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INDIGNACIÓN

Escrita por Daniel de La O

Personajes.

Ana.

Carlos.

Hogar de la familia Tsoclis.

El piso es de madera oscura.

Entre las tablas se cuela un leve resplandor rojo que nos hace pensar que hay algo vivo,
crepitante, debajo de todo eso. Las tablas no se extienden simétricamente a lo largo del
escenario; conforme se alejan de su centro, más y más se asemejan al color de la tierra,
después de un incendio. Una mesita con un teléfono.

Carlos en un punto indeterminado del escenario, sigue a las hormigas con la mirada. Ana
está de pie, detrás de él, vigilándolo, con una expresión vacía en el rostro.

Carlos musita algo en un volumen casi inaudible. Ana da un paso hacia él y por fin,
empezamos escuchar lo que dice.

1
CARLOS. Yo en la arena negra. Miro a las hormigas ir y venir; ir y venir… ir y venir… ir
y venir; ir y… venir… (Una hormiga se ha subido en su mano, la examina; luego, sacude
la mano.) Yo en la arena negra, las miro, y me pregunto de nuevo: ¿por qué…?

ANA. Carlos…

CARLOS. Nada las detiene, avanzan en la arena negra, siguen adelante, sin importarles
nada, andan así, sin pensar, sin preguntarse nada, sin… Solo avanzan sobre lo que sea…

ANA. Carlos.

CARLOS. Yo… (Aplasta una con el pulgar. La contempla en su dedo.) ¿Y quién diablos
soy yo para matarte…?

ANA. (Impaciente.) Carlos.

CARLOS. ¿En qué me han convertido?

ANA. ¡Carlos!

Carlos voltea, desconcertado.

CARLOS. Ana está aquí. (A sí mismo.) Pero… ¿cómo puede ella estar aquí? (A Ana.) ¿Qué
haces aquí?

ANA. Ay. Otra vez estás enojado.

CARLOS. (A un telón negro en el fondo del escenario.) También ustedes…

ANA. ¿A quién le hablas?

CARLOS. No deberías estar aquí.

ANA. (Ana se impacienta.) Ya ha pasado un año. (Pausa.) ¿Todavía sigues enojado?

CARLOS. ¿Un año?

ANA. Desde tu cumpleaños.

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CARLOS. Mi cumpleaños, sí, un año… (Pausa.) ¿A qué viniste?

ANA. A estar contigo. (Lo mira preocupada.) Mamá y papá…

CARLOS. ¡No!

ANA. Mamá y… papá…

CARLOS. No los quiero aquí.

ANA. Pero…

CARLOS. No los quiero aquí.

ANA. Carlos…

CARLOS. ¡No quiero que vengan!

ANA. Está bien. No te preocupes, no van a venir. (Explora alrededor con la mirada.) Y…
¿tienes más invitados?

CARLOS. ¿Para qué?

ANA. Para tu cumpleaños.

CARLOS. (Vuelve a mirar a las hormigas.) Tengo otros invitados.

ANA. Sí, ya veo…

CARLOS. (Rápido, a sí mismo.) Yo en la arena negra. Yo en la arena negra… yo en la


arena… Yo…

ANA. ¿Carlos?

CARLOS. (Rápido, a sí mismo.) Yo en la arena negra. Yo en la arena negra… yo en la


arena…

ANA. ¡Carlos!

CARLOS. ¿Qué?

ANA. ¿Te acuerdas del año pasado?

CARLOS. ¿Qué con el año pasado?


3
ANA. ¿Recuerdas la llamada? (Ana levanta el teléfono.)

CARLOS. ¿La llamada…?

ANA. Así empezó ese día. Era Petra. Llamó para felicitarte.

CARLOS. ¿Felicitarme…?

ANA. Sí.

Ana lo invita a que tome el teléfono. Carlos va hacia ella, dubitante. Por fin toma el
teléfono. Duda; luego, vuelve a buscar a Ana con la mirada. Ella le hace una señal con la
mano indicándole que empiece a hablar.

CARLOS. ¿Hola…?

ANA. Eso dijiste, hola. Y fue entonces que escuchaste aquella voz distante, casi como de
niña, en el auricular: ¿Carlos…?

CARLOS. (Exhala, sin responder.)

ANA. Carlos, hermano…

CARLOS. (Exhala, sin responder.)

Pausa.

ANA. Responde, por favor. No me dejes aquí, en el silencio…

CARLOS. ¿Cómo estás…?

ANA. ¡Muy bien, y tú!

CARLOS. Pues…

ANA. ¡Uy! Hay mucho que contar…


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CARLOS. Ajá.

ANA. ¿Cuándo hablamos la última vez?

CARLOS. No sé…

ANA. Ah, ah, encontré trabajo, y…

CARLOS. Qué bien.

ANA. Hace mucho calor por las tardes…

CARLOS. Vaya…

ANA. ¡Está haciendo frío por las mañanas…!

CARLOS. Ajá…

ANA. Te extraño…

CARLOS. Yo…

ANA. ¿Te acuerdas de papá…?

CARLOS. La verdad…

ANA. ¿De mí…? ¿Te acuerdas de mí?

CARLOS. Yo…

ANA. ¿Has pensado en mí…?

CARLOS. No…

ANA. ¡El otro día maté una araña en la cocina! ¡Enorme!

CARLOS. Vaya…

ANA. Te compro un regalo cada vez que es tu cumpleaños.

CARLOS. Gracias.

ANA. Otra vez llovió horrible por días.

CARLOS. ¿En serio?

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ANA. Un día comenzará a llover y ya no parará…

CARLOS. Aquí no llueve.

ANA. ¿Qué crees?

CARLOS. ¿Qué?

ANA. ¡Conocí a alguien! Se llama Julián y…

CARLOS. Bueno...

ANA. Vamos a casarnos este verano…

CARLOS. Ajá…

ANA. Lejos del mar, claro….

CARLOS. ¿Sí?

ANA. Sí, sí. Me sigue poniendo nerviosa…

CARLOS. Caray…

ANA. Tienes que venir a la boda.

CARLOS. Yo…

ANA. Tienes que venir a la boda.

CARLOS. Yo…

ANA. Tienes que venir a la boda… ¿Carlos? ¿Carlos? ¿Carlos…?

Pausa.

CARLOS. No puedo. Perdóname.

Pausa.

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ANA. Entiendo, Carlos. No te preocupes… Ni ella ni tú supieron qué más decirse… (A
Carlos.) Y hubo entonces, aquel silencio…

CARLOS. No supe qué responderle…

ANA. No tenías por qué ser grosero.

CARLOS. Los segundos se hicieron pesados.

Ana abre la boca como si fuera a decir algo, pero es como si tuviera un nudo en la
garganta.

ANA. Nada.

CARLOS. Yo esperando a que fuera ella quien dijera lo que para ambos era evidente…

Ana abre la boca como si fuera a decir algo, pero es como si tuviera un nudo en la
garganta.

