Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Latina
Autores corporativos:
Estudio para la Defensa de los Derechos de la Mujer (autoría)
Instituto de Estudios Políticos para América Latina y África (canal)
WOMANKIND Worldwide (canal)
Autores personales:
Silva Santisteban, Rocío (Autor/a)
Descripción
Lugar:
Lima (Perú)
Fecha:
1 de Noviembre de 2005
Entradilla:
Luchando por los derechos de las mujeres muchas veces se confunde lo urgente y
lo importante. En este caso, el interés se centra en un aspecto que suele ser
relegado a un segundo plano y que sin embargo es fundamental: La cultura.
No se trata de redactar un inventario de los derechos culturales de las mujeres; es
necesario plantear orientaciones estratégicas para la acción política, en el marco
de la cultura de las mujeres.
Esta reflexión teórica y metodológica reivindica los gestos simbólicos feministas
como estrategias válidas para visibilizar los cambios de las políticas públicas en
torno a la cultura de las mujeres" y propone pasos concretos que deben darse
urgentemente.
Correo-e:
demus@demus.org.pe
Actividades relacionadas:
Tribunal nacional por los derechos económicos, sociales y culturales de las
mujeres de Perú
Publicado en:
Gloobalhoy nº7
Secciones GloobalHoy:
032- Educaciónpara-tod@s
Clasificación
Escenarios:
Estatal
Descriptores:
Análisis de género ; Culturas ; Derechos de las mujeres ; Derechos económicos,
sociales y culturales ; Feminismos ; FIDC ; Mujeres ; Políticas educativas
Regiones:
América Latina
Países:
Perú
Documento
Índice:
Introducción.
Objetivos.
Propuesta.
El problema de la cultura.
Definiciones de cultura.
Las significaciones sociales imaginarias.
El conflicto entre alta cultura, cultura popular y cultura de masas.
El conflicto de las definiciones.
Cultura desde América Latina.
Transculturación (la hipótesis de la cultura latinoamericana de
Fernando Ortiz retomada por Ángel Rama).
Hibridez (la hipótesis de cultura latinoamericana de Néstor García
Canclini).
Heterogeneidad: la hipótesis de cultura latinoamericana de
Antonio Cornejo Polar.
Centro vs. Periferia: ¿formamos parte de una cultura subalterna?.
Historia del eje centro-periferia.
Estado del debate en torno al eje centro-periferia.
La cuestión del otro.
La mujer como otra (significado sin significante).
La mujer como paradigma cultural.
Feminismo y cultura.
El espacio desde donde se desarrolla la cultura femenina en
América Latina.
Políticas y derechos culturales.
Los derechos culturales en el marco de los derechos humanos.
Políticas culturales desde una perspectiva feminista.
Orientaciones estratégicas para la acción política en el marco de la
cultura de las mujeres.
Erradicación total del machismo.
Eliminación del victimismo.
Reorganización de la memoria histórica e inclusión de las
mujeres.
Autoconciencia y empoderamiento de todas las mujeres.
Acceso a todas las formas de placer, sobre todo, al placer del
cuerpo.
Conclusiones.
Anexo 1.
Obras citadas.
Introducción.
En América Latina existe una larga tradición de estudios, investigación y
acercamientos concretos, desarrollado por el movimiento feminista, en torno a los
derechos de las mujeres. Durante todos estos años se ha dado prioridad a los
derechos vinculados a la salud sexual y reproductiva, a la defensa de las mujeres
en situaciones de violencia (tanto sexual como doméstica) y sobre todo se ha
hecho énfasis en los derechos laborales. Los derechos culturales el acceso a la
educación y el libre desarrollo de las diversas prácticas culturales es un tema que
se ha relegado a un segundo lugar. Esta postergación se entiende en tanto los
otros derechos humanos, económicos y sociales son indispensables para un
desarrollo mínimo de superviviencia, sin embargo, consideramos que también se
debe a que existe poca valoración hacia la actividad cultural en general y,
asimismo, porque la defensa legal del ejercicio libre de sus prácticas es mucho
más compleja (puesto que la cultura es más difícil de asir desde una agenda
jurídica).
Esto significa que las mujeres de la región, pero sobre todo los grupos feministas,
debemos abordar el tema de la cultura desde una perspectiva global y profunda a
su vez, penetrando en conceptos complejos que se discuten en diversas áreas
dentro y fuera de América Latina, y que participan en un debate intenso en las
instancias académicas pero que, a su vez, se difunden a través de diversos canales
(medios masivos, propuestas políticas, agendas de la cooperación internacional)
formando el imaginario político-cultural latinoamericano.
