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El calorcito interior

Aunque todos queremos ser felices, la felicidad no significa lo mismo para todos. Para algunos, por ejemplo,
equivale a tener mucho dinero y por eso se dedican a los negocios.
Para otros, es conocer los secretos de la naturaleza, por lo que pasan su vida consagrados a la ciencia. Para
una tercera clase de personas, no existe mayor regocijo que crear obras hermosas que hagan del mundo un
lugar bello. Aun hay algunos otros para quienes la felicidad significa describir lugares inexplorados o exóticos.
Pero sea cual sea el tipo de felicidad que le acomode a cada uno (y tú deberás descubrir cuál es el tuyo), hay
algo que todos tenemos en común: la certeza de que sólo podemos ser felices cuando hay alguien con quien
compartir esa felicidad.
Para el hombre más rico del mundo sus incontables billetes se convertirían en papeles sin valor si no tiene a
nadie con quien disfrutar; el descubrimiento más asombroso no tendría el mismo sabor para un científico solo
en su laboratorio; la más hermosa canción no estaría completa hasta que no haya alguien para escucharla…
¡O imagínate, al explorador que llega por su cuenta a la cima del Everest y, una vez ahí, anhela compartir lo
limpio que es el aire arriba!
Una vez un muchacho, llamado Chistopher McCandiess, decidió probar cómo sería vivir alejado de todos. Se
fue a Alaska sin más compañía que una mochila, libros y su diario. Lo último que alcanzo a escribir, rodeado
de los paisajes más bellos que puedas imaginarte, fue “La felicidad sólo es real cuando es compartida”.
¡Piensa cómo sería la vida de alguien sin que te consuele cuando estás triste o que se ría contigo cuando
estás feliz! Hay multitud de cosas valiosas en el mundo, pero nada es más valioso que el amor que puedas
dar o recibir.
Saber que tu hacer feliz a alguien es la máxima felicidad; sentirse feliz cuando estás junto a alguien es amarlo.
Si alguien te hace sentir un calorcito interior cuando estas junto a ti, ¡no lo dejes ir! Cultiva esa amistad
porque esa es la felicidad.
El calorcito interior
Aunque todos queremos ser felices, la felicidad no significa lo mismo para todos. Para algunos, por ejemplo,
equivale a tener mucho dinero y por eso se dedican a los negocios. Para otros, es conocer los secretos de la
naturaleza, por lo que pasan su vida consagrados a la ciencia. Para una tercera clase de personas, no existe
mayor regocijo que crear obras hermosas que hagan del mundo un lugar bello. Aun hay algunos otros para
quienes la felicidad significa describir lugares inexplorados o exóticos.
Pero sea cual sea el tipo de felicidad que le acomode a cada uno (y tú deberás descubrir cuál es el tuyo), hay
algo que todos tenemos en común: la certeza de que sólo podemos ser felices cuando hay alguien con quien
compartir esa felicidad. Para el hombre más rico del mundo sus incontables billetes se convertirían en papeles
sin valor si no tiene a nadie con quien disfrutar; el descubrimiento más asombroso no tendría el mismo sabor
para un científico solo en su laboratorio; la más hermosa canción no estaría completa hasta que no haya
alguien para escucharla… ¡O imagínate, al explorador que llega por su cuenta a la cima del Everest y, una vez
ahí, anhela compartir lo limpio que es el aire arriba!
Una vez un muchacho, llamado Chistopher McCandiess, decidió probar cómo sería vivir alejado de todos. Se
fue a Alaska sin más compañía que una mochila, libros y su diario. Lo último que alcanzo a escribir, rodeado
de los paisajes más bellos que puedas imaginarte, fue “La felicidad sólo es real cuando es compartida”.
¡Piensa cómo sería la vida de alguien sin que te consuele cuando estás triste o que se ría contigo cuando
estás feliz! Hay multitud de cosas valiosas en el mundo, pero nada es más valioso que el amor que puedas
dar o recibir.
Saber que tu hacer feliz a alguien es la máxima felicidad; sentirse feliz cuando estás junto a alguien es amarlo.
Si alguien te hace sentir un calorcito interior cuando estas junto a ti, ¡no lo dejes ir! Cultiva esa amistad
porque esa es la felicidad.

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