ANA. Nada. Petra Tseliou no dijo nada. (Pausa.) Silencio entre ustedes. Hasta que por fin,
tú dijiste.

CARLOS. Felicidades por tu boda. Deseo que sean muy felices. Deseo que seas muy
feliz… (Pausa.) Ciao.

Carlos cuelga el teléfono.

ANA. Esa fue la última vez que escuchaste su voz.

CARLOS. Ya casi no la reconocía.

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ANA. ¿De veras no te importó romper así con el pasado…?

CARLOS. Papá y mamá Tsoclis me insistieron por años… insistían en que debíamos de
reunirnos.

ANA. Y con mucha razón.

CARLOS. (Empieza a andar alrededor de Ana; la examina, extrañado. Ana lo mira


risueña.) Me mostraban fotos: Ese es el lugar del que vienes, hijo.

ANA. Ahí es donde naciste. Algún día deberías ir a visitar…

CARLOS. Pero mi memoria apenas guardaba la borrosa imagen de aquel sitio…

ANA. Regresar…

CARLOS. No. ¿Para qué regresar?

ANA. ¿Para qué?

CARLOS. Sí. ¿Para qué?

ANA. Para saber.

CARLOS. ¿Saber qué?

ANA. Saber de tu pasado.

CARLOS. No. Ese lugar está en el pasado y el pasado debe quedarse en su lugar…

ANA. ¿No recuerdas algo…? ¿Alguien?

CARLOS. Recuerdo cosas.

ANA. ¿Cosas?

CARLOS. Sí. Cosas.

ANA. ¿Cómo qué cosas?

CARLOS. Fragmentos. Imágenes que parecen fotografías viejas, con sombras en los
bordes; distantes, como si las viera a través de un túnel negro. (Pausa. Examina a Ana,
como si pudiera ver a través de ella. Ana reacciona con un gesto de “¿qué haces?”.)

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Recuerdo estar en una playa… esa mano fuerte apretando la mía. (Pausa.) Creo que era la
mano de…

ANA. Nunca olvidaré el día en que te trajeron…

CARLOS. …alguien.

ANA. ¿Tienes memoria de eso? Eras muy pequeño. Te trajeron luego de que tu padre…

CARLOS. Sí. Ese hombre desapareció en el mar.

ANA. Y mamá dijo: Ana, tu primo casi se ahoga en el mar. Por fortuna, tu tío nadó hasta
donde estaba para salvarlo, solo que… ocurrió una desgracia.

CARLOS. Yo rodeado de agua.

ANA. El cielo brillante.

CARLOS. El Sol repartido en pequeños espejos, parpadeando sobre las crestas de las olas.
Nadie, nada. Tragaba agua. Pedí ayuda. Tragaba agua… Estaba solo y vino el miedo. Por
primera vez, el miedo verdadero.

ANA. Lo demás, te parece más un sueño que un recuerdo…

CARLOS. Yo era un niño… (Carlos cae de rodillas. Se esconde tras su mano, como si eso
pudiera protegerlo.) …en un mundo que se había vuelto enorme.

ANA. Y mamá dijo: Ana, vamos a ir por Carlos. Él será tu nuevo hermano.

CARLOS. Fue la primera vez que te vi.

ANA. Y papá dijo: Cuida de él, porque se ha quedado sin nadie.

CARLOS. Pensé: Oh, qué niña tan alta…

ANA. Nosotros somos ahora su familia.

CARLOS. (Carlos rehúye la mirada de Ana.) ¡No quiero estar aquí!

ANA. Mamá y papá te trajeron…

CARLOS. No me gusta.

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ANA. Te miré con la cabeza inclinada, apretando la mano de mamá. ¡Yo me enojé mucho!
(Cruza los brazos.) No quería que estuvieras aquí.

CARLOS. Quiero irme a casa.

ANA. Te miré con la cabeza inclinada, acercabas tu cuerpo a la pierna de mamá;


temblabas. (Por fin Carlos se atreve a mirarla.) Eras tan pequeño y estabas ya tan triste…

CARLOS. ¡Que no se me acerque!

Ana se aproxima al pequeño Carlos, le da un beso en la frente.

ANA. Ahora yo seré tu hermana… Y sentí que nuestra familia por fin, estaba completa.

Pausa.

CARLOS. Casi no recuerdo nada de eso, nada antes de eso…

ANA. ¿Ni siquiera a Petra?

CARLOS. Para mí, tú eres la única hermana que tengo. Siempre te he visto así.

ANA. ¿Siempre?

CARLOS. De ese mundo del que me hablas, antes de venir aquí, no sé nada… ¡La verdad
es que nunca me ha interesado saber!

ANA. ¿Nunca?

CARLOS. Nunca.

ANA. Ay, Carlos… (Se desespera.) Para ti todo es blanco o negro. Si no es blanco…

CARLOS. No, Ana.

ANA. … es negro.
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CARLOS. Yo empecé a ser parte de la familia Tsoclis, y ya…

ANA. (Disgustada.) Nunca hay grises… ¡Nunca, nunca! Tonto…

CARLOS. ¡Por qué me hablas así…! (Irrumpe un ruido fuerte atrás del telón, al fondo.)

ANA. ¿Qué eso?

CARLOS. (A sí mismo.) ¿Qué me pasa? ¿Qué es esto que me tiene al borde del llanto?
(Con la mirada fija en ella.) Es porque te estoy mirando…

ANA. ¿Carlos, qué hay allí?

CARLOS. Tú no puedes estar aquí.

ANA. ¿Aquí?

CARLOS. Por favor, ya déjame…

ANA. ¿Aquí?

CARLOS. Yo en la arena negra…

ANA. ¿Aquí, dónde?

CARLOS. Yo en la…

ANA. ¡Carlos!

CARLOS. Aquí, en la casa… Tú…

Pausa.

ANA. Aquí… (Extiende los brazos; señala todo el espacio.) Aquí pasaste tu infancia,
siendo feliz.

CARLOS. Yo era un niño; no sé si fui feliz o no…

ANA. Uy, me acuerdo lo travieso que eras…

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CARLOS. Solo sé que no tenía problemas.

ANA. ¡Carlos, no corras tan lejos…! Allá ibas dejando huellas en la playa.

CARLOS. ¿Los barcos…?

ANA. Sí. Veías con curiosidad cómo llegaban los barcos de diferentes tamaños y países…

CARLOS. De eso sí me acuerdo…

ANA. Cómo entraban a la bahía y sonaban sus cuernos.

CARLOS. Sus cuernos…

ANA. Y con tus manitas tratabas de tomarlos en la distancia como si fueran juguetes.

CARLOS. Juguetes…

ANA. Mamá te gritaba: no te alejes, no corras tan lejos o te vas a perder…

CARLOS. Mamá Tsoclis siempre fue buena conmigo. Siempre dulce. (Sonríe, mientras
entra en el recuerdo.) Al comienzo le decía: Señora…

ANA. Le decías tía.

