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Adentro

de las
Naves Espaciales

George Adamski

1955
(Texto de la portada)
George Adamski tomó estas cuatro fotografías en rápida sucesión a través de un telescopio de seis pul-
gadas. Las Naves Nodriza descargan sus Scouts (Exploradores) a través de un tobogán de lanzamiento
situado en el centro de la parte inferior. Un Scout ha comenzado a salir en la primera foto. En la cuarta,
se han lanzado seis. Para entender el mecanismo de lanzamiento, véanse las ilustraciones nº 3 y 10 de
este libro.

Adentro de las Naves Espaciales


Por George Adamski

¿Qué le ha pasado a George Adamski desde que escribió los famosos incidentes en Los Platos
Voladores han Aterrizado? ¿Desde el memorable 20 de noviembre de 1952, cuando estableció
el primer contacto personal con un hombre de otro mundo? ¿Desde el 13 de diciembre de
1952, cuando pudo hacer fotografías a menos de 30 metros de la misma nave que había
traído a su visitante original?
Adentro de las Naves Espaciales es la propia historia de Adamski de lo que le ha sucedido des-
de entonces. Comienza con su primer encuentro, unos meses después, con un segundo hom-
bre de otro mundo, su primer encuentro con uno que le habla. Este segundo visitante lo lleva
a un Explorador Venusino (plato volador) y éste, a su vez, le lleva a una nave nodriza. Más tar-
de es transportado en un Explorador Saturniano y en una Nave Nodriza Saturnina. Adamski
nos cuenta lo que ocurre en estas naves espaciales y lo que los hombres y mujeres de otros
mundos le han contado.
Las fotografías de platos voladores de Adamski, publicadas originalmente en Los Platos Vola-
dores han Aterrizado, se han hecho mundialmente famosas desde entonces, ya que otros testi-
gos en otras partes del mundo han logrado tomar fotografías idénticas a las suyas. Ahora, sin
embargo, en Adentro de las Naves Espaciales, Adamski nos ofrece 16 fotografías e ilustra-
ciones, ya no de los Scouts (platos voladores) en su mayoría, sino de las grandes naves espa-
ciales desde las que se lanzan. El grupo principal de estas fotografías fue tomado en abril de
1955, y nunca antes se habían publicado ni las fotografías ni una descripción de las mismas.
Desmond Leslie, que fue coautor con Adamski de Los Platos Voladores han Aterrizado, ofrece
un prólogo al nuevo libro en el que afronta con valentía el hecho de que muchos serán inicial-
mente escépticos ante los asombrosos hechos que ahora relata por primera vez George
Adamski.
Una introducción proporcionada por Charlotte Blodget, que fue la ayudante literaria del Sr.
Adamski en la redacción de su nuevo libro, proporciona un marco que ayuda a comprender
mejor el libro. La Sra. Blodget también contribuye con un esbozo biográfico de George
Adamski que completa el libro.
El primer libro de Adamski, Los Platos Voladores han Aterrizado, ha vendido ya más de 80.000
ejemplares sólo en Estados Unidos y ha sido traducido al holandés, al español y al francés, y
pronto lo será a la mayoría de los demás idiomas europeos. A pesar de las burlas de los es-
cépticos y de los amargos y despiadados ataques de los adversarios, un gran público mundial
se ha reunido para leer y escuchar a George Adamski.
ABELARD-SCHUMAN, INC.
Editores
404 Fourth Ave. Nueva York 16, N. Y.
Impreso en U.S.A.
Abelard-Schuman, Inc. Nueva York
1955 por George Adamski
Número de tarjeta del catálogo de la Biblioteca del Congreso 55:10556
Impreso y encuadernado en los Estados Unidos de América
Publicado simultáneamente en Canadá por
Nelson, Foster £ Scott Ltd.
Primera impresión, julio de 1955
Segunda impresión, agosto de 1955
Tercera impresión, septiembre de 1955

Dedico este libro a un mundo mejor.


Deseo expresar mi profundo agradecimiento a Charlotte Blodget por enmarcar mis experiencias en las
palabras escritas de este libro.
George Adamski
Contenido

Introducción por Charlotte Blodget 7

Prólogo por Desmond Leslie 14

1 El Regreso del Venusino 20

2 Adentro de una Nave Exploradora Venusina 26

3 La Nave Nodriza Venusiana 32

4 Mi Primer Vistazo al Espacio Exterior 41

5 Encuentro con un Maestro 48

6 Preguntas y Respuestas Dentro de la Nave 54

7 El Explorador de Saturno 63

8 La Nave Nodriza de Saturno 83

9 El Laboratorio 92

10 Otro Maestro 103

11 Conversación en un Café 108

12 De nuevo, el Gran Maestro 118

13 Días en las Terrazas de Palomar 130

14 El Banquete y una Despedida 134

15 Una Inesperada Posdata 148

Esbozo Biográfico por Charlotte Blodget 152


Ilustraciones

Nave Scout Venusina en Vuelo 69

Diagrama de la Nave Exploradora Venusina 70

Diagrama de la Nave Nodriza Venusina 70

Nave Espacial Tipo Submarino 71

Nave Nodriza liberando Scouts nº 1 72

Nave Nodriza liberando Scouts nº 2 72

Nave Nodriza liberando Scouts nº 3 73

Nave Nodriza liberando Scouts nº 4 73

Diagrama del Scout de Saturno 74

Diagrama de la Nave Nodriza de Saturno 74

Naves Espaciales cerca de la Luna 75

Toma desde el Interior del Scout Venusino 76

Toma desde el Interior del Scout Venusino No.2 77

Toma desde el Interior del Scout Venusino No.3 77

Toma desde el Interior del Scout Venusino No.4 78

George Adamski 79
Adentro de las Naves Espaciales

Introducción

Por Charlotte Blodget

En la introducción de este libro quiero empezar diciendo que, aunque nadie puede evitar en-
contrar el contenido profundamente fascinante, soy plenamente consciente de que la incre-
dulidad, en diversos grados, es inevitable. Algunos aceptarán las afirmaciones de George
Adamski de que sus experiencias dentro de las naves espaciales fueron reales y factuales. Mu-
chos, sintiendo la sinceridad con la que cuenta su historia, le tacharán de hombre honesto pe-
ro autoengañado y arrojarán sus aventuras a la categoría de lo mental o psíquico. Y otros,
entrenados para rechazar todo lo que no se haya demostrado en las tres dimensiones conoci-
das, disfrutarán tachando todo como un ingenioso engaño.

Aunque yo misma he visto las naves espaciales en varias ocasiones, tanto aquí en las Baha-
mas, donde vivo, como en Palomar durante las varias semanas que estuve allí el verano pasa-
do, nunca he estado dentro de una. Tampoco, que yo sepa, he conocido a un hombre del espa-
cio. Sin embargo, he conocido a George Adamski. Conocerle me lleva a una certeza. Es un
hombre de una integridad incuestionable.

Después de leer Los Platos Voladores han Aterrizado, y puesto que en cualquier caso me diri-
gía a California para pasar el verano con miembros de mi familia, escribí al Sr. Adamski des-
cribiendo mis avistamientos aquí y le pregunté si podía visitarle. El resultado fue una cordial
invitación a hacerlo. No dudo en afirmar que hice mi primera visita a Terrazas de Palomar
con los dedos muy cruzados. Estaba bastante preparada para cualquier cosa, desde un luná-
tico brillante hasta un hombre inofensivamente autoengañado; o tal vez un culto californiano
más convenientemente y provechosamente colgado en los cuernos del interés actual por los
platos voladores. Lo que encontré fue un hombre muy alejado de la axiomática y bastante di-
fícil de describir.
Mi primer reacción fue que se había cometido un delito menor al permitir que se utilizara
una fotografía tan inadecuada y engañosa en la cubierta de su libro. (Los Platos Voladores han
Aterrizado) No sólo es Adamski no sólo es un hombre apuesto de manera muy individual, si-
no que aquí había un rostro fino con la integridad claramente escrita en él. También es, como
descubrí durante mis semanas allí, un rostro del que nunca se desprende una expresión de
amabilidad y paciencia. Esto no significa que Adamski haya evolucionado más allá del punto
en el que los pequeños irritantes que elevan la presión sanguínea de los seres inferiores han
dejado de pincharle por completo. Ni mucho menos. Para incidentes como una tubería recal-
citrante cuando funciona como fontanero aficionado, o la incapacidad de localizar un martillo
para mascotas, tiene un vocabulario tan normal como el de cualquier hombre. Pero su irrita-
ción rara vez se extiende a otro ser. Todos los que llegan a su puerta, ya sean aburridos, pesa-
dos o desafiantes belicosos, se encuentran con la misma paciente cortesía que los inteligen-
tes, los encantadores o los importantes en un sentido mundano. Tiene, en definitiva, verdade-
ra comprensión y compasión. Estos atributos, unidos a un sentido del humor siempre dis-
puesto, le hacen totalmente accesible en el sentido más amplio de la palabra. Tampoco exige
que todo el mundo esté de acuerdo con todo lo que cree o afirma. La suya es la verdadera hu-
mildad que impide la arrogancia.

El hecho de que Adamski posea más sabiduría que educación formal es, en su caso, una ven-
taja, que le deja libre de las cadenas que con demasiada frecuencia encadenan la mente aca-
démica. Al mismo tiempo, está asombrosamente bien informado sobre la mayoría de los te-
mas, incluidos los acontecimientos mundiales y las causas que los originan. Tal vez sea en
parte debido a esto que es una especie de profeta. Aparte de una ausencia casi total de cual-
quier tipo de adquisición material que a veces lleva a otros a aprovecharse de él, Adamski
emerge como un hombre inusualmente equilibrado.

Me inclino a creer que la notable paciencia de Adamski debe haber contribuido en gran medi-
da a que nuestros hermanos de otros planetas le hayan elegido como uno de sus emisarios
importantes en la Tierra. La de Adamski no es la paciencia fácil que se contenta con esperar y
soñar junto al fuego o bajo la sombra de un árbol, sino la paciencia respaldada por la acción.
Por ejemplo, una vez que se convenció de la naturaleza extraterrestre de los extraños objetos
que había visto en los cielos, se dedicó a conseguir pruebas fotográficas de su realidad. Que
se trataba de un proyecto de grandes proporciones debería ser obvio.

Los riesgos meteorológicos y la duración del proyecto no disuadieron a Adamski. En realidad,


pasaron cinco años (de 1948 a 1952) antes de que, entre cientos de intentos, tuviera una o
más fotografías exitosas de cada tipo diferente de nave espacial que había observado. Sólo
entonces consideró completa la etapa inicial de su investigación sobre los platillos. Desde en-
tonces se han hecho públicas fotografías tomadas en muchas partes del mundo que muestran
el mismo tipo de naves, corroborando las fotografías de Adamski.

Leonard G. Cramp, M.S.I.A., hizo dibujos ortográficos comparativos del Scout Venusino de
Adamski y de la nave fotografiada por Stephen Darbishire, de trece años, en Inglaterra (el
"Plato de Coniston") y demostró que ambos son idénticos en estructura y medidas. Estos di-
bujos aparecen en el libro de Cramp "Espacio, Gravedad y Platos Voladores" (lectura recomen-
dada para científicos y técnicos).*

Antes de dejar las Terrazas de Palomar, sugerí que, en beneficio de los que inevitablemente
pedirían "pruebas concretas", sería bueno incluir en este libro algún tipo de justificación de
testigos por parte de personas que actualmente no tienen que guardar silencio por conside-
raciones de seguridad o personales; o quizás fotografías del interior de una nave espacial, o
de algún artículo fabricado en otro planeta. Aunque entendía la explicación de Adamski de
por qué creía que esas pruebas servirían de poco, seguía interesada en conocer las reaccio-
nes a la falta de ellas de los muy variados amigos y conocidos a los que iba a ver. Entre ellos
había destacados científicos, periodistas, profesores de diversas materias y sofisticados pro-
fanos.

Encontré un interés general por los platos voladores más agudo de lo que había previsto.
Además, no sólo había sorprendentemente poco escepticismo con respecto al hecho de estas
extrañas naves en nuestros cielos, sino una disposición a creer que eran de origen interpla-
netario. Lo que pocos podían tragar era que George Adamski había visto y hablado con nues-
tros vecinos de otros planetas y que se había subido a sus naves.

La falta de un amplio conocimiento del espacio exterior se admitía fácilmente. Muchos de


nuestros científicos ya no sostienen el concepto de distancia innavegable entre planetas, ni la
vieja vara de medir de los años luz como base para calcular el elemento tiempo. Hay que re-
conocer que las corrientes del espacio (a falta de un término mejor) son todavía misterios
por explorar. La conquista de la gravedad todavía está en el futuro.

Como es innegable que la ciencia ha dado pasos gigantescos en el transcurso de nuestra vida,
a veces es fácil olvidar que aún somos niños en nuestra comprensión del vasto Universo del
que somos una parte tan pequeña. Pasamos por alto el patrón continuo a lo largo de la histo-
ria de la humanidad que dicta el abandono forzoso o la modificación de las suposiciones y
conclusiones de ayer a la luz de los nuevos descubrimientos del día siguiente. Cuanto más
madura es la mente del hombre, más plenamente se da cuenta de que los interminables mila-
* Publicado en 1954 en EE.UU. por el British Book Centre.
gros de una creación infinita no pueden ser medidos completamente por ninguna vara de
medir que él pueda concebir. Esta es una comprensión emocionante, no aterradora o desalen-
tadora. Sólo la mente inmadura rechaza rápidamente como imposible o alarmante todo lo
que se encuentra fuera de su pequeña experiencia física o más allá de la comprensión de su
limitada imaginación.

Como estudioso de la historia y de la naturaleza humana, Adamski es plenamente consciente


de que, al relatar experiencias tan alejadas de los acontecimientos ordinarios de este conflic-
tivo planeta, se expone a ataques de fuentes previsibles. Y aunque me doy cuenta de que cual-
quier aspiración que pueda ser lanzada sobre su cordura o veracidad no tiene poder para
perturbarlo personalmente, también sé la importancia que le da a la difusión de la verdad so-
bre las naves espaciales y su misión amistosa a los pueblos divididos de nuestra Tierra. Por
ello, y dado que me encontré con la exigencia de "pruebas concretas" para fundamentar las
afirmaciones de Adamski, le escribí para preguntarle de nuevo si podía aceptar que se incor-
porara algo en esa línea en este libro. Creo que su respuesta justifica su punto de vista de for-
ma mucho más contundente de lo que yo o cualquier otra persona podríamos exponer. Por lo
tanto, le pedí y recibí su permiso para citar su carta como sigue:

Terrazas de Palomar

Star Route, Valley Center, California

Querida Charlotte:

He leído tu carta con mucho interés, y aunque todas las diferentes fases parecen tener senti-
do por un lado, por otro no lo tienen. No quiero criticar a nadie, pero la mayoría de las perso-
nas que se han formado en un campo concreto, independientemente de quiénes sean o de la
posición que ocupen, suelen estar dominadas por una adhesión demasiado fiel a los surcos
tradicionales y convencionales.

Como ya he dicho, tengo testigos de uno de mis viajes en una nave espacial. Ambos son cientí-
ficos que ocupan altos cargos. Una vez que sean capaces de hacer una declaración, el panora-
ma cambiará de la noche a la mañana. Sin embargo, tal y como están las cosas hoy en día con
todo clasificado como Seguridad, por el momento deben permanecer en la sombra. Cuando
crean que pueden dar a conocer las pruebas que tienen sin poner en peligro la defensa nacio-
nal ni a ellos mismos, han dicho que lo harán a través de la prensa. Qué tan pronto será eso,
su suposición es tan buena como la mía. Pero gracias a que estuvieron conmigo a petición de
los Hermanos, se están moviendo algunas cosas en nombre de los Hermanos y del público en
general que de otra manera no podrían haberse iniciado. Y por mucho que nos gustaría, no
podemos hablar de estas cosas todavía porque las buenas intenciones pueden tener malas re-
acciones. Todo lo que se hace antes de tiempo puede arruinar los mejores comienzos.

Además, recuerda que también existe otra vertiente en este asunto de las pruebas, de la que
estás plenamente informada y comprendes la razón por la que debemos esperar con pacien-
cia el cumplimiento de nuestras esperanzas. Precisamente el otro día recibí una carta en la
que se indicaba que esas posibilidades se están mostrando y parece que finalmente el apoyo
vendrá de esa fuente, lo que sería una bendición para el mundo. Así que de nuevo tengo que
esperar con fe, dejando que el tiempo sea el juez.

Puedo ver tu punto sobre los testigos personales que, libres de seguridad o razones persona-
les, estarían en libertad de hablar y apoyarme. Pero al igual que los escépticos cuestionarían
mi propia declaración jurada, ¿no cuestionarían la de cualquier otra persona? Esto se com-
probó en relación con el testimonio jurado de los testigos presentes en la reunión descrita en
Los Platos Voladores han Aterrizado. Cuando un crítico es un crítico, uno puede traer al Todo-
poderoso ante él y aún así cuestionará. Incluso el hombre medio se apresura a dudar de cual-
quier cosa que sea nueva para él.

Cuando se trata de artículos concretos hechos en otro planeta que podría producir, ¿servirían
realmente? Aparte de la imposibilidad de mostrarlos a todos los lectores del libro, nos encon-
tramos con la misma historia de siempre en lo que respecta a las fotografías de tales cosas.
¿No se pueden anticipar comentarios como "Adamski inventó esto o aquello y lo fotografió", o
"qué tiene de diferente esta copa, o aquel trozo de material"? Y de hecho, a juzgar por lo que
he visto personalmente a bordo de la nave espacial, no hay más diferencia superficial entre
una copa venusina y la nuestra que entre los mil y un tipos muy variados que se fabrican aquí
en la Tierra.

Mira lo que han dicho sobre las fotos de la nave espacial que muestran objetos totalmente di-
ferentes a los fabricados en la Tierra, y que han sido fotografiados por muchas personas en
diferentes partes del mundo. Así que, se mire como se mire, a no ser que la propia persona
tenga ese algo necesario para reconocer la verdad, daría igual lo que se presentara como
prueba, seguiría queriendo una prueba concreta que se ajustara a su propio entendimiento, ig-
norando todas las demás mentes del mundo.

Es casi así: el que tiene la profundidad de la vida dentro de su ser no necesita nada de esto,
pero el que no la tiene, como dijo Jesús, "pedirá señales, pero no se le darán", porque si las tu-
viera, los dudosos no las entenderían. Sus palabras son igual de ciertas hoy en día.
Quien tiene la verdad no pide pruebas, pues su sentimiento interior reconoce esa verdad que
es en sí misma una prueba. Y tenemos una corroboración sobresaliente de esto con respecto
a Los Platos Voladores han Aterrizado. Como sabes, no soy nadie, y vivo por preferencia en las
montañas en lugar de en una ciudad donde podría conocer a "toda la gente adecuada". En ese
libro había mucho material para que los psicólogos, los psicoanalistas y los críticos profesio-
nales trabajaran, ¡y lo hicieron! Sin embargo, el libro ha dado la vuelta al mundo. Usted leyó
muchas de las cartas que recibimos y vio que, aunque algunas eran de carácter escéptico y
crítico, la mayoría eran elogiosas. Observaste cuántas personas contaban sus propias expe-
riencias personales de las que, por no poder presentar ninguna "prueba concreta", temían
hablar; o bien, habían intentado contarlas a amigos y familiares, ¡con resultados infelices!

¿No eran las supuestas autoridades de antaño, al igual que hoy, las que criticaban y despre-
ciaban todo lo que se proponía para la mejora del hombre? El tipo de prueba que se exigía era
prematuro y no podía darse con sabiduría. Pero el tiempo y la paciencia acabaron por reivin-
dicar a los que propusieron las ideas. La humanidad es hoy mucho mejor gracias a ellos, no a
los escépticos. Hoy no es diferente. Pero permíteme asegurarles una cosa. Los Hermanos no
nos fallarán si seguimos su guía, como tampoco nos fallaron en Los Platos Voladores han Ate-
rrizado. Si bien nosotros, los humanos, hicimos muy poco para difundirlo hasta allí, alguien
más debió ayudar en gran medida. Por lo tanto, sigamos sin demasiados cambios el procedi-
miento que se inició con el primer libro. Estoy seguro de que no nos equivocaremos. ¡Que los
críticos pregunten! Su misma oposición puede servir de estímulo para su propia curiosidad,
haciéndoles entrar en una investigación o análisis más profundos. La verdad siempre preva-
lecerá a pesar de las opiniones personales o limitadas.

En cuanto al análisis del pequeño trozo de escoria metálica al que me refiero en el libro y que
usted tuvo en la mano, he dudado debido a una experiencia anterior. Hace algunos años hice
un mal análisis químico de un trozo de aleación metálica que sabía con certeza que no proce-
día de este planeta. Lo primero que pensé fue en un análisis y se lo entregué a un científico
para que lo hiciera. Cuando llamé por teléfono para preguntar el resultado, este hombre pare-
cía muy emocionado. Pero cuando le vi más tarde en su laboratorio, se había controlado (o al-
guien lo había hecho) y trató de quitarse de encima todo el asunto.

Cuando dijo que no era nada que no pudiera recogerse en cualquier desguace viejo, natural-
mente insistí en exigir una declaración explícita de sus resultados. Entonces admitió que ha-
bía "ligeras diferencias" en la composición con respecto a cualquier aleación habitual, pero
dijo que eso podía haber ocurrido por una variación en el calentamiento o por algún "ligero
accidente" que había pasado desapercibido en su momento, haciendo así improbable la du-
plicación de la aleación.

Esa experiencia me enseñó una lección y no tengo ningún deseo de arriesgarme a perder el
pequeño trozo de escoria metálica que viste, y que sé que "no es de esta Tierra", entregándolo
a nadie hasta que no tenga la certeza de que se busca sinceramente la verdad y que ésta se
dará a conocer.

Reconozco que mi sabiduría es muy poca en comparación con la de los Hermanos. Por lo tan-
to, dejo todas las decisiones en sus manos, como harías tú. Tengo razones para creer que se
esfuerzan por establecer contactos en otras partes del mundo, de modo que nadie, ni siquiera
el más escéptico, pueda acusarme de engañar tal vez a un compañero testigo, o incluso de
comprarlo para que apoye mis declaraciones, en caso de que intente presentar a uno cuyo
nombre no tenga peso en el mundo.

Tal vez los Hermanos de otros planetas estén esperando a que el ser interior de los hombres
de la Tierra se agite ligeramente hacia una etapa de despertar, con el deseo de vivir mejor en-
tre sus semejantes. Tal vez la fe sea de suma importancia; no la fe ciega, sino esa fe conoce-
dora que sólo proviene del interior y que no puede desviarse de lo que sabe que es verdad. El
primer libro contribuyó a ese despertar. El propósito de este libro es estimular esta actividad
para que crezca y se comprenda aún más.

Los hechos descritos en el primer libro no contaban con ningún tipo de apoyo científico. Pero
eventos que han tenido lugar desde la publicación, y que provienen de diferentes partes del
mundo han demostrado un mayor apoyo que cualquier cosa que pudiera haber producido en
la fecha de publicación. Esto ha sucedido a pesar de las fuerzas opositoras que, por las razo-
nes que sean, no desean que la que la verdad salga a la luz. Lo mismo ocurrirá con este libro.
He estado bien protegido contra muchas cosas, así como guiado. Hasta ahora, los Hermanos
nunca me han defraudado. Así que si esperamos pacientemente y con tranquila confianza, las
cosas saldrán como deben. Habrá más abundantes pruebas en todo el mundo de las que yo,
como hombre, podría recibir o, a su vez, dar.

Siempre,

George Adamski
Prólogo

Por Desmond Leslie

Cuando fui coautor de Los Platos Voladores han Aterrizado con George Adamski, nunca lo ha-
bía conocido. Mi editor y yo estábamos de acuerdo en que su testimonio de que había contac-
tado con un plato volador en tierra era suficiente para justificar la publicación de su relato.
Los acontecimientos posteriores demostraron que estábamos justificados. En noviembre de
1958, un mes después de la publicación de nuestro libro, un objeto casi idéntico al fotografia-
do por Adamski sobrevoló Norwich, Norfolk, y fue observado por siete miembros de la Aso-
ciación Astronómica Británica y de la Sociedad Astronómica de Norwich, uno de los cuales, el
Sr. Potter, hizo un dibujo que mostraba un platillo con una cúpula y un anillo de ojos de buey,
casi idéntico en apariencia a las fotografías de Adamski.

El 15 de febrero de 1954, dos niños de trece y ocho años tomaron una foto de un objeto que
había descendido de las nubes sobre Coniston, Lancashire. La foto estaba algo desenfocada,
pero era lo suficientemente clara como para mostrar al plato, la cúpula, cuatro ojos de buey y
una especie de tren de aterrizaje de bola, similar a las fotografías de Adamski. La única dife-
rencia, por lo que se puede ver en un examen aproximado, es la diferencia de ángulo. Esta
fotografía parecía haber sido tomada con un ángulo de unos 250 con respecto al eje vertical
del platillo, mientras que la correspondiente fotografía de Adamski fue tomada con un ángulo
de unos 500. Una investigación exhaustiva demostró que los chicos no habían (1) falsificado
el negativo, ni (2) fotografiado un modelo copiado de las fotografías de Adamski. Más tarde,
Leonard Cramp, M.S.LA. (autor de un reciente libro científico titulado Espacio, Gravedad y los
Platos Voladores), quien, mediante un proceso de proyecciones ortográficas, demostró que el
platillo de Coniston tenía las mismas proporciones que el “Scout” de Adamski, y que si los chi-
cos hubieran hecho un modelo habrían tenido que hacer primero proyecciones ortográficas y
luego construir su modelo a escala. Esto también habría requerido el corte de varias curvas
parabólicas reales en un torno. Los chicos no tenían acceso a un torno y no sabían nada de
proyecciones ortográficas, y dudo que supieran cortar curvas parabólicas.

Muchos habían acusado a Adamski de fotografiar una pantalla de lámpara. La aparición de


una gran "pantalla de lámpara" sobre Norwich y, más tarde, su repentino descenso de los cie-
los de Lancashire, sugieren que la "pantalla de lámpara" en cuestión debía poseer sorpren-
dentes cualidades de autopropulsión, incluida la capacidad de volar a través del Atlántico, a
seis mil millas de California. Además, cabe señalar que, si Adamski hubiera fotografiado una
pantalla o cualquier otro objeto fabricado, es de suponer que, tarde o temprano, un segundo
objeto similar de la misma línea de producción aparecería en posesión de alguien y sería
identificado. Los negativos de Adamski fueron examinados por el mejor fotógrafo de trucos
de Cecil B. de Mille, Fey Marley, quien declaró que, si eran falsos, eran los mejores que había
visto, y también por Joseph Mansour, jefe de Jetex Model Aircraft, quien dijo que, en su opi-
nión, no eran fotografías de modelos sino de objetos grandes de unos treinta pies de diáme-
tro.

Fui a Estados Unidos y examiné todas las películas y el equipo de Adamski en el verano de
1954, Tiene un buen telescopio reflector newtoniano de seis pulgadas. Sobre el ocular coloca
un tipo de cámara muy primitivo, que consiste simplemente en una caja, un obturador accio-
nado por una bombilla y una corredera en la parte posterior para las placas. Esta cámara se
coloca directamente sobre el ocular del telescopio, que hace las veces de objetivo.

Con este equipo fotografié un modelo de platillo volante suspendido a cierta distancia. El re-
sultado fue exactamente igual a una maqueta de plato volador suspendida a cierta distancia.

Los testigos del contacto de Adamski en el desierto el 20 de noviembre de 1952 me contaron


sus propias historias. Habían observado la gran nave en forma de cigarro sin alas cuando pa-
só por encima de Desert Center esa mañana. Habían visto a Adamski hablando con otra per-
sona que estaba vestida con una sola prenda de color marrón. Cuando se reunieron con
Adamski tras la partida del visitante, todos habían examinado los dos juegos de huellas en el
desierto: las de Adamski y otro juego del tamaño de una mujer "talla cuatro". Se tomaron
moldes de yeso, uno de los cuales tengo ahora en mi escritorio mientras escribo. Las huellas
de Adamski conducen de nuevo al grupo; el otro conjunto simplemente desaparece en el pun-
to en el que la nave había estado rondando.

Visité el lugar exacto este mes de agosto y comprobé que, aunque la temperatura del aire era
de alrededor de 100°F., mis pies dejaron huellas bien definidas. Atribuyo la firmeza de la are-
na al hecho de que estaba parado en un antiguo curso de agua y que posiblemente había hu-
medad debajo.

Los seis testigos del contacto de Adamski -el Dr. y la Sra. George Williamson, el Sr. y la Sra. Al
Bailey, la Sra. Lucy McGinmnis y la Sra. Alice Wells- afirman que aviones de la Fuerza Aérea
que volaban a baja altura estuvieron dando vueltas y haciendo picadas durante todo el episo-
dio; esto nunca ha sido confirmado ni negado por la Fuerza Aérea.
Adamski no fue el primero en afirmar el contacto con una nave espacial aterrizada. Seis me-
ses antes (junio de 1952) un mecánico llamado Truman Bethurum, que realizaba un trabajo
de construcción en la Mesa Mormón, en el desierto de Mojave, afirma haber hecho varios
contactos con la tripulación de un gran plato que le invitó a subir a bordo. Me pareció que
Bethurum tenía muy poca imaginación para haber inventado su historia. También resultó que
su jefe, E. E. White, de la empresa constructora Wells Cargo (¡no Fargo!), había visto al platillo
llegar a tierra desde una distancia de una milla y media y había supuesto, con la luz morteci-
na, que se trataba de un avión de pasajeros inutilizado. Y en una ocasión posterior, White y
otras personas vieron a dos miembros de la tripulación del Plato. No creo que Bethurum en-
tendiera del todo lo que había visto ni lo que le habían contado sus extraños visitantes, sino
que sólo tuvo algún tipo de experiencia con un objeto extraterrestre y su tripulación. Como
suele ocurrir, la historia mejora con el relato. Pero hay una grabación original en la que, asus-
tado y preocupado, cuenta entrecortadamente lo que le ocurrió cuando aún estaba fresco en
su memoria.

Mi propia impresión de Bethurum fue que era un hombre bondadoso y poco imaginativo,
sencillo pero sincero, que se encontraba en el mismo tipo de dificultad que un nativo de la
selva brasileña que intentara describir a su pueblo el helicóptero que había aterrizado y la
sorprendente tripulación de hombres blancos que había en él.

Con Daniel Fry fue una historia diferente. Fry era un ingeniero del gobierno que trabajaba en
el campo de pruebas de White Sands, en Nuevo México, en 1950. Una noche, según él, ate-
rrizó un pequeño platillo y una voz le invitó a subir a bordo (procedente de una especie de ra-
dio, ya que la nave estaba controlada a distancia desde una nave nodriza) y le explicó el es-
quema de su construcción y propulsión.

El documento de Fry es lo contrario del de Bethurum -técnico, preciso-, típico de un ingenie-


ro acostumbrado a los hechos y las cifras. Fry afirma que su contacto tuvo lugar hace cuatro
años, pero en aquel momento se lo contó a muy poca gente por miedo a perder su trabajo o a
que le consideraran loco.

Poco después de conocerle, se ofreció voluntariamente (algunos dicen que le obligaron) a so-
meterse a la prueba del detector de mentiras en la televisión. Fry, siendo ingeniero, tomó la
precaución de hacer su propia prueba para ver si podía detectar las mentiras del detector de
mentiras. Para ello, dio deliberadamente una edad, un lugar de nacimiento, etc. falsos, que el
detector registró como respuestas verdaderas. En cuanto a su propia experiencia, el detector
registró la falsedad. Después de esto, una de nuestras investigadoras, la Sra. Manon Darlaine
de Hollywood, escribió sobre esto a su amigo J. Edgar Hoover, jefe del F.B.I. Hoover respondió
que el detector de mentiras era totalmente poco fiable, ya que sólo registraba los cambios
emocionales, y por esa razón había condenado su uso en la investigación criminal. Las prue-
bas personales de Fry, realizadas sin el conocimiento de los operadores, demostraron bastan-
te bien que esta investigación en particular era inútil.

Los tres hombres, Adamski, Bethurum y Fry, afirman que sus experiencias son concretas y fí-
sicas, que no tienen nada que ver con el ámbito psíquico. Son realistas en su conversación, se-
ñalando que, por lo que pueden ver, simplemente estuvieron presentes cuando miembros de
una civilización más avanzada nos visitaron, nada más. Me parecieron hombres fiables, de-
seosos de decir la verdad, que admitieron que era difícil recordar una experiencia tan grande
con palabras normales. Todos ellos han sufrido como resultado de sus experiencias. Sin duda,
los nativos que informaron del aterrizaje del helicóptero en la selva sufrieron lo mismo por
parte de los incrédulos y los supersticiosos.

En cuanto a los supersticiosos, vale la pena señalar que la franja lunática de los psíquicos no
entrenados se ha trasladado a los platos voladores con el grave peligro de desacreditar todo
el asunto.

Sería muy triste que la verdad se perdiera bajo una cortina de humo de tonterías autocom-
placientes. Porque si los platillos son reales, nuestro planeta se encuentra al borde de los
mayores descubrimientos científicos, sociológicos y filosóficos desde el inicio de los tiempos.

Un socio de Sudamérica, Ed Martins, vino al Monte Palomar mientras yo me quedaba con


Adamski en julio, trayendo varios informes de aterrizaje de Sudamérica que parecían seguir
el mismo patrón: nave circular grande, seres humanos normales de buen aspecto dentro, po-
deroso campo de fuerza electromagnético rodeando la nave. Desde Canadá recibimos infor-
mes personales de un relojero llamado Galbraith que vive cerca de Swastika, Ontario. En
1948 afirma haber visto aterrizar dos grandes naves. En ambas ocasiones un hombre se bajó
y recogió algunas muestras de tierra del suelo. El hombre parecía amistoso. Pero el campo de
fuerza que emanaba de la nave era tan poderoso que -en palabras de Galbraith- "aplastó la hi-
erba y me hizo retroceder". En la segunda ocasión, una patrulla de policía buscaba en el bos-
que a un criminal fugado. Vieron la luz en el bosque pero no pudieron acercarse, encontran-
do, según dijeron, un muro invisible. También Galbraith dice que este "muro" de energía le
impidió acercarse, aunque pudo ver claramente la nave (estaba al otro lado del bosque)
mientras su ocupante le sonreía tranquilizadoramente. Este "muro" invisible figura en algu-
nos de los informes recientes sobre aterrizajes en Francia e Italia. El problema de estos infor-
mes europeos es que casi todos fueron hechos por agricultores aterrorizados. Cuando un
hombre está asustado no puede registrar claramente lo que ha visto. Un asociado, Jef Athie-
rens, un reportero en Bélgica, me dijo que había entrevistado personalmente a algunos de es-
tos agricultores. Estaba convencido que habían visto "algo muy inusual en tierra", pero lo que
era es difícil de determinar debido al elemento de miedo que niega la observación precisa.

Ha habido muchos otros informes de aterrizaje en los últimos dos años: algunos han resulta-
do ser bromas evidentes, y en esta categoría habrá sin duda muchos más. No creo que todos
ellos sean chiflados y bromistas. El único problema es que contra su testimonio tenemos todo
el peso de la astronomía moderna, que afirma haber demostrado bastante bien que la vida en
nuestra forma en otros planetas de este sistema es imposible. O uno u otro deben estar equi-
vocados. Es demasiado fácil descartar a un mero puñado de hombres cuando tenemos la
"ciencia" para respaldarnos, pero esa es la salida perezosa. Las afirmaciones de que el mundo
era redondo, de que la cera podía grabar el sonido, de que el éter podía transportar ondas de
radio, de que los rayos podían penetrar y "ver dentro" de la materia, de que una máquina más
pesada que el aire podía volar, han sido todas desestimadas en su día por ser imposibles y
contrarias al conocimiento científico. El último libro que ha aparecido sobre el planeta Marte
ha sido escrito por el Dr. Hubertus Strughold (Este Planeta Verde y Rojo). Demuestra que si
nuestros instrumentos y su información son correctos, la vida orgánica inteligente tal como
la conocemos no podría durar ni diez segundos en Marte. Pero Strughold termina admitiendo
que tal vez hayamos pasado por alto "algún factor crucial" y que realmente la única manera
de estar seguros es que viajemos a los otros planetas por nosotros mismos y lo descubramos
de primera mano.

Hay una alternativa: que los hombres de esos mundos extraños vengan a visitarnos primero.
Que nos revelen un poco de su arte, de su vida, de su sabiduría, de su ciencia, de su religión y
de su filosofía, de las que podamos beneficiarnos un poco.

Eso es precisamente lo que algunos juran que ya ha ocurrido en su vida. George Adamski, por
ejemplo, habla de las muchas horas iluminadoras que pasó en compañía de hombres de mun-
dos más evolucionados y ha conseguido recuperar parte de la belleza espiritual de sus cono-
cimientos y su filosofía.

Al principio, parece que sólo hay dos maneras de tomar este sorprendente documento. O es
cierto o no lo es. No puedo demostrar al lector que es cierto, como tampoco puedo demostrar
que no lo es. Cada uno tendrá que decidir por sí mismo.

Pero realmente es un poco prematuro para discutir. Lo principal es leerlo y estudiar las ense-
ñanzas dadas, ya que pueden ser de gran ayuda y beneficio para muchos. Para cuando hayan
sido ampliamente absorbidas y (uno espera) aplicadas, otros que hayan tenido experiencias
similares se presentarán para apoyar las afirmaciones de este pionero solitario.
El primero en lanzar una nueva verdad (o más bien un aspecto recurrente de la Verdad Úni-
ca) al mundo se ha encontrado invariablemente con el ridículo, el desprecio y los gritos de
"¡Fraude! El pionero se adelanta por naturaleza a su tiempo y es maltratado por sus semejan-
tes, cuyos nietos se rascan la cabeza y se preguntan por qué tanto alboroto, porque para ellos
todos los frutos del pionero solitario se han convertido en un hecho cotidiano y común.

Hasta entonces, Adamski se encuentra en la misma posición incómoda que el nativo de Brasil
al que le dieron un paseo en helicóptero. Ya ha tenido su paseo. El helicóptero se ha ido. In-
tenta contar a su tribu lo que ha pasado, pero no hay palabras en su lengua para describirlo
adecuadamente. Sin embargo, utilizando el lenguaje sencillo de esta Tierra, Adamski ha he-
cho todo lo posible para registrar una experiencia que no era de esta Tierra. Relatar una ex-
periencia así en su totalidad sería imposible. Debe ser necesariamente coloreada por la per-
sonalidad y el estilo narrativo del narrador, como es siempre el caso.

Pero, a pesar de estas dificultades, Adamski ha conseguido darnos una visión de una civiliza-
ción que bien podríamos envidiar; una civilización que nuestros nietos quizá tengan la suerte
de disfrutar. ¿En quién recaerá la decisión? ¿Quién decidirá si las generaciones futuras reco-
rren los caminos de las estrellas y escuchan la música de las esferas o si ellas, mutaciones
deformadas, viven en cuevas y arañan el suelo envenenado con picos primitivos para ganarse
la vida miserablemente en un mundo de horror triunfante?

Lo haremos!. La decisión depende de nosotros. La humanidad se ha presentado con un ulti-


mátum final: vivir la vida o perecer para siempre. En este nido de serpientes de gigantes ató-
micos que se pelean y de gente asustada y confusa, llega un destello de luz. Irradia desde una
hermosa nave cristalina en la que creemos que hay hombres que han dominado sus pasiones
y que nos ayudarían a dominar las nuestras, si se lo permitiéramos. No podemos permitirnos
el lujo de ignorarlos. No estamos en condiciones de sentarnos a discutir cuando los propios
cimientos de este planeta se tambalean hacia el desastre. Lee, pues, lo siguiente con la mente
abierta y comprueba si la luz de sus enseñanzas te suena a verdad.
1 - El Regreso del Venusino

Los Ángeles es una ciudad de luces y ruido, de prisas y desasosiego, que contrasta notable-
mente con la tranquila luz de las estrellas y la paz de mi hogar en la montaña. Era el 18 de fe-
brero de 1953. No había llegado a la ciudad por la emoción, sino porque me había atraído el
tipo de impresión urgente descrita en Los Platos Voladores han Aterrizado.

Siguiendo una costumbre de muchos años cuando visitaba Los Ángeles, me registré en cierto
hotel del centro. Después de que el botones llevara mi maleta a la habitación, recibiera su
propina y se marchara, me quedé de pie, inseguro, en medio del piso. Eran sólo las cuatro de
la tarde y, como literalmente no sabía qué me había traído hasta aquí, me sentía bastante des-
orientado. Me acerqué a la ventana y me quedé mirando la concurrida calle. Desde luego, no
había ninguna inspiración.

Tomé una decisión repentina, bajé las escaleras, crucé el vestíbulo y entré en la sala de cócte-
les. El encargado me conocía y, aunque al principio era escéptico, después de hablar conmigo
y ver mis fotografías de las naves, se había interesado mucho. Me saludó cordialmente. Des-
pués de charlar un poco, me dijo que varias personas se habían interesado por sus informes
sobre los platillos y que le habían pedido que les llamara por si yo venía.

Esperó mi reacción y apenas supe qué decir. Al menos de momento, no tenía planes. Aunque
no me apetecía especialmente dar una conferencia informal a un grupo de desconocidos, por
otro lado me parecía una forma tan buena como cualquier otra de pasar el tiempo mientras
esperaba... bueno, ¡lo que fuera que estuviera esperando!

Di mi consentimiento y pronto se reunió un grupo de hombres y mujeres. Su interés parecía


sincero y respondí a sus preguntas lo mejor que pude.

Eran casi las siete de la tarde cuando me excusé y me dirigí a la calle para cenar. Elegí estar
solo, con la única compañía de la persistente sensación de "algo va a pasar".

Después de comer a medias, volví al hotel. En el vestíbulo no había nadie a quien conociera, y
el bar no tenía más atractivo para mí. De repente, me acordé de la señorita M-, una joven
estudiante mía que vivía en la ciudad. Hacía tiempo que no podía subir a nuestra casa de la
montaña y me había pedido que la llamara la próxima vez que bajara. Entré en una cabina
telefónica y marqué su número. Parecía encantada de saber de mí. Sin embargo, al no tener
coche, me explicó que podría tardar una hora o más en llegar en tranvía.

Compré un periódico vespertino y, para evitar encontrarme con alguien que pudiera recono-
cerme, me lo llevé a la habitación. Después de leer lo que me interesaba, me obligué a leer los
artículos que normalmente habría omitido, en un intento de disciplinar la inquietud que aho-
ra impregnaba toda mi conciencia.

Antes de que terminara la hora, bajé al vestíbulo para esperar a la señorita M- y ella llegó
unos quince minutos después. Hablamos un buen rato y logré aclararla en lo que respecta a
una serie de problemas que, encerrados en su mente, habían crecido fuera de toda propor-
ción. Su gratitud fue conmovedora y me dijo que siempre había tenido la esperanza de que yo
viniera a la ciudad a ayudarla.

Mientras caminaba con ella hacia la esquina donde tomó el tranvía, me pregunté si el impulso
que me había llegado en las montañas podría haber sido su mensaje telepático. Pero cuando
volví a estar en silencio en el vestíbulo del hotel, supe que ésa no podía ser la explicación. Esa
sensación seguía conmigo, más fuerte que nunca.

Miré mi reloj de pulsera y vi que marcaba las diez y media. Lo tardío de la hora, sin que hu-
biera ocurrido nada de extraordinaria importancia, me hizo sentir una ola de decepción. Y
justo en ese momento de depresión, se acercaron dos hombres, uno de los cuales me llamó
por mi nombre.

Ambos eran unos completos desconocidos, pero no había ninguna vacilación en sus modales
cuando se acercaron, y nada en su aspecto indicaba que fueran algo más que jóvenes empre-
sarios normales. Como yo había dado conferencias en Los Ángeles, había hecho apariciones
en la radio y la televisión, y también había recibido la visita de mucha gente de esa ciudad en
mi casa de Jardines de Palomar, ese tipo de acercamiento de desconocidos no era una expe-
riencia extraña.

Observé que ambos hombres estaban bien proporcionados. Uno de ellos medía algo más de
1,80 metros y parecía tener poco más de 30 años. Su complexión era rubicunda, sus ojos ma-
rrones oscuros, con el tipo de chispa que sugiere un gran disfrute de la vida. Su mirada era
extraordinariamente penetrante. Su pelo negro ondeaba y estaba cortado a nuestro estilo.
Llevaba un traje de negocios marrón oscuro, pero no llevaba sombrero. El hombre más bajo
parecía más joven y juzgué que su altura era de un metro setenta y cinco. Tenía una cara re-
donda de niño, una tez clara y ojos de color azul grisáceo. Su pelo, también ondulado y lle-
vado a nuestro estilo, era de color arena. Iba vestido con un traje gris y también sin sombrero.
Sonrió al dirigirse a mí por mi nombre.

Al agradecer el saludo, el interlocutor extendió su mano y cuando tocó la mía una gran alegría
me llenó. La señal era la misma que había hecho el hombre que conocí en el desierto aquel
memorable 20 de noviembre de 1952 (descrita en el libro Los Platos Voladores han...).

Por consiguiente, supe que esos hombres no eran de la Tierra. Sin embargo, me sentí total-
mente tranquilo cuando nos dimos la mano y el hombre más joven dijo: "Teníamos que en-
contrarnos con usted. ¿Tiene tiempo para venir con nosotros?".

