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Personajes.
Ana.
Carlos.
Entre las tablas se cuela un leve resplandor rojo que nos hace pensar que hay algo vivo,
crepitante, debajo de todo eso. Las tablas no se extienden simétricamente a lo largo del
escenario; conforme se alejan de su centro, más y más se asemejan al color de la tierra,
después de un incendio. Una mesita con un teléfono.
Carlos en un punto indeterminado del escenario, sigue a las hormigas con la mirada. Ana
está de pie, detrás de él, vigilándolo, con una expresión vacía en el rostro.
Carlos musita algo en un volumen casi inaudible. Ana da un paso hacia él y por fin,
empezamos escuchar lo que dice.
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CARLOS. Yo en la arena negra. Miro a las hormigas ir y venir; ir y venir… ir y venir… ir
y venir; ir y… venir… (Una hormiga se ha subido en su mano, la examina; luego, sacude
la mano.) Yo en la arena negra, las miro, y me pregunto de nuevo: ¿por qué…?
ANA. Carlos…
CARLOS. Nada las detiene, avanzan en la arena negra, siguen adelante, sin importarles
nada, andan así, sin pensar, sin preguntarse nada, sin… Solo avanzan sobre lo que sea…
ANA. Carlos.
CARLOS. Yo… (Aplasta una con el pulgar. La contempla en su dedo.) ¿Y quién diablos
soy yo para matarte…?
ANA. ¡Carlos!
CARLOS. Ana está aquí. (A sí mismo.) Pero… ¿cómo puede ella estar aquí? (A Ana.) ¿Qué
haces aquí?
2
CARLOS. Mi cumpleaños, sí, un año… (Pausa.) ¿A qué viniste?
CARLOS. ¡No!
ANA. Pero…
ANA. Carlos…
ANA. Está bien. No te preocupes, no van a venir. (Explora alrededor con la mirada.) Y…
¿tienes más invitados?
ANA. ¿Carlos?
ANA. ¡Carlos!
CARLOS. ¿Qué?
ANA. Así empezó ese día. Era Petra. Llamó para felicitarte.
CARLOS. ¿Felicitarme…?
ANA. Sí.
Ana lo invita a que tome el teléfono. Carlos va hacia ella, dubitante. Por fin toma el
teléfono. Duda; luego, vuelve a buscar a Ana con la mirada. Ella le hace una señal con la
mano indicándole que empiece a hablar.
CARLOS. ¿Hola…?
ANA. Eso dijiste, hola. Y fue entonces que escuchaste aquella voz distante, casi como de
niña, en el auricular: ¿Carlos…?
Pausa.
CARLOS. Pues…
CARLOS. No sé…
CARLOS. Vaya…
CARLOS. Ajá…
ANA. Te extraño…
CARLOS. Yo…
CARLOS. La verdad…
CARLOS. Yo…
CARLOS. No…
CARLOS. Vaya…
CARLOS. Gracias.
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ANA. Un día comenzará a llover y ya no parará…
CARLOS. ¿Qué?
CARLOS. Bueno...
CARLOS. Ajá…
CARLOS. ¿Sí?
CARLOS. Caray…
CARLOS. Yo…
CARLOS. Yo…
Pausa.
Pausa.
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ANA. Entiendo, Carlos. No te preocupes… Ni ella ni tú supieron qué más decirse… (A
Carlos.) Y hubo entonces, aquel silencio…
Ana abre la boca como si fuera a decir algo, pero es como si tuviera un nudo en la
garganta.
ANA. Nada.
CARLOS. Yo esperando a que fuera ella quien dijera lo que para ambos era evidente…
Ana abre la boca como si fuera a decir algo, pero es como si tuviera un nudo en la
garganta.
ANA. Nada. Petra Tseliou no dijo nada. (Pausa.) Silencio entre ustedes. Hasta que por fin,
tú dijiste.
CARLOS. Felicidades por tu boda. Deseo que sean muy felices. Deseo que seas muy
feliz… (Pausa.) Ciao.
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ANA. ¿De veras no te importó romper así con el pasado…?
CARLOS. Papá y mamá Tsoclis me insistieron por años… insistían en que debíamos de
reunirnos.
ANA. Regresar…
CARLOS. No. Ese lugar está en el pasado y el pasado debe quedarse en su lugar…
ANA. ¿Cosas?