CARLOS. Es verdad.

ANA. Y ella te respondía: Llámame mamá, Carlos.

CARLOS. ¿Mamá?

ANA. Tu otra mamá ya no está aquí, ya no. Ella te cuida desde otra parte, igual que yo, que
también te cuido, porque yo estoy aquí, contigo.

CARLOS. Conmigo.

ANA. Entrábamos a la cocina y los aromas nos acariciaban.

CARLOS. No sigas… que se me hace agua la boca.

ANA. Mamá cocinando frijoles, arroz, papas, queso, ¡carne!

CARLOS. Pescado frito con verduras, pescado al ajo… camarones con frutas, pan recién
hecho; calientito…
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ANA. Mamá, la cocina y sus perfumes… ¡hasta pétalos de flores le ponía a sus recetas!

CARLOS. Me servía una cucharada en mi plato; el vapor calentaba mis pómulos y mis
párpados, pero yo…

ANA. ¿Tienes hambre, mi hijito?

CARLOS. Sí.

ANA. No te quedes con hambre… Ten un poco más.

CARLOS. Entonces ella con sus brazos alrededor de mi cuello… me daba un largo beso,
presionando fuerte sus labios en mi cabeza y…

ANA. Y tú arrugabas la cara… qué tonto.

CARLOS. ¡Ya, mamá!

ANA. Tonto.

CARLOS. ¿Qué?

ANA. Sí… siempre has sido muy tonto. ¿Por qué eres tan tonto?

CARLOS. No soy tonto. Odio cuando me dices…

ANA. Tonto. ¿O prefieres bobo? ¿Tarugo?

CARLOS. (Le sonríe.) De niña eras muy cruel conmigo.

ANA. Te lo merecías.

CARLOS. ¿Pero por qué?

ANA. Pues por tarugo.

Carlos se desplaza por el espacio. Pone atención a la bufanda que trae puesta, la explora
con sus dedos. Está hecha de una tela fina, muy suave. Es lo único blanco que trae puesto.

CARLOS. Antes tú y yo dormíamos en la misma habitación; allá abajo…


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ANA. Cómo molestabas por la noche.

CARLOS. No lo hacía para molestarte.

ANA. No. Lo hacías porque lo oscuro te daba miedo.

CARLOS. No me daba miedo. (Pausa.) Me aburría y quería jugar.

ANA. Eras muy bobo…

CARLOS. Ya no me digas así.

ANA. Obvio esperabas a que ya estuviera casi dormida para…

CARLOS. Ana… ¿Ya te dormiste?

ANA. Mmm… (Refunfuña, y se acomoda sobre su brazo como si estuviera recostada en su


cama.)

CARLOS. ¿Que si ya te dormiste?

ANA. No.

CARLOS. ¿No?

ANA. No. Además, así no se pregunta.

CARLOS. ¿Entonces, cómo?

ANA. “¿Estás aún despierta?”

CARLOS. ¿Y no es lo mismo?

ANA. No.

CARLOS. Sí lo es.

ANA. Claro que no. Si estuviera dormida, ¿cómo te iba a responder? Ni modo de que te
diga: Sí, estoy dormida...

CARLOS. Pues a lo mejor sí... porque en realidad, estás despierta.

ANA. Ya duérmete…

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Ana se vuelve a acomodar.

Pausa.

CARLOS. Ana…

ANA. Qué…

CARLOS. No puedo. (Pausa.) ¿Ana…?

ANA. ¡Ahora sí ya me despertaste! (Salta sobre él, y empieza a hacerle cosquillas.)

CARLOS. (Riendo.) ¿Ya ves que sí? ¡Estabas aún dormida!

Ana corre al otro extremo del escenario.

ANA. ¡Carlos!

CARLOS. ¿Qué?

ANA. Ven.

CARLOS. ¿Para qué?

ANA. Ven.

CARLOS. ¿Qué me vas a hacer?

ANA. Métete aquí debajo de las cobijas.

CARLOS. Bueno, voy.

ANA. ¡Oye, esa es mi bufanda!

CARLOS. Era…

ANA. Pero es de niña.

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CARLOS. Era… (Rompe con el recuerdo.) ¡Oye! Tú me la regalaste, la llenaste de perfume
y me la regalaste, y…

ANA. Pues es que siempre te la ponías.

CARLOS. Si quieres... te la regreso.

ANA. No. Te queda mejor a ti.

CARLOS. Pero no era por eso…

Regresan al recuerdo.

ANA. Ahora vamos a taparnos con las cobijas… ¿Tienes frío?

CARLOS. Sí.

ANA. No importa. Vamos a jugar.

CARLOS. ¡Sí! ¿A qué?

ANA. Que estamos en el mar.

CARLOS. ¡Estamos en el mar!

ANA. ¡Muy bien...!

CARLOS. ¿Y?

ANA. En un barco gigante.

CARLOS. Como los que llegan a la bahía.

ANA. Somos dos viajeros perdidos… Yo soy el capitán; tú, el piloto. ¿Saz?

CARLOS. Saz.

ANA. Saz.

CARLOS. ¡Capitán! ¡Capitán!

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ANA. ¡Piloto bobo!

CARLOS. (Frustrado.) ¿Me llamó, capitán...?

ANA. Así es, piloto. Pero no soy capitán, soy comandante.

CARLOS. (Gruñe.) ¡Argh…! ¿No que capitán?

ANA. ¡Shh! Necesito de su ayuda.

CARLOS. ¿Qué ocurre, comandante?

ANA. Quiero que me indique el procedimiento de emergencia de cuando se acaba el


combustible. (Le pasa las instrucciones invisibles.)

CARLOS. Pero… Pero… Pero…

ANA. ¡Apúrese o nos vamos a quedar a la deriva!

CARLOS. Es que no entiendo las instrucciones. (Las gira.) Están en chino.

ANA. ¡Oh, no!

CARLOS. ¡Todo está en chino!

ANA. ¿No sabe leer chino?

CARLOS. No, comandante.

ANA. Okey. Mejor yo leo y usted maneja.

CARLOS. ¡Sí!

Ella le da el volante. Él lo agarra diferente a ella.

ANA. Agárralo bien.

CARLOS. ¡Sí, sí!

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Ana empieza a leer.

ANA. Oh-oh.

CARLOS. ¿Qué pasa?

ANA. Oh-oh.

CARLOS. ¿Qué cosa?

ANA. Que yo tampoco sé leer chino.

CARLOS. ¿No?

ANA. Ni chino ni ruso ni nada, ¡no sé leer, piloto!

CARLOS. ¡Comandanta!

ANA. ¡Comandante!

CARLOS. ¡Comandante!

ANA. ¡Qué!

CARLOS. Hay otro problema…

ANA. ¡Qué!

CARLOS. ¡Yo no sé manejar!