A su vez para exigir una coherencia normativa en torno a los derechos culturales
es imprescindible primero abordar el significado de "lo cultural" en nuestra
región. Esta tarea es problemática porque, como es sabido, los límites de lo
cultural han provocado a lo largo de nuestra historia común exclusiones y
opresiones. Para concebir una forma inclusiva y democrática de abordar lo
cultural, entonces, es necesario además de revisar conceptos como
transculturación, heterogeneidad, hibridez, multiculturalismo y subalternidad,
plantear una forma original de afrontarlos desde el feminismo y desde nuestras
experiencias como mujeres. Este es el reto de este trabajo: explorar en un ámbito
ambiguo y complejo, y a su vez falogocéntrico, como ha sido el de la cultura en
América Latina, posibilidades de concebir los derechos culturales de las mujeres.
Objetivos.
El problema de la cultura.
No hay claridad alguna en relación con la definición del término cultura. A
partir de las muchas concepciones de esta palabra es que surgen las grandes
diferencias del rol que supuestamente cumple en las diferentes sociedades.
La palabra cultura no designa una sola cosa, sino que es un término genérico
que cubre un conjunto de actividades y ocupaciones diversas. Los habitantes de
un mismo país pueden tener opiniones muy diferentes sobre lo que son los
hechos culturales y las culturas difieren de un país a otro, o según las
tradiciones y las herencias históricas (Sen 1).
En todo caso, se trata sin duda de una manera de expresar ciertas formas de
contradicción que se encuentran en lo profundo de nuestras formas de vida y
que hemos heredado de la historia que cargamos a cuestas: la exclusión de las
manifestaciones culturales de las mayorías nacionales (los indígenas, las
mujeres) en función de un proyecto de modernidad que sólo logró traer
inflación, subordinación, dependencia cultural, caos político, crisis de los valores
y aumento de las brechas de pobreza. Creer que existe sólo una cultura más
desarrollada (la teoría del tercermundismo) o considerar que somos un ejemplo
más de países inviables (de Rivero) es consolidar una manera de pensar
dependiente de un solo discurso racional: el discurso de la modernidad
planteado para Occidente.
Definiciones de cultura.
Existen 175 definiciones epistemológicamente válidas del término cultura,
según A.L. Kroeber y Clyde Kluckhohn en su libro Culture. A critical review of
concepts and definitions. El término, por lo tanto, ha conllevado desde sus
primeros análisis una ambigüedad poderosa. La definición más antigua que se
posee de la palabra cultura está consignada en un texto de Cicerón (106-43
aC.) llamado Tusculunae Disputationes, y se refiere a una metáfora agraria
vinculada al término cultivar (agriculturae). Se equiparaba el cultivo de un
campo basto con la educación del ser humano. Este concepto, por supuesto,
excluía a todas esas acciones que no estuvieran vinculadas directamente con
el cultivo del espíritu, como por ejemplo, el trabajo manual o la preparación
de alimentos (que hoy es uno de los elementos para observar las más
imperceptibles diferencias entre culturas).
Pero no ha sido sino hasta terminado el s.XIX que la cultura como concepto
fundamental del análisis de las diferencias y semejanzas entre seres humanos
cobra un carácter distinto. En 1871 Sir Edward Burnett Taylor, fundador de la
antropología como ciencia, contribuyó a establecer la importancia de este
concepto. Él definió a la cultura como las aptitudes y los hábitos adquiridos
por el hombre como miembro de la sociedad. La condición de la cultura en las
diversas sociedades de la humanidad, en la medida que puede ser investigada
según principios generales, constituye un tema apto para el estudio de las
leyes del pensamiento y la acción humanas (Taylor citado por Silva
Santisteban 187).
e. Es un fenómeno social.
Es imposible que un sólo hombre por sí mismo archive en su memoria la
información requerida para su propia supervivencia: la cultura permite al
hombre y a la mujer interrelacionarse con otros seres humanos y en esta
interrelación vivir en la plenitud de sus facultades.
Por ejemplo, en el Perú de los años 90 se originó una forma social vinculada a
la supervivencia pero, a su vez, a los nuevos procesos de neoliberalismo
económico. Se trata de la irrupción en el espacio social de una nueva forma
de transporte público a través de camionetas rurales o combis. El mal uso de
la liberación de rutas, la proliferación de las combis y la necesidad de
competir por cada uno de los pasajeros, junto con las formas rudas de los
propios chóferes y de los campanas quienes actuaban siempre pensando en
competir con el otro quebrando todas las reglas de tránsito con la gran
excusa de la supervivencia (el vale todo), permitieron que se creara una
cultura del transporte público que rebasó con creces su espacio original y se
instaló inclusive en los medios de comunicación y en los espacios políticos. A
esta nueva manera de ser y entender la vida social se le denominó la
subcultura combi y aún hoy sigue teniendo vigencia. Además no se limita a las
formas de comportamiento de los chóferes y usuarios de las combis, sino que
se extiende a muchos otros espacios incluso políticos y gremiales. El deterioro
de la clase política peruana durante el fujimontesinismo podría considerarse
como el resultado de la adscripción a esta subcultura combi en todos los
niveles de la estructura social.
