Es muy complicado mantener el optimismo observando la dirección mal encaminada
de los peruanos. Si tan solo un cuarto de la población comprendiera que, mientras el
Estado tenga el monopolio de la fuerza, estas cosas van a seguir ocurriendo, muy probablemente el ser político cambiaría sustancialmente para bien. Y las relaciones entre individuos, en consecuencia, y, posteriormente al cambio, aborrecerían cualquier tipo de “esperanza” con usurpación subyacente, dirigida por cualquier demagogo que se pueda aparecer. Pero lo antedicho, a estas alturas, solo es soñar (por lo menos en el Perú). Mucha razón tenía el gran sociólogo Herbert Spencer cuando dijo: “El objeto de la educación es formar seres aptos para gobernarse a sí mismos, y no para ser gobernados por los demás”. La raíz del absoluto cambio solo descansa en nuestras cabezas. ¿Qué tan cerca estamos de comprender que nuestra libertad prima sobre cualquier distracción tonta, cualquier lobo disfrazado de oveja o cualquier teoría trasnochada? No consiste en contagiar pesimismo la intención, sino en resaltar cómo estamos yendo. El poco avance es objetivo y mis esperanzas, por lo menos ahora, indefinidas. Reitero: es muy complicado. Pero más complicado aún, cuando observas que no existe un metapensamiento en las gentes, y escuchas, solamente, “soluciones” que no pueden estar más allá del sometimiento. “Soluciones” como: “¡A veces es necesario un golpe de Estado!”. O también como: “¡la Constitución se tiene que respetar!”. No hay divergencia en ambos. Quizás la única diferencia estriba en que uno es más sincero y el otro simula una firma. Más allá de eso, la esclavitud no desaparece. Paciencia. Siempre las buenas cosas tardan en llegar. Mientras tanto debemos evitar que esto se vuelva un eterno retorno, influyendo, resistiendo, desobedeciendo y no creyendo. Las ideas de la libertad se tienen que expandir más. ¡Ya basta de cuentos contados por idiotas! ¡Agorismo puro y duro!