CARLOS. Fragmentos. Imágenes que parecen fotografías viejas, con sombras en los
bordes; distantes, como si las viera a través de un túnel negro. (Pausa. Examina a Ana,
como si pudiera ver a través de ella. Ana reacciona con un gesto de “¿qué haces?”.)
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Recuerdo estar en una playa… esa mano fuerte apretando la mía. (Pausa.) Creo que era la
mano de…
CARLOS. …alguien.
ANA. ¿Tienes memoria de eso? Eras muy pequeño. Te trajeron luego de que tu padre…
ANA. Y mamá dijo: Ana, tu primo casi se ahoga en el mar. Por fortuna, tu tío nadó hasta
donde estaba para salvarlo, solo que… ocurrió una desgracia.
CARLOS. El Sol repartido en pequeños espejos, parpadeando sobre las crestas de las olas.
Nadie, nada. Tragaba agua. Pedí ayuda. Tragaba agua… Estaba solo y vino el miedo. Por
primera vez, el miedo verdadero.
CARLOS. Yo era un niño… (Carlos cae de rodillas. Se esconde tras su mano, como si eso
pudiera protegerlo.) …en un mundo que se había vuelto enorme.
ANA. Y mamá dijo: Ana, vamos a ir por Carlos. Él será tu nuevo hermano.
CARLOS. No me gusta.
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ANA. Te miré con la cabeza inclinada, apretando la mano de mamá. ¡Yo me enojé mucho!
(Cruza los brazos.) No quería que estuvieras aquí.
ANA. Ahora yo seré tu hermana… Y sentí que nuestra familia por fin, estaba completa.
Pausa.
CARLOS. Para mí, tú eres la única hermana que tengo. Siempre te he visto así.
ANA. ¿Siempre?
CARLOS. De ese mundo del que me hablas, antes de venir aquí, no sé nada… ¡La verdad
es que nunca me ha interesado saber!
ANA. ¿Nunca?
CARLOS. Nunca.
ANA. Ay, Carlos… (Se desespera.) Para ti todo es blanco o negro. Si no es blanco…
ANA. … es negro.
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CARLOS. Yo empecé a ser parte de la familia Tsoclis, y ya…
CARLOS. ¡Por qué me hablas así…! (Irrumpe un ruido fuerte atrás del telón, al fondo.)
CARLOS. (A sí mismo.) ¿Qué me pasa? ¿Qué es esto que me tiene al borde del llanto?
(Con la mirada fija en ella.) Es porque te estoy mirando…
ANA. ¿Aquí?
ANA. ¿Aquí?
CARLOS. Yo en la…
ANA. ¡Carlos!
Pausa.
ANA. Aquí… (Extiende los brazos; señala todo el espacio.) Aquí pasaste tu infancia,
siendo feliz.
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CARLOS. Solo sé que no tenía problemas.
ANA. ¡Carlos, no corras tan lejos…! Allá ibas dejando huellas en la playa.
ANA. Sí. Veías con curiosidad cómo llegaban los barcos de diferentes tamaños y países…
ANA. Y con tus manitas tratabas de tomarlos en la distancia como si fueran juguetes.
CARLOS. Juguetes…
CARLOS. Mamá Tsoclis siempre fue buena conmigo. Siempre dulce. (Sonríe, mientras
entra en el recuerdo.) Al comienzo le decía: Señora…
CARLOS. Es verdad.
CARLOS. ¿Mamá?
ANA. Tu otra mamá ya no está aquí, ya no. Ella te cuida desde otra parte, igual que yo, que
también te cuido, porque yo estoy aquí, contigo.
CARLOS. Conmigo.
CARLOS. Pescado frito con verduras, pescado al ajo… camarones con frutas, pan recién
hecho; calientito…
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ANA. Mamá, la cocina y sus perfumes… ¡hasta pétalos de flores le ponía a sus recetas!
CARLOS. Me servía una cucharada en mi plato; el vapor calentaba mis pómulos y mis
párpados, pero yo…
CARLOS. Sí.
CARLOS. Entonces ella con sus brazos alrededor de mi cuello… me daba un largo beso,
presionando fuerte sus labios en mi cabeza y…
ANA. Tonto.
CARLOS. ¿Qué?
ANA. Sí… siempre has sido muy tonto. ¿Por qué eres tan tonto?
ANA. Te lo merecías.
Carlos se desplaza por el espacio. Pone atención a la bufanda que trae puesta, la explora
con sus dedos. Está hecha de una tela fina, muy suave. Es lo único blanco que trae puesto.
