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244 PRIMERA PARTE.

REBELDES

se encuentra en el fondo de buena parte del pensamiento político


y la acción
colectiva de la época: una oscilación entre la fuerte lealtad a
un régimen mo-
nárguico tradicional” y un intento por concretar un programa
político ceñido
a un concepto protoliberal del Estado y la sociedad civil, institu
ciones re pre- VL INDIOS
sentativas limitadas y antiguas doctrinas de soberanía popular
inmanente.
La contradicción expresada en las declaraciones de San Pedro
Espino-
za. en Cuanto a su propia motivación estriba en el hecho de que
presenta dos Los INDIOS en un sentido profundo constituyen la piedra de toque de todo el
versiones simultáneas e incompatibles de cómo lle gó a partici
par en Gua- estudio. Por esta razón, la gente indígena, considerada como un grupo de
dalajara con los insurgentes. Se recordará que dice de manera
bastante ten- la población mexicana insurgente (y entre ellos los funcionarios del pueblo
tativa: *... o precisado de la autoridad intrusa, que estuvo
sobre nosotros y los caciques, tema del siguiente capítulo) ha sido extraída de la discusión
y nos dominó, o alucinado, y engañado...”, como si pidiera
a sus jueces que general de las historias de vida y los motivos reservándolos para tratarlos
eligieran entre las dos excusas.* Aun dejando de lado el hecho
de que la pri- separadamente, a Án de no pasar por alto su identidad (problemática como
mera explicación de San Pedro elimina por completo la cuestió
n de sus mo- de alguna manera lo fue) y las circunstancias particulares de sus vidas. Otros
Livos O convicciones —y que la segunda es tan vaga que no deja
nada en claro grupos de la Colonia mexicana que a primera vista parccieran merecer alce
(porque no se especifican “las voces que corrían” mi tampoco “el
pretexto”)—, ción especial —mujeres, insurgentes angloamericanos o funcionarios civiles
es Obvio que no hay entre las dos congruencia alguna.” La
primera evade realistas— se hallaban tan dispersos entre la población en general, compar-
cualquier cuestión de acción deliberada por su parte, mientras
que la segun- lían tantas de sus características sociales o la documentación sobre ellos
da se acoge a la ignorancia —aunque presenta la cuestión del
albedrío y el es tan exigua que sencillamente se pierde el interés o los resultados son muy
motivo—, cancelando cualquier posibilidad de vistumbrar por
qué puede ha- paco alentadores como para tratar de definir su comportamiento político
ber sentido simpatías por la lucha insurgente y actuado a partir
de ellas. Hay 0 seguir sus pistas. Tomemos como ejemplo a los funcionarios civiles de la
aquí, entonces, un doble borrón: el de la amnistía misma, que
intentaba erra- Colonia, que luego pasarían a engrosar considerablemente las filas insur-
dicar la acción de mancra hipotética; y la de la ambigua declara
ción de San gentes y cuya relación con el régimen colonial era lo bastante cercana como
Pedro, que elimina la posibilidad de determinar por qué actuó
de esa mane- pura merecer un tratamiento especial, aunque breve. Sin embargo, al con-
ra, Así pues, nos encontramos inmersos en un ejemplo especi
almente enig- aiderarlos con mayor detenimiento, no hay mucho —o no hay nada— que
mático de la limitada capacidad de llegar a conocer los pensamientos
de Juan distinga la incidental participación en la lucha insurgente de don José Sal.
de Sau Pedro Espinoza y, por ende, los resortes de sus actos.
vudor Rodríguez de Santa Ana, quien había sido teniente de justicia de Teúl,
en el distrito de Fresnillo, de la de otros criollos de pueblos chicos con sim-
patías políticas equívocas; o la participación más seria de don Juan José
Burragán, subdelegado de Nombre de Dios, justo al este de Durango, de los
netos de los conspiradores antirrealistas que no tenían ningún cargo.' Esto

* Para Rodríguez. de Santa Ana, véase rPE, Criminal, paquete 17, exp. 10, ser. 386; y para
“iso un tanio similar, en el que se involucra al subdelegado de Guachinango (en la Nueva Ga
“ Las cursivas son mías.
livin), véase ere, Criminal, paquete 29, exp. 6, ser. 640, 1811. Otros casos igual de graves que el
* Es muy posible que “las voces que corrían” y “el pretexto” hayan
estado relacionados con el de Burragán involucraban a don Mariano Solórzano, subdelegado de Taretán, acusado de ll un
gobierno impuesto en España por Napoleón, así como los rumores
sobre la presencia de agen- voronel insurgente, en AGN, Historia, vol, 411, exp. 3, fols, 20r-24v, 1810; don José Vicente Martí-
les napoleónicos en la Nueva España, la cuestionable legitimi
dad de las juntas españolas que nez, administrador del Real Estanco del Tabaco de Ixmiquilpan, espía de las fuerzas insurgentes
encabezaban la resistencia contra los franceses en ta metrópoli
y que afirmaban la soberanía en del clan Villagrán, en a6x, Criminal, vol. 64, exp. 5, fols. 108r-162v, 1811, y don José de Otero y
las colonias, o cualquier otro de los temas políticos de esa
época; aunque no se especifica nin- Montero, el amanuense real de Tacuba, arrestado por expedir pasaportes ilegales asospechosos
guno nj en su declaración ni en sus respuestas al interrog
atorio, de insurgencia, en aun, Historia, vol. 457, fols. 32r-33w, De la Puente a Venegas, 2 de julio de 1812.

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INDIOS
ocurre sobre Lodo en la medida en que la mavoría de dichos Mhancion
arios y a menudo se vinculaban con situaciones económicas y políticas bastante
parecen haber sido criollos provincianos de orízenes co MUNES, cOn
cargos que loca lizadas, en las que interven ían viejos conocidos como oponentes y como
quizá tuvieran cierta importancia local, pero que realmente no eran
signifi- víctimas. Su propio testimonio y los casos judiciales entablados en cora
cativos en el esquerna general de la Colonia?
suya dejan la fuerte impresión de que lo que se hallaba en juego tenía exp :
Las pruebas anecdóticas sobre la participación de gente indígena
del citamente mucho menos que ver con la independencia de España o con el
medio rural como insurgentes activos o simpatizantes de los insurge
ntes desmantelamiento o Ja construcción de un Estado, que con las estructuras
refuerza significativamente muchas de las conclusiones present
adas a partir locales de riqueza (y ocasionalmente con el propio enriquecimiento), el poder
del análisis estadístico del capítulo 1.* Los indios en genera! no se alejaban
y el predominio en un contexto ideológico de religión popular, Jeyitimismo
mucho de sus pueblos, sino que actuaban dentro de un árca geográfi
ca rela- ingenuo y una visión considerablemente restringida de la política colonial.
tivarnente restringida, cuyo centro solía ser el pueblo natal o los alrededo
res, Asimismo, la tendencia de los indios a hacer declaraciones autoexculpato-
* Hay una historia aparte sobre el papel de las mujeres en la insurrecci
rias era mucho más marcada que la de otra gente atrapada en la maquinaria
de la Revolución rnexicara, que sólo se conoce parcialmente. En general,
ón, como en el periodo
legal del régimen. Una y otra vez alegaban que si habían hecho decaracio:
las mujeres no parocer:
haber tenido una participación central en la inst rrección activa o en el
conflicto político, sino nes sediciosas era porque estaban borrachos, y si se habían unido a as fuer-
que desempeñaron un papel relevante como transmisoras de PUMmores,
ocasionalmente como yas insurgentes había sido por la presión de sus compañeros o por mndnencia
espías y sediciosas, y cono esposas, mujeres y compañeras. Ciertamen
la medida cn que las cuestiones de género influyen en la construcción
te estuvieron presentes cn de los funcionarios locales o porque los rebeldes los habían forzado, etc. Estas
básica de las va togorías
sociales, culturales y las prácticas políticas, las tendencias palriarcal
es de la sociedad mexica- diferencias con otros grupos insurgentes cobran especial importancia pe
na, etc.; sobre estas cuesliones de gónero y cultura, en parte relacionad
as con la esfera pública, ra distinguir cl papel que tuvieron los indios de los pueblos en las revue tas
véase el interesante trabajo de Steve J. Stern, Zhe Secrez Hisiory o] Gender:
fte Colonial Mexico (Chape! Hill, 1995), especialmente los caps. x111 y x1v.
