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España

Fernando Savater:
«Estoy convencido de
que veremos a Otegi
de lendakari»
El escritor habla con David Mejía sobre su
infancia, sus aficiones y su compromiso
con la educación y con la defensa de las
libertades

Fernando Savater. | Carmen Suárez

David Mejía
Publicado: 08/05/2022 • 03:30
@davidmejiaNY
Actualizado: 08/05/2022 • 07:54

P
REGUNTA. Empecemos por el
principio. La infancia ha jugado
un papel importante no sólo en tu
vida sino en tu obra. ¿Sigues pensando
habitualmente en tu infancia?

RESPUESTA. La infancia recuperada


empezaba con una frase de Maurice
Merleau-Ponty que decía: «nunca me
repondré de mi incomparable infancia», y
nunca me he repuesto, soy un lisiado
perpetuo. La infancia te puede traumatizar
por dos cosas, porque sea muy mala o
porque sea muy buena… saber que tienes el
paraíso a la espalda y no delante es fatal. Te
quita mucha ilusión en la vida.

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P. Para ti es un paraíso, entre otras cosas,


porque es donde cultivas lo que hoy siguen
siendo tus placeres: la lectura y las carreras
de caballos.

R. Sin duda. Yo creo que salvo el whisky, los


habanos y alguna otra perversión, todas las
cosas que me gustan ya me gustaban a los
doce años.

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P. Incluido San Sebastián.

R. Sí, San Sebastián es un poco la


Disneylandia espiritual en la que he vivido
toda la vida. Pero, fíjate, la medalla de
Madrid me ha hecho reflexionar. Yo siempre
he tenido una relación más bien hosca con
Madrid, porque perder Sebastián me parecía
una desgracia incomparable. Mi llegada a
Madrid coincidió, además, con el final de la
infancia, la muerte de mis seres queridos,
mis abuelos, mis padres… y la entrada en la
vida adulta, que a mí nunca me ha
terminado de convencer. Por eso siempre he
tenido una relación relativamente mala con
Madrid, y he escrito cosas críticas… Y sin
embargo, Madrid se ha portado conmigo
extraordinariamente bien. Me he pasado la
vida haciendo elogios de San Sebastián y
contando todas sus glorias, y lo único que
puedo agradecer es que no me hayan
matado (ríe). Vamos, no creo que me vayan
a nombrar hijo predilecto nunca. Al final, es
verdad que Madrid es una ciudad generosa
y acogedora, y otras, en cambio, son
bellísimas, pero ponen tantas condiciones
que no sé si merece la pena.

P. Dentro de ese universo de la infancia está


el hogar y está la familia, principalmente
tus padres.

R. Yo he sido siempre muy familiar. Yo he


tenido amigos y tal, pero nunca
comparables con lo que era el vínculo
familiar. Nosotros éramos de padres, de
abuelos, de hermanos, de todo el clan, muy
sicilianos. Y mi madre es la huella más clara
de mi vida, porque me contaba historias, me
compraba los libros de aventuras, cuando se
me caía un diente, el ratón siempre me traía
una cosa de Chesterton o de Salgari… Y mi
padre, que estaba siempre trabajando, me
recitaba poesías -le gustaba mucho la
poesía, sobre todo la modernista- y me
llevaba a las carreras de caballos. Esto me ha
ahorrado muchísimo dinero en
psicoanalistas, porque yo sé muy bien que
las dos pasiones de mi vida -los libros y los
caballos- vienen de papá y de mamá (rie).

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P. Y más allá de los placeres que te


transmitieron tus padres, ¿cómo los
recuerdas como educadores? ¿En qué
reconoces que tenían razón y en qué dirías
que se equivocaron?

R. Bueno, la educadora realmente fue mi


madre, y mi educación fue, por supuesto,
católica, de derechas, pero muy liberal. Lo
que les preocupaba era que me pegaran un
porrazo o un tiro, pero no mis ideas. Yo solía
volver bastante maltrecho a casa y mientras
mi madre me curaba las heridas, yo le
contaba exaltado mis ideas y ella me decía
«sí, todo eso me parece bien, ¿pero por qué
siempre tú, hijo?». Luego, a lo largo de la
vida, me he preguntado lo mismo: por qué
siempre termino yo en primera línea. En
general tenía más razón que yo en casi todo.
Además, ellos vivieron la Guerra y eso me ha
protegido contra el maniqueísmo barato.

