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Sinopsis
VEINTE AÑOS ANTES
UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
QUINCE
DIECISÉIS
DIECISIETE
DIECIOCHO
DIECINUEVE
VEINTE
VEINTIUNO
VEINTIDÓS
VEINTITRÉS
VEINTICUATRO
VEINTICINCO
VEINTISÉIS
VEINTISIETE
VEINTIOCHO
VEINTINUEVE
TREINTA
TREINTA Y UNO
CASA DE LA ENVIDIA
EL FOSO
Gods&monsters.com (investigación)
Señores de los demonios
Construcción del mundo basada en hechos.
Sobre la autora
Agradecimientos
Sinopsis
Emilia está conmocionada por el impactante descubrimiento de que
su hermana gemela, Vittoria, está viva. Pero antes de enfrentarse a los
demonios de su pasado, Emilia anhela reclamar a su rey, el seductor
Príncipe de la Ira, en persona. Emilia no solo desea su cuerpo, quiere su
corazón y su alma, pero eso es algo que el enigmático demonio no puede
prometerle.
Cuando un miembro de alto rango de la Casa de la Avaricia es
asesinado, Emilia e Ira son atraídos por la corte demoníaca rival. La
evidencia condenatoria apunta a Vittoria como la asesina y rápidamente se
la declara enemiga de los Siete Círculos. A pesar de su traición, Emilia hará
todo lo posible para resolver este nuevo misterio y descubrir quién es
realmente su hermana.
Juntos, Emilia e Ira juegan un juego de engaño alimentado por el
pecado mientras trabajan para detener el malestar que se está gestando entre
brujas, demonios, cambiaformas y los enemigos más traicioneros de todos:
los Temidos.
Emilia fue advertida de que cuando se trataba de los Malignos nada
era lo que parecía. Pero ¿los verdaderos villanos han estado mucho más
cerca todo el tiempo? Cuando finalmente se revele la verdad, podría
terminar costándole el corazón a Emilia.
Dos maldiciones.
Una profecía.
Un ajuste de cuentas que todos han temido.
Y un amor más poderoso que el destino. Todos saluden al rey y la
reina del Infierno.
Confía en tu corazón, querido lector;
él siempre te guiará donde necesites ir
Una vez, la Profecía de los Temidos se pensó como un mito, una
historia de venganza divina transmitida a través de los siglos. Sirvió como
una advertencia del caos y la destrucción que Muerte y Furia podrían
traer si se desataban. Una historia que dos enemigos deberían haber
recordado mucho antes de maldecirse mutuamente en un ataque de ira.
En esa fatídica noche, dos magias poderosas convergieron, obligando a
cada parte a pronunciar, o a veces incluso recordar, la verdad completa.
Las maldiciones tenían consecuencias aún mayores que nadie había
previsto. Durante años, los demonios y las brujas esperaron con tensión el
día en que finalmente se revelara todo. Cuando llegue esa hora de la
medianoche, se recomienda llenar la casa con ambrosía y néctar, y orar a
la diosa por misericordia.
—Notas del grimorio secreto di Carlo
VEINTE AÑOS ANTES
Las ancianas del aquelarre rara vez se ponían de acuerdo en algo,
excepto en dos asuntos que se consideraban sus leyes más importantes: el
diablo nunca debía ser invocado. Y, bajo ninguna circunstancia, nunca se
usarían espejos negros para adivinar.
Como una de las mejores videntes de la isla, Sofia Santorini creía
que algunas reglas estaban destinadas a romperse, especialmente cuando
sus visiones más recientes le susurraban historias inquietantes al oído.
Fueron esos murmullos insistentes sobre la peligrosa profecía relacionada
con su maldición los que finalmente convencieron a Sofía de robar el
primer libro de hechizos: el único grimorio que describía cómo adivinar con
magia oscura. El destino del aquelarre bien podría depender de sus
acciones, sancionadas o no.
Aunque, en la última reunión, el consejo no había sonado tan
sombrío. No necesitaban hacerlo. Sofía había percibido el cambio de magia
de la misma manera que los pájaros sentían el cambio de estación,
escuchando esa advertencia innata para volar lejos, para sobrevivir. Una
violenta tormenta se avecinaba en el horizonte. No tenía alas, y aunque las
tuviera, Sofía se negaba a huir sin su familia.
Romper dos reglas para salvar potencialmente a docenas de brujas
parecía lo correcto. Cualquier información que Sofía pudiera recopilar
sobre la maldición antes de que los Malignos o los Temidos se vengaran
solo beneficiaría a su aquelarre. Seguramente los ancianos lo entenderían.
Colocando el espejo negro en el suelo del templo de la Muerte junto
con el libro de hechizos estampado con papel de aluminio, se recogió la
falda y se arrodilló ante los objetos. Un escalofrío que no tenía nada que ver
con la piedra fría que se filtraba a través de sus finas capas de muselina la
recorrió. Miró el espejo prohibido, su superficie tintada le recordaba las
tranquilas aguas de un lago que había visitado una vez para recolectar
piedras de agua dulce para sus hechizos.
Excepto que esta superficie no tenía ninguna luz de luna relajante
que brillara sobre su cabeza, bendiciendo su camino. De hecho, parecía
devorar cualquier luz que se atreviera a tocarlo. Cualquier tipo de demonio
podría estar al acecho debajo de las profundidades desconocidas, esperando
para atacar.
Ella exhaló el miedo. Era horas de hacer lo que había venido a hacer
y luego volver a casa con su familia. Sacó la delgada daga del bolsillo de su
falda, sostuvo la punta en la punta de su dedo y presionó hasta que brotó
una gota de sangre, roja como los ojos del diablo.
Poniéndose de pie, Sofía caminó hacia el altar en el centro de la
habitación.
Uno no realizaba magia en el templo de una diosa sin antes pagar un
tributo.
A ambos lados del altar, el fuego crepitaba en los tazones de
ofrendas que había encendido antes, los zarcillos de humo se enroscaban en
el aire, como si le hicieran señas para que entrara al inframundo. Juraba que
sintió ojos sobre ella, observándola desde las sombras, esperando a ver si
era lo suficientemente audaz para cruzar ese límite prohibido. La mirada de
Sofía recorrió la tranquila cámara y se posó en los dos cráneos humanos que
había robado del monasterio. Los días oscuros requerían hechos aún más
oscuros. No flaquearía ahora.
Sosteniendo su dedo pinchado sobre el primero de los dos tazones
de ofrenda, vio las gotas de sangre chisporrotear y luego vaporizarse
cuando se encontraron con las llamas. Sofía se movió rápidamente al otro
lado del altar y repitió el gesto con el segundo plato.
Satisfecha de haber pagado lo suficiente para que la diosa le
otorgara protección, se volvió y recuperó los cráneos, ignorando la huella
ensangrentada que dejó en el hueso. Arrodillándose una vez más, las
calaveras colocadas en los puntos norte y sur del espejo, abrió el libro de
hechizos y comenzó a cantar.
Por unos tensos latidos, el espejo permaneció sin cambios. Entonces
el humo comenzó a arremolinarse dentro de su superficie. Lentamente al
principio, luego aumentando la velocidad como los vientos infernales que
había oído soplar a través de algunos círculos demoníacos, confundiendo a
las pobres almas lo suficientemente desafortunadas como para encontrarse
allí.
—Diosa, protégeme.
Sofía se inclinó más cerca del espejo, ansiosa por aprender todo lo
que pudiera sobre sus enemigos. Cualquier información podría resultar
valiosa, especialmente porque todos sus recuerdos estaban siendo
consumidos lentamente por la maldición con cada luna llena que pasaba.
Mientras miraba al espejo, se abrió una ventana al inframundo, lo que le dio
a Sofía su primera visión del reino de los demonios.
—Muéstrame cómo romper nuestra maldición.
El espejo pulsó como si la magia reconociera su pedido y accediera
a concederle su deseo. En lugar del humo, imágenes extrañas comenzaron a
parpadear sobre el vidrio oscurecido, y Sofía rápidamente se dio cuenta de
que le estaban mostrando una historia a través de una serie de imágenes
fijas. Ella dejó escapar un suspiro silencioso. Hasta ahora, a pesar de la
magia prohibida que había usado, era similar a sus visiones habituales.
La magia hizo que las imágenes salieran del espejo y se
arremolinaran a su alrededor como si estuviera allí en el momento en que
ocurrieron. Vio una sala del trono oscura, un demonio furioso.
Aparecieron fragmentos de lo familiar, pero la magia no debía haber
estado funcionando. Ciertas imágenes no se alineaban con su historia o con
lo que Sofía sabía de la profecía. Observó cómo una bruja, que debía ser la
Primera Bruja, maldecía a ese demonio. Su venganza y odio eran tan
poderosos que Sofía prácticamente podía sentirlo a través de la ilusión.
Luego vio un pozo extraño con cristales: piedras de memoria, miles
de ellas. La escena cambió abruptamente de nuevo, esta vez a una pequeña
cabaña con vistas al mar. Una joven bruja, a la que conocía bien, empuñaba
una piedra de la memoria en una mano y una daga en la otra. La Primera
Bruja también había estado allí, entregándole a la bruja la piedra que le
quitaría todo lo que deseaba olvidar. Las imágenes se desvanecieron,
necesitando más magia para alimentarlas.
—¡Espera! —gritó Sofía. Desesperada por saber más, agarró el
cráneo que descansaba en la punta sur y susurró un hechizo que lo hizo
añicos, esparciendo fragmentos de hueso por la superficie oscura, con la
esperanza de que el espejo los usara para alimentar más imágenes. Y lo
hizo. Excepto que, una vez más, no eran exactamente lo que ella esperaba.
Sofia vio su isla, luego destellos de otras ciudades y tiempos desconocidos
sangrando y tomando el control. Las imágenes tenían que estar mal. Sin
embargo... si no lo estaban, entonces todo lo que los ancianos del aquelarre
les habían dicho había sido una mentira. Incluyendo de dónde eran.
Era tan absurdo; no había manera de que pudiera ser verdad.
Decidida a descifrar el misterio, alcanzó el último cráneo. Este tenía rubíes
en los ojos, un regalo adicional para la diosa que gobernaba a los muertos.
Sofia destrozó el cráneo e inmediatamente fue empujada a otro tiempo, uno
en el que la misma joven bruja de antes parecía estar... una mano áspera
cayó sobre el hombro de Sofia, sacándola de la visión. Con el corazón
atronador, Sofía parpadeó hasta que el templo de la Muerte volvió a
enfocarse. Temerosa de qué, o quién, la había arrancado de la visión, agarró
su daga y se puso de pie, su atención aterrizando en el persona que había
interrumpido. La figura con túnica echó hacia atrás la capucha de su capa,
revelando un rostro familiar y severo.
Los hombros de Sofía se hundieron hacia adelante mientras bajaba
la hoja. Por un momento aterrador, pensó que había convocado a un
enemigo.
—Gracias a la diosa que eres tú. He aprendido algo increíble sobre
nuestra maldición y nuestra ciudad. Sé quién es la hija de la Primera Bruja,
al menos eso creo. Nunca creerás este descubrimiento.
Sofia estaba demasiado llena de magia oscura, demasiado
conmocionada por la verdad que había aprendido, para notar el brillo
peligroso que estaba en los ojos de la otra bruja.
—Tú tampoco.
—No entiendo…
Con un movimiento de su muñeca y una dura maldición, la bruja
lanzó un hechizo que tiró a Sofía hacia atrás. Su cráneo se estrelló contra el
altar, lo que le hizo ver un brillante destello de estrellas que la dejó
momentáneamente aturdida. Antes de que pudiera reunir su ingenio y
pronunciar su propio hechizo de protección, la mente de Sofía se fragmentó
al igual que el espejo que pisoteó la otra bruja, destruyendo la verdad que
aún jugaba en su superficie oscura.
Sofía abrió la boca para gritar pero se encontró incapaz de hacer
más que hablar en lenguas. Pronto todo lo que pudo ver fueron esas
extrañas imágenes que el espejo le había mostrado.
Si había estado a punto de pedir ayuda nuevamente, Sofía no podía
recordar por qué.
Observó, sin ver realmente, mientras la otra bruja recuperaba el
primer libro de hechizos y se abría paso lentamente por el templo, sin mirar
ni una sola vez a su amiga. Mientras tanto, Sofía repetía en voz baja una
frase, un canto, una bendición, una súplica.
O tal vez fue la clave para desbloquear todo...
—Tanto arriba como abajo.
UNO
De repente, las velas se encendieron alrededor del dormitorio del
Príncipe de la Ira.
A pesar de mis mejores esfuerzos para no sonreírle al demonio, mis
traidores labios se curvaron hacia arriba por su cuenta. Siguiendo la
pequeña acción desde donde estaba en el balcón, la atención del príncipe se
movió a mi boca y permaneció allí un segundo más de lo necesario.
Su mirada acalorada indujo a un tipo diferente de calidez a
extenderse sobre mí justo cuando las llamas con puntas doradas estallaron
en la chimenea, chisporroteando y crepitando como locas.
Era un sentimiento bienvenido, especialmente después de la frialdad
que había barrido antes y se había asentado en mis huesos. Ver a mi
hermana en el Espejo de la Triple Luna rompió algo vital en mí.
Algo que me negaba a examinar en este momento.
Demorándome cerca de la cama de Ira, con la túnica ahora
descartada a mis pies, supe que no era su pecado homónimo lo que tenía el
fuego ardiendo en su habitación privada. Era el deseo que estaba luchando
por controlar; la pasión que encendí cuando lo elegí, sabiendo exactamente
quién era, y aun así acepté convertirme en su reina maligna. Como ya me
había robado el alma, ahora le estaba ofreciendo mi cuerpo. Sin juegos ni
lazos mágicos que nos impulsaran a unirnos. Sin centrarme en Vittoria y en
la forma en que me dolía el corazón cada vez que pensaba en el engaño de
mi gemela.
Mis ojos se llenaron de lágrimas no derramadas solo de pensar en
mi hermana ahora, y traté desesperadamente de controlar mis emociones.
Ira sentiría mi dolor, y era una conversación que no deseaba tener. Ese dolor
podía esperar hasta que me encontrara con mi gemela en las misteriosas
Islas Cambiantes mañana y escuchara lo que tenía que decir. Hasta
entonces, no quería pasar ni un minuto más preguntándome por qué había
fingido su muerte. O cómo pudo lastimarme tan horriblemente durante tanto
tiempo. Ya le había dado a Vittoria meses de lágrimas y furia mientras
estaba en mi camino para vengarla.
Esta noche simplemente quería a Ira. Samael. Rey de los demonios.
El más temido de los siete príncipes inmortales del Infierno. General de
Guerra y el diablo literal. La tentación y el pecado hechos carne. Una
pesadilla para algunos, pero para mí actualmente parecía un sueño. Y si el
demonio maldito no se arrastraba entre las sábanas conmigo en este
instante, yo misma desataría un poco el infierno.
—¿Va a quedarse ahí afuera toda la noche, su majestad? —Arqueé
una ceja, pero la respuesta solitaria de Ira fue un leve estrechamiento de su
mirada de ojos dorados. Criatura obstinada y desconfiada. Solo él
preguntaría por qué me quedaba desnuda frente a su cama y no
simplemente desataba sus impulsos carnales más bajos como yo deseaba—.
Si necesita más pruebas de mi decisión…
—Emilia.
La forma en que dijo solo mi nombre me hizo prepararme para la
decepción. Su tono indicaba que necesitábamos hablar, y hablar era
absolutamente lo peor que podía imaginar en este momento. Hablar me
llevaría a las lágrimas, y eso me obligaría a confrontar cuán profundamente
me había afectado ver a Vittoria antes. Preferiría perderme en los besos
adictivos de Ira.
—Por favor, no —dije en voz baja—. Estoy bien. De verdad.
El demonio parecía aprensivo, poco convencido. Una vez me había
dicho que quisiera pero nunca necesitara, pero esta noche sentía ambas
cosas con fuerza y no me importaba si eso me debilitaba. Recé para que no
me enviara sola a mi propio dormitorio. No podía soportar la soledad.
Necesitaba consuelo, una conexión. Un poco de paz que solo él podía
darme en este momento.
Justo entonces, las cortinas transparentes que separaban su
dormitorio del balcón ondearon con la brisa invernal, tentándolo a unirse a
su reina semidesnuda. Era como si el reino mismo quisiera que finalmente
estuviéramos unidos. Con velas que titilaban suavemente y telas color
medianoche, el dormitorio emanaba una sensualidad serena. Era una
habitación hecha para todo tipo de susurros: aquellos en los que las palabras
se pronunciaban con ternura, con reverencia contra los labios, y los susurros
de la ropa se deslizaban lentamente sobre la piel.
Dos cosas que deseaba experimentar con este príncipe a la vez.
Por su propia admisión, Ira creía en el poder de las acciones sobre
las palabras. Y con ese recordatorio, hice mi movimiento. Permaneció
inmóvil afuera, observándome agacharme y quitarme las botas. No podía
decir si se había percatado de mis emociones sobre Vittoria y las había
malinterpretado o si todavía no confiaba en que yo quería completar el
siguiente paso para aceptar nuestro matrimonio. Dormir juntos era uno de
los dos actos finales necesarios para convertirnos en marido y mujer.
Ciertamente podríamos tener sexo y no estar casados, pero quería
completar nuestro vínculo.
Dada la forma en que nos conocimos —cuando lo convoqué en
Palermo y luego lo vinculé accidentalmente a mí por la eternidad—, y cómo
ambos juramos odiarnos y nunca besarnos, entendía si esa era la fuente de
su inquietud.
Hace varios meses, habría afirmado que esta noche también era
improbable. Eso fue antes de que reconociera que había más en nuestra
historia. Que ardía por él tan ferozmente como las flores de color rosa
dorado que podía invocar con la punta de mis dedos a voluntad. Otra cosa
que hubiera creído imposible, y un misterio más para resolver junto con la
verdad de quién era en realidad. Pero todo eso podía esperar. Lo único en lo
que quería pensar ahora era en reclamar a mi rey demonio.
Copos de nieve comenzaron a caer a su alrededor, espolvoreando
ligeramente su cabello oscuro y sus anchos hombros, pero él no pareció
darse cuenta. Los duros elementos de este reino invernal nunca parecían
molestarlo, aunque eso probablemente se debía a que él era una fuerza de la
naturaleza a tener en cuenta en sí mismo.
Sostuve su intensa mirada mientras deslizaba los ajustados
pantalones sobre mis caderas y me los quitaba, lanzándolos sobre la túnica.
La respiración de Ira casi se detuvo cuando notó que no había estado
usando ropa interior. Con los puños apretados a los costados, sus nudillos se
pusieron blancos como huesos por la tensión. No es exactamente la
reacción que esperaba al desvestirme.
Con el ceño fruncido, repetí en silencio nuestro intercambio,
recordando cuidadosamente cada palabra. Después de engañarme para que
hiciera un trato de sangre con él, para asegurarse de que ninguno de sus
hermanos se aprovechara de mí cuando crucé al inframundo por primera
vez, le pregunté si todavía me consideraba suya.
Ahora, mientras estaba rígidamente parado afuera en la nieve, sin
hacer un movimiento para seguirme a su dormitorio muy cálido y acogedor,
me preocupaba haberlo entendido mal. Solo había dicho que no necesitaba
tiempo para pensarlo. Lo cual, técnicamente, no significaba que me
considerara suya.
—¿Has cambiado de opinión? —pregunté.
Ira escaneó mi rostro, su propia expresión era cerrada.
—Me eliges voluntariamente. Sabiendo quién soy. De lo que soy
capaz.
No eran preguntas, pero asentí afirmativamente.
—Sí.
—¿Y esta decisión no tiene nada que ver con tu hermana?
Me observó atentamente y supe que estaba tratando de sentir incluso
el más mínimo cambio en mis emociones. Ira no me llevaría a su cama si
creyera que alguna fuerza aparte de mi propio deseo me estaba conduciendo
allí. Por una de las primeras veces desde que nos conocimos, no le ofrecí
nada más que la verdad. Si teníamos alguna esperanza de avanzar juntos,
los juegos entre nosotros tenían que terminar.
—Te deseaba esa noche en la fiesta de Gula. Y antes de eso...
¿recuerdas cuando mágicamente me quitaste la intoxicación mientras
entrenábamos contra tu pecado? Quería que me tomaras entonces también.
Esos tiempos fueron mucho antes de que viera a Vittoria. —Me obligué a
sostener su mirada, para demostrarle lo seria que era—. Y esta noche me di
cuenta de que, a lo largo de todo, siempre has estado ahí para mí. Es posible
que tus métodos no siempre hayan sido ideales según los estándares de los
mortales, pero todo lo que has hecho ha sido para ayudarme. Te quiero a ti,
y no tiene nada que ver con nadie más.
Después de una larga pausa que me hizo tensarme por el rechazo,
finalmente merodeó desde el balcón hacia su dormitorio, cerrando
lentamente la distancia entre nosotros. Su atención se desvió de mis ojos a
mis labios antes de sumergirse más abajo para abarcar mi cuerpo.
Un salvajismo que hace temblar las rodillas entró en su mirada
mientras me devoraba mentalmente centímetro a brutal centímetro,
deteniéndose en ese lugar palpitante entre mis muslos que de repente dolía
por él. Un gruñido bajo retumbó en su pecho, confirmando que sintió mi
deseo.
Sinceramente esperaba que permitiera a cualquier bestia que se
liberara esta noche. Quería experimentar cada cosa perversa y desviada que
él soñara.
Mostró una sonrisa nacida de una promesa pecaminosa, indicando
que estaba más que dispuesto a cumplir.
Incluso con el frío que se aferraba a él por la tormenta, sentí
cualquier cosa menos frío cuando se acercó. Entre su mirada abrasadora y la
forma en que trazaba en silencio cada una de mis curvas como si trazara
todas las cosas que estaba a punto de hacer... fue casi suficiente para
derretirme en ese mismo momento.
—Dime cada oscuro deseo, Emilia, —Inclinó mi rostro hacia arriba
—, cada fantasía que deseas que se haga realidad. —Sus dedos acariciaron
suavemente el punto del pulso en mi garganta antes de acercar su boca a la
mía, el beso fue un mero roce de sus labios que me dejó sin aliento y con
ganas. Se echó hacia atrás y lentamente pasó sus manos por mi silueta—. Y
prometo hacer que cada uno de ellos suceda.
Mi atención recorrió la extensión de ropa fina y el cuerpo duro
escondido debajo de ella.
—Tengo bastantes ideas.
La nueva mirada que me dio indicó que tenía algunas ideas
interesantes propias.
Podríamos discutir en otras cosas, pero en esto estábamos
benditamente unidos. Lo atraje para darle otro beso, queriendo apreciar este
momento por la eternidad. Pronto el dulce beso se volvió voraz, ninguno de
nosotros contento con seguir siendo lento o delicado. Éramos seres
alimentados por la rabia, por la pasión. Y quería que nuestra primera unión
fuera tan explosiva como nuestro temperamento.
Si Ira deseaba darme todos los oscuros deseos que había tenido,
esperaba que estuviera preparado para seguir el ritmo. Mordí su labio
inferior y con un gruñido de aprobación, respondió de la misma manera.
Ira rápidamente consideró la guerra en mi boca y luchó como el
general que era, sin tomar prisioneros. Había propiedad en este beso,
posesión. Y lo devolví enseguida. Él era mío Cada centímetro de su alma
malvada, cada latido constante de su corazón me pertenecía.
Sus manos acariciaron mi cuerpo, y un calor meloso se acumuló en
mi vientre, extendiéndose con cada gloriosa pasada de sus dedos callosos.
De todos los tiempos para que él esté completamente vestido...
Tiré de la chaqueta de su traje, luego tiré del borde de su camisa
antes de rasgarla, necesitaba verlo, sentirlo, piel con piel.
Se separó de nuestro beso, levantando la boca con diversión.
—Aunque las virtudes suelen ser aburridas, la paciencia podría valer
la pena en este momento.
—En este caso, esperaba que fueras más hábil con el pecado. Si no
recuerdo mal, una vez me preguntaste si me gustaría ver lo malvado que
podías ser. —Pasé mi atención sobre él, ocultando mi sonrisa mientras sus
ojos brillaban—. ¿Es esto realmente lo mejor?
—¿Me estás retando?
Levanté un hombro, sabiendo exactamente lo que estaba haciendo y
disfrutando la reacción que provocó en él. Dado el bulto en sus pantalones,
tampoco parecía importarle. Demonio retorcido
—Y si lo estoy, ¿qué harás entonces? —pregunté.
—Sube a la cama, mi señora.
Su voz era suave, pero no había nada manso en la orden. Retrocedí
audazmente hasta que llegué a la cama y me apoyé contra ella, hundiendo
los dedos en la manta de ébano colocada con buen gusto en el borde. Una
vez, imaginé cómo se sentiría el pelaje en mi piel desnuda.
Yo estaba a punto de descubrirlo.
Ira sacudió su barbilla, indicando que me quería sobre la cama, no
simplemente sentada contra ella. Con el corazón acelerado por la
anticipación, me levanté y me deslicé sobre el colchón de gran tamaño,
reprimiendo un gemido cuando el suave pelaje rápidamente dio paso a sus
frías sábanas de seda. Se sentía mejor de lo que había imaginado. Lujo y
decadencia mezclados con algo un poco salvaje e indomable.
Al igual que el maestro de esta Casa del Pecado.
Ira se desabrochó los pantalones y su mirada se clavó en la mía. Un
desafío en sí mismo para ver si estaba realmente lista para lo que estaba por
venir. Sus pantalones tocaron el suelo, y su dura longitud saltó libre,
intimidante y tentadora, e igual de ansiosa por reclamarme.
Mordí mi labio inferior, casi abrumada por el deseo mientras lo
bebía. Diosa de arriba, él era glorioso. Mi atención se movió lentamente de
su excitación orgullosa y viajó a lo largo del resto de su cuerpo. Más de
metro ochenta de puro músculo con piel de bronce que parecía brillar con
vitalidad llenaron mi visión. Era un estudio del poder masculino cruzado
con una belleza áspera.
Dio un paso adelante, y mi atención cambió de la serpiente metálica
tatuada en su brazo al tatuaje en su muslo izquierdo: una daga mirando
hacia abajo con rosas grabadas en su superficie.
No podía distinguir los diseños geométricos en su empuñadura, y
cuando Ira tomó su miembro con su mano tatuada y levantó lentamente el
puño, mi mente se vació. El demonio me dio una mirada de suficiencia,
como si supiera exactamente lo que estaba haciendo su seductora burla.
Diosa maldícelo. Quería reemplazar su mano con la mía. Mejor aún, quería
usar mi...
Un crujido violento partió el aire como el látigo de un dios enojado,
y el dormitorio de Ira, junto con el demonio que lo poseía, desapareció,
reemplazado por una habitación vacía y fría sin luz.
Fue un cambio tan drástico que no comprendí de inmediato que era
real. Parpadeé rápidamente, tratando de adaptarme a la repentina oscuridad.
Las sombras se movían alrededor de lo que sentí que era un espacio
pequeño, casi retorciéndose una encima de la otra en un frenesí.
Se me puso la piel de gallina en los brazos cuando el frío del aire se
volvió mordaz.
Esto tenía que ser otra extraña ilusión. Había tenido algunas antes,
pero ninguna tan vívida. Parecían activarse cada vez que Ira y yo
participábamos en actos románticos, así que esa era probablemente la causa
de esta ahora. Maldije el momento de esta intrusión no deseada, detestando
que el pasado de otra persona me hubiera alejado de mi delicioso presente.
Traté de frotarme las sienes pero no podía mover las manos. Mi
atención se disparó, notando un par de grilletes apretados fuertemente
alrededor de mis muñecas. Tiré de ellos, pero estaban atornillados en lo alto
del techo. Las cadenas resonaron con cada movimiento, el sonido
antagonizó mis nervios rápidamente deshilachados. Sangre y huesos. Miré
hacia abajo. En esta visión, estaba tan desnuda como en mi realidad actual.
Maravilloso. Había dejado un sueño solo para entrar en una pesadilla
común.
Lancé un largo suspiro, mi aliento salió en pequeñas nubes blancas,
luego me tensé. Qué extraño. A diferencia de otras ilusiones, también
parecía tener el control de esta. No era como entrar en un recuerdo o ver el
pasado desde la perspectiva de otra persona. Mis ojos se entrecerraron.
Si esto no era una ilusión o un recuerdo...
—¿Qué demonios está pasando? —El sonido inconfundible de una
bota raspando la piedra hizo que mi pulso se acelerara mientras una fuerte
punzada de miedo me atravesaba—. ¿Ira?
En algún lugar cercano, se encendió un fósforo, el silbido precedió
al olor a azufre que flotaba. Una pequeña llama parpadeó en el otro extremo
de la habitación, aunque quienquiera que hubiera encendido la vela se había
ido mágicamente. Sacudí mis cadenas de nuevo, tirando tan fuerte como
pude, pero no cedieron ni una pulgada. A menos que me arrancara las
manos, no escaparía hasta que mi secuestrador me liberara.
Para evitar el pánico creciente, entrecerré los ojos a través de la
penumbra, tratando de encontrar alguna pista de mi ubicación o de mi
captor. Era una cámara de piedra y yo estaba encadenada en una especie de
nicho.
En el centro de la sala principal había un altar tallado en la piedra
pálida que formaba las paredes y el suelo. Paja y hierbas secas cubrían el
suelo. Casi me recordó al monasterio de mi casa donde mi amiga Claudia
trabajaba con los muertos, pero no del todo.
Pensar en esas cámaras me trajo recuerdos de los invisibles espías
mercenarios que una vez me persiguieron allí. Se sentía como una eternidad
desde que me encontré con un demonio Umbra, y luché contra un
escalofrío. Si nunca volviera a ver uno de esos espantosos demonios, habría
vivido una vida buena y feliz.
—Quienquiera que esté allí, muéstrate.
Sacudí mis cadenas. El eco de un sonido metálico fue la única
respuesta que recibí, aunque juraba que escuché el débil sonido de alguien
respirando cerca. No vi ninguna bocanada de aire, pero sabía que eso no
significaba que estaba sola. Ira nunca me jugaría este tipo de truco,
especialmente teniendo en cuenta lo que habíamos estado a punto de hacer,
lo que descartaba que esto fuera un retorcido juego previo de un demonio.
Reuní falsa bravuconería.
—¿Incluso estando encadenada tienes miedo de hablar conmigo?
—No tengo miedo —dijo una voz profunda y acentuada desde la
oscuridad.
Se me cortó el aliento. Había escuchado su voz antes, pero no podía
ubicar dónde. No era Anir, el humano segundo al mando de Ira. Tampoco
sonaba como ninguno de los hermanos del príncipe demonio. Este acento
era de mi isla en el reino de los mortales. Estaba segura de eso.
—Si no tienes miedo, entonces no tienes razón para esconderte de
mí.
—Estoy esperando más órdenes.
—¿De quién? —El silencio se extendió incómodamente entre
nosotros. Era difícil fingir autoridad estando desnuda, encadenada y
hablando con un secuestrador fantasma, pero lo intenté de todos modos—.
Quienquiera que sea tu maestro probablemente estará aquí lo
suficientemente pronto. No hay necesidad de secretos.
—No tienes que preocuparte por mí.
Una frase que todos los asesinos y criminales probablemente
pronunciaron a sus víctimas justo antes de cortarles la garganta también.
Tragué saliva. Necesitaba que siguiera hablando para averiguar quién era, y
había descubierto que molestar a alguien los hacía reaccionar, incluso si no
querían. Ira y yo habíamos usado la misma táctica el uno con el otro durante
los últimos meses, y ahora podía besarlo para practicar.
—¿Tu maestro te ordenó permanecer en las sombras?
—No.
—Mmm. Ya veo.
—¿Qué?
—Eres simplemente un pervertido que disfruta viendo a sus
víctimas, sabiendo que no pueden verte a cambio. Dime, ¿te estás tocando
ahora? ¿Te imaginas cómo se siente mi piel mientras acaricias la tuya? ¿Por
qué no te acercas? —Y permíteme clavar tu ingle en tus pulmones. El
hombre se materializó frente a mí con una mirada de pura irritación en su
rostro. Definitivamente no era un demonio, pero eso no era reconfortante.
Respiré hondo—. Domenico Nucci.
El joven que vendía arancini con su familia en Palermo me miró con
vehemencia. Garras de aspecto mortal salieron disparadas de las yemas de
sus dedos, luego se retrajeron, recordándome que él no era más humano que
yo. Casi había olvidado que el hombre al que creía que mi gemela había
estado cortejando en secreto era un cambiaformas. Hombre lobo, para ser
exactos. Criaturas temperamentales en el mejor de los casos, y según lo que
recuerdo que me dijo su padre, acababa de provocar a uno recién cambiado.
No tenía idea de cuánto control tenía sobre su lobo, pero apostaría que no
mucho.
Los ojos de Domenico, normalmente de color marrón cálido,
brillaron con un púrpura pálido sobrenatural mientras se estrechaban sobre
mí, lo que confirmaba mi sospecha. Estaba cerca de cambiar.
Contuve la respiración, esperando que me diera un golpe mortal.
Parecía a punto de acercarse más, con la mandíbula apretada por la
moderación mientras la ira irradiaba de él como un sol furioso. El lobo
respiró hondo varias veces y luego hizo rodar los hombros, rompiendo la
creciente tensión. Con un movimiento de su mano con media garra, algunas
de las sombras se separaron del frenesí y se volvieron a formar a mi
alrededor, creando una especie de bata.
—¿Dónde estamos? —pregunté, ignorando la extrañeza de mi
túnica mientras se posaba sobre mi piel. Y el hecho de que el hombre lobo
lo había hecho con magia sin ni siquiera un hechizo susurrado.
—El Reino de las Sombras.
En silencio absorbí la información. Al crecer, Nonna Maria nos
enseñó sobre los cambiaformas, junto con algunas otras criaturas mágicas.
Según las historias de mi abuela, los lobos libraban guerras sobrenaturales
entre ellos y demonios en el reino de los espíritus, que debe ser lo que él
quiso decir con el Reino de las Sombras.
Siempre me había imaginado el reino de los espíritus con fantasmas
caminando a través de las paredes, inquietantes y etéreos como eran
representados en las novelas góticas. Esto era muy diferente de mi
imaginación. Domenico era completamente corpóreo. Y definitivamente
sentía el peso de los grilletes helados mientras mordían mi piel. También
sentía algo que no había sentido antes: el leve zumbido de la magia en el
metal. Estos no eran grilletes ordinarios; estaban hechizados para mantener
mis propios poderes bloqueados.
Envié un golpe sutil a la fuente de mi magia y, tal como lo
sospechaba, golpeé una barrera que me impedía invocar fuego.
Tuve la terrible sensación de que sabía quién era su maestro y no
quería que mi magia se uniera a nuestro encuentro. Miré a mi captor. Nunca
había oído hablar de lobos que transportaran a alguien con ellos al reino de
los espíritus y, hasta ahora, no lo habría creído posible, especialmente para
un hombre lobo recién cambiado. Domenico debía ser inmensamente
poderoso. Un futuro alfa en ciernes.
—¿Está mi cuerpo físico todavía en los Siete Círculos? —pregunté.
Domenico pasó su atención sobre mí, sus ojos perdieron algo de ese
brillo cambiante.
—Sí.
No estaba segura de cómo era eso posible, y la mirada del hombre
lobo indicó que no respondería otra pregunta al respecto. Sabiendo lo
peligroso que sería si se convirtiera por completo en un lobo, lo dejé en paz.
Me había dado la información importante que necesitaba de todos modos.
Mi cuerpo todavía estaba en el dormitorio de Ira, y el demonio sin
duda estaría buscando una manera de traerme de vuelta ahora. Si no podía
escapar por mi cuenta, simplemente necesitaba esperar mi momento hasta
que él viniera por mi alma y liberara su poder. Cualquiera lo
suficientemente tonto como para atacar a su futura novia en su Casa real
merecía sentir el pecado de su nombre. Casi sonreí, imaginando la
carnicería que causaría mientras impartía justicia, pero me contuve.
—Hace mucho frío aquí.
—No para mí.
Quería frotar mis manos sobre mis brazos, obligando a que el calor
regresara a mi no-cuerpo, pero no pude con las cadenas. Domenico me miró
de cerca, un brillo amenazante entrando en sus ojos. Un movimiento en
falso haría que sus mandíbulas se cerraran alrededor de mi garganta, sin
importar cuáles fueran sus órdenes. Estaba mucho más volátil que la
primera vez que lo conocí, aunque eso probablemente se debía al cambio.
Había oído que los lobos jóvenes a veces tardaban años para madurar
completamente.
Incapaz de tolerar su mirada silenciosa, me aclaré la garganta.
—Cuando te vi en el monasterio después del “asesinato” de Vittoria,
pensé que estabas orando por ella. Más tarde descubrí que estabas allí
porque habías cambiado por primera vez. ¿Realmente no sospechaste lo que
eras antes de entonces?
Un músculo de su mandíbula se contrajo.
—¿Sabes lo que eres, Emilia?
No se me escapó que había dicho qué, no quién. Yo tenía mis
sospechas, pero él no necesitaba saber cuáles eran.
—Sé que soy tu prisionera. Sé que Ira te perseguirá y te despedazará
miembro a miembro si me ocurre algún daño. —Sonreí, una curva viciosa y
malvada de mis labios. El lobo pareció darse cuenta de que podría haberme
encadenado y haber atado mi magia, pero no era el único depredador en la
cámara—. Y no hay un solo reino en el que puedas esconderte antes de que
te encuentre. Es decir, si no llego a ti primero. Él es el misericordioso. Ten
eso en mente.
—Bueno, bueno, hermana.
A pesar de que la había estado esperando a medias, escuchar la voz
de mi gemela hizo que mi corazón se apretara dolorosamente. Mi atención
se disparó al otro extremo de la cámara, aterrizando en Vittoria de
inmediato.
Mi hermana se deslizó por la pequeña habitación como un fantasma
del pasado, con un largo vestido blanco que flotaba detrás de ella como si
estuviera atrapada en una brisa fantasma. Había una cualidad de ensueño en
su presencia, pero era tan real como Domenico y yo. La miré con cuidado,
en busca de alguna lesión, aunque sabía que era ella quien comandaba al
hombre lobo, no al revés.
Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando me di cuenta de todo.
Vittoria estaba realmente aquí. Viva. Era difícil de creer que solo habían
pasado una o dos horas desde que supe que en realidad no estaba muerta. A
pesar de su traición, quería envolverla en mis brazos y nunca dejarla ir. Este
era un milagro bendecido por la diosa.
—Vittoria.
Apenas fue un susurro, pero al sonido de mi voz, los labios de mi
gemela se torcieron en una sonrisa familiar. Si no hubiera estado
encadenada, me habría desplomado de rodillas. Verla en el Espejo de la
Triple Luna antes era una cosa; tenerla aquí, frente a mí, fue abrumador. Las
palabras fallaron cuando mi gemela se acercó en círculos, mirándome con
curiosidad.
—Vamos a desencadenarte y ver qué trucos has aprendido. —Sus
ojos color lavanda brillaron, recordándome que había cambiado por
completo. Esta no era la chica con ojos marrones que hacían juego con los
míos. La joven a la que le encantaba hacer sus propias bebidas y perfumes.
Esta extraña era otra cosa. Algo que hacía que el vello fino a lo largo de mis
brazos se erizara—. La diosa sabe que tengo algunos propios para
compartir. ¿Cambiador?
Domenico se movió con una velocidad sobrenatural y me agarró el
pelo con un puño, forzando mi cabeza hacia un lado. Llevó su nariz a mi
cuello y aspiró una profunda bocanada de mi olor, probablemente
memorizándolo para rastrearme si intentaba escapar. Me encogí por el dolor
repentino, pero logré reprimir mi grito.
Gruñó, el sonido lejos de ser humano cuando acercó su boca a mi
oído.
—Intenta algo estúpido y te arrancaré algo más que tu corazón
mortal, Bruja de sombra.
—Abajo, cachorro. —Vitoria chasqueó la lengua—. No juegues
demasiado duro. Aún.
Antes de que pudiera absorber el dolor de esa declaración o
preguntarme cuánto más ásperas serían las cosas aparte de estar
encadenada, Domenico me empujó y con otro movimiento perezoso de su
mano, las cerraduras de mis grilletes se abrieron. Mis ataduras cayeron al
suelo con un ruido tan aterrador como la hoja de un verdugo cayendo sobre
el condenado.
Este era el momento que había estado temiendo, y me sentí
completamente desprevenida.
Con el corazón acelerado, le di la espalda al furioso hombre lobo y
me enfrenté a mi gemelo no-muerto, armándome de valor cuando nuestras
miradas se encontraron y se sostuvieron.
Durante meses, Vittoria me había hecho creer que estaba muerta.
Asesinada violentamente. Me permitió descubrir su cuerpo sin corazón, roto
y ensangrentado en esa tumba. Desgarrando mi mundo y destruyendo quién
era yo en el nivel más básico. El engaño de Vittoria era una herida que
nunca sanaría adecuadamente; dejaría para siempre cicatrices emocionales
en mi alma y en mi corazón.
Incluso con ella parada frente a mí ahora, viva y bien, no había
esperanza de volver a antes. Habían pasado demasiadas cosas entre nosotras
como para simplemente olvidar y seguir adelante, y eso, más que cualquier
otra cosa, era algo por lo que me lamentaba. No importaba cuánto deseara
lo contrario, ambas habíamos cambiado irrevocablemente. Y ya no estaba
segura de que las piezas de nuestra nueva vida encajaran.
Para superar el dolor creciente en mi pecho, pensé en mi prometido.
En cómo mi gemela también había arruinado esta noche para mí. En lugar
de tristeza, me concentré en la furia, la ira que me había llevado a través de
mi propio infierno personal. Y todas las emociones, excepto una,
desaparecieron.
Si hubiera sido capaz de sentir preocupación en lugar de pura ira, tal
vez la sonrisa triunfante de mi hermana habría causado un atisbo de
inquietud. Tal como estaba, ella estaba a punto de descubrir que no era la
única capaz de infundir aprensión. Ya era hora de que Vittoria me temiera.
Me sumergí en mi fuente de magia, aliviada de sentir el enorme
pozo de poder que crujía bajo mi piel. Si mi hermana quería ver de lo que
era capaz, con gusto se lo mostraría.
—Tienes cinco minutos para explicarte. —Cuando hablé, mi voz era
más fría que el aire que nos rodeaba, más fría incluso que el círculo más
malvado del Infierno. Juré que las sombras se detuvieron antes de deslizarse
hacia la nada, escondiéndose del gran ajuste de cuentas que intuían venir.
—¿Y entonces? —preguntó Vittoria.
Mi sonrisa era una hermosa pesadilla. Por primera vez, la frente de
Vittoria se arrugó como si acabara de darse cuenta de que había una falla
fatal en su plan. Se podían crear monstruos, pero nunca domesticarlos.
—Entonces, querida hermana, conocerás a la bruja en la que me
obligaste a convertirme.
DOS
—Muérdete la lengua o te la arranco. —Domenico dio un paso
adelante, extendiendo las garras y gruñendo en silencio ante la amenaza que
yo representaba, pero Vittoria levantó la mano, deteniéndolo. Estaba
demasiado furiosa para sorprenderme de lo rápido que se retractó con la
orden simple y tácita.
—¿No te has vuelto más poderosa? ¿Más... audaz? —preguntó
Vittoria, arqueando una ceja—. Finalmente has salido del pequeño agujero
seguro en el que te has estado escondiendo, solo para vivir una vida ahora
digna de la pluma de un bardo. ¿Cantan baladas de brujas aburridas,
gastando su tiempo en cocinas calientes, suspirando por hombres santos
igualmente aburridos como Antonio? Me imagino que un gran romance con
el rey de los demonios es algo mucho más interesante. Especialmente en el
dormitorio. Por el bien de la Gran Divinidad de arriba, Emilia. La muerte de
tu vida anterior es algo por lo que deberías agradecerme. Antonio, Mar &
Vid, tú y yo siempre estuvimos destinadas a cosas más grandes.
—¿Aburrida? —La ira me atravesó—. Me encantaba mi vida y
nuestra cocina. Disculpas si lo que considero divertido, o a quien encontré
atractivo, te resulta tan repulsivo. ¿Y desde cuándo odias Mar & Vid?
También amabas a nuestra familia y nuestro tiempo cocinando juntos. ¿O
nos has olvidado? En tu búsqueda de... lo que sea que estés buscando.
¿Cómo pudiste hacernos eso, hacérmelo a mí?
Mi voz se quebró en la última pregunta, y tiré con fuerza de mi furia
de nuevo, centrándome. Vittoria me observaba atentamente.
—Hice lo que tenía que hacer por nosotras. Puede que no lo
parezca, pero te juro que todo esto ha sido por ti y por mí. La maldición…
Contuvo lo que quería decir pero no podía.
—Oh, sí, la maldición. —Agité el aire como si la maldición fuera
una molesta mosca doméstica—. La maldita maldición de la que nadie
puede hablar. ¡Terminé con esta magia voluble y todos los maleficios
involucrados! ¿Por qué fingiste tu asesinato? ¿Cómo fue eso de alguna
manera útil para mí?
Parecía elegir cuidadosamente sus próximas palabras.
—Incluso el combustible más volátil requiere una chispa para
provocar llamas.
Críptica como siempre cuando la maldición estaba en juego.
—¿Por qué podrías necesitar tanto fuego?
Su mirada se convirtió en una dura y brillante gema de odio. Por un
segundo, no fue lavanda lo que brilló en sus iris, sino un rojo rubí profundo.
—Para ver arder a nuestros enemigos. Para reclamar lo que es
nuestro por poder y nacimiento. Y para romper las últimas cadenas que nos
atan de una vez por todas.
—¿Y nuestra familia? ¿Son tus enemigos? ¿Se merecían enterrarte
en esa cripta? ¿Creer que te estabas pudriendo con nuestros antepasados?
—Sí. Aunque dudo mucho que creyeran que me estaba pudriendo.
Esa pequeña mentira era algo con lo que imaginé que te habían alimentado,
su favorita. O debería decir, la más temida. —La admisión de Vittoria cayó
entre nosotras, pesada bajo el peso de la verdad que ella creía que era—. Y
no son los únicos que llegarán a temernos. He adoptado un consejo de
nuestra querida familia. Mantén cerca a tus conocidos, pero más cerca a tus
enemigos.
Miré a la extraña que tenía el rostro de mi hermana. Había dureza en
esta Vittoria, oscuridad donde la luz una vez había brillado intensamente.
Mi hermana había sido juguetona, amistosa. Capaz de hacer amigos y bailar
durante horas y horas. Una cualidad que siempre había admirado y deseado
poseer. Esta dura versión de ella era difícil de reconciliar.
—¿Qué pasa si no quiero ser temida? —pregunté.
La sonrisa de Vittoria fue un destello rápido de dientes, afilados
como navajas y amenazantes.
—Un pájaro sin alas sigue siendo un pájaro, hermana mía.
—¿Has estado hablando con el Príncipe de la Envidia? —Lancé un
suspiro—. Te juro que suenas exactamente como él después de que ha
bebido demasiado vino de la verdad con bayas demoníacas.
—¿Envidia? —Su mirada parpadeó hacia adentro con un recuerdo
—. Monté a su vampiro mascota solo para ver esos ojos verdes arder con su
pecado favorito cuando nos atrapó. Los vampiros son amantes exquisitos,
siendo criaturas de la noche y todo. Son maestros en mezclar el placer con
un poco de dolor. Una vez que termines de jugar con tu demonio, debes
visitar la corte de vampiros y montar uno o dos. Recientemente visité a su
príncipe y no me decepcionó en absoluto. Las cosas que podía hacer con
esos colmillos…
Domenico gruñó, y mi gemela le lanzó una mirada apaciguadora.
Claramente, él no sabía que su… lo que sea que mi hermana fuera para él,
había jugueteado con algunos de sus enemigos mortales. Yo no sabía que
había una corte de vampiros y, por el momento, no era una prioridad
preguntar. A menos que de repente se convirtiera en un problema, ahora era
la menor de mis preocupaciones.
—Yo… —Quería eliminar de mi mente el pensamiento de mi
gemela acostándose con ese vampiro en particular. Tuve la desgracia de
conocerlo una vez, y Alexei había sido aterrador. Y no en un tipo de
fantasía oscura y prohibida. Parecía listo para arrancar un corazón y beberlo
seco por deporte—. ¿Por qué estás aquí ahora? Pensé que se suponía que
nos encontraríamos mañana en las Islas Cambiantes.
Vittoria levantó un hombro, de repente no encontró mi mirada.
—Quería entregar el mensaje yo misma en caso de que no
obtuvieras el cráneo.
No le creí, pero no le recalqué la mentira obvia. Mi hermana estaba
guardando otro secreto, y probablemente tenía algo que ver con el Reino de
las Sombras ya que estábamos aquí. Tal vez había sido una prueba para ver
si Domenico podía traerme aquí sin ningún problema. Lo que significaba
que probablemente nuestro tiempo era limitado y yo necesitaba respuestas.
—¿Cómo fingiste quitarte el corazón?
—No lo hice.
—Vi la sangre. El enorme agujero en tu pecho. Obviamente, fue
algo de magia o ilusión, a menos que ya no necesites un corazón para vivir.
No te pares aquí y sigas mintiéndome en la cara. Has hecho bastante de eso
en los últimos meses. Merezco saber la verdad, Vittoria.
La temperatura descendió abruptamente, cristales de hielo
serpentearon por las paredes y crujieron como llamas congeladas mientras
se extendían rápidamente. La vela parpadeó con la brisa repentina antes de
apagarse, dejándonos en la oscuridad. Una fina cinta de humo se enroscó en
el aire, el olor a azufre impregnaba el frío; un presagio enviado por un feroz
dios del infierno. Uno que conocía bien.
Domenico dio un paso adelante, envolvió una mano alrededor de la
parte superior del brazo de mi gemela y la acercó.
—Hora de irse. Ha violado las protecciones de la Sombra.
Mi corazón latía. Sabía exactamente quién era. Ira había venido por
mi alma, cargando a través de la barrera del reino de los espíritus, su pecado
homónimo lo suficientemente poderoso como para hacer temblar incluso el
suelo aquí cuando se acercaba. Sentí palpablemente su furia, y me hizo algo
peculiar en este reino. De repente no estaba pensando en la traición de mi
gemela o sintiéndome herida. El calor se deslizó sobre mí donde el frío
había hundido previamente sus dientes. El pecado de Ira me hizo sentir
viva, zumbando. También me hizo querer deshacerme de la civilidad y
convertirme en una fuerza elemental alimentada por instintos más básicos.
Los labios de Vittoria se levantaron en una media sonrisa.
—Recuerda, hermana. Disfruta la salchicha todo lo que quieras,
pero no compres el cerdo. Es la única advertencia que puedo ofrecer.
—¿Por qué debería escucharte?
—Soy tu sangre. —Domenico medio la arrastró por la cámara y
luego agitó la mano hasta que un portal brillante se abrió ante ellos. Vittoria
hizo una pausa y me miró—. Algunos lazos nunca se pueden romper,
Emilia. Y algunas elecciones tienen consecuencias similares a la muerte.
Tómalo de alguien que sabe muy bien cómo es eso.
Escalofríos bailaron por mi espalda por la primera parte de su
advertencia. Ira me había dicho algo similar la noche que descubrí la verdad
del por qué me había dado su Marca real.
Mis dedos rozaron distraídamente la S casi invisible en mi cuello, la
magia causó un leve y placentero cosquilleo que viajó por mi no-cuerpo.
—¿Qué significa eso? —exigí—. No más juegos, Vittoria.
—Elígelo y renunciarás a una parte de ti —dijo, ofreciendo una
respuesta que solo generó más preguntas—. Te veo mañana. No llegues
tarde.
—¡Alto! ¿Por qué debemos encontrarnos en las Islas Cambiantes?
—pregunté—. ¿Por qué no me dices aquí lo que necesitas?
—Simplemente tendrás que esperar y ver. —Vittoria me lanzó un
beso y luego atravesó el portal con el hombre lobo pisándole los talones.
Aparentemente, Domenico, un alfa por derecho propio, sabía que una
amenaza mayor había entrado en su territorio. La retirada era la opción
inteligente. O tal vez solo se había tragado su orgullo para salvar a mi
gemela. No estaba segura de cómo me sentía después de nuestro encuentro;
demasiadas emociones luchaban entre sí, pero estaba agradecida de que ella
tuviera un aliado leal. Necesitaba uno.
—Emilia.
Ira entró en la cámara un momento después, su cuerpo zumbando
con la amenaza de una guerra inminente. Una batalla que estaba trayendo a
nuestros enemigos. Observó con furia el portal que se cerraba y luego
desvió su atención hacia mí, afilada como la hoja en su puño y prometiendo
el mismo nivel de violencia sobre cualquiera que me lastimara. Miré hacia
abajo, notando que la túnica de sombra también había abandonado su lugar
a su llegada. Una vez más me quedé desnuda, pero no estaba acobardada.
—¿Te hicieron daño? —Su voz era entrecortada, como si estuviera
guardando toda su energía para la pelea. Domenico podría haber escapado,
pero Ira lo perseguiría. La mirada fría e implacable de su rostro no prometía
más que dolor y tormento.
Negué con la cabeza, sin confiar en mí misma para decir la mentira
parcial. El daño no siempre se infligía físicamente.
—Era mi hermana. Quería asegurarse de que recibiera su mensaje
sobre mañana. ¿Dónde están las Islas Cambiantes?
—Justo en las afueras del continente. —La mirada del demonio
recorrió metódicamente cada centímetro de la cámara antes de detenerse en
los grilletes. En un instante, su daga desapareció y él estaba frente a mí,
levantando suavemente mis muñecas para una inspección más cercana. Las
manchas rojas que se convertirían en feos moretones hicieron que la rabia
de Ira se encendiera increíblemente más alto. Su voz ahora estaba mezclada
con una promesa mortal, y el aire se volvió tan gélido que mis dientes
comenzaron a castañetear—. Si alguien te encadena de nuevo, me
convertiré en todas las pesadillas que los mortales han tenido de mí y algo
más.
El hielo se disparó por las paredes y cubrió el techo mientras la
temperatura continuaba cayendo en picado. Trozos de piedra se agrietaron y
cayeron al suelo. Si no controlaba su temperamento pronto, ambos
estaríamos encapsulados en hielo o enterrados bajo piedra.
—¿Qué pasa si te pido que me ates?
La dura expresión en el rostro de Ira vaciló cuando parpadeó hacia
mí. Él no había esperado eso. Bien. Tal vez saldríamos de este reino antes
de convertirnos en esculturas de hielo. Me liberé de su ligero agarre y
envolví mis brazos alrededor de su cintura, escuchando cómo su corazón
latía más rápido por el abrazo. Casi inmediatamente, sentí más calor.
—Simplemente decir “Te amo; Me alegro de que estés bien”,
también habría sido suficiente.
Pasó un momento de silencio y prácticamente pude sentir a Ira
esforzándose por atarse la correa. Sólo su voluntad de hierro enjaularía el
inmenso poder que pugnaba por salir, por atacar. No podía imaginar la
disciplina, el control absoluto que tenía sobre su pecado homónimo, para
finalmente convertir su ira en sumisión. El aire se calentó un poco, aunque
todavía estaba mortalmente helado.
Me sostuvo un poco más cerca, como si se consolara a sí mismo de
que yo estaba a salvo y segura.
—Torturar y destripar a tus enemigos sería un acto de amor.
—Nadie puede negar que eres un demonio de acción. —Resoplé y
retrocedí lo suficiente para ver la alegría entrar en sus ojos en lugar de la ira
helada, aunque todavía había algo obsesionado en su expresión que no
desapareció tan rápido—. Llévame a casa, por favor. Ha sido una noche
larga. Necesito un baño tibio y una botella entera de vino de bayas
demoníacas.
Y, sin importar lo que acababa de suceder o la advertencia que
Vittoria intentó impartir, todavía quería reclamar a mi rey en persona. Eso,
más que cualquier otra cosa, me calmaría, la mente, el cuerpo y el alma
maldita.

Ira nos llevó mágicamente a su dormitorio, reuniendo nuestras


almas con nuestras formas físicas, y parpadeé ante una habitación
encapsulada en hielo. El techo, las paredes, la chimenea —todo excepto la
cama— estaba congelado, el hielo era tan espeso que emitía un tinte
azulado. Pensé que el Reino de las Sombras había sido malo, pero esto era
extremo. Con cautela me levanté de donde había estado acostada y arqueé
una ceja interrogante. Ira pasó una mano por su cabello, la acción atrajo mi
atención hacia cortes en sus nudillos que no había notado antes.
—¿Tuviste que pelear con lobos? —pregunté, haciéndole señas para
que se acercara—. Por favor. Déjame ver eso. —De mala gana lo hizo,
ofreciéndome su mano herida—. ¿Por qué no se está curando?
—Atravesé los reinos a puños.
Su expresión era fríamente aristocrática, y si no hubiera llegado a
conocerlo en estos meses, podría haber pasado por alto las sutiles señales de
que todavía estaba revuelto por la emoción. Su boca sensual estaba
colocada en una línea dura, su mandíbula cincelada tensa. Había un destello
despiadado en su mirada, una promesa inquebrantable de cometer terribles
actos de violencia, que revelaba lo cerca que había estado de destrozar el
reino. Un escalofrío me recorrió la espalda y el lugar oscuro en el que él
había estado desapareció.
—Está bien —dijo—. Fácilmente reparable.
—No me importa el estado de la habitación. ¿Tú estás bien?
El príncipe demonio me dio una sonrisa tensa.
—Lo estoy ahora.
Nunca lo había visto perder los estribos con una demostración tan
masiva de su poder y me pregunté por la severidad de su reacción. Por lo
que él podría no ser capaz de decirme o no desear decirme. Sentía que
necesitaba tiempo para ordenar todo y le devolví una pequeña sonrisa.
—Mientras estés seguro de ello.
—Lo estoy. —Mágicamente arregló la habitación y acababa de
hacer llenar la tina cuando llamaron a la puerta. Si hubiera podido hechizar
a alguien en ese momento, lo habría hecho.
—No contestes —medio gemí—. Te lo ruego.
Ira parecía desgarrado pero escuchó mi pedido. Después de lanzar
una protección para evitar que nadie entrara en sus aposentos privados,
apartó mis piernas de debajo de mí y nos llevó a su cámara de baño,
cerrando la puerta de una patada detrás de nosotros.
No había visto esta habitación antes y me fijé en su elegante belleza.
Pisos de color pizarra, paredes de mármol negro con vetas doradas, velas
que goteaban cera de ébano, grifos y accesorios en oro reluciente y una
enorme bañera con patas en el centro de la habitación en la que cabían
varias personas.
Un candelabro de cristal negro de gran tamaño colgaba bajo sobre la
bañera, completando el aspecto. La habitación era oscura, sensual y
absolutamente relajante. Justo lo que necesitaba después de mi noche
estresante.
El príncipe me depositó cuidadosamente en el baño, luego regresó
con una copa fría de vino de bayas demoníacas, las semillas plateadas
brillaban como estrellas en miniatura a la luz de las velas. Por primera vez
en lo que parecieron horas, exhalé, sintiéndome en paz.
Ira acercó un taburete a la bañera y se sentó, observándome sorber
mi bebida y sumergirme hasta los hombros en el agua perfectamente
caliente.
—¿Quieres hablar de tu hermana?
—No particularmente. —Suspiré—. Todavía no entiendo por qué
quiere encontrarse en las Islas Cambiantes. Sería mucho más fácil
simplemente hablar aquí. ¿Hay alguna razón que se te ocurra?
Ira no respondió de inmediato.
—Tal vez ella tiene algo allí que quiere que veas.
—Probablemente tengas razón. Pero también podría simplemente
decirme eso. No entiendo todo el teatro de capa y espada. Aunque supongo
que eso es muy Vittoria en cierto modo. Tal vez uno de los únicos aspectos
familiares sobre ella. —Tomé otro sorbo de vino, saboreando los brillantes
sabores que estallaron en mi lengua—. ¿Cómo te abriste paso a puñetazos al
Reino de las Sombras?
—Soy el rey del inframundo. El reino de los espíritus está bajo mi
dominio. E incluso si no fuera así, ¿realmente crees que un hombre lobo
solitario me impediría llegar a ti?
—No estoy segura de que algo pueda detenerte. ¿Cómo es ser
invencible? —bromeé.
La expresión de Ira se volvió contemplativa cuando sacó un paño de
lino de una bandeja cerca de la bañera y lo sumergió en el agua. Volcó una
botella de vidrio con jabón sobre él, luego me indicó que me diera la vuelta.
—Levántate el pelo.
Felizmente obedecí su petición de mimarme. Arrastró la tela
jabonosa sobre mis hombros, lavando suavemente mi cuerpo antes de
volver a sumergirla en el agua. Ira, el poderoso demonio de la guerra, me
estaba dando un baño de esponja. Y se sentía positivamente divino.
Para alguien que acababa de congelar todo su dormitorio con rabia,
ciertamente podría ser cálido y amable. Al menos en lo que a mí respecta.
Dudaba que alguien más viera este lado del demonio. Lo que me hizo
apreciar sus acciones aún más.
Piel de gallina se elevó a lo largo de las líneas cuidadosas que hizo
desde mi cuello, siguiendo la curva de mi columna hasta mi trasero.
Levantó con ternura un brazo a la vez, poniendo especial cuidado en mis
muñecas doloridas. Un ligero frescor mordió el aire, y me di cuenta de que
debía estar ejerciendo una enorme moderación para que su ira no volviera a
abrumar la temperatura.
Una vez que vio minuciosamente mi espalda y mis brazos, se movió
lentamente hacia mis costados, rozando la parte inferior de mis senos,
haciendo que mis pezones se endurecieran a medida que se acercaba a ellos.
No pensé que intentara seducirme intencionalmente, pero eso no impidió
que mi cuerpo reaccionara a sus atenciones. El calor se acumuló entre mis
muslos, y mis pensamientos inmediatamente cambiaron a dónde arrastraría
esa tela a continuación. Si mi suerte finalmente hubiera cambiado esta
noche, tal vez usaría sus dedos en lugar de la tela. Me eché hacia atrás,
otorgándole un mejor acceso a ese lugar en particular...
—Hay una chuchilla embrujada que puede matarme.
Un escalofrío descendió, borrando la agradable sensación de
inmediato. Me senté, girando alrededor, el movimiento repentino salpicó
agua en el suelo prístino.
—¿Qué?
—Tu supuesta Primera Bruja creó objetos embrujados. Nuestros
registros indican tres, pero el número real nunca fue confirmado. Solo se
encontró que uno era verdaderamente peligroso para un príncipe del
Infierno, la Espada de la Ruina.
Como si eso lo hiciera mejor.
—Por favor, dime que la tienes en tu poder.
Ira sostuvo mi mirada, la fuerza y el poder de esta pretendía
fortalecer mis nervios. Tuvo el efecto contrario. El príncipe suspiró.
—Ninguno de los objetos ha sido recuperado. Desaparecieron
cuando lo hicieron la bruja y sus espías.
—Puedes ser asesinado.
Ofreció una ligera inclinación de su cabeza en confirmación. La idea
de que alguien extinguiera su llama hizo que el pánico se apoderara de mí
irracionalmente. Todos estos meses habíamos pasado discutiendo, peleando
entre nosotros y nuestra atracción. Y podría haberse ido. Alguna criatura
egoísta y odiosa podría arrebatármelo. Pensaba que era invencible, y esta
cuchilla embrujada lo hacía demasiado vulnerable para mi gusto. Hacía que
cada pequeña cosa, excepto apreciar nuestro tiempo juntos, fuera
insignificante. Con las dagas de las Casas demoniacas rivales podría
resultar herido, pero no muerto.
Tal vez fue el resurgimiento de mi hermana en mi vida, el hecho de
que ella era capaz de cualquier cosa, incluso fingir su propio asesinato, lo
que me hizo perder el control. O tal vez fue lo que sea que ella había estado
probando esta noche al llevarme a ese reino. Tal vez querían ver cuánto
tardaría Ira en rastrearme hasta allí. No tenía idea de si él podía ser
lastimado en ese reino con su alma separada de su cuerpo. De una cosa
estaba segura: no podía confiar en mi hermana.
Si Vittoria pusiera sus manos en esa espada, probablemente atacaría
a Ira. Ella me había advertido que no completara nuestro vínculo
matrimonial; podía verla asegurándose de que eso nunca sucediera. No
tenía idea de quiénes eran sus enemigos, pero sabía que haría todo lo
posible para destruirlos. Si ella creía que mi matrimonio con Ira me
obligaría de alguna manera a renunciar a una parte de mí que ella necesitaba
para sus planes, definitivamente se convertiría en un enemigo a sus ojos.
Con una fuerza que pareció tomar al demonio con la guardia baja,
jalé a Ira hacia adelante, sacándolo del taburete y metiéndolo en la bañera,
con ropa y todo. Necesitaba sentirlo. Vivo, respirando y sólido debajo de
mí. Salté sobre su regazo y le abrí la camisa mojada, los botones volaron
por el suelo y rebotaron en la bañera mientras presionaba mi mano contra su
corazón, el mío latiendo rápidamente.
Si alguien me lo quitara… mi magia surgió, lista para incinerar este
reino y todos los demás que posiblemente existieran. Ese poder antiguo y
retumbante que había sentido una vez antes abrió un ojo en lo profundo de
mi centro. Fuera lo que fuera ese monstruo, se estaba volviendo más
hambriento cuanto más tiempo permanecía despierto. Quería ser liberado,
devastar y destruir. Y apenas lo mantenía a raya.
Brotes de llamas de oro rosa estallaron en el aire sobre nosotros, las
flores de fuego se desplegaron junto con raíces ardientes y tallos con
espinas. Era un jardín hecho de brasas y llamas. Y de repente no podía decir
si mis ojos estaban abiertos o cerrados; todo lo que veía era una neblina de
oro rosa cuando mi ira tomó forma mágica. Respiré entrecortadamente y
exhalé, medio convencida de que seguirían llamas y humo. Las enredaderas
con espinas afiladas y de gran tamaño se enroscaban alrededor de la tina y
trepaban por las paredes; en unos momentos, seríamos superados por ellas...
Manos fuertes y poderosas se deslizaron por mi cuerpo, la sensación
me conectó a tierra mientras la vorágine interna se calmaba un poco. Tragué
saliva, mi garganta se secó, mientras inhalaba profundamente y arrastraba
mi atención al demonio. Ira me miró desconcertado pero no dejó de
acariciarme ligeramente, como si supiera que todavía estaba medio bajo el
hechizo de mi furia. Mi atención siguió el camino cuidadoso que
recorrieron sus manos, mi respiración se igualaba con cada toque largo y
lento.
Mi rabia hirvió a fuego lento, luego chisporroteó, llevándose
consigo la oleada de magia. Las flores en llamas volvieron lentamente a las
brasas, luego se carbonizaron, la ceniza se alejó arrastrada por un viento
mágico que Ira debió invocar. Las enredaderas también retrocedieron hacia
donde las había sacado. Ni siquiera sabía que eso era algo que podía hacer,
pero Ira no parecía sorprendido.
Observé en silencio cómo la habitación volvía a la normalidad,
aunque por dentro mis emociones todavía se agitaban como el mar después
de una tormenta particularmente brutal. Las caricias de Ira se hicieron más
lentas, luego se detuvieron, sus manos ahora descansaban en mi cintura.
Nos miramos el uno al otro, sin reconocer que había perdido el control.
—Pensé que mi muerte ya no te emocionaría como antes. —Su tono
era ligero y burlón, pero detecté un trasfondo de tensión—. ¿Debería estar
preocupado?
¿Debería estarlo yo? Miré hacia abajo, notando que de alguna
manera me había sentado a horcajadas sobre él y que mis manos estaban
empuñadas en su ropa medio rota. Yo parecía estar al borde del salvajismo.
Tal vez él debería preocuparse. Apenas pude contenerme una vez que entré
en ese lugar oscuro lleno de rabia. Era como si toda la humanidad hubiera
sido despojada y yo no fuera más que una fuerza elemental destinada a
destruir.
Aunque, tras una inspección más cercana, el bulto duro como una
roca anidado contra mi vértice decía que Ira disfrutaba de mi manejo
brusco. Aflojé mi agarre mortal en su ropa.
—Quiero encontrar esta cuchilla.
La sonrisa que había estado tirando de las comisuras de sus labios se
convirtió en una mueca malvada.
—Si bien admití que me gustaba jugar con cuchillos, me temo que
este está fuera de los límites. Podemos jugar con mi daga. La magia
imbuida en ella no me hará daño.
—No tomes esto a la ligera. Si Vittoria consigue esa espada
embrujada primero...
—Ella tendrá que meterse en una fila muy larga de demonios
buscándola. Los espías de Envidia, por ejemplo, siempre están escuchando
susurros en todo el reino. Si está en los Siete Círculos, la encontrará.
—Porque Envidia, de todos los demonios, es precisamente en quien
confiaría con una espada que puede matarte.
En silencio conté hasta diez. Qué rápido olvidaban los príncipes
apuñalarse y destriparse unos a otros. Podrían pasar mil siglos y nunca
olvidaría la forma en que la sangre de Ira había cubierto mis manos después
de que Envidia le hundiera la daga de su Casa.
—Mi hermano es muchas cosas, pero un asesino no. —Ira colocó un
mechón húmedo de cabello detrás de mi oreja. Si bien él podía hacer esa
afirmación con certeza, yo no podía. Mi hermana mataría a nuestra familia
si sirviera a su objetivo final. Yo parecía estar exenta de su venganza, lo que
significaba que me necesitaba para su plan. Por ahora al menos—. Cuando
la cuchilla está cerca, puedo sentir su huella mágica. No estoy del todo
indefenso, mi lady. La mayoría lo pensaría dos veces antes de atacarme.
A menos que estuvieran seguros de que el arma que tenían podría
acabar con él.
—¿Qué tan cerca? —Capté la ligera mueca que no fue lo
suficientemente rápido para ocultar, y el temor me llenó de nuevo—. Ya
veo. Así que tiene que estar extremadamente cerca para que la sientas.
Maravilloso.
Me puse de pie, el agua del baño corría por mi cuerpo en riachuelos
cuando salí de la bañera. La idea de relajarse ya no me atraía. Quería
destrozar este reino, centímetro a centímetro, y encontrar esta cuchilla
embrujada. Ira arqueó una ceja pero no dijo una palabra cuando pasé por
alto la toalla y caminé hacia su dormitorio, goteando todo su inmaculado
azulejo.
Mi ropa limpia estaba en la habitación contigua y, sin pensarlo, abrí
la puerta del pasillo que comunicaba nuestras habitaciones. El hombre que
estaba al otro lado dejó caer el puño con el que había estado a punto de
golpear, su piel tostada se volvió escarlata.
—Sangre del diablo, Em. —Anir se encogió—. Advierte a alguien
antes de que andes por ahí como… —Me hizo un gesto con la mano—, así.
Luché contra el impulso de poner los ojos en blanco.
—¿Alguna vez has visto a una mujer desnuda antes?
—Bueno, sí, pero…
—¿Qué pasa con los hombres? ¿Has visto a un hombre bañándose o
pavoneándose sin una prenda de ropa? Teniendo en cuenta dónde vivimos,
me imagino que has visto mucho más que eso.
—Lo he hecho, pero…
—Entonces amablemente hazte a un lado y deja de sonrojarte como
un niño con su ropa pequeña.
El humano segundo al mando de Ira miró hacia el techo, como
pidiendo ayuda divina. Cuando volvió a centrar su atención, se quedó
mirando un punto por encima de mi hombro. El cosquilleo de calor indicó
que Ira había aparecido detrás de mí.
—¿Hay algún problema? —preguntó, colocando una bata alrededor
de mis hombros.
—Sí, su majestad. —Anir ya no se sonrojaba—. La Casa de la
Avaricia ha solicitado tu presencia de inmediato.
Una terrible sensación se deslizó por mi piel como una horda de
arañas mientras me ceñía la bata alrededor de la cintura.
—¿Qué ha pasado?
—El círculo de la Avaricia se ha roto. —Anir miró entre mí y el
demonio a mi espalda, su expresión sombría—. Ha habido un asesinato.
TRES
La Casa de la Avaricia no daba la apariencia de que algo infame
estuviera en marcha.
Bueno, nada más nefasto que los mecenas del club de juego
haciendo fila para ser admitidos en la guarida de iniquidad alimentada por
el pecado.
Me paré junto a Ira en el piso principal al que habíamos entrado,
esperando a nuestros escoltas, mis manos enguantadas agarrando con fuerza
la barandilla de bronce adornada mientras miraba dos pisos hacia abajo en
el vestíbulo de recepción.
En el breve viaje en carruaje por el Río Negro hasta esta Casa del
Pecado, Ira me había pedido que no hablara hasta que hubiéramos entrado
en las habitaciones privadas de Avaricia. Demonios curiosos estarían
prestando mucha atención a nuestra Casa rival y la aparición del rey. Era
mejor, dijo Ira, hacer que se preguntaran. Avaricia no quería que se corriera
la voz sobre el asesinato al que había llamado un “incidente extremadamente
desafortunado” en su carta. Quería que sus súbditos se centraran únicamente
en satisfacer su codicia, siempre preocupados por aumentar su poder.
Aproveché los momentos de silencio para inspeccionar la Casa de la
Avaricia, interesada en ver cómo los pecados moldeaban cada corte
demoníaca. Cuatro grandes escaleras curvas convergían en el centro de la
sala, derramando clientes desde cada rincón de donde habían llegado,
aunque la cámara circular de abajo era simplemente un lugar para que los
miembros de la Casa esperaran las góndolas.
Agua de color merlot serpenteaba en diferentes direcciones, los
letreros sobre cada canal indicaban una sala de juegos diferente que los
clientes podían elegir para su entretenimiento. Desde donde estábamos, el
agua combinada con las escaleras parecía un corazón latiendo y sus
cámaras. Nunca había estado en Venecia, pero algo en los barcos y canales
de fondo plano me recordó a esa famosa ciudad.
Excepto que todo aquí estaba contenido dentro del enorme castillo.
Y estaba dotado hasta el extremo de riquezas. El infierno de juego que
había visitado en Palermo no era nada comparado con el esplendor de esta
Casa del Pecado. En el reino de los mortales, la guarida de Avaricia era un
establecimiento subterráneo secreto que cambiaba de ubicación por
capricho, digno de ser considerado un “infierno”. Allí, era fácil imaginar a
inocentes como el padre de Domenico siendo estafados por tiburones de
cartas y siendo completamente dominados por la codiciosa influencia del
demonio.
Aquí, era una historia completamente diferente. Los relucientes
accesorios y los elegantes mosaicos fueron seleccionados tan
cuidadosamente como las expresiones neutrales de los clientes. Nadie
parecía estar en peligro de perder su inocencia; todos estos eran varios tipos
de depredadores que daban vueltas unos a otros, cada uno más peligroso
que el anterior. Tanto las mujeres como los hombres vestían sus mejores
ropas, las sedas, los brocados, las puntadas y los bordados hablaban de su
riqueza. Y si su ropa no inspiraba codicia, sus resplandecientes joyas sí lo
hacían. La mitad de sus adornos podrían costar suficientes monedas para
alimentar a un pueblo durante un año.
Me sorprendió que algunos no simplemente usaran piedras
preciosas, sino que las fusionaran con su piel. Diamantes, perlas y todo tipo
de gemas brillaban en labios, narices y cejas.
Algunas mujeres incluso tenían piedras preciosas colocadas con
buen gusto en el costado de sus manos y antebrazos en lugar de guantes,
mientras que algunas demonios más atrevidas optaron por usar solo faldas
largas y sueltas que tenían aberturas en lo alto de cada muslo, sus pechos
desnudos también brillaban con joyas.
Para no quedarse atrás, los hombres bajaban las escaleras hacia las
filas de jugadores que esperaban sus góndolas usando nada más que joyas
en sus bien dotados miembros y sonrisas en sus labios. Aparentemente
había una delgada línea entre inspirar codicia, lujuria y envidia. Como había
estado aprendiendo, era cierto para la mayoría de los círculos demoníacos.
El pecado y el vicio se superponían a menudo, aunque la forma en que se
expresaban en cada círculo era ligeramente diferente.
Antes de que pudiera preguntarle a Ira sobre los adornos corporales,
dos demonios menores entraron al balcón y nos hicieron señas para que los
siguiéramos. Uno tenía la piel verde pálido y los ojos de un reptil, y el otro
estaba cubierto de pelo corto y tenía los ojos de ébano líquido de un ciervo.
Grandes cuernos se curvaban hacia atrás desde la cabeza del
segundo, y tragué saliva, recordando la primera vez que me encontré con
estos dos guardias en particular. Excepto por un encuentro casual con
Domenico Nucci Padre, había estado sola la noche en que encontré a
Avaricia en la oficina privada de su antro de juego ambulante, estos
demonios estaban de guardia.
Fueron mi introducción a los demonios menores. Aunque después
de mi encuentro con el demonio Aper anhelante de sangre de bruja, eran,
con mucho, los más educados.
Ira les hizo un gesto con la cabeza y luego me indicó que me
adelantara. Bajamos por una escalera de caracol secreta que nos depositó en
un túnel privado donde una góndola esperaba en un muelle tranquilo. Las
antorchas proyectan sombras a lo largo de las paredes de piedra, lo
suficientemente oscuras como para ocultar a un espía.
El demonio reptil señaló con la barbilla a la góndola.
—Este barco está hechizado para llevarlos directamente a su alteza.
No intenten bajar hasta que atraque.
Con esas palabras de advertencia, los dos guardias inclinaron
ligeramente la cabeza y luego desaparecieron escaleras arriba. Una ligera
arruga se formó entre las cejas de Ira mientras observaba nuestro transporte.
Se veía igual que los otros botes, aunque quizás un poco más dorado.
—¿Qué es? —pregunté, mi atención se desvió hacia las sombras
inquietantes antes de regresar a mi príncipe.
Ira se quedó mirando el canal y el barco un instante más.
—El poder de Avaricia impulsa los barcos, y el agua alimentada por
demonios aumenta, o más exactamente, refleja, su pecado. Es un sistema
que ayuda a gastar la menor cantidad de energía posible en su lado,
mientras sigue usando su magia.
—¿Entonces será como viajar en el Corredor del Pecado, pero solo
enfocado en la codicia?
—Sí. —Sostuvo mi mirada—. Tendrás que bloquear todas tus
emociones. Mis lecciones de entrenamiento fueron poderosas, pero esto lo
será aún más debido al agua demoníaca. Detectará tus deseos ocultos y los
atacará tal como lo fueron en el Corredor del Pecado.
El bote aparentemente inocente y el canal demoníaco teñido de
merlot de repente se sintieron ominosos.
—Ojalá supiera que esto era un problema potencial antes. Quizá
podría haber tomado un tónico.
—No pensé que mi hermano desearía reunirse en el corazón de su
club. Avaricia tiene un edificio que usa para reuniones fuera del castillo
propiamente dicho. —Extendió su mano, ayudándome a subir a la góndola
antes de seguirme a ella—. Puedes luchar contra esto, Emilia. Eres lo
suficientemente fuerte y has entrenado duro. Recuerda lo que debes sentir:
esa ligera lamida de magia, luego apágala.
Mi pie tocó el fondo del bote en el momento en que dijo “lamida”, y
el momento no podría ser más desafortunado. El deseo pasó sus garras
sobre mi piel antes de que sacudiera la magia. Ira no había exagerado; el
canal demoníaco ciertamente mejoraba la magia de este círculo. Deseaba
con avidez el toque de Ira, lo había anhelado toda la noche, y el círculo lo
sabía.
Rápidamente me senté en el banco frente a Ira, arreglando mi ropa
para darle algo que hacer a mis manos. Elegí un vestido con faldas de tul de
color rubor y un corpiño de terciopelo negro que tenía pequeñas flores
doradas y rosas cosidas en los tirantes y cuidadosamente colocadas
alrededor del escote corazón. Era modesto para los estándares de moda de
los demonios, pero era suave y bonito y me gustaba cómo me hacía sentir.
Quizás un poco demasiado. Y mi príncipe también.
La atención de Ira se desplazó hacia el corsé en tanto el bote se
empujaba fuera del muelle y comenzaba a deslizarse sobre el agua, por lo
demás tranquila. Tal vez era la magia del reino, o nuestro vínculo de
compromiso, o el exceso de codicia que bombeaba a través del canal
solitario, pero esa leve chispa de deseo de repente ardió de nuevo cuanto
más me admiraba mi príncipe. Todo en lo que podía pensar era en lo mucho
que deseaba estar en el dormitorio de Ira.
Apreté las rodillas juntas, traté de contar las olas que hacía nuestra
góndola, pero eso funcionó en mi contra. Pensar en las olas lamiendo me
hizo pensar en la hábil lengua de Ira y en todas las cosas que me había
hecho con ella. Cerré los ojos con fuerza, pero eso solo me trajo recuerdos
de Ira entre mis muslos, un rey disfrutando de un festín real.
Sangre y huesos. Necesitaba liberación.
—Emilia. —La voz de Ira tenía una nota de advertencia, pero no
hizo nada para calmarme o controlar mi deseo. En todo caso, me hizo
desearlo aún más—. Respira.
Exhalé lentamente, pensando en la razón por la que fuimos invitados
aquí. Asesinato. Por el amor de la diosa. Eso debería ser suficiente para
apagar los fuegos de la pasión, pero una mirada a la cara tensa de Ira indicó
que él también estaba luchando. Fantástico. Mi falta de control estaba
sangrando sobre él. Si se desatara ahora, ambos estaríamos en problemas.
Me concentré en el canal, en la superficie ondulante de las olas
merlot. Había menos antorchas tan lejos en el túnel, extensiones más
grandes de oscuridad. Casi había revuelto mis emociones en un puño
apretado cuando vi el bulto que se formaba en los pantalones del demonio.
Eso fue todo lo que necesité para someterme al mar del pecado y mis
propias necesidades.
Sin romper su mirada, me quité los guantes, luego me puse de pie,
meciendo suavemente el bote con el movimiento, y caí de rodillas ante él.
El poder, a diferencia de cualquier magia que haya convocado antes, me
llenó cuando algo oscuro y peligroso brilló en sus ojos.
—¿Qué estás haciendo?
Una sonrisa tímida curvó mis labios a medida que desabrochaba sus
pantalones.
—Conquistando, su majestad.
—Emilia… —Antes de que pudiera recordarme por qué no era una
buena idea, como si no lo supiera ya, liberé su dura longitud y lo lamí
lentamente desde la punta hasta la base—. Sangre de demonio —gruñó
cuando cerré mi boca alrededor de él y chupé un poco más fuerte, probando
la acción. Sus manos en puños a sus costados—. Me vas a destruir.
Recordando lo que había visto en La Casa del Pecado de Gula
durante el Festín del Lobo, lo agarré con la mano y repetí el movimiento
usando mi boca y lengua para trabajarlo, moviéndome un poco más rápido
y sosteniéndolo un poco más fuerte con cada bombeo, adorando el
carraspeo de su respiración.
Ira se quedó quieto, permitiéndome marcar el ritmo, pero por la
forma en que sus muslos se tensaron, me di cuenta de que se estaba
conteniendo. Y yo no quería participar en eso. Este momento estaba
destinado a desatarnos a nosotros mismos. Levanté la vista, ordenándole en
silencio que se rindiera a su propia pasión oscura. Para mostrarme lo
malvado que podía ser. Porque lo quería. Y él también.
Cuando aun así no se movió, me volví más audaz.
—Levántate, majestad.
La comprensión brilló en sus ojos. Con una maldición
impresionante, obedeció mi orden, luego hundió sus dedos en mi cabello,
guiándose más profundamente. El bote se balanceó peligrosamente, pero el
fondo plano aseguró que no nos volcáramos. Tal vez por eso se usaban aquí.
Dudaba que fuéramos los primeros viajeros en ceder al deseo codicioso que
corre por nuestras venas.
Me aferré a las caderas de Ira, amando que este poderoso demonio
finalmente estuviera perdiendo el control. Yo podría ser la que estaba de
rodillas, pero lo poseía en este momento. Y él bien lo sabía.
Su agarre se apretó en mi cabello, posesivo y un borde tímido de
dolor, pero hizo que mis rodillas se apretaran juntas por el placer que crecía
constantemente en mí. No importaba que estuviéramos en una casa
demoníaca rival. Que en cualquier momento alguien pudiera espiarnos en
una posición comprometedora. Solo importaba el placer. Y tal vez era la
codicia lo que me alimentaba, o tal vez no me importaba la idea de que
otros nos miraran con avidez desde las sombras. De hecho, ese pensamiento
escandaloso hizo que el calor meloso de mi vientre se extendiera, me hizo
volverme aún más audaz, más hambrienta por tanto placer como pudiera
obtener. Tiré de él más cerca, instándolo a empujar más profundo, para que
no me negara mi deseo alimentado por la codicia de saborearlo. Quería que
me marcara en todos los sentidos, tal como tenía la intención de marcarlo.
—Mierda. —No necesitó más estímulo.
Ira bombeó en mi boca como si estuviera golpeando esa unión
resbaladiza de mi cuerpo, reclamándome con el mismo fervor que pronto lo
reclamaría. Esa misma área palpitaba ante la idea de que él estuviera allí
ahora, dominando porque deseaba que lo hiciera, pero solo en ese caso.
Su conciencia de mi creciente excitación debe haberlo enviado
finalmente al borde. Con una última estocada y un gemido que era más
animal que humano, se deshizo. Acarició suavemente mi cabello hacia
atrás, masajeando mi cráneo con ternura como si acabara de darse cuenta de
lo fuerte que me había estado sujetando.
Lo tragué, luego le di una última y lenta lamida, sonriendo cuando
se estremeció por las réplicas del placer.
—Maldita sea, Emilia.
—Eso fue increíble. —Me puse de pie, sintiéndome inmensamente
gratificada—. No estoy segura de quién lo disfrutó más.
—Tengo curiosidad por probar esa teoría. —Se acercó a mí, con un
brillo pecaminoso en sus ojos, cuando el trance en el que ambos habíamos
estado se rompió repentinamente por el sonido de un carraspeo.
Levanté mi atención y me congelé. El Príncipe de la Lujuria se
encontraba apoyado en una puerta que conducía a un estrecho pasillo, con
los brazos cruzados. No había visto el pasillo ni al príncipe. No es que
realmente me importara buscar tampoco; Ira había ocupado toda mi
atención codiciosa.
—Si ambos han terminado —dijo Lujuria, logrando sonar
inmensamente aburrido a pesar de lo que había presenciado—, hay un
pequeño asunto de asesinato que atender. —Incluso completamente vestida,
todavía sentía el calor de un rubor besando mis mejillas al ser atrapada.
Lujuria observó a su hermano, sacudiendo ligeramente la cabeza—. Guarda
tu polla y sígueme. Tendrás mucho tiempo para complacer a tu novia más
tarde. Avaricia me envió a ver por qué tardaban tanto. Está perdiendo los
estribos. Y sabes lo molesto que puede volverse cuando cualquiera de
nosotros siente otro pecado.
—Déjanos. —La voz de Ira era glacial, como su expresión—.
Estaremos allí en breve.
—Me temo que no puedo hacer eso —respondió Lujuria—. No me
gustaría que te distrajeras de nuevo.
La influencia codiciosa se había ido, pero el deseo no. Todavía
estaba tentada a ignorar a Lujuria y Avaricia a favor de terminar lo que Ira y
yo habíamos comenzado. Quería saber qué había planeado mi príncipe para
mí.
—¿Acaso tú…?
—¿Te vi chupar a mi hermano hasta que cuestionó su creencia en lo
Divino? —Una sonrisa torcida curvó las comisuras de sus labios—.
Digamos que me impresionó, Bruja de sombra. Y eso es mucho decir del
señor del placer.
—Eso no es lo que iba a preguntar. —Le lancé una mirada
desagradable mientras Ira me ayudaba a salir del bote—. ¿Utilizaste tu
influencia sobre nosotros?
—No era necesario. Ambos fueron con avidez tras su placer por su
cuenta. Ese pequeño cuadro fue todo tú y nuestro anfitrión demoníaco. Si te
hace sentir mejor, llamé varias veces. Supuse que querían la atención, así
que se las di. —Ladeó la cabeza—. ¿Estás planeando usar conmigo esa
boquita viciosa mientras mi hermano te da placer por detrás?
Mi cuerpo enrojeció.
—Eres repugnante.
—Tu rubor canta una melodía diferente —dijo—. Si te estás
preguntando, sí, se sentiría el doble de bien de lo que imaginas. Aunque
sospecho que mi hermano tendría mis bolas por intentarlo. Recuérdame que
te envíe un regalo más tarde de la Casa de la Lujuria.
El príncipe del placer metió las manos en los bolsillos y se dio la
vuelta, caminando por el pasillo como si estuviera dando un paseo
vespertino.
—Dense prisa —gritó por encima del hombro—. Algunos de
nosotros todavía tenemos que complacernos en nuestros deseos más bajos.
El asesinato, desafortunadamente, parece ser un afrodisíaco solo para la
Casa de la Ira. Sorprendente para nadie, en realidad.
CUATRO
El Príncipe de la Avaricia frunció el ceño desde detrás de su
escritorio dorado.
—Llegan tarde.
Nos detuvimos justo en el umbral de su cámara privada,
inspeccionando a los ocupantes. Avaricia, Lujuria y dos guardias
demoníacos. Ira rozó sus nudillos contra el dorso de mi mano, luego entró a
zancadas en lo que parecía ser el estudio de Avaricia, apoderándose
rápidamente de uno de los sillones de orejas de terciopelo sin pronunciar
una sola palabra. Su expresión no cambió, pero sentí la frialdad en ella. El
frío e imperioso real había reemplazado al cálido amante de unos minutos
antes.
Ira parecía cada centímetro del rey que era, reclamando su trono. Un
poder emanaba de él que no era de naturaleza puramente mágica: era su
confianza, su conocimiento de que era dueño de cada espacio en el que
caminaba, incluso en una Casa del Pecado que no era suya. Las palabras de
Ira de un juego de cartas que jugamos una vez volvieron a mí de repente.
«Creo que soy poderoso, luego lo soy».