Regresando a las propuestas más generales, es preciso indicar que las culturas
siempre cambian, ya sea a través de la generalización de las subculturas o de
la introducción de nuevas pautas sociales propuestas por contraculturas. El
tema de la contracultura muchas veces se ha reducido al ámbito de la
subcultura juvenil o de las culturas urbanas, encerrándolo en una especie de
limbo de lo contestatario o de lo radicalmente marginal. Por otro lado, en el
sentido común, se considera a veces lo contracultural como aquello que
contradice o que quiere destruir lo cultural. Y si bien es cierto que lo
contracultural es siempre un camino que se esboza desde los bordes y que
posee un carácter trasgresor (pero en la medida que es regenerativo de una
situación de inercia social), la contracultura no es necesariamente destructiva
en sí misma ni se limita a las esferas del rock, las drogas, las barras bravas y
otras tribus urbanas.
Para comenzar es preciso señalar que una contracultura sólo surge dentro del
seno de una cultura que se ha encerrado en sí misma sin darle opción a otras
subculturas, de la misma manera como un organismo se niega a evolucionar o
mutar. Cuando se produce esta situación y la cultura llega a su decadencia,
inhabilitando y falsificando todas aquella propuestas que no se rigen con su
normativa, la contracultura surge como un mecanismo adaptativo de los
procesos culturales. Se trata, es cierto, de una forma marginal de romper
desde los bordes con el casco estancado de la superficie para crear algo
nuevo. Precisamente por eso, incide en la condición de marginalidad de todos
y cada uno de sus miembros apelando directamente a un tú mujer, negro,
indígena, gay, joven, provinciano, etc. y también insiste en la solidaridad como
forma de identidad grupal pero también individual. El feminismo, el
movimiento gay, el black power en Estados Unidos, y en los países andinos el
movimiento indigenista, surgieron como propuestas contraculturales de
confrontación frontal a una cultura hegemónica que se acababa en sus
múltiples formas de mirarse el ombligo. La contracultura, entonces, se articula
en una batalla: dos concepciones del mundo se enfrentan y combaten hasta
que las propuestas de una logran penetrar por una fisura e instalarse con su
fuerza demoledora en las entrañas de la otra. O, en todo caso, son aplastadas
por la fuerza demoledora de la cultura hegemónica.
El ejemplo más pertinente para este trabajo es el cambio que introdujeron las
primeras feministas y que conformaron en su momento, e incluso hasta los
años 60, una contracultura cuyas reivindicaciones se oponían a las pautas,
modos de comportamiento y formas de pensar de ese entonces en la cultura
occidental y patriarcal.
Por cierto que estas significaciones sociales imaginarias poseen una serie de
características:
a. Son arbitrarias: no existe una lógica causal entre una formación social
imaginaria y su origen. Nacen de necesidades simbólicas que no
necesariamente están vinculadas con la superviviencia del hombre
aunque también podían estarlo. El primero es el caso del ikebana, por
ejemplo, en el Japón, una práctica que tiene como finalidad principal el
ornato y, en segundo lugar, las leyes del Estado que se crean con la
finalidad de organizar los diferentes estratos de una sociedad.
Por otro lado, hacia los años 70 una propuesta de entender ciertas formas
culturales ganó terreno en las esferas académicas occidentales. Se trata del
concepto de cultura de masas, cultura massmediática o masscult que, sobre
todo, desarrollaron Marshall McLuhan y Umberto Eco.
Si bien es cierto que en 1968 Eco defendía una cierta homogeneización del
gusto que contribuiría a eliminar ciertos niveles de diferencia y a desarrollar
funciones de descongestión anticolonialista (55), hoy esta posición sería muy
cuestionable en la medida que precisamente es la homogeneización la que
permite una aculturación uniforme desde un discurso cultural hegemónico.
Piénsese, por ejemplo, no sólo en las películas de acción hollywoodenses
vacías de contenido, sino sobre todo en los discursos de verdad y valentía que
medios de comunicación como los noticieros producidos por el bloque
Americanonline-Turner difunden a lo largo del globo y que definen, en
términos bastante esquemáticos y maniqueos, aquellos considerados aliados
y enemigos de Occidente (como lo que ha sucedido con la cobertura
informativa después de los ataques del 11 de Septiembre de 2001 al World
Trade Center de Nueva York).