P. Es interesante que hables con ese cariño


de la familia, como clan siciliano, porque tú
no has reproducido ese modelo.

R. No he sabido, ahí he fracasado


completamente. Para mí, la familia es la mía
del pasado. Yo no he sabido reconstruirla:
no he sido buen padre, he sido un marido
bastante volátil… me hubiera gustado, pero
he fracasado.

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«Los niños felices


crecen cuidados por
padres que están
constantemente
reprimiéndose»

P. Bueno, tenías otro espíritu.

R. Si tú le quieres llamar espíritu, eres muy


generoso (ríe). Yo he sido un golfo. Los
niños felices crecen cuidados por padres
que están constantemente reprimiéndose y
frustrándose. Si los padres viven una vida
completamente libre y dichosa, los hijos se
fastidian. Y si los hijos viven una vida tan
feliz como la que yo viví, es porque que mis
padres estaban más dedicados a nosotros
que a sí mismos.

P. Sin embargo, has educado a varias


generaciones.

R. Siempre he tenido una buena capacidad


pedagógica por una razón muy sencilla: no
soy muy sabio. Soy muy ignorante y
entiendo muy bien la ignorancia de los
demás. He tenido compañeros de la Facultad
que eran mucho más sabios pero peores
profesores, porque los sabios no entienden
que los demás no sepan. En ese sentido, he
escrito cosas de utilidad; no son obras
inmortales, pero son útiles desde el punto
de vista pedagógico.

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P. ¿Fue casualidad que encontraras ese


espacio como intelectual público que
piensa en la educación?

R. No, casi todos esos libros los he hecho por


encargo. Por ejemplo, Ética para Amador lo
escribí porque tenía una amiga que daba
clases en un instituto en Barcelona y me
invitaba a sus clases: veía cómo charlaba
con los chicos, se reían… Y entonces me dijo
que por qué no escribía algo, porque en Ética
no había textos. Luego, a partir del éxito que
tuvo, desde el Sindicato de Maestros
Mexicanos, me encargaron un libro sobre
educación para regalar en su Centenario, y
entonces escribí El valor de educar. Digamos
que mi vocación pedagógica se descubrió
porque los demás me dijeron que lo hacía
bien.

«Toda educación tiene


una dimensión de
coacción»

P. Has firmado recientemente un


manifiesto contra la Ley de Educación.
¿Llevas la cuenta de los manifiestos que has
firmado?

R. No, no, (ríe). Yo soy de la generación que


pensaba que había que firmar muchos
manifiestos. Un intelectual tiene una
función pública, debe ser útil. Y el tema de la
educación es el que me parece más notable,
más digno de interés y en el cual las
personas que llevan -o hemos llevado-
muchos años dando clase deberían ser
escuchadas. Por ejemplo, no conozco a
nadie que esté dando clase a quien le
parezcan bien las últimas genialidades del
Ministerio de Educación.

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P. ¿La escuela tiene que transmitir


conocimientos o enseñar aptitudes?

R. La educación tiene dos aspectos: la


domesticación y el aprendizaje. La
socialización primaria es mejor hacerla en
familia, pero los conocimientos hay que
transmitirlos. Evidentemente, toda
educación tiene una dimensión de
coacción, quien lo niegue es que no ha
educado nunca a nadie, y esa coacción está
basada en la transmisión de conocimientos.
La idea de que hay que aprender a aprender
a aprender a aprender… ¿aprender qué?,
porque algo habrá que aprender. Las
capacidades son una forma de
ordenamiento, no de saberes. Hay muchas
formas distintas de ordenar una
habitación, pero no se puede ordenar una
habitación vacía. La transmisión sigue
siendo importante; la geografía pasa por
saber que París es la capital de Francia. Y eso
no es un capricho, no es algo voluntario, ni
un rasgo de genio, es un hecho objetivo y
hay que transmitirlo.

P. ¿Falta insistencia sobre el aspecto más


hedonista de la cultura?

R. Sí, claro, pero no se puede caer en el error


de decirles a los chicos que uno puede
educarse sin esfuerzo; la educación es
aprender los esfuerzos que hay que hacer, y
luego esos esfuerzos se recompensan de
modo placentero, pero aprender a leer no es
tan divertido como leer a Stevenson.

