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Dos clásicos: la mentira y el abuso

Enrique Fernández García

Los materiales de la política son los acontecimientos históricos, las opiniones que se
han emitido acerca de ellos y las aspiraciones ideales acerca de lo que debería ser.
Leslie Lipson

En ocasiones, la intensidad con que se viven los acontecimientos del presente


puede confundirnos. Esto se vuelve más probable cuando no sólo contemplamos,
sino también intervenimos en su desenvolvimiento. Esa relación directa con cada
suceso, indiscutiblemente, puede conducirnos a concluir que nos encontramos en
una situación incomparable. Nada de lo que ocurrió antes serviría para entenderlo.
Estaríamos, pues, solos en la problemática que el ejercicio del poder nos impone.
Pasa que, claro está, me refiero a la política. Esta obra humana, tal como lo enseña
Oakeshott, puede convertirse en un tormento cuando tiene pésimos practicantes.
No somos los primeros en padecer su perversión, peor todavía si consideramos
temas que nunca dejaron de acompañar a la humanidad. Es cierto que hay aspectos
positivos; sin embargo, esos nubarrones no se desvanecen del todo.
El poder tiene lazos con la falsedad desde tiempos remotos. Si bien Marco
Aurelio, filósofo y emperador, hablaba sobre cómo, gracias al político Claudio
Máximo, aprendió a estar lejos de la mentira, su caso debe ser considerado
excepcional. Desde su Edad Antigua hasta el presente, quienes se ocupan de
gobernar tienen otras creencias. En mayor o menor grado, su relación con la verdad
no es ejemplar, manifestándose de diferentes modos. Los demagogos, por ejemplo,
recurren a la falsedad, elogiando al electorado, fomentando ilusiones sobre
cambios que jamás llegarán; empero, siguen formando parte de nuestra realidad.
Además, la intención de manipular al ciudadano, tergiversando hechos y
construyendo mitos que justifiquen su mando perpetuo, con seguridad, no ha
desaparecido.
La utilización del poder al margen de lo permitido por las leyes es otro clásico.
No es casual que la tiranía haya sido criticada desde hace más de 2.000 años,
generando reflexiones varias. Si bien existen sociedades en donde sus gobernantes
se decantan por respetar los límites que le fueron fijados, tenemos otras,
infortunadamente significativas, capaces de mostrar un panorama antitético. Sus
autoridades no creen que sea indispensable respetar derechos y garantías de los
ciudadanos. Porque, si cabe resaltar el valor de las restricciones que se colocan a
esos funcionarios, las libertades civiles y políticas deben juzgarse fundamentales
para su correcta ponderación. Así, con claridad, cada vez que un burócrata impone
su voluntad por encima del orden jurídico, aunque sea una transgresión menor, es
un agravio para todos. Lo malo es que, debido a su frecuencia, estos abusos pueden
llegar al extremo de no despertar ninguna indignación.
Por suerte, también a lo largo de la historia, existe algo que nunca falta:
individuos dispuestos a defender la verdad y su libertad. En efecto, desde la
rebelión de los esclavos que fue protagonizada por Espartaco hasta las luchas
contra regímenes autoritarios del siglo XXI, esas valiosas personas han irrumpido.
Ellos se han opuesto al imperio de la impostura, los engaños, las simulaciones que
intentan favorecer al régimen, uno que necesita del fraude para sostener su ruin
mandato. La mentira está en su esencia, por lo que cabe el permanente
cuestionamiento. Por otro lado, el rechazo al sometimiento que demanda una
obediencia irrestricta, con lo cual quedaríamos reducidos a súbditos o aun simples
cosas, ha alimentado meritorias resistencias. Ser libres ha sido la divisa de marcada
preferencia. Los hombres que se inscriben en esta última tradición son quienes
posibilitan la llegada de días mejores.

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