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La gran devoción que tenía a la Virgen le movía a realizar actos concretos de caridad.

Un día notó que había un compañero de clase que solía venir vestido al colegio con
ropas viejas y rotas. Convenció en secreto a sus otros compañeros de clase para hacer
una colecta. Con el dinero recolectado fue donde un sastre y le hicieron nuevas ropas
para su amigo.
A pie y limosna logró llegar a Roma en una peregrinación. En cada pueblo que llegaba,
lograba que este se convirtiese en nombre de Dios y por interseción de la Virgen. Al
llegar a la Basílica de San Pedro, el Papa Clemente XI lo recibió, ya había escuchado de
su fama de excelente predicador, y por eso lo nombró “Misionero Apostólico”. Con esto
tenía permiso de hacer apostolado en todos lados.
Antes de ir a regiones peligrosas o a sitios donde mucho se pecaba, rezaba con fervor a
la Santísima Virgen, y adelante que "donde la Madre de Dios llega, no hay diablo que se
resista". Las personas que habían sido víctimas de la perdición se quedaban admiradas
de la manera tan franca como les hablaba este hombre de Dios. Y la Virgen María se
encargaba de conseguir la eficacia para sus predicaciones.

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