[] desde esta perspectiva, toda política cultural desfallece ante sus objetivos
de culturizar a la sociedad. La batalla está perdida y los lamentos de
impotencia ante la (in)cultura de las masas no hacen más que legitimar el
valor de la verdadera cultura (Portocarrero 3).
Por este motivo, por la presencia inquietante de los otros culturales, las
legislaciones centrales han admitido un status diferenciado en tanto no
perteneciente a la cultura central y, junto con los reclamos de otros sectores
minoritarios como los gays, los latinos o los afroamericanos, es que ha surgido
el debate sobre el multiculturalismo.
Inclusive las propuestas más coherentes planteadas desde América Latina, como
es el caso del multiculturalismo proactivo que promueve el filósofo chileno
Martín Hopenhayn también parte de entender lo cultural desde un telos
occidental, a pesar de que cuestiona profundamente ciertos elementos de ese
telos, como son, la globalización desde una perspectiva del neoliberalismo y la
asimetría entre emisores y receptores de bienes en el intercambio simbólico (2-
3). Hopenhayn critica duramente la imposición que plantea la globalización de
un multiculturalismo como valor y único ideal; no obstante, continua con la
categoría multiculturalismo, aunque con el adjetivo de proactivo, para organizar
su propuesta de inclusión desde América Latina.
Lo mismo sucede con las mujeres criollas o pertenecientes a las elites políticas,
quienes estuvieron relegadas a una ciudadanía de segunda, pues ni siquiera
tenían acceso al voto y cuyas prácticas políticas se limitaban a participar de la
propia gesta del progreso y la criollización de los países latinoamericanos,
adscribiéndose a una homogeneización cultural que nunca las tuvo en cuenta.
Esto es evidente en el caso del Virreinato del Perú con la canonización de Santa
Rosa de Lima, es decir, la oficialización del icono criollo de la mujer a través de
la representación de una figura que imitaba a la Virgen y que se autoflagelaba.
Cornejo Polar sigue los pasos de José Carlos Mariátegui cuando denuncia el
mestizaje como una impostura de la clase criolla dominante, pero, además
pone el dedo en la llaga cuando sostiene que la transculturación es una
puesta al día del polémico concepto de mestizaje. Para él se trata de una
proposición peligrosa como categoría de análisis para las culturas en
constante conflicto y transformación de América Latina:
Asimismo hay que entender que todo análisis cultural debe partir de
categorías abiertas a los acercamientos sincrónicos, no se puede entender la
cultura como un resultado, sino sólo como un proceso, es decir, que está en
permanente cambio. Pero asimismo es necesario acercarse a la
conceptualización de lo latinoamericano desde una categoría que pueda, de
alguna manera, concebir dentro de ella lo que tenemos de productivo, de
excesivo y de frustrante también. Para Cornejo esta categoría es la
heterogeneidad.
La barbarie estaba representada no sólo por los indígenas, sino también por
los dictadores y todas sus prácticas antidemocráticas (Facundo es un tipo de
la barbarie primitiva: no conoció sujeción de ningún género; su cólera era la
de las fieras 145), y también por los sectores marginales de las ciudades, los
mendigos, los campesinos desheredados (por ejemplo los miserables de los
sertoes brasileños o los gauchos de las pampas) y los ignorantes. Por otro
lado, el paradigma de la civilización era Francia también otros países europeos
como Italia, recién unificada, e Inglaterra, en la cúspide de su poderío colonial
y, sobre todo, París, en donde el refinamiento cultural de las prácticas
artísticas (pintura, escultura, danza, arquitectura, música, literatura)
determinaba una cúspide de la civilización occidental y sus prácticas políticas.
En este sentido la historia era entendida como un proceso lineal desde la
barbarie hasta la civilización y los países latinoamericanos, en la medida que
se encontraban en los bordes de Occidente, tenían la posibilidad de llegar a
ser países civilizados si es que se enrumbaban en la línea del progreso.
Entre las fisuras de estos debates la sombra de Sarmiento se erige, quizás para
revelarnos el secreto de la inmovilidad de las condiciones de producción
intelectual y de análisis en América Latina. Es imprescindible posicionarse
desde nuevas coordenadas (no sólo deconstruir el concepto desarrollo sino
reemplazarlo por otro), entender qué elementos de la barbarie se han
domado para seguir proponiendo una América Latina local en medio de la
orgía global, excluida de un pensamiento propio, subalternizada y exotizada,
por lo tanto, barbarizada pero de forma más modulada y compleja.
Esta posición posteriormente fue incluso descartada dentro del propio campo
de la antropología cuando se empezó a cuestionar el etnocentrismo, es decir,
la mentalidad por medio de la cual se valora al propio grupo como el centro
de todo discurso y la valoración de los otros grupos a partir de su posición
marginal. Pero antes de esta crítica al etnocentrismo, y cuando éste se había
instalado en el centro de las prácticas antropológicas, es que surge como uno
de los elementos más perturbadores de la visión científica la noción del otro
como un ser ajeno al sujeto del discurso.