Wonten, Men and Power y en otras formas específicas de acción colectiva, de su participación en movi-
Las pruebas docurnen-
tales en cuanto a la participación directa de las mujeres en la acción
colectiva popular están tan
mientos más amplios o como insurgentes sueltos, esto es, N Un contexto
dispersas y son tan extensas las posibilidades de deducción 4 partir dle cierto
conocimiento de local; aunque también se presentan en los últimos casos. De jaré para dps
la estructura social mexicana hasta las lormas difusas de acción colectiva
he intentado contar aquí la historia de las m ujeres. Una de las excepcion
e individual, que no la discusión de las revueltas y otras formas de acción colectiva localiza da
lia regla, en la que la vida imita al menos débilmente dl arte, es el vaso
es doblemente raras
de los pueblos, y aquí estudiaré a los insurgentes indios como individuos, : n
de Carmen Camacho, una
vendedora de cigarms juzgada en corte marcial en Acámbaro y que
de hecho fue fusitada por los su mayoría situados fuera del teatro real de la violencia política cen ra a
realistas a fines de 1811, por seducir a las iropas realistas para
que desertaran (entre ellos, en el pueblo, pero inmersos, pese a todo, en la colectividad, Entonces proce:
iomando en cuenta los nombres acostumbrados en la época, seguramen
[don] José); aun, Infidencias, vol. 21, exp. 3, fols. 891-1131, 1811.
te había por lo menos un deré finalmente a analizar algunos relatos de indios insurgentes particu a
Otras referencias intrigantes
atinque abreviadas a ciertas combatientes del bando insurgenile se
enenentran, por ejemplo, res como particulares exclusivamente; relatos en los que las colectividades y
en AGN, 06, vol. 140, fols. 9r-12v, 1810 (en lo referente a la generala
de una fuerza insurgente la realidad social local siguen ejerciendo su tucrte magnetismo sobre las per
india de la 7ona de Ixmiquilpan), Y BPE, Criminal, leg. 3, exp. 9, 1816
Jara pidieron a Ignacio Allende que las dejara ir armadas a la batalla
(las mnjeres de Guadala- sonas, pero en los que la detallada narrativa de una historia de vida, pese a lo
de Calderón en encro de
1811, ?... cuya olerta admitió Allende...” (lo que es dilícil creer).
Por último, hay algunas pis-
ragmentario, cuenia la historia esencial.
tas intrigantes en el registro documental de varios angloamericanos
que sc involucraron en la
insurgencia antiespañola, pero su importancia para la historia que aquí cuento es marginal.
* Este paralelismo no tendría ningún interés particular ni vendría
a comprobar nada si en Los INDIOS COMO REBELDES: GRUPOS
ambos casos se basara en el mismo tipo de evidencia, pero no cs así.
Las cifras del capítulo 11
se derivan en su mayoría de los registros militares de las purgas que hacían
los militares en el
campo, en las que se llevaban a grupos de detenidos a la ciudad de
México y las capitales de Tomemos, para comenzar, la participación local de los indios en un asal-
provincia, las listas de los presos de las cárceles, las listas de los
ul resto del material anecdótico proviene ante todo de los registros
indultados, etc., mientras que
to especialmente sangriento contra la hacienda de Nuestra Señora de Gua-
de juicios de particulares : . 4
que fueron arrestados por violencia antigubernamental y/o sedición,
disminuyendo las proba- dalupe, situada en la zona de Atotonilco el Grande, en septiembre de 1811.
bilidades de que la correspondencia sea una elaboración hecha solamente
a partir de la misma
base documental.
tac, Infidencias, vol. 2, exp. 7, fols. 1451-153v, 1811.
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Los habitantes de un pueblo indio de la región exportaron a una demarca-
Agustín González y que las cabezas las echó en un tonpiale Luciano Tellos y
ción foránea elementos de acción comunal, que ahí se mezclaron con los
las amarró en los tientos de su caballo...” Entonces saquearon la hacienda,
programas de utros rebeldes. El espacio comunal como un locus de lucha,
y aunque casi todos los acusados dijeron que no se habían llevado nada, al
las cuestiones del conflicto por sí mismas y los aspectos expresivos del con-
pueblo de Santa Mónica llegaron muchas cosas. Cuando el contingente regre-
lieto son, por lo tanto, más vagos que en esas revueltas de pueblo ocurri-
$6 al pueblo poco antes del amanecer, cl alcalde indio los estaba esperando
das durante los últimos tiempos de la Colonia y la insurgencia al cstilo
de en el cementerio con una luz, y dicen que todos se sentaron juntos a tomar
las jacqueries, las revueltas campesinas en la Francia del siglo x1v (capítulos
pulque.
Xv al xvi). Sin embargo, hay una cualidad lo bastante simbiótica lo quizá De los 11 indios del pueblo de Santa Mónica capturados en una incur-
dialógica) para la interacción entre estas partes componentes de los
pue- sión militar poco después del ataque a la hacienda de Guadalupe e interro-
blos y otras entidades sociales, especialmente las haciendas, como para
dis- gados en las barracas de las tropas realistas en Atotonilco el Grande el 11 de
cernir la naturaleza exclusivamente colectiva de la violencia ejercida o las
septiembre de 1311, sólo dos admitieron haber estado en la propiedad du-
simpatías expresadas por los pobladores campesinos.
rante los acontecimientos mencionados, pero negaron cualquier participa-
Atotonilco el Grande se encuentra en la media luna al norte de la ciudad
ción directa* Lorenzo de la Cruz, de 50 años, uno de los dos que confesa-
de México que fue asolada por la lucha insurgente, al este de una línea
ima- ron, reconoció entre los capturados a varios vecinos suyos del pueblo que
ginaria que iría del gran centro platero de Pachuca y el atormentado pue-
habían “bajado” a la hacienda: José María, Melchor Martín, José Paulino y
blo serrano de Metztitlán. A finales del periodo colonial, predominaban en
Antonio Romualdo.* Acusó específicamente a Melchor Martín de haberse
la región las haciendas que guardaban una tensa convivencia con varias llevado consigo algo de ropa interior, una chamarra estilo europeo (que
congregaciones de pueblos indios y caseríos circunvecinos, La hacienda
seguramente le quitó a uno de los peninsulares muertos) y algunos chiles,
de Nuestra Señora de Guadalupe fue invadida en el transcurso de septiem-
aunque después hizo acusaciones parecidas contra José Paulino y Antonio
bre de 1811 por una nutrida fuerza de unos 40 insurgentes armados y mon-
Romualdo. El testimonio más circunstancial es el de José María, un mu-
tados que venían de más allá de la zona inmediata, 20 trabajadores
de la chacho indígena de 15 años de edad. Reconoció a varios de los hombres de
propia hacienda y unos 15 o 20 indios del vecino pueblo de Santa Mónica.
a caballo por su nombre —Ignacio Montiel, Juan Telles, Manuel Serna—
Los asaltantes rodearon el casco de la hacienda, donde habían formado
una y como gente de Metztitlán, así corno a otros de un pueblo llamado Cerro
burricada los hermanos don Fernando y don Patricio de la Bárcena, espa-
ñoles, mientras otros hombres tiraban la puerta del patio y uno de eTodos los hombres eran labradores v analfabetas, De uno no se reporta el estado civil, Bel
ellos,
leliciano Telles (a quien un testigo reconoció como el propio capataz de eran casados, uno viudo y tres solteros (dos de 14 años y uno de 15; dos de los casados tenían
la
hacienda) mantenía quietos a los perros, que lo conocían. Cuando patcaban 18 grafía del área que abarca Santa Mónica y la
hacienda de Guadalupe no e dara.