ANA. ¿No…?

Gritan. Caen juntos al suelo, muertos de la risa.

ANA. ¡Fúchila, Carlos!

CARLOS. ¿Qué?

ANA. Te huelen los pies.

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CARLOS. No… a ver… sí, un poco.

ANA. No… ¡guácala! ¡No me pongas tus patotas cochinas!

CARLOS. (Le acerca sus pies.) Sólo un poquito.

ANA. No… ¡Carlos! (Jugando.) ¡Guácala!

CARLOS. ¡Para que duermas rico! (Vuelve a acercarle sus pies.)

ANA. ¡No…! (Continúan jugando.) Tendré pesadillas. (Ríe.) Qué tonto eres…

CARLOS. Sí… tonto, tonto, ¡pero bien apestoso! (Trata de ponerle los pies en la cara.)

ANA. ¡Ya! Ya ve a tu cama. Intenta dormir.

Carlos abraza sus piernas.

CARLOS. Pero aún no tengo sueño, Ana.

ANA. Ya, ven.

CARLOS. No…

Ana lo recuesta, lo calma como si fuera su madre; juega con su cabello.

ANA. Cuando no puedo dormir, pienso en algún paisaje que me guste mucho, y me
imagino que estoy ahí adentro.

CARLOS. ¿Y eso funciona…?

ANA. Sí. Cierra tus ojos. Trata de imaginar.

CARLOS. Sí.

ANA. Ahora, respira profundo.

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CARLOS. ¿Así? (Inhala y exhala profundamente.)

ANA. Sí. Muy bien. Dime lo que ves.

CARLOS. El Sol ya se está poniendo.

ANA. ¿Hace frío?

CARLOS. El aire… está fresco.

ANA. ¿Hueles algo?

CARLOS. La hierba húmeda…

ANA. ¿Oyes algo...?

CARLOS. Cigarras, entre la hierba…

ANA. ¿Qué más ves?

CARLOS. Te veo a ti… (Bosteza.) Estás de pie en la playa de arena negra, a la que nos
llevó papá una vez.

ANA. ¿Y qué hago ahí?

CARLOS. (Adormilado.) Me sonríes. No puedo ver bien tu cara, pero sé que me sonríes.

ANA. Es porque está anocheciendo… pero ahí estoy contigo.

CARLOS. Me sonríes… pero…

ANA. Siempre estaré ahí contigo…

CARLOS. Hay alguien más… Están detrás de ti.

ANA. No te preocupes por ellos.

CARLOS. ¿Quiénes son?

ANA. Shh… nadie.

CARLOS. Ana…

ANA. Shh…

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CARLOS. (Mientras se queda dormido.) La arena negra… la arena negra… la arena
negra…

ANA. Buenas noches, hermanito. (Ana también se queda dormida.)

Ellos duermen. Luz tenue sobre el escenario.

El resplandor rojo entre las tablas parpadea, evocando el palpitar de un corazón o la


respiración de un infante cuando duerme.

Carlos despierta de súbito. Voltea para mirar a Ana, quien todavía está durmiendo. Da
unos pasos atrás contemplándola, en la quietud. La mira incrédulo, entre la ternura y la
aflicción.

Carlos toca la bufanda que trae puesta, la presiona suavemente contra su rostro, como si
estuviera buscando los restos de algún aroma.

Pausa.

CARLOS. Me recuerda a ti…

Pausa.

Carlos mira al público, luego vuelve su mirada hacia el telón del fondo. Vuelve a musitar
para sí mismo “Yo en la arena negra… Yo…”, y camina hacia la oscuridad. Ana
despierta. Se acerca a Carlos, lo jala del brazo, quiere llevarlo a otra parte. Él se resiste;
primero, de modo calmado, luego, con brusquedad.

CARLOS. ¿Qué quieres…? ¡Qué!

ANA. Ven.

CARLOS. No…

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ANA. Ven… anda.

CARLOS. No. Déjame solo. (Logra zafarse.) ¡No quiero verte más!

ANA. (Vuelve a jalarlo del brazo.) Ya. ¡Ándale!

CARLOS. ¿Qué?

ANA. (Sonriendo.) Ándale.

CARLOS. Ana, por favor, ya…

ANA. (Lo interrumpe.) La primera vez que tomaron cerveza juntos…

Pausa.

CARLOS. ¿Quiénes?

ANA. Papá y tú.

CARLOS. ¿Reclinados contra el costado del automóvil?

ANA. Sí.

CARLOS. Éramos unos adolescentes, en ese entonces.

ANA. Tú eras un adolescente

CARLOS. ¿Y tú, no?

ANA. No. (Burlona.) Yo ya era una mujer.

CARLOS. Sí, seguro… (Sarcástico.) Toda una mujer de mundo.

ANA. Bueno. Tal vez me faltaba madurar un poco más.

CARLOS. ¿Un poco? Si a veces parecía que yo era el mayor.

ANA. ¡Ya! No seas tonto. Además no estamos hablando de eso.

CARLOS. ¿Entonces de qué?

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ANA. Papá y tú.

CARLOS. Reclinados contra el costado del automóvil.

ANA. Él por fin tratándote como a un hombre. (Se pone un cigarrillo en la boca.) ¿Fumas,
Carlos? Te preguntó. No me mientas.

CARLOS: Sí, papá.

ANA. (Arremedando.) Sí, papá… ¿Sí qué?

CARLOS. Sí fumo.

ANA. Déjalo tan pronto puedas… Pero mientras tanto, ten. Y papá te dio su encendedor.

CARLOS. Gracias… (Para sí mismo.) ¿Para qué me haces recordar esto?

ANA. No te quiero en la casa haciendo nada, eh. ¡Nada de estar de huevotes! (Le aprieta el
hombro a Carlos, con fuerza.) Si no vas a estudiar, te quiero trabajando.

CARLOS. Sí, señor.

ANA. Cuenta conmigo siempre, hijo.

CARLOS. Sí, señor.

ANA. Y chocaron sus botellas.

CARLOS. Entonces me dio una copia de las llaves del auto.

ANA. Úsalo cuando quieras, hijo, confío en ti… (Rompe con el recuerdo.) ¡Qué coraje me
dio! A mí nunca me las había ofrecido…

CARLOS: Claro que sí, solo que… el auto era estándar. Y a ti te ponía nerviosa.

ANA. Bueno… Un poco, sí. Pero de todos modos, qué poca…

CARLOS. Nada. Lo que pasa es que papá no quería que salieras de fiesta sola.

ANA. ¡Qué hombre tan anticuado!

CARLOS. Eras su niña.

ANA. Pues no se le hizo.


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CARLOS. Siempre hallaste el modo de escaparte.

ANA. Escaparnos.

CARLOS. ¿Escaparnos?

ANA. Sí. Escaparnos.