Sin una pregunta en mi mente, ni la menor aprensión, dije: "Me pongo enteramente en sus
manos".

Juntos salimos del vestíbulo, yo caminando entre ellos. Aproximadamente una manzana al
norte del hotel, giraron hacia un aparcamiento donde tenían un coche esperando. No habían
hablado durante ese corto tiempo, pero en mi interior sabía que esos hombres eran verdade-
ros amigos. No sentí la necesidad de preguntar a dónde se proponían llevarme, ni me pareció
extraño que no hubieran dado ninguna información.

Un empleado trajo el coche y el hombre más joven se sentó en el asiento del conductor, indi-
cándome que subiera a su lado. Nuestro otro acompañante también se sentó con nosotros en
el asiento delantero. El coche era un Pontiac sedán negro de cuatro puertas.

El hombre que había tomado el volante parecía saber exactamente a dónde iba y conducía
con habilidad. No estoy familiarizado con todas las nuevas autopistas que salen de Los Ánge-
les, así que no tenía ni idea de la dirección a la que nos dirigíamos. Viajamos en silencio y me
contenté con esperar a que mis acompañantes se identificaran y explicaran el motivo de
nuestro encuentro.

Me doy cuenta de que una actitud tan confiada parecería normalmente temeraria a la luz de
la anarquía que impera en nuestro mundo actual. Pero era una actitud que seguían los hom-
bres de otras civilizaciones en presencia de hombres a los que se reconocía como poseedores
de mayor sabiduría que ellos. Esta costumbre también fue practicada por los indios america-
nos para mostrar respeto y humildad, paciencia y fe. Lo comprendí bien y me comporté en
consecuencia, pues en presencia de estos hombres percibí un poder que me hacía sentir co-
mo un niño en compañía de seres de vasta sabiduría y compasión.

Las luces y las viviendas fueron disminuyendo a medida que nos alejábamos de las afueras de
la ciudad. El hombre más alto habló por primera vez y dijo: "Has sido muy paciente. Sabemos
lo mucho que te preguntas quiénes somos y adónde te llevamos".
Reconocí que, por supuesto, me lo había preguntado, pero añadí que me conformaba con es-
perar hasta que ellos decidieran informarme. El interlocutor sonrió e indicó al conductor. "Él
es del mundo que ustedes llaman Marte. Yo soy del que ustedes llaman Saturno".

Su voz era suave y agradable y su inglés perfecto. Me di cuenta de que el hombre más joven
también hablaba suavemente, aunque su voz era más aguda. Me pregunté cómo y dónde ha-
bían aprendido a hablar tan bien nuestro idioma.

Cuando el pensamiento pasó por mi mente, fue inmediatamente reconocido. El marciano ha-
bló ahora por primera vez desde nuestro encuentro en el hotel. "Somos lo que en la Tierra
podrían llamar "contactos". Vivimos y trabajamos aquí, porque, como ustedes saben, en la
Tierra es necesario ganar dinero para comprar ropa, comida y las muchas cosas que la gente
debe tener. Llevamos varios años viviendo en su planeta. Al principio teníamos un ligero
acento. Pero eso se ha superado y, como puedes ver, se nos reconoce como terrestres.

"En nuestro trabajo y en nuestro tiempo libre nos mezclamos con la gente de la Tierra, sin
traicionar nunca el secreto de que somos habitantes de otros mundos. Eso sería peligroso,
como bien sabe. Comprendemos a vuestra gente mejor de lo que la mayoría de vosotros se
conocen a ustedes mismos y podemos ver claramente las razones de muchas de las condicio-
nes infelices que les rodean. Somos conscientes de que ustedes mismos se han enfrentado al
ridículo y a las críticas por su persistencia en proclamar la realidad de la vida humana en
otros planetas, que según sus científicos son incapaces de mantener la vida. Así que pueden
imaginarse lo que nos pasaría si insinuáramos que nuestros hogares están en otros planetas.
Si dijéramos la simple verdad -que hemos venido a su Tierra para trabajar y aprender, igual
que algunos de ustedes van a otras naciones para vivir y estudiar- nos tacharían de locos.

"Se nos permite hacer breves visitas a nuestros planetas de origen. Al igual que ustedes anhe-
lan un cambio de escenario o ver a viejos amigos, lo mismo ocurre con nosotros. Es necesario,
por supuesto, organizar tales ausencias durante las vacaciones oficiales, o incluso durante un
fin de semana, para que no nos echen de menos nuestros asociados aquí en la Tierra."

No pregunté si mis acompañantes estaban casados y tenían familia aquí en nuestro planeta,
pero tuve la impresión de que no era así. Durante unos minutos, el silencio volvió a ser ininte-
rrumpido mientras pensaba en la información que me habían dado. Me pregunté por qué ha-
bía sido elegido para recibir su amistad y por qué los hombres de otros mundos me habían
dado estos conocimientos. Sea cual sea la razón, me sentí muy humilde y muy agradecido.

Mientras pensaba en todo esto, el saturniano me dijo suavemente: "No eres el primero ni el
único hombre de este mundo con el que hemos hablado. Hay muchos otros que viven en dife-
rentes partes de la Tierra a los que hemos llegado. Algunos de los que se han atrevido a ha-
blar de sus experiencias han sido perseguidos, algunos incluso hasta lo que ustedes llaman
'muerte'. En consecuencia, muchos han guardado silencio. Pero cuando el libro en el que es-
tás trabajando llegue al público, la historia de su primer contacto en el desierto con nuestro
hermano del planeta que llaman Venus animará a otros de muchos países a escribir sus expe-
riencias. (Después de la publicación del libro "Los Platos Voladores han...", se comprobó la vera-
cidad de esta predicción)

Sentí no sólo una fuerte confianza en estos nuevos amigos, sino una abrumadora sensación
de que en realidad no éramos extraños los unos a los otros. También tuve la profunda convic-
ción de que estos hombres podían responder a todas las preguntas y resolver todos los pro-
blemas relativos a nuestro mundo; incluso realizar hazañas imposibles para los hombres de
la Tierra si lo consideraban necesario y acorde con la misión que habían venido a realizar.

Condujimos por carreteras lisas durante mucho tiempo, posiblemente una hora y media. To-
davía no tenía ni idea de la dirección en la que viajábamos, excepto para intuir que estábamos
entrando en terreno desértico. Estaba demasiado oscuro para observar los detalles del entor-
no. Mi mente seguía absorta en repasar lo que me habían contado y, como ya he dicho, había
poca conversación.

Salí de mis cavilaciones cuando, de repente, nos desviamos de la carretera lisa para entrar en
un camino áspero, estrecho y ondulado. El marciano dijo: "¡Tenemos una sorpresa para ti!".

No nos cruzamos con ningún coche en esta carretera, por la que condujimos durante unos
quince minutos. Entonces, con creciente excitación, vi a lo lejos un objeto blanco y suave que
brillaba en el suelo. Nos detuvimos a unos cincuenta pies de distancia. Calculé que tenía entre
quince y veinte pies de altura y reconocí su gran parecido con la nave, o Scout, de mi primer
encuentro casi tres meses antes.

El hombre junto al Scout parecía estar trabajando en algo relacionado con eso. Los dos cami-
namos hacia él y, para mi gran alegría, reconocí a mi amigo del primer contacto: ¡el hombre
de Venus!

Iba vestido con el mismo traje de vuelo tipo esquí que había llevado en la primera ocasión,
pero este traje era de color marrón claro con rayas naranjas en la parte superior e inferior de
la cintura.

Su radiante sonrisa dejó claro que compartía mi felicidad por este reencuentro. Después de
intercambiar saludos, dijo: "Mientras bajábamos se rompió una pequeña parte de esta pe-
queña nave, así que he estado haciendo una nueva mientras esperaba que llegaras".
Observé con curiosidad cómo vaciaba el contenido de un pequeño crisol en la arena. "El mo-
mento fue perfecto", dijo. "Estaba terminando la instalación cuando llegaste".

De repente me di cuenta de que hablaba inglés con un ligero acento, mientras que en nuestro
primer encuentro parecía incapaz de hablar nuestro idioma. Esperaba que me lo explicara,
pero como no lo hizo, me abstuve de preguntar.

En su lugar, me agaché y toqué con precaución lo que parecía ser una pequeña cantidad de
metal fundido que había arrojado. Aunque todavía estaba bastante caliente, no estaba dema-
siado caliente para ser manipulado, y lo envolví cuidadosamente en mi pañuelo, que guardé
en un bolsillo interior de mi abrigo. Todavía conservo este trozo de metal.

Aunque mis compañeros se reían de mis payasadas, no había ningún rastro de burla en su
alegría. El venusino preguntó, aunque debía saber la respuesta, "¿Para qué quieres eso?".

Le expliqué que esperaba poder aportar una prueba de la realidad de su visita y le dije que la
gente solía exigir lo que llamaban "pruebas concretas" para demostrar que no me lo estaba
"inventando todo" cuando contaba mi primer encuentro con él.

Todavía sonriendo, me contestó: "Sí, y ustedes son una raza de cazadores de recuerdos, ¿no?
Sin embargo, verán que esta aleación contiene los mismos metales que se encuentran en su
Tierra, ya que son muy parecidos en todos los planetas".

Creo que éste es un momento tan bueno como cualquier otro para decir a mis lectores que no
se me dieron nombres, tal como los conocemos, para ninguna de las personas que conocí de
otros mundos. La razón de ello me fue explicada, pero no puede ser expuesta aquí en su tota-
lidad. Basta con decir que no hay ningún misterio relacionado con esto, sino más bien un con-
cepto totalmente diferente de los nombres tal como los usamos. Aunque este estado de au-
sencia de nombres no creó ninguna incomodidad en mis encuentros reales con estos nuevos
amigos, me doy cuenta de que "ciertamente lo haría para el lector, especialmente en la última
parte de este libro a medida que los contactos aumentan. Por lo tanto, ya que los de este
mundo dependemos de nuestra propia clase de nombres para los demás, los proporcionaré.

Aunque quiero dejar muy claro que los nombres que introduzco para estos nuevos amigos no
son sus nombres correctos, quiero añadir que tengo mis propias razones para elegirlos, y que
no carecen de significado en relación con los que los llevarán a lo largo de estas páginas.

Al Marciano lo llamaré Firkon. El Saturniano es Ramu. Mi nombre para el Venusino será Or-
thon.
2 - Adentro de una Nave Exploradora Venusina

Poco después de nuestra llegada, Orthon se giró y entró en la nave, haciéndome un gesto para
que me uniera a él. Firkon y Ramu le siguieron inmediatamente. Como ya he dicho, la nave se
apoyaba sólidamente en el suelo y sólo había que subir un pequeño escalón para entrar en el
Scout.

Aunque cuando llegamos al Explorador que nos esperaba debí anticipar algo de este tipo,
ahora que estaba realmente a bordo, mi alegría sólo puede imaginarse. Mientras echaba un
primer vistazo rápido a mi alrededor, me pregunté si su propósito era simplemente mostrar-
me cómo era uno de estos exploradores por dentro, o -apenas me atreví a dejar viva la espe-
ranza- tal vez realmente llevarme en un viaje por el espacio. ...?

Entramos directamente en el compartimento de la cabina de una sola habitación a través de


una puerta lo suficientemente alta como para permitir que Ramu, el alto saturniano, entrara
sin agacharse. Cuando él, el último en entrar, puso el pie en el suelo de la cabina, la puerta se
cerró silenciosamente. Era consciente de un ligero zumbido que parecía provenir por igual de
debajo del suelo y de una pesada bobina que parecía estar empotrada en la parte superior de
la pared circular. En el momento en que comenzó el zumbido, esta bobina empezó a brillar
con un color rojo intenso, pero no emitía calor. Recordé que había notado mal una bobina tan
brillante en el Scout de mi primer contacto. Pero en aquella ocasión había emitido varios co-
lores -rojo, azul y verde- como un prisma parpadeante en el Sol.

Apenas sabía dónde mirar primero. Me maravillé de nuevo ante la increíble forma en que
eran capaces de encajar las piezas de manera que las uniones fueran imperceptibles. Al igual
que no había podido encontrar ningún rastro de una puerta de entrada al Scout de mi primer
encuentro, ahora no había rastro de la puerta que se había cerrado tras nosotros; sólo lo que
parecía una pared sólida.

Todo parecía haber ocurrido simultáneamente: el cierre de la puerta, el suave zumbido de


enjambre de abejas, el brillo de la bobina superior y el aumento de la luz dentro de la nave.

Todo era tan emocionante que me vi obligado a tomarme firmemente para concentrarme en
una sola cosa. Quería salir de esta nave con una imagen clara de todo para poder dar un re-
cuento lúcido de lo que estaba viendo.
Calculé que el diámetro interior de la cabina era de aproximadamente dieciocho pies. Un pi-
lar de unos dos pies de grosor se extendía hacia abajo desde la parte superior de la cúpula
hasta el centro del suelo. Más tarde me dijeron que se trataba del polo magnético de la nave,
mediante el cual aprovechaban las fuerzas de la Naturaleza para su propulsión, pero no me
explicaron cómo lo hacían.

"La parte superior del polo -señaló Firkon- es normalmente positiva, mientras que la parte
inferior, que como verás desciende por el suelo, es negativa. Pero, cuando es necesario, estos
polos pueden invertirse simplemente pulsando un botón".

Me di cuenta de que un buen metro y medio del suelo central estaba ocupado por una lente
clara y redonda a través de la cual se centraba el polo magnético. En los lados opuestos de
esta enorme lente, cerca del borde, había dos pequeños pero cómodos bancos curvados para
seguir la circunferencia. Me invitaron a sentarme en uno de ellos y Firkon se sentó a mi lado
para explicarme lo que ocurría. Ramu ocupó un lugar en el banco opuesto, mientras Orthon
se dirigía a los paneles de control. Éstos estaban situados contra la pared exterior entre los
dos bancos, justo enfrente de la puerta, ahora invisible, por la que habíamos entrado en el ex-
plorador.

Cuando nos sentamos, una pequeña barra flexible se colocó en nuestro centro. Esta barra es-
taba compuesta, o simplemente cubierta, por una especie de material blando recubierto de
goma.

Su propósito era obvio: un simple dispositivo de seguridad para evitar caer hacia adelante o
perder el equilibrio. Firkon explicó: "A veces, cuando una nave está bien afirmada, se experi-
menta una fuerte sacudida al cortar el contacto con la Tierra. Aunque esto no ocurre muy a
menudo, siempre estamos preparados". Sonrió y añadió: "El mismo principio que los cinturo-
nes de seguridad de sus propios aviones".

Todavía me resultaba difícil creer que me estuviera ocurriendo algo tan maravilloso. Desde
mi primer encuentro con el Venusino, después de que él se fuera y yo me quedara con una in-
decible sensación de pérdida y el anhelo de ir con él, había esperado y soñado que un día tal
privilegio podría ser mío. Ahora que parecía seguro que nos preparábamos para un viaje al
espacio, apenas podía contener mi alegría. Una y otra vez me recordaba que debía memori-
zar todo lo que vería y aprendería, para poder compartir mi experiencia con otros, aunque
fuese de forma inadecuada.

"Esta nave -continuó Firkon- fue construida para una tripulación de dos hombres, o tres a lo
sumo. Pero en caso de emergencia pueden etrar muchos más. Sin embargo, esto no suele ser
necesario. No dio más explicaciones y me pregunté si por 'emergencia' podría referirse a una
misión de rescate en caso de que otro Scout se encontrara en problemas. Estaba tan impre-
sionado por esta visión de primera mano de los asombrosos resultados de sus conocimientos
científicos que era casi imposible visualizar un fracaso de cualquier tipo. Tuve que recordar-
me a mí mismo que, después de todo, ellos también eran seres humanos y, por muy avanza-
dos que estuvieran, debían seguir estando sujetos a errores y vicisitudes.

Dirigí mi atención a los gráficos y tablas que cubrían las paredes a un metro a cada lado de la
puerta que no podía ver, y que se extendían desde el suelo hasta el techo. Eran fascinantes,
totalmente diferentes a todo lo que había visto en la Tierra, y traté de adivinar sus propósitos.
No había agujas ni diales, sino destellos de colores e intensidades cambiantes. Algunos eran
como líneas de colores que se movían por la cara de una gráfica particular. Algunas se movían
hacia arriba y hacia abajo, otras se entrecruzaban, y otras adoptaban la forma de diferentes
figuras geométricas.

No se me explicaron los significados y funciones, y dudo que pudiera entenderlo todo, pero
noté que mis tres compañeros estaban atentos a los cambios que se producían. Tuve la im-
presión de que los instrumentos indicaban, entre otras cosas, la dirección del viaje, la apro-
ximación de cualquier otro objeto, así como las condiciones atmosféricas o espaciales.

La pared, a una distancia de unos tres metros directamente detrás de los bancos en los que
nos sentamos, parecía sólida y en blanco, mientras que en los de más allá, frente a nuestro
punto de entrada, había otras gráficas algo similares, pero que diferían en ciertos aspectos de
las que he descrito. El tablero de instrumentos del piloto no se parecía a nada de lo que hu-
biera podido imaginar. La mejor comparación que se me ocurre es que se parecía a un órga-
no. Pero en lugar de teclas y registros había filas de botones. Sobre ellos brillaban pequeñas
luces, colocadas de forma que cada una de ellas iluminaba cinco botones a la vez. Por lo que
recuerdo, había seis filas de estos botones, cada una de ellas de unos dos metros de largo.

Frente a este tablero había un asiento de piloto, muy similar a los bancos en los que estába-
mos sentados los demás. Cerca de este banco, convenientemente colocado para que el piloto
pudiera utilizarlo fácilmente, había un peculiar instrumento conectado directamente al polo
magnético central.

Firkon corroboró mi suposición tácita sobre su uso diciendo: "Sí, eso es un periscopio, algo
así como los que se usan en sus submarinos".

Mientras observaba las diversas luces que parpadeaban en las caras de las cartillas y los
gráficos murales, ahora aumentando, ahora disminuyendo su intensidad, quedó bastante cla-
ro por qué se informa con tanta frecuencia de que estas naves translúcidas cambian de color
mientras se mueven por nuestros cielos. Pero hay otros factores que contribuyen. Muchos de
los cambios de color y las coronas brillantes que a menudo rodean a los platos son el resulta-
do de diferentes intensidades de energía que irradian hacia la atmósfera y la hacen luminosa
directamente alrededor de las naves, debido a un proceso algo similar a la ionización.

Dentro de la nave no había ni un solo rincón oscuro. No podía distinguir de dónde procedía la
luz. Parecía impregnar todas las cavidades y rincones con un suave y agradable brillo. No hay
manera de describir exactamente esa luz. No era blanca, ni azul, ni exactamente de ningún
otro color que pudiera nombrar. En cambio, parecía consistir en una suave mezcla de todos
los colores, aunque a veces me parecía que predominaba uno u otro.

Estaba tan absorto en tratar de resolver este misterio y, al mismo tiempo, en ver y absorber
cada detalle de esta pequeña y sorprendente nave que no me di cuenta de que habíamos des-
pegado, aunque de repente registré una ligera sensación de movimiento. Pero no había nin-
guna sensación de enorme aceleración, ni de cambios de presión y altitud, como ocurriría en
uno de nuestros aviones que fuera a la mitad de velocidad. Tampoco experimentamos ningu-
na sacudida al romper el contacto con el suelo. Tuve una impresión de tremenda solidez y
suavidad, con poca más percepción de movimiento que la del imperceptible viaje de la propia
Tierra cuando gira alrededor del Sol a dieciocho millas y media por segundo. Otros que han
tenido el privilegio de viajar en estas naves también se han visto sorprendidos por la misma
sensación de movimiento, o mejor dicho, por la casi total ausencia de él. Pero el hecho es que,
con tantas maravillas que se agolpaban en mi conciencia, sólo más tarde, después de estar de
vuelta en la Tierra, revisando las experiencias de la noche en mi propia mente, pude empezar
a ordenarlas.

Mi atención se dirigió ahora a la gran lente que tenía a mis pies. Un espectáculo sorprendente
se presentó ante mis ojos. Parecía que estábamos rozando los tejados de una pequeña ciudad;
podía identificar objetos como si estuviéramos a no más de treinta metros del suelo. Me ex-
plicaron que, en realidad, estábamos a unos tres kilómetros de altura y seguíamos subiendo,
pero que este dispositivo óptico tenía tal poder de aumento que se podían identificar y estu-
diar personas individuales, si así se deseaba, incluso cuando la nave estaba a muchos kiló-
metros de altura y fuera de la vista.

"El pilar central o polo magnético tiene una doble función", explicó mi compañero de banco.
"Además de proporcionar la mayor parte de la energía para el vuelo, también sirve como un
potente telescopio con un extremo apuntando hacia arriba a través de la cúpula para ver el
cielo, y el otro apuntando hacia abajo a través del suelo para inspeccionar la tierra de abajo.
Las imágenes se proyectan a través de él en las dos grandes lentes del suelo y el techo, como
puedes ver".

No explicó si esto se hacía electrónicamente o por algún otro medio. Sus aumentos podían va-
riar a voluntad, y sospecho que había algo más que un simple sistema óptico como el que co-
nocemos en la Tierra.

Miré hacia la cúpula translúcida. Las estrellas siempre se habían visto lo suficientemente cer-
ca como para tocarlas en el aire claro de mi casa en la montaña, pero vistas a través de esta
lente de techo parecían estar realmente encima de nosotros. Mientras alternaba entre la ob-
servación de las maravillas del cielo y la rápida Tierra que parpadeaba bajo nosotros, me fijé
en cuatro cables que parecían atravesar la lente del suelo (o inmediatamente debajo de ella),
uniéndose al poste central en forma de cruz.

El marciano, al notar mi cambio de interés, me explicó: "Tres de esos cables llevan la energía
del polo magnético a las tres bolas que hay debajo de la nave y que, como has visto, se utili-
zan a veces como tren de aterrizaje. Estas bolas son huecas y, aunque pueden bajarse para un
aterrizaje de emergencia y retraerse cuando están en vuelo, su propósito más importante es
el de ser condensadores de la electricidad estática que se les envía desde el polo magnético.
Esta energía está presente en todo el Universo. Una de sus manifestaciones naturales, pero
concentradas, se ve en forma de relámpago.

"El cuarto cable -continuó- se extiende desde el polo hasta los dos instrumentos en forma de
periscopio, el que está al lado del asiento del piloto y el otro directamente detrás de su asien-
to, pero cerca del borde de la lente central, como pueden ver. Estos instrumentos son real-
mente extensiones del sistema óptico principal y permiten al piloto ver todo lo que ocurre sin
abandonar su asiento. Pueden encenderse y apagarse, o ajustarse a voluntad, de modo que
los dos miembros de la tripulación habitual pueden hacer pleno uso del telescopio sin inter-
ferir unos con otros."

Toda la maquinaria estaba bajo el suelo de este compartimento, y bajo la brida exterior, como
se ve claramente en la fotografía de este Scout. En realidad no vi nada de eso, pero me mos-
traron un cuarto muy pequeño que servía tanto de entrada al compartimiento que contenía la
maquinaria, como de taller para reparaciones de emergencia. Aquí había una pequeña fragua
y algunos armarios en los que, supuse, se guardaban las herramientas y los materiales nece-
sarios.

Mientras miraba a través de la puerta de esta sala, nuestro piloto dijo: "Prepárense para el
aterrizaje. Estamos cerca de nuestra nave nodriza".
No podía creerlo. Parecía que sólo habían pasado unos minutos desde que habíamos entrado
en el Scout.

Un momento antes, la pared detrás del banco en el que habíamos estado sentados parecía só-
lida. Ahora empezó a aparecer un agujero redondo. Observé con asombro cómo se iba abrien-
do, como el iris de una cámara fotográfica. Al poco tiempo, apareció un ojo de buey de unos
dieciocho centímetros de ancho. Esto explicaba los ojos de buey de mis fotografías de la nave,
de los que hasta ahora no había visto ninguna señal. (La fotografía que lleva el número 1 en la
lista de ilustraciones de este libro.- El Editor).

Al igual que la puerta por la que habíamos entrado, sus revestimientos encajaban tan estre-
chamente que eran indetectables cuando estaban cerrados. Recordando lo que mis fotos ha-
bían mostrado, razoné que debía haber cuatro ojos de buey en cada lado, lo que hacía un total
de ocho.

"Así es", asintió Orthon para corroborarlo, "y el toque de un botón puede abrirlos todos o uno
por uno, y por supuesto se cierran de la misma manera".

Mientras el piloto nos alertaba de nuestro inminente aterrizaje, el marciano dijo: "¡Te intere-
sará ver esto!".

Ante la perspectiva de desembarcar realmente en una nave nodriza, mi emoción aumentó


hasta un punto imposible de describir. Luchando por mantener la compostura, mi mente for-
muló la pregunta de dónde estaba esperando la nave nodriza y de qué manera haríamos el
desembarco.

Al instante, Orthon respondió a ambas preguntas no formuladas. "Esta es la misma gran nave
nodriza que te alertó a ti y a tu grupo en el desierto el año pasado en nuestro primer encuen-
tro. Nos ha estado esperando aquí arriba y en este momento se encuentra a unos cuarenta
mil pies sobre vuestra Tierra. Observa y verás cómo estas pequeñas naves aterrizan y entran
en sus portadores".

Fascinado, me asomé por los ojos de buey. Allí, debajo, pude distinguir una gigantesca som-
bra negra inmóvil bajo nosotros. A medida que nos acercábamos, su enorme volumen parecía
extenderse hasta casi perderse de vista, y pude ver sus vastos lados curvándose hacia afuera
y hacia abajo. Lentamente, muy lentamente, nos fuimos acercando hasta que estuvimos casi
encima del gran vehículo. No me asombré cuando mi compañero me dijo que tenía unos cien-
to cincuenta pies de diámetro y cerca de dos mil pies de longitud. El espectáculo de aquella
gigantesca nave portaaviones con forma de cigarro colgando inmóvil en la estratósfera nunca
se borrará de mi memoria.
3 - La Nave Nodriza Venusina

Nuestra pequeña nave se deslizó hacia la parte superior de la nave nodriza, de forma muy
parecida a la de un avión que aterriza en la cubierta de un portaaviones. Mientras observaba,
apareció una escotilla o abertura curvada que me recordaba a una gran ballena abierta. Los
que hayan visto las fotografías de esta nave recordarán que tiene un morro romo ligeramente
inclinado hacia abajo. Esta escotilla estaba situada en el extremo del cuerpo cilíndrico prin-
cipal, justo antes de que la inclinación del morro se hiciera perceptible. Al aterrizar, el Scout
avanzó hacia la escotilla, inclinándose hacia abajo al comenzar su viaje hacia el interior de
esta poderosa nave. Aquí, por primera vez, tuve una sensación de caída en la boca del estó-
mago. Imagino que esto se debía al hecho de que el platillo ya no utilizaba su propia energía,
sino que ahora estaba sujeto a la gravedad de la nave madre. Seguimos descendiendo en un
ángulo no demasiado pronunciado, la brida del Explorador se desplazaba sobre dos raíles
lenta y suavemente, su velocidad de descenso estaba controlada por la fricción y el magnetis-
mo de la brida. Me di cuenta de que Orthon tenía un control total sobre esto, ya que una vez
estuve a punto de perder el equilibrio y él detuvo la nave momentáneamente mientras yo lo
recuperaba. Luego, el lento y suave deslizamiento continuó hasta que alcanzamos lo que con-
sideré la posición intermedia entre la parte superior y la inferior de la nave nodriza. Aquí el
explorador se detuvo y la puerta se abrió instantáneamente.

Vi a un hombre de pie en el exterior, sobre una plataforma de unos cuatro metros de largo y
seis de ancho. Sostenía algo que parecía una pinza de metal unida a un cable. No era muy alto
-supongo que un metro y medio- y me di cuenta de que tenía una complexión más oscura que
cualquiera de los espaciales que había visto. Llevaba un traje de vuelo marrón similar en co-
lor y estilo al que llevaba Orthon en nuestro primer encuentro. El pelo negro asomaba bajo
una gorra oscura tipo boina.

Seguí a Firkon fuera del explorador y Ramu vino detrás de mí. Orthon fue el último en salir. El
hombre de la boina sonrió y asintió a cada uno de nosotros cuando salimos de la plataforma,
pero no se intercambiaron palabras.

Desde la plataforma, una docena de escalones conducían a una de las cubiertas de la enorme
nave. Mientras me guiaban por ellos, tuve tiempo de darme cuenta de que nuestro explorador
se había detenido justo antes de llegar a un cruce de los raíles por los que habíamos bajado.
Un par de raíles continuaba a través de la nave, curvándose hacia abajo hasta perderse de vis-
ta. Entre ellos había un espacio oscuro que impedía ver lo que había debajo. El otro par de
raíles continuaba en línea recta desde el cruce ante el que se había detenido la nave, y corría
a popa hasta un enorme hangar o cubierta de almacenamiento en el que pude ver varias na-
ves Scout idénticas alineadas sobre los raíles.

"Este es el hangar de almacenamiento en el que se transportan las pequeñas naves durante el


vuelo interplanetario", explicó Firkon, deteniéndose momentáneamente en el escalón junto a
mí. "Si hubiéramos ido a otro planeta, nuestro Explorador se habría detenido en la platafor-
ma sólo el tiempo suficiente para dejarnos salir. Luego habría pasado por el cruce y se habría
cambiado a su lugar en este gran hangar. Pero como vamos a volver a la Tierra más tarde, el
Explorador debe recargarse en esta plataforma".

Miré hacia atrás y vi que el hombre de la plataforma ya había deslizado la abrazadera unida al
cable por encima de la brida del Scout, de modo que entraba en contacto tanto con la brida
como con el raíl que había debajo. No tengo ni idea de cómo se llevó a cabo esta operación de
recarga; para mí la pinza se parecía mucho a la pinza grande de un maquinista que se utiliza
en la Tierra. Tampoco pude ver a qué estaba conectado el otro extremo del cable. Tal vez fue-
ra necesario el contacto entre la pinza y el raíl para completar el circuito o, por lo que sé, in-
cluso podría haber encajado en una conexión invisible directamente debajo del borde del
Scout. No quise causar más retraso preguntando.

Aunque no respondió a la pregunta que tenía en mente, Firkon se ofreció: "Estas naves más
pequeñas son incapaces de generar su propia energía en gran medida y sólo hacen viajes re-
lativamente cortos desde sus portadores antes de regresar para recargarse. Se utilizan para
una especie de servicio de transporte entre las naves grandes y cualquier punto de contacto u
observación, y siempre dependen de la recarga completa de la planta de energía de la nave
madre".

Al final de la escalera entramos en una gran sala de control, de forma rectangular pero con
esquinas redondeadas. Esta sala, debería decir, tenía unos treinta y cinco por cuarenta y cinco
pies, y algo así como cuarenta pies de altura. A excepción de las dos aberturas de las puertas,
las paredes estaban enteramente cubiertas de gráficos y tablas de colores como las del Scout,
pero a mayor escala y en mayor número.

A lo largo de los cuatro lados de la sala había tres niveles de plataformas desde las que se
podían observar y estudiar los numerosos instrumentos. Un telescopio principal se encontra-
ba en la plataforma superior y otro en la inferior. Desde ambos había extensiones electró-
nicas a muchos instrumentos en otras partes de la nave, lo que hacía "posible, según me dije-
ron, que estos dos telescopios se utilizaran desde muchos lugares de la nave".

También en esta sala había un instrumento robótico que me advirtieron que no debía descri-
bir. Yo había visto una versión en miniatura de este robot en el Scout. También había varias
piezas de maquinaria en esta sala de control, ninguna de las cuales, por lo que pude ver, tenía
partes móviles.

Me hubiera gustado detenerme en esta sala para observar más de cerca todos estos gráficos,
tablas, colores, maquinaria e instrumentos, y que me hubieran permitido hacer preguntas so-
bre su funcionamiento, pero este privilegio no se concedió. En cambio, pasamos directamente
por esta sala de control y por una segunda puerta que conducía a la sala de estar o salón más
hermoso que jamás haya visto. Su sencillez y esplendor me dejaron sin aliento y me quedé
boquiabierto mientras permanecía momentáneamente en la puerta, no sólo maravillado por
la riqueza de su mobiliario, sino retenido en la maravillosa emanación de armonía que ema-
naba de ella.

No sé cuánto tiempo me llevó recuperarme de esta inesperada experiencia, pero finalmente


pude mirar a mi alrededor con más interés por los detalles.

El techo, juzgué, tenía unos quince pies de altura, y la habitación no podía tener menos de
cuarenta pies cuadrados. Una suave y misteriosa luz blanca azulada llenaba el lugar y, sin em-
bargo, no vi ningún aparato de iluminación, ni ninguna desigualdad en la luminosidad.

Entonces, al atravesar la puerta de este lujoso salón, mi atención fue absorbida al instante
por dos jóvenes increíblemente encantadoras que se levantaron de uno de los divanes y vi-
nieron hacia nosotros al entrar.

Fue una tremenda sorpresa ya que, por alguna razón, nunca había visualizado a las mujeres
como viajeras espaciales. Su sola presencia y su extraordinaria belleza, la amabilidad que se
puso de manifiesto cuando se acercaron a saludarnos, junto con el lujoso fondo de la nave
fuera de este mundo, fueron abrumadores.

La más baja de las dos mujeres me tocó la mano en el saludo reconocido, y luego se apartó in-
mediatamente para dirigirse a otra parte de la sala. A continuación, la más alta y aparente-
mente más joven se inclinó hacia delante y me tocó ligeramente la mejilla con los labios. La
primera y encantadora dama se reincorporó con un pequeño vaso de líquido incoloro que me
tendió.

Conmovido por la cálida amabilidad de estas personas, le di las gracias y tomé el vaso. El
agua (porque eso es lo que resultó ser) sabía como nuestra propia agua pura de manantial.
Sin embargo, parecía un poco más densa, con una consistencia parecida a la de un aceite muy
fino. Mientras la bebía a sorbos, me esforzaba por recuperar la compostura y por grabar en
mi mente las imágenes de aquellas jóvenes tan graciosas y hermosas.

La que me había traído el agua medía un metro y medio de altura. Su piel era muy blanca y su
cabello dorado colgaba en ondas hasta justo debajo de los hombros en una hermosa simetría.
Sus ojos también eran más dorados que cualquier otro color y tenían una expresión suave y
alegre. Tuve la sensación de que leía todos mis pensamientos. Su piel, casi transparente, no
tenía ninguna mancha, era exquisitamente delicada, aunque firme y poseía un cálido resplan-
dor. Sus rasgos estaban finamente cincelados, las orejas pequeñas, los dientes blancos bella-
mente parejos. Parecía muy joven. Juzgué que no podía tener más de veinte años. Sus manos
eran delgadas, con dedos largos y afilados. Me di cuenta de que ni ella ni su compañera lleva-
ban ningún tipo de maquillaje en la cara o en las uñas. Los labios de ambas eran de un rojo
intenso natural. No llevaban ningún tipo de joya. De hecho, tal adorno sólo habría servido
para restarle importancia a su propia belleza natural.

Ambas mujeres llevaban vestidos drapeados de un material parecido a un velo que les llega-
ba a los tobillos, y ambas túnicas estaban atadas a la cintura por una llamativa faja de color
contrastado, en la que las joyas parecían estar tejidas.

La vestimenta de la pequeña rubia era de un azul claro puro, y sus pequeñas sandalias eran
de color dorado. Más tarde supe que era una ciudadana del planeta Venus. Kalna es el nom-
bre que le daré.

Ilmuth, mi nombre para la otra mujer, era más alta y de color moreno intenso. También lleva-
ba el pelo en cascada que le caía justo por debajo de los hombros, y era de un hermoso negro
ondulado con reflejos de color marrón rojizo. Sus grandes ojos eran negros, luminosos, con
destellos de color marrón. Tenían la misma expresión alegre que los de su compañera, y me
pareció que ella también podía leer mis pensamientos más íntimos. De hecho, esta es una im-
presión que he recibido de todas las personas que he conocido de mundos más allá del
nuestro. El color de la túnica de esta encantadora morena era de un verde pálido y rico, y sus
sandalias de un tono cobrizo. IImuth, al igual que Firkon, era un habitante de Marte.

Me doy cuenta de que al tratar de describir a estas damas de mundos distintos al nuestro es-
toy intentando lo imposible. Tal vez, utilizando mi inadecuada descripción como trampolín, el
lector busque en su propia imaginación una imagen de la belleza perfecta, y entonces sepa
que ciertamente debe estar lejos de la realidad.
Cuando terminé de beber de la pequeña copa de agua, me pidieron que me sentara, invitación
que acepté con gusto.

En la pared exactamente opuesta a la puerta por la que habíamos entrado, colgaba un retrato
que, estaba seguro, debía representar a la Deidad. La emoción que la belleza de las dos jóve-
nes había despertado en mí se olvidó momentáneamente cuando el maravilloso resplandor
que emanaba del retrato me envolvió. Mostraba la cabeza y los hombros de un Ser que podía
tener entre dieciocho y veinticinco años, en cuyo rostro se encarnaba el perfecto equilibrio
entre lo masculino y lo femenino, y cuyos ojos contenían una sabiduría y una compasión in-
descriptibles.

No sé cuánto tiempo estuve embelesado por esta belleza. No hubo ninguna interrupción has-
ta que yo mismo volví a ser consciente de mi entorno.

No necesité preguntar quién era ese Ser. Kalna rompió el silencio diciendo: "Ese es nuestro
símbolo de la Vida Eterna. Lo encontrarás en cada una de nuestras naves, así como en nues-
tros hogares. Es porque mantenemos este símbolo siempre ante nosotros que no encontrarás
edad entre nuestra gente".

En un lado de la sala había una larga mesa rodeada de muchas sillas. Tuve la impresión de
que esta mesa era utilizada por la compañía de la nave para las comidas, y quizás también co-
mo mesa de consejo. Tenía la idea de que el número de miembros de la tripulación ascendía a
tres cifras, aunque en esta ocasión sólo había visto a unos pocos. No recibí ninguna verifica-
ción de esta última impresión, pero mi sensación sobre la mesa fue corroborada por Firkon.
También me enteré de que la mayor parte de la sala era utilizada como salón por la tripula-
ción y sus invitados cuando los miembros de la tripulación no estaban en sus distintos pues-
tos durante el vuelo. El resto del salón estaba sembrado de divanes, sofás y sillas de diferen-
tes diseños y tamaños, muy a la manera de la Tierra. Pero en todos los casos eran más bajos y
más cómodos que los nuestros, y más elegantes en su diseño y apariencia. Estaban recubier-
tos de un material de pelo suave y profundo con efecto de brocado. Los colores variaban y
eran de lo más atractivo: ricos, cálidos y tenues.

Junto a las sillas había mesas bajas de cristal o con tableros de cristal con interesantes cen-
tros decorativos. Pero no vi nada parecido a un cenicero. Supongo que sabía instintivamente
que esta gente no era adicta al hábito de la nicotina y dejé mis cigarrillos en el bolsillo. Sin
embargo, una vez, por pura fuerza de la costumbre, los alcancé. Al ver esto, la señorita de Ve-
nus sonrió y dijo: "Puedes fumar si quieres. Te conseguiré un recipiente para tus cenizas. Ve-
rás, ¡sólo la gente de la Tierra se entrega a ese extraño hábito!".
Le di las gracias y devolví el paquete a mi bolsillo sin coger un cigarrillo.

Para continuar con mi descripción, todo el suelo estaba cubierto por una única y lujosa al-
fombra que llegaba hasta las paredes. De color marrón medio y perfectamente lisa, con un
pelo profundo y suave, era deliciosa de pisar.

Cuando nos pidieron que nos sentáramos, me encontré en uno de los divanes más largos en-
tre Firkon y Ramu. Justo enfrente, a una cómoda distancia para conversar, había otro diván de
la misma forma y tamaño. Aquí se sentaron las dos damas con Orthon entre ellas. Todavía te-
nía el vaso de agua vacío en la mano, y ahora lo dejé sobre la mesa baja que teníamos delante.

El material de esta copa me interesó. Era cristalina, sin ningún tipo de grabado. No tenía el
tacto de nuestro cristal, ni de plástico. No tenía ni idea de qué material estaba hecho, pero me
dio la clara impresión de que era irrompible.

Después de observar las características más destacadas del mobiliario, dejé que mis ojos re-
corrieran las paredes. A mi derecha, observé una gran y hermosa puerta, ligeramente entre-
abierta, sin pomo ni cerradura que pudiera ver. Kalna me dijo que conducía a un almacén, y
añadió: "Nuestra nave suele ausentarse mucho tiempo de nuestro planeta natal, ya que viaja-
mos y estudiamos el espacio. Tampoco nos detenemos siempre en otros planetas durante
esos viajes. En consecuencia, se necesitan grandes instalaciones de almacenamiento para los
suministros y el equipo.

"La puerta que ve allí, en la pared opuesta, como la que sirve a la sala de suministros, da a
una cocina".

Esta puerta daba a la parte de la habitación que yo suponía que se utilizaba para comer. No
me llevaron a ninguna de estas habitaciones.

Estudié con interés un gran cuadro situado cerca de la puerta, en la pared a mi derecha. Mos-
traba una ciudad que, a primera vista, parecía poco diferente de las de nuestra Tierra, salvo
que estaba dispuesta en forma circular en lugar de la serie de duros rectángulos habituales
entre nosotros. Pero la arquitectura era muy diferente. Apenas sé cómo describirla, pues nin-
guno de nuestros muchos estilos arquitectónicos se aproxima a ella. Era la perfección de la
graciosa ligereza y delicadeza por la que muchos de nuestros mejores arquitectos modernos
se esfuerzan, pero que nunca han conseguido. Era el tipo de ciudad con la que los hombres
sueñan, pero que nunca ven en nuestra Tierra. Antes de que me lo dijeran, había adivinado
que la ciudad representada estaba en Venus, el planeta de origen de esta nave.

Al otro lado de la puerta había otro cuadro, una escena pastoral de picos y montañas con un
arroyo que atravesaba las tierras de cultivo. Podría haber pasado más fácilmente por una es-
cena terrestre si no fuera porque las granjas no estaban dispersas por el campo, sino que
también seguían un plano circular. Me dijeron que esta disposición había resultado más prác-
tica para permitir que estos grupos de granjas se convirtieran en pequeñas comunidades au-
tosuficientes, que contenían todo lo necesario para suministrar todos los productos esencia-
les para la gente del campo. En Venus existe una verdadera igualdad en todos los aspectos, in-
cluida la asignación de productos básicos. Los viajes a las ciudades, por tanto, sólo deben rea-
lizarse por placer o por motivos personales.

En la pared de enfrente, detrás de la larga mesa, me fijé en el cuadro de una gran nave no-
driza, y me pregunté si representaba a la que nosotros estábamos. Pero mientras este pensa-
miento pasaba por mi mente, la señorita de Venus me corrigió diciendo: "No, nuestra nave es
realmente muy pequeña en comparación. Aquélla se parece más a una ciudad ambulante que
a una nave, ya que su longitud es de varias millas, mientras que la nuestra sólo tiene dos mil
pies".

Me doy cuenta de que es probable que mis lectores consideren increíbles tales dimensiones,
y admito de buen grado que yo mismo no estaba preparado para algo tan fantástico. Sin em-
bargo, es necesario recordar que, una vez que hayamos aprendido a aprovechar las grandes
energías naturales en lugar de depender de la fuerza mecánica, no debería ser más difícil
construir ciudades dentro de las paredes de naves gigantescas que en tierra. Londres y Los
Ángeles son ciudades de casi cuarenta millas de ancho que se construyeron en gran parte con
máquinas rudimentarias y mano de obra, un logro prodigioso en sí mismo. Una vez dominada
la gravedad, las ciudades en el aire también pueden ser una realidad para nosotros.

"Se han construido muchas naves de este tipo", explicó Kalna, "no sólo en Venus, sino tam-
bién en Marte y Saturno y en muchos otros planetas. Sin embargo, no están pensadas para el
uso exclusivo de ningún planeta en particular, sino para contribuir a la educación y el placer
de todos los ciudadanos en toda la hermandad del Universo. Las personas son naturalmente
grandes exploradores. Por lo tanto, los viajes en nuestros mundos no son el privilegio de
unos pocos, sino de todos. Cada tres meses, una cuarta parte de los habitantes de nuestros
planetas se embarcan en estas gigantescas naves y parten en un crucero por el espacio, dete-
niéndose en otros planetas, al igual que sus cruceros paran en puertos extranjeros. De este
modo, nuestra gente aprende sobre el poderoso Universo y puede ver, de primera mano, un
poco más de las 'muchas mansiones' de la casa del Padre a las que se refiere su Biblia.

"En los templos de la sabiduría de nuestros planetas tenemos muchos dispositivos mecánicos
mediante los cuales nuestros ciudadanos también pueden estudiar las condiciones de otros
mundos y sistemas, y del propio espacio. Pero tanto para nosotros como para ustedes, nada
puede sustituir a la experiencia real. Así que hemos construido flotas de naves gigantescas
como la que ve en la foto, que también podrían describirse literalmente como pequeños pla-
netas artificiales. Contienen todo lo necesario para el bienestar y el placer de miles de perso-
nas durante un período de tres meses. Aparte del tamaño, la principal diferencia es que los
planetas tienen forma esférica, están hechos divinamente y se mueven en órbitas elípticas
alrededor de un Sol central, mientras que estos pequeños planetas hechos por el hombre son
cilíndricos y pueden moverse por el espacio a voluntad."