Feminismo y cultura.
La exclusión de la mujer y del Otro diferente de las normas canónicas culturales
también ha sido analizada por el feminismo. La estrategia de universalización
de lo masculino como norma para todos los seres humanos se ha puesto de
relieve desde hace mucho, incluso, desde la Revolución Francesa cuando
Olimpia de Gouges propuso en paralelo a los derechos del hombre, los
derechos de la mujer y la ciudadana y por lo mismo fue enviada a la guillotina.
Entendiendo la cultura como un proceso de humanización, algunas autoras han
podido dar énfasis a las formas discriminatorias y excluyentes que han regido
este proceso a lo largo del tiempo.
Así cuando se busca en una bibliografía producida por los centros intelectuales,
como las universidades estadounidenses o las diversas investigaciones
europeas, nos encontramos con libros, artículos y definiciones que acercan lo
cultural a lo artístico o, asimismo, lo cultural como la condición de excepción
para la aplicación de normas de orden general.
Por otro lado, desde América Latina, podemos decir que formamos parte de
una cultura heterogénea, es decir, una cultura que precisamente a partir del
mestizaje, ha mantenido espacios de tensión, de pérdidas, de exclusiones y de
injusticias, pero también de resistencias. La categoría heterogeneidad nos
permite incidir en el lugar desde donde se puede reconfigurar el poder. Como
sostiene Vich (ver supra), la heterogeneidad aparece cuando nos damos cuenta
que debemos pensar en función de la diferencia, pero no una diferencia
esencializada, como en las políticas del multiculturalismo, sino en una diferencia
que se va dando a partir de un proceso concreto de transformación culturas
constante y que, muchas veces implica, luchas y retrocesos.
La heterogeneidad nos permite, desde una perspectiva feminista, organizar una
mirada propia desde los sentimientos de pérdida y opacidad que entran en
juego al hablar de los elementos diferenciales de una cultura. Las resistencias
que propone leer la heterogeneidad son sutiles y porosas, se esconden en
diversos discursos que abren nichos de pertenencia y de falta de pertenencia,
así como modelos de género alternativos a los vigentes.
En todo caso, como lo hemos enfatizado a lo largo de este trabajo, tanto las
Naciones Unidas a través de su Alto Comisionado para los Derechos Humanos
, así como la UNESCO, vinculan el tema de los derechos culturales a la
diversidad cultural entendida como excepcionalidad de las normas jurídicas
universales y como bien lo sostienen las mujeres del grupo Sottosopra, en
realidad el presunto universalismo de los derechos humanos es nada más que
un invento de occidente (171). En otras palabras, rechazamos la consideración
del género, esto es, de nuestra condición de cuerpos femeninos y
sexualizados, como otra forma de etnicidad . Es momento de poner coto a la
idea de que las mujeres somos lo singular, lo extraño, lo irregular y esta
propuesta vale también para lo otro-indígena.
Por eso, antes de plantear un listado de lo que podría devenir como los
derechos culturales de las mujeres, es necesario organizar una estrategia para
establecer las políticas culturales que los propios movimientos de mujeres
deben asumir para blandir como puntos a debatir tanto en las esferas de los
organismos internacionales como en el propio dominio público nacional de
cada país en América Latina.
Esta es a mi juicio una de las grandes deudas que tenemos las feministas en la
región, pues el tema del reconocimiento de las diversidades es señalado
discursivamente hasta la saciedad, sin embargo la concreción de este
reconocimiento en práctica política no ha corrido la misma suerte [] El dato
llamativo y que ya no podemos pasar por alto en una región como la nuestra
atravesada por tantas contradicciones y diversidades, requiere con verdadera
urgencia de un feminismo que dé prioridad a cómo enfrentar políticamente el
tema, y en particular para el caso de la formulación, reconocimiento y ejercicio
de derechos, proponga y elabore lineamientos para la actuación concreta
frente al tema. Es quizás esta dimensión la que podría poner en jaque la
relevancia de los logros e impactos de la apuesta jurídico-institucional, y tal
vez precisamente por ello es que tenemos tantas dificultades para enfrentarlo
y debatirlo con la profundidad que requiere. No deja de ser llamativo que, a
pesar de ser tan importante este asunto para nuestra región, no contemos con
la misma calidad ni cantidad de producción intelectual, tampoco en términos
de orientaciones estratégicas para la acción política (Vásquez 6-7).