CARLOS. Íbamos juntos a…

ANA. A los bailes, en el balcón de la bahía para bailar hasta la madrugada. (Pausa.) Pobre
papá, arrancándose los pelos, porque llegábamos tan tarde…

CARLOS. O tan temprano.

ANA. Él creía que nos emborrachábamos hasta el amanecer.

CARLOS. O que andábamos haciendo algo peligroso.

ANA. Eso creía.

CARLOS. Pero no era cierto.

ANA. No.

CARLOS. ¿Recuerdas que nos tumbábamos sobre el cofre del auto?

ANA. Al amanecer corre siempre un viento frío, proveniente del mar.

CARLOS. Pero el cofre del auto siempre estaba calientito.

ANA. Y nos entibiaba las espaldas.

CARLOS. El cielo a esa hora es siempre muy claro.

ANA. Nunca hay nubes.

CARLOS. No, nunca.

ANA. Veíamos el cielo por las noches, justo antes del alba.

CARLOS. Y veíamos todas esas estrellas.

ANA. Con el dedo las señalábamos y las contábamos.

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CARLOS. Una por una.

ANA. Una por una.

CARLOS. Siempre encontrábamos una nueva.

ANA. ¡Y tú les ponías nombres tontos!

CARLOS. (Señala una.) Pata de pollo…

ANA. ¡No!

CARLOS. Parece una pata de pollo.

ANA. ¿Sabes cuál es su nombre real?

CARLOS. No.

ANA. ¿Quieres saber?

CARLOS. No.

ANA. Betelgeuse.

CARLOS. Es mejor Pata de pollo.

ANA. Ese es su nombre verdadero.

CARLOS. (Señala otra estrella.) Esa es Taza de café.

ANA. Se llama Sirius.

CARLOS. (Señala otra.) Aquella… Triciclo rojo.

ANA. ¡Es Venus!

CARLOS. (Señala otra.) Ojo de caballo.

ANA. No. Su nombre es Vega.

CARLOS. Pluma fuente.

ANA. Canopos.

CARLOS. ¡Canopos! ¡Qué nombre es ese!

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ANA. Ay, hermanito…

CARLOS. Prefiero los míos. (La abraza.)

ANA. Carlos… eres un tonto.

Ambos sonríen.

CARLOS. Y justo cuando el Sol empezaba a iluminar la línea del horizonte…

ANA. Aun y con la Luna en el cielo, nosotros regresábamos.

CARLOS. Esa era nuestra señal para regresar.

ANA. Regresar a casa.

CARLOS. Nos la pasábamos muy bien.

ANA. Sí, increíble.

CARLOS. Mejor que en los bailes del balcón…

ANA. La verdad, sí. Aunque… en tu cumpleaños, el año pasado, no quisiste llevarme.

De súbito vuelve a escucharse el ruido atrás del telón del fondo. Ahora con más fuerza. El
resplandor rojo de entre las tablas se intensifica. Con su mano, Carlos juega en la ficción
lo que parecería ser una pistola cargada, mientras musita “Yo en la arena negra…”.

Se encamina hacia el origen del ruido.

Ana se pone en su camino.

CARLOS. Quítate. (Pausa.) Ana, no te metas en esto… ¡ANA, QUÍTATE YA!

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Ana le arranca la bufanda, y corre. Carlos la persigue por el escenario, luego de un rato,
parecen un par de muchachos jugando.

Ella lo lleva al centro.

Le hace la seña con la mano para que cierre los ojos.

De la nada, le arroja en la cara un puño de confeti.

ANA. ¡Feliz cumpleaños!

CARLOS. ¿Qué?

ANA. ¡Feliz cumpleaños, Carlos!

CARLOS. El día de mi cumpleaños.

ANA. Hace un año celebramos tu cumpleaños en el patio.

CARLOS. Hace un año…

ANA. Esa vez estuvimos los cuatro.

CARLOS. No…

ANA. Tú, yo. Papá y mamá…

CARLOS. No hables de ellos.

ANA. Tú, yo. Papá y mamá…

CARLOS. No me hables de ellos.

ANA. Ya deja de estar tan enojado.

CARLOS. ¿Qué?

ANA. Aprende a dejar ir.

CARLOS. ¿Dejar ir?

ANA. Mira.

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Ana le señala hacia arriba.

CARLOS. ¿Que mire qué…?

ANA. (Encienden series de luces de colores sobre ellos.) Son para ti…

Carlos deja ir la pistola que ha creado con su mano.

CARLOS. Había olvidado que hiciste eso por mí. (Las recorre con la mirada.) Pero…
¿cuándo tuviste tiempo para hacer eso?

ANA. Queríamos que fuera una sorpresa.

CARLOS. Era mi regalo de cumpleaños.

ANA. ¡Huele!

CARLOS. Mamá…

ANA. Hizo la tarta de duraznos y moras, que tanto te gusta.

CARLOS. Con solo un poco de crema en el centro…

ANA. El patio, el árbol de manzanas del jardín. El asador de piedra.

CARLOS. Papá lo encendió con madera.

ANA. Y papá te dijo: Carlos. Ven, encárgate de preparar la carne.

CARLOS. Sí, papá.

ANA. Sal y pimienta, pero ya sabes, no demasiada… Míralas bien. (Señala.) ¿Ya viste?
(Señala.) Vamos a esperar a que estén completamente blancas, antes de poner la carne.

CARLOS. Sí, papá…

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ANA. No antes, ¿entendido…?

CARLOS. (Asiente, sonriendo.) Está atardeciendo…

ANA. Papá puso elotes en el carbón y derritió mantequilla sobre ellos… ¡se ven increíbles!

CARLOS. Mamá puso música.

ANA. Y te preguntó que si bailabas con ella. Y tú dijiste…

CARLOS. No, mamá, estoy viendo la carne.

ANA. Anda. Carlos, baila conmigo.

CARLOS. No quiero.

ANA. Ay. No seas payaso, ve, y baila con ella.

CARLOS. Pero…

ANA. Solo quiero que seas cariñoso, hijo. No te vuelvas como papá. Seco.

CARLOS. ¿Seco…? Y papá nos dijo:

ANA. ¡Los hombres no bailan!

CARLOS. Y mamá le contestó:

ANA. ¡Eso dices porque tú no sabes bailar! Pero tú, Carlos… ¡tú sí sabes!

CARLOS. Sí, mamá.

ANA. Ella te enseñó.

CARLOS. Sí, ella me enseñó… Me dijo:

ANA. Es para que en las fiestas puedas sacar a las chicas y conquistarlas.

CARLOS. (Se toca el rostro.) Ella arrugando el borde de los ojos mientras sonreía.

ANA. Bailaban juntos, y fue que te dijo: Suéltate más. No seas un tronco.

CARLOS. Un tronco.

ANA. De esos que se pasan la noche sentados.

29
CARLOS. Sentados y bebiendo.

ANA y CARLOS. Como papá…

Ríen.

ANA. ¡Mira!