Un concepto cada vez más amplio de nuestros cielos repletos de estrellas se desplegó ante el
ojo de mi mente mientras contemplaba la información que me acababa de dar. Me pregunté a
qué "otros planetas" se refería Kalna.

Respondiendo a mi pregunta mental, Orthon se ofreció: "Nuestras naves no sólo han visitado
todos los demás planetas de nuestro sistema, sino también los de los sistemas cercanos al
nuestro. Sin embargo, todavía hay planetas sin número en los infinitos sistemas del Universo
a los que aún no hemos llegado". Aquí también se deslizó un pensamiento de asombro mien-
tras me preguntaba mentalmente qué habían encontrado en los "otros planetas" que habían
visitado.

Los ojos del venusino brillaron y una pequeña sonrisa se dibujó en su boca al captar mi pen-
samiento. Continuó sin interrupción. "Con la única excepción de los habitantes de la Tierra,
hemos comprobado que los pueblos de otros mundos son muy amistosos. Ellos también tie-
nen gigantescos cruceros espaciales para el placer y la educación de sus semejantes. Así co-
mo nosotros visitamos sus planetas y somos bienvenidos, ellos también visitan el nuestro co-
mo amigos. Estos cruceros de pasajeros nunca se acercan a la Tierra. Ni se les permitirá ha-
cerlo hasta que su gente tenga una mayor comprensión del compañerismo, así como del Uni-
verso, más allá de los confines limitantes de su pequeño planeta.

"Durante los vuelos de este tipo, los del crucero tienen mucho tiempo de ocio, así como horas
definidas dedicadas al aprendizaje. Cuando aterrizan en otros planetas se celebran reuniones
sociales mutuamente interesantes. En resumen", y lo dejó muy claro, "los pueblos de otros
mundos no son extraños entre sí, sino que todos son amigos y son bienvenidos dondequiera
que vayan. Consideramos que los planetas de todo el Universo están en un vasto mar de vida.
Los planetas lejanos por miles de millones que aún no hemos visitado serán explorados cuan-
do hayamos mejorado nuestras naves espaciales. Hay algunos planetas tan alejados de nues-
tro sistema que tardaríamos dos o tres años en llegar a ellos. Mientras que, dentro de nuestro
sistema, la distancia entre planetas puede cubrirse en unas horas o unos días".
Repasando nuestro concepto de distancia, exclamé: "¡Eso me parece asombroso! ¿A qué velo-
cidad viajan que pueden cubrir distancias tan vastas en tan poco tiempo?".

"La velocidad para nosotros", fue la respuesta, "no significa lo que significa para ustedes. Por-
que una vez que una nave es lanzada al espacio exterior, ¡la velocidad de la nave es igual a la
actividad en el espacio! En lugar de ser propulsados artificialmente, como sus aviones, los
nuestros viajan en las corrientes del espacio".

Tuve una pequeña esperanza en nuestro eventual progreso en la Tierra cuando admitieron
libremente que, en los primeros intentos de conquistar el espacio, los habitantes de Venus y
los de otros mundos se habían enfrentado a exactamente los mismos problemas que nos fre-
nan hoy. Una vez más, subrayaron que la gravedad debe ser superada como primer principio
en el camino hacia los viajes espaciales.
4 - Mi Primer Vistazo al Espacio Exterior

En ese momento, un hombre que parecía tener más o menos mi edad entró por una puerta
situada en la esquina izquierda de la sala, sonriendo de forma amistosa. Aunque había visto
una escalera en esa esquina que supuse que debía conducir a una cubierta superior de la na-
ve, no había visto ninguna puerta hasta que entró por ella.

Tras su aparición, las dos chicas se excusaron y salieron por la puerta que conducía a la sala
de control. Al poco tiempo, Ilmuth, la marciana, regresó. Se había cambiado su preciosa bata
por un traje de piloto del mismo estilo que el de los hombres. Era de color tostado claro con
bandas de color marrón más oscuro en la parte superior e inferior del cinturón. Me alegré
mucho cuando me preguntó si quería acompañarla al compartimento del piloto.

Firkon se unió a nosotros y, mientras los tres subíamos la escalera a la siguiente cubierta, vi
que Orthon salía por la sala de control donde habíamos entrado por primera vez tras aterri-
zar en la nave nodriza. El anciano y Ramu, el saturniano, permanecieron en la sala.

Mientras caminábamos por el pasillo de la cubierta superior, Firkon dijo: "Cada una de estas
grandes naves lleva muchos pilotos, que trabajan en turnos de cuatro, dos hombres y dos mu-
jeres. Kalna e Ilmuth son pilotos de esta nave venusina".

El pasillo, como todas las partes de la nave que había visto, estaba agradablemente iluminado
por alguna fuente invisible, y conducía hacia arriba y hacia adelante a una pequeña habita-
ción al final de la gran nave.

Al entrar en esta sala, un joven que estaba inclinado sobre una especie de carta de navegación
levantó la vista, asintió y sonrió, pero no se presentó. Supuse que debía ser el piloto compa-
ñero de Ilmuth.

"Este parece un buen momento", dijo Firkon, "para explicar un poco más sobre esta nave. Se
trata de un transporte para doce exploradores como en el que llegamos. En realidad, el inte-
rior no es tan grande como uno podría suponer por su tamaño exterior. Esto se debe a que
gran parte de los dispositivos mecánicos están instalados entre las paredes".

"Esta nave en particular", añadió Ilmuth, "tiene cuatro paredes o pieles. Algunas tienen más y
otras menos, dependiendo de su tamaño y del propósito para el que están construidas".
Al observar la cantidad de instrumentos extraños que había en esta sala, sentí curiosidad por
saber qué "dispositivos mecánicos" había entre las paredes. Firkon dijo: "Te lo explicaré lo
más detalladamente posible en los pocos momentos disponibles. Toda la sección de la nave
por la que entramos por primera vez está dedicada a espacio de almacenamiento para los ex-
ploradores, excepto un gran taller de máquinas en el que se pueden hacer las reparaciones
necesarias. A pesar de la gran destreza y el cuidado que se pone en la construcción original,
las piezas se rompen y los materiales se desgastan. Se requiere mucho de cualquier nave que
viaje por el espacio.

"El equipo de presurización que mantiene una temperatura confortable en toda la nave está
instalado entre las paredes, y muchas otras cosas que requerirían más tiempo para explicar
de lo que tenemos ahora. Las puertas de entrada que conducen a las distintas paredes en to-
das las partes de la nave facilitan el acceso. Cada nave lleva varios mecánicos que, trabajando
por turnos, están de guardia constante para inspeccionar y comprobar todas las piezas.

Por lo tanto, rara vez queda algún defecto sin descubrir hasta el punto de dar verdaderos pro-
blemas".

En esta sala de pilotaje podía mirar hacia arriba, hacia fuera o hacia abajo, en cualquier direc-
ción que girara la cabeza. Cuando Firkon terminó de hablar, el joven extendió la mano y tocó
un botón. Inmediatamente, empezaron a aparecer otras aberturas como ojos de buey en lo
que yo había creído que era una pared sólida. Luego, ambos pilotos ocuparon sus lugares en
pequeños asientos situados en lados opuestos de la sala. Sentí un ligero movimiento y la nave
pareció ascender.

Mi corazón latía violentamente mientras me preguntaba si tal vez planeaban llevarme a su


planeta. La esperanza duró poco. Sólo pareció un momento antes de que la nave se detuviera
y volviera a flotar. Imuth me sonrió y dijo: "Estamos ahora a unos ochenta mil kilómetros de
tu Tierra".

Firkon me indicó que me acercara a uno de los ojos de buey y me dijo: "Quizá quieras ver có-
mo es el espacio realmente".

Pronto olvidé mi decepción al mirar hacia afuera. Me sorprendió ver que el fondo del espacio
es totalmente oscuro. Sin embargo, había manifestaciones a nuestro alrededor, como si miles
y miles de millones de luciérnagas parpadearan por todas partes, moviéndose en todas direc-
ciones, como hacen las luciérnagas. Sin embargo, estas eran de muchos colores, un gigantesco
espectáculo de fuegos artificiales celestiales que era hermoso hasta el punto de ser impresio-
nante.
Mientras exclamaba ante este vasto esplendor, Firkon me sugirió que volviera a mirar a la
Tierra y viera cómo se veía nuestro pequeño globo desde esa distancia.

Lo hice. Y para mi sorpresa, nuestro planeta emitía una luz blanca, muy parecida a la de la Lu-
na, sólo que no tan pura como la luz lunar en una noche clara en la Tierra. El resplandor blan-
co que rodeaba el cuerpo de la Tierra era brumoso, y su tamaño era comparable al del Sol
cuando vemos este cuerpo salir por el horizonte en la madrugada. No se veía ninguna marca
de identificación en nuestro planeta. Parecía simplemente una gran bola de luz debajo de
nosotros. Desde aquí, uno nunca podría haber adivinado que estaba plagado de innumerables
formas de vida.

A los ochenta mil Km de altitud, los pilotos habían puesto el control de sus robots e Ilmuth se
unió a nosotros, explicándome: "Cada sala de pilotos tiene un robot. Estos, trabajando indivi-
dualmente o en conjunto, pueden gobernar completamente el curso de la nave, así como ad-
vertirnos de cualquier peligro que se acerque".

El piloto masculino permaneció en su puesto e llmuth comentó, a modo de explicación: "Un


piloto en cada sala de control debe estar siempre de guardia".

Entonces me preguntó si quería ver de cerca los instrumentos del piloto.

A un lado de cada asiento había un pequeño instrumento que parecía algo así como un tubo
colocado en el suelo y lo suficientemente alto como para que el piloto pudiera mirarlo fácil-
mente. "Esto", explicó Ilmuth, "está conectado con el telescopio que probablemente haya vis-
to en la gran sala de control o de gráficas por la que entró por primera vez en la nave".

En ese momento, sin embargo, el telescopio no estaba en funcionamiento, y deduje que sólo
se utilizaba cuando la nave estaba en vuelo interplanetario real, o tal vez también mientras se
cernía con fines de observación y estudio.

Todo el suelo de esta sección de la sala estaba compuesto por lupas como las del suelo del
Scout. Pero el ángulo de la nave en ese momento era tal que habría tenido que arrodillarse
para mirar a través de él.

El espacio y su actividad me mantuvieron paralizado mientras esforzaba mis ojos en un in-


tento de ver todo lo que estaba ocurriendo ahí fuera. Aparte de los efectos de las luciérnagas,
vi un buen número de grandes objetos luminosos que atravesaban el espacio. Los cuerpos
más grandes, por lo que pude ver, no estaban ardiendo, sino simplemente brillando. Uno de
ellos parecía emitir tres colores distintos: rojo, morado y azul. Pregunté si podía ser otra nave
espacial.
"No", dijo Ilmuth con una sonrisa, pero no dio más explicaciones.

También noté que de vez en cuando pasaban objetos oscuros de diversos tamaños, más oscu-
ros que el propio espacio. Pero ninguno de estos objetos en movimiento parecía tocar la nave.
A veces, incluso los objetos oscuros se volvían parcialmente luminosos. Me dijeron que se tra-
taba de lo que llamamos meteoritos, que se hacen visibles para nosotros en la Tierra sólo
cuando crean fricción al pasar por nuestra atmósfera. Pregunté qué impedía que chocaran
con la nave cuando parecía que se dirigían directamente a ella.

"La propia nave -explicó Firkon- utiliza la fuerza de la naturaleza -electromagnética, creo que
la llama usted- y tiene un exceso de energía en todo momento. Parte de este exceso se disipa
a través de su piel hacia el espacio durante una cierta distancia, a veces sólo un corto trayec-
to, aunque a veces su influencia puede extenderse varios kilómetros hacia fuera. Esto actúa
como un escudo contra cualquier partícula, o "basura espacial", como ustedes en la Tierra lo
llaman, repeliendo tales cosas por esta fuerza constantemente radiante".

Continuó explicando que todos los cuerpos en el espacio son negativos para el espacio y en
realidad se mueven en un mar de fuerza electromagnética. Por lo tanto, una radiación negati-
va repele todos los cuerpos negativos y al mismo tiempo evita que la nave se caliente por la
fricción.

Podría haberme quedado durante horas disfrutando de este hermoso espectáculo, pero sólo
se asignó un corto tiempo antes de que los pilotos volvieran a ocupar sus asientos y regresá-
ramos a la altitud de cuarenta mil pies en la que la nave había estado planeando cuando llega-
mos por primera vez.

El movimiento de la nave no presentaba ninguna inclinación ni giro perceptible. Su movi-


miento era tan suave que apenas se notaba, y el único sonido audible era algo tan leve como
un ventilador eléctrico en funcionamiento.

A ninguno de nosotros se nos había proporcionado un arnés especial o algún dispositivo para
la respiración o el equilibrio, pero mi mente estaba claramente alerta en todos los sentidos en
todo momento.

Me llamó la atención el hecho de que todos los instrumentos que había visto hasta entonces
en toda la nave parecían manejarse con botones. Y en ninguna parte vi nada que se pareciera
mínimamente a un arma de destrucción. Pero, después de observar la fuerza de repulsión de
la naturaleza en el espacio, controlada por las radiaciones de la nave, tuve la fuerte sensación
de que esta fuerza podría utilizarse muy eficazmente para la autoprotección, si alguna vez
surgiera esa necesidad.
Firkon respondió a este pensamiento diciendo: "Sí, así es. Por el momento, no ha surgido la
necesidad. Además, si la cuestión fuera simplemente nuestras vidas frente a las de nuestros
hermanos -incluso los beligerantes de tu Tierra- nos dejaríamos destruir antes que matar a
un compañero".

Las implicaciones de esta sencilla afirmación me afectaron profundamente. No pude evitar


reflexionar con tristeza sobre el punto de vista tan diferente de mis semejantes en la Tierra;
de los pueblos divididos, de las naciones que incluso ahora están enfrascadas en una carrera
para producir más armas terribles de destrucción que llevarían la muerte, la aflicción y la en-
fermedad a millones cada vez más numerosos de sus semejantes en todo el mundo. Pensé en
el credo del odio al "enemigo inculcado en las mentes de los jóvenes como parte necesaria de
la preparación para matar. Porque no es inherente al hombre natural que comprende aunque
sea un poco su lugar en la Creación el querer matar. Pensé en la indescriptible blasfemia de
las oraciones dirigidas al amoroso Padre Eterno de todos, pidiéndole que los bendijera al trai-
cionar así la propia humanidad de su herencia.

Tanto Ilmuth como Firkon guardaron silencio mientras estos pensamientos pasaban por mi
mente. Aunque ya había reflexionado muchas veces sobre estas cosas, nunca habían penetra-
do en mi conciencia con tanta conmoción, y sabía que siempre me acompañarían.

En un momento, Firkon llamó mi atención sobre un instrumento no más grande que una ra-
dio de gabinete ordinaria, con una pantalla similar a la de un televisor. "Con esto -explicó- po-
demos visualizar y registrar cualquier cosa que ocurra en la Tierra, o en cualquier planeta so-
bre el que pasemos o sobrevolemos. No sólo oímos las palabras habladas, sino que las imáge-
nes se recogen y se muestran en la pantalla. Un mecanismo interno las descompone en vibra-
ciones sonoras, que se traducen simultáneamente en palabras de nuestro propio idioma, todo
lo cual se graba de manera similar a sus propias grabaciones."

Para aclarar aún más esto, me explicó que todas las palabras están formadas por vibraciones
o escalas similares a una octava musical, al igual que todas las melodías están compuestas
por determinadas notas. Conociendo esta ley se puede aprender en poco tiempo un idioma
hasta ahora desconocido. Cuando se manifiestan vibraciones extrañas, éstas se transponen
en forma de imagen, mostrando exactamente lo que significan las palabras extrañas o sus vi-
braciones. No hace falta decir que la cinta que me mostró era diferente a cualquiera que hu-
biera visto en la Tierra.

Todo me parecía un rompecabezas, y mi desconcierto se reflejaba sin duda en mi rostro. En


cualquier caso, Ilmuth se rió alegremente y preguntó: "¿Te sorprendería saber que razas de
personas que vivieron en tu Tierra hace muchos siglos comprendieron y utilizaron a fondo
las leyes universales del sonido y la vibración?"

Afirmé que hacía tiempo que sospechaba que esto era cierto.

"Aunque este conocimiento está totalmente perdido para su civilización actual", continuó ella,
"unos pocos individuos aquí y allá están despertando a una ligera concepción de sus posibili-
dades. En otros planetas, estas leyes son una enseñanza fundamental en los sistemas educa-
tivos. Con ellas como base, los alumnos son capaces de aprender muy rápidamente en todos
los campos del conocimiento y la expresión."

En este punto, Firkon dijo: "Ahora debemos volver al salón", y mientras retrocedía para dejar
que Ilmuth me precediera, pregunté por qué no se sentía prácticamente ningún movimiento
dentro de esta gran nave cuando se había elevado desde el nivel de cuarenta mil pies hasta el
de ochenta mil kilómetros.

"Sencillamente porque la nave está construida para ocuparse de todo eso", respondió Firkon,
y añadió: "como se hace con sus propios submarinos".

De nuevo me sorprendió comprobar cuánto sabía esta gente sobre nosotros y nuestros des-
arrollos en la Tierra.

"Sus submarinos -continuó- se mueven bajo la superficie del agua a grandes profundidades, y
sin embargo la tripulación siente relativamente poco el movimiento registrado por sus ins-
trumentos. Y los hombres están bastante cómodos, ya que sus naves han sido cuidado-
samente planificadas. En realidad, no hay tanta diferencia entre una nave que va bajo el agua
y una que viaja por el espacio exterior, salvo que nuestras naves son propulsadas por energía
natural, mientras que las suyas dependen de formas artificiales de energía".

Me pareció que la diferencia que mencionaba era tremenda, pero no lo dije, y Firkon conti-
nuó. "Cuando aprendan a utilizar la fuente natural de energía que se encuentra en todo el
Universo, también podrán construir submarinos que, como algunas de nuestras naves, pue-
dan subir a la superficie del océano y continuar por la atmósfera hasta el espacio".

Esto me recordó dos incidentes reportados a principios de 1951. En el primero, dos "misiles"
cayeron de un cielo perfectamente despejado en las aguas de la bahía de Inchon, frente a la
costa occidental de Corea. Los misiles cayeron cerca de un hidroavión anclado, el Gardiner's
Buy, y provocaron la elevación de columnas de agua hasta una altura estimada de 30 metros.
Más tarde, según el informe, los "misiles" fueron vistos salir de nuevo del agua y elevarse has-
ta perderse de vista. El segundo incidente ocurrió frente a la costa de Escocia y fue casi idén-
tico al primero.
Firkon, obviamente captando mi pensamiento, dijo: "Ha acertado usted al denominar la foto-
grafía que pudo tomar de este tipo de nave "del tipo submarino".

En ese momento entramos en el gran salón en el que habíamos dejado a Ramu sentado con el
hombre mayor. Todavía estaban allí y hablaban en su propia lengua. Cuando nos acercamos,
se levantaron, se dirigieron a una pequeña mesa alrededor de la cual había varias sillas y nos
indicaron que nos uniéramos a ellos. Estas sillas eran como las del comedor o las de la ofici-
na, pero resultaban mucho más cómodas. Cuando nos sentamos, Kalna y Orthon se unieron a
nuestro grupo.

Sobre la mesa había copas de cristal llenas de un líquido transparente que me pareció muy
refrescante. El sabor era delicadamente dulce con una elusividad que resultaba tentadora. La
consistencia era ligeramente pesada, del tipo que se bebe a sorbos. Me dijeron el nombre de
la fruta de la que se extraía este zumo, pero no pude pensar en ningún sabor terrenal compa-
rable.

Todo el tiempo que había transcurrido desde la salida de la Tierra hasta este momento no era
probablemente mucho más de una hora. Pero en ese pequeño espacio de tiempo toda mi vida
y mi comprensión se habían abierto a un concepto del Universo mucho mayor que el que ha-
bía adquirido durante los sesenta y un años de mi vida total en la Tierra.

Ahora, mientras estábamos sentados alrededor de la mesa, todos los ojos se volvieron hacia
el hombre del espacio más viejo cuando empezó a hablar. Aunque sólo más tarde se me expli-
có su estatura en todos los planetas, era imposible no darse cuenta de que estaba en presen-
cia de un ser muy evolucionado, y la actitud de todos los presentes indicaba claramente que
ellos, al igual que yo, se sentían muy humildes ante él. Me pareció que su edad, en su cuerpo
actual, se acercaba a los mil años.

La hora siguiente, durante la cual nos habló, me pareció un minuto. Todos escucharon con to-
tal atención y sin interrupción a este hombre de gran sabiduría.
5 - Encuentro Con Un Maestro

"Hijo mío", dijo el gran maestro, "has sido traído aquí y se te ha mostrado lo que hay dentro
de nuestra nave más pequeña y de este gran transporte. Has viajado en cada una de ellas sólo
una corta distancia, pero lo suficiente como para darte muchos conocimientos que transmitir
a tus compañeros del planeta Tierra. Has visto cómo es el espacio exterior y que, en efecto,
está constantemente activo, lleno de partículas en movimiento de las que finalmente surgen
todas las formas. No hay ni principio ni final.

"En la inmensidad del espacio hay innumerables cuerpos que ustedes en la Tierra llaman pla-
netas. Éstos varían en tamaño, como todas las formas, pero son muy parecidos a tu mundo y
al nuestro, y la mayoría de ellos están poblados y gobernados por formas como ustedes y co-
mo nosotros. Mientras que algunos están llegando a un punto en el que son capaces de sopor-
tar formas como las nuestras, otros no han alcanzado todavía esa etapa de desarrollo en su
crecimiento.

Porque deben comprender que los mundos no son más que formas, y que también pasan por
el largo período de crecimiento que experimentan todas las formas, desde la más pequeña
hasta la más grande.

"Cada planeta se mueve en coordinación con un número de otros planetas alrededor de un


Sol central, en perfecta sincronización, formando una unidad o lo que ustedes llamarían un
sistema. En cada caso, por lo que hemos aprendido en nuestros viajes, hay doce planetas en
un sistema. Además, doce sistemas de este tipo están unidos alrededor de un núcleo central
comparable a nuestro Sol. Estos conforman lo que algunos de sus científicos llaman un "uni-
verso isla". Tenemos razones para creer que doce de estos universos isla comprenden una
vasta unidad en la casa del Padre de muchas mansiones... y así sucesivamente, sin fin.

"En nuestro planeta, y en otros planetas dentro de nuestro sistema, la forma que ustedes lla-
man 'hombre' ha crecido y avanzado intelectual y socialmente a través de varias etapas de
desarrollo hasta un punto que es inconcebible para la gente de su Tierra. Este desarrollo se
ha logrado sólo mediante la adhesión a lo que ustedes llaman las leyes de la naturaleza. En
nuestros mundos se conoce como crecimiento a través de seguir las leyes de la Inteligencia
Suprema que gobierna todo el tiempo y el espacio.
"Como has visto, viajamos por el espacio con la misma facilidad con la que ustedes cruzan
una habitación. Atravesar el espacio no es difícil para aquellos que han dominado las leyes
dentro de las cuales viven y se mueven todos los cuerpos, tanto los planetas como los hom-
bres. Se comprende entonces que la distancia entre dos cuerpos de este tipo en el espacio, o
la que existe entre los mundos, no es en absoluto una distancia tal como la conciben en su
mundo.

"Recuerda que en un tiempo la distancia entre las masas de tierra de su Tierra, que llaman
continentes, se consideraba grande, y se necesitaba mucho tiempo para viajar de una a otra.
Ahora sus aviones han acortado esta distancia a una fracción relativa del tiempo requerido en
días pasados. Sin embargo, las distancias son las mismas. Y así será a medida que amplíen sus
conocimientos y aprendan las leyes que operan en el espacio infinito.

"Otro aspecto del que todavía no tienen idea es que el cuerpo de cualquier ser humano puede
estar tan cómodo en un planeta como en otro. Aunque hay algunas diferencias en las condi-
ciones atmosféricas, dependiendo del tamaño y la edad del planeta, éstas son poco mayores
que las que experimentan en la Tierra entre el nivel del mar y una montaña de varios miles
de metros de altura. Algunas personas se ven más afectadas por estos cambios que otras, pe-
ro todas pueden aclimatarse con el tiempo.

Recordando la concepción popular de los pesados cascos más los tubos y los dispositivos, tal
y como se representan desde los "cómics" hasta las teorías serias de los supuestos expertos,
me pregunté si nuestro mundo era el más bajo en desarrollo de todo el Universo.

Leyendo mi pensamiento y continuando sin interrupción, este gran maestro dijo: "No, hijo
mío, tu mundo no es el más bajo en desarrollo del Universo. El tuyo es el menos desarrollado
de los de nuestro propio sistema, pero más allá hay algunos mundos cuyos pueblos aún no
han crecido hasta el nivel de los tuyos, ni social ni científicamente. También hay mundos en
los que el desarrollo ha llegado lejos en el campo de la ciencia y ha permanecido bajo en el
campo de la comprensión personal y social, aunque se haya conquistado el espacio.

"En nuestro sistema, los pueblos de todos los planetas, excepto su Tierra, viajan libremente
por el espacio; algunos sólo para recorrer cortas distancias, mientras que otros alcanzan dis-
tancias grandes que les llevan a sistemas más allá del nuestro.

"La comprensión de la vida y del Universo en tu mundo es muy limitada. Como resultado,
tienen muchos conceptos falsos sobre otros mundos y la composición del Universo; ¡y tan po-
co conocimiento de ustedes mismos! Pero también es cierto que hay un deseo creciente por
parte de muchos en la Tierra que buscan sinceramente una mayor comprensión. Nosotros,
que hemos recorrido el camino que ustedes están pisando, estamos dispuestos a ayudar y a
dar nuestro conocimiento a todos los que lo acepten.

"El primer hecho que su gente debe comprender es que los habitantes de otros mundos no
son fundamentalmente diferentes de los hombres de la Tierra. El propósito de la vida en
otros mundos es básicamente el mismo que el suyo. Inherente a toda la humanidad, por muy
profundamente enterrado que esté, está el anhelo de elevarse a algo superior. Su sistema es-
colar en la Tierra es, en cierto sentido, un modelo del progreso universal de la vida. Porque
en sus escuelas progresan de grado en grado y de escuela en escuela, hacia una educación
más elevada y completa. Del mismo modo, el hombre progresa de planeta en planeta, y de
sistema en sistema hacia una comprensión y una evolución cada vez más elevadas en el creci-
miento y el servicio universales".

Al dar esta ilustración, entendí que quería decir que los individuos de la Tierra, cuando estu-
vieran preparados, avanzarían a un planeta de mayor desarrollo. Me pregunté si, un día,
mientras aún vivíamos en esta Tierra, aprenderíamos las leyes que rigen el espacio y podría-
mos visitar esos otros mundos como ellos pueden hacerlo ahora.

El maestro no dio ninguna respuesta específica a mi pregunta mental, pero continuó: "Uste-
des en la Tierra están limitados por lo que llaman 'tiempo'. Pero incluso según sus estima-
ciones del tiempo, cuando logren viajar por el espacio se asombrarán de la rapidez con la que
podrán llegar a otros planetas.

"Para esta aventura tendrás que encontrar nuevas palabras. Usted habla de nuestras naves
-las llama platos- como volando, un término que se aplica a la operación de sus propios avio-
nes. Pero nosotros no 'volamos' como ustedes lo entienden. Anulamos la atmósfera mediante
un procedimiento mecánico. Usted lo expresa como 'suspender la gravedad'. De esta manera
no nos vemos obstaculizados por la interferencia atmosférica o resistencia. Es por eso que
nuestras naves son capaces de hacer los cambios bruscos de dirección de viaje y moverse a
las velocidades que tanto han desconcertado a sus aviadores y científicos.

"Podríamos decirles mucho sobre el control de la gravedad, conocimiento que es necesario


tanto para salir como para acercarse con seguridad a cualquier planeta. Les daríamos con
gusto este conocimiento que nos ha servido tan bien, excepto que aún no han aprendido a vi-
vir con los demás en paz y hermandad, para el bienestar de todos los hombres por igual, co-
mo lo hemos hecho en otros mundos. Si reveláramos este poder a ustedes o a cualquier hom-
bre de la Tierra y se hiciera público, algunos de sus pueblos construirían rápidamente naves
para viajar por el espacio, montarían armas en ellas y se lanzarían a disparar en un intento de
conquistar y tomar posesión de otros mundos.
"Saben que hay ciertos grupos en su mundo que ya han reclamado los derechos de propiedad
y la posesión de su Luna con el fin de utilizarla como base militar. Muchos científicos terres-
tres esperan que, en un futuro no muy lejano, logren construir naves espaciales como las
nuestras para realizar viajes interplanetarios. Es totalmente posible que esto se haga. Pero a
los hombres de la Tierra no se les permitirá venir en número o permanecer, hasta que hayan
aprendido a abrazar la vida inclusiva como la que vive la gente de otros mundos, en lugar de
la vida personal egoísta como la que se encuentra en la Tierra hoy en día. Y tendrán mucho
que aprender sobre el espacio exterior, porque es en el espacio mismo donde se moverán.

Recordé un símil que había utilizado a menudo, comparando el espacio con un vasto océano
en constante movimiento. Y pensaba ahora que, como nuestros transatlánticos se mueven so-
bre o a través de las olas del océano, así estas naves interplanetarias se mueven sobre las olas
de la actividad en el espacio.

"Sí", dijo el maestro, "es muy parecido, y a medida que sus científicos trabajen en este prin-
cipio, llegarán a comprenderlo mejor. Porque la propia naturaleza revelará sus secretos a to-
dos los que busquen con una mente abierta.

"Como se les ha dicho, viajamos por el espacio para aprender. Dentro de nuestras naves hay
muchos instrumentos, algunos de los cuales has visto, y muchos otros que aún no. Aunque en
su Tierra han clasificado todas nuestras naves en la categoría de platillos, tenemos muchos
tipos, muchos tamaños, para muchos propósitos. Los más grandes nunca han entrado en la
atmósfera de su mundo. De hecho, nunca se han acercado a millones de kilómetros de la Tie-
rra. No podemos arriesgar las vidas de los miles de personas que viajan en estas gigantescas
naves, ya que si algo ocurriera para forzar un aterrizaje en la Tierra antes de que su gente
haya alcanzado un mayor entendimiento, la nuestra estaría en peligro.

"Hijo mío, nuestro principal propósito al venir a ti en este momento es advertirte del grave
peligro que amenaza hoy a los hombres de la Tierra. Sabiendo más de lo que cualquiera de
ustedes puede comprender todavía, sentimos que es nuestro deber iluminarles si podemos.
Su gente puede aceptar el conocimiento que esperamos darles a través de tí y de otros, o
pueden hacer oídos sordos y destruirse a sí mismos. La elección corresponde a los habitantes
de la Tierra. Nosotros no podemos dictarla.

"En su primer reunión con nuestro Hermano aquí, él le indicó que la explosión de bombas en
la Tierra era de nuestro interés. Esta es la razón. Aunque la potencia y las radiaciones de las
explosiones de prueba no han salido todavía fuera de la esfera de influencia de su Tierra, es-
tas radiaciones ponen en peligro la vida de los hombres en su mundo. Se producirá una des-
composición que, con el tiempo, llenará la atmósfera con los elementos mortales que sus
científicos y militares han confinado en lo que llaman 'bombas'.

"Las radiaciones liberadas por esas bombas no salen ahora sino hasta cierto punto, ya que
son más ligeras que vuestra propia atmósfera y más pesadas que el espacio mismo. Sin em-
bargo, si la humanidad en la Tierra liberara tal poder contra unos y otros en plena guerra,
una gran parte de la población de la Tierra podría ser aniquilada, el suelo convertido en esté-
ril, las aguas envenenadas y estériles para la vida durante muchos años. Es posible que el pro-
pio cuerpo de su planeta quede mutilado hasta el punto de destruir su equilibrio en nuestra
galaxia.

"Estos serían los efectos que conciernen directamente a su mundo. Para nosotros, viajar por
el espacio podría hacerse difícil y peligroso durante mucho tiempo, ya que las energías libe-
radas en tales explosiones múltiples penetrarían a través de su atmósfera en el espacio exte-
rior.

Me pregunté si, y hasta qué punto, en caso de que la guerra llegara a nosotros, se sentirían
justificados para detenernos.

El maestro respondió a mi pregunta mental diciendo: "Como sabes, con nuestro conocimien-
to del uso y control de energías mucho más poderosas que cualquiera de las que nuestros
hermanos en la Tierra han aprendido a usar todavía, podríamos, si quisiéramos, anular tu
fuerza con nuestra fuerza mayor. Pero recuerden lo que se les ha dicho. No matamos a nues-
tros semejantes, ni siquiera en defensa propia. Estamos tratando, y seguiremos tratando, de
prevenir una guerra de este tipo, trayendo a los hombres de la Tierra el conocimiento de lo
que estarían haciendo. Porque ningún hombre hace la guerra sino en la ignorancia".

Una luz apareció en su rostro y sus ojos parecían contemplar alguna visión interior de la be-
lleza mientras continuaba suavemente: "Y no vive ningún hombre que no haya soñado alguna
vez con lo que ustedes llaman Utopía, o el mundo casi perfecto. No hay nada que el hombre
haya imaginado que no sea, en alguna parte, una realidad. Y, por lo tanto, nada que no sea
posible de realizar. También para ustedes, en la Tierra, esto es posible. Para nosotros, en los
otros planetas de nuestra galaxia, lo es ahora. Hay quienes en tu Tierra han exclamado: "¡Pero
qué monótona debe ser la perfección!". No es así, hijo mío, porque hay grados de perfección
como hay grados de todas las cosas. En nuestros mundos somos felices, pero no nos estanca-
mos. Al igual que cuando uno alcanza la cima de una colina vista desde abajo, aparece otra
colina más, así es siempre con el progreso. Hay que atravesar el valle que se encuentra en
medio antes de poder escalar la siguiente altura.
"La comprensión de las leyes universales eleva y restringe a la vez. Como ahora con nosotros,
así podría ser en su Tierra. Elevados por vuestro conocimiento, esta misma comprensión les
haría imposible moverse con violencia contra vuestros hermanos. Sabrías que la misma con-
vicción, inherente a todo ser individual, que le hace sentir que tiene el privilegio divino de di-
rigir su propia vida y forjar su propio destino, aunque sea por el camino de la prueba y el
error, se aplica igualmente a cualquier grupo, nación o raza de la humanidad.

"Así como hay muchos caminos descendentes, que alejan del progreso, también hay muchos
que llevan hacia arriba. Aunque un hombre elija uno y otro otro, esto no tiene por qué divi-
dirlos como hermanos. De hecho, uno puede aprender mucho del otro, si quiere. Porque en la
inmensidad de la creación infinita, no hay un camino que sea el único.

"En su Tierra hemos escuchado muchas veces la frase 'el camino a la felicidad'. Es una buena
frase, pues el progreso es la felicidad y se encuentra en todo el camino ascendente desde su
inicio. Y la felicidad hace que los hombres sean hermanos en la tolerancia hacia los esfuerzos
de otro hombre, aunque sean de naturaleza diferente a la suya.

"No hay nada malo en su Tierra, ni en su gente, excepto que en su falta de comprensión son
niños pequeños en la vida universal del Único Ser Supremo. Se les ha dicho que en nuestros
mundos vivimos las leyes del Creador, mientras que en la Tierra todavía sólo hablan de ellas.
Si vivieran según los preceptos de lo que ahora conocen, los pueblos de la Tierra no saldrían a
matarse unos a otros. Trabajarían dentro de sí mismos, en sus PROPIOS grupos, en sus pro-
pias naciones, para lograr el bien y la felicidad en esa sección de vuestro mundo en la que na-
cieron y, por lo tanto, llaman 'hogar'.

"Creo que los pueblos de la Tierra se asombrarían al descubrir la rapidez con la que podría
producirse un cambio en todo el planeta. Ahora que tienen el medio para la difusión mundial,
los mensajes que instan al amor y la tolerancia para todos, en lugar de la sospecha y la censu-
ra, encontrarían corazones receptivos. Porque la mayor parte de la población de la Tierra está
cansada de las luchas y sus secuelas de dolor. Sabemos que, como nunca antes, están ham-
brientos de conocer una forma de vida que los libere. Sabemos que hay miedo y confusión en
sus mentes porque han visto y sentido los resultados de dos grandes guerras que sólo han
servido para fomentar las semillas de otra.

"Así que, con mentes y corazones receptivos en todo su planeta, no es demasiado tarde. Pero
hay urgencia, hijo mío. Así que avanza con la bendición del Padre Infinito en tu misión, y
añade tu voz a las de otros que también llevan este mensaje de esperanza".
6 - Preguntas y Respuestas Dentro de la Nave

Tras un momento de silencio en el que nadie se movió, el maestro se levantó, y todos los pre-
sentes con él. Se quedó un instante con las manos apoyadas en el respaldo de su silla y me
miró profundamente a los ojos. Nunca olvidaré la expresión de gran bondad y compasión en
su mirada. Fue como una bendición, y al mismo tiempo sentí que una nueva fuerza surgía
dentro de mí.

Con un gesto de despedida que abrazó a todos los presentes, se dio la vuelta y abandonó la
sala. El silencio permaneció intacto durante varios momentos después de su partida.

Yo seguía sin encontrar palabras. Fue Kalna quien rompió la quietud diciendo en voz baja:
"Para nosotros también es siempre un privilegio escuchar hablar a este gran ser".

Ramu, el saturniano, deliberadamente, estoy seguro, rompió la tensión. "Ahora, antes de que
te devolvamos a la Tierra, se ha concedido un intervalo para que puedas hacer las preguntas
que tengas en mente. No es necesario que se limiten al grave tema del que acaba de hablar el
maestro -añadió con una sonrisa-, ya que nada de lo que te interese nos parecerá trivial".

Le miré con gratitud mientras todos retomábamos nuestros asientos. Me pareció que Ramu
había querido decir que ahora podía formular mis preguntas oralmente, en lo que probable-
mente sería una conversación general, y no depender de la telepatía mental. Expresé lo que
más me preocupaba.

"¿Podrían los cambios drásticos en nuestras condiciones atmosféricas, en muchos lugares


desde las pruebas de la bomba, tener algo que ver con la liberación de esa energía?"

"¡Sí que lo han hecho!" respondió Ramu, "y no estamos adivinando. Nuestros instrumentos
han registrado esos resultados. Lo sabemos".

"Me pregunto", dije lentamente, "si te importaría comentar un poco más la razón por la que, a
pesar de que la guerra en nuestra Tierra pondría en peligro el viaje a través del espacio de
millones de personas que viven en otros planetas, sigues pensando que está mal hacer daño a
unos pocos para beneficiar a muchos".

"Intentaremos explicarlo", respondió Orthon. "Para todos nosotros, que desde que nacemos
hemos sido inculcados con una visión de conjunto, es impensable desobedecer lo que sabe-
mos que son las leyes universales. Estas leyes no las hace ningún hombre. Estaban en el prin-
cipio y perdurarán durante toda la eternidad. Bajo estas leyes cada individuo, cada grupo de
la humanidad, toda la vida inteligente en cada mundo, debe decidir su propio destino sin in-
terferencia de otro. Consejo, sí. Instrucción, sí. Pero interferencia hasta el punto de la destruc-
ción, nunca".

Su mirada interrogativa parecía preguntar si había aclarado el principio.

Firkon, el marciano, habló por primera vez. "Entiendes el poder de las formas de pensamien-
to. Aparte de nuestras misiones físicas en la Tierra, todos nosotros debemos aferrarnos fir-
memente a la creencia de que los pueblos de su Tierra despertarán por sí mismos al desastre
hacia el que se dirigen."

"Ya veo", dije lentamente, mientras la cuestión se aclaraba en mi mente.

"Sabemos que el poder de este pensamiento enviado continuamente a todos nuestros herma-
nos de la Tierra ha cambiado los corazones de muchos", afirmó Ramu.

"También somos conscientes", señaló Ilmuth, "al igual que ustedes y muchas otras personas
de su Tierra, de que sus fuerzas aéreas y sus gobiernos saben: que nuestras naves vistas en
sus cielos vienen del espacio exterior, y que sólo pueden ser fabricadas y pilotadas por seres
inteligentes de otros planetas. Hombres de alto nivel en los gobiernos de su mundo han sido
contactados por nosotros. Algunos son buenos hombres y no quieren la guerra. Pero incluso
los hombres buenos de vuestra Tierra no pueden liberarse del todo del miedo que ha sido fo-
mentado por el propio hombre en su planeta a lo largo de los siglos".

"Lo mismo ocurre con sus aviadores en toda la Tierra", dijo Kalna en voz baja, "muchos han
visto nuestras naves una y otra vez. Pero han sido amordazados y advertidos, y pocos se atre-
ven a hablar". "Lo mismo ocurre con sus científicos", añadió Firkon.

De nuevo me maravilló su conocimiento de nuestro mundo y sus gentes. "Entonces parece",


dije, "que la respuesta está en gran parte en el hombre común de la calle, multiplicado por
sus millones en todo el mundo".

"Ellos serían su fuerza", convino rápidamente Firkon, "y si hablaran en contra de la guerra en
número suficiente en todas partes, algunos líderes en diferentes partes de su mundo los escu-
charían con gusto".

Sentí que esta conversación había contribuido mucho a mi comprensión y me llené de espe-
ranza. Casi sin darme cuenta de que lo iba a hacer, cambié de tema diciendo: "Me pregunto si
podrías explicarme un poco más sobre el mecanismo que vi en la sala del piloto, el que regis-
tra los sonidos que se traducen en imágenes en la pantalla".

"Por supuesto", dijo Orthon. "Uno de sus usos más importantes es permitirnos aprender fácil-
mente cualquier idioma. Naturalmente, los que vivimos y trabajamos en su Tierra durante un
tiempo hablamos con mejor acento. Aunque, con nosotros, como con ustedes, algunos tienen
mayor aptitud para los idiomas que otros y aprenden a hablar impecablemente sin ningún
contacto directo con la gente." Aquí sonrió y me recordó la conversación pantomímica mante-
nida en nuestro primer encuentro, añadiendo: "Era de suma importancia que pusiera a prue-
ba tu capacidad de enviar y recibir mensajes telepáticos. Como resultado de ello, ¡estás aquí
ahora!

"Conocemos bien el escepticismo de los terrícolas en todas las direcciones fuera de los estre-
chos surcos de la experiencia personal. Fue por esta razón que los mensajes que te di eran de
carácter universal. Sabíamos que, aunque la comprensión de tales escritos estaba enterrada
con las civilizaciones que se perdieron hace mucho tiempo, hay unas pocas personas disper-
sas por su mundo actual que serían capaces de traducirlos. Con tales traducciones, sólo los
decididamente incrédulos pueden seguir negándose a creer".

"¡Es una suerte", dijo Kalna, con su alegre sonrisa, "que al menos la telepatía mental haya sido
aceptada como un hecho establecido por los científicos de tu mundo!"

"Sabes", dijo Orthon, "te tuvimos bajo observación durante algunos años antes de que final-
mente te contactara, y estábamos seguros de que tus conocimientos de telepatía serían ade-
cuados. Esto quedó demostrado en la prueba final de nuestro primer encuentro".

"¿También me probaron de otras maneras?" pregunté.

"¡Claro que sí! Verás, en la medida en que habías estado fotografiando nuestra nave durante
varios años, tus pensamientos se dirigían inevitablemente hacia nosotros. Sentimos la since-
ridad de su interés. Pero había que ver si ese interés se traducía en acción y cómo lo haría, si
aguantaría el ridículo y el escepticismo que seguramente le llegaría, y si tendría la tentación
de utilizar sus contactos con nosotros para engrandecerse o comercializar." "Has superado
todas las pruebas con creces", dijo Ilmuth con calidez. "Frente a todas las burlas, la increduli-
dad -incluso cuando se puso en duda la validez de tus fotografías- vimos cómo te mantuviste
firme en lo que, dentro de ti, sabías que era verdad".

Este estímulo me llenó de felicidad y supe que, con tales amigos, cualquier vacilación sería
imposible.

"Había otra cosa, también, que debíamos saber -dijo Ramu- en cuanto a tu discreción y juicio.
Por ejemplo, hubo ciertas cosas que el maestro te reveló esta noche y que, como dejó claro,
no deben ser contadas aún a tu gente. En un mundo como el tuyo, es una gran tentación para
la mayoría de los hombres hacerse importantes con declaraciones que llamen la atención.
Además, todo lo que ahora te está permitido contar no puede, con sabiduría, ser dicho a to-
dos. Aquí es donde entra tu buen juicio. Después de todo, has dedicado la mayor parte de tu
vida a enseñar la ley universal en la medida en que la conocías. Al hacerlo, aprendiste bien
que no sólo es inútil, sino a menudo peligroso, dar más conocimientos de los que se pueden
absorber o comprender. Sabemos que aplicarás este principio a la información que recibas de
nosotros".

"En cuanto a la telepatía -dije, expresando una pregunta que me rondaba por la cabeza-, aun-
que soy capaz de utilizarla, no puedo pretender comprender realmente su funcionamiento.
¿Podrían explicarlo un poco?"