Otros también lo creían. Avaricia lo miró, con los ojos


entrecerrados, pero no atacó.
Entré en la habitación, pero retrocedí, observando a los príncipes y
la agresión que continuaba irradiando de cada uno de ellos. En lo que
respecta a los concursos de meadas, era sutil pero efectivo. Entra en un
espacio, actúa como si fueras su dueño y no te inclines ante nadie.
Necesitaría recordar eso. Avaricia apenas estaba controlando su ira, lo que
solo alimentaba el pecado de Ira, dándole la ventaja.
El silencio avanzaba, la tensión en la habitación se hacía más densa
cuanto más tiempo se miraban fijamente los hermanos. Los ojos de Ira
brillaron cuando el agarre de Avaricia en su vaso se hizo más fuerte. Parecía
medio listo para lanzarle el vaso de licor a Ira, pero debió pensarlo mejor
cuando notó la peligrosa sonrisa del demonio de la guerra.
—¿Estabas diciendo algo? —El tono de Ira era coloquial, pero había
un borde de peligro en la forma casual en que se inclinó hacia adelante,
como si quisiera hacer creer a su hermano que estaba a punto de compartir
un secreto. La promesa de violencia hervía a fuego lento justo debajo de la
superficie de su elegante apariencia, algo demasiado primitivo para
permanecer oculto debajo de las galas por más tiempo.
Avaricia debe haber sentido el mismo peligro. Inhaló lentamente,
luego exhaló.
—Me dijeron que llegaron aquí hace cuarenta minutos. Hacer
esperar a su anfitrión es de mala educación, especialmente dadas las
circunstancias de nuestra reunión.
Desde donde ahora se apoyaba contra una repisa de gran tamaño
intercalada entre pinturas del piso al techo, Lujuria soltó una risita pero no
comentó sobre el comportamiento de ninguno de sus hermanos. Me
sorprendió que no dijera el motivo de nuestra tardanza.
Después de la forma en que Lujuria me había arrebatado toda la
felicidad y el placer en Palermo durante la hoguera, él era, con mucho, mi
menos favorito de los hermanos de Ira. No parecía darse cuenta, ni
importarle, que dejar a alguien como una cáscara vacía por deporte no era la
forma de ganar amigos. Si Ira no me hubiera sacado de ese lugar oscuro en
el que me había perdido, probablemente todavía estaría acurrucada en la
cama.
—Tienes suerte de que hayamos venido. —Ira finalmente se
recostó, ignorando el resoplido de Lujuria ante su elección de palabras.
Solté un suspiro silencioso, sin darme cuenta de que lo había estado
conteniendo durante tanto tiempo, y negué con la cabeza. Adolescentes, el
maldito montón de ellos—. Un asesinato a medianoche en tu círculo no es una
gran preocupación para la Casa de la Ira. Esto podría haber esperado hasta
la mañana para solucionarlo.
—No estoy de acuerdo. —Avaricia dejó su vaso en el suelo—.
¿Theo? Trae el cráneo embrujado.
Un demonio de piel azul con brillantes ojos rojos y colmillos de
vampiro salió de un panel secreto escondido dentro de la pared de libros
que flanqueaba el escritorio. En sus manos había algo familiar: un cráneo
humano. A diferencia de los que había recibido, este tenía rubíes oscuros en
los ojos, lo que aumentaba el terror.
Tragué saliva, ya temiendo lo que estaba a punto de suceder. Una
vez que el cráneo se colocó en el borde del escritorio de Avaricia,
mágicamente cobró vida, hablando con una voz que erizó los vellos a lo
largo de mi cuerpo. Solo que esta vez la voz no sonaba como mi gemela;
sonaba como una verdadera pesadilla.
—Tic, tac, hace el reloj, contando tu pavor. A menos que cedas,
verás más sangre. Para devolverte el favor, el próximo ataque será a la
cabeza más alta, querido Príncipe de la Avaricia.
Avaricia volvió a centrar su atención en Ira.
—La monstruosidad debe haberse enterado de nuestra alianza. Ella
sin duda cree que actué en tu nombre todo el tiempo y, por lo tanto, quería
darme una lección por traicionarla. Esto, —Señaló con la barbilla a un
segundo demonio con cabeza de sapo, que rápidamente dio un paso
adelante, haciendo rodar un carro con un sudario sobre él—, es lo que
queda de mi preciado tercero.
El demonio sapo arrancó el sudario del cuerpo y el hedor me golpeó
en el momento exacto en que lo hizo la horrible visión. Mi mano voló para
cubrir mi boca. Apenas quedaba nada reconocible del demonio. Trozos de
carne ensangrentada, tendones fibrosos, algunos huesos. Huesos que
parecían haber sido roídos por grandes dientes aserrados. Mi estómago se
sacudió.
—Diosa de arriba.
La atención de cada uno de los príncipes se centró en mí, pero no
devolví ninguna de sus miradas. Me negué a apartar la mirada del cuerpo.
Iba a ser reina. Y una reina, especialmente una proveniente de la Casa de la
Ira, no rehuía a las partes terribles de gobernar. Ella les daba la bienvenida.
—¿Qué crees que atacó a… —Por lo que quedó, no podía determinar el
sexo de la víctima.
—Vesta. —Avaricia se movió para pararse sobre los restos, su voz
tranquila. Era la primera vez que lo veía actuar de alguna manera humana.
De cada uno de los príncipes que conocí, siempre pensé que a él no le
importaba interpretar el papel de otra cosa que no fuera un príncipe del
infierno—. Ella era la comandante de mi ejército. Única. Codiciada por
muchos.
—¿Por qué era codiciada? —pregunté.
Avaricia hizo un gesto para que se la llevaran antes de responderme.
—Debido a su inmenso talento en la estrategia y la batalla.
No lo dije en voz alta, pero su inmenso talento para la lucha no la
había salvado de su destino.
Un demonio desconocido se deslizó en la habitación cuando lo que
quedaba del cuerpo fue retirado. Lentamente se quitó un par de guantes
ensangrentados y los arrojó a un basurero. Su cabello era de un tono entre
plateado y dorado, como si fuera demasiado perezoso como para molestarse
en elegir un color. Observé los ojos astutos que ahora me estudiaban de
cerca, un azul tan pálido que solo podía describirse como hielo. Lentamente
dirigió su atención a los príncipes.
—Es como sospechábamos. —Sus palabras salieron en un tono
silencioso—. Ataque de hombre lobo.
—¿Estás seguro? —preguntó Ira, viniendo a pararse a mi lado.
—Es eso o un sabueso del infierno —respondió el demonio de ojos
azules—. ¿Has soltado a los tuyos en otros círculos últimamente? —La
única respuesta de Ira fue una impresionante mirada fulminante—. No lo
creo. Hay pocas otras criaturas con la fuerza y el poder para causar esas
marcas en el hueso. Dado lo que sabemos de nuestro principal sospechoso y
con quién se asocia, es la conclusión que tiene más sentido. Especialmente
combinado con los rubíes. Aunque no puedo descartar ninguna otra bestia
con certeza. Las laceraciones definitivamente fueron hechas por garras, no
por una cuchilla.
—Padre, mátame —gimió Lujuria—. ¿Debes hablar siempre como
si estuvieras recitando un texto médico?
Mi interés se alejó de mis propios pensamientos para mirar a los
demonios. Los príncipes rara vez hablaban con otros demonios de una
manera tan despectiva, lo que significaba que este de ojos azules estaba
relacionado con ellos. Solo había un príncipe al que no me habían
presentado formalmente, aunque sentí curiosidad después de verlo
fugazmente en la Casa de la Gula durante el Festín del Lobo.
Estudié de nuevo al demonio de ojos azules.
—Eres el Príncipe de la Pereza —dije. Inclinó la cabeza pero no dio
más detalles—. Pensé que serías…
—¿Más perezoso? —suministró Lujuria—. Lo es, confía en mí.
Todo lo que hace es holgazanear con sus libros. Su Casa es una biblioteca
gigante y desordenada. Ni una orgía o un cuadro pecaminoso que se
encuentre en todo su círculo. No puedo decirte la última vez que se
involucró en el libertinaje. Apuesto a que ni siquiera se ha acariciado la
polla en una década. Jodidamente insultante para los demonios en todas
partes.
Pereza le dio a su hermano una sonrisa lenta que era cualquier cosa
menos agradable.
—Hay muchos textos en mi colección que describen posiciones
sexuales aventureras. Probablemente conozco más formas de hacer que un
cuerpo se estremezca de placer que tú.
—Puedes saber cómo hacerlo —dijo Lujuria—, pero en realidad
hacerlo es algo completamente diferente. Tendrías que dejar el libro y poner
un poco de esfuerzo en ello.
—Todavía puedo leer con la boca de alguien en mi...
—Eso es suficiente —interrumpió Ira justo cuando una daga voló
por el aire, hundiéndose en el hombro de Lujuria.
—¿Qué carajo, Avaricia? —Lujuria liberó la hoja de un tirón,
mirando a Avaricia mientras daba un paso adelante, la agresión saliendo de
él en oleadas—. ¿Quieres pelear, hermano? —Se quitó la chaqueta del traje,
los ojos brillando mientras se arremangaba bruscamente—. Vamos.
—Lujuria, retírate. —Ira se paró frente a su hermano, deteniéndolo
con su enorme cuerpo—. O te quedas y eres útil o llevas esta tontería trivial
a otra parte.
—Avaricia me arrojó la daga de su Casa; eso no es una tontería
trivial. Estoy aquí haciéndole un favor. Podría estar bien metido en el
libertinaje y beber en lugar de escuchar calaveras malditas y las
observaciones poco brillantes de Pereza.
—Todavía estás parado aquí. Lo que significa que Avaricia no
golpeó nada vital. —Ira se volvió hacia Avaricia, sin darle a Lujuria la
oportunidad de responder—. ¿Dónde encontraste el cuerpo de Vesta?
Pasó un momento de silencio antes de que Avaricia respondiera.
—En su cámara de baño. Había terminado de entrenar y se estaba
limpiando antes de nuestra cena. Cuando ella no llegó, supe que algo
andaba mal. Vesta nunca llegaba tarde a nada. —Se acercó al vaso que
había dejado en su escritorio y bebió el líquido. Casi más rápido de lo que
pude procesar, arrojó el vaso contra la pared y lo vio romperse—. Vesta era
especial. Nunca va a haber otra como ella. Sabes quién hizo esto. Incluso
colocó rubíes en los ojos de la calavera para enviar un mensaje. Por el
honor de mi Casa, exijo una retribución de sangre. Si no me concedes esto,
la Casa de la Avaricia te declara enemigo a ti y a los tuyos.
Ira se volvió lentamente hacia mí.
—Emilia.
Su tono tranquilo, la forma en que Lujuria y Pereza de repente
encontraron interesante la pelusa invisible en sus trajes, la mirada dura
proveniente de Avaricia. El insistir que era un hombre lobo. Estaban
exponiendo las pruebas. Contra mi hermana.
No estaba del todo segura de lo que implicaba su retribución de
sangre, pero no podía dejar que dañaran a Vittoria sin más hechos. Al
mismo tiempo, sabía que no necesitábamos que Avaricia estuviera
abiertamente en guerra con nosotros.
Ira me miró, su expresión ahora era la máscara fría de un príncipe
gobernante del Infierno, antes de volverse hacia su hermano.
—Pereza, ¿cuál es la probabilidad de que una bestia que no sea un
cambiaformas inflija esas heridas?
—Mínima. No tengo porcentajes exactos, pero es muy poco
probable que otra criatura haya atravesado los muros o las protecciones que
rodean el castillo sin ser notado primero. Ahora, un cambiaformas que
puede cruzar reinos mágicamente tendría muchas más posibilidades de
transportarse a estos muros.
—Y Envidia dijo que la abominación no tuvo problemas para
atravesar sus protecciones —agregó Avaricia—. Llegó hasta su ala privada,
donde montó un gran espectáculo, pero Envidia sospechó que tomar a
Alexei tan públicamente era una artimaña para mantenerlo distraído. No se
sabe qué truco desagradable estaba haciendo. Ha estado buscando para ver
si algo fue robado, pero no ha informado nada.
—Dudo que Envidia sea tan comunicativo si encuentra algo que
falta —dijo Pereza.
Negué con la cabeza. ¿Era suficiente evidencia para confirmar que
mi hermana tenía la culpa? Me volví hacia Avaricia.
—Vittoria tenía una alianza contigo. ¿Por qué atacaría tu Casa?
¿Cuáles fueron los términos de su acuerdo?
Avaricia no parecía inclinado a responder mi pregunta, pero Ira le
dirigió una mirada dura que lo hizo reconsiderar ignorar a su futura reina.
Dejé que el desaire no me molestara por ahora, aunque no toleraría un
comportamiento tan irrespetuoso por segunda vez.
—Tu hermana quería un aliado en los Siete Círculos por razones
que no revelaré frente a las cortes demoníacas rivales. Parte de los términos
incluían un voto de no dañar a ningún lobo. Algo que parecía justo ya que
ella ya había formado una alianza con ellos y les exigía lo mismo a cambio.
Me interesaba la idea de domar a tales bestias. Viendo lo que pueden
ofrecer. Normalmente estamos en desacuerdo, por lo que fue una apuesta
interesante.
—No parece que Vittoria tenga motivos para convertirte en un
enemigo. —Lo miré—. ¿Por qué se retractaría de su palabra? Sigues
mencionando lo especial que era Vesta, pero si no estás dispuesto a
compartir con nosotros cuán especial era, aparte de sus talentos de batalla,
¿es algo que mi hermana habría descubierto?
—No me digno a actuar como si entendiera la forma en que
funciona la mente retorcida de Vittoria. Tu hermana probablemente
descubrió que estaba actuando como espía para Ira y se vengó. Me imagino
que es así de simple.
Miré a mi príncipe, incapaz de ocultar mi sorpresa.
—¿La estabas haciendo espiar a mi gemela?
—Quería ojos sobre cualquier amenaza potencial para ti. —Ira no
sonaba ni parecía arrepentido.
—¿Ves? —dijo Avaricia—. Incluso tu prometido sabe que hay que
vigilarla cuidadosamente. Es una desgraciada vengativa y rencorosa. —
Avaricia parecía listo para exigir algo de venganza por su cuenta mientras
me miraba fijamente—. Envió el cráneo embrujado para burlarse de
nosotros. No solo asesinó, mutiló a mi tercero más allá del reconocimiento.
Tu hermana necesita conocer a su creador por sus crímenes. Y si mi
hermano no sanciona su muerte, entonces iré por ti y tu familia, y no me
detendré hasta que la última gota de tu sangre contaminada haya sido
limpiada de este reino. Vittoria me quitó, y ahora le devolveré el favor para
que estemos a mano.
Mi corazón tartamudeó. Sí, la evidencia era condenatoria, pero
cualquiera podría haber hecho que pareciera de esa manera.
—No puedes… —Me alejé de los príncipes, necesitando un
segundo para pensar—. El cráneo, no sonaba como mi gemela.
—¿Y cómo sabrías cómo se supone que suenan sus cráneos
encantados? —desafió Avaricia—. ¿También ha enviado amenazas a la
Casa de la Ira?
Me di la vuelta, con la esperanza llenando mis venas mientras
miraba a Ira. Vittoria me había admitido antes que me había enviado al
menos una calavera encantada. No estaba segura de si Ira deseaba compartir
este secreto de la Casa, pero no ofreció ninguna indicación para que me lo
guardara para mí.
—Recientemente recibí calaveras encantadas, pero no eran
amenazas. Y cada cráneo siempre sonaba inquietantemente como ella. Este
no. Nunca antes envió una calavera con rubíes. —Me encontré con la
mirada de Ira—. Todavía tenemos los cráneos, ¿verdad? Los buscaremos y
los traeremos aquí, y todos pueden escuchar.
—Eso no prueba nada —argumentó Avaricia—. Fácilmente podría
haber hecho que otra persona dijera la rima en este caso. Tal vez lo hizo
para plantar una semilla de duda. Además, los rubíes son una piedra por la
que es ampliamente conocida.
—Razón de más para pensar que alguien podría haberla incriminado.
—¿Quién? —desafió Avaricia.
—¿Hay alguien que quiera dañar a Vesta? —argumenté en respuesta
—. ¿Alguien que quisiera hacerte daño atacándola? ¿Y cómo estás tan
seguro de que los restos pertenecen a tu tercero? —pregunté, ganando la
atención de cada príncipe nuevamente—. No queda mucho que sea
identificable. Además de encontrar los restos en su cámara, ¿cómo sabes
que es Vesta y no uno de sus asistentes? ¿O cómo sabes el sexo para el
caso?
—Yo… —Avaricia se paseaba alrededor de su escritorio. Miró a
Pereza—. ¿Probaste la sangre?
—Lo hice, pero había un par de perfiles diferentes (demonio y
hombre lobo) que dificultaban la identificación, aunque el olor a hombre
lobo era el más fuerte. No es sorprendente dado que el contenido de su
sangre suele ser más fuerte que el de cualquier otra criatura. Y lady Emilia
tiene razón; no pude determinar el sexo.
—Lo que significa que no puedes saber con certeza que Vesta está
muerta y no simplemente secuestrada o desaparecida por su propia
voluntad. —Miré directamente a Pereza—. ¿Correcto?
Resopló lentamente.
—Correcto, aunque creo que es poco probable.
—¿Y qué hay de la sangre de hombre lobo? —le pregunté a
Avaricia—. ¿Por qué la comandante de tu ejército tendría algo más que
sangre de demonio?
Frunció el ceño.
—Me imagino que podría ser de su atacante. Una prueba más de que
los hombres lobo actuaron en nombre de tu gemela.
—No se puede saber con certeza quién actuó por orden de quién.
Eso es pura conjetura. Si vas a condenar a mi hermana, —Me enfrenté a Ira
de nuevo, hablando directamente con él—, espero que lo hagas basándote
en los hechos, no simplemente en la probabilidad de su culpabilidad. Dices
que los rubíes son algo por lo que es ampliamente conocida, pero entonces
cualquiera con ese conocimiento podría incriminarla fácilmente. Incluyendo
a Avaricia.
—Te pasas de la raya, Bruja de sombra. —La voz de Avaricia era un
gruñido bajo.
—Si no tiene nada que ocultar, esta conjetura no debería ofenderlo,
su alteza. Los cráneos que me envió recientemente no contenían rubíes. Es
bastante extraño que el tuyo lo hiciera. Si yo fuera tú y buscara la verdad,
tendría mucha curiosidad por Vesta y lo que estaba haciendo en las horas
previas a su muerte. ¿Alguien escuchó algo inusual o vio algo extraño fuera
de su habitación?
—No —dijo secamente.
—¿Estaba Vesta en desacuerdo con alguien en la corte? —presioné.
El príncipe de este círculo me dio una mirada desagradable.
—Era la comandante de mi ejército. Talentosa sin medida y
enfocada en su deber. Tenía poco interés en complacer a nadie en la corte.
Estaba destinada a ser temida, no adorada.
—Con el debido respeto, su alteza, alguien superó sus defensas
privadas y la alcanzó. Si ella pudiera ser lastimada tan fácilmente, entonces,
¿quién puede decir que lo mismo no podría pasarte a ti? —Miré alrededor
de la habitación, pero nadie, excepto Ira, encontró mi mirada.
—Mi hermano ya determinó que la criatura más probable para
romper nuestras protecciones y entrar en sus habitaciones sin ser detectada
era un cambiaformas. —Avaricia señaló a Pereza, quien inclinó la cabeza
—. Tu abismal hermana ha tomado a una de esas criaturas como su amante.
Claramente desea incitar a una guerra interna. ¿Por qué otra razón se
tomaría la molestia de formar una alianza que no tenía intención de honrar?
Tienes que aceptar la verdad y dejar de juzgar a los inocentes. Vesta está
muerta. Tu hermana es la responsable. Ese es el final. Tu sentimentalismo
mortal claramente está nublando tu capacidad de ver lo obvio.
Mi hermana podría ser culpable de cosas horribles, pero ella era de
mi sangre. Lucharía por ella hasta que supiera toda la verdad. Y eso era
algo que debía hacerse por cualquier persona acusada de un delito tan
grave. El hecho de que Avaricia se contentara con liderar lo que solo podría
describirse como una cacería de brujas, sin ninguna prueba real de
culpabilidad, era aterrador. Cómo sus hermanos podían estar aquí,
considerándolo, era enloquecedor. Sentí la atención de mi prometido en mí
y me volví hacia él.
La mirada de Ira era penetrante mientras sostenía la mía. Y
totalmente ilegible. Algo parecido al temor se deslizó en mi vientre cuanto
más tiempo sostuvo mi mirada. Este no era mi futuro esposo mirándome
profundamente a los ojos; era el demonio lo suficientemente temible como
para gobernarlos a todos.
Avaricia se movió alrededor de su escritorio, plantando sus manos a
ambos lados de la daga que acababa de recuperar después de arrojársela a
Lujuria.
—¿Cuál es tu decisión, hermano? ¿Declaras la guerra a la Casa de la
Avaricia o a la monstruosidad que tu pretendiente llama hermana?
Un destello de algo frío y calculador en la expresión de Ira me hizo
querer caer de rodillas y suplicar misericordia, pero me obligué a mantener
contacto visual con él, manteniendo mis propias emociones encerradas.
Parecía a punto de tomar su decisión, así que hablé por mi gemela una vez
más.
—Un general y un rey deben tomar las decisiones difíciles, incluso
cuando son impopulares. El juicio, para ser justo, debe basarse en hechos.
No emociones.
Un músculo en su mandíbula se apretó.
Ira no miró a ninguno de sus hermanos cuando dijo:
—Al atacar a un miembro de la Casa de la Avaricia, causándole
graves daños corporales y la muerte, Vittoria Nicoletta di Carlo ha
declarado abiertamente la guerra a los Siete Círculos y, como tal, ahora está
considerada un enemigo del reino. Si se la ve en algún lugar de cualquier
círculo, cada príncipe del Infierno puede actuar como considere oportuno
para garantizar la seguridad de su pueblo. La Casa de la Ira por la presente
acepta la solicitud de la Casa de la Avaricia de retribución de sangre. Si se
encuentra a algún miembro oficial de las siete Casas del Pecado albergando
a la condenada sin notificarme de su captura, ellos también serán
ejecutados.
Miré fijamente a Ira. Sabía que lo escuché correctamente, pero no
podía creerlo. Apenas podía pensar más allá del zumbido repentino en mis
oídos. Mi prometido, el demonio con el que había estado a punto de
completar un vínculo de matrimonio eterno, acaba de sentenciar a muerte a
mi gemela. Sus hermanos murmuraron su aprobación, y los miré a todos
mientras la ira hervía a fuego lento. No tenían hechos. Sin evidencia, sin
prueba de culpabilidad.
—Haré que se escriba el juramento de sangre. —Avaricia asintió a
alguien a quien no me importó mirar—. Puede tomar un tiempo ya que
necesitaremos usar un lenguaje aceptable para las Casas Lujuria, Pereza,
Avaricia e Ira. Por ahora, acepten una suite de invitados para descansar o
disfrutar de una de nuestras muchas salas de juego.
Ira asintió y finalmente se volvió hacia mí. Su expresión no era de
tristeza o perdón. Parecía deber y fría justicia. Parecía un triunfo.
La furia hizo que mi visión se pusiera casi roja cuando me sumergí
en la Fuente: una docena de rosas estallaron en llamas alrededor de la
habitación. Lujuria y Pereza retrocedieron, un destello de miedo cruzó sus
rostros. El calor de las furiosas llamas hizo que el sudor brotara de sus
frentes.
Era la primera vez que mi magia producía fuego con la capacidad de
causar daño. Y fue apropiado, porque quería verlos arder. El fuego crepitó y
estalló, necesitando un lugar para ir, para destruir.
Eché un vistazo a la pintura que Lujuria había estado esperando, y
mi magia respondió de inmediato, cada capullo de rosa se estrelló contra el
lienzo, incendiándolo.
Avaricia gritó una orden, y un demonio dio un paso adelante,
agarrando una jarra de agua del aparador. Él no debía molestarse. En
silencio ordené a las llamas que se retiraran, encontrándome con cada una
de sus amplias miradas en tanto el olor de la lona carbonizada impregnaba
el aire. Quizás mi hermana tenía razón. Tal vez era hora de que los
demonios nos temieran para variar.
—Disculpas, mi temperamento sacó lo mejor de mí.
Agarré mis faldas y giré sobre mis talones, siguiendo al asistente
tembloroso fuera de la habitación. Acababa de recuperar a mi hermana, y
sería el día más frío que el Infierno hubiera conocido antes de que
permitiera que le sucediera algún daño. Aun como la desgraciada engañosa
e intrigante que era, ella era de mi sangre, y la protegería con cada gota de
la mía, sin importar si merecía mi lealtad o no.
CINCO
—No te pediré que no planifiques —dijo Ira una vez que estuvimos
metidos en nuestra habitación de invitados y había levantado una protección
para mantener nuestra conversación privada—. Solo ten cuidado.
—¿Cómo pudiste… qué?
Inmediatamente dejé de caminar y me di la vuelta, mirando. Apenas
podía creer que me estaba diciendo que ignorara su mandato real. Me miró
intensamente, y fue entonces cuando lo supe; él mismo había estado
tramando. Volví a pensar en su cuidadosa redacción: Si se encuentra a
algún miembro oficial de las siete Casas del Pecado albergando a la
condenada sin notificarme de su captura, ellos también serán ejecutados.
Ira era muy consciente de que, sin que nuestro matrimonio se completara,
todavía no era oficialmente miembro de ninguna Casa del Pecado, y su
decreto real no se aplicaba a mí en absoluto.
Mis ojos ardían con lágrimas no derramadas. Para bien o para mal,
él era mi socio y había estado protegiendo mis intereses. Excepto que este
decreto complicaba un aspecto: él mismo no podría ayudar directamente en
mi investigación, o rompería su juramento. Toda mi ira se esfumó.
—Tus hermanos querrán tu cabeza si descubren tu traicionera
negociación.
—No sería la primera vez. —Su sonrisa era depredadora—.
Tampoco será la última. Lo olvidas, su ira solo alimentará más mi poder.
Doy la bienvenida a sus intentos de guerra.
Me acerqué y lo abracé fuerte. Sus brazos automáticamente me
rodearon, abrazándome en respuesta, y suspiré felizmente.
—Eres un demonio astuto y magnífico. Y estoy feliz de que seas
mío. Incluso si solo deseaba estrangularte.
—¿O incinerarme? —Sonaba complacido en lugar de preocupado
por mi demostración de poder.
—Lo siento si ese lapso de control te causará una complicación.
—No lo hará. E incluso si lo hiciera, me gusta más tu enfado.
Ahora que mi furia estaba bajo control, me concentré en lo que
acabábamos de aprender sobre el asesinato. Partes de la historia no me
sentaban bien, pero no podía determinar por qué.
—¿Sabes algo de los antecedentes de Vesta?
—Solo que Avaricia la había estado buscando específicamente
durante unos años antes de que viniera a su Casa. No solemos compartir
secretos sobre nuestro consejero más cercano, así que no sé mucho más.
—¿Envidia lo sabe?
Exhaló un lento suspiro, considerando.
—Podría saberlo con sus espías. Pero tengo mis propios espías, y
nunca han descubierto por qué Avaricia quería que Vesta comandara sus
ejércitos.
—Eso es extraño, ¿no?
—Dependiendo de los talentos ocultos o la magia que poseía,
tendría sentido que él codiciara eso. Su pecado lo empuja a adquirir cosas
que inspiran codicia, demonios incluidos.
Y, sin embargo, Pereza había mencionado que había un par de tipos
diferentes de sangre.
—¿Era un demonio?
—No tengo motivos para creer lo contrario. —Apoyó la barbilla en
mi cabeza antes de presionarme para besarla—. ¿Qué estás pensando?
—Que tal vez ella era algo más que un demonio completo. ¿Por qué
otra razón Avaricia no explicaría por qué era tan especial y no podía ser
reemplazada? ¿Y por qué había tanta sangre de hombre lobo?
—Durante una pelea tan brutal, tanto los asaltantes como la víctima
habrían dejado sangre.
—Entiendo eso. Pero Vesta fue hecha pedazos. Incluso si hubiera
dañado gravemente a un lobo, habría perdido la mayor cantidad de sangre,
sangre de demonio…
—Es un punto válido. Pero la potencia de la sangre de hombre lobo
abruma nuestros sentidos. Similar al olor de un fuerte astringente. Si hueles
a amoníaco, intenta detectar cualquier nota debajo, el amoníaco siempre
dominará.
—Sangre y huesos. Todo lo que uno tiene que hacer para salirse con
la suya es salpicar un poco de sangre de hombre lobo alrededor de la
escena.
—Lo cual es parte de la razón por la que los hombres lobo no
quieren tener nada que ver con demonios y vampiros. Solían ser cazados
por esa misma razón.
Mi labio se curvó con disgusto. No es de extrañar que los lobos
despreciaran a los vampiros y demonios.
Dejando a un lado esa espantosa parte de la historia, pensé en otras
opciones viables para el caso en cuestión.
—Si hablamos con la familia de Vesta, tal vez podamos obtener
información sobre quién podría querer hacerle daño. Con quién podría
haber pasado tiempo lejos de Avaricia, cuando no estaba entrenando a su
ejército. Si sabemos lo que hacía fuera de sus deberes, podríamos tener un
hilo sólido a seguir.
—Veré qué puedo averiguar cuando firme el juramento. —Pasó una
mano por mi columna con caricias lentas y amorosas—. Hablando de eso.
Tendremos que encontrar una excusa para que te pierdas el juramento de
sangre más tarde. Si firmas ese documento, incluso mis intrigas no
importarán.
Apoyé la cabeza en su pecho, pensando.
—Bueno, ciertamente saben que estaba furiosa contigo cuando nos
fuimos. ¿Qué pasa si vamos a una de las salas de juego y me tomo
demasiados vinos de bayas demoníacas? No me emborracharé de verdad, y
si lo hago, puedes hacerlo desaparecer mágicamente como lo hiciste cuando
me probaste para la gula. Haré una escena terrible, y puedes animarme a
volver a nuestras habitaciones y dormir. Simplemente tendremos que actuar
de manera convincente frente a uno de tus hermanos para que pueda
responder por nosotros.
Ira retrocedió para mirarme a los ojos.
—Si haces una escena, tendrá que ser lo suficientemente libertina
para llamar la atención en una sala de juegos en una Casa del Pecado.
Realmente tendrá que causar un escándalo digno de mención, y eso será
extremadamente difícil aquí. Aparte de destruir parte del castillo, o desatar
otro pecado, no estoy seguro de que sea posible. ¿Estás lista para ese
desafío?
Me estaba haciendo la pregunta, pero tuve la sensación de que
también se estaba preguntando lo mismo para sí mismo. Pero tal vez esa era
la clave. Volví a pensar en la sala de recepción de Avaricia mientras
esperábamos a nuestros escoltas, y una idea perversa me vino a la mente.
Estaba bastante segura de que podía crear un gran revuelo. Y el
temperamento legendario de mi prometido ayudaría a asegurar eso.
No tenía que causar un escándalo; solo necesitaba encender la
mecha de Ira.
—Ve a buscar a Lujuria o Pereza en una sala de juego y envíame un
mensaje de dónde estás. Puedes plantar las semillas de darme espacio para
refrescarme, y haré mi gran entrada.
—No…
—Tienes que confiar en mí, Samael. —Susurrar su verdadero nombre lo
hizo quedarse completamente quieto. Confiaba en él, sabiendo su verdad.
Era hora de que él devolviera el favor—. Necesitas estar tan afectado por
mi desempeño como todos los demás. Si conoces mi plan con anticipación,
no solo arruinarás la sorpresa, sino que también te impedirá mentir al
respecto. Ahora ve. —Me puse de puntillas y lo besé rápidamente antes de
empujarlo hacia la puerta—. Y, por favor, haz que suba una doncella de
inmediato.
Entré en la sala de juegos a oscuras, balanceando mis caderas un
poco más de lo necesario mientras tomaba una copa de vino de bayas
demoníacas de una bandeja que pasaba. Tomé un sorbo lento, mis labios
pintados se curvaron seductoramente, en tanto examinaba la habitación.
Mesas de juego cubiertas de fieltro se alineaban en el perímetro y estaban
llenas de señores y damas de este círculo. Todos los muebles de madera
eran oscuros, elegantemente tallados y lo suficientemente lujosos como
para atraer a los jugadores a sentarse y quedarse un rato. El alcohol y la
comida también hacían rondas frecuentes, asegurando que los demonios no
tuvieran que abandonar sus asientos para tomar un refrigerio.
La alfombra estaba adornada si uno se tomaba el tiempo de
admirarla, pero también se mezclaba con la sensación oscura y encantadora
de la sala de juegos. Las antorchas parpadeaban suavemente en cada
esquina, creando un ambiente confortable. Avaricia claramente quería que
los mecenas olvidaran el mundo fuera de esta Casa del Pecado. Cerca del
centro de la habitación había un escenario prominente con algunos
demonios quitándose la ropa lentamente. Se colocaron varias mesas
pequeñas frente a él, ofreciendo a los mecenas la oportunidad de sentarse y
ver el espectáculo sensual. Estaba casi vacío, excepto por unos pocos
demonios que bebían solos al pie del escenario. Si mi primera idea no
funcionaba, ese escenario podría ser una segunda opción perfecta.
Hacia la derecha había una barra larga y reluciente que presentaba
torres de botellas de licor y vinos, todo listo para el consumo. Tal como lo
sospechaba, sentí que las primeras lamidas del poder de Avaricia reforzaban
mis acciones. Deseaba atención y, por lo tanto, aquellos que estaban felices
de complacerme se sintieron atraídos hacia mí. En lugar de ignorar la
magia, le di la bienvenida y la usé como combustible para mi misión
secreta.
Ira había entrado al estudio de Avaricia con confianza, así que
adopté su comportamiento y me comporté de la misma manera, incluso si
mi corazón estaba acelerado.
Vi mi marca en una mesa de aspecto serio donde estaban tirando
dados, y me detuve para inspeccionar a los ocupantes antes de que me
vieran. Todos los demonios sentados a su alrededor parecían
particularmente refinados, y esperaba que eso significara que eran de la alta
nobleza. Aparte de crear una escena, necesitaba preguntar por alguien que
conociera a Vesta. No era suficiente eliminar a mi gemela como sospechosa,
quería saber la verdad. Avaricia parecía haber tomado una decisión sobre
Vittoria terriblemente rápido, lo que encontraba sospechoso incluso si los
otros príncipes no lo hacían.
Me dirigí hacia Lujuria, disfrutando la sensación de las borlas de
perlas balanceándose contra la parte posterior de mis muslos. En cuanto a
las faldas, esto apenas se consideraba eso. No había tela, solo cientos de
hilos de perlas que apenas llegaban a la mitad del muslo. No tenía nada
debajo, por lo que cada paso y cada movimiento adicional de mis caderas
aseguraba que los clientes obtuvieran todo el espectáculo. Mi top era
igualmente atrevido. Con una gargantilla que tenía hilos de perlas
conectados a las correas y las copas, en realidad no era más que medio
corsé hecho completamente de piedras preciosas que dejaba muy poco a la
imaginación cuando me movía.
La desnudez no era escandalosa aquí, pero la reacción de Ira a lo
que había planeado debería hacer que los demonios en este círculo
hablaran. Lo supe en el momento en que Ira me vio a través de la multitud
de jugadores: su atención era abrasadora, palpable. Lo ignoré por completo
y me acerqué a Lujuria. La temperatura a nuestro alrededor se enfrió uno o
dos grados, pero aun así no le eché un vistazo a mi prometido. Él tenía su
papel que desempeñar, y yo tenía el mío. La vida de mi hermana bien
podría depender de si podía evitar firmar ese juramento de sangre y
recopilar información para limpiarla de la culpa.
—¿Ha tenido suerte, su alteza? —Me incliné sobre la mesa de
fieltro al lado de Lujuria, sabiendo que cualquiera que estuviera cerca
tendría una vista clara de mi trasero y un vistazo de mis pechos a medida
que se movían contra las perlas. Como era de esperar, Lujuria permitió que
su atención se detuviera donde no debería.
Sentí un poco de su pecado, aunque se sentía como si lo estuviera
manteniendo a raya. Realmente temía a su hermano. Supuse que una daga
de la Casa en el pecho dejaba bastante impresión. Un inconveniente que
tendría que superar. Ira y yo necesitábamos el pecado de Lujuria para que
esta escena funcionara.
—Parece que acaba de cambiar. —Esbozó una sonrisa y luego
volvió a mirar la mesa. Junto a él, un demonio masculino con una cantidad
excepcional de oro me robó una mirada. En su mano derecha estaba lo que
parecía ser un anillo de sello. Tenía que ser de la alta nobleza, lo que lo
hacía perfecto para este juego.
Le di una sonrisa tímida mientras me inclinaba hacia Lujuria.
—¿Quién es tu amigo?
Lujuria se apartó de su lanzamiento y siguió mi mirada.
—El duque de Devon. Uno de los principales asesores de Avaricia.
Mi sonrisa creció.
—Es un placer conocerlo, su excelencia. Soy…
—No hay un demonio aquí que no sepa quién eres, lady Emilia. —
Devon sonrió. Lástima por él, en realidad parecía sincero—. ¿Alguna vez
has jugado Orgullo de Hombre Muerto?
Observé a otro demonio soplar los dados y tirarlos por la mesa.
—No soy dada a jugar juegos de azar.
Su atención pasó rápidamente por encima de mi top, su mirada
indicaba que podría estar intrigado por saber si yo prefería un tipo diferente
de juego en su lugar.
—¿Te importaría complacerme?
Preferiría sacarme los ojos.
—Solo miraré por ahora. Tal vez, si tiene el talento suficiente, su
excelencia pueda persuadirme de lo contrario.
La molestia de Ira hizo que el aire se enfriara ligeramente de nuevo.
Me escurrí entre Lujuria y el duque, rozando deliberadamente mi
cadera contra el brazo de este último. Me volví hacia Lujuria y susurré lo
suficientemente alto para que Devon escuchara.
—Antes dijiste algo sobre un regalo de la Casa de la Lujuria. —
Tomé un sorbo de mi vino, luego lo descarté antes de agarrar otro vaso
lleno. Nadie pareció darse cuenta de que no había terminado completamente
el anterior. Me incliné más cerca de Lujuria y bajé la voz—. Has despertado
mi curiosidad. ¿Es como tu último regalo, o realmente lo disfrutaría?
—Oh, es mucho mejor. —Lujuria se volvió completamente hacia
mí, su juego olvidado mientras me tomaba la medida. Lo que sea que vio en
mi cara debe haber sido lo suficientemente convincente para que decidiera
jugar—. Puedo dar placer sin tomar. ¿Te gustaría probar un poco?
—¿Aquí? —Miré hacia el duque. Fingía no escuchar, pero cuando
se inclinó hacia adelante en su asiento, parecía bastante ansioso por
escuchar la respuesta.
El Príncipe de la Lujuria asintió hacia el escenario donde varios
demonios bailaban en varios estados de desnudez. Un hombre, que no
llevaba nada más que las gemas en su miembro, se acarició lentamente,
pareciendo disfrutar de las miradas codiciosas sobre él. Otro macho a su
lado le susurró algo al oído, luego se inclinó para tomar su dura erección en
su boca, complaciendo al otro demonio para que todos lo vieran.
Lujuria me observaba de cerca.
—Podrías unirte a ellos allí, experimentar el poder de dos pecados a
la vez. Esos adornos corporales que llevan potencian cada sensación.
Imagina cómo se sentirían esas perlas al deslizarse sobre la piel sensible,
golpeando áreas de placer en tu interior que nunca soñaste.
Volví a centrar mi atención en Lujuria y la enfoqué sobre el duque
de Devon.
—Preferiría quedarme aquí, en realidad. ¿Todavía podrías darme
una probada, o eso me distraerá del juego?
El poderoso escalofrío del enojo de Ira me golpeó como una tormenta
un segundo antes de que llegara a mi lado y, a juzgar por la forma en que
varios jugadores en la mesa se alejaron tambaleándose y abandonaron su
juego y su pila de monedas, yo no era la única que lo había sentido.
Cálidos dedos rozaron mi muñeca.
—Emilia.
—No. —Aunque mi cuerpo gritaba lo contrario, me encogí de
hombros—. Estoy en medio de una conversación placentera con personas
que no condenaron a mi gemela. —Volví mi atención al duque y le di una
sonrisa cortés—. Príncipe Ira, saluda al duque de Devon.
Ira mostró sus dientes.
—Vete a la mierda, Devon.
—Ahora, tranquilo. —Lujuria le sonrió a su hermano—. Sigue así y
lady Emilia experimentará tres pecados a la vez.

—No si te corto la maldita cabeza y se la sirvo a mis sabuesos. —Ira


logró asustar a otro jugador. Afortunadamente, el duque no se dejó disuadir.
La diosa debe haber estado cuidándome, porque la forma preferida de
Devon del pecado de esta corte era la atención, y nuestro pequeño
espectáculo estaba alimentando su forma de codicia de manera experta.
Finalmente encontré la mirada furiosa de Ira. Diosa de arriba, él era
algo magnífico para contemplar cuando dejaba que su magia saliera de su
jaula. Estaba interpretando su papel con pericia. Pronto se volvería salvaje,
y no podía esperar a que esa parte bestial de él finalmente se desatara.
—Si me disculpan. He experimentado suficiente de algunos pecados
por una noche. Por favor, vuelve a tu propia mesa. —Me detuve antes de
mentir, sabiendo que Lujuria lo sentiría tan fácilmente como Ira. Enfrenté a
Lujuria, pero miré a propósito a Devon cuando dije—: ¿Me darías una
probada ahora? ¿O debo esperar?
Lujuria desvió su atención de donde Ira aún flotaba detrás de mí,
luego se inclinó.
—Parece que si obtienes tu regalo ahora —murmuró cerca de mi
oído—, puedes incitar un motín.
—Un riesgo que estoy dispuesta a correr. —Me tropecé con el
duque y le permití estabilizarme con una mano demasiado extendida sobre
mi espalda. En el momento en que me tocó, el pecado de Lujuria me
envolvió. Sin embargo, estaba preparada para ello, así que atraje el poder
hacia mí, lo usé como una extensión de lo que quería en lugar de permitir
que me invadiera.
El duque de Devon rápidamente dejó caer su mano, pero la
sensación de ser tocada no disminuyó. El pecado de la lujuria se sentía
como la primera vez que lo experimenté, como si manos invisibles
estuvieran sobre mí, bailando a lo largo de mi cuerpo. Solo que esta vez las
manos invisibles fueron más audaces, probablemente como resultado de
estar en la Casa del Pecado de Avaricia y desear atención abiertamente.
La música que no había notado antes se hizo más fuerte, los
tambores urgentes y primitivos. Carnal. Era hora de poner en marcha mi
plan. Me dejé caer en el regazo de Devon, ganándome un resoplido de
sorpresa por su parte, aunque el duque estaba muy complacido de tenerme
sentada allí como un premio por el que no había hecho nada para ganar,
pero estaba más que feliz de presumir.
Su pecho rozó mi espalda cuando se inclinó.
—Tu compañero no me matará, ¿verdad?
—Improbable, su excelencia. No cuando nos pidieron que
estuviéramos aquí para investigar un asesinato.
Las manos mágicas que Lujuria me había regalado no perdieron el
tiempo con la seducción; se deslizaron sobre la parte delantera de mi cuerpo
y avanzaron poco a poco hacia abajo. Con esa sensación mágica
moviéndose por todo mi cuerpo, iba a ser tremendamente difícil concentrarme
en recopilar información, pero sería bastante fácil para la segunda parte de
mi plan.
Me apoyé contra el duque mientras esas perversas manos invisibles
continuaban su camino lento y tentador a través de la franja de piel desnuda
que se extendía desde justo debajo de mis senos hasta mi ombligo y luego
acariciaba hacia arriba de nuevo. La magia era como una gota de calor
líquido que subía y bajaba por mi cuello, entre mis pechos, dando vueltas en
sus picos en tanto continuaba acariciándome lánguidamente.
Lentamente me deslicé por el muslo del duque, mi atención dividida
entre la acción y la reacción que sentí venir de un punto diferente en la
habitación.
—Es una pena lo que le pasó, ¿no? —pregunté.
—¿Te refieres a Vesta? —A Devon se le cortó el aliento con el
siguiente movimiento de mi cuerpo.
—Sí —susurré sin aliento, con los ojos aún cerrados. La diosa
maldiga el poder de Lujuria. Era demasiado bueno—. ¿La conocías?
Otra lamida de calor que no tenía nada que ver con el deseo
alimentado por la magia de Lujuria me hizo abrir un ojo. Ira se había
apoderado de un asiento en el lado opuesto de la mesa de juego, su mirada
dura y ardiente se fijó en mí y en el duque, cuya rodilla estaba moliendo.
Le di a mi prometido una sonrisa secreta. Tener a Ira allí, mirando,
me hizo sentir como si él fuera el único en la habitación conmigo. Era su
atención lo que deseaba por encima de todo, su hambre codiciosa lo que
quería encender. Su furia. Lo anhelaba tan desesperadamente, tan
profundamente, que me dolía. Lo que habíamos compartido en la góndola
no era suficiente, y el deseo codicioso que había sentido por él regresó
rápidamente, mezclándose peligrosamente con el regalo de Lujuria.
—Conocía un poco a Vesta —dijo Devon, respondiendo una
pregunta que casi olvidé que había hecho. Si tenía alguna esperanza de
mantener mi ingenio, necesitaba dejar de mirar a Ira mientras el pecado de
Lujuria me trabajaba—. Parecía distraída últimamente.
—¿Cómo es eso?
La suave risa de Lujuria sonó a mi izquierda, seguida de una ola
más fuerte de su magia. El demonio bastardo iba a matarme con placer o
ayudaría a incitar los disturbios contra los que me había advertido. Un
gemido suave y entrecortado escapó de mis labios. Diosa de arriba, todo se
sentía tan bien. Las perlas de mi falda tocaban lugares interesantes a medida
que movía mis caderas de nuevo, buscando más de esa gloriosa sensación.
El duque maldijo rotundamente cuando se dio cuenta de lo que estaba
haciendo, pero mantuvo las manos sobre la mesa de juego donde Ira pudiera
verlas.
Mi atención se centró en el príncipe demonio nuevamente en tanto
la euforia me invadía. Quería estar en su regazo, montándolo hasta que
ambos estuviéramos saciados. Ira se agarró a los brazos de su silla como si
se estuviera conteniendo. No estaba segura de si era la ira o el deseo lo que
tenía su atención clavada en mi espectáculo. No me importaba. Este juego
que estábamos jugando se volvió más interesante.
—¿Su excelencia? —logré preguntar entre trazos invisibles—.
Mencionaste que Vesta parecía distraída. ¿Recuerdas cómo?
—Ella... —El duque se movió en su asiento debajo de mí—. Perdió
varios juegos. Era bastante inusual que la corte comenzara a hablar. Vesta
nunca perdía el foco. Incluso escuché que había estado haciendo preguntas
extrañas últimamente, sobre oler la sangre y las complejidades de la misma.
—Tenía la impresión de que todos los demonios podían detectar
información en la sangre.
—Es precisamente por eso que algunos sentían curiosidad por ella.
Solía asignar un guardia para probar cualquier disputa de sangre durante las
escaramuzas. Una extraña cantidad de sangre de hombre lobo seguía
contaminando las escenas.
Lo que ciertamente enfurecería a cualquier hombre lobo cuya sangre
haya sido extraída, dando posible credibilidad a la sospecha de Avaricia de
que ellos son los responsables del ataque.
—¿Alguien alguna vez le mencionó esto a Avaricia?
—Su alteza castigó a cualquiera que mencionara a Vesta de manera
negativa. Todo lo que he oído ha sido el resultado de chismes de la corte.
Sin darme cuenta, me deslicé en el regazo del duque de Devon
mientras él se ajustaba de nuevo, inmediatamente sintiendo lo que había
estado escondiendo. Su excitación. Rápidamente me alejé de él, pero no
antes de que un gruñido bajo sonara desde el otro lado de la mesa. Ira
parecía estar a punto de lanzarse contra el duque, todos los músculos de su
cuerpo parecían tensos, y su obstinada voluntad era probablemente lo único
que lo mantenía bajo control. Diosa de arriba, él era increíble. Gracias a la
combinación embriagadora de codicia y lujuria que se mezclaba con el
encanto pecaminoso de Ira, quería que me acostara en la mesa de juego, me
abriera las piernas y me poseyera aquí y ahora.
Mi rey tragó saliva, su mirada se oscureció, y me di cuenta de que
sentía mi excitación. Al principio, no estaba segura de si él podía notar la
diferencia entre quién me había excitado, ciertamente no era el duque. Solo
deseaba mi pecado favorito, pero con la cantidad de ira que irradiaba de él,
me di cuenta de que había juzgado mal. Parecía que nuestra actuación
estaba muy cerca de finalmente causar una escena. Era hora de recopilar
cualquier otra información que pudiera antes de que Ira perdiera el control.
—¿Había algo más inusual en Vesta antes de su muerte? —pregunté
—. ¿Cómo lo están tomando los miembros de su familia?
—No... no hay familia. —La respiración del duque de Devon se
volvió errática cuando mis manos rozaron la parte delantera de mi blusa—.
Vesta no era originalmente de este círculo. El Príncipe Avaricia mantuvo
eso como un secreto que se suponía que solo él y Vesta debían saber, pero la
palabra viaja en la corte. Por el precio correcto. Vesta no era su nombre de
pila, según los rumores.
Interesante.
—¿Sabes cuál era su nombre?
—No. Ella nunca habló de eso.
—¿Y estaba sola en la corte?
El duque se pasó la lengua por los labios.
—Vesta tuvo aventuras a lo largo de los años, nada que la apartara
de su deber. Algunos creían que Avaricia quería convertirla en su consorte,
pero él siempre lo ha negado y ella también.
—¿Alguna vez, —Pasé las yemas de los dedos por la parte externa
de mis muslos—, tuvieron relaciones?
Las manos de Ira se flexionaron. Y el repentino pensamiento de él
dándose placer a sí mismo mientras me miraba hacer lo mismo me hizo
olvidar que se suponía que esto era un plan. Todo lo que quería era a él. Y
la codicia se hizo cargo. El duque de Devon comenzó a acariciar mis
brazos, y me pregunté si Lujuria le había enviado un poco de aliento o si era
simplemente la codicia lo que lo impulsaba a participar en mi espectáculo.
—Vesta normalmente prefería la compañía de mujeres. Aunque se
sabía que se acostaba con algún hombre ocasional si lo deseaba.
—¿Has escuchado algo más que sería interesante?
—Preferiría no pensar en nada más en este momento, lady Emilia.
—El duque se inclinó sobre mi hombro, su atención se centró en mis dedos
a medida que viajaban debajo de mi falda y yo…
La temperatura se desplomó. Gritos sobresaltados sonaron desde el
escenario. Miré a tiempo para ver lo que había sucedido. El hielo se disparó
por el escenario y las parejas que giraban resbalaron pero no cayeron.
Estábamos muy cerca de crear una escena ahora, pero aún no era suficiente
para causar una impresión en esta corte. Ira necesitaba perder el control.
Abrazar el diablo que era.
Me levanté del regazo del duque y me senté en la mesa de juego, de
espaldas a Ira mientras pateaba lentamente una pierna hacia arriba y hacia
la otra, cruzando las piernas remilgadamente y con eficacia atrayendo la
mirada hambrienta de Devon. Mi copa de vino traqueteó y luego se rompió,
derramando vino sobre la mesa.
El duque de Devon no se dio cuenta. Su atención codiciosa
finalmente había sido capturada en su totalidad. Se desabrochó los tirantes
de los pantalones y se liberó de un tirón, luego acarició su longitud en tanto
los jugadores restantes en nuestra mesa se volvían hacia él, complaciéndose
en su pecado. Mi atención permaneció fija en la suya, aunque realmente
estaba concentrada en la enorme presencia detrás de nosotros.
Un estruendo bajo recorrió la sala de juego, no lo suficientemente
perturbador como para detener el juego o los cuadros alimentados por la
codicia, pero lo suficiente como para que las bebidas salpicaran las mesas
de juego. Envié una oración silenciosa a la diosa, esperando que Ira actuara
pronto. Ya había escuchado más que suficiente de Devon. El duque se puso
de pie y se acarició con más fuerza, gimiendo como si estuviera
acercándose a su liberación. Los señores y las damas en nuestra mesa se
inclinaron hambrientamente, alimentando su deseo de ser observado.
—Lady Emilia —gimió Devon—. Toca tu…
—Suficiente.
La voz de Ira fue apenas más que un susurro, pero el vello de mis
brazos se erizó. El poder pulsó en el aire a nuestro alrededor como si una
tormenta estuviera a punto de estallar. Esa fue la única advertencia que
alguien recibió. Y luego sucedió; un crujido atronador rasgó el aire,
silenciando los golpes de tambor. El duque que estaba parado frente a mí se
congeló, una mirada de confusión rápidamente se convirtió en miedo
cuando dejó caer su polla y saltó hacia atrás, esquivando por poco un trozo
de techo que se estrelló ante él. Pedazos de yeso llovieron, cayendo en un
círculo a mi alrededor, protegiéndome del caos inminente.
Arrastré mi atención hacia arriba: líneas se extendían por el techo,
grietas crecían hasta que se derrumbaba. La madera se astilló, los
candelabros de cristal tintinearon, el escenario comenzó a derrumbarse
sobre sí mismo como si el suelo se lo estuviera tragando por completo. Los
demonios gritaron y abandonaron sus espectáculos sexuales mientras
corrían por seguridad. Me senté en el centro de mi anillo impenetrable,
mirando como una mesa de juego tras otra de repente era cubierta de hielo,
lo suficientemente pesado y grueso como para romper y agrietar la madera
ornamentada.
—Sangre y huesos. —Nuestro juego había funcionado. Tal vez
demasiado bien.
Una mesa cercana se desintegró. Otra siguiendo rápidamente.
Alrededor de la sala de juego, los muebles explotaron en polvo o estaban
cubiertos de hielo que era tan pesado que rompía todo lo que tocaba en
pedazos. Mi mesa permaneció intacta, la única pizca de calma en la
tormenta de ira.
La furia de Ira estaba demoliendo toda la habitación, pieza por
pieza. Mi aliento salió en nubes blancas, la temperatura ahora
peligrosamente bajo cero. Era como si hubiéramos cruzado a un mundo
hecho completamente de hielo; era cruel, duro y letal. Al igual que la
mirada en el rostro de mi príncipe cuando dirigió esa mirada de ira hacia el
duque. Me estremecí. Y Devon se orinó rápidamente.
Entonces Ira estaba realmente allí, lanzándome sobre su hombro
como un bárbaro, su gran mano cubriendo mi trasero a medida que me
sacaba de la sala destruida.
Prácticamente estaba vibrando por la presión de contener su poder.
No podía imaginar qué más podía hacer, qué más podía destruir, si esto fue
solo una muestra de su magia.
Mi atención se posó en Lujuria, que se estaba riendo en medio del
caos. Recordando nuestro juego, comencé a golpear la espalda de Ira.
—¡Bájame!
El príncipe demonio no respondió, no es que esperara que lo hiciera.
Ira se centró solo en su pecado a medida que nos sacaba rápidamente de la
sala de juegos, donde todavía resonaban los gritos y la ventisca violenta y
antinatural se arremolinaba dentro de esa habitación. Los copos de nieve
besaron mi piel desnuda, tan fríos que se sintieron como pequeños
mordiscos. Ira era verdaderamente una fuerza de la naturaleza.
Usando una velocidad sobrenatural, nos hizo regresar a nuestra
habitación antes de que me diera cuenta.
Suavemente me puso de pie y se alejó, su furia arremetiendo.
Escondí mi sonrisa. Nuestro plan funcionó maravillosamente. El pecado de
Ira había arruinado una de las salas de juego de Avaricia y obtuvimos
información sobre Vesta. En general, fue un gran éxito. Aunque el pobre
duque diría lo contrario.
—¿Y bien? —pregunté—. ¿Crees que fue una escena creíble?
Tenía que serlo, la vida de Vittoria dependía de ello.
Ira se giró lentamente desde donde había hechizado la habitación
para ocultar nuestras voces, su atención me recorrió. De hecho, parecía un
animal salvaje cuya correa acababa de romperse y estaba probando una
jaula nueva. Los latidos de mi corazón se aceleraron, y no por miedo.
Deseaba provocarlo a la acción. Y ciertamente parecía preparado y listo
para actuar. Su excitación se tensaba contra sus pantalones, y la forma en
que me miraba, como si se dedicaría a exprimir el placer de mi cuerpo
durante horas y horas, me hizo desearlo de nuevo.
—¿Disfrutó del espectáculo, su majestad? —Sosteniendo su mirada,
giré en mi lugar, asegurándome de que las borlas de perlas rozaran mi
trasero—. Al menos podrías haber permitido que el pobre duque terminara.
La nobleza en la mesa estaba disfrutando de su actuación.
—Emilia. —No sonaba tanto como una advertencia sino como una
súplica. Un paso más, y estaría tan ido como yo.
—¿Fui lo suficientemente malvada como para engañar a un príncipe
del Infierno? —Pasé mis manos sobre mi blusa apenas allí, permitiendo que
una correa cayera—. Mejor aún... ¿fui lo suficientemente malvada como
para atraer al diablo?
Ira maldijo a los dioses de los que nunca había oído hablar mientras
me acercaba. Parecía que estaba a un suspiro de saltar. Prácticamente sentí
que la tensión se rompía entre nosotros y me apoyé en ella.
Ira dio un pequeño paso hacia mí, su mirada fija en la mía. El
cazador había salido a jugar.
—Dime que quieres esto.
Mi atención corrió sobre él, lenta y completamente. No había
olvidado que la ira actuaba como afrodisíaco para él. No había olvidado
cómo también me hacía sentir.
—En este momento, quiero al demonio, no al príncipe. Muéstrame
por qué te llaman el Maligno. —Agarré su camisa y tiré de él hacia mí, mis
labios flotando sobre los suyos—. Y no te atrevas a contenerte.
SEIS
Ira me tuvo contra la pared antes de que tomara mi siguiente aliento.
Me acarició las perlas del top, su aliento caliente contra mi nuca mientras
apretaba bruscamente sus caderas contra mí.
—Si cambias de opinión...
Me giré y lo interrumpí con un beso violento.
—Detente de nuevo, incluso por un segundo, y te prometo que
pondremos a prueba tu afición por el juego de cuchillos, demonio.
La sonrisa de respuesta de Ira prometía perversión. Acarició
suavemente mis senos sobre el top de perlas hasta que se volvieron pesados
y me dolió más.
—Este top, —Sus dedos se enroscaron alrededor de una hebra, su
piel cálida y desnuda casi rozando la mía. Nunca odié tanto una prenda de
vestir—, necesita irse.
El agarre del príncipe se apretó en la hebra, y tiró, las perlas
rebotaron en el suelo cuando mi top se rompió. Dejó que su mirada
recorriera lentamente mis ojos, mis labios y cada centímetro de mi cuerpo
hasta llegar al suelo y arrastrarla hacia arriba. Me encantaba cuando me
miraba así. Como si yo fuera el principio y el final de cada una de sus
fantasías. Ciertamente, él era la mía.
—Eres absolutamente devastadora. —Bajó la cabeza y me besó por
el cuello, sin detenerse hasta que cogió uno de mis pechos y se lo metió en
la boca, con sus dientes rozando ligeramente. Me apoyé contra la pared, mis
manos bajando por sus poderosos brazos, sosteniéndolo cerca mientras él
colocaba su lengua sobre el pico sensible.
—Ira. —Me retorcí contra él, incapaz de soportar los lentos y
expertos movimientos de su lengua. Mi cuerpo estaba empapado y listo—.
Te deseo. Tan fuerte que no puedo pensar con claridad.
Presionó besos con la boca abierta en mi otro pecho, riendo en voz
baja mientras yo agarraba su cabello y lo sostenía.
—Cuando te vi en el regazo de ese idiota, empapada y a punto de
correrte, quise follarte allí mismo. Delante de toda la maldita corte.
La forma en que gruñó, bajo y áspero como sus palabras muy poco
principescas, encendió mi sangre. Me apreté contra él, necesitando sentirlo
mientras me ponía de puntillas y susurraba:
—Te lo habría permitido.
Los labios de Ira se estrellaron contra los míos, el beso ni dulce ni
tierno. Era animal y salvaje. Una reivindicación y una batalla por el
dominio. Esta noche, completaríamos la parte física de nuestro vínculo
matrimonial, e Ira no quería una reina sumisa. Ansiaba una igual. Al igual
que yo.
Me separé de nuestro beso, luego lamí la columna de su garganta,
complacida cuando soltó una retahíla de maldiciones y volvió a apretar
bruscamente sus caderas contra las mías, con su longitud tan dura como el
granito. Enterró su cara en mi cuello, besándome y chupando hasta que se
me escapó un suspiro.
Se echó hacia atrás y me apartó un mechón de cabello suelto del
rostro, como si estuviera comprobando que esto era real.
—Pasé todo ese tiempo pensando en lo que me gustaría hacer. —
Una mano grande y callosa recorrió mi costado izquierdo, deslizándose
lentamente sobre mi cadera, bajando por mi muslo, hasta llegar a la parte
posterior de mi rodilla y levantarme contra él—. Imaginando cómo te
sentirías. Los sonidos que harías. Cuando matara a ese bastardo, te abriera
las piernas y te penetrara. Ahí mismo, en esa maldita mesa.
Sus palabras tentadoras, el calor y el deseo en sus ojos. Era
demasiado.
—Por favor. Te necesito dentro de mí. Ahora. —Rasgué las perneras
de su pantalón, introduje mi mano dentro del material y empecé a tocar.
—Emilia.
Mi nombre en sus labios, la reverencia de su tono, despertó algo en
mí. Un sentimiento tan fuerte que solo podía expresarlo con acción. Chupé
su labio inferior entre mis dientes, mordiendo suavemente, y lo acaricié más
rápido. Su piel era tan suave como la seda, pero su excitación era más fuerte
que el acero.
Esta magnífica y letal criatura era mía. Cometería actos feos y
salvajes si alguien me interrumpiera de reclamarlo aquí y ahora.
—Emilia, sangre de demonio. —Empujó un par de veces en mi
agarre antes de arrancarse los pantalones, su camisa siguiendo en rápida
sucesión. Ira me hizo girar, colocando mis manos contra la pared—. Mantén
las piernas juntas e inclínate hacia adelante.
—Sí, general. —Hice lo que me ordenó, mi cuerpo ya resbaladizo y
listo.
—Sabelotodo.
Le sonreí por encima del hombro mientras me agarraba un puñado
de las nalgas, el movimiento era pura posesión mientras las apretaba
juguetonamente.
—Tal vez deberías castigarme.
—¿Es una petición? —Sus ojos se encendieron de deseo cuando
asentí—. Dígame cuando haya tenido suficiente, mi lady.
Separó los hilos de las perlas y me agarró de las caderas,
inclinándome hacia arriba. Se apretó contra mi entrada, y mi cuerpo se
calentó y se tensó por la sensación erótica. Me provocó, deslizando su
longitud hacia adelante y hacia atrás por mi resbaladizo cuerpo. Me arqueé
contra él, suplicando en silencio. Se frotó contra mí con más fuerza,
presionó un poco más, pero sólo introdujo la punta. Maldije con fuerza y fui
a empujarme sobre él, pero él retrocedió, deslizándose de nuevo por mi
núcleo. Y otra vez. Y otra vez. Hasta que prácticamente jadeé y me arrastré
por la pared de necesidad
—Ira. Por favor. Fóllame.
—Como ordene mi reina. —Con un único y feroz empujón, el
demonio se asentó por completo dentro de mí. Me dio un momento para
adaptarme a la sensación de él, mi cuerpo se estiró de manera no
desagradable. Apoyó su peso contra mí, besando mi nuca, mordisqueando
el lóbulo de mi oreja mientras se deslizaba hacia fuera, luego hacia dentro,
profundizando. Y más profundamente—. Dime ahora.
—¿Qué? —La voz sin aliento y sensual apenas sonaba como la mía.
Ira repitió el movimiento, ya no para que me ajustara a su tamaño,
sino para torturarme lentamente hasta la muerte por el placer. En su
siguiente estocada deliciosamente lenta, golpeó un manojo de nervios que
me provocó un gemido. Rozó sus labios contra mi oreja.
—Que soy tu pecado favorito.
Tiró de mi espalda hacia él, empujándome un poco más hacia abajo,
encontrando los ángulos perfectos para provocar el mayor éxtasis. Era un
poco áspero, un poco salvaje e intensamente primario. No podía imaginar
una unión más perfecta.
—Dime que eres mía. —La pasión de Ira ardía más caliente que su
pecado, y yo ardía por él. Mi cuerpo se apretó alrededor del suyo, mi núcleo
palpitaba y el fuego quemaba mis venas. Yo era suya. Para siempre.
Así como él era mío.
—Eres mi todo favorito. —Me apoyé contra la pared, presionando
contra él, moviendo mis caderas al ritmo de sus profundos empujes. Para
dar tan bien como estaba recibiendo—. Eres mío.
—Joder, Emilia —gimió Ira, una mano ahora bloqueada en mi
cadera para que pudiera tirar de mí contra él, mientras que la otra mano
encontraba la parte delantera de mi cuerpo, sus dedos tocándome como un
instrumento que dominaba. Era casi demasiado, y sin embargo, no quería
que la sensación se detuviera—. Te sientes como el cielo.
—Que la Diosa me maldiga. Más fuerte.
Ira obedeció. Se desató por completo, golpeando contra mí con tanta
fuerza que las lámparas empezaron a temblar. El cuadro en el que apenas
había reparado se estrelló contra el suelo.
Y entonces sucedió, el pasado se estrelló contra el presente, y una
visión me alcanzó.
En una casa demoníaca diferente, Ira me presionaba contra la
pared en un pasillo oscuro, arrancando placer de mi cuerpo mientras me
penetraba. Los dos nos habíamos arrancado toda la ropa, pero él se había
quedado con los pantalones puestos. Y la idea de que estuviera medio
vestido me volvía loca. Mi atención se centraba en la mano con el tatuaje
de serpiente mientras trabajaba mi cuerpo, llevándome al borde del clímax
y luego reduciendo la velocidad hasta que me volvía loca de deseo. Le
gustaba burlarse de mí, provocar mi placer hasta que lo tomara por mi
cuenta.
Podía escuchar los sonidos de otros justo afuera de nuestro
corredor secreto. En cualquier momento, alguien podría venir sobre
nosotros. Ninguno de los dos quería una audiencia, pero el equilibrio en el
filo de la navaja del descubrimiento, el ligero mordisco de miedo que venía
con él, aumentaba de repente la experiencia.
Cuando me acerqué al borde, noté un tenue resplandor que
provenía de mi mano; un tatuaje comenzaba a aparecer a lo largo de mi
dedo anular izquierdo. Ira volvió a empujar, más profundo y rápido. Mi
mente y mi cuerpo estaban a punto de ceder al placer que él exigía.
Me inclinó.
—Mantén las piernas juntas. Más cerca.
Su mando y la fricción que creó la nueva posición me hicieron
llamar su nombre a pesar de nuestra necesidad de silencio. Arqueé la
espalda y el demonio golpeó un punto profundo en el interior que me hizo
ver estrellas. Respiré con dificultad, mi atención se fijó en la gran mano
que sostenía mi cadera. Un tatuaje había aparecido allí, también, en el
mismo dedo anular de Ira. Sonreí, pensando en las palabras que había
dicho antes. El voto eterno.
Cubrí su mano con la mía, trenzando nuestros dedos mientras él
unía nuestros cuerpos por última vez, estremeciéndose y maldiciendo
mientras ambos nos corríamos.
La visión desapareció abruptamente, y yo estaba una vez más en el
presente. No debía haber durado mucho tiempo, o de lo contrario mi
príncipe se habría dado cuenta. Ira se retiró, luego empujó hacia adentro, su
respiración se volvió irregular contra mi cuello. Los dos estábamos cerca,
nuestra piel húmeda y caliente. Me estaba acercando a mi liberación... pero
juro que aún sentía las réplicas del clímax en mi visión, lo que sólo
aumentaba mi experiencia actual.
—Diosa de arriba. No te detengas.
—Nunca.
Sus palabras fueron pronunciadas con la promesa de un voto. Ira me
frotó el clítoris en círculos perversos, justo donde todavía me empujaba, y
me corrí violentamente. Un momento después, se unió a mí con una dura
maldición. Me temblaron las piernas cuando se inclinó hacia delante y me
besó suavemente el cuello.
Mientras recuperaba el aliento, miré los tatuajes que ahora habían
aparecido en nuestros dedos en el presente, finalmente distinguiendo las
palabras a medida que la luz se desvanecía en nuestra piel. Las letras
estaban escritas verticalmente en rosa dorado, desde justo debajo de mi uña
hasta donde el dedo se encontraba con mi mano.
S
E
M
P
E
R
T
V
V
S
Las palabras estaban escritas como inscripciones romanas. Tardé un
momento en entender lo que decía en latín. Tuyo para siempre.
Ira extendió la mano y colocó su mano izquierda sobre la mía,
revelando la tinta rosa dorada que ahora también corría a lo largo de toda la
longitud de su dedo anular. SEMPER TVVS.
El pasado y el presente chocaron y, por un momento, no pude saber
cuál era cuál.
—Emilia. —Su voz era suave, comedida. No podía dejar de mirar el
tatuaje. Saqué suavemente mi mano de debajo de la suya y aspiré una
bocanada de aire. No era una ilusión ni un recuerdo del pasado; la misma
frase estaba realmente grabada en mi piel en el aquí y ahora.
Levanté la mano, retorciéndola.
—¿Esto es debido al vínculo matrimonial?
Ira se liberó de mi cuerpo y me giró hasta que estuve frente a él.
—Sí. Y no. ¿Recordaste algo?
—Yo... no estoy segura. Nos vi. En el pasado. Justo ahora. —Me
acerqué a la cama y me senté, con la mirada fija en la tinta—. Estábamos en
un pasillo oscuro, haciendo el amor. Y aparecieron estas mismas palabras.
—¿Recuerdas algo más? ¿Cualquier otra cosa?
—Tuve la impresión de que dijiste las palabras antes aquella noche.
—Me froté las sienes, sintiéndome mal de repente—. Querida Diosa de
arriba. Era yo. ¿Verdad? No la Primera Bruja. No la esposa desaparecida de
Orgullo. No una reencarnación. Yo. Pero... ¿cómo?
Ira se agachó ante mí y sus manos se posaron suavemente sobre mis
rodillas. Su tacto no pretendía simplemente calmar y reconfortar, sino
reforzar. Como si de alguna manera pudiera ayudar a romper el control que
la maldición tenía sobre mí. La maldición. Con el corazón martilleando,
cerré los ojos. La maldición...
Había algo más allí, algo que se movía en los bordes de mi
memoria. Borroso y desenfocado. Como abrir los ojos bajo el agua. Un
recuerdo se esforzaba por liberarse, por luchar para volver a mí. Abrí los
ojos y me concentré en la nueva tinta de mi dedo.
—¿Esto siempre ha estado aquí? ¿Ocultado por un glamur?
—Tengo una teoría, pero... —La voz de Ira se desvaneció,
probablemente por culpa de la maldición.
—¿Quién soy yo? —exigí. La habitación daba vueltas—. ¿Qué soy
yo? ¿Te acuerdas?
Ira tardó tanto en responder que casi salté cuando habló.
—Durante mucho tiempo, no lo hice. Y si lo hacía, la memoria se
deformaba.
—¿Y ahora? —Mi voz era tranquila, tensa—. ¿Recuerdas quién
soy?
La mirada dorada de Ira se aferró a la mía mientras asentía
lentamente. Todo mi cuerpo se tensó mientras esperaba.
—Tú eres la que ella intentó hacerme odiar por la eternidad. Pero
fracasó. —Su agarre sobre mí se apretó ligeramente, pero no
dolorosamente, como si nunca me fuera a abandonar. A menos que yo
quisiera irme—. Recuerda.
La sola palabra, pronunciada con autoridad y puro dominio, seguía
sonando y repitiéndose en mi mente, casi girando salvajemente como un
peón fuera de control. Había algo ahí, en la forma en que me había
ordenado que recordara... mágico. Me había ordenado a través de la magia.
Ira me transmitía su poder, probablemente como resultado de
nuestro vínculo matrimonial. Percibí el ligero rastro de la magia de Ira en el
aire, en lo más profundo de mi ser, y me aferré a él, deseando, más que
nada, entender cómo podía ser tanto enemigo como amante. Cómo podía
haberlo olvidado.
Mi corazón tronaba en mi pecho, demasiado fuerte, demasiado
poderoso. Algo luchaba y peleaba dentro de mí, algo que gruñía y era
salvaje, algo que quería liberarse. Nuestro poder parecía fusionarse,
trenzarse, creando nueva magia. Magia fuerte. Un pozo de poder demasiado
inmenso para ser contenido. Era fuego y hielo y lleno de rabia y pasión.
Cualquier hechizo, maldición o bloqueo que estuviera en mi mente se
resquebrajó. Grité mientras la magia inundaba mi sistema, iluminándome
desde adentro.
—Samael. —Busqué a Ira, pero él ya estaba allí, sosteniéndome.
Ofreciendo su fuerza. Debió percibir la ligera fractura en lo que mantenía
mis recuerdos a raya, y la aprovechó, convirtiendo su poder en una lanza y
apuntando a esa abertura.
—Dime quién eres. —Su voz estaba llena de ese mismo comando
mágico—. Recuerda.
Me sentía como si ahora me sumergiera, luchando por respirar, por
pensar, por conseguir aire. Jadeé, me ahogué. El pánico se apoderó de mí y
de repente me convencí de que estaba al borde de la muerte. Una
advertencia sonó en mi cabeza.
La muerte no era para mí. Todavía no.
Cerré los ojos y dejé de luchar, sabiendo innatamente que necesitaba
soltarme, entregarme a la fuerza que sacudía su jaula. En el momento en
que me imaginé flotando en lugar de hundirme, la sensación frenética
disminuyó. La memoria hundida se disparó a la superficie, luego se liberó.
Abrí los ojos e Ira respiró hondo. Una reacción tan pequeña que se
consideraría poco notable viniendo de alguien que no fuera él, sin embargo,
sabía que este era el principio del fin. La verdad que había luchado tanto
por encontrar ya no estaba oculta por arte de magia.
—Lo recuerdo. —Mi voz era áspera como si hubiera estado gritando
durante horas. Tal vez lo había hecho. El tiempo se sentía extraño. Mi
príncipe parecía cansado, pero esperanzado—. Sé quién soy.
La daga de Ira estaba ahora en su mano. Se levantó y me indicó que
hiciera lo mismo. Caminamos hacia un espejo que colgaba cerca de la
cámara de baño, y el demonio asintió con la cabeza al vidrio.
—Dime lo que ves. A quién ves.
Brillantes iris de rosa dorado me miraban constantemente. Una
marca de mi verdadero poder. Aunque parte de mí no estaba tan sorprendida
como debería estarlo. Tal vez en el fondo, donde la maldición no podía
hundir sus garras, siempre lo había sabido. Había una razón por la que me
alineaba mejor con mi pecado de elección.
Las palabras de Celestia me recordaron la noche en que la conocí en
el Bosque de Sangre; la Anciana había dicho que Ira era mi espejo. Ya lo
sospechaba entonces, pero no podía comprender la verdad de cómo.
Ahora la verdad me miraba fijamente, esperando.
—Veo furia.
—¿Y?
Mi fuego. Mi enojo. Ese antiguo y terrible poder del que apenas
había arañado la superficie. Todos me pertenecían.
—Veo a la diosa que lo gobierna.
—Veo a mi igual. Mi reina.
Ira me entregó su daga, sus labios se curvaron seductoramente.
Parecía más ligero, un poco menos agobiado, como si una pesadilla
finalmente hubiera terminado. No estaba tan segura, pero sostuve mi
lengua. Todavía había muchas cosas que aún no podía recordar, lo que
significaba que incluso con algo del poder de Ira dentro de mí, la maldición
no estaba completamente rota.
Mis recuerdos apenas empezaban a colarse por la grieta que
habíamos abierto, y tenía la terrible sospecha de que muchas más verdades
inquietantes estaban esperando a ser reveladas.
Ira me atrajo contra él y, arropada por la seguridad de sus brazos,
esperé que tal vez tuviera razón. Que aunque la maldición no se hubiera
roto del todo, tal vez las cosas fueran mejor ahora. Acercó su boca a la mía
y susurró:
—Bienvenida de vuelta, su majestad.
SIETE
—Necesito firmar el juramento de sangre. —Ira presionó un beso en
mi frente, luego se puso los pantalones. Era tan normal, mundano, después
de la catastrófica comprensión de quién era yo. Después de lo que
acabábamos de hacer, por no hablar de la escena que habíamos creado y de
las posibles consecuencias de que Ira destruyera parte del castillo de su
hermano. Diosa de arriba. El duque. Después de que se le pasara el miedo,
imaginé que se avergonzaría de haberse ensuciado delante de otros
miembros de la nobleza. Las últimas horas parecían un salvaje sueño febril
de años—. Podemos discutir todo en detalle una vez que estemos en casa.
¿Estarás bien?
Seguí mirando mi reflejo en el espejo. Yo no era una bruja. Era la
diosa de la furia. Si no fuera testigo de la verdad, todavía no la creería. Mis
iris volvieron lentamente al marrón cálido al que había estado acostumbrada
durante tanto tiempo, otro recordatorio de que aún no estaba completamente
libre de la maldición.
—Sí.
Ira me observó, notando el momento en que realmente miré la daga.
No era la daga de su Casa como yo había pensado que era. De cerca era un
poco más pequeña que la suya. Más ligera.
La serpiente tampoco tenía ojos lavanda; las piedras preciosas en
esta daga eran de color rosa oscuro. Las enredaderas se entrelazaban
alrededor de la empuñadura, serpenteando delicadamente alrededor de la
serpiente, al igual que las enredaderas que había convocado anteriormente
en su bañera.
—Es tuya —dijo, respondiendo a mi pregunta tácita mientras se
encogía de hombros para ponerse una camisa nueva y fresca. Busqué un
recuerdo de la daga pero no la reconocí en absoluto. Ira se movió ante mí,
inclinando mi barbilla hacia arriba hasta que me encontré con su mirada fija
—. Nunca tuve la oportunidad de dártela antes. Pero es tuya. La diseñé yo
mismo.
Mi atención volvió a caer en la daga. Me gustó la sensación de la
misma. El peso. Era perfecta para mí. Al igual que la ropa que tenía
esperando en mi armario cuando llegué a este mundo. Porque Ira me
conocía. Durante la diosa sabía cuánto tiempo. Yo no era una bruja de
dieciocho años; era un ser sin edad. Incapaz de manejar todo el alcance de
lo que eso significaba, sacudí esos pensamientos, concentrándome en el
arma en mi mano. Tenía mi propia daga de Casa.
La preocupación me carcomió.
—Ahora que completamos la parte física de nuestro vínculo
matrimonial, ¿se aplicará a mí el decreto que hiciste anteriormente sobre
Vittoria? —pregunté.
—No eres oficialmente un miembro de mi Casa hasta que hagas un
juramento de sangre. —Se abotonó la camisa, pareciendo elegir sus
próximas palabras con cuidado—. Y el decreto le da a cada Casa la
autoridad para hacer lo que considere oportuno. Técnicamente, eso me
permite hacer precisamente eso sin romper el juramento. Encontraremos a
Vittoria antes que mis hermanos. No tendrás que hacer un juramento de
sangre a menos que lo quieras. De hecho, podría ver cómo podemos
arreglar que hagamos un juramento juntos.
Si no supiera ya que lo amaba, eso habría sellado su destino. Miré
mi daga de nuevo, una nueva realización formándose.
—Vittoria es la diosa de la muerte, ¿no?
—Sí.
La risa histérica me subió a la garganta, pero la ahogué, negándome
a empezar a llorar en su lugar. Había rezado a la diosa de la muerte y de la
furia innumerables veces después de la “muerte” de Vittoria. Ella fue la
deidad con la que más conecté durante mi búsqueda de venganza. Ahora
sabía por qué.
Excepto que todo era mucho más complicado de lo que jamás había
imaginado. En lugar de una deidad, había dos diosas: Muerte y Furia.
Incluso ahora, al ver que mis ojos cambiaban de color por mi poder,
me costaba aceptarlo. Había crecido. Tenía una familia mortal. Viví una
vida bastante anodina en Palermo antes de que mi hermana “muriera” y yo
convocara accidentalmente al rey del Infierno.
¿O tal vez no tan accidentalmente? No podría haber sido una
coincidencia que Vittoria hubiera dejado el conjuro necesario para convocar
a Ira donde lo encontraría. Solo necesitaba saber por qué.
¿Pensaba ella que él era la clave para liberar el resto de mis
recuerdos? Y si ella creía eso, ¿por qué me diría que no me casara con él
ahora? ¿Fue realmente solo porque ella creía que para unirme a su Casa,
tendría que renunciar a algo de mí a cambio? Claramente había mucho más
en la historia, considerando que algunas de sus acciones no se alineaban con
sus palabras.
Por ahora, no podía imaginar cómo nuestras vidas como diosas
habían sido encubiertas. La magia era la fuente probable, pero nunca había
oído hablar de un hechizo así. Cada recuerdo que tenía de nuestra vida
parecía real. Si era un glamur, había sido lanzado por alguien con un poder
inmenso. Alguien como La Prima Strega.
Pensé en Nonna Maria, en los secretos que nos había ocultado. Las
historias que nos había contado sobre los Malignos y la Primera Bruja y la
novia del diablo. Nonna nos dijo que cuando se trataba de los Malignos,
nada era lo que parecía. Pero tal vez el verdadero villano había estado
mucho más cerca todo el tiempo.
Incluso pensar en eso hizo que mi estómago se retorciera. Una
traición tan grande era insondable, aunque ahora nada me sorprendería. Las
personas a las que había amado incondicionalmente resultaban ser
moralmente cuestionables, y las criaturas a las que había sido condicionada
a odiar no eran tan terribles después de todo. Mi mundo se derrumbaba a mi
alrededor, desde cero. Parecía como si un abismo gigante se abriera y me
estuviera tragando entera. Ira se acercó y me acarició el brazo.
—No puedo... no puedo recordar mucho más. —Volví a mirar a Ira
—. ¿Recuperaré todos mis recuerdos? ¿O el pasado siempre será borroso?
En lugar de responder, Ira convocó de los éteres ropa (una bata de
terciopelo, guantes con botones laterales y una capa de viaje) y la depositó
sobre la cama. Había pequeñas vides y flores bordadas en los bordes. Rosa
dorado y negro.
Una mezcla de sus colores y los míos, al parecer.
En cambio, me obligué a centrarme en lo que nos había conducido
hasta aquí y en las nuevas consecuencias del fracaso.
—El duque mencionó varias cosas interesantes sobre Vesta.
¿Escuchaste algo de eso?
—La mayor parte —admitió Ira—, Vesta no era de aquí
originalmente. Mi hermano Avaricia supuestamente quería casarse con ella.
Y ella estaba distraída últimamente. No podía oler la sangre, pero
preguntaba al respecto en detalle. Una curiosa cantidad de sangre de
hombre lobo estaría presente en cualquier escena a la que hubiera asistido.
Todo, por desgracia, son chismes de la corte sin hechos. Aunque me intriga
especialmente la sangre. Ya es bastante inusual que el comandante de un
ejército sea incapaz de rastrear una información que se puede obtener fácil
y eficazmente al oler la escena, pero además la aparición frecuente de
sangre de lobo es desconcertante.
—Si ella no estaba contenta aquí, esas investigaciones podrían
indicar que estaba tratando de encontrar una manera de fingir su propio
asesinato. Si fuera yo y no pudiera oler la misma información que un
demonio, me gustaría saber hasta el último detalle para crear una artimaña
creíble. Tal vez esos casos de sangre de hombre lobo antes eran para la
práctica. Tal vez estaba viendo cuánto se necesitaba para abrumar los
sentidos de un demonio.
Mi hermana ciertamente había demostrado que fingir un asesinato
era posible. Hasta que no encontrara una prueba irrefutable de lo contrario,
seguiría sospechando que Vesta podría no estar realmente muerta. Se me
ocurrió un nuevo pensamiento, pero era otro enigma complejo, que
necesitaba tiempo para resolver.
—¿Qué pasa? —preguntó Ira.
—Las cosas no tienen mucho sentido. Vittoria optó por establecer
una alianza con Avaricia. Supuestamente era para unir a su corte y a los
hombres lobo, pero es peculiar que su comandante debiera ser “asesinado”
en circunstancias tan misteriosas. Especialmente cuando Vittoria es una
experta en la elaboración de una muerte creíble. Si Vesta es realmente tan
talentosa como Avaricia había afirmado, me resulta difícil creer que haya
sido superada fácilmente. Nadie ha oído que el ataque pueda explicarse por
un guardia, pero, en aras del argumento, eliminemos a los hombres lobo de
la ecuación: ¿quién habría tenido acceso a su suite privada? Tu hermano no
mencionó nada malo fuera de su cámara. Sin arañazos ni entrada forzada.
Lo que significa que ella debía conocer a quien había dejado entrar. Tiene
que haber más en su historia. ¿Podrías interrogar a tu hermano y ver qué
dice?
—Por supuesto. Pero podríamos tener una mejor oportunidad de
aprender los detalles de tu hermana. Es probable que Avaricia no coopere
con una Casa rival, aunque haya buscado nuestra ayuda. —Ira tiró de un par
de guantes de cuero, ocultando nuestros nuevos tatuajes matrimoniales—.
Después de vestirte, el carruaje te estará esperando al frente. Te encontraré
allí en breve. Esposa.
A pesar de todo lo caótico y equivocado, una sonrisa tiró de mis
labios.
—Esposo.
Se sintió bien. Más que correcto. Se sentía como volver a casa.
El príncipe demonio se acercó a mí, me besó con suficiente fiereza
como para que me derritiera contra él, y luego se fue. Nuestro juego de
engaño aún no había terminado. Tenía una parte más que desempeñar. Con
suerte, Avaricia estaría lo suficientemente molesto por la destrucción de uno
de sus salones de juego y no presionaría para que yo firmara o apareciera.
Me querría tan lejos de Ira como fuera posible, no fuera a ser que volviera a
encender el temperamento de su hermano y arruinara el resto de su castillo.
Estoy segura de que el duque ya estaba susurrándole, también. A la nobleza
no le gustaba quedar en ridículo.
Lo que me hizo preguntarme si eso podría ser un motivo para que
alguien asesinara a Vesta. A estas alturas, no descartaba ninguna
posibilidad. El comportamiento de Avaricia era ciertamente más extraño de
lo habitual, y me hacía cuestionarlo.
Me recompuse, me vestí rápidamente y acababa de salir a la nieve
que caía suavemente, acercándome a la puerta del carruaje, cuando apareció
Ira. Debería ser desconcertante que alguien tan grande pudiera moverse tan
silenciosamente, pero mi marido era un depredador que solo pretendía ser
civilizado.
Ira me ayudó a entrar en el carruaje —la belleza negra y dorada sin
conductor tirada por los cuatro jinetes del apocalipsis, los caballos
demonios mascotas de Ira— y golpeó su puño contra el techo, señalando a
los caballos de ébano de ojos rojos con dientes metálicos que despegaran.
Apartó las cortinas de terciopelo, observando el paisaje que pasaba
con un ceño cada vez más fruncido. A nuestra izquierda, el río Negro se
agitaba, con sus olas oscuras burbujeando como un caldero.
Una sensación incómoda se arrastró a lo largo de mi columna
vertebral. El agua había estado mucho más tranquila cuando llegamos por
primera vez, y si Nonna Maria nos enseñó algo, fue a buscar señales de
problemas.
Ciertamente, el malestar se estaba gestando.
Me pregunté si tenía algo que ver con el juramento de sangre que los
príncipes acababan de firmar. Tal vez los Siete Círculos ya se estaban
preparando para la muerte de mi hermana. Y, a pesar de la promesa de Ira
de que la encontraríamos primero, tal vez el peligro ya estaba golpeando su
puerta.
Ira se encontró con mi mirada inquisitiva y dio un ligero
movimiento de cabeza. No habíamos viajado lo suficientemente lejos de la
Casa rival, y Avaricia probablemente tenía espías estacionados cerca del
borde del césped inmaculado y cubierto de nieve de su castillo. Como toda
la magia, había límites en los hechizos que Ira utilizaba para mantener
nuestras dependencias privadas. Dado que se trataba de un transporte en
movimiento, probablemente era demasiado complejo para que la magia se
mantuviera. Asentí con la cabeza y dirigí mi atención a la ventana. Estaba
desesperada por preguntarle si había reunido más información sobre Vesta a
través de Avaricia, pero pronto estaríamos en casa y allí podríamos hablar
de todo libremente. Mi ardiente curiosidad tendría que esperar.
Nos sentamos en un tenso silencio mientras el carruaje avanzaba por
el largo camino que conducía a un pequeño afluente. Después de lo que
pareció una hora, pero que probablemente había sido sólo la mitad de ese
tiempo o menos, finalmente ascendimos la empinada colina que nos llevaría
a un puente que conectaba las tierras entre la Casa del Orgullo y la Casa de
la Ira.
En la cima de la colina, Ira se puso en alerta total. Quería saber si
podía sentir a Vittoria o si había algún otro motivo de alarma, pero me
dirigió otra mirada que indicaba que aún no era seguro hablar. Me devané
los sesos en busca de otras amenazas conocidas, pero no se me ocurrió
ninguna. Se quitó los guantes y sacó su daga de la Casa, presionando la
punta en la palma de su mano, lo suficientemente fuerte como para
alimentar la hoja con un poco de su sangre. Tanto el metal como los ojos de
las joyas brillaron como si estuvieran satisfechos y fortalecidos por su
ofrenda. Su corte se curó en cuestión de segundos. Una buena ventaja de la
inmortalidad. Me preguntaba, si yo era una diosa, cómo podía ser mortal.
Ira rompió finalmente el silencio.
—Si alguien se acerca al carruaje y algo va mal, por la razón que
sea, activa tu capa y corre hacia nuestra fortaleza. Anir comandará el
ejército mientras yo los contengo.
—¿Activar mi capa? ¿Es mágica?
Él asintió.
—Aliméntala con un poco de tu poder y reflejará el mundo que te
rodea, esencialmente haciéndote invisible. No enmascarará tu olor, pero
debería darte tiempo para escapar.
—¿Esperas que te abandone si nos atacan?
—Sí. En este momento, yo soy el general y tú eres un soldado.
Harás lo que se te ordene.
—¿Es así? —Levanté las cejas—. No recuerdo haber hecho un
juramento o hacer ningún voto.
Mi tono había sido comedido, pero mi rey no era tonto. La mirada
de respuesta de Ira probablemente enviaría a sus soldados demoníacos
corriendo a la letrina con las entrañas sueltas.
Yo no era su soldado. Yo era su esposa. Y si el arrogante creía que
lo abandonaría, a cualquier enemigo que pudiera estar al acecho, estaba
muy equivocado.
Como era evidente por mis iris rosa dorados alimentados por el
poder, y mi capacidad para producir fuego que ahora quemaba objetos
físicos, no estaba exenta de mi propia magia aterradora. Y me pondría a su
lado, luchando con mi último aliento si se diera el caso.
—Soy inmortal, Emilia.
—¿Y qué soy yo? —Si era una diosa, y habíamos tenido años juntos
en el pasado, entonces había algo más que él no me estaba diciendo. Algo
de lo que llegaría al fondo una vez que estuviéramos en casa.
La mirada de Ira se enfrentó a la mía, todo fuego dorado y furia
helada. Era una escaramuza que él no ganaría; mi decisión estaba
totalmente tomada. Ningún argumento que pudiera esgrimir me disuadiría
de quedarme con él. Después de otro largo momento, finalmente se rindió.
—Si algo va mal, intentaré el transvenio a nuestro terreno. Quédate
cerca y saca tu daga. Golpea primero y rápido. Si alguien es tan atrevido
como para atacarnos durante la tarde cerca de mi Casa, no dudará en
hacerte daño.
—¿Crees que es V...
Un aullido rasgó el aire, el sonido reverberó en el carruaje. Un
segundo aullido se elevó. Le siguieron rápidamente un tercero y un cuarto.
Pronto, todo un coro de aullidos lúgubres llenó el aire, rebotando contra las
montañas en la distancia y resonando suavemente.
El vello fino de todo mi cuerpo se levantó.
Lobos. Por el sonido que tenían, eran hombres lobo grandes y de
otro mundo. Eso respondía a mi pregunta sobre quién estaba ahí fuera, pero
dejaba el porqué para la reflexión. Los caballos relinchaban y gruñían, el
sonido era diferente al de cualquier caballo mortal que hubiera encontrado.
A primera vista, Ira parecía tranquilo, concentrado. Hasta que vi el
destello de excitación en sus ojos. Estaba hecho para la guerra, para las
batallas. Donde otros se cerrarían por miedo, algo lo despertaba. Me dio una
sonrisa lenta y arrogante.
—Los cambiaformas están enojados.
Y esa bendita emoción estaba alimentando la ya increíble reserva de
poder mágico del demonio. Le devolví la sonrisa, sintiendo que el alivio se
hundía en mis huesos. Estaríamos bien. Ira dejó caer las cortinas,
ocultándonos de la vista. Al parecer, no le preocupaba ver a sus enemigos.
Se oyó otro aullido, más cercano esta vez, más fuerte y lleno de lo
que probablemente era una orden alfa. Domenico estaba aquí. No podía
imaginar por qué los lobos estaban en los Siete Círculos, y después de la
insistencia de Avaricia en que habían atacado a su comandante, el miedo me
carcomía a pesar del entusiasmo de mi marido. Dada la forma en que
Domenico se había comportado con mi hermana, la facilidad y rapidez con
que había atendido su orden de retirarse conmigo, no podía imaginarlo
actuando en contra de ella.
Ira golpeó el techo del carro con el puño cerrado, sorprendiéndome,
y nuestro carruaje rodó hasta detenerse repentinamente. Esto fue todo. La
energía nerviosa zumbaba a través de mí.
Si los hombres lobo estaban aquí y también Domenico, rezaba para
que eso significara que mi hermana no estaba muy lejos. Si lo estaba, y si
no estaban planeando un ataque por su cuenta, entonces todo lo que
teníamos que hacer era neutralizar a los cambiaformas, coger a Vittoria y
llevarla a la Casa de la Ira. Ninguno de los otros príncipes sabría siquiera
que la habíamos encontrado y encerrado.
Ira sacudió su barbilla hacia la puerta, indicando que estaba a punto
de abrirla. Agarré la empuñadura de mi daga, mis palmas húmedas y el
corazón bombeando. Si pudiera encontrar a mi hermana y hablar con ella,
tal vez podríamos evitar el derramamiento de sangre por completo.
Seguramente cuando me viera, se retiraría. Entonces podríamos hablar de
Vesta, y tendría mi respuesta de una manera u otra sobre su culpa.
—Recuerda, mantente cerca. Golpea rápido. —El príncipe hizo una
pausa con la mano en la perilla, luego sacudió la cabeza. Me agarró por la
cintura y me besó fuerte y rápido—. Si te me mueres ahora, te perseguiré y
te arrastraré de vuelta.
—Suena bastante amenazante.
—Es una maldita promesa, mi lady.
—Yo también te amo. —Le ahuequé la cara—. Si has terminado,
matemos a algunos hombres lobo.
Su mirada se oscureció.
—El derramamiento de sangre me excita casi tanto como tu pequeña
actuación. Voy a llevarte directamente a la cama después de la pelea. —Ira
mostró una sonrisa devastadora—. Y no vamos a resurgir durante mucho,
mucho tiempo. Espero que hayas empacado la falda de perlas.
Cualquier nerviosismo o inquietud que sintiera se desvaneció.
Sospechaba que el discurso de Ira estuvo destinado a poner mi mente en lo
que sucedería después de la batalla, para darme algo en lo que
concentrarme. Era un buen general; destrozaría a mil lobos solo para
llevarlo a la cama.
Su sonrisa estaba llena de arrogancia varonil. Merecidamente
después de nuestro acto de amor trascendental, así que no podía culparlo
por ello. Sintiendo que estaba lista, Ira palmeó su daga y abrió la puerta de
un empujón. La atravesó con un movimiento violento. Salí directamente
tras él, con la daga preparada.
La euforia que acababa de sentir desapareció cuando asimilé la vista
ante nosotros.
Los lobos, casi un centenar de ellos, de gran tamaño y monstruosos,
estaban en el puente, hombro con hombro, bloqueando nuestro camino
hacia la Casa de la Ira. Pero eso no fue lo que hizo que mi corazón palpitara
en mi pecho. Eran las docenas de lobos que flotaban en un semicírculo a
nuestro alrededor, con sus patas a tres metros del suelo. Eran caminantes
espirituales. Y estaban esperando en las alas para abalanzarse si alguno de
sus hermanos caía.
Sangre y huesos. Tenía pocas dudas de que Ira acabaría con una gran
parte de ellos solo, pero eran muchos. Demasiados. Mi hermana había
reunido un ejército. Como si mis pensamientos la invocaran, Vittoria
apareció detrás de una fila de hombres lobo particularmente feroces. Ya no
estaba la sonrisa que la caracterizaba, ni la luz traviesa que bailaba en sus
ojos. El ser que nos miraba era frío, carente de humanidad. Inmortal. Ella
era lo que yo era en realidad, y eso me heló hasta la médula.
—Teníamos una cita para hablar hoy, hermana. Me he cansado de
esperar, así que he traído a unos amigos para que te acompañen a las Islas
Cambiantes. —La atención de Vittoria se trasladó a Ira—. Te sugiero que la
dejes ir en silencio.
El suelo retumbó, como si la furia de Ira hubiera sacudido el núcleo
mismo del reino.
—Entrégate a la Casa de la Ira, voluntaria y pacíficamente, y
permitiré que tus cachorros vivan.
—Qué magnánimo de tu parte. —La boca de Vittoria se curvó en
una sonrisa lenta y feroz—. Y tonto. Parece que no has oído lo que puedo
hacer. Permíteme que te lo demuestre.
—Vittoria —dije, forzando la calma en mi voz—. Ven con nosotros.
—¿Por qué debería hacerlo?
—Porque eres sospechosa de asesinato y hay un precio por tu
cabeza.
—¿En serio?
—Sí. —Sostuve su mirada divertida—. Y creo que hay mucho más
en la historia. Por favor. Retírate y ven a hablar conmigo. Quiero escuchar
tu versión de las cosas. Déjame ayudar a limpiar tu nombre de cualquier
fechoría.
—¿Por qué debería importarme si un príncipe del Infierno piensa
que soy una asesina? No se puede confiar en ninguno de ellos. Engañan,
manipulan y se enorgullecen de ello. Y he tolerado jugar según sus reglas el
tiempo suficiente.
Mi hermana levantó el brazo derecho y dobló el codo como si
estuviera sosteniendo una pelota. Ella estaba demasiado lejos para que yo
pudiera distinguir las palabras que estaba susurrando, pero observé con
creciente miedo mientras cantaba suavemente. Brillante luz lavanda se
arremolinaba alrededor de su codo doblado, dando vueltas lentamente
alrededor de su antebrazo y muñeca, antes de asentarse alrededor de su
mano.
Ira maldijo y se puso frente a mí, protegiéndome con su cuerpo.
Miré a su alrededor, horrorizada mientras los dedos de mi hermana se
alargaban. Garras emergieron de sus dedos demasiado largos, ébano como
la noche y más afiladas que las dagas. Su brazo parecía chamuscado, como
si lo hubiera metido en un fuego infernal y hubiera arrancado una magia
que deseaba ser dejada en paz. Unas venas oscuras se deslizaban por su
codo, pareciendo mezclarse con su sangre. La luz lavanda que se
arremolinaba se apagó.
Levantó su mano con garras, mostrando con orgullo el apéndice de
aspecto demoníaco. No pude hacer otra cosa que mirar mientras ella se
dirigía a un cambiaformas.
—Domenico, mi amor. Ven.
El lobo azul grisáceo a su derecha, del tamaño de un oso con
brillantes ojos de color púrpura pálido, se acercó a mi gemela, gimiendo
suavemente mientras se agachaba ante ella.
Sin previo aviso, la mano mágicamente alterada de Vittoria atravesó
el pecho del lobo, el sonido del crujido de los huesos y el desgarro
repugnante de los músculos en el espeluznante silencio. Apenas podía creer
lo que había pasado. Vittoria echó el brazo hacia atrás, aferrando un
corazón que aún latía, y giró sosteniéndolo para que todos lo vieran.
Domenico se desplomó en un montón inmóvil de pieles ensangrentadas,
muerto.
—¿Qué has hecho? —susurré. Mi estómago se revolvió ante la
brutalidad. La sangre. Había visto heridas como esa antes. En brujas. Ira y
yo apenas habíamos sabido qué les había arrancado el corazón. Él había
adivinado el animal, incapaz de identificar ningún rastro de demonio. Yo
estaba convencida de que era un príncipe del infierno. Lentamente sacudí la
cabeza, incapaz de procesar que mi gemela fuera capaz de un acto tan
violento, tan despiadado. Había asesinado a su propio amante. Había
asesinado a las brujas de nuestra isla. El porqué seguía siendo un misterio,
pero ahora sabía quién. Y me enfermó—. Mataste a esas chicas.
Ni Antonio, ni un ángel de la muerte. Mi hermana. Mi sangre.
Y en este momento, era difícil creer que no hubiera matado también
a Vesta.
Vittoria me examinó, su mirada calculadora.
—Cualquiera puede matar, querida hermana. ¿Te gustaría ver la
verdadera razón por la que me temen? ¿Por qué desean verme enjaulada?
—Por favor. —Mi voz salió suplicante, pero no me importó—. Por
favor. No lo hagas. Solamente ven con nosotros.
—Mendigar es para los mortales.
Vittoria se giró, su atención cayó hacia el lobo sin vida a sus pies.
Con su mano libre, dobló dos dedos en un movimiento de “ven aquí”, y el
cuerpo de lobo sin vida de Domenico levitó. Ella ladeó la cabeza, mirando
el corazón que todavía latía lentamente en su mano, luego lo empujó de
nuevo en su pecho. Cuando volvió a arrancar su mano demoníaca, la herida
sanó de inmediato.
Su pelaje enmarañado desapareció, reemplazado por un pelaje de
lobo brillante y sin sangre. Todos los signos de muerte habían desaparecido.
Los ojos brillantes de Domenico se abrieron y gruñó, mostrando los dientes.
No a la criatura que lo había matado, sino a nosotros. Todo lo que
pude hacer fue mirar fijamente, incapaz de procesar que mi hermana no
solo había asesinado a alguien, sino que también lo había traído de vuelta.
—Somos diosas del infierno, Emilia. Somos las Temidas. —Mi
gemela me miró de nuevo—. Ni las brujas, ni los cambiaformas, ni siquiera
los príncipes del Infierno pueden oponerse a nosotras cuando estamos
unidas. Tu poder está despertando. Es hora de recuperar lo que es nuestro.
Es hora de volver a casa.
Mi casa era la Casa de Ira. Por elección. Algo oscuro se elevó dentro
de mí, protector.
—¿Es por eso por lo que me advertiste que me alejara de Ira?
¿Porque quieres que me una a ti?
—Por supuesto. No perteneces a los demonios. Perteneces a tu
sangre.
—¿Y si me niego a ir contigo? —Probé el agarre de mi daga—.
¿Entonces qué?
Mi hermana dejó pasar algunos latidos de silencio, el tiempo
suficiente para que fuera incómodo.
—Encontraremos otra manera de liberar tu poder de su jaula
mágica. —Vittoria pasó su atención sobre Ira, con la diversión encendida en
sus ojos mientras el suelo rodaba bajo sus pies—. Eres queroseno. Volátil.
Nociva. —Sacó una daga de los éteres. Su hoja brillaba con extraños
símbolos mágicos. Ira se quedó preternaturalmente quieto—. Y yo soy la
chispa que necesitas encender.
Mi marido no esperó a que atacara.
En un torbellino de movimientos y furia, desató toda la fuerza de su
poder.
Y los lobos atacaron.
OCHO
Ira luchó con una gracia brutal, moviéndose como una pesadilla
viviente que respira mientras cortaba una franja sangrienta a través de
nuestros enemigos. Mató sin piedad ni pausa. Cuando algo saltaba, lo
destruía, y pasaba a la siguiente muerte antes de que la primera cayera al
suelo.
Su cuerpo no estaba hecho simplemente para la guerra; estaba
construido para ella a través del trabajo duro, un arma que había
perfeccionado para este mismo propósito. Por un momento que duró de un
latido a otro, solo pude mirar al guerrero.
Golpeó; los lobos cayeron y no se levantaron. La sangre salpicó el
suelo nevado. El sabor metálico espesaba el aire junto con el aroma de la
adrenalina. En cuestión de segundos, el demonio de la guerra ya había
abatido a una docena de hombres lobo. Una docena más se congeló, con sus
cuerpos repentinamente encapsulados en hielo, en medio del ataque.
Aquí la verdad infernal de su poder estaba en plena exhibición.
Ira envió un pulso de magia que viajó como un rayo a través de la
tierra. Una señal, sin duda. Los caballos demonios se liberaron de su equipo
de carruaje y bridas, cargando a través de lobos, sus dientes de metal
crujiendo, rasgando carne y hueso con facilidad.
Entré en acción, abriéndome paso entre la horda, tratando de cerrar
filas a nuestro alrededor. La memoria del cuerpo guiaba mis acciones, como
si siempre hubiera sabido matar con el mismo tipo de violencia fría. Como
diosa de la furia, seguro que había tenido mucha práctica, aunque no lo
recordara.
Aplasté la empuñadura de mi daga contra los lobos congelados,
ignorando los trozos de cuerpos y carne ensangrentada que se hacían añicos
con el hielo. Mi cuerpo resonaba con poder, con furia. Pero había un límite:
se sentía como el muro que se había levantado cuando Envidia me robó la
magia.
La maldición todavía me retenía. Por primera vez, mi ira por haber
sido mantenida en la oscuridad a propósito superó mi miedo a conocer toda
la verdad. Si salíamos de esta lucha, juré en silencio que haría todo lo
posible por volver a ser yo misma.
Nunca más me sentiría impotente o enjaulada.
La nieve empezó a caer con fuerza, y el cielo, ya de por sí gris, se
volvió más oscuro y premonitorio. Si Ira ordenaba a la nieve y al hielo que
cumplieran sus órdenes, tenía sentido que el inframundo fuera una tundra
helada. Su poder no podía ser contenido, tanto que la propia tierra se
doblegaba a su voluntad. Esperaba que eso aterrorizara a nuestros
enemigos. Quería que el propio reino se los tragara enteros
Ira avanzó, llegando al borde del puente justo cuando más lobos
bajaban del Reino de las Sombras. El demonio lanzó sus poderes detrás de
él, congelando todo lo que se movía que no fuera yo y sus caballos
demoníacos. En medio del caos de la batalla, busqué a mi gemela.
Vittoria había desaparecido, pero sentía su presencia en la periferia.
Estaba esperando. Lo que sea que hubiera planeado no sería bueno. Tenía
que llegar hasta ella, convencerla de que se detuviera o incapacitarla yo
misma. Un lobo saltó, chasqueando las mandíbulas, y se congeló, cayendo
al suelo a un metro de mí. La sangre me salpicó la cara. No me detuve a
limpiarla.
Detrás de mí, un susurro de movimiento atrajo mi atención. Me
retorcí, golpeando con fuerza y rapidez a un lobo que se dirigía a la espalda
de Ira. Se había acercado. Demasiado cerca. Mi furia bullía en lo más
profundo, amenazando con desbordarse. Me mantuve cerca de mi rey, mi
rabia era un latido de guerra que latía al ritmo de mi corazón. Los lobos
intentaron golpear al demonio, pero o los derribaba él o lo hacía yo. Sus
caballos gruñeron a mi derecha, mordiendo y pateando su camino entre los
lobos.
Una y otra vez, parecía que habíamos luchado durante horas. La
sangre saturaba el suelo, mi capa la absorbía como una ofrenda. Me deleité
en ella, la agradecí. Di la bienvenida a más.
Más muerte. Más rabia. Más venganza. Mi daga brillaba en rosa
dorado bajo la sangre que la manchaba, bebiendo las ofrendas que le servía.
Casi habíamos llegado al centro del puente cuando oí un sonido más
aterrador que el de los hombres lobo y los caballos juntos. Gruñó y ladró
como un perro rabioso. Varios de ellos, en realidad.
Los pasos golpearon, sacudiendo el suelo. Al borde del puente,
procedentes de la Casa de la Ira, cuatro poderosos sabuesos del infierno se
detuvieron. Maldije en voz baja. Ira no había bromeado cuando llamó
cachorro al sabueso que había encontrado en el Corredor del Pecado. Había
sido del tamaño de un poni. Estas bestias de tres cabezas eran del tamaño de
un elefante. Sus ojos azules como el hielo brillaron y los lobos más
cercanos a ellos levantaron los pelos, ya que su atención se dividía entre Ira
y sus perros de ataque. La lucha se hizo más difícil para los lobos y mi
gemela. Gracias a los poderes presentes.
Sin perder ni un momento más, los sabuesos del infierno del color
de la nieve entraron en la refriega. Observé el tiempo suficiente para ver su
pálido pelaje salpicado de rojo por sus matanzas, y luego reanudé mi propio
baño de sangre. Me concentré en la daga que tenía en la mano, girando y
golpeando como si se tratara de una danza bien coreografiada. La batalla
era la música, y la muerte mi hábil compañera. Mientras tanto, la venganza
golpeaba mi alma.
Ira luchaba con el mismo fervor que cuando había comenzado, sin
parecer cerca de estar cansado. Los lobos no podían decir lo mismo.
Algunos de ellos tropezaron fuera del camino, una gruesa espuma blanca
cubriendo sus hocicos, sus pechos agitados por el esfuerzo. Entre los
sabuesos del infierno, los caballos demoníacos e Ira, la victoria parecía
cercana. Inminente. Me agaché mientras un lobo saltaba sobre mí, luego le
corté la garganta, su sangre roció mi cara y humedeció mi cabello mientras
se estrellaba contra el suelo.
—¡EMILIA!
Me volví ante el sonido del grito espeluznante de mi hermana,
incapaz de detener mi primer instinto de buscarla y protegerla. Fue un error.
El mundo se fue al infierno a partir de ese único acto de afecto familiar y
humanidad. Un hombre lobo me tiró al suelo, con sus mandíbulas
rompiendo mi garganta. Las garras rasgaron mi capa, rasgando la carne de
mi pecho, y grité.
Entonces el lobo desapareció, arrancado de mí y arrojado contra el
puente con tanta fuerza que su cuello y su espalda crujieron, lo
suficientemente fuerte como para que se oyera por encima de la refriega de
los caballos y los sabuesos del infierno que se batían. El lobo tembló
violentamente una vez y luego se calmó. Exhalé y reprimí otro grito. La
herida de mi pecho palpitaba con cada latido acelerado de mi corazón. El
dolor total aún no había llegado, resultado de la adrenalina, sin duda.
Aunque me sentía extrañamente mareada.
Los ojos de Ira eran llamas gemelas de oro mientras se situaba sobre
mí, examinando el daño causado a mi cuerpo. La temperatura descendió de
forma imposible. Su ira había llegado a su límite.
Mi gemela, los hombres lobo, más vale que se retiraran antes de que
los aniquilara. Se acercó a mí, luego cayó de rodillas. La sangre floreció en
la parte delantera de su camisa. Miró hacia abajo, con las cejas fruncidas,
como si tampoco pudiera creerlo. Una hoja brillante sobresalía de su pecho.
—¡Ira! —Me levanté, ignorando la sensación de desgarro cuando mi
herida se abrió aún más y me aferré a él, envolviendo mi cuerpo de forma
protectora alrededor del suyo—. No pasa nada. —Mi mano revoloteó sobre
su herida—. La sacaré. Te curarás.
—Ya sabes. —Vittoria se puso detrás de Ira, arrancando la daga de
su espalda sin remordimientos—. Tanta gente está buscando la Espada de la
Ruina...
Miré desde la herida que aún sangraba furiosamente hacia mi
gemela. Ira dijo que la hoja embrujada podía matarlo, y mi hermana le
atravesó el corazón con una hoja que claramente hacía daño. Normalmente,
Ira se curaba en un instante. También había dicho que podía sentirla cuando
estaba cerca, pero se había distraído. Por mi culpa.
Su piel de bronce palidecía rápidamente, pero su furia era
inigualable mientras me sostenía la mirada.
—Tu capa.
Le dirigí una mirada que indicaba que la daga había afectado
claramente a su sentido común. No había ninguna posibilidad en este reino
ni en ningún otro de que lo dejara así.
—Arréglalo. —Miré a mi hermana—. ¡Arréglalo ahora!
Vittoria pareció considerar mi demanda. Se encogió de hombros.
—No.
—Vittoria. —Mi respiración se volvió más rápida, errática—. ¿Me
negarías esto?
Hizo una señal al lobo que debía ser Domenico, y éste hundió sus
dientes alrededor de mi hombro, golpeando la herida en mi pecho mientras
me tiraba hacia atrás. El dolor se apoderó de mis sentidos. Y los hombres
lobo aprovecharon la distracción para formar una barrera entre mi marido y
yo.
Superé la agonía y me acerqué a los lobos que gruñían.
—Detén esto. Vittoria, solo detente. Haré lo que quieras.
—Tal vez quiera verlo sangrar. ¿Cómo te hace sentir eso, Emilia?
¿Enojada?
Vittoria dio una patada en la espalda de Ira, justo en el lugar donde
la hoja había golpeado, y él tosió sangre.
—¿Enfadada? —Lo golpeó en la sien con la empuñadura de la daga,
con tanta fuerza que habría matado a un mortal, sólo por el fuerte crujido.
Hizo una mueca de dolor mientras la sangre le caía por la cara, pero no se
acobardó. Definitivamente, algo iba mal o, de lo contrario, se defendería—.
¿O furiosa?
—¡Detente! —grité.
—¿Qué hace falta para despertar tu magia? —Vittoria lo agarró por
el cabello y tiró de su cabeza hacia atrás, exponiendo su garganta mientras
presionaba la cuchilla allí—. ¿Esto?
Fuera lo que fuera esa daga, le había hecho un daño extremo. Si le
cortaba la garganta, si lo perdía... estallaría. Ese antiguo poder, esa bestia
dormida, se despertó con una venganza al ver la sangre de Ira. No me
molesté en contenerlo. No me aferré al control.
Me dejé llevar.
Y la furia abrumó mis sentidos por completo. Me convertí en una
columna de llamas de color rosa dorado. El aire se volvió abrasador, aunque
un anillo protector se encendió alrededor de mí, de Ira, de Vittoria y de
Domenico. Todo lo demás, excepto los sabuesos y los caballos de Ira...
ardió.
Los lobos chillaron y los que no fueron lo suficientemente rápidos
para salir se incendiaron. El hedor de las pieles quemadas atravesó mi
barrera, seguido por el olor dulzón de la carne carbonizada. Vittoria me
observó con gran interés, pero no dijo nada mientras mi poder se
intensificaba aún más.
La nieve y el hielo se convirtieron en charcos, el agua del río hervía
bajo nosotros, los lobos más lejanos parpadeaban fuera de la existencia,
regresando al Reino de las Sombras. Las piedras en el puente comenzaron a
derretirse. En segundos, caeríamos en el agua humeante, nuestra carne
hervida desde nuestros huesos.
No me importaba. Me llevaría a mi hermana conmigo. Mi necesidad
de venganza era una sed irrefrenable que no podía saciar. Me los llevaría a
todos y luego...
El aguanieve me golpeó de repente, y el gélido escozor de cientos de
gotas heladas me sacó brevemente de mi trance. Los dedos de Ira se
aferraron a los míos, apretando una vez antes de que su agarre se debilitara.
Solté mi poder y me arrodillé, acunándolo contra mí.
—Por supuesto que la Espada de la Ruina ha sido imposible de
encontrar. —Vittoria terminó, arrojando la hoja a un lado—. Es por eso por
lo que tuve que recurrir al veneno en su lugar. Ser la diosa de la muerte
tiene sus ventajas. Me tomó algún tiempo obtener la poción correcta, pero
hice algo lo suficientemente fuerte como para derribar a un inmortal.
Mi cerebro tardó un segundo en recuperarse de mis emociones y en
reconstruir lo que había dicho. Dirigí mi atención a mi hermana.
—¿No encontraste la Espada de la Ruina?
—Todavía no. —Vittoria suspiró con tristeza—. Aunque mentir al
respecto funcionó igual de bien, considerando todas las cosas. —Por eso Ira
no la había sentido. Todo fue una jodida artimaña. Mi furia se apoderó de
mí de nuevo, pero antes de que pudiera desatarme, mi gemela levantó el
brazo e hizo un movimiento de compresión con su mano—. Duerme.
Mi corazón se ralentizó. El pánico se apoderó de mí cuando me di
cuenta de que ya no había forma de ayudar a Ira o a mí misma. Mi cabeza
golpeó el suelo con un crujido. Miré sin pestañear a mi esposo, que parecía
haberse recuperado y estaba gritando mi nombre.
Su rostro fue lo último que vi antes de que el mundo se oscureciera.