ANA. No.
CARLOS. ¿No?
CARLOS. ¿Y no es lo mismo?
ANA. No.
CARLOS. Sí lo es.
ANA. Claro que no. Si estuviera dormida, ¿cómo te iba a responder? Ni modo de que te
diga: Sí, estoy dormida...
ANA. Ya duérmete…
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Ana se vuelve a acomodar.
Pausa.
CARLOS. Ana…
ANA. Qué…
ANA. ¡Carlos!
CARLOS. ¿Qué?
ANA. Ven.
ANA. Ven.
CARLOS. Era…
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CARLOS. Era… (Rompe con el recuerdo.) ¡Oye! Tú me la regalaste, la llenaste de perfume
y me la regalaste, y…
Regresan al recuerdo.
CARLOS. Sí.
CARLOS. ¿Y?
ANA. Somos dos viajeros perdidos… Yo soy el capitán; tú, el piloto. ¿Saz?
CARLOS. Saz.
ANA. Saz.
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ANA. ¡Piloto bobo!
CARLOS. ¡Sí!
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Ana empieza a leer.
ANA. Oh-oh.
ANA. Oh-oh.
CARLOS. ¿No?
CARLOS. ¡Comandanta!
ANA. ¡Comandante!
CARLOS. ¡Comandante!
ANA. ¡Qué!
ANA. ¡Qué!
ANA. ¿No…?
CARLOS. ¿Qué?
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CARLOS. No… a ver… sí, un poco.
ANA. ¡No…! (Continúan jugando.) Tendré pesadillas. (Ríe.) Qué tonto eres…
CARLOS. Sí… tonto, tonto, ¡pero bien apestoso! (Trata de ponerle los pies en la cara.)
CARLOS. No…
ANA. Cuando no puedo dormir, pienso en algún paisaje que me guste mucho, y me
imagino que estoy ahí adentro.
CARLOS. Sí.
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CARLOS. ¿Así? (Inhala y exhala profundamente.)
CARLOS. Te veo a ti… (Bosteza.) Estás de pie en la playa de arena negra, a la que nos
llevó papá una vez.
CARLOS. (Adormilado.) Me sonríes. No puedo ver bien tu cara, pero sé que me sonríes.
CARLOS. Ana…
ANA. Shh…
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CARLOS. (Mientras se queda dormido.) La arena negra… la arena negra… la arena
negra…
Carlos despierta de súbito. Voltea para mirar a Ana, quien todavía está durmiendo. Da
unos pasos atrás contemplándola, en la quietud. La mira incrédulo, entre la ternura y la
aflicción.
Carlos toca la bufanda que trae puesta, la presiona suavemente contra su rostro, como si
estuviera buscando los restos de algún aroma.
Pausa.
Pausa.
Carlos mira al público, luego vuelve su mirada hacia el telón del fondo. Vuelve a musitar
para sí mismo “Yo en la arena negra… Yo…”, y camina hacia la oscuridad. Ana
despierta. Se acerca a Carlos, lo jala del brazo, quiere llevarlo a otra parte. Él se resiste;
primero, de modo calmado, luego, con brusquedad.
ANA. Ven.
CARLOS. No…
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ANA. Ven… anda.
CARLOS. No. Déjame solo. (Logra zafarse.) ¡No quiero verte más!
CARLOS. ¿Qué?
Pausa.
CARLOS. ¿Quiénes?
ANA. Sí.
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ANA. Papá y tú.
ANA. Él por fin tratándote como a un hombre. (Se pone un cigarrillo en la boca.) ¿Fumas,
Carlos? Te preguntó. No me mientas.
CARLOS. Sí fumo.
ANA. Déjalo tan pronto puedas… Pero mientras tanto, ten. Y papá te dio su encendedor.
ANA. No te quiero en la casa haciendo nada, eh. ¡Nada de estar de huevotes! (Le aprieta el
hombro a Carlos, con fuerza.) Si no vas a estudiar, te quiero trabajando.
ANA. Úsalo cuando quieras, hijo, confío en ti… (Rompe con el recuerdo.) ¡Qué coraje me
dio! A mí nunca me las había ofrecido…
CARLOS: Claro que sí, solo que… el auto era estándar. Y a ti te ponía nerviosa.
CARLOS. Nada. Lo que pasa es que papá no quería que salieras de fiesta sola.
