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Marina consideraba que era un mujer dichosa por tener el marido perfecto.
Mateo, su esposo, un italiano alto, rubio y fornido, había aparecido en su vida
casi como una casualidad, se casaron después de a penas seis meses de haber
sido presentados, y Marina no cabía en la alegría de estar con un hombre que
no tuviera todas las idiosincrasias del mexicano, no era panzón, ni vicioso, ni
sucio, ni flojo. Contrario al mexicano promedio, Mateo se levantaba muy
temprano, hacia su cama con pulcritud, se fajaba sus camisas con cuidado, y
colocaba un par de plumas en la solapa, como un personaje salido de los 50’s.
Siempre olía a jabón, y cuando Marina se despertaba, Mateo ya tenía hecho el
desayuno; era para decirlo en pocas palabras, un ser completamente
autosuficiente.
Marina al inicio, preocupada por este delicado tema, había mantenido a raya a
esos amigos suyos que siempre actuaron como pretendientes con ella, pero con
el paso del tiempo, se dio cuenta que esto no era necesario, que sus amigos
podían llenarla de abrazos y de besos, sin inmutar la sonrisa perfecta de Mateo,
que siempre parecía más interesado por tomar fotografías de las folclóricas
calles de la ciudad de México, que en, quien intentaba abrazar a su esposa a
sus espaldas.
Marina, era la envidia de sus amigas. Que la elogiaban no sólo por lo guapo que
era su esposo, sino por la enorme casa, tipo europeo que Mateo había
construido para ella, por qué sí, Mateo, además de todo, era infinitamente rico.
¿Y cuál era el precio para tanta felicidad? Sólo uno, la única consigna que había
puesto Mateo desde el día del compromiso, era que nunca entrara en su oficina
de negocios; aquel cuarto grande, con portón de roble tallado, en donde pasaba
todas las tardes de tres a siete, de manera religiosa y puntual.
Cuando el pomo de la puerta, giró en sus manos, a Marina le latía el corazón tan
fuerte como si estuviera allanando la tumba de Tutankhamun. Encendió la luz.
Había una oficina normal, papeles en el escritorio, muchos libros, y una enorme
televisión.
Marina ansiosa hurga en los cajones esperando encontrar algo sucio ¿Mateo era
narco italiano perteneciente a la cosa nostra? ¿Pertenecía a algún grupo que
realizaba cutos satánicos? o acaso ¿era algo personal? ¿fotos de una pobre,
sumisa y olvidada esposa italiana? ¿O acaso de algún hombre fornido en
calzoncillos? ¡claro! Eso debía ser, Mateo es bisexual, pensaba Marina,
mientras revolvía con desesperación entre los aburridos papeles de negocios
inmobiliarios.
Con el papel del envoltorio echo pedazos, Marina contempla debajo una sola
hoja, con la inconfundible caligrafía de Mateo, que reza “Sin confianza, no puede
existir el amor”.