Me desperté con el sonido del fuego crepitando, aunque la humedad


fría impregnaba el aire en lugar de calor. Olía a tierra removida. Como una
tumba. Las mismas a las que Nonna nos llevaba cada luna llena para que
recogiéramos tierra para bendecir nuestros amuletos y alejar al diablo. Mi
marido.
Parpadeé ante un techo cubierto de raíces y me incorporé con un
sobresalto. Estaba oscuro, oscuro bajo tierra, y las gruesas raíces que
atravesaban el techo indicaban que, dondequiera que estuviera, había un
árbol gigante sobre mí. Eché un vistazo a la habitación vacía... una celda.
Los barrotes formaban toda una pared, demasiado juntos para poder
deslizarse por ellos… las otras paredes eran de tierra, el suelo de piedra
impenetrable.
Líneas de fuego dolorosas recorrieron mi pecho y se volvieron
agónicas.
La batalla. Ira. Los lobos.
Todo volvió a la vez. A pesar de la herida ardiente, salí disparada
del colchón de paja en el que me habían colocado y me agarré a los
barrotes, con la esperanza de soltar uno.
Un dolor agudo me subió por los brazos y me solté rápidamente.
Los barrotes estaban hechizados; con suerte, sólo era una complicación, no
un obstáculo completo. Me zambullí en la Fuente e invoqué mi fuego,
apuntando al metal; los capullos de rosa llameantes se hundieron, el metal
brilló furiosamente de color carmesí, y luego... nada. Las barras malditas
absorbieron la magia.
Volví a probarlos y fui golpeada hacia atrás por la oleada de energía.
Perfecto. Mi magia alimentaba el hechizo; cuanto más luchaba por
liberarme, más atrapada quedaba. Era un truco desagradable, pero efectivo.
Que la Diosa la maldiga.
—¡Vittoria!
—¿Recuerdas la noche en que me escuchaste hablando de las
Estrellas de las Siete, Bruja de sombra?
Me sobresalté al oír otra voz y me centré en lo que me pareció una
sombra más oscura apretada en la esquina más alejada de mi celda.
—¿Envidia?
El príncipe de ese pecado se sentó hacia delante, lo suficiente para
que la luz de la única antorcha del pasillo mostrara sus fríos y apuestos
rasgos.
—No eres la única decepcionada, mascota. Yo también preferiría
que mi hermano estuviera aquí.
—¿Cómo estás aquí?
Envidia me miró con fastidio.
—Tu hermana no pudo mantener su mano demoníaca lejos de mí.
—Se frotó distraídamente el pecho, justo donde debería estar su corazón. Su
camisa estaba rasgada como si Vittoria, de hecho, le hubiera arrancado el
corazón. Captó mi expresión horrorizada y me dio una sonrisa lenta y
malvada—. No te preocupes. Volvió a crecer. Arrugado e igual de negro.
Pero está ahí.
—No quiero saberlo.
—Inmortalidad. —Se encogió de hombros—. Las heridas sanan, los
corazones se regeneran. La vida sigue. Y así sucesivamente.
Enunciado así y murmurado en un tono insulso, sonaba terrible.
—Si Vittoria no te quería muerto, ¿por qué te arrancaría el corazón y
te encerraría en una celda?
—En caso de que no te hayas dado cuenta, tu hermana es a la vez
una sádica y una psicópata. Aunque a juzgar por esa desagradable herida en
el pecho, no es una noticia sorprendente. —Envidia se levantó y cepilló el
polvo de sus pantalones, luego frunció el ceño ante sus manos sucias—.
También resulta que está obsesionada conmigo, aunque supongo que no
puedo culparla por ello. Soy insoportablemente guapo. Mi rechazo a sus
avances, así como su oferta de alianza, la vuelven loca.
—Eres insoportable, tal vez, pero el resto está por verse. —Era
interesante que mi hermana también hubiera buscado a Envidia cuando
había tenido una alianza con Avaricia. A menos que sucediera al revés—.
¿Fuiste su primera o segunda opción para una alianza?
—La segunda. Aunque estoy seguro de que desearía haber acudido a
mí primero. Mis arcas son más grandes que las de Avaricia.
—Lo dudo, su alteza.
Realmente me sonrió esta vez, mostrando sus hoyuelos juveniles.
Solo los había visto una vez antes, y me ablandó ante él.
—Parece que tu hermana no es la única con garras afiladas. Cree lo
que quieras, mascota, pero recuerda que no puedo mentir. —Miró las
marcas en mi pecho. Si no lo supiera mejor, pensaría que la preocupación le
frunció la frente—. Hay que cuidar eso. Ya parece infectado, y la
podredumbre apestará la celda hasta el infierno.
—Debidamente anotado. —Mis ojos se entrecerraron—. ¿Por qué
sigues llamándome bruja de sombra? —pregunté. No había sanador, ni
vendajes, ni sentido detenerse en algo que no podía atender. Si la herida se
infectara gravemente, el hedor sería lo último de lo que preocuparse—. Sé
lo que soy. Quién soy.
—¿Lo sabes ahora? —Sonó poco convencido mientras se sentaba en
el suelo de nuevo.
Respiré hondo, enfocando la última imagen que tenía de Ira para
alimentar mi pecado. Para permitir que se liberara temporalmente de su
jaula, luego la solté.
—Dímelo tu.
—Tus ojos... —Envidia arqueó las cejas, luciendo casi impresionado
—. Ya no eres mortal. Parece que lo ilícito ha ganado. No me sorprende.
Aunque no te estás curando, lo cual es bastante curioso.
Liberé mi furia y exhalé. Envidia escudriñó mis rasgos, pero no
comentó lo que imaginé que era el regreso de mis cálidos iris marrones.
Levanté un hombro, luego señalé mis ojos.
—No soy del todo inmortal.
—Puede que no tengas todos tus poderes, pero la mortalidad se
somete a la inmortalidad al final. Es la fuerza más poderosa de las dos. Una
gota de inmortalidad es más potente que un cubo de mortalidad.
Eso tenía sentido. Casi. Excepto por el hecho de que Ira había
luchado mucho, más de una vez, para evitar que yo “muriera”. Pronto
llegaría al fondo del por qué.
—No nos desviemos del tema. He preguntado por las brujas de
sombra. Dime lo que significa realmente. Por favor.
Envidia ladeó la cabeza, considerando.
—“Sombra” porque posees un mero tono o sombra de tu verdadero
poder. “Bruja” porque con tanta dilución de tu magia, eso es lo que eres. Lo
que todas las brujas son: descendientes de diosas.
—¿Por qué no pudiste decírmelo antes?
—La maldición no me lo permitiría. Parece que no solo el color de
tus ojos está cambiando.
Pensé en el vínculo mágico entre Ira y yo. El que le había permitido
introducirse en mi mente y romper lo que había estado manteniendo mis
recuerdos a raya.
—¿Crees que mi matrimonio con Ira tiene algo que ver con eso?
Envidia me miró como si de repente fuera muy intrigante.
—¿Ambos aceptaron el vínculo?
—Esto apareció en los dedos de ambos. —Levanté la mano,
mostrando el nuevo tatuaje—. Después de que nosotros...
Una sonrisa se dibujó en los bordes de sus labios.
—Consumaron su vínculo en la Casa del Pecado de Avaricia. Me
sorprende que Ira perdiera el control en una corte rival. Es algo que había
jurado no volver a hacer.
Desvié la mirada, pensando en los acontecimientos que habían
conducido a nuestro improvisado acto de amor.
—Parte del castillo de Avaricia se derrumbó; las emociones de Ira
estaban un poco elevadas.
El ladrido de risa de Envidia atrajo de nuevo mi atención hacia él.
—Me imagino que mi querido hermano y su temperamento tuvieron
algo que ver con eso. Ciertamente explicaría por qué te reclamaría justo en
ese momento. Bien jugado, pequeña Bruja de sombra.
—No tenía la intención de que eso sucediera.
—Una vez que algo se pone en marcha, rara vez tenemos control
sobre el resultado, sin importar cuáles sean nuestras intenciones iniciales.
Envidia se inclinó hacia atrás, con los codos apoyados en las rodillas
y las manos unidas despreocupadamente frente a él. Llevaba las mangas de
la camisa remangadas hasta los codos, mostrando una musculatura
sorprendentemente acordonada. Había un guerrero al acecho bajo la
practicada sonrisa y el aire de desdén que llevaba como una armadura. Su
cabello oscuro estaba despeinado y fuera de lugar, pero eso sólo lo hacía
parecer más indolente. Más regio.
No era la primera vez que me recordaba lo que realmente era: un
ángel caído. Antes de saberlo, solía pensar que tenía el aspecto de un halo
roto, lo cual era bastante apropiado, pero ahora lo reconocía como un
corazón roto.
Su mirada esmeralda se dirigió a la mía, una advertencia
parpadeando profundamente dentro de ella.
—No confundas el aburrimiento con la amistad o la caridad.
—No lo llamaría amistad o caridad. —Sonreí un poco tristemente
—. Diría amabilidad, pero me morderías la cabeza.
La molestia irradiaba de él.
—Soy muchas cosas, pero amable no es una de ellas. ¿Egoísta?
Definitivamente. Cualquier cosa que diga beneficia mi verdadero objetivo
al final. Nunca lo olvides.
—Sabes —dijo Vittoria mientras caminaba por el pasillo fuera de
nuestra mazmorra—, lo que es verdaderamente patético es que creo que
realmente crees eso.
NUEVE
Mi hermana estaba fuera de la celda, se veía fría y despiadada con
su vestido azul hielo. Su humanidad se había ido, pero yo luchaba por creer
que no quedaba nada de ella. Incluso si estuviera enterrada muy en lo
profundo de su miserable alma inmortal. Su mirada se disparó hacia mí.
—Apestas a esperanza. No te conviene, hermana.
—¿Dónde está Ira?
Me escaneó de la cabeza a los pies, apenas reparando en mi herida
más que con una mirada superficial mientras su atención se detenía en mi
antebrazo. En la serpiente, las lunas crecientes y las flores que ahora
marcaban permanentemente mi piel más allá de mi codo. El mismo tatuaje
que tenía también Ira.
Su labio se curvó hacia atrás con disgusto.
—¿Te parece extraño que él pueda sentir tu paradero a través de
esos horribles tatuajes a juego, y tú no puedas? —Chasqueó la lengua
cuando apreté los labios, negándome a responder—. Me gustaría saber por
qué la magia solo viaja en una dirección.
Ya no estaba muy segura de que esa fuera la verdad, pero no revelé
que algo había cambiado cuando completamos el aspecto físico de nuestro
vínculo.
—Bueno, a mí me gustaría saber por qué eres tan brutalmente
molesta, pero esta noche ninguno de nosotros obtendrá lo que desea. —
Envidia se había movido sobrenaturalmente rápido y ahora estaba a mi
lado. Su boca se torció en una sonrisa cruel cuando Vittoria le gruñó,
mostrando los dientes—. Ve al grano de tu visita para que podamos
continuar planeando tu desaparición en paz.
—Mi hermana nunca me haría daño.
—Oh, esto es divertido. —Envidia echó la cabeza hacia atrás y se
rio—. Déjame ver si lo entendí bien: mutilaste a su amor, la lastimaste con
tus demasiado grandes perritos falderos, la metiste en una jaula, ¿y crees
que no está conspirando para encontrar el camino de regreso a él y
destruirte si te paras en su camino?
—Ella nunca lo haría. —Vittoria se erizó. Aunque la mirada que
envió en mi dirección parecía menos segura—. Somos sangre.
—Y él es su destino. Como ella es el de él. “Tanto arriba, como
abajo”. Ellos son el equilibrio. Luz y oscuridad. Uno caído desde arriba, y
uno creado en el inframundo de abajo. —La columna vertebral de Envidia
se enderezó y toda su diversión se desvaneció. Algo dentro de mí hizo clic
ubicándose en su lugar. Sus palabras se sentían correctas, como una llave
deslizándose en una cerradura—. ¿No escuchaste una palabra de lo que dije
cuando invadiste mi casa y te follaste a mi segundo? No se puede ganar
contra el amor. Es una fuerza más poderosa, más aterradora, que cualquier
magia que poseas o el miedo que inspires. Incluso ahora.
Me quedé quieta. Sus palabras trajeron un recuerdo que parecía
importante. Nonna había dicho que el amor era la magia más poderosa, que
siempre me guiaría a donde necesitaba ir. Estaba convencida de que se
refería al amor de mi familia, pero sabiendo lo que sabía ahora, no estaba
tan segura. Especialmente porque ella había dicho eso justo después de
señalar que había sido marcada por un príncipe del Infierno.
—El Destino es una perra infiel. Igual que el amor. —Vittoria se
enfureció—. Con las indicaciones correctas, su cabeza puede cambiar de
ideas. Al igual que la de Orgullo.
—¿Su cabeza realmente cambió de ideas? —respondió Envidia—.
Yo no estaría tan seguro.
—No permitiré que mi hermana esté atada a restricciones tan tontas
como el destino o el amor.
Envidia movió su mirada hacia mí.
—Me encantaría verte tratar de detenerla.
Estaba harta de que hablaran de mí como si no estuviera presente. Y
no estaba sin poder, sin importar si me habían tomado en contra de mi
voluntad. Doblaría esta reunión a mi favor. Antes de que mi hermana
pudiera replicar, en silencio lancé un hechizo de verdad. Seguía siendo una
bruja, pero ahora mi magia se acercaba más a la de una diosa. El hechizo
arremetió y agarró a mi gemela, apretándola con fuerza. Cuando hablé, mi
voz estaba mezclada con pura dominación. Con la oleada de poder, soné
más demoníaca que cualquiera de los príncipes.
—¿Dónde está Ira?
Los ojos de Vittoria casi se desorbitaron mientras intentaba rechazar
la orden mágica. Le di más poder al hechizo y observé con frialdad cómo la
sangre brotaba de su nariz y goteaba sobre su bonito vestido.
Sus dientes rechinaron; el sudor le salpicó la frente. Todo estaba
sucediendo tan rápido, pero aplastaría su cráneo y rompería su mente para
obtener lo que quería. Envidia se rio a mi lado, probablemente sintiendo mi
creciente salvajismo. La atención de ella se disparó hacia él, mirándolo con
odio.
—Mi templo.
—¿DÓNDE?
Las fosas nasales de Vittoria se ensancharon. Ella era fuerte, pero yo
estaba llena de rabia.
—Las Islas Cambiantes.
—¿Asesinaste a la comandante de Avaricia?
—No.
—¿Contrataste a alguien para asesinarla?
Vittoria volvió a enseñar los dientes, pero se las arregló para
guardarse la respuesta.
La magia ya había estado retrocediendo, así que no estaba segura de
si ella había mentido sobre asesinar a la comandante de Avaricia o no, pero
me dio una pizca de esperanza de que no lo había hecho.
—Gracias, hermana. Eso no fue demasiado doloroso, ¿verdad?
Se alejó de los barrotes de mi celda tambaleándose, con expresión
asesina mientras se limpiaba la sangre de la nariz.
—Te arrepentirás de eso.
Me aseguré de imitar su mirada fría de antes, mi voz llena de
malicia.
—Igual que pronto tú te arrepentirás de haberme encerrado aquí,
alejándome de Ira.
—Te lo advertí. —Envidia prácticamente rebotaba en las puntas de
sus pies—. Tú encendiste el fósforo; espero que lo hayas dicho en serio
cuando dijiste que disfrutarías de la quemadura.
Ignoré su discusión secundaria y miré a mi gemela.
—¿Tú enviaste el cráneo encantado a Avaricia?
—Cualquiera con el hechizo correcto puede encantar una calavera.
Incluso un príncipe del Infierno.
No fue una respuesta directa, pero me hizo preguntarme nuevamente
si Avaricia había estado detrás del cráneo. Hasta ahora, no había encontrado
nada que probara que no se lo había enviado a sí mismo.
—Sí —dijo Envidia arrastrando las palabras—, incluso los príncipes
demoníacos más humildes pueden hacer trucos de salón. Igual que una
diosa.
—¿Alguno de tus lobos ha sido atacado por demonios o ha
desaparecido? —pregunté—. Aparte del golpe que acabas de dar conmigo y
con Ira.
—Si un demonio dañara a un lobo bajo mi cuidado, ese demonio ya
no respiraría.
—¿Incluso si ese demonio fuera un funcionario de alto rango de una
corte con la que te alinearías?
—Especialmente entonces. —La atención de Vittoria se deslizó
hacia Envidia—. Si continúas sonriéndome, te arrancaré el corazón por
segunda vez, demonio.
—Vittoria —dije con severidad—. ¿Alguno de tus lobos ha sido
asesinado o robado en la última semana?
—¿Por qué necesitas saber eso? —preguntó ella. Apreté los dientes.
Era una táctica familiar de desvío que Ira usaba cuando evitaba una
pregunta.
—Descubrí que la sangre de hombre lobo puede abrumar los
sentidos demoníacos. Se encontró bastante alrededor de los restos de la
comandante de Avaricia. ¿Recuerdas a Vesta, verdad? Estoy segura de que
deben haberse conocido cuando hiciste esa alianza con la Casa de la
Avaricia.
—No le presté mucha atención al perrito faldero de Avaricia.
—Suenas amargada —observó Envidia—. ¿Ella también rechazó tus
avances?
Quería presionar sobre el tema, pero mi hermana obviamente no
hablaría frente a un demonio.
—¿Por qué estoy aquí, Vittoria?
Ella apartó la atención de Envidia y pareció medirme.
—Quiero que aceptes todo tu poder. Es hora de despojarse de tu
mortalidad, castigar a nuestros enemigos y recuperar nuestra Casa.
—¿Cómo en el mundo se supone que voy a despojarme...?
Detuve lo que había estado a punto de decir. Un recuerdo
traqueteaba, tratando de liberarse.
Nuestra Casa... Dirigí mi atención a Envidia, quien parecía muy
interesado en mi lucha interna. En su Casa del Pecado, yo había dicho siete
infiernos, y él me había corregido por ocho. Me había centrado en el vino
hechizado con la verdad y lo había dejado pasar, no queriendo desperdiciar
la oportunidad de recopilar información que había estado buscando
entonces. Cerré los ojos brevemente, permitiendo que el recuerdo se
materializara.
—La Casa de la Venganza. —Enfoqué mi atención en mi gemela
cuando su nombre volvió rápidamente. Una octava Casa—. No puedo
recordar nada más al respecto.
—Esa es una historia para otro momento —dijo Vittoria
evasivamente.
Envidia se rio.
—Por favor, siéntete libre de compartir los secretos de tu Casa.
Ciertamente he tenido curiosidad al respecto. Mis hermanos también.
—¿Nunca has estado? —le pregunté a Envidia, juntando mis cejas
—. ¿O Ira?
—No. Y ninguno de mis espías ni ningún otro espía de los príncipes
del Infierno ha logrado entrar en ese círculo tampoco.
—¿No está aquí? —pregunté, mirando a mi gemela de nuevo. Un
destello de montañas se me cruzó por la mente. Nevadas y traicioneras.
Aisladas—. A eso te referías con recuperar lo que es nuestro por nacimiento
—dije. Vittoria asintió pero no dio más detalles. De lo cual estaba
agradecida. No podía recordar nada específico de nuestra Casa y necesitaba
absorber un evento que cambiaba mi vida a la vez. También estaba bastante
segura de que por eso no quería que me uniera a la Casa de la Ira. Ella
quería que yo gobernara nuestra Casa del Pecado. Y probablemente yo
tendría que renunciar a eso por nuestra corte rival—. Mencionaste algo
sobre deshacerme de mi mortalidad. ¿Cómo se supone que voy a lograr
eso?
—Todo lo que tienes que hacer es dejar que te quite ese corazón
mortal que te dieron.
El tiempo pareció detenerse abruptamente.
—¿Qué?
Vittoria se acercó a la celda.
—Me aseguraré de que sea rápido, casi indoloro. —Asintió hacia mi
pecho, hacia las marcas de garras que aún ardían—. Esos sanarán
instantáneamente. Sin infección. Sin cicatrices.
Apreté una mano contra mi pecho, retrocediendo. Ella hablaba en
serio. Mi gemela quería tomar mi corazón.
—Yo no... ¿qué quieres decir con que alguien me dio un corazón
mortal?
—Quiero decir, estabas encadenada para acceder a tu verdad. Te
dieron algo mortal con la esperanza de que la humanidad sangraría en el
tejido de tu alma. Te querían domesticada. ¿Quién crees que habría hecho
tal cosa? —Vittoria se apoyó contra los barrotes de nuevo, la magia
chisporroteando contra su piel. Ella no parecía notar ningún dolor. O
importarle si lo sentía—. Lo sabes. Lo sospechas. Y, sin embargo, todavía
no quieres aceptar lo que nos hicieron. Lo que ella hizo. Tomaron nuestro
poder porque así es cuanto nos temían. Temían la venganza que
obtendríamos.
—No. —Negué con la cabeza, la negación asentándose
incómodamente. Porque sabía que me estaba mintiendo a mí misma. Sabía
que mi hermana estaba diciendo la verdad. Y, sin embargo, no podía, no
quería, permitirme admitirlo. En voz alta o incluso en silencio—. Nonna no
lo haría. Ella no podría haber hecho eso. ¿Por qué lo haría?
—Es un hechizo de bloqueo. Pretende atar. Emitido por el tipo de
magia más oscura. Sacrificio humano.
—Nonna odia la magia oscura. Casi tanto como a los Malignos. —
Eché un vistazo a Envidia, que estaba extrañamente callado. Tristeza. Eso
fue lo que brilló en sus ojos antes de apartar la mirada. Él creía que era
cierto. La bilis abrasó la parte posterior de mi garganta; me sentí a punto de
vomitar—. Ella nunca mataría a un humano. Ni siquiera se nos permitía
usar huesos o hechizos oscuros.
Porque probablemente habríamos descubierto la verdad mucho más
rápido, susurró una vocecita en el fondo de mi mente. Vittoria no dijo una
palabra más, en cambio me dio el espacio para aceptar cuánto nos había
ocultado nuestra abuela.
Mi corazón mortal robado se rompió. Sabiendo que había venido de
un humano... una parte de mí quería que mi gemela me lo arrancara de
inmediato.
—No lo hagas. —Envidia estaba de repente frente a mí, sacudiendo
la cabeza—. Ni siquiera lo consideres. No estás lista. Confía en mí.
—¿Por qué?
Parecía que no deseaba responder, probablemente porque no estaba
acostumbrado a compartir información con tanta libertad, pero cedió.
—Hay una pequeña posibilidad de que no sobrevivas a la
transformación.
—Acabas de decir que la inmortalidad siempre gana.
—Digo muchas cosas que creo que son ciertas. Eso no lo convierte
en un hecho.
—Y, sin embargo, aquí estoy yo —intervino Vittoria—, totalmente
restaurada.
—Tú gobiernas sobre la muerte —espetó—. Por supuesto que
sobrevivirías.
Sostuve la mirada de Envidia. Seis meses atrás, si alguien me
hubiera dicho que consideraría aceptar la palabra de un príncipe del Infierno
por sobre la de mi gemela, habría pensado que estaban locos. Pensé en la
convicción de Ira sobre su hermano, en que no era un asesino. Si mi marido
confiaba en él, yo también lo haría.
Además, no estaba segura de lo que él quería decir con que no
estaba “lista”, pero sabía que yo ciertamente no estaba lista para tomar esa
decisión. Hechizo de bloqueo o no, me gustaba mi corazón donde estaba.
—Si mi corazón es lo único que se interpone en tu camino —le
pregunté a Vittoria—, ¿por qué no lo tomaste directamente?
—Ella no puede —dijo Envidia—. Tú debes elegir dejarlo ir.
—¿O? —pregunté, buscando el rostro de mi gemela—. ¿Cuál es la
consecuencia?
Vittoria exhaló.
—Morirás. Tal como siempre pretendieron. Se suponía que nunca
debíamos recordar lo que somos. ¿La noche que nos quitamos los
amuletos? Hizo una fisura en nuestra maldición. Por eso nos advirtió que no
los intercambiáramos. No iban a alertar al diablo. Iban a iniciar una
reacción en cadena que nos liberaría, otra de sus profecías. Nadie quiere
liberar a las diosas de la venganza, especialmente cuando las han agraviado.
—¿Cómo te enteraste de esto? —pregunté.
—Un libro de hechizos me susurró sus secretos. Poco después de
que me quité el amuleto y te lo di, mi habilidad latente se desbloqueó y se
hizo más fuerte con el tiempo, los susurros se volvieron más fuertes e
insistentes con que actuara. Un día los susurros me llevaron al primer libro
de hechizos. Así es como aprendí la forma de eliminar mi propio hechizo de
bloqueo.
Eso era cierto. Había leído la entrada en su diario que mencionaba
los susurros y el deseo de entender de Vittoria. Me alejé de los barrotes de
la celda y me derrumbé sobre el colchón, las motas de polvo se hincharon
en una explosión.
Nonna lo había sabido todo este tiempo. Ella no solo lo había
sabido, sino que también había sido la que nos había atado a nuestras
formas mortales. Sabiendo que eventualmente moriríamos, atrapadas como
mortales, si no elegíamos voluntariamente romper el hechizo de bloqueo.
Nuestra falta de educación en hechizos ofensivos ahora tenía sentido. Todo
lo tenía. Y lo odiaba. Quería seguir luchando contra eso, pero todo
encajaba.
—Pero éramos niñas. Crecimos. ¿Cómo es eso posible?
—¿Recuerdas haber viajado a esa cabaña en el bosque? ¿La de la
amiga de Nonna? —preguntó Vittoria de repente. Asentí, mi inquietud
creciendo—. ¿Cómo llegamos allí? ¿Cómo llegamos a casa? ¿Por qué
estaba tan brutalmente frío y cubierto de nieve? Se sentía mucho como aquí,
¿no?
Recientemente me había preguntado lo mismo. Había cuestionado el
verdadero propósito de esa visita y cómo no podía recordar pequeños
detalles como viajar hasta allí y regresar a casa. Todo lo que podía recordar
eran los guantes de cachemir, el caldero burbujeante...
Sentí la primera punzada de lágrimas formándose y apreté las
mandíbulas. Nuestros recuerdos, toda nuestra vida, nada era real. Todo era
magia, mentiras y traición. Y, sin embargo, todavía se sentía real.
—¿Qué pasa con nuestros padres? —pregunté—. ¿Sabían?
Algo parecido a la lástima entró en los ojos de Vittoria.
—Volveré más tarde para ver qué decides. No sugiero esperar
demasiado para tomar una decisión. Ira no combatirá el veneno para
siempre. Es inmensamente poderoso, pero no contra un veneno mágico
creado por la Muerte. —Volvió a mirar mi herida—. Y eso necesita sanar, o
tu elección será hecha por ti.
—¿Cómo?
—Si mueres naturalmente, te traeré de vuelta. Sin tu corazón mortal.
—Podrías traerme vendajes y suministros.
—Tienes razón. Podría. —Vittoria ladeó la cabeza—. Pero no lo
haré.

