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Licenciatura en Antropología Social y Cultural

Asignatura: Problemáticas Socioculturales 3: etnicidad, raza y nación


Período: 2º Cuatrimestre 2022 TN
Docente: Luis Ferreira
Jefa de Trabajos Prácticos: Débora Swistun

Nombre del/la alumno/a Abril Balbas


Fecha (dd/mm/aaaa) 10/11/2022

SEGUNDA EVALUACIÓN
Responda tres (3) en total entre las siguientes cuestiones abajo (sólo una de cada serie: por ej.
no podrá ser 2.a y 2.b). En la elaboración de las respuestas deberá incluir ejemplos
estrictamente en base a la bibliografía del curso. El trabajo deberá ser confeccionado en
formato estándar de antropología: Times New Roman fuente 12; espacio 1,5 justificado; papel
A4, márgenes 2,5 cm los cuatro. Citaciones de más de tres líneas deberán ser hechas en fuente
11, espaciamiento 1,0 (simple), sangría izquierda de 1,25 cm. Las notas deberán ser en fuente
10, espaciamiento 1,0 (simple) justificado. Las citaciones deberán ser “entrecomillas”, en caso
contrario es plagio y la prueba será anulada; la referencia debe estar a continuación de la cita
y entre paréntesis, por ej.: (Asch, 1996:121). Incluir al final las referencias bibliográficas. Dos
pruebas muy parecidas se considerarán plagio y ambas serán anuladas. Extensión máxima: 6
carillas. Entregar en doc, docx u odt,pero no pdf. Fecha de entrega: jueves 10 de noviembre.

Unidad 5:

1.a. Explique las limitaciones de los modelos contactualista-subjetivista y culturalista-


objetivista para dar cuenta de los procesos de emergencia étnica (caso huarpe, Escolar).

1.b. Desarrolle los conceptos de re-semantización y de re-simbolización y su utilidad en el


estudio de los procesos de re/des-etnificación cultural y continuidad social (caso coya,
Segato).

1.c. ¿Qué aspectos de lo cultural – conceptualizados como “códigos secretos”, “para-


historias” – se relacionan a definiciones de territorios reales o imaginarios (diásporas, retornos
reales o míticos) en la formación de identidades étnicas? Explicar con ejemplos de al menos
dos textos (Lazzari, Hall, Restrepo, Kropff).

Unidad 6:

2.a. ¿Qué significaciones de la mixtura/mestizaje se advierten en distintos casos de sectores


subalternos no-blancos latinoamericanos que difieren de la representación dominante de la
nación mestiza (cultural y/o humano) y su doble mensaje? (Wade)

2.b. Si las marcas de otredad étnica de alteridades históricas frecuentemente constituyen


indicios devaluados de la diferencia en la nación, ¿qué sucede cuando esas marcas se
transforman en mercancías para el consumo de acuerdo a los análisis de los Comaroff y de
Carvalho? Compare y contraste las dos propuestas analíticas.

2.c. De acuerdo a los Comaroff, ¿qué reflexiones en la concepción antropológica de cultura


suscita la emergencia de las etno-mercancías y las id-entidades de sujetos ideales?

Unidad 7
3.a. Desarrolle la problemática colonial de los matrimonios en hispanoamérica y la formación
de parejas multi-raciales desde la perspectiva de las intersecciones de clase/raza/sexo-género
(Stolcke).

3.b. Elucide las dos principales vertientes de las que deviene históricamente el concepto (y
debate) de interseccionalidad, ¿qué rupturas suponen y qué implicancias adoptan para
latinoamérica? (Viveros Vigoya)

3.c. Fuertes presiones sociales se ejercen para invisibilizar/negar las preferencias sexuales no-
heteros -de sectores afrodescendientes latinoamericanos. ¿Cómo se explican si lo mismo no
ocurre para los sectores blancos? (Viveros Vigoya)
1) En los años 90´, y desde ese entonces, el grupo huarpe comienza a promover el
reconocimiento de su identidad étnica, redefiniéndola, y reivindicando la continuidad con
poblaciones indígenas del pasado, retomando memorias, y reclamos emitidos por portadores
de origen huarpe. Este hecho puso en crisis toda la literatura que evidenciaba su supuesta
erradicación, mostrando su zona como una “libre de indios”, gracias a procesos de
aculturación, extinción y miscegenación biológica.

Esta época, marcada por políticas neoliberales, fue fundamental para la rearticulación de las
identificaciones indígenas. No solo se quebró la expectativa de contención económica,
mediación política y protección social que marcaban el proyecto del Estado de Bienestar,
asimismo se quebró su contrato de “subjetividad”. Volver a ser huarpes era el inicio de un
camino que rechazaba la vergüenza y buscaba honor, ante la herida de la subjetividad popular,
que había generado el corte en las relaciones de reciprocidad entre el gobierno y ellos. 

