Está en la página 1de 70

Adicto

Matt Winter



El contenido de esta obra es de ficción. Cualquier semejanza con personas vivas o muertas, hechos o
lugares reales, es una coincidencia.

ADVERTENCIA: este libro contiene situaciones y lenguaje adulto, además de escenas sexualmente
explícitas, que podrían ser consideradas ofensivas para algunos lectores. La venta de este libro es
solo para adultos. Por favor, asegúrese de que este libro está archivado en un lugar al que no puedan
acceder lectores menores de edad.

© Matt Winter 2016. Todos los derechos reservados.

No está permitida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, su publicación ni su
transmisión de ninguna forma o medio, ya sea electrónico, mecánico, fotocopiado, u otro medio, sin
permiso escrito del autor.

Contacta con el autor en mattwinteradicto@gmail.com
Puedes saber más sobre Matt Winter en su sitio web:
http://mattwinteradicto.wixsite.com/mattwinter
Tabla de contenidos

Tabla de contenidos
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
EPILOGO


I


―No seas desagradable, Matt. Ya verás cómo te gustan ―me riñó Pam mientras me arrastraba de
la mano hacia el vestíbulo del hotel.
Yo intenté contestar, pero la mejor amiga de mi novia y su marido ya estaban allí. Justo al otro lado
de la sala, esperándonos sonrientes.
Aquellas eran las primeras vacaciones que tomábamos Pam y yo. Llevábamos seis meses saliendo
y cuatro viviendo juntos. Yo había planificado esos cuatro días con el mayor cuidado: una pequeña
cabaña junto a un lago, pescando, nadando y haciéndole el amor a mi preciosa chica tantas veces como
mi polla tardara en recuperarse. Sin embargo, a última hora, Pam había recibido la llamada de Eve, su
amiga de la universidad, y todos mis planes se fueron al garete.
¿Cómo voy a decirle que no a Eve? Me había dicho. Llevaban dos años sin verse. Desde que su
mejor amiga se había ido a vivir a Europa. Y precisamente ese fin de semana se celebraba la reunión de
antiguas alumnas de la Universidad Leonard M. Miller de Medicina. ¿Cómo no vamos a ir a Miami
cuando Eve ha entrado a formar parte de la organización del congreso a última hora? Así que hable
con el propietario de la cabaña, le dije que ya iríamos en otra ocasión, y compré los billetes de avión
para Florida. Me quedaban por delante cuatro días de hotel mientras mi chica acudía a eventos, comidas
y ponencias. No era mi ideal de vacaciones pero… ¿cómo no iba a hacerlo por ella?
Al fin avanzamos por el vestíbulo.
Desde lejos examiné a la pareja sonriente que nos esperaba. A ella la había visto en fotos. A él era
la primera vez que lo veía ya que apenas llevaban nueve meses casados. Eve era delgada, morena,
bonita, y con aquellos ademanes que denotan una buena educación. De su marido solo sabía que se
llamaba David, que era fisioterapeuta deportivo y que ganaba una pasta. Me lo había imaginado de otra
manera. No sé. Más pijo. Verlo allí, en bermudas, chanclas y camiseta, me gustó. Había esperado a un
tipo estirado y repeinado. Pero no era nada de eso. Tenía el cabello rubio un tanto crecido, desordenado.
Y sus ojos verdes mostraban una expresión curiosa mientras nos acercábamos. Era de mi misma estatura
y edad, y parecía tan en forma como yo.
Al principio me extrañó que estuviera más pendiente de mí que de Pam, pero comprendí que yo
sería su compañero de fin de semana mientras su mujer y mi novia acudían a todas las sesiones del club
de antiguas alumnas.
Mientras Pam se fundía en un abrazo con su amiga, yo le tendí la mano a su marido.
―Matt ―saludé, intentando parecer civilizado―. Tú debes ser David.
―El mismo. Ya veo que te han hablado de mí. Espero que mal.
―Pam me tiene al tanto. Y te aseguro que me ha hablado muy bien. Dice que eres una especia de
mago con las manos.
―Es una buena forma de definirlo, pero me temo que exagera.
―Siempre estoy lesionado, entre el trabajo y el gimnasio, espero poder ahorrar para ponerme en
tus manos.
―Para ti será gratis, pero… ―entornó los ojos con curiosidad―. Por tu acento no eres de
Washington, y mucho menos de Seattle.
Pam y yo vivíamos en un pueblo a cincuenta millas de la ciudad, donde ella pasaba consulta y yo
trabajaba en la construcción.
―Soy de Texas.
―¡No me jodas! ¿Eres de los Longhorns?
―Por supuesto. ¿Y tú?
―Trabajé para ellos hace un par de años. Necesitaban un fisio deportivo y yo estaba buscando un
club con el que trabajar. Fueron los mejores años de mi vida.
En casa de mis padres cualquier tema que tuviera que ver con los Longhorns era prácticamente
sagrado.
―¡Vaya! Eso es genial. Cuando lo cuente no se lo van a creer.
Él le quitó importancia con un movimiento de la mano.
―Tú te dedicas al negocio inmobiliario, según me dijo Eve.
―Eso es mucho decir. Soy carpintero. Como ves, nada comparado con lo tuyo ―noté que me
ruborizaba.
―¿Es tu primera vez en Miami?
―Sí. ¿Y la tuya?
―Florida es mi segunda casa ―sonrió de nuevo y me guiñó un ojo ―. Así que mientras las chicas
se van por ahí tú y yo podemos dedicarnos a nuestras cosas.
Reconozco que me cayó bien a la primera. Había esperado a un pelmazo con el que no sabría de
qué hablar, y sin embargo David parecía ser bastante majo, incluso divertido.
Al fin Pam y Eve dejaron su abrazo con ojos acuosos, y mi novia me presentó a su amiga. Era
simpática y extrovertida, tal y como lucía en las fotos.
Eve se había encargado de todo desde Londres, donde vivía el matrimonio. Cenaríamos los cuatro
juntos, aunque temprano, y después ellas se marcharían a la recepción de su antigua hermandad. El
programa nos excluía a David y a mí de casi todos los actos, quitando la barbacoa del domingo y la fiesta
de clausura. Antes de conocer a David, había pensado estar el tiempo imprescindible con el marido de
Eve, y escabullirme a la primera ocasión para disfrutar de la ciudad. Sin embargo aquel tipo parecía
majo, por lo que decidí darle una oportunidad.
―He reservado en La bonne vie para la cena ―anunció Eve, como si todos supiéramos qué
diablos era aquello―. ¿Vamos?
―¿Matt? ―peguntó su esposo.
Y los dos caminamos, uno junto al otro, tras nuestras chicas que, dadas de la mano, ya se habían
olvidado de nosotros.
II


―Háblame de ti. Porque según Eve eres el hombre perfecto ―me preguntó David tras darle un
nuevo trago a su copa.
¿Cuántas nos habíamos tomado? Era incapaz de recordarlo, pero debían de ser muchas. La cena
había sido fantástica. Era mi primera vez en un restaurante francés pero creo que di el tipo. Situaciones
como aquella me generaban bastante inseguridad: no sabía leer la carta, no sabía qué pedir, y era incapaz
de detectar si lo que estaba comiendo era pollo o ternera. Todo mi universo se reducía a la
Hamburguesería de Joe y a la Casa de las Empanadas Crujientes de Northwoods. Yo era un simple
trabajador de la construcción, mientras que Pam y sus amigos… bueno, ellos eran chicos de ciudad, bien
acomodados, que tenían el lenguaje común de la gente de mundo. Mientras ellos hablaban de su última
vez en Sídney o en Qatar, mi experiencia viajera se circunscribía a un pequeño pueblo de Texas y a un
pueblo apenas un poco mayor del estado de Washington, donde Pam trabajaba de doctora.
Sin embargo, con David parecía que aquello no importaba y que en verdad sentía curiosidad por
saber algo de mí.
―Creo que Eve se equivoca ―sonreí y me volví a ruborizar―. Hay poco que contar. Soy el menor
de cuatro hijos y mi madre aún me llama todos los días para preguntarme si he comido. Apenas he
viajado, vivimos de alquiler aunque la mayor parte la poner Pam, he tenido que ahorrar cinco meses para
poder permitirme estas vacaciones, y tuve una corta experiencia como vaquero, que se frustró cuando me
enamoré de la chica que has conocido hoy. Por lo demás… ella se mudó al norte, la seguí, tuve suerte, y
encontré trabajo en algo que me gusta.
―Eso suena jodidamente romántico, tío.
―Mi novia dice que soy tan romántico como una alcachofa.
David soltó una carcajada.
―Has atravesado el país detrás de una chica. Te doy un nueve. Yo apenas alcanzo el tres, te lo
aseguro.
―No te creo.
―Te lo juro. Eve dice que se debe a que cuando quiero algo voy a por ello, y para ser romántico
hay que darle muchas vueltas a una misma cosa.
Ahora fui yo quien soltó la carcajada.
―Sigo sin creerte.
Él se había quedado mirándome fijamente. Hasta entonces no me había dado cuenta de que sus
labios eran tremendamente jugosos. Como si supiera que mis ojos estaban clavados en ellos, se los
lamió, y yo noté cómo mi rostro se encendía de nuevo.
―Seguro que escondes algún secreto interesante, amigo Matt.
Alzó la copa, medio vacía y yo brindé con los resto de la mía.
―No hay nada de eso en mi vida. A veces me gustaría que fuera más excitante, más intensa, pero te
aseguro que soy un tipo bastante normal ―lo miré otra vez a los ojos―. ¿Y tú?
David sonrió de forma misteriosa.
―Me gusta la vida que llevo. Cuando quiero algo voy a por ello, sin importarme las
consecuencias.
―Supongo que eso está bien ―contesté sin saber muy bien de qué hablaba.
Sin habernos puesto de acuerdo, los dos dimos el último trago a nuestros vasos y los soltamos
sonoramente sobre la barra de madera pulida.
―Oye, si seguimos pidiendo copas aquí tendremos que pedir un crédito al banco ―advirtió
David―. En mi habitación tengo un bourbon de Kentucky que te juro te va a gustar. ¿Por qué no subimos,
vemos una peli y nos tomamos unos tragos más? Las chicas tardaran en regresar y fuera hace un calor de
mil demonios.
Me pareció una buena propuesta. Habíamos pagado a medias, y la cena se había llevado un buen
pellizco de mi presupuesto. Si seguíamos así, con el precio de las copas en el bar del hotel, me quedaría
sin un dólar antes de que acabara aquel largo fin de semana.
Un tanto tambaleantes tomamos el ascensor cantando el himno de los Longhorns, y en un momento
estábamos en su suite. Era más grande que la habitación que Pam y yo compartíamos. Estábamos en un
salón bien equipado y muy elegante, al el que se habrían dos puertas.
―La botella está allí ―David señaló el bar―. ¿Por qué no pones un par de copas mientras yo
busco algo que ver? Hay hielo en la cubitera.
Era un bourbon de doce años. No reconocí la marca, pero por el aroma que desprendía mientras lo
vertía en los vasos deduje que era excelente. Cuando me giré para tenderle la copa a David no lo
encontré. Una de las puertas estaba abierta, así que me dirigí hacia allí. Era un dormitorio, y mi nuevo
amigo estaba sentado en la cama, con la espalda apoyada en el respaldo.
―El único problema de esta suite es que la tele está aquí ―me dijo mientras tomaba su bourbon y
señalaba el hueco que había a su lado.
Dudé si sentarme. Era algo raro, muy raro. En mi pueblo dos hombres jamás se acercarían juntos a
una cama, a menos que uno de ellos estuviera enfermo y el otro tuviera que cuidarlo. Me sentí ridículo
con aquellos pensamientos anticuados: éramos dos tíos, uno casado y otro con novia, llevábamos mucho
alcohol encima, y habíamos quedado en ver una película. ¿Cómo podía andarme con ridículos remilgos?
Al final me arrojé a su lado, teniendo cuidado de dejar un espacio libre entre él y yo. David se
había deshecho de las chanclas y pasaba el menú de la pantalla, desechando una película tras otra. Yo no
me atreví a quitarme las deportivas, a pesar de que mis pies me lo pedían.
―O he visto todas las películas o las que están en este videoclub son una puta mierda ―dijo
mientras se apuraba la copa.
―Quizá deberíamos dejarlo. Empieza a dolerme la cabeza.
―No, espera. Esta parece interesante.
No me dio tiempo de ver el título cuando la imagen empezó a proyectarse en la pantalla. Una chica
rubia entraba en una habitación, donde un tipo empezaba a hacerle una entrevista de trabajo. Ni la actriz
ni el argumentos me sonaban de nada y yo estaba tan borracho que sabía que me quedaría dormido a
mitad de película. Sin saber muy bien por qué, la mujer se puso de rodillas y empezó a masajearle el
paquete a aquel tío.
Miré a David. Al parecer lo que estábamos viendo era una película porno. Me recordó a mi
adolescencia, cuando esperaba a que mis padres se acostaran para ver las emisiones del canal de adulto
y pajearme ante la pantalla.
―Un poco de sexo viene bien antes de dormir ―me dijo haciendo una mueca cómica con la cara.
Yo sonreí, un tanto contrariado, y volví la vista al televisor. En aquellos pocos segundos, la mujer
ya le había abierto la portañuela a su compañero de reparto y le estaba chupando la polla. Le daba
grandes lametones para después hacerla desaparecer entre sus labios.
―¡Joder, cómo la mama! ―exclamó David mientras se frotaba el paquete con la palma de la
mamo―. Me pone a cien.
El tipo de la pantalla dijo algo y la mujer se quitó la blusa, dejando al descubierto dos tetas
enormes, con las que empezó a masturbar al sujeto.
En aquel momento me di cuenta de que mi polla empezaba a ponerse dura. Volví a mirar a David
con disimulo, muerto de vergüenza. Se estaba mordiendo el labio inferior mientras se masturbaba
lentamente por encima del pantalón. En ese momento se volvió hacia mí y nuestros ojos se encontraron.
―Me estoy poniendo cafre, tío ―me dijo con voz ronca.
Yo me ruboricé una vez más y no contesté. De nuevo me enfrasqué en la película, notando cómo mi
polla iba ganando tamaño, de manera que la erección ya era evidente a través de la tela. Quería hacerme
una paja, como estaba haciendo él, pero era incapaz de moverme. Hacía ya varios días que no me
acostaba con Pam, y debido al intenso trabajo tampoco me había dado tiempo a cascármela en la ducha,
por lo que me dolían los huevos cargados de semen, que pujaba por salir.
El tipo de la pantalla ya se estaba follando a su compañera sobre el escritorio y yo notaba cómo mi
miembro empezaba a lagrimear. Fue entonces cuando noté la mano de David sobre mi muslo. La miré
como si se tratara de algo extraño, pero era un gesto tan casual que no me atreví a reprobarlo. Giré la
cabeza de soslayo. Él continuaba masajeándose la entrepierna, con lentitud y constancia, mientras su
mano empezó a moverse lentamente por mi muslo
―¡Joder, necesito echar un polvo! ―exclamó, esta vez sin mirarme.
Yo estaba tan excitado que temí que aquellas gotas traviesas de líquido preseminal que la
excitación hacía expulsar a mi nabo me mojaran los pantalones.
Por un momento deseé que la mano de David se posara sobre mi paquete y que me hiciera lo
mismos que él se estaba practicando, pero en cambio la apartó y se puso de pie para bordear la cama
hasta llegar a mi lado.
―Gírate hacia mí ―me ordenó.
Lo miré. Tenía los ojos enfebrecidos por el sexo y el alcohol, y su polla era un gran bulto tras la
bragueta. Tampoco sé por qué le hice caso, sentándome en el borde de la cama, con los pies en el suelo y
las manos apoyadas en la colcha, hacia atrás. Él se puso de rodillas y empezó a trastear con mis
pantalones hasta que consiguió abrirlos, dejando al descubierto mis anticuados slips de algodón blanco.
Acercó la cara hasta allí y aspiró fuerte. Mi aroma pareció satisfacerlo. Yo tragué saliva. Estaba
borracho, sí, pero no tanto como para no saber lo que estaba pasando. Sin embargo lo dejé hacer y miré,
casi hipnotizado, cómo David metía los dedos por el elástico de los slips y dejaba al descubierto mi
polla. Al liberarse de la presión, se irguió, golpeando mi vientre. La piel estaba tirante y enrojecida por
la excitación. David pareció sorprenderse, analizando con curiosidad el vigor de mi nabo, desde tan
cerca que su aliento me quemaba.
―Ya imaginaba que la tendrías grande ―me dijo―, pero es enorme.
Volví a tragar saliva, mientras contemplaba el brillo fascinado en los ojos de mi nuevo amigo.
No sé cuánto tiempo pasó mientras él contemplaba extasiado mi verga. Pero fue tanto que casi
estuve a punto de suplicarle que la tocara. Al fin no tuve que hacerlo, porque, con delicadeza, David pasó
un dedo por la vena hinchada que la recorría longitudinalmente, y mi polla vibró bajo su contacto.
Entonces tiró de mis pantalones con fuerza, hacia abajo, dejándolos enrollados en mis tobillos.
―Joder, Matt, qué rico ―jadeó.
Despacio, como si quisiera deleitarse, se acercó y me chupó los huevos. Uno a uno, metiéndoselos
en la boca, comprobando su consistencia, mordiendo ligeramente la piel del escroto. Mi nabo reaccionó
dejando escapar más gotas de líquido preseminal, que David recogió con un dedo y se llevó a la boca. En
ese momento mi respiración estaba acelerada, y yo lo miraba hacer hipnotizado, sintiendo cómo el
corazón se precipitaba en mi pecho y mi excitación era tal que me dolía la polla. Él pareció darse cuenta,
y la masajeó suavemente. El tacto caliente de su mano casi consigue que explote. Sin embargo supo
pararse en el momento justo, dejarme reposar, para después, sin ningún reparo, metérsela en la boca.
Con Pam y con las muchas chicas con las que me había acostado era distinto. Siempre había
remilgos, cierta repugnancia, y ganas de acabar la mamada cuanto antes. Sin embargo, en los ojos
glotones de David lo que veía era el mismo placer que debían reflejar los míos mientras me la chupaba.
Sus labios eran expertos, su lengua se movía arriba y abajo mientras me la chupaba. El goce era tal que
notaba cómo mi pecho subía y bajaba mientras una oleada recorría mi columna vertebral. Lamia, tragaba,
succionaba, pellizcaba, olfateaba, todo con tanta intensidad que tuve que contener la respiración para no
correrme.
En un momento dado se la metió tan hondo en la boca que temí que se ahogara, pues era cierto que
el tamaño de mi polla estaba muy por encima de la media. La mantuvo allí mientras yo creía morir de
placer. Después se retiró lentamente.
―Joder. Tío ―me dijo con ojos febriles―. Tienes un carajo increíble.
Yo no contesté. No podía hacerlo. Desde mi posición no podía verlo al completo, pero por el
movimiento de su brazo supe que trasteaba en sus pantalones, y que se estaba pajeando de rodillas
mientras volvía a chupármela.
Cerré los ojos. El placer era inmenso. Desconocido. Mi mente no estaba ocupada en darlo, solo en
recibirlo, y sus movimientos eran tan apasionados que lograban arrancarlo de cada centímetro de mi
nabo.
Lo miré una vez más, pero David estaba demasiado enfrascado en su trabajo. En aquel momento se
ayudaba con la mano para bombearme, mientras él mismo aceleraba el ritmo de su masturbación. Se me
escapó un gemido de los labios, que él recibió con una sonrisa. Jadeé, medio roto de pasión. Nunca había
sentido nada así. Nunca mi cuerpo, mi polla, habían experimentado tanto placer. Eche la cabeza hacia
atrás. No podía aguantar ni un segundo más. Me iba a correr. Abrí la boca y cerré los ojos, mientras me
estremecía y volvía a gemir sin darme cuenta.
Entonces eyaculé en su garganta.
Temblando, conmocionado por el orgasmo más increíble de mi vida.
―¡Dios, dios, dios! ―gemí mientras creía morir de placer y un torrente blanco dejaba secos mis
huevos.
Debió ser un chorro de lefa impresionante, atesorado durante días en mis testículos, pero David no
dejó escapar ni una gota. Se lo tragó todo, chupando entre los vellos de mi ingle y de mis huevos,
recogiendo con la lengua y con los dedos los borbotones que sus labios hambrientos habían dejado
derramar.
Me quedé inmóvil, aturdido de tanto placer, mientras él seguía mamándome la polla con auténtica
devoción. Aún tardaría un buen rato en alcanzar su tamaño habitual y él se deleitó por la consistencia que
mantenía.
Desde mi posición en la cama no podía ver cómo se trabajaba el nabo, pero supe que se había
corrido unos segundos después, cuando dejó escapar un prolongado gemido, mientras sus labios dejaban
de chuparme.
Ambos permanecimos unos instantes inmóviles, él con la cabella apoyada sobre mi ingle,
aturdidos, completamente desmadejados. Yo, además, una vez que el fuego de la pasión se había
disipado, empezaba a conformar ideas extrañas en mi cabeza sobre lo que acababa de pasar.
Igual que había empezado, todo terminó.
David lanzó un largo suspiro, se ajustó el pantalón y se puso de pie.
―Será mejor que vuelvas a tu habitación, amigo ―me dijo con una voz en la que no pude
distinguir ningún matiz―. Las chicas están a punto de llegar, y yo tengo que llamar al servicio de
habitaciones para que cambien esas sábanas. Me he corrido en el borde de la cama.
No dije nada. Me subí los slips y me puse los pantalones.
Abandone su cuarto sin girarme, y regresé a mi habitación si saber si aquello había sido culpa suya
o culpa mía.
III