Se miraron unos a otros y luego se rieron. Me di cuenta de que todos los presentes podían
responder a mi pregunta y de que les había hecho gracia la cortesía que había llevado a cada
uno a dar al otro la oportunidad. De hecho, al recordar toda la discusión, me doy cuenta de lo
diferente que fue en todo momento de lo que ocurre en nuestro mundo cuando se reúnen dos
o más personas. Donde nosotros nos lanzamos, hablamos de forma cruzada e interrumpimos
constantemente al orador (al que, al menos, debería permitírsele llegar a un punto final de
vez en cuando), estos hombres y mujeres habían hablado, en todos los casos, sin interrupción
de los demás. Y ninguno de ellos había tomado la palabra por la fuerza de la verborrea.

Como si fuera de común acuerdo, fue Orthon quien respondió. En tu mundo tienen lo que
llaman radio, y hay muchos radioaficionados a los que llamáis 'hams'. Estos tienen ciertos ca-
nales en los que se les permite operar. Estos canales, a los que ustedes se refieren como 'on-
das del éter', permiten a una persona en un lugar enviar un mensaje a otra persona en otro
instrumento en algún lugar lejano. Ambos pueden escucharse mutuamente con la misma cla-
ridad que si estuvieran en la misma habitación. En una época, esta comunicación habría sido
considerada fantástica por personas del tipo de mentalidad que ahora se burla de un origen
interplanetario para nuestras naves. Para este tipo de mentalidad, poco que no haya sido ya
probado hasta el punto de ser vendido en un mostrador es concebible.

"Los pensamientos se reciben y transmiten exactamente igual que por radio, a lo largo de
ciertas longitudes de onda, pero sin ningún instrumento. Trabajamos directamente de cere-
bro a cerebro, y aquí también la distancia no es una barrera.

Sin embargo, se necesita una mente abierta y receptiva para tener éxito. A lo largo de todos
los años que nos has estado enviando pensamientos, hemos respondido. Esto ha establecido
una sólida conexión tipo cable entre nosotros, manteniendo las ondas de pensamiento en un
solo canal. Siempre que tu mente esté abierta, podemos enviarte la información que necesi-
tes, exactamente como podrías recibir un mensaje por teléfono.

"Fuiste elegido para reunirte conmigo en presencia de testigos para confirmar su experiencia.
Queríamos que la verdad de este encuentro llegara lo más lejos posible. Y elogiamos al perso-
nal de uno de los periódicos de su nación es que los contactos mentales que hemos estado
discutiendo son los que resultaron lo suficientemente valientes como para publicar el primer
relato.

"Pero una cosa que queremos que deje claro a todos es que los contactos mentales que he-
mos estado discutiendo no son definitivamente lo que su gente llama 'psíquico' o 'espiritista',
sino mensajes directos de una mente a otra. La explicación de lo que ustedes llaman 'psí-
quico' se les dará en otro momento.

Llamamos telepatía mental a un estado unificado de conciencia entre dos puntos, el emisor y
el receptor, y es el método de comunicación más utilizado en nuestros planetas, especialmen-
te en el planeta Venus.

Los mensajes pueden ser transmitidos entre individuos en nuestro planeta, desde nuestro
planeta a nuestras naves espaciales dondequiera que estén, y de planeta a planeta. Como he
dicho antes -y permíteme que lo haga firme en tu memoria-, el espacio o la 'distancia', como
tú la llamas no es barrera alguna".

Mientras Orthon hablaba, Ilmuth había salido discretamente de la habitación. Ahora volvió
con una bandeja en la que había copas con lo que resultó ser la misma bebida refrescante que
he descrito antes. Después de que ella distribuyera las copas, dije: "Sobre estas personas de
otros planetas que viven entre nosotros... ¿hace mucho tiempo que ocurre esto?".

Fue Kalna quien respondió: "¡Desde tiempos inmemoriales!

“O al menos", se corrigió, "desde hace dos mil años". Después de la crucifixión de Jesús, que
fue enviado a encarnarse en tu mundo para ayudar a tu pueblo, como lo habían hecho otros
antes de él, decidimos llevar a cabo nuestra misión de una forma menos peligrosa para los
afectados que el nacimiento en su planeta. Esto fue posible gracias al gran avance de nuestras
naves espaciales. Pudimos traer voluntarios en sus cuerpos físicos. Estos hombres son cuida-
dosamente entrenados para su misión y reciben instrucciones respecto a su seguridad perso-
nal. Su identidad nunca es revelada, excepto, raramente, a uno u otro individuo para un pro-
pósito definido, como contigo.

"Se mezclan con sus hermanos terrestres para aprender sus idiomas y costumbres. Luego
regresan a sus planetas de origen, donde nos transmiten los conocimientos que han recogido
de su mundo. Tenemos una historia de la Tierra y de los acontecimientos en ella que se re-
monta a setenta y ocho millones de años. Historias similares que fueron hechas por los hom-
bres en la Tierra se han perdido con las civilizaciones que se destruyeron a sí mismas-el mis-
mo patrón de destrucción que los amenaza hoy.

"Eso que llaman guerra" no ha existido en ningún otro lugar de nuestro sistema desde hace
millones de años. Por supuesto, todos los planetas y sus gentes deben pasar por las etapas
ordenadas de evolución de lo inferior a lo superior. Pero el suyo no ha sido un progreso orde-
nado o natural; más bien, una repetición interminable de crecimiento y destrucción, creci-
miento y destrucción.

"Ha habido hombres de la Tierra que han abandonado su planeta con nuestra ayuda, para po-
der aprender de nosotros y, con el tiempo, regresar a su hogar terrestre y transmitirles sus
conocimientos. Pero en las condiciones que existen hoy en la Tierra, ya no es posible hacerlo,
puesto que ninguno pudo regresar. No podrían explicar dónde han estado sin ser tachados de
lunáticos y confinados en una institución mental. Tampoco, en vuestro mundo actual de múl-
tiples documentos de identidad, el regreso repentino de alguien que había desaparecido mis-
teriosamente mucho antes no sería cuestionado por las autoridades.

No podemos someter a nuestros semejantes a una persecución más allá de su resistencia. Es-
to puede darle una comprensión aún más clara de cómo, de muchas maneras, nos encontra-
mos bloqueados por aquellos a quienes tanto anhelamos ayudar".

Toda la alegría natural de la expresión de Kalna había sido borrada por una de tristeza mien-
tras me contaba estas cosas. Ahora, mientras cogía la copa de la mesa baja y daba un sorbo,
sonreía. Es una lástima que tengamos que hablar de cosas tan tristes, y más aún que existan
tales desgracias en cualquier parte del Universo. Nosotros, los de otros planetas, no somos
gente triste. Somos muy alegres. Nos reímos mucho".

Me sentí profundamente conmovido por esta pequeña disculpa. Eran personas alegres en sus
planetas. Sin embargo, estaban dispuestos a compartir la tristeza de nuestra Tierra, y a esfor-
zarse incesantemente a lo largo de los siglos para traernos la luz.

"Todavía nos queda una esperanza", dijo Ilmuth, como si intentara animarme. "Todavía pode-
mos venir entre ustedes, y de vez en cuando podemos establecer un contacto como contigo.
Aunque sus aviadores dificultan nuestros aterrizajes en la actualidad, esperamos que, cuando
más y más personas de su pueblo hayan visto nuestras naves, se hayan acostumbrado a ellas
y hayan aceptado la verdad de que hay seres vivos en otros planetas, puedan incrementarse
los encuentros personales con los terrestres".
"No veo cómo podría ser de otra manera", estuve de acuerdo.

Todos bebimos de nuestros vasos. Al mirar a mis amigos, vi que todo signo de la preocupa-
ción que sentían por las condiciones del planeta Tierra había desaparecido de sus rostros.
Supe que esto era sabio y correcto y, tratando de seguir su ejemplo, pregunté: "¿Bailan y can-
tan en otros planetas, y hacen fiestas como nosotros?".

"Bailamos mucho, todos nosotros", respondió Kalna. "Consideramos que entrenar el cuerpo
en una coordenada de movimiento rítmico es una parte esencial de nuestra educación. Ade-
más, esta expresión forma parte de lo que usted llamaría nuestro ritual religioso. Al igual que
la forma del poema en palabras puede sugerir sentimientos profundos que no son posibles
para la forma en prosa, lo mismo ocurre con el ritmo perfecto expresado en el movimiento de
un cuerpo entregado en una danza de adoración.

"También bailamos por puro placer como ustedes, aunque no exactamente a la manera de
sus actuales bailes", añadió riendo. "No podríamos obtener ninguna alegría de las patadas,
contoneos y saltos que hemos observado en la Tierra, durante los cuales un hombre y una
mujer se agarran ferozmente un momento y se lanzan al siguiente. Nuestros bailes sociales
suelen ser grupales, aunque a menudo una o varias personas, inspiradas por el momento o la
música, bailan para el resto. Han visto buenos bailarines interpretativos en vuestra Tierra y,
por tanto, saben el placer que supone contemplar el bello movimiento de un cuerpo inspira-
do por el espíritu interior."

"También tenemos fiestas", dijo Tlmuth, "aunque no pensamos en ellas en esos términos. Pa-
ra nosotros se trata simplemente de invitar a nuestros amigos a nuestras casas para que po-
damos hablar o relajarnos juntos. Muchas de estas reuniones son al aire libre, en nuestras
playas o en nuestros jardines. Al igual que la suya, muchas de nuestras casas tienen terrenos
planificados con piscinas y grandes terrazas".

Deseaba no tener que dejar nunca a estas maravillosas personas. Pero justo en ese momento,
Ramu se levantó y dijo: "Es una mala noticia, pero me temo que ahora debo devolverte a la
Tierra".

Me levanté y traté de enterrar mi pesar bajo el pensamiento de un "la próxima vez".

Las despedidas se produjeron en medio de un ambiente de alegría y referencias a otro en-


cuentro para todos nosotros.

Nadie me recordó que debía recordar todo lo que me habían dicho, ni aplicarlo correcta-
mente en mis actividades en la Tierra. Sólo me quedé con una última impresión de belleza,
calidez y amabilidad, y con el conocimiento de que, una vez que la ignorancia desapareciera
de ellos, la gente de mi mundo también podría crecer en el patrimonio natural de toda la
humanidad.

Al llegar a la puerta que conducía a la sala de control, me detuve para mirar hacia atrás y po-
der volver a grabar en mi mente cada detalle de esta encantadora sala, de mis amigos y, sobre
todo, del radiante retrato de la Vida Eterna.

ooo 000 ooo

El pequeño explorador había sido cargado durante nuestra visita y ahora estaba preparado
para nuestro regreso a la Tierra. La puerta estaba abierta y entramos juntos, Ramu, Firkon y
yo. La abrazadera y el cable se habían retirado mientras subíamos las escaleras y, como antes,
la puerta se cerró silenciosamente después de que entrara el último hombre.

Lentamente, nos deslizamos por el raíl inclinado, a través de dos esclusas y salimos de nuevo
al espacio por la parte inferior de la nave. Mientras descendíamos por la barandilla, volví a
sentir esa sensación de caída en la boca del estómago, aunque fue menos intensa y de menor
duración que cuando entramos.

Pareció un tiempo imposiblemente corto antes de que la puerta se abriera y Firkon dijera:
"¡Aquí estamos de nuevo, de vuelta en la Tierra!".

Esta vez la nave no se posó en el suelo, sino que permaneció flotando a unos quince centí-
metros de él.

Ramu se adelantó y extendió su mano en señal de despedida, diciendo: "No iré con ustedes,
ya que debo permanecer con el Explorador. Me alegro de haber pasado esta noche con uste-
des y espero tener otra pronto".

Me hice eco de sus sentimientos.

El viaje de vuelta al hotel fue silencioso, lleno de sentimientos y pensamientos profundos por
mi parte. Sin duda, Firkon lo sabía.

Paró el coche delante de mi hotel, pero no se bajó. Nos dimos la mano y me dijo: "No tarda-
remos en volver a vernos".

Me pregunté cuándo y dónde, y él respondió a la pregunta tácita diciendo: "No dudes de que
serás alertado en el momento adecuado, y te encontrarás en el lugar correcto".
Salí del coche. Levantando la mano en señal de despedida, Firkon se alejó, dejándome solo en
la acera. Entré en el hotel y me dirigí a mi habitación. Por primera vez desde que me fui con
mis amigos, miré el reloj. Eran las 5:10 de la mañana.

No tenía nada de sueño, ni era consciente de ningún cansancio. Me senté en el borde de la ca-
ma durante una hora entera para repasar las experiencias de la noche. Y mientras pasaban
por mi mente no podía dejar de reflexionar sobre lo fantástico que le parecería todo aquello a
mis semejantes. Sin embargo, debo contarlo......

En realidad, yo mismo apenas podía creer en la realidad de todo lo que había sucedido en las
últimas horas. Sin embargo, sabía lo que mis ojos habían visto y mis oídos habían oído, y que
sin duda había sido una experiencia completamente física.

Finalmente, me quité la ropa, me estiré y debí caer en un ligero sueño. Eran cerca de las ocho
cuando me desperté. Me vestí apresuradamente, pues me quedaba poco tiempo para des-
ayunar y tomar el autobús en el que debía volver a casa.

Mientras viajaba en el autobús, mis ojos físicos veían el paisaje terrestre por el que pasába-
mos, y algunas de las personas sentadas a mi alrededor. Pero mi mente, absorta en las expe-
riencias de la noche anterior, seguía viajando por el espacio, o con mis compañeros en la gi-
gantesca nave de transporte.

La sensación de estar en dos lugares simultáneamente persistió durante varias semanas. Me


resultaba muy difícil volver a la esclavitud de los caminos terrestres. Aunque el tiempo en el
que había tenido el privilegio de contemplar la inmensidad del espacio y la belleza de su ac-
ción constante había sido breve, llevaba conmigo la maravilla de ello. Todo lo que había
aprendido de estos amigos de otros mundos no se me había dado a mí solo, sino para que lo
compartiera con todos los habitantes de la Tierra que estuvieran dispuestos a recibirlo.
7 - El Explorador de Saturno

El tiempo pasó sin que me encontrara con mis amigos de otros mundos. Sin embargo, a me-
nudo sentía que estaban cerca.

Fue dos meses después, el 21 de abril, cuando volví a sentir un repentino deseo de ir a la ciu-
dad. En consecuencia, al día siguiente dispuse que me llevaran a Oceanside, donde tomé un
autobús a primera hora de la tarde para Los Ángeles, que me llevó a esa ciudad poco más de
dos horas después.

Me registré en el mismo hotel que antes y fui a mi habitación para refrescarme después del
viaje. Luego volví a bajar las escaleras y entré en la coctelería para charlar un poco con mi
amigo, el encargado del bar. Poco después, volví al vestíbulo, compré una revista semanal de
noticias y me dispuse a esperar.

Esta vez, la sensación de incertidumbre e inquietud interior que me había acosado en la pri-
mera ocasión estaba totalmente ausente. Sabía lo que significaba el impulso que me había he-
cho bajar de las montañas.

Así que leí con interés los informes sobre los acontecimientos nacionales y extranjeros tal y
como estaban impresos, además de un poco de lo que se llama "leer entre líneas" por mi
cuenta. Salvo la entrada de dos hombres a los que conocía ligeramente y que se acercaron
para intercambiar algunas palabras, no hubo interrupciones.

De repente, levanté la vista y allí estaba mi amigo marciano, ¡Firkon!

Me puse en pie de un salto con lo que probablemente sólo podría describirse como una am-
plia sonrisa. Firkon también lucía una amplia sonrisa, e intercambiamos el saludo de rigor.
Luego dijo una palabra, acentuándola de una manera que le daba un significado especial.

Cuando salimos juntos del hotel, dijo: "El apretón de manos ha sido descrito hasta cierto pun-
to y hemos pensado que lo mejor es añadir la palabra que acaba de oír como una identifica-
ción más entre usted y los de nuestros mundos que se ponen en contacto con usted aquí. Esto
será especialmente útil en caso de que se les acerque alguien extraño para ustedes, como
ocurrirá a veces.
"Una excelente precaución", acepté. Luego, mirando mi reloj de pulsera y observando que ya
eran las 7:15, dije: "Si tus planes lo permiten y quieres comer algo, conozco un pequeño café
cercano donde podemos sentarnos en una cabina y hablar sin ser molestados".

"Eso encajará perfectamente", dijo, añadiendo con una sonrisa, "después de todo, ¡el cuerpo
también tiene que alimentarse!"

Mientras caminábamos pregunté por Ramu. Firkon me dijo que no estaría con nosotros esta
noche. El café estaba lleno, pero tuvimos la suerte de llegar justo a tiempo para sentarnos en
un puesto mientras los antiguos ocupantes se marchaban. Intercambiamos saludos con la ca-
marera que vino a limpiar la mesa. Firkon echó un breve vistazo al menú que le había dado,
luego lo dejó a un lado y pidió un sándwich de mantequilla de cacahuete con trigo integral,
café solo y un trozo de tarta de manzana.

"Tomaré lo mismo", dije.

Cuando nos quedamos solos, empezó a hablar en voz baja. "Veo que, leyendo a lo largo de esa
revista, le llamó la atención el volumen de sospechas, antagonismo y odio que grupos de
hombres de su Tierra fomentan continuamente contra otros grupos.

Como después de la llegada de Firkon no había pensado conscientemente en esto, me sor-


prendió un poco que se diera cuenta de mi reacción.

“Muy sencillo", me explicó, "sigue siendo una imagen de pensamiento muy poderosa en lo
que podría llamarse el 'fondo de su mente'. “Pocas personas, continuó, "reconocen esas emo-
ciones destructivas dentro de sí mismas por lo que son -incluso aquellas que se enorgullecen
de poseer disposiciones suaves. Sin embargo, fíjese en el pequeño incidente que es necesario
para que un hombre pierda los estribos. Mientras que, con un poco más de agravamiento, en-
tra en la etapa de la lucha y se vuelve agresivo en lo que llama 'autoprotección'.

"En realidad, esto no es más que un estado de desequilibrio emocional que conlleva una fuer-
za de furia que se desprende de toda razón. Una vez reconocidos, estos patrones de hábito
pueden frenarse, o incluso romperse por completo."

En ese momento nos trajeron la comida. Cuando volvimos a quedarnos solos, continuó: "La
responsabilidad del estado de cosas que existe hoy en la Tierra no puede achacarse sólo a
unos pocos en cualquier nación. En mis contactos comerciales y sociales con mis hermanos
de la Tierra me he encontrado con muchos saturados de estas emociones destructivas y ence-
rrados en el egoísmo. Naturalmente, el miedo y la confusión prevalecen. Unos pocos han lo-
grado desarrollar una consideración más elevada por sus semejantes al tratar de aprender
más de las leyes universales.
Algunos han elegido los canales de lo que ustedes llaman 'metafísica', 'ocultismo' y otros
nombres similares. Pero entre ellos hay a menudo un motivo egoísta hacia la autopromoción
y la ganancia personal, más que el motivo universal de servicio y bienestar mutuo.

"Como resultado de este egoísmo generalizado, poco importa a quién elija el pueblo como lí-
der, incluso si es seleccionado entre sus propias filas. Los líderes están sujetos a los hábitos
de la mayoría cuando la mayoría está en el poder.

"Nosotros, los de otros mundos, que hemos estado viviendo sin ser reconocidos entre uste-
des, podemos ver claramente cómo se ha perdido la identidad con el origen divino. La gente
de la Tierra se ha convertido en entidades separadas que ya no son verdaderamente huma-
nas en su expresión, como lo fueron en un principio. Ahora no son más que esclavos de la cos-
tumbre. Sin embargo, aprisionada dentro de estos hábitos está todavía el alma original que
anhela expresarse de acuerdo con su herencia Divina. Este impulso asfixiado está destinado a
perturbar profundamente al hombre encadenado a sus rutinas por el mecanismo del hábito.
Y es por eso que, deseando una expresión más fina y más grande, más a menudo de lo que los
hombres se dan cuenta, algo que se agita dentro de las profundidades de sus seres deja al yo
atado al hábito inquieto e intranquilo. Sin embargo, el hábito es tan poderoso en su acumula-
ción que, aunque el hombre quiere escuchar esta voz amable y sabia, teme ceder, sin saber a
dónde podría llevarle. Sin embargo, hasta que el hombre pueda desprenderse de los grilletes
de su orgullo personal y permitir que esta voz lo guíe, seguirá viviendo como un guerrero
contra las leyes de su propio ser.

"Como sabes, mientras los hombres no deseen cambiar su forma de vivir, nadie puede ayu-
darlos. Aquellos pocos en la Tierra que sí desean sinceramente aprender las leyes del Infinito
deben tratar de guiar a los demás. Y nosotros, los de otros mundos, les ayudaremos".

Nos habíamos entretenido con nuestra comida mientras Firkon hablaba. Ahora se levantó de
la cabina. Volvimos a salir y caminamos unas dos manzanas hasta llegar al mismo Pontiac
aparcado en la acera.

Era una noche ventosa, pero apenas noté la tormenta. Durante la primera parte de nuestro
viaje, mi mente daba vueltas a lo que Firkon había estado diciendo. Hacia el final, sólo podía
pensar en las nuevas aventuras que podría vivir esta noche. El viaje desde la ciudad parecía
más corto esta vez hasta el punto de que, como antes, nos desviamos de repente de la carre-
tera principal. Esta vez sólo recorrimos una corta distancia antes de que el coche se detu-
viera.
Al principio no pude distinguir nada más que el contorno de unas colinas bajas a mi derecha
y, hasta donde podía ver en la oscuridad, un terreno llano en todas las demás direcciones.
Aunque estaba seguro de que la intención era encontrarnos de nuevo con el Scout, no podía
ver ninguna señal de él ni ninguna luz que pudiera revelar su presencia. Sin embargo, mi
compañero parecía estar seguro de su dirección y caminamos durante bastante tiempo antes
de que las colinas bajas llegaran a un final repentino. Allí, a lo lejos, pude distinguir un suave
resplandor. Mi expectación aumentó cuando nos dirigimos hacia esa luz y, después de unos
400 metros, la silueta familiar del explorador se hizo visible.

Pero algo era diferente. Era mucho más grande que la pequeña nave que tenía en mi memo-
ria. Ésta debía tener más de 30 metros de diámetro, con ojos de buey más grandes y una cú-
pula mucho más plana. (Comparar la ilustración número 2 con la número 9.- El Editor)

Contra el resplandor de la nave se perfilaba una figura que al principio creí que era mi amigo
venusino, vestido con el ya familiar traje de piloto de esquí. Pero este piloto resultó ser un ex-
traño, un hombre apuesto de unos dos metros de altura. Se adelantó unos pasos y nos saludó
de forma cálida y amistosa, mientras nos daba el habitual apretón de manos. Le llamaré Zuhl.

Me preguntaba si este enorme platillo era una nave marciana, cuando el piloto corrigió mi
pensamiento diciendo: "Este explorador es de Saturno, y también se transporta en un gran
transporte o nave nodriza como en la que usted ya estuvo".

Dio una vuelta, nos condujo al platillo que nos esperaba, cuya puerta ya estaba abierta, y en-
tró. Le seguí, con Firkon detrás de mí.

Esta nave tenía al menos cuatro veces el diámetro del explorador venusino y aproximada-
mente el doble de altura, posiblemente un poco más. La puerta se cerró de la misma manera
silenciosa detrás de Firkon. Al instante, la luz del interior aumentó y se oyó un zumbido bajo
cuando la maquinaria se puso en marcha. Sentí un ligero tirón o sacudida, no lo suficiente
como para desequilibrarme, y supuse que habíamos abandonado la Tierra. Mientras miraba a
mi alrededor, tratando de comprender mi nuevo entorno, el piloto saturniano me explicó que
esta nave no sólo era más grande que el pequeño Scout, sino que se diferenciaba en otros as-
pectos. No había estado planeando sobre el suelo, sino que estaba firmemente asentada so-
bre su enorme tren de aterrizaje de tres bolas. Lo que había sentido era la sacudida necesaria
para hacer la ruptura con la Tierra. Zuhl citó, como analogía, un trozo de hierro que se aferra
a un imán. En el instante de la separación se produce una sacudida.

Al mirar a mi alrededor, vi la familiar luz difusa de color blanco azulado y el mismo tipo de
paredes metálicas translúcidas y vidriosas. A ambos lados había un pasillo curvo de unos
cuatro pies de ancho, que parecía rodear la nave. En la pared exterior de este pasaje observé
un grupo de ojos de buey, considerablemente más grandes que los de la pequeña nave y, por
lo que pude ver, juzgué que debía haber cuatro grupos de este tipo en total, un grupo en cada
cuadrante.

Por delante, un pasillo de la misma anchura aparente, con altas paredes que llegaban hasta la
cúpula, discurría en línea recta a lo largo de un tercio del diámetro de la nave. Más allá pare-
cía haber una cámara central en la que podía ver un gran polo magnético situado en el centro
de la nave.

El piloto me preguntó entonces si quería dar una vuelta por el Scout mientras estaba en vue-
lo. No hace falta decir que sí. Zuhl me llevó a la cámara central, un espectáculo increíble. Es
difícil describir algo tan desconocido y complicado después de verlo por primera vez. Sin em-
bargo, haré lo que pueda.

En planta, la nave parecía una rueda. Los cuatro pasillos eran como cuatro radios que condu-
cían al eje o cámara central en la que nos encontrábamos. Las paredes medían entre seis y
siete metros desde el suelo hasta el techo. Estaban cubiertas casi en su totalidad por gráficos
y diagramas iluminados, sobre los que las líneas y las formas geométricas tejían los intrin-
cados patrones de colores continuamente cambiantes que me habían fascinado en la Scout de
Venus. Me cautivaron por su belleza, aunque no pude entenderlos mejor.

Más o menos a la mitad de las paredes circulares había un delicado balcón de metal al que se
llegaba por una escalera. Por encima de las paredes estaba la propia cúpula translúcida, coro-
nada por una enorme lente telescópica. Casi todo el espacio del suelo estaba ocupado por una
lente igualmente gigantesca, de un diámetro al menos dos veces mayor que la de la nave ve-
nusina. Alrededor de ella había cuatro bancos curvos en los que los observadores podían sen-
tarse y contemplar el planeta a través del espacio. Pero el polo magnético central, que iba del
suelo a la cúpula, dominaba toda la cámara. Esta enorme y silenciosa vara de poder, que pasa-
ba a través de las dos grandes lentes, contenía los secretos que anhelamos: los secretos del
vuelo interplanetario.

Como he indicado, la nave estaba dividida en cuatro cuadrantes por los cuatro corredores
radiales. Estos corredores entraban en la cámara central por cuatro aberturas. Volviendo a
nuestra izquierda, recorrimos ahora uno de los corredores.

A mitad de camino nos encontramos con dos grandes arcos opuestos en las paredes del co-
rredor. El piloto me condujo por el arco de la derecha a una parte de la nave que describió
como los dormitorios de la tripulación. Todo este cuadrante estaba dividido de forma intere-
sante. Delante de nosotros había una docena de pequeñas habitaciones privadas o cubículos
donde cada miembro de la tripulación tenía su lugar privado para dormir. No entré en nin-
guno de ellos, pero como todas las puertas estaban abiertas, pude ver lo perfecta y compac-
tamente equipados que estaban, de una manera que nuestros ingenieros de Pullman podrían
envidiar.

Una especie de escalera de barco con pasamanos subía a una sección inmediatamente supe-
rior a los dormitorios. Creo que ésta era la única parte de la nave que contenía dos cubiertas
completas dentro de un cuadrante. Aquí arriba había una especie de dormitorio o baño, equi-
pado con sofás y sillas profundas y cómodas donde la tripulación podía descansar o conver-
sar. El techo de este departamento estaba formado en su totalidad por la pendiente de la cú-
pula translúcida, y recordaba a un solarium de ensueño. Desde luego, debía de ser una forma
encantadora de relajarse, bajo la enorme cúpula curvada de cristal, con las estrellas y el espa-
cio más allá.

Mientras asimilaba todo esto, me pregunté cuántos miembros de la tripulación habría. "Nor-
malmente doce hombres componen una tripulación completa", dijo Zuhl, "pero en este mo-
mento sólo hay dos hombres a bordo además de mí, ya que no son necesarios más para un
viaje corto como éste".

Entonces me pregunté si todos los miembros de esta tripulación en particular eran satur-
nianos, ya que se trataba de una nave saturniana. Este pensamiento se corrigió cuando Zuhl
dijo: "Aunque este explorador se construyó en Saturno, ningún planeta en particular lo posee.
Por el contrario, lo compartimos. En consecuencia, su tripulación tiene miembros de todos
los planetas.

"Como pueden ver, se trata de un explorador grande y diseñado para viajes de largo alcance.
Puede permanecer lejos de su nave madre durante una semana o más sin tener que volver
para recargarse, ya que lleva a bordo un equipo generador que sirve para este fin. En caso de
emergencia, la energía adicional para una recarga también puede ser transportada directa-
mente a cualquier platillo desde la nave nodriza".

Cuando estuvimos en el pasillo cerca de los dormitorios, me pareció notar una débil vibra-
ción bajo mis pies. Entendí el motivo cuando Zuhl me explicó: "La mayor parte de la maquina-
ria está instalada directamente bajo el suelo en esta sección. También hay un taller mecánico
al que se puede entrar directamente desde los dormitorios". Busqué una puerta pero no vi
ninguna, lo que no me sorprendió.
Al salir de nuevo al pasillo, miré a través del arco que conducía al siguiente cuadrante. Vi un
suave resplandor de luces de colores y extraños instrumentos: la propia sala de control. Ha-
bía dos jóvenes sentados en los paneles de control. Continuamos hasta llegar al pasillo circu-
lar exterior.

1 Explorador Venusino Flotando


Un plato volador -más precisamente denominado Scout- fotografiado a las 9 de la mañana del 13 de
diciembre de 1952 por George Adamski en Jardines del Palomar, California, a través de un telescopio de
seis pulgadas. Obsérvese una gran lente de aumento y el tren de aterrizaje de tres esferas y la carcasa que
contiene la maquinaria principal de la nave debajo de la misma.
2-Diagrama de la Nave Exploradora Venusina

3-Diagrama de la Nave Nodriza Venusina


4-Nave Espacial Tipo Submarino
Construida especialmente para sumergirse en nuestros mares así como para viajar por el espacio. Foto-
grafiada el 9 de marzo de 1951 a las 9.00 horas por George Adamski con un telescopio de seis pulgadas
en Jardines de Palomar, California.
5-Nave Nodriza Liberando a los Scouts #1
Las siguientes tres fotografías fueron tomadas inmediatamente después de ésta, el 5 de marzo de 1951 a
las 10,30 a.m. por George Adamski. Aquí sólo un Scout ha comenzado a salir.

6-Nave Nodriza Liberando a los Scouts #2


Dos Exploradores han despegado.
7-Nave Nodriza Liberando a los Scouts #3
Ahora cinco Scouts se han deslizado por la barandilla inclinada, a través de dos esclusas y han salido al
espacio por la parte inferior de la nave. (Ver la parte final del Capítulo Seis)

8-Nave Nodriza liberando a los Scouts#4


Ahora se ven seis exploradores, en esta última de la rápida serie de cuatro fotos telescópicas tomadas por
George Adamski.
9-Diagrama del Explorador de Saturno

10-Diagrama de la Nave Nodriza de Saturno


11-Naves Espaciales cerca de la Luna
Fotografiado el 16 de mayo de 1951 a las 9. p.m. por George Adamski a través de un telescopio de seis
pulgadas. Esta actividad cerca de la Luna, señalada por otros observadores, se explica ahora en el Capí-
tulo 14.
12-Toma desde el Interior de un Scout Venusino
Esta es la primera de las cuatro fotos tomadas por el piloto de un Scout con una cámara Polaroid de
Adamski en la madrugada del 25 de abril de 1955. La curva del ojo de buey del Explorador está en la es-
quina superior izquierda.
13-Ojos de Buey de una Pequeña Nave Nodriza
Un Venusino está en el primer ojo de buey, Adamski está en el segundo ojo de buey en esta segunda de las
cuatro fotos.

14-El Portador en una Luz y Rango Diferentes


Como se explica en el texto, la intensidad y el alcance de la luz cambiaron de una foto a otra.
15-Última Foto de la Nave Nodriza Venusina
En realidad, Adamski desconoce la secuencia en la que estas cuatro fotos fueron tomadas por el piloto del
Scout.
16-George Adamski
Una instantánea reciente tomada en esta casa en las laderas del Monte Palomar. Al fondo está el Obser-
vatorio que alberga su telescopio de quince pulgadas.

Giramos a la derecha y Zuhl dijo: "En esta habitación hay un compartimento donde guarda-
mos dos pequeños "discos de registro" controlados a distancia. Son los que enviamos para los
trabajos de observación cercana. Se trata de instrumentos muy sensibles que transmiten sus
resultados no sólo al explorador, sino también directamente a la nave nodriza, de modo que
se puedan realizar registros duplicados. Uno de los juegos va a los registros permanentes en
uno de los planetas para el uso de cualquiera que requiera esa información en particular.
Estos pequeños discos han contribuido mucho a nuestro conocimiento de las condiciones en
la Tierra, en todo el sistema solar e incluso en sistemas más allá".

Caminando por el pasillo exterior mientras continuaba nuestro recorrido, pasamos por un
grupo de cuatro grandes ojos de buey, pero no nos detuvimos a mirar.

Cuando llegamos al siguiente pasillo radial, volvimos a girar a la derecha y empezamos a re-
correr el camino de vuelta al centro de la nave entre dos paredes de aspecto sólido del mismo
material translúcido. Estas paredes eran muy gruesas y resistentes, y formaban un elemento
estructural integral, como los radios de una rueda. Pude ver que la pared de mi derecha debía
ser la pared trasera de los dormitorios. Y Zuhl me explicó que la pared opuesta contenía la
entrada a un compartimento de almacenamiento bastante grande, provisto de alimentos y
otros suministros para un viaje prolongado.

Cuando el piloto mencionó las palabras "viaje prolongado", me pregunté si esta nave podría
viajar entre planetas sin la ayuda de una nave de transporte. El piloto lo desmintió, afirmando
que los exploradores no están hechos para viajar por el espacio exterior.

Una vez más entramos en la cámara central con sus gráficos de pared móviles y parpadean-
tes. Bordeamos la lente central y salimos por el tercer corredor radial, el último aún por ex-
plorar. Al igual que su homólogo de enfrente, este corredor también tenía dos grandes arcos
que partían de su punto medio. Primero giramos y entramos por el arco de la izquierda en
una sala que, según me dijeron, era la cocina. Pero nunca lo habría imaginado, porque se pa-
recía muy poco a lo que conocemos como cocina. Parecía una habitación casi desnuda con pa-
redes lisas. Pero la apariencia resultaba engañosa. Zuhl me dijo que estas paredes estaban
revestidas de arriba a abajo con armarios y compartimentos que, como todas las puertas de
estas naves de construcción asombrosa, eran invisibles hasta que se abrían. En estos arma-
rios se almacenaban los alimentos y todo lo necesario para su preparación.

En una de las paredes había una pequeña puerta de cristal que conducía a lo que, según él,
era un horno. Cuando miré dentro y no vi ningún tipo de quemador, Zuhl me explicó: "Noso-
tros no cocinamos nuestra comida de la misma manera que ustedes. La nuestra se hace rápi-
damente mediante rayos o altas frecuencias, método con el que están experimentando ahora
en la Tierra. Sin embargo, preferimos la mayoría de nuestros alimentos en el estado en que se
cultivan, y vivimos principalmente de las deliciosas frutas y verduras que abundan en nues-
tros planetas. A todos los efectos somos lo que ustedes llaman "vegetarianos", pero en casos
de emergencia, si no hay otro alimento disponible, comemos carne".
Más tarde me di cuenta de que no había visto fregaderos, basuras ni cañerías, pero, como no
soy ama de casa, no registré su ausencia en aquel momento. Pero sin duda debían existir tales
instalaciones, probablemente tan misteriosamente superiores a las nuestras como lo era todo
lo demás. Tampoco vi sillas, mesas o bancos. Sin duda, todo lo necesario estaba escondido
entre las paredes.

Salimos de esta cocina y entramos en un salón tan lujoso como el del hermoso transporte de
Venus, donde había sofás y asientos individuales de varios estilos. Muy cerca se encontraban
mesas auxiliares del mismo tipo con tableros transparentes. Sobre ellas había hermosos
adornos. Zuhl dijo que los miembros de la tripulación pasaban muchas horas en esta sala du-
rante los viajes de observación a través de la atmósfera de cualquier planeta que estuvieran
estudiando. También explicó que, ya como hombres de la Tierra, jugaban a muchos juegos,
con los que disfrutaban mucho, y también entretenían a los invitados aquí.

No vi libros, papeles o material de lectura de ningún tipo, ni tampoco estanterías o cajas en


las que se pudiera guardar algo de este tipo. Pero no pongo en duda que tales cosas estuvie-
ran presentes.

El revestimiento del suelo de esta habitación, así como el de todo el barco, era de color ama-
rillo-gris. No tenía ningún diseño especial y, aunque la superficie parecía muy firme, al cami-
nar sobre ella se sentía como una gruesa esponja de goma.

Nos detuvimos sólo un momento en este acogedor salón. Volviendo al pasillo central, conti-
nuamos por el primero por el que habíamos entrado en el Scout.

Aunque se me habían mostrado y explicado muchas cosas en esta fascinante nave, no se me


permitió más que un rápido vistazo a la sala de control, y no se me dio ninguna explicación
sobre la energía que hacía funcionar cualquiera de los equipos mecánicos. Aunque sabía que
viajaban utilizando las fuerzas naturales del espacio, transformadas en energía motivadora,
no entendía el cómo, y admito que esperaba información.

Pero con una sonrisa casi de disculpa, Zuhl me dijo que todavía no podían confiar plenamente
en ningún terrícola hasta el punto de revelar ciertas cosas. "Porque", dijo, "ustedes en la Tie-
rra todavía no han abandonado el control de sus emociones... lo que a menudo hace que
hablen antes de pensar. Al hacerlo, podrían ser llevados a dar información imprudentemente
a una mente indigna que podría pervertir su uso.

No puedo negar la verdad de esto.

Nuestro viaje a través del explorador había sido rápido, y las explicaciones se dieron en el
camino. A pesar de ello, apenas habíamos completado nuestro recorrido cuando Zuhl anun-
ció: "Hemos llegado a nuestro transporte y estamos listos para entrar".

Aunque no me dijeron a qué distancia nos encontrábamos, tuve la clara sensación de que esta
Nave Nodriza estaba mucho más lejos de la Tierra que la nave venusina. Tampoco pude ver la
entrada de nuestra nave en la más grande, ya que estábamos cerca del centro del Explorador
sin vista hacia afuera. Sin embargo, en muchos aspectos había una sensación de semejanza
con la experiencia anterior, aunque al mismo tiempo una diferencia que no podía explicar.

Al descender al interior de la nave que nos esperaba, volvimos a tener la sensación de caer en
un ascensor, pero sin perder el equilibrio.

Cuando el Scout se detuvo sobre sus raíles y la puerta se abrió hacia una plataforma como en
el otro transporte, no había nadie para recibirnos y colocar abrazaderas sobre la brida y el
raíl como se había hecho en la nave venusiana para el Scout más pequeño.

Al salir de este explorador y entrar en la plataforma de esta nave nodriza de Saturno, percibí
inmediatamente que esta nave era diferente en casi todos los aspectos del transporte venu-
sino. Me pregunté qué aventuras me esperaban aquí, pero en ningún momento tuve la menor
sensación de miedo. (Ver la ilustración número 10 y comparar con la número 3. - El Editor).

En efecto, cada nuevo encuentro con estas gentes de otros mundos no hacía más que conver-
tir cualquier parte de miedo en un completo absurdo. En todo momento me he sentido muy
humilde por el privilegio que se me ha concedido de escuchar sus palabras de sabiduría y de
visitar y viajar en sus hermosas naves. Lo único que me han pedido es que transmita sus co-
nocimientos a mis semejantes, sean quienes sean y estén donde estén. Esto lo haré, dejando a
cada hombre el privilegio de creer o no creer, de beneficiarse de un conocimiento superior, o
de desecharlo con burla y escepticismo.
8-La Nave Nodriza de Saturno

Lo que voy a intentar describir es bastante complejo. La mayor parte de los dispositivos me-
cánicos que vi tras subir a la nave nodriza de Saturno eran totalmente nuevos para mí. Al
principio no pude comprender del todo sus funciones, pero luego me ayudaron a entenderlas.
La plataforma junto a la cual nos habíamos detenido (digo "plataforma", pero en realidad re-
sultó ser un ascensor magnético de unos cincuenta pies cuadrados) llevaba a las personas y a
la carga desde la parte inferior hasta la superior de esta gigantesca nave portadora a través
de un enorme pozo de doscientos pies o más de profundidad. Un poste magnético se elevaba
a toda la altura de este pozo, pasando por el centro del ascensor y, según supe, proporcionaba
la energía y los medios por los que funcionaba.

Esto fue lo primero -esto y el gran pozo que se elevaba hacia arriba- que me llamó la atención
al bajar del platillo. Delante de nosotros había una especie de puente con raíles laterales que
conectaba la plataforma del ascensor con la cubierta en la que se había detenido nuestra na-
ve, ya que la plataforma de quince metros no llenaba completamente la anchura del pozo. Es-
to me desconcertó al principio.

Mientras Zuhl y yo avanzábamos, me volví y miré a mi alrededor, asombrado por la majestuo-


sidad y la soberbia construcción de esta colosal nave. Mirando hacia atrás, pude ver, en lo alto
y más allá de la cúpula de nuestro platillo, el techo de la inmensa cámara por la que habíamos
descendido. Un gran conjunto de raíles se inclinaba hacia arriba y atravesaba este techo, con-
tinuando en algún lugar de las alturas donde debían estar las esclusas. Podía mirar directa-
mente hacia la abertura de la nave nodriza por la que acabábamos de llegar.

Cuando llegamos a la plataforma, Firkon me sugirió que mirara en el hueco del ascensor. Lo
hice y vi otros tres pisos o niveles de cubierta por encima, y tres por debajo, lo que hacía un
total de siete. En cada nivel se proyectaba un puente o balcón-extensión en el hueco para cu-
brir el hueco entre el borde de la plataforma y la cubierta propiamente dicha. Estas exten-
siones, según supe más tarde, pueden levantarse como puentes levadizos.

Su longitud es igual a la altura de la cubierta desde el suelo hasta el techo, de modo que cuan-
do se levantan ocultan la entrada de la cubierta, haciendo un lado liso del pozo y sellándolo
completamente del resto de la nave. Cuando la plataforma del ascensor llega a su destino, es-
ta parte de la pared del hueco se abate hacia abajo hasta convertirse en el balcón saliente.
Cuando esto ocurre, los pasamanos del ascensor se abren hacia fuera y forman barandillas
para el balcón. Cuando el ascensor avanza, estas barandillas giran hacia atrás desde el balcón
y forman una barandilla en el ascensor.

Vi cómo funcionaban estas barandillas nada más al salir del Scout. En cuanto cruzamos el bal-
cón y entramos en el ascensor, las barandillas laterales se cerraron tras nosotros, aunque no
íbamos a ascender. Mientras yo miraba a mi alrededor, intentando captar todos los detalles,
Zuhl se detuvo junto a un pequeño panel de control que estaba elevado unos diez centímetros
del suelo del ascensor, probablemente para evitar que alguien lo pisara accidentalmente. Este
panel tenía unos treinta centímetros de largo y entre seis y ocho de ancho. En él había seis
botones escalonados en dos filas para facilitar su manejo con los pies. Cada botón estaba
marcado para indicar su propósito. Pero yo no podía leer ni entender estas marcas.

Zuhl pisó uno de los botones, e inmediatamente las barandillas del otro lado de la plataforma
se abrieron hacia fuera y se colocaron en una nueva posición como barandillas de protección
para la extensión del balcón en el lado más lejano del pozo al que habíamos llegado. Al mismo
tiempo, una hermosa y proporcionada puerta ornamentada en la pared que teníamos delante
se abrió, revelándome otra maravillosa visión.

Nos encontrábamos ahora en un exquisito salón, muy similar en cuanto a mobiliario y diseño
al del transportador de Venus, aunque algo más grande. Una vez más, estaba bellamente ilu-
minado por la misma luz suave y misteriosa sin fuente evidente. Sin embargo, mi atención fue
captada casi inmediatamente por seis mujeres y seis hombres que aparentemente esperaban
nuestra llegada. Estaban sentados en un grupo cerrado, conversando entre ellos. Cuando en-
tramos, se levantaron y sonrieron. Un hombre y una mujer se acercaron a saludarnos, incluso
con mucha calidez, aunque yo no los conocía de antes.

Las mujeres iban vestidas con hermosas batas transparentes de un material que parecía irra-
diar una cualidad casi viva. Cada una llevaba un cinturón ancho que parecía formar parte de
la propia prenda, decorado con gemas que brillaban con una suavidad y vitalidad como nun-
ca había visto en ninguna gema de la Tierra.

Estos cinturones enjoyados son el único adorno que he visto llevar a las mujeres de otros
mundos. Y mientras me maravillaba con estas gemas, me encontré preguntando si, en lugar
de ser superiores en sí mismas a las de la Tierra, su extraordinario brillo no sería el resultado
del resplandor de sus portadoras, un pensamiento que más tarde fue verificado por Firkon.

Los vestidos de las damas tenían mangas largas y llenas, recogidas en las muñecas. Los esco-
tes eran redondos. Aunque diferían en color según la elección de cada dama, todos eran de
suaves tonos pastel que daban a todo el grupo un aspecto de armonioso encanto.