lu puerta de la casa, uno de los hermanos Bárcena intentó correr, pero Igna- lodo
pera en general es una zona montañosa con mucho relieve, muy difícil. Los. cien ll
cio Montiel, uno de los hombres de a caballo, lo mató con un golpe México, que convivían con las comunidades de labradores libres y pequeños ab rador s pa Ñ
de lanza,
suerte que el infortunado hermano no tardó en compartir, pues fue traspasa- lares, naturalmente tendían a ocupar las tierras más parejasy mejor irrigadas, ya tener sl po '
do por mano de Mariano Vargas. Un testigo de 15 años oriundo del pueblo tañas como roservas para recolectar leña y para que los animales pastaran, así que es ps n ca
mente posible que los pobladores hayan literalmente bajado' a la Hacienda, Sin em are , n
atestiguó *... que después los estuvieron picando con las espadas y que Santia- frase también denota una idea de espacio social, con un dominio económica y po ítico que en
g0 Cuenca les quitó las cabezas a los difuntos con un belduque que le dio naba de las planicios y una zona marginal y empobrecida de “montañas Jibres , que esa or
Juan :
mada por las tierras allas. Desde esta perspectiva, resulta asombrosa la inversión simbó ne
las relaciones de poder de la hacienda y el pucblo expresada en un violento ataque que cu mn
* Es difícil reconstruir con precisión la geografía política del árca, lo que hace ccón X o-
incierta la na con el descenso de la marginalidad hasta un centro hegemónico, Para una
identificación de Santa Mónica, que parece haber sido un asentamiento a
subordinado de Ato- cuente de la misma gradación de poder socioespacial, véase F ernand Braudel, La po
fanilco el Grande y no de Tututepec, al noroeste, que tenía un pueblo sujeto so 19:
del mismo nom- et le monde méditérranéen á Pépoque de Philippe H, 2a. ed. revisada y EPRORAON o
bre, según Gerhard, a fines del siglo xvut Peter Gerhard, A Guide to the The Promise
Historical Geography reimpreso en París, 1966), vol. L, passinz; y Emmanuel LeRoy Ladurie, Montaillon.
af New Spain (Cambridge, 1972), pp. 335-338.
Land of Error (Nueva York, 1978), passtm.
250 PRIMERA P4RTE. REDELDES INDIOS 251
co en situacio-
Colorado; Lorenzo de la Cruz reconoció a atros que eran de Jacala (o Cha uno por uno, la mayoría de ellos pasaron al registro históri
de los pueblos que
cala). De la Cruz afirmó que el jefe del grupo de a caballo era Juan A as: nes de carácter fuertemente colectivo: así los tumultos
ia o acción
tín González, hijo de un capataz de una hacienda local, y que sus oros se estudian en los capítulos xv, xvT y Xv11, o los episodios de violenc
upe. No parc-
dos hermanos también estaban en el grupo de jinetes. José María dijo jue militar a pequeña escala, como el de la hacienda de Guadal
n de las autori dades realis-
a los hombres del pueblo, que eran unos 15, los había reunido cl alcalde ce muy probable que hayan escapado a la atenció
s, que nuestras
Gregorio Felipe, junto con González; en su testimonio dijo que habían las otras formas de participación indígena —en otras palabra
consistentemen-
bajado” en grupo a la hacienda de Guadalupe, que habían mirado sin fuentes pudieran esLar tergiversando las cosas al destacar
o en cuenta que
hacer nada y luego habían regresado al pueblo todos juntos. Todos los le un tipo de participación popular en vez de otro—, tomand
en esas redes documentales,
demás negaron haber estado en la hacienda o haber tenido nunca nada otros grupos socioéinicos quedaron atrapados
de los indios del
que ver con la insurgencia. El joven José Paulino (de 18 años) confesó us Así pues, en el caso de la participación en la insurgencia
dades de
una vez había ido a Metztitlán a pedirle un perdón al comandante realks- medio rural, las preocupaciones ideológicas usuales y las modali
demarcaciones
ta coronel José Antonio Andrade, pero que en seguida había regresado. la acción política cole criva del pueblo se trasladaron a otras
ndo formas ligera mente alte-
su pueblo (algo típico de los indios de puebio). A pesar de fuertes Fu eb : ajenas al pueblo, donde se cumplieron adopta
puntos de origen lo-
que indicaban lo contrario, todos los demás negaron haber estado enla radas, aunque manteniendo una clara relación con los
n india en la
hacienda, aunque estuvieron de acuerdo en el número de gente presente cal. Antes de pasar a la dimensión biográfica de la participació
mayor detalle al-
tanto del pueblo como de otras partes, y dieron el nombre de otras Eso: insurgencia, -quisiera hacer una pausa para examinar con
nas que habían participado cn el ataque.* Nuevamente, lo que destaca es gunas cuestiones que surgen a partir del episodio de Atotoni lco el Grande,
carácte r colectivo
el carácter señaladamentce colectivo de la participación de los hombres del subrayando las demarcaciones notablemente localistas, el
pueblo en el incidente: el pequeño núcleo de homhres que sin lugar a dudas y el tono comunitario de la participación.
—tres de ellos
estaban involucrados fucron juntos a la hacienda, asistieron juntos a los Tomemos por ejemplo a un grupo de cuatro hombres
de Texcoc o a principios de
actos allí cometidos o participaron juntos en ellos, regresaron juntos al pue- indios, uno mestizo— capturados en la región
iparan en la ac-
e y unto Ton frrmos en negar hasta el menor indicio de com- 1812. Lo interesante sobre estos sujetos no es que partic
su arresto los
ción como grupo, sino que las actividades que provocaron
el pueblo de Te-
Casi toda la documentación que trata sobre la participación indígena hayan mantenido tan cerca de casa. Todos ellos vivían en
virrein al yendo hacia el nores-
en la insurgencia apoya en buena medida el modelo repetido de colectiv petlaostoc, a pocos kilómetros de la capital
lejanos . Todos eran
dad maniftesto en el incidente de Atotonilco el Grande. Esto abarca al er- te, aunque dos de ellos habían nacido en pucblos más
(un prome-
111 estadístico bosquejado en cl capítulo 1, de modo que los tratamientos analfabetas, y tres de ellos ya habían sido encarcelados antes
Jos tributos o
cuantitativos y anecdóticos lienden a converger en lo esencial. Puede obje- dio de dos veces cada quien) por embriaguez, por no pagar
dez Ramos,
larse que la aparente sinergia de estos dos enfoques muy probablemente do por ambas causas.? El tejedor mestizo José Florentino Fernán
Tepetl aostoc con una
una elaboración de los documentos que les dan base, en un caso median- soltero de apenas 18 años, admitió haber salido de
de enero de 1812,
te ura suma totalizadora y en otro mediante el enfoque narrativo. Sin embar- banda de rebeldes luego del ataque justo al finalizar el mes
día y medio con
go, quisiera señalar que a pesar de que se capturaba y juzgaba a los indios pero alegaba haber sido forzado a unírseles. Pasó como un
e insistió en que no había teni-
la gayilla, regresó voluntariamente al pueblo
. Juan Crisóstomo
ca “Adl cn e : del sienionte
principio sigui mes,s todos, salvo Melchor Martín y José María, fueron puestos do que ver con ningún robo ni con ningún acto armado
Co s términos
os de un indulto
ne general otorzad
mado por el comandante realista
¡
autoridades locales eran bastante
cn co de cano, con la condición especílica de que ayudaran a capturar a uno de los dirigen- Y Se queda uno con la impresión de que estos roces con las
q : rgontes ocales, que seguramente era González, Para el invierno de 1812, tanto es entre los indios adultos; que no eran causa de estigmatización social por su mis-
Melchor Irecuent
en signo de ningún tipo de máas-
v .atína a omo Jos
osé María
aría seguían
s Í bajoj custodia¡ realista
] en Zacualtipan mientras que las
las. auto- tna lrecuencia y que ciertamente no consistían por sí mismos
ridades de la ciudad de México decidían su suerte. UN ginalidad social en particular.
