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Contacto de piel u ojos con productos irritantes o corrosivos, cuyos efectos más
frecuentes son locales y a corto plazo (irritación o quemaduras), pero que también
pueden producir efectos a largo plazo (sensibilización, alergias, eczemas).
Productos de uso habitual que causan estos efectos: lejía, salfumán,
desengrasantes alcalinos a base de sosa o de amoníaco, limpiadores antical,
decapantes, etc.
Intoxicaciones agudas por inhalación, normalmente como consecuencia de
accidentes: fugas o derrames de productos o reacciones imprevistas que generan
gases tóxicos al mezclar productos de limpieza. Estas situaciones son
particularmente graves cuando se producen en locales pequeños y mal ventilados
como duchas o lavabos. Productos de limpieza que desprenden vapores o gases
irritantes o tóxicos: amoníaco, disolventes, lejía, salfumán, desinfectantes a base
de formol o glutaraldehído, etc.
Incendios o explosiones a causa de la manipulación de productos inflamables o
combustibles (alcoholes, acetona, disolventes…) cerca de llamas, chispas o
puntos muy calientes. Entre los productos de limpieza que suponen mayor riesgo
destacan los que van envasados en pulverizadores a presión (“aerosoles” o
“sprays”), ya que es habitual que contengan butano u otros gases inflamables
como impulsores.