El párrafo ha sido citado en extenso pues condensa una serie de ideas básicas
en torno a la forma cómo se deben de plantear las políticas culturales para
nuestra región. Es por este motivo que no vamos a proponer un listado de
derechos culturales, sino precisamente orientaciones estratégicas para la
acción política, es decir, proponer zonas sobre los cuales es indispensable
incidir y plantear políticas culturales específicamente feministas.
Los cambios en las prácticas culturales son lentos, complejos, difíciles y jamás
deben concebirse como estados a los cuales se llega definitivamente sino, por
lo contrario, estados precarios que deben ser reivindicados y defendidos con
persistencia e insistencia. Por lo tanto, los cambios y avances en las
reivindicaciones de derechos culturales en sí mismos tienen que ir
acompañados de gestos simbólicos que de alguna manera si logren dejar
huella en los actores sociales. Esa ha sido, en los años sesenta y setenta, el
gran aporte simbólico del feminismo en países como Estados Unidos, Francia
o Inglaterra: la quema pública de sostenes, las grandes marchas en apoyo del
aborto, los lemas reivindicativos del cuerpo, las luchas concretas contra la
industria de la belleza.
Los gestos simbólicos asimismo deben de salir del campo de las expertas para
calar en las mujeres comunes y corrientes, por lo tanto, tienen que ir mucho
más allá de las reivindicaciones en torno a cambios de políticas culturales
estatales y centrarse en los medios de comunicación que son las principales
fuentes de información de las mujeres en torno a sus derechos . No se trataría
sólo de organizar y crear medios de comunicación (televisión, radio, prensa y
revistas, páginas web) que tengan una postura feminista, sino sobre todo de
incidir en aquellos medios de comunicación que puedan abrirse a otras
posiciones y difundir representaciones, imágenes y construcciones de la mujer
más justas y equitativas. Este es un trabajo muy difícil en tanto que en
América Latina la publicidad, la principal fuente de representaciones
femeninas y de consolidación de estereotipos, tiene un sesgo marcadamente
sexista (basta ver la publicidad de cerveza, de autos o artículos para varones
en cualquiera de nuestros países ); y por supuesto también seguirá siendo
difícil mientras sigan existiendo programas de televisión como el de Laura
Bozzo (ver anexo 1).
Las novelas, los testimonios, la televisión y el cine, cada uno con un énfasis
especial en diferentes momentos históricos, han organizado a su vez los
tipos, estereotipos y mitos sobre lo masculino y lo femenino en una
sociedad. Así como lo han difundido canciones (rancheras, valses, boleros),
libros, películas y sobre todo, comportamientos de la vida diaria, el
machismo consiste en considerar a la mujer como objeto de posesión del
varón y, al mismo tiempo, sentir que su peligrosidad reside en la dificultad
de su control sexual y de su permisiva abyección. El cine mexicano de los
cincuenta, sobre todo, el cine del Indio Fernández que construye
estereotipos tan fuertes como el que representa María Félix, la Doña, en la
película Doña Bárbara basada en la novela de Rómulo Gallegos, se han
encargado de reforzar el machismo ya no sólo desde el comportamiento
violento e irresponsable de los varones, sino sobre todo en el
comportamiento resentido y mandón de sus personajes femeninos.
Ser víctima es dejar de ser sujeto, por lo tanto, permitir que los demás el
padre, los policías, la Iglesia, el Estado resuelvan en lugar de una misma y de
esta manera seguir reforzando la cultura pública del tutelaje. Asumir una
verdadera cultura de las mujeres es dejar de lado esta percepción de la
mujer como un ser que debe poseer un tutor pues no es capaz de aceptar la
conducción de su propia vida.
Reorganización de la memoria histórica e inclusión de las mujeres.
El movimiento feminista debería incidir en las políticas culturales de los
Estados de la misma manera como ha logrado hacerlo en torno a las
políticas de salud pública o de prevención de la violencia. Una de las formas
de hacerlo es, precisamente, sacando el tema de lo cultural del nicho donde
suelen arrinconarlo los Estados y planteándolo como un asunto
indispensable para llegar a la equidad de género. Esto significa proponer
una serie de medidas que abarcarían desde políticas comunicacionales
(medios masivos) hasta garantías de no exclusión dentro del campo del uso
de las tecnologías.
Propongo que las mujeres de las minorías valoren las prácticas feministas en
función de lo que ellas implican como una forma de apoyar la calidad de sus
vidas diarias. Esta valoración define las consecuencias de la praxis feminista
en función del empoderamiento; esto es, en términos de cambios
fundamentales y permanentes que aseguren la equitativa distribución del
poder y de los privilegios en un nuevo orden social (Radford-Hill 160)
[traducción mía].
Acceso a todas las formas de placer, sobre todo, al placer del cuerpo.