Pero el neoliberalismo no fue el único factor que alimentó la emergencia de los huarpes.
Durante el Estado de Bienestar se incorporaron a dichas poblaciones como sujetos de derecho,
actores políticos legítimos y luego trabajadores disciplinados, expropiándoles a su vez
recursos de subsistencia, formas de autonomía y modos de vida. En ese contexto proliferaron
discursos que “indianizan” a los grupos rurales con argumentos basados en “inadaptabilidad
al trabajo y la ciudadanía”. Simultáneamente operó un proceso paradojal mediante el cual las
marcas indígenas fueron invisibilizadas y presentadas dentro de la división del trabajo
regional como perteneciendo a grupos de trabajadores  o campesinos.

Entonces, la interacción secular entre discursos y representaciones de élite y populares, junto


con la invisibilización de este grupo,  permitieron la preservación de sus sentidos y marcas
étnicas. Asimismo influyó la extensa disputa de la soberanía en el proceso de construcción del
Estado-Nación. El disciplinamiento estatal, y la incorporación política, laboral y ciudadana
trastocaron la subjetividad de los sectores alternos cuyanos. De esta manera se habilitó la
asimilación de los huarpes a otras categorías (como la de trabajador), impulsando al momento
del quiebre su demanda por la reivindicación de su identidad, pero también la reacción
conservadora de ilegitimidad por “falta de rasgos culturales huarpes”.

Dada la diversidad de factores que entran en juego en este caso de emergencia étnica, las
explicaciones culturalistas e interaccionistas quedan obsoletas. Por un lado el modelo
objetivista circunscribe al grupo étnico a las variables de cultura, lengua y raza, anclado a un
territorio exclusivo. Esta mirada reduccionista reduce el análisis fijando los “límites étnicos”,
aunque los signos diacríticos cambien, estos mantienen su función para el grupo, ergo siguen
prevaleciendo los límites. Al basarse en la reproducción cultural como eje de la identidad
étnica, no tiene en cuenta las discontinuidades o los trastrocamientos de los modos de vida
huarpe debidos al disciplinamiento estatal y/o del trabajo asalariado. Por otro lado, el modelo
cantactualista-subjetivista repone una teoría del cambio cultural más flexible pero su
tendencia es hacia la desaparición. De esta manera esta teoría también resulta insuficiente, si
bien concibe el cambio, las exo/eno-adscripciones que tiene en cuenta son leídas como
pérdida de la cultura indígena y avance de la cultura occidental.

La propuesta superadora de Escolar consiste en centrar el foco en los cambios de los modos
de producción de soberanía y representaciones culturales estatales, y en la formación de
subjetividades colectivas de corto y largo plazo. En este sentido trata la soberanía como
construcción de dominio al interior del Estado, mediante políticas que logran el sometimiento,
adhesión o lealtad de las poblaciones al orden jurídico y político del Estado. De esta manera
recoge la dimensión de las relaciones estatales y los huarpes, los discursos sobre la
pertenencia y representaciones de estos grupos, y los regímenes que moldearon la realidad de
los subalternos cuyanos.

Su conclusión es que el paradigma de desaparición de los huarpes se basa en la narrativa de


extinción es desafiado desde la (re)producción de nociones de raza, género, cultura y
territorialidad, sujetas a los huarpes, moldeadas por las memorias que circulan en la sociedad
local. En este sentido abordar la “memoria huarpe” no se limita a los grupos subalternos
marcados como “aborígenes”, es también recoger aquellas que se difundieron en el conjunto
de la comunidad regional, incluso en los sectores que niegan su existencia. Esta mirada
permite dar cuenta del proceso de etnogénesis  huarpe, que implica distinguirse del conjunto
en función de los cambios en las comunidades imaginadas, a partir de una identidad que lejos
de ser estática se vio transformada a través de la historia. Enmarcado en los siglos XIX y XX,
este fenómeno implicó en términos simbólicos un intercambio de dones étnicos en la disputa
por la soberanía y la formación de grupos ideales y subalternos, nacionales y provinciales.  

2) El texto de Wade se enfoca en mostrar la complejidad de los procesos de mestizaje, para


ello retoma ejemplos en donde este opera como base de diversas maneras en la ideología
nacionalista en América Latina. Esta se apoyaba en la idea de que la sociedad poscolonial era
resultado de la mezcla entre africanos, indígenas y europeos. Sin embargo, mientras que
algunas naciones tenían una mirada positivista sobre estos procesos, otros lo concebían como
una herida a la moral, inevitable, pero erradicable mediante políticas de inmigración que
mejorarían la genética y la moral de la región. 