La estatura de las mujeres oscilaba entre algo menos de un metro y medio y un metro ochen-
ta. Todas eran esbeltas y de bellas formas. Sus rasgos eran delicados y sus rostros tenían un
contorno encantador. En cuanto a la coloración, estaban representados todos los tipos, desde
las tez muy blanca con un ligero tinte rosado hasta la suave y tersa aceituna. Las orejas eran
pequeñas; los ojos, grandes y muy expresivos, bajo unas cejas de hermosa línea. Las bocas de
todas parecían ser de tamaño medio, con labios rojos naturales, que variaban en profundidad
según el tono de la piel.

Todas llevaban el pelo a la altura de los hombros, suelto pero encantadoramente arreglado.
Tanto los hombres como las mujeres llevaban sandalias. Ninguna de las mujeres parecía te-
ner más de veinte años. Más tarde, Firkon me dijo que sus edades oscilaban entre los treinta
y los doscientos años. Mientras que los vestidos sueltos y fluidos revelaban apenas una suge-
rencia de la perfecta simetría de sus cuerpos, cuando más tarde se cambiaron a uniformes ce-
ñidos, la belleza y la gracia con la que todos estaban formados se hicieron claramente eviden-
tes.

Los hombres llevaban blusas blancas relucientes, abiertas de par en par en el cuello, con
mangas largas y completas ceñidas a las muñecas, algo similar a las que llevaban los hombres
del siglo XVIII en la Tierra. Los pantalones también eran holgados, muy parecidos a los nues-
tros. Pero el material tenía una suavidad y una textura distintas a las que yo había visto.

La estatura de los hombres oscilaba entre el metro y sesenta y el metro noventa y todos esta-
ban espléndidamente formados, con un peso proporcionado. Al igual que las mujeres, varia-
ban de color, pero noté que la piel de uno de ellos era definitivamente lo que llamaríamos co-
lor cobre. Todos tenían el pelo bien recortado, aunque difería en longitud y corte hasta cierto
punto, como aquí en la Tierra. Ninguno llevaba el pelo largo como Orthon, mi amigo venusino
del primer encuentro. Desde entonces he sabido que tenía una razón particular para llevar el
pelo de esta manera.

Los rasgos de los hombres, aunque uniformemente guapos, no eran muy diferentes de los de
los hombres de la Tierra, y estoy seguro de que cualquiera de ellos podría venir entre noso-
tros y no ser reconocido como no perteneciente a este lugar. Ninguno parecía mayor de los
treinta años, pero esta impresión fue corregida más tarde por Firkon, quien me dijo que sus
edades oscilaban entre los cuarenta y los varios cientos de años según nuestra escala en la
Tierra.
Inmediatamente después de los saludos, nos invitaron a sentarnos alrededor de una gran me-
sa ovalada, sobre la que había copas llenas de un líquido claro. Como todas las que había vis-
to, esta mesa tenía un tablero transparente, ligeramente diferente del vidrio o de cualquier
tipo de plástico conocido en la Tierra. No tenía ningún revestimiento, ni estaba grabada, talla-
da o decorada de ninguna manera. El material en sí tenía una belleza indescriptible que no
requería ningún tipo de ornamentación.

Las sillas que se acercaban a la mesa eran muy parecidas a las del comedor. Había quince de
ellas, correspondientes al número de personas presentes.

Al sentarnos -yo entre Zuhl y Firkon- se nos invitó a beber el líquido de las copas. Aunque su
aspecto era tan claro como el de nuestra agua más pura, el sabor era similar al del zumo de
albaricoque natural; dulce y ligeramente pesado, totalmente delicioso.

Aunque ya me habían explicado los métodos por los que estos viajeros espaciales eran capa-
ces de aprender cualquier idioma hablado en la Tierra, esta facilidad seguía siendo un ele-
mento de sorpresa.

La Dama que se había adelantado a saludarnos al entrar empezó a hablar con nosotros cuan-
do dijo: "Esta nave es un laboratorio científico. Viajamos por el espacio con el único propósito
de estudiar los constantes cambios que se producen en el propio espacio. Observamos la vida
y las condiciones de los muchos planetas que encontramos mientras nos desplazamos por el
espacio. Naturalmente, el aprendizaje de los diferentes idiomas es una necesidad. Es gracias a
la investigación realizada por naves como la nuestra que los viajes espaciales se han des-
arrollado hasta el grado actual de seguridad. Algo de esto se te explicó en la nave de Venus,
pero allí no se te mostró cómo se manejan los instrumentos. En esta nave, sin embargo, verás
nuestros instrumentos en funcionamiento, y explicaremos algunas de sus funciones para que
puedas comprender mejor cómo hemos aprendido a utilizar las fuerzas naturales".

Luego pasó a explicar que esta nave tampoco pertenecía a ningún planeta, sino que era una
nave universal, tripulada por personas de muchos planetas y operada para el bienestar y el
conocimiento de todos. "En este viaje en particular", explicó, "tres de las mujeres son habi-
tantes del planeta que ustedes llaman Marte, y las otras tres de Venus. Normalmente, también
hay tres mujeres de Saturno que, por ciertas razones, no pudieron acompañarnos en este via-
je. Así que Saturno está representado sólo por sus hombres. Ocasionalmente, hombres y mu-
jeres de sistemas solares incluso más allá del nuestro se unen a la tripulación de esta y otras
naves del mismo tipo. En todos los casos, los miembros de la tripulación son altamente entre-
nados por nuestros científicos más avanzados".
Casi como si no se hubiera interrumpido la discusión entre Firkon y yo a primera hora de la
tarde, el tema de los problemas a los que se enfrentan los habitantes de nuestro mundo se re-
tomó aquí, alrededor de esta hermosa mesa. Como de costumbre, fue notable la ausencia de
condenas o juicios severos de cualquier tipo. En su lugar, se percibió una comprensiva sim-
patía por el sufrimiento de los habitantes de la Tierra.

Una de las damas marcianas dijo: "Ustedes, los terrícolas, no desean mostrar tanta crueldad
entre vosotros. Esto, como se les ha dicho antes, es simplemente el resultado de su autoigno-
rancia, que a su vez les ciega a las leyes del Universo del que todos formamos parte.

"Dentro de sus familias, hablan mucho del amor que sienten los unos por los otros. Sin em-
bargo, este mismo amor que profesan se expresa a menudo como un poder posesivo de escla-
vitud sobre el otro. Nada podría ser más contrario al amor en su estado libre. El amor genui-
no debe abarcar el respeto, la confianza mutua y la comprensión. Tal como se conoce y se ex-
presa en otros mundos, el amor no contiene nada de la falsa posesividad que lo pervierte en
la Tierra.

"Entendemos el amor como una radiación desde el corazón de la Deidad a través de toda la
creación, y especialmente a través del hombre hacia todas las demás formas, sin división de
ningún tipo. En realidad, no es posible encontrar virtud en una forma y ninguna en otra.

"Sin embargo, fíjate en la distorsión existente en la Tierra, únicamente porque el hombre allí
no se comprende a sí mismo ni a su Padre Divino. A causa de esta ignorancia, los hombres sa-
len en lo que llaman "guerra para masacrar sin piedad a los de otra nación, otro color, otra re-
ligión, sin comprender lo que hacen. Es difícil para nosotros, los de otros mundos, compren-
der por qué los hombres de la Tierra no pueden ver que no sólo la destrucción mutua de sí
mismos por sí mismos no es una respuesta a ningún problema, sino que es una causa de más
desgracias en la Tierra. Así ha sido siempre y así será siempre. Ahora que su conocimiento
científico ha superado tanto su progreso social y humano, la brecha entre ambos debe ser lle-
nada con urgencia. Los hombres de su Tierra conocen el terrible poder que encierran las
bombas que acumulan para usarlas unos contra otros. Sin embargo, se acercan cada vez más
al borde de una matanza mundial impensable. Esto, para nosotros, es extrañamente ilógico".

"Sí", coincidió uno de los hombres, "su comportamiento nos parece a menudo ilógico. Déjen-
me darles un ejemplo. Ustedes tienen padres físicos en la Tierra, ¿no es así?"

"Sí", respondí.

"Si tuvieran dos hijos, nacidos de su propia carne y sangre, como dicen, y si por una u otra
razón uno de vuestros Hijos se arrodillara ante vosotros y pidiera la bendición para su deter-
minación de matar a su hermano, que también es su hijo, ¿concederían su petición porque él
se profesa correcto y su hermano equivocado?".

Mi respuesta fue naturalmente: "¡Por supuesto que no!".

"Sin embargo", señaló, "eso es exactamente lo que han hecho los terrícolas a lo largo de los si-
glos. Todos ustedes reconocen un Ser Supremo según su entendimiento, y hablan de la her-
mandad de la humanidad. Sin embargo, piden al Padre Eterno de todas las cosas que haga lo
que vosotros mismos no harían. Pues cuando se enfrentan unos a otros, caen de rodillas en
una oración impía. Piden a su Padre Divino que bendiga sus esfuerzos para obtener una vic-
toria sobre vuestro propio hermano de vida, incluso hasta el punto de destruirlo.

"Nosotros, como sus hermanos que viven en otros mundos distintos al vuestro, vemos con
imparcialidad los grupos de personas divididos en su planeta. Nosotros, que hemos aprendi-
do más sobre las leyes de nuestro Padre, operativas en todo el Universo, no podemos hacer
las distinciones que les mantienen en tan constante agitación y nos entristece ver lo que está
ocurriendo en la Tierra. Nosotros, como hermanos de toda la humanidad, estamos dispuestos
a ayudar a todos aquellos que podamos alcanzar y que deseen nuestra ayuda. Pero en ningún
momento podemos imponer nuestra forma de vida a los habitantes de su mundo.

"En realidad, no hay gente intrínsecamente mala en la Tierra, ni en ninguna parte del Univer-
so. Si, como muchos de ustedes expresan, sus vidas parecen consistir en un "infierno en la
Tierra", ustedes mismos tienen la culpa. Su planeta, al igual que todos los demás, fue creado
por nuestro Único Creador Divino y es en sí mismo un lugar sagrado, como lo son todas sus
creaciones. Si toda la humanidad fuera barrida repentinamente de la faz de la Tierra, y "con
ella las luchas, las desgracias y el dolor que han traído sobre ella al no aprender a vivir juntos,
la Tierra sería hermosa. Pero nunca tan hermosa como un mundo en el que los hombres vi-
ven como hermanos con todos en el Universo.

"El hecho de que un hombre sea un extraño para otro no le da derecho a ignorar, insultar o
matar a un semejante.

"Han reservado un día cada año para la observancia de la Hermandad del Hombre, y hablan
de la Paternidad del Creador. Sin embargo, en completo olvido de las acciones que tales de-
claraciones deberían suscitar, prodigando dinero y esfuerzo hacia formas más rápidas y ex-
tendidas de mutilar y destruir a sus semejantes en la Tierra. ¿No les parece curioso rezar al
Padre Divino para que bendiga sus esfuerzos en esta despiadada destrucción?

"Oímos estas oraciones procedentes de sus templos, de líderes gubernamentales, de los hoga-
res y de los campos de batalla. ¿No ven hasta qué punto se han extraviado? Porque en reali-
dad están pidiendo al Padre Divino que haga lo que ustedes mismos no harían por sus pro-
pios hijos. ¿No puedes ver lo hipócritas que se han vuelto? Y esto no es más que un ejemplo
de las muchas cosas que hacen contra lo Divino.

"Mientras vivan así, divididos los unos contra los otros, sus penas se multiplicarán. Porque
cuando buscas la vida de tu hermano, alguien busca la tuya. Este es el significado de las pala-
bras que una vez pronunció Jesús de Nazaret. Recuerden que dijo: "Vuelve a poner tu espada
en su sitio, porque todos los que toman la espada perecerán con espada". La verdad de estas
palabras se ha demostrado a lo largo de la historia del hombre en la Tierra".

Cuando dejó de hablar, una imagen de la Tierra y de los problemas de los hombres en ella pa-
só ante mis ojos, y me entristecí por mis compañeros y por mí mismo como terrícolas. Porque
con la imagen también me di cuenta de lo gigantesca que es la tarea de corregir estas condi-
ciones. Muchas personas en todo el mundo no han despertado a las causas que las originan.
Sólo cuando un número suficiente de personas se dé cuenta de lo que son y, con todo su cora-
zón, desee cambiarlas renunciando a sus codicias personales y al deseo de exaltación, uno
por encima del otro, podrá suceder. Ninguna persona, ninguna nación, ninguna parte del
mundo puede ser culpada por sí sola de las condiciones que he visto representadas, ni nin-
gún segmento de la civilización puede hacer mucho para alterarlas. La responsabilidad recae
en todas y cada una de las personas, y ¿quién puede cambiar a otra por la fuerza? Una escla-
vitud que es el resultado de siglos de malentendidos acumulados, divisiones y deseos perso-
nales de poder es difícil de romper.

Al darme cuenta de esto, me invadió una humilde gratitud hacia nuestro Padre Divino por
permitir que sus hijos de otros mundos, que entendían nuestros problemas en la Tierra, ven-
gan a nosotros y nos extendieran manos de ayuda de amor y compasión. Aunque no podían
forzar el cambio sobre nosotros, ni interferir activamente, podían ayudar a los receptivos de
entre nosotros a esforzarse juntos por un mundo mejor, en lugar de guerrear unos contra
otros y causar así más divisiones.

Me di cuenta de que debía pasar mucho tiempo antes de que se produjera ese cambio, ya que
la humanidad se ha acostumbrado a aceptar el dolor y la tristeza como algo inevitable, y rara
vez busca desviarse del camino conocido. Al salir de mis cavilaciones, me di cuenta de que las
damas se levantaban de sus sillas.

"Ahora debemos ponernos los trajes de piloto", me explicó una encantadora morena, "des-
pués iremos a la sala de instrumentos donde verás muchas cosas sobre las que te has pre-
guntado".
Su partida me dio la oportunidad de observar detalles de este hermoso salón.

En la pared, justo enfrente de nosotros, había una enorme carta de los cielos. Mostraba doce
planetas de nuestro sistema con su Sol central. Alrededor del nuestro había otros sistemas
con sus soles y planetas mostrados de una manera que era nueva para mí. En todo el espacio,
entre los planetas, había detalles de las distintas condiciones atmosféricas existentes en el es-
pacio, que nosotros en la Tierra desconocemos por completo. Me dijeron que este conoci-
miento es muy importante para viajar con seguridad en el espacio. Había muchas marcas en
esta carta, que no pude leer, pero me imaginé que el propósito era similar al de nuestros mu-
chos mapas de carreteras utilizados por los automovilistas en la Tierra para la comodidad de
los viajes. Esto fue corroborado por uno de los hombres.

Más allá de esta enorme carta, en la misma pared pero más al fondo del salón, había un dia-
grama detallado de esta nave, y también estaba marcado con símbolos de caracteres que me
eran totalmente desconocidos.

Las otras paredes estaban cubiertas con escenas de paisajes de algunos de los planetas que
esta nave había visitado. No se trataba de cuadros enmarcados colgados en las paredes, sino
más bien de murales. Eran tan vivos que uno se sentía físicamente presente en cada escena
representada. Esta cualidad particular era algo que había notado en todas sus pinturas y re-
tratos. La explicación que me dieron fue que, sea lo que sea lo que hagan los habitantes del
espacio, hay tanto de ellos mismos en su trabajo que realmente vibra con su fuerza vital y el
resplandor de sus personalidades.

Los paisajes eran muy parecidos a las pinturas y fotografías de escenas terrestres. Mostraban
montañas, valles, pequeños arroyos y océanos.

Vi que las seis mujeres habían regresado vestidas con sus trajes de piloto. Al entrar, los
hombres se levantaron de la mesa y uno de ellos dijo: "Ahora iremos al laboratorio".

Caminamos juntos hacia el ascensor que nos había traído inicialmente. Al acercarnos, la
puerta se abrió silenciosamente, aunque no vi a nadie tocar un botón. El funcionamiento po-
dría ser similar al de nuestra actual célula fotoeléctrica.

Los quince entramos en el ascensor y Zuhl se hizo cargo de su funcionamiento. Le vi dirigirse


a otro panel de control en la esquina opuesta a la que describí primero. Allí pulsó uno de los
botones y lenta y silenciosamente comenzamos a descender.

Cuando descendimos por debajo del nivel del Scout, que seguía donde lo habíamos dejado,
me di cuenta de que había una gran cámara en la parte trasera que se extendía hacia ese ex-
tremo de la nave. A través del centro de este compartimento y en ángulo recto con el hueco
del ascensor había un par de raíles. Apoyados en ellos había otros cuatro exploradores idénti-
cos en tamaño y diseño al que nos había traído desde la Tierra. Al parecer, éste era el hangar
de almacenamiento donde descansaban mientras el enorme transporte estaba en vuelo inter-
planetario. A lo largo del borde exterior, y ligeramente por debajo de cada barandilla, había
una pasarela de unos dos metros de ancho, con un muro en el exterior del paseo.

Pasamos por otros dos balcones por debajo del que habíamos entrado en la sala, y supuse
que cada uno de ellos debía conducir a otra cubierta de este gigantesco transporte. En el ter-
cer balcón por debajo del que conducía al salón, el ascensor estaba parado. Así, mirando des-
de el fondo del gran pozo, pude contar las siete cubiertas de ese lado del barco.

Cuando el ascensor se detuvo suavemente, la barandilla se abrió. Al bajar, me había fijado en


un par de barandillas que continuaban por la parte delantera inferior de la nave. Estos forma-
ban una unión en V con los raíles por los que había entrado nuestro explorador, y me di cuen-
ta de que eran los raíles por los que viajaría cuando abandonáramos el transporte para nues-
tro regreso a la Tierra. Esto indicaba que toda esta sección de la nave estaba ocupada por los
túneles de llegada y salida, el pozo principal y la enorme cubierta del hangar para los explo-
radores. En algún lugar de la misma sección, contiguo o más allá de la cubierta del hangar,
había probablemente un hangar de mantenimiento y un taller de reparaciones, mientras que
más allá, de nuevo en el extremo de la nave, sabía que debía haber una sala de control y un
compartimento para el piloto. Me habían dicho que había uno en cada extremo de estas colo-
sales naves. En este lado de la nave nos llevaron a una sala muy grande que resultó ser el la-
boratorio.
9 - El Laboratorio

Nunca había visto nada parecido a esta sala, repleta de la más asombrosa variedad de instru-
mentos imaginables. Había filas y filas de gráficas y paneles de control. Me pareció que cada
uno de estos extraños instrumentos que veía por primera vez estaba equipado con su propia
gran consola de control. Seis estaban ya en funcionamiento, y los seis hombres que nos ha-
bían acompañado desde el salón ocuparon inmediatamente sus puestos en otros seis. Toda-
vía quedaba un número sin atender. Noté en los hombros izquierdos de cuatro de los hom-
bres una insignia de algún tipo.

La mujer piloto que estaba más cerca de mí dijo: "Todos los operadores de estos instrumen-
tos son lo que usted llamaría científicos avanzados". La insignia en el hombro de los cuatro
hombres indica que son saturnianos".

Como en todos los demás casos, las gráficas aquí mostraban luces de colores con muchos ti-
pos de líneas y cifras, sin ninguno de los diales o medidores tan familiares en la Tierra. A pe-
sar de la cantidad de gráficas que había visto ahora, seguían siendo un misterio para mí.

"Aquí es donde probamos las densidades de la atmósfera alrededor de la Tierra -continuó la


mujer piloto- o de cualquier planeta o cuerpo al que nos acerquemos. Estudiamos cuidadosa-
mente las combinaciones de los elementos de la atmósfera que rodea a cada cuerpo, así como
las combinaciones elementales del espacio exterior. Aunque éstas se encuentran en un estado
de cambio constante, existe un patrón de comportamiento según las leyes universales. Esto
hace que ciertas combinaciones permanezcan durante más tiempo que otras. Al observar las
actividades del espacio, podemos, entre otras cosas, detectar la formación de cualquier cuer-
po nuevo en el espacio exterior y determinar su velocidad de crecimiento".

Esto me parecía increíble, y con gusto me habría quedado en esta sala observando y tratando
de entender el funcionamiento de estos instrumentos -algunos de los cuales se parecían mu-
cho a nuestros aparatos de televisión más grandes- que esperaba que me dieran alguna com-
prensión de lo que los patrones cambiantes estaban revelando.

Pero el piloto dijo: "Ahora pasaremos a otra cosa sobre la que te has estado preguntando".
Me condujo al otro lado de la gran sala del laboratorio, seguido por Firkon, Zuhl y las muje-
res. Aquí comenzamos a ascender por una rampa inclinada que se extendía a todo lo ancho
de la nave. Seguimos subiendo por otra rampa que conducía a una gran sala.

Parecía que las maravillas no iban a cesar nunca. Cada nuevo paso traía nuevas maravillas
hasta que empecé a temer que no podría retener la mitad de ellas en mi memoria. Pero mis
amigos me aseguraron que cuando llegara el momento de escribir, me ayudarían a recordar
una imagen exacta de los acontecimientos de la noche con todo detalle. Dudo que muchos
hombres hayan pasado una noche tan llena de sorpresas, belleza y vistas, sonidos y conversa-
ciones enormemente instructivas.

Ahora, para mi gran emoción, vi aquí doce pequeños discos alineados en dos filas en lados
opuestos de la nave. Adiviné de inmediato que se trataba de los discos de registro o de peque-
ños dispositivos teledirigidos enviados por las naves nodriza para su observación cercana.
Tenían un metro de diámetro, eran de un material brillante y liso, y tenían una forma pare-
cida a la de dos platos poco profundos, o tapacubos, puestos al revés y unidos por los bordes,
de modo que la parte central tenía unos pocos centímetros de grosor. Me enteré, sin embargo,
de que tales discos variaban en tamaño desde unas diez pulgadas hasta doce pies de diáme-
tro, dependiendo de la cantidad de equipo transportado. Como ya he dicho en otra parte, con-
tenían aparatos altamente sensibles que no sólo guiaban perfectamente a cada pequeño pla-
tillo en su trayectoria de vuelo deseada, sino que también transmitían a la nave nodriza infor-
mación completa sobre todo tipo de vibración que tuviera lugar en la zona observada.

Las vibraciones abarcan un amplio campo de ondas de sonido, radio, luz e incluso ondas de
pensamiento; todas ellas podían ser monitorizadas de vuelta a la nave madre para su registro
y análisis. Técnicamente, quizás, estos pequeños discos eran la mejor hazaña de ingeniería in-
terplanetaria que había visto hasta entonces. Porque, además de las funciones que he enume-
rado, también podían desintegrarse si estaban fuera de control y corrían el riesgo de caer a la
Tierra, ya sea rápidamente mediante una especie de explosión o, si la vida o la propiedad en
tierra estaban en peligro, mediante un proceso de desintegración gradual. Estas pequeñas
maravillas aéreas estaban alineadas en una amplia mesa a cada lado de la sala, apoyadas en
una especie de ranura. En la pared de la nave, directamente detrás de cada disco, había una
abertura a modo de puerto o trampilla lo suficientemente grande como para que pudieran
pasar. Sin embargo, en el momento en que entramos, todos estaban cerrados.

Apartando mi mirada de ellos por un momento, me tomé el tiempo de mirar a mi alrededor.


Me di cuenta de que los raíles y el carril del túnel de salida de los exploradores bajaban por el
techo en el extremo más alejado de esta cámara, continuando hacia abajo por el suelo. Vol-
viendo a los discos, observé un largo panel de control integrado en la parte delantera de las
mesas que los sostenían.

Cuando entramos en la sala, no había asientos visibles, pero cuando las seis mujeres ocupa-
ron sus puestos ante los paneles de control, unos pequeños asientos en forma de taburete se
levantaron silenciosamente del suelo, posiblemente debido a la presión ejercida sobre un
pedal.

Estos paneles de control diferían ligeramente de otros que había visto, y no puedo estar se-
guro de si los pequeños botones estaban empotrados en los paneles, o si se accionaban me-
diante teclas como un órgano. Una vez sentadas, las mujeres trabajaban con gran rapidez, sus
ágiles dedos se deslizaban por encima de los instrumentos mientras introducían las instruc-
ciones y los datos de vuelo en los discos de espera. Recuerdo haber notado el parecido con
seis mujeres tocando en pantomima, un concierto silencioso. Era fascinante ver cómo, cuando
un disco había recibido todas las "instrucciones", una de las trampillas se abría y el disco se
deslizaba suavemente hacia el interior del orificio, pasando por las esclusas antes de lanzarse
al espacio exterior en su misión.

Zuhl se había quedado con Firkon y conmigo, y cuando pregunté dónde habían ido los discos,
fue él quien dijo: "Volvamos al laboratorio, donde podremos seguir su vuelo en los paneles de
instrumentos".

En el camino de vuelta, mencionó que la nave nodriza estaba ahora en marcha, pero no reveló
nuestro destino. No había percibido movimiento alguno, ni había escuchado ningún sonido
adicional.

De vuelta al laboratorio, todos los hombres seguían manejando los instrumentos que tenían
delante. Observé que en una de las pantallas se formaban líneas variables que desaparecían y
volvían a aparecer en nuevas formaciones. Las líneas eran sustituidas por puntos redondos y
guiones largos, que rápidamente formaban diversas figuras geométricas. Al mismo tiempo,
otras pantallas mostraban diferentes colores de intensidades cambiantes, algunos en deste-
llos y otros en ondas. En ellas se formaban figuras de vez en cuando. También éstas cambia-
ban rápidamente de tamaño y forma. Todo era un gran misterio para mí.

"Los hombres están registrando con sus instrumentos lo que ocurre en las pantallas", explicó
el piloto de Saturno, "todo lo cual se convertirá más tarde en registros educativos". La curiosi-
dad me llevó a preguntar qué había sido de los dos discos que habíamos visto salir de la nave.

El piloto explicó: "Los discos están ahora sobrevolando un determinado lugar habitado de la
Tierra y registrando los sonidos que emanan de ese lugar. Esto es lo que se ve en la pantalla,
como muestran las líneas, los puntos y las rayas. Las otras máquinas están ensamblando esta
información y la interpretan produciendo imágenes de los significados de las señales, junto
con los sonidos originales".

Debía de ser obvio que no entendía nada de eso, porque Zuhl siguió explicando: "Todo en el
Universo tiene su propio patrón particular. Por ejemplo, si alguien pronuncia la palabra "ca-
sa", la imagen mental de una vivienda de un tipo u otro está en su mente. Muchas cosas, in-
cluidas las emociones humanas, se registran de la misma manera.

"Mediante el uso de estas máquinas, sabemos incluso lo que su gente está pensando, y si son
o no hostiles hacia nosotros. Porque si hay palabras duras y aterradoras, o incluso pensa-
mientos, estos se representarán de esa manera y nuestros grabadores los recogerán con pre-
cisión. De la misma manera, sabemos quiénes de ustedes se mostrarán amistosos y recepti-
vos. Todo en el Universo entero se mueve a una 'tasa de vibración', o como ustedes lo han lla-
mado en la Tierra más recientemente, 'frecuencias'. Es por estas frecuencias o tasas de vibra-
ción que aprendemos los lenguajes de otros mundos".

Durante su explicación, observé las pantallas y los patrones siempre cambiantes. Pensé que
todo parecía comparativamente sencillo, y me pregunté por qué nuestros científicos en la
Tierra no habían dado con este mismo procedimiento hace tiempo. Al engendrar este pensa-
miento, sin expresarlo con palabras, mi compañero respondió: "Lo han hecho, hasta cierto
punto. Esto no es muy diferente de su cinta y otros tipos de grabaciones. El principio es el
mismo, sólo que nosotros lo hemos llevado más lejos. En lugar de detenernos en la recopila-
ción de las numerosas frecuencias para la reproducción del sonido, ahora somos capaces de
traducirlas también en forma de imagen. Esto lo hacen, en parte, en el entretenimiento que
llaman televisión. Pero también en esto están limitados por sus conocimientos".

Durante el tiempo que me explicaba esto, había estado observando atentamente las numero-
sas pantallas. Al terminar sus explicaciones, sugirió que fuéramos a la sala de discos para ver
el regreso de estos pequeños mensajeros.

No habíamos llegado más que a la otra habitación cuando las mismas dos trampillas, que pa-
recían grandes ojos de buey en la pared del barco, se abrieron para recibir cada uno de los
pequeños discos que regresaban. Se colocaron en su sitio como si una mano invisible los hu-
biera colocado en silencio.

No me dio tiempo a reaccionar ante las últimas maravillas que se estaban produciendo, por-
que Zuhl dijo en voz baja: "¡Sigue observando! Se está enviando otro disco a cada lado, esta
vez con un propósito diferente. Seguimos en su atmósfera y cuando éstos hayan salido, volve-
remos al laboratorio, donde se te mostrará su funcionamiento".

Mientras observaba, las trampillas contiguas a los dos primeros discos se cerraron rápida-
mente tras ellos. Más adelante se abrieron otras dos puertas, una a cada lado de la sala. "Todo
el tiempo, las mujeres siguieron tocando un ágil y silencioso scherzo sobre los paneles de ins-
trumentos.

Cuando el segundo par de discos salió de la nave, los tres volvimos a la gran sala del laborato-
rio. Por primera vez, me di cuenta de que había otras dos pantallas en funcionamiento. Estas
estaban divididas en secciones. Zuhl me explicó: "Éstas muestran las diversas condiciones
atmosféricas". En una sección podía observar el movimiento del aire, mientras su velocidad y
consistencia eran registradas por otros instrumentos a medida que las señales se desplaza-
ban por la cara de esta pantalla. La carga eléctrica o la fuerza magnética de la atmósfera pare-
cía moverse en una dirección opuesta, y podía verse en otra sección de esta pantalla, mien-
tras se medía y registraba su composición (una carga ligera o pesada, según entendí). En una
tercera sección, muchos de los gases de los que se compone la atmósfera estaban separados,
y aquí pude ver los rápidos cambios de combinaciones que se producían constantemente. Las
diferentes intensidades de la presión atmosférica y muchas otras condiciones que nuestros
científicos desconocen por completo eran notablemente interesantes de observar. Mientras
esto se reproducía en las pantallas, era registrado simultáneamente por otros instrumentos
para los registros permanentes y el estudio futuro de los habitantes de otros mundos. Al cabo
de lo que parecieron sólo unos minutos, los discos fueron atraídos de nuevo al transporte, y
se me dijo que contenían en su interior muestras de nuestra atmósfera. Éstas serían extraídas
y estudiadas más tarde.

"Fue por medio de discos como éstos", me dijo Zuhl, "que nos alertamos por primera vez de
la condición anormal que se está formando en la franja de su atmósfera, una condición que
aumenta constantemente con cada bomba atómica o de hidrógeno que se explota en la Tie-
rra. Y como estos instrumentos están en funcionamiento en todo momento, nos dicen lo que
podemos esperar mientras nos movemos por el espacio".

Mientras hablábamos en el laboratorio, el piloto me llamó la atención sobre una pantalla en


particular. "Ahí ves", dijo, "imágenes visuales del polvo que ustedes llaman "basura espacial".
Ahora están siendo devueltas por dos de los discos".

Era fascinante observar el comportamiento de estas diminutas partículas de materia en la


pantalla. Había una actividad constante de remolinos. A veces, la fina materia parecía conden-
sarse en la apariencia de un cuerpo sólido, para luego desaparecer y volver a la práctica invi-
sibilidad. En ocasiones, estas formaciones se volvían tan enrarecidas y finas que casi parecían
haberse transmutado en gases puros. En cierto modo, me recordaban a las pequeñas nubes
blancas que se forman de repente en un cielo despejado, quizás para aumentar de tamaño, y
luego, con la misma rapidez, desaparecer en la nada. Esta es, al menos, la mejor analogía que
puedo establecer para describir la actividad que presencié en estas pantallas. Sin embargo,
con cada formación de cuerpos de partículas, ciertas cantidades de energía parecían tomar
realmente una forma visible y sólida, para inmediatamente después disiparse de nuevo me-
diante lo que parecía una explosión o una desintegración repentina, claramente visible en las
pantallas. Otros instrumentos registraron la intensidad y la composición. A veces estas acu-
mulaciones se formaban con gran intensidad y la consiguiente "explosión" era igualmente
violenta. Otras veces eran muy suaves y apenas detectables.

Pero el ciclo era incesante; energía arremolinada, solidificación, desintegración; un movi-


miento perpetuo de energía y materia fina buscando siempre combinarse o reaccionar con
otras partículas en el espacio. Utilizo el término "energía" porque no se me ocurre ninguna
otra palabra para describir lo que estaba observando. Parecía contener un gran poder, y me
di cuenta de que cuando se reunía en una formación parecida a una sábana o un cuerpo pare-
cido a una nube, parecía perturbar todo lo que estaba cerca en el espacio.

Creo que en realidad fui testigo de la misma fuerza que impregna todo el espacio, de la que se
forman los planetas, los soles y las galaxias; la misma fuerza que es el soporte y el sostén de
toda la actividad y la vida en todo el Universo.

Cuando empecé a darme cuenta de esto, me pareció que no podía hacer más que aceptar a
medias las tremendas implicaciones. Zuhl, percibiendo mi desconcierto interior, sonrió afir-
mativamente y dijo: "Sí. Y ésta es la misma fuerza que impulsa nuestras naves a través del es-
pacio".

Por un rato más miré las pantallas, lleno de asombro por lo que estaba contemplando. Enton-
ces mi compañero volvió a llamar mi atención sobre los discos. “Estas pequeñas naves a me-
nudo se ven moviéndose a través del espacio y, a veces, a baja altura sobre la Tierra. Por la
noche son luminosas. Vuelan sobre la Tierra registrando las diversas ondas que emanan del
cuerpo del planeta, ondas que, como todo lo demás, están en constante movimiento, con con-
tinuos cambios en la longitud e intensidad de las ondas. Siempre que sea posible, estas pe-
queñas máquinas complejas y altamente sensibles se devuelven a su nave madre, pero a ve-
ces, por una razón u otra, la conexión se rompe y se salen de control o se estrellan contra el
suelo. En tales casos, el procedimiento de emergencia se pone en marcha de inmediato. A ca-
da lado de la nave nodriza, justo debajo de los puertos de lanzamiento de discos, hay un pro-
yector de rayos magnéticos. Cuando un disco se sale de control, se proyecta un rayo para des-
integrarlo. Esto explica algunas de las misteriosas explosiones que tienen lugar en sus cielos
y que no pueden ser explicadas por artillería, aviones a reacción o tormentas eléctricas. Por
otro lado, si un disco se sale de control cerca de la superficie del planeta donde una explosión
podría causar daños, se le permite descender al suelo donde se le envía una carga más leve.
En lugar de una explosión, esto hace que el metal se desintegre en etapas lentas. Primero se
ablanda, luego se convierte en una especie de gelatina, luego en un líquido, y finalmente entra
en un estado libre en forma de gases, sin dejar rastro. Este último proceso no supone ningún
peligro para nadie ni para nada en caso de que se toque el disco durante el proceso de desin-
tegración. El único daño podría venir si, por casualidad, alguien lo viera caer y lo tocara en el
momento en que se aplica el rayo”.

Cuando el Saturno describió el rayo magnético, pensé que sería un maravilloso dispositivo
protector contra cualquier persona o cosa que intentara atacar sus naves.

Al recibir mi pensamiento, respondió: “Sí, es completamente posible usar estas máquinas


contra personas, o cualquier forma, incluidos los planetas. Pero nunca lo hemos hecho, ni los
usaremos de esa manera, porque si lo hiciéramos, no seríamos mejores que su gente de la
Tierra.

“Nuestra protección, como se ha demostrado muchas veces cuando nos persiguen los planos
terrestres, es nuestra capacidad para escapar más rápido de lo que sus ojos pueden percibir.
Además, podemos aumentar la frecuencia del área activada de una nave hasta el punto de
producir invisibilidad. Excepto por nuestra propia precaución, sus aviones podrían volar a
ciegas hacia nuestra nave sin verla. Si le permitimos acercarse tanto, cuando golpee, encon-
trará nuestra nave tan sólida como si estuviera funcionando en una frecuencia más baja. El
impacto te destruiría, pero no nos haría ningún daño.

“Por lo que me han dicho”, dije, “tengo entendido que ocasionalmente algo puede salir mal
incluso con tu maravilloso oficio”.

"Sí", respondió. “En tales casos, si estamos en el espacio exterior, podemos abandonar la nave
si no se puede salvar. Cuando esto es necesario, la nave se desintegra y vuelve a los elementos
originales del espacio. Cada gran transporte está equipado con pequeñas embarcaciones de
emergencia provistas de suministros suficientes y todos los instrumentos necesarios para co-
municarse con otras naves en el espacio, o incluso con un planeta. Sin embargo, si tal acciden-
te ocurriera cerca de algún planeta, entonces chocaríamos como lo hacen sus propios avio-
nes".

Al instante le pregunté: "¿Entonces todos a bordo han muerto?"


“Sí”, respondió, “pero debido a nuestro entendimiento, la muerte en su sentido no nos espan-
ta. Cada uno de nosotros se reconoce a sí mismo como la inteligencia y no como el cuerpo.
Así, a través del renacimiento, recibimos un nuevo cuerpo.

“Además, debido a nuestro entendimiento, nunca podemos destruir deliberadamente otro


cuerpo a través del cual se expresa la inteligencia. Sin embargo, si causamos la muerte invo-
luntariamente, a través de un accidente, entonces no seremos responsables, ya que no fue por
nuestro propio deseo".

Los instrumentos continuaron funcionando mientras estábamos hablando. Mientras observa-


ba el parpadeo de las pantallas, me pregunté si todavía había más y diferentes máquinas o
instrumentos que aún no había visto.

Respondiendo a este pensamiento tácito, Zuhl respondió: "Sí, hay muchos más en otra gran
sala entre la sala de discos y el compartimiento del piloto que están en funcionamiento solo
mientras hacemos vuelos interplanetarios".

Durante esta visita al laboratorio y a la sala de discos, no había sido consciente del paso del
tiempo. No sabía si estábamos parados en la atmósfera de la Tierra o moviéndonos rápida-
mente por el espacio ya que, aunque había estado mirando las pantallas, no podía leerlas co-
mo lo hacían los demás. Pero ahora el piloto saturniano dijo: "No estamos demasiado lejos de
tu Luna".

A lo que me emocioné y me pregunté si íbamos a aterrizar allí.

“No”, dijo, “Esta vez no. Pero queremos que vea por sí mismo lo que ha estado adivinando
acerca de su Luna. La Luna tiene aire, como pueden ver nuestros instrumentos, ahora que es-
tamos lo suficientemente cerca para registrarlo. El aire no es naturalmente una obstrucción
para la visión de otro cuerpo, como a veces lo hemos escuchado decir en su Tierra. Y aunque,
desde su planeta, no ve nubes densas moviéndose sobre la Luna, sus científicos en ocasiones
han observado lo que ellos llaman "movimiento suave del aire", especialmente en los bolsillos
de estos valles que ustedes llaman "cráteres". En realidad, lo que ven son sombras de nubes
en movimiento.

El lado de la Luna que ves desde la Tierra no tiene muchas posibilidades de mostrarte sus nu-
bes reales, que rara vez son pesadas. Mientras está más allá del borde de la Luna, sobre esa
sección que podría llamarse una zona templada, nuestros instrumentos notarán que se están
formando, moviéndose y desapareciendo nubes más pesadas, de forma muy parecida a como
lo hacen sobre la Tierra.
“El lado de la Luna que pueden ver desde su planeta es bastante comparable a sus áreas de-
sérticas en la Tierra. Hace calor, como afirman correctamente sus científicos, pero su tempe-
ratura no es tan extrema como creen. Y mientras el lado que no ves es más frío, tampoco es
tan frío como creen. Es extraño cómo la gente de la Tierra acepta declaraciones de aquellos a
quienes admiran como hombres de conocimiento sin cuestionar las limitaciones de ese saber.

“Hay una hermosa franja o sección alrededor del centro de la Luna en la que la vegetación, los
árboles y los animales prosperan, y en la que la gente vive cómodamente. Incluso ustedes, los
de la Tierra, podrían vivir en esa parte de la Luna, porque el cuerpo humano es la máquina
más adaptable del Universo.

"Muchas veces ustedes, los terrícolas, han logrado lo que se ha denominado lo 'imposible'.
Nada en la imaginación del hombre es realmente imposible de lograr. Pero para regresar a la
Luna, cualquier cuerpo en el espacio, ya sea caliente o frío, debe tener una especie de atmós-
fera, como tú la has llamado, o gases que permitan que se lleve a cabo esta acción. Sin embar-
go, sus científicos, aunque sostienen la ausencia de aire alrededor de la Luna, ¡admiten que
hay tanto calor como frío en ese cuerpo! La Luna no tiene tanta atmósfera como su Tierra, ni
como nuestro planeta, porque es un cuerpo mucho más pequeño que cualquiera de los dos.
Sin embargo, hay una atmósfera presente.

“Quizás pueda ilustrar mi punto un poco más claramente”, continuó el Saturniano. “Tienes en
la Tierra una pequeña isla en el océano. Hasta donde alcanza la vista, no hay otra tierra, sin
embargo, los hombres pueden vivir en esta isla tan bien como lo hicieron en los cuerpos más
grandes que ustedes llaman 'continentes'. Los cuerpos en el espacio son como islas. Algunos
son grandes y otros pequeños, pero todos están rodeados y apoyados por el mismo poder
que les da vida.

“Muchos de sus científicos han expresado la idea de que la Luna es un cadáver. Si esto fuera
cierto y la Luna estuviera muerta, según tu significado de esa palabra, hace mucho tiempo se
habría desvanecido del espacio por desintegración. ¡No! Está muy viva y sustenta una vida
que incluye a las personas. Nosotros mismos tenemos un gran laboratorio justo más allá del
borde de la Luna, fuera de la vista de la Tierra, en la sección templada y más fría de ese cuer-
po".

Le pregunté si la nave se acercaría lo suficiente para poder ver la superficie de nuestro saté-
lite con mis propios ojos físicos.

Sonrió y dijo: “Eso no será necesario. Ven y mira, con este instrumento podemos llevar la Lu-
na a una distancia corta de donde estamos, para que puedas verla con tanta claridad como si
estuvieras caminando sobre ella”.

Le pregunté qué tan lejos estábamos de la Luna y me dijeron: "Unos 96.500 mil kilómetros".

Tenía muchas esperanzas de que pudiéramos rodear la Luna, para poder ver por mí mismo lo
que había al otro lado en esa zona templada que él había mencionado. Al mismo tiempo, me
di cuenta de que podía haber cosas allí que a ellos no les importaba que yo viera. Y a este
pensamiento llegó una rápida confirmación del piloto de Saturno.

“Debemos ponerte a prueba con la información que ya te hemos dado antes de revelar algu-
nas cosas. Nos damos cuenta, quizás mejor que tú, de las debilidades de los hombres, incluso
de aquellos que tienen un gran deseo de hacer el bien. Debemos tener cuidado de no aumen-
tar la destrucción terrestre".

Al ajustar el instrumento para ver la Luna de cerca, me sorprendió ver lo completamente


equivocados que estamos en nuestras ideas sobre esta, nuestra vecina más cercana. Muchos
de los cráteres son en realidad grandes valles, rodeados de montañas escarpadas, creados
por alguna terrible agitación pasada dentro del cuerpo de la Luna.

Pude ver indicios definitivos de que, en el lado que vemos desde la Tierra, en un momento
debió haber mucha agua. Zuhl dijo: "Todavía hay mucha en el otro lado, así como mucha es-
condida en las montañas de este lado". Luego me señaló, en los flancos de las montañas que
rodean los cráteres, huellas definidas de antiguas líneas de agua.

Es cierto que algunos de los cráteres se habían formado por meteoritos que chocaban contra
la superficie de la Luna, pero en todos esos casos, estos cráteres mostraban fondos de em-
budo definidos. Y mientras estudiaba la superficie ampliada de la Luna en la pantalla que te-
níamos ante nosotros, noté surcos profundos a través del suelo y en algunas de las rocas in-
crustadas, que no podrían haberse formado de otra manera que por una fuerte escurrimiento
de agua en tiempos pasados. En algunos de estos lugares aún se percibe un crecimiento muy
pequeño de vegetación. Parte de la superficie parecía fina y polvorienta, mientras que otras
partes parecían estar formadas por partículas más grandes similares a arena gruesa o grava
fina. Mientras observaba, un pequeño animal corrió por el área que estaba observando. Pude
ver que tenía cuatro patas y estaba peludo, pero su velocidad me impidió identificarlo. Poco
de lo que estaba viendo me resultaba extraño, porque durante años había estado pensando y
hablando de ello de esta manera.

El saturniano pareció darse cuenta de esto, porque afirmó que era en parte por esta razón
por la que habían decidido darme esta vista de cerca ahora. Prometió que, en una fecha pos-
terior, me mostrarían el otro lado de nuestra Luna. "Esto también", agregó, "no será muy dife-
rente de la forma en que lo has imaginado".

Cuando me hicieron la promesa, la pantalla que mostraba la Luna se quedó en blanco, aunque
las otras pantallas continuaron funcionando.