252 PRIMERA PARTE. REBELDES 253
INDIOS
Trejo, albañil indio, casado y de 36 años, llegó al pueblo a comprar unas
Este sabor de un fuerte comunitarismo y una esfera localista de acción
sábanas el sábado 25 de enero, día de mercado, se emborrachó y anduvo de los indígenas inmersos en la insurgencia puede apreciarse aún más en
por toda la plaza del pueblo hacicndo eses e increpando a los vendedores de
las declaraciones de nueve indios capturados en un asalto que das tropas
maíz por los precios tan inllados en un lenguaje ominoso (... que en breve
del gobicrno realizaron a mediados de 1811 contra un pueblo hasta o
tendrían quién remediase tado...) y diciendo “... que Es República llos Eun- :
ces bajo control de los rebeldes, San Lorenzo Ixtacoyotla, muy cerca
cionarios del pueblo] era una alcahueta”. A fines de cnero Francisco Maria- al noreste de la ciudad de México. Manue
Metztitlán, en el agreste país
no, un hilandero indio de 36 años, casado, se robó un caballo para ira
alcan- Pérez, oriundo del pueblo de Atexcac en el distrito de Molango, hombre
zar a los rebeldes locales, pero al parecer regresó por voluntad propia. De
casado de 22 años de edad, había pasado unas semanas con los insurgen-
otro hilandero casado, José Elogio, indio de 40 años, se decía que estaba
-tes, aunque alegaba que los indios de Ixtacoyotla y el cabecilla Vicente
irnplicado con la banda de rebeldes que atacó el pueblo a fines de crero, aun-
Acosta habían ejercido sobre él una fuerte presión. Le dieron una honda
que tampoco él salió nunca de la región inmediata de Tepctlaostoc.* Otro
y un garrote por armas, y le dijeron ”... que no creyera en el Rey [de Espa-
grupo parecido fue enviado a la ciudad de México en abril de 1812 desde la
ña], y sólo participó en la acción en la que fue capturado. José Antonio
región de Cuautitlán; lo conformaban tres hombres, todos ellos acusados
Paulino, de 43 años, oriundo de San Lorenzo, aceptó que les acompañó
y convictos de haberse involucrado con elementos insurgentes, pero nin-
a los rebeldes junto con otros hombres de su pueblo bajo el mando de
guno había ido nunca más allá de Villa del Carbón (a pocos kilómetros de
capitán local Luis Vite, aunque todo el tiempo vivió en el pueblo. Cuan o
ahí), y la acción insurgente más grave que pudo demostrarse en su contra
las fuerzas realistas tomaron San Lorenzo, José Antonio no se rindió, sino
fue el robo."
que al ser capturado llevaba una prenda con la imagen de la virgen de Gua
mm
AGN, Criminal, vol. 258, exps. 9-10,
dalupe y una pluma que los insurgentes usaban con fines simbólicos. La
1812.
"AGN, Criminal, vol, 110, exp. 2, tols. 7r-38v, 1312. Dos de estos hombres ya habían estado única acción que él había visto, insistía, era el robo de maíz de la vecina
en la cárcel por robar ganado, entre otras infracciones menores, lo que los convertía
en un hacienda San Guillermo. En los “cantones” rebeldes de Acapa, San Gui-
grupo un tanto más problemático gue el de los pobladores de Tepetlaostoc. Para
tnayor de aproximadamente la misma zona, y que comparte muchas de las caractoríst
un grupo jllermo y su propio pueblo de San Lorenzo encontrarían a mucha gente
igualmente localista en su esfera de acción, véanse los registros de los 13 hombres
icas y es
de los pueblos vecinos de Santa María, San Agustín, San Guillermo y San
que fueron
enviados a la capital desde Cuautitlán a princi pios de mayo de 1812, en ax, Infidencias,
vol. 41, Nicolás, dijo en su testimonio. Juan Agustín número 1 (había otro sujeto
exp. 3, fols, 226r-2304, 1812. Este caso es especialmente interesante por la correspond
encia que que llevaba el mismo nombre, en el documento original son llamados “pri-
incluye entre Foncerrada, cl auditor de guerra de la Corona en la ciudad de México,
audiencia Miguel Bataller (quien estnvo entre los que apoyaron el golpe de
el jucz de mero” y “segundo”), indio casado de 22 años de edad oriundo de San Lo-
1808 cantra el
virrey Iurrigaray), el oficial realista de hombre Vicente Fernández qne fue quien
envió a los renzo, dio un testimonio circunstancial parecido, aunque menos completo.
hombres, y el virrey Venegas; y que trata del descuido con que Fernández preparó
las acusa- Señaló que había estado con los rebeldes durante los dos meses que habían
ciones sumarias y los criterios que él (y supuestamente otros oficiales de campo)
para liberar a algunos hombres detenidos y remitir a otros bajo arresto a las autoridade
siguieron controlado directamente el pueblo, que sólo había usado una honda y un
garrote.como armas y que sólo había participado en el robo de mat de
s cen-
trales. La cuestión surgió luego que el virrey pidiera a Fernández aclarar la
anotación hecha
al final de la lista de los hombres arrestados, según la cual habían sido detenidos algunos pueblos vecinos. Juan Agustín número 2, los dos Juan Man os
“... con las
armas en la mano”. La respuesta del oficial es csclarecedora en cuanto a las decisiones
torna- y José Antonio rindicron testimonios similares, mientras que Juan Ono re y
dias por los comandantes de campo. Dijo que los arrestos se habían debido a
la decidida resis-
tencia opuesta por los rebeldes a los atag ues realistas contra tres bastiones insurgentes Juan Guillermo dijeron que nunca habían estado vinculados con los insur-
en la
zona de Cuautitlán, en las que los defensores habían huido dejando atrás mas pocas
armas de gentes de ninguna manera. Especialmente digno de nota es que los siete
luego, lanzas y machetes. Fernández hizo un número de detenciones mucho
mayor que los 13 hombres del grupo que aceptaron cierta relación con la insurgencia actua-
enviados a la capital, pero liberó a casi todos *... después de bien exhortados, pues
que habían sido engañados [para qne se unieran a los insurgentes], y que estaban
se conocía ban, todos ellos, en un ámbito local muy limitado y generalmente dentro
arrepenti-
dos: y así los que mandé fueron los más bribones, según las declaraciones verbales
lomé, y éste es el sentido de la corta nota que puse al pie de la lista...” Es decir, los
que les huido del teatro de combate y a quienes el oficial que los arrestó había hallado más culpa-
arrestados i
bles que a los demás en el mismo : ]
enfrentamiento, á
basándose declaraciones y y
ias declarac
s€ en sus ; propias
lormaban parte de un grupo más grande de sospechosos de rebeldía que
al parecer habían no porque hubieran sido literalmente portadores de armas.
25 PRIMIRA PARTE. REBELDFS INDIOS 255
de los límites de su pueblo natal, una situación más usual para este tipo de
la movilidad hurnana, considerables, y los consiguientes costos de mover in-
insurgente que cualquier otra. ?
formación, altos. Si bien en un primer momento pudiera pensarse que los
Aun cuando los indios llevaran su radio de acción más allá de los lími-
Indios eran atraídos por la insurgencia de forma tan espontánea como los fila-
tes de sus localidades, más allá del círeulo interno de Von Thúnen a] que el
mentos de hierro por un imán que se mueve cerca de ellos, el panorama cam-
perftl estadístico presentado en el capítulo 1 tiende a consisnarlos, general-
bla cuando comienzan a observarse atentamente los detalles de cómo llega-
mente se les encuentra en grupos bastante cohesionados a partir de un pue-
ron los indios a participar en la rebclión.