En una cultura de supervivencia, como es el caso de las culturas
latinoamericanas arrinconadas por el devastador proyecto neoliberal, el
tema del placer está concebido como una estancia de segundo o tercer
orden, como si el placer fuera una posibilidad sólo permitida a aquellos que
han solucionado primeros sus necesidades básicas, como si la satisfacción
de los deseos más íntimos fuese en realidad sólo una banalidad psicológica
frente a las necesidades primarias urgentes.
Si bien algunos científicos consideran que la belleza del ser humano es sólo
la puesta en escena de ciertos atributos físicos que significan rasgos de una
alta fertilidad, la cultura patriarcal de la mayoría de sociedades ha
organizado el tema de la belleza corporal como una necesidad en la mujer
(puesto que el hombre es como el oso/ mientras más feo más hermoso)
para entrar al mercado de las relaciones maritales. El tema de la belleza es
complejo y a diferencia de lo que se podría pensar en la sociedad occidental
y moderna, es decir, de que la belleza produce un placer narcisista en las
mujeres en realidad causa stress, ansiedad y angustia.
Pero al mismo tiempo que se exige una belleza y lozanía, se exige un control
total de las expresiones de sexualidad de la mujer. El discurso sobre la
prohibición de las distintas expresiones de sexualidad femenina pasa, por
supuesto, por una concepción autoritaria y violenta en torno al control del
cuerpo femenino porque tanto la belleza como el placer se localizan en el
cuerpo de la mujer.
En la medida que las mujeres no son sólo cuerpos objetivados, sino que son
sujetos con cuerpos objetivados y a pesar de que tradicionalmente se ha
sostenido que para la mujer el cuerpo constituye sólo el locus de la opresión
en tanto que para el hombre constituye el locus de la construcción del
poder pues hombres y mujeres introyectan de tal manera la ley social que la
hacen parte de su cuerpo pero de forma diferente (el poder incarnado),
considero que es a partir de la toma de conciencia y gestión del propio
cuerpo que se puede revertir esta formación social imaginaria y proponer
que el cuerpo se convierta en el locus de la expresión, es decir, planteamos
que desde el cuerpo la mujer encuentra una forma de empoderamiento: en
la medida que las mujeres han tomado conciencia de la comprensión de la
propia condición de la mujer en términos sociales y políticos revisando,
revalorando y reconceptualizando esa condición en relación con la
interpretación que otras mujeres hacen de sus posiciones sociosexuales
producen un modo de aprehensión de la realidad. Se trata de recuperar
desde el cuerpo el poder de la palabra dejando atrás la autocensura, la
inhibición frente a la fuerza de lo establecido, las estrategias del silencio
totalizador.
Conclusiones.
6. Uno de los conflictos, con mucha vigencia para delimitar los derechos
culturales desde las esferas internacionales, es el que se da entre alta
cultura, cultura popular y cultura de masas. Aún se sigue considerando a la
alta cultura como el modelo de acepción de lo cultural en general, y aún en
textos específicamente feministas, las alusiones a lo cultural en realidad
están referidas a los productos artísticos de la alta cultura occidental. Esta
consideración no permite objetivar la exclusión, discriminación y perjuicio
de los mandatos culturales.
10. Para este trabajo hemos asumido el eje de la heterogeneidad, esto es,
hemos considerado que las diferencias culturales surgidas del choque
entre las culturas indígenas y la occidental han producido una
transculturación fallida, no teleológica y no necesariamente dialéctica.
11. Asimismo asumimos para este trabajo una crítica radical al eje centro-
periferia como forma de agrupación dentro de la globalización de las
diferencias económicas y culturales. América Latina no puede seguir
considerándose como periferia de Estados Unidos y Europa en tanto que el
esquema desarrollista es sólo una prolongación del esquema colonizador
del progreso que continua imaginando a las poblaciones como salvajes,
bárbaras y civilizadas dentro de una concepción excluyente de la cultura.
12. Lo cultural, dentro de los esquemas propuestos por Naciones Unidas y sus
organismos, mantiene este eje excluyente en el sentido que utilizan el
término sólo como un elemento para construir a un otro que se encuentra
fuera de los derechos universales.
13. Dentro de esta concepción del otro (como subalterno, periférico, bárbaro)
es que se organiza lo cultura para plantear una diferencia esencial y, de
esta manera, poder aplicar de manera adecuada los principios universales.
Esta es una forma sesgada y absolutamente conflictiva de percibir lo
cultural.
15. Pensar que los derechos culturales son formas posibles de validar la
singularidad de una cultura diferente es asumir que existe sólo un modelo
universal válido y que este modelo considera a la mujer como otra variable
de excepción.
18. La cultura de las mujeres debe considerarse el marco para exigir una
legislación sexuada y reivindicar un status civil propio a la condición de la
mujer.
Anexo 1.