Zuhl me condujo de nuevo hacia la sala de discos, pero antes de que llegáramos, las damas sa-
lieron a nuestro encuentro. Los seis hombres que habían bajado en el ascensor con nosotros
se levantaron de sus asientos cuando el piloto de Saturno sugirió que regresáramos al salón.
10 - Otro Maestro

Una vez más, en el hermoso y apacible salón, noté que los vasos de la gran mesa ovalada ha-
bían sido rellenados. Un hombre que, a mi juicio, tendría quizás unos treinta o cuarenta años
aguardaba nuestra llegada. Cuando entramos en la habitación, se levantó de su silla. Sin pre-
sentaciones de ningún tipo, su saludo para mí fue tan cordial como lo fue para todos los de-
más, a quienes debió conocer bien. Por mi parte, parecía que aquí había alguien que no me
era ajeno, y por quien sentí instantáneamente el más profundo afecto y una especie de paren-
tesco. Sin duda, en un momento u otro, mis lectores han tenido una experiencia similar. Y su
presencia contribuyó enormemente al sentimiento de armonía y comprensión entre todos los
reunidos en la sala.

Con un leve gesto de la mano, nos indicó que nos sentamos alrededor de la mesa. Se había
añadido una silla, directamente enfrente de la mía, en la que se sentó. Firkon se sentó de nue-
vo a un lado mío y Zuhl al otro. Por invitación del maestro, que ahora actuaba como anfitrión,
cada uno levantó su copa y bebió en silencio. Obviamente, todos estaban esperando a que ha-
blara. Sus ojos marrón oscuro brillaban como con una profunda alegría de vivir, pero sabía
que eran capaces de mirar cada uno de mis pensamientos. También sabía que cualquier cosa
que pudiera encontrar, lo entendería y no lo condenaría.

Era un hombre bien formado, de carne firme. No había mechones grises en su cabello negro,
bien recortado, que era muy espeso y estaba peinado hacia atrás en suaves ondas naturales
desde una frente alta. La estructura huesuda de su rostro era sorprendentemente hermosa,
dando la impresión de haber sido infinitamente refinada por el espíritu que habitaba en él.

Su mirada, llena de una gran bondad, viajó rápidamente de cara a cara. Luego, con una voz
suave y vibrante, se dirigió a mí directamente.

“Hemos sido felices de mostrarte una porción muy pequeña del Universo de nuestro Padre.
Sabemos del interés en este tema, que ha absorbido la mayor parte de los años de tu vida en
la Tierra. Ahora, con tus ojos físicos, has visto registradas en nuestros instrumentos muchas
cosas de las que has estado consciente durante mucho tiempo. Estas experiencias deberían
darte confianza y ser de gran ayuda para explicar las leyes universales a aquellos en tu mun-
do.
“Nunca dejes de señalarles, hijo mío, que todos son hermanos y hermanas sin importar dón-
de hayan nacido o hayan elegido vivir. La nacionalidad o el color de la piel son incidentales, ya
que el cuerpo no es más que una vivienda temporal. Estos cambian en la eternidad del tiem-
po. En el progreso infinito de toda la vida, cada uno eventualmente conocerá todos los esta-
dos.

“En la inmensidad infinita del Infinito hay muchas formas. Esto lo has visto en las dos visitas
dentro de nuestras naves, más allá de los límites de tu propia atmósfera. Estos varían en ta-
maño, desde partículas de polvo infinitamente pequeñas, invisibles para el ojo humano, hasta
los planetas y soles más grandes sin número. Todos están bañados en el mar del Poder Único,
apoyados por la Vida Única.

“En tu mundo has nombrado las muchas formas que has visto: hombre, animal, planta, etc.
Los nombres no son más que las percepciones del hombre, mientras que en el mar infinito
los nombres tal como los usas no tienen sentido. La Inteligencia Infinita no puede nombrarse
a sí misma, porque es totalmente completa. Y todas las formas han estado, y siempre estarán,
habitando dentro de lo Completo.

“Entre las muchas formas, la que ustedes llaman 'hombre' profesa poseer la única inteligencia
verdadera sobre su Tierra. Sin embargo, esto no es así. No hay ninguna manifestación en su
mundo o en cualquier lugar dentro del Universo ilimitado que no exprese inteligencia en al-
gún grado. Porque el Divino Creador de todas las formas es el que expresa a través de la Crea-
ción; es Su manifestación, una expresión mental de Su inteligencia.

“Como hombre, no eres ni más ni menos que esto. Porque la vida misma que sustenta cada
forma, y la inteligencia que se expresa a través de ella, es una expresión divina.

“El hombre de la Tierra, en su mayor parte, sin saber esto, encuentra muchas fallas en mu-
chas cosas fuera de su yo personal, sin darse cuenta de que cada forma expresa su propósito
y presta el servicio para el que fue hecha.

“No hay forma que sea capaz de juzgar a otra, ya que todas las formas son sirvientes del Único
Supremo. Nadie sabe todo lo que hay que saber, puesto que nadie sabe todo lo que es. Esto es
conocido solo por el Omnisciente. Pero todas las formas, al servir voluntariamente, aumentan
la comprensión de la fuente de la que reciben su sabiduría: la misma fuerza vital por la que
existen.

“En la concepción completa, todas las manifestaciones de todas las formas son como hermo-
sas flores en un vasto jardín donde muchos colores y muchas clases florecen armonio-
samente juntos. Cada flor se siente a sí misma a través de la manifestación de otra. Lo bajo
mira hacia lo alto. El alto mira hacia abajo. Los diversos colores son un deleite para todos. La
forma de crecimiento llena su interés e intensifica el deseo de realización. Al observar el des-
pliegue de la belleza que permanece latente en su interior, ya sea en un día o en un siglo, el
diseño se manifiesta gradualmente: en color, en una fragancia dulce para todos los demás. Ca-
da uno se glorifica a sí mismo mediante el servicio prestado a los demás; ya su vez, recibe de
todos los demás. Todos en ese gran campo de belleza son los dadores y los receptores, vasos a
través de los cuales fluye una melodía desde lo Más Alto.

“Así, algunos sirven a los pies del trono, mientras que otros sirven por encima del trono y al-
rededor de él. Cada uno se mezcla con el otro, expresando solo alegría por tener el privilegio
de servir. Es igualmente que la expresión humana que conoces como hombre debería haber
aprendido a vivir al comienzo de su morada en tu mundo. Pero en esta lección falló. Si no lo
hubiera hecho, su Tierra habría sido un jardín de alegría, el jardín de un deseo eterno de ser-
vir. Pero el hombre, en su incomprensión, ha destruido la armonía de su ser en vuestra Tie-
rra. Vive en enemistad con su vecino, su mente dividida en confusión. Paz que nunca ha cono-
cido; verdadera belleza que no ha visto. No importa cuánto se enorgullezca de sus logros ma-
teriales, todavía vive como un alma perdida. ¿Y quién es este hombre que habita en tanta os-
curidad? ¡Él es el mortal que no ha servido al Inmortal! Es él quien habla de 'El Camino', pero
no busca el camino a seguir. Es él quien teme todas las cosas más allá de la comprensión de
su mente encadenada. Iluminado es el que ha negado el hambre de su espíritu.

“Y el temor en que el hombre se ha convertido literalmente permanece firme en su guardia


contra toda vida, contra todas las cosas. Porque si este miedo saliera de su propia sombra, de-
jaría de existir. Esto es lo que mantiene al hombre prisionero hasta el final de su lado mortal.

“De hecho, el hombre habita hoy en la Tierra desolado bajo el miedo y el pavor de lo que él
llama muerte, el final de su vida mortal, solo en el desierto de su oscuridad personal. Sin em-
bargo, el hombre mismo ha provocado la desolación que lamenta tan amargamente, todo por
el servicio no prestado como lo prestan naturalmente las formas más humildes que lo rode-
an. En cambio, el hombre continúa destruyendo otras manifestaciones de vida para que pue-
da sobrevivir. Ha fallado en darse cuenta de la riqueza que estos otros podrían otorgarle si les
permitiera servir como estaban destinados a servir.

“Ay, la trama del hombre sobre la Tierra es realmente estéril. Las semillas que siembra con su
pequeño entendimiento dan frutos amargos. Aún permanece encadenado a su ignorancia, re-
pitiendo sus errores a lo largo de los siglos, todavía esperando encontrar aquello por lo que
su corazón anhela y por lo que su alma clama.
“Tiene miedo de apartarse, no sea que aquello sobre lo que está parado, el fundamento terre-
nal que ha construido para sí mismo, le sea arrebatado por otro, y no tendrá nada. De modo
que vigila lo que no es eterno pero, por el momento, está en proceso de cambio y decadencia,
sus ojos ciegos a lo que está sucediendo. Ha aprisionado en sí mismo la luz que podría haber-
lo guiado por el camino de la Unidad Eterna; una alegría en la que se han convertido todos los
que han ido por ese camino. Estos son los siervos, hijos e hijas del Padre Único, en todos los
mundos. El Padre, Creador de ese hermoso campo de las muchas formas, los muchos colores,
los muchos matices, las muchas alturas y las muchas profundidades, las muchas delicias que
juegan y expresan, de día y de noche, el único canto de armonía celestial en que todos pueden
unirse".

Mientras hablaba, las imágenes de sus palabras pasaron vívidamente ante mí y nuevamente
mi comprensión de la difícil situación del hombre en la Tierra se aceleró. Cuando dejó de ha-
blar, nadie se movió. Tampoco quise romper el silencio.

Cuando las imágenes dejaron de fluir por mi mente, el maestro se levantó de su asiento
opuesto y caminó alrededor de la mesa hacia mí. Todos se levantaron entonces y perma-
necieron de pie en silencio.

El gran maestro me tocó la mano suavemente y todo mi ser cantó con humilde gratitud por lo
que me había dado. Con mucho gusto me hubiera quedado en su presencia para siempre, pe-
ro sabía por experiencia previa que esto no iba a ser así.

“Hijo mío, no te desanimes si te encuentras con el ridículo y la incredulidad en tu Tierra. Con


el entendimiento que te hemos dado, sabrás por qué no puede ser de otra manera. Cuéntales
a tus hermanos y hermanas lo que has aprendido. Hay muchos con corazones y mentes abier-
tos, y estos crecerán en número.

“El Scout te está esperando y nuestros hermanos te acompañarán de regreso a la Tierra. Aho-
ra que hemos estado juntos de esta manera, es más fácil en todo momento hacer contacto de
tu mente con la nuestra. Recuerda siempre que el espacio no es una barrera".

Sus palabras me llenaron de una alegría que no permitía el vacío. Se despidió de mí, se volvió
y salió de la habitación. En un momento, Firkon y Zuhl me hicieron un gesto. Me despedí de
mis nuevos amigos, y cuando la puerta del salón se abrió silenciosamente para nosotros, cru-
zamos la plataforma del ascensor y entramos en la nave que nos esperaba.

Descendimos lentamente, deslizándonos silenciosamente por los raíles, alejándonos de este


gigantesco transporte-laboratorio. Mientras nos deslizábamos hacia la Tierra, miré la gran
nave que esperaba en el espacio el regreso de este pequeño. Me pregunté cuán grande era
realmente. .....

Aunque mi pensamiento permaneció tácito, Zuhl respondió: “Podrías estimar que tiene, en
tus cifras, unos trescientos pies de diámetro y algo así como mil quinientos pies de largo. Es-
tas no son cifras exactas, pero lo suficientemente cercanas".

Parecía que eran cuestión de segundos antes de que la puerta del Scout se abriera y volvié-
ramos a la Tierra. Se despidieron dentro del explorador, porque el piloto no salió con noso-
tros.

El marciano y yo caminamos hasta donde habíamos dejado el coche varias horas antes y nos
pusimos en camino hacia el hotel. Miré hacia el Scout y lo vi desaparecer rápidamente de la
vista, muy arriba en nuestra atmósfera.

Como en la ocasión anterior, estuvimos en silencio durante el viaje de regreso al hotel. Tenía
mucho en qué pensar y no tenía ganas de hablar. Recuerdo que el aire tenía una frescura ma-
tutina y los primeros rayos del sol apenas se abrían paso. Estaba tan absorto en recordar las
palabras del maestro que no presté atención al paisaje por el que pasamos.

Cuando el coche se detuvo frente al hotel, Firkon me tocó la mano de la manera habitual y
dijo: "Nos veremos de nuevo".

Sabía que lo haríamos y, aunque de regreso en la Tierra en cuerpo, en conciencia estaba tanto
en la Tierra como con mis amigos de otros mundos mientras viajaban por el espacio. ¡Fue
maravilloso saber que no estábamos separados, que nunca más podríamos estar separados!
Esta noche, una comprensión que había permanecido dormida dentro de mí a lo largo del
viaje de esta vida presente, de repente floreció en un despertar, incluso como las flores en el
jardín que me habían sido descritas por el sabio. La alegría dentro de mi corazón por esta
realización era como la melodía del infinito, mezclada sin separación o división. Y esperaba y
rezaba para que se revelara una forma en la que pudiera compartir esta realización con otros
en la Tierra.

Volví a mi habitación del hotel, pero no para dormir. Mis experiencias de la noche me habían
fortalecido y vigorizado tanto que me sentía como un hombre nuevo, mi mente despierta y
alerta con pensamientos más vívidos y rápidos que nunca. Mi corazón cantaba de alegría, y
mi cuerpo estaba fresco como si hubiera descansado durante mucho tiempo. Había mucho
que hacer este día, y mañana debía regresar a mi hogar en la montaña; pero de ahora en ade-
lante viviría cada momento lo mejor que pudiera, completo en su plenitud, sirviendo a la In-
teligencia Única como el hombre está destinado a hacer, y para lo cual fue creado.
11 - Conversación en un Café

Hacia el primero de septiembre empecé a tener la sensación de que pronto volvería a ver a
nuestros amigos del espacio. A menudo, durante el verano, había observado sus naves mo-
viéndose a través de nuestra atmósfera, pero aparentemente no había surgido la necesidad
de encuentros personales.

Con cada día que pasaba, sentía una mayor urgencia por regresar de nuevo a la ciudad. El 8
de septiembre, una amiga que había estado pasando un tiempo con nosotros en Jardines de
Palomar me invitó a conducir a Los Ángeles con ella. Acepté, ya eso de las cuatro de la tarde
llegamos a la ciudad. Me registré en el hotel habitual, acompañé al botones a mi habitación,
me refresqué un poco y volví de nuevo al vestíbulo.

¡Para mi gran sorpresa y placer, allí, esperándome y sonriendo ampliamente, estaban Firkon
y Ramu!

Después de intercambiar saludos, les pregunté si tenían prisa. Como si conociera mis pensa-
mientos, Ramu respondió: “No en lo más mínimo. Estamos aquí para responder cualquier
pregunta que tenga en mente, lo mejor que podamos”, agregó, sonriendo.

Sugerí que fuéramos al pequeño restaurante donde podríamos comer y charlar sin que nos
molestaran. Mientras caminábamos, les dije: “Supongo que son muy conscientes de lo que
más me molesta”.

Firkon sonrió y dijo: "¿Quizás te estés preguntando si las respuestas a esas preguntas menta-
les que lanzaste al espacio este verano realmente te llegaron sin que se cruzaran los cables?".

Debido a la madrugada, el restaurante estaba casi vacío. Nos sentamos en un reservado al


fondo y pedimos sándwiches y café. Le expliqué a la camarera que habíamos venido más con
el propósito de discutir un pequeño negocio en un lugar cómodo que para comer. Nos instó
cordialmente a que nos sintiéramos como en casa, nos atendió rápidamente y se fue para rea-
nudar su conversación con la cajera.

"¿Qué hay de ese jefe de exploradores en Florida," pregunté, "y los informes de que algún tipo
de llama había sido dirigida hacia él desde el platillo?".
"¡Nunca!" Firkon respondió enfáticamente. "No hacemos cosas así. Lo que ocurrió en realidad
fue que el hombre estaba asustado. Como no quería revelarlo huyendo, se puso a golpear la
nave con su machete, sin saber apenas lo que hacía. De todos modos, se acercó demasiado a
la energía que opera el Scout y se quemó.

“Para hacerlo un poco más claro”, continuó, “tú sabes que una cuerda no tiene fuego, pero
puede causar quemaduras cuando se tira demasiado rápido a través de las manos. De la mis-
ma manera, el poder que emanaba del Scout pasó sobre el cuerpo de este hombre muy rápi-
damente, causando que el cuerpo, actuando con resistencia, se quemara”.

“Tuviste una experiencia similar”, me recordó Ramu, “en tu primer encuentro con Orthon
cuando tu brazo fue atrapado por el poder que pulsaba debajo del Scout. En realidad, no te
quemaste, pero lo habrías hecho si hubieras perdido el equilibrio y hubieras caído debajo de
la brida. Orthon te salvó haciéndote retroceder".

Luego pregunté cuánta verdad había en los informes de Brush Creek.

“Esos avistamientos fueron reales”, respondió Firkon, “aunque la nave y la gente no son parte
de nuestro grupo. Ha habido muchos avistamientos similares y reuniones personales con una
o más personas además de la suya; algunos antes y otros desde su primer contacto. Estos han
ocurrido en casi todas las naciones del mundo. Sin embargo, su experiencia fue la primera
que se informó de manera que llegara a un gran número de personas.

Si bien estos contactos se han venido produciendo durante años y se han hecho registros de
ellos que nunca fueron publicados, pocos hombres se atreven a relatar sus experiencias debi-
do a la incredulidad de sus semejantes”.

Añadió de forma muy sencilla: “No disfrutamos del secretismo con el que tenemos que reali-
zar este tipo de reuniones. Preferiríamos ser bienvenidos para ir y venir, y para visitar a su
gente como lo hacemos con los de otros mundos. Pero mientras nuestras visitas no se com-
prendan y, por lo tanto, se vuelvan peligrosas para nosotros y para nuestras naves, tendremos
que continuar con la precaución actual".

Les pedí información sobre lo que realmente había sucedido cuando el capitán Mantell en-
contró su muerte. Ramu explicó, mostrando claramente la sinceridad de sus sentimientos.
“Fue un accidente que lamentamos profundamente. La nave que perseguía era grande. Los
miembros de la tripulación habían notado que el capitán Mantell se acercaba a ellos y sabían
que su interés era sincero, no beligerante. Redujeron la velocidad de su nave e intentaron
contactarlo a través de sus instrumentos. Eran plenamente conscientes del poder que irradia-
ba su nave y pensaron que detendría su aproximación sin lastimarlo. Pero a medida que se
acercaba, el ala de su avión cortó este poder, permitiendo que tuviera lugar una succión que
empujó a todo el avión hacia él, provocando una desintegración inmediata tanto del avión co-
mo de su cuerpo.

“Esta desintegración”, explicó Ramu, “tiene lugar a través de una radiación magnética que se-
para las moléculas que mantienen unido el material, cambiando por completo su posición. Si
su avión hubiera sido redondo o en forma de cigarro, el accidente no habría ocurrido. Su nave
no tenía una forma uniforme.

Las alas sobresalían del cuerpo de la nave, y fue un ala la causa del accidente. El fuselaje no
habría causado suficiente succión para arrastrar el avión, pero una vez el ala quedó atrapada
en la potencia, el resto del avión fue aspirado tan rápido que quedó reducido a pequeños pe-
dazos de escombros que cayeron a la Tierra, con algunas porciones totalmente convertidas
en partículas de polvo.

“Por otro lado”, continuó, “podemos ir al lado de nuestros propias naves y nada de este tipo
sucedería porque las diseñamos de una manera que les permite igualar cualquier impacto.

“La intención de la nave espacial era simplemente reducir la velocidad e intentar comunicar-
se con él. No nos habíamos dado cuenta de que su avión no podía tocar nuestro poder y pa-
rarse debajo de él. Perderán muchos, muchos hombres que vuelan este tipo de naves, y espe-
cialmente sus aviones a reacción, porque están en peligro no solo por el radio de nuestro po-
der, sino que pueden ingresar a corrientes magnéticas naturales que los retorcerían y des-
truirían. Hay demasiados puntos que sobresalen de los cuerpos de sus aviones, porque una
vez que la energía golpea a cualquiera de ellos, la nave está condenada".

Esto completó mi lista de preguntas sobre los contactos destacados que me habían llamado la
atención durante el verano. “Han verificado mis impresiones en cada caso”, les dije a mis com-
pañeros.

“Entonces quizás podamos tratar de cubrir con anticipación algunas de las muchas preguntas
que se te harán en el futuro”, sugirió Firkon. “Como se les ha dicho antes, los planetas y los
sistemas están constantemente en proceso de formación o atravesando el proceso de desinte-
gración. Un sistema de planetas es muy parecido a cualquier otra forma: se requiere un cierto
período de tiempo para alcanzar un pico de expresión; luego comienza el proceso de deca-
dencia y desintegración. Mucho antes de que nuestro sistema estuviera en formación, había
sistemas de planetas sin número en los que se encontraban seres humanos como ustedes lla-
man humanidad.
“Entonces, como hoy, hubo viajes interplanetarios dentro de los sistemas y entre sistemas. El
propósito principal de tales viajes era el mismo que el nuestro ahora: estudiar las actividades
del espacio en todas sus fases. Entonces, cuando se descubrió que un nuevo planeta dentro
de un sistema de planetas estaba en formación, estos fueron observados y estudiados de cer-
ca por viajeros de muchos mundos.

“Cuando se descubre que un nuevo planeta se ha desarrollado hasta el punto en que está listo
para ser habitado por humanos, y todos los planetas alcanzan esa etapa, tarde o temprano,
los viajeros dejan que este hecho sea conocido por los habitantes de otros mundos y de los
mundos en otros sistemas. Se buscan voluntarios que deseen salir adelante y desarrollar el
nuevo mundo. Luego, grandes naves toman a estos voluntarios, con todo el equipo esencial a
bordo, y los trasladan al nuevo planeta. Se realizan viajes adicionales frecuentes para llevar
equipo y suministros a estos pioneros, según sea necesario. Las personas también son lleva-
das de regreso a sus planetas nativos para realizar visitas. De esta forma se abren nuevos ca-
nales de expresión y, simultáneamente, un nuevo mundo habitado por la humanidad.

“La Tierra fue el planeta más lento de nuestro sistema en alcanzar la etapa en la que era ca-
paz de mantener la vida humana. Los primeros habitantes de la Tierra fueron traídos a ella
desde los otros planetas. Pero no pasó mucho tiempo antes de que sucediera algo inesperado
en la atmósfera que rodeaba la Tierra, y las personas trasplantadas se dieron cuenta de que
en unos pocos siglos las condiciones de vida en este globo no serían favorables. Como resul-
tado, los primeros habitantes de la Tierra, con algunas excepciones, empacaron todas sus
pertenencias en naves espaciales y se fueron a otros mundos. Los pocos que eligieron que-
darse se habían permitido deteriorarse en medio de la exuberante belleza y abundancia de
este nuevo mundo y no buscaban nada diferente. Gradualmente, se contentaron con vivir en
cuevas naturales y finalmente se perdieron en los anales del tiempo.

“En su Tierra no hay ningún registro de estos primeros habitantes que no sea la mitología de
una de sus razas en la que el recuerdo de esta primera civilización se conserva en lo que ellos
llaman el dios Tritón, llamado así por la raza original de Triteria.

“Poco después de la partida de los pioneros espaciales, se produjeron muchos cambios natu-
rales en la superficie de la Tierra. Algunas tierras fueron tragadas en las profundidades de las
aguas, mientras que otras se elevaron. Entonces, una vez más, el mundo estaba listo para ser
habitado por humanos. Pero esta vez, debido a las condiciones que aún prevalecen en la at-
mósfera circundante, no se buscaron voluntarios. Otra condición que habíamos observado
con interés al observar la formación y desarrollo del planeta Tierra fue la formación de una
sola luna como compañera. Bajo la ley natural de las condiciones, esto daría como resultado
un estado desequilibrado a menos que en algún momento futuro se formara otra luna para
complementar la pequeña compañera de un mundo en crecimiento".

En este punto, Ramu fue interrumpido cuando la camarera se acercó a llenar nuestras tazas
con café caliente. Cuando se fue, Firkon dijo: “¡El hombre es una criatura extraña! Y esto es
cierto dondequiera que lo encuentre en todo el vasto Universo. Aunque la raza del hombre en
su conjunto prefiere vivir en paz y armonía con toda la creación, aquí y allá algunos crecerán
en ego personal y agresividad, y a través de la codicia desearán asumir el poder sobre otros
hombres. Esto puede suceder incluso en nuestros mundos, a pesar de la enseñanza que orde-
na al hombre vivir de acuerdo con las leyes divinas".

“Sí”, dijo Ramu, “y aunque sabemos el mal al que conducen tales actitudes, de conformidad
con las leyes universales, no somos libres de atar a estos hermanos de ninguna manera. En-
tonces, hace siglos, en una reunión entre los maestros de la sabiduría en muchos planetas, se
decidió enviar a esos egoístas a nuevos planetas capaces de mantener la vida humana. En ta-
les casos, el planeta de desarrollo más lento en muchos sistemas fue seleccionado para el exi-
lio de tales culpables.

“Entonces, por las razones que acabo de mencionar, la Tierra en nuestro sistema fue elegida
para el nuevo hogar de estos rebeldes de muchos planetas dentro y fuera de nuestro sistema.
Estos exiliados eran lo que ustedes en la Tierra llaman "alborotadores". No pudimos destruir-
los ni confinarlos, ya que eso es contrario a las leyes universales. Pero como todas estas per-
sonas eran de la misma naturaleza arrogante, se sintió que, dado que ninguno se rendiría
ante el otro, eventualmente se verían obligados a trabajar en su propia armonía. Éstas son la
verdadera fuente de sus “doce tribus” originales en la Tierra.

“Y así fueron reunidos en naves de los muchos planetas y transportados a la Tierra, sin equi-
po ni implementos de ningún tipo, como se les da como voluntarios. Todos habían sido bien
educados en sus propios mundos para conocer el suelo, los minerales, la atmósfera y muchas
otras cosas necesarias para el mantenimiento físico. Aquí, en este nuevo mundo, deben usar
sus conocimientos y comenzar con nada más que lo que la naturaleza les proporcionó. Esto
fue con el propósito de obligarlos a trabajar y aprovechar sus propios talentos, con la espe-
ranza de traerlos de regreso al redil de todos los que hacen la voluntad del Creador.

“Estos son sus 'ángeles caídos' bíblicos, los humanos que cayeron de un estado de vida supe-
rior y sembraron las semillas originales para las condiciones que ahora encuentran que exis-
ten en su mundo. “Durante mucho tiempo después de traer a estas personas a la Tierra, nues-
tra gente de muchos mundos los visitó con frecuencia, ayudándolos y guiándolos tanto como
les fue posible. Pero eran un grupo altivo y desafiante, y no recibieron con agrado la ayuda
que les ofrecimos. Sin embargo, después de los primeros enfrentamientos, durante mucho
tiempo lograron convivir bastante bien. En ese momento, la Tierra era de hecho un 'Jardín del
Edén', ya que todo era abundante y la naturaleza se prodigaba con sus regalos de comida y las
necesidades de la vida.

“En la alegría del nuevo mundo, estos recién llegados comenzaron a vivir en paz y felicidad
unos con otros, y hubo regocijo en otros planetas. Entonces, como lo relata su Biblia, el hom-
bre comió del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, y las divisiones entraron
donde antes no las había. La codicia y la posesividad se volvieron desenfrenadas entre los
hombres y se volvieron unos contra otros.

“A medida que pasó el tiempo y la población aumentó, de las tribus originales surgieron hom-
bres exaltados que comenzaron a diferenciar entre las distintas razas. Cada uno exigió el go-
bierno de todo el pueblo, profesando haber venido de un planeta más avanzado que todos los
demás, y por ese derecho tenía derecho al poder gobernante. Continuamos visitando a estos
hermanos descarriados, siempre con la esperanza de ayudarlos a regresar a una relación fra-
ternal. Sin embargo, con el paso del tiempo, los gobernantes autoproclamados se hicieron ca-
da vez más poderosos, y nuestros esfuerzos fueron cada vez menos útiles. Las divisiones con-
tinuaron y aumentaron, resultando finalmente en el establecimiento de lo que hoy llaman
'naciones'.

“El establecimiento de naciones separó aún más al hermano del hermano, y toda la humani-
dad ya no vivió más según la ley divina. Como resultado de estas divisiones; Surgieron mu-
chas formas diferentes de adoración. Pero incluso entonces continuamos enviando a otros
con la esperanza de ayudar a nuestros hermanos en la Tierra. Estos hombres eran los cono-
cidos como 'mesías', y su misión era ayudar a sus hermanos terrestres a volver a su entendi-
miento original. En cada caso, algunos seguidores se reunían alrededor de estos sabios, pero
siempre eran destruidos por aquellos a quienes habían venido a servir. ¿Te has preguntado
por qué la Tierra es el planeta más bajo de nuestro sistema dentro de un Universo del que to-
dos somos habitantes?. Te lo he dicho ahora.

“Las personas de todos los mundos que han sido desarrolladas por hombres y mujeres que se
ofrecieron como voluntarios para tal servicio han avanzado constantemente. Han vivido co-
mo el Creador Infinito pretendía que sus hijos vivieran. Han crecido y se han expandido cum-
pliendo la voluntad del Padre. Y cada vez que un grupo de voluntarios deja su propio mundo
para aventurarse en uno nuevo, después de que la Mano Divina lo ha preparado para la habi-
tación humana, en realidad están entrando en una nueva escuela de experiencia mediante la
cual obtienen una comprensión aún mayor de un Universo total. Por lo tanto, se preparan pa-
ra el avance continuo hacia estados cada vez más elevados de expresión y servicio.

“El trabajo tal como ustedes conocen en la Tierra no tiene parte en su vida, porque tan pronto
como los habitantes de cualquier planeta trabajan bajo la voluntad de su Creador, los elemen-
tos a su vez comienzan a servirlos.

“En la Tierra tienes todo lo contrario. Porque, a través de la autoexaltación y la perversión de


la ley natural, el hombre vuelve los elementos contra sí mismo. El hombre en guerra contra el
hombre es uno de los ejemplos más obvios de esto, ya que dirige destructivamente las ener-
gías destinadas por su Creador para su bienestar.

“Y esa es la principal diferencia entre los habitantes de la Tierra y los pueblos de otros plane-
tas. El hombre de la Tierra ha alcanzado repetidamente ciertos picos, solo para entrar en otra
etapa de destrucción que, a través del mal uso de los elementos, ha destruido todo lo que ha
logrado.

“Aquí y allá, un individuo se eleva por encima de la mayoría en su mundo, ya que se deja a ca-
da hombre acelerar o ralentizar su propia evolución. Solo cuando los hombres de la Tierra
aprendan, por sus propios errores, que lo que ven como su fuerza es realmente debilidad
cuando se enfrentan a la Inteligencia Divina, y que su 'sabiduría' pero confusión contra el
Conocimiento Absoluto, estarán listos para volver al redil.

"Mientras tanto, nos mantenemos siempre alerta para recibir el llamado de cualquier ayuda
que los hombres de la Tierra realmente deseen, porque todavía son nuestros hermanos".

"¿Nunca te desanimas", le pregunté, "frente a probabilidades tan abrumadoras?".

Fue Firkon quien dijo: “No sabemos nada de lo que ustedes llaman desánimo. Esa es una pa-
labra negativa. Hace mucho tiempo que aprendimos el poder de la fe y la esperanza, y de no
rendirnos nunca. La meta perdida ayer se puede ganar mañana. Esto no significa que nos cre-
amos desarrollados al máximo. Lejos de ahi. Todavía tenemos la eternidad para viajar. Pero
en nuestros mundos, ya no tenemos enfermedades ni pobreza, como ustedes lo conocen; ni
crimen, como lo conoces. Reconocemos al hombre como la representación más elevada de la
Deidad, la consumación de todas las formas menores. Si con intenciones dañinas dañamos
cualquier forma, sabemos que estaríamos forzando a esa forma a apartarse de su propósito
natural y hacernos daño. Puedes ver por qué el Creador nos ha dejado a todos para resolver
nuestros propios problemas. Cuando se desobedecen sus leyes, testifican contra nosotros.
Hablas de Satanás como si fuera un enemigo separado. Pero sólo oponiéndose al principio Di-
vino se pueden crear las condiciones inarmoniosas que le han atribuido a Satanás, y que us-
tedes mismos deben corregir. Entonces encontrarás que Satanás se convierte en un ángel de
luz, como te dice la Escritura. Porque toda distorsión debe ser corregida por el que distor-
siona”.

Cuando Firkon hizo una pausa, la boca de Ramu se curvó en la leve y grave sonrisa tan carac-
terística, cuando dijo: “El Sol no gobierna la Tierra; ni la Tierra gobierna al Sol; ni las estrellas
se gobiernan entre sí. Todos están gobernados por el Padre. Aquí, de la propia naturaleza, el
hombre comienza a aprender”. Por alguna razón, esto me recordó un tema sobre el que había
reflexionado durante mucho tiempo. "Con respecto a lo que llamamos muerte y renacimien-
to", pregunté, "¿deberíamos poder llevar los recuerdos de una vida a la siguiente?" Ramu res-
pondió: “Eso es posible en diversos grados de conciencia. El hombre eterno no olvida nada.
Pero la memoria de las cosas aprendidas en un cuerpo anterior rara vez se manifiesta como
algo más que un conocimiento instintivo o una gravitación hacia ciertas cosas familiares. En
su mente consciente, el hombre de la Tierra tiene poca comprensión de por qué esto es así.
Cuando tales aptitudes se manifiestan en menor grado, las etiqueta como talentos o dones.
Cuando están presentes en un grado muy marcado, y especialmente cuando están presentes
en la niñez, a esas personas se les llama prodigios.

“Su planeta está funcionando bajo lo que podría llamar una frecuencia baja. Como resultado,
el crecimiento y desarrollo de la forma de vida, y especialmente la del hombre, es lento y re-
quiere mucho tiempo entre el nacimiento y la madurez. Cuando los hombres nacen en la Tie-
rra, permanecen en una etapa infantil indefensa durante un período mucho más largo que en
otros planetas. Cuando alcanzan la madurez o la adultez, cualquier recuerdo que se les haya
ocurrido al nacer está bien enterrado bajo la confusión de conceptos erróneos con los que se
han llenado durante todos esos primeros años. Independientemente de la ley natural, los po-
deres de razonamiento del hombre son muy limitados. El recién llegado está abarrotado de
las tradiciones y convenciones de los siglos pasados, y el recuerdo positivo de la experiencia
anterior se ve desplazado. Un recuerdo tan genuino a veces pasa de lo que llamas subcons-
ciente a la mente consciente, a través de algún canal que se abre de repente. Esto puede de-
berse a conocer por primera vez a una persona a la que sientes que has conocido, o al ver un
lugar nunca antes visitado en esta vida, pero con el que pareces tener asociaciones y recuer-
dos auténticos. Todas estas experiencias son desconcertantes para la mayoría de la gente de
la Tierra. Sin embargo, esos recuerdos suelen ser verdaderos recuerdos y la explicación es
muy simple.

“En otros planetas, no imponemos tales bloqueos al recién nacido. Al contrario, se hace todo
lo posible para dejarlo libre. Nos damos cuenta de que cada expresión humana es ligeramen-
te diferente de las demás, y que el trasfondo individual de la experiencia sirve como base pa-
ra el cumplimiento de ese destino en particular. La frecuencia bajo la cual funciona un plane-
ta solo puede ser establecida por los habitantes que lo habitan. Debido a la mayor frecuencia
de nuestros planetas, los que nacen entre nosotros no están sujetos a los lentos períodos de
desarrollo desde la infancia hasta la madurez como en el tuyo. Con nosotros, un período pro-
medio de desarrollo desde el nacimiento hasta la adolescencia es de dos años en compara-
ción con los dieciocho o más.

“Ustedes en la Tierra usan el término 'La Ley de la Transmigración' en un sentido equivocado.


Lo que realmente significa es que cuando un individuo en su Tierra se ha elevado por encima
de la ignorancia de sus hermanos hacia una comprensión superior de la vida, se permite el
renacimiento en otro planeta. Aparecerá con un vívido recuerdo de su experiencia en la Tie-
rra. Predominará su concepción de las leyes fundamentales que gobiernan toda la vida.

Los recuerdos de sus hábitos diarios, su relación con su familia y asociados, aunque aún sean
claros, serán secundarios. Se dará cuenta de que no hay eslabones perdidos entre las dos eta-
pas de la vida, sino una continuidad de desarrollo despejada por los muchos nombres y divi-
siones que lo confundieron en la Tierra.

“Aunque el ascenso desde la infancia hasta la madurez requiere un período tan largo en la
Tierra, la edad y el deterioro llegan rápidamente. Esto se debe a las antiguas tradiciones y
convenciones que continúan expresándose en el individuo. El verdadero conocimiento, no
importa cuánto tiempo hace que se haya adquirido, se lleva fácilmente. Pero las cargas y aflic-
ciones de la humanidad repetidas una y otra vez, recordadas a través de los siglos, pesan in-
soportablemente sobre el espíritu del hombre. Como has visto, no envejecemos ni en apa-
riencia ni en sentimientos. Esto se debe a que llevamos con nosotros en cada nuevo día la
abundancia de lecciones bien aprendidas, descartando todo lo que ha demostrado ser estéril.
A medida que dejamos que lo siempre nuevo y fresco se exprese a través de nosotros, nos
convertimos en esa juventud.

“Así como el sueño que tiene un escultor cuando toma la arcilla en sus manos, cuando haya
terminado, decidirá la forma que expresará la arcilla, así es con el cuerpo humano. El hombre
es el escultor de sí mismo, trabajando con materiales suministrados por su Creador. Es la
concepción del hombre de sí mismo dentro del Universo lo que moldeará su cuerpo e imbuirá
sus rasgos de belleza o fealdad.

“En su mundo se imagina a la Deidad como envejecida y, sin embargo, eterna. Ésta es una
gran contradicción, porque la eternidad no conoce edad.
“Debido a la interminable actividad que se desarrolla en las profundidades y en la superficie
de sus océanos, sobreviven a través del tiempo. Pero un estanque, en el que cesa la actividad,
comienza a envejecer debido a una masa de materia extraña que atenúa lentamente sus
aguas que alguna vez fueron claras. Ha ocurrido lo que ustedes llaman estancamiento.

“Las enfermedades corporales y la desintegración se derivan prácticamente del mismo proce-


so. Debido a que no ha aprendido a vivir según la ley natural, se establece el estancamiento
personal. De vez en cuando, incluso en su mundo, un individuo puede alcanzar una gran edad
según sus estándares y aún así dar la impresión de juventud. Esto se debe a la capacidad de
preservar las cualidades de la actividad mental, el interés y el entusiasmo más allá del prome-
dio.

Recordé a algunas de esas personas que había conocido y asentí con la cabeza. "De hecho, has
progresado mucho más allá de nosotros", le dije. "¿Es incluso hasta el punto en que su pro-
greso hacia adelante nunca se interrumpe?"

Esto hizo que Firkon sonriese. "¡Lejos de ahi! Pero cuando cometemos errores, sirven como
lecciones para nuestro comportamiento futuro en lugar de algo que esconder o tratar de jus-
tificar. Además, cuando se explora cualquier territorio nuevo, ya sea físico o mental, acepta-
mos como inevitable algún error. Para tí, lo que llamas fracaso es vergonzoso y, a menudo,
expone a personas o grupos al ridículo y la censura de los demás. Este es un factor primordial
para atar a la gente de la Tierra a viejos surcos cuando, si tuvieran el coraje o la tolerancia su-
ficiente de sus semejantes, intentarían nuevos caminos. En nuestro mundo, ningún hombre
que lo intente sinceramente se considera un fracaso, sin importar los resultados. Ese hombre
ha aprendido algo. A través de su propio fracaso, puede hacer una gran contribución a su pró-
jimo. El coraje y la iniciativa lo han llevado a intentar un nuevo camino que, si se demuestra
que es incorrecto, no es necesario que otros lo sigan. Él es el único que ha sufrido de buena
gana y nosotros, sus hermanos, lo felicitamos”.

Cuando Firkon dejó de hablar y miró a Ramu, supe que esta fructífera charla había llegado a
su fin. No fue necesario decir nada mientras nos levantábamos de la cabina. Saldamos la
cuenta y salimos de nuevo a la calle.

Esta vez Firkon y Ramu no me acompañaron de regreso al hotel. "Estoy muy agradecido", dije
mientras nos despedíamos, las palabras sonaban inadecuadas para mis propios oídos.

Me quedé un momento, mirándolos alejarse, luego me volví en la dirección opuesta hacia mi


hotel.
12 - Otra Vez, el Gran Maestro

No mucho después de nuestra conversación en el café, de nuevo siguiendo una impresión, me


encontré en camino a Los Ángeles. Durante todo el trayecto hasta esa ciudad, me invadió una
especie de alegre expectativa de alegría que era como la emoción que solía experimentar de
niño justo antes de la Navidad.

Las comunicaciones mentales de mis amigos de otros planetas se volvieron cada vez más de-
finidas a medida que pasaba el tiempo. Ahora sabía, por ejemplo, que este encuentro no se li-
mitaría a un restaurante en el suelo, sino que volverían a llevarme en una de sus naves.

En este estado de ánimo feliz, la belleza familiar de las montañas por las que cabalgamos du-
rante la primera parte del viaje parecía realzada hasta una majestuosidad aún mayor. Y los
valles, revestidos de amarillo dorado en estado natural, o de un verde brillante donde se cul-
tivaba, me llenaron de amor por esta Tierra nuestra. Seguramente, si la humanidad pudiera
aprender a mirarla con nuevos ojos, no habría lugar para la amargura y la contienda.

El tiempo pasó más rápido en esta unidad. Me registré en el hotel, fui brevemente a mi habi-
tación y luego regresé al vestíbulo.

Aunque el reloj sobre el escritorio indicaba que eran sólo un poco después de las cinco de la
tarde, y ciertamente no tenía hambre, me sentí fuertemente impulsado a ir ahora a comer al-
go al pequeño restaurante y luego volver a esperar a mis amigos. Así lo hice y cuando, cerca
de las seis de la tarde, estaba de nuevo a punto de entrar en el hotel, Ramu se me acercó.

Lo saludé con alegría y le pregunté si lo había hecho esperar.

"En absoluto", dijo, "¡Sabía cuándo esperarte!"

El Pontiac estaba aparcado junto a la acera a la vuelta de la esquina. Al entrar, pregunté por
Firkon.

“No puede venir con nosotros esta vez”, dijo Ramu, “y me pidió que te dijera que lamenta no
verte.

El estado de ánimo de felicidad y anticipación sostenidas permaneció conmigo durante todo


el largo viaje desde Los Ángeles y más allá. De vez en cuando, intercambiamos algunas pala-
bras, pero en su mayor parte hubo poca conversación.
Al final, salimos de la carretera principal y avanzamos por una carretera estrecha durante
una media hora. Buscando en la oscuridad un primer vistazo del Scout, por fin vi un tenue
resplandor en la distancia. A medida que el contorno se hizo más claro, supe por su tamaño
que debía ser el Scout Saturniano o una nave similar.

Era el mismo, y Zuhl estaba allí para recibirnos. El viaje a la nave nodriza flotante terminó rá-
pidamente. "¿Esto es...?" Empecé, y Zuhl sonrió y asintió: "¿La nave saturniana en la que estu-
viste antes? -Sí". El procedimiento de aterrizaje se realizó exactamente igual que en la visita
anterior. Mientras Zuhl me guiaba en dirección al gran salón, se detuvo un momento y dijo:
"Fue el propio Maestro quien pidió que le trajéramos esta noche. Esta visita es enteramente
para que él pueda hablar contigo”. Si era posible que mi alegría aumentara, lo hizo al escuchar
esto.

Al entrar, me sorprendió de nuevo la belleza de esta habitación y la armonía que la llenaba.


Todos los que había conocido antes estaban presentes, y ningún extraño excepto dos hermo-
sas mujeres que se parecían lo suficiente entre sí para ser gemelas. Supuse, antes de que se
hicieran las presentaciones, que se trataba de mujeres saturninas. En las mangas derechas de
sus blusas, cerca del hombro, estaban las mismas insignias que había visto en las camisas de
los hombres de Saturno en la última visita. Después de que mis amigos me dieron la bienve-
nida, intercambié saludos con las dos encantadoras desconocidas.

Había diferencias tanto en sus personas como en sus prendas de las de las otras mujeres. Co-
mo permanecieron cerca de mí, tuve la oportunidad de comprobarlos en detalle. Ambas mu-
jeres tenían cabello y ojos castaños muy oscuros y pestañas espesas y rizadas. La tez era de
una blancura casi sorprendente con un tono rosado en las mejillas; los labios estaban carno-
sos y rojos. Ambas parecían tener modales más vivaces que las otras mujeres. Creo, sin em-
bargo, que esto no tuvo nada que ver con el hecho de que fueran saturnianos, sino más bien
una característica de sus propias personalidades.

Llevaban blusas celestes con mangas largas y anchas apretadas en las muñecas. Estas blusas
eran más como chaquetas cortas y estaban terminadas en el cuello con un cuello enrollado
estrecho. Las faldas eran del mismo color y material. Este último parecía muy ligero en textu-
ra y de un tejido bastante diferente de cualquiera que hubiera visto. Las faldas amplias tenían
cinturas anchas y llegaban hasta los tobillos, como las de las otras mujeres. Llevaban sanda-
lias de color beige en sus pequeños pies.

No vi al maestro y supuse que la razón por la que todos permanecían de pie era la espera de
su entrada.
“Hay bastante actividad por parte de su fuerza aérea esta noche”, me dijo Ramu, “y la nave
ahora está subiendo. Probablemente permaneceremos flotando a unos noventa mil pies de tu
Tierra".