bio de origen. Tornemos, por ejemplo, nuestro interesante grupo de 12 ham-
Tomemos los lazos de parentesco, por ejemplo, Sebastián Antonio, ofi-
bres y dos mujeres capturados el 2 de noviembre de 1810 iras la batalla de
cial indio de 30 años de edad del pueblo de Tlatemalco, cerca de Metztitlán,
Las Cruces por un ex gobernador de un pueblo indio y un administrador espa-
fue arrestado a principios de enero de 1812 por oficiales realistas. Él mismo
ñol de una hacienda (y seguramente por otros más que los acompañaban)
aceptó haber pasado información a los rebeldes sobre la disposición de
en los alrededores del campo de batalla..* De las 14 personas, seis (incluyen-
las fuerzas militares realistas de Metztitlán, así como de otras actividades
do a las dos mujeres) eran originarias de Temascalcingo, a poco más de 100
contrarias al régimen. Ñegó haber tenido que ver con la leva de otros veci-
Kilómetros al noroeste de la ciudad de México, y seis del pucblo de Santa nos del pueblo para engancharlos a las filas insurgentes, aunque insistió que
Cruz, cerca de Celaya, en el Bajío, a más de 200 kilómetros al noroeste de
”,.. pues con el motivo de estar entre los rebeldes los indios principales de
la capital: sólo un hombre era de otro pueblo de la región de Celaya y otro
au pueblo muchos los han seguido por correlación y parentesco que tienen
más de un pueblo desconocido. Además, casi toda la gente de ambos gru-
con aquellos [rebeldes]...” (o sea que en realidad no necesitaba participar
pos aseguraba que los gobernadores de sus pueblos les habían ordenado
en el reclutamiento).*
seguir al cura Hidalgo, y el tono de sus breves testimonios, en general inge-
Las circunstancias del prolongado sitio realista (1813-1816) de la isla de
nuo, lo inclina a uno a creer que al 2nenos ellos creían gue era verdad. El Muzcala, en el centro del lago de Chapala, se narran con mucho más detalle
mecanismo para que estas identidades localistas llegaran tan lejos como
en el testimonio de varios indios capturados en febrero de 1814. Aquí, las
ocurrió con estos vecinos de Temascalcingo y Celaya —o lo que era un caso
redes de amistad y parentesco, y el reclutamiento que podía efectuarse me-
más frecuente—, para que permanecieran vinculadas a las jurisdicciones
diante ellas, se tejen elaboradamente en torno a la persona del rebelde cap-
conocidas mientras la insurgencia se situaba y giraba en torno a ellas, era
turado Euscbio María Rodríguez, descrito como “capitán insurgente”. Rodrí-
la leva local. No han surgido muchas pruebas que revelen las modalidades
Kuez, tejedor indio y labrador del pucblo de Santa Cruz, en da jurisdicción
de esta leva, pues las cadenas informativas e interpersonales generalmente
de Chapala, tenía 40 años y estaba casado con Petra Josefa Alcantar. Fue cap-
se rompían (o quedaban enterradas) con el proceso de la msurgencia misma
turado junto con José María Santana, comerciante indio del pueblo de Mez-
y los procesos penales; en la Segunda parte tendré un poco más qué decir
cula, soltero de 21 años.” Ambos fueron ejecutados por un escuadrón de
sobre el tema de la movilización y la dirigencia. Sin embargo, resulta claro
que para los insurgentes la leva no cra de ninguna manera un proceso im- '*AGN, Criminal, vol, 251, exp. 11, fols. 320-3294, 1812.
personal y masificado (con la posible excepción del éxito inicial de Hidalgo "PE; Criminal, leg. 6, exp. 22, 1814, y lcg. 5, exp. 18, 1819. Ambos sabían lecr y escribir, lo
para reunir en poquísimo tiempo dos grandes ejércitos a fines de 1810 y prin- que resulta raro en el caso de Rodríguez tomando cn cuenta su oficio (no hay indicios de que
Imya sido un cacique o que tuviera algún cargo político en su pueblo); por alguna razón no
cipios de 1811) y que los vínculos de parentesco, amistad y proximidad del lirmó su confesión, aunque Santana sí y con una firma bastante elegante. Parte de las pruebas
sitio de residencia lo facilitaban. Esto no resulta nada extraño, tomando contra Rodríguez consistían en una carta suya (aunque no queda claro si de su puño y letra o
en
cuenta una población nacional relativamente pequeña pero con gran dis- m0) dirigida a otro oficial insurgente en la que explicaba que él y sus compañeros no habían
podido organizar una rebelión general cn los pueblos de las riberas del lago debido a la cerca-
persión geográfica (cuyo total es equivalente al del Salvador o Haití en estos níu del sitio realista en Tlachichilco, cerca de la villa de Chapala, en la margen del lago situada
días) en donde las distancias eran grandes, los obstáculos geográficos para más al norte, y porque las fuerzas realistas tenían a los pucblos “... Lan oprimidos y apensiona-
dos bien que muchos se animan a abandonar sus casas...” El oficial realista que interrogó a
* acu, Criminal, vol, 251, exp. 10, fols. 3091-319v, 1812.
Rodríguez escribió a su comandante el 12 de lebrero diciéndole algo frustrado que Rodríguez
"AGN, Criminal, vol. 334, exp. 3, fols. 36r-50r, 1810.
"tiene alguna letra menuda, y me ha estado enredando toda la tarde sin poder hacerle decir la
256 PRIMERA PARTE. REBELDIS INDIOS 257

fusileros realistas el (7 de febrero de 1814. Su testimonio, así como cl de que los dos últimos negaron haber participado activamente con los insur-
otros hambres y mujeres de los pueblos de las orillas del laga, siraba en gentes). Julián, lahrador soltero de 21 años oriundo de Chapala y campanero
torno a los esfuerzos de Rodríguez por enganchar hom bres para las fuerzas de la iglesia local, conocía desde hacía mucho a Eusebio Rodríguez y se le
insurgentes atrincheradas en la isla, de la que había salido hacía poco tiempo unió en la cousa tubelde. Atestiguá que originalmente había aceptado irse con
para ira tierra firme. lo rebeldes por miedo, pera “... que después se lo perdió [su miedo], ya esta-
Si bien los esfuerzos de Rodríguez se habían visto coronados por un ba resuelto a irse cun él [Rodríguez]”, ofreciéndose en persona a conseguir a
éxito moderado, también había enfrentado el rechazo de varias personas, otros dos hombres, José Ramón Mora y otro apellidado Castellanos, “... ambos
mientras que otras más negaban (equívocamente) que los hubiera rechu- eran muy amigos del que expone [de Julián], y que se creía que condescen-
tado. Santana se ausentó de su pueblo natal durante los mismos dos años dieron con su solicitud...” Otro partidario rebelde activo perteneciente al
que Rodríguez; en ese tiempo se había desempeñado como su escribano y círculo de familiares y amigos de Rodríguez fue su hermana María Mónica,
seguramente se había incorporado a la insurgencia gracias a que lo cono- la esposa de José Feliciano Perales.
cía desde antes. Luis Mora, labrador indio de 46 años del pueblo de Cha- Tal vez ésta parezca una gencalogía confusa de unos campesinos desco-
pala, declaró que conocía a Rodríguez desde hacía más de 20 años y que nocidos muertos de tiempo atrás, que se vieron involucrados en las fatigas
había aceptado unirse a los insurgentes “por quitárselo de encima” [a Ro- de una revuelta social de gran importancia; pero ésta no luc para ellos una
dríguez], sugiriendo que mantenían una relación relativa mente frecuente e ocasión impersonal. Obsérvense cn particular las demarcaciones y el carác-
insistente. Otro hombre que algún tiempo fue de la comitiva de Rodríguez, ter de la relación que guardaban entre ellos y con la insurgencia: pueblos pe-
Josef Leonardo, se negó a regresar a la isla que seguía en pie de guerra, a queños dore la gente se conocía personalmente, a veces desde muchos
pesar de que su padre, miembro de las fuerzas insurgentes ahí atrinche- años antes de que estallara la crisis política, los caminos vecinales y el sitio
radas, había salido de la isla para ir a buscarlo. José Matías Antonio, la- de trabajo. Por ejemplo, Eusebio Rodríguez trató primero de convencer a
brador indio de 38 años, Lambién él oriundo de Chapala, conocía a Rodrí- sus parientes: con su esposa en primer lugar y con su hermana, con su her-
guez desde hacía 10 años y había sido abordado por los insurgentes en un mano, sus sobrinos, sus parientes políticos y con sus amigos de tiempo atrás.
camino vecinal cuando regresaba de trabajar en las fortificaciones realistas Ninguno de los contactos se hallaba encubierto bajo el anonimato ni care-
de Tlachichilco, pese a haber evadido el intento de Rodríguez de que se cía de una historia personal. Éste modelo no fue atípico durante los años de
uniera a sus huestes. El cuñado de Rodríguez, José Feliciano Perales (ca- la guerra de México por la independencia; lo más seguro es que haya sido la
sado con María Mónica, hermana de Rodríguez) conocía al insurgente regla: la proximidad, el conocimiento, la historia, contrapuestos a la distan-
desde hacía 20 años, pero alegaba estar “tullido” de alguna mancra y se ne- cia, el anonimato, la espontaneidad. De la acción colectiva y las redes para
gaba a unírsele. José Luciano Lázaro, hijo de Perales y sobrino de Rodrí- reclutar simpatizantes, regresemos por un momento a las historias indivi-
guez, labrador indio de 19 años, declaró que la incapacidad de su padre duales de la insurgencia indígena.