Había estado acostada en el colchón solo unos minutos, mirando a la


nada mientras trataba de procesar todo lo que había aprendido, cuando
Envidia apareció sobre mí. Su mirada era impresionante. Un poco
arrogante, un poco irritado y tan brutalmente decidido como nunca lo había
visto.
—¿Recuerdas las Estrellas de las Siete? —preguntó.
—Me preguntaste eso antes.
—Y no te dignaste a responder.
—En caso de que no te hayas dado cuenta —dije, con veneno en el
tono—, fuimos interrumpidos.
—¿Vas a quedarte ahí y enfurruñarte toda la noche? ¿O concentrarte
en la tarea por delante? —Su voz crujía por el enojo. ¿Cómo me atrevía a
no prestar inmediata atención a sus reales demandas?
Aparte de un asesinato que no estaba segura de que hubiera sido
realmente un asesinato, estaba el castigo de sangre sobre Vittoria, el
envenenamiento de Ira y todo lo que acababa de enterarme de mi familia
con lo que lidiar en un corto período de tiempo. Mi mundo se estaba
derrumbando más rápido que la sala de juegos de Avaricia, y Envidia debía
arrastrarse de regreso a su rincón y dejarme pensar por unos minutos.
Necesitaba establecer una lista de objetivos alcanzables y, en este momento,
estaba luchando por hilvanar un solo pensamiento.
—Permíteme refrescarte la memoria —dijo—. Fuiste en busca de
las Siete Hermanas. Las encontraste y al Espejo de la Triple Luna que yo
buscaba. ¿Recuerdas dónde?
—¿Por qué eso te…? —Me senté, haciendo una mueca ante el
resurgimiento del dolor. Mi piel comenzaba a quemarse, como si la fiebre
me estuviera alcanzando. Observé las raíces en el techo, juntando las piezas
a las que se refería Envidia. Y mi estómago se hundió—. Había un árbol en
el Corredor del Pecado. Tuve que alimentarlo con sangre para abrir la
puerta secreta en su tronco.
—¿Sabes por qué te envié tras el espejo? —presionó Envidia, su
tono adquiriendo un poco de urgencia. Negué con la cabeza—. Porque la
llave para desbloquear la magia en el árbol requiere la sangre de un dios del
infierno. Sangre de diosa. Nadie más puede hacer que esa puerta se abra. Y
me refiero a nadie, no importa cuán poderoso sea.
—Sangre y huesos. —Me dolía la cabeza—. Si Ira incluso lograra
liberarse de alguna manera, no puede encontrarme. El Corredor del Pecado
bloquea nuestro vínculo. E incluso si encontrara el árbol, no podría acceder
a él.
—El árbol tiene raíces, pero a menudo se mueve, lo que hace que
sea casi imposible que cualquier demonio lo rastree. Lo que significa que
tenemos que idear un plan de escape. —Miró mi herida con disgusto—. Y
tenemos que hacerlo rápido antes de que no me seas útil en absoluto.
—Tu preocupación por mi bienestar es verdaderamente
conmovedora. —Suspiré cuando Envidia asintió con la cabeza, claramente
pasando por alto el sarcasmo en mi tono—. No puedo derretir las barras.
Dudo que pueda quemar nuestra salida. Puedo decirle a mi hermana que
aceptaré darle mi corazón mortal, pero si llega a mi corazón antes de que
podamos someterla, imagino que mi aceptación será suficiente para que
actúe. ¿Qué sugieres?
Envidia se paseaba por la pequeña celda, pasándose una mano por el
cabello. Movía la mandíbula como si se le hubiera ocurrido una idea, pero
estuviera discutiendo en silencio consigo mismo. Finalmente, se detuvo y se
volvió hacia mí. Su expresión era fría. Sus ojos, pozos gemelos de odio
insondable.
—Tu hermana me desea.
Parpadeé cuando su significado se hundió.
—¿Qué vas a hacer? ¿Ofrecerte a acostarte con ella?
—Estamos al borde de la guerra, Emilia. Me la follaré hasta dejarla
sin sentido si es necesario. Usaré mi pecado y lo haré tan bueno que ella
envidiará a cualquier otra amante que tome después de ella. Podría ganarte
tiempo para salir de la celda.
—¿Qué hay de ti? —pregunté, odiando que incluso considerara
aceptar algo que claramente lo hacía parecer al borde de experimentar el
pecado de mi esposo—. Si me escabullo, tú todavía estarás atrapado. Con
ella. No se sabe si ella asesinó a la comandante de Avaricia. Y odiaría ver lo
que te haría si la traicionas.
—Tu preocupación por mi bienestar es realmente conmovedora —
me citó, ganándose un gesto ofensivo con la mano—. Me moveré para estar
cerca de la puerta de la celda. Luego la empujaré hacia el colchón, seré tan
rudo como ella quiera y cerraré la puerta antes de que sepa lo que estamos
haciendo. Si tenemos suerte, no tendré que tocarla más que empujándola
hacia la cama.
—No me gusta. Hay… —Una tos baja y entrecortada nos sobresaltó
a los dos. Le lancé al príncipe una mirada acusadora y él se encogió de
hombros—. ¿Cómo no mencionaste que había otra persona aquí?
—Regenerar un corazón no es tarea fácil. Me desperté poco antes
que tú. —Envidia se acercó a los barrotes, asomándose a la penumbra—.
¿Quién está ahí?
Otra tos. No sonaba bien.
—¿Hola? —pregunté, acercándome al lado de Envidia—. ¿Ira?
—¿Emilia?
Mi corazón se apretó dolorosamente. No era mi marido. No podía
decidir si estaba aliviada o más preocupada por su bienestar. Pero aun así,
reconocí esa voz.
—¿Antonio? —Volvió a toser, el sonido más cercano. Como si
estuviera en una celda contigua a la nuestra—. ¿También estás encarcelado?
Su risa tranquila se convirtió en toses atormentadoras.
—Me prometió que volvería a ver a mi madre. Si hacía todo lo que
ella dijera. Quería que fingiera que había matado a esas chicas. Si hacía mi
parte, ella juró que traería de vuelta a mi madre. Al igual que lo hizo con el
lobo. Ángel de la Muerte. Eso es lo que había pensado. ¿Quién sino un
ángel podría resucitar a los muertos? Pensé que tal vez también traería de
vuelta a las brujas. No sabía… no sabía que ella quería vengarse de sus
familias.
Cerré los ojos. Sus acciones tenían sentido. Nunca había sido el
mismo después de la muerte de su madre. Se había unido abruptamente a la
santa hermandad, se había retirado. El dolor no era simplemente una
sombra que seguía a la gente; era el peor tipo de compañero. Era una
emoción que podía alentar a alguien a marchitarse a través del dolor y las
lágrimas o convertirlo en un monstruo. Ansiando venganza como la sangre.
Justicia. Venganza. Como si derramar sangre trajera de vuelta a esa persona.
Yo lo sabía. Había sido la misma chispa que había encendido mi actual
trayectoria.
Había sido cruel por parte de Vittoria colgar ese tipo de esperanza
imposible frente a su rostro. Inhumano. Me había aferrado a la creencia de
que aún quedaba un lado noble en ella. Algo redimible. Un vínculo entre
nosotras que nunca podría romperse. Si no lo había, entonces quizás
Avaricia había estado en lo cierto. Tal vez ella no estaba destinada a ser
salvada.
—Nos engañó a todos, Antonio. Incluso a mí.
Envidia lanzó una mirada que decía que él no había sido engañado,
y le hice señas para que mantuviera cerrada su molesta boca. Levantó las
manos en fingida rendición y volvió a su rincón para acechar y conspirar.
Diosa, concédeme la fuerza para tratar con príncipes demoníacos
superiores y arrogantes.
—¿Te gustaría volver a casa ahora? —pregunté cuando mi viejo
amigo no había dicho nada más—. No es demasiado tarde, ¿sabes?
—Casa. —Dijo la palabra como si la probara y encontrara el sabor
demasiado amargo para su gusto—. Es todo otro engaño, ¿no? —Antes de
que pudiera pensar en una respuesta para consolarlo, dijo—: Domenico
nunca la deja. Incluso cuando ella baja aquí, él está de pie al final del
corredor, vigilando. Y no está solo. Es difícil de distinguir, pero por lo
general hay varios otros. Trajeron una nueva aquí. No se acerca a la celda,
pero la veo mirando. Parece más salvaje que los demás. Como un perro
salvaje que no soporta estar enjaulado. Domenico parece nervioso cuando
ella está cerca. Que es todo el tiempo últimamente.
—¿Cómo sabes que es nueva?
—Los escuché susurrar la noche que ella llegó. Algo acerca de que
ella no puede viajar entre reinos. Domenico y otro lobo tuvieron que
recuperarla.
Eché un vistazo a Envidia. Su expresión era tensa. Incluso si nuestro
plan de encerrar a Vittoria en nuestra celda funcionara, tendríamos que
lidiar con los lobos. Lo cual no sería demasiado preocupante si no fuera por
mi herida supurante y la falta de un arma. Tampoco estaba segura de qué
hacía el poder de Envidia, pero me preguntaba si estar en un lugar
encerrado por la magia de la diosa alteraba sus habilidades. A juzgar por su
sombría reacción, no era bueno. Y si había una nueva loba que ponía
nerviosos a los demás debido a su incapacidad para viajar al Reino de las
Sombras, no quería encontrarme cara a cara con ella. Me esforcé por ver
alrededor de los barrotes de nuevo.
—¿Sabes si la nueva loba todavía está aquí? —pregunté.
Un sonido terrible, crujido de huesos seguido de un ruido de
chapoteo, rompió el silencio. Vittoria apareció a la vista, sosteniendo un
corazón amputado y chorreante. El horror convirtió mi sangre en hielo.
Ella no pudo haber…
—Ahí. Ahora no tenemos que escucharlo parlotear y puede volver a
ver a su madre. Eso es lo que él quería. —Caí de rodillas y vomité. Mi
hermana se arrodilló lentamente y se encontró con mi mirada, el corazón de
Antonio aún latiendo en su mano—. ¿Querías follarlo primero? Puedo
traerlo de vuelta. Olvidé que tenías ese enamoramiento. Estará como nuevo
si actúo ahora. Estoy segura de que no obstaculizará su desempeño, aunque
es mortal, por lo que probablemente no sea tan impresionante en su mejor
día. Aunque, dado lo mucho que le gustaba hablar, tal vez su boca podría
ser lo suficientemente agradable.
—¿Qué es lo que te pasa? —grité.
—Estoy haciendo exactamente aquello para lo que fui creada,
Emilia. ¿Cuándo harás tú lo mismo?
Mientras luchaba contra los lobos, me había prometido a mí misma
hacer todo lo posible para desbloquear todo mi poder, pero tenía que haber
alguna otra forma de lograrlo. Cuando volviera a la Casa de la Ira, buscaría
una solución en cada maldito grimorio que pudiera.
Vittoria me chasqueó la lengua y se puso de pie, invocó un frasco de
vidrio de los éteres, metió el corazón dentro y giró la tapa para mantenerlo
seguro. Desapareció en una voluta de humo. Se fue con el resto de su
morbosa colección. Me hizo pensar en un sueño que tuve una vez: la noche
en que tuve hipotermia e Ira me cuidó hasta que recuperé la salud. Había
visto imágenes de corazones en frascos.
Ahora sabía de dónde venían. Recuerdos de otro tiempo y lugar. Su
templo tal vez. O donde sea que guardara su colección. Quizás había una
cámara espantosa en nuestra Casa del Pecado que contenía sus trofeos.
—Gobierno sobre la muerte —continuó—. Tú eres la que está
confundida acerca de quién eres y cuál es tu propósito, Furia. ¿Creías que
la Casa de la Venganza no era cruel?
—Le dijiste que traerías a su madre de vuelta.
—Nuestro pequeño amigo entendió mal —dijo Vittoria—. Le dije
que volvería a ver a su madre. Entonces Domenico y yo le mostramos mi
pequeño truco del corazón. Antonio completó el resto. No es mi culpa que
no haya pedido una aclaración. Mantuve mi promesa. Me imagino que su
alma se está reuniendo con su madre ahora. Si no deseas follarlo, ¿cuál es tu
problema? No era más que una herramienta mortal. Ciertamente no tuvo
problemas para pasar por encima de ti cuando le convenía a sus
necesidades. ¿Sabes lo fácil que fue conseguir que aceptara mi plan?
¿Incluso sabiendo que te lastimaría en el proceso?
Miré a mi gemela, a la extraña en la que se había convertido. Al
verla así de fría y sin emociones, tan fácilmente capaz de asesinar… tal vez
ella había matado a Vesta. Podía ver esta versión de mi hermana de pie sin
hacer nada mientras sus lobos destrozaban al demonio, dejando el olor de su
sangre por todas partes. Quizás la nueva loba que Antonio había
mencionado había hecho los honores. Antonio… volví a vomitar, incapaz
de mirar la sangre que cubría la mano de mi hermana.
—Tráelo de vuelta —supliqué, limpiando las náuseas de mis labios
mientras me levantaba—. Lo juro sobre mi sangre, si no lo haces, nunca te
ayudaré a recuperar nuestra Casa.
Los ojos de Vittoria brillaron con algo que parecía victoria.
—¿Su corazón por el tuyo?
Hice una pausa. No quería renunciar a mi corazón mortal, pero no
podía dejar morir a mi viejo amigo. Vittoria me tenía arrinconada, y ella lo
sabía. Tomé una respiración profunda.
—Yo…
Envidia, que había estado en silencio hasta ahora, habló.
—Sabes, tengo curiosidad. ¿Qué se siente saber que tu madre
favorece a Emilia? No tengo madre, pero me imagino que es un sentimiento
desagradable. Uno que inspiraría mi pecado homónimo.
Sentí el ligero pulso del pecado de Envidia, tan sutil que mi hermana
podría no haberse dado cuenta en absoluto de que había usado magia. Ella
entrecerró los ojos.
—Para que eso sea cierto, nuestra madre tendría que mostrar interés
en nuestra existencia. Ella nos creó, luego pasó a la siguiente fantasía
pasajera. ¿La ves aquí? —Vittoria ni siquiera se molestó en fingir mirar
alrededor. Aunque su uso del término crear me hizo temblar.
Aparentemente, no habíamos nacido. Era otra rareza a la que tenía que
acostumbrarme, aunque mi hermana no parecía perturbada en absoluto—.
La Anciana no está aquí porque tiene cosas más importantes que hacer,
almas que atormentar y cualquier otra cosa a la que se entregue.
La sonrisa de Envidia era felina: un gran gato depredador que estaba
a punto de saltar.
—Mis espías me han susurrado historias interesantes. Unas que
Emilia puede verificar.
Otro suave parpadeo de su pecado. Permanecí donde estaba,
inmóvil, sin querer romper el hechizo. Aunque internamente le estaba
gritando que se diera prisa. Antonio necesitaba recuperar su corazón.
—¿Te gustaría saber dónde ha estado tu madre estos últimos años?
—continuó Envidia, con tono burlón—, ¿qué ha estado haciendo?
Y entonces lo vi. El ligero movimiento de una sombra en la pared.
Alguien estaba de pie justo fuera de la vista. Me tensé, con la esperanza de
que Envidia hubiera sentido algo que mis adormecidos sentidos mortales no
habían percibido y por eso había comenzado a distraer a mi gemela. Vittoria
no había desviado su atención del príncipe, lo que me hizo preguntarme si
ya era consciente de quién se acercaba lentamente y no estaba preocupada.
O si ellos habían lanzado un glamur, escondiéndose de ella. Recé para que
esto último fuera cierto.
—No me importa —dijo finalmente Vittoria—. No ha estado
tratando de romper nuestros hechizos de bloqueo. No se ha molestado en
acudir en nuestra ayuda. Nos creó para vigilar el inframundo, luego se fue.
Es maravillosa para desaparecer, para viajar a cualquier reino o universo
que se le antoje. Podrían pasar mil años antes de que la volvamos a ver.
—La Casa de la Ira es una elección peculiar de residencia para
alguien que no está interesada en sus hijas. Bueno —enmendó Envidia—, al
menos en una de ellas. —Me miró entonces—. Creo que su título era el de
Matrona de Maldiciones y Venenos.
—Celestia. —Mi voz salió en un susurro sorprendido. No estaba
respondiéndole a Envidia. Le estaba hablando a la mujer de cabello
plateado y lavanda que había aparecido detrás de mi gemela.
Sus ojos oscuros se encontraron con los míos antes de caer en las
marcas de garras en mi pecho. Algo parecido a la ira brilló en su antigua
mirada, algo que reconocí en mí misma.
De un parpadeo a otro, invocó las raíces de encima de nosotros, las
arrancó del techo y las envolvió alrededor de Vittoria, encadenándole los
brazos, piernas y cuerpo. Mi hermana se agitó, completamente sorprendida
con la guardia baja, luego se quedó inmóvil cuando la Anciana quedó de pie
frente a ella.
La sonrisa de Celestia era lo que hacía que los monstruos se
asustaran. Aquí estaba no simplemente una diosa del inframundo, sino su
creadora.
—Hola, hija.
DIEZ
—Madre. —La conmoción de Vittoria se disolvió casi tan
inmediatamente como había aparecido. Golpeó contra las raíces que la
ataban, gritando maldiciones y maleficios. Celestia observó, despreocupada.
Mi hermana era una diosa poderosa, pero Celestia era la Anciana. Una titán.
Cuando pareció que se daba cuenta de eso, Vittoria se quedó inmóvil,
respirando con dificultad, su mirada aún más dura—. Demostraste que
tenías razón. Déjame ir.
Los barrotes de mi celda se encendieron con un brillo lavanda y
luego se hundieron en la tierra. Pasé la barrera con cautela, aliviada cuando
salí de la celda sin dolor ni dificultad.
Corrí a la celda junto a la mía, agarrando los barrotes con fuerza. El
cuerpo roto de Antonio estaba tirado en el suelo, un charco de sangre rojo
rubí reflejaba la luz de las antorchas. Mi gemela yaciendo en un altar, un
charco de sangre similar rodeándola, cruzó por mi mente. A diferencia de
mi hermana, Antonio no era inmortal. No volvería a levantarse. Se pudriría
y sus huesos finalmente se convertirían en polvo. Y cesaría para siempre.
No importaba lo que me había hecho, no se merecía esto.
—Ayúdalo, —Me volví hacia la Anciana—, por favor. Devuélvele
su corazón.
La atención de Celestia se movió hacia el cuerpo. No había nada en
su expresión que indicara sus pensamientos. Ella volvió a mirarme.
—Se ha ido, niña. Traerlo de vuelta ahora... no es natural. Él no
sería natural.
Miré de la Anciana a mi gemela, desesperada.
—Vittoria trajo un hombre lobo de vuelta. Y Antonio no murió de
muerte natural. Debe haber alguna forma de arreglarlo.
Celestia sacó el frasco con su corazón del éter y lo sostuvo para que
yo lo viera. Quería vomitar, pero obligué a mi mirada a no vacilar. Celestia
golpeó el cristal.
—Ya no late. No hay nada que hacer. Él está más allá de nuestro
alcance ahora. Debes dejarlo ir, Hija de la Luna.
—No puedo.
Las lágrimas que había estado conteniendo se soltaron y se
derramaron por mis mejillas. Fue demasiado. Todo. Ira estaba desaparecido
y envenenado; él podía estar sufriendo en este momento, y me sentía
impotente para ayudarlo. Mi enamoramiento de la infancia había sido
brutalmente asesinado antes de que pudiéramos encontrar un verdadero
cierre y perdón. Y mi gemela, por quien literalmente había bajado al
Infierno para vengar porque la amaba mucho y estaba tratando de salvar
desesperadamente, era la fuente de todo el dolor.
Un sollozo me atravesó. Cuanto más intentaba absorberlo, más me
derrumbaba. No era solo la muerte sin sentido de Antonio. Era todo. Todo
mi mundo se estaba desmoronando. Mi familia. Mi vida. Nada era lo que
parecía. Ni siquiera mi comprensión de mi propia vida, de quién era yo
como persona, como diosa. El peso de todo eso me aplastaba.
Me arrodillé y me sometí a las olas de dolor que me arrastraban. No
sabía cómo seguir. Cómo volver a levantarme. No sabía si quería
levantarme. Estaba cansada de pelear tantas batallas, tanto emocional como
físicamente. Tal vez el mundo estaría mejor sin las diosas y su poder cruel e
inhumano y sus juegos perversos.
Todos a los que amaba, todos los que habían tenido la desgracia de
conocerme, estaban sufriendo.
Las botas relucientes de Envidia aparecieron ante mis ojos cuando
se puso de pie a mi lado. Casi esperaba que hiciera un comentario cortante,
que me provocara a sentir algo más que el dolor aplastante que me
agobiaba. O tal vez que me llamara la criatura patética que era.
En cambio, extendió una mano. Las lágrimas corrían por mi rostro
mientras la miraba, mis sollozos ahora casi me ahogaban.
—Levántate —dijo en voz baja—. Tal como siempre temieron que
harías.
Sus palabras, las mismas que me había dicho semanas atrás cuando
visitaba su Casa del Pecado, atrajeron mi atención hacia su rostro. No me
miraba como si fuera patética. Parecía alguien que entendía, íntimamente,
lo que era perderlo todo. El ser forzado a permanecer de pie cuando
deseabas caer. El levantarte por tu cuenta y desafiar la mano del destino que
traía tanto dolor al golpearte una y otra vez. Elegir vivir y prosperar a pesar
de lo malo. Y lo más importante, atreverse a soñar con días mejores
mientras el mundo actual era una pesadilla viviente.
—Levántate, Emilia —repitió, su mano como un salvavidas—.
Recuérdaselo a todos.
Mis lágrimas disminuyeron cuando mis dedos se unieron a los
suyos. Tiró suavemente pero con firmeza, ayudándome a ponerme de pie.
Inspiré profunda y entrecortadamente y me agarré con más fuerza, las
últimas lágrimas se secaron.
—Gracias.
Me apretó la mano una vez antes de soltarla.
—Naturalmente, esto me beneficia. No seas demasiado agradecida.
Todavía no me gustas tanto.
Sabía que no era toda la verdad, pero no cuestioné cómo se las había
arreglado para mentir parcialmente. En cambio, observé a Celestia y
Vittoria. Mi familia por sangre. Mi gemela todavía luchaba con sus cadenas
de raíces mágicas, y el rostro de mi madre era imposible de leer. Habría
tiempo para hablar, para ver qué se podía hacer con mi mortalidad y mis
recuerdos, pero ahora mismo tenía que llegar a Ira.
Me dirigí a mi madre.
—¿Los lobos?
—Están encerrados en el Reino de las Sombras durante la próxima
hora —dijo—. Vayan. Y no olvides que me debes mi libro de hechizos. Iré
por él pronto. Tenlo listo.
—Lo haré. —Sostuve la mirada de la Anciana y asentí una vez.
Como cualquier dios, imaginé que era mercurial. Su estado de ánimo
cambiaba con su siguiente capricho. No necesitaba otro enemigo para
controlar por encima del hombro y estaba agradecida de haber recordado
meter su libro en mi cartera la noche que descubrí que Vittoria estaba viva.
Envidia empezó a recorrer el corredor de tierra, sin molestarse en
ver si yo lo seguía. Como me había prometido, cuando salimos a la
habitación donde había encontrado por primera vez el Espejo de la Triple
Luna, no había hombres lobo al acecho.
Envidia echó un vistazo alrededor del espacio, su atención
aterrizaba en todo como si estuviera archivando mentalmente la
información para su uso posterior.
—No muy digno de una diosa, pero supongo que hay una cierta
cantidad de encanto rústico. Si uno pasa por alto la piedra y la tierra.
Sonriendo ante su comentario, negué con la cabeza y me moví hacia
el pedestal en el centro de la habitación. La última vez que había estado
aquí, contenía el Espejo de la Triple Luna. Ahora mi daga brillaba desde
donde esta había flotado, apuntando hacia abajo, en su centro. Envolví los
dedos alrededor de ella, sintiendo que una oleada de determinación me
llenaba. Y tal vez esperanza. Encontraría a mi rey, luego encontraría una
manera de romper mi hechizo de bloqueo. De alguna manera, en el camino,
también descubriría la verdad detrás del asesinato o la desaparición de Vesta
y limpiaría a mi hermana de cualquier delito. O la vería pagar por sus
crímenes.
Dejé escapar un suspiro. No iba a ser fácil, pero encontraría la
manera de lograrlo todo. Primero, necesitaba encontrar a mi pareja. Mi
esposo.
Me enfrenté a Envidia, recordando lo que había dicho mi hermana
sobre la ubicación de Ira. Si le podía creer. No había vuelto a ser
completamente una diosa, así que no podía estar segura, pero hasta ahora yo
no tenía problemas para mentir. A diferencia de los príncipes demonio.
—¿Sabes dónde está el templo de Vittoria? —pregunté. Él asintió
con la cabeza, su atención fija en la daga—. Entonces vamos.
Estábamos de pie fuera de las puertas del Infierno, justo al comienzo
del Corredor del Pecado, mirando la magia feroz que crepitaba sobre los
huesos. Ira había lanzado un hechizo para cerrar las puertas cuando
habíamos llegado por primera vez a los Siete Círculos, y la magia se
retorcía a su alrededor como enredaderas demoníacas.
Esta magia parecía un poco apagada en color y en la forma en que
se sentía, pero no podía confiar exactamente en mis recuerdos. La
maldición todavía trabajaba duro, aunque no era tan poderosa ahora que
había permitido que un poco de la magia de Ira entrara en mi alma.
La tormenta de invierno que siempre parecía estar presente de
alguna manera estaba en plena furia. Dondequiera que estuviera, mi esposo
estaba furioso. Sin embargo, su temperamento y la forma en que impactaba
en el reino me dieron esperanza. Ira debía estar ileso para causar un clima
tan turbulento.
Parpadeé copos de nieve de mis pestañas, temblando cuando
Envidia colocó la mano en la puerta como lo había hecho Ira. Habló en un
idioma desconocido, y magia de color verde le iluminó la mano y se hundió
en las puertas. Mantuvo la mano allí, esperando que sonara ese clic.
Y no pasó nada.
Envidia maldijo rotundamente y lo intentó de nuevo. Con los
mismos resultados. Se alejó de las puertas, pasándose las manos por el
cabello mientras paseaba, murmurando para sí mismo. Sacó la daga de su
Casa del interior de la chaqueta de su traje verde cazador y se pinchó el
dedo. Al igual que Ira, su herida se curó instantáneamente, pero logró
manchar de sangre las puertas. No abrieron.
Cualquier esperanza que había estado sintiendo retrocedía
lentamente hacia el miedo y la incertidumbre. Aunque estaba bastante
segura de que estaba bien, necesitaba llegar a Ira.
—¿Mi sangre las abrirá?
Envidia dejó de caminar en círculos y entrecerró los ojos.
—Puedes intentarlo, pero sospecho que la magia que une las puertas
se colocó aquí para evitar que regresen los de tu especie tanto como los de
la mía.
No había dicho “tu especie” con veneno, y aun así me estremecí.
Para alguien de fuera de este reino, yo era como un demonio. Eso iba a
tomar algún tiempo para acostumbrarme. Me acerqué a los cuernos de alce
que actuaban como mangos.
—Ira los bloqueó. ¿Por qué me obligaría a mí o a cualquier otro
príncipe a que no nos fuéramos?
—La magia no es demoníaca. —Envidia suspiró, su aliento
empañado frente a él—. Las Brujas de las Estrellas han vuelto a sus viejos
trucos.
Brujas de las Estrellas como Nonna. Me había dicho que eran las
guardianas entre reinos. Actuaban como guardianas de la prisión de
condenación. Que suponía que era su nombre para los Siete Círculos.
También había afirmado que yo era una de las guardianas, pero ahora sabía
que era una mentira.
Imaginarme a mi abuela viajando aquí para encerrarme era un puñal
más en mi corazón. Ella había prometido venir a buscarme después de que
me dijo que corriera y me escondiera de los príncipes del Infierno; ella
había jurado que nos reuniríamos. No le había dicho que había decidido
venir a los Siete Círculos, y una parte de mí quería creer que si ella lo
hubiera sabido, no me habría encerrado aquí.
—Lo intentaré de todos modos —dije, todavía esperanzada, aunque
tenía dudas.
Presioné la hoja contra la punta de mi dedo, estremeciéndome
cuando la sangre empezó a gotear, y manché el asta como lo había hecho
Envidia. Me imaginé las puertas crujiendo al abrirse. O abriéndose
violentamente. Esperaba que si creía lo suficiente, el resultado deseado se
manifestaría. No pasó nada.
Estudié la magia, un pensamiento inquietante entró en mi mente. Ira
había quedado atrapado fuera de este reino. Lo que significaba que mi
hermana lo había transportado a las Islas Cambiantes antes de que las
Brujas de las Estrellas hicieran su maleficio o, de alguna manera, habían
trabajado en conjunto.
Si ese fuera el caso, entonces Nonna debía saber que yo estaba aquí.
El fuego estalló en el aire a nuestro alrededor, las enredaderas
treparon por las puertas, aplastando, quemando y tirando como si pudiera
incinerar cualquier barrera que intentaran poner entre mi marido y yo.
Explosión tras explosión golpeó las puertas, mi furia crecía con cada intento
fallido.
Envidia maldijo y dio un paso atrás, las llamas se elevaban más y
más como si condenaran a los cielos. Cualquiera que fuera el hechizo que
habían usado las brujas, ni siquiera se resquebrajó. Dejé ir mi magia, mis
hombros cayendo en derrota. Mi abuela realmente me había encerrado en el
Infierno.
—Nonna no puede ser la villana.
—Bueno, eso es lo curioso de la perspectiva —dijo Envidia—. En
su versión de esta historia, tú eres malvada. La profetizada oscura de quien
debe proteger al mundo mortal.
—Pero yo nunca lastimaría a nadie. Independientemente de una
profecía.
Incluso mientras lo decía, sabía que era una mentira. Si alguien
lastimara a Ira o a cualquier otra persona que amara, no dudaría en traerles
dolor a cambio. Devolver el golpe brutal y viciosamente.
Envidia apretó los labios, probablemente ya sabiendo lo que
acababa de darme cuenta, y se guardó su comentario para sí mismo.
Había tantas capas que quitar. La maldición. La profecía. Apenas
recordaba que había una, aunque los detalles siempre habían sido turbios.
Algo que me habían dicho era el resultado de la maldición, cómo cambiaba
con cada recuento de la historia.
Mi amiga Claudia había sido la que me había dicho que los
recuerdos borrosos eran el resultado de la maldición, que era lo que nos
impedía a todos recordar. Hasta entonces, ni siquiera sabía que había una
maldición o una profecía, solo una deuda de sangre con el diablo. O eso
decía Nonna. Mi abuela finalmente me había hablado de la profecía la
noche que nos despedimos. No había dado muchos detalles, solo insinuado
que Vittoria y yo de alguna manera señalábamos el final de la maldición del
diablo.
—Es como dijiste la noche que te conocí —le dije, sonriendo con
tristeza a Envidia—. Es una red enredada.
—Y solo hemos comenzado a cortar los hilos.
Ambos nos quedamos en silencio por un momento.
—Si fueras a matar a alguien aquí y no quisieras que nadie detectara
los detalles, ¿usarías sangre de hombre lobo para cubrir tus huellas?
Si a Envidia le sorprendió mi cambio de tema, no lo dejó notar.
—Si quisiera incitar una guerra, tal vez. Los sentidos de los lobos
son superiores. Eventualmente rastrearían la verdad y atacarían fuerte y
rápido. Es una de las razones por las que los demonios dejaron de secuestrar
lobos hace años. Usar sangre de lobo no valía el precio que terminarían
pagando.
—¿Crees que Vittoria mató a la comandante de Avaricia?
—Creo que en realidad no importa de una forma u otra. Ya fuera
ella, las brujas o los cambiaformas. Si Vesta fue secuestrada o fingió su
muerte —dijo Envidia—, Vittoria es el catalizador. Podría haberse
disculpado, haber dicho la verdad. Llamado a una tregua, cualquier cosa. En
cambio, reunió un ejército de lobos. Trató de atraer a Avaricia a una alianza,
sabiendo que lo enfrentaría contra nosotros, para usarlo para cualquier
juego que había planeado. Jugó conmigo, irrumpió en mi casa, se acostó
con mi segundo. Fue a la corte de vampiros, provocó discordia allí. Se burló
de Orgullo.
—¿De verdad?
—Vittoria claramente disfruta del caos. —Envidia inspeccionó las
puertas por última vez—. Conozco un portal secreto, uno al que las brujas
no tienen acceso y que nos llevará a las Islas Cambiantes. —Observó mi
daga—. Ten eso listo. Imagino que lo necesitaremos.
Antes de que pudiera preguntar dónde estaba o por qué necesitaría
un arma, me agarró la mano y nos transportamos al portal secreto. Cuando
el humo se disipó de nuestro viaje demoníaco, me di cuenta de por qué
necesitaría el arma. Varios demonios de Umbra estaban hombro con
hombro, no tan invisibles, mientras bloqueaban nuestro camino. Detrás de
ellos había un enorme castillo de perlas y oro. Adornado hasta el punto del
exceso, y sin embargo no era la Casa del Pecado de la Avaricia o la Gula.
Era del Orgullo.
Le lancé a Envidia una mirada de incredulidad.
—Déjame adivinar, no tienes una invitación.
Ira me había dicho que un príncipe que se presentaba en otro círculo
demoníaco sin ser invitado era un acto de agresión. Envidia levantó el
hombro, imperturbable.
—No tomé exactamente una pluma y una botella de tinta cuando tu
hermana me emboscó. Orgullo será razonable. Un túnel de acceso al portal
se encuentra en el borde este de su círculo, justo antes de que comiencen las
Tumbas Llameantes. Dudo que cause problemas.
Lancé una mirada a los demonios normalmente incorpóreos. No
parecían una fiesta de bienvenida. Los demonios de Umbra retiraron sus
labios medio podridos, sus dientes puntiagudos y sus encías oscuras
castañetearon como si ya estuvieran imaginando nuestra sangre
humedeciendo sus lenguas.
—El príncipe Orgullo no te verá —siseó el demonio Umbra más
cercano a nosotros—. Mejor da la vuelta. Escóndete en tu castillo hasta que
tu príncipe te rescate, princesita.
Había algo especialmente irritante en un espía burlón, miserable y
mercenario que escupía la palabra princesita que me hacía hervir la sangre.
La risa baja de Envidia llamó su atención.
—Parece que los espías de mi hermano han estado holgazaneando.
Realmente no deberías haber tirado ese fósforo. —Me echó un vistazo,
asintiendo. Era hora de dar rienda suelta a mi furia latente—. Ahora la
sentirás arder.
Los demonios Umbra atacaron rápido, pero mi magia fue más
rápida. Rosas y flores llameantes estallaron entre nosotros, aterrizando
sobre los demonios normalmente invisibles. Antes de que pudieran activar
cualquier poder que los volviera incorpóreos, mis enredaderas cubiertas de
espinas brotaron de la tierra.
Con solo un pensamiento, las enredaderas treparon por sus piernas,
atándolos al suelo, y las empujé por sus gargantas, evitando que alguien
lanzara un hechizo o gritara pidiendo ayuda. Espinas de gran tamaño les
atravesaron la garganta, asfixiándolos con su propia sangre.
Liberé mi magia de fuego y dejé que las enredaderas hicieran el
duro trabajo de mutilar y matar. Me encantaba llevar flores en el pelo, ahora
me encantaba verlas convertirse en bonitas armas y destruir a mis
enemigos.
Un demonio se coló detrás de mí, pero Envidia gritó una
advertencia. Me giré justo cuando su hoja se arqueaba hacia abajo, cortando
mi vestido ya hecho jirones. Me contoneé hacia atrás con solo un pequeño
rasguño. Entonces me abalancé sobre el demonio, mi daga en su garganta.
Me escupió en la cara y se rio.
—Tu príncipe no debe haber estado interesado en enseñarte a pelear.
—Pasó su mirada aceitosa por mi cuerpo—. Supongo que tiene otras ideas
para ti. Lástima que está a punto de ser reemplazado. Sin embargo, eso
nunca fue un problema antes, ¿verdad?
Arrastré al demonio para que se pusiera de pie, sacudiéndolo un
poco con una fuerza que no sabía que tenía.
—¿Qué sabes sobre Ira?
—Solo que tu amado pronto estará muerto. Y no serás más que la
divina puta que eres. Justicia poética si me preguntas.
Antes de pensar en lo que estaba haciendo, arrastré la daga de oreja
a oreja a través de su garganta. Lo suficientemente fuerte como para
arrancarle la cabeza del cuerpo. Miré fríamente al demonio muerto,
imperturbable por lo que acababa de hacer. Entonces me di cuenta de en
qué me estaba convirtiendo lentamente. Cuanto más la maldición perdía su
control sobre mí, más recordaba lo que era ser una diosa. No sentir
remordimiento. Ser alimentada por la venganza y acoger abiertamente el
vicio de mi Casa.
Me agaché y recuperé la cabeza.
Envidia silbó y metió las manos en los bolsillos, balanceándose
sobre los talones.
—Recuérdame que no te llame con nombres desagradables. Al
menos no sin ponerme una armadura y lanzar un hechizo protector, o doce,
primero.
—No fue lo que dijo sobre mí. —Sonreí, aunque estaba teñida de
tristeza, no de felicidad ni de orgullo, por lo que había hecho. Ante la
mirada inquisitiva del príncipe, agregué—: Su error fue decir que Ira
moriría. Imaginar un mundo sin él… no podría soportarlo.
Envidia me estudió cuidadosamente, su expresión inescrutable.
—Si Ira nunca puede darte su corazón, ¿aún lucharías por él?
Examiné los cuerpos a nuestro alrededor. Algunos todavía
retorciéndose donde se habían atragantado con las enredaderas. Si tan solo
hubiera podido hacer esto durante la batalla con los hombres lobo, tal vez
mi esposo no hubiera sido apuñalado o envenenado en absoluto.
—Solo puedo esperar que algún día no tengas que hacerme esa
pregunta —dije—. Que mis acciones hablarán más fuerte que mis palabras.
Pensé en Ira con esa última declaración, entendiendo exactamente
por qué prefería las acciones a las palabras. Tenían más valor. Más
significado que palabras que podrían ser sólo bonitas mentiras.
Con mi premio en la mano, miré hacia el castillo y comencé a
caminar hacia las puertas. Era hora de hacerle una visita al príncipe de este
círculo. De una forma u otra, Orgullo me dejaría usar ese portal para poder
llegar a mi esposo.
Envidia se puso a caminar a mi lado, robando miradas que fingí no
notar. Si estaba a punto de preguntar por qué había tomado un recuerdo de
nuestra sangrienta batalla, decidió no hacerlo.
Y eso hizo que mi parte mortal se preguntara si realmente había
asustado a un príncipe del Infierno.
ONCE
Después de mucha discusión, principalmente debido a mi ropa
menos que digna de un palacio, y ayudada en gran parte por una pequeña
demostración de mi magia de fuego, fuimos anunciados a la corte de
Orgullo. Su salón del trono era un testimonio de su pecado. La primera vez
que me habían detenido en su casa después de deambular por sus campos de
raíces somnolientas, solo había visto una habitación. Había sido adornada,
dorada, como algo que el Rey Sol hubiera adorado. Quizás Luis XIV se
había inspirado en este príncipe.
El suelo era de mármol blanco con delicadas vetas doradas. Techos
de catedral con coloridos frescos pintados en ellos también tenían dorado
donde la pared se unía al techo. Candelabros de cristal de gran tamaño
colgaban a lo largo de toda la habitación en intervalos regulares, emitiendo
un cálido resplandor bañado por el sol.
Se habían utilizado molduras ornamentales tanto en el piso como en
la pared superior. Espejos arqueados colgaban a lo largo de las paredes a
izquierda y derecha, creando un camino de espejos hacia el príncipe. Por
supuesto, alguien tan orgulloso como él requeriría todas estas oportunidades
para contemplar su glorioso yo.
Al final de la larga sala de espejos, Orgullo estaba recostado en su
trono, vestido con un chaleco de brocado azul marino y dorado, pantalones
delgados de color carbón y botas marrón oscuro que brillaban. Se veía cada
centímetro del príncipe que era, peinado a la más alta moda. Con mi ropa
desgastada por la batalla y manchada de sangre, y la falta de una visita a la
cámara de baño, sabía que me veía locamente fuera de lugar. No me
importaba. Solo una cosa estaba en mi mente en ese momento: el portal.
Envidia y yo caminamos a través de la multitud dividida de
cortesanos burlones, todos vestidos impecablemente, como cada corte
demoníaca que había visitado. Cada uno de estos demonios tenía rasgos
casi perfectos, lo que me hizo preguntarme si su espeluznante perfección
era el resultado de mejoras mágicas, no el resultado de la naturaleza.
También me hizo pensar en la cicatriz que su príncipe tenía en los labios;
cómo probablemente había tenido la opción de ocultarlo pero elegido no
hacerlo. Lo que me hizo preguntarme una vez más cómo la había
conseguido.
—Algunos de nosotros nos enorgullecemos de nuestra apariencia —
dijo el príncipe de este círculo, casi respondiendo a mis pensamientos.
Controlé mis expresiones en una máscara ilegible. Orgullo me observó por
debajo de la nariz, su labio curvándose por la sangre o, más probablemente,
por el material hecho trizas de mi vestido—. No todos nosotros, claramente.
Aunque supongo que como miembro no oficial de la corte de Ira, no
cuentas.
—Es encantador verte de nuevo, también. Gracias por la cálida
bienvenida. —Dejé caer la cabeza cortada al suelo, disfrutando del siseo de
desaprobación de los cortesanos mientras rodaba hasta la base de su trono y
se detenía—. Y algunos de nosotros pasamos nuestro tiempo haciendo algo
más que sentarnos en sillas lujosas, fingiendo estar borrachos y vernos
bonitos.
—No me veo simplemente bonito. Soy apuesto —dijo con
arrogancia. Luché contra el impulso de poner los ojos en blanco ante su
vanidad—. ¿A qué debo el honor de esta visita no anunciada?
—Necesito acceso a un portal en las afueras de tu tierra.
—¿Con qué propósito?
—Para traer a mi esposo de regreso a su Casa del Pecado.
Orgullo le echó un vistazo a mi mano; si notó el tatuaje de SEMPER
TVVS en mi dedo o reconoció de qué se trataba, no lo dejó ver.
—Tal vez sea mejor que permanezca donde está.
Mi furia comenzó a aumentar, borrando todas las demás emociones.
Como la diplomacia y el civismo. Envidia se aclaró la garganta, pero no
presté atención a su advertencia. Estaba cansada, la herida de la garra me
quemaba miserablemente, y estaba a un suspiro de llorar o gritar o alguna
loca combinación de los dos.
—Si no me dejas pasar, regresaré. Y cuando regrese, tendré el poder
del ejército de la Casa de la Ira. Nadie me alejará de él. Ni tú. Ni mi
hermana. Ni ninguna otra criatura maldita en este reino ni en ningún otro. Si
vuelvo, liberaré mi poder. Quemaré todo lo que amas. Eso, puedo
prometerte, no es una amenaza. —Pasé mi espada por mi palma, dejando
que la sangre cayera por todos sus hermosos pisos. Observó, sus cejas
arqueándose ligeramente—. Es un voto.
—Hacer un voto de sangre es algo serio en este reino.
—Soy muy consciente.
—No creo que tú…
La cabeza de Orgullo giró hacia la puerta de la sala del trono, y un
segundo después, lo escuché. El sonido de una tormenta inminente. Los
pasos resonaron como un trueno. La temperatura se desplomó. Los zapatos
con taco resonaron sobre el suelo de mármol cuando varios cortesanos
corrieron hacia la salida, sus pasos resonaron mientras el sonido del
aguanieve se estrellaba repentinamente contra las ventanas.
Eché un vistazo a la ventana arqueada detrás de Orgullo, y noté que
el cielo ahora era negro como la tinta. El viento aullaba, más amenazante de
lo que cualquier hombre lobo podría esperar ser. Las mismas paredes
temblaron con la siguiente ráfaga de afuera. Un espejo se agrietó por la
repentina capa de hielo.
Los latidos de mi corazón se aceleraron y me di vuelta lentamente,
con la esperanza encendiéndose en lo más profundo de mí. A diferencia del
resto de esta corte, no era miedo lo que latía furiosamente en mi pecho. Un
cortesano corrió hacia el estrado, una corona dorada anidada sobre una
almohada de terciopelo aplastado. Se la colocó a Orgullo, luego retrocedió,
casi tropezando con sus pies cuando las puertas se abrieron de golpe,
rompiéndose contra la pared.
El humo y la nieve se arremolinaron en la habitación. Y entonces Ira
estaba allí. Caminando hacia la cámara con una expresión de asesinato en
su hermoso rostro. Su atención se disparó hacia mí, suavizándose por un
breve momento, antes de notar las marcas de garras en mi pecho, viéndose
tan mal, si no peor, que la última vez que las había visto. Volvió esa mirada
gélida hacia sus hermanos, y otra ráfaga helada rodeó la habitación. Quería
correr hacia él, tirar de él hacia mí y besarlo hasta dejarnos sin sentido. Me
conformé con permanecer tan controlada como él. Aunque por dentro
luchaba contra el deseo de asegurarme de que estuviera tan ileso como
parecía.
—Explíquense. —La voz de Ira prometía violencia—. Ahora.
Una explicación sobre cómo mi príncipe había llegado aquí era
exactamente lo que también yo deseaba, pero nuestra conversación tendría
que esperar hasta que pudiéramos hablar en privado. Lo que había quedado
de la corte de Orgullo huyó de la habitación, sin molestarse en quedarse y
presenciar lo que prometía ser todo un espectáculo. El príncipe de este
círculo observó cómo el último salía corriendo y nos dejaba a mí y a los tres
príncipes demoníacos en nuestra batalla privada. Orgullo miró a su hermano
con altivez.
—No pensabas que simplemente le daría la bienvenida a una reina
sin probar primero su lealtad, ¿verdad? —dijo Orgullo, ignorando la furia
que emanaba de Ira en oleadas—. Tu juicio no siempre ha sido el mejor en
lo que a ella respecta. Esta vez todos tenemos derecho a conocer sus
verdaderos motivos.
¿Esta vez? ¿Probar mi lealtad? Todavía no sabía qué había
sucedido antes de mi hechizo de bloqueo, pero cuanta más información
reunía, más confirmaba que Vittoria y yo habíamos conspirado contra
Orgullo e Ira en el pasado.
—¿Esto fue una prueba? —pregunté, mirando entre Orgullo y
Envidia—. ¿Todo ello?
—No exactamente todo. Ya te he dicho que me elijo a mí mismo por
sobre todo lo demás. Y esto me beneficiaba. —Envidia se encogió de
hombros—. Fue su idea. Excepto que no salió tal como lo habíamos
planeado. Aun así, era necesaria una prueba, dado lo que sucedió... antes.
—Qué reconfortante. —Apreté los labios, furiosa de que la
maldición no permitiera más detalles y que mis recuerdos todavía
estuvieran bajo asedio—. ¿Cuál fue su “prueba” original? ¿Ustedes han
estado trabajando con Vittoria? ¿Acaso ella te secuestró, o también fue una
invención?
Envidia no se molestó en mirar a Orgullo o Ira, sino que se encontró
con mi mirada dolida.
—Una vez que tu carruaje dejara el castillo de Avaricia, íbamos a
enviar a los demonios Umbra tras Ira nuevamente. Nuestro plan era ver
hasta dónde llegarías para rescatarlo. Ahora puedes decir que lo amas, pero
tus motivaciones históricamente no han sido tan... nobles. Los demonios
Umbra funcionaron bastante bien la última vez. Me había estado yendo de
aquí para reunir mis fuerzas, pero entonces apareció tu hermana y me
arrancó el corazón. Acabé en esa jaula, y aquí estamos. Reunidos.
Eché un vistazo a Orgullo.
—¿Y no te molestaste en ayudarlo?
—Que Envidia fuera removido de mi círculo me vino bastante bien.
Además, había poco tiempo para actuar. Ella lo había agarrado e
inmediatamente hecho que un lobo lo llevara al Reino de las Sombras.
—Vittoria podría haberlo lastimado.
La mirada de Orgullo se oscureció.
—Tu hermana tiene un historial impresionante de lastimar a otros.
Ira subió lentamente los escalones que conducían al trono dorado de
su hermano. No me había dado cuenta antes, pero la silla tenía la forma de
un león. Las piernas y garras de la gran bestia eran los brazos de la silla, y
su cabeza y melena eran el respaldo. La boca del león estaba abierta como
si rugiera.
Mi príncipe se elevaba sobre Orgullo, quien todavía se las arreglaba
para estar sentado indolentemente.
—Me importa una mierda tu prueba. Vittoria trajo lobos a nuestra
tierra; deberías haberla detenido.
—No es como si le hubiera pedido que lo hiciera, y finalmente
satisfizo mis necesidades. —La voz de Orgullo se volvió dura—. Justo
como Envidia se enteró de que ella había viajado a la corte de los vampiros
en el sur, haciendo el diablo sabe qué, y no se molestó en decirle a nadie
excepto a Avaricia. Ya sabes lo espinosos que se han vuelto. Se rumorea
que están conspirando. Y nuestro querido hermano aquí presente no
compartió nada de eso, ¿verdad? —le arrojó a Envidia—. Entonces, ¿por
qué estoy siendo rastrillado sobre las brasas por servir a mis mejores
intereses?
Envidia sonrió.
—¿Estás celoso de que Vittoria fuera con el príncipe vampiro en
lugar de verte a ti?
—Alto —dijo Ira—. Nuestra tierra fue invadida por lobos. Vittoria
está provocando una discordia con los vampiros que ninguno de nosotros
necesita. Le arrancó el corazón a Envidia, potencialmente mató a la
comandante de Avaricia o la ayudó a escapar, me envenenó y secuestró a mi
esposa. ¿Y esta pequeña prueba de ustedes parecía justificada? ¿Todo
mientras tratamos de resolver un asesinato para evitar una guerra interna?
—Ira parecía dispuesto a derribar a su hermano del trono. Me sorprendió
cuando no lo hizo—. No solo jugaste con la seguridad de mi esposa, sino
con la paz de nuestra tierra.
—Y lo haría de nuevo. Ahora sabemos con certeza que Emilia no
está tramando contra nosotros. O tú. El fin justificó los medios, te guste o
no. Dime —continuó Orgullo, poniéndose de pie—, que no había ni una
semilla de duda en tu mente. Ni una. —La mandíbula de Ira se tensó, pero
no negó la acusación—. Ahora lo sabes.
Mi esposo me miró y enderecé la columna vertebral. Había dudado
de él. Por meses. No podía culparlo por ninguna duda que hubiera podido
albergar sobre mí a cambio. Lo que importaba ahora era construir nuestro
nuevo futuro. Juntos. La base estaba allí, y con algo de trabajo, podríamos
lograrlo al final. Cuanto más tiempo sostenía Ira mi mirada, más
incertidumbre comenzaba a asaltarme. Todo estaría bien, ¿no?
Seguramente este fuera un obstáculo temporal que habíamos superado.
Tenía que serlo. La expresión amenazante de mi marido se suavizó. Pero la
voz de Orgullo rompió el momento.
—Además, me niego a creer que todos vamos a permitir que una
miserable diosa logre sembrar la discordia entre nosotros. Déjala intentarlo
con los lobos y los vampiros. Si a Avaricia le molesta que mi prueba pueda
haberte alejado inadvertidamente por una noche de su aburrida
investigación, simplemente tendrá que superarlo. Todo el mundo sabe que
Vesta no estaba contenta allí. Solo está enojado porque perdió algo valioso.
Ya sabes lo cabreado que se pone cuando le sale mal una apuesta.
A pesar de mi enojo por haber sido engañada por estos príncipes del
Infierno, reconocí esto como una oportunidad para obtener información
potencialmente valiosa.
—¿Cómo sabes que Vesta no estaba feliz? —pregunté—. ¿Tienes
espías en otras cortes?
La expresión de Orgullo se volvió tan malvada como el brillo en sus
ojos.
—Charla de almohada, cariño. La gente me dice todo tipo de cosas
interesantes después de adornar sus sábanas.
—¿Quién te habló de ella? —presioné.
—Ella lo hizo, naturalmente.
Me detuve en seco. Esa fue una respuesta bastante inesperada. Los
príncipes no podían mentir, por lo que tenía que estar diciendo la verdad.
—¿Cuándo?
Orgullo levantó un hombro.
—¿Tal vez hace una semana o así? No puedo recordar.
Envidia se pellizcó el puente de la nariz.
—Te follaste a la comandante de Avaricia. ¿Eres tan tonto?
—Para tu información, ella me buscó a mí —espetó Orgullo—. No
podía quitarme los ojos de encima, y le devolví el favor, para no dañar su
ego.
—Y luego fue asesinada —dije, mi tono duro—. ¿Crees que
Avaricia la dañaría si creyera que ella te dio información privada de la
Casa?
—Por supuesto que no. —Orgullo no sonaba tan seguro.
Ira estudió a su hermano atentamente.
—¿Cómo terminaron juntos en el mismo lugar?
—Ella vino aquí. A una de mis reuniones. —Orgullo nos miró—.
¿Qué? Recibí una solicitud oficial de la Casa de la Avaricia para que
asistiera. ¿No te lo dijo?
Ira y yo nos miramos. Avaricia no había mencionado nada en
absoluto acerca de enviar a su comandante a una corte demoníaca rival.
—Dijiste que ella te buscó —comencé, con la mente dando vueltas
—. ¿De qué quería hablar?
Orgullo se encogió de hombros.
—Cosas mundanas. El baile. El vino. El portal. Mi dormitorio.
—¿Cuál era su interés en el portal? —pregunté, sintiendo que
estábamos cerca de descubrir una pista.
—Lo mismo que cualquiera —espetó Orgullo—. Quería saber si era
seguro y si solo iba a las Islas Cambiantes. Como si fuera a dejar algo así
desatendido.
—¿Hubo algo que ella dijera, algo en absoluto, que pudiera haber
sido peculiar o fuera de lugar?
—No hablamos mucho después de eso. —Orgullo me dirigió una
mirada dura—. Si has terminado de interrogarme, realmente me gustaría
una botella de vino. Esta noche se ha vuelto bastante oscura.
De repente volvió a dolerme el pecho, recordándome mi lesión.
Quería interrogar más al príncipe idiota pero necesitaba atender mi herida.
Y Orgullo parecía necesitar un descanso: su ira estaba creciendo y nunca
era bueno empujar a un príncipe a sentir otro pecado.
Ira bajó los escalones hacia mí, sin perderse nada.
—Vámonos a casa, mi lady.
Sin mirar a Envidia ni a Orgullo, acepté el brazo de Ira y lo sostuve
mientras nos alejaba mágicamente. Con esta nueva información, cada vez
era más difícil convencerme de que Vesta estaba realmente muerta. ¿Era
posible que ella hubiera traicionado a Avaricia y se hubiera liado con mi
hermana y los lobos?
Ahora no podía estar segura, pero sin duda lo averiguaría. Si hiciera
suficientes preguntas, eventualmente obtendría respuestas a este creciente
misterio. Y si hacía algunos enemigos, sería un pequeño precio a pagar.
DOCE
Ira no nos llevó a su dormitorio ni al mío. Ni siquiera nos llevó a
una cámara de baño para quitarnos la suciedad y la sangre. Cuando salimos
del humo de su magia demoníaca, estábamos parados en la resplandeciente
orilla de los Bajíos de Medialuna.
El vapor se elevaba de la superficie azul hielo, invitándonos a
sumergirnos en sus aguas aparentemente pacíficas. Nada —hecho— podría
entrar en el agua mágica o de lo contrario mataría. Un montón de huesos
sobresalían de las aguas poco profundas como cascos de barcos rotos para
demostrar que la muerte no era un cuento de viejas. A pesar de su espantoso
apetito, había algo sereno en la laguna subterránea.
El príncipe me giró hasta quedar frente a él, luego con cautela
alcanzó la parte delantera de mi vestido, quitándolo hacia atrás para poder
ver mejor mi herida.
Siseé entre dientes cuando el material succionado por mi corte cedió
el paso a la suave incitación de Ira, llevándose un poco de piel y haciendo
que se reabriera. Rezumaba y sangraba.
Ira hizo una mueca como si mi dolor fuera el suyo propio.
—Esto está infectado.
—¿Dónde estabas? —pregunté, incapaz de esperar otro segundo
para saber. Pasé mis manos sobre él, aliviada de encontrarlo completo y
saludable. No es que viera ninguna indicación de que hubiera sido herido
con su habilidad para curarse rápidamente—. ¿Cómo escapaste? ¿Y el
veneno?
Ira lucía como si el envenenamiento y el apuñalamiento por los que
acababa de pasar eran la menor de nuestras preocupaciones en este
momento, pero era muy importante para mí.
Suspiró y sacó un pequeño vial de su bolsillo, levantándolo. El
líquido brillaba como un cielo matutino en mi isla, un azul cristalino.
—Celestia tiene mucho talento para crear tónicos y tinturas. —
Guardó el diminuto frasco en el bolsillo—. Siempre llevo algo por
precaución. Lo tomé tan pronto como pude, luego dejé el templo de tu
hermana cuando los lobos volvieron a su forma humana. Las puertas
estaban cerradas con hechizos, por lo que me tomó un tiempo llegar al
portal que conduce al círculo de Orgullo.
—¿No podrías usar transvenio allí?
Ira negó con la cabeza.
—La magia no se puede usar para viajar allí, así que tuve que ir a
pie.
Pensé en la prueba de Envidia y Orgullo y en el pinchazo que
pronunció el demonio Umbra antes de que lo matara. Realmente me había
hecho enemigos aquí.
—¿Qué te hice... antes?
—Nada. —El rostro de Ira se quedó completamente en blanco—.
No te preocupes por las tonterías de Envidia u Orgullo. No deberían haberte
puesto a prueba ni a ti ni a tu lealtad.
—Si te traicioné, eso no es nada.
Miró las marcas de las garras como si lo ofendieran personalmente,
y rápidamente evitó el tema. Lo que me hizo pensar que tal vez sus
hermanos tenían motivos para ponerme a prueba.
—Debería haberle arrancado la espina dorsal a ese lobo y haberla
empujado por su garganta. Hacerlo sufrir por cada onza de dolor que te
infligió.
Desde luego, no le faltaba imaginación. Para mitigar la ira que vi
surgir en él, asentí hacia el agua burbujeante.
—Pensé que esto estaba prohibido para mí, dado lo que sucedió la
última vez.
La última vez, sentí como si mi corazón estuviera a punto de
detenerse; el dolor había sido tan agudo, tan terrible, que me había llevado
directamente a la Matrona de Maldiciones y Venenos, mi madre sin que yo
lo supiera en ese momento. Ella había hecho un tónico para mí, y todo
había estado bien. Por lo que yo sabía, ella todavía estaba reteniendo a
Vittoria bajo tierra por el momento, y no me emocionaba la perspectiva de
tener una reacción similar sin ella cerca.
Ira me atrajo más cerca para poder inspeccionar mi herida de nuevo,
su mirada fría y dura.
—No fuiste tú; fueron mis alas. La magia que las une reaccionó
contra el hechizo de bloqueo que oscurece tus recuerdos. Cuando se
combinaron, había demasiada magia en juego y las aguas actuaron como si
ambas fueran amenazas. —Observó la incertidumbre en mi rostro—. Hice
que Celestia investigara más al respecto. Ella no cree que tengas un
problema si vuelves a entrar al agua. Las propiedades curativas deberían
funcionar ahora, como siempre debieron hacerlo. Si pensara lo contrario, no
me arriesgaría
Una historia volvió a mí. Una que Celestia había mencionado esa
noche. Sobre el agua perteneciente a las diosas y tratando de recuperar lo
que era suyo. Ira lo había llamado un cuento popular y le había dicho que
dejara de difundir mentiras. Miré del agua a él, tratando de descifrarlo. Algo
no tenía mucho sentido... algo…
—Desnúdate. —Ira dio un paso atrás y asintió hacia mi vestido. Se
quitó la camisa y se desabrochó el botón de los pantalones. Sus labios
tortuosos se curvaron en los bordes, como si supiera exactamente a dónde
habían viajado mis pensamientos con esa palabra—. Vamos al agua y
curemos esa herida antes de que empeore.
—Soy inmortal, ¿no?
—No completamente. Al menos no todavía. —Me tendió la mano,
animándome a entrar en el agua que recordaba estaba tan caliente como un
baño—. Ven y únete a mí, mi señora. Por favor.
Recordé que una vez dijo que había propiedades de verdad en las
aguas poco profundas. En este momento, quería algo de verdad de él tanto
como quería sanar. Me acerqué al borde de la reluciente arena oscura y dejé
que el agua azul helada me lamiera los dedos de los pies. La laguna era
mágica, encantadora. Me llamaba.
Ira se movió hacia atrás, yendo un poco más profundo, para dejar
espacio. Lo seguí adentro y tomé su mano, saboreando las pequeñas
burbujas que chisporroteaban placenteramente en mi piel.
Vadeamos hasta que mi pecho estuvo completamente sumergido y la
magia del agua comenzó a curar mis heridas. Se sintió increíble. Y un poco
extraño cuando la magia limpió mis cortes, luego unió mi piel. Incluso la
herida que hice cuando hice un juramento de sangre en la sala del trono de
Orgullo se curó. Cualquier molestia momentánea se desvaneció casi tan
rápido como apareció.
Ira observó el trabajo del agua mágica, la preocupación presente en
sus rasgos normalmente estoicos. Parecía listo para saltar y atacar a la
primera señal de problemas.
—¿Mejor?
Miré hacia abajo, complacida de ver que la herida había sanado.
Quedaban tenues líneas plateadas, pero la cicatriz no me preocupaba. Ni la
mitad del secreto que temía que Ira aún guardaba.
—Mucho.
Mi esposo estiró tentativamente la mano y pasó un dedo sobre mi
piel, comprobando que estaba bien curada. Miré por encima de su hombro,
admirando las fases lunares pintadas a lo largo de las paredes de la caverna
mientras él continuaba con su minuciosa inspección. Me había preguntado
antes si él había pintado la escena celestial, pero no podía imaginarlo
pasando horas con un pincel o un cubo de pintura. Aunque a menudo me
sorprendía. Quizás lo había hecho.
—¿Hay alguna razón por la que sigues salvándome la vida cuando
no está exactamente en peligro? —Lo miré de nuevo, esperando—. Me
imagino que debe haber algo que te preocupa.
Ira me rodeó, las olas de sus movimientos rompiendo suavemente
contra la orilla. No estaba segura de si la maldición le dificultaba hablar o si
estaba escogiendo y eligiendo a propósito lo que compartiría conmigo.
—Hasta donde yo sé, si tu corazón se detiene ahora, mientras no
seas completamente inmortal, podría matarte. Hasta que esté seguro, es un
riesgo que me niego a correr.
—Envidia dijo que una gota de inmortalidad vence a la mortalidad
cada vez. —Aunque omití la parte en la que Envidia también había estado
preocupado de si eso era del todo cierto.
—¿Estás tan dispuesta a renunciar a tu corazón para averiguarlo? —
preguntó.
Envolví mis brazos alrededor de su cuello, necesitando el contacto
físico. Sus brazos rodearon mi cintura automáticamente, anclándome contra
él, sólido y reconfortante. Habíamos pasado por un infierno y quería un
recordatorio de que estábamos aquí, juntos. A salvo. Bajó su rostro y
capturó mi boca con la suya, el beso hambriento y lleno de emoción cruda y
poderosa.
Cuando finalmente nos separamos, respirando con dificultad,
nuestros labios agradablemente hinchados, sonreí.
—¿Por ti? Daría mi corazón.
Me miró, su expresión difícil de leer. Y me pregunté si tal vez él no
estaba listo para darme su corazón a cambio, que a pesar de que ahora
estábamos casi casados, tal vez todos los demonios de nuestro pasado aún
no habían sido desterrados. Tal vez por eso no había mencionado nada
acerca de que completáramos la ceremonia que sellaría nuestro matrimonio
para siempre.
De acuerdo, no había habido mucho tiempo para discutirlo antes de
que los lobos nos atacaran y nos separaran, pero aun así. Antes de que
pudiera preocuparme por eso, la boca de Ira se inclinó sobre la mía de
nuevo, como si su propia vida dependiera de la conexión.
Su lengua exigió entrada, y separé mis labios para él, dándole la
bienvenida a su gusto. Los besos de Ira eran ciertamente embriagadores.
Cada movimiento experto o provocación de su lengua contra la mía hacía
que mi cuerpo ansiara otras cosas indescriptibles que pudiera hacer con esa
boca malvada.
El calor se acumuló en mi vientre, agitando mis deseos mientras se
extendía lentamente. Pronto, todo en lo que podía concentrarme eran sus
manos mientras se movían perezosamente desde mi cintura hasta mis
costillas, sus pulgares rozaban la parte inferior de mis senos. Palmeó uno
mientras movía su boca hacia mi garganta, la sensación hizo que el pequeño
brote se endureciera mientras un escalofrío de placer me recorría.
Manos ásperas se deslizaron arriba y abajo de mi columna, su
caricia ligera, gentil y enloquecedora en el mejor de los sentidos. Me estaba
tocando como si yo fuera preciosa, como si cada abrazo fuera un momento
para apreciar, disfrutar y saborear. Y lo era. Para él, sabía lo que era tener
este fin, que me arrancaran de él. Había sido una misericordia que yo no
pudiera recordar eso.
Lo toqué con la misma languidez, explorando cada centímetro de su
cuerpo de guerrero como si fuera un territorio inexplorado que solo me
pertenecía a mí. Nunca permitiría que alguien nos destrozara de nuevo. Y
lucharía con todo lo que tenía para recordarlo a él y lo que habíamos
compartido.
Se separó del beso, su mirada se oscureció mientras la arrastraba
desde mis ojos hacia abajo, observando cómo tocaba sus costados y su
poderosa espalda, mis manos inquisitivas buscando una manera de evocar el
éxtasis para él. Se sumergieron bajo el agua de nuevo, bordeando su sexo
para jugar con los músculos tonificados de sus muslos antes de que
enrollara mi mano alrededor de su gruesa longitud y bombeara. La
respiración de Ira se volvió aguda cuando lo acaricié, su boca se abrió en un
gemido.
Apreté mi agarre, sintiendo su sexo responder con entusiasmo
mientras se movía contra mi palma. Cuando llevé lentamente mis manos a
su pecho, me atrajo hacia él y comenzó a besarme y morderme el cuello con
un hambre voraz.
—Quiero estar dentro de ti. —Sus manos se deslizaron hacia abajo,
ahuecando el oleaje de mi trasero y apretando. Me derretí en la sensación
del agua burbujeante y sus caricias chisporroteantes. Su longitud dura como
una roca se presionó entre nosotros, causando que mi propia carne latiera
con necesidad—. Te extrañé.
—Yo también te extrañé. —Hundí mis dedos en su pelo mientras Ira
llevaba su boca a mis pechos, lamiendo y succionando los pezones en un
ritmo que me hizo arquearme contra él, buscando sentirlo entre mis muslos
—. Estaba a punto de destruir el reino para encontrarte —admití. Ira de
repente se sumergió bajo el agua, luego envolvió sus brazos alrededor de mi
cintura, poniéndose de pie conmigo sobre sus hombros—. ¡Samael!
Agarré su cabeza por el rápido movimiento, ganándome una risa
profunda del príncipe. Asegurada en su fuerte agarre, se acercó a la pared
de una cueva que tenía un grupo de estalactitas colgando cerca de ella.
Apoyé mi espalda contra la pared de piedra lisa, todavía aferrándome a Ira.
—Agárrate a ellas. —Su voz era ronca, baja. El deseo rodó a través
de mí.
Con mis muslos envueltos alrededor de sus hombros y su boca
tentadoramente cerca de mi vértice, hice lo que me ordenó. Acababa de
agarrar las estalactitas y anclarme cuando él enganchó sus brazos alrededor
de mí y abrió mis piernas un poco más. Me quedé sin aliento por estar en
exhibición, y un destello de modestia mortal persistente hizo que mis
piernas automáticamente intentaran cerrarse.
Ira esbozó una sonrisa astuta y luego lamió mi centro con caricias
largas y suaves. Era tan delicado, tan íntimo, que tuve que morderme el
labio para no gemir mientras me adoraba. Me olvidé de cualquier
vergüenza; Ira me hizo sentir completamente cómoda.
Nuestra última unión había sido explosiva; la primera vez que me
había probado había sido alimentado por una pasión desenfrenada. Esto...
esto era una verdadera experiencia religiosa.
Ira se dedicó a mi placer y yo me entregué por completo a él. Eché
la cabeza hacia atrás, respirando con dificultad mientras él continuaba con
su lenta y tentadora degustación. No se apresuró, no chupó ni bromeó
bruscamente. Me hizo el amor con su cálida y húmeda lengua,
permitiéndole decir todo lo que no podía o no quería mientras se sumergía
dentro de mí.
Cuando estuve a punto de caer sobre el borde del placer, presionó
besos con la boca abierta a lo largo de la parte interna de mis muslos, y fue
el mejor tipo de tortura mientras esperaba que regresara a ese punto
doloroso, al hinchado manojo de nervios que pronto me haría llamar su
verdadero nombre
—Tóquese, mi señora. —Su voz era un ronroneo erótico, y su
petición...
Sin romper su mirada, arrastré una mano por mi propio cuerpo,
provocándolo antes de deslizar un dedo dentro. La boca de Ira volvió a estar
sobre mí en un instante, lamiendo mi sexo y mis dedos mientras yo
continuaba tocándome, y en segundos estaba gritando su nombre de nuevo.
Lo repetí como una oración susurrada, y él continuó con su
adoración fiel hasta que el último clímax me recorrió, dejándome las
piernas temblando y el pecho agitado.
Y con ganas de más. Diosa, maldíceme. No podía tener suficiente de
él. Ira besó su camino hacia mi cuerpo mientras me bajaba lentamente,
nuestra piel resbaladiza se deslizaba una contra la otra en su propia
experiencia eufórica. Ira se pasó un dedo por los labios y luego levantó mi
mano como si estuviera a punto de besarme caballerosamente. Su mirada se
volvió fundida cuando llevó mi dedo a su boca y chupó. Maldije, y él
mostró una sonrisa que era todo petulancia masculina. El poderoso cazador
acababa de conquistar a su presa, y yo ni siquiera había peleado.
—Estás a punto de comenzar a susurrar todo tipo de maldiciones
sucias, mi lady. —Se movió hasta que enjauló mi cuerpo entre él y la piedra
lisa a mi espalda. Imposiblemente, mi deseo por el demonio creció—. Esta
vez, Emilia, voy a ir lento.
Ira me besó suavemente, luego movió su boca a través de mi
mandíbula en otra caricia suave como un susurro. Presionó el extremo romo
de su excitación contra mi entrada hinchada y lo deslizó de un lado a otro
hasta que gemí de placer.
—Oh, diosa de arriba
Mi príncipe seductor pasó una mano callosa por mi costado,
levantando lentamente mi pierna. Con la otra mano, continuó con su
deliciosa tortura, volviéndonos locos a ambos. Lo que comenzó como una
forma de acercarme a ese borde glorioso ahora parecía tener el mismo
efecto en él. Ira se envainó con un magnífico empujón. Se echó hacia atrás
para mirarme a los ojos mientras salía y luego entraba. Cada movimiento y
unión de nuestros cuerpos era lento, lánguido.
El maldito demonio tenía razón; Empecé a maldecir, las palabras
sucias lo animaron a continuar. Su mano ahuecó mi mandíbula mientras
cubría mi boca con la suya y profundizaba nuestro beso. Mis dedos se
clavaron en sus hombros mientras me apretaba alrededor de él.
Ira trajo esos labios malvados a mi oído.
—¿Estás cerca?
—Sí.
—Gracias a la mierda
Su mano se deslizó entre nuestros cuerpos y colocó su pulgar contra
mi sexo, aumentando el tiempo de sus embestidas, agregando más presión a
ese lugar que envió una onda caliente a través de mí.
Llegué al clímax de nuevo, su verdadero nombre salió volando de
mi lengua. Se retiró y empujó más profundo, un poco más rápido esta vez,
mi propio nombre escapándose de sus labios. Antes de que tuviera tiempo
de bajar de las elevadas alturas de mi último lanzamiento, Ira me hizo
escalar ese mismo pico de placer nuevamente. Pronto ambos estábamos
jadeando, nuestros labios y aliento mezclándose.
—Eres mía. —Su voz era áspera, profunda.
—Así como tú eres mío. Siempre. —Ira levantó mi pierna un poco
más arriba, y agarré sus hombros, un gemido se me escapó. Mis respuestas
lo hicieron trabajar aún más duro. Empujó una y otra vez, el placer
creciendo constantemente hasta que pensé que entraría en combustión. Mi
cuerpo latía y ya no podía contenerme de la ola de placer que se desató—.
¡Samael!
Me montó a través de mi orgasmo, luego se unió a mí, mi nombre
gritado en la cueva, rebotando hacia nosotros. Recuperamos el aliento, los
corazones latían con fuerza cuando me besó suavemente y bajó mi pierna.
Picaba un poco; Había estado tan atrapada en el placer que no me había
dado cuenta de que se había entumecido.
Mi esposo frotó mi dolorido músculo de la pantorrilla, buscando mis
ojos.
—¿Sigues aquí conmigo?
El calor del agua, la sensación de Ira contra mí, acunándome. Ni una
sola vez me había desplazado a otro tiempo o lugar.
—Lo estoy.
El alivio brilló en los ojos del demonio, y me pregunté si siempre
parecía tan tenso cuando nos besábamos o habíamos tenido contacto físico.
—Vámonos a la cama, mi lady
En lugar de nadar hasta la orilla, Ira me tomó en sus brazos,
salpicándome juguetonamente en el proceso. Se sentía tan bien
simplemente reírse, no sentir el peso del mundo por una vez. Aquí abajo,
con mi príncipe, no tenía que pensar en la traición o el asesinato. Miedo y
oscuridad. Aquí abajo, dentro de la laguna mágica bajo la Casa de la Ira,
solo existía el amor.
Me escapé de sus brazos y me sumergí en el agua, explotando cerca
de él y ganándome una risa sorprendida cuando logré devolver el fuego.
Después, caímos sobre la arena oscura y brillante, y me abalancé
sobre mi esposo, a quien no pareció importarle ni un poco cuando guie su
longitud hacia mí. Una vez que nos cansamos de reír y hacer el amor en la
orilla, Ira nos llevó mágicamente a su dormitorio. Una hermosa bata de
color lavanda pálido estaba doblada sobre una almohada, y cuando me la
puse por la cabeza y la deslicé por mi cuerpo, noté las diminutas estrellas
doradas en la parte superior. Era suave y femenina, y la adoraba.
Ira me dirigió una mirada apreciativa. La bata llegaba a la mitad del
muslo, mostrando mi piel bronceada. Si no estuviera tan exhausta por
nuestra terrible experiencia, habría tenido la tentación de tomarlo una vez
más. Dio unas palmaditas en la cama, con un brillo depravado en sus ojos.
—Guarda tu energía para la mañana. Seguro que la necesitarás.
Con la promesa de despertar y hacer el amor salvaje e indómito, me
subí a la enorme cama. Ira me acurrucó contra su cuerpo, y en unos
momentos, su respiración se volvió profunda y uniforme. Me relajé en su
abrazo y cerré los ojos. Paz. No podía recordar la última vez que me sentí
tan tranquila por dentro. Todavía había mucho caos en el mundo, pero aquí,
en este dormitorio y momento, supe el verdadero significado de la palabra.
Tal vez fue esa sensación de seguridad lo que fue mi perdición. Había
olvidado, por un breve momento, lo que significaba estar maldita.
De un segundo a otro, fui arrancada mágicamente del dormitorio de
Ira. Y comenzó la siguiente pesadilla.
TRECE
—Bienvenida de nuevo, princesa. —Domenico enseñó los dientes
en lo que nadie confundiría con una sonrisa. Una rápida inspección de mi
entorno confirmó mis temores. Una vez más, estaba en el Reino de las
Sombras, encadenada. Era la misma pequeña cámara de piedra, la misma
alcoba con grilletes.
Esta vez, al menos, tenía un conjunto y no necesitaría una bata de
sombra. Fue la única suerte positiva. Habían atacado mientras Ira dormía, y
probablemente pasarían horas antes de que se despertara y descubriera que
mi alma se había ido. Dada su reacción extrema antes, es mejor que se
quedara dormido. No me molesté en probar las cadenas. Ya sentía ese
mismo bocado de magia, bloqueando mis poderes. Miré a mi captor,
odiando la mirada de suficiencia en su rostro.
—Supongo que esto significa que a mi hermana le gustaría hablar
—Tal vez solo quería ver si todavía llevas mi marca. —El hombre
lobo me recorrió con la mirada, deteniéndose en mi pecho. No era de
naturaleza sexual, pero tampoco me gustaba—. ¿Sabías que una herida de
un alfa a veces puede causar una sensación similar a la que experimentan
los animales cuando entran en celo? Especialmente si ese alfa infundió su
mordisco con un poco de magia e intención.
—No fui herida por ti, fui arañada
—¿Y quién hundió sus dientes en esa herida? No tu demonio —dijo,
con tono burlón—. ¿Tienes algún impulso animal últimamente? Tal vez
deseabas ponerte a cuatro patas.
—No. Y eres repugnante.
Se rio, y se me erizó el pelo a lo largo de los brazos.
—No te preocupes. En realidad no te infundí una marca alfa. Y no
tengo ningún deseo de tocar nada contaminado por una polla demoníaca.
Me abstuve de señalar que mi gemela también se había acostado con
demonios. Y vampiros Y quienquiera que encendiera sus deseos, como era
perfectamente costumbre aquí.
—¿Dónde está Vittoria?
—Ella traerá un invitado. Lo habrías sabido antes, antes de que tu
madre nos interrumpiera. —Se apoyó casualmente contra la pared de la
alcoba, demasiado cerca para mi gusto—. Esta promete ser toda una noche.
Tal vez si eres muy amable, te desencadeno.
—¿Cómo escapó Vittoria de nuestra madre?
La sonrisa de Domenico volvió a ser toda dientes.
—Realmente no pensaste que la Anciana la retendría por mucho
tiempo, ¿verdad? Tenía otras tareas que realizar, y una vez que estuvieron a
salvo, se fue.
Me salvé de más conversaciones por el sonido de pasos que se
acercaban. Dos pares. Un par andaba sin prisas; el otro sonaba como si
estuvieran siendo arrastrados. El temor rodó por mi columna vertebral.
Quienquiera que viniera también lo hacía en contra de su voluntad.
Vittoria entró en la cámara y empujó a su “invitada” hacia adelante.
La mujer mayor tropezó con la luz de las velas y el miedo se
convirtió en una flecha que se disparó directamente a mi corazón.
—¡Nona! —Luché contra mis cadenas. Mi abuela, que en realidad
no era mi abuela, estaba magullada y golpeada. Su labio inferior estaba
hinchado como si la hubieran golpeado con un puño o con un objeto duro.
La sangre seca cubría su sien. No importaba lo que hubiera hecho, ver su
dolor hizo que algo violento se despertara dentro de mí—. Déjala ir,
Vittoria.
Mi hermana la tiró al suelo y luego me miró.
—Ahí. La dejé ir. ¿Feliz ahora?
Dirigí mi atención a Nonna, y ella finalmente me miró de vuelta.
Tristeza y... preocupación... estropeaban sus rasgos. Se fijó en mi ropa de
noche, el tatuaje de SEMPER TVVS en mi dedo y el otro tatuaje en mi
antebrazo, mis cadenas, y aun así, se encogió.
Como si yo fuera el monstruo en la habitación y mi hermana no la
hubiera golpeado o la hubiera golpeado y arrastrado al Reino de las
Sombras.
Tragué el nudo creciente en mi garganta.
—Nona. Todo está bien. Soy yo.
Vittoria observó mi reacción con una mirada distante. Luego le dio
una patada a nuestra abuela en el costado, obligándola a acurrucarse sobre
sí misma, a jadear para respirar. Grité pidiendo clemencia, pero nadie
pareció darse cuenta. Los labios de Nonna comenzaron a moverse y me di
cuenta de que no era un hechizo lo que estaba susurrando, estaba rezando.
Sus palabras me inundaron; ella estaba rogando a la última diosa divina de
arriba por protección. De nosotros. Algo se retorció en mi centro, doloroso
y desagradable.
—No quisiste creerme antes, —Vittoria alargó el brazo en señal de
acusación—, así que aquí está tu prueba. Ella no está corriendo en tu ayuda.
Tampoco está orando por ti, aunque tú eres la que está encadenada. Ella
solo está fuera de sí misma. Los tigres no cambian sus rayas, y ella no es la
gatita doméstica que pretende ser. ¿Has intentado dejar este reino
últimamente? ¿Te encuentras con alguna dificultad, querida hermana? Me
imagino que lo hiciste, porque la encontré hechizando las puertas.
Solté un suspiro tembloroso. Nonna dejó de rezar y se encontró con
mi mirada de nuevo. Esta vez una chispa encendió sus ojos oscuros.
Desafío. Vittoria tenía razón. Mi abuela no se arrepentía, ni se dignaría a
disculparse con un enemigo. Y eso es exactamente lo que ella pensaba de
nosotras. De mí.
Lo que había quedado de mi corazón robado se rompió.
—¿Por qué? —pregunté, mi voz tranquila, quebradiza—. ¿Hubo
algo real de nuestra infancia?
Por un breve momento, la expresión de Nonna se suavizó. La abuela
que había conocido emergió, amable pero feroz. Protectora y cariñosa. Aquí
estaba la mujer que me consoló cuando mi gemela “murió”. Aquí estaba la
roca de mi mundo, la fuerza constante que me anclaba durante la peor
tormenta por la que había pasado. O eso había pensado. Aquí estaba una de
las personas que me había traicionado. Y, sin embargo, no podía encontrar
en mi alma el odio hacia ella. Incluso ahora. Lo que significaba que su
hechizo de bloqueo había tenido éxito. Todavía podría ser una diosa bajo la
maldición, pero ahora me sentía como los mortales.
—Lo siento, bambina. —La voz de Nonna trinó—. Hicimos lo que
había que hacer.
Las lágrimas que había logrado contener estallaron en un torrente.
Corrieron por mi cara, la sal cubriendo mis labios. Era cierto. Cada cosa
malvada y oscura que Vittoria afirmaba.
Respiré con dificultad, tratando desesperadamente de controlarme.
Necesitaba entender cómo alguien que me amaba como a su propia nieta
podía traicionarme. Necesitaba oírla admitir que había asesinado a otros por
sus corazones. Diosa de arriba.
No podía empezar a procesar esa parte.
—Usaste la magia más oscura para atarnos. ¿Cómo pudiste recurrir
al sacrificio humano?
Mi abuela, que ahora se sentía como una extraña despiadada para
mí, lo pensó por un momento.
—Los tiempos de guerra están plagados de sacrificios. Los humanos
entienden eso al igual que las brujas. —Nonna lo dijo sin emoción, como si
estuviera recitando ingredientes para un hechizo o una receta—. Dos vidas
para todo el aquelarre... es lo que acordaron las ancianas.
Mi estómago se retorció en nudos. Me sentí destripada. No había
remordimiento, ni tristeza, solo fría justificación para el mal.
—¿A quiénes asesinó el aquelarre por sus corazones?
Vittoria entró, sus ojos color lavanda brillaban con oscuro regocijo.
—Ella está saltando al final de la historia cuando, en verdad, debes
escucharla desde el principio. —Miró a Nonna—. Prepara el escenario
correctamente. O tu utilidad para mí esta noche ha llegado a su fin. Háblale
de Sofía. Tu amiga.
—¿Sofía Santorini? —pregunté, ya temiendo lo que estaba a punto
de descubrir—. ¿Qué le hiciste a ella?
Nonna se empujó hasta quedar sentada, su respiración dificultosa.
Me pregunté si Vittoria magulló o le rompió una de las costillas. Mi
hermana la levantó de un tirón y la empujó en una silla que se materializó
de la nada. En cuestión de segundos, Vittoria también la tenía encadenada.
A pesar de todo lo que Nonna había hecho, traté de liberarme para
ayudarla, pero no podía escapar de mis propias ataduras.
—Vamos, díselo —exigió Vittoria, inclinándose para susurrarle al
oído—. O te obligaré.
—La atrapé escudriñando en el templo de la Muerte. Así que me
aseguré de que la información que aprendió nunca saliera de esa cámara.
Había ciertas… verdades, solo confiábamos en mí y en otro miembro del
consejo. Nos dijeron que guardáramos el secreto a toda costa.
—¿Así que atrapaste su mente durante casi dos décadas? —
pregunté, incredulidad aparente en mi tono.
—Si ella no hubiera ido en contra del consejo, si no hubiera
desenterrado nuestros secretos, nunca habría sido sometida a ese castigo.
Habló como si descubrir la verdad justificase sus acciones y las del
consejo. Horrorizada era solo una fracción de la emoción que ahora sentía.
Nonna se incorporó, con una obstinada inclinación de la barbilla
mientras me sostenía la mirada. Su mirada decía que me lo decía porque
quería, no porque mi gemela la estuviera forzando. Era difícil imaginar las
lágrimas en los ojos de Nonna la noche que descubrí el cuerpo de Vittoria.
Donde una vez hubo amor, ahora el odio ardía entre ellos, brillante y
devorador. No podía creer que fuera capaz de maldecir a su propia amiga y
luego usarla como una advertencia para toda nuestra vida.
—Ahora cuéntale sobre su príncipe —dijo Vittoria—. No dejes nada
fuera.
—Al principio, el Príncipe de la Ira fue maldecido para olvidar todo
menos su odio —dijo Nonna, con voz entrecortada. No de ira, sino de dolor.
Su respiración era áspera con cada inhalación y exhalación—. La Primera
Bruja le dijo que todo lo que amaba le sería arrebatado. En ese momento,
no le importaba nada, excepto sus alas. Eso fue antes de que te conociera.
—Nonna aspiró otra respiración entrecortada—. Él la maldijo de vuelta,
prometiendo tomar algo que ella amaba a cambio si ella no le devolvía sus
alas. Entonces La Prima Strega hizo un trato con el diablo. Nadie sabe los
términos exactos. Había establecido su hechizo usando su sangre, hizo un
sacrificio a la diosa y confiaba demasiado en sus habilidades. Se olvidó de
con quién había estado tratando.
Dejó que eso se hundiera y se asentara. Era una telaraña enredada
con muchos hilos enrollándose y entrelazándose hasta que estaban tan
anudados que parecía imposible cortarlos. Dos maldiciones convergieron, y
nuestras vidas quedaron atrapadas en el medio.
—Nuestra maldición... ¿parte de ella fue por la Primera Bruja? —
pregunté.
Nonna asintió.
—Conoces la primera parte de la historia: que Orgullo una vez tuvo
una esposa que era la hija de la Primera Bruja. La Prima quería recuperar a
su hija, libre del príncipe demonio, por lo que ideó un plan para enfrentar a
Ira y Orgullo. Hizo un trato con la Casa de la Venganza.
—Por un precio, naturalmente —agregó Vittoria, su tono frío.
Un recuerdo estaba saliendo a la superficie. Todavía no podía
recordar quién era la Primera Bruja, pero tenía un fuerte sentido de qué
quería.
—Estábamos fingiendo ser una sola persona. —Vittoria asintió,
animándome a seguir adelante. Luchar por recuperar recuerdos que me
pertenecían. La magia que me ataba estaba luchando. Busqué el hilo de
poder que pertenecía a Ira y tiré de él con fuerza, permitiéndole romper un
poco más la maldición. Fue terco, se resistió, pero el poder de mi esposo era
demasiado fuerte. Otra grieta se abrió, liberando un recuerdo—. Me
enviaron a Ira; mi misión era seducirlo.
Algo parecido al alivio cruzó las facciones de mi gemela.
—Y yo fui enviada a Orgullo con la misma misión —confirmó
Vittoria—. En el Festín del Lobo, Ira estaba destinado a sorprendernos a mí
y a Orgullo, pensando que eras tú. La Primera Bruja quería que estallara
una guerra. Quería que su hija viera que Orgullo no hablaba en serio con
ella, nunca lo había hecho, si peleaba públicamente con su hermano por otra
persona.
—Quería romperle el corazón a su hija. —Me sentí enferma. Era un
juego cruel. Un esquema que había destruido tantas vidas. Todo porque la
Primera Bruja no quería perder a su hija por culpa de un demonio. Y yo
había jugado un papel en ello. Nunca me había odiado más—. ¿E Ira? ¿Qué
sucedió?
—Él te dio su corazón. Se había dado cuenta del plan y no le
importaba. La noche en que debías irte y dejarme terminar nuestra misión
en el Festín, por lo que mis espías han deducido, te escabulliste con él. Lo
llevaste a un lado en la fiesta, lo arrastraste para una cita. Cuando estaba
tratando de seducir a Orgullo, estabas en el jardín con él, donde confesó su
amor.
Ira había... Diosa de arriba. Escalofríos estallaron sobre mi cuerpo.
Ira, el temible general de guerra, se había vuelto vulnerable. Probablemente
por primera vez en su larga existencia. Y entonces todo el infierno se había
desatado. Exhalé un suspiro tembloroso. Todos estos años, había sido
maldecido para odiarme. Sin embargo, había luchado contra eso. Intenté
aferrarme a lo bueno. No es de extrañar que dudara en darme su corazón
ahora. La única vez que se entregó por completo, fue castigado.
—Antes de que me dijera que me amaba, le confesé todo esa noche
—dije, recordando de repente el jardín de medianoche. Las flores
nocturnas, la luna creciente. Recuerdo haber pensado que nos estaba
sonriendo. Ahora me pregunto si fue una burla—. De alguna manera,
durante nuestro juego, mis sentimientos cambiaron. No pude seguir con el
plan. Lo amaba. Así que lo arrastré antes de que pudiera verte a ti y a
Orgullo.
—No estoy segura de lo que pasó entre ustedes dos entonces —
continuó Vittoria—. Mis espías no estaban lo suficientemente cerca. Todo
lo que sé es que dentro de un momento o dos, te habías ido. Había sangre.
Algunos cabellos arrancados. Pero nada más. Ira se volvió loco. Irrumpió
en el castillo y casi destruyó a sus hermanos, convencido de que uno de
ellos había estado detrás del ataque. En ese momento, nadie sabía lo que te
golpeó. Los demonios Umbra fueron culpados, contratados por alguien.
Envidia era el principal sospechoso, aunque sé con certeza que dejó la fiesta
mucho antes de que comenzara el baño de sangre. Luego, Ira se centró en
Avaricia y, finalmente, Orgullo
Vittoria cerró los ojos, como si reviviera el recuerdo de esa noche.
Yo no estaba allí, pero era fácil imaginar la detonación de Ira. El caos, el
miedo. El poder crudo y desenfrenado de su pecado buscando destruir
mientras me buscaba sin éxito.
Mi hermana me miró, y tal vez fue el recuerdo de esa noche, o una
parte mortal de ella finalmente se deslizó, pero le hizo una señal a
Domenico —a quien había olvidado que todavía estaba apoyado contra la
pared— y él eliminó mis ataduras mágicamente. Cayeron al suelo en un
montón de metal. Fue solo por pura fuerza de voluntad que no las seguí
hasta el suelo.
—Mientras el baño de sangre entre los príncipes continuaba, fui a
buscarte. Ira les había revelado a todos que éramos gemelas, por lo que
nuestro plan había terminado, e incluso si no fuera así, no te abandonaría —
dijo Vittoria, su voz se suavizó—. No tomó mucho tiempo encontrarte, pero
había llegado demasiado tarde. Una vez que las brujas te tuvieron, se
movieron rápidamente. ¿Las brujas gemelas que habían nacido? Las
sacrificaron inmediatamente. Mantuvieron sus corazones latiendo a través
de la magia.
—¿Qué? —Escalofríos corrieron a lo largo de mi columna vertebral.
Otra realización hizo clic en su lugar. Miré a Nonna, quien finalmente
parecía arrepentida—. La profecía de las brujas gemelas no era sobre
nosotras.
Victoria negó con la cabeza.
—Nunca lo fue. La profecía de las brujas gemelas simplemente dice
que serían sacrificadas, no somos esas brujas. Sí, las brujas gemelas, bebés,
nacieron esa noche, y las Brujas de las Estrellas las sacrificaron y tomaron
sus corazones. Pusieron esos corazones dentro de nosotras y crearon
nuestros hechizos de bloqueo. Nos infundimos con su mortalidad.
—Nonna las crio, nos crio —dije, todavía tambaleándome. Miré a
mi abuela, horrorizada—. Estabas en nuestros primeros recuerdos. Nos
enseñaste a bendecir nuestros amuletos. Nos enseñaste a cocinar. —Froté
mis manos sobre mis brazos. El frío se había vuelto profundo hasta los
huesos. Nuestra abuela había matado brutalmente a dos brujas inocentes.
Brujas que pasó a criar. Era insondable. Mirándola ahora, fui incapaz de
procesar la mezcla de emociones que me arremolinaba. Ella había sido la
máxima fuerza del bien en mi vida. Había odiado todo lo que tuviera que
ver con las artes oscuras. Y todo el tiempo ella había sido el mal supremo
—. ¿Como pudiste? ¿Cómo pudiste hacerle eso a esas chicas?
Los puños de Nonna se cerraron a sus costados.
—Deber. Todas sabíamos que llegaría un día en que nos veríamos
obligadas a sacrificarnos. Ellas entregaron sus vidas, y nosotras también
entregamos nuestros corazones ese día. Es nuestro destino vigilar la prisión
de condenación. Asegurarnos de que los Malignos y las Temidas no salgan.
Una vez que la maldición entró en vigor, ustedes representaron una gran
amenaza para nuestro mundo. Eres una diosa de la venganza. No queríamos
arriesgarnos a tu furia una vez que descubrieras que una bruja te había
quitado algo tan preciado. La Primera Bruja no rompería ni podía romper su
maldición, y actuamos en consecuencia.
—¿Todo para atarnos? ¿Por el odio y el miedo? —Vi la verdad de
eso en los ojos de Nonna, pero también vi algo más. Algo más complicado.
Como si tal vez Nonna comenzara a cuestionar su deber. Tal vez había
llegado a amarnos, sus enemigas. Y tal vez por eso nos llenó la cabeza de
mentiras de los Malignos. Con decirnos a quién temer. Una de las
advertencias que nos había dicho se repetía en mi mente.
Hagas lo que hagas, nunca debes hablar con los Malignos. Si los
ves, escóndete. Una vez que hayas llamado la atención de un príncipe
demonio, no se detendrá ante nada para reclamarte. Son criaturas de
medianoche, nacidas de la oscuridad y la luz de la luna. Y solo buscan
destruir...
Sabiendo lo que sabía ahora, entendí la verdadera advertencia. Me
habían estado escondiendo de Ira. Sabían que no se detendría ante nada para
reclamarme, para destruir lo que habían hecho las brujas. Había esperado su
momento; él había buscado. E incluso a través de su odio, nunca dejó morir
esa brasa de amor.
La historia y la advertencia no eran mentiras. Simplemente no eran
mi verdad. Esas advertencias solo pertenecían a las brujas. Hicieron todo lo
posible para mantenernos separados. Para romper nuestro vínculo. Y
fallaron. Me negué a encontrarme con la mirada suplicante de mi abuela un
momento más. Miré a mi hermana. Ahora podría ser un monstruo, pero no
pretendía ser otra cosa.
—Todavía no entiendo una parte… ¿cómo se suponía que
funcionaría este plan para engañar a Ira y Orgullo? Sé que Envidia dijo que
nunca llegaron espías a nuestro círculo. ¿Pero los demonios no sabían de
nosotras, incluso si nunca habían estado en nuestra Casa?
Vittoria pronunció un hechizo, luego dibujó un mapa en el espacio
entre nosotras. Brillaba con un suave color lavanda mientras se cernía ante
mí. Mi gemela señaló el continente casi familiar.
—El inframundo tiene muchas similitudes con la tierra mortal de
Italia. La región superior, correspondiente a Piamonte, es donde deambulan
los demonios menores y los dragones de hielo. —Movió su mano, y un área
diferente, más o menos la ubicación de Toscana, brilló—. Esta región es
donde residen los príncipes del Infierno. —Ella barrió la magia a lo largo de
la frontera sur, aproximadamente en el mismo lugar que la región de
Campania—. Y aquí es donde está la Casa de la Venganza. Aquí hay una
cadena montañosa traicionera que sirve como una barrera casi
infranqueable para nuestro dominio, incluso para los inmortales. Dentro de
las montañas hay una especie de velo, uno que borra los recuerdos. Excepto
los nuestros, los de nuestra madre y cualquiera que elijamos dotar con la
Visión verdadera. —Mi gemela señaló otra sección—. La corte de los
vampiros está cerca de la punta, donde Calabria está para los humanos. Y la
isla de Sicilia es casi idéntica a la ubicación de las Islas Cambiantes.
El mapa se desvaneció en las sombras. Al menos ahora entendía
cómo los príncipes, que parecían saber mucho sobre todo, estaban a oscuras
sobre nosotras.
—No entiendo por qué nos mantuvimos misteriosas. ¿Por cuánto,
siglos? ¿Hay alguna razón por la que no nos mezclamos con los príncipes?
La expresión de Vittoria cambió. No era exactamente odio, pero
había una frialdad en sus rasgos que afloraba cada vez que mencionaba a
los príncipes del Infierno.
—No se puede confiar en los demonios, especialmente en los
príncipes del Infierno. Y están debajo de nosotras. Teníamos suficiente para
ocuparnos en la región sur y no teníamos motivos para involucrarnos en sus
disputas.
—Estuvimos aquí poco después de que se creara el inframundo —
recordé de repente.
—Y los príncipes llegaron siglos después, cuando fueron expulsados
de su propio reino.
Sentí que había mucho más en esa parte particular de nuestra
historia, pero lo dejé por ahora. Por encima de todo, necesitaba entender
nuestra situación actual, la maldición y cómo llegó a ser, si tenía alguna
esperanza de romperla.
Mi gemela estaba de un humor bastante generoso, ofreciendo
información libremente sin restricciones mágicas. Es posible que no tuviera
muchas otras oportunidades para recopilar tanta información, así que
aproveché.
—Si fui arrancada de Ira, ¿cómo fuiste maldecida?
—Como dije, vine por ti. —La mirada de mi hermana se volvió más
oscura que las sombras que se escabulleron en la cámara. Lanzó un
maleficio a nuestra abuela, dejándola inconsciente—. Te perseguí, y las
Brujas de las Estrellas estaban listas. Ellas pusieron una trampa. Estabas
acostada en un altar, sangre goteando de tu pecho.
Permitió que ese puñetazo aterrizara de lleno en mis entrañas. Fue
exactamente como encontré su cuerpo en el monasterio de Sicilia. Ahora
sabía que su pose había sido por diseño. No había sido un mensaje para mí,
había sido una advertencia para Nonna y las brujas.
La diosa de la muerte recordaba.
—Corrí hacia ti, sin darme cuenta del círculo de sal y hierbas —
continuó—. Sin preocuparme por las velas de hechizos o los símbolos
arcanos que brillan por todas las paredes. Una vez que crucé el círculo, su
magia me encerró. Superó mi poder, esencialmente haciéndome mortal por
breves momentos. Que era todo el tiempo que necesitaban para realizar su
ritual. Me encadenaron y me dieron mi propio corazón hechizado.
Nos miramos la una a la otra durante unos momentos tensos. A
pesar de su traición, a pesar de los meses de ira y tormento que sentí,
necesitaba a mi gemela. En este momento. Necesitaba nuestra conexión.
Pero Vittoria no era mortal. Ella no me estrechó en sus brazos. No hubo
palabras de consuelo ni lágrimas compartidas. Solo había una promesa
brillando en sus ojos. Venganza. Un voto para corregir un terrible error.
—Fue entonces cuando nos hicieron usar el Cuerno de Hades,
bloqueando aún más nuestros recuerdos —supuse—. Y me imagino
también escondiéndonos de cualquiera de los hechizos de rastreo de nuestra
madre.
—Precisamente. Tanto el hechizo de bloqueo como los amuletos
impidieron que la Anciana nos localizara. Algo que las brujas también
temían.
Por eso se esforzaron más por ocultarnos. Tener a la Anciana, una de
las tres diosas originales, como enemiga habría representado una amenaza
aún mayor para su mundo. Exhalé. Ira y yo no estábamos seguros de si eso
era cierto sobre los amuletos, pero había sido una teoría que habíamos
discutido. Usábamos esos amuletos no para escondernos del diablo, sino
para escondernos de nuestro verdadero ser.
—Y cuando nos los quitamos, esa noche... nuestra magia luchó por
surgir.
—Como puedes ver. —Vittoria caminó hacia donde nuestra abuela
estaba desplomada e inconsciente en su silla—. Estas brujas no merecen tu
simpatía. Merecen morir. Por eso fui y comencé a llevarme a sus hijas. Que
sientan lo que fue perderlo todo. —Vittoria giró sobre sus talones y me miró
a los ojos—. Nadie ata a Muerte o Furia y vive para contarlo. ¿Querían
evitar una guerra? Bueno, eso es precisamente lo que obtendrán. No pararé
hasta que cada familia responsable haya pagado. Los príncipes del Infierno
no son mejores y deberían haber pagado hace mucho tiempo por sus
pecados. Debes estar a mi lado, tomando tu justa venganza. Es la única
forma en que la Casa de la Venganza puede resurgir.
—Vas a comenzar una guerra entre sobrenaturales.
—¿Comenzar? —preguntó Vittoria, mirando a su alrededor—. La
guerra ya ha comenzado. Comenzó en el momento en que nos maldijeron y
nos mantuvieron cautivas durante casi veinte años en ese reino. Comenzó
cuando esa bruja maldijo al demonio que ahora llamas esposo y nos arrastró
a sus problemas. Todos ellos han olvidado quiénes somos. De lo que somos
capaces. Algunas batallas no se pelean con armas en los campos, hermana.
Algunas son mucho más efectivas cuando se realizan movimientos sutiles
con el tiempo. En última instancia, no me importa si otros seres
sobrenaturales pelean; solo me importa la venganza por nosotras. —Miró a
la mujer que había sido nuestra abuela, su expresión se volvió
increíblemente fría—. Ira nunca te entregará su corazón. No puede. La
maldición no se ha levantado para él. Siempre mantendrá parte de sí mismo
bajo llave. Una vez que lo descubras, vuelve a mí. Tenemos mucho que
lograr juntas. Como siempre lo hicimos.
—Necesito que me digas una cosa. ¿Mataste a la comandante de
Avaricia o la ayudaste a escapar? Orgullo dijo que había estado preguntando
por su portal.
—Orgullo ha demostrado que todavía se preocupa solo por sí
mismo. Como siempre lo ha hecho. Y hay muchas cosas que todavía no
entiendes, y no entenderás, hasta que elimines el hechizo de bloqueo. —
Vittoria ignoró mis preguntas y asintió a Domenico. El hombre lobo dio un
paso adelante e hizo un portal brillante. Estaba claro que mi hermana no iba
a hablar sobre cráneos mágicos o cualquier posible asesinato o escape de un
demonio. Y necesitaba volver con Ira antes de que hiciera algo imprudente.
Miré a Nonna y me invadió un poco de preocupación.
—¿Qué vas a hacer con ella?
—Enviarla de vuelta al aquelarre con un mensaje. —No estaba
segura de si sus moretones eran el mensaje. Una parte de mí quería rogar
por su vida. Mostrar misericordia. Para demostrarles a todos que no era el
monstruo que temían que fuera. Pero tal vez lo era. Antes de cruzar el
portal, mi hermana dijo—: Si vuelvo a buscarte, te arrepentirás. Espero tu
ayuda pronto.
Me detuve en el umbral mágico y le di una mirada fría a mi gemela.
—No me amenaces. Y no vuelvas a traerme aquí en contra de mi
voluntad. Si quiero encontrarte, lo haré. He tolerado esto por lo que he
ganado. Tienes muchos enemigos aquí; no necesitas otro.
CATORCE
Una furia acerada y asesina brilló en los ojos de Ira cuando me
sacudí en la cama y mi alma volvió a mi cuerpo. Su expresión prometía
dolor y tormento sin fin.
Arrastrarme al Reino de las Sombras por segunda vez fue una línea
que Vittoria y Domenico claramente no deberían haber cruzado. Y ahora el
demonio de la guerra parecía listo para cobrar lo que le correspondía. Al
igual que la corte de vampiros del sur, Ira buscaba sangre. Diosa, hombre
lobo, demonio, no parecía importar quién recibía la peor parte de su pecado
siempre que sus enemigos pagaran.
—Estoy ilesa —dije, acurrucándome de lado para enfrentarlo—.
Solo drenada.
Ira me tapó con las mantas y luego me rodeó la cintura con un
pesado brazo. Su silencio llenó la habitación, más alto y más tenso que
cualquier palabra. Sabiendo lo que sabía ahora, sobre cómo me habían
arrancado de él en el pasado, arrancado de nosotros justo cuando realmente
nos habíamos enamorado, solo podía imaginar que lo que estaba sintiendo
ahora no era bueno. Vittoria estaba desgarrando heridas del pasado, e Ira
parecía estar lista para devolver el golpe, para infligir algo de dolor a
cambio.
—Estoy aquí. —Descansé mi mano sobre su brazo, apretando
suavemente el duro músculo. Estaba lo suficientemente apretado como para
romperse. Tracé el tatuaje de la serpiente dorada, con la esperanza de
calmarlo. Una rápida inspección del dormitorio demostró que no lo había
cubierto de hielo, lo cual era una buena señal—. Estoy bien. Realmente.
También le advertí a mi hermana que habría consecuencias si me tomaba de
nuevo.
Estuvo en silencio por otro largo momento, tomando algunas
respiraciones medidas. La habitación se enfrió un poco antes de que se
obligara a sí mismo a controlarse. Pasó una mano gentil sobre mi brazo,
frotándome calor suavemente mientras se aseguraba de que yo estaba, de
hecho, ilesa.
—Tu piel está teñida de azul, Emilia. Si no me hubieras pateado
para despertarme mientras mostrabas signos de regresar, habría venido por
ti y habría destruido a todas las criaturas en ese reino. Te habría sacado de
allí y luego habría borrado todo el reino de la existencia.
—Vaya. —Saqué un brazo de debajo de las sábanas y miré mi piel,
encogiéndome.
No es de extrañar que estuviera tan enojado. Parecía medio muerta.
Habría estado aterrorizada si me hubiera despertado y él también luciera
como un cadáver a mi lado. Dadas las circunstancias, su reacción fue
bastante suave. Si le sucediera algún daño, yo habría atacado primero.
—Tu hermana está jugando un juego muy peligroso. —El tono de
Ira estaba lleno de malicia.
—Lo sé. —Tracé pequeños círculos en la parte superior de su brazo
—. Ella no está pensando con claridad. La venganza y la retribución son sus
dioses, y los honra con regularidad.
—¿Qué ha sido tan importante compartir para ella que no puede
esperar hasta que la busques?
—Creo que ella siente que parte de mi maldición se está rompiendo,
y hay grietas donde mis recuerdos están regresando. Ella está tratando de
ayudarme a recordar, entonces yo…
Ira centró toda su atención en mí.
—¿Entonces tú qué?
—Vittoria quiere restablecer La Casa de la Venganza. Ella dice que
tiene la intención de iniciar una guerra entre brujas, demonios y otros seres
sobrenaturales, pero no necesariamente creo eso. Ciertamente odia a las
brujas y tiene una fuerte aversión por los demonios, pero su objetivo
principal parece ser restaurar nuestra Casa.
El silencio se deslizó en el espacio entre nosotros.
—¿Es eso algo que quieres? —preguntó Ira, su tono
cuidadosamente neutral—. ¿Restablecer tu casa?
—Hasta que sepa la historia completa y recupere mis recuerdos, no
quiero tomar esa decisión. —Mordí mi labio inferior—. ¿Es eso algo que
nos causaría una complicación? Mi hermana parece pensar que sí.
—No. Nunca te impediría hacer lo que quisieras. Y mientras
Vittoria te deje a tu elección y respete tus deseos, me importa una mierda lo
que haga, a quién le rece o con quién empiece una guerra. Ya hay precio por
su cabeza. Avaricia la quiere muerta. También Envidia y Orgullo. Lujuria y
Gula pueden ser influenciados fácilmente si se trata de una guerra. Y Pereza
no irá contra la mayoría. Soy el único que se interpone en el camino de su
aniquilación total. Y si vuelve a tomarte en contra de tu voluntad, la
perseguiré. La lastimaré. Despacio. Y dolorosamente. Su muerte será tan
brutal, tan vil, que servirá de advertencia para cualquiera que se atreva a
tocar a mi esposa. Una vez que termine, no quedará nada para mis sabuesos.
Un temblor recorrió su cuerpo. Me había equivocado. La reacción
de Ira no fue nada leve. Estaba tratando desesperadamente de mantenerse
bajo control para mi beneficio. Pensé en lo que había aprendido esta noche,
en cómo reaccionó Ira una vez que comenzó la maldición. Cómo casi había
matado a sus hermanos en su loca búsqueda de mí. Todo lo que encontró
fue algo de sangre y cabello arrancado. Por supuesto que habría pensado
que sus hermanos habían conspirado. Una maldición habría sido la última
cosa en su mente.
No pude evitar preguntarme si no había habido ningún conflicto
entre los príncipes antes de eso. Por mucho que pelearan y trataran de
superarse el uno al otro ahora, todavía parecía haber algo de afecto familiar.
Algo de lealtad. Tal vez algún día esas heridas también puedan sanar.
Me acurruqué contra mi príncipe, apoyando mi cabeza en su pecho.
Su corazón latía como un tambor de guerra. El mío marchaba al mismo
ritmo embrujado.
Si Ira decidiera que mi hermana era una verdadera amenaza para mí,
no dudaría en eliminarla. Tenía pocas dudas de que, incluso como una diosa
inmortal, tendría éxito.
Por terribles que parecieran las cosas con Vittoria, todavía me
aferraba a la esperanza de que hubiera algo redimible en ella. Alguna forma
de alcanzar lo que alguna vez había sido cálido y amable cuando éramos
mortales. Quería creer que los objetivos de Vittoria de romper mi hechizo
de bloqueo y otorgarme todo mi poder se debían únicamente a que ella
quería lo mejor para mí, pero me preocupaba que tuviera más que ver con
su plan actual.
Si quería un aliado poderoso y no había conseguido uno con los
príncipes demoníacos, tal vez quería desbloquear mi poder para su
beneficio. Y si Ira estaba en lo cierto, si había una posibilidad de que no
sobreviviera a la eliminación de mi corazón, entendía por qué la insistencia
de Vittoria lo empujaría a eliminarla como una amenaza. Él ya había
experimentado que alguien me llevara en contra de mi voluntad antes.
Todavía estaba luchando para volver a mi verdadero yo. Si nuestros
roles fueran invertidos, destruiría a cualquiera que amenazara nuestra
felicidad también. Asesinaría sin arrepentimiento ni remordimiento. Tal
como le había hecho a ese demonio Umbra. Pero esta era mi gemela, y no
era tan simple o blanco y negro.
—Puedo sentir tus emociones —dijo en voz baja—, pero no puedo
leer tus pensamientos.
—Estoy pensando en mi hermana. Vittoria es… —Suspiré y lo miré
—. Ella ya no es humana. Me gustaría creer que mantendría mi moral, pero
no estoy segura de que eso sea posible. Especialmente ahora. Nuestra Casa
era la Venganza. Parece alimentarnos a ambas. Incluso antes de saber lo que
éramos, mi respuesta inicial a la “muerte” de Vittoria fue simple: venganza.
En el fondo sé que mi hermana está herida y que esta es la única manera de
expresarlo.
Ira me miró de cerca, una profunda arruga se formó en su frente.
—Todo el mundo tiene elecciones que hacer. Tu hermana está
usando su inmortalidad como excusa para hacer cosas imperdonables. Podía
alterar su camino, forjar uno nuevo fácilmente. ella no quiere. Y ahí está la
cuestión. Ella es un monstruo por elección, no por nacimiento. —Mostró
los dientes en una sonrisa que prometía una violencia indómita—. Como
todos lo somos. Pero ella no es la única que puede descartar el código moral
para cumplir una tarea.
Sostuve su mirada por unos segundos. Nada más que pura
determinación y una gélida promesa brillaban en sus ojos. Una vez que se
lo propusiera, movería todo el inframundo para lograr sus objetivos.
Vittoria estaba muy cerca de convertirse en su tarea número uno por
eliminar. Nada de lo que pudiera hacer o decir lo disuadiría. Lo sabía con
certeza porque ese sería el camino que yo tomaría. Y nadie me detendría.
Realmente éramos una pareja hecha en el infierno.
—Independientemente de los métodos utilizados para lograrlo,
aprendí muchas cosas esta noche. —Rodé sobre mi espalda y miré hacia el
techo—. No creo que Vesta esté muerta. Es la única pregunta que mi
hermana se niega a responder; en realidad, hace todo lo posible por evitarla.
Si fuera culpable, no veo por qué tendría problemas para restregárselo en la
cara a Avaricia. Odia a los demonios, especialmente a los príncipes del
infierno. Si realmente desea iniciar una guerra, ¿por qué no admitir un
triunfo tan grande como matar a alguien tan importante como uno de sus
comandantes? Especialmente si Vesta era tan especial como decía Avaricia.
Vittoria no ha sido tímida al presumir de cualquiera de sus otras conquistas.
¿Por qué guardar silencio ahora?
Ira exhaló.
—También cuestioné por qué Vesta había buscado a Orgullo. Está
ocultando algo, pero no creo que tenga nada que ver con su posible
desaparición.
—¿Qué crees, entonces? —Me volví a poner de costado, frente a él.
—Creo que había estado buscando información y pensó que estaba
usando a Vesta. —Su boca casi se levantó en una sonrisa—. Una vez que se
dio cuenta de que había sido superado en maniobras, creo que su orgullo
recibió otro golpe. Por eso parecía sorprendido y molesto. Pensó que había
sido el cazador y descubrió que había caído en otra trampa. Ha sido
demasiado sensible con ese tipo de cosas desde que tu hermana pisoteó su
imagen cuidadosamente elaborada.
—¿Él se preocupaba por ella?
—¿Tu hermana? —La atención de Ira se deslizó sobre mí mientras
asentía—. No estoy seguro. Pero ciertamente pone una enorme cantidad de
esfuerzo en verla destruida. Aunque eso podría ser simplemente porque se
odia a sí mismo por dejar que su orgullo se interponga en el camino de
decirle la verdad a su esposa.
—¿Cuál fue?
—Hasta donde yo sé, Orgullo y Vittoria nunca hicieron más que
besarse. Tenía que mantener su reputación de príncipe corrupto, razón por
la cual había permitido que todos pensaran que se estaba acostando con ella.
—¿Estás seguro de que nunca se acostó con Vittoria?
Ira consideró mi pregunta cuidadosamente.
—No creo que nadie, excepto Orgullo y Vittoria, sepa toda la
verdad. Ciertamente él no ha compartido ningún detalle de esa noche.
Y si Vittoria había desarrollado sentimientos por él y no fueron
correspondidos, eso ciertamente podría haber agregado combustible a su
misión actual de “destruir demonios y brujas”. Reflexioné sobre otra teoría.
—¿Crees que Avaricia se envió a sí mismo el cráneo?
—No lo descartaría como una posibilidad. Si está convencido de
que tu hermana tiene la culpa, le daría un motivo claro para intentar crear
evidencia para probar su teoría.
Era precisamente lo que yo también había estado pensando.
—Sin tener acceso completo a las tierras de Avaricia, no hay forma
de que podamos probar de dónde se originó el cráneo, ¿correcto? —Mi
príncipe negó con la cabeza. Le di vuelta a algunos pensamientos más—. El
duque de Devon mencionó que la familia de Vesta no era de aquí…
—¿Estás considerando la sangre que quedó en la escena?
Asentí.
—Obviamente no conocemos las circunstancias que trajeron a Vesta
aquí, pero sabemos que ella había estado preguntando sobre el portal de
Orgullo y el olor a sangre. Si su familia era de algún lugar fuera del
dominio de Avaricia, incluso fuera de los Siete Círculos, tal vez usó el
portal para regresar a casa. Con la mezcla de sangre que encontramos,
¿quizás incluso trajo algún otro tipo de demonio aquí para ayudarla?
Y si eso fuera cierto, entonces tal vez ella no había sido la víctima
en absoluto, sino la verdadera asesina. Si ella era tan infeliz en la corte de
Avaricia como había afirmado el duque, ¿quizás había matado a alguien que
se interpuso en su camino, dejando atrás el cuerpo mutilado antes de hacer
un gran escape?
—Ciertamente es un área para investigar y descartar o demostrar
que es correcto. —Ira me besó en la frente, luego se levantó de la cama y se
puso un par de pantalones planchados. Algo afuera llamó su atención, y
maldijo en voz baja mientras salía al balcón.
Cualquier agotamiento que había sentido se desvaneció. Empujé las
cobijas hacia atrás y agarré una bata antes de unirme a él, deteniéndome en
seco. Brillantes estrellas rojas estaban esparcidas por el cielo, rojas como un
presagio empapado de sangre. Mientras nos quedábamos allí observándolas
en silencio, lentamente tomaron forma.
Un corazón anatómico, atravesado en el centro con una daga que
tenía una calavera en la parte superior de la empuñadura. La sangre goteaba
de la punta de la hoja, o al menos eso parecía cuando las estrellas carmesí
parpadearon y se derramaron por el símbolo que ahora palpitaba. Thump-
thump. Thump-thump. Latía, las ondas del pulso levantaban lentamente el
vello de mis brazos mientras viajaban por el reino.
Era un corazón celestial. Y claramente no era una constelación
natural.
—¿Qué es eso? —pregunté, mi voz baja.
—El corazón inmortal. —La expresión de Ira se volvió sombría. Las
estrellas continuaron latiendo desde su posición en el cielo, el rojo
apareciendo como un corte en el universo. Mi propio corazón se aceleró—.
Es el símbolo de la corte de vampiros.
Ira dirigió su atención al patio de abajo, escudriñando los terrenos
iluminados por la luna. Seguí el camino que recorrió su atención, buscando
cualquier señal de movimiento. Había caído un manto de nieve fresca, las
estrellas carmesí se reflejaban como gotas de sangre en el suelo. Las
salpicaduras rojas hacían parecer que ya había estallado una batalla y que
los soldados habían caído.
Me froté los brazos. La noche era tranquila, pero de ninguna manera
pacífica. Se sentía como si las sombras estuvieran observando, esperando.
El problema estaba cerca.
—Un emisario llegará pronto.
Por el tono de voz de Ira y la forma en que seguía inspeccionando
los terrenos del castillo, no iba a ser una visita bienvenida.