No hace falta decir que no sentí, ni había sentido, ningún movimiento en absoluto.

En este punto entró el maestro y todos se volvieron hacia él.

Cuando sus ojos se encontraron con los míos, sonrió y caminó hacia donde una mesa estaba
rodeada de sillas bajas con brazos, cubiertas con un material tapizado de manera atractiva de
apariencia algo así como seda opaca.

Ramu me llevó y el maestro me indicó que ocupara el lugar a su derecha. Una de las damas
saturnianas se sentó a mi otro lado y, mientras la gente se acomodaba en sus asientos, apro-
veché la oportunidad para preguntarle si podía explicarme el significado de la insignia. Ama-
blemente se dio la vuelta para que yo pudiera examinar el que tenía en su hombro derecho y
dijo: "Esto denota que Saturno es el Tribunal de este sistema". Aunque no sabía exactamente
qué quería decir con "tribunal", no dio más explicaciones. El diseño consistía en una esfera
rodeada por un anillo (tanto como el planeta anillado aparece a través de nuestros telesco-
pios), y dentro de la esfera había un par de balanzas equilibradas.

Agradeciéndole, me recosté en mi silla y me costaba creer que algo pudiera ser tan cómodo.
Ni siquiera nuestros cojines de aire ceden y sostienen el cuerpo como lo hizo esa silla. El ma-
estro empezó a hablar. "Hijo mío, si algo de lo que escucharás esta noche te parece repetitivo,
es porque las cosas de las que hablaré son importantes para tu comprensión, y tal vez una ex-
plicación más completa te ayude a retenerlas".

Me alegré de escucharlo decir esto, ya que, incluso con la ayuda telepática que me habían
prometido, todavía me preocupaba por temor a no recordarlo todo.

“Una gran falacia que ha crecido en la gente de la Tierra”, dijo el maestro, “es la costumbre de
dividir en muchas partes lo que nunca debe dividirse. Tienen múltiples divisiones en formas
y enseñanzas, muchos gustos y aversiones firmes, todo lo cual sirve solo para aumentar el es-
tado de confusión en su planeta.

“Nosotros, los de otros mundos, no tenemos tales divisiones, pero nos damos cuenta de la re-
lación y la interdependencia de todas las cosas. Sé que has sentido profundamente el poder y
el resplandor de nuestra concepción de la Deidad allí en la pared que tienes ante ti. Al mante-
ner siempre esta imagen visual ante ojos, y recordándola en nuestros corazones, nunca olvi-
damos que en Él todas las formas tienen su ser.
“Él es el dador de lo que ustedes llaman vida a los hombres. También es el dador de vida a
través de nosotros a nuestras creaciones en las que es el instructor de lo que se va a crear. Él
es quien sabe cómo se combinarán los minerales y los elementos, no sólo para servirnos, sino
también para el Universo, cada vez mejor a medida que surgen a través de las experiencias de
una forma, para adaptarse a una forma superior. Nosotros en Venus y en otros planetas en di-
versos grados de evolución, reconocemos los minerales y elementos como la esencia de la ex-
presión Divina siempre activa, con una novedad constante. Y por lo tanto, la monotonía, como
la conocen en la Tierra, nunca puede ser.

“Entonces, así como la creación de un Creador Divino del Universo total es respetada por nos-
otros, también la creación del hombre que guía los elementos en diferentes canales de ser-
vicio igualmente respetada y honrada. A su vez, los elementos se vuelven deseosos de servir
mejor cada día para que ellos también puedan elevarse a un nivel más alto de servicio... un
servicio que nunca cesará, porque es eterno. Como ejemplo, para que puedas entender esto
más claramente, el poco de hierro que encuentran entre los minerales de su Tierra les sirve
en un canal en particular. Sin embargo, al impregnar este hierro con una fuerza que usted lla-
ma 'electricidad', el hierro cambia de un servicio anterior a otro tipo de servicio llamado
'magnético'. Por lo tanto, ha sido dotado de un poder de atracción que antes no tenía. Esto es
lo que entendemos por elementos o minerales que evolucionan para un mejor servicio. Pri-
mero fue simplemente el hierro mineral; luego alcanzó un estado de servicio superior donde
pudo atraer, lo que en el estado original no podía hacer. Y así, una y otra vez, este hierro pue-
de evolucionar hacia un servicio cada vez más elevado prestado a su Creador. Así que ya ves
lo que significa cuando hablo de que los minerales y los demás elementos están al servicio
del hombre. Al hacer esto, ellos mismos están dotados de ciertos poderes de comprensión a
través de servir a la Inteligencia que todo lo incluye. Esta ley, creo, es conocida por ustedes en
la Tierra como la Ley de Transmutación, o Ley de Evolución.

“Un cuerpo humano como el tuyo y el mío está compuesto tanto de elementos como de mine-
rales. Y puedes probar que estos elementos y minerales que componen tu cuerpo sí obedecen
a las impresiones que se les depositan. Porque si las impresiones son de naturaleza gozosa, el
ser llamado 'hombre' es gozoso. Pero si se encuentra en un estado de enojo, entonces el cuer-
po lo expresa, lo que demuestra que los minerales y los elementos que contiene están cons-
tantemente al servicio de la Inteligencia. Sin él, no pueden elevarse a un estado de expresión
superior. Ustedes los hombres de la Tierra invitan continuamente al desastre creando combi-
naciones que se oponen entre sí en lugar de trabajar juntas. Han hecho de ustedes mismos
algo diferente a su origen Divino. Has agregado muchos conceptos falsos a tu ser en lugar de
permanecer natural; como una mujer hermosa que se exalta en belleza, pero agrega muchas
baratijas que finalmente se exaltan por encima de su belleza. Ustedes han hecho lo mismo
agregando aquello que no tenía verdadera vida o inteligencia. Permítanme señalarles algo in-
herente al ser del hombre por el cual vivimos en el planeta Venus, mientras que ustedes no,
aunque estos principios se aplican tanto al suyo como a otros mundos.

“Afirmas que eres un ser compuesto por cinco sentidos y enumeras otros que se agregarán: el
sexto, el séptimo, etc. Buscas desarrollar estos sentidos concebidos arbitrariamente en lugar
de comprender y desarrollar los que existen. Al profesar que existen poderes de clarividen-
cia, clariaudiencia, telepatía mental o percepciones extrasensoriales, se divide una fase total
de expresión en al menos cuatro clasificaciones separadas. Y, como resultado, sus verdaderas
identidades se han confundido y perdido. Déjame aclarar esto un poco. En primer lugar, eres
un producto por mineral y elementos de lo que llamas naturaleza. En segundo lugar, como ex-
presión inteligente de esa forma, eres un producto de tu Divino Creador. La parte mineral y
elemental de tu ser ha sido dotada de cuatro avenidas, o sentidos, a través de los cuales se ex-
presa en lo que llamas una manifestación física. La inteligencia o la divinidad se expresa a tra-
vés de cada célula de la forma completa que has etiquetado como física.

“Los cuatro sentidos a los que me acabo de referir son la vista, el oído, el gusto y el olfato.
Observa que yo no menciono el sentido del que hablas en la Tierra como 'tacto'. Porque el
tacto es la inteligencia que precede a todas las demás. Déjame explicarlo de esta manera. Na-
die en ningún mundo puede construir una forma como la tuya, o hacer que viva como tú. Esto
solo puede hacerlo el Creador del Universo. Por lo tanto, debes admitir que cuando la con-
cepción de una forma tiene lugar dentro de una forma, esa futura madre no sabe qué se debe
hacer para la construcción perfecta de otro cuerpo. Sin embargo, la concepción crece hacia
una manifestación completa, hasta que finalmente nace en lo que ustedes llaman el mundo
físico.

“Cuando nace, esta forma completa tiene ojos, oídos, boca y nariz. Los ojos ven y los oídos
oyen sonidos por primera vez; la nariz huele y el paladar prueba por primera vez. Todos es-
tos fueron creados como partes del cuerpo. Así como el cuerpo es testigo del mundo físico
por primera vez, también lo hacen estas cuatro vías de expresión, porque son del cuerpo. Sin
embargo, la madre de esta forma no sabía cómo se construyó.

“Pero el sentido del tacto, que omití del grupo de sentidos, sí lo sabía. Porque recuerda, mien-
tras el pequeño todavía estaba en el proceso de construcción dentro del cuerpo de la madre,
si se ejercía presión sobre el cuerpo de la madre, el cuerpo interior también era alertado de
esa presión. Y observa la separación entre los dos, porque cuando el cuerpo por nacer estaba
listo para hacer un cambio dentro de la madre, la madre ni controló ni instruyó esta acción, lo
que separa, en este caso, la sensación en dos reacciones distintas: la de la madre y del niño.
Esto prueba que cada uno opera en el campo de la sensación o sentimiento independiente del
otro. Sin embargo, son un cuerpo dentro de un cuerpo. Demostrando también que esa cosa
llamada 'tacto' o 'sentimiento' es actuar en el campo de la inteligencia, saber qué hacer y
cuándo hacerlo. Parece ser el 'conocedor'. Cuando tomamos esto en consideración con el pro-
pósito de analizar, el sentido del tacto se reconoce como uno cardinal, o en realidad el alma
del cuerpo, parte de la inteligencia que todo lo incluye. Porque es un sentimiento, y el senti-
miento, tal como lo conoce, es un estado de alerta, o conciencia consciente tal como lo cono-
cemos.

“Ahora, cuando esta conciencia abandona el cuerpo de minerales y tierra conocido como
hombre, los ojos, los oídos, el gusto y el olfato dejan de funcionar. Porque cuando el cuerpo
pierde el conocimiento, no reconoce nada parecido a un toque. En otras palabras, podrías gol-
pear ese cuerpo y no tendría la sensación que se llama sentir o ser tocado.

“Por otro lado, si uno pierde los ojos, pierde el oído, el gusto y el olfato, pero conserva el sen-
tido del tacto, que es la conciencia, uno está más o menos vivo y operando inteligentemente.
Y cuando el cuerpo es golpeado con algo, siente ese toque o dolor, donde no lo sentía en el es-
tado anterior. Por lo tanto, es fácil ver que la verdadera inteligencia del cuerpo llamado 'hom-
bre' es lo que ha sido tan mal usado y mal etiquetado, el sentido que ustedes conocen como
tacto, que es el alma o la vida de ese cuerpo. El cuerpo humano -y lo mismo ocurre con todas
las demás formas- está construido en realidad para los servicios que sus minerales y elemen-
tos prestarán a través de las cuatro principales vías físicas de expresión. Mientras que el
quinto, el tacto, es universal y da sensación a los otros cuatro. Una vez que este sentido del
tacto desaparece, los otros cuatro no tienen poder de sensación u operación.

“Cuando el hombre se da cuenta de este hecho, entonces se encuentra como lo real detrás de
la máscara. Y cuando Cuando lo hace, la prisión limitada en la que ha vivido durante tanto
tiempo se disuelve y se convierte en un habitante del Universo. Como tal, ve la ley en fun-
cionamiento en todas las formas, independientemente de que sea esa forma, e incluso en el
propio planeta en el que vive. Entonces el hombre se conoce a sí mismo. Y al hacerlo, conoce
todas las cosas. También conoce a su Creador como nunca antes lo había nunca antes, que es
la Inteligencia Universal o Divina.

“Es a través de este reconocimiento o comprensión que el hombre mineral se eleva a una con-
dición de unidad con el Padre, en la que el Padre y el Hijo se vuelven uno. Una vez que el hom-
bre de la Tierra aprenda esto y se dé cuenta, sin saberlo solo con su mente, sino viviéndolo
como lo hemos hecho nosotros, tendrá la misma alegría en la vida que tenemos en otros pla-
netas. Como dice su Biblia, el hijo pródigo ha regresado a casa renunciando a sus vanidades
físicas minerales y haciendo que estas le sirvan para el servicio de su Padre, en lugar de que
él las sirva a ellas.

“Por supuesto, hijo mío, tú conoces esta ley y has estado tratando de vivirla y enseñarla du-
rante años. No es nuevo para ti ni es una enseñanza original tuya. Es una ley universal que to-
dos los hombres deben conocer y vivir si esperan disfrutar de su derecho divino de nacimien-
to como hijos del Padre. Debes inculcar, lo mejor que puedas, la comprensión en las mentes
de tus hermanos de la Tierra de que el conocimiento de sí mismos es el primer requisito. Y
las primeras preguntas:

"¿Quién soy? ¿A través de qué vías puedo expresarme para volver a la unidad de la que he caí-
do?"

"Recuérdales que el hombre no tiene nada que añadir. Sólo tiene que expresar lo que ya es
suyo. Pero debe aprender a comprender lo que tiene, y vivir esta comprensión. Porque lo im-
portante es vivir. Una vez logrado esto, los problemas del hombre terrenal pronto se desva-
necerán. Porque entonces estos elementos que se utilizan para constituir los cuatro sentidos
de la vista, el oído, el gusto y el olfato comenzarán a evolucionar hasta convertirse en instru-
mentos más sensibles, no sólo para servir en lo que llamas el mundo físico, sino también al
servicio de lo universal.

“Otro hecho del que los hombres de la Tierra deben darse cuenta es que 'universal' incluye lo
físico dentro de sí mismo, no fuera de él. Porque todo lo que tiene lugar dentro del Universo
también está dentro de la Inteligencia Divina o Suprema, no fuera de ella.

“Es por eso que estamos tan preocupados por su mundo y su vida como por el nuestro,
porque todos estamos en el mismo reino de la Inteligencia Suprema. Hemos aprendido y
vivido esto durante todos estos cientos y miles de años. Debido a este entendimiento, no po-
demos herir con el motivo de herir como lo hacen ustedes en la Tierra. Porque sabemos que
tendríamos que vivir con todo lo que distorsionamos, ya que todo está dentro de la casa.

“Una vez que la mente del hombre físico se eleva a este grado de comprensión, no ve nada
como feo o desagradable, sino que ve todo en el proceso de avanzar hacia la santidad de la
belleza y la exaltación. A medida que los hombres de la Tierra consideren esta ley, verán y
comprenderán cómo todo está funcionando desde lo bajo hacia lo alto, que es el propósito
universal; y no de lo alto a lo bajo. Sin embargo, el poder se expresa desde lo alto hasta lo ba-
jo para que lo bajo tenga la fuerza para elevarse hasta lo alto. Hay una mezcla eterna, pero
nunca una división. Conociendo esta ley, los habitantes de nuestros planetas la han usado pa-
ra su desarrollo y, a través de su uso, han crecido hasta el reconocimiento de la vida eterna y
el papel de todos en ella”.

La idea de la superpoblación pasó por mi mente, ya que a menudo es un tema de preocupa-


ción para las naciones de la Tierra. Sin la menor interrupción, este hombre de gran sabiduría
respondió a mi pensamiento.

“No, hijo mío. No estamos superpoblados y tal condición nunca nos amenaza, como lo hace la
gente de la Tierra. Porque no reponemos sin pensarlo o planificarlo como lo hacen ustedes.
Existe una ley natural de equilibrio que cumplimos. Además, aquellos que han obtenido mu-
cho conocimiento en un planeta pueden, si así lo desean, buscar renacer en otro. Con este fin,
tienen dos opciones. Pueden hacer este cambio a través del canal de nacimiento, o ser lleva-
dos directamente por una nave, todavía en el mismo cuerpo. Esto ha sucedido muchas veces,
incluso en la Tierra. La gran mayoría ha avanzado desde la Tierra hacia otro planeta a través
del renacimiento. Otros, aunque pocos, han sido tomados directamente como tu Biblia lo dice.

“La muerte ocurre en otros planetas al igual que en la Tierra. Pero no la llamamos muerte, y
no lloramos por los que se han ido, como lo hacen ustedes. Sabemos que esta partida significa
solo un cambio de una condición o lugar a otro. Nos damos cuenta de que no es más que mu-
darse de una casa a otra. No podemos llevarnos nuestras casas cuando vamos de un lugar a
otro. Tampoco podemos llevar un cuerpo, que es la casa, de un mundo a otro en la muerte. El
material de sus cuerpos terrestres pertenece a la Tierra y debe permanecer allí para mante-
ner su mundo. Pero cuando te mudes de la Tierra a otro planeta, ese mundo te prestará de
sus materiales para construir una casa de acuerdo a las necesidades y condiciones que allí
existan.

“El concepto que tiene el hombre de la Tierra del Universo es muy pequeño. No pueden con-
cebir un Universo sin límites. Sin embargo, usan la palabra eternidad. La eternidad, según la
propia definición del hombre, no denota principio ni fin. Entonces, ¿qué tan vasto es el Uni-
verso? Tan vasto como la eternidad.

“Entonces el hombre no es una manifestación temporal. Es una manifestación eterna. Y aque-


llos de nosotros que hemos aprendido esta verdad vivimos en un presente constante, porque
siempre es el presente.

“Nosotros, los de Venus, nos vestimos como tú, y hacemos muchas cosas de manera similar.
No hay gran diferencia entre nuestra forma y la tuya, o en las prendas para esa forma. La gran
diferencia radica en nuestra comprensión de quiénes somos. Desde que hemos aprendido
que la vida lo incluye todo y que somos esa vida, sabemos que no podemos lastimar nada sin
lastimarnos a nosotros mismos. Y la vida, para ser vida eternamente, debe permanecer en un
estado primordial de su ser, y para expresarlo, debe ser siempre nueva.

“Por lo tanto, como he dicho, nunca experimentamos la monotonía. Cada momento que pasa
es alegre. Y no importa qué trabajo tengamos que hacer. Si es necesario hacer lo que ustedes
llaman trabajo, lo hacemos con pleno gozo y amor en nuestro ser. Y en nuestro planeta, cada
día trae su cuota de cosas por hacer, exactamente como en la tuya. Todo hombre y toda forma
es respetado por igual por los servicios que prestan. Ninguno es juzgado por sus deficiencias.
No importa el tipo de servicio realizado, ya sea lo que usted llama servil o no. Todos los servi-
cios son igualmente reconocidos.

“A la gente de la Tierra se le ha dado esta ley, porque fue traída allí por aquellos que la cono-
cían y que en algún momento la practicaron en otros planetas. Se expresó en la construcción
del templo de Salomón. La contratación de mano de obra en el viñedo en la que todos por
igual recibían un centavo al final del día, tal como lo relata Jesús, su Mesías, era un reconoci-
miento de la igualdad de honor en el servicio".

Cuando el gran maestro hizo una pausa y se pasó ligeramente la mano por la frente, me di
cuenta de que había estado escuchando con tanta atención que no me había movido. Movien-
do mi cuerpo a una posición diferente, esperé a que continuara hablando.

“Aunque el aire en todos los planetas difiere ligeramente, contrariamente a las creencias ac-
tuales de sus científicos, el hombre de la Tierra podría ir a cualquier parte del Universo sin
molestias. De hecho, esta será su herencia natural una vez que se comprendan a sí mismos y
se den cuenta de la gran adaptabilidad de su forma".

De nuevo hizo una pausa e inclinó levemente la cabeza como si estuviera meditando antes de
continuar. “Hemos desarrollado un grado de percepción consciente que no nos permite sen-
tarnos entre ningún grupo de personas sin el pensamiento de la bendición. Porque su sola
presencia ante nosotros es una bendición porque no los vemos simplemente como personas,
sino como la Inteligencia Divina en un estado de vida a través de una forma conocida como
humana. Nuestra conciencia es la misma hacia todas las formas fuera de lo humano.

“Vemos la Conciencia Divina expresándose a través del crecimiento de todas y cada una de las
formas, desde la más pequeña hasta la más grande. Hemos aprendido que nada, ninguna for-
ma, puede ser lo que es sin que la vida la atraviese o la sostenga. Y la vida que reconocemos
es la Divina Inteligencia Suprema.
“Nunca pasa un momento, ni siquiera en el sueño, que no estemos conscientes de esta Divina
Presencia. Este es el verdadero propósito de la forma 'hombre'... aquello para lo que fue cre-
ado. Porque, mientras que todas las demás formas dan expresión en su campo particular de
servicio, la suya es la forma evolucionada de minerales y elementos capaces de expresar el
estado más elevado de Inteligencia Divina.

“No estamos en guardia unos contra otros, ni codiciamos nada que pertenezca a otros. Por-
que todos somos participantes iguales de los bienes de nuestros planetas".

Comprendí claramente todo lo que decía este gran maestro de otros mundos, pero una pre-
gunta entró en mi mente. Me preguntaba cómo veían ellos el matar para comer, si es que ma-
taban, o incluso consumir frutas y verduras, ya que éstas también vivían en su propia forma
de expresión. Y como siempre, la respuesta llegó sin que yo hablara.

“No hay nada ilógico en esto, hijo mío. Cuando comes una hoja de lechuga, se convierte en
parte de ti, ¿no es así? Como resultado, a partir de ese momento comienza a experimentar co-
sas contigo. Entonces, lo que realmente ha hecho es transmutar una forma en la tuya propia.
Si este no hubiera sido el caso, la hoja de lechuga habría madurado, luego se habría conver-
tido en semilla para reponer su propia especie nuevamente, y esa habría sido su experiencia
total. Pero al servirte, ha sido elevada a un servicio superior a través de ti.

“El motivo también entra en este principio. Si su motivo es destruir, herir o explotar, entonces
está mal. Pero si su motivo abarca el servicio, puede prestar otra forma llevándolo a su nivel,
a través de usted, entonces es correcto. Porque realmente estás transmutando un mineral de
un estado a otro para que pueda ser de mayor utilidad. Al hacer esto, estás actuando de
acuerdo con la ley de crecimiento o desarrollo, a menudo llamada 'evolución' en tu mundo.
Ésta es la ley de tu Creador.

“La gente de tu mundo le da mucha importancia a la forma -desintegración- no comprendien-


do la ley de la Elevación, porque han empezado a pensar que la forma es todo lo que hay. Pero
la forma es sólo un canal a través del cual la vida, o la inteligencia, se expresa. La Inteligencia
Todo-Inclusiva no puede expresarse a través de una hoja de lechuga. Así que la hoja de lechu-
ga debe ser transmutada por etapas graduales en una forma más elevada a través de la cual
expresar un servicio mayor. Esa es la forma en que se recompensa.

“Cuando esta ley sea plenamente aceptada y vivida por sus hombres terrestres como la han
aceptado y vivido los habitantes de otros planetas y sistemas, las condiciones atmosféricas de
la Tierra serán endulzadas. Pues cada forma desprenderá radiaciones gozosas de sí misma
que impregnarán el aire en el que vive la humanidad.
“Has querido saber por qué método hemos evolucionado hasta el estado en el que vivimos
ahora. Estas son las leyes fundamentales por las que vivimos, y por las cuales los hombres te-
rrestres también pueden evolucionar, si eligen aceptarlas y vivirlas. Cuando los hombres de la
Tierra hayan aprendido que no son el cuerpo o la casa, sino simplemente el ocupante del
cuerpo o la casa, pueden construir casas en cualquier lugar que quieran, porque ellos tam-
bién se convertirán en maestros de los elementos en lugar de ser dominados por ellos.

“Si bien ustedes, los de la Tierra, han adquirido el conocimiento de gobernar ciertos elemen-
tos hasta ciertos puntos, el mal uso de su conocimiento está muy extendido y los elementos
están volviendo a destruirlos, ya que muchas otras civilizaciones en su Tierra han sido des-
truidas en el pasado. Esta es la etapa en la que encontramos hoy a los hombres en tu mundo.
Podemos seguir tratando de ayudar dondequiera que se presente la oportunidad, pero es di-
fícil llegar en número suficiente a mentes tan poco desarrolladas como las de los hombres
terrestres.

El maestro guardó silencio por un momento. Luego dijo: “Esta no es la primera vez que te
traen a nuestras naves, ni será la última. Puedes estar seguro de que nosotros, los de otros
mundos, de vez en cuando le traeremos la verdad para que pueda transmitirla a sus seme-
jantes en la Tierra. Te hablaremos de la vida física de otros mundos, así como de lo que lla-
mas verdades espirituales o religiosas, aunque no hacemos ese tipo de división. Solo hay una
vida. Esa vida lo incluye todo, y hasta que los hombres de la Tierra se den cuenta de que no
pueden servir o vivir dos vidas, sino solo una, se opondrán constantemente entre sí. Esa es
una verdad importante que todos los hombres de la Tierra deben aprender antes de que la vi-
da en su mundo pueda igualar la vida en otros planetas.

“Y ahora, hijo mío, es hora de que regreses a la Tierra. Lo que has aprendido puede ser de
gran valor para la gente de su planeta. Háblales de boca en boca y de palabra escrita. No te-
mas no olvidar nada de lo que te han dicho. Porque mientras hablas o escribes, con el primer
pensamiento te llegará un flujo continuo de memoria.

En este hermosa nave de otro mundo había paz. La lección de la noche había sido profunda
en comprensión y significado. De alguna manera, supe que todos habían escuchado esta mis-
ma lección, quizás muchas veces a lo largo de sus vidas. Pero parecía ser uno que amaban, co-
mo si al contar algo nuevo se abriera dentro de cada oyente y él creciera en su propia com-
prensión. De nuevo deseé no tener que volver a casa, sino quedarme con estos gentiles ami-
gos y viajar con ellos a otros mundos.

Pero el sabio dijo: "Hijo, hay mucho por hacer en tu Tierra. La gente tiene hambre y debe ser
alimentada. Volverás y compartirás con que no perezcan en la oscuridad de la ignorancia que
ha prevalecido en tu Tierra durante tantas generaciones".

ooo 000 ooo

En el viaje de regreso me pareció escuchar aún las palabras del maestro cayendo con gentil
insistencia contra mi conciencia en el silencio que permaneció ininterrumpido por Ramu,
Zuhl o yo.

Lo mismo sucedió durante el viaje de regreso a la ciudad. Recordaba vagamente despedirme


del piloto del Scout, pero no creo que se intercambiaran palabras. Cuando Ramu se detuvo en
la entrada del hotel, salí lentamente a la acera. Luego me volví, vagamente consciente de algo
que quería decir. Aunque probablemente Ramu sabía lo que era antes que yo, esperó en silen-
cio, con comprensión en sus ojos y con una sonrisa grave en sus labios.

Entonces, de repente, se me ocurrió. “El mensaje mental que recibí esta vez”, dije, “parecía
mucho más claro... Parecía saber con mayor certeza cuando me fui a Los Ángeles lo que iba a
suceder. ¿El maestro mismo me contactó mentalmente esta vez?

“Sí”, dijo Ramu, “lo hizo. Y eso es en gran parte responsable de la diferencia, aunque tu propia
capacidad para recibir está creciendo".

“Pero la… la exaltación de espíritu que sentí”, continué, tropezando en un esfuerzo por expre-
sarlo. "Estoy seguro de que eso debe haberme llegado a través del maestro".

“Sí”, dijo Ramu de nuevo, “Es uno de los seres más evolucionados que aún funciona dentro de
nuestro sistema. Solo estar en su presencia es crecer en amor y comprensión. Todos somos
afortunados”. Nos despedimos y entré en el hotel.

Como siempre después de esas reuniones, no tenía ganas de dormir. Esta vez ni siquiera miré
para ver qué hora era. Sé que me quedé largo rato junto a la ventana, mirando hacia arriba,
no hacia abajo. Tenía la extraña sensación de separación dentro de mí que había experimen-
tado antes, solo que esta vez no había tristeza en ella. Creo que pude haber expresado mis
pensamientos en voz alta:

"Es uno. Todo es uno. Allí y aquí y en todas partes. No hay separación”. ...
13 - Días en Las Terrazas de Palomar

Durante los meses siguientes, tuve varios contactos más, tanto en las naves como con perso-
nas de otros planetas que están trabajando de forma anónima entre nosotros.

Jardines de Palomar se había vendido y nos mudamos unos cientos de pies arriba de nuestra
montaña. Los Platos Voladores han Aterrizado se lanzó en Inglaterra en septiembre de 1953, y
la edición estadounidense siguió en octubre.

Queda mucho por hacer para abrir este nuevo territorio. No solo estaba lleno de robles vivos,
sino que la tierra estaba llena de rocas. A menudo hablábamos con nostalgia del conocimien-
to conocido en la Tierra hace siglos que permitía a los hombres levantar y mover grandes lo-
sas de piedra como si fueran plumas. Los egipcios que construyeron las pirámides conocían
el secreto, al igual que los que trasladaron a su lugar las grandes estatuas antiguas encontra-
das en la Isla de Pascua. Pero nos vimos obligados a depender de las topadoras que resopla-
ban para abrir un camino a través de nuestra tierra y sacar las rocas.

Nuestro pequeño grupo pasó muchas y estimulantes horas de la tarde planificando los senci-
llos edificios que nos hubiera gustado construir aquí, no solo para cuidarnos, sino también
para acomodar al número cada vez mayor de personas que venían a verme. Esperábamos que
los compradores de Jardines de Palomar continuarían utilizándolo como un restaurante y
una modesta casa de huéspedes, ya que no había tales alojamientos a muchas millas de aquí.
Pero, por alguna razón, decidieron cerrarlo. Entonces, aunque no tenemos sirvientes, senti-
mos que debemos darles comidas a nuestros visitantes como una cortesía en vista del esfuer-
zo que muchos de ellos hicieron para planificar el tiempo para venir a visitarnos.

Logramos construir una unidad de cocina conveniente para nivelar la terraza que cortamos
en el flanco de nuestra montaña. La terraza resultó ser un trabajo colosal, pero con la ayuda
de varios jóvenes musculosos que dieron su tiempo, finalmente se logró. Nuestros esfuerzos
fueron bien recompensados. Una parte de la terraza está sombreada por magníficos robles y
podemos mirar hacia las cimas de las montañas, elevándose una detrás de otra en suaves to-
nos pastel hasta que la última casi se confunde con el cielo. Equipamos este lugar con sillas al
aire libre, bancos y mesas estilo picnic y compramos una pequeña parrilla de carbón.
Al principio, todos vivimos lo mejor que pudimos en dos viejas cabañas de amigos en una
franja de tierra al lado de la nuestra. Usamos la unidad de cocina, que también servía como
oficina y dormitorio para uno de nosotros, como lugar de encuentro cuando el clima nos obli-
gaba a entrar. Hasta el momento, no teníamos ni agua corriente ni electricidad. Una corriente
pura fluía bajo tierra por la ladera de nuestra montaña. Lo canalizamos a la superficie e hici-
mos una pequeña piscina con una salida para que el agua estuviera siempre fresca. Esta la su-
bimos en baldes.

Sabíamos que, a pesar de nuestros sueños y de la necesidad de tales cosas, no podíamos se-
guir adelante y hacer construir estos edificios hasta que tuviéramos el dinero para pagarlos.
Así que, aunque nuestra vida parecería sin duda incómodamente primitiva para la mayoría
de la gente, y el trabajo duro, estábamos contentos con lo que teníamos, y cualquier pequeña
comodidad que pudiéramos añadir de vez en cuando para facilitar las tareas diarias significa-
ba más que si hubiera llegado fácilmente.

Fue un día maravilloso cuando supimos que ahora podríamos construir un pequeño edificio
que contendría una habitación de buen tamaño donde podría hablar con mis visitantes cuan-
do hiciera mal tiempo, y una habitación más pequeña para una oficina adecuada.

Sabíamos de un contratista en una pequeña ciudad a unas veinticinco millas de distancia que
era honesto y confiable, y nos pusimos en contacto con él. El mueble de cocina había sido
construido enteramente por nosotros y nuestros buenos amigos, algunos de los cuales ha-
bían sido mis alumnos en la instrucción de la ley universal durante muchos años. Esa primera
pequeña unidad siempre significará mucho para mí por la amistad y la lealtad que hicieron
posible su logro.

¡Ahora podríamos tener un verdadero contratista! Demostró ser un hombre muy bueno y se
interesó por mi trabajo. La pequeña cabaña se completó rápidamente. Nos quedaba suficien-
te dinero para amueblarlo con una atractiva comodidad. ¡Y aquí había dos pequeños lavabos
con ducha entre ellos! Aunque no teníamos electricidad hasta hace pocas semanas desde el
momento de escribir este artículo, el agua corría por las tuberías, y ¡qué importaba que estu-
viera fría y fuera un mero hilillo! La larga espera de la electricidad que ahora nos da calor y
ha dejado obsoletas nuestras velas y lámparas de queroseno fue un placer más, y valió la pe-
na esperar.

Mientras nos abríamos camino hacia nuestra comodidad actual, logramos mantener un poco
de vida animal en el estilo al que estaba acostumbrado. Esto incluyó dos perros y seis gatos,
sin mencionar las frecuentes y bien dirigidas visitas de su compañera, la mofeta. Estos anima-
les tan difamados están dispuestos a ser sociables y amables cuando no se les opone, y cono-
cen a sus amigos cuando los ven. Beben leche de los cuencos de los gatos y comparten la car-
ne con los perros, rara vez bajo la protesta de algún animal. De vez en cuando, cuando uno de
los perros decide hacer un problema y se apresura al intruso, ladrando en voz alta, el Sr.
Mofeta simplemente se retira por la ladera de la montaña con gracia y algo de velocidad, la
cola levantada no prueba nada en absoluto.

Entre conferencias que me llevaron al Medio Oeste, Nueva York y Canadá, trabajé en las insta-
laciones en todas las capacidades para las que estaba capacitado, deteniéndome solo para ha-
blar con mis amigos y los muchos extraños que vinieron a verme. Aunque tenía programadas
conferencias para la Costa Este y en Inglaterra, mientras estaba en Canadá me fatigé mucho y
perdí la voz. Las conferencias fueron muy seguidas y parece que no aprendí a ahorrar fuerzas
al tratar los temas más cercanos a mi corazón. Además de las conferencias formales, muchos
de mis oyentes querían naturalmente hacer preguntas después. De alguna manera, no pude
hacer caso a lo que sabía que era un buen consejo respecto a dejar la conferencia antes de
que estas buenas personas pudieran llegar a mí. Como resultado, no pude seguir hablando, y
mi médico ordenó la cancelación de los compromisos de las conferencias orientales e ingle-
sas, y un descanso completo durante al menos seis meses. Este dictamen fue una gran decep-
ción para mí por razones obvias, pero una a la que me vi obligado a inclinarme. Poco después
de mi regreso a las montañas que amo, recuperé la voz y al menos insistí en usarla cuando
llegaran los visitantes.

Me temo que debo ser una propuesta muy molesta para quienes intentan que me comporte
con lo que ellos llaman algo de 'sentido común'. Probablemente, simplemente carezco de eso.
En cualquier caso, todo lo que pueda gastar de mí mismo en dar como pueda a los que me
han buscado, sé que recibo mucho más de muchas maneras.

En junio de 1954 vino a Palomar Desmond Leslie, a quien habría conocido por primera vez
en Nueva York si hubiera podido llevar a cabo mi programa. Fue una gran alegría. Dotado de
una mente muy interesante y un delicioso sentido del humor, agregó mucho a nuestro peque-
ño grupo aquí, no solo porque compartía nuestros intereses comunes, sino que también in-
cursionó en las tonterías que a menudo nos sobrepasaban cuando se indicaba la relajación de
temas serios.

Aunque había esperado quedarse sólo un mes más o menos, Desmond permaneció con noso-
tros hasta finales de agosto. Espero volver a verlo en su país en algún momento de 1955
cuando vaya a cumplir con la gira de conferencias pospuesta.

En total, con las reuniones posteriores con mis amigos de otros mundos, la creciente lista de
buenos amigos en este mundo de muchos tipos y clases, el buen trabajo saludable al aire libre
y la recopilación del material para este libro, mis días fueron muy llenos y felices. De vez en
cuando, incluso descansaba cuando mis amigos comenzaban a mirarme de una manera des-
agradable.

Pronto descubrimos que el propósito de la nueva cabaña iba a tener que extenderse. Enton-
ces, justo antes de la llegada de Desmond, para proporcionar un dormitorio, colocamos un ta-
bique en el centro de la gran sala que habíamos planeado como un foro y una conferencia
informal. Tal como estaban las cosas, uno de nosotros todavía estaba durmiendo en la vieja
cabaña, y otro todavía tenía una cama en la unidad de la cocina. Así que ahora, los nuevos
arreglos nos proporcionaron media sala de conferencias, en la que yo duermo, un dormitorio
adecuado y una oficina completa con un catre. Nos sentimos realmente preparados cuando,
poco después, transformamos una tienda de campaña en un lugar cómodo para dormir le-
vantándola del suelo sobre una base de madera contrachapada y colocando una pantalla alre-
dedor de la mitad superior. ¡Así sacamos la cama de la cocina!

Todavía estoy metiendo agua dentro y fuera de los tanques y por los jardines (¡con algunas
asistentes mujeres capaces!) Y me siento muy orgulloso de los resultados. El antiguo goteo en
los lavabos y la ducha es ahora un verdadero torrente, y hemos hecho un pequeño estanque
real debajo de un roble vivo y plantado flores alrededor de su borde rocoso. Esta misma
mañana sacamos un cupido de cemento y una grulla de debajo de la casa y los colocamos en
la piscina. Se ven muy contentos.

Trabajamos duro, pero estamos felices. Las montañas siempre están ahí ante nuestros ojos,
nunca monótonas en la belleza que cambia con el amanecer, la luz del sol y el sol poniente.
Son hermosos al atardecer, ya sea tocados por la luz de la luna o oscuros contra un cielo lleno
de estrellas.

Y a menudo vemos los platos parpadeando en lo alto. De hecho, en las últimas semanas mu-
chos han visto las naves espaciales en pueblos y ciudades vecinas. Estamos contentos de sa-
ber que están encima de nosotros y en los cielos de toda nuestra Tierra. Esperamos que en un
futuro no muy lejano todos los pueblos de nuestro mundo puedan verlos y conocerlos por lo
que son; y esperamos que muchos de aquellos cuyas palabras convencerían, que lo saben
ahora y han guardado silencio, hablen en interés de toda la humanidad.
14 - El Banquete y una Despedida

El último contacto ocurrió el 23 de agosto de 1954. Desmond Leslie estaba en Los Ángeles en
ese momento con el propósito de cumplir con el compromiso de una conferencia. Sabía que
estaba a punto de tener este contacto y estaba muy ansioso por que lo llevaran conmigo. Aun-
que yo también esperaba esto, los Hermanos, por razones que no dieron, no pudieron acce-
der a la solicitud. Cuando miro hacia atrás, creo que fue porque la naturaleza de algunas de
las cosas que se me mostraron y explicaron esta vez no estaban diseñadas para uno sin con-
tactos previos. Mis amigos Firkon y Ramu me recibieron como de costumbre. De camino al
Scout, Firkon dijo:

“Debo decirte que la reunión de esta noche será una despedida para ti y para nosotros. Des-
pués de que te llevemos de regreso a su hotel esta noche, regresaremos al Scout y luego al
transporte que nos llevará de regreso a nuestros planetas de origen. Nuestra misión en la Tie-
rra está cumplida”.

Una gran tristeza se apoderó de mí.

Ramu dijo rápidamente: “Pero nos estás perdiendo sólo en forma corporal. No olvides que to-
davía podemos comunicarnos mentalmente, dondequiera que estemos”. Tomé todo el con-
suelo que pude de este pensamiento, pero en ese momento parecía bastante poco. Entonces
Firkon dijo, su voz llena de comprensión, "Tú eres nuestro amigo, y todo el espacio que pueda
extenderse entre nosotros nunca podrá cambiar eso". Me sentí avergonzado de mi emoción.
Aunque no pude desterrarla por completo, logré superarlo hasta cierto punto. Me encontré
preguntándome si algún otro hombre u hombres "contacto", que vivían temporalmente en la
Tierra, posiblemente podrían ser asignados a reunirse conmigo en el futuro. Pero a esta pre-
gunta tácita, ninguno de los dos dio una respuesta. Me quedé con la sensación de que esto
podría ser una despedida, al menos durante algún tiempo, no solo de los dos amigos en-tre
los que ahora me senté mientras conducíamos, sino de cualquier otra excursión al espacio.

Esta emoción, como creo que se puede imaginar, prestó a todas las cosas nuevas y maravillo-
sas que iba a ver esta noche una conmoción que avivó mi profundo agradecimiento. Esto, su-
mado a la gratitud por lo que ya me había sido otorgado, produjo una plenitud en mi corazón
que nunca pude expresar con palabras.
Dado que ya he descrito en detalle un viaje en este mismo explorador, solo diré que encontré
a Orthon esperándonos con la pequeña nave flotando ligeramente sobre el suelo, lista para
un despegue inmediato. En este viaje ni siquiera nos sentamos. Dividí mi atención entre mi-
rar los gráficos cambiantes y a Orthon en los paneles de control. Cuando entramos en el
transporte venusino, esta vez estaba completamente libre de cualquier sensación de caída en
la boca del estómago. Llegamos a la plataforma y nos detuvimos de nuevo, como en nuestro
primer viaje. El mismo hombre estaba allí para sujetar la abrazadera sobre el Scout para su
recarga, pero esta vez nos siguió escaleras abajo y al salón.

Inmediatamente después de entrar, me llamó la atención un aire general de festividad. Había


muchas personas presentes a las que nunca antes había visto. Me encantó ver a Ilmuth y Kal-
na acercándose a saludarme calurosamente. "¿Alguien te contó la sorpresa que tenemos para
tí esta noche?" Kalna preguntó, y sin esperar una respuesta continuó con entusiasmo: "¡Se
cumplirá cierta promesa que te hice!"

Mientras Kalna hablaba, Ilmuth me había dado una copa del delicioso jugo de fruta. Noté que
ambas chicas estaban vestidas con uniformes de piloto y estaba seguro de que esto signifi-
caba un viaje al espacio.

Había muchos hombres presentes y ocho mujeres, entre ellos Kalna e Ilmuth. Las otras muje-
res estaban vestidas con el mismo tipo de hermosos vestidos que las dos últimas habían usa-
do cuando las conocí. Los hombres vestían camisas y pantalones cómodos. Nuevamente to-
dos usaban sandalias.

Aunque no se hicieron presentaciones, no las extrañé, pues todos me saludaron como amigos
y algunos incluso me llamaron por mi nombre. Cuando terminaron los saludos, me di cuenta
de una música suave de fondo, que recuerda un poco a lo que llamamos oriental.

Aunque a Ramu le habían dado una copa de jugo, noté que mis otros amigos no se unieron a
nosotros. Esto se explicó cuando Ilmuth dijo: “Debemos ir a nuestros puestos ahora para lle-
var a cabo la sorpresa que Kalna mencionó. Esta vez, Ramu se quedará contigo".

Cuando Orthon y Kalna partieron en una dirección, Firkon e IImuth se dirigieron hacia el ex-
tremo opuesto de la nave. Ramu y yo bebimos nuestras bebidas en silencio por unos momen-
tos. Estaba feliz de ser parte de la calidez y alegría que invadía esta sala. Ayudó a mantener en
un segundo plano el sentimiento de tristeza por la despedida que tendría lugar esta noche.

Varios grupos estaban jugando juegos que eran extraños para mí y Ramu, notando mi interés,
sugirió que paseáramos para ver más de cerca.
Cuatro de los hombres estaban sentados en una pequeña mesa jugando a las cartas. Estas
eran bastante diferentes a las nuestras, aunque del mismo tamaño. No tenían números, pero
todos tenían marcas que representaban algo. Miré para ver si había dos iguales, pero, por lo
que pude ver, ninguna lo era.

Otro grupo de hombres hacía rodar bolitas de colores sobre una tabla lisa. Supuse que estos
debían estar cargados con algún tipo de magnetismo, ya que no había ranuras en el tablero y,
sin embargo, las bolas no se movían libremente. Algunos parecían atraer, tirando a las demás
hacia ellas.

Otro juego se parecía un poco a nuestro tenis de mesa, excepto que se mantenían dos pelotas
en juego simultáneamente, para lo cual obviamente se requería una gran habilidad. Las muje-
res parecían muy buenas en esto.

Me llamó la atención la ausencia de conversaciones en voz alta, risas u otras distracciones.


Obviamente, todos se estaban divirtiendo y podían hacerlo sin volverse ruidosos como suce-
de tan a menudo en la Tierra. Tampoco parecía que nadie se tomara los juegos en serio, como
muchos de nosotros. El ambiente era de alegría y relajación. A menudo, los jugadores nos mi-
raban con sonrisas amistosas. Algunos nos hablaron y todavía me sorprendió escuchar a es-
tas personas hablar con tanta fluidez en mi lengua. Después de un rato, Ramu sugirió: “¿Va-
mos a la sala de control? Hay algunas cosas para mostrarte allí que estoy seguro de que en-
contrarás interesantes".

Con nuestras bebidas todavía en la mano, lo seguí con mucho gusto a la gran sala con las
numerosas gráficas e instrumentos que había visto en mi primera visita a esta nave.

Cuando entramos, Ramu debió de tocar un botón porque vi que dos asientos muy pequeños
se levantaban como por arte de magia del suelo. Y al mismo tiempo, directamente frente a
ellos, vi a nuestra Luna aparecer en el centro de una gran pantalla. Me sorprendió lo cerca
que se veía, y no como si estuviera representada en una pantalla, sino con la profundidad del
espacio a su alrededor. ¡Así que esta era la sorpresa! Por un momento pensé que podríamos
llegar a aterrizar.