para el trabajo lo obligaba a quedarse en casa en vez de unirse a los rebel-
des. De acuerdo con cl testimonio rendido por Rodríguez. bajo sentencia de
muerte, su hermano Felipe de Jesús (quien algo Luvo que ver en su denun- Los INDIOS COMO REBELDES: INDIVIDUOS

cia) se negó a seguirlo, lo mismo que sus cuñados Satumino y Félix; en cam-
bio había convencido a Josef Bernardino Dolores, Josef Julián, Luis Mora y En vez de distancia, anonimato y espontaneidad, tenemos, pues, proximi-
Josef Matías Antonio, todos de Santa Cruz y viejos amigos (se recordará dad, relaciones, historia; los relatos personales de los campesinos insurgen-
tes, fragmentarios pero a veces detallados, llevan este sello característico,
verdad”; el oficial que interrogaba pidió y recibió el permiso de azotar a Rodríguez para animar- tanto como las acciones que ejecutaron de manera colectiva o la forma en
lo a declarar. Sobre todo el episodio de Mezcala, véase Christon I. Archer, “The Indian Insurgents
ol Mezcala Island on the Lake Chapala Front, 1812-1816”, en Susan Schroeder (ed.), The “Pax
que ingresaron en alguna colectividad violenta. Es cierto que entre cllos
Colonial” and Native Resistance in New Spain (Lincoin, 1998), pp. 84-128, 158-165. la dimensión personal de la insurgencia carece de la profundidad de una
258 PRIMERA PARTE. REBELDES INDIOS 259

verdadera historia de vida, selyo contadas excepciones. Sin embargo, pode- este suceso, Domingo Antonio alega que había estado bromeando con su
mos calar hondo en las historias de vida y la sociedad local en esos puntos compadre y que estaba borracho (el español Vázquez dijo no haber nota-
donde la trayectoria de la vida privada atraviesa la memoria pública, en el do ningún signo de intoxicación), *... pues en tales días solemos descome-
acto de la propia protesta política. dirnos en la bebida, y además llevado de la amistad que con mi compadre
Los indígenas del medio rural actuaban a lo largo de un amplio conti. he tenido, que es regular lo haya dicho por chanza...” Añade (o quizá fue-
rattium similar al del resto de la sociedad en cuanto al compromiso público ra su abogado) una meláfora teológica-biológica como defensa, afirmando
can cl discurso y la acción políticos. En el extremo inferior de la simpatía que aun cuando le hubiera dicho eso a su compadre, eran palabras hue-
por Ja insurgencia —como veremos con cierta amplitud en el capítulo xrv— cas, “... corno cuerpo sin alma, que por sí solo no se alienta y a los tres días
se encuentra un fuerte apoyo pasivo a veces expresado en declaraciones le acomete la putrefacción”.'* Finalmente alega que el “infortunio en que le
verbales, que en el ambicnie generalmente tenso y crispado del campo "metió su ignorancia” se debe enteramente a su “rusticidad y estolidez”. Se-
mexicano eran tomadas como sediciosas. Tomemos como ejemplo el caso gún su propia declaración, el primer magistrado observa que Domingo no
de Domingo Antonio, un “indio principal” de Atemajac, en la jurisdicción de era un borrachín, y otros testigos declaran que antes del incidente había sido
Sayula, al suroeste del lago de Chapala. El 26 de mayo de 18)1 fue denun- un ciudadano modelo y pilar de varias iglesias locales. Los funcionarios
ciado ante el teniente de subdelegado de Tapalpa debido a su “amor y parcia- indios de Tapalpa pidieron que cl gobernador indígena de Zacoalco inter-
lidad” por la insurgencia, Ese mismo día se fuc rumbo a Sayula, que estaba cediera a favor de Domingo Antonio, y finalmente el acusado fue puesto en
en manos de los rebeldes, para no regresar sino hasta haberse rendido ante el libertad el-16 de septiembre de 1811 después de pasar tres meses en una
mismo oficial el 30 de mayo. Mientras tanto, sus bienes fueron legalmente cárcel de Guadalajara. Vale la pena señalar que nadie negó que Domingo
embargados y se reunieron pruebas en su contra. '* Antonio hubicra hecho las declaraciones, sino solamente que tuviera pro-
El testimonio más condenatorio procedía de don Rafael Vázquez, un pósitos sediciosos.'*
español local de 39 años de edad y, cosa curiosa, compadre de Domingo Tomemos otro ejemplo de un indío insurgente, esta vez en el extremo
Antonio. Vázquez contó que en una día de fiesta (no recordaba la ocasión del continusm marcado por el compromiso declarado. Es el caso de José
exacta) había ido al pueblo de Atemajac a oír misa, y que ahí se encontró Mariano, indio casado de 28 años que Lrabajaba como peón en la hacien-
a su compadre Domingo Antonio, quien lo saludó provocadoramente con da Zoquiapa en la región de Calpulalpan, distrito de Texcoco, un tanto al
la declaración: “Aquí está un 'encallejado' [realista], compadre; sé que eres
juez de Acordada, ¿por qué no me prendes pues ya tardas?”'” Desarmado lr Nunca se resolvió otra acusación en contra de Domingo Antonio relacionada con su pre-
sunta colaboración con otros indios del pueblo para quitar de sus picas y entcrrar las cabezas
y queriendo evitar un disturbio público, Vázquez intentó tranquilizar a su
de tres insurgentes ejecutados que se exhibían en el pueblo de Atemajac, acto interpretado por
compadre, a lo que Domingo Antonio respondió: “Compadre, un cura pudo ano de los acusadores como signo adicional de sus simpatías rebeldes. Estos despliegues públi-
pecar [el padre Miguel Hidalgo], pero no pudieron pecar tantos curas, y cos de contraterror por parte de los realistas eran muy comunes en esa época (después de lodo,
así yo sigo este partido, aunque me cueste la vida.” En defensa propia, en la cabeza del cura Hidalgo fue exhibida en una jaula de metal en el muro de la Alhóndiga de
Granaditas hasta 1821, junto con las de Allende, Aldama y Mariano Jiménez); con esta men:
una petición de exoneración que elevó ante las autoridades después de ción, se oblienen indicios de la presencia diaria de la guerra interna de ta Nueva España en las
remotas poblaciones rurales.
'* A juzgar por la gran cantidad de ganado que tenía (para no hablar de tierras u otros tipo de "» ape, Criminal, paquete 17, exp. 6, ser. 382, 1811. Finalmente, sólo pueden hacerse conjetu-
propiedades o riqueza) y su filantropía en la iglesia local, Domingo Antonio era acaudalado en ras sobre lo que esta conversación con Vázquez. revelaría del carácter de una relación de com-
comparación con otros labradores indios de su pueblo y su época, pero por sus propiedades padrazga, la relación entre estos dos hombres específicos, las relaciones émicas en esa época y
era más similar a los rancheros prósperos que no eran indios. lugar y la política de los pueblos de provincia en tiempos de guerra interna. Ciertamente, Váz-
'" Los “encallejados” eran los partidarios del general español y virrey Félix María Calleja, es quez consideró que los comentarios eran provocadores. llay varias interpretaciones posibles
decir, los realistas comprometidos; para una discusión detallada de las expresiones sedicio- del comportamiento de Domingo Antonio: que en efecto estaba borracho, que fue una broma
sas y otros juegos de palabras a partir del nombre de Calleja, véase el capítulo xIv. La Acordada pesada, o que hablaba en serio; y de la reacción de Vázquez: que tuvo miedo o se sintió humi-
era la guardia civil rural de la Nueva España, que durante esos años tuvo a $u cargo suprimir llado, que tomó en serio las palabras de su compadre y que al acusarlo quiso levar agua para
la insurgencia, además de sus deberes normales de policía. su molino, o todas a la vez.