Me miré en el espejo del baño mientras me duchaba. Aún estaba aturdido por la experiencia, y
tembloroso por la intensidad del orgasmo que había tenido hacía unos momentos en la habitación de
David y Eve.
El reflejo me devolvió la imagen de un hombre joven, fuerte y sin una gota de grasa, de músculos
marcados por el trabajo y el gimnasio, con una suave vellosidad oscura en el pecho y el vientre. Un tío
absolutamente masculino. Mi piel tostada por la exposición al sol resaltaba sobre el blanco mármol de la
ducha. Observé mi rostro: mis ojos azules, la barba de varios días, el cabello muy corto, casi rapado, tal
y como me gustaba. Decían que era muy guapo, pero no me gustaba prestarle atención a ese comentario.
Miré más abajo, hacia mi polla. Cinco pulgadas de músculo en estado de relajación que se ensanchaba al
llegar al glande. Este se asomaba por la piel del prepucio, como la cabeza de una tortuga. Acababa de
cumplir los veintisiete y jamás había tenido problemas para encontrar a una chica. De hecho eran ellas
las que me buscaban, las que flirteaban, las que me llevaban a su cama. Me consideraba un buen amante,
me encantaba follar, y me volvían loco las mujeres… ¿Cómo entonces había pasado aquello?
Salí de la ducha. El agua fría me había despejado la cabeza. Mientras me secaba, mi mente no
dejaba de dar vueltas sobre lo que había sucedido con David. ¿Tan borrachos estábamos? ¿Habría yo
provocado de alguna manera aquella situación? ¿Había sido algo inocente, una paja para desfogarse entre
tíos, que no mancillaba nuestra virilidad? ¿O en cambio había sido una mariconada a la que me había
entregado sin rechistar? Y sobre todo me llenaba la cabeza la pregunta clave: ¿Cómo era posible que un
hombre hubiera logrado darme tanto placer? Me sentía fatal, sucio y preocupado. Nunca, de ningún modo
me habían atraído los tíos. Los veía desnudos a diario, en el gimnasio o en los vestuarios de la obra, y
jamás había reparado en la polla de otro a no ser por mera curiosidad. Por una cuestión de medir tamaños
a ojos vista, algo tan de machos.
Tenía algunos conocidos gay, por supuesto. La mayoría amigos o familiares de otros amigos, pero
ni ellos habían intentado nunca nada conmigo ni yo se lo hubiera permitido. Además… ¡Aquel tipo estaba
casado!
Lo que sí parecía cierto era que yo no había sido la parte activa. David se había encargado de todo.
Recordé cómo se ajustaban sus labios regordetes a mi glande. Cómo me chupaba los huevos, cómo me
mamama la polla, y cómo se trabaja cada gota de semen que se enredaba sobre los vellos de mi ingle.
Me miré en el espejo y vi cómo mi nabo empezaba a ponerse duro, lo que hizo que de nuevo me sintiera
abochornado y confundido.
―¿Me has echado de menos? ―dijo Pam en ese momento, apareciendo por la puerta del baño.
Estaba preciosa y un poco achispada. Su traje de seda azul se pegaba a su cuerpo, y el escote
dejaba ver el arranque sorprendente de sus pechos, que tan cachondo me ponían. Sin decir nada la atraje
hacia mí, y le di un muerdo tan rabioso que ella se apartó sin respiración.
―Pues sí que me has echado de menos ―dijo riendo, mientras se apartaba el cabello del rostro de
forma seductora.
―Quiero follarte, mi amor, y quiero follarte ahora mismo ―le dije mientras la atraía de nuevo
hacia mi cuerpo.
―Pues sería de muy mala educación hacerte esperar.
Lo hicimos de forma salvaje, quizá como nunca antes. Mis dedos se clavaron en su piel, mi lengua
recorrió ansiosa cada recodo, la cabalgué de manera tan feroz que temí hacerle daño. Y justo en el
momento en el que me corría dentro de ella, la imagen de David chupándome la polla se coló en mi mente
y logró que el orgasmo volviera a ser portentoso.
Mientras Pam apagaba la luz y se acomodaba satisfecha sobre mi pecho, yo supe que esa noche no
dormiría, y no me quedó duda de que debía de hablar con David muy seriamente, en cuanto amaneciera.
IV


Me levanté muy temprano, hice un poco de cinta en el gimnasio del hotel, y antes de que Pam
abandonara la cama ya estaba duchado y vestido con unos tejanos, y una camiseta negra.
―¿A dónde vas? ―me preguntó somnolienta.
―Me he despertado muerto de hambre. Te espero en el salón de desayuno, ¿de acuerdo?
Ella me dio un beso y volvió a acurrucarse entre las sábanas.
Mi idea era buscar a David. En algún momento de la brumosa conversación de anoche me había
dicho que se levantaba tan pronto como yo. Cuando llegué al bufet lo encontré sentado a la mesa, ante un
plato de huevos revueltos y bacón, un café y un zumo de naranja… y con su esposa, acarameladamente
sonriente a su lado.
Me pase la mano por mi corto cabello. Algo tan obvio no se me había pasado por la mente: que no
estuviera solo. Había pensado que después de trasnochar, a ella le sucedería igual que a Pam, que le
costaría trabajo salir de la cama
Eve ya me había visto y me saludaba con la mano, indicándome que allí había una silla para mí.
Sentí cómo me ruborizaba. Jamás me había costado trabajo enfrentarme a un tío, de hecho podía llegar a
ser bastante camorrista, pero aquello era completamente diferente.
Miré a David. Llevaba el rubio cabello mojado y peinado hacia atrás, como si acabara de salir de
la ducha. La camisa azul de mangas cortas estaba abierta hasta la mitad del pecho, por donde asomaba su
rubio vello corporal. De nuevo llevaba bermudas y chanclas. Se le veía descansado, contento. Me dirigió
una amplia e inocente sonrisa mientras mantenía un brazo sobre los hombros de su esposa.
―David me ha dicho que ayer tuvisteis una noche bárbara ―dijo Eve cuando los saludé y me senté
en la silla que me indicaba, junto a su marido.
Lo miré alarmado. ¿Había sido capaz de contárselo..?
―Al menos tuvo que serlo ―añadió él―, porque con tanto alcohol no me acuerdo ni de la mitad.
Esta mañana me he despertado sin saber por qué había una pala de pingpong sobre mi mesita de noche.
Ella rió, y empezó a comentar el historial de borracheras alocadas de David. Pocas pero intensas.
Sin embargo yo no la escuchaba. Lo miraba a él directamente. A los ojos. Aunque el marido de la mejor
amiga de mi novia apenas reparaba en mí, atento a la narración de su chica.
―Voy a por un poco más de bacón ―comentó David, poniéndose de pie y yendo hacia el bufet. El
salón estaba casi vació a aquella hora y me pareció que era la oportunidad de hablar con él.
―Te acompaño.
David asintió. Lo seguí hasta la mesa de los platos calientes. Tomó un par de piezas y yo hice lo
mismo. Cuando se giró para volver a su sitio no tuvo más remedio que mirarme. Sus ojos eran verdes e
inocentes. Me sonrió, pero yo no me aparté.
―¿Seguro que no te acuerdas de lo que sucedió anoche?
―Tú y yo nos hicimos una paja. ¿A eso te refieres? ―dijo bajando la voz, y con las pupilas
clavadas en las mías.
Tragué saliva. La forma en que lo había dicho tenía algo muy sensual.
―Fue más que eso ―apostillé.
―No, no lo fue.
―Me hiciste una mamada.
―No recuerdo que te quejaras.
―No estuvo bien.
David miró hacia la mesa, pero su esposa estaba hablando por teléfono y no nos prestaba atención.
Se humedeció los labios y yo me descubrí siguiendo hipnotizado el recorrido de su lengua. La misma que
la noche anterior me había matado de placer.
Él sonrió, se encogió de hombros e intentó quitarle importancia con un gesto de la mano.
―Estábamos cachondos, Matt. Dos tíos cachondos y cargados de alcohol. Nos hubiéramos follado
una puerta. No tuvo nada de malo. Si Eve hubiera estado allí…, pero estábamos solos tú y yo, de alcohol
hasta las trancas y salidos.
Miré a ambos lados por si alguien pudiera oírnos, pero no había moros en la costa. Aún así baje la
voz.
―¿Tuve yo algo que ver? ¿Te comprometí de alguna manera? ¿Te di a entender que quería aquello?
Necesito saberlo.
El resopló.
―Apenas me acuerdo de lo que pasó, tío. Estaba como una cuba. ¿Tú lo recuerdas?
«Segundo a segundo»
―Todo está borroso ―me mentí a mí mismo.
―Ya ves. Apenas pasó nada. Dos zumbados que en vez de tirarnos a la piscina en bolas o ponernos
a parar el tráfico de Ocean Drive, nos hicimos una paja. No le des más vueltas, Matt.
Asentí. Quizá tenía razón y yo lo estaba magnificando.
Pam acaba de entrar en la sala, preciosa con un vestido blanco, largo y suelto. La miré mientras me
lanzaba un beso con la punta de los dedos e iba a sentarse junto a su amiga. Era la chica más bonita que
había conocido. Estaba loco por ella y tenía muy claro que no iba a dejarla escapar, y menos por una
tontería como aquella.
―Tienes razón ―accedí al fin, sonriendo de manera forzada―. Fue solo una gilipollez de
borrachos.
David me puso una mano sobre el hombro y me dio un abrazo de amigo.
―Deja de darle vueltas al tarro, Matt, y vamos a desayunar con nuestras chicas. Hoy toca día de
compras y me temo que tendremos que cargar con las bolsas.
Me guiñó un ojo y sin más se alejó camino de la mesa. Lo seguí, intentando convencerme de que era
así, que no había pasado nada de lo que debiera avergonzarme. Que mi virilidad no estaba
comprometida, y que aquello solo había sido una anécdota de la que me reiría cuando pasara un tiempo
Cuando llegamos a la mesa él besó a su mujer, que se encaramó cariñosa de su cuello, y yo hice los
mismo con Pam, que a su vez puso una pierna sobre mi muslo y empezó a comer de mi plato.
―¿Estáis preparados para la mañana más aburrida de vuestras vidas? ―nos amenazó Eve a su
marido y a mí.
Reímos y brindamos con las tazas de café.
Al parecer solo había sido una mala borrachera.
Más tranquilo, al fin nos dispusimos a salir de compras, con al absoluta certeza de que las horas
iban a ser muy, muy largas.
V