CARLOS. Papá se quitó el sombrero.

ANA. Lo último del Sol de la tarde golpeando la piel de su frente, y haciéndolo sudar.

CARLOS. La brisa de la tarde acariciando los dos o tres rizos que aún… (Se toca la parte
superior de la cabeza.)

ANA. Sí. Esos…

CARLOS. (Rodea sus orejas con las manos.) Y sus canas…

ANA. Papá…

Carlos toma la mano de Ana, da la impresión de que no se anima a decirle algo. Se


apagan las series de luces sobre ellos. Enciende con fuerza el rojo bajo las tablas.

CARLOS. Siempre te cuidé, pero esa vez yo no…

ANA. Esa vez quisiste ir solo al balcón de la bahía, porque ibas a salir con alguien.

CARLOS. Esa vez…

ANA. Una chica guapa, no así que digas tan bonita como la que me gustaría para ti, pero…
guapa, a secas. ¿Cómo se llama?

CARLOS. Luciana.

ANA. Luciana.
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CARLOS. Hace un año estaba seguro de que me casaría con ella, de que tendría mi propia
familia y todos envejeceríamos juntos, pero ahora…

Ana le da una palmada muy fuerte en la espalda, al mismo tiempo, regresa al escenario la
atmosfera y la luz de aquella fiesta.

ANA. ¡Carlos! Hijo. ¿Qué haces con esa carne?

CARLOS. Nada, papá.

ANA. No tires nada de la comida que sobre, ¿me oyes?

CARLOS. Y entonces nos dijo.

ANA. Hay quien la necesita… Vamos a dársela a los vecinos, que luego no tienen ni qué
comer.

ANA y CARLOS. Sí, señor.

CARLOS. Papá de niño, vivió con estrecheces…

ANA. Ustedes no saben lo que es no tener ni qué comer.

CARLOS. La alacena o el refrigerador nunca deben estar vacíos. Siempre atascados de


comida…

ANA. ¡Es para que se sienta la abundancia, carajo!

CARLOS. ¡Es para que nunca sepan lo que es la miseria…!

ANA. Esa ropa mejor hay que llevárnosla al refugio. Allí le servirá a alguien.

ANA y CARLOS. Sí, papá.

ANA. Nunca hay que usar los zapatos hasta dejarlos inservibles.

ANA y CARLOS. No, señor.

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ANA. Porque cuando están de medio uso, los podemos obsequiar… Miren, como estos.
(Señala sus zapatos.) Mañana los voy a llevar al refugio.

CARLOS. Sí, papá. (Sonríe con el recuerdo. Ana sonríe también, en complicidad. Con la
mirada recorren el escenario dando a entender que su papá caminó para ir a sentarse
junto a su mamá.) Esos zapatos son nuevos…

ANA. Yo creo que ni siquiera los usó.

CARLOS. Los cuidó, para obsequiarlos así, nuevos.

Ana reacciona, y corre hasta el proscenio, emocionada.

Carlos la sigue.

ANA. ¡Papá abrió una botella de vino!

CARLOS. No, era de mezcal.

ANA. Mamá y papá, míralos.

CARLOS. Sentados bajos las luces. Aún se quieren. Nos miran como se mira lo único que
en verdad importa en el mundo, lo único que el mundo no debería quitarle a nadie, jamás.

Pausa. Se detienen un instante para contemplar a su familia.

ANA. Éramos felices, había música, comida, vino y cerveza. Bailábamos. Cantábamos y…
Ay, no…

CARLOS. ¿Qué?

ANA. Papá ya está otra vez tomado.

CARLOS. ¿Cómo sabes?

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ANA. Escucha… (Susurra.) Ya está cantando su canción.

CARLOS. Que se quede el infinito sin estrellas… (Continúa con la canción, en un


murmuro.) Y que pierda el ancho mar su inmensidad. Pero el negro de tus ojos que no
muera…

ANA. ¡Ay, no!

CARLOS. ¿Qué pasa?

ANA. Las hormigas… Están encima de todo…

CARLOS. ¿Las hormigas?

Estruendo en el fondo del escenario.

ANA. Éramos felices: Papá, mamá, tú y yo… éramos felices.

CARLOS. Felices…

ANA. Pero entonces en medio de la felicidad, tú nos dijiste…

CARLOS. Voy a salir con Luciana, vamos a ir al balcón de la bahía, para celebrar mi
cumpleaños…

ANA. ¡Qué gran idea! ¡Yo también voy! Y…Uy, te pusiste muy serio. (Sigue con la
mirada algo que se está moviendo por el escenario.) Serio, serio, serio…

CARLOS. (A sí mismo.) ¿Por qué te dije que no? ¿Qué importaba si venías con nosotros?

ANA. Uy, te pusiste muy serio.

CARLOS. Después Luciana y yo nos hubiéramos desaparecido por ahí, para ir a la playa de
arena negra, y…

ANA. Serio, serio, serio…

CARLOS. Querías ir también al balcón, primero me ordenaste que te llevara, luego…

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ANA. Ándale, hermanito.

CARLO. Que no nos ibas a hacer mal tercio…

Anda, Carlos, yo también quiero ir… (Bajando paulatinamente, la voz.) Yo también quiero
ir…

CARLOS. Me fui, y los dejé solos…

ANA. Poco después de que te fuiste… vinieron las hormigas.

Ana vigila a las hormigas.

CARLOS. ¿Qué haces…?

ANA. Las hormigas, Carlos, vinieron cuando tú ya no estabas.

Estruendo en el fondo del escenario.

ANA. ¿Pero por qué habrán venido?

CARLOS. (A sí mismo.) ¿Por qué…?

ANA. A lo mejor hicimos mucho ruido.

CARLOS. Yo…

ANA. A lo mejor los molestamos en algo.

CARLOS. Te dije que no…

ANA. A lo mejor la música los atrajo.

CARLOS. Luciana y yo no íbamos a ir al balcón de la bahía.

ANA. La música es alegría y la alegría los atrajo…

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CARLOS. Íbamos a ir la playa de arena negra, para estar por primera vez juntos…

ANA. Poco después de que te fuiste… Ellos vinieron.

CARLOS. …Luciana y yo.

ANA. Qué horror. ¡Están encima de todo…! ¡Encima de todos! (Se lanza al suelo y
empieza a matar frenéticamente a las hormigas. Él intenta detenerla, pero ella se resiste.)
¡Carlos…! ¿Por qué estás tan enojado?

Estruendo en el fondo del escenario, algo se mueve con violencia atrás del telón. Ana se
pone de pie y se tapa la boca. Mira a Carlos, desconcertada. Le señala el fondo del
escenario, mientras sube la intensidad del ruido, parece como si hubiera un ejército allá
atrás.

Ana se encamina hacia el fondo. Pero cuando Carlos empieza a hablar, ella se congela.