Ramu dijo: “Ahora estás mirando el lado familiar de tu Luna, pero no estamos aterrizando en
ella. La imagen se refleja en la pantalla desde uno de los telescopios que no estaba en funcio-
namiento la primera vez que estuviste con nosotros. Mira de cerca a medida que nos acerca-
mos a la superficie y notarás una actividad considerable. En los numerosos cráteres grandes
que ves desde la Tierra, notarás hangares muy grandes, ¡que no ves! Observa también que el
terreno aquí es muy similar a sus desiertos.
“Hemos construido estos hangares a tal escala para que naves mucho más grandes que ésta
puedan entrar fácilmente. También dentro de estos hangares hay viviendas para varios traba-
jadores y sus familias, provistas de todas las comodidades. El agua en abundancia se canaliza
desde las montañas, tal como lo ha hecho en su Tierra con el propósito de traer fertilidad a
sus áreas desérticas.

“Cuando una nave entra en estos hangares, se produce un proceso de despresurización de los
pasajeros. Esto requiere unas veinticuatro horas. Si no se hiciera esto, la gente experimen-
taría la mayor incomodidad al pisar la Luna. Tal proceso de despresurización aún no es con-
cebible para los terrestres. Entienden muy poco sobre las funciones corporales y su control.
En realidad, los pulmones humanos pueden ajustarse a presiones muy bajas y altas, si el des-
inflado o el inflado no se realizan con demasiada rapidez. Si se apresura, el resultado es la
muerte".

Con mucho gusto me habría sometido a la deflación necesaria para tener el privilegio de ate-
rrizar realmente en la Luna. No había nada que exigiera mi regreso inmediato a la Tierra.

Pero con una sonrisa comprensiva, Ramu dijo: “Tenemos muchas cosas reservadas para ti
además de mostrarte el otro lado de tu satélite antes de que te regresemos a la Tierra. Mira
de cerca ahora, porque nos estamos acercando al borde de la Luna. Observa cómo se forman
esas nubes. Son livianas y parecen provenir de la nada, como suele ocurrir con las nubes. La
mayoría de ellas no adquieren densidad alguna, sino que se disipan casi de inmediato. Sin
embargo, en condiciones favorables, algunas ocasionalmente ganan densidad. Son las som-
bras de estas las que se han visto a través de telescopios en la Tierra.

“Ahora nos acercamos al lado nunca visto desde la Tierra. Mira la superficie directamente de-
bajo de nosotros. Mira, hay montañas en esta sección. Incluso puedes ver nieve en los picos
de los más altos y un crecimiento de madera pesada en las laderas más bajas. En este lado de
la Luna hay varios lagos y ríos de montaña. Puedes ver uno de los lagos a continuación. Los
ríos desembocan en una gran masa de agua.

“Ahora se pueden ver varias comunidades de distintos tamaños, tanto en los valles como en
las laderas de las montañas. Las preferencias de la gente aquí, como en cualquier otro lugar,
varían en cuanto a vivir a una u otra altitud. Y aquí, como en cualquier otro lugar, las activi-
dades naturales para sustentar la vida son muy similares a aquellas donde se encuentra la
humanidad.

“Si tuviéramos tiempo para aterrizar y despresurizarnos”, continuó Ramu, “y luego viajar, co-
nocerías personalmente a algunas de las personas. Pero en lo que respecta al estudio de la
superficie de la Luna, la forma en que la estás viendo ahora es mucho más práctica”.

Me di cuenta de la verdad de esto como una ciudad de buen tamaño reunida en la pantalla
frente a nosotros. En realidad, parecíamos estar flotando sobre los tejados y podía ver gente
caminando por calles limpias y estrechas. Había una sección central más densamente cons-
truida que supuse que era el distrito comercial, aunque no estaba abarrotada de gente. No vi
ningún coche de ningún tipo aparcado a lo largo de las calles, aunque sí vi varios vehículos
moviéndose justo encima de las calles, ya que parecían no tener ruedas. En tamaño, eran
comparables a nuestros autobuses, variando unos de otros en aproximadamente el mismo
grado.

Ramu explicó: "Algunos de los habitantes de aquí tienen sus propios medios de transporte,
pero en su mayor parte dependen de los servicios públicos a los que estás viendo".

Justo en las afueras de la ciudad propiamente dicha había una sección despejada comparati-
vamente grande con un inmenso edificio a lo largo de un lado. Parecía un hangar y Ramu lo
confirmó diciendo: “Tenemos que construir algunos hangares cerca de las ciudades para faci-
litar el aterrizaje con los suministros que traemos a la población aquí, todo lo que no está dis-
ponible localmente para sus necesidades. A cambio, nos proporcionan ciertos minerales que
se encuentran en la Luna”. Mientras observaba, la ciudad pareció retirarse repentinamente y
Ramu me dijo que ahora estábamos viajando de regreso al espacio entre la Luna y la Tierra.”
¿Tienes alguna pregunta antes de que regresemos al salón?" preguntó. No pude pensar en
ninguna y negué con la cabeza. “En ese caso”, dijo, con los ojos brillantes, “será mejor que va-
yamos al salón. Se está preparando un banquete para celebrar el regreso a casa de Firkon y
mío".

Nuevamente me sentí avergonzado de la emoción que surgió ante este recordatorio de la in-
minente separación, y la superé poniéndome mentalmente en sus lugares. ¿No sería feliz en
sus circunstancias? ¡De hecho, lo haría!

"Cualquier lágrima que pueda derramar será para mí solo", dije, esforzándome por el toque
ligero. "Por ti soy feliz".

Orthon y Kalna nos recibieron en la puerta y entramos juntos en el salón. Vi que la gran mesa
a un lado de la habitación estaba preparada para el servicio. Algunas de las mujeres que antes
habían estado jugando ahora estaban dando los toques finales.

Cuando Firkon e Ilmuth entraron por la puerta del fondo, Kalna se unió a su amiga y las dos
chicas salieron juntas de la habitación. A los pocos minutos regresaron, habiéndose cambiado
de sus trajes de piloto a hermosas túnicas sueltas.
Una hermosa tela de fibra dorada y amarilla cubría la mesa, tejida con diseños de colores sin
patrón definido. Los lugares se habían colocado a lo largo ya ambos lados. La mesa "plateada"
tenía un diseño algo diferente al nuestro, y bastante mejorado, pensé. Parecía estar hecha de
varias combinaciones metálicas, bellamente incrustadas. Había una silla en la cabecera de la
mesa y conté catorce a cada lado. Cuando Kalna e Ilmuth se reunieron con nosotros, se nos
pidió que nos sentáramos. Todavía estaban presentes sólo las ocho mujeres, lo que dejaba a
los hombres veintiuno en total, incluyéndome a mí.

Ramu se sentó a la derecha del maestro y Firkon a su izquierda. Ilmuth se colocó entre Ramu
y yo, y Kalna enfrente, entre Firkon y Orthon. Después de que todos estuvieron sentados, el
maestro se levantó y durante varios momentos la habitación se llenó de una quietud reve-
rente. Luego, hablando en tonos suaves y distintos, el gran maestro pronunció estas palabras:

“Agradecemos al Infinito por la sustancia presente. Que todos y cada uno dentro de Tu vasto
reino sean provistos por igual. Dejemos que este alimento fortalezca nuestros cuerpos para
que puedan servir al Espíritu Divino que mora dentro de ellos en formas agradables a Ti, Cre-
ador de toda vida”.

Después de haber pronunciado esta hermosa oración, todos se unieron nuevamente en un


momento de silencio.

Luego, antes de retomar su asiento, el maestro dijo: “Estamos aquí reunidos esta noche para
celebrar con gran regocijo el exitoso cumplimiento de la misión en la Tierra realizada por dos
de nuestros hermanos presentes. Firkon y Ramu lo han hecho bien. Compartimos su felicidad
en la recompensa por sus esfuerzos que les permite regresar a sus planetas de origen”.

Copas transparentes que contenían un líquido dorado pálido estaban sobre la mesa delante
de cada invitado. Cuando el maestro terminó de hablar, levantó su copa y dijo: "Bebamos ben-
diciéndonos unos a otros y a nuestros semejantes en todas partes".

Cuando me llevé la copa a los labios, percibí una delicada fragancia y sorbí el contenido muy
lentamente para no perder nada del aroma. No parecía ser de naturaleza embriagadora, pero
tal vez, como muchos vinos, podía tener ese efecto si se tomaba en exceso. Mientras levanta-
mos nuestras copas en honor a Ramu y Firkon, una música suave que provenía de alguna
fuente invisible llenó la habitación. Era como ninguna música que hubiera escuchado antes,
parecía vibrar a través de todo mi ser; una melodía extraña y hermosa, con solo algunos acor-
des que eran similares a la música terrestre.

Dado que esta era la primera vez que tuve el privilegio de cenar con personas de otros mun-
dos, naturalmente tenía curiosidad por saber hasta qué punto su comida podría parecerse a
la nuestra.

En cada extremo de la mesa, y en el centro, había hermosos cuencos llenos de fruta. Una va-
riedad se veía exactamente como grandes manzanas rosadas, cada una con el tallo intacto.
Anticipé la jugosidad crujiente cuando acepté una que me ofrecieron. Sin embargo, cuando la
mordí, descubrí que la pulpa de esta fruta tenía la consistencia de un durazno firme y madu-
ro, y el sabor era como un cruce entre una cereza y una manzana. El núcleo contenía una gran
semilla que parecía una inmensa semilla de manzana.

Otra fruta se parecía a frambuesas gigantes, tanto en apariencia como en sabor. La más pe-
queña de estas bayas tenía al menos cuatro veces más grande el tamaño de las nuestras.

Colocados a intervalos a lo largo de la mesa había grandes recipientes en forma de jarra que
contenían una variedad de zumos de frutas y otras bebidas. Esto explicaba las varias copas de
diferentes tamaños que había frente a cada puesto. La segunda bebida que probé sabía a zu-
mo de frambuesa puro.

La comida nos la sirvieron las dos mujeres que se habían sentado a ambos lados de la larga
mesa. Primero trajeron platos humeantes de verduras de la mesa de servicio que estaba con-
tra la pared cercana. Uno de ellos contenía lo que parecían zanahorias normales, pero la con-
sistencia no era tan firme y el sabor era una especie de agridulce. Una segunda verdura pare-
cía la conocida papa. Estas, aunque peladas, se servían en su forma natural. Tenían un ligero
tinte amarillo y, aunque no tenían la fibra gruesa de la chirivía, sabían como esa verdura. Otra
verdura que probé tenía las hojas y el colorido del perejil y un suave sabor a limón.

Había muchas otras verduras que no probé. Comedor ligero por naturaleza, esta noche mis
emociones estaban tan divididas que me encontré casi sin apetito. Traté en vano de desterrar
de mi pensamiento el propósito de esta celebración. Firkon y Ramu, mis buenos amigos, se
irían a sus hogares lejanos...

Sin embargo, acepté un pequeño trozo de pan muy tosco y bastante oscuro, y una tira de lo
que al principio tomé por carne. El pan tenía una corteza de color dorado y sabía como si es-
tuviera hecho principalmente de nueces, aunque creí detectar también un sabor a grano.
Mientras masticaba la tira marrón de "carne" y comparaba mentalmente su sabor con el de la
carne bien cocida, Kalna me llamó desde el otro lado de la mesa.

"Esa es la raíz seca de una planta de Venus", explicó. “En Venus cocinamos la planta fresca, y
luego sabe aún mejor, pero en nuestros viajes la llevamos seca. Es especialmente nutritiva ya
que contiene todas las proteínas que se encuentran en la carne y es más fácil de absorber por
el cuerpo humano. Una tira de esta raíz como se sirve aquí equivale a una libra de su bistec.
También es un condimento excelente para otros alimentos".

Para terminar la comida, se sirvió un enorme pastel. Aunque tenía la apariencia de lo que lla-
mamos comida de ángel, al cortarlo vi que no tenía la consistencia algo esponjosa y elástica
de ese pastel. Además, aunque era principalmente blanco, tenía vetas amarillas. La textura
era muy fina y parecía literalmente deshacerse en la boca. Su sabor era ligeramente dulce,
aunque cuando se separaba el amarillo del blanco, el sabor se alteraba de una manera difícil
de describir. En general, me pareció delicioso.

Mientras observaba a los demás alrededor de la mesa y escuchaba su alegre conversación, me


di cuenta de que nadie comía en exceso de abundancia de comida, como suele ocurrir en los
banquetes en la Tierra. Sin embargo, todos parecían disfrutarla.

Al final de la comida, las mujeres y varios hombres se levantaron de sus asientos y recogieron
los platos. De la manera milagrosa con la que me había familiarizado, grandes puertas se
abrieron repentinamente a una cocina desde la pared detrás de la mesa, que parecía comple-
tamente sólida. A esta habitación se llevó todo. En un momento los invitados volvieron a sus
sillas y las puertas se cerraron detrás de ellos.

Ahora el fondo de la música cesó cuando uno de los hombres se levantó de su asiento. Sin
acompañamiento de ningún tipo, cantó una canción en su lengua materna. Si bien no pude
entender las palabras, escuché cautivado la belleza de su voz.

Cuando terminó, Ilmuth dijo: "Fue una canción de despedida y bendición para los Hermanos
que regresan a casa". La música se elevó de nuevo desde su fuente invisible, más fuerte que
antes y con un ritmo más vivo.

Esto se explicó cuando dos de las mujeres se levantaron y, yendo a un espacio despejado más
allá de la mesa, comenzaron a moverse con la música al unísono hermoso. Más tarde, me dije-
ron que la danza representaba el poder del Universo.

Mientras observaba, me di cuenta de que se necesitarían articulaciones dobles y la flexibili-


dad de un bebé para reproducirlo. Fue realmente maravilloso contemplar, por cada movi-
miento y postura de sus cuerpos retratados uno tras otro, los muchos estados de ánimo de la
naturaleza, desde aguas tranquilas en reposo a través de las tormentas más terribles del es-
pacio.

Describir tal ritmo es imposible, pero fue fascinante y profundamente conmovedor de con-
templar. Los mismos jóvenes bailarines eran exquisitamente encantadores, y sus trajes pare-
cían cambiar de color mientras estaban en movimiento, sin embargo, no vi luces jugando so-
bre ellos. La palabra "gracia", su significado superlativo, no podía hacer justicia a esta hermo-
sa actuación.

Cuando terminó el baile y pasó un poco de tiempo, el maestro habló con Orthon, quien se
acercó a donde yo estaba sentado. “Ahora”, dijo, “queremos mostrarte escenas de nuestro pla-
neta Venus. Escenas que se transmitirán directamente desde el lugar a esta nave".

Me encantó la perspectiva de un diario de viaje así y me pregunté en qué pantalla aparecería.


Pero no había pantalla. Ante mi asombrada mirada, mientras las luces se atenuaban, ¡la pri-
mera escena colgaba suspendida en el espacio de esta habitación!

Orthon pareció disfrutar de mi asombro y explicó: “Tenemos un cierto tipo de proyector que
puede enviar y detener haces a cualquier distancia deseada. El punto de parada sirve como
una pantalla invisible donde las imágenes se concentran con el color y las cualidades dimen-
sionales intactas".

La escena que estaba mirando parecía, de hecho, tan definitivamente "allí" que era con la ma-
yor dificultad que podía creer que todavía estaba en esta nave. Vi magníficas montañas, algu-
nas cubiertas de nieve; algunos bastante áridas y rocosas, no muy diferentes a los de la Tie-
rra. Algunas estaban densamente arboladas y vi agua corriendo en arroyos y cascadas por las
laderas de las montañas.

Orthon se inclinó hacia mí para susurrarme: "Tenemos muchos lagos y siete océanos, todos
los cuales están conectados por vías fluviales, tanto naturales como artificiales".

Me mostraron varias ciudades de Venus, algunas grandes y otras pequeñas. Todo me dio la
sensación de haber sido transportado a un maravilloso país de las hadas. Las estructuras
eran hermosas, sin líneas monótonas. Muchos tenían cúpulas que irradiaban colores prismá-
ticos que daban la impresión de una fuerza revitalizante.

"En la oscuridad de la noche", dijo Orthon en voz baja, "los colores cesan y las cúpulas se
vuelven luminosas con una luz suave y amarillenta".

Todas las ciudades siguieron un patrón circular u ovalado, y ninguna parecía congestionada
de ninguna manera. Entre estas comunidades concentradas había todavía mucho territorio
deshabitado.

La gente que vi en las calles de estas ciudades parecía ocuparse de sus asuntos de forma muy
parecida a la gente de la Tierra, excepto por la ausencia de prisas y preocupaciones tan nota-
bles entre nosotros. La vestimenta también era similar, cada persona aparentemente elegía
prendas a su gusto particular, aunque siguiendo un estilo general. Calcularía que la persona
más alta que vi medía alrededor de 1,80 metros, el adulto medio 1,70 metros y el más peque-
ño no superaba el metro diez. Sin embargo, este último podría haber sido un niño. No podía
estar seguro, ya que ninguno muestra la edad como nosotros. Sé que definitivamente vi algu-
nos niños, mucho más pequeños que esta forma particular.

En correspondencia con nuestros automóviles para la comodidad de viajar de un lugar a otro,


vi transportes con un patrón similar al de la nave madre en miniatura. Parecían deslizarse
justo por encima del suelo, como los "autobuses" que vi en la Luna. Estos transportes varia-
ban en tamaño como nuestros coches, y algunos tenían la parte superior abierta.

Me preguntaba cómo se propulsaban, lo que acercó a Orthon de nuevo a mi oído mientras ex-
plicaba: "Por medio de exactamente la misma energía con la que operan nuestras naves espa-
ciales".

Las calles estaban bien trazadas y bellamente bordeadas de flores de muchos colores.

A continuación, me mostraron una playa en la orilla de un lago. La arena era muy blanca y fi-
na. Olas largas y bajas llegaban con una calidad casi hipnótica. Había mucha gente en la playa
y en el agua. Me preguntaba qué tipo de material podrían usar para sus trajes de baño, ya que
no se veían más mojados después de un baño en el lago que antes.

Kalna, que había venido a sentarse a mi lado, aclaró esto. “El material no solo es completa-
mente impermeable, sino que también tiene propiedades que repelen ciertos rayos dañinos
del sol. Incluso como en la Tierra”, continuó explicando, “estos rayos son más poderosos
cuando se reflejan en el agua que en el interior”.

Ahora se nos mostró una sección tropical de Venus. Me sorprendió notar que, en un sentido
general, muchos de los árboles se parecían algo a nuestro sauce llorón, ya que el follaje tendía
a caer en una especie de efecto cascada. Sin embargo, el color y los detalles de la hoja eran
bastante diferentes.

Como puede imaginar, me interesó mucho la vida animal que entraba en los distintos escena-
rios. En la playa había notado un perro pequeño de pelo corto. En otros lugares, pájaros de
varios colores y tamaños, poco diferentes a los nuestros en la Tierra. Uno parecía idéntico a
nuestro canario salvaje. Vi caballos y vacas en el campo, ambos un poco más pequeños que
los de la Tierra pero por lo demás muy similares. Esto parecía ser cierto para toda la vida ani-
mal en Venus.

Las flores también se parecían a las que crecen en nuestra Tierra. Yo diría que la principal di-
ferencia entre la vida animal y vegetal en Venus en comparación con la nuestra radica en el
color y la textura de la carne. Esto, me dijo Kalna, se debe a la humedad siempre presente en
su planeta.
“Como ya habrás aprendido”, dijo, “nuestra gente rara vez ve las estrellas como tú en la Tie-
rra. Conocemos las bellezas de los cielos más allá de nuestro firmamento solo por nuestros
viajes y estudios".

Por último, mostraron la foto de una mujer muy hermosa y su esposo con sus dieciocho hijos,
todos adultos menos uno. Sin embargo, los padres daban la impresión de ser una pareja joven
de treinta y pocos años.

Esto terminó la proyección y me invitaron a hacer preguntas. Primero, pregunté qué efecto, si
es que tiene alguno, tiene en sus pueblos la constante nubosidad sobre Venus.

Orthon respondió: “Además de vivir de acuerdo con las leyes universales, nuestra atmósfera
es un factor que contribuye a un promedio de vida de mil años. Cuando la Tierra también te-
nía esa atmósfera, los años del hombre en su planeta eran, en consecuencia, mucho mayores
que ahora.

“La formación de nubes que rodea nuestro planeta actúa como un sistema de filtrado para
debilitar los rayos destructivos que de otra manera entrarían en tu atmósfera. Llamo tu aten-
ción sobre un registro contenido en su propia Sagrada Escritura. Si lo estudias detenidamen-
te, notarás que la duración de la vida en la Tierra comenzó a disminuir cuando la formación
de nubes disminuyó y los hombres allí vieron por primera vez las estrellas en el espacio.

“Puede que te interese saber que incluso ahora se está produciendo una inclinación gradual
de tu Tierra. Si, como podría suceder en cualquier momento, hiciera una inclinación completa
para cumplir su ciclo, gran parte de la tierra que ahora se encuentra bajo el agua se elevará.
En los años venideros, este suelo empapado de agua estará en un proceso de evaporación que
una vez más causará una constante formación de nubes, o "firmamento" alrededor de su
mundo. En cuyo caso, la duración de la vida aumentará nuevamente, y si los pueblos de su
planeta aprenden a vivir de acuerdo con las leyes del Creador, también podrán alcanzar mil
años en un solo cuerpo.

“Esta inclinación de su Tierra es una de las razones de la observación constante que le esta-
mos dando, ya que su relación con los otros planetas de nuestra galaxia es muy importante.
Una inclinación drástica de un planeta afectaría, hasta cierto punto, a todos y definitivamente
alteraría los carriles en los que viajamos por el espacio.

"Seguramente, cualquier inclinación violenta causaría una gran catástrofe a nuestra Tierra,
¿no es así?" pregunté. “Eso está destinado a suceder”, respondió, “y aunque las leyes que go-
biernan la relación del hombre con el mundo en el que vive no serían entendidas en este mo-
mento por los hombres de la Tierra, quiero enfatizar que el camino equivocado lo que han
seguido tan consistentemente es en realidad la razón de su ignorancia de la inestabilidad ac-
tual de su planeta. A través de las edades, ha habido muchas señales y presagios que su gente
ha ignorado. Muchos de estos han sido registrados en sus Sagradas Escrituras como profe-
cías. Pero tu pueblo no les hizo caso. Y aunque muchas ya se han cumplido, la lección no se ha
aprendido. No es prudente independizarse del Creador del todo. La humanidad debe dejarse
guiar por la mano que le ha dado la vida.

“Si el hombre ha de vivir sin catástrofes, debe considerar a su prójimo como a sí mismo, el
uno como un reflejo del otro. No es el deseo del Creador que la humanidad se vuelva contra sí
misma con crueldad y matanza desenfrenada".

“Sé”, dije, “que estamos entrando en un nuevo ciclo de algún tipo. Algunos de mis hermanos
en la Tierra la llaman la Edad de Oro, otros la de Acuario. ¿Puedes arrojar algo de luz sobre
esto?"

“En nuestro planeta no nombramos los cambios de esa manera, porque todo lo que sabemos
es progreso. Pero para responder a la pregunta para tu comprensión, diríamos que se está
acercando a la Era Cósmica, por muy poco que comprenda esto. Has tenido tu Edad de Oro,
adorando al oro más que a Dios. Y una Era de Acuario, como la llamas, puede ser solo una en
la que la Tierra te aflija con grandes aguas, o no lo suficiente. Han pasado por ambas condi-
ciones. El mismo nombre de los períodos de cambio de esta manera es parte del bloqueo para
su comprensión. La gente de la Tierra debe aprender a progresar al ritmo de estos cambios
naturales y no estar sujetos a ellos".

"¿Cómo", le pregunté, "definirías la Era Cósmica?"

“En realidad, preferiríamos llamarlo entendimiento Cósmico. Esta es la primera vez en tu


civilización que, en un sentido amplio, se ha dado cuenta de la probabilidad de mundos habi-
tados distintos al tuyo. Apareciendo en nuestra nave espacial, como lo estamos haciendo aho-
ra en tal número en todos los cielos de su mundo, incluso aquellos que no lo creerían tienen
pocas opciones.

Por primera vez en la memoria de la humanidad en la Tierra, existe una abrumadora eviden-
cia de que su planeta no ha dado lugar a la vida como una especie de extraño accidente, como
han dicho incluso algunos de sus más grandes astrónomos. La humanidad se está manifestan-
do en su mundo porque ese planeta no es más que uno en una vasta y ordenada creación del
Infinito, todo sujeto a sus leyes Divinas.

“Nuestras naves realizan hazañas en sus cielos que ningún avión terrestre de ninguna nación
puede hacer. Tus científicos lo saben. Sus gobiernos lo saben. Los pilotos de sus aviones en to-
das partes de su mundo nos han visto y se han maravillado. Miles de su gente han mirado ha-
cia arriba y se han asombrado. Miles más en todas partes nos están mirando y esperando ver-
nos.

“Todo esto ha sido predicho por hombres de antaño. Han dicho en sus profecías escritas que
el mundo entero será perturbado, y que las señales serán estas: Hijos de Dios vendrán del
cielo a la tierra para liberar a los pueblos. Las condiciones de su mundo actual lo han coloca-
do, como usted lo expresa, bajo la sombra de la muerte. Su mundo entero está perturbado. Y
dado que el nombre que tiene para el espacio exterior es 'Cielo', y dado que nosotros tam-
bién somos Hijos e hijas de Dios, ¿no podría ser que incluso ahora se está cumpliendo la anti-
gua profecía?

“También se ha predicho que, cuando llegue el momento, las razas oscuras del mundo se le-
vantarán y exigirán el derecho a un respeto igual y la suerte de hombres libres que durante
tanto tiempo les negaron ustedes de pieles más claras. ¿No se está cumpliendo también esta
profecía en estos mismos días en la Tierra?

Verá, conocemos bien la historia de su mundo. La concepción de “Somos el Guardián de nues-


tro hermano” se aplica a toda la humanidad en todas partes. Es en este papel que venimos a tí
y decimos: "Dejen que el Ser Supremo del Universo sea la palabra guía para su mundo para
que sus problemas se desvanezcan como la oscuridad ante la luz. ¿Qué sería del hombre sin
el aliento de vida? ¿Y quién le da? ¿No se encuentra en todas partes para beneficio de todos?
Entonces, deja que el hombre terrenal sepa que su Dios no está en un lugar lejano, sino siem-
pre cerca en todas las manifestaciones, y dentro del hombre mismo".

Orthon dejó de hablar y por un momento me senté con la cabeza gacha pensando en sus pala-
bras. Lentamente, me di cuenta de una calidez que parecía estar entrando en mi espíritu. Al
levantar la vista, vi en los rostros de los que me rodeaban que lo que sentía era una bendición
que fluía de todos ellos hacia mí.

Entonces el maestro se levantó y se acercó a mí. Mientras me ponía de pie, también lo hacían
los demás.

“Hijo mío”, dijo, mirándome profundamente a los ojos, “mucho de lo que nuestro hermano te
ha estado diciendo está en conflicto con muchas cosas que a tu pueblo se le ha enseñado a
creer como verdad. Esto, en sí mismo, no tiene importancia, ya que lo que se aprendió ayer
sirve solo como un trampolín hacia la verdad más grande que podemos aprender mañana.
Esa es la ley del progreso. Una vez en el camino correcto, no puede ser de otra manera. Es
esencial siempre que los hombres trabajen y luchen juntos con mentes abiertas, siempre
conscientes de que nunca todo se sabe. Existe una guía infalible para determinar si el camino
es el correcto. Eso es muy simple. Si los resultados de tus pensamientos y acciones son malos,
entonces el camino que estás siguiendo te aleja de la luz de Su rostro. Si siguen cosas buenas
a lo largo del camino, entonces sus vidas, y las vidas de sus hijos y de sus hijos, serán gozosas.
Las bendiciones, ininterrumpidas por enfermedades y contiendas, serán tu herencia eterna".

Tocó mi mano a modo de despedida y salió de la habitación en un silencio vibrante con las
palabras que había dicho.

Miré largamente los rostros de mis muchos amigos, imprimiendo cada uno en mi memoria.
No fue dicha ninguna despedida, pero cada uno levantó una mano y yo levanté la mía. Luego,
dejé que Orthon me guiara por los caminos del transporte de regreso al pequeño explorador.

Tanto Firkon como Ramu me acompañaron en el camino de regreso a la ciudad. No hablamos.


Cuando regresamos al hotel y había llegado el momento de despedirme de estos queridos
amigos, me embargó un sentimiento de tremenda conmoción. Intercambiamos apretones de
manos y Ramu dijo en voz baja: “La bendición del Infinito va contigo”.

Entonces los dejé y subí a mi habitación solitaria.


15 - Una Posdata Inesperada

25 de Abril de 1955

Incluso cuando las imprentas están rodando en las páginas de este libro, acaba de ocurrir un
evento de tal importancia que lo estoy registrando aquí y ahora para apresurarme a mis edi-
tores para su inclusión.

Todo el día de ayer, 24 de abril, el número habitual de visitantes dominicales a mi casa en Te-
rrazas de Palomar llenó las horas desde temprano hasta tarde. Cuando los conocí y hablé con
ellos, fui cada vez más consciente de que me alertaban mentalmente de una próxima visita a
los Hermanos. Era tarde cuando la última pareja se fue y yo fui a mi habitación e intenté dor-
mir sin éxito. En una hora, la urgencia de levantarme e ir a la ciudad se hizo tan intensa que
supe que debía irme sin demora.

Durante el largo viaje a la ciudad, me pregunté si una solicitud que había hecho en nuestra úl-
tima reunión sería respondida. Había preguntado si me permitirían tomar fotografías dentro
de una nave espacial para proporcionar más pruebas tanto a los que dudaban como a los cre-
yentes. Aparte de darme la impresión de que esto no sería tan fácil de lograr como parecía
pensar, uno de los Hermanos había hecho un comentario que yo sabía que era cierto. "Incluso
si tuviéramos éxito", señaló, "dudo que convenza a los escépticos confirmados por la razón de
que los hombres de la Tierra todavía tienen un concepto tan falso de otros planetas y las con-
diciones que existen en ellos".

Sin embargo, dejé que mi esperanza creciera. ...

Fui al lugar habitual y me recibió un hombre al que me habían presentado en una reunión an-
terior, venido a reemplazar a un Hermano que había regresado a su planeta de origen. Sin de-
mora nos dirigimos hacia un lugar desértico donde nos esperaba un Scout, idéntico al de mi
primer encuentro. Cuando entramos en la pequeña nave, miré mi reloj y vi que eran exacta-
mente las 2.30 a.m. Después de saludarme, el piloto me preguntó si había traído mi cámara.
¡De hecho lo había hecho! Era una pequeña Polaroid que había comprado recientemente.
Nunca había visto una y me pidió que le explicara la operación. “Esta reunión ha sido organi-
zada específicamente para satisfacer su esperanza de obtener el tipo de fotografía de la que
habló la última vez que nos vimos”, dijo. “No podemos garantizar nada por razones que le se-
rán claras más adelante, pero intentaremos obtener una imagen de nuestra nave con usted en
ella. Esto sería bastante simple si pudiéramos usar nuestro propio método de fotografía, pero
eso no serviría para su propósito. Nuestras cámaras y películas son completamente magné-
ticas y no tiene ningún equipo en la Tierra que pueda reproducir tales imágenes. Así que de-
bemos usar el tuyo y ver qué podemos conseguir".

Me quedé tan absorto en explicarle el funcionamiento de la cámara que no me di cuenta de


ningún movimiento hasta que el hombre que me había recibido gritó: "¡Aquí estamos!" Mi-
rando hacia arriba, vi que la puerta del Scout se estaba abriendo. Entonces, para mi sorpresa,
vi que habíamos aterrizado en la parte superior de una pequeña nave nodriza. “Pequeña”
porque no era tan grande como cualquiera en la que había estado anteriormente. La escotilla
por la que la nave más pequeña generalmente entraba en un transporte era claramente visi-
ble, pero mi amigo salió del Scout y me hizo señas para que lo siguiera. Cruzamos la parte tra-
sera del transporte y pasamos la escotilla grande hasta una más pequeña que se abrió cuando
nos acercábamos. Esta fue otra sorpresa, ya que no tenía idea de que existieran tales abertu-
ras en estos transportadores. Esto resultó contener un ascensor y me encantó ver a Orthon
de pie en la plataforma. A su invitación, me coloqué a su lado. El hombre que me había lle-
vado a través del transporte regresó con el Scout y su compañero con quien había dejado mi
cámara.

Este ascensor era similar al de la gran nave de Saturno, descrito en el Capítulo Ocho. Bajamos
hasta la mitad de la nave, donde una fila de ojos de buey era claramente visible a lo largo de
ambos lados del barco. Aquí el ascensor se detuvo y bajamos. Orthon explicó que él se pararía
frente a un ojo de buey y yo frente al de al lado mientras los hombres intentaban tomar nues-
tras fotografías del Scout. Este ahora se había alejado un poco.

Noté que los ojos de buey de este portaobjetos eran dobles, con unos seis pies entre el vidrio
exterior y el interior. Estábamos parados detrás de las ventanas interiores y no pude evitar
preguntarme cómo podían sacar buenas fotos con mi pequeña cámara a través de todo ese
cristal.

Es muy difícil estimar tamaños y distancias en el espacio, sin nada con lo que comparar, pero
me pareció que el Scout estaba flotando a unos treinta metros de la nave nodriza. Desde la
parte superior de su bola (ver fotografía n° 1) estaba arrojando un rayo de luz brillante sobre
la nave más grande. A veces, este rayo era muy intenso y, de nuevo, no tanto. Como muestran
las fotografías, estaban experimentando con la cantidad de luz necesaria para mostrar la nave
nodriza y al mismo tiempo penetrar a través de los ojos de buey para capturarnos a Orthon y
a mí detrás de ellos.
Mientras esto sucedía, la radiación tanto de la nave nodriza como del Scout se había reducido
al mínimo. Más tarde supe que los hombres se habían visto obligados a poner algún tipo de
filtro sobre la cámara y la lente para proteger la película de las influencias magnéticas de la
nave. Todo fue un experimento inicial y, como se muestra claramente en las fotografías, se
probaron diferentes distancias e intensidades de reflexión de la luz.

En este punto debo admitir que no he dejado de reprenderme por mi descuido, en la apre-
surada partida hacia la ciudad, al no acordarme de traer más película. Esto representó una
seria desventaja para los Hermanos al dejar poco margen para el método de prueba y error
que se vieron obligados a utilizar. Mientras los hombres trabajaban con mi cámara, estu-
diaron los resultados de cerca. Quizás puedan hacer un archivo adjunto de un tipo u otro que
produzca fotos más detalladas en una fecha futura.

Pasó bastante tiempo antes de que una señal del Scout indicara que estaban regresando al
transporte. Observé el ascensor mientras subía a la parte superior del barco. La escotilla se
abrió y el ascensor volvió de nuevo a nuestro nivel con el piloto con mi cámara en la mano. Se
unió a nosotros e informó que, aunque consideraban que las imágenes eran malas, había ha-
bido cierto éxito y habían guardado las dos últimas exposiciones para intentar obtener foto-
grafías del interior de este transporte.

Habiendo estado tan bien preparado para los malos resultados, me sorprendió gratamente lo
que me mostró.

Mientras nosotros caminábamos hacia la parte delantera de la nave, vi que una pared se des-
lizaba y revelaba una abertura que se parecía mucho a un túnel. Más allá de esto había una
pequeña habitación con dos pilotos sentados a los controles.

Debido a que el final de la nave era transparente y las gráficas brillantes en el interior, había
mucha luz y mis esperanzas eran altas para una buena imagen. Todas las luces de la habita-
ción donde nos encontrábamos se apagaron, dejándola casi completamente a oscuras. Pero
estos dos intentos fallaron, debido al mayor poder magnético en el transportador en compa-
ración con el del Scout.

Se comprobó una cosa. Sin algún sistema de filtro aún sin desarrollar para nuestra película,
es imposible obtener fotografías claras dentro de las naves espaciales. Cuando pregunté si
una cámara mejor con una lente más fina podría tener más éxito, me dijeron que era poco
probable que se produjera una mejora apreciable debido al tipo de película utilizada.

Cuando se tomaron estas dos últimas fotografías, las luces del interior de la nave se volvieron
a encender. Los tres regresamos al ascensor y nos llevaron a la parte superior del transporte.
Cuando se abrió la escotilla, volví a ver al Scout estacionado en su portador. Orthon tocó mi
mano en señal de despedida y el piloto del Scout y yo caminamos hacia la nave que esperaba.
Cuando entramos, la puerta se cerró silenciosamente detrás de nosotros e inmediatamente
nos pusimos en camino.

Es imposible para mí juzgar qué tan lejos habíamos estado en el espacio, pero el tiempo total
desde que abandonamos la Tierra y regresamos a ella fue de poco más de dos horas y media.

De regreso a la Tierra, mi amigo y yo nos despedimos del piloto y caminamos hacia donde es-
taba estacionado el auto. Poco antes de las 7 de la mañana, mi acompañante me dejó bajar en
la entrada de mi casa.

Aunque lo invité a tomar un café y desayunar, me agradeció y se negó, explicando que no de-
bía llegar tarde al trabajo que había tomado durante su tiempo aquí en la Tierra.

Para terminar, permítanme decirles que me doy cuenta de que se harán muchos intentos para
desacreditar estas fotografías. Esto no me molesta. Todo hombre es libre de creer o no creer
en las declaraciones, respaldadas por fotografías, que están presentes en este libro. Pero que
cada hombre se dé cuenta de que su conclusión personal no altera en modo alguno el hecho
de su realidad. Para corroborar esto, basta con pasar las páginas de la historia a casi cualquier
año en casi cualquier época. En su concepción masiva, la mente encadenada siempre ha en-
contrado más fácil burlarse de nuevas maravillas que afrontar el hecho de su propio conoci-
miento limitado de los milagros que esperan ser descubiertos en el Universo ilimitado en el
que habita.

A los Hermanos de otros mundos, seres humanos, como nosotros, les agradezco lo que me
han mostrado y enseñado. A mis hermanos de este mundo les informo, sabiendo que muchos
están preparados. Como siempre, los escépticos deben esperar lo que, incluso para ellos, será
una prueba abrumadora de que el espacio ha sido conquistado por pueblos de planetas muy
avanzados más allá del nuestro.
George Adamski

Bosquejo Biográfico

Nacido en Polonia el 17 de abril de 1891, George Adamski aún no tenía dos años cuando sus
padres emigraron a los Estados Unidos y se establecieron en Dunkerque, Nueva York. El tras-
fondo de su niñez fue muy similar al de cualquier hijo de una familia inmigrante, con una
diferencia importante. Sus padres poseían un enfoque inusual y profundamente religioso de
las maravillas de la creación manifestadas en los muchos aspectos de la naturaleza. Por lo
tanto, aunque la escuela formal del niño fue de corta duración, una parte vital de su educa-
ción continuó a través de la instrucción privada. El joven George se convirtió en adulto con
asombro y reverencia hacia todas las fases de la naturaleza.

En un mundo así, pensó el niño, debería ser fácil para la gente vivir en armonía. Muy tempra-
no comenzó a buscar la razón por la que parecían incapaces de hacerlo. Muy temprano co-
menzó a darse cuenta de que mientras las leyes efímeras impuestas por los hombres estaban
dictadas por la geografía, las necesidades y tradiciones cambiantes, a veces por poco más que
los intereses especiales de los que estaban en el poder, las leyes de la naturaleza eran inmu-
tables. Le parecía que no se habían aprendido las lecciones que se encuentran en las páginas
de la historia. Le parecía que los pueblos de esta Tierra, individual y colectivamente, todavía
caminaban por viejos surcos que solo podían conducir a la repetición de los mismos viejos
desastres. Fue un tema absorbente para el joven Adamski. Sabía que, cualesquiera que fueran
las limitaciones que lo rodeaban, aprender todo lo que pudiera al respecto sería la búsqueda
duradera de su vida. Con el conocimiento que pudiera adquirir, esperaba servir a su prójimo
de alguna manera.

Afortunadamente, al niño no se le ocurrió albergar ninguna amargura por las circunstancias


que dejaron a sus padres incapaces de pagar el tipo de educación que su ambición y su mente
aguda justificaban. Por el contrario, buscó trabajo voluntariamente para ayudar a sufragar el
costo de una familia en crecimiento. La universidad del mundo era suya, lecciones emocio-
nantes para aprender dondequiera y con quienquiera que se encontrara.
En 1913 Adamski se alistó en el Ejército, donde sirvió en la 13ª Caballería en la frontera me-
xicana, recibiendo una baja honorable en 1919. Mientras tanto, el día de Navidad de 1917 se
casó con Mary A. Shimbersky.

Los cinco años de Adamski en el ejército solo sirvieron para fortalecer su anhelo de crecer en
comprensión y sabiduría para poder servir a sus semejantes. Pero al darse cuenta de que el
alumno aún no estaba preparado para ser maestro, durante muchos años viajó por todo el
país, ganándose la vida en cualquier trabajo que se le ofreciera. Fue una buena forma de estu-
diar los problemas y frustraciones de los que ningún hombre está libre. La suya no era una
misión sombría, ni estaba en su naturaleza montar una caja de jabón. La mezcla de paciencia,
compasión y alegría, tan marcada en el Adamski maduro, debe haber sido incluso entonces
las cualidades que atrajeron la confianza de sus compañeros de trabajo.

No fue hasta que tuvo casi cuarenta años que Adamski detuvo su deambular y se estableció
en Laguna Beach en California. Este fue su primer hogar real y aquí, durante los años treinta,
se dedicó a tiempo completo a enseñar las leyes universales. Sus estudiantes pronto ascen-
dieron a cientos, se encontró en demanda de conferencias en todo el sur de California y sus
charlas fueron transmitidas por las estaciones de radio KFOX en Long Beach y KMPC en Los
Ángeles.

Uno de sus estudiantes le presentó un telescopio reflector newtoniano de seis pulgadas y


Adamski pasó mucho tiempo estudiando los cielos. Él y sus alumnos tomaron innumerables
fotografías con accesorios caseros. Fue durante este período que Adamski obtuvo su primera
fotografía de una nave espacial, aunque en ese momento no sabía qué era. La fotografía fue
enviada a varios astrónomos. Nadie pudo identificarlo. El objeto estaba demasiado lejos en el
espacio para que aparecieran los detalles. Se hicieron varias conjeturas que nadie consideró
satisfactorias.

En 1940, previendo la guerra a la vista, Adamski y algunos de sus estudiantes cuyas circuns-
tancias lo permitieron se mudaron de Laguna Beach a un asentamiento a lo largo de la ruta a
Palomar Mountain llamado Valley Center. Aquí trabajaron diligentemente para establecer un
pequeño proyecto agrícola que esperaban que los hiciera autosuficientes durante el tiempo.
Cuando Estados Unidos entró en la guerra, Adamski sirvió a su localidad como guardián anti-
aéreo.

En 1944 se vendió el Valley Center Ranch. Adamski y el pequeño grupo que había perma-
necido con él durante los años de guerra se trasladaron a las laderas sur del Monte Palomar, a
seis millas por debajo de la cima de esa montaña ya once millas del sitio del telescopio más
grande del mundo, en ese momento incompleto. Aquí limpiaron tierras vírgenes y construye-
ron viviendas sencillas. Aquí también levantaron un pequeño edificio para que sirviera de ca-
fé para los transeúntes, propiedad y operado por la Sra. Alice K. Wells, una de las estudiantes
de Adamski. Cada miembro del grupo participó en el trabajo manual que se empleó en este
esfuerzo, y dado que todavía estaban en vigor fuertes restricciones con respecto a los mate-
riales, cualquier cosa disponible tenía que servir.

Adamski compró un telescopio de 15 pulgadas y se erigió un pequeño observatorio para al-


bergarlo, diseñado de una manera que le permitió estudiar los cielos durante horas y horas,
protegido de las inclemencias del tiempo. El telescopio más pequeño de 6 pulgadas se montó
al aire libre. De esta forma, Adamski pudo continuar sus estudios de los cielos. Muchos visi-
tantes estaban interesados y con ellos discutió con gusto sus hallazgos.

Durante la lluvia meteórica de 1946, Adamski y varios amigos que lo observaban presencia-
ron un evento dramático, no reconocido por lo que era en ese momento. Observaron una gran
nave en forma de cigarro que colgaba inmóvil en el cielo a una distancia relativamente corta.
Un objeto completamente extraño para todos, nadie adivinó su verdadero origen. Aunque
Adamski había discutido durante mucho tiempo la probabilidad de vida humana en otros pla-
netas, todavía sostenía la opinión de que las distancias incluso entre nuestros vecinos celes-
tiales más cercanos eran demasiado grandes para cualquier viaje físico interplanetario. Solo
al año siguiente (1947) llegó la prueba de que estaba equivocado. Con su esposa y algunos
asociados, durante más de una hora, Adamski observó una formación de naves sobrenatu-
rales que se movían sin sonido en una sola fila ordenada a través de los cielos de este a oeste.

Dado que esta misma exhibición había sido presenciada por otros grupos en diferentes locali-
dades, durante las siguientes semanas muchas personas vinieron a Adamski para verificar
sus observaciones personales. Nadie podía creer que el asombroso espectáculo pudiera ser
explicado por ninguna nave fabricada hasta ahora en nuestra Tierra.

Las experiencias adicionales de Adamski en este campo se han dado al público en el libro Los
Platos Voladores han Aterrizado, en coautoría con Desmond Leslie. En este libro se relatan los
acontecimientos que han ocurrido desde esa publicación.

Charlotte Blodget

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