Lo que presentía como una jornada aburrida se convirtió en un día genial. Toda la tensión que había
entre los dos empezaba a desaparecer y David estuvo divertido y ocurrente. Las chicas solo dedicaron un
par de horas a sus compras para después encaminarnos a la playa. Comimos hamburguesas tirados en la
arena mientras nos reíamos a carcajadas, bebimos mohitos bailando al son de un grupo de música local, y
nos quedamos dormidos mientras el arrullo de las olas nos traía la brisa templada del Atlántico.
David estuvo todo el tiempo pendiente de Eve, como un esposo recién casado y locamente
enamorado: la besaba, la abrazaba, la sentaba entre sus piernas, apartaba el cabello negro de sus ojos…
por lo que poco a poco, las brumas de la noche anterior se fueron desvaneciendo, y todas mis angustias
se disiparon.
Yo, al fin, pude disfrutar de Pam. Estaba feliz, conmigo y con su amiga a su lado, lo que me llenaba
a mí de dicha.
Al atardecer volvimos al hotel, entre risas y bromas, pues ellas tenían un nuevo evento en la
hermandad.
―Me da pena no cenar esta noche contigo ―me dijo mi chica mimosa en el ascensor, mientras los
cuatro subíamos a nuestras habitaciones.
―No pienso comer nada más ―respondí―. Dos helados, un perrito caliente y una hamburguesa,
más la mitad de la tuya, son mi límite por hoy.
―Di que sí, amigo ―comentó David, que había estado besando a Eve mientras el ascensor se
detenía.
―¿Qué harás entonces? ―volvió Pam a la carga―. Es temprano. Me sentiré miserable si soy la
culpable de que te encierres el resto de la tarde en la habitación.
―Subiré al gimnasio a echar un par de horas. No te preocupes por mí.
―¿Has estado ya? ―me preguntó David―. ¿Está bien?
―Esta mañana, y es la caña. Hay de todo.
―Quizá me lo piense y te acompañe.
Por un momento mi corazón se aceleró, pero conseguí controlarme. ¿No tenía ya pruebas
suficientes de que lo que había sucedido era algo anecdótico?
―Vente si quieres. Podemos competir. Será divertido.
No hablamos más. Llegamos a la habitación y mientras Pam se vestía me arrojé en la cama y ojeé
los deportes en la tele. Antes de marcharse, mi chica se tumbó encima de mí. Olía de maravilla, tanto que
lamenté que tuviera que marcharse en vez de quedarse conmigo para hacer el amor.
―Estás preciosa. Espero que no tenga que batirme en duelo con ningún moscón.
―Te tendré al tanto si es así.
Me besó.
―Si sigues encima de mí no voy a tener más remedio que hacerte el amor.
Saltó de la cama riendo.
―Ni se te ocurra. Ya llego tarde. Eve lleva un rato esperándome en el vestíbulo.
Nos despedimos con más besos y al final me quedé solo. Si no me espabilaba terminaría
amodorrándome. Así que me desnudé, me puse unos pantalones cortos de deporte y una camiseta de
tirantas y, toalla en ristre, me dirigí al gimnasio que estaba en la planta superior, con unas impresionantes
vistas de los Cayos.
David ya estaba allí, subido en la cinta. No había nadie más.
―Llegas tarde ―me dijo con una sonrisa―. Llevo quince minutos de ventaja. A ver cuánto
aguantas.
―Te voy a machacar, no lo dudes.
Echamos un rato agradable. Hablamos de deporte. También de su trabajo. Contamos algunos
chistes y mientras nos ejercitábamos con máquinas y pesas, charlamos de cuánto nos había costado llegar
a donde estábamos y qué perspectivas teníamos de futuro. Él me dijo que quería quedarse a vivir en
Europa, era un lugar llenos de oportunidades para alguien con su formación. Yo le confesé que quería
montar mi propia empresa y construir casas de madera.
Dos horas después, sudorosos pero relajados, abandonamos el solitario gimnasio para dirigirnos a
las duchas. Estaban tan vacías como el resto del complejo. Teníamos las taquillas enfrentadas, y
reconozco que al desnudarme de espaldas a él me sentí incómodo. Eso me sorprendió, pues lo hacía a
diario delante de otros tíos, pero con David...
No hizo por mirar hacia atrás. Seguía hablando de sus cosas, riéndose él mismo con las anécdotas
que contaba, y cuando me giré para salir del vestuario ya estaba desnudo, con la toalla enrollada en torno
a la cintura, y caminaba en dirección a las duchas. Sonreí sin darme cuenta. Al parecer el equívoco del
día anterior me seguía generando inseguridad. Moví la cabeza para alejar aquellas ideas extrañas, y fui
tras él.
David se había metido en una de las duchas, cerradas con una puerta de cristal opaco. Yo elegí la
más apartada, al otro extremo de la sala que contaba con un total de cinco.
Estaba cansado, pero sentía correr por mi cuerpo la energía que proporciona el deporte. Era algo
sensual. Una potencia que me llenaba de vida a pesar del agotamiento.
Apoyé las manos contra la pared y abrí el agua caliente hasta regular la temperatura. Después dejé
que cayera sobre mi cabeza, sobre mi cuerpo, notando cómo me desentumecía, cómo alejaba el cansancio
y tonificaba mi piel.
No sé cuánto tiempo pasó, cuando un cambio en la temperatura del habitáculo me hizo comprender
que habían abierto la puerta de mi ducha. Giré la cabeza. Allí estaba David. Seco y con la toalla aún
atada a su cintura. Sonrió y se encogió de hombros.
―He probado todas las cabinas, pero ninguna funciona ―me dijo―. Luego iré a quejarme a
recepción, pero ahora necesito ducharme. ¿Te importa?
Podría haberle dicho que ya había terminado. Podría haberle dicho que esperara a que acabara.
Podría haberle dicho que sí que me importaba. Pero en cambio no dije nada, y él arrojó la toalla fuera
del cubículo y entró sin prisa, cerrando la puerta tras de sí.
Era la primera vez que lo veía desnudo. Me descubrí indagando sobre su cuerpo. Era fuerte, de
espaldas anchas, aunque más delgado que yo. El suave vello rubio del que ya me había percatado que le
recorría el pecho, bajaba por su vientre y se difuminaba sobre sus muslos. Estaba bien dotado. Una polla
no tan larga como gruesa y perfectamente circuncidada.
Noté cómo me ruborizaba y volví la vista a la pared de baldosas negras.
Él se acercó para empaparse de agua y nuestros cuerpos desnudos se rozaron. Tragué saliva y
maldije porque mi polla empezaba a reaccionar. Al principio no pasó nada. Estábamos de espaldas el
uno al otro, y ambos nos enjabonábamos, pero cualquier movimiento hacía que una piel acariciara a la
otra, o que un músculo impactara sobre otro.
No sé cómo ocurrió. Creo que David avanzó la mano hacia el bote de champú a la vez que yo me
giraba para tomar el gel de baño. Así fue como nuestros cuerpos se encontraron. Frente a frente. Pecho
contra pecho. Vientre contra vientre. Polla contra polla. Lo noté sin verlo: él estaba tan excitado como yo.
La suya palpitaba sobre mi ingle, mientras que la mía se apretaba contra su bajo vientre. Nos quedamos
parados. Mirándonos el uno al otro. Alrededor solo el sonido del agua, y creo recordar que un ligero
gemido cuando David se aferró a mi pelo y me besó.
Fue la primera vez que besé a un hombre. Aquellos labios, que la noche anterior me la habían
chupado, ahora exploraban mi boca, se enredaban en mi lengua y lanzaban gemidos mientras su cuerpo se
restregaba con al mío, aprisionándome contra la pared.
Al principio me dejé hacer, paralizado por sus caricias. Pero pronto respondí a sus besos y sus
manos, sin importarme ninguno de los prejuicios que me habían atormentado la noche anterior. Era como
si un velo sólido hubiera caído, como si el deseo hubiera aplacado cualquier rastro de conciencia, como
si mi nabo mandara sobre el resto de mi cuerpo. Estaba tan excitado que me dolía la polla y me era
indiferente si alguien entraba en la sala de duchas. Solo me impulsaba el recuerdo del placer que David
había conseguido arrancarme y la perspectiva de que aquella vez podía ser aún mejor.
Dejó mis labios para bajar por mi pecho. Yo cerré los ojos y me abandoné a la curiosidad de su
lengua. Pellizcó y mordió mis pezones. Se entretuvo en la oquedad de mi ombligo, hasta llegar a mi polla.
No se la tragó de golpe. Volvió a olfatearla, a mirarla con devoción. Yo quería agarrarle del pelo y
gritarle que me la chupara de una vez, pero David aún se demoró, acariciándome los testículos, pasando
la lengua por la cara interior de mis muslos, mordisqueando la base de mi polla. Al final, se la tragó con
la misma hambre de la otra vez. Yo perdí cualquier pudor y lo agarré por el cabello, moviéndole la
cabeza para que no parara de chupar, mientras aquella corriente de placer me recorría la columna y el
agua caliente formaba bruma alrededor nuestra. Le follé la boca con fuerza, apoyando su cabeza contra la
pared, mientras jadeaba, fuera de control. Me encantaba lo que aquellos labios podían hacer conmigo.
Nunca nadie me había hecho mamadas como aquellas. Nunca mi nabo había estado en un agujero tan
dulce. Ya no pensaba. Solo quería correrme. Correrme dentro de su garganta una vez más.
Sin embargo David se detuvo, me apartó con una mano y se puso de pie. Yo lo miré expectante y
lleno de ansiedad. No me podía dejar así.
Él volvió a besarme. Un beso rápido en los labios. Después me miró, muy serio, casi acongojado.
―Fóllame. Por favor, fóllame.
Fue una orden, fue un ruego, pero expresaba un deseo que aún no había tomado forma en mi cabeza.
Se giró, exponiéndomelo todo. Yo tragué saliva y me pegué a su espalda. Gemí solo de pensar lo
que iba a hacer. Estaba tan excitado que temía irme en cuanto mi polla tocara la abertura. Noté cómo su
mano me la agarraba, y cómo la llevaba hasta el lugar preciso donde tenía que trabajar.
―¿Estás seguro? ―le pregunté.
―He deseado que me folles desde que Eve me enseñó tu foto hace cinco meses.
Aquella aclaración me dejó confundido, pero estaba demasiado excitado como para que la
confusión durara en mi cabeza. Apreté sobre el orificio. Era consciente de cuánto daño podía hacerle
pero no lo dudé. Él se abrió las nalgas con las manos, a la vez que me ayudaba con un movimiento de sus
caderas. Al principio se resistió. Tenía que usar un lubricante, pero… ¿Quién carajo pensaba en eso? Le
chupe el cuello hasta enredar mi lengua con el lóbulo de su oreja, y apreté un poco más. Su esfínter cedió
y se abrió para mí. David soltó un ligero quejido y yo me detuve.
―No pares ―me suplicó―. Simplemente ve despacio.
Respiraba con dificultad debido al placer y al dolor. Giró la cabeza para comerme la boca. Un
poco más y mi glande atravesó la barrera. Lo notaba estrecho y cálido. Se ajustaba tanto a mi polla que
me provocaba un placer indescriptible. Retrocedí un poco para después avanzar con más fuerza.
―Joder, tío ―murmuró sobre mis labios, presa del mismo placer que a mí me embargaba―.
Necesito que me folles a fondo.
Yo le mordí la nuca y entré en su culo con toda la longitud de mi verga. David se retorció, pero
atrapé con firmeza sus caderas para que no se apartara. Ahora tenía yo el control y no iba a cederlo con
facilidad. Noté cómo contenía la respiración mientras yo entraba en él con toda mi extensión. Me quedé
quieto hasta que se acostumbró. Su esfínter se contraía sobre mi polla, provocándome tanto placer que
temí correrme en ese preciso instante. Cuando comprobé que el dolor de David empezaba a ceder,
sustituido por el placer de ser empalado, comencé a moverme despacio dentro de él.
―Es el primer culo que parto, ¿sabes? ―dije con la voz ronca de placer mientras me lo follaba.
―Pues lo haces muy bien ―jadeó.
―Dios, qué estrecho eres. Te me ajustas como un guante.
Por toda respuesta empezó a mover las caderas. Hacia delante y hacia atrás, masajeando mi sexo
con aquella presión deliciosa. No me hice rogar y empecé a follarlo como me había pedido. La metía a
fondo para sacarla casi en toda su extensión y volver a introducirla más a dentro. Era la experiencia
sexual más maravillosa que había experimentado nunca. Era mucho más ajustado y placentero que una
vagina, más cálido, y mucho más excitante. Mis huevos golpeaban contra sus nalgas, acentuando la
sensación de placer. David gemía entre mis brazos, se retorcía para que yo pudiera entrar más y más. Me
di cuenta que se estaba masturbando.
―No te vayas a correr ―le ordené―. Aún no.
―No pienso hacerlo hasta que tú no llegues. Quiero que lo hagamos juntos.
Cerré los ojos y me dispuse a disfrutar de aquel momento. A cabalgar mi primer culo. Con las
manos apoyadas en la pared, seguí follándomelo. Conteniendo mis ganas de descargar con pequeñas
pausas donde él se retorcía para besarme. El agua caía sobre nuestros cuerpos y el cubículo de la ducha
estaba inundado de vapor.
No sé cuánto tiempo transcurrió. Lo alargué tanto como pude.
―¡Joder! ¡Me voy a correr! ―le exhalé al oído con voz ronca―. ¡Me corro!
Lo hice con un largo gemido sobre su nuca, mientras él me respondía de la misma forma. Se
retorció entre mis brazos, acompasando su quejido con el mío. Ambos nos convulsionamos mientras
sendos chorros se semen nos dejaban aturdidos. El mío dentro de David. El suyo dejando un rastro
blanco sobre las baldosas. Tuve que cerrar los ojos con fuerza para soportar tanto placer. Varias oleadas
se dispersaron por mi cuerpo mientras mi lefa inundaba la cavidad de David, dejándome agotado.
Con la respiración entrecortada permanecí abrazado a aquel tipo, el marido de la mejor amiga de
Pam. Un hombre que acababa de conocer y que sin embargo me había hecho traspasar una barrera
firmemente afianzada por dos noches consecutivas.
―No salgas todavía. Quiero tenerte dentro un poco más ―me susurró con voz tan trastornada
como la mía, debido al esfuerzo y al placer.
Le hice caso y deje mi polla hincada en su culo mientras intentábamos controlar la respiración.
De nuevo soy incapaz de saber cuánto tiempo pasó, hasta que David movió las caderas, y mi nabo
salió limpiamente. Se apoyó contra la pared para mirarme a la cara. Debía dolerle porque había una
sombra de molestia en sus ojos. Seguía jadeante y con la mirada encendida.
―Sabía que contigo sería fabuloso, pero no imaginaba cuánto.
―¿Siempre es así? ―le pregunté.
―¿Así?
―Con un tío desconocido, en la habitación de un hotel o en el baño.
―Creo que aún no te has dado cuenta de que esto es algo muy especial.
Lo miré a los ojos, intentando comprender a qué se refería. Ahora me daba cuenta de que era un
hombre guapo, muy guapo. Aquellos rasgos perfectos, tan masculinos como delicados. Los deslumbrados
ojos verdes. Me entraron ganas de besarlo, pero simplemente me aparté.
―Será mejor que limpiemos todo esto y nos termínenos de duchar ―murmuré, notando cómo mis
mejillas se ruborizaban―. Ahora sí creo que tú y yo tenemos que hablar.
Él asintió. Tampoco hizo por besarme, algo a lo que yo estaba acostumbrado después de un gran
polvo, incluso con una desconocida. Cuando estuvimos limpios salimos de la ducha. Nos vestimos en
silencio.
―¿Quieres una copa? ―preguntó David―. Invito yo.
Asentí. Algo había pasado en mi vida en las últimas veinticuatro horas, y debía saber qué era.
VI


Me encontraba confundido, atrapado por sentimientos encontrados. Por una parte mi cabeza
rechazaba lo que estaba haciendo, pero por otra mi cuerpo se complacía con estos nuevos y excitantes
descubrimientos. ¿Me había vuelto gay? ¿Eso era lo que me estaba pasando? ¿Lo había sido toda mi vida
sin darme cuenta? No podía ser. Jamás me había atraído ningún hombre, sin embargo, con David, después
de la mamada… ¡Joder! Me lo follaría otra vez en ese mismo momento.
Esta vez no había mediado el alcohol. Había sido plenamente consciente cuando me había tirado a
un hombre en la ducha de un gimnasio. Y lo que era más desasosegador: lo había disfrutado como nunca
en mi vida.
Aún tembloroso por la intensa experiencia de sexo con David, fui a mi habitación únicamente para
cambiarme. Me puse uno chinos, una camisa de algodón, y en chanclas bajé al bar del hotel.
David ya me esperaba en una de las mesas más apartadas. Al parecer era más rápido que yo en casi
todo.
―He pedido un whiskey doble y otro para ti.
Asentí y me senté a su lado. En verdad me daba igual lo que bebiera. Lo que necesitaba era hablar.
El bar estaba vacío porque era la hora de la cena. Mientras el camarero nos servía me dediqué a
analizarlo.
Su rubio cabello crecido y ensortijado se mostraba despeinado, con un aire surfista que le sentaba
bien. Llevaba una camisa parecida a la mía, ligera, de color blanco, desabotonada hasta mitad del pecho,
a través de la que se veía un colgante de piel y cuentas navajo. Pantalones cortos y sus sempiternas
chanclas. Seguí con la vista la línea de sus piernas desnudas, cubiertas de un suave vello rubio, me
detuve en su paquete, donde creí apreciar el bulto que formaba su gruesa polla, lo que me hizo entender
que no llevaba ropa interior. Continué por su pecho, hasta detenerme en sus ojos. Me estaba mirando
fijamente, con los labios ligeramente abiertos y húmedos. Lo deseé de nuevo en ese preciso momento, lo
que otra vez me llenó de confusión.
―No sé qué me pasa ―le confesé sin apartar la mirada.
―Que te has acostado con un hombre, amigo mío.
―Pero sigo sin comprender por qué ha pasado. No soy gay. Me vuelven loco las mujeres. Amo a
Pam. Ayer podía echarle la culpa al alcohol, pero hoy… lo deseaba tanto como tú.
―Yo tampoco soy gay. Solo que me gusta que me follen algunos hombres.
―¿Algunos hombres?
―No todos ―bajó la voz y se acercó un poco―. He tenido sexo con cuatro o cinco tipos en toda
mi vida, nada más. Exactamente no sé cómo sucede. De pronto aparece un hombre que me gusta y
necesito estar con él.
Recordé lo que me había contado mientras follábamos.
―¿Me viste en un foto?
Dio un trago a su copa, y se humedeció los labios con el whiskey.
―Me la enseñó Eve. Se la había mandado tu novia para presumir del pedazo de maromo con el que
estaba empezando a salir. En cuanto posé los ojos sobre la imagen me latió con fuerza el corazón. No
solo eras el tío más guapo y apetecible que había visto en mi vida, sino que había algo en ti… no sé…
destilabas sensualidad. Cuando me quedé solo te busqué como un loco por Internet. Debía de haber
información tuya por algún lado y necesitaba ver más fotos, saber más de ti, entablar contacto. Ya he visto
que no estás en ninguna Red Social, pero Pam sí. Había fotos tuyas por doquier, a cuál más sexi. No fue
fácil, pero convencí a Eve de volver a los Estados Unidos por un largo fin de semana, la convencí de que
quedara con Pam y con su novio. No podía aguantar ni un segundo más sin verte, porque no sabes cuántas
pajas me he hecho estos meses pensando en ti.
Me sentí como el ganado que se selecciona para ir al matadero.
―Deja de hablar así. ―le dije con dureza.
―Querías que habláramos, ¿no? Pues no voy a andarme con remilgos.
En verdad había pedido sinceridad, y eso era lo que me estaba ofreciendo. David llevaba cinco
meses maquinando cómo acostarse conmigo, y desde luego el plan le había salido redondo.
―¿Haces esto a menudo? ―le pregunté.
Se volvió a recostar sobre el respaldar. No había nadie a nuestro alrededor y podíamos hablar con
seguridad.
―Siempre he salido con chicas, si es a eso a lo que te refieras. Y por si te lo preguntas, estoy
enamorado de Eve. Pero esas pocas veces que te he dicho, esos pocos hombres…
―¿Desde cuándo?
―Cuanto tenía diecinueve me sedujo un tipo doce años mayor que yo. Se llamaba John y estaba
casado, pero supo llevarme al huerto. Entonces yo era como tú. Jamás había pensado en un hombre. No
me atraían para nada. De hecho, estaba obsesionado con las chicas y cambiaba de novia como de
camiseta. Ese tipo, el primero, sabía cómo comerse una polla, te lo aseguro. Se convirtió en mi mejor
amigo, y más tarde, una noche de lluvia, mientras compartíamos tienda en una acampada, se convirtió en
mi amante. Él me enseñó todo lo que sé.
Tragué saliva. Me imaginé a David con diecinueve años, follando en el minúsculo espacio de la
tienda con un hombre mayor que él. ¿Ese tipo habría sido el primero en romperle el culo? ¿Ese fue el que
le enseñó a mamarla de aquella forma que lograba volverme loco?
―Creo que cuando dices que te lo enseñó todo ―le dije―, no solo te refieres a cómo volver loco
a un tío en la cama.
Sonrió. En verdad mi subconsciente me había traicionado, porque eso era lo que David había
conseguido conmigo: volverme loco de placer.
―John tenía a su mujer y la amaba, pero de vez en cuando, muy de vez en cuando, conocía a un
chico con el que se enrollaba durante una temporada. A él también lo había iniciado un hombre casado y
le había enseñado las normas. Había tres reglas para que esta secreta adicción no destrozara su vida:
Debía ser discreto, la relación no podía durar demasiado, y tenía prohibido enamorarse.
―Discreto.
―Como nosotros. De lo contrario todo se puede venir abajo. Hay que tener una coartada: el novio
y el marido de dos buenas amigas. Nadie puede sospechar lo que hacemos. Hemos disimulado delante de
las chicas, aunque por dentro, esta mañana, solo deseaba volver a comértela.
Jadeé sin darme cuenta. Aquella forma de hablar de lo que habíamos tenido, sin pudor, sin
remordimiento, lograba desequilibrarme.
―Sin durar demasiado ―repetí la segunda condición.
―Así es ―asintió―. Porque aunque logremos ser absolutamente discretos, si la cosa se alarga
siempre hay peligro de cometer errores. Un fin de semana largo, un poco más. Pero como empezó debe
terminar.
―Y sin enamorase.
―Eso es lo más difícil, créeme.
De la forma en que me lo dijo, de la manera en que me miró, tuve la certeza de que lo que David
sentía por mí era quizás algo más que deseo.
Me acababa de contar una forma de vida, la de llevar una doble existencia para satisfacer los
convencionalismos sociales y sus deseos más ocultos.
―¿Y Eve?
―No seamos hipócritas, Matt. La mayoría de los tíos que conozco engañan a sus mujeres en cuanto
tienen una oportunidad. Y la mayoría de las mujeres que conozco hacen lo mismo con sus maridos. Mira
las estadísticas si no me crees. Te repito que quiero a Eve. Esto no tiene nada que ver con ella. Con
nosotros.
―Así que lo que te enseñó aquel primer tipo, ese tal John, es a hacer lo que has llevado a cabo
conmigo ―afirmé más que pregunté.
David volvió a acercarse. Olía a algo parecido al sándalo. Mi memoria olfativa hizo su trabajo, y
me retrotrajo al momento en que me hizo la primera mamada, porque aquel olor había estado presente.
Noté que me excitaba, a pesar de que estaba manteniendo la conversación más extraña de mi vida.
―Llevo tres años sin estar con nadie, Matt. Desde entonces no he sentido atracción por ningún
hombre y creo que te habrás percatado del hambre de polla que arrastro. Pero cuando te vi…
―titubeó―, te deseé, quizá más que a ninguno de los anteriores.
Tragué sin darme cuenta. «Hambre de polla». Desde luego era una buena metáfora, porque me la
había comido como si fuera la última ración.
Aparté aquellos pensamientos de mi cabeza. Aún tenía muchas cosas que preguntarle.
―David ―inquirir sobre aquello me resultaba difícil, quizá porque temía oír la respuesta―,
¿cómo estabas tan seguro de que yo caería?
Se pasó la mano por el cabello. Aquel gesto simple me resultó cargado de sensualidad.
―Fue la primera lección de John, y nunca me ha fallado ―sonrió con algo parecido a la
timidez―. Siempre caen. Un tío de verdad, si sabes llevarlo a una situación donde le des la oportunidad
de parecer confundido, no se resiste a una mamada, y mucho menos se resiste a partir un buen culo
estrecho.
Mi polla reaccionó a sus palabras y sentí cómo palpitaba dentro de mis pantalones. Me estaba
poniendo burro, en el bar de un hotel, y simplemente por oír hablar a un tío.
―Ya has conseguido lo que querías ―le dije, intentando aparta las imágenes de sexo con David
que llenaban mi cabeza― ¿Cuál es tu plan ahora?
Volvió a humedecerse los labios, y yo me descubrí embobado por el movimiento de su lengua. Se
acercó un poco más, tanto que nuestras rodillas se tocaron. Ni él hizo por apartarse ni yo lo intenté.
―Me quedan dos días en Miami. Después debo volver a Europa ―alargó una mano y la puso
sobre la mía, encima de la mesa―. Me gustaría disfrutarlos contigo. No sé si sabes a qué me refiero.
Tragué saliva y asentí. Tal y como su mano me había tocado, quemándome la piel, se retiró.
―Después, no sé qué ocurrirá. Quizá no nos veremos más, o intentare escaparme y venir a verte
alguna vez. Por mi trabajo es posible hacerlo y Eve no sospecharía. Si puedo hacerlo habría que buscar
un lugar donde pasar un par de días tú y yo solos.
Creo que sonreí sin darme cuenta, aunque en verdad había un nudo en mi garganta que me tenía
asfixiado.
―Joder, lo tienes todo planeado ―le dije con voz ronca.
―Vamos a ser discretos, lo que sea que exista entre nosotros no va a durar mucho, y no me voy a
enamorar de ti. Iría en contra de las reglas ―hizo una pausa―, pero he de reconocer que me tienes
totalmente enganchado.
Me sentía aturdido. Impactado por todo aquello. Era como si mi vida fuera la de otro. Veinticuatro
horas antes mi único anhelo era montar mi empresa de construcción y casarme con Pam. Ahora me
encontraba completamente seducido por un hombre de mi misma edad, que había logrado hacer con mi
cuerpo cosas sorprendentes.
―Sí, lo tienes muy claro ―le dije―, pero no has contado conmigo para todo esto.
Él jugueteó con su copa vacía, mirándome con la cabeza inclinada.
―Eres libre de no follar conmigo.
Asentí lentamente.
―Pero sabes que lo haré.
―Sé que te puedo dar más placer que ninguna de las chicas con las que has estado. Sé que ya te
has dado cuenta, y sé que mañana volverás a follarme de esa forma salvaje que sabes hacerlo.
―No lo creo.
Sentía la garganta seca.
―Las chicas saldrán temprano y no volverán hasta la noche, y pasado debemos ir a todos esos
actos de la universidad. Eso nos deja, únicamente, el día de mañana para estar juntos. Ya va siendo hora
de que lo hagamos en condiciones, ¿no crees?
Me pasé la mano por la cabeza. Sentía calor, pero también escalofríos.
―Esto es de locos.
David se inclinó sobre la mesa, como si fuera a hablarme al oído. En verdad me pasó la lengua por
el lóbulo, y exhalo su aliento cálido, ardiente, sobre mi cuello.
―Si así lo quieres, mañana no nos veremos, pero extrañaré ese pedazo de rabo que tienes y que me
vuelve loco.
―Te follaría ahora mismo ―dije sin proponérmelo.
David sonrió, complacido.
―Pam y Eve no vuelven hasta dentro de un par de horas. Subamos a mi suite.
Lo miré fijamente. No estaba seguro de lo que iba a decirle, pero no quería quedarme con la duda
―Si después de mañana, de pasado, no te veo nunca más. O si, como dices, consigues volver
alguna vez y logramos encontrarnos ―tragué saliva. ¿Cómo diablos estaba diciendo aquello?―… será
demasiado tiempo sin disfrutar lo que he sentido estos dos días.
―Ya he encontrado una solución a eso ―me guiñó un ojo―. Pero de eso hablaremos en otra
ocasión.
Se puso de pie y arrojó unos billetes sobre la mesa. Los dos nos dirigimos al ascensor. Yo andaba
con las manos en los bolsillos, porque mi polla ya estaba dura solo de escucharlo. Mientras
esperábamos, uno al lado del otro, se me ocurrió preguntarle algo.
―Nunca contarás lo nuestro, ¿verdad? Quiero a Pam y quiero seguir con ella.
―Nunca.
Lo mire con ojos encendidos.
―Entonces subamos ―le dije en voz baja―, porque necesito partirte ese culo otra vez.
VII