CARLOS. Asesinaron a mamá. Asesinaron a papá. Les dispararon en la cabeza.… (El


estruendo se detiene.) A mamá la dejaron tirada en la entrada de la casa mientras trataba de
huir. A papá, en su silla del patio…

ANA. (De espaldas, con el índice, se apunta a sí misma en la cabeza.) Presionaron el


cañón contra la sien izquierda de papá.

CARLOS. Mientras les rogaba por tu vida: déjenla ir, a ella déjenla, por lo que más
quieran…

ANA. Déjenla ir…

Ana se gira.

CARLOS. No les importó.

35
ANA. No les importó.

CARLOS. No les importó…

Carlos y Ana se encuentran en el centro del escenario.

Solo el rojo bajo las tablas iluminándolos. Todo lo demás, en oscuro.

ANA. Vi una camioneta negra.

CARLOS. Se bajaron con sus armas. Se metieron por el patio.

ANA. Creo que grité…

CARLOS. ¿Gritaste?

ANA. Sí. Recuerdo que grité.

CARLOS. ¿Qué gritaste?

ANA. Grité a los vecinos, a quien fuera… Ayúdenos, ¡por favor…! Nadie respondió.

Carlos y Ana se giran y quedan espalda contra espalda.

Lentamente pasan la bufanda alrededor de sus cuellos.

La comparten como si fueran la misma persona.

CARLOS. Me amordazaron.

ANA. Mamá corrió adentro de la casa y vi cómo uno de ellos fue tras de ella.

CARLOS. Bam. Bam.

ANA. Presionaron el cañón contra la sien izquierda de papá.

CARLOS. Me violaron frente a él. La música que tanto le gustaba todavía sonando.

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ANA. Él rogaba por mí. La boca abierta de papá, su garganta, sus dientes, su lengua…

CARLOS. Tomaron turnos y cuando se cansaron…

ANA. Me dispararon en el cuerpo. No en la cabeza, en el cuerpo…

CARLOS. Iban a darme el tiro de gracia…

ANA. Pero papá lanzó un alarido y quiso levantarse.

CARLOS. Bam.

ANA. Y ahí se quedó mi papito.

CARLOS. Sus zapatos nuevos manchados con su sangre.

CARLOS. En su silla del patio, sentado con el cráneo dividido, con los ojos abiertos.

ANA. Su mano aferrada al descansabrazos.

CARLOS. Porque sí trató de pararse y de salvarme.

ANA. Sí lo intentó, porque esa era la clase de hombre que era.

CARLOS. Un hombre que no le había hecho nada a nadie; porque nosotros eso éramos…

ANA. Nadie. No éramos nadie…

Ana se recuesta, con bufanda puesta.

CARLOS. Habrá surgido algo que los distrajo supongo, y por eso no le dieron importancia
a darme el tiro de gracia, o no…

ANA. Me dejaron ahí, jalando aire, me dejaron ahí, como si nada.

CARLOS. Jalando aire entre la sangre, tratando de mirar al cielo.

ANA. Tratando de reconocer a alguna de las…

CARLOS. Mientras tanto yo en la arena negra… alcancé a escuchar los gritos de la gente.

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ANA. Apúrale. Regrésate a tu casa, Carlos. ¡Apúrate, que ha ocurrido una desgracia!

CARLOS. Una desgracia. La pinche gente lo llamó una desgracia… yo en la arena negra…
yo en la arena negra… ¡Yo en la arena negra, mientras ustedes estaban solos…!

Pausa.

Ana se pone de pie, y avanza hacia el proscenio.

ANA. (Al público.) Así encontraron a la familia de Carlos Tsoclis. Así como en las
películas o peor aún, así como en las revistas amarillistas o los tabloides de mierda, así les
tomaron fotos a su familia. Ahí estaba su mamá, de bruces en la entrada de la casa. Su papá,
en la silla del patio. Su hermana, en el piso, con los brazos fracturados.

Carlos se encamina hacia el fondo del escenario.

Suena el teléfono, justo cuando cruza frente a él.

Suena varias veces. Luego de un momento, contesta.

CARLOS. ¿Hola? Sí, yo soy el “superviviente…” pero…

ANA. Y por si fuera poco su papá, su mamá, su hermana… ya no eran personas: no, ya no;
ahora eran otra cosa: un número.

CARLOS. A ver, no le estoy entendiendo…

ANA. Un número de la estadística, el número de página en el periódico, un número “entre


los muertos.”

CARLOS. ¡Eso no puede ser cierto…!

ANA. Porque siempre se les llama así: "entre los muertos; entre las víctimas", nunca, los
asesinados, nunca las asesinadas…

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CARLOS. ¡Le estoy diciendo que hubo testigos! ¡Los identificaron! Ellos lo juraron ante…

ANA. Su familia ya no existía. Ahora solo existía el puto número de su expediente.

CARLOS. ¿Libres…? Cómo qué… ¿Libres?

Ana se gira, avanza hacia donde está su hermano.

ANA. Que si nos atenemos a las estadísticas, jamás sería resuelto, pues solo formaría parte
del conjunto de datos y de…

CARLOS. ¿Qué quiere decir con “libres”?

ANA. …la mierda.

CARLOS. No entiendo.

ANA. La mierda…

CARLOS. Pero yo hice todo lo que ustedes me pidieron.

ANA. La mierda en la que nos ahogamos todos los días.

CARLOS. Por favor, se lo ruego… ¡es que usted no entiende! (Pausa.) Mataron a todos.
No me queda nadie.

ANA. Ah, en fin, otro número al que nadie le hace caso.

CARLOS. ¿Hola…? ¿Hola…?

Ana le quita el auricular del oído, con lentitud.

Cuelga.

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ANA. Y es que conforme avanzaban “las investigaciones”, cada vez sonaba más a que
había sido culpa… ¿de él? Culpa de sus padres. De su hermana. Los testigos se echaron
para atrás y en fin: los habían soltado esa misma tarde.

Carlos corre desesperado hasta el proscenio.

CARLOS. ¿Cómo que están libres? (Se rasca la cabeza, parece que se ha estado
arrancando los cabellos.) No entiendo. Aquí traigo los papeles, mírelos… Por favor… Por
favor… ¿Que no entiende? Estoy en sus manos. Mi vida está en sus manos.

ANA. Tranquilo, joven.

CARLOS. ¿Tranquilo?

ANA. No hay explicación. No le busque sentido.

CARLOS. ¿No hay sentido?

ANA. Oiga bien. Lo veo como… muy afligido.

CARLOS. ¿Afligido?

ANA. Me cae bien. Por eso le voy a decir la verdad, acá en corto… Fue mala suerte.

CARLOS. ¿Mala suerte?

ANA. Sí; mala suerte…

CARLOS. ¿Mala suerte…?