Otra dimensión para pensar el mestizaje es como se valora la contribución indígena y africana
para conjugar el imaginario de la nación, siendo figuras centrales para pensarla, pero aunque
varíe la atención hacia uno u otro, “lo blanco” siempre predomina. La mayor parte de la
literatura sobre mestizaje, lo concibe como un proceso de blanqueamiento en términos físicos
y culturales. Wade critica esto, reivindicando procesos más complejos, que no solo genera
exclusión en la más cruel de las realidades, sino paralelamente opera también como una
retórica de la inclusión.  

Para analizar el rol de los afrocolombianos y los indígenas en la construcción de la idea de


nación, el autor se adentra en el mundo de la música. Haciendo énfasis en los orígenes tri-
raciales de la música y la danza, ya que se dice que cada elemento corresponde a cada grupo:
los tambores el aporte afro, la gaita indígena, y la armonía española. Este ejemplo ilustra
como lo mestizo no se opone en este caso, sino que se reconstruyen recíprocamente. Esta
relación no es accidental, sino que es fundamental ya que reestablece la posibilidad de las
distinciones jerárquicas de razas, por lo tanto de clase y región. 

Si estas se llegaran a homogeneizar, se pondría en peligro el sistema entero. Por eso mismo
las élites promovían la imagen de una nación homogénea, blanqueada, siendo esta la
dimensión de la inclusión, pero por el otro también insisten en la imagen heterogénea con
distinciones de clase, raza y región. Esto era necesario para este sector para beneficiar y
mantener las jerarquías. En este punto el autor retoma la literatura de la antropología del
cuerpo, para argumentar cómo la música, al hacerse carne restituye la matriz de relaciones
sociales en la cual se encuentra. 

Asimismo Wade trabaja sobre la figura de María Lionza en Venezuela. Para ello retoma
trabajos anteriores que la muestran como una de las tres potencias, siendo Lionza una mujer
blanca, el Indio Guaicaipuro representaba un hombre indígena, y el Negro Felipe, el
componente afro. Estas figuras son claves ya que simbolizan las identidades raciales
fundamentales que en las narrativas de la nación dieron su origen. De vuelta, estos
componentes no se fusionan, sino que cada uno mantiene su identidad. En resonancia con
esto, “los mestizos” son aquellos que son producto de una fusión homogénea, mientras que un
verdadero venezolano “completo” se percibe como un espectro que contiene las tres
potencias. Esto demuestra que este es un caso donde el mestizaje lejos de ser producto de una
mezcla, se parece más a un mosaico. 

Luego trabaja con el caso de las mujeres afro-brasileñas y la pastoral negra. Para estas
mujeres el mestizaje no era sólo una ideología, sino que se trataba de relaciones de parentesco
y familia, era su realidad cotidiana. Con este otro caso, el autor plantea que en Latinoamérica,
el mestizaje es una idea que puede diferir, existiendo procesos de inclusión reales, con
significados vividos en la población, y esto no significa que no existan fuertes procesos de
exclusión. Esta manera de concebirlo es lo que para él marca la situación regional como un
sui generis, el doble juego entre inclusión-exclusión y la realidad vivida es lo que marca la
diferencia. El autor sostiene que los componentes del mestizaje siempre están sujetos a
jerarquías moldeadas por la política y la economía. En este sentido, es ante todo un espacio de
lucha en donde se juega quién está dentro y quién fuera.

3) El trabajo de Stoclke intenta dar cuenta de cómo el orden político de la Cuba esclavista del
siglo XIX se apoyaba en una doctrina racial, que a su vez implicaba una moral sexual de
control de las sexualidades de las mujeres. Su aporte radica en una perspectiva poco
contemplada en la teoría de la colonialidad y desconolonialidad latinoamericana del poder.
Muestra la interseccionalidad entre prácticas matrimoniales, relaciones de clase, el racismo,
los valores sexuales. Entendiendo la interseccionalidad como una noción política que supone
el diagnóstico de cómo las categorías sociales de género, la clase social, la raza y otros
criterios de clasificación socioculturales se entrelazan o interactúan al configurar las
identidades sociales de las personas, las normas institucionales, las ideologías culturales, y sus
consecuencias para las relaciones de poder.