ANA. Escaparnos.
CARLOS. ¿Escaparnos?
ANA. A los bailes, en el balcón de la bahía para bailar hasta la madrugada. (Pausa.) Pobre
papá, arrancándose los pelos, porque llegábamos tan tarde…
ANA. No.
ANA. Veíamos el cielo por las noches, justo antes del alba.
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CARLOS. Una por una.
ANA. ¡No!
CARLOS. No.
CARLOS. No.
ANA. Betelgeuse.
ANA. Canopos.
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ANA. Ay, hermanito…
Ambos sonríen.
De súbito vuelve a escucharse el ruido atrás del telón del fondo. Ahora con más fuerza. El
resplandor rojo de entre las tablas se intensifica. Con su mano, Carlos juega en la ficción
lo que parecería ser una pistola cargada, mientras musita “Yo en la arena negra…”.
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Ana le arranca la bufanda, y corre. Carlos la persigue por el escenario, luego de un rato,
parecen un par de muchachos jugando.
CARLOS. ¿Qué?
CARLOS. No…
CARLOS. ¿Qué?
ANA. Mira.
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Ana le señala hacia arriba.
ANA. (Encienden series de luces de colores sobre ellos.) Son para ti…
CARLOS. Había olvidado que hiciste eso por mí. (Las recorre con la mirada.) Pero…
¿cuándo tuviste tiempo para hacer eso?
ANA. ¡Huele!
CARLOS. Mamá…
ANA. Sal y pimienta, pero ya sabes, no demasiada… Míralas bien. (Señala.) ¿Ya viste?
(Señala.) Vamos a esperar a que estén completamente blancas, antes de poner la carne.
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ANA. No antes, ¿entendido…?
ANA. Papá puso elotes en el carbón y derritió mantequilla sobre ellos… ¡se ven increíbles!
CARLOS. No quiero.
CARLOS. Pero…
ANA. Solo quiero que seas cariñoso, hijo. No te vuelvas como papá. Seco.
ANA. ¡Eso dices porque tú no sabes bailar! Pero tú, Carlos… ¡tú sí sabes!
ANA. Es para que en las fiestas puedas sacar a las chicas y conquistarlas.
CARLOS. (Se toca el rostro.) Ella arrugando el borde de los ojos mientras sonreía.
ANA. Bailaban juntos, y fue que te dijo: Suéltate más. No seas un tronco.
CARLOS. Un tronco.
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CARLOS. Sentados y bebiendo.
Ríen.
ANA. ¡Mira!
ANA. Lo último del Sol de la tarde golpeando la piel de su frente, y haciéndolo sudar.
CARLOS. La brisa de la tarde acariciando los dos o tres rizos que aún… (Se toca la parte
superior de la cabeza.)
ANA. Papá…
ANA. Esa vez quisiste ir solo al balcón de la bahía, porque ibas a salir con alguien.
ANA. Una chica guapa, no así que digas tan bonita como la que me gustaría para ti, pero…
guapa, a secas. ¿Cómo se llama?
CARLOS. Luciana.
ANA. Luciana.
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CARLOS. Hace un año estaba seguro de que me casaría con ella, de que tendría mi propia
familia y todos envejeceríamos juntos, pero ahora…
Ana le da una palmada muy fuerte en la espalda, al mismo tiempo, regresa al escenario la
atmosfera y la luz de aquella fiesta.
ANA. Hay quien la necesita… Vamos a dársela a los vecinos, que luego no tienen ni qué
comer.
ANA. Esa ropa mejor hay que llevárnosla al refugio. Allí le servirá a alguien.
ANA. Nunca hay que usar los zapatos hasta dejarlos inservibles.
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ANA. Porque cuando están de medio uso, los podemos obsequiar… Miren, como estos.
(Señala sus zapatos.) Mañana los voy a llevar al refugio.
CARLOS. Sí, papá. (Sonríe con el recuerdo. Ana sonríe también, en complicidad. Con la
mirada recorren el escenario dando a entender que su papá caminó para ir a sentarse
junto a su mamá.) Esos zapatos son nuevos…
Carlos la sigue.
CARLOS. Sentados bajos las luces. Aún se quieren. Nos miran como se mira lo único que
en verdad importa en el mundo, lo único que el mundo no debería quitarle a nadie, jamás.
ANA. Éramos felices, había música, comida, vino y cerveza. Bailábamos. Cantábamos y…
Ay, no…
CARLOS. ¿Qué?