ANA. Y el agente de la justicia te miró y cruzó sus labios con el dedo…

Carlos empieza a lanzar insultos, con el rostro desfigurado; de pronto, nos da la impresión
de que alguien le ha bajado el volumen de la película. Aun así, podemos ver cómo Carlos
tensa su cuerpo, parece que va a explotar. Se retuerce hasta que de golpe, regresa el
sonido con la máxima potencia.

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CARLOS. ¡Mi papá no estaba metido en nada! ¡Mi mamá, mi hermana, menos! No
compraban nada. No vendían nada. No eran parientes de nadie. ¡NO ERAN NADIE!

ANA. Precisamente eso, no eran nadie.

CARLOS. ¿Y entonces? (Pausa.) ¡ENTONCES!

ANA. ¿Cómo decirlo? Estaban en el camino de ellos. Iban de paso. Los vieron. Y se les
antojó. Pues nada… Fue mala suerte… (Rompe.) ¿Qué quiso decir con eso?

CARLOS. Que ustedes estaban en el camino.

ANA. O sea que fue solo porque… ¿Fue solo porque estábamos ahí?

CARLOS. Dijo que había sido una chingadera más, otra más sin sentido. Desafortunada,
eso sí, pero sin sentido.

ANA. ¿Una desafortunada… chingadera?

CARLOS. Sin culpables.

ANA. ¿Qué?

CARLOS. Me dijo que lo dejara por la paz. Que ya no hiciera más preguntas. Que era
peligroso hacer… olas.

ANA. Y te quedaste callado.

CARLOS. Que si yo quería ayudarme en mi asunto que mejor lo platicáramos en la parte


de atrás… Y eso hicimos: lo platicamos.

Vuelven a encender las series de luces sobre ellos.

ANA. Carlos…

CARLOS. ¿Qué?

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ANA. Deja esto atrás y sé feliz.

CARLOS. ¿Qué sea feliz? No mames… ¡No mames!

ANA. Vete de aquí, busca a Luciana y…

CARLOS. ¡Qué carajos haces aquí! Te apareces de pronto de la nada, y…

ANA. Estás enojado.

CARLOS. ¿Crees que todo esto es porque estoy enojado?

ANA. Estás olvidando quién eres.

CARLOS. El enojo quedó muy atrás.

ANA. ¿Qué te ha pasado todo este año? Ya casi no te reconozco…

CARLOS. No estoy enojado, Ana. (La enfrenta.) Me indigna la vida, el mundo, la gente…

ANA. Carlos…

CARLOS. Me indigna que tengamos que vivir así.

ANA. …por favor.

CARLOS. El egoísmo nunca había sido tan grande.

ANA. No puedo verte así… sufriendo.

CARLOS. La cobardía tan descarada, tan insolente con todos, en contra de todos…

Ana le devuelve la bufanda. Él duda en tomarla, pero ella se la coloca en el cuello.

Carlos siente la tela con sus dedos por un instante.

Ella le sonríe.

Él no.

ANA. Carlos, la esperanza…

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CARLOS. La esperanza no, hermana. El fuego. Solo el fuego puede sanar esto… Incluso
esto.

ANA. El fuego… (Mira lo rojo bajo las tablas. Empieza a colarse el humo. Tose.)

CARLOS. Al egoísmo, a la cobardía, no se le combate con esperanza…

ANA. No, Carlos. (Tose.) Yo no quiero esto para ti… (Tose con más fuerza.)

CARLOS. ¡Tú no puedes querer nada porque estás muerta! ¡MUERTA!

ANA. Muerta… (Deja de toser.) ¿Muerta?

CARLOS. No me costó ningún trabajo…

ANA. ¿Qué cosa?

CARLOS. Ninguno.

ANA. ¿De qué hablas?

CARLOS. Después de que los dejaron libres, hablé con la justicia, entre las sombras, yo y
la justicia: Yo, la justicia y la arena negra.

ANA. ¡Carlos, qué hiciste!

CARLOS. (Saca el encendedor de papá Tsoclis, lo enciende.) Les ofrecí esta casa. El
dinero que vale esta casa.

ANA. ¿La casa…? ¿Nuestra casa?

CARLOS. Hoy mismo los trajo una camioneta.

ANA. Tus invitados…

CARLOS. Mis regalos de cumpleaños. (Carlos saca de entre las tablas una pistola
cargada. El rojo empieza a crepitar. Empieza a musitar rápidamente.) Yo en la arena negra
mientras estaban ustedes en la casa… Yo en la arena negra. Miraba a las hormigas ir y
venir; ir y venir… ir y venir… ir y venir; ir y… venir… Nada las detiene, avanzan en la
arena negra, siguen adelante, sin importarles nada, andan así, sin pensar, sin preguntarse
nada, sin… Solo avanzan sobre lo que sea…

43
Música.

Carlos anda hacia el fondo del escenario, donde está el telón.

Ana está en el proscenio, con la misma expresión vacía del inicio.

Carlos toma una de las puntas del telón.

Lo tensa, está listo para jalar.

ANA. ¿Y qué otra cosa podía hacer Carlos, para conseguir un poco de justicia? Qué otra
cosa, sino volverse también una hormiga más. Qué otra cosa que pasar por encima de las
otras hormigas…

Carlos jala el telón. Cae y vemos que debajo están unos hombres atados en unas sillas.
Capuchas negras en sus cabezas. Se agitan, gritan, se retuercen tratando de escapar.

ANA. Con el encendedor de papá le prendió fuego a la casa, mientras que en el piso de
arriba, preparó la pistola.

Música.

El escenario empieza a llenarse de humo y todo oscurece, mientras vemos la silueta de


Carlos apuntando el arma, entre el humo y lo rojo del fuego.

La luz bajo las tablas se intensifica al máximo.

Carlos les apunta a los hombres.

Le dispara a uno por uno en la cabeza, oscureciendo donde están, conforme lo hace.

De entre el humo y la negrura, vemos aparecer a Carlos, ya sin la pistola. Transformado.

Avanza hasta enfrentar al público.

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Lo reconoce con la mirada por unos instantes, antes de caer de rodillas.

Su hermana se para atrás de él.

ANA. Carlos ya no pensaba, ya no sentía, había desaparecido su mente, su alma, su

conciencia, todo en él estaba prácticamente vacío, solo funcionaban algunas partes de su

cuerpo, como si fuera un insecto aplastado… (Lo consuela acariciando su cabello.)

Sobrevivía en su interior una sola entidad: el remanente de su ira… solo que al igual que el

fuego en la oscuridad, lentamente se había transformado en centellas de luz, parpadeantes:

consumiéndose y danzando entre las cenizas…

Ana se arrodilla atrás de su hermano y pasa sus brazos alrededor de su cuello para
abrazarlo.

ANA. Una diminuta y agonizante centella de luz. Eso era él ahora. Luz que no viene de la

luz, sino de cruzar a través de la oscuridad.

Lo abraza con fuerza mientras el humo y el rojo se intensifica, antes de empezar a


oscurecer.

Música.

Oscuro final.

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