En las semanas que estuve en la Casa de Ira, había visto muchas


cámaras impresionantes: las bibliotecas, las suites de invitados, la sala de
entrenamiento, el jardín, los Bajíos de Medialuna, el comedor, la torre
circular donde Celestia había elaborado sus pociones y tónicos, mi suite y la
de Ira, entre muchas otras habitaciones formales e informales, terrazas y
balcones, pero nunca había pisado la sala del trono de Ira. Era un estudio de
feroz elegancia gótica.
Una parte de mí quería arrodillarse, confesar mis pecados como una
devota, o mejor aún, reclamar mi pecado favorito frente a la corte para
siempre. Aunque el público tendría que esperar, la habitación con forma de
catedral y techos abovedados estaba vacía por el momento, salvo por Ira y
yo.
—Es impresionante —dije, la voz resonando ligeramente. Nos
paramos justo dentro de las puertas dobles talladas, mirando el lugar donde
el demonio gobernaba su reino. Le quedaba a Ira. Era refinado pero aún
contenía un borde de maldad. Esperé por una chispa de memoria, pero no
llegó.
Suelos de mármol negro con vetas de oro pálido, altos techos
abovedados con columnas a juego en una piedra gris oscuro y enormes
candelabros con piedras preciosas de ébano que brillaban a la luz de las
velas. Tonos apagados en diseños florales se presentaron en vidrieras. Los
cuales se colocaron al menos a seis metros del suelo a cada lado de la
habitación, permitiendo que la luz se filtrara y rompiera la oscuridad.
Antorchas colocadas en candelabros de serpientes estaban espaciadas
uniformemente a lo largo de las paredes inferiores, el fuego crepitaba como
si les recordara a aquellos que entraban aquí que estaban en el inframundo.
Por blasfemo que fuera, me recordó a una iglesia. Excepto que en
esta casa de adoración, el demonio de la guerra era el único ser “celestial”
al que se le rezaba.
Armas doradas relucientes decoraban las paredes, de forma similar a
la sala de entrenamiento de Ira. Escudos, armaduras, espadas y puñales.
Arcos y flechas y hojas curvas que me hicieron temblar por su maldad. En
el fondo de la sala, la ventana arqueada más ancha se alzaba con orgullo
sobre el trono. Ocupando casi toda la pared, el diseño de vidrieras
presentaba un inconfundible par de alas negras extendidas. Tragué saliva,
dándome cuenta de que debían simbolizar las alas que le fueron robadas a
Ira. Debe ser una tortura tenerlas conmemoradas de esa manera.
Volví a centrar mi atención en el primer nivel. Justo debajo de la
enorme ventana con alas negras había una chimenea rugiente. Nunca había
visto una tan grande: como la ventana, ocupaba casi toda la pared. Un
corredor de color burdeos profundo corría a lo largo de la habitación,
terminando en la base de un estrado de ébano. La gema opaca parecía humo
helado, imponente pero hermosa. Era similar, si no la misma, a la piedra
que había visto cuando entramos por primera vez en este reino.
Encima del estrado había dos tronos a juego. Como rey del
inframundo, imaginé que su asiento sería más grande. Serpientes de bronce
color champán se curvaban alrededor del cuero negro y se parecían mucho
al tatuaje que Ira se había tatuado en el brazo derecho. Mi corazón dio un
vuelco cuando vi enredaderas con espinas que estaban elegantemente
entrelazadas alrededor de los cuerpos de las serpientes.
Ira inclinó una mirada en mi dirección, su boca se curvó en un
atisbo de sonrisa a pesar de las circunstancias que nos trajeron a esta cámara
tan tarde en la noche.
—Estás sorprendida.
—Realmente quieres que yo sea reina. No solo tu consorte.
Me miró de frente y me sorprendió el poder de su presencia. La
magnificencia de su magia y la forma regia en que se comportaba. Con su
corona con punta de rubí, sus ojos dorados centelleantes y su traje negro
hecho a la medida de su cuerpo, era el rey oscuro de muchos sueños y
fantasías. Las mías incluidas. El demonio también sonrió como si lo
supiera.
—Eres mi pareja en todos los sentidos. Todo lo que es mío te
pertenece a ti. Nunca olvides eso.
La forma seria en que lo dijo, la forma en que tomó mis manos y las
apretó entre las suyas, se sentía como si estuviera comunicando mucho más.
Me incliné hacia él.
—Yo…
Las puertas dobles detrás de nosotros se abrieron de golpe. Varias
doncellas demoníacas entraron corriendo, sosteniendo urnas gigantes de
lirios de cala negros y ranúnculos de color burdeos oscuro. Los pétalos
suaves como gasa eran algunos de mis favoritos. Las doncellas corrieron al
estrado y colocaron hábilmente las urnas, permitiendo que las flores en
forma de trompeta de los lirios de cala y el ranúnculo burdeos cayeran en
cascada por los escalones. Trajeron varias plantas más, aunque no pude
ubicar de inmediato las pequeñas bayas rojas de una.
—La adelfa es una opción interesante, especialmente si estás
enviando un mensaje —dije, luego asentí con la cabeza hacia la planta que
aún no había identificado—. ¿Pero qué son esas? Supongo que también son
venenosas o letales de alguna manera.
—Abrus precatorius. —El tono de Ira insinuaba diversión—.
Guisante Rosario. Los vampiros las odian. No solo por sus nombres
piadosos, sino porque realmente pueden matarlos. Algunos mortales lo
descubrieron, por lo que a menudo las encontrarás con cuentas en rosarios.
Aunque el joyero debe ser extremadamente cuidadoso, un pinchazo de la
baya puede causar la muerte.
—¿Pensé que los vampiros solo podían ser asesinados con una
estaca?
—Una estaca en el corazón es letal para la mayoría de las criaturas,
excluidas las compañías actuales. —Ira me dirigió una mirada sardónica,
sabiendo muy bien que estaba íntimamente consciente de que una cuchilla
en el pecho no lo lastimaría—. El ajo es una molestia, el agua bendita no
hace nada según lo que he recolectado, pero ¿estas bayas? —Le quitó una a
un sirviente que pasaba y la pellizcó entre el pulgar y el índice—. Estas son
uno de los secretos mejor guardados de los vampiros.
—¡Su Majestad!
Me volví ante la voz familiar, complacida de ver a mi amiga Fauna
corriendo hacia la sala del trono, luciendo resplandeciente en un vestido de
color cobre oscuro con joyas cosidas en el corpiño. Se sentía como si
hubieran pasado siglos desde la última vez que la había visto, aunque solo
habían sido un par de días.
Fauna había sido mi primera amiga en la corte de Ira, y mientras
otros parecían contentarse con chismear sobre mi llegada, ella había hecho
todo lo posible para que me sintiera bienvenida. No sé cómo habría
superado esas primeras semanas sin su amistad.
—Lady Emilia. —Me hizo una reverencia cortés y se inclinó hacia
Ira—. He asegurado el collar.
Me guiñó un ojo mientras le entregaba a Ira un joyero bastante
grande. Levantó la tapa para mirar dentro antes de volver a cerrarla.
—¿Conseguiste algo para ti?
—Sí su Majestad. —Fauna apartó a un lado su rizado cabello negro
azabache, mostrando una gargantilla que presentaba pequeñas bayas rojas.
El color se veía encantador contra su cálida piel morena—. Le ofrecí uno a
Anir, pero lo rechazó. —Sus ojos sepia brillaron—. Pero aceptó la corbata
adornada con ellas. Se está vistiendo ahora y debería llegar en breve.
Ira sacudió la cabeza en señal de aprobación.
—Asegúrate de que se vea como un cortesano.
—Por supuesto. —Fauna volvió a hacer una reverencia, luego salió
corriendo de la habitación, sus faldas cobrizas moviéndose sobre el mármol
como olas susurrantes en la orilla.
Asentí hacia la caja.
—¿Puedo verlo?
Ira abrió la tapa y levantó el collar.
—Oh. —Se me cortó el aliento por su belleza. Y su verdadero
propósito. Este no era un simple adorno. Era un arma. Hebras de bayas de
Guisante Rosario alternadas con rubíes. Las piedras preciosas del rojo
intenso de la sangre. Estaba destinado a seducir. A atraer el ojo. Y luego
advertir. El emisario vampiro podía mirar pero no tocar. A menos que
deseara morir—. La sutileza no es tu fuerte.
—La sutileza es de cobardes, mi lady.
Ira me indicó que me diera la vuelta y rápidamente me colocó las
joyas alrededor del cuello. Lo miré de nuevo, pasando mis manos sobre la
exquisita pieza de declaración. El príncipe demonio siguió el camino que
recorrieron mis manos con su mirada, luego continuó más abajo como si me
estuviera viendo por primera vez y absorbiendo toda la vista. Una mirada
carnal cruzó sus facciones. Tan primitiva e intensa, estuve tentada de ver en
qué tipo de problemas podríamos meternos en el trono.
—¿Te gusta? —pregunté, sabiendo que era algo más que gustar.
Casi podía verlo calculando si teníamos tiempo para hacer realidad mi
nueva fantasía mientras me miraba de nuevo.
Mi vestido rosa dorado abrazaba mis curvas, el color tan pálido y
suave que alguien podría olvidar la terrible magia que chisporroteaba bajo
mi piel. Podría ser atraído por las rosas carbonizadas de color rosa pálido
cubriendo la parte superior de mi corpiño que se hundía un poco demasiado,
podría confundir con bonitos adornos las vides pálidas con espinas que
acentuaban mis caderas antes de desvanecerse en faldas de tul más amplias,
y no entender la advertencia que eran. Mi vestido era mi magia en forma
ponible. Me encantaba.
Ira parecía querer triturarlo y mostrar su aprecio por él de una
manera puramente animal. Pensar en él subiendo mis faldas para enterrarse
profundamente en mi interior hizo que mis mejillas se sonrojaran. No por
vergüenza, sino por deseo. Necesitaba un ventilador. O un baño de hielo.
—Este vestido podría ser uno de los objetos embrujados que aún no
hemos localizado. —Su boca se levantó en los bordes—. Ciertamente me
tiene hechizado. Aunque creo que eres solo tú, mi lady.
Miré mi vestido, luchando contra una sonrisa. Adoraba cuando Ira
coqueteaba conmigo. Era una distracción bienvenida, un poco de luz para
equilibrar la oscuridad.
Un golpe seco llamó nuestra atención. Cualquier atisbo de
sensualidad o alegría desapareció del rostro de Ira. En su lugar estaba la
máscara dura e implacable del príncipe más fuerte del Infierno. Aquí estaba
el demonio cuyo poder era tan abrumador que alteraba todo el reino.
—Adelante.
Un demonio mayor se apresuró a entrar y se inclinó
respetuosamente. Llevaba un traje que me recordaba a los mayordomos de
mis novelas románticas favoritas.
—El grupo del emisario acaba de salir de los establos, su majestad.
—Alerta a Anir y a los demás. Los quiero aquí ahora. —Ira me
tendió el brazo, tan formal y lleno de modales—. Ven, mi señora.
Preparémonos para nuestros invitados.
—Aunque no sean bienvenidos.
—Así es. —La sonrisa de Ira era lobuna.
Puse mi mano en el hueco de su brazo y nos dirigimos a los tronos.
Incluso sintiéndome a salvo en nuestra propia Casa del Pecado, los nervios
aún me aceleraban el pulso. Una cosa desafortunada considerando a quiénes
estábamos a punto de entretener.
Ira me ayudó a subir las escaleras, luego llevó sus labios a la concha
de mi oído, su cálido aliento hizo que un delicioso escalofrío bailara a lo
largo de mi columna.
—Respira. O el emisario me sorprenderá haciendo todo lo que esté a
mi alcance de hacer para que tu corazón lata con fuerza por razones más
agradables.
Para seguir su declaración seductora con acción, besó el punto del
pulso en mi garganta, su lengua lamiendo ligeramente mientras raspaba sus
dientes contra mi piel. Sus manos… esas malditas cosas increíbles, se
deslizaron a lo largo de mis senos, bajando por mi silueta hasta que
juguetonamente apretó mi trasero, prometiendo hacer exactamente lo que
había dicho.
Abruptamente me senté en mi trono, ganándome una risa profunda
de Ira. Estaba realmente distraída mientras luchaba contra la tentación de
que se arrodillara ante mí, con la cabeza entre mis muslos, mientras el
vampiro entraba en nuestro dominio y la lengua del demonio entraba en mí.
Los ojos de Ira se encendieron: había sentido mi excitación y
probablemente sintió las emociones con las que estaba luchando. La diosa
lo maldiga por ser tan imposible de resistir; no era el momento de pensar en
un encuentro. O someterse al deseo.
Le di un leve movimiento de cabeza.
—Compórtate. El emisario llegará pronto.
—No tengo idea de lo que quieres decir, mi lady. —La mirada que
me dio fue una mezcla de pura presunción masculina e inocencia fingida—.
Simplemente estoy admirando a mi feroz esposa.
Se sentó en su trono y una vez más adoptó esa actitud gélida. No me
gustaría estar en el extremo receptor de esa mirada. Prometía una crueldad
sin fin. Anir y Fauna entraron en la cámara, seguidos por varios otros
demonios que no reconocí, todos vestidos con sus galas.
La mayoría de los demonios, tanto hombres como mujeres, a
menudo se mostraban confiados, pero algo en la forma en que estos
cortesanos se movían me hizo pensar que no eran simplemente señores y
damas de la Casa de la Ira. Apostaría cualquier cosa a que estos eran
soldados.
Le di a mi esposo una mirada de soslayo. Estaba preparado para
luchar. No estaba segura si era simplemente una precaución o si era un
movimiento ofensivo. No habíamos tenido mucho tiempo para prepararnos,
y él salió de la habitación para reunirse con Anir y sus mejores soldados
antes de que terminara de vestirme. No tenía ni idea de cuál era su esquema,
pero estaba segura de que tenía uno.
Ira captó mi mirada y me mostró una sonrisa rápida y tortuosa.
—Ten siempre una flecha colocada y lista para disparar si invitas a
un enemigo a entrar.
—Tal vez pueda ayudar con la parte del fuego. —Invoqué flores
ardientes y les permití flotar sobre el estrado. El calor del fuego
rápidamente se volvió sofocante.
Algunos de los soldados se tensaron pero se mantuvieron firmes.
Espontáneamente, recordé lo que dijo Fauna cuando la conocí, sobre cómo
algunos soldados se habían reído cuando un oficial de alto rango deseaba
quitarme el corazón aún palpitante y dárselo. Mi furia quemó lentamente
otras emociones mientras volvía mi atención a los demonios en la
habitación. No fue una elección consciente someterme a mi ira, pero
tampoco luché contra ella de inmediato. ¿Alguno de esos demonios que
deseaban hacerme daño estaba presente ahora?
Un pensamiento y podría destruirlos a todos. Envíalos gritando
mientras su carne se derritiera de sus huesos. Podría vengarme de todos
ellos y...
Una risa suave y femenina rompió el hechizo. Dejé ir mi magia y
parpadeé a nuestros invitados. No los había oído anunciar, y luché por
recuperar el aliento sin ser obvia.
—Blade. —Ira no parecía impresionado cuando se dirigió al
emisario, comprándome preciosos segundos para recuperar mis sentidos.
Deseé poder inclinarme y besarlo, pero fijé mi atención en las dos figuras
que se acercaban a nosotros, adoptando una mirada de frío aburrimiento que
había visto usar a Envidia.
Blade, un vampiro llamativo, con rasgos cincelados y cabello
castaño despeinado, rápidamente pasó su mirada sobre mí, deteniéndose en
el collar con bayas letales, antes de centrar su atención en Ira, su expresión
imposible de descifrar. Sus ojos eran de un carmesí profundo bordeando el
negro enmarcados por una espesa franja de pestañas. Parecía un problema.
Pero más de una manera desafiante y rebelde, no el sutil peligro que poseía
Ira cuando elegía convertirse en el problema de alguien.
Apenas le di a Blade una segunda mirada mientras observaba a su
compañera, la mujer que se había reído. Parecía una reina guerrera, aunque
no vi ninguna arma atada a ella. Lo que significaba que era un arma más
letal que cualquier hoja de acero que pudiera llevar.
El pelo oscuro le caía en cascada por la espalda, su vestido color
ébano se parecía más a una armadura de cuero que a la alta costura popular
en las cortes demoníacas. Sin embargo, fueron sus ojos los que me erizaron
la piel. Los había visto antes. En una pesadilla. Estaban salpicados de
estrellas y eran insondables. Antiguos y llenos de odio. Y estaban enfocados
en mí mientras ella se acercaba al estrado con el vampiro.
Ira se inclinó hacia delante y su voz se convirtió en un gruñido.
—Sursea.
La mujer aún no me había quitado la atención, su boca se torcía en
lo que parecía ser una oscura diversión. Me encontré queriendo
estrangularla hasta que quitara esa mirada de su rostro.
—¿No es esto intrigante? —Su tono indicaba que quería decir
cualquier cosa menos intrigante. Dio otro paso hacia nosotros,
entrecerrando la mirada—. ¿Sabes quién soy?
Ella no era un vampiro. Tampoco era un demonio. Tampoco había
nada mortal en ella y, sin embargo, no creía que fuera una diosa. Tuve una
terrible sospecha, y la forma tensa en que se sentó Ira, como si estuviera a
punto de saltar de su trono y estrangularla, confirmó mis temores.
—Eres la Primera Bruja —le dije—. La Prima Strega.
QUINCE
La Primera Bruja, Sursea, me miró de la misma forma en que los
depredadores vigilan las amenazas potenciales o las presas.
El instinto se hizo cargo, y enseñé mis dientes, la sonrisa cruel
indicaba que podría no estar completamente restaurada a mi antigua gloria,
pero tampoco era una presa. Observé a la bruja, mi furia creciendo cuanto
más tiempo sostenía su odiosa mirada. Ella me había robado a Ira. Nos
había usado a mí y a Vittoria en su retorcido juego. Y la haría pagar con
sangre y lágrimas por sus pecados. Ahora no, pero un día, mi rostro sería el
de sus pesadillas.
Su atención se centró en Ira y su expresión se tornó burlona.
—Seis años y seis meses ciertamente han pasado volando, ¿no es
así, su majestad? El tiempo puede moverse de manera diferente aquí, pero
todavía se mueve. ¿Cuántos días fueron, de nuevo? Parece que lo he
olvidado.
La mirada de Ira se disparó hacia la mía por un breve destello antes
de volverse hacia nuestra enemiga, pero fue suficiente para divertir a la
bruja una vez más. Su risa llenó la silenciosa cámara de nuevo. Solo que
esta vez sonaba como si supiera un secreto. Uno que compartía con mi
esposo.
Y estallé.
—Inclínate ante el rey. —Mi voz era fría. Imperial. Sentí la atención
de Ira cambiar a mí, sentí que toda la habitación miraba en mi dirección,
pero no rompí mi mirada con la bruja. Debe haber sentido el fuego ardiendo
en mi alma. Sursea arqueó una ceja pero lentamente se puso de rodillas, el
cuero de su vestido crujiendo en el silencio.
Volví mi atención al vampiro, que retrocedió casi
imperceptiblemente. Tenía pocas dudas de que mis ojos ahora eran de color
rosa dorado y ardían con mi poder apenas controlado. Si no le había
importado quién o qué era yo antes, ahora sí.
—No me hagas repetirme. Inclínate o te quemarás. —Invoqué una
rosa ardiente y la envié flotando sobre Blade.
Apretó los dientes, pero se arrodilló e inclinó la cabeza en dirección
a Ira.
—Su Majestad.
Observé sus formas inclinadas, sin liberarlas de sus posiciones de
aquiescencia forzada. Ira no pronunció una palabra, sintiendo mis
emociones y dándome el tiempo que necesitaba para recuperar el control. O
tal vez simplemente estaba complacido y quería ver qué haría a
continuación; descubrir de qué otra manera nuestros pecados se alineaban
en un matrimonio impío. Había dicho que quería una igual. Ira podría
dominar el hielo, pero yo era todo fuego. Y la Primera Bruja realmente no
debería haber avivado mi furia. Si solo hubiera sido Blade hablando por los
vampiros, dudaba que hubiera reaccionado como lo hice.
Fue la presencia de Sursea, su desagradable comportamiento, la
insinuación de que tenía un secreto que mi esposo sabía, junto con su burla
a Ira, lo que me volvió loca de rabia. Por lastimarlo, quería lastimarla diez
veces. Era irracional. Absoluto. Una necesidad consumidora de pura
venganza. De repente entendí a mi hermana demasiado bien. Quería que
nuestros enemigos sufrieran. Por cada año, cada mes, día, hora y segundo
de dolor que infligieron a mis seres queridos, quería devolverles el favor
hasta que suplicaran clemencia o muerte. Y luego les negaría eso también.
Por retorcido que sea, ese era el poder del amor. Podía traer calidez
y luz, y también podía convertir una sola brasa en un infierno furioso,
destruyendo a quienes lo amenazaban. El amor podía ser el peor pecado de
todos, con sus dos caras.
O tal vez ese era simplemente el estilo de la Casa de la Venganza.
Las antorchas alrededor de la cámara se encendieron más alto, las
llamas parpadeando salvajemente en una brisa fantasmal. Miré alrededor
del salón del trono casi vacío, a los soldados en sus galas, Anir y Fauna
entre ellos. Respeto, no miedo, brillaba en cada uno de sus ojos. Podría
haberlos asustado un poco antes, pero esperaban que la princesa de la Casa
de la Ira inspirara algo de miedo tal como lo hacía su príncipe. Que ahora
estuviera usando ese poder en nuestros enemigos… Incliné mi cabeza en su
dirección, reconociéndolos. Mi atención volvió a los invitados no deseados
que seguían arrastrándose a nuestros pies.
Ese antiguo y terrible poder en mi interior se agitó. La Primera
Bruja se puso tensa. Su maldición lo había encerrado, y la magia que lo
mantenía confinado se estaba deteriorando. De una forma u otra, mi hechizo
de bloqueo se rompería. Y entonces ese monstruo sería libre. Sursea lo
percibía. Tenía que.
Fue ese pensamiento, esa promesa de dejar que mi bestia se volviera
loca un día, lo que me calmó. Aun así, tomó cada onza de moderación que
pude reunir no desatar mi magia ahora y verlos arder.
Zarcillos de humo se enroscaban en el aire, y el olor acre del cuero
quemado llegaba hasta donde estábamos sentados. La Primera Bruja se
estremeció pero no se movió para apagar la brasa brillante en sus faldas. Ira
pasó un dedo por la parte superior de mi mano, su caricia un bálsamo fresco
para mi furia. Exhalé lenta y silenciosamente. Y atraje mi magia de regreso
a su fuente. Esperé otro latido para estar segura de que había encontrado mi
balance. Un movimiento en falso y me convertiría en el monstruo que temía
ser.
—Levántense. —Mi expresión ahora estaba tan estrictamente
custodiada como mis emociones.
Ira se recostó en su trono, con una inclinación cruel en sus labios.
Aquí estaba sentado un diablo divertido, deleitado con su reina igualmente
malvada. Miró al vampiro con frialdad, ignorando a la bruja como si no
estuviera parada allí en absoluto.
—¿Por qué estás aquí?
—Para discutir una posible alianza entre nosotros.
—Extraño momento para tu príncipe. No se ha molestado con las
regiones del norte durante siglos.
—No es tan extraño. Después de una visita reciente de la diosa de la
muerte y su singular compañera demonio-hombre lobo, hizo que mi
príncipe considerara el potencial de tener aliados tan inusuales. —A su
favor, Blade sostuvo la intensa mirada de mi esposo.
Mis ojos se entrecerraron. Aparte de su afirmación de querer
provocar inquietud y potencialmente iniciar una guerra entre seres
sobrenaturales, Vittoria estaba tramando algo. Tal vez el compañero que
Blade mencionó era simplemente Domenico de alguna manera disfrazando
su olor, pero otra teoría surgió en mi mente, y me arriesgué a seguirla.
—¿La demonio-hombre lobo se llamaba Vesta?
—No. Marcella. —La atención de Blade nunca abandonó la de Ira
mientras respondía—. Procedía de las Islas Cambiantes.
—¿Estás seguro de que no era de aquí? —pregunté.
—No dijo nada más. Y estábamos más preocupados con la diosa.
La sospecha se enroscó a mi alrededor, pero Blade claramente no
tenía otra información sobre la compañera de mi hermana. Al menos nada
que estuviera dispuesto a compartir si rehusábamos una alianza.
Dada la sangre que quedó en la escena del crimen, tenía sentido que
Vesta fuera genéticamente única. Lo cual podría ser por qué Avaricia la
codiciaba. Y fue el primer aspecto sobre el que me pregunté cuando se
encontró sangre de demonio y de hombre lobo. Esta información ahora me
hizo preguntarme si el interés de Vesta en el portal en la tierra de Orgullo
tenía algo que ver con una posible incapacidad para viajar al Reino de las
Sombras. Si mi teoría era correcta y era genéticamente única, tal vez su lado
demoníaco lo hiciera imposible. Muy parecido al nuevo lobo que Antonio
había mencionado.
Mientras Blade e Ira luchaban en silencio, estudié al vampiro más
de cerca.
Fuertes cejas enmarcaban esos penetrantes ojos carmesí, sus
pestañas lo suficientemente gruesas como para hacer que cualquiera sintiera
envidia. Su cabello era demasiado largo para estar completamente domado
y parecía que lo había peinado descuidadamente antes de llegar aquí.
Labios carnosos se curvaban en una media sonrisa como si acabara de
recordar una broma particularmente graciosa que no se había molestado en
compartir.
Tal vez la diversión se debía al brillo astuto en sus ojos, el que
insinuaba que muchas víctimas se habían enamorado de ese encanto pícaro.
Su chaqueta de traje negra se ajustaba a su cuerpo bien
proporcionado, y su camisa de lino blanco y su corbata a juego fueron una
sorpresa. Dado su apetito por la sangre, habría imaginado que elegiría vestir
todo de negro. Los pantalones oscuros abrazaban piernas musculosas y
estaban metidos a la moda en botas de montar recién lustradas. Había un
aire en él que decía que podía dedicarse a ser tu más fiel protector o tu peor
enemigo por capricho.
Incluso allí de pie, con la columna recta bajo el peso del escrutinio
de Ira, daba la impresión de que su chaqueta estaba a segundos de ser
desechada. El cuello y la corbata parecían irritarle, no porque fueran
incómodos o carecieran de adornos, sino porque el vampiro no parecía
querer jugar a fingir. Parecía listo para despojarse de todo civismo y abrazar
el ser cruel que era debajo del refinamiento. O tal vez simplemente tenía
sed y deseaba beber algo después de sus viajes. Si era el emisario, me
preguntaba cómo serían los vampiros menos diplomáticos.
Ira no se movió, pero no había duda de la amenaza que él
representaba mientras dejaba que el silencio se prolongara incómodamente.
Mi esposo, a diferencia de mi impresión de Blade, no actuaba por capricho.
Era frío cálculo y eficacia brutal. Una vez que decidiera hacer un
movimiento, otros podrían retirarse o morir. Si se enfadaban en el proceso,
tanto mejor. Sus emociones alimentarían su pecado.
Mi príncipe finalmente permitió que su atención se desviara
brevemente hacia la bruja antes de responder a la proclamación anterior del
vampiro.
—¿Pensaste que traerla era el mejor camino hacia la paz?
—Yo…
El príncipe demonio levantó una mano. Por la forma en que Blade
cortó su respuesta, uno pensaría que Ira había levantado una daga.
—¿O era simplemente una distracción secundaria?
Blade vaciló por menos de un segundo, pero fue suficiente para
notar que Ira lo había tomado con la guardia baja.
—Pensamos…
—Pensaste en venir aquí, a mi Casa, bajo el falso pretexto de la paz
para poder tomar lo que habías estado buscando todo el tiempo. —Ira ladeó
la cabeza—. ¿Eres realmente tan tonto? ¿O desesperado? Sabes quién soy.
De lo que soy capaz. Así que tal vez sea arrogancia y estupidez. —Mi
esposo se puso de pie, su disgusto obligando al aire a congelarse. El hielo
cubrió las escaleras en el estrado—. Y te atreviste a pararte aquí,
mintiéndome en la cara, y creíste que te saldrías con la tuya.
Sursea dio un paso adelante y buscó algo que había escondido bajo
la manga. Un arma, sin duda. Se enfureció mientras tiraba de la hoja para
liberarla.
—Tu esposa...
Ira apenas miró en su dirección mientras la congelaba en su lugar tal
como lo había hecho con los hombres lobo que nos habían atacado.
Una cosa era ver a un lobo congelado y otra cosa completamente
distinta era ver a una persona encerrada en un grueso bloque de hielo. Había
sido sorprendida en medio de un grito, su expresión retorcida en dolor o
furia. No teníamos la suerte de que estuviera muerta, era inmortal, según las
historias de Nonna, pero al menos estaría domada por un tiempo, congelada
en miseria.
No sentí pena por Sursea en lo más mínimo. Nunca debería haber
intentado amenazarme. Y mucho menos después de que había sido la que
maldijo a Ira y nos separó el uno del otro en primer lugar.
Como si hubiera estado pensando lo mismo, recordando la noche en
que la maldición me robó, la temperatura volvió a caer en picado, la
habitación adquirió un tono azul como si las paredes mismas estuvieran
heladas hasta los huesos. Todas las antorchas y la chimenea de gran tamaño
tenían sentido ahora, el aire era tan gélido, tan brutal, que la muerte
acechaba como un perro olfateando las sobras fuera de una carnicería. Los
fuegos daban un ligero respiro a una atmósfera que, por lo demás, no
perdonaba.
Ira había sido bien empujado más allá de su pecado.
Y el vampiro lo reconocía. Levantó las manos en señal de rendición.
—No quiero la guerra.
—Considerando que mis fuerzas de élite acabaron con varios
vampiros acampados a lo largo de las afueras de mi círculo, y algunos
dentro de los terrenos del castillo, creo que no.
Mantuve mi expresión neutral, no queriendo mostrar mi sorpresa.
Lógicamente, entendía que Ira no había tenido tiempo de compartir lo que
había aprendido, pero deseé que hubiera mencionado algo antes de que
llegaran.
Sin verse afectado por el hielo que ahora cubría el suelo, Ira
descendió lentamente los escalones, el depredador ápice al acecho.
—¿Hay algo que quieras confesar? Ahora es el momento.
Cálculo parpadeó en los ojos de Blade, por lo demás sin emociones.
—Traje protección. Todo el mundo sabe que viajar por el reino es
peligroso. Demonios menores, almas errantes.
El Príncipe de la Ira ahora estaba al alcance de la mano del vampiro.
La tensión llenó la sala del trono y luché contra el impulso de pararme al
lado de mi esposo. Esta era su batalla, su jugada.
Los soldados demonios parecían sentir la misma compulsión, tal vez
era el pecado con el que todos se alineaban. Su necesidad de desatar su ira y
golpear a cualquiera lo suficientemente descarado como para mentirle a su
rey. Dada la forma en que Ira ladeó la cabeza, imaginé que eso era
exactamente lo que había hecho Blade.
Estúpido. Fue un movimiento del que sin duda se arrepentiría.
Aunque tampoco lo sentía mucho por él.
—Estabas acompañado por una de las criaturas más feroces de la
tierra. ¿Cuántos vampiros necesitabas realmente para protegerte? —Su
mirada se dirigió a la bruja congelada—. ¿Anir?
El segundo al mando de Ira permitió que una lenta y desagradable
sonrisa se extendiera por su rostro ante la llamada de su rey. El demonio
asintió, indicando que era hora de revelar lo que sea que habían discutido
previamente. Como exluchador, Anir probablemente había estado
esperando este momento, con la esperanza de que llegara a esto. El humano
hizo una reverencia, luego salió de la cámara, las suelas de sus finas botas
golpeando contra el mármol. Mi esposo volvió su atención al vampiro.
—Última oportunidad, Blade. Dime el verdadero propósito de tu
visita y saldrás ileso. Miente y sufrirás por ello.
Desafío cayó sobre el vampiro como un manto real.
—Le dije. Estoy aquí para formar una alianza con usted por mi
príncipe. A diferencia de la diosa de la muerte, no queremos destrozar este
reino.
—Muy bien.
El tono de Ira era engañosamente tranquilo, nítido. No más
amenazador que unos pocos copos de nieve cayendo perezosamente del
cielo en un día despejado. Vi la verdad de lo que significaba y luché contra
un escalofrío. No era el tipo de calma tranquilizadora que indicaba paz o
serenidad; era el tipo de tranquilidad cargada que hacía que el vello de mis
brazos se erizara. El comportamiento frío de Ira estaba destinado a atraer a
su adversario a una falsa sensación de seguridad a medida que se acercaba
la verdadera amenaza.
Estábamos en el ojo de la tormenta ahora, tambaleándonos en el
precipicio de lo que prometía ser lo peor de lo que estaba por venir. Y el
vampiro no tenía idea de que había iniciado una avalancha que pronto lo
enterraría.
Unos momentos después, las puertas dobles se abrieron de golpe y
Anir entró delante de una prisionera encadenada. Los guardias flanqueaban
a la joven rubia, con las espadas listas.
Mis rasgos permanecieron impasibles mientras se acercaban al
estrado, pero observé a Blade por el rabillo del ojo. Se estremeció en el
segundo que vio a la chica. Ira también captó la acción; permitió que el
mínimo atisbo de una sonrisa curvara sus labios.
—La prisionera, su majestad. —Anir se hizo a un lado y permitió
que la mujer encadenada se acercara. Antes de que sonriera lo suficiente
como para mostrar los colmillos, sus ojos rojos la delataron como un
vampiro. A pesar del tosco vestido hilado que llevaba, la altiva inclinación
de su barbilla indicaba que era un miembro de alto rango en su corte. Ignoró
a Blade y movió su mirada entrecerrada hacia mí. Algo parecido a la alarma
cruzó su rostro antes de que adoptara de nuevo esa expresión indolente.
Ira no se molestó en hacer presentaciones ni bromas.
—Esta fue uno de los vampiros que mis fuerzas encontraron en los
terrenos de la Casa de la Ira. ¿Estás seguro de que no hay nada que quieras
decirme ahora, Blade? —El vampiro apretó los dientes, sacudiendo
lentamente la cabeza. Ira miró a la prisionera con fuego mortal en los ojos
—. Colócale el colgante.
Anir levantó un extraño collar. Un rubí en forma de lágrima del
tamaño de un huevo de petirrojo colgaba de una cadena de oro que parecía
estar tejida con algún material orgánico. Una sensación incómoda me hizo
recostarme, sin querer acercarme a la magia que brotaba del amuleto.
—No. —La mujer era intrépida o estúpida. O tal vez sabía que le
esperaba un destino peor en casa si traicionaba a su príncipe.
Blade permaneció estoico mientras los guardias la sujetaban y la
obligaban a arrodillarse. Anir pasó el collar por encima de su cabeza y
rápidamente dio un paso atrás. Apareció un velo brillante, casi transparente,
cubriendo todo su cuerpo. Se derritió en su piel, y observé con horror cómo
su cabello cambiaba de trigo dorado a castaño oscuro. Su piel pálida cambió
a bronce, y sus rasgos tomaron lentamente una forma familiar en forma de
corazón. Me puse de pie, sacudiendo la cabeza.
—¿Cómo es eso posible?
La vampira me miró, sus ojos brillando de marrón cálido a rosa
dorado. El rostro que me devolvió la mirada era el mío. Una réplica
perfecta.
Piel de gallina subió por mi cuerpo. Era como mirarse en un espejo.
No en la forma familiar o reconfortante de ser un gemelo, sino en una forma
extraña e invasiva que me hizo sentir vulnerable. Cada detalle, desde mi
nuevo tatuaje de matrimonio SEMPER TVVS que Ira compartía hasta
nuestro tatuaje de vínculo, también estaba en la vampira.
Presioné una mano en mi pecho y ella imitó el movimiento. Era
espeluznante que alguien imitara tus acciones menos de un segundo
después de que te habías movido. Mi mirada atravesó el amuleto, y de
repente supe cuál era el material orgánico: mi cabello.
De alguna manera, de algún modo, había conseguido un mechón y
había realizado magia oscura. Era algo sobre lo que Nonna Maria siempre
nos advertía y por qué había insistido en que quemáramos nuestros cortes
de uñas y cabello. Pensé que era demasiado cautelosa y supersticiosa. Y, sin
embargo, había estado en lo cierto. Un enemigo los había usado en mi
contra. Si Nonna nos temía, ¿por qué protegernos?
No tuve tiempo de resolver ninguna teoría. Ira me miró con
expresión inescrutable.
—Pregúntale cuál era su misión.
Entendiendo lo que realmente quería decir, incliné la cabeza.
Susurré el latín lo que la obligaría a decir la verdad. Tuvo el tiempo justo
para lanzarle a Blade una mirada preocupada, todavía con mi rostro, antes
de que el hechizo la atacara y la atrapara.
—¿Por qué te enviaron aquí?
A diferencia de mi gemela, su voluntad no era tan fuerte; se rompió
fácilmente.
—Para seducir al rey.
La furia alimentó mi magia y atravesé su mente exigiendo más
verdad.
—¿Con qué propósito?
Una lágrima rodó por su mejilla. Mi mejilla.
—Para distraerlo.
—¿De qué? —Mi voz era baja, como una pesadilla con poder—.
Cuéntame los detalles de tu misión.
Tragó saliva, las palabras ardían en su garganta por ser liberadas.
—Para distraerlo mientras Sursea te incapacitaba y te llevaba a la
corte de vampiros.
—¿POR QUÉ? —Estaba temblando de furia ahora. Se habían
atrevido a venir aquí, a separarnos de nuevo.
—¡No sé! Solo me dijeron que entretuviera al rey hasta que hubieras
sido asegurada.
En un movimiento tan rápido que ningún mortal podría esperar
lograrlo, Ira estuvo repentinamente detrás de la vampira que llevaba mi
cara. Su expresión era la más fría que jamás había visto.
Aquí estaba la justicia en su forma más pura. No era amable ni
misericordiosa. Buena o mala. Era solo, dura. Como la naturaleza. Ira
agarró su cabeza y la retorció, el repugnante estallido indicó que no viviría
para lanzar otra ilusión. Ira aún no había terminado. En lugar de dejar que
su cuerpo cayera al suelo, lo retorció con más fuerza, arrancándole la
cabeza de los hombros con las manos desnudas.
Tragué saliva mientras mi rostro se fundía lentamente con el suyo.
No había sangre, dado que ya estaba muerta. Sin sangre derramada. Pero el
repentino final... la finalidad de su verdadera muerte... me hizo temblar.
Blade miró fríamente la escena, aunque noté que una mano se había
doblado a su lado.
Ira dijo que tenía la oportunidad de salir ileso de este círculo. Y
aunque el vampiro sería liberado, ciertamente no se iría sin sufrir una
pérdida. Simplemente no había llegado en la forma que él esperaba. Tonto
que fue intentar engañar al diablo.
Mi esposo le entregó la cabeza cortada a Blade.
—Llévale esto a tu príncipe. Si alguna vez vuelve a intentar robarme
a mi esposa usando trucos de salón o cualquier otro medio, mi reina y yo
eliminaremos hasta el último vampiro de este reino.
Blade tomó la cabeza, con la mandíbula apretada.
—Esa era su prometida.
—Entonces debería haber tenido más cuidado para protegerla de sus
enemigos. —Ira pasó por encima del cuerpo y se colocó más cerca del
emisario vampiro. Fue una maniobra sutil que también me bloqueó de
cualquier intento de venganza—. En cambio, la envió aquí para follarme
mientras usabas a la bruja para secuestrar a mi esposa. ¿De verdad pensaste
que la ilusión funcionaría? ¿Que sería manipulado tan fácilmente por una
magia mediocre? ¿Que por un segundo la confundiría con mi esposa? —El
demonio se inclinó—. Viste una pequeña muestra de lo que mi reina es
capaz de hacer. Si no te mato primero, ella lo hará. Ahora lárgate de mi
círculo. Y no vuelvas a menos que tengas la intención de comenzar una
guerra.
DIECISÉIS
—No quería pensar que Vittoria hablaba en serio sobre los vampiros
—dije cuando Ira entró en la cocina en silencio. El amanecer se acercaba
rápidamente, pero no podía dormir—. O que usarían su información para
tramar otro problema por su cuenta.
Volví a cortar hierbas mientras se dirigía a la nevera. El perejil y el
eneldo fragantes llenaban el aire, el aroma fresco y bienvenido después de
las últimas horrendas horas.
Mi hermana y Nonna Maria en el Reino de las Sombras. Los
vampiros.
Había sido otra noche emocionalmente agotadora, y no importaba lo
agotado que estuviera mi cuerpo, dormir parecía una tarea imposible.
Demasiados pensamientos y preocupaciones corrían por mi mente. Cada
vez que pensaba que sabía por dónde empezar a desenredar este lío, un
nuevo hilo se anudaba. Todavía quedaba por descubrir el asesinato o la
fabricación del asesinato de Vesta, el resto de mi maldición por romper y
nuestra ceremonia de matrimonio por realizar para sellar nuestros votos.
Una ceremonia que Ira no había mencionado ni promovido, incluso
después de que los vampiros intentaran separarnos. Si completábamos el
vínculo, imaginé que cualquier intento futuro de secuestro terminaría. Algo
que, sin duda, Ira había considerado y, sin embargo, no se habían hecho
arreglos. Quería creer que era para poder seguir investigando el asesinato de
Vesta sin convertirme oficialmente en miembro de la Casa de la Ira, pero la
duda me asaltaba.
Pensé en lo que mi hermana había dicho acerca de que Ira no podía
darme su corazón. Si su maldición era perder todo lo que amaba y yo
todavía estaba aquí...
Tragué saliva y corté las hierbas con más vigor del necesario. Tenía
que priorizar mis objetivos, y estar molesta por Ira debería ser lo último. En
lo primero que necesitaba concentrarme era en encontrar pruebas de que
Vesta estaba viva. Entonces podría encontrar una manera de salvar a
Vittoria de la retribución de sangre y luego eliminar mi hechizo de bloqueo.
—¿Estás bien? —preguntó el demonio, mirando con una ceja
arqueada mientras mi cuchillo atacaba la tabla de cortar—. ¿Esto es por la
Primera Bruja?
Levanté un hombro sin comprometerme. Después de que escoltaran
a Blade fuera del castillo, Ira hizo que llevaran a Sursea a una cámara
subterránea que la mantendría congelada y yo me escabullí a la cocina.
Necesitaba crear. Hacer algo familiar y relajante, algo que me recordara que
era más que una diosa hechizada cuya gemela potencialmente asesinaba a
miembros de cortes demoníacas rivales o los liberaba, cuya familia podrían
ser los verdaderos villanos de un cuento de hadas muy complicado y de
pesadilla, cuyo esposo nunca me amaría libremente, y cuya lista de
enemigos y complicaciones parecía crecer con cada día que pasaba.
Odiaba pensar que algo podría empeorar a partir de aquí.
—¿Qué crees que su príncipe quería conmigo?
—¿Bebida?
Dirigí mi atención a la suya. Al principio pensé que se refería a que
el vampiro deseaba beberme. Ira levantó una botella de vino espumoso de
bayas demoníacas, sonriendo. Asentí y me sirvió un vaso antes de agarrar
una botella del licor púrpura pálido que prefería y servirse una generosa
cantidad.
Bebió un sorbo, luego se apoyó contra el mostrador, observándome
enjuagar los frijoles cannellini con tranquila fascinación, intrigado cuando
comencé a triturarlos en un tazón hasta que estuvieron lo suficientemente
suaves como para untarlos. Tampoco estaba segura de lo que estaba
haciendo todavía, pero tenía una idea de cómo me gustaría que supiera. Con
suerte, sería bueno.
—Para responder a tu pregunta —dijo—, sospecho que te quiere por
tu poder, dado el tumultuoso estado de su corte. Los vampiros reales tienen
la habilidad de colocar a alguien bajo su esclavitud. Todo lo que el príncipe
tendría que hacer es darte un poco de su sangre, y esencialmente harías
cualquier cosa para complacerlo, esperando más.
Piqué dos dientes grandes de ajo, luego rallé un limón antes de
cortarlo en cuartos para exprimir sobre el puré de frijoles.
—Podrían haber aceptado la alianza de Vittoria. Tu hermano
mencionó que ella también los había buscado. También está completamente
restaurada. Yo todavía soy solo una bruja de sombra. Sabían que te enojaría,
por lo que era un riesgo bastante grande y desesperado. No veo el valor en
lo que intentaron lograr cuando tenían a alguien dispuesto a estar a su lado.
—Tu hermana gobierna sobre la muerte. Ellos son muertos
vivientes. En un capricho, podría decidir que ya no quiere jugar bien con
ellos y cesarían. Elegir robarte fue la mejor opción. A pesar del riesgo, si
hubieran tenido éxito, habrían resuelto muchos de sus problemas. Tampoco
estás en posesión de todo tu poder, lo que te habría hecho más fácil de
manipular para su príncipe. El plan era bastante decente. Pero no planearon
una cosa.
—¿Cuál es?
—No puedes ser replicada.
Le di una mirada sardónica.
—Tengo una gemela.
—No importa. —Ira levantó un hombro—. Siempre te conocí. Y
siempre lo haré. Tu alma llama a la mía. Es una sensación de volver a casa.
De paz. Ninguna magia puede duplicarlo. —Por un segundo, olvidé cómo
respirar. Nos sostuvimos las miradas, y después de un momento, los labios
de Ira se curvaron en una sonrisa problemática—. Además, nadie logra
mirarme con tanta furia y deseo como tú.
—Mmm. —Sonreí y negué levemente con la cabeza—. La verdad
saldrá a la luz, ya veo.
Cuando Ira hablaba así, era difícil creer que no me amaba.
—¿Cómo sigo aquí? —pregunté, bajando mi cuchillo—. Tu
maldición…
Tomó otro sorbo de su bebida, luego me rodeó con un brazo,
atrayéndome a su lado.
—Si no te importa, prefiero no hablar de eso esta noche. —El
príncipe presionó sus labios en mi sien en un casto beso—. Te prometo que
lo haremos. Pronto. Solo que no ahora.
Estudié sus rasgos. La tensión en su mandíbula, la fiereza en sus
ojos. Parecía que el demonio necesitaba un respiro de nuestras pocas horas
de pesadilla, por lo que nuestra conversación podía esperar.
—Está bien. —Le di una sonrisa forzada y me concentré en la
comida de nuevo. Se trasladó al otro lado de la isla, dándome mucho
espacio para trabajar—. ¿Qué piensas de lo que dijo Blade sobre el
compañero inusual de Vittoria?
—¿Marcella?
—Mmh-hmm. —Tomé la ralladura de limón y la rocié sobre los
frijoles, y rápidamente agregué las hierbas a continuación. Rocié aceite de
oliva, dos cucharadas de agua tibia, luego agregué sal y pimienta molida
fresca. Los cocineros de Ira tenían hojuelas de pimiento rojo en la despensa,
así que también agregué una pizca generosa. Revolví todo hasta que estuvo
bien mezclado, luego lo cubrí con las hierbas frescas restantes, las hojuelas
de pimienta y un chorrito más de aceite de oliva—. No puedo evitar
preguntarme si Vesta asumió una nueva identidad o recuperó su verdadero
nombre. Si ella es la compañera demonio-hombre lobo de la que habló.
—Eso explicaría la sangre.
—También podría explicar por qué Vesta simplemente no escapó al
Reino de las Sombras. Si es a la vez demonio y hombre lobo,
probablemente no pueda viajar allí sola como los otros lobos. ¿Correcto?
—Lo imaginaría. Puedo viajar allí porque soy el rey. Sin embargo,
los demonios menores no pueden. Si Vesta es mitad demonio, creo que eso
ciertamente dificultaría su capacidad para viajar allí por su cuenta —dijo Ira
—. ¿Quién ha estado con tu hermana cuando entras en el Reino de las
Sombras?
—Solo Domenico.
—El alfa. —Ira sacó las tostadas del horno y las deslizó en un plato.
Sin necesidad de instrucciones, extendió la salsa de frijoles blancos con
hierbas sobre una tostada y me la entregó antes de servirse una también. Le
dio un mordisco y cerró brevemente los ojos—. Esto es delicioso.
Probé mi propia pieza y suspiré feliz. Había sido un experimento y
resultó exactamente como esperaba. Era cremoso y sabroso, y se sentía
nutritivo después de una noche infernal. Adoraba lo simple que era, cómo
cada ingrediente se complementaba con el otro.
Tomé otro bocado, permitiendo que mi mente divagara con
posibilidades.
—Es bueno como aderezo, pero también me gustaría probarlo con
pollo a la parrilla, ensalada y tal vez pimientos rojos asados. O tal vez
pimientos cherry. Hacer una verdadera comida con eso.
—Mmm.
Ira tomó un sorbo de su bebida, luego terminó su tostada antes de
preparar otra, el silencio cómodo entre nosotros. Con cada bocado, parecía
relajarse más, perder algo de la tensión que había estado cargando desde
que desperté del Reino de las Sombras y llegaron los vampiros.
—Creo que tu teoría de que Vesta no está muerta es correcta —dijo
—. Lo que aún no he resuelto es si Avaricia está al tanto de eso. Me inclino
a creer que cayó por la artimaña y que es por eso por lo que podría haberse
enviado a sí mismo el cráneo. O, más probablemente, le pidió a uno de sus
guardias más cercanos que proporcionara evidencia para condenar a tu
gemela. De esa manera no mentiría sobre el cráneo.
—Así que tenemos que encontrar a Vesta o hacer que mi hermana
confiese cualquier papel que haya jugado en la fuga de Vesta.
—Si tu hermana, de hecho, ayudó con su escape, necesita decírmelo
directamente. Puedo sentir si miente y llevarle la prueba a Avaricia.
Lo que eliminaría la retribución de sangre que se le había otorgado y
salvaría a mi gemela de cualquiera de los otros príncipes. No iba a ser fácil
lograr que mi hermana hablara, pero tenía que intentarlo.
Una vez que hubimos comido hasta llenarnos, nos quedamos en
silencio con nuestras bebidas. Ira agitó la suya, mirando fijamente su vaso,
pareciendo perdido en sus pensamientos.
—La cocina es nueva.
Su admisión me tomó por sorpresa. Casi me atraganto con mi
siguiente sorbo de vino.
—¿Qué?
—Antes del hechizo de bloqueo no estabas interesada en cocinar —
dijo, atrayendo su atención hacia la mía—. Pareces relajada cuando estás
creando, pacífica. Tu familia mortal hizo muchas cosas mal, pero tengo
menos ganas de asesinarlos cuando te veo mirando el ajo asado como si
fuera la cosa más maravillosa de nuestro universo.
—Aparte de ti, naturalmente.
—Ni que decirlo. —De alguna manera, Ira se las había arreglado
para acercarse lentamente a donde yo estaba. Mi corazón latía con cada
paso mesurado que daba, su atención se posaba en mis labios con un deseo
desenfrenado—. ¿Como estoy mirándote a ti, mi señora?
Hambre, cruda e indómita, brilló en su rostro. Había pocas dudas de
que yo estaba a punto de ser su plato principal. Dejé mi copa de vino a un
lado. Mi respiración se aceleró con anticipación cargada mientras se
acercaba más; sus ojos astutos, sin perderse la reacción que tuve ante su
proximidad, brillaron.
—Ciertamente no parece que me odies, demonio.
—Odio es lo último que siento cuando te miro.
Quería que me confesara su amor. Parecía que quería. Estaba casi
segura de que estaba a punto de decir esas preciosas palabras, cuando el
príncipe me empujó contra la encimera y su boca se estrelló contra la mía.
Una mano se enredó en mi cabello suelto, levantando mi cabeza
para pasar su lengua a lo largo de la comisura de mis labios, y mi boca se
abrió por instinto, dándole acceso a probar y provocar. Su otro brazo se
enganchó alrededor de mi cintura, anclándome contra su cuerpo duro. Cada
golpe de su lengua enviaba un rayo de sensación a través de mí, haciendo
que me arqueara hacia él, buscando más.
Ira poseyó mi boca con la confianza de un compañero que sabía
exactamente cómo seducir a un amante de manera adecuada y completa.
Cómo besar con tanta pasión, con tanto vigor tanto para robar aliento como
para darlo. Juraba que podía notar lo fuerte que me latía el corazón y mis
rodillas temblando y que nunca quería que la sensación terminara, porque
me besó más fuerte, exigiendo que mi cuerpo se rindiera al placer que me
estaba ofreciendo, que me entregara total y completamente. mientras me
llevaba al cielo.
—Te voy a devorar aquí mismo en la mesa, mi lady.
Ira dejó un rastro de besos con la boca abierta a lo largo del escote
de mi corpiño, tirando lentamente de la tela hacia abajo para exponer la
parte superior de mi pecho. Su cálida lengua salió disparada, jugueteando
con mi dolorida carne mientras su otra mano se deslizaba hacia arriba y
ahuecaba mi otro seno. Succionó el material y apretó, cada tirón de su boca
provocaba que el calor en mi vientre descendiera más.
Arrastré su boca hacia la mía, con ganas de devorarlo. Apretó sus
caderas contra mí, y luego el perverso príncipe se tragó mi gemido,
empujando su lengua sedosa de regreso a mi boca. Una mano cayó al
dobladillo de mis faldas, sus dedos enroscándose en el material mientras
levantaba lentamente el dobladillo.
—Eres tan increíblemente hermosa, Emilia.
Ira se apartó, permitiendo que nuestros labios flotaran uno contra el
otro, nuestro aliento mezclándose en un beso apenas perceptible antes de
que sellara su boca sobre la mía de nuevo. Este beso estaba tanteando,
consumiendo. Me hizo desearlo terriblemente. Sus dedos finalmente
encontraron esa zona palpitante entre mis piernas, pero justo cuando estaba
a punto de poner fin a mi tormento, llamaron a la puerta. Ira retiró su mano
y presionó su frente contra la mía, maldiciendo.
—Voy a asesinar y mutilar a toda mi corte. Todo este jodido reino si
alguien nos vuelve a interrumpir. Espero que no te importe gobernar un
reino de la nada.
—Tal vez se vayan —ofrecí, mirando los pantalones de Ira. Diosa
de arriba, quería eso dentro de mí ahora.
Sonrió e inclinó mi barbilla hacia arriba, pasando su pulgar sobre mi
labio inferior hasta que se separó.
—Quizás. —Me besó de nuevo, largo y persistente. Otro golpe
fuerte sonó, separándonos. Ira dio un paso atrás y miró hacia el techo, y me
pregunté si no habría estado bromeando exactamente sobre asesinar a toda
su corte—. Me desharé de ellos.
El demonio cruzó la cocina un segundo después y abrió la puerta.
Lujuria irrumpió, sonriendo mientras observaba mi aspecto desaliñado,
luego el impresionante bulto de Ira.
—¿En serio? ¿Las cocinas? —Le dio una palmada en la espalda a su
hermano—. Todavía podrías terminar en mi Casa del Pecado, delincuente
lujurioso.
Ira soltó un sonido profundo y retumbante de molestia que encontré
tremendamente entrañable.
—¿Por qué estás aquí sin una invitación y por qué no debería
apuñalarte? —gruñó.
—Eres un idiota. —Lujuria encontró una pera en un tazón grande y
la arrojó al aire antes de restregársela en la solapa. Revisó la fruta pulida—.
Tú nos pediste que fuéramos al Foso al amanecer. Todos están allí y la
primera pelea está lista para comenzar. Te están esperando.
—¿El Foso? —pregunté, mirando entre ellos—. ¿Es un ring de
boxeo?
—Legendario y exclusivo. Es el mejor ring de lucha de los Siete
Círculos. Este bastardo apenas nos deja venir a mirar. —Lujuria le dio un
mordisco a su pera, sus ojos color carbón brillaron ante mi mirada
inquisitiva—. Tu esposo proporciona a su corte una forma de desatar su
pecado de elección. Mientras que también permite a las almas mortales una
oportunidad de redención. Por aburrida que sea esa parte.
—¿Y hay una pelea pronto?
Lujuria asintió.
—Desde el amanecer hasta el anochecer.
La idea de ir a cualquier parte durante tanto tiempo después de la
noche que pasamos hizo que mis rodillas se debilitaran. Ira no se perdió
nada. Volvió a estar a mi lado en un instante, rozando sus labios con los
míos.
—Volveré tan pronto como pueda. Descansa un poco.
Lujuria resopló y terminó su pera.
—A juzgar por esa mirada, lo necesitarás.

El sueño aún me evadía después de que Ira and Lujuria se fueron,


así que decidí investigar un poco. Hasta que volviera a ver a mi hermana,
poco se podía hacer para aprender algo más sobre la desaparición de Vesta,
así que abordé el siguiente elemento más importante de mi lista de
objetivos. Romper mi hechizo de bloqueo.
Gracias al comentario sarcástico de Domenico acerca de que mi
madre tenía asuntos más importantes que atender, sabía que no estaría allí,
pero fui a la torre de Celestia de todos modos. Si alguien tuviera textos o
notas sobre hechizos de bloqueo, sería la Matrona de Maldiciones y
Venenos.
Tenía que haber una manera de quitar el hechizo sin sacrificar mi
corazón. Me negaba a creer que Vittoria arrancándomelo fuera mi única
opción. Si pudiera romper el hechizo por mi cuenta, sería una cosa menos
de qué preocuparme. Una razón menos para que la gente siguiera tratando
de separarnos a mí y a Ira.
—¿Hola? ¿Celestia? —Golpeé suavemente mis nudillos contra la
puerta de madera, esperando unos segundos antes de probar la manija. Giró
fácilmente y la puerta se abrió, revelando una cámara vacía y oscura. Una
luz tenue entraba por las ventanas situadas en lo alto de la torre, apagada
por el cielo nublado y la última tormenta invernal.
Entré y encontré algunas velas y faroles para encender. Los puse
sobre la mesa con montones de paquetes de hierbas y canastas de productos
botánicos secos, luego miré alrededor de la cámara circular.
Se veía igual que la última vez que la había visitado. Había una
calavera con símbolos arcanos grabados sobre la repisa de la chimenea,
varios frascos de vidrio llenos de artículos que golpeaban los lados,
figuritas, hierbas, especias, pétalos secos, líquidos en una amplia gama de
colores, calderos y viales humeantes de orígenes desconocidos. Pero la pila
de grimorios y libros, eso fue lo que me propuse a reunir. Una vez que tuve
una pila decente, saqué uno de los taburetes de madera y me senté.
Mi madre, por extraño que todavía fuera pensar en Celestia de esa
manera, tenía notas meticulosas sobre diferentes remedios. Hojeé un
grimorio que tenía bocetos de plantas junto con las cantidades necesarias
para mezclar el tónico perfecto. Venenos y pociones para el amor, para el
dolor de corazón, para el malestar estomacal y el dolor de cabeza, para
maldecir a un enemigo con verrugas, viruela o un sarpullido carnívoro.
Hice una pausa para leer uno; un hechizo para olvidar.
Diosa de arriba. Por un segundo, me preocupó que fuera un hechizo
que Nonna hubiera usado con nosotras, pero solo habíamos recolectado
tierra de tumbas para bendecir nuestros amuletos. Nunca habíamos
limpiado una piedra y dormido con ella debajo de nuestras almohadas.
Aunque recuerdo bromear con mi amiga Claudia al respecto una vez
cuando admitió haber hecho algo similar después de que su enamorado la
rechazó.
Ese era uno de los hechizos más simples. Pasé página tras página de
notas que progresivamente usaban magia más fuerte. Celestia tenía un
remedio para cualquier enfermedad o maleficio.
Era realmente asombroso lo que había creado. Me sorprendió darme
cuenta de que tanto Vittoria como yo nos habíamos parecido a ella de
alguna manera una vez que fuimos “mortales”: a mi hermana le encantaba
jugar con perfumes y cócteles, y a mí me encantaba crear en la cocina.
Dejando a un lado esa inquietante realización, saqué otro diario y hojeé más
de lo mismo.
No había notas sobre hechizos de bloqueo. No había elixires
mágicos para curar lo que me preocupaba. Había sido algo que tenía la
esperanza de encontrar, pero no esperaba hacerlo.
Si los hechizos de bloqueo fueran tan fáciles de eliminar, no serían
muy efectivos. Además, Ira sabía que tenía un hechizo de bloqueo, y
probablemente habría hecho a Celestia trabajar en una cura si no lo hubiera
estado intentando ella misma. No importaba lo que Vittoria hubiera dicho
acerca de que nuestra madre distrayéndose con otros caprichos, no pensaba
que se sentaría y permitiría que brujas mataran potencialmente a sus hijas
sin intentar salvarnos. Acababa de leer otro grimorio cuando llegué a una
tintura curiosa con un nombre espantoso. El Corazón Sangrante.
Pasé un dedo por un frasco ilustrado de líquido púrpura pálido que
la matrona había dibujado en el margen, mi pulso palpitando ante la
familiar tintura. Ira tenía una jarra entera llena con un líquido similar.
Incluso lo probé cuando me colé en su biblioteca personal esa primera vez.
Seguramente no podía ser el mismo y, sin embargo, contuve la
respiración. Parecía que estaba leyendo un secreto, uno que sin duda le
gustaría guardar, pero tenía que saber si esto era lo que estaba bebiendo y
por qué. Mi atención se centró en la descripción, a diferencia del hechizo de
memoria, esta era solo una lista simple de ingredientes junto con su uso. Leí
en voz alta para mí misma.
Para evitar que los efectos nocivos del
amor u otras emociones fuertes arraiguen.
Releí la nota escrita a mano, mostrando claramente su único
propósito. Tenía que estar equivocada.
Las plantas de corazón sangrante eran tóxicas para los mortales,
pero Ira no era mortal. Leí la lista de ingredientes, mi estómago se retorció
en nudos. Pétalos de Corazón Sangrante. Semilla de vainilla. Una gota de
aceite de lavanda. Brandy. Cáscaras de naranja, secadas con fuego púrpura
de dragón y puestas a destilar bajo la luna llena. Casi todos los sabores que
había identificado en ese licor de lavanda. La misma bebida que Ira se
sirvió esta noche. Una noche llena de alta emoción.
—Diosa de arriba.
Así era como la maldición no había vuelto a atacar. Ira estaba
adormeciendo mágicamente sus emociones, no estaba dispuesto a
enamorarse de nuevo y hacer que nuestro mundo se desmoronara. Me
invadió una extraña mezcla de comprensión y horror. Recordé la noche en
que lo vi beberlo por primera vez: acabábamos de regresar de casa de la
matrona después de nuestro chapuzón en los Bajíos de Medialuna.
Había estado paseándose y mostrando demasiada emoción. Algo
que le señalé cuando le pedí que se sentara y dejara de ponerme nerviosa.
Luego se bebió un solo trago y me ofreció un poco que rechacé. Y había
recuperado esa fría eficiencia de nuevo poco después.
Esta noche, había estado herido con fuerza, furioso y probablemente
cerca del borde después de que yo descifrara la verdad de la misión de los
vampiros. Y se había relajado poco después de su bebida. Lo había
confundido con la comida que lo nutría, ahora sabía que no era el alcohol o
la merienda, era el tónico. Al menos en parte.
—¿Qué has hecho? —susurré a la habitación vacía.
Mis hombros se hundieron hacia adelante mientras continuaba
mirando los ingredientes. Si Ira no hubiera descubierto una forma de
encerrar sus sentimientos con fuerza, me habrían arrancado de nuevo. Sabía
que, lógicamente, había hecho esto por nosotros y, sin embargo, me dolía el
corazón al darme cuenta de que mi esposo no podía permitirse amarme.
Incluso había ido tan lejos como para atarse mágicamente.
—¿Lady Emilia? —irrumpió Fauna, su camisón escarlata me
recordó un corazón arrancado, luego se detuvo cuando vio mi expresión—.
¿Qué ocurre?
Miré el hechizo una vez más, permitiendo que mi furia reemplazara
a la tristeza. No estaba molesta con Ira; estaba furiosa con nuestras
circunstancias. Con las personas que estaban tan envueltas en el odio que
apagaban el fuego de nuestro amor. Miré a Fauna, mis manos se cerraron en
puños.
—Quiero terminar con esta maldición de una vez por todas. Quiero
romper el hechizo de bloqueo. Y quiero reclamar por completo a mi rey.
El rostro de mi amiga se dividió en una sonrisa encantadora y feroz.
—Vamos a trabajar entonces.
DIECISIETE
—Deberíamos comenzar con una maldición a la vez. —Deslicé
algunos diarios hacia donde Fauna se había sentado a mi lado. La actualicé
brevemente sobre lo que había descubierto, y una sombría determinación
llenó sus rasgos—. El hechizo de bloqueo no es técnicamente una
maldición, pero también me gustaría ver qué podemos encontrar al
respecto. Opciones sobre cómo romperlo. Si es incluso posible aparte de
quitar el corazón. Cualquier posible consecuencia.
—Correcto —dijo Fauna, mirando un pesado grimorio—. ¿Y qué
hay de la maldición de su majestad?
—Una prioridad. ¿Qué sabemos al respecto?
—Sursea la lanzó después de hacer un sacrificio de sangre a una
diosa.
Eso llamó mi atención.
—¿Sabes a cuál?
Mi amiga negó con la cabeza.
—Su majestad ha estado tratando de encontrar eso, pero solo
recuerda que ella lanzó un hechizo con sangre derramada.
La magia oscura requería sacrificio. Sangre. Huesos. Todas las cosas
de las que Nonna Maria nos advirtió que nos alejáramos. Y, sin embargo,
algo allí no tenía mucho sentido...
—¿Por qué una diosa requeriría una ofrenda de sangre?
Fauna parpadeó, pareciendo desconcertada.
—Porque eso es lo que siempre hacen las brujas.
Y la lección que me habían enseñado hasta ahora era que no se
podía confiar en las brujas.
—¿Estarías dispuesta a probar una teoría? —pregunté, tramando un
plan.
La emoción brilló en sus ojos.
—¿Requiere sangre? —Asentí y su sonrisa se amplió cuando sacó
una delgada daga que había escondido debajo de sus faldas. A veces
olvidaba que su pecado se alineaba con la ira y ese derramamiento de
sangre hacía cantar su alma—. ¿A quién le voy a hacer una ofrenda?
—La diosa de la furia.
Bendita sea su voluntad de ayudar, Fauna no dudó, se pinchó el
dedo y exprimió unas gotas de sangre sobre una vela, el sacrificio
humeando en la llama parpadeante.
—Ordeno a la diosa de la furia que venga.
Nos sentamos allí en silencio, ambas tensas mientras esperaba sentir
alguna indicación de que la magia estaba a la mano. Cualquier tirón o
empuje mágico para atender la llamada de alguien. La frente de Fauna se
arrugó mientras me miraba.
—¿Algo?
Cerré los ojos por un segundo y traté de manifestar algo.
—No.
Agregó otra gota de sangre y repitió su oración. Cerré los ojos,
concentrándome fuerte por otro minuto. Luego dos. Todavía no sentía el
impulso interior de ir a ella, de cumplir sus órdenes. Me sentí como
siempre. Tal como lo sospechaba. Pensé en mi madre, la Anciana, siendo
invocada por cualquier criatura o ser que derramara sangre y le ordenara ir a
su lado. Era ridículo. La sangre se usaba para convocar a un demonio, pero
junto con varios otros elementos. La mayoría de los cuales eran específicos
de cada príncipe demonio junto con un hechizo específico.
—Tal vez es porque no estás completamente restablecida. —Fauna
sonaba insegura—. O tal vez el sacrificio no fue lo suficientemente grande.
Negué con la cabeza.
—Antes de que empieces a sacrificar algo más grande, me gustaría
probarlo con mi hermana. Ella está completamente restablecida y debería
atender a la llamada si la magia de un sacrificio de sangre funciona,
efectivamente, para una diosa.
Las cejas de Fauna se levantaron casi hasta la línea del cabello.
—Si su majestad se entera…
—Tomaré toda la responsabilidad. Por favor —añadí cuando vaciló
—, inténtalo.
—Espero que ambas no vivamos para arrepentirnos de esto. —
Inhaló profundamente y presionó su hoja en la punta de otro dedo—. Rezo
a la diosa de la muerte para que venga.
La tensión se deslizó en la cámara, haciendo que el aire se sintiera
repentinamente más frío. Las sombras proyectadas por las velas y las
linternas incluso parecían parpadear de forma más amenazadora. La muerte
podría estar al acecho, pero podría ser simplemente mi imaginación
disponiéndola. Ambas esperamos, conteniendo la respiración, a que
sucediera algo. Pasó un momento tenso, seguido de otro. No estaba Vittoria.
Y, afortunadamente, sin Ira para interrumpir nuestra prueba de invocación
de diosas.
Exhalé.
—Lo intentaré con mi sangre.
Con mi propia daga, me pinché el dedo. En lugar de permitir que
una gota cayera en las llamas, me puse de pie y puse mi mano sobre el
cráneo.
—Ordeno a la diosa de la muerte que venga.
Una parte de mí creía que el viento soplaba un poco más fuerte
afuera, que los elementos reaccionaban de alguna manera monumental a la
solicitud mágica, pero en el fondo sabía que nada había cambiado. Incluso
con mi sangre de media diosa, no era suficiente para convocar a una deidad
completa. Lo que significaba que las brujas sabían eso y habían engañado a
propósito a sus enemigos, o habían sido engañadas ellas mismas.
—Necesito llegar al Reino de las Sombras. —Me volví hacia donde
Fauna todavía estaba sentada en el borde de su taburete—. Voy a
preguntarle a mi hermana qué sabe sobre los hechizos lanzados con sangre.
Y luego encontraría una manera de lanzarle otro hechizo de la
verdad y ver qué otros secretos había estado guardando. Principalmente, si
sabía adónde había ido cierta comandante.