Fuimos dos huéspedes más, dos colegas caminando por los pasillos del hotel, hasta que se cerró la
puerta de la suite de David.
Fui yo quien se arrojó sobre él en esta ocasión. Lo tomé por la camisa y lo aprisioné contra la
pared mientras lo besaba. Saboreé sus labios, que formaban una sonrisa burlona, quizá satisfecha porque
era yo ahora quien tomaba la iniciativa. Pero era así: tener sexo con David se había convertido en una
prioridad, en una adicción de la que no estaba dispuesto a curarme.
Él me dejó hacer. Restregué mi paquete contra su bragueta. Le introduje la mano por dentro del
cinturón, apretándole las nalgas, hasta introducir el dedo corazón en su apretado agujero. Gimió entre mis
labios, lo que me puso aún más cafre. Tiré de él. Quien nos viera podría pensar que manteníamos una
pelea, porque lo arrojé a la cama sin contemplaciones. David respiraba con dificultad mientras yo lo
miraba. Estaba ansioso y expectante, a la espera de lo que fuera a hacerle.
Me desabotoné la camisa, mientras observaba cómo él replicaba los movimientos de mis dedos.
Me quité los pantalones y el hizo lo mismo. Cuando me quité el slip me di cuenta de que David ya solo
tenía ojos para mi polla.
―Estás tardando en venir ―me dijo tras tragar saliva y de nuevo mirarme a los ojos.
Me arrojé sobre David. Una lucha cuerpo contra cuerpo. Nuestros miembros desnudos se rozaban,
buscando posturas que nos proporcionaran más placer. Parecíamos un solo ser con varias extremidades
que se retorcían. Sentí una ligera humedad, y supe que eran unas gotas de semen que se le habían
escapado a uno de los dos debido a la excitación. Entonces me concentré en su boca, mientras me
enroscaba sobre su cuerpo, y mis manos se volvían locas con su piel.
No podía parar. Los gemidos de sus labios, de mis labios, conseguían excitarme aún más.
Metí ambas manos bajo sus rodillas, para llevarlas hacia arriba y dejar aquel excitante agujero
expuesto para mí. Tenía prisa por follarlo. Tenía prisa por descargar toda la tensión que él provocaba en
mis testículos.
―Esta vez hay condiciones ―oí su voz junto a mi oído.
Me separé lo justo para mirarlo a los ojos. Estaban tan enfebrecidos como los míos. Tan lleno de
deseo como yo mismo.
―¿Esto también te lo enseñó John? ¿Qué condiciones? ―jadeé.
Tardó en contestar. Después comprendí que yo debía traspasar una nueva barrera.
―Chúpamela ―dijo en un susurro, tan agónico como ansioso.
Ahora fui yo quien tardó en reaccionar. Hasta aquel momento había dejado que David me la
mamara y había sido yo quien se lo había follado. En cierto modo, mis actos hasta ese momento tenían
cierto carácter masculino. Yo no había hecho nada que no hubiera llevado a cabo con una mujer o que
hubiera dejado que ella me lo hiciera a mí. De alguna manera mi masculinidad seguía intacta, aunque
pensar aquello, retorciéndome entre las piernas de un hombre, era del todo ridículo. Sin embargo,
meterme el carajo de un tío en la boca… eso era ir más allá. Eso era cambiar verdaderamente mis
posiciones.
―¿Y si no quiero? ―lo reté.
―Entonces no habrá culo.
Nos miramos, desafiantes, pero él se humedeció los labios y yo comprendí que no me quedaba más
remedio que chupársela si quería follármelo como deseaba. Sonreí, y me aparté de David lo justo como
para bajar hasta su polla. Nunca había visto una tan de cerca.
―Yo te diré cómo ―me dijo mientras se acomodaba, dispuesto a recibir el placer de mi boca―.
Primero huélela.
Era una polla magnífica. Gruesa y circuncidada, rodeada de un suave vello castaño claro. Vibraba
ligeramente, ansiosa porque la mojara.
Acerqué la nariz, sin tocarla. El aroma a sexo me envolvió. Una mezcla a mar y a humedad, quizá
también a sudor y al champú del hotel. La lujuria me atrapó. Era un aroma más delicado que el de una
vagina, pero igual de excitante.
―Lamela, pero no te le metas en la boca.
Obedecí sin oponer resistencia. Pasé la lengua a lo largo de la protuberancia. Estaba salada y
caliente, ligeramente húmeda en el glande.
―¿Te gusta su sabor?
Asentí, porque era incapaz de hablar.
―Vamos a empezar por los huevos. Chúpalos.
Fui hacia abajo. Eran redondos, peludos y perfectos. Hundí en ellos mi nariz. Allí el aroma era más
intenso. Saqué la lengua y los lamí. Noté cómo David ponía una mano sobre mi cabeza, animándome a
que insistiera. Abrí la boca y me los tragué. Era una sensación extraña pero intensamente erótica. Me
deleité con su tacto, y con su sabor amargo. Sabían a hombre. Así debía saber un hombre, al menos.
―Ahora ve más abajo. Hay que lubricar esa zona, porque después tendrás que trabajarla a fondo.
Me puse burro solo de pensarlo. Nunca me había comido un culo. Tampoco se lo había propuesto a
las chicas con las que había estado. Pasé la lengua por la oquedad, que se estremeció para mí. Me gustó
aquel sabor picante mientras los huevos de David pesaban contra mi nariz. Tras varios lametones me
dedique a indagar con la lengua. Me aparté y soplé, observando cómo los vellos se erizaban. Me gustó
ver cómo el esposo de Eve se retorcía de placer y gemía ante mis caricias.
―Eres bueno en esto, tío ―balbuceó―. Eres jodidamente bueno.
Tras un rato dejé la zona a punto, lubricada con mi saliva y bien dilatada.
―Ha llegado la hora de que me hagas una mamada, amigo.
Cuando miré hacia arriba me crucé con sus ojos febriles. Se había incorporado sobre los codos
porque quería verme mientras se la chupaba. Acepté el desafío, y sin apartar mis pupilas de las suyas
volví a subir, lamiendo los huevos, el tronco de su polla, hasta llegar al glande. Entonces me la introduje
en la boca, donde su grosor ocupó todo el espacio, hasta casi asfixiarme.
―Ahora suave, y cuidado con los dientes.
Obedecí como un buen alumno y empecé a chupar. Me estaba comiendo mi primera polla, era muy
consciente de ello. Solo unos días antes… ¡Le hubiera partido la cara a quien hubiera sugerido algo así!
Me resultaba tan extraño como excitante. Vibraba en mi boca y estaba caliente. Pero sobre todo… la
polla de David estaba increíblemente rica.
Él cerró los ojos y empezó a mover las caderas para que entrara más en mi garganta. Gemía para
mí, henchido de placer. Aceleré el ritmo. Me gustaba comprobar cómo mi lengua, mis labios, iban
consiguiendo diferentes niveles de excitación en aquel tipo. Para mí se volvió un trabajo minucioso. La
cogí con la mano para poder chuparla mejor. Entraba y salía de mi boca, la besaba, la lamía,
mordisqueaba la base como recordaba que él había hecho conmigo…
―¡Dios, eres increíble! ―caso gritó.
Cuando se corrió no me lo esperaba.
Mi boca se llenó de un sabor salobre, como una bocanada de mar cremoso que lo ocupaba todo
hasta casi atragantarme. Me quedé inmóvil mientras él seguía follándome la boca, hasta que no le quedó
un solo gramo de semen en los huevos.
―Trágatelo ―me ordenó―. Necesito ver que te lo tragas.
Yo obedecí. Con él mi voluntad ya no existía. Era un sabor extraño, una textura que se agarraba a la
garganta, que inundaba mi boca. Me gustó, y me pregunté si la leche de cada hombre sabría diferente. El
sabor de David era exquisito, ligeramente picante y agrio. Tal y como él había hecho conmigo, lamí los
chorreones que se me habían escapado. Estaban dispersos y enredados entre sus huevos, la base de la
polla y la oquedad de su ombligo.
―Ahora sí ―murmuró David, desmadejado de tanto placer―. Ahora tú has bebido de mí como yo
bebí de ti. Te lo has ganado. Ahora puedes follarme.
No me hice rogar, porque estaba tan excitado que sabía que me iba a ir rápidamente.
Me incorporé en la cama. Le levanté las piernas hasta que sus rodillas se posaron en sus hombros,
y entré en él.
Mi lengua había hecho un buen trabajo y estaba jugoso y lubricado. Esta vez mi polla penetró sin
dificultad. Un pequeño respingo por parte de David y una sonrisa para tranquilizarme. Se la metí hasta el
fondo, hasta los huevos si hubiera sido capaz. Me quedé allí clavado mientras jadeaba, loco de lujuria.
―¿Esto fue lo que te enseñaron? ¿A volver loco a un hombre comprometido? ―le pregunté, porque
no estaba seguro de que mi cuerpo pudiera resistir más placer.
―Y solo es el principio. Aún tienes muchas cosas que aprender, pequeño.
Me lo follé de una forma salvaje. Entrando y saliendo a un ritmo desenfrenado. Con toda mi
extensión. Golpeado con mis huevos sobre sus firmes nalgas.
Me corrí a base de espasmos, de estremecimientos, mientras un chorro de esperma se alojaba en
las entrañas de mi chico. Vi los ojos felices de David cuando lo inundaba. De nuevo el placer había
alcanzado cotas hasta entonces desconocidas para mí. Me quedé dentro un rato, porque sabía que le
gustaba.
Nos besamos. No sé cuánto tiempo había pasado, pero David comentó que su mujer y mi novia
podían llegar en cualquier momento.
―Debemos ser discretos, ¿recuerdas? Y creo que hoy ya nos hemos arriesgado lo suficiente.
Esta vez me costó trabajo separarme de él, pero me fui con la satisfacción de que al día siguiente
aquel tipo sería mío todo el tiempo.
VIII

Dormí tan profundamente que ni siquiera me percaté de cuándo había regresado Pam. Por algún
motivo incomprensible que iba más allá del simple agotamiento físico, mis actividades ilícitas en vez de
torturarme lograban darme paz.
El sol se había alzado cuando me despertó la delicada mano de mi novia acariciando suavemente
mi polla. Sonreí. Como cada mañana me despertaba duro. Aquella caricia tímida era su señal cuando
quería sexo matutino. Y yo jamás rechazaba una propuesta de mi chica en ese sentido. Me giré, hasta
ponerme encima de ella.
―Buenos días ―le dije tras un beso.
―Hacía tiempo que no te veía tan descansado.
―Me está sentando bien ese viaje. ¿Cuánto tiempo tenemos para..?
No pude terminar, porque el móvil de Pam sonó con un mensaje de WhatsApp.
―Es Eve ―puso aquel mohín de disgusto que me encantaba―. Cariño, lo siento ―se disculpó―.
Tendremos que dejarlo para esta noche. Pero te aseguro que te compensaré.
Le dije que no pasaba nada. En otra ocasión me hubiera molestado. Quizá hubiéramos tenido una
pequeña discusión, pero aquel día no, porque sabía que tenía a David para satisfacerme.
Mientras ella se vestía yo me di una ducha rápida. Bajamos de la mano a desayunar. Ella estaba tan
preciosa como siempre. Yo con tejanos y camisa.
David y Eve ya nos esperaban a la mesa. Se hacían carantoñas, aunque en verdad siempre estaban
igual: besos y risas. Sentí algo extraño. ¿Celos? Era imposible. Nuestra relación era solo carnal.
―¿Qué tal habéis dormido? ―preguntó David a ninguno de los dos en concreto, aunque noté que
esquivaba mi mirada.
―Con dolor de cabeza ―contestó Pam―. Ayer bebimos más de la cuenta.
―¿Y tú, machote?
La última palabra tenía una doble intención, estaba claro.
―Del tirón. Necesitaba descansar.
No volvió a prestarme atención. Cuando decía algo, se refería a todos, y en ningún momento del
desayuno volvió a cruzar su mirada con la mía. Pam trajo algo de desayunar para los dos, y como era su
costumbre se sentó a mi lado, aunque poniendo una pierna sobre mi muslo.
―¿Qué tenéis pensado hacer hoy? ―nos preguntó a David y a mí.
―Supongo que dar un vuelta ―lo miré a él para que me apoyara y el argumento sonara consistente.
―Nada de eso, amigo. He alquilado un barco. Te voy a enseñar los cayos desde el mar.
―¡Es fantástico! ―exclamó Pam, que se sentía menos culpable por dejarme de nuevo abandonado.
―¿Sabes manejar uno de esos?
―Ya te dije que Florida era mi segunda casa.
―Tened cuidado ―intervino Eve―. Matt, que no se aleje demasiado de la costa.
―Tranquila que no nos fugaremos a Cuba, si es eso lo que te preocupa ―respondió por mí su
marido.
Rieron todos, menos yo, que no sabía muy bien a qué atenerme.
―¿Has navegado alguna vez, Matt? ―me preguntó Eve.
―Soy de tierra firme. A lo más que he llegado es a pescar en un pantano en el bote de mi tío.
―Entonces será una experiencia inolvidable. David sabrá cómo hacerte pasar un buen rato.
«Seguro que sí», pensé.
―Habrá que llevarse algo ―le dije, incómodo porque no me lo hubiera consultado antes―,
algunas latas y sándwiches. Si quieres me encargo yo de eso. Creo que a bordo voy a ser completamente
inútil.
―Ya te daré algo con lo que puedas entretenerte, no te preocupes.
Me ruboricé ante aquel comentario. Esperaba que Pam no se hubiera percatado.
―¿Bañador y camiseta? ―añadí para apartar la atención.
David se acercó a mí y me susurró al oído contrario al que se sentaba mi novia.
―Te pongas lo que te pongas te va a durar el tiempo de alejarnos de las costa, te lo garantizo.
Mi rostro se puso rojo, y noté cómo mi polla se sacudía ligeramente dentro de los tejanos.
―¿Qué cuchicheáis? ―pregunto Pam, divertida, que se había percatado de mi rubor―. Y no me
digas que cosas de chicos.
―Le decía a tu novio que en alta mar no te tendrá a ti para pararle, y he cargado la despensa de
cerveza helada.
―David, prométeme que no harás locuras ―Eve intentaba ponerse seria, pero lo conseguía aduras
penas.
―Te lo prometo.
―Hablo en serio.
―Te prometo que Matt y yo haremos lo posible por pasarlo bien, como dos buenos amigos,
¿verdad, colega?
Trague saliva y asentí. Noté la mano de David en mi muslo libre, por debajo del mantel, subiendo
peligrosamente hacia mi paquete, y muy cerca de la pierna de Pam.
―Será mejor que nos vayamos ―dije levantándome, y casi dejando caer a mi novia.
―Tienes prisa por hacerlo, ¿verdad? ―David me guiño un ojo―. Yo también. No sabes cuanta.
Las chicas se despidieron con otro puñado de consejos. Pam se colgó de mi cuello y me dio un
beso largo y apasionado. Cuando abrí los párpados vi a David mirándome, con los ojos cargados de
lascivia.
Las dejamos en la puerta del hotel, donde las recogió un taxi.
David y yo fuimos a cambiarnos. Nos quedaba un largo e intenso día por delante. Dejamos pasar un
ascensor porque había una pareja que hubiera subido con nosotros. Al fin solos, mientras el cubículo
ascendía, David me dio un largo muerdo, y metió la mano dentro de mis pantalones.
―Si las chicas hubieran tardado un minutos más en irse te la hubiera tenido que coger con ellas
delante.
―¿El segundo punto clave de todo esto no era la discreción? ―le dije mientras le dejaba juguetear
con mis huevos.
―Sí, pero es que tú aún no te has enterado de cómo de cachondo logras ponerme. Te doy dos
minutos para cambiarte. Te esperaré abajo.
IX


