamentación a la profesión de tabellio y a la forma y eficacia del relativo
documento. Se requiere la lectura del documento de parte del notario y en
preguntar a las partes si el documento corresponde a su voluntad y la suscripción
de los mismos con el deber del notario de otorgar el documento a las partes. Este
documento goza de eficacia probatoria privilegiada respecto a los documentos
privados. Con Carlomagno los documentos notariales adquieren la misma fuerza
y los mismos efectos de una sentencia. Entre los siglos XI y XII el notariado se
convierte en una noble profesión y la ars notaria llega a ser un válido instrumento
de unificación jurídica. En este periodo hallamos la figura eminente de Rolandino
dei Passaggeri que puede tomarse como un ejemplo de compromiso civil y político
que tantas figuras de la Edad Media supieron realizar. Puede considerarse
indudablemente como el máximo autor de obras de derecho civil, cuya Summa
artis notariae, del 1255 aproximadamente, es una obra maestra y continuó a
usarse en toda Europa como texto fundamental de los notarios hasta el siglo XVII.
En el siglo XII, durante el reinado de Alfonso Décimo, conocido como El Sabio, se
ordena la más completa codificación de leyes conocida como Las Siete Partidas, y
en el título XIX de la Partida III se regulan las escripturas hechas por los
escribanos, hombres que entre otras características debían ser “leales, libres, de
buena fama… de manera que sepan bien tomar las razones o las posturas que los
omes pusieren entre sí, ante ellos”, siendo en el mismo título en el cual se define
su labor, en la cual “guardarán el secreto profesional, llevarán libros, registros en
los que anotarán con detalle, los instrumentos que otrogase y que servirán, previo
el cumplimiento de ciertos requisitos, para renovar las cartas perdidas,
deterioradas o viejas.”
Desde ese entonces, se extiende a todo el continente de América del Sur, Central,
Caribe hasta México y la provincia francesa de Canadá. En Francia, Felipe el
Hermoso (siglo XIV) extendía las funciones y competencias de los notarios. En
1539 se anticipa lo que será luego la organización de la profesión notarial: las
escrituras notariales debían redactarse en francés, debía asegurarse su
conservación y su existencia debía constar en un repertorio. La revolución
francesa acentuará aún más el rol notarial. Napoleón Bonaparte, con la Ley del 25
de Ventoso del año XI (16 de marzo de 1803) confiere al notariado una estructura
que, con escasos retoques, es aún actual y moderna, constituyendo la base de
todas las demás leyes notariales del mundo. No obstante las profundas
modificaciones y adecuaciones a los distintos ordenamientos nacionales, la
sustancial persistencia de esta ley demuestra su extraordinaria conformidad al
tiempo y a los cambios sociales, políticos y económicos.
La característica fundamental del modelo de notario “latino” consiste en que es un
jurista y no un mero certificador, resultando así una figura que evita procesos pues
la escritura notarial y la intervención del notario tienen el objetivo de hacer más
seguras y económicas las contrataciones mediante la eficaz prevención de litigios.