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P. ¿Pero crees que sería una buena idea que


a un niño de once o doce años se le diera
libertad para elegir lo que quiere leer? Es
decir, en lugar de obligarle a leer a Juan
Ramón o a Cervantes, dejar que se
enganche a Harry Potter o al Señor de los
anillos.

R. Yo recuerdo que a mi hijo Amador,


cuando tenia doce o trece años, le dieron en
el colegio Crimen y castigo de Dostoyevski.
Lo miraba y me preguntaba «¿pero esto es
bueno?». Claro, es muy bueno, pero no es
bueno a los trece años. Es el problema de esa
gente que dice que leía a Proust a los siete
años; son unos hipócritas o unos tarados. A
los siete años hay que leer a Julio Verne, a
Harry Potter… No hace falta que te diga que
yo he escrito incluso elogios de ese tipo de
literatura, porque es la que me gustaba y la
que me gusta, o sea, la que sigo leyendo con
placer. Y Harry Potter ha sido decisivo en el
descubrimiento de la vocación lectora de
muchos niños. De ahí que, cuando salía la
última entrega, había delante de la librería
una cola que daba la vuelta al edificio. Ese es
el mejor elogio de la lectura.

P. ¿Qué autores te gustaría reivindicar? En


otras palabras, ¿qué autores dirías que
están infravalorados?

R. ¡Uf! A mí me gustan mucho los autores


secundarios. Por ejemplo, la escritora que
más me gusta en España es Pilar Pedraza. Es
una autora de género fantástico, que nunca
aparece entre las recomendaciones, y es
muy original, muy divertida y mejor que las
más habituales, con excepción de Sara
Mesa.

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P. ¿Y qué autor o autora consideras que está


sobrevalorado?. Por ejemplo, últimamente
oigo -te advierto que esto te va a molestar-
que Borges está sobrevalorado.

R. Borges no me parece sobrevalorado. En


cambio, no sé, hay autores, sobre todo los
autores de obras colosales… Mira,
precisamente Borges hablaba de Orson
Welles y decía que era un genio «en el
sentido más intimidatorio del término».
Bueno, a mí los genios, en el sentido
intimidatorio, normalmente no me gustan.
Y bueno, con todos mis respetos, Galdós me
aburre mortalmente. He hecho esfuerzos,
algunas cosas me gustan un poco, pero en
general…

P. ¿Ni siquiera Los episodios nacionales, que


tienen ese componente más aventurero?

R. Algún episodio, pero siempre me da la


impresión de que estoy leyendo cosas de
relleno. Siempre pienso, ¡pero cuando llega
lo que quería contar!

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P. Escribes en prensa desde hace mucho


tiempo, ¿qué lección le darías a todo
columnista?

R. Lo primero, hay que recordar que nadie


lee artículos por obligación. El gran
descubrimiento que hacen autores como
Voltaire es que hay que seducir al lector. El
profesor apático puede ser aburrido, y
normalmente lo es, porque los alumnos
tienen obligación de escucharle si quieren
aprobar el curso. Pero el lector de artículos
no tiene esa obligación. Eso lo descubrieron
los autores del XVIII porque escribían para
señoras, y las señoras no tenían por qué
aguantar a un tipo que las aburriera. Es
decir, yo creo que al escribir una columna
hay que recordar que, aunque nosotros
creamos que estamos revelando misterios
enormes, nadie tiene la obligación de
España Economía Opinión
leernos. Y si empiezas a aburrir en la
primera
Política línea, no te va a leer nadie.
Macroeconomía La
Firmas

utilización,
Tribunales por ejemplo,
Banca del humor,
Álvaro como
Nieto
MadridVoltaire, esTelecos
hace evidentementeFélix
unadetécnica
Azúa
Cataluña Energía David Mejía
astuta, sibilina, para ser leído. Creo que el
Andalucía Transporte Lupe Sánchez
columnista tiene que ser un poco clásico,
tiene que saber atraer al lector y que el
Secciones Lifestyle Otros
lector permanezca fiel. A veces tendremos
una cosa estupenda
Sociedad que comunicarle
Gastronomía Vídeos y otras
veces
Cultura se nos ocurrirá
Moda algo más bien liviano.
Podcasts

Pero si lo contamos
Deportes bien, nos aseguramos
Belleza Últimas Noticiasal
Internacional
lector Sexualidad
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