Entonces la Cuba colonial era un ejemplo de la doble interseccionalidad, por un lado había
una concepción naturalista y biologista de parentesco, en diálogo con la norma endogámica
matrimonial, asimismo se daba una ideología genealógica y racial engendrada por el orden
esclavista y un sistema sexo/género igualmente naturalizado. Esto significaba que en la
realidad, el valor reproductivo de las mujeres de las élites dependía de la  “protección” de
cualquier desliz sexual, ya que esto mancharía el honor y el estatus que la familia aspiraba a
perpetuar. De esta manera el control de la sexualidad femenina asegura la reproducción de la
preeminencia de clase social. Por lo tanto, se exigía el control de los cuerpos sexuados, su
sexualidad y su disciplina moral en manos de los hombres de la familia, quienes eran libres de
gozar abusando del sexo con las “mujeres de color” sin asumir responsabilidad alguna. 

Para abordar este caso le fue necesario adentrarse en el orden simbólico-ideológico, ya que
son las voluntades y la realidad discriminatoria las que inducen a recurrir o inventar mareas
diacríticas para justificar esas voluntades descalificadoras. En el sentido común y no tan
común suelen suponerse que las discriminaciones sociopolíticas resultan de diferencias que
existen de hecho. No obstante, los hechos biológicos sólo adquieren relevancia social dentro
de sistemas de significado más amplio. En este sentido, la subordinación de género está
condicionada socialmente en tres etapas que vinculan clase, raza y sexo. En Cuba el énfasis en
la pureza sexual y racial de las mujeres blancas derivaba su significado distintivo para la
pureza familiar y el estatus social de jerarquía socio-racial más amplia. El control de la
sexualidad de las mujeres por parte de los hombres y la consecuente subordinación de
aquellas era resultado del papel central que las mujeres tienen en la reproducción de la
preeminencia familia tan fundamentalmente basado en la pureza de “raza”. En este sentido, se
concebía a las mujeres blancas de forma instrumental.

En contraste con ello, las mujeres negras fueron las presas de los hombres blancos en un tipo
de uniones sexuales que muy raramente quedaban legitimadas por matrimonio. El matrimonio
legal era la forma apropiada de unión entre parejas consideradas socialmente y racialmente
iguales. De esta manera los mecanismos de reproducción y refuerzo de la desigualdad de
clases en la Cuba decimonónica operan a través de la interacción de la discriminación racial y
la jerarquía de género. Por un lado está el racismo, subdividiendo la humanidad en una
jerarquía de razas, a las cuales se les adjudican cualidades morales e intelectuales, denotando
las diferencias fenotípicas. Asimismo opera el género, construyendo la imagen de las mujeres,
que pasaron de ser definidas instrumentalmente a ser concebidas como algo esencialmente
diferente de los hombres en sus funciones primarias en tanto madres. El género ha sido
construido como el principio más importante de la diferencia social. Las mujeres tienden a ser
definidas ahora, a causa de la función de madres que se les ha adscrito, como las otras 
esenciales, inconmensurables, genéticas. En la sociedad moderna han pasado a ser concebidas
como monógamas, subordinadas y dependientes de los hombres por su propia “esencia”.

Y así, si la condición social de los cubanos residía en última instancia, en su naturaleza racial.
Las élites debían asegurarse de que sus matrimonios fueran endogámicos de raza-clase para
mantener su estatus socio-económico. Como consecuencia, la “gente de color” no podía hacer
otra cosa. No obstante, la institución tan típica de la Cuba decimonónica del rapto con fin
matrimonial muestra que el mundo colonial, lejos de caracterizarse por un orden social
estático e inamovible, era una sociedad dinámica, socialmente móvil y abierta lo cual es
patente en las notables susceptibilidades raciales, razón por la cual eran imprescindibles la
disciplina y sumisión de las mujeres de familia.

Bibliografia de referencia

ESCOLAR, Diego (2007). ‘Prólogo’; Introducción’; ‘Conclusión’. En: Los dones étnicos de
la Nación – Identidades huarpe y modos de producción de soberanía en Argentina,
pp.13-34, pp.219-228, pp.229-249. Buenos Aires: Prometeo.
WADE, Peter (2003). ‘Repensando el mestizaje’. En: Revista Colombiana de Antropología,
(39):273-296
STOLCKE, Verena (2000). ‘¿Es el sexo para el género como la raza para la etnicidad... y la
naturaleza para la sociedad?’. En: Política y Cultura, Nro. 14, pp. 25-60.
STOLCKE, Verena (2017). ‘Prólogo y presentación a la segunda edición inglesa’. En:
Racismo y sexualidad en la Cuba colonial. Intersecciones, pp. 9-31. Barcelona:
Edicions Bellaterra

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