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ANA. Escucha… (Susurra.) Ya está cantando su canción.
CARLOS. Felices…
CARLOS. Voy a salir con Luciana, vamos a ir al balcón de la bahía, para celebrar mi
cumpleaños…
ANA. ¡Qué gran idea! ¡Yo también voy! Y…Uy, te pusiste muy serio. (Sigue con la
mirada algo que se está moviendo por el escenario.) Serio, serio, serio…
CARLOS. (A sí mismo.) ¿Por qué te dije que no? ¿Qué importaba si venías con nosotros?
CARLOS. Después Luciana y yo nos hubiéramos desaparecido por ahí, para ir a la playa de
arena negra, y…
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ANA. Ándale, hermanito.
Anda, Carlos, yo también quiero ir… (Bajando paulatinamente, la voz.) Yo también quiero
ir…
CARLOS. Yo…
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CARLOS. Íbamos a ir la playa de arena negra, para estar por primera vez juntos…
ANA. Qué horror. ¡Están encima de todo…! ¡Encima de todos! (Se lanza al suelo y
empieza a matar frenéticamente a las hormigas. Él intenta detenerla, pero ella se resiste.)
¡Carlos…! ¿Por qué estás tan enojado?
Estruendo en el fondo del escenario, algo se mueve con violencia atrás del telón. Ana se
pone de pie y se tapa la boca. Mira a Carlos, desconcertada. Le señala el fondo del
escenario, mientras sube la intensidad del ruido, parece como si hubiera un ejército allá
atrás.
Ana se encamina hacia el fondo. Pero cuando Carlos empieza a hablar, ella se congela.
CARLOS. Mientras les rogaba por tu vida: déjenla ir, a ella déjenla, por lo que más
quieran…
Ana se gira.
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ANA. No les importó.
CARLOS. ¿Gritaste?
ANA. Grité a los vecinos, a quien fuera… Ayúdenos, ¡por favor…! Nadie respondió.
CARLOS. Me amordazaron.
ANA. Mamá corrió adentro de la casa y vi cómo uno de ellos fue tras de ella.
CARLOS. Me violaron frente a él. La música que tanto le gustaba todavía sonando.
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ANA. Él rogaba por mí. La boca abierta de papá, su garganta, sus dientes, su lengua…
CARLOS. Bam.
CARLOS. En su silla del patio, sentado con el cráneo dividido, con los ojos abiertos.
CARLOS. Un hombre que no le había hecho nada a nadie; porque nosotros eso éramos…
CARLOS. Habrá surgido algo que los distrajo supongo, y por eso no le dieron importancia
a darme el tiro de gracia, o no…
CARLOS. Mientras tanto yo en la arena negra… alcancé a escuchar los gritos de la gente.
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ANA. Apúrale. Regrésate a tu casa, Carlos. ¡Apúrate, que ha ocurrido una desgracia!
CARLOS. Una desgracia. La pinche gente lo llamó una desgracia… yo en la arena negra…
yo en la arena negra… ¡Yo en la arena negra, mientras ustedes estaban solos…!
Pausa.
ANA. (Al público.) Así encontraron a la familia de Carlos Tsoclis. Así como en las
películas o peor aún, así como en las revistas amarillistas o los tabloides de mierda, así les
tomaron fotos a su familia. Ahí estaba su mamá, de bruces en la entrada de la casa. Su papá,
en la silla del patio. Su hermana, en el piso, con los brazos fracturados.
ANA. Y por si fuera poco su papá, su mamá, su hermana… ya no eran personas: no, ya no;
ahora eran otra cosa: un número.
ANA. Porque siempre se les llama así: "entre los muertos; entre las víctimas", nunca, los
asesinados, nunca las asesinadas…
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CARLOS. ¡Le estoy diciendo que hubo testigos! ¡Los identificaron! Ellos lo juraron ante…
ANA. Que si nos atenemos a las estadísticas, jamás sería resuelto, pues solo formaría parte
del conjunto de datos y de…
CARLOS. No entiendo.
ANA. La mierda…
CARLOS. Por favor, se lo ruego… ¡es que usted no entiende! (Pausa.) Mataron a todos.
No me queda nadie.
Cuelga.
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ANA. Y es que conforme avanzaban “las investigaciones”, cada vez sonaba más a que
había sido culpa… ¿de él? Culpa de sus padres. De su hermana. Los testigos se echaron
para atrás y en fin: los habían soltado esa misma tarde.
