Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Estalló la crisis. Mi hermano ya estaba en casa, pero el nuevo trabajo implicaba sus
más y sus menos. Entre los menos, un compañero inaguantable que se empeñaba
en hacerle la vida imposible, a falta de algo mejor a que dedicar su tiempo. El caso
es que acabó también dimitiendo de esta plaza.
En mala hora. Estalló la crisis, y las esperanzas de encontrar otro trabajo de forma
fácil y rápida se fueron al traste, al igual que caían muchas empresas. Puesto en el
brete, mi hermano empezó a considerar la posibilidad de regresar a Madrid. No le
hacía mucha gracia la gran ciudad, con su estilo acelerado de vida y sus
aglomeraciones, pero lo cierto es que había estado muy considerado en el puesto
y sus jefes y compañeros lo apreciaban mucho. En cuanto insinuó que podría
‘reinsertarse’, varios de esos colegas apuntaron a un puesto que iba a quedar
vacante próximamente y que, le decían, le vendría como anillo al dedo.
Decidido pues a no seguir en el paro mucho tiempo, agarró las maletas, alquiló un
pisito en el extrarradio de la metrópoli, que era lo que podía permitirse, y volvió al
redil de las grandes empresas. Resignado con su suerte de tener que vivir lejos de
casa.
Activar el monólogo interior
El cuerpo, sin embargo, no estaba tan conforme. Él había oído el monólogo interior
de mi hermano y sabía que, pese a todas las ventajas aparentes, aquel arreglo en
el fondo no le convencía del todo. De modo que, ¿adivina qué? Decidió echarle una
mano. O forzar un poco la suerte, por decirlo de otro modo. Si mi hermano
necesitaba un empujoncito para regresar “donde el corazón te lleva”, el cuerpo iba
a dárselo. Y a lo grande. He aquí que sobreviene el ataque. Sin más ni más, a los
pocos días de retornar al trabajo, mi hermano tiene un ataque de asfixia bestial. Le
parece que se ahoga, y hasta teme estar sufriendo un infarto. Acude al médico, que
le receta los consabidos ansiolíticos y benzodiazepinas. Vamos, pastillitas a gogó.