260 PRIMERA PARTE, REBELDLS
IXDIOS 261
este de la ciudad de México, Quien fue remitido
a la capital por las autori-
dades realistas locales a fines de mayo de 1811. regiones rurales aisladas “... recogiendo en las rancherías a las gentes que se
La

Su confesiónMnarración tiene
el tono plano y distante de muchos textos de animaban a reunirse”. De Tulancingo se trasladaron a la hacienda de Hue-
ese tipo, y sus propios actos 0
impresiones aparecen poco en su relato. yapan con un contingente más numeroso gracias a los bombres que se ha-
En varios interro gatoros insist ió
obstinadamente en que los rebeldes to habían bían unido a ellos; ahí robaron monturas para los nuevos reclutas.? En una
presionado y que solamente
los había acompañado bajo amenaza de muert confrontación eon las fuerzas del régimen en las afueras de Guachinango,
e; pero la verdad de sus ase-
veraciones mo se sostenía ante las Otras prueb los insurgentes mataron a dos de los cautivos peninsulares que intentaron
as del caso. José Mariano se
encontraba en la plaza de Calpulalpan cuand escapar para alcanzar a los realistas, aunque otros dos prisioneros perma-
o una fuerza insurgente tomó
el pueblo, el 29 de abril de 1811. Los rebeldes necieron con vida. Durante el combate con los realistas, los reclutas de las
saquearon dos almacenes de
la plaza y echaron a la calle las mercancías para rancherías y la ciudad de Tulancingo que se habían incorporado en cl cami-
que las cogicran los pobres,
aunque José Mariano afirmó que no había tomado no se dispersaron, dejando que la gavilla original de insurgentes proceden-
nada. É] y su mula fue- tes de la región de Calpulalpan escapara a las colinas y se llevara con ellos
ron obligados a acompañar a los rebeldes, a los que
siguieron voluntaria- a José Mariano. De aquí se fugaron los dos cautivos que les quedaban. En
mente 14 hombres del pueblo que no eran
indios y [res prisioneros que
habían sido liberados de la cárcel loca] tuno algún momento de la debacle, uno de los jefes insurgentes, a quien José
de ellos homicida convicto).
Desde entonces, José Mariano Mariano describió como “el capitán Santa Ana”, se fue llevándose consigo
recibía cuatro reales diarios cuando los re-
beldes tenían dinero, mientras que los reclutas las mulas cargadas con la pólvora de los rebeldes y la plata obtenida en los
con pistola ganaban un peso
diario.* La fuerza rebelde también secuestró almacenes que habían saqueado en días anteriores.” Lo que quedaba de la
y luego mató a un peninsular
de la localidad, don Francisco Agudo, cuva banda, ahora reducida a una veintena de hombres (“... pues ya toda la gente
tienda habían saqueado. Se
pudo evitar que otros dos hombres del puebl se iba separando”), se disgregó en pequeños grupos: unos se quedaron en
o (que seguramente también
eran peninsulares, aunque no se especifica) murie los cerros de Tepeapulco, otros se fueron al pueblo de Apam, mientras que
ran a manos de los insur-
gentes gracias a la repentina aparición ante el propio José Mariano regresó a la hacienda de Zoquiapa el 21 de mayo,
el grupo en desbandada de un
padre franciscano que era de ahí, el padre Juan rindiéndose de inmediato ante su patrón (sin especificar si era el propieta-
Barreda, quien llevaba en las
manos una imagen de la virgen de Guadalupe. rio o el administrador de la hacienda). Condenado por las autoridades rea-
Las actividades de los rebeldes mientras mantu listas de la ciudad de México a cumplir una sentencia indeterminada en el
vieron Calpulalpan en
su poder siguieron regularmente un patró
n en su avance a través del dis- * Sobre la historia de la hacienda de Hueyapan véase Edith B. Couturicr, La hacienda de
trito, atacando y robando ranchos y haciendas
aislados; también invadie- Hueyapan, 1550-1936 (México, 1976), quien nada dice de los saqgucos de la hacienda por parte
ton y saquearon sucesivamente los pueblos
de Singuilucan (cl 1 de mayo, de los insurgentes en esos liempos; pero en cambio proporciona información valiosa para con-
aproximadamente), Zempoala (el 3 de textualizar las problemáticas relaciones de Hueyapan con las comunidades campesinas del
mayo), Tulancingo (el 7 de mayo) y
Guachinango (el 9 de mayo), situados todos lugar por cuestiones de ticrra, que casí con certeza provocaron la participación local en la in-
ellos dentro de una zona rela- vasión insurgente. En esa época, la hacienda era propiedad de la grande y noble lamilia mine-
livamente restringida y siguiendo una línea
virtual al noreste de la capital, ra de los Romero de Terreros, condes de Regla, sobre los que mucho se ha escrito. Adernás del
Invariablemente echaban las mercancías a trabajo de Couturicr, véase en especial el trabajo de Doris M. Ladd, The Mexican Nobility al
la calle o a la plaza para que la
gente del pueblo se las llevara, dinero y ganad Independence, 1780-1826 (Austin, 1976); v Pedro Romero de Terreros, El conde de Regla,
creso
o lo guardaban para sí, libe- de la Nueva España (México, 1943) y Antiguas haciendas de México (México, 1956).
raban a los prisioneros de las cárceles y secue
straban a los peninsulares o ” Es muy posible que este “capitán Santa Ana” no fuese otro que ignacio Santana Osorno,
a los oficiales blancos de la localidad. En el camin cuya carrera se revisa junto con la de los famosos cabecillas rebeldes Chito Villagrán y Agus-
o, pasaron varios días en
tn Marroquín, respectivarnente, en el capítulo tx de este libro y en Eric Van Young, “Crime AS
* Estos salarios representarían grosso modo el Kebellion and Rebellion as Crime: New Spain, 1810-1821” (sin publicar, 1997). Por esa misrna
doble y el cuádruple, respectivamente, de los
salarios diarios que en promedio recibían a época, Osorno estuvo activo en esta región, se le involucró en alagnes contra los mismos
diario los peones rurales del centro de México pue-
esa época; véase Eric Van Young, La crisis del en blos y se cuenta que obtuvo un cuantioso botín de los realistas que detuvo o que mató; lo arres-
orden colonial: estructura agraria y rebeliones
lares de la Nueva España, popu- tiron cerca de la capital en mayo de 1811 y es casi seguro gue haya mucrto poco después a
1750-1821 (México, 1992), p. 79 y ss,
manos de los realistas.
262 PRIMERA PARTE, REBELDES 263
INDIOS
servicio militar en La Habana, en marzo de 1813 José Marian
o seguía tra- insurgente Sandoval, posiblemente durante el ataque que este último reali-
bajando en las fortificaciones de la capital (la famosa zanja cuadra
da), mien- zó contra la ciudad de Colima; pese a tado, él insistió en que los rebeldes lo
tras seguían reuniéndose más testimonios para su
caso. No se sabe en qué habían presionado. Ureña estuvo fuera de Autlán varios meses en 1812 y
acabó su suerte>
principios de 1813, tiempo en que al parecer anduvo con la banda de San-
Para ¡ilustrar el caso de un hombre más comprometido con
la insurgen- doval. A su regreso pidió un indulto y lo obtuvo; durante el interrogatorio
cia popular, un indio de pueblo, permítaseme cerrar con
la historia de Luis oficia] al que fue sometido por haber participado en el asesinato de Ponce
Ureña, zapatero casado de unos 40 años de edad procedente
de Autlán (eun- en abril y mayo de 1312, alegó en su defensa que le habían otorgado el per-
que nacido en Zacoalco), en la agreste región al surocste
del lago de Chapa- dán. En dos fragmentos de un testimonio se registra una conversación de
la, Ureña fue sentenciado a trabajos forzados a principios
de 1813 por su Ureña oída directamente por el testigo o por terceros que sugiere la posibi-
notoria participación en el asesinato de un prominente
vecino español de lidad de que hubiera entre él y el difunto cierta animosidad personal, o por
Autlán, don Rafael Ponce. Según varios testigos (entre ellos
la viuda y los lo menos una mala disposición de parte de Ureña, si no es que la premedi-
niños de Ponce), una noche de abri! de 181 2, durante
una breve ocupación tación del homicidio. Un vecino español, José María Partida, narra una
del pueblo por las fuerzas insurgentes, Ureña llegó a la casa
de Ponce con un conversación que mantuvo con el acusado en cierta ocasión en que éste fue
grupo de hombres, entró en la recámara del matrimonio,
donde don Rafael a casa de Ureña a recoger unos zapatos. Según esto, Ureña le dijo:
guardaba cama por hallarse enfermo, amenazó a la esposa
con matarla sj
intervenía y arrastró a Ponce llevándoselo en la oscuridad
de la noche. A la ¿Qué dice usted, señor Partida? Ya ganamos la batalla de Colima Lrenriéndase
mañana siguiente encontraron el cuerpo de Rafael Ponce
a dos cuadras de a la primera vez que Sandoval tomó la ciudad] y el señor Ponce les dijo a todos
su casa, colgado y con el pecho traspasado a cuchillazos. Ese
día no se ha- los del pueblo[es decir, a los indios] que fuéramos a indultarnos con don Manuel
bló de otra cosa en el pueblo, y la conclusión general fue que
el principal res- del Río, porque [de otro moda] nos había de ir mal; pues yo le promcto que
ponsable del crimen había sido Ureña. “Vean la maldad de
Luis y el pago morirá primero [Ponce].”
que sacó Ponce de haberle hecho tanto bien”, fue lo que dijo
un testigo.”