Apenas se veía a los lejos la recortada silueta de la ciudad de Miami cuando David fondeó el
barco. Alrededor la suave calma del mar en un día sin olas.
Hasta ese momento nos habíamos comportado como dos auténticos colegas que deciden tomarse
una jornada marítima para hablar de chicas: nada de tocarnos, nada de conversaciones con segundas
intenciones, nada de miradas cargadas de deseo.
―¿Este es el sitio? ―le pregunté, sin saber muy bien qué hacer. Mi único cometido durante todo el
trayecto había consistido en alzar las defensas del barco cuando zarpamos y acercarle a David una
cerveza.
―Aquí no nos molestará nadie.
Era una embarcación de recreo, con una eslora de doce metros, un espacio de relax en la popa,
compuesto por una amplia cama al aire libre para tomar el sol, y una zona de estar en la bañera de proa.
No supe cuánto le había costado alquilarlo por un día, pero imaginé que sería una pasta. Mi nuevo amigo
era generoso a la hora de seducir a un tío, desde luego.
Me pasé las manos por la cabeza mientras miraba al horizonte. Nosotros solos y el mar. Y era la
segunda vez que veía a David al aire libre y no bajo las feas luces del hotel.
El sol hacía que su cabello pareciera aún más rubio y sus ojos habían adquirido un tono dorado
muy seductor. Como yo, llevaba bañador y camiseta, y estaba descalzo sobre la cubierta.
Terminó de asegurar el barco y vino hacia mí.
―Al fin solos ―me dijo.
―Al fin ―repetí yo.
―¿Sabes de lo que tengo ganas?
―¿De una cerveza?
―De hacerte una paja y de que tú me la hagas a mí.
―Parece algo sencillo.
―De pie, al aire libre, sin escondernos, uno frente a otro, y sin quitarnos la ropa. ¿Qué te parece?
Por toda respuesta le bajé la parte delantera del bañador y le acaricié su gruesa polla. Reaccionó a
mi mano como si tuviera vida propia y empezó a ponerse esponjosa. Bajé la mano hasta los huevos,
duros y consistentes, y un poco más, hasta que mi dedo corazón rozó el delicioso orificio que tanto me
obsesionaba.
―Esta es mi respuesta.
Él esbozó una sonrisa pícara e hizo lo mismo conmigo. Lo hubiera besado en ese momento.
―Y esta es la mía.
Estábamos muy juntos, pero no nos tocamos más allá de lo que ya agarrábamos cada uno. David fue
el primero que empezó a masturbarme. Se humedeció la mano, pasando lentamente la lengua por la
palma, y con enorme habilidad me pajeó muy despacio. Yo lo seguí de cerca, notando cómo su nabo
reaccionaba a cada sacudida.
Machacársela a un tío, a David, me resultaba tremendamente excitante. Tenerlo tan cerca y no
tocarlo. Tener su culo a mano y no follármelo. Tener su boca a unas pocas pulgadas y no comérmela.
David aumentó el ritmo y la presión. Yo gemí y me mordí el labio inferior. Hasta haciendo una paja
era bueno el cabrón. Me escupí en la mano para darle más placer. Él me lo agradeció casi perdiendo el
aliento.
―No te corras sin mí ―me suplicó entre jadeos.
―No sé si podré prometértelo porque lo haces muy bien.
―¿Nunca antes te la han trabajado así?
Pam, cuando yo estaba cachondo pero a ella no le apetecía hacerlo, me masturbaba de rodillas
mientras yo estaba tumbado en el sofá. Pero parecía que David sabía dónde poner exactamente los dedos,
qué presión ejercer, y cuándo pasar el dedo pulgar por el húmedo glande para dar más placer.
―Como tú, nadie.
―¿Nunca te ha hecho una paja otro tío?
―Con quince años. Un par de veces nos la cascamos un grupo de amigos. Pero cada uno la suya.
Así que eres el primero en masturbarme.
Notaba cómo mis huevos empezaban a contraerse. Eso significaba que el bombeo de David estaba
haciéndome llegar al orgasmo. Gemí otra vez. Era increíble lo bien que lo hacía. Deseé que yo le
estuviera dando el mismo placer que él a mí. Intenté besarlo, pero se apartó con una sonrisa entre lasciva
y burlona.
―Nada de tocarnos, ¿recuerdas?
―¡Dios! Me estás matando.
―¿Qué me harías? ―me preguntó David.
Ambos seguíamos pajeándonos. De pie en la cubierta. Uno frente a otro. Alrededor solo se
escuchaba el ligero azote del mar, los gritos de las gaviotas y los gemidos entrecortados con palabras de
nosotros dos.
―Tengo debilidad por tu culo y por tu boca. Me los follaría a ambos… ¡Joder! Creo que me corro.
Tragué saliva, porque no sabía si podría aguantar más, pero David no redujo la presión ni la
frecuencia sobre mi polla.
―Pues yo… Uffff… te dejaría que me follaras hasta reventarme… ¡Joder! ¡Joder! Aquí viene.
Nos corrimos los dos a la vez. Jadeando, uniendo nuestras pollas en el último momento para que
cada una se empapara con la esencia del otro. Fue increíble cuando restregamos ambos glandes mientras
seguían arrojando esperma. David se acercó a mí para que su semen empapara mi ropa y mi vientre, y yo,
a su vez, alcancé su barbilla con una corrida atlética, que me recordó a las que tenía en la adolescencia
cuando me masturbaba en la intimidad de mi cuarto.
Una vez saciados, unimos nuestras frentes, jadeando de placer. Él recogió con el dedo índice una
buena porción de lefa y se la llevó a la boca. Era una mezcla de ambos. Yo llevé mis labios hacia su
barbilla, y le limpie con la lengua el rastro de semen, para después tomar un poco más, directamente de
su polla, y chuparlo con deleite.
―¿Está bueno? ―me preguntó, sus ojos brillaban. Estaba guapo el cabrón.
―Como me vuelvas adicto a tu semen voy a tener que ir a buscarte a Europa.
Rió de mi comentario y se apartó lo justo como para que yo pudiera contemplarlo. Tenía las
piernas fuertes y torneadas, y la piel tostada. Aquel minúsculo bañador le marcaba los glúteos, lo que me
hizo tragar saliva, porque sabía que ese mismo día, antes o después, aquel culo sería mío. David se dio
cuenta de cómo lo miraba, de cómo me embargaba la lujuria, y me guiñó un ojo.
―Vámonos al agua ―me dijo con una sonrisa traviesa.
―¿Ahora? Déjame…
No pude terminar. Se tiró de cabeza por la borda, con la camiseta puesta, desafiante. Y yo apenas
tardé un par de segundos en seguirle.
X


La mañana pasó. Dejamos atrás el mediodía sesteando al sol, y acogimos la fresca caída de la tarde
con la misma ilusión que desgana, porque pronto tendríamos que regresar a puerto.
Habíamos hecho el amor tres veces más. Despacio. Disfrutando de nuestros cuerpos. La primera
fue dentro del mar mientras nos bañábamos desnudos una vez dejamos secar nuestra ropa al sol. La
segunda tras el almuerzo, en el camarote, en las horas de más calor, mientras nos refrescábamos con el
aire acondicionado. La tercera había sido en el puente, usando el timón como asidero para soportar los
envistes del placer. Pero en ninguna de estas tres ocasiones David me había dejado que lo follara.
Le supliqué.
Medio en broma, intenté cogerlo desprevenido.
Incluso le ofrecí lo que quisiera a cambio de que me entregara su culo una vez más, pero fue
tajante: solo me lo daría al final del día, y esa hora había llegado.
Yo estaba en la tumbona de popa. Tendido a todo lo largo. Desnudo. Observando cómo el viento
arrastraba las nubes. David se había acercado a la proa para comprobar si nuestra ropa estaba ya seca. A
pesar de que la sombra de la culpa seguía sin aparecer, me preguntaba qué sentimientos estaban naciendo
en mi pecho por el marido de Eve, el esposo de la mejor amiga de mi chica, y qué sucedería cuando
pasado mañana él volviera a Londres. ¿Fingiría que no había pasado nada? ¿Lo olvidaría hasta que
regresara, si le era posible y fugazmente, dentro cuatro o cinco meses? ¿Viviría con anhelo, esperando
únicamente su vuelta para disfrutar de aquel maravilloso sexo un par de días, y de nuevo sumergirme en
la sequía? O quizás… ¿o quizás me dedicaría a buscar otros culos, otros hombres con los que poder
experimentar todo aquello?
Oí un ligero clic que me hizo volver la cabeza. David estaba allí, en cuclillas, y me acababa de
tomar una foto con el móvil.
―¿Y eso? ―le pregunté, porque podía ser peligroso almacenar en el dispositivo una imagen mía
desnudo.
―No te preocupes. Sé cómo encriptarla para que solo yo pueda verla. Pero quiero recordarte
exactamente así.
Sonreí. Me hubiera gustado tener una foto suya tal y como estaba, pero temía que Pam diera con
ella. O que un compañero de trabajo la viera y tuviera que dar explicaciones de por qué llevaba la foto
de un tío en bolas en el móvil
―¿Ya tenemos que volver?
―¿Quieres?
―Por nada del mundo.
Se acercó hacia mí y enfocó el objetivo de la cámara muy cerca, usando el macro.
―¿Me estás sacando una foto de la polla?
Esbozó una sonrisa pero siguió con su cometido.
―Esa ya la tengo. Te la tomé mientras estabas dormido. Quiero llevarme un detalle de ese tatuaje.
Quizá me haga uno igual para pensar en ti.
Se refería al que llevaba en la ingle derecha. El único que mancillaba mi cuerpo. Era pequeño,
apenas una pulgada, y representaba el emblema de Superman. David lo había lamido varias veces
aquellos días, por lo que ya sabía que le gustaba, también que le excitaba.
―Ven aquí ―le dije abriendo ligeramente las piernas para que él se sentara―. Me debes algo.
Dejó el móvil a un lado y vino hacia mí a gatas.
―Déjame hacer ―me indicó―. Tú simplemente disfruta.
Asentí a la vez que tragaba saliva.
Pasó una mano por mi piel. Desde la pantorrilla hasta el hombro. Despacio. Con la presión justa
para erizarme el vello. A pesar del cansancio mi polla reaccionó, cambiando de postura. David sonrió,
satisfecho de lo fácilmente que podía controlar mi cuerpo, y se sentó sobre mis muslos. Sentí sus huevos
rozando, compactos, mis piernas, y la ligera humedad de su glande apoyado muy cerca de los míos. Se
inclinó y me besó en medio del pecho. Jadeé y alargué una mano para traer su boca hacia mis labios.
―Pshhh… no debes moverte, ¿recuerdas?
Le hice caso a regañadientes.
Se dedicó a mordisquearme uno de los pezones. Después el otro. Aquella boca me volvía loco.
Hacía maravillas con labios, lengua y saliva. Mientras continuaba alargó una mano y me acarició la
polla. Estaba bastante dura, pero muy seca. Sin dejar de besarme se pasó la lengua por la palma de la
mano y volvió a su sitio. Ahora sí. La piel de mi nabo reaccionó, flexible, y dejó el glande al
descubierto. Empezó a masturbarme. A los pocos segundos ya estaba completamente duro y dispuesto. Yo
esperaba que su boca bajara por mi vientre, que recorriera el cordón de vello oscuro que descendía por
mi ombligo hasta mi sexo, y después avanzara hasta acabar en mis grandes testículos, pero no fue así.
Se incorporó, mirándome a los ojos. Los suyos estaban febriles. Tan llenos de deseo como los
míos. Tan hambrientos como los míos. Esa miraba devoradora no la había visto antes en ninguna mujer, y
era parte de la atracción que sentía por aquel tipo.
David volvió a humedecerse la palma de la mano. Lentamente. Observando cómo mis pupilas se
dilataban a la espera de lo que se avecinaba. Humedeció a fondo mi polla y llevó una vez más los dedos
a su boca. Pero esta vez el destino no fue mi miembro duro e inhiesto, sino la oquedad de su culo.
Gemí sin darme cuenta, porque sabía que había llegado el momento que llevaba esperando todo el
día.
David avanzó de rodillas, hasta encontrar la posición que buscaba. Su polla estaba tan dura como
la mía. Gruesa y jugosa. Se sentó a horcajadas sobre mi ingle, y con una mano, me asió el carajo,
buscando el orificio entre sus nalgas. Yo le ayudé con un movimiento de caderas, pero cuando iba a
asirlo una vez más por las caderas volvió a ordenarme que estuviera quieto.
Consiguió encajarla a la primera. Yo sabía que su culo glotón ya estaba adaptado a mi tamaño, pero
aun así no apreté, lo dejé hacer. Poco a poco se fue deslizando por el tronco palpitante de mi verga,
empalándose, metiéndosela tan a fondo que solo se detuvo cuando llegó a mis testículos. Aun así
presionó más hacia abajo, para que no se le escapara nada. Ni un centímetro de polla. Y se quedó allí
sentado, conmigo dentro.
Me di cuenta en ese momento de que yo había estado conteniendo la respiración mientras lo
empalaba. Solté el aire de mis pulmones con un gemido, y moví ligeramente las caderas arriba y abajo,
para darle a entender que necesitaba follarlo ya.
Él sonrió. Estaba sudoroso. Se echó un poco hacia atrás para apoyas ambas manos en la tumbona.
Y entonces empezó a moverse.
Pam me había follado así algunas veces. Muchas otras chicas con las que me había acostado
también. Pero con David… ¡Dios!.. con David era completamente diferente. Aquella presión deliciosa
que se ajustaba a mi polla y la comprimía. Aquel esfínter que se apretaba convulsionando sobre mi polla
para después relajarse. La velocidad justa de entrada y salida para volverme loco de placer.
Me cabalgó como un machote. Aceleraba y se detenía. Giraba en redondo. Hacia delante y hacia
atrás.
Me corrí lanzando un grito ronco, agónico, mientras una oleada de placer se alojaba en cada fibra
de mi cuerpo, como una tormenta que me dejó sonriente y desmadejado.
Esta vez David no me pidió que se la dejara dentro. Él estaba completamente excitado. Tanto que
un ligero hilo de semen descendía de su polla hasta los testículos.
Se sacó mi nabo con cuidado y avanzó de rodilla hasta sentarse sobre mi bajo pecho. Allí se
masturbó. Mientras yo intentaba recuperar la respiración, disfrute de una excelente visión de su sexo, a
solo unos palmos de mis ojos. Sus rotundos huevos cubiertos de una fina vellosidad rubia, subían y
bajaban con cada movimiento de su mano, uno más arriba que el otro, hasta golpearme el pecho. La
extensión de su polla aparecía y desaparecía entre sus dedos mientras se daba placer. Pero sobre todo me
resultaba deliciosa la humedad caliente y muy húmeda de su culo, firmemente apoyado sobre mi pecho,
que chorreaba los restos de mi semen.
Se corrió de inmediato. Apuntó la polla contra mi cara y se dejó ir. Noté el impacto del chorro
blanco sobre mi boca, sobre mis pómulos, sobre mis ojos. Enredándose en mi corto cabello. Tres oleadas
que fueron acompañadas de un largo gemido y de un movimiento compulsivo de sus caderas.
Cayó desvanecido sobre mí, abrazándome muy fuerte, aún tembloroso del esfuerzo que acababa de
hacer.
Aparté el líquido seminal que me impedía verle y lo hice desaparecer con la lengua. David aún
jadeaba, aunque sus labios esbozaban una sonrisa feliz.
―¿Te ha gustado? ―me preguntó.
―Eres increíble ―le respondí―. Creo que me he vuelto adicto a ti.
Su sonrisa se amplió y me besó en los labios. Fue algo tierno. Delicado. Sin prisas. Después se
apartó. Sus brazos temblaron cuando alzaron su cuerpo. Estaba tan exhausto de sexo como yo.
―Ahora sí debemos marcharnos ―me dijo―. Un baño rápido para limpiar todo esto y volvemos a
puerto.
Asentí. Era inevitable. Al día siguiente no podríamos vernos a solas. Las chicas estarían con
nosotros todo el tiempo y tendríamos que ir a la barbacoa y a la recepción de la noche. ¿Había sido esa
nuestra última vez hasta que David lograba volver de Europa muchos meses más tarde, si es que lo hacía?
Decidí no pensar en ello, porque acababa de comprender que me había metido en una dirección que no
tenía vuelta atrás.
XI

Llegamos al hotel a la vez que Pam y Eve bajaban de un taxi.
―¡Parecéis un par de piratas! ―comentó la esposa de David mientras se colgaba de su cuello y lo
besaba.
Tenía razón. Nuestros bañadores y camisetas estaban arrugados y manchados de salitre. Como el
último baño, para deshacernos de los rastros de semen, nos lo habíamos dado en el mar, nuestro cabello
aún estaba emplastado por el agua salada. Además, el sol nos había enrojecido ligeramente la piel lo que
nos aportaba un aire salvaje.
Mire a David, que estaba besando a su mujer, y vi las pronunciadas sombras oscuras bajos sus
ojos. Comprendí que los míos debían lucir igual, debido al cansancio de las intensas sesiones de sexo.
―Dos bandidos y dos princesas. Algo no cuadra aquí ―respondió él, correspondiendo
apasionadamente al beso de su esposa.
Pam terminó de pagar la cuenta del taxi y vino hacia mí. Se colgó también de mi cuello. Parecía
feliz.
―¿Me has echado de menos? ―me preguntó.
―Cada momento.
―Mentiroso ―dijo mimosa.
―¿Qué tal ha ido el día?
―Divertido, fantástico y divertido.
―¿Por ese orden?
―Creo que sí. ¿Y tu primera incursión en el mar?
―Intensa.
―¿Te has mareado?
―Me he comportado, no te preocupes.
―¿David ha sido muy pesado? ―me preguntó Eve.
―Se ha portado bien.
―¿Seguro que te has portado bien? ―le preguntó ahora a su esposo.
―Creo que Matt no tiene quejas de mí, ¿verdad amigo?
No, no las tenía, pero no respondí.
Pam me volvió a besar, y se frotó ligeramente con mi cuerpo. Estaba mimosa, lo que en cualquier
otro momento me hubiera vuelto loco.
En ese instante David me palmeó el hombro en un gesto muy masculino, muy de machotes. Me volví
hacia él sin dejar de acariciar las caderas de mi chica.
―Dejad los arrumacos ―nos recriminó de buen humor―. Mi estómago ruge de hambre. ¿Dónde
vamos a cenar hoy? Decidme que fuera del hotel, por favor.
Eve iba a responder, cuando Pam lo hizo por ella.
―Id vosotros. Matt y yo pediremos que nos suban algo a la habitación.
―¿Y eso? ―preguntó Eve, aunque me di cuenta de que ambas ya habían mantenido aquella
conversación.
Pam tiraba de mí, camino del vestíbulo del hotel.
―Matt empezó algo esta mañana y no lo dejé terminar, así que vamos a acabarlo ahora mismo.
Eve gritó. Aquello le divertía.
―Así que solo lo quieres porque es un semental.
―Eso venía en el paquete ―Pam les guiñó un ojo y tiró más fuerte de mí.
Yo me dejé arrastra. Mientras me alejaba lancé una última mirada a David.
Estaba abrazado a su esposa. Guapo como un demonio, con el cabello despeinado.
Él también me miró, y pude ver una sombra de celos en sus ojos que me sentó realmente bien.
XII