® Las prácticas sociales desde el imaginario simbólico o ¿cómo se utiliza el
feminismo para inventar a un telepobre?.
El tipo de discurso que utiliza Laura Bozzo en sus reality shows configura una
autoridad para opinar feministamente sobre los derechos de las mujeres pero
siempre por encima de la propia capacidad de las mujeres que asisten como
protagonistas de estos espectáculos para hablar por sí mismas. Desgraciadamente
esta figura, es decir, la de una mujer autorizada para hablar por las demás puesto
que tiene el lenguaje feminista y jurídico ha sido también utilizado por algunas
mujeres dedicadas a la política y ciertamente por algunas feministas funcionarias
de Estados o asesoras de organismos internacionales para hablar por la
subalterna reforzando la cultura de la subalternidad y haciendo precisamente lo
que Gayatri Spivak califica como absolutamente negativo, es decir, reforzando la
subalternidad como forma identitaria para poder plantear la posibilidad de
expresión del subalterno sólo a través de otras voces y representaciones .
Eso fue lo que sucedió durante la emisión del sábado 27 de noviembre de 1999
del programa Laura en América a través de la cadena nacional peruana América
Televisión. El programa ese sábado se tituló Haría cualquier cosa por dinero y
además de lograr altos índices de audiencia y de basurización simbólica, cristalizó
esta idea funcional de la abyección como condición sine qua non de los pobres.
A todas estas personas se les pagó una cantidad de dinero que no sobrepasaba
los 40 dólares. Luego de que todas estas personas realizaron estas acciones, la
conductora le pidió al público un aplauso. Se trató de una representación del
circo de la miseria humana en función de la abyección moral de quienes pueden
hacer cualquier cosa por dinero. No obstante, quienes estuvieron en escena
fueron personas con necesidades económicas apremiantes y las cantidades de
dinero que se dispensaron fueron tan reducidas que sólo personas en una
situación económica desesperada un 30% de la población que se encuentra por
debajo de la línea de pobreza extrema serían capaces de aceptar. Es decir, que la
cuestión ética que en películas hollywoodenses se pone en escena a partir de un
millón de dólares (Una propuesta indecente) y a propósito de situaciones que no
tienen una directa vinculación con elementos que producen asco, en los
programas de televisión locales latinoamericanos se juega por una cantidad
ínfima y por "pruebas" que despiertan de inmediato un rechazo en el televidente
y no una identificación circunstancial.
Por supuesto, el problema no es la cantidad que entra en juego, sino la opción de
juntar miseria y asco, para producir en el espectador rechazo y no identificación
(como en el caso de la película Una propuesta indecente). Se trata sin duda de
una estrategia para organizar el mundo entre "nosotros" (los espectadores) y los
"otros" (quienes entran en el juego), en otras palabras, aquellos que nos producen
asco y nosotros los asqueados. El proceso de basurización provoca una distancia
inmediata con el elemento a ser basurizado: las personas que se presentan en ese
programa, en su gran mayoría de los sectores populares del país, no son seres
humanos como nosotros sino seres que dada su estatura moral deben ser
socorridos, asistidos, protegidos y tutelados.
Toda esta situación, asimismo, no puede leerse fuera de contexto: las instituciones
del país debilitadas, la carrera por las elecciones presidenciales con baches y
sobresaltos, la altísima inversión que realizaban las entidades del Estado en
publicidad durante el momento final del gobierno de Alberto Fujimori, en medio
de una corrupción sin precedentes y caos moral y ético en todos los niveles de la
población. Esta situación nacional respondía en parte a la presión de los
organismos internacionales que exigían medidas económicas que acrecentaban la
recesión debido a la exigencia de cumplir pormenorizadamente con el servicio de
la deuda y con mantener una caja fiscal saneada, paliando mínimamente los
efectos de la crisis a través de la asistencia de programas de alimentación del BID
o del Banco Mundial.
Obras citadas.
Elejabeitia, Carmen de. Quizás hay que ser mujer. Madrid, Zero-ZYX, 1980.
http://rehue.csociales.uchile.cl/publicaciones/moebio/07/
frames08.htm Revisado el 7 de Febrero del 2003.
Landry, Donna and MacLean, Gerald. The Spivak Reader. New York and
London: Routledge, 1996.
Rama, Angel. La ciudad letrada. Hanover, N.H.: Ediciones del Norte, 1984.
------------------ La novela en América Latina.
Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo. Buenos Aires, Colección de
Clásicos Argentinos de Editorial Estrada, s/f.
Spivak, Gayatri Chacravorty. "Can the Subaltern Speak?". Nelson, Cary and
Grossberg, Larry. Marxism and the interpretation of Culture. Chicago: Uni of
Illinois Press, 1988.271-313.