Me llevó más tiempo del que me hubiera gustado dedicar a buscar


en grimorios, y Fauna incluso consiguió convencerme de que me tomara un
descanso para visitar el Foso y ver uno de los combates, pero finalmente
dimos con un conjuro para invocar a un hombre lobo. Reunimos todos los
ingredientes y Fauna me observó en silencio mientras lo preparaba y
comenzaba la invocación.
Dentro del círculo de sal, rocié acónito en los puntos norte, sur, este
y oeste antes de susurrar el hechizo. A diferencia de cuando invoqué a Ira,
los resultados de este círculo fueron casi instantáneos.
Domenico apareció en un rugido de magia que casi me tiró hacia
atrás. Se dio la vuelta, los ojos ardiendo mientras observaba la cámara de la
torre. El círculo de sal. Mi amiga demonio que le hizo un gesto burlón con
el dedo. Y luego se volvió hacia mí. Sus garras salieron disparadas.
—Vas a arrepentirte de esto, bruja de sombra.
—Si recibiera una moneda cada vez que escucho eso, Avaricia
tendría motivo de alarma.
—Ya tiene muchos motivos para temerme.
Mi mirada fría viajó sobre el cambiaformas, similar a la forma en
que me había mirado anoche. Era difícil de creer que solo habían pasado
unas pocas horas desde la última vez que lo vi. Le faltaba la camisa y los
pantalones estaban medio desatados. El cabello fino se deslizaba hasta sus
pantalones, entre los esculpidos músculos abdominales. Algunas cicatrices
que parecían marcas de garras estropeaban la piel de tono oliva sin
manchas. Su cabello oscuro estaba revuelto por el sueño o por alguna otra
actividad que había hecho antes de acostarse. La idea de arruinar su cita me
dio demasiado placer mezquino.
—Deseo hablar con Vittoria.
Domenico abrió la boca, probablemente para discutir, y luego la
cerró bruscamente. No quería decir que sí, pero no podía negarse. Vittoria
había dicho claramente que quería que la visitara.
—Bien. —Su atención se centró en Fauna—. Ella se queda aquí.
Eso me venía bastante bien. Fauna y yo ya habíamos decidido que
vigilaría mi cuerpo mientras mi espíritu viajaba al Reino de las Sombras.
Levanté un hombro y lo dejé caer, como si hubiera considerado su pedido.
—Muy bien. ¿Estás listo?
—No tengo muchas opciones, ¿verdad? —espetó, luego me indicó
que me acercara. Di un paso vacilante hacia adelante, luego me detuve,
examinándolo de nuevo. Domenico me dio una mirada desagradable—.
Necesito unir nuestros cuerpos. —Ante mi expresión de horror, gruñó—.
Mis garras servirán. Párate frente a mí.
En contra de mi advertencia interna de no permitir que los
instrumentos de muerte del hombre lobo se acercaran a mi cuerpo, hice lo
que me pidió. Domenico me giró hasta que mi espalda quedó presionada
contra su pecho. Enganchó sus brazos debajo de los míos, hundiendo sus
garras en cada hombro. Apreté los dientes por el dolor, pero me negué a
dejar que el cambiaformas sintiera que me estremecía.
—Mi señora. Espere. —Fauna dio un paso hacia nosotros, su
expresión era de preocupación cuando las garras del hombre lobo se
clavaron más. Solo había sido convocada al Reino de las Sombras antes,
nunca había sido la de la iniciativa, por lo que no sabía qué esperar en
términos de pago mágico.
Sin embargo, algo no tenía mucho sentido.
Mis dientes rechinaron cuando sus garras se alargaron, casi
golpeando el hueso.
—¿Por qué nuestros cuerpos necesitan estar unidos para entrar en el
reino de los espíritus?
Domenico acercó su boca a mi oído.
—¿Quién dijo algo sobre el Reino de las Sombras?
En un torbellino brillante de poder, apareció un portal. Antes de que
pudiera girar hacia Fauna, Domenico me levantó y saltó. La magia me
succionó y tiró de mí, se sentía como si hubiéramos entrado en el corazón
de un huracán y lo único que me ataba a mi cuerpo eran las garras del
cambiaformas. Casi tan rápido como había comenzado, salimos del portal y
entramos en una habitación que conocía bien. Cualquier desorientación que
había sentido desde el portal desapareció casi instantáneamente.
Domenico me soltó y se alejó, observando cómo mi atención
recorría el espacio. Paredes y suelos de piedra caliza. Un pequeño armario
colocado en un rincón que sabía que contenía utensilios de cocina, dos
tablas de cortar, cuchillos, cuencos. Estaba en el monasterio. En la misma
habitación en la que Antonio y yo habíamos hecho bruschetta juntos por
última vez. Justo antes de que mi mundo se volcara. Una ola de tristeza me
golpeó cuando pensé en mi viejo amigo y en la brutalidad con la que lo
habían asesinado.
—Sangre y huesos. —Presioné una mano en mi hombro y miré
fijamente al hombre lobo—. ¿Por qué estamos aquí?
—Querías hablar con tu hermana. Aquí es donde está.
—Casi todos los príncipes del Infierno la están buscando, y llegó al
lugar más obvio.
—Uno, los demonios no pueden abandonar los Siete Círculos en
este momento. Y dos, tu hogar mortal es probablemente el último lugar
donde esperarían encontrarla, dada tu misma reacción.
Mi corazón latía demasiado rápido. Vittoria había vuelto a casa. Al
mundo de los mortales. Una parte de mí quería empujar al cambiaformas y
correr hacia la puerta. En cambio, me quedé congelada.
Ansiaba correr a mi casa y que Nonna preparara ricotta endulzada y
me alisara el cabello mientras me decía que todo estaría bien. Que los
últimos meses fueron solo una pesadilla, un extraño sueño febril provocado
por sus cuentos supersticiosos. Y tal vez un poco de demasiado vino. Muy
bien podría ser una ilusión. Tal vez todavía estaba en nuestra trattoria, y las
advertencias de Nonna acerca de que el diablo agitaba el mar eran ciertas.
Tal vez todo había sido fantasía, resultado de una imaginación bien cuidada
por la lectura de libros. Tal vez Claudia y yo nos habíamos emborrachado
hasta el estupor y habíamos elaborado esta increíble historia sobre el diablo
siendo maldecido.
Una risa nerviosa subió por mi garganta. De una manera extraña, ser
parte de una historia tenía sentido. Especialmente cuando me enfrentaba a
mi realidad actual.
Podría irme a casa ahora. Sabía en mis huesos que Nonna me
hechizaría si se lo pedía. Imaginé que estaría demasiado dispuesta a
seguirme el juego en mi fantasía de negación, para hacerme odiar y temer a
los siete príncipes del Infierno una vez más. Robaría mis recuerdos y viviría
una vida mortal normal, muriendo a una edad respetable rodeada de nietos y
un marido arrugado.
Tal vez de vez en cuando soñaría con un apuesto demonio con
seductores ojos dorados, pensando que solo era un personaje de una novela
romántica que había leído una vez. Por muy tentador que fuera olvidar mi
angustia y la traición, perder a Ira de nuevo era un precio que no estaba
dispuesta a pagar.
—¿Cómo te las arreglaste para traernos aquí? No usamos las
puertas. —Encontré la mirada dura de Domenico mientras resolvía todo por
mi cuenta. Entonces entendí—. La magia de las brujas solo bloqueó a los
del exterior, no impidieron que sacaras a nadie por otros medios.
Y Envidia no pudo usar transvenio a este reino antes de que
fuéramos a la Casa del Orgullo porque, por lo que yo recordaba, eso solo
podía hacerse durante los días antes y después de la luna llena.
—Los cambiaformas no tratan con brujas —dijo Domenico—. Están
un paso por encima de los demonios. Y no necesitamos viajar a través de
las puertas para acceder a otros reinos como lo hacen otros.
Pero una diosa, incluso una del Infierno, era claramente inmune a
esa hostilidad. Recordé la forma en que los lobos adoraban a los poderes
superiores, tal vez era la fuerza de la magia lo que respetaban. O tal vez, a
su manera, el lobo se preocupaba por mi gemela, aunque los sentimientos
no parecían ser correspondidos. Mi gemela era bastante indiferente a su
último amante, lo que me hizo preguntarme si se preocupaba por alguien
más, si era capaz de sentir ese tipo de sentimiento, y si estaba usando al
lobo en más de un sentido.
—¿Los portales funcionan para los príncipes? —pregunté.
—No. Mi… un lobo se encargó de que ningún demonio pueda usar
un portal por ahora.
Lo estudié. Domenico claramente iba a decir algo además de “lobo”.
Lo que me hizo pensar en la misteriosa Marcella que Blade había
mencionado.
—Escuché un rumor de un vampiro recientemente. —Una frase que
mi ser mortal jamás imaginaría pronunciar—. Mencionó haber conocido a
un acompañante mitad demonio mitad hombre lobo con Vittoria.
Domenico resopló.
—Los vampiros son mentirosos. No puedes confiar en una palabra
que sale de sus bocas llenas de colmillos. Ningún hombre lobo se hundiría
tanto como para acostarse con un demonio. Al menos no si él deseara
conservar algún tipo de posición respetable en la manada.
—Haz como si fuera posible. ¿Podría un hombre lobo con sangre de
demonio viajar al Reino de las Sombras?
—Te lo dije —soltó Domenico entre dientes—. Los vampiros
mienten.
Ira no había mencionado nada sobre Blade mintiendo. Y ciertamente
lo habría hecho, ya que probaría que nuestra teoría de que Vesta está viva es
correcta. Domenico estaba escondiendo algo, y ninguna cantidad de
insistencia lo haría hablar. Tampoco escapó a mi atención que había sido
muy rápido en señalar a un “él” como el culpable que se había acostado con
un demonio. Me vendría bien un hechizo de la verdad, pero necesitaba
mantenerme en su gracia para que me llevara de vuelta a casa.
—¿Dónde está Vittoria?
Domenico se dirigió a la puerta.
—Te acompañaré hasta ella ahora.
No hablamos mientras avanzábamos por el tranquilo monasterio.
Momias se alineaban a cada lado de nosotros, sus ojos silenciosos y sin vida
miraban en nuestra dirección, observando pero sin ver realmente nuestro
paso. Por encima de nosotros, en las vigas, un pájaro aleteaba; todo era tan
parecido a la última vez que estuve aquí que me hizo tragar mi creciente
malestar. Me pregunté dónde estaría la santa hermandad, si estarían al
acecho. Y no eran los únicos enemigos de los que preocuparse.
Todavía sentía esa misma sensación de una presencia de otro
mundo, como si los demonios Umbra estuvieran al acecho en las sombras,
observando cada uno de mis movimientos para informar al príncipe del
Infierno que había contratado sus servicios. Solo que esta vez, deseaba que
fueran a buscar a su amo.
Si los demonios fantasmales estuvieran realmente allí, entonces tal
vez Envidia sabría dónde estaba y dejaría la pelea en el Foso y se mostraría
como lo hacía a menudo. Su intromisión no sería desagradable esta vez, una
señal de que las cosas habían cambiado realmente en mi mundo. Aunque
nada de eso importaba ya que los portales y las puertas estaban cerrados y
los príncipes no podían irse aunque lo intentaran.
—Tú…
—Silencio. No necesitamos que la hermandad interfiera. —
Domenico empujó la puerta trasera para abrirla, sus goznes crujieron
ruidosamente, mientras asomaba la cabeza y escuchaba. Era tarde cuando
salimos de los Siete Círculos, pero aquí ya era de noche.
Entramos en la cálida noche e inhalé el aire familiar perfumado con
azahar y plumeria. Las estrellas brillaban en lo alto como si supieran un
secreto y estuvieran emocionados ante la perspectiva de su descubrimiento.
En lugar de sentir que finalmente había llegado a casa, la calidez casi se
sentía antinatural ahora, sofocante y opresiva. Me hizo desear la nieve, el
hielo y al demonio que los comandaba.
Mientras cruzábamos el patio silencioso, miré hacia la calle que me
llevaría a Mar & Vino. Estaba oscura, pero la gente caminaba alrededor.
Nuestra trattoria seguiría abierta, sirviendo a los últimos invitados de la
noche. Nonna y mi madre estarían en la cocina, tarareando mientras
preparaban la comida. El tío Nino y mi padre estarían en el comedor,
charlando con los invitados mientras servían limoncello y se reían. Podría ir
allí ahora. Unirme a ellos.
A pesar de sus muchos defectos terribles que habían sido expuestos,
había sido una buena vida. Independientemente de lo que dijera Vittoria,
sabía que ella también había sido feliz. Habíamos estado rodeadas de amor
y luz. Teníamos una familia que se preocupaba por nosotras y una
comunidad. Nos teníamos la una a la otra.
En cuanto a las maldiciones, la nuestra no era aborrecible. A
diferencia de Ira, a quien proverbialmente le arrancaron el corazón y luego
se vio obligado a sentir odio en lugar de amor, nosotras habíamos olvidado
todo nuestro pasado. Todos nuestros planes. Nuestra sed de venganza. Se
nos había dado un nuevo conjunto de recuerdos que podrían haber estado
llenos de miedo al diablo y sus malvados hermanos, pero no todo era malo.
Domenico me miró.
—No tienes que estar callada ahora. Estamos lo suficientemente
lejos.
—Es mucho para procesar.
Por primera vez desde que nos conocimos en el Reino de las
Sombras, el hombre lobo pareció entender y simpatizar. Lo cual supuse que
hacía. Su mundo se había alterado irrevocablemente no mucho antes. Se
había adaptado, aunque todavía parecía hostil al respecto. Quizás era la
magia alfa que seguía causando estragos en él hasta que madurara. O tal vez
le molestaba ser un cambiaformas.
—Eventualmente, aprenderás a concentrarte en el presente y dejar ir
el pasado. —Nos guio por una calle lateral que conocía bien—. Revivir lo
que pudo haber sido pero nunca será no tiene sentido. Solo te detendrá de lo
que eres. Una de las cosas más difíciles que cualquiera puede hacer es vivir
el aquí y el ahora. No te preocupes por el futuro, no repitas el pasado. Estar
presente, ese es el secreto para cambiar tu futuro. Para encontrar la
verdadera felicidad.
Reflexioné sobre eso.
—¿Eres feliz?
—Algunas veces. —Domenico levantó un hombro—. Es mejor que
cuando me enteré por primera vez... de todo.
—¿Cómo está tu papá? Parecía preocupado pero orgulloso la última
vez que hablé con él.
El cambiaformas se puso rígido por un segundo, luego siguió
caminando, sus largas zancadas devorando el camino empedrado. Casi
como si quisiera huir de la pregunta.
—Muerto.
Mis propios pasos vacilaron. No quería presionar una herida que
claramente estaba fresca, pero necesitaba saber.
—¿Mi hermana…?
—Por supuesto que no. —Domenico giró sobre sus talones, sus ojos
destellaron de color púrpura pálido. Inmediatamente miró a su alrededor,
asegurándose de que ningún humano lo hubiera visto, y luego se esforzó
visiblemente por controlar sus emociones—. Tu hermana no tuvo nada que
ver con eso.
—¿Y los demonios?
—¿Qué hay de ellos? —preguntó Domenico.
—¿Esto tiene que ver con Avaricia?
Al mencionar el nombre de Avaricia, las garras del lobo se
dispararon.
—Era un asunto de la manada. Déjalo así.
Levanté mis manos en un gesto de paz, y el hombre lobo reanudó su
caminata hacia adelante a través del vecindario circundante al nuestro. Sin
darse cuenta, Domenico me había dado dos respuestas que había estado
buscando. Si Vittoria estaba realmente empeñada en crear una brecha más
grande entre lobos y demonios, matar a un miembro de la manada habría
sido una excelente oportunidad. Y el alfa tuvo una gran reacción emocional
al nombre de Avaricia.
Mi atención dejó de centrarse en mi gemela y en los problemas del
lobo y se centró en el camino que acabábamos de recorrer. Dejé de caminar,
incapaz de levantar un pie y volver a colocarlo frente al otro. Cerca del final
de la calle estaba la casa de nuestra familia.
Las enredaderas se enroscaban alrededor del enrejado y la piedra
pálida brillaba a la luz de la luna. Era hermoso. Estaba intacto. Había
continuado como si nada hubiera cambiado. De repente se me hizo la boca
agua. De todos los lugares a los que podía ir Vittoria, éste era el más
profundo.
—Mi hermana está en nuestra casa.
Domenico negó con la cabeza.
—Mira más cerca.
—Yo no… —La esquina de nuestra casa brilló, levantándose
ligeramente en los bordes. Como si una página invisible hubiera sido
colocada sobre toda la estructura y se hubiera soltado con una brisa. Se me
aceleró el pulso y di un paso atrás, sacudiendo la cabeza—. No. No, no. No
esto también. Por favor.
Vittoria estaba repentinamente frente a mí, su cabello ondeando por
el mismo viento mágico que ahora estaba arrancando pedazos de nuestra
casa.
—Exige ver su verdad, Emilia.
—No puedo…
—Sí. Puedes y lo harás —dijo Vittoria—. Mira la verdad.
Mis ojos ardían mientras las lágrimas picaban detrás de mis
párpados. Este era el golpe final, y me negaba a permitir que cayera una
sola lágrima. Suficiente. Algo dentro de mí se rompió. Estaba cansada de la
tristeza y la devastación. Estaba harta de todas las interminables mentiras y
manipulaciones, y los días y noches que pasé llorando. Mi gemela tenía
razón. Merecía saber la verdad, verla de una vez por todas.
Mi columna se enderezó mientras volvía a centrar mi atención en
nuestra modesta casa. Llamé a la fuente de mi magia y la apunté
directamente a la parte brillante.
—Muéstrame la verdad.
Mi voz resonó con poder como cuando lanzaba un hechizo de
verdad. La magia salió disparada y se hundió en las paredes exteriores
como garras, triturando y destrozando la ilusión. Observé impasible cómo
se quitaba la fachada, dejando al descubierto un templo de piedra.
Nuestra casa estaba llena de glamur. Y nunca lo supe, nunca sentí la
magia que se había utilizado. Porque Nonna nos mantuvo ignorantes. La
verdad no me rompió el corazón esta vez; me puso furiosa. No había vuelta
atrás de este engaño. Se había trazado una línea de demarcación: la Emilia
antes de que todo su mundo se hiciera añicos, y la diosa de la furia, después
de todo, había sido revelada.
—¿Qué otra cosa? —exigí, la mirada fija en nuestro supuesto hogar
—. ¿Qué más ha sido una ilusión elaborada? Una puta mentira.
—Las dejo a las dos. —Domenico entró en silencio en el templo, sin
dedicarnos ni a mí ni a Vittoria una segunda mirada. Me preparé para la
traición final que sentí que se avecinaba.
—Esto no es realmente Sicilia. —Victoria exhaló. Mi atención
finalmente dejó la casa que no era nuestro hogar para concentrarme en mi
gemela. Por una vez, parecía adolorida—. Bienvenida a las Islas
Cambiantes.
DIECIOCHO
Me estremecí como si hubiera recibido un golpe físico.
Creía haber sentido el peor escozor de la traición cuando me había
enterado de que mi abuela utilizó magia negra para asesinar a brujas
inocentes para atarnos. Esto era una agonía. Una agonía emocional tortuosa
e implacable. Vittoria no dijo nada mientras el shock inicial empezaba a
desaparecer lentamente.
—Las Islas Cambiantes. —Por eso me dijo que me reuniera con ella
aquí, esa noche en el reino de los espíritus. Eché un vistazo calle abajo, con
el estómago revuelto. Todo era una mentira. Absolutamente todo. Hasta el
propio mundo que creía conocer. No era de extrañar que Ira no hubiera
querido decir nada más cuando le pregunté por las islas. Era algo que tenía
que descubrir por mi cuenta. Agradecí que ningún príncipe pudiera viajar
aquí ahora. Necesitaba tiempo y espacio sin los demonios alrededor para
reconciliarme con todo lo que me habían ocultado.
Una vez le había preguntado a Ira a dónde eran enviadas las almas
mortales y me había hablado vagamente de una isla en la costa occidental
de los Siete Círculos. Teniendo en cuenta la lección de mapa que me había
enseñado mi hermana la última vez que la vi, este lugar definitivamente se
ajustaba a esa descripción.
—Aquí es donde son enviadas las almas mortales. —No pregunté,
pero Vittoria asintió—. La prisión de perdición.
—Sí. —La voz de mi hermana era tranquila, suave. Como si sintiera
que mi poder buscaba a alguien a quien aferrarse. Para castigarlo. O tal vez
quedaba alguna parte humana de ella después de todo. Una parte que
comprendía lo profunda que era esta herida en particular—. Algunos
considerarían que este es el peor de los círculos. La isla cambia de tiempo y
lugar. Se convierte en la realidad que tú eliges que sea. O la realidad que
alguien más elige. Durante un tiempo.
—¿Y los mortales aquí saben? Que esto es…
—No —dijo Vittoria en voz baja—. La mayoría de los mortales
ignoran por completo que ésta no es realmente la ciudad o el país que creen
que es. Sólo algunos sobrenaturales saben la verdad. Y algunas almas que
escaparon al reino de los demonios y luchan por una oportunidad de volver
aquí.
—Ya veo. —El infierno. Así es como se sentía. No los Siete
Círculos donde gobernaban los demonios. No el elegante castillo del diablo.
O en cualquiera de las Casas del Pecado donde el vicio y el libertinaje
reinaban por encima de todo. Aquí. En el lugar que una vez había llamado
hogar. Esta isla era donde el infierno realmente existía—. Nunca hemos
sido parte del mundo mortal.
—No, no lo hemos sido. —La atención de mi gemela bajó al suelo
como si no pudiera soportar mirarme—. Las Brujas de las Estrellas nunca
permitirían ese riesgo. Nos enviaron aquí, a este tiempo y lugar, donde las
brujas debían permanecer ocultas. Podríamos pasar a otra realidad ahora si
quisieras. Eso ayuda. Para ver cómo se desarrolla la verdad.
—No. —Mi tono fue más duro de lo que pretendía—. No puedo…
es solo que, que no estoy preparada.
Ver otra realidad, otro tiempo o dimensión, cortaría el último hilo de
cordura al que me aferraba. Vittoria ofreció una pequeña sonrisa.
—Está bien.
—¿Las brujas han sido alertadas de alguna manera de nuestra
presencia aquí? —pregunté. Mi hermana negó con la cabeza. Eso era
positivo al menos—. ¿Son capaces de convocarnos a través de un sacrificio
de sangre?
—No somos como los demonios u otros sobrenaturales. Nadie
puede invocar a los dioses.
Mi mente giró hacia la siguiente pregunta.
—¿Con qué frecuencia cambia la isla?
—Por lo que sé, se trata de múltiples dimensiones del inframundo
plegadas unas sobre otras. Es difícil de explicar, pero hay infinitas
realidades sucediendo a la vez. Aunque no siempre es un sistema perfecto.
A veces habrá ligeras incongruencias sólo perceptibles para aquellos que
son nativos de cualquier tiempo o lugar que sea la realidad actual. Muchos
simplemente pasarán por alto cualquier rareza que puedan notar; la verdad
es mucho más difícil de digerir para ellos y por lo tanto la evitan. Se aplican
con fuerza la magia y la ciencia para asegurar que ninguna de las líneas de
tiempo se fusione por completo.
Por eso Ira había tardado tanto en encontrarnos. Había tenido que
buscar un lugar que podía estar en cualquier momento y en cualquier parte.
Era una hazaña increíble que hubiera logrado localizarnos…
—Tú. —Mi mirada se dirigió a mi gemela—. Invocaste a un
demonio, lo que alertó a Ira de dónde estábamos. —Pensé en la nota que
había encontrado en el escritorio de Ira—. Avaricia. Invocaste a Avaricia
con el pretexto de formar una alianza. Luego dejaste esos hechizos de
invocación para que los encontrara, por si acaso. —La esperanza floreció en
mi pecho. Mi hermana no podía ser tan mala—. ¿Por qué?
Vittoria me agarró la mano y la apretó suavemente antes de soltarla.
—Porque una de nosotras se merece un final de cuento.
Rodeé con mis brazos a mi gemela y la abracé con fuerza.
—Eso no suena muy Casa de la Venganza de tu parte.
Vittoria me refrenó, con su repentina risa teñida de tristeza.
—Si se lo cuentas a alguien, mataré a tu primogénito. Además,
difícilmente diría que vincular a la Casa de la Avaricia a mi causa fuera
altruista.
Mis labios se curvaron hacia arriba, sabiendo muy bien que la diosa
de la muerte nunca asesinaría a mi primogénito. Deseaba detener el tiempo
y quedarme en este momento con mi gemela. Pero los deseos no existían en
este lugar, sólo el dolor y la pena. Abracé a Vittoria un poco más cerca,
luego finalmente la solté. Por un breve momento, sus ojos volvieron a ser
de un cálido color marrón.
—No mataste realmente a la comandante de Avaricia, ¿verdad?
Soltó un suspiro.
—No, pero me hubiera gustado hacerlo. No porque me caiga mal,
sino para retorcerle un poco más la daga a Avaricia.
—Quizá deberías guardarte esa opinión la próxima vez que veas a
Avaricia o a cualquiera de los otros príncipes. —Exhalé. A pesar de saber
que los mismos cimientos de mi mundo habían sido una mentira, me había
quitado un gran peso de encima. En el fondo, sabía que mi gemela no podía
ser la reina de hielo que había estado fingiendo ser. Había sido demasiado
cálida, demasiado llena de vida para perderla toda cuando se había vuelto
inmortal de nuevo—. Vesta no fue apuñalada. Fue… comida.
Las cejas de Vittoria se alzaron, pareciendo medio impresionada,
medio enfadada.
—Una forma espantosa de morir.
—Tengo motivos para creer que ella no está muerta. Y creo que tú
eres íntimamente consciente de ello. También creo que sabes quién sí murió
en esa cámara. —Observé a mi gemela, cuya expresión se volvió ilegible—.
Tienes que contarme toda la historia. Por qué Vesta quería irse. Quién tomó
su lugar. Dónde está ahora. Avaricia pidió una retribución de sangre. E Ira
la concedió. Si no confiesas pronto tu inocencia frente a Ira y le traes
pruebas, los otros príncipes eventualmente te cazarán.
—La vida sería bastante aburrida si nadie amenazara jamás con
arrasar una Casa rival. —Mi hermana sonrió, evitando darme más
respuestas sobre la desaparición de Vesta y de quién era el cuerpo
encontrado. Sí me dio algo de información, que por ahora tendría que ser
suficiente—. Me alegra haber provocado emociones tan fuertes en Avaricia.
Debe estar absolutamente disgustado de que hiciera algo así después de
haber formado una alianza. —Me dio un codazo juguetón en el costado.
Ambas sabíamos que ella odiaba a ese príncipe por razones que aún no
había compartido—. Tal vez sea amor verdadero.
—¿Y qué hay de Orgullo? ¿Siguió siendo sólo un juego para ti o te
encariñaste?
La columna vertebral de Vittoria se enderezó y la oscuridad se
apoderó de sus rasgos.
—Ese demonio debería estar agradecido de que no le haya hecho
una visita.
Estudié a mi hermana con el rabillo del ojo. Una vez había sentido
con la misma intensidad mi deseo de apuñalar a Ira y ahora no podía dejar
de pensar en su fastidiosa boca y en todas las cosas perversamente
deliciosas que podría hacer con ella. Vittoria dirigió una mirada en mi
dirección.
—No lo hagas. Veo lo que estás pensando y te juro que voy a
ralentizar tu corazón hasta que pierdas el conocimiento.
—Sabes… —Pasé mi brazo por el de Vittoria y comencé a caminar
por el camino empedrado que no era más que una ilusión—, alguien me
dijo una vez que el odio tiene sus raíces en la pasión. Quizá deberías visitar
a Orgullo y resolver tus problemas.
—Prefiero bañarme en mierda de cerdo.
—Umm-jum. Hablando de cerdos, si deseas que encuentre mi final
de cuento, ¿por qué sigues advirtiéndome que me aleje de Ira?
Vittoria miró fijamente hacia un punto en la distancia, aunque tuve
la impresión de que en realidad estaba mirando hacia adentro.
—Si te conviertes en parte de su Casa, no puedes cogobernar sobre
la nuestra. Muchas cosas han cambiado y no quiero perder otra cosa
familiar más. En cualquier caso, quería que descubrieras toda la verdad
antes de vincularte completamente a él, para que pudieras elegir de verdad,
con todos los datos, entre el amor y tu Casa.
Ahí estaba la hermana con alma de mortal.
—El cambio es aterrador, pero nosotras somos las Temidas. O eso es
lo que insistes en decir.
Vittoria resopló.
—¿Me estás diciendo que tenga algo de dignidad?
—Tú lo has dicho, querida hermana. No yo. —Sonreí mientras ella
ponía los ojos en blanco—. Sabes, Ira dijo que no habría ningún problema
si deseaba restablecer nuestra Casa.
La cabeza de Vittoria se movió rápidamente en mi dirección.
—¿Lo dijo ahora?
Asentí.
—Si cesas en tu campaña para provocar problemas y crear
conflictos internos, podría ser algo que me interesara. Pero no te ayudaré si
sigues enfrentando a todos contra todos. Ese ya no es el tipo de vida que
quiero.
Caminamos hasta el final de la que había sido nuestra calle; el
silencio era cómodo, pero mis pensamientos se habían desplazado de nuevo
a asuntos más urgentes. Unos que debían ser abordados antes de que
dejáramos esta fantasía y volviéramos a los Siete Círculos. Mi hermana era
buscada en ese reino y debíamos garantizar su seguridad. Nos detuvimos en
la siguiente calle y levanté el rostro hacia el cielo. El aire era templado, la
brisa salada del mar era agradable. Sin embargo, un escalofrío me recorrió
el cuerpo.
Solté el brazo de Vittoria y me enfrenté a ella.
—Si estás albergando a Vesta, o a Marcella, o como quiera que se
llame, tienes que decírselo a Ira. Él percibirá la verdad y quedarás libre de
toda culpa. Por favor. No puedo perderte a ti también. No después de todo
esto. —Señalé el mundo que nos rodeaba—. Por favor, Vittoria. Sólo dime
que está viva y bien y que tienes una condenada buena razón para ganarte
un enemigo poderoso.
Vittoria apretó los labios y miró hacia otro lado. Si yo estaba en lo
cierto y Vesta estaba viva —lo cual creía plenamente que era la verdad—,
mi hermana no iba a confesarme nada. Tenía que confiar en que tenía una
razón, algo más poderoso que la venganza que la impulsaba.
—¿Quién es el verdadero villano en esta sórdida historia? —
pregunté en cambio—. ¿Nosotras? ¿Los demonios? ¿Las brujas?
Vittoria lo pensó detenidamente.
—Dependiendo de qué lado estés, supongo que podríamos ser todos.
Aunque encuentro que las brujas y los demonios tienen la mayor culpa. Su
aversión mutua ha sido interminable y nunca deberían habernos involucrado
en sus problemas.
Exhalé un largo suspiro.
—No me extraña que no haya sido un camino sencillo para
desentrañar el misterio. Tú y yo tramamos contra Orgullo e Ira. Orgullo fue
descuidado con el corazón de su consorte. Lo que enfureció a la Primera
Bruja. Sursea maldijo a Ira cuando no quiso apartar a su hija de Orgullo, Ira
respondió de la misma manera, y las Brujas de las Estrellas mantuvieron su
deber de mantener encerrados a las Temidas y a los Malignos, incluso si eso
significaba sacrificar a los suyos.
—Y la culpa sigue y sigue —terminó Vittoria—. No creo que
importe quién es o fue el primer villano: todos hemos hecho cosas terribles.
—Pero alguien ayudó a Vesta a escapar de la corte de Avaricia. Y
alguien está realmente muerto.
Vittoria miró a lo lejos durante otro momento.
—Me dijeron que los vampiros vinieron a robarte. Quizá esté
surgiendo una nueva amenaza, una que se cuela mientras se desata el caos.
—Tú fuiste la que provocó ese fuego en particular.
—No pensé que vendrían por ti. Pensé que pondrían sus ojos en la
Casa de la Avaricia.
—¿Por qué? ¿Qué pasa con Avaricia que te está llevando a hacer
cosas tan horribles?
—No he hecho cosas horribles —replicó ella—. Sólo le he hecho lo
que él les ha hecho a otros. Tal vez los vampiros tienen sus propios
objetivos de guerra y yo accidentalmente les di la esperanza de ganar.
La frustración creció en mi pecho. Si mi hermana me confiara la
verdad, todo esto podría remediarse.
—Aunque no dudo que a los vampiros les encantaría iniciar una
guerra interna para distraerlos de sus propios planes, no creo que sean los
responsables.
—Umm. —Los ojos de Vittoria volvieron a adoptar esa mirada
lejana—. Tal vez sean las brujas entonces. Probablemente se enteraron de
mi alianza con Avaricia y han apuntado a su Casa para iniciar la contienda.
Seguro que esperan que los demonios nos eliminen del tablero de juego de
una vez por todas.
—Vittoria —advertí—. Basta. Sé que no son las brujas, ni los
demonios ni los lobos. Sólo dime la verdad. ¿Por qué guardar tantos
secretos?
—Quizá simplemente tengas que confiar en mí.
—¿Después de todo lo que has hecho? ¿Todas las mentiras, las
medias verdades y los juegos?
La rabia cruzó el rostro de mi gemela.
—He estado tratando de evitar la maldición, liberar tu magia,
restablecer las conexiones con este mundo y lo he hecho lo mejor que he
podido. Si esto da la impresión de ser mentiras y manipulación, lo siento
mucho, Emilia. Pero tengo mis razones. Y simplemente tendrás que honrar
eso o seguir luchando contra mí. Si las brujas no hubieran hecho lo que nos
hicieron, nada de esto habría ocurrido. Y si crees que se quedarán sentadas
y permitirán que recuperemos todo nuestro poder sin intentar atarlo de
nuevo, estás loca. —Vittoria se volvió hacia mí, con una expresión
calculadora—. Hay una forma de asegurarnos de que no lo consigan.
Me llevé una mano al pecho, mi corazón palpitando más rápido
cuanto más tiempo me miraba mi hermana.
—¿No hay otra forma de romper el hechizo de bloqueo?
—No que yo haya descubierto. Créeme, busqué antes de que hiciera
que me arrancaran el mío.
—¿Quién te arrancó el corazón? —pregunté—. ¿Domenico?
—Muchas criaturas del inframundo estaban muy contentas de ser
consideradas para la tarea. Déjalo así por ahora. —La mirada de Vittoria se
congeló antes de suavizarse de nuevo—. Sin embargo, no tendrás que
preocuparte por eso. Yo estaré contigo. —Me alejé caminando y mi
hermana se limitó a observar sin comentar mientras iba de un lado a otro,
con la mente y el corazón acelerados. Las brujas nos ataron. Y, sin embargo,
no podía dejar de pensar en la reacción de Envidia cuando Vittoria quiso
quitarme el hechizo de bloqueo por primera vez. Se había opuesto tanto.
E Ira no hablaba mucho al respecto. Sabía que estaba inseguro, pero
mi hermana había sobrevivido. Había vuelto a ser una diosa completa. Lo
que me hizo preguntarme una vez más si había otra razón por la que Ira no
decía nada más. Pensé en el ataque de la Viperidae: en cómo después de que
el demonio con forma de serpiente me mordiera, Ira utilizó una magia que
llevó el veneno a su propio cuerpo.
También recordé algo dulce y empalagoso que me había hecho
beber…
—Diosa de arriba. Me dio néctar.
Ambrosía. El alimento de los dioses.
Dejé de pasearme y me quedé mirando a la nada. También me había
dado de beber algo dulce cuando tuve el leve caso de hipotermia. Más
néctar. Más combustible de curación de diosa. A Ira no le podía preocupar
que me muriera. Entonces, ¿qué otra cosa podría motivarlo a ser tan
precavido? Reanudé mi andar, dejando que mi mente diera vueltas a
diferentes teorías y escenarios hasta que uno se separó del resto.
Envidia estaba temeroso ese día en nuestra celda. También lo
estaban Lujuria y Pereza, e incluso Avaricia, cuando me puse furiosa y
prendí fuego a aquel cuadro. E Ira… puede que no me tuviera miedo, pero
todos los príncipes del Infierno nos habían llamado las Temidas. Mi esposo
no temía por mi vida, temía por su reino. Temía liberarme, completamente.
Ira no me detenía activamente, pero ciertamente tampoco ayudaba. Esta
elección era mía y sólo mía.
Me giré y me encontré con la mirada paciente de mi hermana.
—Estoy lista —dije, diciéndolo en serio.
Durante las últimas semanas, Ira había estado enseñándome a
controlar mis emociones. A ver más allá de mi furia. Esa era la lección que
me había enseñado la noche que me había obligado a apuñalarlo, la noche
que había dicho que se trataba de percibir otros pecados y combatirlos. Sí,
aprender a endurecerme contra el orgullo, la avaricia y la lujuria había sido
importante. Pero todo el tiempo Ira supo en qué Casa del Pecado gobernaba
yo, sabía lo potente que podía crecer mi deseo de venganza.
Hasta haberlo apuñalado aquella noche, habría continuado por un
camino en el que ansiaba la sangre. Y él había tenido razón; no quería
admitirlo entonces, pero odié hacerle daño en ese momento. Odié esa
pérdida de control, esa sensación abrumadora de estar impulsada
únicamente por mi rabia. Yo dominaba esa emoción y no permitiría que me
dominara a mí.
En la sala del trono con el emisario vampiro y Sursea, mi rabia casi
se había apoderado de mí también. Pero no lo hizo. No podía confiar en que
Ira o cualquier otra persona me sacara de ese lugar oscuro de nuevo. Tenía
que provenir de mí. Impedirme a mí misma liberar todo mi poder por más
tiempo sólo me aseguraría una cosa: fracasaría por no intentarlo.
El miedo me frenaría. Pero la fe en mí misma me liberaría.
—¿Serás capaz de… si yo…? —Respiré profundamente—. No
quiero perder el control.
—Es comprensible. —Vittoria asintió—. Estaré aquí. No tienes nada
que temer del cambio. Es desorientador al principio, pero es como tomar
una gran bocanada de aire fresco después de estar sumergida en el mar.
Exhalé y asentí.
—Muy bien. Ya estoy lista para romper el hechizo de bloqueo.
Vittoria nos condujo de nuevo hacia la casa de nuestra infancia. La
solapa de la ilusión que se había desprendido volvía a estar bien colocada,
haciendo que el edificio tuviera el mismo aspecto que había tenido toda mi
vida. Subimos las escaleras y entramos por la puerta principal, y lo que
antes había sido un pequeño espacio habitable tenía ahora techos de catedral
y un mobiliario decadente. Olía a miel y flores silvestres.
En la pared del fondo de la primera recámara había estanterías con
libros; en otro rincón había una pared de tarros con corazones. Desvié la
mirada y me dirigí a un altar situado a un lado. A ambos lados crepitaban
gigantescos cuencos de fuego, cuyas llamas eran de un hermoso y brillante
color negro.
Vittoria chasqueó los dedos y, de repente, una mujer lobo apareció
sosteniendo una prenda de color lavanda. La joven parecía tener unos veinte
años y había algo familiar en el tono de sus ojos y la forma de su rostro.
Rápidamente desvió la mirada y retrocedió. Mi gemela me indicó que
subiera al estrado.
—Ponte esto. Luego acuéstate en el altar con los brazos relajados a
los lados y las piernas estiradas.
La relajación no era algo que me creyera capaz de lograr, pero tomé
con cautela la prenda, que resultó ser una bata ondulante, y rápidamente me
desnudé y me la puse.
Tenía dos grandes franjas que se ataban sobre cada hombro y
continuaban por la parte delantera. Una cuerda plateada la ataba a la cintura
y dos aberturas llegaban hasta medio muslo. La profunda V de la parte
delantera permitía el acceso a mi corazón bloqueado por el hechizo y hacía
que el mío mortal latiera furiosamente. Me negaba a pensar en que pronto
dejaría de latir del todo. Un destello de calma me invadió, casi como si
fuera impulsado por un viento mágico. Todo iría bien. Miré a la mujer lobo
que había traído la ropa y me pregunté si habría alterado de algún modo mi
estado de ánimo. Era una magia rara y codiciable. Los príncipes del
Infierno podían influir en los pecados, pero influir en la alegría era algo
totalmente distinto.
Dejando de lado esa rareza, cuadré los hombros y subí al altar,
acostándome como me había indicado mi gemela. Vittoria se cernió sobre
mí y luego observó la recámara donde el único cambiaformas esperaba,
haciendo guardia, me di cuenta.
—No debemos ser molestadas. —Mi hermana me miró, con sus ojos
lavanda brillando mientras invocaba su poder—. Terminará rápido.
Antes de que tuviera tiempo de ceder a mi creciente pánico, los
dedos de Vittoria se alargaron y sus garras me atravesaron el pecho. Por un
momento, apenas pude creer que lo hubiera hecho.
Entonces abrí la boca para gritar, pero no salió nada. Me ardía el
pecho. Violentamente. Se sentía como si hubieran metido media docena de
cuchillos en un fuego y luego los hubieran clavado en mi cuerpo. Ese dolor
era tan agudo, tan abrumador, que no sentía nada más. El control en mi
mente, mis recuerdos, todo el hechizo de bloqueo se rompió como un
huevo, y todo volvió inundándome.
Mi vida.
Mi Casa.
Mi poder. En los ojos de mi mente nos vi a Ira y a mí, haciendo el
amor, entrenando y enfrentando ingenios y voluntades. Otro recuerdo: mi
gemela maquinando conmigo en nuestra sala del trono. Vi a Sursea
acercándose a nosotras con su plan, su necesidad de venganza alimentando
mi pecado. Entonces estaba en el jardín y vi la mirada de Ira justo antes de
que todo fuera arrancado.
El grito que no pude sacar antes me desgarró ahora, resonando en el
templo. Era la rabia y el tormento materializándose. Oí cómo los
cambiaformas se dispersaban de dondequiera que se hubieran estado
escondiendo. Y grité hasta que los recuerdos disminuyeron.
La oscuridad me invadió tan rápido como lo había hecho el dolor,
entonces no sentí ni pensé nada en absoluto.

Una vez que el dolor disminuyó y la oscuridad se desvaneció, me


quedé inmóvil como una estatua, escuchando. A varias habitaciones de
distancia, oí el movimiento de una falda, la suave pisada de unas zapatillas.
Voces susurradas. Más cerca se oyó una respiración aguda, como si alguien
se hubiera despertado de repente.
Mantuve los ojos cerrados mientras me adaptaba a mi nueva
capacidad auditiva. Mis sentidos más agudos. Una cosa me llamó la
atención de inmediato. Mi pulso no palpitaba. Inhalé profundamente y
exhalé lentamente.
La ausencia de latidos no era tan desorientadora como había
pensado que sería. Aunque tal vez fuera porque ya no sentía el miedo de la
misma manera. Abrí ligeramente un ojo, sorprendida al ver rayas rojas y
doradas entrando por las ventanas y por debajo de la puerta. El amanecer
había llegado. Debí haber estado inconsciente más tiempo del que creía.
Me incorporé y casi me lancé al otro lado de la habitación, con mi
cuerpo totalmente inmortal lleno de una fuerza increíble. Ya sabía que no
había nadie en la recámara conmigo, pero miré a mi alrededor con ojos
nuevos. Vittoria había tenido razón; me sentía como si hubiera estado
sumergida bajo el agua y mi cabeza por fin hubiera salido a la superficie.
Los colores eran más brillantes, más intensos. Podía ver hilos individuales
en mi bata. Las motas de polvo brillaban en una franja de luz solar en el
extremo opuesto del templo.
Me sentí llena de energía, revitalizada. Me subí al altar de un salto y
me lancé al aire, aterrizando con elegancia en el otro lado de la recámara.
Una sensación extraña y familiar comenzó en mi centro. En lugar de mi
corazón, estaba el zumbido constante de mi poder. Se sentía como volver a
casa después de estar demasiado tiempo fuera.
—Fiat lux.
Las rosas y las flores silvestres estallaron en llamas alrededor de
toda la recámara. El fuego rugió con furia, despertando mi propia rabia y
encendiéndola. Este poder, esto era lo que me convertía en una de las
Temidas. No tenía fin, sólo mi deseo de mantenerlo encerrado era lo que lo
mantenía enjaulado. Pensé en Nonna Maria. Recordé sus mentiras. El dolor.
Y las flores ardieron con un brillo imposible. Mi cabeza se inclinó hacia un
lado cuando un sonido familiar llamó mi atención.
Reconocí los pasos de mi hermana antes de volverme hacia ella.
—¿Te gustaría vengarte un poco antes de que me vaya?
Sus labios se movieron lentamente hacia arriba.
—Es bueno tenerte de vuelta, Furia.
DIECINUEVE
De vuelta en la Casa de la Ira, sentí una miríada de cosas a la vez.
Sirvientes moviéndose afanosamente a través de los niveles inferiores,
soldados demonio realizando ejercicios en algún complejo que aún no había
visitado. Unos pocos miembros enojados de la nobleza discutiendo, su ira
chispeando como pequeñas brasas en mi periferia.
Lo que captó casi toda mi atención fue mi esposo. Su energía era
como un infierno furioso flanqueado por torres de hielo. Era increíble. Al
igual que su luccicare que había visto, su magia era un negro de múltiples
tonos con motas de oro. Brillante y peligrosa. Como él.
Ira todavía estaba en el Pozo: sentía el pulso de su feroz poder desde
la distancia y lo reconocía en cualquier lugar. Había un ligero tirón hacia él,
pero nuestra reunión tendría que esperar. Aunque, si podía sentir su magia,
tenía pocas dudas de que él también podría sentir la mía. No tendría mucho
tiempo antes de que viniera a buscar a su reina recién restaurada.
Mi enfoque se centró en la torre de la Anciana a continuación,
donde sabía que Fauna todavía estaba trabajando y me dirigí allí de
inmediato. El tiempo se movía de manera diferente en las dimensiones del
infierno, así que no estaba segura de cuánto tiempo había estado fuera, pero
no podría haber pasado tanto tiempo o Ira habría comenzado a buscarme.
Haciendo todo lo posible para no asustar a mi amiga, llamé suavemente, o
eso pensé, y la puerta se abrió.
—¿Fauna?
Mi amiga saltó ante el ruido y se volvió para mirar hacia la puerta.
—¡Emilia! Gracias al diablo que estás aquí, descubrí… —Fauna se
puso de pie tan abruptamente que su taburete se cayó. Ella escaneó mi
rostro, presumiblemente por cualquier consuelo familiar que pudiera
encontrar, y se tragó lo que había estado a punto de decir—. Tus ojos...
—Lo sé. —Ya no eran de color marrón cálido. Eran del oro rosa de
mi magia.
Su atención cayó hacia mi pecho. No se veía diferente. No había
cicatriz, ni rastro de lo que mi hermana había quitado. No había evidencia
en absoluto de que hubiera tenido un hechizo de bloqueo. Sin embargo,
dados los sentidos demoníacos de Fauna, probablemente ya no escuchaba
latir mi corazón mortal.
Algo como tristeza se coló en sus rasgos, aunque juré que sentía
horror. Tenía una sensación espinosa adherida a esto, distrayéndome. Si así
era como Ira sentía las emociones, era incómodo y tomaría un poco
acostumbrarse. Había olvidado cómo era esto. Necesitaba volver a
entrenarme para concentrarme en sentir sentimientos solo cuando me
convenía, o me volvería loca.
—¿Te forzaron a esto? —preguntó en voz baja.
Mi entrecejo se arqueó. Tener mi verdadera forma de vuelta
difícilmente era una maldición. Sin embargo, mi amiga sonaba como si
estuviera hablando con los muertos. Intenté una sonrisa que la hizo tragar
más fuerte. Suspiré.
—No. Nadie me obligó a hacer nada. Excepto tal vez las brujas
cuando me obligaron a ser un jugador en sus juegos.
Me moví por la habitación con pies silenciosos, y la sensación que
había sentido irradiando de Fauna se intensificó. Miedo. Eso es lo que mi
amiga sentía en mi presencia ahora.
Mis dedos se arrastraron sobre los grimorios abiertos. El papel se
sentía más áspero, el aroma de la tinta más fuerte.
—¿Sabías que me encerraron en el verdadero infierno? Las Islas
Cambiantes. Un nombre inteligente para una isla mágica que puede cambiar
el tiempo y el espacio. Parecía justo que ese fuera el lugar donde volviera a
mi verdadero ser.
Un latido silencioso pasó. Seguido de otro. Fauna me miró de
nuevo, escudriñando. Percibía notas de humo en mi ropa, en mi cabello.
Ella también lo hacía. La sospecha tiñó su voz.
—¿Las atacaste?
Mis labios se curvaron.
—Podría haberles hecho una visita.
—Su majestad estará...
—El movimiento contra mis traidores estaba justificado. ¿Qué
encontraste?
—Yo... —Fauna siguió mi mirada hasta donde aterrizó en el
grimorio que había estado leyendo. Parte de su emoción anterior regresó
lentamente mientras señalaba la página—. Creo que encontré una manera
de romper la maldición.
—¿La de Ira?
—Sí, pero eso no es todo. —Su sonrisa no llegó a sus ojos, pero era
mejor que antes. El miedo también estaba disminuyendo un poco, aunque
todavía persistía incómodamente—. La Espada de la Ruina es más que un
objeto encantado en sí mismo, de alguna manera puede destruir
maldiciones y hechizos. No estoy exactamente segura de cómo funciona,
pero encontré algo que podría explicar más.
Ella tomó otro texto y lo empujó hacia mí. Un intrincado mapa de la
Casa de la Ira que presentaba túneles, templos y cavernas ocultas debajo,
como ciudades y pueblos subterráneos.
—Hay un lugar en estos terrenos llamado el Pozo de la Memoria —
continuó Fauna—. Y creo que es la clave para descubrir más sobre la
Espada de la Ruina. —Señaló una sección del mapa etiquetada como
JARDINES—. Debes pagarle a la diosa un diezmo para entrar en la cámara
del Pozo de la Memoria. Es desagradable: el pozo debe considerarte digno,
y los recuerdos que muestra a menudo son pesadillas que otros han
purgado. U otras cosas que deseaban olvidar.
—¿Eso es todo?
—No es tan fácil como parece. —Fauna se mordió el labio—. El
pozo puede engañarte para que pienses que realmente estás en el recuerdo
que te está mostrando. Se dice que algunos se quedan atrapados allí por la
eternidad, reviviendo los peores momentos de recuerdos que ni siquiera les
pertenecen.
No era algo que me preocupara, pero sabía que a la Emilia con el
hechizo de bloqueo sí. Fauna lo estaba haciendo notablemente bien
ocultando exteriormente su miedo ahora, pero todavía lo sentía hirviendo a
fuego lento debajo de la superficie. Mi falta de miedo no la asustaba
exactamente, pero sí la hacía sentir incómoda. No podíamos darnos el lujo
de tener distracciones con tanto en juego, necesitaba calmar su
preocupación para que pudiera concentrarse.
—¿Cómo evitas eso? —pregunté.
Los ojos de Fauna se entrecerraron, pero debe haber decidido no
preguntar si realmente estaba preocupada o apaciguándola. Miró el libro
frente a ella.
—Según este texto, si te enfocas en tu pregunta y no la pierdes de
vista, podrás examinar los recuerdos hasta que encuentres tu respuesta. Los
recuerdos están imbuidos principalmente en cuarzo claro, hematita,
amatista o lapislázuli. Sostienes un cristal a la vez mientras piensas en tu
pregunta; supuestamente atraerá el recuerdo correcto hacia ti o viceversa.
Asentí, pensando en la pregunta a la que más necesitaba respuesta.
—¿Estás segura de que este pozo sabrá la ubicación de la Espada de
la Ruina si le pido que me muestre dónde está?
—Teóricamente, debería. Alguien debe saber dónde está, o al menos
saber de alguien que haya entrado en contacto con esta. Incluso si no se
habla directamente de ella, puede aparecer en una memoria purgada. Puede
que no te lleve a ella directamente, pero podría darnos un punto de partida.
—Fauna exhaló—. Pero personalmente no conozco a nadie que haya usado
el pozo con éxito.
Eso me llamó la atención.
—¿Ni siquiera los príncipes del Infierno?
—No pueden. Nadie sabe por qué. Su majestad ciertamente lo
intentó cuando la maldición entró en vigor. Incluso permitió que Envidia
intentara usarlo. Ambos intentos fracasaron. No podían acceder a ningún
recuerdo. Ni de mortales, demonios, o ningún ser sobrenatural.
Qué curioso.
—El pozo estaba aquí antes de que los príncipes demonio
comenzaran su reinado, ¿verdad?
—Sí —asintió Fauna—. La estatua de la diosa es nueva, pero los
registros indican que el pozo en sí es anterior a la formación de las Casas
del Pecado por bastante tiempo. Pero...
—No es anterior a mí.
—No, lady Emilia. Aparte de la Anciana y las Siete Hermanas, no
hay muchos seres que estuvieran aquí antes que tú y tu gemela.
Si mi hechizo de bloqueo todavía estuviera en su lugar, me
molestaría la idea de mi larga existencia. En cambio, arrojé mi memoria
recién liberada de vuelta, haciendo un túnel en una vasta caverna que
abarcaba lo que parecían eones. Recordar un tiempo antes de los príncipes
del Infierno me dejaba con una impresión de hastío. Libertinaje. Antes de
que el diablo tomara su trono, Vittoria y yo habíamos saludado a las almas.
Y no disfrutaban de nuestra fiesta de bienvenida.
Éramos criaturas despiadadas y malvadas. Y nos deleitábamos con
ello.
Tuve una clara impresión de que era por eso por lo que nuestra
madre había manipulado los recuerdos para empezar, por qué había creado
el velo entre las montañas que separaban la Casa de la Venganza del resto
de los Siete Círculos. Celestia no quería que nadie recordara el tiempo antes
de que los demonios gobernaran. Cuando reinaban criaturas peores.
El poder de Ira cambió repentinamente, atrayéndome al presente;
parpadeó desde donde había estado y reapareció más cerca. Más potente.
Ardía como el calor del sol. Estaba enojado. Salvajemente.
Gran Divinidad de arriba, su ira hizo que mi furia cantara como un
himno de batalla. Su atención se extendió, y supe que estaba sintiendo mi
poder y siguiéndolo hasta su fuente. Fuera de la torre, los pasos tronaron
por el pasillo. Fauna rápidamente se despidió y salió corriendo por la
puerta. Sus emociones se dispararon salvajemente. Nuestro rey estaba de
mal humor.
Y tenía una buena idea de por qué.
Me apoye contra la mesa, esperando lo que prometía ser toda una
muestra de emoción. Su llegada no decepcionó. Ira arrancó la puerta de sus
bisagras y la tiró como si no pesara nada. Sus ojos dorados brillaron con su
pecado mientras se asentaban en los míos. Si hubo un rápido destello de
alivio, inmediatamente fue reemplazado por la dureza de la ira.
—La puerta no hizo nada para merecer eso —le dije.
—Podrías haber muerto.
Hice un espectáculo de mirarme cuidadosamente.
—Envidia tenía razón. La inmortalidad ganó.
—Era un riesgo.
—Uno calculado. —Sonreí. Esta vez no provocó miedo. La mirada
constante de Ira nunca vaciló de mi rostro, su furia todavía ardía
intensamente entre nosotros—. Sé por qué no deseabas que se rompiera el
hechizo de bloqueo. —Cruzó los brazos sobre el pecho y frunció la ceja.
Demonio seductor y arrogante—. Soy capaz de controlar mi furia. Tus
súbditos no tienen nada que temer.
—¿Es así? —Ira negó con la cabeza—. ¿El olor a humo que persiste
en tu ropa no tiene nada que ver con la venganza? De alguna manera, no
puedo imaginarte a ti y a tu hermana sentadas alrededor de un fuego,
discutiendo tiempos pasados como dos diosas civilizadas.
—Un pequeño acto de venganza estaba bien merecido, y lo sabes.
—Le di una mirada dura, mi poder surgió para enfrentar el suyo antes de
sostenerlo con fuerza—. Las brujas deberían contar sus bendiciones, tomé
solo su restaurante y no sus vidas. Pueden reconstruir. Y se lo pensarán dos
veces antes de cruzarse de nuevo en mi camino.
—Tienes razón —suspiró—. Pensarán antes de atacarte
directamente. Pero eso no les impedirá responder con fuego propio. —
Sostuvo mi mirada, la suya volviéndose tan helada como su tono—.
Avaricia fue llamado del Foso a su Casa. Sus espías vieron brujas
reuniéndose en las montañas detrás de su círculo. Van a atacar. Y luego te
van a culpar.
Y esa era la raíz de la furia de mi esposo.
Avaricia exigiría retribución de mí, así como de Vittoria y mi
príncipe se vería obligado a tomar una decisión que terminaría en un
derramamiento de sangre. No habría un juego en el que Ira y yo pudiéramos
jugar para evitar eso; cada vez más, Avaricia se estaba convirtiendo en un
problema. Había pocas dudas en mi mente de que él era responsable de que
el cráneo encantado arrojara sospechas sobre mi gemela. Si sabía o
sospechaba que Vesta estaba viva no parecía importar. Quería venganza. Y
usaría esto como la excusa perfecta para exigir alguna.
Mis manos se enroscaron en puños a mis lados.
—Envía una misiva a la Casa de la Avaricia solicitando una visita de
inmediato. Arremeteremos contra las brujas antes de que ataquen. Y esta
vez, no seré misericordiosa. Deja que las brujas y tu hermano vean de lo
que soy capaz.
Giré sobre mis talones y me dirigí a mi suite, con mi vestido lavanda
ondeando a mi alrededor como una nube de tormenta. Era hora de vestirse
para la guerra.
VEINTE
El aguanieve tamborileaba con sus garras heladas a lo largo del
parapeto de piedra de la Casa de la Avaricia. Nos quedamos
silenciosamente en el estrecho camino, con las miradas bloqueadas en la
línea de árboles en la distancia, ignorando el agua helada cayendo sobre
nuestros cueros de batalla. Un guardia vio un parpadeo de luz hacia el
noroeste. Era imposible saber si estaba destinado a distraer o si había sido
un accidente. Dudaba que las brujas fueran tan descuidadas, dado lo
calculadoras que eran, pero cosas más extrañas habían sucedido cuando las
emociones estaban por lo alto. Lo que me hizo preguntarme...
Examiné los terrenos tranquilos, la magia preparada y lista. Incluso
con el aguanieve bajando con fuerza, no había pájaros o animales
moviéndose en el bosque. Parecía como si todo el círculo estuviera
conteniendo la respiración, esperando. Todavía no había sentido ningún
miedo. El césped de Avaricia se extendía cientos de metros en todas las
direcciones, una forma inteligente de eliminar cualquier cubierta para
visitantes hostiles o no bienvenidos. Como las brujas.
Mi mano se flexionó a mi lado. Al pensar en brujas, era imposible
no preguntarme por Nonna. Si ella estuviera con las brujas aquí ahora, yo
no dudaría en defender a los demonios. Incluso si eso significaba que tenía
que luchar contra ella. Oré para que no llegara a eso, pero ya no se sabía de
qué era capaz mi “abuela”.
El brazo de Ira rozó el mío, su calor un contraste con la tormenta de
invierno. El viento soplaba a lo largo de la muralla del castillo, gruñendo
bajo. Nubes oscuras se habían reunido sobre la Casa de la Ira poco después
de que se hubiera hecho nuestro plan. El clima actual era sin duda el
resultado del estado de ánimo tenso de mi esposo. Su primera solicitud para
que fuéramos admitidos en este círculo no había sido bien atendida.
Después del incidente con la sala de juegos, el Príncipe de la Avaricia no
estaba ansioso por tenerme en su residencia nuevamente. El duque de
Devon también había hecho campaña contra mí, aconsejando a su príncipe
que no permitiera que una bruja vengativa volviera a entrar en su Casa del
Pecado. No le habían informado que esa bruja vengativa era en realidad una
diosa del inframundo y que debería importarle lo que decía.
Un segundo y severo mensaje hizo que Avaricia me permitiera a
regañadientes entrar en su Casa real, especialmente con la promesa de
ayuda. Y una amenaza de la esposa recién restaurada de Ira.
De repente se me pusieron de punta los vellos finos a lo largo de la
parte posterior del cuello y no tuvo nada que ver con el viento helado. Los
demonios que empuñaban arcos colocaron sus flechas, la sensación de su
miedo pinchaba sobre mi piel como agujas. Ira no se movió, pero sentí que
su atención se dirigía al césped debajo de nosotros. Sintió lo que yo sentí.
Avaricia señaló a un guardia que miraba por encima del borde. Di
un paso adelante, esa sensación de pinchazo creciendo en intensidad. Y me
di cuenta de que no era el miedo de los guardias lo que estaba sintiendo. Era
el de nuestros enemigos. Las brujas ya estaban aquí. Mis ojos se
entrecerraron ante el césped aparentemente vacío, luego noté las huellas en
la hierba cubierta de hielo. Las briznas rotas habían sido pisoteadas.
—¡Espera! —grité.
El guardia no prestó atención a mi advertencia. Se inclinó sobre la
cornisa, notando lo que yo, un segundo demasiado tarde. Antes de que
alguien pudiera actuar, la sangre brotó de sus ojos y se derrumbó,
estrellándose contra la nieve. Los gritos resonaron en la línea, los guardias
dispararon flechas a un enemigo que no podían ver y, por lo tanto, no
podían golpear. Si continuaban así, las brujas tendrían éxito.
Y eso no era algo que yo permitiría que sucediera.
—Haz que se detengan —le grité a Avaricia—. Las brujas están
usando magia.
—No son más que mortales patéticas. Y nosotros estamos usando
armas. —Avaricia señaló a la siguiente línea de guardias.
Tonto ignorante. Él los llevaría a la muerte.
A pesar de la miserable tormenta de invierno, mi magia iluminó el
cielo, cayendo en picada como estrellas furiosas y vengativas que se
disparaban a la tierra. Las bolas de fuego de oro rosa golpearon con tal
velocidad que dejaron cráteres en el suelo. Los gritos rasgaron el silencio, el
sonido como animales siendo llevados al matadero.
Convoqué más magia, más fuego, observando sin emoción mientras
llovía furia.
Cualquier hechizo que las brujas habían estado usando para hacerse
invisibles se rompió. Tal como me lo había imaginado. La magia solo podía
ser combatida con magia, y la suya no era más que una mera dilución de lo
que era la mía. Era hora de recordárselos.
—Fiat lux.
Las brujas en capas se incendiaron, su carne ardió y se derritió de
sus huesos, el aroma repugnantemente dulce elevándose alto. Se
defendieron con un poder propio impresionante. Enviaron flechas mágicas
acariciando el aire, golpeando demonios con suficiente fuerza para tirarlos.
Yo podría terminar con esto ahora, terminarlas ahora, pero me obligué a
luchar justamente. Quería que Ira supiera con certeza que se podía confiar
en mí, incluso cuando las emociones estaban a flor de piel.
Una flecha mágica corto mi brazo, llamando mi atención sobre la
bruja que la había disparado. Nonna se quitó la capucha, su expresión dura.
Su mirada indicaba que había elegido convertirme en su enemigo en el
momento en que quité mi hechizo de bloqueo.
La miré fijamente por un momento, permitiéndome digerir
completamente que ella había disparado. Podría matarla ahora mismo.
Hacer justicia y vengarme por lo que nos había hecho a mí y a mi hermana.
Y sin embargo...
—Corre —le dije.
Era la única advertencia que daría. Y era más de lo que merecía.
No volví a mirar en su dirección, no estaba segura de sí escuchó. Al
final, ella había hecho su elección al igual que yo había hecho la mía.
Demonios a la izquierda y derecha cayeron, y no sabía si estaban
muertos o gravemente heridos. Seguí disparando mi magia en la línea del
frente, haciendo todo lo posible para empujar a las brujas de regreso al
bosque, para asustarlas y alejarlas de la Casa de la Avaricia. Pronto se
rendirían; su magia no era ilimitada. Solo teníamos que evitar que hicieran
daños graves mientras agotaban sus fuentes. Una tarea que no debería ser
demasiado difícil de lograr.
Sentí la magia de hielo de Ira, y luego escuché un silbido de dolor.
Volví mi atención hacia él, viendo una flecha mágica que había perforado
limpiamente su hombro.
—¿Estás bien? —grité sobre el repentino rugido de aguanieve y
viento.
Apretó los dientes y sacó la flecha.
—Las cubrieron con veneno de dragón.
Otra voló por el aire, apuntando directamente a su garganta, y la
tomé del cielo, rompiéndola en mi puño. Dos flechas más con el agente en
llamas se elevaron hacia Ira.
Nonna debe haberles dicho a las brujas que apuntaran hacia él para
distraerme o castigarme por elegirlo. Rabia, caliente y consumidora, rebotó
a través de mí. Mi esposo estaba siendo atacado y ahí era donde terminaba
toda pretensión de civilidad para mí. Al diablo con nuestro plan.
—Suficiente. —Mi voz fue apenas más que un susurro, pero se
extendió hacia los guardias y las brujas. Era como la ráfaga de viento de un
huracán, y las brujas deben haber sentido el peligro que se extendía.
Dejaron de disparar sus flechas mágicas, se agarraron de las manos y
comenzaron a cantar. Como si su magia pudiera alguna vez esperar superar
a la mía, en especial ahora que estaba realmente enojada. Inhalé y jalé el
poder que pulsaba en mi centro, aprovechando la Fuente por completo.
Ese pozo era interminable. Infinito. Con mi hechizo de bloqueo en
su lugar, mi poder había estado rozando solo la superficie de lo que era
capaz de hacer. Y la ira de las brujas, su furia por el resurgimiento de la
Casa de la Venganza, el ataque a Mar & Vid, y el miedo que ahora sentía
viniendo de ellas en oleadas me alimentaba. Me convertí en cada historia
retorcida que habían contado. Abracé mi verdadero yo. Ahora era Furia en
carne y hueso, y no olvidarían lo que significaba atacar a una diosa.
En su aquelarre se contarían historias de esta batalla. Las
advertencias se susurrarían en tonos silenciosos mientras mantenían un ojo
en el cielo, buscando un presagio de que habían avivado mi pecado al
atreverse a hablar de este día. Ira viviría, pero ninguna de ellas lo haría.
Ordené más poder, más fuego, más furia mientras volvía mi magia
hacia las brujas. Había dos docenas. Aparte de Nonna, inmediatamente no
reconocí a ninguna, aunque realmente no estaba mirando. No importaría si
las conocía personalmente o no. Habían venido a pelear, a matar, y yo
respondería de la misma manera. Esta vez no permitiría que nadie se
interpusiera entre Ira y yo.
Lo habían lastimado, y aunque se sanaría, yo había tenido suficiente.
Convoqué cada onza de la furia que tenía, cada pedacito de rabia por
las mentiras, la manipulación y la traición. Años de estar alejada de mi
magia desatados en un infierno totalmente controlado por mí. Uno por uno,
los cuerpos colapsaron, las cenizas carbonizadas volando en el viento. Hice
llover fuego como un dios vengativo, mucho después de que cayera la
última bruja, contenta con ver arder todo el círculo.
Dedos cálidos se enroscaron alrededor de los míos, arrastrándome
hacia el aquí y el ahora.
Lo primero que noté fue el silencio espeluznante. El fuego ya no
crepitaba. La tormenta invernal también se había calmado. Apenas escuché
respirar a los demonios a mi lado.
Miré a Ira, su expresión tensa pero orgullosa.
—Están muertas, mi lady. Todas ellas.
Un cosquilleo estalló a lo largo de mi cuerpo nuevamente. Arranqué
la mirada de la de mi esposo y miré a mi alrededor. Todos los guardias me
miraban con el miedo abiertamente grabado en sus rostros.
Bueno, no todos los guardias. Muchos demonios dejaron caer sus
miradas por completo, negándose a mirarme a los ojos. Miré por la fila de
guardias y soldados hasta que mi atención se centró en su príncipe. Avaricia
no tenía miedo, pero sentí un poco de inquietud cuando inclinó la cabeza.
Su mano todavía descansaba sobre el mango de su espada.
—La Casa de la Avaricia agradece a la Casa de la Ira por su ayuda.
Ayuda. Había terminado una batalla antes de que pudiera comenzar
una verdadera guerra. Miré a los guardias ilesos, aparte del primer guardia
que había mirado por encima de la cornisa, ninguno había perdido la vida.
Mi furia no había retrocedido lo suficiente, y entre las agujas del miedo que
me apuñalaban y la molestia de la arrogancia masculina, desaté un poco
más de infierno.
—¿Por qué la Casa de la Avaricia está siendo atacada
continuamente? Me parece extraño que tanto las brujas como los hombres
lobo decidieran atacar tu círculo. No importa qué juego siga lanzando mi
hermana, ellos vienen a ti. No a la Casa de la Ira, la Envidia o el Orgullo. A
ti. ¿Qué has hecho para hacer tantos enemigos?
Avaricia levantó un hombro.
—Tal vez están detrás de mi riqueza. Las monedas de una sala de
juegos por sí solas podrían ayudar a financiar una guerra —ofreció una
sonrisa sosa—. Por favor, sírvanse ustedes de la suite de invitados. Sería
negligente si no lanzara un baile de celebración para honrarlos a los dos.
Con eso, Avaricia y sus guardias marcharon de regreso al castillo.
Pensé en lanzarles algunos brotes de fuego en los talones, la idea de verlos
saltar al castillo era un poco divertida, pero me abstuve. Ira todavía me
observaba como si pudiera perder el control y quemar el reino hasta los
cimientos.
—Te lo dije —le dije en voz baja—, no tienes nada que temer de mí.
—Lo sé. —La mirada de Ira se desplazó hacia los terrenos—. ¿Pero
lo sabes tú?
Miré por encima del parapeto, mirando el césped humeante, los
cuerpos de nuestros enemigos no eran más que una mancha de ceniza ahora.
Debería molestarme, tener suficiente poder para destruir a dos
docenas de brujas sin sudar. Nonna podría estar allí entre los muertos. Y, sin
embargo, no sentí nada. Excepto tal vez la satisfacción de haber protegido a
la persona que amo. Lo que me hizo entender por qué mi esposo había sido
cauteloso al liberar a la diosa de la venganza en mí.
Volví mi atención a Ira.
—Me gustaría lavarme del aroma del humo antes de vestirnos para
esta noche.

Como era de esperar, el salón de baile de Avaricia era de hedonismo


recubierto en bronce. Como era cierto en sus salas de juego, todo se sentía
rico, lujoso, lo mejor que sus monedas pudieran comprar. Colores ricos, una
abundancia de metales finos, sedas y terciopelos, y una cantidad
abrumadora de arte exhibido en hermosos marcos. Era una habitación
destinada a mostrar la avaricia del príncipe por las riquezas materiales.
Ira y yo paseamos casualmente por la amplia pista de baile. No
había dicho mucho cuando nos bañamos y luego nos cambiamos a nuestro
atuendo formal, su estado de ánimo casi imposible de leer.
Pero no era una tonta. Entendía que verme en toda mi gloria,
permitiendo que mi furia corriera desenfrenada, era preocupante. Pero él
sabía cuál era nuestra estrategia; él había ayudado a planearla antes de que
saliéramos de la Casa de la Ira. A diferencia de su hermano y el ejército de
Avaricia, Ira no había sido tomado por sorpresa esta noche. Sabía que, si yo
sentía que cualquiera de nosotros estaba amenazado, liberaría mi poder sin
piedad. Prometí que nadie nos volvería a separar al uno del otro.
Y lo dije en serio.
Aun así, no podía evitar preguntarme si se había arrepentido de
alguna parte de nuestro enfoque. Si el general de guerra prefería hacer la
batalla de una manera más literal, cuerpo a cuerpo; mi disposición a dejar
de lado esa civilidad y aniquilarlos podría haberlo perturbado.
Ira había usado su magia como un arma adicional cuando habíamos
luchado contra los lobos, pero había usado su daga por igual. Un pinchazo
de inquietud se apoderó de mí. Era imposible saber si era mi conciencia
mortal resurgiendo o si eran picos de miedo de señores y damas cercanos.
—Lady Emilia. —Un sirviente se acercó con copas con vinos
espumosos en oros pálidos, rosas y ciruelas para elegir. Copos de oro se
arremolinaban dentro de cada copa, otra forma de avaricia. Elegí un vino de
color rosa pálido y lo bebí con cuidado. Ira eligió un vino de color ciruela, y
continuamos nuestro lento paseo por el salón de baile.
Cosquilleos más fuertes corrían a lo largo de mis brazos con cada
grupo de señores y damas que pasábamos. Los demonios más audaces
inclinaron la cabeza, murmurando un cortés: «Príncipe Ira. Lady Emilia»
antes de encontrar rápidamente otro lugar donde estar. Algo desagradable se
encajó debajo de mis costillas.
No esperaba su agradecimiento, pero las miradas desviadas y los
cosquilleos de miedo fueron una sorpresa. Una poco bienvenida. Era difícil
discernir si su miedo estaba dirigido completamente a mí o si también
desconfiaban de Ira. La última vez que estuvo aquí, destruyó una sala de
juegos con su legendaria furia. Tal vez ambos éramos blancos del miedo.
Aunque mi esposo no tuvo dificultades para atraer a otros hombres a
su lado. Algunos señores charlaron cortésmente sobre la batalla que no fue
y tomaron sorbos de sus bebidas, dándose una razón para salir corriendo
una vez que Ira les recordaba cómo mi magia de fuego los salvó.
Ira apretó mi mano suavemente.
—¿Te importaría bailar, mi lady?
—Sí.
Mi esposo nos llevó a la pista de baile; era un bronce lustroso que
reflejaba nuestras imágenes de una manera borrosa y distorsionada.
Coincidía con cómo me sentía internamente: distorsionada y borrosa. No
estaba acostumbrada a tratar de incorporar emociones mortales en mis
sensibilidades inmortales. Sentía como si dos mitades de mí estuvieran
tratando de unirse, pero una mitad era aceite y la otra era agua. No
importaba cuánto tratara de mezclarlas, permanecían separadas, casi en
guerra entre sí.
Ira me mantuvo indecentemente cerca cuando los músicos tocaron
un vals, su mano se deslizó lo suficientemente bajo sobre mi espalda como
para hacer que un calor meloso se encendiera en mis venas. Si estaba
tratando de distraerme de las agujas de inquietud que cruzaban la
habitación, casi estaba funcionando.
Hasta que puse mi atención en el duque de Devon y sentí el calor de
su ira. Rápidamente se volvió hacia el hombre con el que había estado
bailando y dijo algo que hizo reír al demonio. A mi costa, lo más probable.
Aunque me negué a permitir que eso picara. Yo también me habría
molestado si me hubieran atrapado en la tormenta pecaminosa de Ira con mi
polla afuera y hubiera terminado orinándome.
Las parejas que aparentemente no habían sido conscientes de nadie
aparte del uno del otro, se pusieron rígidas a medida que pasábamos. Esta
vez, escuché los susurros. Hablaban del ascenso de las Temidas. Cómo la
diosa de la muerte era buscada por asesinato y cómo Furia había venido a
saldar las deudas de mi hermana. No era a mi marido iracundo al que tenían
miedo, era a mí.
Apoyé la cabeza contra el hombro de Ira e ignoré los murmullos.
Podían hablar y chismosear todo lo que quisieran; ninguno de ellos me
conocía a mí ni lo que sentía. Cómo quería ayudarlos a todos encontrando
la Espada de la Ruina y rompiendo la maldición. Incluso entonces, imaginé
que nada de lo que hiciera sería lo suficientemente bueno para algunos.
Siempre encontrarían motivos para odiarme o temerme si ese era el camino
que elegían seguir. Los murmullos se volvieron más mordaces, más crueles.
Mantuve la cabeza en alto mientras continuábamos bailando por la
habitación. Pronto la abarrotada pista de baile estuvo casi vacía, y los
cosquilleos que indicaban miedo se habían convertido en puñaladas. Apreté
la mandíbula y mantuve mi expresión neutral. Tal vez fueron los casi veinte
años de ser mortal y vivir como humana, pero ya no deseaba inspirar tanto
miedo.
El poder era una cosa: no me disculparía por la capacidad de
defenderme a mí misma y a los que amaba, pero ¿esto? Esto no era en
absoluto lo que quería. Un recuerdo de mi antigua vida volvió flotando. A
pesar de la magia ardiente que convocaba, había sido fría por dentro,
solitaria excepto por mi gemela.
Había olvidado lo aislante que había sido, ser temida. No había
sabido nada más, no tenía nada con qué compararlo. Ahora conocía el calor
de la amistad. La alegría de la risa y el consuelo en… la aceptación.
Ira era respetado por su poder, no castigado por ello. Los demonios
e incluso sus hermanos se lo pensaban dos veces antes de cruzársele, sin
embargo, me miraban como si yo fuera una verduga lista para incinerarlos
por cualquier desaire. No era justo ser castigada por lo mismo por lo que mi
esposo era venerado. Aunque tal vez desde su perspectiva yo era algo que
inspiraba verdadero miedo. La Casa de la Venganza no estaba simplemente
gobernada por un pecado como las otras Casas. Podía venir por todos, y eso
era algo que los demonios temían.
—... ella lo engañó para que se casara.
Una pareja me disparó una mirada desagradable, y me puse rígida.
Eso no era en absoluto lo que había sucedido.
—Ignóralos. —La voz de Ira era tan suave como la seda en mi oído
—. No me engañaste para nada. Y estuviste magnífica hoy. Detuviste una
batalla antes de que pudiera comenzar una guerra. Tu magia trajo paz. Fue
un movimiento estratégico y necesario. Nunca lo dudes.
—Ese no parece ser el consenso compartido por este tribunal —dije
en voz baja—. Pensé que también podrías estar cuestionando nuestras
tácticas.
—Confío en ti, mi lady. Y confié en tu juicio hoy. —Nos llevó por
la pista de baile, su toque me enraizó—. Las brujas no habrían librado una
batalla justa. Habrían usado más magia y engaños. En este caso, apoyo
nuestra elección de luchar como lo hicimos. Usaste tu magia como arma
hoy. No te usó a ti, Emilia. Fue una verdadera victoria, y estoy orgulloso de
lo que lograste. Ninguno de estos cortesanos se levantaría y lucharía por su
propia corte.
—Actué principalmente para mi propio beneficio —confesé—. No
quería que Avaricia exigiera otra retribución de sangre. Y cuando te
atacaron, quise matarlas a todas.
Ira llevó sus labios a mi oído, y lo sentí sonreír.
—Aún más atractivo, mi lady.
—Mentiroso. —Agarré su mano en la mía mientras nos movíamos
por la pista de baile, agradecida. Sabía que lo que decía era cierto, y, sin
embargo, con el salón de baile lleno de demonios temerosos, me hacía
sentir lo contrario.
Destruir a un enemigo prendiéndole fuego no se sentía heroico. Se
sentía insensible. O eso es lo que habría sentido antes de que se eliminara el
hechizo de bloqueo. Todo era confuso ahora, equivocado. Yo era una diosa
que no debía sentir tan profundamente, que debía actuar sin juzgar, pero
sabía que un hecho era cierto: solo porque tuviera el poder de hacerlo no
significaba que debía hacerlo.
¿Qué tipo de precedente establecería eso para los súbditos del reino?
Todos estábamos atrapados en un ciclo interminable de actos equivocados.
Sursea usándonos. Vittoria y yo engañando a Ira y Orgullo. Las brujas
atándonos. Vittoria y yo contraatacando. Su ataque a la Casa de la Avaricia.
Este malestar entre todos nosotros podría continuar por la eternidad si no le
poníamos fin. Alguien necesitaba ponerse de pie y decir basta. Ese poderío
no siempre era correcto. De lo contrario, la próxima criatura poderosa
podría emerger y hacer lo que considerara conveniente para cualquier
persona menos poderosa.
—¿Un beso por tus pensamientos? —preguntó Ira. Sonriendo ante
la petición inesperada, levanté la cara, permitiendo que nuestros labios se
rozaran entre sí—. Ahora dime.
—No me siento como solía hacerlo. —Mi admisión fue susurrada
para que solo el príncipe demonio pudiera escucharme—. Estoy feliz de
tener todo mi poder de vuelta, mis recuerdos. Pero... inspirar tanto miedo,
no es lo que deseo. No quiero entrar en una habitación y que se quede en
silencio. Vigilante. No quiero sentir ese nivel de miedo dirigido hacia mí.
Había olvidado lo sola que había estado antes de conocerte. Lo fría que me
había hecho, trayendo miedo y caos conmigo en lugar de calidez y amor.
Ira estuvo en silencio por un momento.
—¿Qué quieres?
Pensé en la profecía, y aunque podría no haber sido únicamente
sobre nosotros, sentí un aspecto de ella agudamente. Tanto arriba como
abajo. Equilibrio. Ahora que estaba bastante segura de que Vesta estaba
viva y se escondía por su propia voluntad, tenía un nuevo objetivo en el que
centrarme por completo.
—Quiero corregir este error. No solo quiero romper la maldición,
quiero darnos a todos una verdadera oportunidad de coexistir
pacíficamente.
—La paz podría no ser posible.
—Lo sé. Pero quiero al menos hacer algo bien. Ha habido
demasiada ira y resentimiento. Quiero despertar y no preocuparme por
quién podría atacar ese día. Por celos, ira o avaricia, quiero centrarme en lo
bueno. Quiero rodearme de amor. Y eso nunca será posible si todos estamos
malditos. —Respiré hondo y exhalé—. Quiero ir al Pozo de la Memoria. Y
quiero terminar este ciclo sin fin esta noche.
Ira se inclinó y presionó un beso casto en mis labios.
—Agárrese fuerte, mi lady.
Sin despedirse de su hermano ni de ningún miembro de la corte de
Avaricia, Ira nos hizo desaparecer en medio de la pista de baile, ganándose
algunas maldiciones a gritos que ambos ignoramos.
VEINTIUNO
—«Debes pagarle a la diosa un diezmo para entrar en la cámara
del Pozo de la Memoria» —recité la instrucción de Fauna mientras
estudiaba la estatua de la diosa y la serpiente en los jardines de Ira.
No había rasgos tallados en su rostro, pero tenía flores en el cabello,
al igual que yo solía usar en el mío. Sus espadas curvas parecían lo
suficientemente afiladas como para extraer sangre, así que me subí al borde
de la piscina y presioné la punta de mi dedo sobre una. Una sola gota de
sangre brotó antes de que la herida sanara, sin dejar indicios de que acabara
de ser herida. Era extraño recordar ahora esta capacidad de curación
inmediata que no había sido el caso hace solo dos noches. El hechizo de
bloqueo me había cambiado bien y de verdad. Pero no me detendría en eso
ahora.
Examiné la estatua en busca de cualquier indicio de un cambio por
la ofrenda de sangre. Ninguno ocurrió. Hubiera sido demasiado conveniente
que la estatua cobrara vida mágicamente y revelara que la espada curva en
su puño era la Espada de la Ruina extraviada. Pero sin duda habría sido
bueno. Ira me había advertido antes de irme que la estatua no estaba
ocultando la legendaria espada que él supiera. Parte de mí había creído que
mi sangre de diosa desbloquearía algún hechizo en la estatua que incluso
los demonios no habían conocido. Por desgracia, ese no fue el caso.
Sostuve mi mano sobre el agua tranquila de la piscina reflectante,
observando cómo la solitaria gota de sangre caía en ella. En teoría, la gota
de sangre debería haberse dispersado una vez que se unió al resto del agua,
pero había magia en juego. La sola gota de sangre se expandió y creció.
Serpenteó alrededor de la piscina, girando en una espiral más apretada a
medida que se abría camino hacia el centro.
Escaleras de color rubí se formaron dentro de la espiral,
desapareciendo en una amplia oscuridad que caía por debajo del nivel del
suelo. Tal como Ira había explicado que sucedería. No podía venir conmigo,
esto era algo que tenía que hacer por mi cuenta, pero eso no le había
impedido divulgar todo lo que sabía, como un general preparando a un
soldado para la batalla.
Tomé mi falda con una mano y subí a las escaleras carmesí. Las
seguí sin miedo mientras viajaba bajo tierra. Nada del agua de la piscina
reflectante me tocó; se separaba a cada paso que daba más profundamente
en la tierra. Una vez que me sumergí por completo, dejando atrás la fresca
noche de invierno, descendí durante unos minutos, el aire se volvió más
fresco cuanto más abajo iba. La temperatura no me molestaba como lo
habría hecho una vez. No era cómoda, pero no experimenté ningún castañeo
de dientes o piel de gallina a lo largo de mi carne.
No había luz, solo una oscuridad interminable que parecía volverse
más espesa, más penetrante con cada metro que recorría. Pero, con mi
cuerpo y mis sentidos inmortales, podía ver casi tan claramente como si
fuera una tarde soleada cerca de la orilla. Después de unos minutos de
moverme a una velocidad rápida, las escaleras terminaron abruptamente.
Me paré en un suelo rocoso y miré alrededor de la pequeña caverna.
Un eje de luz azulada antinatural iluminaba un pozo hecho de lo que
parecían ser ladrillos de cuarzo rosa que se encontraban justo al lado del
centro de la base de las escaleras. El Pozo de la Memoria. Me acerqué,
notando que símbolos arcanos y en latín habían sido tallados en algunas
piedras preciosas en su borde. Pasé un dedo sobre las hendiduras, sintiendo
el poder contenido en el zumbido del pozo contra mi piel.
Me asomé al pozo mágico; el agua era cristalina, mostrando lo que
tenían que ser miles de cristales a lo largo de su fondo. Cada piedra preciosa
representaba un recuerdo o una pesadilla. Algo lo suficientemente terrible
como para que quien hubiera dejado ir el recuerdo no lo extrañara.
Me preguntaba si Ira habría llegado a encontrar un recuerdo o a
perder uno. No era importante. Lo único que importaba ahora era averiguar
lo más posible sobre esta espada que, según la investigación de Fauna,
podría acabar con la maldición de mi esposo. No podía perder de vista eso,
o no tenía ninguna esperanza de tener éxito.
Subí por la pequeña pared y me sumergí en el agua, ignorando el
ligero corte de frialdad que se filtró en mi ropa.
—¿Dónde está la Espada de la Ruina?
Cerré los ojos y apoyé la cabeza contra el pozo, permitiendo que mi
mente se enfocara únicamente en la respuesta que estaba buscando. Mis
dedos rozaron varios cristales antes de detenerme en uno que se sentía un
poco más cálido. Fauna no había mencionado nada de eso, pero tal vez era
una señal positiva de que había atraído la memoria correcta. Solo había una
forma de averiguarlo. Mis dedos se cerraron alrededor del cristal, y jalé el
recuerdo dentro de mí, tomándolo como si fuera mío.

El miedo se apoderó de la joven loba, arrancando gritos de su


garganta ya desgarrada. Era solo una cachorra, pero sintió la magia
oscura del hombre. Demonio. Su cruel corte de boca se presionó en una
delgada línea cuando su mirada color cobre se desvió hacia ella. Ella lo
había escuchado entrar en su casa, escuchó las palabras silenciosas que
había hablado con su papá e inmediatamente cambió. Algo que su papá le
dijo que no se suponía que fuera posible. Y un error del que se arrepintió de
inmediato una vez que el demonio la había tomado por el cuello y la había
levantado.
—¿Está es tu primogénita? ¿La guerrera híbrida?
Su tono insinuaba incredulidad. La cachorra gruñó, desnudando sus
pequeños caninos.
Los ojos de papá se agrandaron.
—Sí, su alteza. Su mismo nombre significa “dedicada a Marte”, el
dios de la guerra, como usted...
—No me importan nada los dioses mortales. Se le dará un nombre
de demonio apropiado una vez que estemos de vuelta en mi corte.
La cachorra se retorció en el agarre del extraño, en pánico. Ella no
sabía cuál corte era y no quería averiguarlo. La garganta de papá se
movió; la cachorra loba le suplicó sin palabras que la recuperara, que la
sacara de las garras de este extraño. Su madre, la mujer que nunca la amó
por alguna razón, ya se había ido a la cama. Si papá no la salvaba, nadie
lo haría.
—Su alteza, —Papá cuadró sus hombros y la esperanza surgió en la
joven cachorra—, tal vez haya algo más que pueda darle para saldar mi
deuda. Ella no es más que una cachorra. Desgarbada y poco notable.
Permítame recoger suficiente dinero en su lugar. O tal vez... tal vez logre
encontrar la Espada de la Ruina.
—Todavía no has encontrado la espada y probablemente nunca lo
harás. —El extraño sostuvo a la cachorra en su cara nuevamente,
inspeccionándola de cerca—. Ella cambió, unos veinte años antes, de
acuerdo con tu propia historia. Eso me parece bastante notable. ¿Y qué hay
de sus habilidades demoníacas? ¿Qué tipo de magia posee en esa área?
—Yo...no estoy seguro, su alteza.
El demonio entrecerró los ojos.
—Miénteme de nuevo y te quitaré esa lengua problemática.
—Por favor, —La voz de papá era apenas un susurro, una súplica
rota pronunciada por un hombre roto. A pesar de que le habían advertido
que no lo hiciera, la cachorra de lobo usó un poco de su magia para
calmarlo—. Por favor, su alteza. Pídame cualquier otra cosa. Por favor, no
se lleve a mi hija.
—¿Cómo se siente tu esposa, criando el retoño de un demonio con
el que te acostaste?
—Ella llegará a amar a la niña. Mi hija no debería pagar el precio
por mis pecados. Por favor. Por favor, haga otro trato.
La boca del demonio presionó una línea disgustada mientras su
hermanito gritaba desde su cuna.
—¿Tu hijo también ha cambiado temprano?
Papá miró la cuna, tragando con fuerza.
—No, su alteza. No muestra signos de cambiar temprano.
—Entonces nuestro negocio concluye aquí. Entrega a tu hija y
apártate.
El extraño movió la barbilla, y un hombre con pelaje de ciervo y
ojos marrones líquidos salió de las sombras. La cachorra se quejó cuando
el monstruo, el demonio, extendió la mano y se la llevó. Sus gemidos se
convirtieron en chillidos mientras él la metía en un saco y lo cerraba. A
través de sus aullidos ensordecedores, escuchó al extraño decir:
—Fuiste lo suficientemente tonto como para negociar con la Casa
de la Avaricia. Te sugiero que pienses en las consecuencias la próxima vez
que apuestes algo tan valioso.
Las lágrimas corrían por mi rostro, y apreté los dientes contra los
tristes aullidos que todavía escuchaba cuando la joven loba había sido
arrebatada de su familia. Sentí la tristeza, la desesperación, el terror que
había experimentado, pero no había nada que pudiera hacer para ayudar a
esa cachorra. Busqué desesperadamente una pista en el recuerdo para
guiarme hacia ella, para buscarla una vez que hubiera cumplido mi tarea
aquí.
El padre parecía casi familiar, pero sus rasgos habían sido
oscurecidos tanto por la oscuridad de la habitación como por las lágrimas
de la cachorra de lobo. Estaba casi segura de que su acento había sido de mi
versión de las Islas Cambiantes, pero no había nada que indicara cuánto
tiempo hacía que esa memoria había sido purgada. Podrían haber sido
meses o décadas. Tal vez incluso cien años. Aun así, me sentí impotente. Y
odiaba un poco más a Avaricia.
Cómo podría haber tomado al hijo de alguien, sin importar lo que
hubieran apostado...
“Un niño híbrido”. El resultado de un lobo apareándose con un
demonio. Tal como sospechaba que Vesta había sido. Si ella todavía vivía,
como yo creía que lo hacía, entonces este recuerdo demostraba que los
rumores de la corte que el duque había compartido eran correctos: Vesta
tenía que haber sido infeliz.
Si recordaba algún momento con su verdadera familia, haber sido
arrancada de ellos... habría sido un infierno vivir con su captor. Sirviendo
como su comandante. Oré para que ella se hubiera escapado de él, que mi
hermana la hubiera ayudado de alguna manera.
Quería salir de este pozo y hacerle una visita a la Casa de la Avaricia
para vengarme por la cachorra loba, pero tenía que centrarme únicamente
en mi pregunta. Una hazaña más difícil de lo que había imaginado, dada la
rabia que me abrasaba las venas.
—¿Dónde está la Espada de la Ruina?
Tiré la piedra de la memoria de la cachorra de lobo a un lado y
envolví mis dedos alrededor de otra, inmediatamente siendo absorbida por
un nuevo recuerdo...