Contemplé la fiesta desde un lugar apartado, bajo un frondoso castaño que me permitía estar solo
por unos momentos.
En mi pueblo las barbacoas era muy diferentes: no había camareros uniformados, ni cocineros
atendiendo el fuego, ni las chicas iban en tacón alto y con vestidos de cóctel.
Esa mañana habíamos desayunado solos Pam y yo. Eve y David se habían marchado pronto porque
ella formaba parte de la organización. Lo eché terriblemente de menos y hasta que, cerca del mediodía,
no llegamos al jardín donde se celebraba el evento, sentí como si algo me faltara, como si una pieza de
mi organismo hubiera sido arrancada sin que me diera cuenta.
Mientras Pam me presentaba a sus antiguas amigas con evidente orgullo, yo lo busqué con la
mirada entre la multitud. Había mucha gente. La mayoría parejas, como nosotros, que charlaban en grupos
mientras disfrutaban de sorbetes y finas copas de champan.
Lo dicho, aquello no se parecía en nada a ninguna barbacoa a la que hubiera ido antes.
Lo localicé cuando ya notaba cómo la ansiedad se alojaba en mi pecho. Estaba al otro lado del
jardín, charlando con un tipo que parecía empeñado en explicarle algo. Era un hombre joven, de nuestra
edad. Bastante guapo. David tenía la frente fruncida, y parecía estar muy pendiente de lo que le decía.
Llevaba tejanos desteñidos, sandalias y una camisa de aire hippie. Su cabello desordenado y las gafas de
sol de espejo lo convertían en el hombre más atractivo del evento.
Aquel individuo le puso una mano en el hombro y la dejó allí. En ese momento David levantó la
cabeza y miró hacia donde yo me encontraba. Sin quitarse las gafas sonrió, y yo sentí como toda aquella
angustia se difuminaba y un ligero cosquilleo se alojaba en mi estómago.
No pudimos hablar en toda la tarde. Cuando yo intentaba acercarme aparecía Pam para presentarme
a tal o cual amiga que estaba deseando conocerme, y las pocas veces que vi a David avanzando hacia mí
fue Eve quien lo intercedió para que atendiera correctamente a sus invitados.
Fue entonces cuando encontré un momento para alejarme de aquel sofisticado bullicio y refugiarme
bajo el castaño.
―¿Te aburres?
David apareció a mi lado, con las manos en los bolsillos y aspecto de haber llegado a ese mismo
punto por casualidad.
―No es mi ambiente ―respondí.
―Tampoco el mío.
Señale con la barbilla al individuo con el que había estado. El que se había atrevido a ponerle una
mano en el hombro.
―Se te veía muy pendiente de aquel tipo.
―¿Celoso?
―Tengo novia. Tú solo eres… ―en verdad no tenía ni idea de en qué se había convertido―. Eres
algo que no termino de digerir.
Hubo un espacio de silencio. Desde donde estábamos el bullicio parecía amortiguado. Vi a Pam de
lejos. Estaba preciosa, radiante. Me pregunté si me merecía tenerla a mi lado.
―Te he echado de menos esta mañana ―la voz de David me sacó de aquellas oscuras
meditaciones―. Esperaba verte en el desayuno.
―Pam estaba cansada y nos entretuvimos en la cama.
―No es necesario que me cuentes cómo te las has tirado.
Lo miré con una sonrisa cínica en los labios.
―¿Ahora eres tú el celoso?
―Estoy casado, y nos unen tres reglas, ¿lo recuerdas?
Así era: discreción, una relación corta y no enamorarse. ¿Hasta qué punto las estábamos siguiendo?
El hombre con el que David había estado hablando pasó cerca de nosotros y lo saludó con la mano. Él le
respondió con un gesto, pero mi mirada dura lo convenció de no acercarse.
―No me gusta cómo te mira ese tipo ―le dije.
―No es gay.
―No estaría tan seguro.
―No lo es ―me aseguró―. Sin embargo, aquel otro ―señaló a un tipo rubio, cercano a los
cuarenta―, con el que tú has estado charlando… ese se pajeará esta noche pensando en ti.
Reí en voz baja. Eso era absurdo. Era constructor y habíamos estado hablando de vigas de madera
y de sistemas de anclaje.
―¿Cómo lo sabes? ―le pregunté.
―Lo aprenderás, pequeño, lo aprenderás ―esa forma de tratarme me gustaba, me hacía sentir
seguro―. Una mirada a los ojos mantenida un segundo más de lo necesario. Un vistazo ligero a tu
paquete. Una excusa para pedirte el teléfono. O quizá ver juntos una película porno, como por casualidad,
para poder chuparte la polla.
Noté cómo me encendía. Tenerlo cerca me volvía loco. ¿Era su olor, su forma de moverse, el
descaro con que se enfrentaba a todo?
―No sé qué tienen tus palabras ―le dije―, que me pongo burro solo con escucharte.
Él me miró a los ojos. Estaba tan caliente como yo. Se mordió el labio inferior y yo tragué saliva.
―Vamos al baño ―me dijo.
―Estará lleno de gente con tanto sorbete aguado.
―Sígueme ―dijo mientras se encaminaba ya al otro lado del edificio principal.
Lo hice, como todo lo que me ordenaba. Le seguí.
Me crucé con Pam, que me dijo que tenía que presentarme a alguien más. Por señas le indiqué que
me meaba, pero que volvería al momento.
El aseo estaba limpio y reluciente. Había cuatro urinarios. Los de los extremos estaban ocupados y
los dos del centro libres. David se situó en uno y yo otro.
Hay una norma no escrita, y es que en los urinarios un tío siempre mira hacia el frente. Sin embargo
David me estaba mirando la polla. Yo tragué saliva. De reojo observé al tipo de mi derecha, pero estaba
inmerso en su tarea. Eché un vistazo rápido a la polla de David. Allí estaba, gorda y jugosa, esperando.
El que estaba al lado de David terminó y se largó. Esperamos hasta que el otro abandonó el baño.
Cuando estuvimos solos, David alargó la mano y me cogió el nabo. Aquello era tremendamente
excitante. En cualquier momento podía entrar alguien, lo que aumentaba la sensación de lujuria que me
embargaba. Yo hice lo mismo y le acaricié la polla con cierta timidez, empezando a masajearlo. Estaba
caliente y comenzaba a ponerse duro.
―Te vas mañana ―susurré sin dejar de mirar hacia la puerta.
―Sí.
―¿Podremos buscar hoy un hueco para estar juntos? Esto, tocártela, que me la toques, no me es
suficiente.
―Segú el programa de las chicas, no. Tras la barbacoa tenemos el tiempo justo para cambiarnos y
venir a la recepción, y dudo que volvamos al hotel hasta bien entrada la madrugada.
Sabía que no podríamos llegar a mucho más en aquel aseo. Había una cabina con inodoro, pero la
puerta dejaba un amplio hueco debajo que se reflejaba en el espejo del lavabo. Un par de caricias.
Quizás un beso, pero no era posible hacer allí, con David, lo que mi mente febril deseaba.
―¿A qué hora te vas? ―le pregunté mientras su polla palpitaba en mi mano.
―A las ocho de la mañana salimos del hotel.
―Así que era cierto. Ayer fue nuestro último día juntos.
―Puede ser.
―¿Cuándo volveré a verte? A verte como ayer. Tú y yo solos.
―Ya te dije que intentaré escaparme en unos meses, pero no puedo prometerte nada.
Se humedeció la mano para masajeármela mejor, lo que hizo que un ramalazo de placer me
recorriera la espalda.
―¿Y qué haré hasta entonces? ―mi voz temblaba bajo su mano―. En este momento te deseo tanto
que me duelen los huevos solo de mirarte. ¿Qué pasará dentro de un mes, de dos?
―Te dije que había pensado en ello.
―Explícate.
―He tenido una idea, pero tienes que seguirme el rollo. Esta noche.
―Sí, pero qué…
―Simplemente sígueme el rollo. Si te lo cuento no parecerá natural.
Oímos pasos. El ruido de la puerta del aseo. David se cambió rápidamente de urinario, ocupando
el de la esquina, y dejando así uno libre entre ambos. Habían estado a punto de pillarnos.
Cuando un tipo inmenso entró, David hizo como que terminaba, se lavó las manos y volvió a la
barbacoa.
Yo permanecí allí unos segundos, hasta que mi polla volvió a recuperar su tamaño, antes de seguir
sus pasos e ir en busca de Pam.
XIII


La barbacoa terminó tarde y no pude volver a hablar con David. Eve apenas lo soltaba de la mano,
temerosa de que se le perdiera otra vez. Había demasiada gente con la que cumplir, y él parecía
desenvolverse bien en aquel ambiente tan refinado.
Estaba anocheciendo cuando Pam me dijo que debíamos volver al hotel para cambiarnos.
―¿Ellos no vienen con nosotros? ―le pregunté por Eve y su marido.
―Vendrán más tarde, pero nosotros tenemos que regresar enseguida porque me toca a mí el
discurso de clausura.
Había mucho tráfico, por lo que tardamos en llegar al hotel.
Insistí en darme una ducha, aunque Pam decía que no nos daría tiempo. Lo hice de todas formas
porque necesitaba despejarme y sacar el rostro de David de mi cabeza.
Ella se había encargado de comprar mi ropa para aquel evento porque no se fiaba de mi gusto: un
traje azul oscuro, camisa blanca y corbata roja. Reconozco que cuando me miré en el espejo me gustó.
Parecía otro. Uno de esos tipos refinados que abundaban en la barbacoa.
Me dio un beso en los labios, me dijo que estaba tan guapo que me prohibía dejar que ninguna
chica se me acercara esa noche, y tomamos otro taxi para volver a la fiesta. Pam estaba preciosa, con un
largo vestido negro que se ajustaba a su cuerpo deslumbrante como un guante. Mientras recorríamos las
calles de Miami yo me preguntaba cómo podía estar yo tan enganchado con un hombre, teniendo a mi
lado una mujer como aquella. Y la única respuesta que lograba alcanzar decía que el sexo con David era,
simplemente, increíble.
Nuestra entrada causó sensación, el albañil y la prometedora doctora, y Pam estuvo soberbia con
un discurso sobre avances médicos y responsabilidad civil.
David y Eve llegaron cuando Pam estaba en la parte final de su exposición. Él también iba
trajeado. De color negro, corbata negra y camisa tan blanca como la mía. Pero en vez de llevar unos
clásicos zapatos oscuros como yo se había puesto deportivas blancas. Se ubicaron a mi lado, entre el
público. La mejor amiga de mi novia estaba nerviosa por no haber podido estar allí desde el principio.
―¿Qué tal ha estado? ―me preguntó.
―Fantástica.
David se inclinó para hablarme al oído en voz muy baja.
―Tú sí que estás fantástico. De hecho, estás para comerte.
Noté cómo me ruborizaba. Como una adolescente a la que suelta un piropo el capitán del equipo de
rugbi. No me atreví a girarme para mirarlo a los ojos, porque sabía que si alguien nos veía podría leer lo
que había entre ese hombre y yo.
El discurso de Pam aún duró un cuarto de hora más, y no tardé en perder otra vez de vista a David y
Eve. Rodeado de gente amable a la que no conocía, y que intentaban entablar conmigo conversaciones
que no me interesaban, me sentía cansado y un poco desesperado. Pam era ahora el centro de atención, y
apenas podía acercarme a ella sin que alguien me la quitara para tratar «un asunto que no admitía
demora».
Tampoco encontraba a David, a pesar de buscarlo por todas partes. Por mi cabeza pasó la idea de
si no se habría largado a algún lugar discreto con alguno de aquellos tipos que tanto lo miraban. Pero me
acordé de que él no era así. A lo largo de su vida solo habían existido unos pocos hombres, y las reglas
decían que tenía que actuar de forma discreta, en una relación corta y sin enamorarse. Eso me
tranquilizaba, porque en sus veintisiete años de edad su amante número cinco era yo.
Hacía calor. Había demasiada gente. Y yo empezaba a desesperar.
En un momento dado alguien tiró del faldón de mi chaqueta para obligarme a volverme.
―Vámonos ―me dijo David, dirigiéndose ya a la salida.
―No podemos irnos ―no me moví de donde estaba―. Pam no me lo perdonaría.
―He hablado con ella. He hablado con las dos.
Un zarpazo de pánico me cruzó la espalda.
―¿Qué diablos les has dicho?
―Que nos tenemos que ir porque si no dejo que me folles esta noche no podré aguantar cinco
meses sin verte.
―¡Joder! ―exclamé aterrado.
―¿Pero cómo voy a decirles eso? ―se rió de mí―. Te dije que se me ocurría algo para poder
estar juntos. Si te lo hubiera contado seguro que hubieras metido la pata. Le he dicho a Eve que me
encuentro mal. Que tengo algo de fiebre y que he vomitado. Mi mujer me ha obligado a que vuelva al
hotel, y Pam me ha suplicado que te busque y que te pida que me acompañes. ¿Supondrá mucho sacrificio
para ti estar conmigo a solas durante las próximas horas?
―Eres un maldito genio ―sonreí, notando cómo la lascivia me invadía.
―Pues vamos, deprisa, aprovechemos las pocas horas que tenemos para nosotros.
Lo seguí sin dudarlo. Por el camino David se deshizo de la corbata y se desabotonó el cuello de la
camisa. Yo lo imité. Aquella ropa me hacía sentir incómodo.
Lo hubiera besado. Atrapado entre mis brazos para apartarlo a un recodo del frondoso jardín, y
besado hasta hacerle perder el aliento. Pero fue rápido y paró un taxi a las puertas del complejo. Yo no
conocía Miami, por lo tanto ignoraba qué dirección le había dado. Solo sabía que no nos dirigíamos a
nuestro hotel. Durante el trayecto no hablamos. Yo solo pensaba en que en unos minutos sería mío, solo
mío, y tenía que aprovecharlo.
Cuando dejamos atrás la ciudad me asaltó la curiosidad.
―¿Adónde diablos vamos?
―Es una sorpresa. Creo que te va a gustar.
Nos detuvimos en un motel de carretera. Un complejo de bungalós que anunciaba con un gran
luminoso que tenía el mejor servicio de habitaciones del estado. No dije nada, pero sé que sonreí.
Tampoco pasamos por recepción, sino que nos dirigimos directamente a una de las cabañas, la más
alejada, la más distante de la carretera.
Había luz dentro, que se filtraba por la ventana hacia el exterior.
Lo miré extrañado. A David no le podía haber dado tiempo de llegar hasta allí durante la barbacoa,
tampoco durante la recepción. ¿Cómo podía, entonces, haber hecho..?
David llamó a la puerta. Oí pasos y el cerrojo que se desplazaba.
Mire perplejo mientras la puerta se abría.
Al otro lado apareció un hombre. Debía rondar los cuarenta pero era muy guapo. Tan viril como
David o como yo. Era bastante delgado, aunque alto. Tenía el cabello peinado hacia detrás, oscuro, y con
algunas canas en las patillas. Nariz prominente y ojos profundos y atractivos. Era de esos que hacen
volverse a una mujer y que generan la necesidad de hacerse su amigo en un hombre. Llevaba unos tejanos
muy desgastados, botas camperas y una camisa a cuadros. Parecía un vaquero al que le faltaba el lazo y
el pañuelo en el cuello. De hecho, si no estuviera tan aturdido por la sorpresa, habría mirado detrás de él,
buscando el sombrero.
―Habéis tardado ―dijo sin apartar sus ojos entonados de mí. Tenía la voz profunda, varonil, y me
evaluaba con descaro.
―Tenemos cinco horas ―contestó David, y pasó por su lado―. Será mejor que empecemos.
Yo me quede en la puerta, aturdido, sin saber qué hacer. ¿Quién diablos era aquel tipo? ¿Qué sabía
de nosotros? ¿Qué se suponía que iba a hacer? Yo solo deseaba estar a solas con mi chico. Odiaba que
estuviera allí.
―¿Qué te parece? ―le preguntó David a aquel vaquero, refiriéndose a mí.
El tipo inclinó la cabeza y detuvo su análisis justo a la altura se mi paquete. Era realmente sexi,
aunque no tan atractivo como David.
―Las fotos que me mandaste no le hacían justicia ―contestó mientras se relamía los labios.
«¿Fotos? ¿Qué fotos?» Pensé. Aquello era demasiado. No conocía a aquel individuo ni sabía por
qué me habían llevado hasta allí. Noté cómo empezaba a perder los nervios. Retrocedí.
―¡¿Qué carajo es esto?! ―exclamé más que pregunté, pues todo de aquello empezaba a sacarme
de mis casillas.
David vino hacia mí y me tomó de la mano para hacerme entrar. Me resistí, pero él aumentó la
presión hasta dejarme dentro de la habitación. Era espaciosa y estaba ocupada en el centro por una gran
cama de sábanas muy blancas.
―Ya te dije que había pensado en ti para cuando yo me marchara―me aclaró―. Matt, te presento
a John.
XIV