CARLOS. ¿Cómo que están libres? (Se rasca la cabeza, parece que se ha estado
arrancando los cabellos.) No entiendo. Aquí traigo los papeles, mírelos… Por favor… Por
favor… ¿Que no entiende? Estoy en sus manos. Mi vida está en sus manos.
CARLOS. ¿Tranquilo?
CARLOS. ¿Afligido?
ANA. Me cae bien. Por eso le voy a decir la verdad, acá en corto… Fue mala suerte.
Carlos empieza a lanzar insultos, con el rostro desfigurado; de pronto, nos da la impresión
de que alguien le ha bajado el volumen de la película. Aun así, podemos ver cómo Carlos
tensa su cuerpo, parece que va a explotar. Se retuerce hasta que de golpe, regresa el
sonido con la máxima potencia.
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CARLOS. ¡Mi papá no estaba metido en nada! ¡Mi mamá, mi hermana, menos! No
compraban nada. No vendían nada. No eran parientes de nadie. ¡NO ERAN NADIE!
ANA. ¿Cómo decirlo? Estaban en el camino de ellos. Iban de paso. Los vieron. Y se les
antojó. Pues nada… Fue mala suerte… (Rompe.) ¿Qué quiso decir con eso?
ANA. O sea que fue solo porque… ¿Fue solo porque estábamos ahí?
CARLOS. Dijo que había sido una chingadera más, otra más sin sentido. Desafortunada,
eso sí, pero sin sentido.
ANA. ¿Qué?
CARLOS. Me dijo que lo dejara por la paz. Que ya no hiciera más preguntas. Que era
peligroso hacer… olas.
ANA. Carlos…
CARLOS. ¿Qué?
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ANA. Deja esto atrás y sé feliz.
CARLOS. No estoy enojado, Ana. (La enfrenta.) Me indigna la vida, el mundo, la gente…
ANA. Carlos…
CARLOS. La cobardía tan descarada, tan insolente con todos, en contra de todos…
Ella le sonríe.
Él no.
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CARLOS. La esperanza no, hermana. El fuego. Solo el fuego puede sanar esto… Incluso
esto.
ANA. El fuego… (Mira lo rojo bajo las tablas. Empieza a colarse el humo. Tose.)
ANA. No, Carlos. (Tose.) Yo no quiero esto para ti… (Tose con más fuerza.)
CARLOS. Ninguno.
CARLOS. Después de que los dejaron libres, hablé con la justicia, entre las sombras, yo y
la justicia: Yo, la justicia y la arena negra.
CARLOS. (Saca el encendedor de papá Tsoclis, lo enciende.) Les ofrecí esta casa. El
dinero que vale esta casa.
CARLOS. Mis regalos de cumpleaños. (Carlos saca de entre las tablas una pistola
cargada. El rojo empieza a crepitar. Empieza a musitar rápidamente.) Yo en la arena negra
mientras estaban ustedes en la casa… Yo en la arena negra. Miraba a las hormigas ir y
venir; ir y venir… ir y venir… ir y venir; ir y… venir… Nada las detiene, avanzan en la
arena negra, siguen adelante, sin importarles nada, andan así, sin pensar, sin preguntarse
nada, sin… Solo avanzan sobre lo que sea…
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Música.
ANA. ¿Y qué otra cosa podía hacer Carlos, para conseguir un poco de justicia? Qué otra
cosa, sino volverse también una hormiga más. Qué otra cosa que pasar por encima de las
otras hormigas…
Carlos jala el telón. Cae y vemos que debajo están unos hombres atados en unas sillas.
Capuchas negras en sus cabezas. Se agitan, gritan, se retuercen tratando de escapar.
ANA. Con el encendedor de papá le prendió fuego a la casa, mientras que en el piso de
arriba, preparó la pistola.
Música.
Le dispara a uno por uno en la cabeza, oscureciendo donde están, conforme lo hace.
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Lo reconoce con la mirada por unos instantes, antes de caer de rodillas.
Sobrevivía en su interior una sola entidad: el remanente de su ira… solo que al igual que el
Ana se arrodilla atrás de su hermano y pasa sus brazos alrededor de su cuello para
abrazarlo.
ANA. Una diminuta y agonizante centella de luz. Eso era él ahora. Luz que no viene de la
Música.
Oscuro final.
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