El testimonio de los testigos del caso se caracteriza por eomple
jo y con- Otro testigo (que al parecer era cuñado de Ponce) dijo haber oído hablar a
tradictorio, pero sugiere una hipótesis probable. Ureña sería
un insurgente Ureña y a Ponce de camino al improvisado lugar donde éste fue ejecutado:
bastante comprometido y Ponce uno de los organizadore
s más importan-
tes de la resistencia realista de Autlán contra las repetid
as incursiones de Ponce: Hombre, ¿qué es lo que te he hecho para que me traten así y me quieran
las fuerzas rebeldes del señalado cabecilla Sandoval y otros
más, De hecho, matar?
el asesinato ocurrió durante la breve ocupación del pueblo
por las fuerzas Ureña: Vaya; ande usted breve.
de Sandoval, que se retiraron al día siguiente. Varios vecinos (todos ellos
españoles) señalaron que Ureña siempre había sido un “malhe
chor”, lo que Las propias declaraciones de Ureña, que se le tomaron a mediados de
puede tomarse como una forma negativa de referirse a su
carrera como ex mayo, no son muy esclarecedoras y hasta acabaron por cancelarse, porque
funcionario del pueblo; en otras palabras, puede haber sido
una lorma de
llamarlo arribista. Hay testimonios verosímiles que lo descri * Bien puede Partida haber sido pariente de una destacada familia de hacendados de pi
ben como uno
de los indios del pueblo que eran partidarios de la insurgencia zona de Cocula-Ameca, al este. Manuel del Río era un importante terrateniente de a Ss pe
y trabajaban da ( ] a
para difundir la causa entre otros miembros de la comuni Guadalajara que fungía como el comandante local de la Acordada y ala vez AAN
dad indígena. milicia realista; su carrera se desarrolla a todo lo largo del periodo de fines de a ól on lay
Ciertamente, Ureña parece haber estado vinculado a la gavilla la Independencia. Para contextualizar a Del Río (a quien volveremos a encontt o a as
del cabecilla
páginas), véase Eric Van Yvung, Hacienda and Market in Eighteenth-Century Mn pe Eu
*AON, Criminal, vol. 240, exp. 9, fols, 167r-182r, 1811; para un caso similar en la zona de Economy of the Guadalajara Region, 1675-1820 (Berkeley, 1981), Pp- 291-292, 327- . a ' e
Guadalajara, véase BPE, Criminal, paquete 21, exp.
9, ser. 471, 1814. claración, Partida también dice que las fuerzas realistas detuvicron y luego ejecutaron al alcalde
* rE, Criminal, leg. 3, exp. 4, 1813.
indio de Autlán José Yanuario, de simpatías insurgentes, “con quien andaba Ureña”.
264 PRIMLiRA PARTE. REBELDES INDIOS 265
no pudo rendir mucho testimonio durame el interrogatorio, salvo por ka apa- pocos meses después, supuestamente perpetrada a instancias de dos parti-
sionada negativa de haber trabajado a favor de los insurgentes o de haber darios indígenas del cura Hidalgo. La paradoja se suma a la paradoja cuan-
participado voluntariamente con ellos. El único testimonio que conserva en do nos percatamos de que la participación indígena de la insurgencia no
lavor de la integridad moral de Ureña es el de un cura de Autlán, don Dio- tuvo por consecuencia una guerra racial —en caso de que esto hubiera sido
nisio Arteaga, quien no hizo mayor énfasis en la personalidad del acusado lo que estuviera en cuestión— ni para el régimen colonial, ni para sus repre-
sino más bien en el firme reconocimiento que la viuda de Ponce hizo antes sentantes o “hijos predilectos”. En este sentido, la insurgencia indígena fue
de su propia muerte prematura, provocada por el irauma del asesinato de una guerra estática. Los indios permanccieron muy cerca de sus pueblos, al
su esposo y el aborto consecutivo, Arteaga afirmó que en su lecho de muer- parecer demasiado ocupados en recuperar el equilibrio de las relaciones so-
te, la viuda le dijo que no reconocía a ninguno de los secuestradores de su ciales, cn ajustar viejas cuentas v protegiendo la integridad comunitaria.
marido porque estaba aterrorizada. Por otra parte, un testigo de la parte acu- Por cada José Mariano que se vio arrastrado por la corriente rebelde, o por
sadora juró que en su mismo lecho de muerte la viuda le había insistido en cada Luis Ureña que encontramos abriéndose paso en cl registro histórico,
que Ureña cra el principal responsable del crimen. El procurador asignado al se cuentan muchos más Domingos Antonios, que generalmente se quedaban
caso acabó modificando su petición inicial de la pena de muerte para Ureña en casa y actuaban dentro de un estrecho ámbito imbuido de política, sí,
porque no quiso anular la legitimidad del indulto, aún cuando hubiera sido pero de política local: en palabras de Erik Erikson, trabajaban para escon-
obtenido bajo falsas pretensiones (una profesión insincera de arrepentimien- derse o para mantenerse quietos.”
to). A fines de febrero de 1813, la Junta de Seguridad de Guadalajara condenó Una parte importante de la experiencia local de la insurgencia, así se trato
a Ureña a ocho años de trabajos forzados en Manila, sentencia confirmada por de indígenas o no indígenas, es cómo la gente llegó a unirse a las colecti-
el general José de la Cruz, comandante militar de Guadalajara. vidades, y hacia dónde orientaron sus energías una vez que se encontraban
en ellas. Para aprehender esta experiencia necesitamos observar atenta-
mente el proceso de la movilización popular, la incorporación a la rebelión
CONCLUSIÓN y el carácter de la dirigencia insurgente, especialmente a nivel local? Ya se
ha visto algo de lo anterior entre los indios insurrectos, y no es de extra-
Ya luera en grupos pequeños o de manera personal, los indios mexicanos ñar que la incorporación a la causa rebelde generalmente siguiera líncas de
tuvieron un papel de gran importancia en la rebelión de 1810 a 1821, tanto parentesco, amistad, relaciones y lugar de residencia. La irnportancia del
en sus pueblos de origen como fuera de ellos. Por lo tanto, resulta paradó- señalamiento es mayor si se reconoce que la incorporación en masa y la
jico que las interpretaciones convencionalmente aceptadas en nuestros días coordinación centralizada solían ser la excepción en la lucha por la inde-
tiendan a marginar su participación por las razones que ya he sugerido, so- pendencia, no la regla. En cambio, las tácticas guerrilleras a escala relativa-
bre todo debido a las lagunas y distorsiones en la docurnentación que aún mente pequeña, la disipación militar y la enfeudación —esto cs, la fragmen-
se conserva de la época de la Independencia, así como a la adaptación de la inción política y militar que llega a formar en el campo loci, sitios de poder
memoria histórica a los fines de la construcción del Estado y la nación des- con límites geográficos, pero con una jerarquía interna— fueron las formas
pués de 1821. Sin embargo, el inquietante reconocimiento de la participa- características de organización entre los insurgentes. En consccuencia,
ción masiva de los indios en tas sublevaciones internas nunca dejó de rondar ahora me ocuparé en considerar la leva y la dirigencia.
la conciencia dc la élite no indígena contemporánea de los acontecimien-
'* Aquí parafraseo el epígrafe del libro de John Womack Jr, Zapata and the Mexican Revolution
tos, tanto realista como insurgente. Bajo su forma más exacerbada, dicha 1989), que éste a su vez. toma de Erik Erikson: “Puedes esforzarte por huír; pero
(Nueva York,
inquietud adoptó la forma del temor al brote de una guerra de castas en la iunbién puedes esforzarte por quedarte quieto, y también puedes estorzarie por... esconderte”.,
Colonia, un temor que a diario era azuzado por la violencia interétmica y por La movilización, que tomo en el sentido de elevar el potencial de acción de grandes gru-
incidentes como el asesinato de los peninsulares en la Alhóndiga de Guana- pos de la plebe a un nivel desde el que puedan recibir mayor instrucción ideológica, alcanzar
grudo de organización y enfocar sus energías hacia objetivos políticos y militares, es
Jjuato en 18)0, o la masacre de los peninsulares avecindados en Guadalajara era la lova.

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