John era el tipo que lo había desvirgado cuando tenía diecinueve años.
El hombre casado, doce años mayor que David y que yo, que se lo folló, aprovechando una
tormenta, en el interior de una tienda de campaña.
Mi aspecto de asombro debía de ser todo un espectáculo mientras me lo contaba. ¿Por qué estaba
este tipo allí? ¿Por qué había aparecido ahora en nuestras vidas?
―Lo llamé cuando supe que quizá no podría volver a verte ―me dijo David.
―Pero…―tartamudeé―, pero… ¿para qué?
John se había apartado para dejarnos hablar, y estaba fumando un cigarrillo en la ventana,
aparentando indiferencia.
―Mañana me voy y no sé si te volveré a ver. Quiero hacerlo, te lo prometo, pero todo es bastante
frágil. ¿Y qué harás tú entonces? ¿Ir de bar en bar, de aseo en aseo, de parque en parque buscando a un tío
al que partirle el culo?
―No soy un marica ―me sentí ofendido por su comentario―. Y yo puedo decidir qué quiero, no
tienes que hacerlo por mi ―gemí desesperado―. Yo solo te quiero a ti. Solo quiero tu culo.
―Lo sé ―intentó calmarme―, pero también conozco la lujuria, Matt. Una vez que lo has probado
no podrás dejarlo. Créeme. Te hará muy infeliz. Recuerda las tres reglas. Hay que ser discreto, y John
sabe cómo estar contigo sin que nadie sospeche. Hay que mantener una relación corta, y mi amigo
simplemente va a mantener tu cama caliente por si yo vuelvo. Y está prohibido enamorarse, y te aseguro
que este vaquero lo va a seguir a rajatabla o le cortaré los huevos.
―¿Y qué tiene que ver en todo esto? ¿Por qué él?
―Porque vive en Seattle, a cuarenta millas de tu pueblo. Podéis veros una vez al mes, cuando Pam
esté de guardia. Más a menudo si lo necesitas. Es de absoluta confianza y cuidará de ti mientras yo no
estoy. Él sabrá satisfacer todas tus… necesidades.
―Yo no…―aquello era de locos―. Yo no soy gay.
David me pidió paciencia y señalo una silla.
―Quiero enseñarte algo. Quiero enseñarte lo bueno que puede llegar a ser.
―Déjame que me vaya.
Me puso una mano sobre el hombro.
―Únicamente siéntate y observa. Hazlo por mí. Hazlo por nosotros.
―No quiero estar aquí. No quiero estar con él. Yo solo te quiero a ti.
―Confía en mí. Por favor.
Al final, como David ya había supuesto, obedecí y me senté en la silla que estaba colocada como la
platea en un teatro, donde el escenario era la cama. Sentía un nudo en la garganta y un dolor agudo en el
pecho. También había algo más, esa lujuria de la que David había hablado, palpitando debajo de la piel,
expectante a la carnaza que pudieran ofrecerme.
John apagó el cigarro, y sin dejar de mirarme se situó de pie entre la cama y la silla donde yo
estaba sentado. David fue hasta él. Aquel hombre le sacaba una cabeza.
―Confía en mí ―volvió a decirme mi chico, lanzándome una tímida sonrisa.
Yo asentí, e intenté tranquilizarme.
Lo viví como si se desarrollara ante mis ojos a cámara lenta. John lo tomó por la barbilla para
alzarle el rostro, y le besó en la boca. Un muerdo largo, húmedo, donde sus lenguas se enredaron fuera de
los labios.
Hice por levantarme. Estaba besando a mi chico. Pero David se volvió hacia mí y con un gesto me
indicó que no lo estropeara, que me quedara sentado y observara.
Aquel tipo sonrió y puso una mano sobre la cabeza de David para que se pusiera de rodillas. Él no
rechistó, simplemente obedeció. Mientras aquel hombre se desabotonaba la camisa, mi chico le desataba
el ancho cinturón para después entretenerse con los botones del pantalón. Era tan tremendamente
ofensivo, y a la vez tan absolutamente erótico, que un ramalazo de deseo se me alojó en el estómago,
bajando por el vientre hasta hacer palpitar mi polla.
El tipo se deshizo de la camisa, que arrojó al suelo. Sí, era muy delgado, pero cada músculo estaba
perfectamente cincelado bajo su piel, y sus bíceps eran poderosos y largos, como sus dedos. Me miró. Yo
lo miré a él. Noté que se me secaba la boca de deso, pero no hice nada.
David al fin le bajó los pantalones. Llevaba unos bóxer de tela, en los que mi chico hundido el
rostro. Vi cómo jugaba con el miembro a través del tejido. Cómo introducía la lengua por el pernil para
lamer un glande que yo aún no veía, cómo frotaba su rostro contra aquella prenda que empezaba a tomar
forma.
Entonces tiró del bóxer y lo deslizó hasta sus tobillos. Yo me removí inquieto cuando al fin le vi la
polla a John. Aún no estaba erecta, pero si esponjosa. Era muy grande, casi tanto como la mía, con un
buen prepucio que empezaba a desplazarse hacia detrás dejando asomar el glande. También era gorda y
muy morena. Una polla magnífica. Me oí jadear.
Miré a David. Se había detenido para ofrecerme una visión completa de la polla de John y me
observaba con ojos brillantes.
―Prométeme que seguirás sentado y que no te tocarás.
Tragué saliva y asentí. Yo tenía los dedos clavados en los brazos de la silla y los nudillos blancos.
David sacó la lengua, y poco a poco, se introdujo el miembros del vaquero en la boca. Solté un
gemido cuando lo vi tragar, que mi chico coreó. Se la chupó a fondo, desde la base a la punta.
Rodeándola con la lengua, absorbiendo, restregándosela por su mejilla. John lo sujetó por la cabeza y le
follo la boca con energía. Yo estaba completamente excitado y ofendido. El glande de aquel tipo había
quedado al descubierto, hinchado y oscuro. Era una polla grandiosa, suculenta, y en un cuerpo tan
delgado parecía aún mayor.
Por mi parte… estaba completamente duro bajo el pantalón. El nabo me dolía por la presión que
ejercía sobre la tela, pero no me moví de donde estaba, a pesar de que deseaba apartar a aquel tipo y
ponerme en su lugar entre los labios de mi chico. Me sentía hipnotizado ante lo que ellos dos estaban
llevando a cabo a un par de metros de mí. Me envolvía un ligero olor a sudor, y a la colonia de sándalo
de David. También empezaba a oler a sexo, a semen, y supuse que alguno de los tres ya habíamos
empezado a destilar liquido preseminal.
―Ahora voy a follarte ―le dijo John, y yo me removí inquieto en la silla, con la boca
completamente seca, y el nudo de la garganta tan grande como un puño.
Iba a protestar cuando David me miró para que no lo hiciera. Su culo era mío y de nadie más. Pero
sus ojos hablaban de algo más, de una experiencia nueva y excitante, así que volví a ser obediente y
simplemente que quedé sentado. Encajado en la silla mientras esperaba a ver qué sucedía.
David se incorporó y se quitó la ropa. Desnudo, se quedó de pie frente a John. Estaba tan excitado
como el otro, como yo mismo. Yo había descubierto que su cuerpo me volvía loco. Aquellas caderas
estrechas, hombros anchos, muslos rellenos de jugador de futbol. La suave pilosidad rubia. Y aquella
boca que decía «cómeme». El vaquero me miró antes de mover las caderas para rozar su polla con la de
mi chico. Era consciente del placer y el dolor que me estaba provocando. Como si me arrebatara algo,
pero también como si me ofreciera un nuevo camino. Sí, era tan excitante, tan jodidamente excitante, que
pensé que me correría sin ni siquiera tocarme.
John llevó a David hasta la cama, y le indicó que se pusiera a cuatro patas. Mi muchacho fue
obediente y adquirió la posición exacta, ofreciendo su culo. Me pasé una mano por la boca. El vaquero
se colocó detrás, se agachó y le pasó la lengua por el orificio. David dio un respingo y se mordió el
labio. Aquello debía provocarle mucho placer. Yo me removí en la silla mientras contemplaba cómo le
trabajaba el culo un buen rato con la lengua. Largos lametones, para después centrarse en un punto e
introducirla con el fin de ayudar con la dilatación. Mi chico gemía, y yo acompasaba cada uno de sus
suspiros, rígido y excitado como nunca.
Cuando creyó que estaba preparado, John se incorporó y apoyó la punta de su polla en el estrecho
orificio de David. Entonces me miro a mí, como si me pidiera permiso. Comprobó hasta qué punto estaba
yo excitado. Y sin apartar los ojos de los míos, empezó a empujar, lentamente, sujetándolo por la cintura
para que no se moviera. Mi chico arqueó la espalda y respiró hondo para dejarla entrar. Le debía de
doler, pero yo sabía que solo sería por un momento, porque después el placer sería absoluto. Era tan
jodidamente erótico que me descubrí con la espalda rígida, la boca abierta, y jadeando mientras lo
observaba.
Una vez que estuvo toda dentro, empezó a cabalgarlo. Primero con cuidado, dándole tiempo a que
se acostumbrara a su tamaño. Después más deprisa, sacándola casi al completo para introducirla de
golpe. Sabía follar, al igual que yo. Sabía cómo hacer gozar a un hombre.
Miré a David. Tenía los ojos cerrados y varias gotas de sudor bajaban por su rostro. Su boca
entreabierta me hablaba del placer que sentía, del inmenso placer que John le estaba proporcionando. Yo
estaba hipnotizado ante la escena de dos hombres follando de forma tan desinhibida, que lo único en lo
que pensaba era en que mi polla debía ocupar el lugar del vaquero. ¡Era mi culo y lo quería!
David se corrió primero. Lanzó varios jadeos, el último contenido, y un chorro de esperma blanco
fue lanzado hacia las sábanas. John entonces se la sacó, y sin cambiar de postura empezó a masturbarse
mientras sus huevos rozaban la suave piel del esfínter de mi muchacho. Se corrió al momento, gimiendo y
convulsionándose. Un abundante y espeso caño de semen se desparramó por la espalda de David,
empezando a gotear por los costados.
Yo me descubrí con la boca medio abierta, mientras contemplaba a aquellos dos hombres que
habían llegado al éxtasis… al igual que yo. Porque cuando David alcanzó el orgasmo, mi polla, sin
haberla tocado, eyaculó dentro de mis pantalones.
Miré hacia abajo. Hacia el desastre blanco que se extendía a través de la tela azul marino de mi
traje nuevo, y llegué a la conclusión de que nunca en mi vida había estado más excitado.
XV


―Ahora sí ―me dijo David―. Ahora ven.
Obedecí sin rechistar. En aquel corto camino de un par de metros me deshice de la chaqueta, me
arranqué la camisa y arrojé mis pantalones y mi ropa interior, que se amontonaron de cualquier manera
por el suelo. No me importaba lo que pasara con ella. No me importara lo que pensara Pam cuando viera
el estado en que volvían mis pantalones. Solo me importaba David y su cuerpo desnudo, que quería tener
entre mis brazos.
Me arroje sobre él como si arrastrara hambre. Lo cubrí con mi desnudez, frotando nuestras pollas
húmedas de semen y relajadas tras el orgasmo, acariciando sus costados, y sobre todo devorándole la
boca. Aquella boca glotona que me tenía subyugado, rendido a él y a lo que quisiera hacer de mí.
David me recibió con las mismas ganas. Hambriento a pesar de que acababan de tirárselo. Deseoso
de mí. Lo vi en sus ojos y me lo susurró al oído.
Seguíamos retorciéndonos uno en brazos del otro cuando sentí el cuerpo de John que se recostaba
sobre mi espalda. Me quedé quieto, pero mi chico tomó mi rostro entre sus manos para que lo mirara
fijamente.
―Confía en mí ―repitió una vez más. ¿Y cómo no iba a hacerlo si yo era presa de aquellos ojos
verdes?
Seguí besando a David, retorciéndome sobre su cuerpo, mientras notaba el calor y el olor a sexo de
John encajado en mi espalda. El vaquero tenía ganas de mí. Lo noté por la forma en que su gran polla
palpitaba contra mis nalgas. Pero no lo dejé acercarse más allá.
David se movió, para que yo también quedara bocarriba y John aprovechó para ponerse encima de
mí. Su cuerpo se contorsionaba sobre el mío a todo lo largo. Sus pies buscaban mis pies, sus caderas mis
caderas, y su enorme nabo friccionaba sobre mi polla, logrando llamar su atención. Era como si aquellos
dos rabos, desconocidos hasta entonces, se dieran la bienvenida. Intenté girar la cabeza para besar a
David, pero John colocó el codo en la almohada para impedírmelo. Quería besarme y lo iba a hacer.
Cerré los ojos y la boca del vaquero se sumergió en la mía. Sus labios eran carnosos y besaba muy bien.
Su lengua impactó en la mía y logró arrancarme un escalofrío de placer.
Sentí cómo mi polla volvía a reaccionar. Mi chico había introducido la mano entre los dos, y nos
las masajeaba a ambos, las dos juntas. Se acercó a nosotros y unió su lengua a las nuestras. Éramos tres
cuerpos que se habían convertido en uno solo, contorsionándonos, intentando no dejar escapar un trozo de
piel a nuestras caricias.
Yo buscaba la boca de David, la polla de David, el culo de David. Pero John estaba ávido de mí.
De la nueva remesa. Y no me dejaba maniobrar.
En un momento dado noté cómo se apartaba y al fin mi chico ocupo su lugar sobre mí. Fue entonces
cuando sentí los labios del vaquero sobre mi nabo, chupando con hambre, con ansiedad. Era un buen
maestro, porque la mamaba casi tan bien como David. Aquello era más excitante de lo que podía
soportar. Mientras David me besaba John me la mamaba. Me podía correr de nuevo en cualquier
momento.
Entonces, David se puso de rodillas en la cama y tiró de mí para que hiciera lo mismo. John se
resistió, no quería dejar de chupar, pero nos dejó hacer. De rodillas, frente a frente volvimos a besarnos.
―Déjame que te folle ―gemí en sus labios―. Por favor, por favor.
Él me acalló con un beso, y separó las rodillas para que el vaquero se pusiera debajo de nosotros.
La habitación olía a semen y estaba llena de los gemidos de los tres. John, encajado entre mis
piernas, me chupaba ahora los huevos, jugaba con ellos, acariciaba mi esfínter con los labios y me lamió
tan adentro que creí morir de placer. Mientras tanto su miembro acariciaba el orificio de David, sin
llegar a entrar.
―Esta vez no va a ser él quien te la meta ―le dije en cuanto el placer me dejó articular palabra.
―Nadie más, solo tú ―me contestó.
Acompañó sus palabras retirándose, y ofreciéndome su culo a cuatro patas, como había hecho con
John. No lo dudé un segundo. Fui a él y me lo comí a lametones. Estaba salado debido al semen del
vaquero, que había chorreado, pero me gustó. Era un sabor distinto, más amargo. También más espeso.
John había maniobrado hasta ponerse de pie en la cama, y ahora le daba su polla de comer a mi
chico. Aquello me excitó tanto que me puse de rodillas, y al fin se la metí a David.
Lo necesitaba tanto, tenía tantas ganas de él, que una sonrisa estúpida se encajó en mis labios. Me
lo follé mientras gemía. Acariciando sus caderas y mirando directamente a los ojos de John, para darle a
entender que aquello era solo mío.
El vaquero también sonrió, dejó que su nabo escapara de los labios de mi muchacho, que se
retorcía y gemía de placer bajo mis envistes, y avanzó hasta mí, sosteniéndosela con las manos.
Cuando llegó a mi altura, simplemente la soltó, y yo vi aquella polla grande, morena y jugosa
delante de mis ojos, delante de mi boca, expuesta a mí.
No tuvo que decirme nada. La olí como me había enseñado mi muchacho, la lamí desde los huevos
hasta el glande, y después me la metí en la boca, mientras mis caderas seguían trabajando el culo de
David.
No sé cuánto tiempo continuamos así, pero era la postura perfecta: yo follaba un culo y a mí me
follaban la boca.
El primero en correrse fue John. Lo hizo profiriendo un agónico gemido, y yo esperé paciente a que
mi boca se llenara. Lo hizo al instante. Una bocanada espesa de esperma. Denso y salado, con sabor a
ostras, que no pude contener y se me derramó por los labios. Tragué tanto como pude, pero era
demasiado.
Aún temblando tras la corrida, John se apartó, se puso de rodilla a nuestro lado y vino en mi ayuda,
lamiéndome la boca, la barbilla, el pecho, hasta dejarme limpio de su leche. Después, mientras nosotros
terminábamos, se dedicó a besarme. A comerme la boca, sin prisas, solo disfrutando de mí.
El segundo en irse fue David. Supe que se iba a correr cuando su esfínter se contrajo sobre mi
nabo de forma espasmódica, con contracciones seguidas y veloces. Él contuvo el aliento, arqueó la
espalda y se apretó más contra mí. Yo alargué la mano para sustituir la suya, y lo pajeé mientras me lo
follaba. Un torrente cálido y pegajoso empapó mi mano mientras mi chico, al fin, se relajaba.
―Ahora te toca a ti ―me dijo John, apartándose lo justo para mirarme montar a David, y cruzando
los brazos sobre el pecho.
Yo clavé mis ojos en él. Era un hombre guapo, tenía un cuerpo perfecto, a pesar de su delgadez, y
una polla gorda y experta. Supe que me iba a dar mucho placer mientras esperaba el hipotético regreso
de David. Que sería mi amigo especial. Alargué la mano para acercar su cara y lo besé. Él me lo
agradeció con una sonrisa y volvió a apartarse para mirarme hacer. Era el espectador de mi lujuria, y
aceleré el trote en su honor, destrozando el culo de mi chico.
Yo suspiraba de forma entrecortada, gemía, y el sudor caía por mi frente. La forma de pupilas
dilatada con la que el vaquero me analizaba lograba excitarme aún más. Era sorprendente, apabullante.
Fue el mejor polvo de mi vida.
Me corrí fuera de David, separándome en el último momento, lo justo para que John pudiera verme
mientras eyaculaba. Él volvía a jadear, igual que yo. Mi esperma se extendió por los suaves glúteos de mi
chico, en largos regueros lechosos.
Miré a John. Tenía la boca abierta, y supuse que tan seca como había estado la mía mientras los
veía follar a ellos.
―Creo que tú y yo vamos a ser grandes amigos ―me dijo.
Y entonces David, que había caído rendido en la cama, me atrajo hacia sí, y John se acurrucó a
nuestro lado.


XVI


Fue la noche más intensa de mi vida hasta ese momento.
Incluso aquella vez antológica que estuve con varias chicas a la vez, en Las Vegas, no logró
superarlo.
David lograba arrancar en mí algo que hasta entonces yo no conocía. Era como si hubiera
descubierto mi auténtica esencia, y solo él tuviera la llave.
Aquella noche hablamos largamente sobre cómo sería nuestra vida a partir de entonces. Él quería
convencer a Eve para volver a casa, pero nada era seguro. También estaba decidido a buscar trabajo en
Estados Unidos. Seattle le parecía una ciudad perfecta. Estaríamos lo suficientemente cerca como para
vernos a menudo. Ni él habló de dejar a su mujer ni yo de abandonar a Pam. Parecía que aquello formaba
parte del trato, parte de aquella comunidad de tres normas que parecía extendida por todas partes.
Hicimos el amor una vez más, pero solo David y yo, mientras John, desnudo en la silla, nos
observaba y se masturbaba.
El vaquero partió hacia el aeropuerto, y nosotros regresamos al hotel muy entrada la madrugada. En
el ascensor nos dimos el último beso: lento, lleno de anhelo, de expectativa. Mientras él se marchaba
hacia su suite yo lo miré alejarse con la mano en el pomo de la puerta. Nunca había imaginado que un
hombre pudiera trastornarme así. Que un culo llegara a obsesionarme de aquella manera.
Pam aún no había llegado cuando entré en nuestra habitación, aunque encontré varias llamadas
perdidas en mi móvil, olvidado en el baño. Colgué la chaqueta y la camisa en su forro de viaje, y los
pantalones los metí en una bolsa para esconderlos al fondo de mi maleta. Después me di una ducha, larga
y pausada. Mi cuerpo estaba agotado por el placer del sexo que tanto había ejercitado aquel fin de
semana.
Como era mi costumbre, me miré en el espejo mientras el agua resbalaba por mi cuerpo. Las
sombras oscuras bajo mis ojos se habían acentuado. Me pregunté qué me había sucedido durante los
últimos días. Había pasado de ser un tipo que solo tenía ojos para las mujeres, a suspirar por un hombre
en concreto, y dejármelo hacer, al menos, por otro.
Me volví para mirarme de frente. Siempre había estado orgulloso de mi cuerpo, me mataba en el
gimnasio para que fuera perfecto: las caderas estrechas, el vientre plano y musculoso, los fuertes bíceps y
pectorales. Mi sexo, muy por encima de la media. Imaginé a David pegado a mí. Mi misma estatura, una
complexión similar, el contraste de su pelo rubio y su piel dorada comparada con el tono bronceado de la
mía.
Decidí que por aquel día era mejor no pensar.
Solo dormir.
Solo descansar.
Me sequé con cuidado y me metí en la cama.
Pam apareció alrededor de las tres. Yo me volví y la miré a los ojos. De nuevo estaba un tanto
achispada, pero parecía preocupada.
―Te he llamado. ¿Qué tal está David?
―Me dejé el teléfono en el baño. Se encuentra mucho mejor.
Ella suspiró y se bajó la cremallera del vestido, que resbaló por sus caderas. Como cada noche,
solo con las braguitas, se metió en la cama junto a mi cuerpo desnudo, acurrucándose a mi lado.
―¿Qué te ha parecido el fin de semana? ―me preguntó.
―Ha estado bien.
―Lamento haberte dejado tanto tiempo solo.
―No tiene importancia.
―¿Qué te ha parecido David?
«David». ¿Qué le decía?: ¿Delicioso? ¿Follable? ¿Un hombre del que podría enamorarme?
―Parece un buen tipo.
―Eve dice que tú también le has caído bien ―suspiró. Estaba a punto de quedarse dormida―. Me
alegro. Así podremos salir juntos cuando ellos vuelvan al país. Incluso puedo invitarlos a que se queden
en casa unos días. ¿Te importaría?
Imaginé a David en mi hogar, rodeado de mis cosas, tomando cerveza con mis amigos de la obra,
buscando momentos a solas en rincones escondidos donde montárnoslo. Un escalofrío me recorrió la
espalda.
―No me importa.
Pam sonrió, y me dio un beso en el cuello, justo en el lugar donde a David le gustaba besarme. Me
pregunté si había conseguido quitarme de la piel el olor de mi chico y el fuerte aroma a John.
―Eres un buen hombre. Abrázame ―murmuró Pam, casi dormida―. Necesito tenerte cerca.
Yo lo hice, con la absoluta certeza de que esa noche no dormiría.
XVII