Sursea escuchó al rey acercarse a su sala del trono, sus pasos tan
fuertes como el trueno. Estaba de mal humor, y se estaba volviendo más
oscuro cuanto más se acercaba a ella. Bien. Era hora de que prestara
atención a su solicitud, que la tomara en serio. Todo lo que tenía que hacer
era exigir a Orgullo que renunciara a su hija, prohibirles que se casaran.
Seguramente él tenía el poder de detener una unión tan impía.
Si quería que Sursea saliera de este reino para siempre, este arreglo
se adaptaría a ambos. Todo lo que ella tenía que hacer era encender su
odio hasta que coincidiera con el suyo. Ella había considerado traer su
notoria espada hechizada si él se negaba, pero lo necesitaba con vida. Por
ahora.
El diablo abrió las puertas dobles, y Sursea sintió el calor de sus
gloriosas alas en plena exhibición. Ella no levantó la vista, negándose a
darle la satisfacción de mirar sus alas como tantos otros lo habían hecho.
Ella las había visto antes, cuando él había desterrado a los vampiros a la
corte sur, rodeando las montañas que pertenecían a las diosas como si
estuvieran malditas. Sus alas eran llamas blancas con punta plateada,
letales y hermosas. Y sus armas más preciadas, según sus espías. No había
nada que le importara más.
Un general de guerra seguramente haría muchas cosas para retener
tal premio.
Negándose a mirar en su dirección, ella acarició la piel desnuda a
lo largo de sus muslos externos. Ella sabía que él no se excitaría; su acto
no estaba destinado a seducir tanto como a enfurecer.
—Fuera. —Su voz era dura, brutal. La irritó mucho, aunque había
sido lo que quería.
La atención de Sursea se redujo a la suya.
—Hablar contigo no ha funcionado. Ni la lógica y el razonamiento.
Ahora tengo una nueva oferta bastante tentadora para ti. —Sobre el delgado
material de su bata, lentamente rozó los picos de sus senos. El demonio no
miró hacia abajo, pero su pecado homónimo enfrió la habitación—. Quítate
los pantalones.
Él cruzó los brazos, su expresión amenazadora. Un parpadeo de
rabia se encendió en esos ojos dorados suyos.
—Fuera —repitió—. Vete antes de obligarte.
—Inténtalo. —En un movimiento inhumanamente elegante, se
balanceó en una posición de pie, su largo vestido plateado brillaba como
una espada tallando a través de los cielos. Era hora de que comenzara su
verdadera batalla. Estaba bien irritado, y había una cosa que ella sabía: un
temperamento podía sacar lo mejor de cualquiera, incluido el demonio que
gobernaba sobre la ira—. Tócame, y destruiré todo lo que aprecias. Su
majestad.
El tono de Sursea se había vuelto burlón, con la intención de
pincharlo aún más.
Él se rio entonces, el sonido tan amenazante como la daga ahora
presionaba contra la garganta de ella.
—Parece que estás equivocada —casi gruñó—, no hay nada que
aprecie. Te quiero fuera de este reino antes del anochecer. Si no te has ido
para entonces, soltare a mis sabuesos del infierno. Cuando terminen, lo que
quede será arrojado al Lago de Fuego.
Ella había estado cerca de los príncipes del infierno el tiempo
suficiente para saber que él estaba esperando a oler su miedo. Cuando no
sintiera ninguno, sospecharía y ella necesitaba mantener la ventaja. Se
lanzó hacia adelante y se cortó la garganta con la espada en un
movimiento brutal. La sangre se derramó sobre su brillante vestido, salpicó
el liso piso de mármol, ensució los puños de él. Sabía que ese sería el
insulto final.
Sin inmutarse por su nuevo collar vicioso, se alejó de él, su sonrisa
más maligna que el peor de los hermanos del diablo. Ella lo sabía. Con la
excepción de Orgullo, ella había tratado de seducirlos a todos en vano.
Para un grupo de demonios intrigantes y egoístas, ciertamente se protegían
unos a otros cuando se trataba de asuntos del corazón. La herida se cosió
bajo su mirada fría y vigilante.
—¿Estás seguro de eso? ¿No hay nada que anheles? —Cuando él no
respondió, su molestia estalló. Estaba cansada de que le negaran una
solicitud tan simple. No confiaban en las brujas más de lo que las brujas
confiaban en los demonios. Hacer desterrar a su hija sería lo mejor para
todos. No había posibilidad de que quisieran que una bruja correinará
sobre una de sus preciosas Casas—. Tal vez los rumores son ciertos,
después de todo. No tienes corazón en ese pecho blindado tuyo. —Ella lo
rodeó, sus faldas dejando un rastro de sangre a través del piso una vez
prístino—. Tal vez deberíamos abrirte, echar un vistazo.
Ella permitió que su atención se detuviera en las inusuales alas
plateadas y blancas en llamas en su espalda, su sonrisa se volvió salvaje.
Ella había permitido el tiempo suficiente para que su frente se arrugara.
Luego golpeó. Con un rápido chasquido de sus dedos, sus poderosas armas
cambiaron al color de la ceniza y luego desaparecieron.
Sursea observó con satisfacción cómo el pánico se apoderaba de él.
Una rara muestra de emoción de un demonio conocido por su
temperamento frío. Repetidamente intentó, y fracasó, en convocar las alas.
—Aquí hay un truco tan desagradable como el diablo mismo. —Su
voz era a la vez joven y vieja mientras decía su hechizo. Él juró de manera
impresionante—. A partir de este día, una maldición barrerá esta tierra.
Olvidarás todo menos tu odio. El amor, la bondad, todo lo bueno en tu
mundo cesará. Un día eso cambiará. Cuando conozcas la verdadera
felicidad, prometo tomar lo que sea que ames también.
Sursea observó cómo se esforzaba por invocar sus alas en vano, con
la esperanza de que las quisiera tan desesperadamente como para hacer lo
que ella le había pedido, especialmente con una maldición sobre él ahora.
Todo lo que quería era liberar a su hija del borracho filántropo. Asegurar
su verdadera felicidad. Y mantenerla a salvo de este reino miserable.
Sursea se había quedado de brazos cruzados y había visto cómo la luz de
su hija se atenuaba durante demasiado tiempo. Orgullo solo se preocupaba
por sí mismo, era incapaz de dedicarse a una sola amante. Algo que estaría
bien si su hija fuera del mismo temperamento.
Sursea chasqueó su lengua una vez, decepcionada de que el rey no
soltara a su monstruo interior para defenderse y comenzó a alejarse. En
lugar de perseguirla, habló con una voz que los asesinos usaban antes de
cortar la garganta de alguien en la noche.
—Estás equivocada.
Sursea hizo una pausa, lanzando una mirada sobre un hombro. No
muchos se atrevían a llamarla equivocada. Especialmente después de
negarse a otorgarle un favor. Era una poderosa aliada y una enemiga aún
peor.
—¿Sí?
—El diablo puede ser desagradable, pero no realiza trucos. —Su
sonrisa era lenta, burlona—. Él negocia. —Sursea lo observó de cerca,
sintiendo su magia revolviéndose ante la silenciosa amenaza que
representaba. El aire entre ellos estaba cargado de odio. La mataría sin
pensarlo si ella no poseyera algo que él quería desesperadamente—. ¿Te
importa llegar a un acuerdo?
Originalmente, ella había querido un trato. Sin embargo, al verlo
ahora sin sus alas, la llenó de una oscura sensación de alegría. Odiaba a
Orgullo. Odiaba a los príncipes del Infierno. Y exigir un poco de venganza
se sintió más satisfactorio de lo que había imaginado. Aun así, sería
negligente de ella no escucharlo. La felicidad de su hija era lo que
realmente importaba. Ella dirigió su atención hacia él.
—Imagina que estoy interesada en la idea de un trato, una pequeña
oportunidad para que rompas la maldición y recuperes tus alas. ¿Cuáles
son tus términos? —preguntó Sursea.
—Seis años, seis meses y seis días. —La voz del rey de los demonios
era baja, peligrosa. No había dudado con su respuesta, lo que indicaba que
lo había pensado bien antes de ofrecerlo. No es que esperara nada menos
del estratega de batalla. Antes de que ella pudiera estar de acuerdo o
indagar más, agregó—: El tiempo se medirá en los Siete Círculos. No en
cualquier otra dimensión del infierno. Durante ese período, no pondrás un
pie en la mía ni en ninguna de las Casas del Pecado de mis hermanos a
menos que seas invitada. Si lo haces, entonces te arriesgas a una maldición
propia. Una que no revelaré hasta que sea demasiado tarde.
Sursea miró al diablo especulativamente. El trato era relativamente
simple, pero ella reconoció el brillo oscuro en sus ojos. Sabía el engaño que
insinuaba. Ira no era tonto. Y ella tampoco. Había un gran riesgo al
aceptarlo, pero el potencial de una recompensa aún mayor era demasiado
tentador para dejarlo pasar.
—Quiero una garantía de que nadie asociado contigo o tus
hermanos intentará atentar contra mi vida o causarme daño de ninguna
manera. Y si no puedes romper la maldición dentro de ese tiempo, nunca se
deshará. Sin magia, sin engaños, ningún trato importará. Por toda la
eternidad, nunca tendrás lo que más amas.
—Cuando la rompa, y cuando decida que ya no deseo que manches
este reino, serás desterrada de los Siete Círculos. Y deberás borrar el
recuerdo de esta conversación.
Sursea consideró todos los ángulos. No importaba tanto si él
ganaba, siempre y cuando ella obtuviera lo que había querido todo este
tiempo. Seis años, seis meses y seis días deberían otorgarle tiempo
suficiente para llevar a cabo su plan. Aunque en otros reinos podría estar
más cerca de los veinte años. Independientemente de cuánto tiempo
necesitaba aguantar, si nunca tenía la desgracia de volver a tratar con
príncipes del Infierno, era un pequeño precio que pagar por la eternidad.
No necesitaba recordar esta conversación en su totalidad, solo
necesitaba recordar su objetivo de proteger a su hija. Una idea se agitaba.
Había escuchado rumores de que la Anciana había estado usando magia
para dar forma a los recuerdos de cualquiera que intentara cruzar una
cordillera en particular hacia el sur. Pero su interferencia solo estaba
dirigida a una particular y enigmática Casa del Pecado que se diferenciaba
de todas las demás. No estaba gobernada por demonios, sino por algo
mucho peor. Y fue la única estipulación que el rey de los demonios olvidó
incluir en su trato.
Tal vez era hora de hacer una visita a la Casa de la Venganza.
—¿Qué pasa con las Islas Cambiantes? —preguntó—.
Técnicamente son su propia dimensión.
El rey pareció considerar esto. Ella había escuchado rumores de
que no le gustaban las islas, pero quería confirmación.
—Si quieres ser desterrada allí, en el verdadero Infierno, hazlo.
—Sabes, —Hizo que su tono sonara aburrido—, algunos creen que
seis-seis-seis es el signo de la bestia. Si purgo este recuerdo, ¿cómo voy a
confiar en que no romperás tu palabra?
—Sabes muy bien que simboliza el equilibrio. Orden natural. No
finjas ignorancia, Sursea. Puedo oler tus mentiras, y huelen a mierda. —
Llamó a un sirviente, luego sacó una pieza clara y lisa de cuarzo del
interior del bolsillo de su chaqueta. Sursea hizo todo lo posible para no
parecer sorprendida. El diablo había venido preparado para la batalla. Un
momento después, ese mismo sirviente reapareció con un contrato y dos
plumas de sangre. La intranquilidad trazó un dedo a lo largo de su
columna vertebral mientras el rey le entregaba la piedra—. Purga la
memoria y firmaremos el juramento.
El recuerdo terminó abruptamente, y fui empujada de nuevo al aquí
y ahora. Mi ropa estaba empapada, el agua helada. Sin embargo, estaba
consumida por un fuego interior que tenía al aire brillando por el calor
repentino. Miré mi mano, y el cristal pulverizado que contenía. El recuerdo
no se había detenido, lo había aplastado en mi puño.
Seis años, seis meses y seis días. Ira nunca mencionó un reloj que
contara nuestro tiempo para romper la maldición. Pero él había querido que
le hiciera un juramento de sangre, durante seis meses. Y luego Anir también
había mencionado que le quedaban seis meses para recuperar todo su poder.
Luego, por supuesto, estaba el comentario sarcástico de Sursea sobre el
tiempo moviéndose rápidamente en la sala del trono.
Maldije, usando cada palabra y frase sucia que conocía. Dada la
alegría de Sursea, probablemente no nos quedaba mucho tiempo.
Quería cargar hacia el castillo y exigir saber cuánto tiempo nos
quedaba, pero eso tenía que esperar. Todavía no había encontrado lo que
había estado buscando. Y ahora, más que nunca, necesitaba descubrir dónde
estaba la Espada de la Ruina para poder romper la maldición antes de que
fuera demasiado tarde.
—¿Dónde está la Espada de la Ruina? —Me concentré en mi
pregunta, la alimenté con mi furia y mi magia, y empujé mi mano debajo
del agua nuevamente. Agarré un puñado de cristales, y cada uno que trató
de absorberme en una pesadilla fue aplastado hasta la nada. No tenía ni el
tiempo ni la paciencia para lidiar con el miedo de nadie más. Yo era el
miedo. Y era capaz de ser una pesadilla. El Pozo de la Memoria vibró como
si temblara por la oleada de mis emociones crudas—. Muéstrame quién vio
por última vez la Espada de la Ruina. Ahora.
Mis dedos se cerraron en un cristal áspero que extraía sangre. Un
silbido de dolor escapó de mis labios justo antes de que me arrastrara el
siguiente recuerdo.
Cuando la escena apareció en su lugar, me tragué mi sorpresa.
Parecía que los secretos que la gente en mi vida había estado guardando no
habían sido completamente revelados.
Hasta ahora.
VEINTIDÓS
—Los demonios no son capaces de amar. Te lo he dicho
innumerables veces.
El tono superior de su madre irritó a Lucía. Ella había estado
planeando durante años poner fin a la relación de Lucía y no ocultaba el
hecho de que estaba emocionada por los eventos recientes. Lucía deseaba
acurrucarse en una pelota de lado y llorar, pero se negaba a demostrar que
su madre tenía razón.
Madre había dicho que el Príncipe del Orgullo era el peor libertino
de los siete príncipes del Infierno. Que había caído en amoríos una y otra
vez, siempre dejando corazones rotos a su paso. Y no sería diferente cuando
su atención finalmente se alejara de ella, una bruja inmortal con la que no
tenía nada que ver. Y no simplemente cualquier bruja, como su madre a
menudo le recordaba, sino la hija mayor de la Primera Bruja, la
todopoderosa descendiente de la diosa del sol, Sursea.
Durante años, su madre la reprendió por cómo Lucía debería haber
tenido más cuidado de dar un mejor ejemplo. Para no ser considerada una
tonta frente a otras brujas que la buscaban para pedirle consejo sobre
cómo comportarse alrededor de los habitantes de los Siete Círculos.
Cortejar, y peor aún, casarse, con un demonio era el peor tipo de ejemplo,
especialmente con uno tan notorio como Orgullo.
Lucía no era lo suficientemente ingenua como para pensar que
Orgullo cambiaría, ni deseaba que él lo hiciera para su beneficio, pero
nada la preparó para el dolor de verlo caer bajo el hechizo de otra. Sus
acciones no fueron hechas por malicia; Lucía creía eso con cada pedazo de
su corazón roto. Ella había visto su amabilidad, sabía que su afecto por
ella no era fingido. Su madre la consideraba una tonta, pero ella había
escuchado los rumores mucho antes de aceptar su cortejo. Sabía que
podría estar enamorado hoy, pero mañana era una incógnita. Necesitaba
atención y adoración de la misma manera que las flores necesitaban sol y
la lluvia para florecer. Ella había encontrado sus caprichos terriblemente
emocionantes, nunca cayendo en la previsibilidad o la rutina. Siendo una
guardiana entre reinos, había tenido mucha rutina y odiaba la monotonía
de la misma.
Cuando se conocieron, el príncipe encantador había sido
conquistado por su nombre. Lucía se derivaba de lux, la palabra latina
para luz. Orgullo, Lucifer, era La estrella de la mañana. El portador de luz.
Él lo había llamado destino marcado por las estrellas, alegando que eran
de dos lados opuestos destinados a odiarse mutuamente, pero en cambio no
podían negar su amor predestinado. Lucía no creía en el destino, pero
disfrutaba bromeando con él. Su nariz se arrugaba de la manera más
adorable cuando ella de buena manera lo irritaba. Por su parte, Orgullo
parecía adorarla por ello.
Todo había parecido tremendamente romántico al principio. Captar
la atención de alguien así. Alguien con quien nunca debería haber hablado,
y mucho menos enamorarse. Orgullo había tenido razón en una cosa. Su
amor estaba prohibido. Y como todas las cosas prohibidas, tenía un mayor
atractivo. Una sensación de peligro se cernía sobre ellos cada vez que se
escabullían para una de sus reuniones clandestinas. En cualquier momento
podrían ser descubiertos, podrían causar un escándalo para brujas y
demonios por igual.
Como Bruja de las Estrellas, la primera de su tipo, Lucía estaba
destinada a proteger el reino, garantizar que los príncipes demonio se
comportaban. Su único deber era asegurarse de que permanecieran en los
Siete Círculos, jugando sus juegos alimentados por el pecado con sus
cortes malignas y dejando a los mortales en paz. Luego lo conoció. Como
la estrella de la mañana que era, Orgullo llegó a su vida, encendiendo sus
pasiones y despertándola de una existencia mundana y llena de deberes que
palidecía en comparación.
Incluso cuando él le había pedido su mano, ella sabía que no
siempre iba a ser como era entonces. Él ardía demasiado brillantemente,
demasiado poderosamente para que sus fuegos fueran contenidos. A decir
verdad, ella nunca querría que él cambiara. Pero se había dado cuenta de
que ella lo había hecho. Y ese era el problema. Su descontento comenzó
pequeño, como la mayoría de los problemas a menudo lo hacen, una
pequeña semilla que se convirtió en algo más con el tiempo. Quería algo
que Orgullo nunca podría dar o incluso ser. Al menos, no con ella. Y esa
fue la raíz de su angustia.
Orgullo siempre se había mantenido fiel a sí mismo; era Lucía
quien no había sido honesta consigo misma ni con él sobre sus deseos. Él le
había reclamado sus mentiras, le había rogado que le dijera la verdad, pero
ella se había negado.
De hecho, habían discutido esa misma noche. Orgullo le pidió una y
otra vez que confiara en él, que le dijera por qué estaba molesta. Prometió
hacer cualquier cosa para hacerla feliz. Prometió perderse la fiesta,
permanecer a su lado, trabajar en lo que fuera que la preocupara. Pero
Lucía creía que la felicidad no podía venir de otro, primero había que
encontrarla dentro.
Sabía que Orgullo haría cualquier cosa por ella; nunca hablaría
con otra de ninguna manera romántica. Y eventualmente, él sería tan infeliz
como ella lo era ahora. Sin importar cuánto amor hubiera entre ellos,
Lucía se dio cuenta de que algunas personas simplemente no estaban
destinadas a estar juntas.
Las lágrimas ardían detrás de sus ojos, pero se negó a dejarlas
caer. Su madre la observó de cerca, la desaprobación escrita en todo su
rostro inmortal.
—Su primer y único amor es él mismo. Esa es la naturaleza de su
pecado. Irse fue lo mejor, Lucía. Con el tiempo no solo lo creerás, sino que
lo sentirás como verdad.
—Por supuesto que lo fue.
Madre hablaba como si Lucía no hubiera sido la que eligió alejarse.
Le dolió, más allá de todo lo que había experimentado antes, pero lo había
hecho. Mientras que Orgullo cortejaba abiertamente a Nicoletta de Casa
de la Venganza en la fiesta de esta noche, Lucia había fingido un dolor de
cabeza y permaneció en la Casa del Orgullo. Una vez que su esposo
finalmente cedió a sus demandas y se fue, ella agarró el baúl que había
empacado antes y corrió hacia el portal en sus tierras.
Madre se había estado quedando en las Islas Cambiantes, así que
antes de que pudiera convencerse de que era una mala idea, Lucía imaginó
la casa de su madre, la encantadora cabaña con un techo de paja que se
encontraba en lo alto de los acantilados en la versión de Irlanda de la isla,
y entró en el portal.
Ahora, mientras se sentaba delicadamente en la pequeña mesa del
comedor, bebiendo una taza de té de hierbas, se arrepintió a medias de su
destino. Parte de ella se preguntaba si su propio orgullo estaba nublando
su juicio.
Tal vez debería haber encontrado el coraje para decirle a su esposo
cada miedo o preocupación de su corazón. Esta duda no era por mucho
tiempo, se recordó a sí misma mientras reunía su coraje para preguntar por
qué había venido aquí. Con suerte, madre le daría cualquier cosa para
asegurarse de que no regresara a los Siete Círculos.
—Quiero olvidar. —Lucía sostuvo la mirada de su madre—. Sé que
tienes un hechizo de la Anciana. Lo quiero. Y quiero que me dejen sola
hasta que esté lista para volver. Si alguna vez estoy lista.
Su madre, para su crédito, apenas pestañeó.
—¿A dónde quieres ir?
Lucía dejó escapar un suspiro, agradecida de que no hubiera pelea
ni discusión. Había pensado mucho en dónde le encantaría estar, dónde su
corazón podría repararse y podría vivir el tipo de vida que deseaba.
—Sicilia.
La expresión de madre se volvió calculadora. Lucía sabía que eso
significaba que estaba planeando en privado y no le importaba. Mientras
Lucía consiguiera lo que quería, su madre podía jugar el juego que
quisiera. Madre se puso de pie y recuperó una pequeña cartera de un panel
oculto en la pared. La colocó frente a Lucía y golpeó la hebilla que la
mantenía unida.
—Este paquete contiene todo lo que necesitas para olvidar. No solo
tu angustia, sino lo que quieras dejar atrás.
—¿Y simplemente tenías esto por ahí?
—He estado preparada para este día desde que pusiste los ojos por
primera vez en ese demonio y él hundió sus garras en tu precioso corazón.
Sabiendo que la conversación no iría a ninguna parte, Lucía soltó
la correa de cuero y abrió la cartera, inspeccionando la extraña variedad
de artículos. Una pieza áspera y rara de cuarzo azul del hemisferio sur. Un
pergamino enrollado, con un hechizo para olvidar. Y una daga. Una que
Lucía reconoció de inmediato.
Era legendaria, un objeto hechizado por su madre que podía matar
a cualquier criatura, incluso a un príncipe del Infierno. También se
rumoreaba que la daga rompía maldiciones, pero Lucía conocía un secreto
sobre ella que nadie más conocía, excepto su madre. Un secreto que
activaría la espada o la destruiría para siempre si se hiciera
incorrectamente.
—¿La Espada de la Ruina? ¿Para qué necesitaré esto?
—Tonta, niña. —Su madre chasqueó—. Protección. ¿Crees que su
orgullo le permitirá quedarse de brazos cruzados mientras su esposa lo
deja en ridículo? ¿No crees que buscará venganza?
—Nunca me haría daño ni me desearía el mal. —Lucía miró a su
madre con horror—. ¿Realmente piensas tan poco de él, incluso después de
todos estos años?
—Puede que no te cause daño, Lucía, pero dudo que deje que su
esposa desaparezca sin buscarla. ¿Dejaste una carta de explicación? ¿Sabe
que no vas a volver?
Los ojos de Lucía revolotearon cerrados mientras la vergüenza
teñía sus mejillas. Lo había intentado. Se había sentado en su escritorio,
lista con el tintero, pluma en mano, y no pudo encontrar las palabras
correctas. Cualquier palabra. Había sido cobarde. Cruel, incluso. Pero en
lugar de decir algo incorrecto o escribir todos sus deseos, preocupaciones y
temores para que él finalmente la rechazara, ella simplemente se fue.
—Un día te encontrará. —El tono de su madre era tan acerado
como su expresión—. Él recordará todo lo que tú no. Y te prometo que no
se detendrá ante nada para recuperarte. Su orgullo se encargará de eso.
Solo tú estarás en desventaja, habiéndolo olvidado. ¿Crees que será un
esposo devoto después de eso? Lo habrás avergonzado, magullado su
legendario ego abiertamente frente a toda su corte. Frente a todo el reino.
Y ni siquiera lo recordarás.
Lucía negó con la cabeza. Sabía lo que su madre no estaba
diciendo: desaprobaba que Lucía tomara un tónico para olvidar. No era
una táctica de batalla inteligente, y Madre consideraba que las brujas y los
demonios estaban constantemente en guerra. Pero el dolor en el pecho de
Lucía, el dolor agudo y que todo lo consume, era demasiado grande para
superarlo; no podía alejarse Orgullo si se acordaba de él.
—Tomaré la daga. Solo asegúrate de que nunca más me enamore de
otro príncipe del Infierno.
La mirada de Madre se volvió dura, como el acero forjado en el
infierno en la mano de Lucía.
—Cuando termine con los demonios, me aseguraré de que ninguna
bruja caiga en sus mentiras. Y nos odiarán a cambio, tan apasionadamente
que no se dignarían a volver a enamorarse de una bruja. Eso lo juro sobre
la sangre de mi vida, hija. —Ella susurró un hechizo de invocación, y en
unos momentos apareció otra bruja. Lucía la reconoció vagamente de uno
de los aquelarres más poderosos—. Maria, tengo una tarea para ti. Estás
viviendo en la versión de Palermo de las Islas Cambiantes, ¿verdad?
Mientras Madre conspiraba con Maria, Lucía leyó el hechizo. No
era más que una mezcla de té de hierbas, en realidad. Sería fácil de hacer.
Incluso cuando olvidara por qué lo estaba haciendo, podía juntar los
ingredientes. Mientras dejaba el hechizo a un lado y recogía el cristal
áspero, una taza humeante apareció ante ella. Levantó la vista,
encontrándose con los ojos amables de la otra bruja.
—Bebe. Ayudará a aliviar el dolor, bambina.
Lucía sabía que era la primera dosis del té hechizado. Sabía que
una vez que se llevara la porcelana a los labios, las cosas realmente
terminarían entre ella y Orgullo. Su madre no habló, pero Lucía sintió que
su atención se desplazaba hacia ella, casi en un desafío. Lucía tomó la
copa, haciendo una pausa antes de tomar ese fatídico primer sorbo que
señalaría tanto el final como un nuevo comienzo para ella.
—Quiero un nuevo nombre. Una nueva familia. Quiero olvidarme
de todo, excepto de que soy una bruja. —Lucía finalmente llevó su enfoque
a la mirada de su madre—. Y no deseo verte hasta que lo pida.
Hubo un destello de lo que parecía ser dolor en la cara de su
madre, allí y se fue en un instante.
—Muy bien. Maria monitoreará la situación desde lejos y te dejará
con una familia en un aquelarre oscuro.
La otra bruja asintió.
—Estarás bien cuidada.
—Bien. —Lucía asintió con la cabeza, un rápido movimiento de su
barbilla, luego ingirió el té en un trago hirviendo. Tomó unos momentos,
pero la fuerte presión sobre su pecho disminuyó. Sus músculos se aflojaron.
La tristeza y la desesperación se aligeraron. Si había habido algo que la
preocupaba hace un momento, Lucía no podía recordar de qué se trataba.
Tal vez había sido un mal sueño. Parpadeó ante el cristal en su mano y la
daga sobre la mesa frente a ella, con la frente arrugada—. ¿Para qué sirven
estos?
Maria le dio una sonrisa triste.
—Nunca debes mostrarle esta daga a nadie. Nunca hables de ella.
Es solo para ser usada en los Malignos.
—¿Los Malignos? —El corazón de Lucía latía furiosamente. Si no
lo supiera mejor, pensaría que alguien estaba manipulando sus emociones.
Pero se suponía que ese tipo de poder estaba prohibido—. ¿Quiénes son?
Una bruja desconocida con extraños ojos de luz de estrellas se
movió lentamente alrededor de la pequeña mesa de madera. El poder
irradiaba de ella, y Lucía luchó contra un estremecimiento.
—Los Malignos son criaturas sedientas de sangre conocidas como
príncipes del Infierno. Buscan destruirte. Destruir a todas las brujas.
—Si ves a uno —agregó Maria—, debes esconderte. Y si vienen por
ti...
Lucía miró hacia abajo a la hoja de aspecto mortal.
—Debo protegerme. —Inhalo profundamente, sintiendo que la
verdad se asentaba dentro de ella. Los Malignos. Sus enemigos mortales.
Ella oró a la diosa para que nunca se encontrara con uno, pero estaba
agradecida por la daga por si acaso. Lucía recogió el raro cristal azul—.
¿Es esto una piedra de memoria?
La bruja con ojos de estrella asintió.
—Por tu seguridad, debes purgar tus recuerdos de esta noche
ahora. Te daré un trago para dormir, y cuando te despiertes, Maria te
habrá llevado a casa.
—¿Estoy en peligro? —le preguntó Lucía a la bruja, odiando el
borde del miedo en su voz.
—Ya no.
Cuando Lucía sostuvo el cristal mágico y comenzó a alimentarlo
con sus recuerdos de la noche, la piedra tomó algo que no podía recordar
si quería perder o no. Volvió a juntar las cejas mientras la piedra se
calentaba, tomando más y más de sus pensamientos de las últimas horas.
—¿Quién… cómo me llamo?
Ojos de estrella no parecía pensar que su falta de memoria en esa
área fuera una sorpresa, lo que indicaba que había querido que
desapareciera. Al menos, eso es lo que pensó la bruja sin nombre.
—Tu nombre es Claudia. Eres de Palermo. Eres una bruja poderosa
con una afinidad por la magia oscura y has sido bendecida con La Vista.
Eres talentosa con una cuchilla y no eres aprensiva alrededor de los
muertos. Y tu familia está esperando tu llegada.
Claudia. Ella asintió; el nombre parecía encajar. Aunque el resto de
la historia no sonaba tan cierta. Claudia notó que la bruja no había dicho
que su familia estaba esperando su regreso. Sólo su llegada. Claudia no
recordaba haber tomado el trago para dormir, pero sus párpados de
repente se sintieron demasiado pesados para mantenerlos abiertos. Se las
arregló para hacer una pregunta más antes de que el sueño la reclamara.
—¿Quién eres?
—Un poderoso aliado para algunos. Una pesadilla para otros.
Mientras Claudia se alejaba en un sueño problemático, oró para
que nunca volviera a ver a la bruja con ojos extraños.
VEINTITRÉS
De vuelta en el Pozo de la Memoria, miré el cristal rugoso en mi
palma. Por primera vez desde que había vuelto a ser inmortal, juré que
sentía el latido fantasma de un corazón humano que ya no poseía. No podía
creerlo. Había encontrado lo que buscaba, pero encontrar la espada no sería
fácil. Claudia, mi amiga más querida, era la hija de la Primera Bruja. Lucía.
La esposa desaparecida de Orgullo, a la que se daba por muerta, incluso por
Ira. Y Claudia no recordaba nada de ello.
A diferencia de mí, ella había elegido olvidar a su príncipe. Una
decisión que la destrozó, pero encontró la fuerza para hacerlo. Porque sintió
que era lo mejor para ella. Sangre y huesos. No quería ser el monstruo que
le hiciera recordar su dolor y no tenía ningún deseo de llevar a ninguno de
los príncipes demoníacos hacia mi amiga después de que ella hubiera
desaparecido con éxito. Era un milagro que ninguno de ellos la hubiera
encontrado mientras estaban en nuestra versión de las Islas Cambiantes.
Estaba claro que Claudia no quería que la encontraran,
especialmente su marido y había seguido adelante. Estaba feliz, contenta
con la nueva vida que se había labrado.
Pero mis opciones eran limitadas. Claudia tenía la Espada de la
Ruina, la única arma capaz de cortar la maldición y en su mente se escondía
un secreto sobre cómo hacer funcionar la daga sin destruirla. Reproduje
cuidadosamente esa parte de su memoria en mi mente, desesperada por
cualquier otra forma de conseguir la información y dejar a mi amiga en la
paz que había encontrado.
También se rumoreaba que la daga rompía maldiciones, pero Lucía
conocía un secreto sobre ella que nadie más conocía, excepto su madre. Un
secreto que activaría la espada o la destruiría para siempre si se hiciera
incorrectamente.
Tenía pocas dudas de que mi amiga me entregaría la daga si se lo
pedía, pero para poder usarla correctamente, Claudia necesitaba recuperar
su memoria. No estaba segura de si había un límite para las veces que se
podía purgar un recuerdo. Si recuperaba el recuerdo de aquella noche ahora,
tal vez no volviera a librarse de él. En nuestro reino habían pasado casi dos
décadas de olvido, de que ella siguiera adelante. Y no veía otra vía para
evitar causarle dolor. Era un precio terrible que pedirle a alguien que lo
pagara y haría cualquier cosa para yo poder pagar el costo.
—Diosa divina de arriba. Tiene que haber...
Lucia conocía un secreto sobre ella que nadie más conocía, excepto
su madre.
—Benditos sean los malignos.
Mis labios se curvaron. El diablo realmente estaba en los detalles,
como les gustaba decir a los humanos. Ira, el rey de los detalles más
minúsculos, se alegraría de que su reputación le precediera. Había otra
persona que conocía el secreto de la daga. Una a la que no me importaría
hacerle daño para obtener la información.
En todo caso, estaba ansiosa por ofrecer una venganza por mi
marido y mi amiga. Coloqué cuidadosamente la piedra de la memoria en mi
corpiño y me dirigí a la mazmorra. Era hora de descongelar a Sursea y ver
qué cosas interesantes tenía que decir sobre la Espada de la Ruina.
Por la sangre y el dolor, o por su propia voluntad, me diría lo que
deseaba saber.

Flores silvestres ardientes flotaban sobre la estatua congelada que


era Sursea, el calor de mi magia calentaba la sala, que de otro modo sería
una habitación frígida. Estaba sentada en un taburete que había traído un
guardia y observé impasible mientras el hielo se derretía y goteaba sobre el
suelo de piedra.
Descongelarla era un proceso tedioso que estaba llevando más
tiempo de lo que había previsto, pero había que hacerlo bien o podría
revivir “mal”, según mi marido.
Normalmente no me importaría ningún efecto nocivo que sufriera,
pero necesitaba que me dijera cómo activar la espada y no me arriesgaría a
perder esa oportunidad de venganza mezquina. Mi hermana pondría los ojos
en blanco si me viera ahora, pero así era como esperaba que nuestra Casa
del Pecado manejara estos asuntos una vez restablecida.
Ira entró en la pequeña cámara subterránea y apretó los labios al ver
a Sursea. Su odio hacia la bruja era palpable. Si no fuera inmortal y si él no
quisiera recuperar sus alas, la habría matado hace tiempo. La temperatura
bajó unos grados, lo que no favorecería el proceso de descongelación.
—Una vez que se haya descongelado lo suficiente como para hablar,
¿hay una cantidad de tiempo determinada a la que debería aspirar para
completar el interrogatorio? —pregunté, arrastrando con éxito la atención
de Ira del oscuro lugar al que había descendido. La temperatura volvió a ser
el frío normal que se sentía en el aire estando a tanta profundidad.
—Tómate todo el tiempo que necesites. Cuando termines de
interrogarla, manda a buscarme. No hay que dejarla sola hasta que esté
congelada de nuevo.
Sonreí rápidamente a mi marido. Cuando le dije lo que necesitaba,
no dudó en hacerlo realidad. Incluso cuando le pedí que no estuviera
presente ni hiciera preguntas. Ahora que yo también podía percibir las
emociones, sabía con certeza que no había experimentado ni un momento
de duda o vacilación.
—Gracias por confiar en mí.
—Intenta no mutilarla demasiado. —Me besó la frente y se dirigió a
la puerta.
Anir se detuvo en el exterior de la mazmorra y me saludó con la
cabeza antes de seguir a Ira fuera de la habitación, sus cabezas inclinadas en
una conversación silenciosa. Las otras Casas del Pecado seguían en alerta
máxima tras el fallido intento de ataque a la Casa de la Avaricia. Con la
constante correspondencia que llegaba y las interrupciones de los emisarios
y los debates en la sala de guerra, aún no le había preguntado a Ira cuánto
tiempo quedaba para romper la maldición. No es que hubiera tenido más de
dos minutos con él desde mi regreso del Pozo de la Memoria. Me había
apresurado a venir aquí inmediatamente después de mi petición.
En caso de que algo saliera mal con mi interrogatorio a Sursea, no
quería darle esperanzas y contarle lo que había aprendido. Pero teníamos
que hablar. Pronto.
Eso si la obstinada bruja se descongelaba en este siglo. Juré que se
estaba tomando su tiempo, retorciendo la espada cada vez que podía. Mis
dedos rasgueaban contra mis antebrazos. El agua goteaba lentamente de la
gruesa pared de hielo que rodeaba a Sursea. Goteo. Goteo. Goteo.
Añadí una flor ardiente más al ramillete en llamas que había sobre
ella, luego volví a centrar mi atención en el rostro de Sursea, tomándome el
tiempo necesario para observarla de verdad. El parecido entre ella y Claudia
no era abrumador, pero estaba ahí una vez que sabías buscarlo. Tenían la
misma forma del rostro y el mismo arco en las cejas. El cabello oscuro de
Sursea tenía ondas y el de Claudia era un poco más rizado, pero tenía el
mismo tono suntuoso de marrón.
Con mis propios recuerdos intactos de nuevo, supe que no había
conocido a Claudia cuando aún era Lucía y yo era Furia. Ver esa revelación
en el Pozo de la Memoria había sido un shock.
Retrocedí en mi mente hasta la época anterior a mi hechizo, para
recordar lo que pudiera. Desde el principio de nuestro plan, Vittoria y yo
nunca nos presentamos en la misma fiesta mientras interpretábamos nuestro
papel de “Nicoletta”. Ella asistía a cualquier reunión o fiesta con Orgullo y
yo hacía lo mismo con Ira. Sursea insistió en que no podíamos ser atrapadas
hasta que llegara el momento adecuado, ya que quería asegurarse de que
ambos príncipes tuvieran tiempo para enamorarse de verdad.
A través de todas las fiestas y eventos, no podía recordar a Claudia
en ningún acto al que yo hubiera asistido. Sin embargo, profundicé en mis
recuerdos. Recordé que Vittoria y yo nos turnábamos para gobernar nuestra
Casa del Pecado cada dos semanas para permitir que Orgullo e Ira
cuestionaran el paradero de nuestra persona combinada, Nicoletta, cuando
no estábamos con ellos. Por supuesto, les habíamos dicho la verdad en
parte. Volvíamos a la Casa de la Venganza, una Casa de la que sabían poco,
gracias a la magia de nuestra madre y a nuestro secretismo.
Recordé cómo cuidamos todos los detalles, tal y como nos pidió
Sursea; incluso programamos nuestras visitas a las Casas, para convencer a
los príncipes de que había tiempo suficiente para que “Nicoletta” hubiera
visitado al otro príncipe durante el tiempo que no estaba con uno de ellos,
abriendo una brecha entre los hermanos cuando se reveló que estaban
cortejando a la misma mujer.
El único evento al que asistimos Vittoria y yo fue en la fatídica
noche en la que la Primera Bruja nos pidió que hiciéramos nuestro
movimiento fundamental: la noche del Festín del Lobo. Esa noche, en la
que los siete príncipes se reunían, su plan de venganza era sencillo: Vittoria
debía atraer a Ira para “atraparla” en el acto de seducir a Orgullo. Cuando
este se enterara del escándalo, se esperaba que diera rienda suelta a su furia
y luchara contra su hermano. Orgullo perdería a su esposa y posiblemente a
su corte si Ira desataba el poderío de su Casa. Asegurando así la venganza
definitiva contra Orgullo de parte de la Primera Bruja.
Aunque nunca me había encontrado con Claudia en todo ese tiempo,
Vittoria tenía que saber quién era realmente. Mi hermana había sido la
enviada a seducir a Orgullo, después de todo. Y sin embargo, mi gemela
nunca lo mencionó, nunca reveló el secreto de nuestra amiga. No estaba
segura de si fue amabilidad por parte de Vittoria o si no quería alertar a los
príncipes por sus propias razones. Si estaba en lo cierto sobre que mi
hermana sentía algo por Orgullo, no querría que nadie descubriera el secreto
de Claudia. Quizá ni siquiera la propia Claudia.
Pero cuando consideré mi teoría sobre Vesta, sobre mi hermana
ayudándola a escapar de una corte que la hacía tan infeliz, no podía
imaginar que mi gemela fuera tan egoísta o terrible como le gustaría que el
reino creyera. Ciertamente había hecho su parte de actos oscuros, como
asesinar a las hijas de las brujas que nos habían hechizado, pero hasta ahora
esa era la única venganza verdadera que había buscado.
También había asesinado a Antonio, pero ahora sospechaba que
estaba cerca de revelar información sobre Vesta. Eso no excusaba lo que
había hecho, pero indicaba que no estaba cometiendo actos monstruosos sin
cálculo, como nos había hecho creer a mí y a los príncipes demoníacos.
Un trozo de hielo se resquebrajó y se desprendió del rostro de
Sursea, atrayendo mi atención al presente. La Primera Bruja estaba ahora
completamente descongelada desde la frente hasta la barbilla. Parpadeó
lentamente hasta que sus pestañas quedaron libres de hielo y me dirigió una
impresionante mirada fulminante.
—Furia —dijo mordazmente mi verdadero nombre—. Siempre
fuiste la más parecida a...
La boca de Sursea se cerró con un clic audible. Sonreí.
—¿La más parecida a Lucía?
—No tengo ni idea de a quién te refieres. Iba a decir a Ira, pero no
quise empañar mi ya mal humor pronunciando su nombre maldito.
En lugar de decirle algo por la obvia mentira, me puse de pie y me
moví alrededor del bloque de hielo que contenía el resto de su cuerpo
congelado.
—¿Eras consciente de que Claudia y yo éramos las mejores amigas
mientras yo estaba hechizada? Vittoria también. Podría ir a verla ahora
mismo y me recibiría en su casa. Ni siquiera se lo pensaría dos veces si
Vittoria apareciera, resucitada de entre los muertos. —La mirada de Sursea
brilló con enojo, pero mantuvo su molesta boca cerrada—. Quiero la
Espada de la Ruina. Y haré cualquier cosa para conseguirla. Incluso dañar a
una querida amiga contándole una historia muy intrigante. A menos que
decidas ayudarme a mí y a tu hija.
La expresión de Sursea no cambió, pero percibí que su mente
calculadora giraba.
—Ayudarte no es lo que más me conviene.
—Lograste tu objetivo final y obtuviste lo que querías. Orgullo y
Lucía están separados. Tu venganza contra Ira termina ahora. Él ha pagado
el precio de tu maldición lo suficiente. Y yo también. Y eso nunca fue parte
de nuestro trato.
—La maldición de Ira era muy clara. Una vez que conociera la
verdadera felicidad y el amor, sería eliminado y reemplazado por el odio.
Nunca debiste permitirle entrar en tu corazón. Ese es tu problema.
—¿Estás segura de eso? —Invoqué una gran flor de azahar y
sostuve la flor ardiente en la palma de mi mano. Mi cabeza se inclinó hacia
un lado, admirando las mágicas llamas doradas—. No estoy segura de que
sea prudente encender mi furia. Ten un poco de respeto por tus dioses.
Soplé la flor hacia el rostro de la Primera Bruja y le chamusqué las
cejas. Ella gritó mientras las llamas se cernían sobre su piel, lo
suficientemente cerca como para sentir la quemadura pero sin que su carne
se derritiera. Aún. Fue una muestra del control que tenía sobre mi magia, la
precisión con la que podía manejar la llama mágica.
—No tengo ni tiempo ni paciencia para prolongar este encuentro. Si
no me dices lo que quiero saber, te prenderé fuego en toda la cabeza.
Gritarás y te ahogarás con el olor de tu propia carne quemada hasta que tus
cuerdas vocales dejen de funcionar. Entonces visitaré a Claudia y le daré
esto. —Saqué la piedra de la memoria de mi corpiño y la levanté. La
amenaza de ser torturada no había hecho que el color desapareciera del
rostro de la bruja, pero ver la piedra de la memoria sí—. ¿Cómo activo la
espada para romper la maldición?
Un músculo de la mandíbula de Sursea se tensó y brincó. Seguía sin
querer que la maldición se rompiera, incluso después de haber conseguido
lo que quería: que su hija estuviera libre de Orgullo. Eso era lo mucho que
odiaba a Ira por no darle lo que había pedido. Era petulante. Una rabieta de
una inmortal malcriada y de alta alcurnia. Sacudí la cabeza.
—La venganza. Es una fea búsqueda que abarca muchos pecados.
Cuidado —susurré, acercándome—, o tu orgullo será tu perdición, Sursea.
Un poco irónico, teniendo en cuenta todo esto. Que sucumbas al pecado que
más odias por encima de todo, solo para castigar a Ira por decir que no a tus
caprichos. Por respetar la elección de su hermano y su esposa. Te
entrometiste y maquinaste. Elegiste el odio cuando lo único que debiste
hacer fue amar a tu hija incondicionalmente. Permitirle tomar sus propias
decisiones. Que se convirtiera en su propia persona.
Sursea exhaló un pesado suspiro, su rostro contorsionado por la
rabia.
—La sangre de mi hija, y solo su sangre, activa la espada. Pero ella
debe otorgarla voluntariamente. Como toda la magia, no puede forzarse, ni
tomarse, ni conseguirse por medios engañosos. —Algo dentro de mí que
aún se sentía humano se apretó en mi pecho. A Sursea no se le escapó ni el
más minúsculo cambio, sus labios se contrajeron en una mueca—.
Independientemente de mi interferencia, Lucía no merece ser traída de
nuevo a este mundo de pecado. Espero que puedas vivir con tu decisión de
arruinar la felicidad por la que ella ha luchado tanto.