Me levanté sin hacer ruido.
Pam dormía profundamente. No había prisas. No tomaríamos nuestro avión hasta el mediodía.
Me puse unos pantalones de deporte, una sudadera y me calcé las chanclas. Solo necesitaba unos
minutos, unos pocos minutos, nada más.
No tuve paciencia de esperar el ascensor así que bajé por las escaleras. Temía que mi indecisión
hubiera hecho que ya fuera tarde. Aceleré en los últimos tramos, casi saltando los escalones de dos en
dos.
Aparecí en el vestíbulo del hotel con el corazón y la respiración acelerados. Mirando a todos
lados.
Allí estaba Eve, dándole indicaciones a un botones sobre sus maletas. Fui hasta ella, que al verme
venir me sonrió y alargó una mano para saludarme.
―¿Y David? ―le pregunté, sin prestarle atención.
Pareció confundida por mi comportamiento. Me miró con la frente fruncida, pero al fin determinó
que aquello era cosa de hombres, una de esas cosas que ella jamás comprendería. Volvió a sonreírme.
―Está fuera, fumándose un pitillo. Voy a entregar la llave y nos marcharemos de inmediato o no
cogeremos el avión. ¿Pam sigue…?
No oí el final de la pregunta porque me dirigí a la puerta sin pensarlo.
David estaba allí.
Se había apartado a un lado, junto al amplio jardín que franqueaba la entrada. Un rayo de sol le
caía sobre el cabello y encendía el color de sus ojos. Estaba guapo como un ángel. Como un demonio. Lo
deseé tan intensamente que se me encajó un dolor en la ingle. David tenía una mano en el bolsillo y la
otra sosteniendo el pitillo. La vista perdida, como si meditara, y las mismas ojeras que lucían mis ojos, la
única señal que había podido dejarle de nuestros encuentros sexuales.
Levantó la cabeza y me vio.
Entonces sonrió.
Algo estalló en mi pecho con el reflejo de aquella sonrisa. Una mezcla de dolor y satisfacción con
un pellizco de deseo. Fui hasta él, pero no me atreví a tocarlo. Simplemente me detuve cuando llegué a su
lado, a unas pocas pulgadas de donde se encontraba. Metí mis manos en los bolsillos porque no me fiaba
de ellas.
A nuestro alrededor se movían los botones del hotel, introduciendo las maletas en un taxi. Alguien
intentaba ordenar el tránsito a un grupo de turistas que descendían de un autobús y pretendían acceder al
edifico.
―Pensé que no volvería a verte ―me dijo, con aquella voz firme y masculina.
―No podía dejarte marchar sin más.
―Intentaré que nos veamos pronto.
―Siempre será demasiado tiempo.
―Tienes a John.
―Al carajo John. Te quiero a ti.
Me miró a través de sus largas pestañas doradas. Yo intenté atrapar aquella imagen. Apuesto e
inocente. Seductor y embaucador a la vez.
―Esto se nos está escapando de las manos, Matt ―me dijo―. ¿Recuerdas las reglas?
―Al carajo también las reglas ―contesté―. Nunca he sentido por nadie lo que siento por ti.
―Es solo sexo.
―No intentes engañarme. Sabes que no es solo sexo. Veo en tus ojos lo mismo que en los míos.
Cambió su peso de un pie a otro. Se veía incómodo, y yo, quizá, con mi forma de actuar, estaba
estropeando lo poco que existía entre los dos.
―Matt, estoy casado. Está Eve. Y Pam.
―¿En qué consiste todo esto, David? ―le espeté―. Una temporada conmigo. Un fin de semana. La
promesa a medias de que volveremos a vernos. ¿Cuánto tiempo? ¿Dentro de un año? Y después a esperar
a que otro tío te entre por los ojos. Porque esas son las reglas ¿no? Al carajo las reglas.
Oí el zumbido de la doble puerta de cristales del hotel al abrirse, y la bocanada de aire fresco del
aire acondicionado del interior.
―Es Eve ―dijo David en voz baja―. Por favor.
De reojo vi cómo se acercaba, sonriente pero con la suspicacia pintada en el rostro.
―¿Me llamarás? ―le pedí.
Él miró incómodo hacia la dirección por la que se aproximaba su mujer.
―Solo cuando vuelva a los Estados Unidos. Cualquier otro contacto está fuera de las reglas.
―¿Contestarás a mis WhatsApp?
―No. No puedo.
Eve al fin llegó a nuestro lado y me dio un fuerte abrazo.
―Aunque ayer me despedí cien veces de Pam, hazlo tú de nuevo por mí ―me dijo mientras se
apartaba―. Y dale la enhorabuena por el novio que se ha echado.
Apenas la escuché, solo estaba pendiente de los ojos de David. Supongo que Eve se extrañó de mi
comportamiento. Hasta entonces yo había sido un chico educado. Pero no comentó nada.
―Vámonos, cariño ―espetó a su marido―, o no cogeremos el avión.
David me tendió la mano. La miré, inerte en el aire. No era eso lo que quería. No era eso lo que
esperaba.
La tomé para tirar de él y estrechar a David entre mis brazos. El calor de su cuerpo fue como un
bálsamo. Su aroma a oriente, mi refugio. Apreté su cabeza contra mi cuello. Arropé su cuerpo con mis
brazos.
Quien nos estuviera viendo, Eve, podría pensar que era el abrazo conmovido de dos viejos amigos.
Pero para mí era como hacerle el amor, como nuestra última vez.
Duró muy pocos, uno segundos que para mí fueron eternos y agónicos. Cuando me aparté él estaba
inmóvil mirándome fijamente, y Eve nos observaba con ojos confundidos.
―Será mejor que os larguéis ―le dije―. Tu mujer tiene razón, el avión saldrá sin vosotros.
Al fin reacción, me saludó con una inclinación de cabeza y fue al encuentro de su chica. Yo los
observé alejarse. El botones abrió la puerta del taxi para que Eve entrara, y David rodeó el vehículo para
acceder por la otra.
Justo antes de desaparecer me miró un instante. Solo un instante. Pero juraría que estaba tan
apesadumbrado como yo.
Vi cómo el taxi partía.
Inmóvil, lo seguí con la vista mientras aceleraba por la avenida y se perdía entre el tráfico de la
mañana.
Solo mucho tiempo después, cuando la existencia de David era ya un espejismo, regresé al hotel, y
fui en busca de Pam a nuestra habitación.

EPILOGO


Seis meses después.

Mi relación con Pam apenas duró unas semanas más.
Fui yo quien cortó. No podía seguir con ella después de lo que había sucedido con David.
Pam gritó, me insultó, y me golpeó con los puños cerrados debido a mi mutismo ante su pregunta de
por qué la dejaba. Pero… ¿cómo podía decirle que en apenas cuatro días me había enamorado del
marido de su mejor amiga? ¿Cómo explicarle que en tan breve espacio de tiempo había pasado de sentir
un absoluto desinterés por los hombres a habérmelo hecho con dos, disfrutando como nunca?
Abandoné aquel pequeño pueblo y me mudé a Seattle. Podría haberlo hecho a cualquier otro sitio,
pero una gran ciudad me permitía pasar desapercibido. Pronto encontré trabajo en la construcción y pude
alquilar un diminuto apartamento en las afueras.
Me encontraba confundido, completamente perdido y fuera de lugar. Pensé en volver a casa, pero
sabía que el amor de mis padres, de mis hermanos, no sería suficiente. Mi encuentro con David me había
vuelto del revés. Yo no era el mismo y sospechaba que no volvería a serlo nunca más. Regresar a un
lugar pequeño y lleno de habladurías solo lograría desquiciarme.
Cuando pude recomponerme volví a salir con chicas. No es que las buscara. Siempre me habían
encontrado ellas a mí. La primera me entró en la barra de un bar, mientras apuraba una cerveza en
solitario. Tuve buen sexo. Muy bueno, pero de fondo seguía existiendo aquella insatisfacción, aquella
añoranza del cuerpo de David retorciéndose entre mis brazos.
También probé con otros hombres. En Seattle es fácil. En una discoteca dejé que un tipo me la
chupara en el servicio. Fue una gran mamada, pero nada comparado con el efecto que los labios de David
tenían sobre mi polla. Tuve sexo completo con otro chico. Lo conocí en una cafetería. Era rubio,
inocente, y se parecía a él. Me lo llevé a casa y durante un fin de semana no salimos de la cama. Fue tan
fantástico como tenía que ser, pero tampoco me dejó satisfecho. Incluso tuve una breve relación con un
compañero de trabajo, un chico un poco más joven y quizá tan confundido como yo mismo. Pero tras
nuestra tercera o cuarta cita le dije que debíamos dejar de vernos, porque después de amanecer con él,
disimular cada mañana en el tajo como si no hubiéramos follado desde el atardecer hasta el alba hacía
que me sintiera realmente mal.
Algo sí tenía claro: no me apetecía ir de cama en cama, buscando aquello que sabía que solo
encontraría al otro lado del Atlántico.
Así que empecé a frecuentar a John.
Lo llamaba cuando estaba salido y él venía a mi casa. Follábamos, nos fumábamos un cigarrillo
juntos, y se largaba sin hacer preguntas ni esperar respuestas. En ningún momento hablábamos de David,
lo que yo agradecía enormemente.
Unos meses después de mi visita a Miami había conseguido una especia de existencia que podía
ser satisfactoria, aunque sin la rotundidad que me había aportado aquellos intensos cuatro días la
presencia de David.
Los días pasaron, las semanas, los meses, sin saber nada de él, y llegué a la conclusión de que
aquello era a todo lo que podía aspirar: una vida tranquila, sencilla, y sexualmente libre, donde podía
acostarme con chicas y con John cuando me atrapara la lujuria.
Precisamente hacía un mes que no veía a John, y yo tenía unas ganas tremendas de comerme una
polla. Le mande un mensaje y quedamos en vernos en mi casa esa tarde. John y yo habíamos llegado a ser
amigos, además de amantes. Sabía poco de él y no quería enterarme de más porque me asaltarían los
remordimientos: sabía que estaba casado, que tenía hijos, y que en aquel momento había encontrado a un
amigo muy especial al que estaba iniciando en aquel ceremonial en el que David me bautizó. Pero a pesar
de estar muy ocupado John era fiel a su promesa y nunca me dejaba sin atender.
Llegó puntual. Abrimos unas cervezas y charlamos un poco sobre el tiempo y el trabajo.
―Estás más guapo cada día, Matt ―me dijo en algún momento, mirándome por encima de la lata
helada.
Yo me ruboricé. No estaba acostumbrado a los piropos masculinos.
―¿No es eso algo cursi viniendo de ti? ―le contesté con humor.
―Ven aquí ―me ordenó, con aquella voz grave. Gutural.
Obedecí. Me levantó la barbilla y se enfrascó en mi boca. Me dio un muerdo largo, apasionado,
húmedo.
―Sabes besar, cabrón ―le dije.
―Vamos al dormitorio.
Me llevó de la mano. John me llegaba a poner muy caliente, sobre todo porque sabía follarme de
una manera experta y minuciosa. Y porque me recordaba a David. También había estado dentro de él.
Me desnudó sin prisas, mientras yo hacía lo mismo con él. No tuvo que decirme nada, porque yo
sabía que le gustaba empezar con una mamada. Me puse de rodillas y atrapé su gran polla entre mis
manos. Después de cinco meses como amantes, era el carajo que más veces me había comido, por lo que
me resultaba familiar. Me gustaba aquella polla gorda, con venas abundantes y muy marcadas, y el
prepucio recogido alrededor del glande. Se la chupé con ganas, como David y él me habían enseñado.
Tuvo que pedirme que me detuviera, porque había estado a punto de correrse.
―Cada día lo haces mejor ―me felicitó, casi sin aliento.
John me llevó hasta la cama. Yo me tumbé y lo recibí entre mis brazos. Me gustaba su cuerpo duro,
retorciéndose, buscando la fricción de nuestros miembros. Los recolocó con la mano sobre mi vientre,
uno junto a otro, y empezó a moverse contra la piel de mi ingle, como si me follara frente a frente. Yo
enrosqué mis piernas alrededor de sus caderas y lo dejé hacer. John fue acelerando el movimiento de sus
caderas y yo con él. Era una sensación caliente y dulce. No con la intensidad de una mamada o de un
trasero bien prieto, pero más prologada en el tiempo. Mientras nuestros cuerpos, nuestras pollas se
friccionaban, nos besábamos y nos comíamos los gemidos.
Nos corrimos así, con aquella friega continua y acelerada. Yo sentí su humedad caliente en mi
vientre, un chorro abundante y espeso, y me derramé al instante con un suspiro contenido.
Nos duchamos juntos y nos hicimos una paja bajo el agua. Mientras se vestía me contó cómo le iba
con su nuevo chico. Era un poco más joven que yo, veintitrés, y decía que se parecía a mí. Ya había
conseguido chupársela, y estaba seguro de que en el siguiente encuentro lograría metérsela. Estaba
ilusionado y lleno de optimismo.
Cuando se marchó ya había anochecido y me quedé solo y relajado. Permanecí tumbado en la cama,
sin nada que hacer, simplemente mirando el techo y las estrellas a través de la ventana.
Oí que llamaban a la puerta. No esperaba a nadie. Pensé que se habrían equivocado y no presté
atención. Volvieron a llamar. Maldije al inoportuno que había al otro lado de la puerta, pero salí de la
cama y me puse lo primero que encontré: unas calzonas y una camiseta de tirantas. Descalzo fui hacia la
puerta para abrir con la peor de las intenciones.
Cuando lo hice me quedé paralizado, con el pomo de la puerta en la mano.
Era David.
David.
―Hola ―me dijo.
Yo no contesté.
Me di cuenta de que había olvidado su rostro. Era mucho más guapo de lo que recordaba. Llevaba
el cabello más corto y en aquel momento me miraba con sus increíbles ojos verdes clavados en los míos.
―Hace mucho tiempo ―dijo de nuevo.
―¿Qué haces aquí? ―le espeté.
―¿No me vas a dejar pasar?
―No, David. No puedes aparecer sin más.
―Estás enfadado conmigo.
Entonces caí en algo.
―¿Cómo diablos sabías que vivía aquí? ―pero no fue necesario que me contestara―. John. Te lo
ha contado John.
―Simplemente quiero hablar contigo, si quieres lo hacemos en el pasillo.
Me di cuenta de que yo mantenía la frente fruncida. Noté cómo David me comía con la mirada, de
arriba abajo, y sin percatarse se mordía el labio inferior.
―Pasa ―dije al fin―. Pero solo hasta que te expliques. Después quiero que te vayas.
Me aparté para dejarle sitio. Él asintió y entró en mi casa. Solo había dos piezas: salón y
dormitorio. Ambos diminutos. Lo miró todo con curiosidad. No le pedí que se sentara. No quería que se
quedara más de lo imprescindible. Aquel hombre había puesto mi vida del revés, había hecho que me
enamorara de él como un adolescente, y después había desaparecido sin dejarme mantener ningún
contacto con él.
―Me enteré por Eve que habías dejado a Pam.
―Así es.
―Erais una buena pareja.
―Pero yo me acosté contigo y era injusto para ella hacer como si nada ―iba a decir «me enamoré
de ti», pero pude contenerme.
Paseó por la habitación. Llevaba tejanos y un polo azul marino que le sentaba realmente bien,
marcando la anchura de su espalda. Me descubrí mirándole el culo mientras avanzaba.
―También sé que has estado viendo a John.
―Se ha ido hace media hora.
―Espero que se haya portado… bien.
―Si te refieres a si me ha echado un buen polvo… sí, magnífico.
Me giró para mirarme a los ojos. Yo tragué saliva. No podía dejar que descubriera el efecto que
causaba en mí, porque entonces estaría perdido. Entregado al juego de sus manos.
―Estás muy enfadado conmigo ―me dijo.
―Mucho.
―¿Puedo preguntar por qué?
―¿En serio quieres saberlo?
Asintió. Noté cómo me enfurecía. Cómo el rencor de meses subía por mis venas. Avancé para
echármelo a la cara. Necesitaba que le quedara muy claro lo que iba a decirle.
―Yo era un tipo feliz antes de concerté ―casi le escupí a la cara―. Tenía todo lo que necesitaba.
Sabía hacia dónde debía dirigir mi vida. Me gustaba mi trabajo, estaba enamorado de mi chica o al
menos así lo creía, era feliz hasta donde alguien como yo podía serlo.
―Y yo me lo cargué todo.
―Me seleccionaste por una foto, como al ganado. Me sedujiste mientras estaba borracho.
Utilizaste todas esas tácticas para meterte en mi ducha y luego en mi cama. Tuviste cuidado de dejarme al
cuidado de otro tío, para que no metiera a polla donde no debía. Y después te largaste sin más. Así que
sí, amigo mío. Te lo cargaste todo. Puedes estar orgulloso de ello.
―Piensas que te abandoné.
¿Cómo podía dudarlo? Claro que me había abandonado. Al menos así lo había vivido yo.
―No he sabido nada de ti en seis meses ―le respondí―. Te llamé cuando mi vida era una mierda
y no te dignaste a contestar. Te escribí y ni siquiera perdiste un segundo para tranquilizarme.
―Pero te dije que volvería.
―En cuatro o cinco meses, o nunca, eso fue lo que dijiste. Y han pasado seis. Medio año, David.
Él tragó saliva. Tenía las manos metidas en los bolsillos y me miraba de una forma desamparada
que conseguía desarmarme. Quería darle una mascada y un beso. Una patada en los huevos y comerle la
polla. Echarlo de mi casa y follármelo. Esas eran las contradicciones que me provocaba David.
―He dejado a Eve ―dijo de improviso, mientras yo seguía dudando si machacarlo o meterlo por
última vez en mi cama.
―¿Qué? ―pregunté, incrédulo.
―He dejado a Eve. No podía seguir con ella.
―¿Por qué?
Se pasó la lengua por los labios. Después una mano por la cara.
―Porque llevo un año sin poder sacarte un puto instante de mi cabeza. Por eso.
―¿Tú..? ―no pude articular la pregunta.
―Desde que te vi en la foto que me enseñó mi esposa. Aquel tipo macizo. El novio de su mejor
amiga. Soñé contigo durante cinco meses antes de concerté. Después, cuando al fin nos encontramos en
Miami, me di cuenta de que la realidad superaba con creces la ficción. Nos solo eras guapo, estabas
bueno, y tenías una polla como me gustan, sino que había algo en ti, algo que me nublaba la mente y no
lograba apartar de mi cabeza ni un segundo. Pensaba que te probaría y te olvidaría, pero no ha sido así,
Matt. Contigo no. No puedo… no he podido dejar de pensar en ti ni un solo momento. Me despierto con
tu imagen en la cabeza y me acuesto imaginando que te tengo a mi lado.
―¿De qué estás hablando, David?
―De que he incumplido todas las reglas. Contigo he sido incapaz de ser discreto, me es imposible
estar separado por más tiempo ―se detuvo un instante―. Y tengo la certeza absoluta de que estoy
enamorado de ti.
Me quedé sin saber cómo reaccionar. Allí de pie. Con los brazos abiertos a ambos flancos. Con la
mente como un torbellino.
―Dime algo ―me pidió David al ver que no me movía―. Grítame, dame una hostia, échame a la
calle. Lo que sea. Pero dime algo, porque he abandonado a mi esposa, he dejado mi trabajo y he
comprado un billete solo de ida a esta jodida y fría ciudad.
Por toda respuesta me abalancé sobre él y lo besé. Le devoré los labios mientras lo abrazaba. Lo
apreté contra mí con tantas ganas atrasadas que pensé que lo iba a dejar sin aliento.
Él reaccionó con más furia si cabe. Teníamos mucho tiempo que recuperar y muchas cosas de las
que hablar.
―Estoy loco por ti, Matt. Jodidamente loco.
―Psss… ―lo acallé con otro beso―. Primero necesito comerte, besarte, follarte. Después, ya
veremos qué hacemos juntos con el resto de nuestra jodida vida.
Y unos minutos después, mientras me lo follaba sabiendo que aquel culo era y sería solo mío,
descubrí que se había tatuado en la ingle, justo donde yo lo tenía, el emblema de Supermán.
Sonreí, y lo besé con la pasión de quien sabe que aquel hombre nunca se separaría de mí.
Y así es.
Así ha sido.

También podría gustarte