Ira me acompañó de vuelta a su cámara privada en silencio,


percibiendo mi necesidad de ordenar mis opciones. Se detuvo frente a su
puerta y me observó.
—No hemos tenido muchas oportunidades de discutirlo y ahora
tampoco es el momento más ideal, pero me gustaría que compartiéramos
una habitación. Puede ser cualquiera de nuestras suites o podemos derribar
la pared que las separa y convertirla en un solo piso para nuestras
habitaciones privadas. Añadiremos una pequeña cocina si quieres.
Por primera vez en días mi mente dejó de dar vueltas. Miré
fijamente a mi marido, que no dejaba de sorprenderme con su
consideración. Sus interminables actos de amor. Me puse de puntillas y
acerqué su rostro al mío.
—Añadamos la cocina y derribemos la pared. La idea de tener todo
este piso como nuestra vivienda privada donde podamos escondernos de
toda la corte es tremendamente atractiva. Y estoy totalmente en desacuerdo.
Este era el momento perfecto para discutirlo.
—Considérelo hecho, mi lady. —Ira me besó suavemente, luego
abrió la puerta. Lo seguí y me desplomé en una de las enormes sillas
colocadas ante la chimenea. La euforia momentánea pasó, sustituida por la
seriedad de lo que había que hacer a continuación. Ira me miró y frunció los
labios—. ¿Obtuviste las respuestas que necesitabas?
—Casi todas. —Las llamas danzaban en la chimenea, recordándome
el meneo de las colas de cachorros excitados. Dirigí mi atención a mi
marido—. El trato que hiciste con Sursea fue por seis años, seis meses y
seis días. —Ira se dejó caer en la silla a mi lado, lanzándome una mirada
evaluadora. Antes de que pudiera preguntar algo, añadí—: ¿Cuánto tiempo
queda?
Contempló el fuego, las llamas alumbrando su rostro con una luz
cálida.
—Un día.
—Un día. —No había pensado que nos quedara mucho tiempo, pero
un día era ridículo. Mediante un notable acto de autocontrol, contuve mi
furia, manteniendo la cabeza despejada—. Si no rompemos la maldición
antes de mañana, no se podrá romper nunca.
—El Pozo de la Memoria te funcionó. —El tono de Ira no indicaba
cómo se sentía al respecto. Y su expresión era aún más difícil de leer. Se
levantó y se sirvió un trago de la jarra que guardaba en un aparador cerca de
la chimenea. Se volvió hacia mí y levantó el líquido lavanda—. Esto
asegurará que no te pierda de nuevo. Maldición o no, esta vez lo
superaremos.
Bebió un sorbo de la tintura que le impedía sentir amor y la rabia
que sentía por nuestras circunstancias y por la Primera Bruja salió a flote.
—No lo superaremos así. Quiero tu corazón, Samael. Quiero tu
amor sin hechizos ni tinturas que lo mantengan encerrado. Tener solo la
mitad de ti también es una maldición. Ambos merecemos más. Nos
merecemos la verdadera felicidad. La felicidad sin cadenas ni restricciones
ni ataduras. No importa los pecados de nuestro pasado, no merecemos ser
castigados por la eternidad. Tu único crimen fue ayudar a tu hermano y a su
esposa a tomar su propia decisión. ¿Ahora debes renunciar al amor? ¿Por
qué? ¿La venganza de una bruja odiosa? No aceptaré eso. No puedo. Debes
entregar tu corazón a quien elijas, cuando y como decidas entregarlo.
—Eso podría no ocurrir nunca. —El tono de Ira no era duro ni poco
amable. Había un brillo de tristeza en sus ojos—. Así que decide ahora,
antes de completar nuestro vínculo, si esto, lo que tenemos ahora, será
suficiente para ti. Si no puedo amarte, si no puedo ofrecerte mi corazón a
cambio, tienes que decidir si eso es algo con lo que puedes vivir. Si no
puedes...
Ira se alejaría; me liberaría aunque eso lo destruyera.
—Por eso no has hablado antes de completar nuestro vínculo.
Suspiró y se pasó una mano por el cabello.
—Esperaba encontrar una forma de romper la maldición antes de
que tuviéramos esta discusión.
El silencio cayó de nuevo entre nosotros.
El fuego crepitaba, su excitación por nuestra ira combinada
alimentaba las llamas. No estaba enfadada con Ira. Entendía por qué había
elaborado una estrategia secundaria en caso de que la maldición
permaneciera intacta. Eso demostraba su amor incluso cuando no podía
expresarlo. Pero yo era codiciosa. Lo quería todo. Todo de él. Las partes
buenas y las malas y todas las piezas y partes intermedias.
Que me amara a medias era un destino miserable para ambos.
Me puse de pie y me arrastré hasta su regazo, apoyando mi cabeza
contra su corazón.
—En el Pozo de la Memoria... encontré una forma de romper la
maldición. —Ira se puso rígido debajo de mí—. Necesito irme para lograrlo
y necesito que tú te quedes aquí.
Frotó una mano por mi columna vertebral.
—No pareces contenta.
Sentí que quería preguntar más, pero ya se había dado cuenta de que
había compartido todo lo que podía. Me acurruqué contra él, tomando el
consuelo que me ofrecía y envolviéndolo como el más dulce de los abrazos.
—Puede que tenga que herir a alguien que me importa. Alguien que
no se merece ni un ápice de dolor.
Ira besó la parte superior de mi cabeza.
—Lo siento.
No me dijo que encontrara otra manera, porque no la había. No se
ofreció a ponerse en mi lugar, porque sabía que tenía que ser yo quien lo
hiciera. No hubo palabras de consuelo, porque tenía que hacer algo que
odiaba para liberarnos.
Ira inclinó cuidadosamente mi rostro hacia el suyo, su mirada era lo
suficientemente penetrante como para mirar mi alma si se lo permitía.
Cuando acercó sus labios a los míos, dio rienda suelta a todo lo que era
inútil decir y comunicó todas nuestras esperanzas y penas sin palabras.
Antes de que me diera cuenta de lo que estaba ocurriendo, Ira utilizó
su fuerza y velocidad sobrenaturales para maniobrar hasta la alfombra de
felpa. Se acostó debajo de mí, sujetándome por encima de su rostro y
esbozó una sonrisa diabólica que hizo que se me encresparan los dedos de
los pies por su intención pecaminosa. Puede que fuera yo la que estuviera
encima, contemplando sus seductores ojos, pero ahora él tenía el control.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté—. No tenemos tiempo...
—El mundo podría acabarse antes de que nos demos cuenta. Y yo
tengo mis propias fantasías que vivir, mi lady. ¿Si estás dispuesta a
complacerme?
Comprendí su necesidad de conexión. De sentir algo más que el
miedo o nuestros pecados mientras corríamos hacia una línea de meta que
no estábamos seguros de que estuviera cerca. Yo también lo necesitaba.
Puede que no fuera capaz de decirme que me amaba, pero sí de
demostrármelo. Asentí con la cabeza.
—Me complace hacerlo.
—Gracias. —Me bajó para que mis rodillas estuvieran a ambos
lados de su cabeza, sus pulgares frotando círculos perezosos en mis caderas.
Ira me levantó las faldas y separó mi ropa interior de encaje, arrastrando
lentamente un dedo sobre la resbaladiza piel que lo esperaba.
—¿Es una nueva lección de conquista o de rendición? —logré
preguntar mientras su dedo se sumergía en el interior y luego se enroscaba
suavemente. Maldije cuando repitió el movimiento con un segundo dedo,
estirándome. Retiró los dedos y los volvió a introducir, bombeando
lentamente.
—Dígame usted, mi lady.
—Yo... que la Diosa me maldiga.
Ira me arrancó la ropa interior, luego acercó su boca a mi cuerpo,
lamiendo fuerte y profundamente. Me sacudí hacia delante, agarrándome a
la silla cuando cada movimiento de su lengua amenazaba con derribarme.
Tiró de mis caderas hacia delante y luego retrocedió, sin apartar ni una sola
vez su boca de mí.
Manteniendo mi mirada, repitió la acción y supe lo que pedía sin
necesidad de palabras. ¿Y quién era yo para negarle el placer a él o a mí
misma?
Me balanceé hacia delante y el demonio me recompensó con un
gruñido de satisfacción que vibró sobre mi zona más sensible. Mis malditas
faldas cayeron sobre él, ocultándolo de la vista.
Solté lentamente la silla y arranqué la parte inferior del vestido,
ganándome una mirada divertida de mi marido. Apoyé una mano detrás de
mí en su muslo y la otra la enredé en su cabello, tirando de él hasta que
quedó bien inclinado. Con mi vestido fuera del camino, podía verlo mucho
mejor a él y a su mirada perversa.
Un hambre sin adulterar cruzó sus rasgos.
—Tire más fuerte, mi lady.
—Pagano.
—Mi ángel oscuro. —Ira me rodeó con sus brazos y se dio un festín
mientras yo marcaba el ritmo. Su lengua saqueó, haciendo que mi cuerpo se
apretara a su alrededor hasta que creí que me volvería loca por la sensación.
Tiré de su cabello con más fuerza y me balanceé contra él, con la cabeza
echada hacia atrás. Ira introdujo un dedo con su hábil lengua y marcó un
ritmo que me hizo ver las estrellas. Me corrí con un abandono temerario,
gimiendo su verdadero nombre mientras una descarga de placer me
atravesaba. Antes de que terminara de correrme, me vine de nuevo,
pronunciando su nombre como una súplica o una maldición. Solo cuando
mis piernas empezaron a temblar por las réplicas, el demonio me dio un
beso casto en el interior del muslo. La ligera caricia volvió a encender mi
sangre.
Lo que compartíamos no era suficiente. Pero el tiempo era nuestro
enemigo en ese momento y yo ya había perdido demasiado. Mi marido vio
la indecisión en mi rostro y yo vi el anhelo en el suyo. Lo necesitábamos.
Incluso si eso significaba que tenía menos tiempo para conseguir la espada,
haría que funcionara. Bajé por su cuerpo y guie su gruesa longitud dentro
de mí.
Ira enlazó sus manos con las mías y juntos pronto caímos sobre ese
glorioso borde, recordando por qué estábamos luchando tanto. El amor.
VEINTICUATRO
Domenico gruñó cuando lo llamé.
—¿Parezco tu carruaje personal?
—No. Pero vas a parecer una alfombra de piel nueva si no dejas de
quejarte —dije con dulzura.
—No eres tan divertida como tu hermana.
—Quizás no para ti. Pero soy igual de letal y a diferencia de
Vittoria, si te mato, no volverás. No puedo hacer ese truco de la mano
demoníaca. —Contonee mis dedos hacia él—. Vamos a movernos.
El hombre lobo hizo un ruido de asco que sonó sospechosamente
como una risa ahogada, luego hundió sus garras en mis brazos y se adentró
en el reluciente portal. Las puertas seguían cerradas desde el exterior, pero
viajar con un cambiante era en realidad lo mejor. Ira no podía usar
transvenio y aunque pudiera, no quería que supiera a dónde iba. Podría
sospechar que me dirigía a mi versión de las Islas Cambiantes, pero no
quería confirmar nada.
Si Orgullo se enteraba de que Lucía vivía, tenía pocas dudas de que
vendría a buscarla. Ver los recuerdos de Lucía solo ofrecía un lado de su
historia, pero como en la mayoría de los cuentos, sospechaba que había
mucho más. Si Orgullo se preocupaba por ella la mitad de lo que Ira se
preocupaba por mí, entonces destrozaría el reino para asegurarse de que ella
estuviera a salvo.
Y si Ira tenía razón, si Orgullo nunca se había enamorado de nadie
más que de su esposa y todo había sido un terrible malentendido basado en
su orgullo compartido, solo podía imaginar lo mucho que lucharía por
recuperarla.
Cuando me encontré con Orgullo por primera vez antes del Festín
del Lobo, había estado cultivando raíz de sueño y patrullando sus terrenos
con un ejército que ninguno de sus hermanos conocía. Me preocupaba que
estuviera conspirando contra Ira, pero ahora me preguntaba si había estado
entrenando a sus guardias con otros fines. Tal vez se había estado
preparando para luchar por su esposa desaparecida desde la primera vez que
desapareció.
Nonna había acertado en una cosa sobre los príncipes demoniacos:
no se detenían ante nada para conseguir lo que deseaban, especialmente
cuando sus corazones estaban involucrados. ¿Y si la persona que más
amaban estaba potencialmente en peligro? Entonces desataban el infierno
para salvarla.
Refunfuñando para sí mismo acerca de las diosas, Domenico se
adentró en el callejón cercano a la casa de nuestra infancia, un templo
disfrazado y echó un vistazo a la tranquila calle. Levantó la cabeza e inhaló,
oliendo el aire en busca de algún ser mortal o sobrenatural.
—Despejado.
Mis propios sentidos me lo decían, pero me alegré por la
confirmación. Su capacidad olfativa era mayor que la mía.
—Quédate aquí. Volveré tan pronto como pueda. Tenemos que
entrar y salir tan rápido como sea posible.
Domenico cruzó los brazos sobre el pecho y me miró fijamente.
Sabía que era alto, pero parecía haber crecido en los últimos días. Era más
ancho, sus músculos estaban más definidos. Debía ser otra característica de
los hombres lobo.
—Si tu hermana pregunta, no voy a mentirle.
—Por eso no sabes a dónde voy. —Le di una palmadita en el pecho
y él hizo una mueca—. Asegúrate de que ningún demonio nos haya
seguido. O brujas.
—No me gusta esto.
—Lo sé. Gracias por hacerlo de todos modos.
El disgusto estaba escrito por todo su rostro, pero no discutió. Como
cambiante, sus emociones eran fácilmente legibles. No ocultaba sus
sentimientos como lo hacían los demonios. Los lobos estaban demasiado
cerca de la naturaleza para los juegos de la corte.
Después de lo que habíamos pasado, entendía el atractivo que mi
hermana podía ver en ellos. A diferencia de los vampiros, las brujas y los
príncipes demoniacos, era casi refrescante saber exactamente a qué atenerse
con un hombre lobo. No era el momento de preguntar, pero necesitaba ver
cuál era su respuesta.
—Conociste a Vesta, la comandante de Avaricia.
—¿Tu punto, diosa?
—Escuché un rumor de que ella podría haber sido mitad hombre
lobo. Si eso fuera cierto y ella eligiera huir, ¿lucharías por ella si eso es lo
que desea? Incluso si Avaricia descubriera que vive.
Sus ojos brillaron con ese púrpura pálido que indicaba que estaba a
punto de cambiar. Y también estaba enfurecido.
—Le arrancaría la garganta a cualquiera que amenazara a mi
familia. Y no me importan lo suficiente los demonios como para ayudarlos
de alguna manera, especialmente si uno de los suyos decidiera irse.
—¿Todos los miembros de la manada se consideran familia?
Domenico levantó el rostro y respiró profundamente.
—Vete. Estamos a punto de tener compañía.
Dudé durante el lapso de un suspiro. Se estaba formando una nueva
teoría, pero no podía perder la oportunidad de romper la maldición para
seguir ese hilo. Pronto no habría ningún reloj en marcha y resolvería este
misterio de una vez por todas.
Me apresuré a bajar por el callejón y me adentré en la noche,
ciñéndome a las sombras y escuchando por cualquier señal de persecución.
Era lo suficientemente tarde como para que la mayoría de las luces de las
casas por las que pasé estuvieran apagadas. Nadie caminaba por las calles,
salvo uno o dos rezagados que habían estado bien pasados de copas.
Claudia estaría en la cama, pero se despertaría cuando llamara a la puerta. O
lanzara un guijarro a su ventana.
Estaba doblando la esquina y preguntándome qué haría si su tía
Carolina estaba despierta cuando la vi salir de la casa con una capucha
oscura. Carolina se dirigió directamente a una mujer que merodeaba cerca
del extremo opuesto de la calle y que llevaba una túnica oscura similar.
Después de su derrota en la Casa de la Avaricia, su uso de capas no me
sorprendía.
Me detuve en seco y me aproximé al edificio más cercano. Carolina
se detuvo y la otra mujer miró a su alrededor, dando inadvertidamente a la
luz de la luna la oportunidad de revelar sus rasgos. Nonna Maria. No me
sorprendía verla relacionándose con una bruja oscura. Nonna había sido la
bruja que Sursea invocó en aquel recuerdo que Claudia purgó. La que había
acompañado a Claudia hasta aquí y le había dado una nueva familia. Mi
abuela había estado trabajando estrechamente con la Primera Bruja todo el
tiempo y solo eso debería hacerme odiarla.
Me sentí... no aliviada, pero sí contenta de ver que había salido del
baño de sangre que ocurrió en la Casa de la Avaricia. Había hecho daño a
muchos, pero no quería que muriera. A pesar de todo, seguía sintiéndose
como mi abuela y creía que el amor que había tenido por nosotras se había
vuelto real. Nonna había sido tierna con nosotras, nos había cuidado y había
estado ahí en nuestros días más oscuros.
Me esforcé por oír su voz, pero las dos brujas debían de haber
lanzado un hechizo o establecido una protección para contener sus susurros.
Por mucho que me esforzara en oírlas, ningún sonido me llegaba. No había
tenido la capacidad de sentir nada sobre la relación de Nonna con Sursea
mientras estaba atrapada en ese recuerdo, pero habría sido otro golpe
demoledor si yo hubiera seguido siendo mortal.
A Nonna nunca le gustó que Vittoria, Claudia y yo fuéramos tan
amigas. Lo atribuía a que la familia de Claudia practicaba las artes oscuras,
pero ahora sabía la verdad. Habían intentado separarnos a propósito por lo
que realmente éramos.
Eso, al menos, lo entendía. Mantener a la Casa de la Venganza
alejada de Claudia después de que hubiéramos ayudado a que el tortuoso
plan de Sursea cobrara vida habría sido una bondad para ella.
Qué ingenuas habíamos sido todas, reuniendo tiempo después del
trabajo para beber vino en la playa y compartir nuestras esperanzas y
sueños. Habíamos llorado juntas tantas veces como habíamos reído.
Habíamos compartido nuestros corazones rotos y nuestros anhelos secretos.
Las tres éramos hermanas, no por sangre, sino por elección. Ninguna de
nosotras sabía que algo mucho más siniestro nos había unido originalmente.
Nonna echó un último vistazo a su alrededor antes de que ella y
Carolina se marcharan juntas rápidamente. Una parte de mí quería
seguirlas, ver a dónde iban, qué podrían estar tramando, pero no había
tiempo que perder. Me quedé en las sombras unos minutos más, solo para
asegurarme de que no volverían a intentar algo nefasto. Utilizando mis
sentidos agudizados, escuché con atención y no oí a nadie caminando cerca.
Dondequiera que se dirigieran las brujas, se habían ido de verdad.
Rápidamente, me paré en la entrada y llevé mi puño a la puerta.
Golpeé lo suficientemente fuerte como para despertar a Claudia, pero no lo
suficiente como para que algún vecino me escuchara o se asustara por ello.
Un momento después, una vela parpadeó en el piso de arriba. Volví a mirar
sutilmente hacia la calle. No percibí ningún demonio Umbra y solo oí los
sonidos apagados de los mortales que respiraban al lado mientras dormían.
Pasó otro momento, y entonces el cerrojo se movió de su sitio y la
puerta crujió al abrirse. Mi amiga se quedó con la boca abierta al verme.
—¡Emilia! Estrellas de arriba, pareces... ¿tienes los ojos de otro
color? —Ella negó con la cabeza y se hizo a un lado—. Entra. Tu nonna
dijo que habías desaparecido. ¿Estás bien? ¿Dónde has estado? He estado
muy preocupada. Pensé que lo que había estado matando a esas brujas te
había atrapado a ti también y que simplemente no querían decírmelo.
Entré en su casa y ella acababa de cerrar la puerta cuando ambas nos
rodeamos con los brazos en un fuerte abrazo. Con todo lo que había pasado,
con todo lo que había aprendido y lo mucho que había cambiado, me sentía
aliviada de que todavía hubiera una persona a la que le importara de verdad.
Aun si las cosas no fueran exactamente como parecían, nuestra
conexión había sido real. Posiblemente lo único real en todo un reino hecho
de fantasía. E incluso eso podría no durar si quería recuperar su memoria.
—Desearía poder contártelo todo —dije, queriendo decir cada
palabra—. Pero no puedo quedarme mucho tiempo. Y no puedes decirle a
nadie que me has visto.
—¿Qué diablos está pasando, Emilia? El aquelarre se ha vuelto a
unir, pero no permiten que nadie aparte del consejo asista a las reuniones.
Intenté adivinar, pero es como si hubieran bloqueado mi magia. Ni siquiera
he podido soñar.
Casi había olvidado que Claudia había sido bendecida por la diosa
de la vista y las premoniciones; tenía visiones que no siempre podíamos
descifrar.
El bloqueo de su magia era un destino que conocía demasiado bien
y odiaba que le hubieran cortado sus alas mágicas. Me preguntaba qué más
le habrían quitado, qué poderes estarían latentes en su interior que no podía
recordar. Su madre siempre estaba tramando y conspirando, y parecía que
seguía jugando un juego.
—¿Y sabes qué es lo más inusual? —preguntó y negué con la
cabeza—. Pudieron liberar la mente de la vieja Sofía Santorini de su
maldición. Mi tía se dirigía ahora a su casa para ver qué recuerda, si es que
recuerda algo.
La apreté suavemente y luego me aparté. Al menos ahora sabía lo
que Carolina y Nonna estaban tramando.
—No te fíes de todo lo que dicen las brujas. No son necesariamente
malas, pero tienen otras intenciones.
—¿Las brujas? —Las cejas de Claudia se fruncieron—. Hablas
como si no fueras una de nosotras.
Inspiré profundamente y levanté la mano, invocando una flor
ardiente y vi cómo la expresión de mi amiga pasaba de la confusión al
asombro. Alcanzó la flor y retiró su mano por la quemadura, buscando en
mi rostro.
—Diosa de arriba. No puede ser. —Su voz se redujo a un susurro—.
¿Cómo?
—Es una historia muy larga y retorcida.
Me miró fijamente, luego a la flor ardiente durante otro momento de
silencio. El asombro se extendió por sus rasgos y parecía a punto de
explotar debido a todas sus preguntas.
—Dada tu magia de fuego y el hecho de que eres una diosa, imagino
que sí. —Se giró y me indicó que me uniera a ella—. Sentémonos.
Hice lo posible por no apresurarla, tratando de no concentrarme en
el tic-tac del reloj en mi mente y la seguí hasta la pequeña cocina. Abrió el
armario y se puso a servirnos bebidas de su colección personal. Me fijé en
las hierbas que se estaban secando para su tónico de olvido y tragué con
fuerza. Colocó mi bebida delante de mí y luego levantó las cejas.
—Dime. Necesito saber qué está pasando.
—La versión corta es que las brujas nos pusieron un hechizo a mí y
a Vittoria, conteniendo nuestra magia e inmortalidad, esencialmente
haciéndonos brujas mortales. ¿Esa maldición que mencionaste? ¿La del
diablo? Afectó a varios otros seres. A mí y a Vittoria incluidas.
Claudia apoyó su cadera contra la encimera y se tomó su bebida.
—Mis mejores amigas son diosas. Es mucho para digerir. Siento que
debería inclinarme o rezar. —Una mirada de horror cruzó su rostro—.
¿Debería montar un altar? Estrellas de arriba, Em. Esto es extraño.
A pesar de todas las cosas oscuras en mi vida, me reí. Un sonido
genuino y feliz. Sus preguntas no estaban cargadas de sarcasmo, solo de
preocupación.
—Por favor, no reces ni te inclines nunca. Especialmente a Vittoria.
Ya sabes lo insufrible que puede ser.
Las lágrimas brillaron en sus ojos.
—¿Vittoria está viva?
La esperanza que cruzó sus rasgos hizo que se me apretara el pecho.
Asentí con la cabeza.
—Sí. Su muerte fue el comienzo de la ruptura del hechizo. Se dio
cuenta de lo que pasó al escuchar los secretos que le susurró un libro de
hechizos. Orquestó su propio “asesinato” para liberarse y planear nuestra
venganza. —No quería abrumar a mi amiga, así que proseguí rápidamente
—. Hay una daga llamada la Espada de la Ruina. Es la única arma con la
capacidad de romper maldiciones.
—Emilia, no. —Claudia aspiró con fuerza—. Los objetos
embrujados tienen un precio muy alto.
—Lo sé. —La observé con atención—. Por favor. Necesito que la
actives por mí. Y que me digas qué tengo que hacer para usarla y romper la
maldición. El tiempo se acaba. Tengo menos de un día.
Mi amiga negó con la cabeza.
—Yo... no puedo. Haría cualquier cosa por ti, lo sabes, pero por
favor no me pidas que haga esto.
—¿No recuerdas cómo?
Me mostró una sonrisa triste.
—Es algo que mi tía me ha inculcado desde que vine a vivir con
ella. Es que creo que no te das cuenta del precio que tendrá. Para ti.
Exhalé.
—Estoy dispuesta a pagar lo que sea. Solo dime lo que tengo que
hacer.
La indecisión luchaba contra lo que intuía era su deseo de
ayudarme.
—La espada espera un intercambio equitativo —dijo finalmente—.
Si quieres romper una maldición, querrá usar tu poder para hacerlo. Todo
ello. —Claudia se agachó y levantó una baldosa de travertino, sacando una
daga envuelta en tela—. El que está maldito tiene que usarla. De buena
gana.
El miedo me recorrió.
—¿Qué quieres decir?
—El maldito necesita alimentar a la espada con su magia hasta que
recoja cada gota.
Me quedé mirando a la daga que tenía en su mano. Parecía una daga
normal; el acero brillaba a la luz de las velas y la empuñadura era de un
cuero de ónice opaco. Para ser algo tan poderoso, era bastante anodino. No
parecía capaz de nada tan diabólico como matar a un príncipe del Infierno o
romper una maldición. Por eso, además de estar escondida debajo del piso
de mi amiga, era probable que no se hubiera encontrado durante décadas.
—El precio es la magia por la magia —reiteré. Claudia asintió—.
Cuando dijiste “alimentar la espada”, ¿te referías a que debe apuñalarse a
alguien con ella?
—Sí.
—¿Y solo el que está maldito puede hacerlo?
—Sí. Romper una maldición es un proceso complejo. —Claudia
soltó un gran suspiro—. Mi sangre la activa, pero luego el resto depende de
seguir las reglas con precisión. El que va a sacrificar debe hacerlo por
voluntad propia. Entonces, el que administra el golpe también debe estar
dispuesto a hacerlo.
Ira tendría que administrar el ataque de buena gana y dudaba que mi
marido fuera fácilmente persuadido de hacerlo. Luego estaba la parte en la
que yo no me estaba centrando todavía. La parte en la que tenía que
renunciar a todo mi poder. Para siempre. Acababa de recuperarlo y me
sentía completa por primera vez en lo que parecía una eternidad. Ahora los
dioses se burlaban de mí, obligándome a renunciar a él de nuevo. Por mi
propia voluntad. Sin vacilar ni arrepentirme.
Era una forma más de que la Primera Bruja me quitara algo y lo
odiaba.
—Hay una condición más —dijo Claudia. A estas alturas era
incapaz de sorprenderme. Este objeto embrujado era una herramienta
espantosa creada por una bruja vengativa, por supuesto había atada una
cuerda desagradable más. Sursea no operaba de una manera fácil o
dadivosa. Me preparé mentalmente—. Una vez que la active con mi sangre,
solo tienes una hora para completar el resto del intercambio de poder. La
espada solo permite una oportunidad para romper cualquier maldición.
—¿Cómo lo sabrá?
—Después de que le dé mi sangre, tú harás lo mismo. Entonces
comienza tu hora.
Lo que significaba que tenía una hora para volver a los Siete
Círculos, decidir si realmente estaba dispuesta a renunciar a mi poder,
convencer a mi marido de que me apuñalara y romper la maldición antes de
que esta oportunidad se perdiera para siempre. A menos que... sangre y
huesos. No. Me negaba a traer a Claudia conmigo.
—Podría ir contigo —dijo ella, leyendo mi mente y la preocupación
que probablemente se había escrito en mi rostro—. A dondequiera que
hayas estado. Podría ir para asegurarme de que tienes una hora completa.
La expresión seria de Claudia no contenía ningún engaño. No había
segundas intenciones. Simplemente era una buena amiga. Una persona
decente. Alguien que estaba dispuesta a ayudar a un ser querido que lo
necesitaba.
Y nunca la pondría en un lugar en el que pudiera exponer su
verdadera identidad a sí misma o a los que la buscaban. Puede que haya
conspirado contra ella antes, pero ese era un error que no volvería a repetir.
Si renunciar a mi poder podía ayudar a deshacer el más mínimo dolor que
había causado al trabajar con la Primera Bruja, realmente no había ninguna
otra opción que considerar.
Corregiría estos errores y pagaría el precio.
Saqué la piedra de la memoria de mi corpiño y la dejé sobre la mesa.
La atención de Claudia se dirigió a ella y su rostro palideció.
—Esta piedra de la memoria contiene la razón por la que nunca te
pediré que vengas conmigo. Te pertenece. Es algo que elegiste purgar,
olvidar para la eternidad. La dejo aquí, por si alguna vez quieres respuestas.
—Me gustaría poder ofrecerle más, pero eso tendría que bastar. Saqué una
pequeña bolsa de cuero de mi cinturón y coloqué la piedra en su interior a
salvo para que Claudia pudiera decidir lo que quería hacer sin tocarla—.
Alguien en quien confío mucho me dijo que una vez que conoces la verdad,
nunca puedes volver al tiempo anterior. Elige sabiamente. No hay urgencia
para ti, no hay juicio.
—¿Te arrepientes? —preguntó Claudia, su voz tranquila, un poco
triste—. ¿De descubrir la verdad?
Pensé en la angustia. El engaño. Las muchas traiciones.
—La vida sería más sencilla si no lo supiera. Familiar, incluso. Pero
no, no volvería, si me dieran a elegir. Aunque esa es una decisión que solo
tú puedes tomar. Si eres feliz ahora, estás contenta, eso es todo lo que
importa.
Con su atención puesta en la piedra de la memoria, susurró:
—A veces sueño. Con una vida que creo que podría haber vivido.
Un hombre al que podría haber amado. Pero siempre termina en una
pesadilla. Con él arrancándome el corazón. Otras veces soy yo quien lo
arranca de mi propio pecho. O a veces incluso el suyo. —Cuando
finalmente levantó la vista, su expresión era de gratitud, si no es que de
alivio—. Gracias por la piedra, por la elección. ¿Estás lista para activar la
espada?
No lo estaba, pero tenía que estarlo. Asentí con la cabeza.
—Gracias, Claudia. Por ser siempre la mejor amiga que he tenido.
Su sonrisa estaba llena de picardía.
—Estoy segura de que tendremos muchos problemas en los que
meternos en el futuro. Ahora dame tu palma, diosa. La hora más importante
de tu existencia está a punto de comenzar.
VEINTICINCO
Ira se quedó mirando la daga legendaria. Le había impresionado que
recuperara la Espada de la Ruina hasta que le dije lo que teníamos que
hacer para romper la maldición. Ahora parecía que había traído una víbora a
su biblioteca privada y la había colocado en su regazo. Clavó la daga en la
parte superior del escritorio, la fuerza haciendo vibrar el arma.
—No.
—Es mi elección renunciar a mi magia. No puedo imaginar una
razón mejor para hacerlo.
El demonio se cruzó de brazos, su expresión se volvió más oscura
que su estado de ánimo cada vez más tormentoso.
—Lo respeto, pero no apuñalar a mi esposa es mi elección.
Nos miramos fijamente, ninguno de los dos cediendo. En cualquier
otro momento, en cualquier otra instancia, no discutiría. Tenía todo el
derecho a tomar su decisión sin interferencias. Pero esto era más grande que
él. Más grande que nosotros. Y teníamos que actuar, ahora.
—Nos estamos quedando sin tiempo y sin opciones. Literalmente.
Tenemos menos de una hora para completar la activación o esta opción se
pierde. Por favor. No luches contra mí en esto. Es nuestra mejor
oportunidad para romper esta maldición y lo sabes.
—Y si las brujas están mintiendo, ¿entonces qué? ¿Realmente le
crees a Sursea? —Se levantó de su enorme escritorio, clavando un dedo en
la espada que se negaba a tocar. Era probablemente la única daga que el
general de la guerra no empuñaría. E irónicamente la que más necesitaba.
Sursea había jugado bien su juego—. Han demostrado que mienten y
manipulan una y otra vez. ¿Dónde está nuestra garantía de que si te apuñalo
y te quito todo tu poder, no morirás? ¿Cómo sabemos si la espada requiere
de tu magia o si simplemente desean tomarla para sí mismas? No tenemos
suficiente información y no me arriesgaré a que tú o tu magia sean
entregadas a un enemigo, especialmente cuando Sursea está involucrada.
Apreté los labios. No podía decirle quién me había dado la
información o quién me había ayudado.
—Confío en mi fuente. Y tú tendrás que confiar en mí.
—Confiar en ti no es el problema. —Ira se alejó, con las manos
flexionadas a sus lados—. Tu fuente también puede ser de confianza, pero
no hay garantía de que su información no haya sido plantada. Puede que no
sea consciente de que es falsa. Si supiera de quién has sacado esto, podría
investigar más.
Ya había considerado que la memoria de Claudia podría haber sido
manipulada y decidí seguir adelante. Miré el reloj que había cerca de la
chimenea. No estaba segura de cuánto tiempo duraba el proceso de
eliminación de mi magia y no quería seguir discutiendo. Amaba a mi
marido, pero nunca traicionaría a mi amiga por segunda vez. Claudia tenía
derecho a elegir si deseaba volver a involucrarse con los príncipes del
Infierno.
Tampoco pondría a Ira en una posición en la que tuviera que ocultar
este secreto de su hermano. Si Orgullo descubriera que Ira sabía que su
esposa estaba viva y dónde podía encontrarla, eso no sería algo fácil de
pasar por alto o perdonar. Con buena razón.
Extendí las manos, suplicando.
—La espada podría matarme, pero también podría hacer
exactamente lo que tú, tus hermanos, Sursea y mi fuente dicen que hace:
romper maldiciones. Cuando te invoqué por primera vez, dijiste: “Un día
me llamarás Muerte”. Tenías que saber que esto era una posibilidad. Y eso
no te habría detenido entonces. No te vuelvas blando ahora, demonio. No
cuando más necesitamos de tu pecado.
La mirada de Ira era puro fuego dorado cuando chocó con la mía.
—Detente.
—No. —Percibí el ascenso a fuego lento de su pecado y me acerqué
a él, mirándolo de pies a cabeza—. Cuando te apuñalé, lo odié. Odié que
me hicieras hacer algo tan brutal. Pero era necesario. No quiero traer al
mundo solo venganza y odio. Quiero corregir un terrible error. Es lo
correcto y sé que te importa la verdadera justicia, la justicia justa. Incluso
cuando es difícil o personal. Y entonces, cuando seas capaz de amarme
plenamente, serás libre de decírmelo. —Me puse de puntillas y acerqué mis
labios a su oído—. Entonces me tomarás aquí mismo. Sobre tu escritorio. Y
me lo demostrarás.
La mandíbula de Ira estaba tan apretada que era un milagro que no
se le rompieran los dientes. Se echó hacia atrás y me miró fijamente con
una extraña mezcla de emociones en su rostro, como si memorizara mis
rasgos y al mismo tiempo buscara desesperadamente una forma de salir de
esto. Pero, el poderoso demonio de la guerra sabía que yo tenía razón.
—¿Tienes mi cornicello? —pregunté—. ¿Y el de Vittoria?
La temperatura cayó en picado.
—¿Crees que mis alas me tentarán? —La voz de Ira era baja y
peligrosa mientras merodeaba por la habitación—. ¿Que te pondría en
riesgo para recuperarlas?
—No. Pero quiero asegurarme de que cuando la maldición se
rompa, hayamos tenido éxito de verdad. Si tus alas se restauran, habrá una
prueba física de que se ha roto. —Mi aliento salía en pequeñas nubes
blancas mientras el aire se volvía más frío. La escarcha cubría el candelabro
de hierro sobre nosotros—. Vamos a superar esto, Samael. —Un nuevo
pensamiento cruzó mi mente. Mi marido quería a una igual, así que quizás
la pérdida de mi magia era otra carga que no deseaba soportar—. ¿Estarás
bien si no tengo magia?
Me lanzó una mirada incrédula.
—No has tenido acceso a todo tu poder durante veinte años, según
la forma en que funciona el tiempo en las Islas Cambiantes y solo podías
lanzar hechizos mínimos como bruja de sombra. Aparte de mi enfado por el
hecho de que te hicieran eso y no pudieras saber la verdad, eso no me
importaba lo más mínimo.
—Pero esto será diferente. Nunca volveré a tener tanta magia o
poder. ¿Es algo que te preocupa? ¿Por tu corte? Estoy segura de que hay
más como lord Makaden que alborotarán a la gente y dirán chismes.
Llamándote débil. ¿Es elegir tu corazón algo que traerá destrucción a tu
Casa?
Su ira se encendió mientras me miraba fijamente.
—Me importa un carajo mi corte, mi lady. La magia no te hace
poderosa. Tu valor. Tu corazón. Tu mente. Tu propia alma te hace una
fuerza a ser tomada en cuenta. Mi única preocupación es si sobrevivirás. Te
tomaré sin magia. Sin malditos títulos reales. O sin preocuparme por nada
más que tu felicidad. Una vez que recupere todo mi poder, tendré suficiente
magia para los dos. Confía en eso.
Si tan solo pudiera compartirla. Tomé su mano, frotando mi pulgar
en círculos tranquilizadores sobre su piel.
—Se nos acaba el tiempo. ¿Dónde me pongo, junto al escritorio o es
más fácil si me siento?
Negó con la cabeza.
—Mandaré llamar a la Anciana. Tiene que haber una forma de
evitar esto.
—No sabemos dónde está. —Apreté su mano suavemente—. Y si
esperamos más, puede que no volvamos a tener esta oportunidad. Por favor.
No me ocultes tu corazón por miedo.
Le solté la mano y me acerqué al escritorio, arrancando la Espada de
la Ruina de donde la había clavado y la extendí, con la empuñadura por
delante.
—Toma esto. —La escarcha besó la madera, cubriendo los diarios
de cada Casa demoníaca. Lo ignoré. La temperatura no se calentó, pero Ira
finalmente llegó a mi lado y aceptó la espada. Era demasiado pronto para
sentir alivio, pero se había superado el primer obstáculo—. Toma los
amuletos y póntelos. Cuando estés listo, empezaremos.
En silencio, Ira sacó una bolsa de un compartimento secreto cerca
de la chimenea y se vació el contenido en la palma de su mano. La plata y
el oro brillaron a la luz del fuego. Nuestros amuletos.
No sentí nada al mirarlos. Ningún sentimiento de nostalgia. Ningún
recuerdo cálido de haberlos bendecido cada luna llena con Vittoria mientras
Nonna nos guiaba. Los vi como lo que eran: objetos que habían causado
dolor y tormento a mi marido durante años. Objetos que traían confusión a
mis recuerdos y a los de Vittoria, obligándonos a permanecer en la
oscuridad. Era hora de que volvieran al lugar al que pertenecían. Ira los
pasó por encima de su cabeza, con la mandíbula desencajada, mientras
volvía a donde yo esperaba.
Se puso delante de mí, con la espada en el puño y me miró
fijamente. Su expresión era tan fría como el aire. Mi marido volvía a
ponerse esa máscara, convirtiéndose en el rey que su reino necesitaba,
incluso más allá de su corte. Se estaba convirtiendo en el compañero que yo
necesitaba.
Habíamos pasado por el infierno y regresado, literalmente, y esto
arreglaría nuestro mundo. Contuve mis propias emociones, negándome a
mostrar un segundo de duda. Si percibía alguna inquietud, nos condenaría
para la eternidad.
La atención de Ira se dirigió finalmente a mi corpiño. Era un
sencillo vestido de color oro rosado con flores de color lavanda, azul pálido
y verde bordadas en él. Después de regresar de ver a Claudia, me había
cambiado rápidamente. No quería que quedara ningún rastro de dónde había
estado y no había pensado mucho en lo que había tomado del armario.
Ahora me daba cuenta de mi error al ponerme el rosa pálido en lugar
del negro. Mi marido me vería sangrar mientras retorcía la daga. Al igual
que yo había visto cómo su camisa blanca se volvía roja cuando lo había
apuñalado. No era el tipo de favor que deseaba devolver.
Con dedos ágiles, me desabroché la parte delantera del vestido,
separando ligeramente la parte superior, lo suficiente para dejar al
descubierto la piel desnuda sobre mi corazón. Le sostuve la mirada,
volcando en ella todo el amor y la emoción que sentía por él. Imaginé lo
que se sentía al besarlo, lo increíble que era hacer el amor con él y sentirlo
unido a mí como si fuéramos uno solo.
El odio, el miedo y la venganza nos habían separado. Y el amor nos
curaría.
Nonna Maria me dijo una vez que siguiera a mi corazón y aunque
había mentido antes, aunque ya no tenía un corazón mortal, ahora sentía la
verdad en eso. El amor era la magia más poderosa. No importaba cuántos
giros y baches hubiera encontrado en el camino, finalmente había
encontrado mi hogar. Y nadie, ninguna maldición, ninguna fuerza este reino
o en el siguiente me lo quitaría de nuevo.
—Te amo.
Ira no pudo decírmelo de regreso, pero la frialdad abandonó sus
rasgos. Acercó su boca a la mía, su beso apasionado y lleno de anhelo.
Había sentido las emociones que le había transmitido, sabía que quería
hacerlo con cada fibra de mi maldita alma. Lo besé con la misma intensidad
y libertad. Su lengua exigió entrar y cuando mis labios se separaron, sentí el
escozor del metal empujándose en mi pecho. Ira me mordió el labio,
distrayéndome del dolor mientras la Espada de la Ruina se hundía más
profundamente.
—Incipio. —Ira pronunció el hechizo de activación contra mis
labios mientras yo gritaba, el sonido amortiguado mientras mi marido me
besaba de nuevo con desesperado fervor. Como si la conexión de nuestros
labios y lenguas me atara a él. Como si eso evitara que me desvaneciera en
el reino de la Muerte.
En cuanto Ira activó el hechizo, mi magia se disparó, sintiendo que
un nuevo maestro tomaba el control. La Espada de la Ruina. Mi poder no
quería ser parte de ello; no deseaba obedecer a un nuevo maestro. Me
estaban arrancando un infierno furioso y luchaba contra la atracción de la
espada, pero yo había dado mi poder libremente, de buena gana. Y no podía
superar la invocación.
Grité mientras mi cuerpo ardía y la espada se calentaba. El metal me
abrasaba por dentro y nunca había conocido una tortura tan intensa como la
de ese momento. La boca de Ira se desplazó por mi mandíbula hasta mi
sien, sus brazos me rodearon como si pudiera arrancar el dolor.
—Shh. —Me dio un beso en la sien—. No pasa nada. Pronto se
acabará.
Intenté concentrarme en sus ligeros besos, intenté aferrarme a la
pequeña luz que me ofrecía. Pero fue inútil. El dolor surgió y se estrelló,
arrastrándome con él. Esto era peor que cuando Vittoria me quitó el corazón
mortal. No había fin ni sentido del tiempo mientras la espada seguía
arrancándome la magia.
El fuego dorado estalló entre nosotros, la espada devorando las
llamas con avidez antes de que pudieran tocar a Ira. Cerré los ojos, con los
dientes apretados, mientras el calor alcanzaba temperaturas insoportables.
El sudor me salpicaba la frente, me resbalaba por el pecho y chisporroteaba
contra la espada.
Lágrimas caían por mi rostro, humedeciendo los dedos de Ira, que
aún apretaban con fuerza la empuñadura de la Espada de la Ruina. Mi
instinto de supervivencia, de conservar mi poder, me hizo querer
contraatacar. Me costó un esfuerzo que no sabía que poseía bloquear los
brazos a mis costados, alejar mi magia. La tortuosa transferencia mágica se
prolongó durante unos largos minutos que parecieron horas.
Un agujero en mi centro crecía, y donde antes brotaba el poder, poco
a poco era reemplazado por nada. Mi cuerpo se debilitaba con cada gramo
de magia que me abandonaba y el instinto de lucha desaparecía de mi
cuerpo tenso. Mis gritos disminuyeron mientras mis rodillas temblaban y,
de repente, la daga se liberó. Cayó al suelo mientras Ira me levantaba y me
acunaba contra su pecho. Su corazón latía frenéticamente, al ritmo de mi
propia sangre.
No había muerto, pero parecía que una parte no tan pequeña de mí
lo había hecho. Un sollozo se liberó y no pude saber si era un alivio por lo
que habíamos hecho o una pena por lo que había perdido. Quizá fueran
ambas cosas. Cerré los ojos como si eso fuera a impedir que las lágrimas
siguieran cayendo.
Ira me abrazó con más fuerza, meciéndome durante varios largos
minutos, hasta que la abrumadora sensación de pérdida retrocedió un poco.
No quería que se arrepintiera de nuestra elección y luché por
recomponerme.
El calor seguía rodeándonos y por fin conseguí abrir un ojo. Unas
hermosas y ardientes alas de fuego se extendían desde detrás de Ira. De
puntas plateadas y feroces. Otra lágrima se deslizó por mi mejilla. Esta vez
no por la tristeza o el dolor, sino por haber presenciado la gloria divina tan
de cerca. Vittoria y yo éramos diosas del inframundo, pero Ira era la
verdadera divinidad y me sobrecogió la fuerza del amor que irradiaba a su
alrededor.
Esa sensación de gran pérdida, ese dolor por haber renunciado a mi
magia, no desapareció, pero permití que ese sentimiento de asombro
limpiara mi tristeza. Para recordarme todo lo que había ganado. Todo lo que
habíamos ganado. La maldición se había roto de verdad. Esta parte de
nuestra pesadilla había terminado.
Tanto arriba como abajo. Juntos habíamos logrado el equilibrio.
Habíamos ganado. Y sin embargo...
—Son increíbles —susurré, parpadeando mientras las alas crecían
de forma imposible. Nunca había visto algo tan impresionante y mortal en
toda mi vida. Incluso cuando nos habíamos conocido antes, Ira nunca me
había mostrado sus alas. Eran un arma que mantenía oculta—. Eres
increíble.
Ira me abrazó con más fuerza, su barbilla apoyada ahora en mi
cabeza. La tensión aún no había abandonado su cuerpo, en todo caso, estaba
más tenso que antes.
Tampoco había pronunciado una sola palabra desde que rompimos
la maldición.
Una gota de sudor se deslizó desde el nacimiento de mi cabello
hasta mi cuello y me estremecí. Ira se agitó ligeramente, enterrando su
rostro en mi cabello y me di cuenta de que no era sudor, sino lágrimas. Hice
acopio de la energía suficiente para rodearlo con los brazos, abrazándolo
mientras lloraba.
—Estamos bien —dije con voz entrecortada—. Todo está bien. Se
acabó.
Sus poderosas alas se agitaron y entre las llamas de las plumas
interiores había mil pequeñas motas de oro. Mi atención se deslizó de las
motas de oro a las puntas de plata. Los colores de cada uno de nuestros
amuletos eran aspectos de sus alas. Siempre me lo había preguntado. Una
vez pensé que significaba que uno estaba bendecido por la diosa del sol y el
otro por la diosa de la luna. Qué equivocada estaba.
Ira inhaló una vez, luego exhaló lentamente. Apoyó sus labios en mi
frente y me puso de pie. No podía dejar de mirar las alas de fuego. Me
recordaban a mi magia, pero no me resultaban familiares. Se trataba de su
magia hasta la médula y sin embargo, me sentía atraída por ellas como una
polilla a la llama. Me estiré para tocar una pluma, pero retiré la mano y miré
a Ira con timidez.
—Olvidé que ahora el fuego probablemente me quemará.
La tristeza volvió a invadirme mientras buscaba inadvertidamente
mi magia. Una grieta en mi centro se abrió aún más ante el vacío que había
allí; era el lugar en el que antes se acurrucaba la Fuente, esperando que la
aprovechara. Ahora no había nada. Sentí como si hubiera perdido un
miembro; mi cuerpo seguía buscando, confundido cuando no encontraba
nada en absoluto. Parpadeé hasta que pude controlar las lágrimas que caían.
A pesar de mi pérdida, me alegraba haber roto la maldición. Quería
redimirme por el papel que había desempeñado como diosa de la venganza.
Pero incluso a través del bien, seguía llorando mi pérdida. La sentía
intensamente. Nunca más sabría lo que era manejar la magia del fuego.
—Tócalas. —Ira me observaba atentamente, percibiendo mi estado
de ánimo—. Soy capaz de controlar mis alas. Y aunque no lo fuera, eres mi
esposa. No te quemarán; simplemente las sentirás calientes.
Tentativamente, extendí la mano, enroscando los dedos entre las
mágicas plumas de llamas. Ira tenía razón: no quemaban. Era similar a
colocar una mano en una zona calentada por la luz solar, absorbiendo los
rayos. O pasar los dedos por el agua de un mar de verano.
Esto, al menos, era como mi magia. Reconfortante, pero capaz de
una destrucción masiva. Aunque el poder no era mío, sentía como si una
pequeña parte de mí continuara en él.
—Las alas representadas en tu salón del trono son de ébano —dije
—. No esperaba verlas así.
—Hice cambiar las vidrieras por las que había visto por última vez.
Pensé en la escena que había presenciado desde la piedra de la
memoria de Sursea, en cómo las alas se habían vuelto del color de la ceniza
cuando ella había drenado su magia. Me alegraba que hubiéramos ganado.
De haber derrotado a alguien tan impulsado por el odio mediante el poder
de nuestro amor.
Mis labios se curvaron hacía arriba mientras acariciaba otra pluma y
las llamas revoloteaban burlonamente contra mi piel. Arrastré otro dedo por
el borde exterior de su ala y la misma sensación recorrió mi espalda. Mi
atención se dirigió a mi marido, notando inmediatamente la expresión
tortuosa que llevaba.
—¿Qué fue eso? —pregunté mientras un calor se deslizaba por mi
columna vertebral, similar al de una pluma que me acariciaba ligeramente.
La piel me cosquilleó agradablemente durante unos segundos más donde la
pluma mágica había tocado.
—Puede que haya olvidado mencionar una habilidad que perdí
cuando me quitaron la magia de fuego.
Otra pluma de calor meloso serpenteó por mi cuello, deslizándose
por la clavícula antes de descender para acariciar con cariño la herida que
me había causado la Espada de la Ruina.
La pluma se extendió lentamente hacia fuera, trazando círculos a lo
largo de mi pecho. Cualquier vacío o dolor persistente se disipó cuando el
parpadeo del calor recorrió el tenso montículo, haciendo que un nuevo calor
se desplegara desde mi vientre hacia abajo.
—Que el diablo me maldiga. —Mis dedos se clavaron en los
hombros de Ira mientras aquel perverso cordón de placer se desplazaba
hacia mis caderas, para luego enroscarse en el interior de mis muslos.
—Preferiría no hacerlo, mi lady. Ya estoy harto de maldiciones. —
La risa de Ira era profunda y sensual mientras esa pluma revoloteaba contra
mi muslo y yo maldecía en voz baja—. Lujuria no es el único que puede
manifestar el deseo. Solo que este no es tuyo. —Me mordisqueó el lóbulo
de la oreja antes de besar el escozor—. Es mío.
Lo que había empezado como una sensación suave y parecida a una
pluma se convirtió en un dedo de calor. Ira sonrió mientras volvía a
acercarnos a una estantería de libros y me inmovilizaba lentamente los
brazos por encima de la cabeza. Sus gloriosas alas se abrieron de par en par,
cubriéndonos con nuestro propio y ardiente manto de pasión al rojo vivo.
Se inclinó hasta que sus labios rozaron mi oreja.
—¿Te gustaría ver qué cosas pecaminosas puedo hacer con ellas, mi
lady?
VEINTISÉIS
El calor pulsaba entre mis muslos. La magia de Ira era tan suave
como el terciopelo mientras me acariciaba suavemente, esperando una
respuesta. La herida de la daga se desvaneció rápidamente de mi mente,
gracias en parte a la rápida curación de mi inmortalidad y las exquisitas
caricias de mi príncipe. En lugar de pensar en la pérdida de mi magia, me
concentré en mi esposo y el brillo perverso en sus ojos, la privacidad
seductora que brindaba su cortina de alas y todas las cosas que podíamos
hacer aquí.
Mi atención se posó en sus labios carnosos mientras imaginaba
vívidamente los lugares y las posiciones interesantes en los que podríamos
hacer el amor. Perder mi magia me dolía profundamente, pero de repente
imaginarme a Ira y a mí uniéndonos en lo alto de nuestro reino, entre la
luna y las estrellas, me quitó parte del dolor.
Si buscaba lo suficiente, todavía encontraría magia en las cosas
cotidianas. Y hacer el amor con el rey de los demonios entre las estrellas no
era nada normal. La maldición se rompió y no había límites para lo que
podíamos lograr juntos. Miré las esposas que colgaban del techo en la
alcoba, y nuevos pensamientos tortuosos me inundaron.
—No puedo decir exactamente lo que estás pensando, pero puedo
sentir lo que estás sintiendo ahora. —Besó la base de mi garganta y mis
ojos se cerraron. Ira sabía exactamente dónde tocar para volverme loca de
necesidad—. Si me quieres, di las palabras, mi lady. —Trazó la carne
desnuda a lo largo de mi corpiño, su caricia una seducción en sí misma—.
Mi reina. —Bajó la cabeza y, donde acababan de tocar sus hábiles dedos,
usó ahora la lengua—. Mi amor.
Su boca se cerró sobre mi pecho, y me quedé sin aliento por sus
palabras y la forma en que dibujó en mi carne, chupando y jugueteando con
mi ropa.
—Te quiero, Samael.
Acababa de terminar de susurrar mi consentimiento cuando la magia
caliente de Ira se desató. Esas caricias suaves, decadentes, como plumas, se
movieron a través de mi sexo, provocando mi carne hasta que perseguí la
sensación que se formaba dentro de mí. Otra pluma de calor lamió mis
pechos, reemplazando la boca de Ira mientras mi esposo me besaba
tranquilamente.
Con mis manos aún sobre mi cabeza y la lengua de Ira en mi boca,
su magia me acarició por todas partes a la vez. El placer se disparó a través
de mí, electrificando cada nervio mientras el demonio intensificaba su
magia, alimentando más de su poder a esos dedos fantasmales de éxtasis.
Ira se había llamado a sí mismo Su Alteza Real del Deseo
Innegable, y pensé que había probado ese nivel de seducción antes. Pero
nada, nada, comparado con esto.
Ni la magia de Lujuria ni la de Avaricia. La fiesta pecaminosa de
Gula y las parejas testigos perdidas en la agonía del puro éxtasis, nada de
eso se comparaba con la magnitud del... amor de Ira.
No era simplemente la magia que estaba usando para aumentar mi
placer, ni tampoco el inmenso poder que tenía. Fue la atención y el cuidado
que usó, el deseo interminable de complacerme, de satisfacer a la persona
que amaba en todas las formas imaginables, lo que realzó la experiencia. El
deseo de Ira de mostrar su amor por mí superaba con creces cualquier deseo
más bajo de mi cuerpo. Él también quería eso, pero era mi corazón lo que
anhelaba por encima de todo. Mi mente y mi alma. Justo como yo quería
los suyos.
La magia de Ira se deslizó dentro de mí, la sensación era una mezcla
gloriosa de besos calientes y embestidas profundas que me llenaban y me
estiraban, perfectamente sincronizadas con cada movimiento de su lengua
contra la mía. Mientras tanto, ese calor mágico agitó mis pechos hasta que
se volvieron pesados por la necesidad. Ira me besó con más fuerza, frotando
sus caderas contra las mías, su erección golpeando todos los lugares
correctos. Me retorcí contra él, buscando la liberación.
—Ira.
No tuve que dar más detalles. En un movimiento emocionante, mi
esposo me rodeó con un brazo y nos llevó volando la corta distancia hasta
su escritorio. Con un ala, limpió diarios y botes de tinta de la superficie
antes de acostarme sobre ella. Un instante después, se había quitado los
pantalones y se elevaba sobre mí, luciendo como un dios brutalmente
hermoso. El príncipe demonio no me arrancó el vestido como su expresión
insinuaba que deseaba; lo deslizó por mi cuerpo mientras se movía sobre
mí.
Bebió cada centímetro de mi piel como si fuera todo lo que
necesitaba en la vida. Un destello de algo ilegible cruzó su rostro, pero
aplastó cualquier duda o preocupación que hubiera sentido.
Cuando presionó la cabeza roma de su erección en mi entrada y
empujó lentamente, acercó su boca a la mía y susurró:
—Te amo.
Las lágrimas inundaron mis ojos. Lo abracé con fuerza, guardando
este momento en la memoria. A pesar de que me había demostrado que me
amaba, escucharlo... hizo que las partes malas que habíamos soportado de
alguna manera fueran más soportables. La última vez que dijo esas fatídicas
palabras, las olvidé inmediatamente.
—Te amo. —Tomé su rostro entre sus manos y lo besé castamente,
saboreando la dicha del momento cuando nos unimos por completo. Ira se
echó hacia atrás, su mirada fija en la mía. Por un momento, no se movió.
Sus puños estaban plantados a ambos lados de mí, duros contra el
escritorio, su cuerpo igual de tenso.
Se estaba preparando a que la maldición se vengara una vez más.
Me arrancara de él, excepto que esta vez sería por una eternidad.
El diablo maldiga a Sursea. Estaría condenada si le permitiera
arruinar este momento. No renuncié a mi magia para ver la mirada
atormentada en sus ojos, el destello de incertidumbre cuando finalmente
admitió cómo se sentía y no adormeció sus emociones con una poción.
Tampoco permitiría que surgieran dudas cada vez que dijera esas tres
preciadas palabras.
Moví mis caderas hacia arriba, atrayéndolo al presente y
atrayéndolo más profundamente dentro de mí. Estábamos aquí. Juntos. Y
nada cambiaría eso. A menos que decidiéramos asesinarnos entre nosotros,
él era mío. Y yo era suya. Para la eternidad.
—Por favor, dilo de nuevo. —Pasé mis manos arriba y abajo de sus
brazos, tranquilizándolo, suplicando. Sus alas se extendieron a ambos lados
como armas, el calor hizo que el aire a nuestro alrededor brillara. Ira, el rey
de los demonios, sin miedo a nada, excepto a perderme, vaciló—. Todavía
estoy aquí. Estamos bien.
Trazó mis rasgos con su mirada.
—Te amo.
—Yo también te amo. Demonio. —Me estiré y acaricié una pluma
cálida, maravillándome por el hormigueo en todo el cuerpo que sentí de
repente. Dejé de jugar con sus alas y tiré de él para darle un largo beso. Solo
le tomó un momento responder, su boca moviéndose sobre la mía con
avidez. Gracias a la diosa, su mente finalmente estaba en cosas más
placenteras—. Ahora que eso está resuelto, muéstrame todos tus nuevos
trucos. Quiero que me lleves a cada superficie y cada maldita pared de esta
cámara.
Los últimos vestigios de estrés lo abandonaron y fueron rápidamente
reemplazados por un brillo pícaro en sus ojos.
—Probemos la mitad de las superficies por ahora, mi amor. Incluso
con tu cuerpo inmortal, dudo que puedas manejar todo mi… poder.
Príncipe engreído del Infierno. Empujé hacia arriba, ganándome una
maldición sorprendida del demonio seguida de un gemido de placer cuando
repetí el movimiento.
—Pruébame, demonio.
—Recuerda, te lo advertí, esposa.
Las alas del demonio brillaron con un brillo plateado cuando las
trajo a nuestro alrededor. El calor mágico volvió y se movió por mi cuerpo
como miel caliente, deslizándose donde Ira y yo ya estábamos unidos. El
calor pulsó allí durante un minuto, pulsando mi cuerpo hasta que zumbaba
con necesidad. Luego, mi esposo comenzó a librar la mejor clase de guerra:
lentamente sacó y empujó, el calor mágico hormigueó tan intensamente que
llegué antes de que él realmente comenzara.
—Joder —juré. Repetidamente. Las únicas palabras o pensamientos
coherentes de los que era capaz.
La risa baja de Ira, combinada con sus continuas embestidas
profundas, me hizo retorcerme en el escritorio, mi espalda se arqueó alto
mientras mi cuerpo explotaba por la sensación una y otra vez.
—Tranquilízate, mi amor —dijo—. Ni siquiera hemos dejado el
escritorio todavía.
—Te odio —grité, el sonido demostraba que sentía todo lo contrario,
ya que rápidamente se convirtió en un gemido de placer—. Te odio de la
manera más oscura.
—Me has dicho eso antes. —Ira tiró de mi corpiño y lo acarició
contra mi corazón antes de dirigir su atención a mis pechos agitados—.
Veamos cuánto me odias ahora.
Mi esposo se desvistió a sí mismo y a su magia, y pronto ni siquiera
necesitó sus alas para llevarnos a las alturas. Nos juntamos, murmurando las
palabras que nos habían robado, una y otra vez hasta que volamos más alto
y caímos por el borde una, dos, luego media docena de veces más.
VEINTISIETE
Ira exprimió cada gota de humedad de la tela de lino, goteando agua
jabonosa y burbujas por la parte delantera de mi cuerpo. Me apoyé en su
pecho y cerré los ojos, disfrutando de la primera relajación pura que
habíamos experimentado.
Después de que logramos hacer el amor encima de solo dos
superficies en su biblioteca privada, para gran diversión del demonio, nos
llevó mágicamente a su cámara de baño para un refrescante baño. Sus alas
estaban escondidas, pero juro que todavía sentía el calor residual persistente
a nuestro alrededor.
Acurrucada entre sus poderosas piernas, con la cabeza apoyada en el
hueco de su hombro mientras él deslizaba tranquilamente la ropa sobre mi
cuerpo, liberé la tensión restante que había estado cargando durante los
últimos meses. Todavía quedaban asuntos por resolver: qué hacer con la
Primera Bruja, además de limpiar el nombre de mi hermana. Demostrar que
Vesta estaba viva y bien y se fue por su propia voluntad, y que mi gemela
no tuvo nada que ver con su “asesinato”. Y cualquier problema que las
Brujas de las Estrellas aún pudieran estar tramando. Esperaba que mi
demostración de magia fuera suficiente para mantenerlas en las Islas
Cambiantes por un tiempo. Y en cuanto a los vampiros, después de la brutal
exhibición de Ira, creía que permanecerían en su región y reconsiderarían
cualquier atisbo de guerra.
Pero por ahora, con la maldición finalmente rota, teníamos un
momento para simplemente respirar, para disfrutar de la compañía del otro
sin que nadie interfiriera o ningún reloj marcara nuestro tiempo juntos.
Nada me gustaría más que posponer el trato con esas piezas finales durante
un mes.
El sueño tiró de mí y cedí a la atracción seductora de los sueños.
Había sido un recorrido largo y agotador. Pasé de eliminar la amenaza de
las brujas cuando invadieron el círculo de Avaricia a asistir a un baile de
celebración en el Pozo de la Memoria; desde allí amenacé a Sursea, visité a
Claudia para recuperar la daga y rompí la maldición.
Descansar nunca se sintió tan bien.
—Deberíamos enviar las invitaciones dentro de una hora. —La
profunda voz de Ira me despertó sobresaltada—. Para la coronación.
Querremos coronarte al anochecer, si es posible. Con la maldición rota y tu
magia desaparecida, es el mejor momento para que alguien ataque.
Y así, la serenidad se fue. Me retorcí en sus brazos.
—Recuérdame que no cometa el error de pensar que un baño
contigo alguna vez será pacífico. Primero el discurso de la Espada de la
Ruina, ahora esto. —Sonreí mientras sacudía la cabeza—. Es bueno que te
ame, o desearía mantener tu cabeza bajo el agua por unos segundos.
Besó la punta de mi nariz.
—Al menos no dijiste unos minutos. Eso muestra progreso, mi lady.
—Quizás simplemente disfruto demasiado de ciertas partes de ti
como para renunciar a ellas para siempre.
Me salpicó agua.
—Me aseguraré de que esas partes satisfagan tus necesidades todos
los días, para no encontrarme en el lado equivocado de tu espada.
—Demonio inteligente. —Acaricié cariñosamente su mejilla. La
seriedad reemplazó a la ligereza—. ¿Quién crees que atacará? ¿Las brujas?
—Sursea está en cautiverio, pero dudo que su ubicación haya
permanecido en secreto. El aquelarre podría estar planeando algo mientras
se reagrupan. Ya organizaron un ataque a la Casa de la Avaricia. Sin el
miedo a tu magia, podrían atacar aquí a continuación.
—Para liberar a Sursea.
Ira asintió, con una expresión sombría en su rostro.
—Si lo cronometran perfectamente y de alguna manera logran
burlar mis defensas, podrían liberarla mientras estamos en la coronación.
—Sería una distracción ideal. Una buena oportunidad. Pero
¿realmente volverían a intentar algo tan pronto después de haber perdido a
tantas?
—Creo que serían lo suficientemente inteligentes como para dejarlo
en paz, especialmente después de recibir un golpe tan grande en sus fuerzas,
pero uno nunca puede estar demasiado seguro.
Estudié a mi marido.
—Incluso si es poco probable, todavía estás sospechando que ocurra
el ataque.
—Si se presenta una oportunidad tentadora, la mayoría no la deja
pasar. Incluso si creen que es una trampa. Siempre hay una posibilidad de
que no lo sea. O que todavía tengan una tasa más alta de éxito.
—Lo cual sería cierto. Ya que ambos estaríamos ocupados.
—No solo ocupados. La coronación se llevará a cabo en el Corredor
del Pecado, frente a cada uno de mis hermanos.
No fue el miedo lo que hizo que mi estómago se retorciera, sino la
inquietud.
—Podrían atacar cada Casa del Pecado mientras todos los príncipes
no están.
—O podrían enfocarse en el Corredor del Pecado.
Y si lograran liberar a Sursea, no tendrían que preocuparse por los
números que perdieron. Sin duda anhelaban venganza, y potencialmente
podrían destruir a todos los príncipes demonio y al menos a una diosa si se
arriesgaran. No me gustaba, incluso con el poder combinado de los siete
príncipes del Infierno, parecía un riesgo demasiado grande.
—¿Por qué no tener la ceremonia aquí? —pregunté.
—La coronación de un príncipe o princesa consorte tendría lugar en
la Casa del Pecado sobre la que gobernarían. Pero para ser coronada reina,
la ceremonia debe tener lugar en el corredor. Muestra que gobernarás de
manera imparcial y justa sobre cada Casa del Pecado, en caso de que algún
príncipe solicite ayuda. No ha sucedido; mis hermanos son más que capaces
de atender sus círculos, pero la ley sigue vigente.
Hubo un ligero destello de emoción en la mirada de Ira,
recordándome nuestra pelea con los hombres lobo. Mi marido era un
pagano encantador. No estaba nervioso por un posible ataque; él lo
anticipaba. Superar a sus enemigos era un desafío, una oportunidad para
crear una estrategia y usar su poder. Y si sabía algo sobre mi esposo, él ya
tenía un plan en marcha.
—Si creen que la Primera Bruja está aquí, atacarán. Así que vas a
cambiar de sitio a Sursea. —Lo miré especulativamente—. En lugar de
desterrarla como esperabas, la enviarás a la Casa del Orgullo, ¿no es así?
La admiración brilló en sus ojos.
—Mi hermano estaba más que dispuesto a complacer mi pedido.
Sursea nunca estuvo en conocimiento en cuándo sería desterrada. Sólo que
lo sería. Después de lo que ella le hizo para corromper su matrimonio y
robarle a su esposa, él ha estado esperando una oportunidad como esta.
El recuerdo de Claudia cuando aún era Lucía cruzó por mi mente.
Me moví al otro lado de la bañera para enfrentar al demonio.
—¿Tú hermano todavía la ama?
—¿A Lucía? —preguntó Ira. Asentí. Puso mi pierna en su regazo y
comenzó a frotar las plantas de mis pies, pensando—. Solo él puede
responder eso. Sé que nunca ha dejado de buscarla. Él cree que ella está
viva en alguna parte. Que tal vez su madre también le puso un hechizo de
bloqueo. —Su atención se posó en mi pecho, donde había estado mi
corazón mortal—. Ahora que tú y Vittoria están restauradas, él está más
decidido que nunca a encontrar a Lucia y ver si su teoría es correcta.
—Pero ¿la amó alguna vez, o fue su orgullo y ego lo que lo hizo
codiciarla? Me imagino que habría sido toda una conquista como hija de la
Primera Bruja. La única bruja que se suponía que debía guiar a otras para
proteger el reino y mantener a raya a los príncipes del Infierno.
Ira se echó hacia atrás, con expresión pensativa.
—Mi hermano era y sigue siendo ampliamente conocido por sus
devaneos. Sobre todo porque es una imagen que quiere proyectar. Nunca le
había propuesto matrimonio a ninguna de sus amantes. Ni siquiera ha
pasado más de una noche con nadie desde Lucia.
—¿Estás seguro de que nunca se acostó con Vittoria? —pregunté,
pensando en nuestra conversación anterior.
La boca de Ira se levantó a un lado.
—Tu hermana es el único otro ser que lo iguala en muchos aspectos,
por eso su traición lo golpeó tan profundamente. Pero sigo sin creer que
alguna vez consumaron esa relación. Para entonces, ya había estado
tratando de trabajar en temas de su matrimonio, pero Lucía se distanció.
¿Personalmente? Creo que ella lo amaba tanto como él la amaba a ella, pero
podrían haber sido demasiado diferentes para que durara. Si las cosas
fueran diferentes, si hubiera conocido a Vittoria primero. —Levantó un
hombro y lo dejó caer—. Sé que nada de eso importa hasta que descubra lo
que le pasó a Lucía. Independientemente de lo que cualquiera pueda pensar,
Orgullo es leal.
—Si Lucía le hubiera que dejara de tener escarceos, ¿crees que lo
hubiera hecho?
Ira consideró eso por un minuto.
—En ese momento, creo que ya se había detenido. Y si no lo había
hecho, habría hecho cualquier cosa que ella le pidiera. En su corte, los
coqueteos no son escandalosos ni menospreciados de la misma manera que
lo son en el reino de los mortales. Si eso era lo que la hacía infeliz,
probablemente ni siquiera lo habría considerado como una posibilidad. No
por insensibilidad, sino por ignorancia.
Miré a mi príncipe de cerca.
—¿Es así como te sientes acerca de tener amantes?
Me dio una sonrisa lenta y diabólica.
—No, mi lady. Estoy bastante satisfecho con mi esposa.
—Buena respuesta, esposo. —Volví a pensar en la memoria de mi
amiga, en lo preocupada que había estado por su decisión de irse sin
escribir una nota—. ¿Crees que Lucía fue asesinada?
—Nunca encontré un rastro de ella cuando miré. Y cuando
comenzaron los nuevos asesinatos, pensé que tal vez uno de los enemigos
de Orgullo la había encontrado. —Levantó un hombro—. Después de
encontrarte de nuevo, creo que ella puede estar viva y bien. Orgullo había
buscado brujas con líneas de sangre más fuertes que coincidieran con la de
ella, las que tenían la mayor cantidad de magia de diosa, pero no ha
encontrado descendientes directos. Tiene una cámara dedicada a los
grimorios y la historia de las brujas. Esperaba que si encontraba el linaje
correcto, trabajaría hacia atrás hasta encontrar a Lucía.
Ira continuó masajeando mis pies, y mi mente vagaba a través de la
maraña de mentiras, engaños y esquemas en los que todos habían estado
involucrados, tanto juntos como por separado. No es de extrañar que haya
sido difícil de desentrañar. Cuando Vittoria había dicho que el diablo estaba
buscando una novia, eso había sido cierto. Así como romper la maldición,
de una manera retorcida, implicaba que el diablo se casara dentro de un
cierto período de tiempo. En este reino, Ira solo tenía seis años, seis meses y
seis días antes de que todo se perdiera, mientras que en las Islas Cambiantes
habían pasado casi veinte años.
Nuestro vínculo y mi posterior sacrificio habían roto la maldición.
Sin embargo, los asesinatos de las brujas desafortunadamente se enredaron
con la búsqueda de Orgullo para encontrar a Lucia: había estado buscando
mujeres descendientes de Brujas de las Estrellas, con la esperanza de
encontrar a su exesposa.
Sin que él lo supiera, Vittoria también buscó a las Brujas de las
Estrellas, pero para su propio beneficio: las persiguió porque sus matriarcas
nos habían bloqueado con hechizos hace mucho tiempo.
E Ira había investigado cada uno de esos asesinatos para ver quién
estaba matando a cualquiera que estuviera potencialmente relacionado con
Lucia. Recordé la noche en que invoqué a Orgullo, a diferencia de cuando
invoqué a Ira, Orgullo no pudo aparecer.
La mano de Ira se deslizó hasta mi pantorrilla y me apretó
suavemente.
—¿Qué estás pensando ahora?
—Finalmente entiendo por qué estabas tratando de detener los
asesinatos —admití—. La maldición tomó tus alas, pero encerró a Orgullo
en los Siete Círculos, ¿correcto?
—Sí. Cuando entró en vigor, tomó algo de cada príncipe. Orgullo
perdió su capacidad de viajar fuera de nuestro reino, lo que obstaculizó su
intento de localizar a Lucia.
Sabiendo lo que sabía ahora sobre la noche en que se fue la esposa
de Orgullo, eso tenía que ser terrible. Correr a casa después de que Ira casi
destruye a sus hermanos, solo para descubrir que su esposa se fue sin dejar
rastro. Luego, estar encerrado en los Siete Círculos sin ninguna forma de
buscarla... era otra forma de infierno. En especial si realmente no había
hecho las cosas que Lucía creía que había hecho. Era trágico para ambos.
—¿Y tus otros hermanos? ¿Qué perdieron?
Ira negó con la cabeza.
—Nunca me han hablado de eso.
—Eso es peculiar, ¿no?
—Realmente no. Admitir haber perdido algo, incluso una pequeña
cantidad de poder, sería una señal de vulnerabilidad. No arriesgarían sus
cortes. Solo supe lo que Orgullo perdió porque entendía cómo se sintió
cuando te perdí. Dejó su pecado a un lado con la esperanza de que si te
encontraba, Lucía no se quedaría atrás.
Ahora que la maldición ya no era un problema, deseaba poder
arreglar todo, pero algunas decisiones no eran mías. Claudia había tomado
su decisión antes de que se activara la maldición. Y aunque Vittoria y yo
habíamos jugado un juego terrible para el que habían contratado a la Casa
de la Venganza, mi amiga se había dado cuenta de que no estaba contenta
antes de nuestro complot. Las grietas habían aparecido en su relación
mucho antes de que su madre las resquebrajara. A veces, amar a alguien se
demostraba dejándolo ir, no aferrándolo más. Aunque no pude evitar
preguntarme cuál podría haber sido el final de su historia si solo hubieran
hablado.
—¿Estás bien? —Ira me empujó a través de la bañera y me subió a
su regazo—. ¿Es la pérdida de tu magia?
—Un poquito. —Froté sus hombros, notando que, a diferencia de
mí, ya no estaba tenso—. También quiero ayudar a tus hermanos. Odio que
el desorden se limpie solo en parte. Queda mucho por hacer.
Ira rozó sus nudillos contra mi mandíbula.
—Tú los has ayudado.
—Sé que romper la maldición ha ayudado hasta cierto punto, pero el
resto depende de ellos, ¿no?
—Retroceder para que alguien pueda recorrer el resto de su camino
solo suele ser la parte más difícil, especialmente cuando te importa. —Ira se
inclinó hacia delante y depositó un tierno beso en mi corazón. Cuando
volvió a mirarme, su expresión era contemplativa—. ¿Quieres convertirte
en reina?
Su pregunta me tomó por sorpresa. Lo pensé.
—Quiero estar a tu lado. Y si bien hay algunos aspectos poco
atractivos de gobernar; asumir la carga, convertirse en una fuerza unida, es
algo que sí quiero. —Sonreí con tristeza—. Puede que ya no ejerza la magia
de Furia, pero todavía la controlo. Estoy feliz de unirme a tu Casa. Se siente
bien.
Ira no dijo nada por un momento; simplemente me estudió de esa
manera intensa que indicaba que estaba viendo mucho más de lo que
deseaba compartir.
Mi atención cayó en esa tinta pálida en su clavícula, Acta non verba.
Puede que él no creyera que yo quería ser reina, pero tal vez podría
mostrarle lo contrario. Mis labios se curvaron.
—¿Necesitamos enviar las invitaciones en este momento o tenemos
un poco más de tiempo?
La mirada de Ira se tornó liquida cuando sintió mi verdadera
pregunta. Se endureció debajo de mí, demonio tortuoso.
—¿Qué tenías en mente, mi lady?
—Como si no lo supieras ya. —Lo guie hacia mí, riendo mientras él
maldecía en voz baja, y lo monté hasta que ambos maldecimos a los dioses
antiguos y nuevos.
VEINTIOCHO
—Me haré cargo desde aquí. —Por un momento, la máscara de
Orgullo de realeza orgullosa y libertina se desvaneció, revelando el
demonio calculador escondido debajo del encanto cortesano.
Desaparecieron la mayoría de los rastros de su pecado; la magia y el ego se
despojaron tan fácilmente como uno se quita un abrigo de invierno. El
demonio que estaba con nosotros en esta habitación se había ganado la
cicatriz que le atravesaba el labio y parecía orgulloso de ella.
Anir se hizo a un lado según lo solicitado, pero no dejó su puesto al
lado de Sursea. Ira no había dado la orden, y la lealtad de Anir hacia su rey
y su corte no tenía igual. Me paré junto a mi esposo, observando a Orgullo
asimilar lentamente la celda helada donde se encontraba la Primera Bruja.
Antes de su llegada, Ira me había dicho que era la primera vez que
el Príncipe del Orgullo se encontraba con su suegra desde la desaparición de
su esposa. Ahora, el ambiente en la mazmorra subterránea era tenso, como
si se hubiera encendido una cerilla cerca de un recipiente abierto de
queroseno, un infierno de muerte listo para estallar en cualquier momento.
El único pedido de Orgullo fue que nadie hablara de lo que ocurriera
en esta cámara esta noche. Su atención finalmente se centró en Sursea y
permaneció allí, fría e insondable.
Si no hubiera estado todavía congelada, él podría haber desatado al
monstruo que sentí merodeando bajo su piel, rascándose para salir. No tenía
público, salvo nosotros y un puñado de sus guardias más cercanos. No
había cortesanos para presumir. No había señores ni damas que lo vieran
cometer un pecado diferente. Esa era exactamente la razón por la que había
pedido silencio a todos los asistentes aquí. Orgullo iba a ceder ante su
enojo, su ira.
Orgullo se enrolló las mangas de la camisa más allá de los codos e
inclinó la cabeza hacia un lado, su expresión se volvió atronadora, salvaje,
cuanto más miraba a la bruja congelada. Su mano se flexionó, lista para
atacar si Sursea mostraba algún signo de vida. Su mandíbula se endureció
cuando dirigió su atención a los guardias que aún flanqueaban a la bruja.
Miraron al frente, pero sus manos apretaron sus armas.
—Honestamente, tú me llamaste aquí —dijo Orgullo, molesto
mientras se volvía hacia Ira—. ¿Vas a dejar que tome a la prisionera o debo
besarte el trasero y suplicar?
Ira sostuvo la mirada de su hermano durante un largo momento y
luego inclinó la cabeza.
—No olvides tu objetivo final. Sursea hará todo lo posible para
forzar tu mano, en caso de que la descongeles.
—¿Alguna otra palabra sabia, querido hermano?
—Tu orgullo te jodió antes. Tenlo en cuenta para cualquier juego
que juegues a continuación. Averigua qué es lo que realmente importa y
planifica tu ataque en consecuencia.
Ira sacudió la barbilla, despidiendo tanto a su hermano como a los
guardias que esperaban en las sombras. Los demonios que vestían los
colores de la Casa del Orgullo entraron en la celda, afilados picahielos en la
mano. Habían venido preparados para llevarse la estatua congelada de quien
era nuestro mayor enemigo. Bien. Tenerla fuera de nuestra Casa y bajo el
cuidado de otra persona era un alivio. Si nunca la volvía a ver, sería
demasiado pronto. Con un poco de suerte, la mantendrían congelada por la
eternidad.
Ira me tendió el brazo antes de mirar a su hermano.
—Tienes dos horas antes de que comience la coronación. No
sugiero llegar tarde.

Me paré frente al enorme espejo que llegaba hasta el suelo en mi


vestidor recién decorado, girando para admirar mejor el vestido de
coronación que la modista real había creado. No era simplemente una
prenda, sino una obra maestra. En lugar de pinturas y pinceles, el medio de
la modista era el tul, finas cadenas de oro, cuentas de ónix facetadas y
brillantes diamantes. Era tan pesado como una armadura, pero tenía una
delicadeza que el cuero y la cota de malla no podían esperar poseer.
Mis dedos se arrastraron sobre el detallado trabajo. En el diseño, se
representaban fragmentos de cada Casa del Pecado, además de una oda a mi
afinidad por las flores. Era el vínculo perfecto entre los demonios y yo,
señalando mi gobierno imparcial sobre las siete cortes. Ocho si todo salía
según lo planeado. Miré el reloj de la mesita auxiliar y luego la ventana
arqueada. El crepúsculo era el estado normal de este reino, pero el cielo se
había oscurecido. La noche había llegado por completo.
Fauna entró apresuradamente en la habitación, con lágrimas
brillando en sus ojos cuando me vio. Se detuvo en seco y se llevó una mano
a la boca.
—Pareces la diosa que eres, lady Emilia.
Dejé de preocuparme y tiré de ella para abrazarla.
—Gracias por venir.
—Por supuesto, mi señora. —Fauna me apretó una vez más antes de
dar un paso atrás y secarse las comisuras de los ojos—. ¿Qué necesitabas?
Me acerqué a la pequeña mesa cubierta de joyas (todas las opciones
me quedaban para elegir esta noche) y saqué la carta sellada que había
escondido allí.
—¿Le entregarás esto a mi hermana?
La atención de Fauna voló hacia el sello de cera. Una daga hacia
abajo con flores ardientes. El símbolo de la Casa de la Venganza. Un tatuaje
similar marcaba la pierna de mi esposo, su forma de nunca olvidar la octava
Casa del Pecado que había trastornado su mundo en más de un sentido.
En lugar de parecer temerosa como me había estado preocupando,
los labios de Fauna se curvaron hacia un lado. Era fácil olvidar que ella era
parte de esta Casa por una razón. La guerra, la batalla y la ira inspiradora no
la ponían ansiosa en lo más mínimo. Ella prosperaba en eso.
—Los príncipes Envidia, Avaricia y Orgullo van a tener una gran
sorpresa esta noche.
Solté una risa nerviosa.
—Ira, también.
La sonrisa de Fauna se ensanchó.
—Ustedes dos están bien emparejados, de hecho. Su majestad tiene
suerte de haberte encontrado de nuevo. Y que estuvieras dispuesta a
aguantarlo por toda la eternidad.
—¡Fauna! ¿Acabas de burlarte de tu rey? —Fingí shock—. Si ya no
fueras mi amiga, eso habría sellado nuestra amistad. —Una amistad en la
que me di cuenta había estado fallando espectacularmente—. ¿Cómo van
las cosas con Anir?
De repente encontró el reloj fascinante.
—Realmente debo irme si quiero entregar esta invitación y llegar a
la coronación a tiempo. Su majestad dijo claramente no llegar tarde.
La curiosidad me mordió, pero no presioné el tema. Cuando ambas
tuviéramos más tiempo, me sentaría y tendría una conversación adecuada
con ella y me pondría al día. Odiaba que las cosas hubieran sido tan
caóticas y que no hubiéramos tenido mucho tiempo para simplemente
disfrutar de la compañía de la otra. Parecía que mi amiga necesitaba
conversar y ordenar las emociones que jugaban en sus rasgos. Juré que sería
una de mis primeras órdenes de asuntos personales como la nueva reina:
hacer tiempo para ella.
—Gracias, lady Fauna. Te veré pronto en el Corredor del Pecado.
Fauna hizo una pequeña reverencia y salió corriendo de la cámara,
dejándome sola una vez más. Regresé a la mesa llena de piedras preciosas y
joyas, mi atención se enganchó en un anillo. Enredaderas de oro rosa con
espinas formaban la banda y se tejían alrededor de una gran piedra de
lavanda.
—Hice que alguien lo diseñara.
Me puse rígida ante el sonido inesperado de la voz de mi esposo,
volteándome para verlo entrar en la cámara. Se me cortó el aliento mientras
lo bebía.
Sobre su cabeza descansaba una simple corona de oro pálido. Vestía
de negro con acentos dorados, como eran los colores de su corte, pero
también tenía flores rosadas cosidas en una de sus solapas. Daba la
apariencia de llevar una faja real, completa con un broche de serpiente.
Sus pantalones se ajustaban a su cuerpo de manera experta, y si no
tuviéramos que estar en otro lugar, me gustaría mostrarle cuánto apreciaba
lo guapo que se veía con sus mejores galas.
Una sonrisa se extendió por su rostro.
—Pronto, mi amor. Te lo prometo, nada me impedirá admirar cada
detalle de tu vestido. Y todo lo que hay debajo.
Le di una sonrisa tímida.
—No hay nada debajo, mi rey.
—Emilia. —Cerró los ojos como si tratara de desterrar la imagen y
luchar contra el impulso de tomarme allí mismo.
—Vamos. —Pasé mi brazo por el suyo—. Algún demonio
malhumorado proclamó que nadie llegara tarde.
—Debería asesinar a ese idiota.
—Por favor no lo hagas. Le tengo mucho cariño. —Besé su mejilla.
Ira y yo de alguna manera logramos evitar deslumbrarnos el tiempo
suficiente para llegar a la entrada principal, donde nos esperaba una
sorpresa. Dejé caer el brazo de mi esposo y agarré mis faldas, corriendo
hacia la hermosa yegua color lavanda.
—¡Tanzie! Dulce bebé.
Froté la crin de mi caballo, admirando las flores que alguien había
enhebrado. A Tanzie le encantaba que la mimaran y pisaba el suelo
mientras yo la arrullaba. Miré a mi esposo, quien tenía una mirada
abiertamente divertida.
—Gula había estado seguro de que la recordarías, incluso con el
hechizo de bloqueo. Solías montar…
—Solía colarme en sus terrenos y montarla hasta que puso dragones
de hielo bebés detrás de nosotras. —Me reí del recuerdo—. Olvidé lo
mucho que amaba molestarlo.
—Él te extrañó. —Ira silbó y luego se volvió hacia mí—. A él no le
importaba para qué habían contratado a tu Casa. Gula siempre le echó la
culpa a Sursea, con razón.
—Podríamos haber negado su solicitud.
—No, no podrías haberlo hecho. —Ira negó con la cabeza—. Eres
una diosa de la venganza. Así como yo soy un príncipe de la ira.
Antes de que pudiéramos discutir el punto, el suelo tembló. Otra
vez. Pasos. Pasos fuertes y atronadores resonaron cerca. Me tensé, mi mano
moviéndose hacia la hoja que había escondido debajo de mi vestido. Del
banco de nieve a nuestra derecha emergió uno de los sabuesos del infierno
de Ira. El perro de tres cabezas se acercó a su amo, moviendo la cola
mientras Ira frotaba detrás de cada una de sus orejas.
Miré entre mi caballo y su sabueso y negué con la cabeza. Por
supuesto, mi esposo se presentaría a mi coronación montando un sabueso
del infierno gigante. Podía imaginar la mirada de celos en el rostro de
Envidia y tuve que reprimir otra risita.
—¿Estás lista, mi reina?
Anir y Fauna salieron del castillo, ambos impecablemente vestidos.
Fauna asintió sutilmente, haciéndome saber que la invitación y la solicitud
habían sido entregadas. Exhalé. Con un poco de suerte, mi hermana haría
exactamente lo que le pedí.
Después de que Orgullo se llevó a Sursea y tuve algo de tiempo para
mí, pensé mucho en mi última conversación con Domenico. Y en mi
hermana. Estaba casi completamente segura de que finalmente encajaría
todas las piezas que rodeaban el misterio de Vesta. Esta noche compartiría
mi descubrimiento frente a cada príncipe demonio. Incluso si las brujas no
atacaran, seguramente habría algo de emoción además de la coronación.
Miré a mi esposo, permitiendo que su presencia me calmara.
—Estoy lista.
Acepté la ayuda de Ira para subir a mi caballo: el vestido era
hermoso pero no me permitía levantar las piernas. Un detalle del que
hablaría con la modista para futuras prendas.
Dos caballos de ébano del infierno trotaron hacia Anir y Fauna, y
una vez que se acomodaron e Ira se subió a su sabueso, marchamos
lentamente hacia el Corredor del Pecado. Cuando llegamos a la base y
empezamos a subir por la pronunciada pendiente, sentí la punzada no tan
sutil de cada pecado.
El recorrido a través de la montaña, luego por el paso cubierto de
nieve, transcurrió sorprendentemente rápido, aunque la inquietud me
atravesó con cada paso que daban los caballos y el sabueso. Mucho
dependía de si mi hermana se presentaba. Estaba nerviosa por ver si mi
teoría era correcta. Y si lo era, cómo reaccionaría Avaricia si yo revelara el
papel que había jugado.
Ira me lanzó una mirada de preocupación varias veces, pero con
suerte creería que mis nervios eran únicamente por ser coronada frente a sus
hermanos. Ya tenía suficiente en mente con posibles ataques de brujas, y no
quería distraerlo de su propia misión.
Con suerte, todo saldría según lo planeado.
Nuestra procesión llegó a la cima de una pendiente, e
inmediatamente reconocí el árbol de la diosa, aunque había cambiado de
lugar como había dicho Envidia. Sentí que las Siete Hermanas permanecían
cerca. Celestia tampoco había venido a recoger su libro de hechizos todavía,
y oré en silencio para que no eligiera este momento para querer recuperarlo.
Las cosas estarían lo suficientemente tensas si mi hermana aparecía y
seguía mis instrucciones.
—¿Mi lady? —Empujó a su sabueso cerca de Tanzie, quien olfateó
a la bestia infernal.
—Estoy lista.
Ira me miró especulativamente, pero no presionó. Su sospecha
parpadeó sobre mí y le lancé una mirada que esperaba lo consolara. Los seis
príncipes ya estaban presentes, esperando estoicamente nuestra llegada. Ira
me ayudó a desmontar, y en el momento en que mis pies tocaron el suelo,
los príncipes se alinearon, tres a cada lado, formando un pasillo para que
camináramos.
Alguien había creado un pequeño estrado lo suficientemente grande
para que Ira y yo pudiéramos pararnos. Detrás de él, en la distancia, estaban
las puertas del infierno, alzándose como dos pilares del miedo. Mi atención
vagó por el suelo cubierto de nieve. Aparte de nuestra reunión, no había
huellas nuevas. No había señales de que las brujas o cualquier otra persona
pudieran estar al acecho. Tomé eso como una señal positiva.
Yo tampoco vi a mi…
Un crujido atronador rasgó el aire, seguido de un gruñido. Me di la
vuelta, el alivio me atravesó. Mi gemela salió de un portal, luciendo como
una reina por derecho propio. Vittoria lanzó una mirada molesta al hombre
lobo que entraba en el reino a su lado.
—Domenico, cuida tus modales. Si arruinas la velada de mi
hermana, mi mano encontrará el camino hacia tu pecho.
Ira miró de soslayo en mi dirección, pero no dijo nada. Orgullo y
Avaricia, sin embargo, explotaron.
—¿Que está haciendo ella aquí?
Dejé salir un suspiro. Ni siquiera había sido coronada reina todavía
y ya tenía que aplastar una disputa entre cortes.
—Ella es la diosa de la muerte, la hermana de su futura reina. Y la
única gobernante de la recién reinstalada Casa de la Venganza.
—Ella es una asesina —escupió Avaricia.
—Un título que todos compartimos —le dije.
La mirada de Orgullo recorrió a mi gemela. El odio brilló en esos
extraños ojos, pero podría haber jurado que también vi algo más en ellos.
Algo que sospechosamente parecía herido. Levantó las manos y dio un paso
atrás.
—Solo mantenla alejada de mí.
Avaricia desenvainó la daga de su Casa, la hoja en ángulo en la
dirección de mi hermana.
—Gracias por este regalo, hermano. Como ya se ha decretado, estoy
en mi derecho de cobrar mi retribución de sangre.
—Avaricia —advirtió Ira—. No te muevas.
Me abrí paso entre los príncipes y miré a Domenico.
—¿Dónde está tu hermana?
Ya estaba todo en silencio, pero juré que todo sonido cesó. Incluso
el viento. La mandíbula de Domenico se cerró.
—Quiero un juramento de tu príncipe de que ella saldrá de aquí si
así lo decide.
Incliné la cabeza y miré a Ira.
—¿Concederás su petición?
Mi esposo buscó mi rostro antes de enfocarse en el hombre lobo. Ira
estaba poniendo una enorme cantidad de confianza en mí. Una acción que
no pasaría desapercibida para los demás príncipes.
—Tu hermana no será tomada por ninguna Casa del Pecado en
contra de su voluntad.
Vittoria tomó el brazo de Domenico y él le permitió sostenerse.
Orgullo no se perdió la acción. Y tampoco Avaricia. Dio un paso adelante y
apuntó con la daga de su Casa a Ira.
—Me concediste una retribución de sangre. Estoy en todo mi
derecho de atacar.
—Se te concedió una retribución de sangre por el asesinato de tu
comandante —dije, mi voz fría—. Un asesinato que nunca ocurrió. Por lo
tanto, no se te debe nada. Guarda tu daga. Ahora.
La atención de Avaricia saltó entre Ira y yo.
—Vesta está muerta. Viste sus restos.
—Vesta es parte de la manada —dije—. Hiciste un trato con su
familia porque codiciabas una alianza con los lobos. Querías su magia. Su
poder. Tu codicia se interpuso en el camino de ver lo infeliz que era. Cuánto
anhelaba reunirse con su familia.
Recordé a la joven loba en el Pozo de la Memoria, el terror de ser
arrancada de su familia cuando era una cachorra. Los aullidos, el miedo,
había sido una verdadera pesadilla. Luego hubo una forma en que el
cachorro de lobo había enviado un destello de energía calmante a su papá,
lo que me hizo pensar en el hombre lobo desconocido en las Islas
Cambiantes, el que había traído mi ropa antes de que Vittoria quitara mi
hechizo de bloqueo. Ese lobo también había alterado emociones. Me había
calmado cuando más miedo tenía.
—Cuéntame todo lo que aprendiste. —Ira asintió para animarme, y
me lancé a la sórdida historia, poniendo todas las pistas para Avaricia y sus
hermanos.
Tomó algún tiempo juntarlo todo, pero el hombre cuyo rostro no
podía ver en el Pozo de la Memoria me sonaba familiar, y después de
reflexionar sobre el recuerdo en mi mente, coloqué su voz: el padre de
Domenico. El niño en la cuna había sido Domenico, el medio hermano de
Vesta. Después de eso, todo tuvo más sentido que el “asesinato” de Vesta.
Mientras buscaba inicialmente en Sicilia al asesino de mi hermana,
encontré a Domenico Padre en la sala de juegos de Avaricia, ebrio e
intoxicado. Eso se sintió como hace una vida, pero fácilmente podía
recordar el dolor en sus ojos. Su juego parecía tener más que ver con el
castigo que con el placer.
Su tristeza no podía deberse simplemente a que su hijo cambió por
primera vez. Pero si el cambio de Domenico Junior trajo recuerdos de su
primogénita, Marcella, entonces su descenso a la bebida y el juego tenía
sentido. Domenico Padre se había estado castigando a sí mismo por el
cachorro que había apostado. Nunca se perdonó a sí mismo, y había
buscado el garito de Avaricia, probablemente con la esperanza de verla. O
tal vez robarla de vuelta. Pero Avaricia la había mantenido ocupada como
su comandante, la había mantenido alejada de las Islas Cambiantes y su
manada.
Hasta que llegó mi hermana, queriendo una alianza con él y los
lobos.
Apostaría cualquier cosa a que el cuerpo que Avaricia encontró en
su Casa que contenía sangre similar a la de Vesta había sido Domenico
Padre. Estaba muerto debido a un “asunto de la manada”, tal como lo había
dicho Domenico, liberando a su hija. Deben haber sido atacados en su
intento de fuga, y el sacrificio era una acción que cualquier padre haría por
su hijo.
—No sé qué más sucedió entre Avaricia y la manada de Domenico
—dije—, pero sospecho que hay mucho más en la historia. Pero de alguna
manera, cuando Vesta y Domenico estaban en esas reuniones iniciales para
la alianza que buscaba Vittoria, se reconocieron.
Ira se paró a mi lado, con su mirada fija en el hombre lobo.
—¿Es esto cierto, alfa?
—Lo es. —Domenico parecía listo para arrancarles la garganta a
todos—. Y es nuestro asunto.
Miré a mi hermana.
—Por favor. Dile a Marcella que está bien que se muestre.
La atención de Vittoria se trasladó a Domenico, y ella le dio un
fuerte asentimiento. Parpadeó dentro y fuera de la existencia, reapareciendo
con otro lobo. Vesta. Marcella. Era alta y esbelta, pero había una especie de
mirada mortal en sus ojos que había estado ausente la noche en que me
quitaron el hechizo de bloqueo. Había una amenaza a su seguridad aquí, y
parecía lista para la batalla si llegaba el momento.
De pie junto a Domenico, era imposible negar que estaban
emparentados. La atención de Marcella se lanzó alrededor de la pequeña
reunión antes de centrarse en Avaricia.
—Un día, pagarás por lo que le hiciste a mi familia.
El Príncipe de la Avaricia miró a su comandante.
—Te di un hogar. Un título. Una posición de poder. No tenías
derecho a dejarme en ridículo.
—Tú me secuestraste. No confundas el asunto justificando todo lo
que vino después. —Miró a Vittoria—. Con su permiso, me gustaría irme,
mi señora.
Vittoria ladeó la cabeza, levantando la mano cuando Avaricia dio un
paso adelante.
—Yo no haría eso, su alteza. Marcella ha hecho su elección. La
respetarás.
Me moví para pararme al lado de mi gemela y Marcella.
—Como no hubo asesinato, solicito que la retribución de sangre
contra Vittoria se considere nula y sin efecto.
—Muy bien. —Ira le dirigió a su hermano una mirada de disgusto
—. A la luz de esta información, Vittoria Nicoletta ya no es enemiga de los
Siete Círculos. No hay retribución de sangre en efecto. Y si alguien, —Su
atención estaba solo en Avaricia—, cualquiera decide atacarla a ella, a los
lobos o a Marcella, si se produce algún acto de venganza, será
personalmente tratado por mí. Ahora, si toda la mierda superflua ha
terminado, me gustaría coronar a mi reina.
La mano de Avaricia apretó la daga que no guardó pero que había
bajado. Hubo un latido tenso que me hizo contener la respiración.
Finalmente, metió la espada de nuevo en su vaina.
—Muy bien.
Solté un suspiro silencioso, agradecida de que no tuviéramos que
pelear. Aunque el oscuro brillo de ira que ardía en los ojos de Avaricia me
hizo preguntarme si esto realmente había terminado. O si simplemente
estaba dejándolo por el momento, y planeando su próximo movimiento.
Vittoria le dedicó a Avaricia una sonrisa burlona antes de acercarse
sigilosamente al lado de Envidia. Ambos príncipes hervían en silencio pero
no causaron una escena. Gracias a la Divinidad de arriba, podríamos
superar esta coronación sin ningún derramamiento de sangre. Marcella
rápidamente nos dio las gracias, luego ella y Domenico se fueron al Reino
de las Sombras, lo que demostraba que mi teoría de que ella no podía viajar
allí sola era correcta. Un momento después, Domenico volvió a pararse
junto a mi gemela.
Con eso finalmente resuelto, Ira y yo nos trasladamos al estrado y
nos enfrentamos.
Mi esposo se quitó la corona de la cabeza y la levantó, mostrándola
a la pequeña multitud reunida detrás de nosotros.
—Como símbolo de nuestro gobierno compartido, ofrezco mi
corona a mi reina.
Con una demostración de poder que me hizo querer besarlo sin
sentido, Ira partió la corona por la mitad usando nada más que sus manos
desnudas. Diosas de arriba, él era seductor.
Su boca se curvó por una fracción de segundo antes de sostener la
corona rota hacia mí, asintiendo alentadoramente mientras mis dedos se
cerraban sobre el oro roto.
—Con estas dos mitades, combinamos nuestra fuerza. Unificando
nuestros corazones, almas y poder para el mejoramiento de nuestro reino.
—Ira colocó su mitad de la corona sobre su cabeza—. Emilia, diosa de la
furia, cogobernante de la Casa de la Venganza, arrodíllate, mi amor.
Con mi mirada fija en la suya, me puse de rodillas lentamente, sin
molestarme en ocultar mi sonrisa mientras recordaba la última vez que
había estado en esta posición. El poder que había sentido entonces, el
control.
Ira debe haber recordado lo mismo, la fría máscara real se deslizó.
Deslizó su atención sobre mí, permitiendo que el Corredor del Pecado
reforzara su deseo. Noté el ligero bulto en sus pantalones un segundo antes
de que alguien silbara entre la multitud.
Me giré a tiempo para ver a Envidia patear a Lujuria en la espinilla.
Devolví mi atención a mi rey, mi amor, mi salvación. Mi igual. Para
escucharlo llamarme su amor, para compartir abiertamente nuestros
corazones y almas, caminaría por el infierno una y otra vez.
La mirada de Ira ardía de deseo y orgullo.
—Coloca la mitad de la corona en tu cabeza y levántate, frente a
todos los testigos aquí, como la Reina de los Siete Círculos, la princesa de
la Casa de la Ira y la diosa del inframundo y el Reino de las Sombras.
Coloqué la corona en mi cabeza y me puse de pie. Ira miró a la
multitud.
—Hermanos, Vittoria, es hora de la bendición de cada corte de
nuestro reino.
Todos sacaron sus dagas de la Casa y se pincharon los dedos,
derramando una gota de sangre en el suelo cubierto de nieve. Mi hermana
fue la última, su atención solo en mí mientras permitía que su sangre
subiera y bajara. Sangre que siempre nos habían advertido que no debíamos
derramar.
Sus labios se movieron en silencio y respiré profundo. Lo solté una
vez que leí lo que estaba diciendo. «Te amo».
Lo respondí con los labios, luego el suelo retumbó debajo de
nosotros. Hilos mágicos en los colores de cada Casa demoníaca junto con el
lavanda de mi hermana se enroscaron en Ira y en mí, enrollándose más y
más apretados mientras los hilos se precipitaban alrededor de nuestros
cuerpos, dando vueltas alrededor de nuestras cabezas.
En un destello de poder resplandeciente, cada una de nuestras
coronas rotas se volvió completa. Levanté la mano, rozando mis dedos
sobre el frío metal. Mi corona encajaba perfectamente. Los gritos se
elevaron de los miembros de nuestra familia, señalando el final de la
coronación. Apenas podía creerlo. Yo era verdaderamente reina.
—Su Majestad. —Ira llevó mi mano a su boca y me dio un beso en
los nudillos.
Gula dio un paso adelante y palmeó a su hermano en el hombro,
luego besó cada una de mis mejillas.
—Bienvenida a la familia, Reina Emilia. Espero que estés lista para
una fiesta que los acabe a todos.
Una joven mujer demonio con cabello azul pálido y escarchado
puso los ojos en blanco mientras se movía entre los príncipes. Era la
reportera que había visto por primera vez en el Festín del Lobo. No la había
notado antes, tal vez ella había llegado durante la revelación del asesinato
que no existió. Le lanzó a Gula una mirada empalagosa.
—El príncipe Gula tiene razón en una cosa: su banquete hará que
los invitados deseen que los acabe a todos.
La sonrisa tranquila de Gula se desvaneció.
—Querida, si mis fiestas tuvieran la capacidad de matar, te
entregaría personalmente tu invitación.
—Eso fue tan inteligente como tu idea de unir el vino con la raíz del
sueño, rápidamente noqueando a todos tus invitados. Al menos esa vez no
fue el puro aburrimiento lo que los puso a dormir. —Ella le dirigió una
sonrisa cortante antes de caer en una reverencia—. Una vez que Sus
Majestades se hayan instalado en su corte, me encantaría entrevistarlos a
ambos. Los demonios de cada corte sienten curiosidad por la maldición y si
deben preocuparse por su regreso. También les gustaría saber si el amor
realmente tiene el poder de superarlo todo.
—Confía en mí, los demonios no solo preguntan sobre el regreso de
la maldición. Viven con el temor de que algún reportero superior con una
inclinación por el esnobismo arruine su buen tiempo. —Gula la ahuyentó,
ganándose rápidamente una feroz mirada. Su sonrisa era genuina cuando se
volvió hacia nosotros—. La celebración de la coronación se llevará a cabo
en la Casa de la Lujuria. Hemos decidido combinar nuestros esfuerzos.
Ira negó con la cabeza y exhaló un suspiro afable.
—Nos vemos allí.
Gula se frotó las manos, una expresión tortuosa encajando en su
lugar.
—¿Sabes? Esa víbora me dio una gran idea: creo que le ofreceré una
copa de vino mezclada con raíz de sueño y la echaré a ella y a su asistente.
Entonces veremos quién piensa que soy poco inteligente. Al menos no
tendremos que preocuparnos de que tu fiesta de coronación llegue a las
columnas de chismes.
—Es conmovedor ver tu preocupación por nuestra privacidad —dijo
Ira sin expresión.
—Sí, bueno, —Gula se quitó una pelusa invisible de la solapa—, si
los atrapara a ustedes dos como lo hizo Lujuria, dudo que sea tan discreta.
—¡Lujuria! —Busqué a ese miserable demonio, pero ya se había ido
del Corredor del Pecado. Y aquí yo había creído erróneamente que no le
había contado a nadie sobre el incidente del bote en la Casa de la Avaricia.
O tal vez en las cocinas de la Casa de la Ira. Príncipes demoníacos
chismosos. Gula se rio y puse los ojos en blanco—. Adelante, ríete. Todos
ustedes han hecho y visto cosas peores. Estoy segura de que veré cosas
peores esta noche.
—Solo si todos somos muy afortunados. —Con un guiño, Gula se
dio la vuelta y se tapó la boca con las manos, gritando por encima del
murmullo bajo de las conversaciones—. ¡Puedo tener la atención de todos,
nos encontraremos en la Casa de la Lujuria dentro de una hora!
—Espera —dijo Ira, su voz baja se extendió por la pequeña reunión
—. Hay un asunto más que atender. —Le di una mirada inquisitiva—. ¿Te
gustaría hacer un juramento de sangre y convertirte oficialmente en la
gobernante de la Casa de la Ira?
Miré a mi hermana, quien me ofreció una pequeña sonrisa y asintió.
Vittoria estaría bien gobernando nuestra Casa por su cuenta. La emoción
surgió dentro de mí cuando me enfrenté a mi marido de nuevo, sacando la
daga que había escondido debajo de mi vestido.
—Sí. Estoy lista para convertirme en la Princesa de la Ira.
Oficialmente.
VEINTINUEVE
—Tienes un sabor divino. —Cerré mis labios sobre el extremo romo
y chupé tanto como pude en mi boca. Estaba tratando de mantener cierta
apariencia de dignidad, pero el diablo me maldiga, era tan bueno.
Retrocedí, con mi premio aún en la mano, y admiré mi trabajo—. Quiero
lamer cada centímetro de ti.
—Yo también —murmuró Ira desde la puerta.
Dejé caer la cucharada de relleno de cannoli que había batido y me
eché a reír cuando noté dónde estaba su atención. El demonio
definitivamente estaba hablando de su postre favorito, no de su esposa. Mi
risa brillante ganó una amplia sonrisa de mi esposo cuando entró
completamente a las cocinas. Teníamos poco menos de una hora hasta que
tuviéramos que estar en la casa de la Lujuria y, según Ira y Envidia, estaba
de moda que la pareja de honor se presentara un poco tarde.
Decidimos volver a casa, y mientras Ira atendía a los sabuesos del
infierno, yo vine a las cocinas para hacer un regalo por nuestra victoria.
Resolvimos el “asesinato” de Vesta, limpiamos el nombre de mi hermana y
rompimos la maldición. No podría estar más feliz.
—Gula envió cinco demonios a buscarnos. Si no nos presentamos
pronto en la fiesta, ha amenazado con venir aquí. Con todos. Y juró que
escoltaría personalmente a la columnista.
La expresión de Ira insinuaba que felizmente elegiría pelear contra
una horda de hombres lobo nuevamente en lugar de organizar una fiesta e
invitar a todos sus hermanos libertinos a nuestra Casa del Pecado. Le
entregué el tazón de ricota endulzada.
—Tienes tiempo para al menos robar un bocado.
—Tienes razón. Lo tengo. —Dejó el cuenco a un lado y me acercó
para besarme. Me derretí contra él, complaciéndome por completo en el
dulce abrazo. Mucho más rápido de lo que cualquiera de nosotros preferiría,
retrocedió, su mirada oscura con una necesidad carnal que coincidía con la
mía—. Por mucho que me duela no acostarte y lamerte cada centímetro en
este instante, deberíamos irnos.
Su voz era profunda, aterciopelada. Insinuaba todo tipo de fantasías
y deseos. A los que con gusto daría la bienvenida como realidad. Miré con
anhelo la encimera, recordando la última vez que nos interrumpieron, luego
salí de sus brazos, poniendo distancia entre nosotros.
—Ciertamente sería inaceptable que el rey y la reina del pecado y el
vicio llegaran extremadamente tarde.
Ira me siguió a través de la cocina, su atención nunca dejó la mía
mientras lentamente me presionaba contra la mesa y se agachaba,
enroscando sus dedos alrededor del dobladillo de mi vestido y arrastrándolo
rápidamente hacia arriba. Me separó las piernas para pararse entre ellas.
—Dije que deberíamos irnos, mi lady. Nunca dije que íbamos a
hacerlo. —Los hábiles dedos de Ira descubrieron que no había mentido
sobre mi ropa interior, y su atención se concentró en ese lugar secreto que lo
anhelaba. Frotó la suavidad de mi excitación hasta que gemí por la creciente
necesidad—. Al menos no todavía.
Mi rey se arrodilló ante mí, su mirada oscura y malvada mientras
cumplía su promesa de lamer cada centímetro de mí.

El Príncipe de la Lujuria podría gobernar sobre todas las formas de


placer, pero la parte exterior de su Casa del Pecado estaba dedicada a
aquella por la que era más famoso: la lujuria. Nuestro carruaje acababa de
detenerse fuera del camino circular cuando quedó claro qué príncipe
gobernaba esta corte.
Estatuas de mármol de parejas comprometidas en encuentros
apasionados se alineaban en la gran escalera que conducía a un conjunto de
puertas de madera de gran tamaño. Mi atención viajó a un friso de una orgía
colocado sobre la entrada, la frase ENTREN HASTA EL FONDO tallada
en él.
Sonreí un poco ante el doble sentido. La sutileza era una forma de
arte que Lujuria se negaba a aprender.
Ira y yo fuimos conducidos adentro y rápidamente anunciados a la
corte. Entramos en el gran salón de baile donde los señores y las damas se
inclinaron profundamente, una de las primeras y últimas veces que una
corte demoníaca rival lo haría cuando su propio príncipe regente estuviera
presente.
—Levántense —dijo Ira—. Esta noche celebramos a Su Majestad la
Reina Emilia. Gracias a mi hermano, el Príncipe de la Lujuria, por su
amabilidad de ser anfitrión.
Un cuarteto de cuerdas entonó una melodía y los juerguistas
volvieron a su alegría.
El salón de baile no se parecía en nada a la cruda muestra de lujuria
del exterior; esta cámara era sensualidad de buen gusto en todos los niveles.
Desde el tono ciruela profundo del papel tapiz de brocado hasta las telas de
terciopelo y seda destinadas a brindar placer táctil, era fácil identificar cada
aspecto de la influencia de su pecado. En las esquinas se apilaban
almohadones mullidos, dando la bienvenida a los señores y damas de este
círculo para que se recostaran y se reclinaran. Disfrutaran de placeres
simples como la comida, el vino y la conversación.
Por supuesto, no sería una Casa del Pecado y el libertinaje si no
hubiera manifestaciones más literales de lujuria. Las parejas se unían tanto
en privado como en público, sometiéndose al placer físico. Columpios
colgaban del techo y los demonios más aventureros cabalgaban entre sí por
encima de los bailarines que se arremolinaban por el suelo cuadriculado de
piedra caliza y mármol de abajo.
No había visitado este círculo antes del hechizo de bloqueo, así que
todo era nuevo.
A diferencia del exceso de indulgencia que se mostraba en la casa
de la Gula, el salón de baile de Lujuria y todos los demonios de su corte
exudaban el mismo tipo de sensualidad que dominaba esta sala.
Desde la obra de arte que Lujuria había elegido hasta la ropa y las
miradas seductivas, el aleteo de pestañas y… la caza. Los miembros de esta
corte se emocionaban con la danza de la seducción, casi tanto como
disfrutaban del placer real. Las damas usaban vestidos transparentes que
ofrecían un toque de desnudez. La ropa de los señores estaba hecha del
mismo material, todo diseñado para inspirar lujuria, deseo.
Nos movimos a través de la sala de demonios que charlaban
cortésmente, absorbiendo todo el esplendor de la fiesta. Una sección estaba
cerrada con cortinas y miré a través de ella. Aquí estaba la sección más
atrevida. Los señores y las damas no usaban nada más que máscaras
mientras bailaban.
Una pareja de hombres se abrazaba, perdidos en la mirada del otro.
Alrededor de la parte exterior de esta cámara cerrada, los colchones se
alineaban en el suelo. Las parejas pasaban de la pista de baile a las camas,
continuando con sus seducciones.
—Si desea una máscara, su majestad, eso se puede arreglar
fácilmente. —Lujuria sonrió cuando dejé caer la cortina—. También se
requiere una contraseña para indicar el consentimiento. ¿Le gustaría a
alguno de ustedes?
Ira tomó un sorbo de la bebida que había tomado antes y dijo
casualmente:
—Me gustaría estar en casa con mi reina en lugar de tolerar tus
insignificantes pinchazos.
—Ah, claro. —La voz de Lujuria se volvió burlona—. Estás
enojado porque te gustaría estar en casa pinchando a tu esposa.
—Tal vez tu idea de que alguien disfrutaría “pinchar” es la razón por
la que estás soltero, hermano.
Vi a Envidia entre la multitud, y levantó una copa en mi dirección.
A veces llegaba ayuda en los lugares más inesperados, pero no me
importaba.
—Si ambos me disculpan.
Salí corriendo, dejando a los hermanos discutiendo, y tomé una copa
de vino de bayas demoníacas. Choqué mi copa contra la de Envidia.
—Gracias por salvarme de esa pelea.
—Pensé que estaban teniendo otra discusión adolescente sobre sus
pollas.
—No estás equivocado.
Ante eso sonrió.
—Rara vez lo estoy.
—Humilde, también.
—Soy un príncipe. Los miembros de la realeza no se molestan con
algo tan pedestre como la humildad.
Me reí entre dientes, el sonido trajo otra sonrisa a los labios del
príncipe. Era difícil de creer, después de todo lo que habíamos pasado, que
pudiéramos estar aquí, voluntariamente, sonriendo juntos.
—Cuidado, no quieres mostrar demasiada emoción o alguien podría
pensar que realmente te gusta tu reina.
—Yo no haría un esfuerzo especial para apuñalarte —dijo—. Así
que eso es progreso.
Ahora era mi turno de sonreír.
—Y no me esforzaría por incinerarte.
—Obviamente, ya no puedes ejercer la magia de fuego, pero aprecio
el sentimiento. —Sus cejas se levantaron—. ¿Somos amigos?
Envidia parecía y sonaba horrorizado, pero de alguna manera sentí
que mi respuesta importaba. Más de lo que dejaba entrever. Le di una
mirada de disgusto, sin sentirme disgustada en absoluto.
—Parecería que sí.
—Qué trágico.
—Así es. Estoy más bien desanimada por eso —mentí. El ceño
fruncido de Envidia no coincidía con el nuevo brillo en sus ojos. No era
felicidad, fuera cual fuera la cosa oscura por la que había pasado, no se
había curado de eso, pero parecía sospechosamente cercano a la
satisfacción. Estaba allí y se había ido, y podría haberlo leído mal, pero por
su bien, esperaba estar equivocada. Cada uno de los hermanos de Ira, mi
hermana y todos nuestros amigos merecían encontrar su propia felicidad,
sin importar cómo les pareciera.
Un silencio cayó sobre la multitud cuando las puertas se abrieron.
—Vittoria, diosa de la muerte, princesa de la Casa de la Venganza.
La voz del locutor de la corte resonó y, por un breve latido, la
música se detuvo.
Vittoria entró en el salón de baile luciendo como la temida diosa que
era. Su vestido negro era transparente en todas partes, excepto en las
piedras preciosas y los apliques cuidadosamente colocados.
Todos los ojos se volvieron hacia ella y se demoraron. Se veía
deslumbrante, con su cabello oscuro cayéndole por la espalda en suaves
rizos, sus labios pintados de un rojo brillante y la confianza de una mujer
que era dueña de sí misma y no le importaba un carajo lo que pensaran los
demás.
Mis labios se torcieron. La Casa de la Venganza sin duda enfrentaría
algunas dificultades mientras se restablecía, pero si alguien podía manejar
la adversidad y prosperar, era mi hermana.
—Su Majestad. —Envidia se inclinó sobre mi mano y presionó sus
labios en mis nudillos antes de enderezarse—. Supongo que será
beneficioso tener el favor de la Reina de los Siete Círculos.
Lo examiné de cerca.
—Eso suena siniestro.
—Oh mira. Tienes otro invitado que atender. —Envidia empujó a
Orgullo frente a él y mostró sus hoyuelos—. Disfruta de tu celebración,
lady Emilia.
Envidia terminó su vino y huyó del salón de baile, perdiendo por
poco un encuentro con Vittoria. Orgullo cruzó los brazos sobre el pecho y
vio a mi hermana aceptar un baile de un demonio bastante apuesto. La
expresión de Orgullo estaba cuidadosamente en blanco, pero pidió otra copa
de vino espumoso, mucho antes de terminar la que tenía en la mano.
—Espero que sepas lo que estás haciendo —dijo, su atención
todavía en mi gemela. —Nicoletta. —Apretó los dientes mientras se
corregía—. Vittoria ama causar problemas.
—Pareces disfrutar de un buen desafío. Lo suficiente como para no
poder rechazarlo.
Orgullo arrancó su atención de mi hermana y se concentró en mí.
—Tu hermana y yo compartimos muchos puntos en común. O al
menos la persona que pretendía ser compartía mis intereses. No sé quién es
ella realmente, ya no importa. Nicoletta nunca fue real. mi esposa lo era Y
lo jodí. Realmente, como mi hermano señaló tan amablemente antes.
Debería haberme esforzado más para entenderla. Ambos sabíamos que
nuestros caminos eran diferentes. Era nuestra responsabilidad intentar cerrar
la brecha de nuestra educación y culturas.
Elegí mis siguientes palabras con cuidado.
—¿Crees que, además de amarse, tú y Lucía eran una buena pareja?
La mirada de Orgullo parpadeó por encima de mi hombro. Supe, sin
mirar, que estaba observando a Vittoria de nuevo. Ya fuera por odio o por
algo más, no me atreví a preguntar.
Sacudió la cabeza y bebió el resto de su vino.
—Perdóname, su majestad. Esta noche se trata de ti, y de alguna
manera he ido y lo he vuelto a hacer sobre mí. Si me disculpas. No soy muy
buena compañía. —Como había hecho Envidia, Orgullo se inclinó sobre mi
mano y la besó—. Trata bien a mi hermano.
Se enderezó e hizo una reverencia, luego se acercó a la mesa repleta
de vino. Aparentemente, no estaría fingiendo estar intoxicado esta noche.
La tristeza me invadió, pero no había nada que pudiera hacer. Vittoria,
Orgullo y Lucía necesitaban aclarar sus sentimientos. Y ser honestos acerca
de ellos. Si Lucía incluso deseaba involucrarse de nuevo.
Pereza se acercó poco a poco, luciendo tan guapo como sus
hermanos, aunque parecía listo para acurrucarse en una esquina y leer un
libro que estaba bastante segura de que se había metido de contrabando en
el bolsillo de su chaqueta. Lujuria lo molestaría sin cesar si lo viera.
—Príncipe Pereza —lo saludé calurosamente—. Gracias por asistir.
Una lenta sonrisa tiró de sus labios.
—Uno no ignora una demanda de Ira. Pero estoy feliz de haber
mostrado mi apoyo. Independientemente del pasado, sé que serás una reina
justa e imparcial. Ninguno de mis hermanos puede decirlo, pero todos
apreciamos el sacrificio que hiciste, rompiendo la maldición.
El recordatorio de mi pérdida de magia solo me dolió
marginalmente esta vez.
—Gracias. Realmente. —Apreté sus manos en las mías—. ¿Cuáles
son tus planes ahora que la maldición se ha roto?
Miró alrededor de la sala llena de gente, deteniéndose donde Gula y
la columnista estaban a unos centímetros de distancia, sin hablar.
—Mi plan es no planear nada. Tomar un día a la vez. Estos son los
Siete Círculos, y aquí las cosas cambian rápidamente. Me gusta ver lo que
sucede después de armar el rompecabezas. ¿Qué sucede después de ese
último capítulo? Esa es la parte de la historia que siempre me intriga más.
¿Quién se levanta después, un héroe o un villano? Ciertamente hay muchas
más historias que aún no se han contado. —Se inclinó y besó mi mano—.
Su Majestad.
Una vez que se fue con esa nota curiosa pero siniestra, me
presentaron a varios demonios de alto rango de la Casa de la Lujuria. Entre
encuentros con señores y damas, duques y duquesas, logré ver a Fauna. Se
volvió hacia Anir, y habría pagado una buena cantidad por saber lo que
había dicho para hacer que sus cejas tocaran la línea del cabello.
Anir rápidamente dejó su vino a un lado y la acompañó hacia la
habitación con cortinas. Bien por ti, mi amiga. Sonreí El mortal estaba lo
suficientemente orientado a los detalles para ser el segundo al mando de Ira,
altamente entrenado en la batalla y la guerra, pero había perdido el sutil arte
de la seducción. Tontos, todos ellos. Estaba orgullosa de que Fauna se
hubiera hecho cargo, persiguiendo lo que quería. Esperaba que esta noche
fuera el comienzo de algo maravilloso para ambos.
Algo que no había sentido en lo que parecían eones me llenó de
calidez. Felicidad. Nonna y las Brujas de las Estrellas aún podrían estar
conspirando contra nosotros de alguna manera, eso probablemente nunca
cambiaría, y los vampiros podrían levantarse algún día. Pero por ahora,
Sursea estaba fuera de mi vida. Mi hermana recuperó su Casa del Pecado,
Ira y yo finalmente estábamos juntos, y mis recuerdos volvieron a ser míos.
Renunciar a mi magia valió la pena por todo lo bueno que resultó de ello.
Mi pecaminosamente elegante esposo se puso a mi lado y acercó sus
labios a mi oído.
—¿Te gustaría ir a un lugar más privado, mi amor?
Un destello de la última vez que habíamos estado en una fiesta
cruzó por mi mente. Nos habíamos escabullido a una habitación vacía para
hacer el amor. Esta vez, no recordé simplemente fragmentos. Recordé con
vívidos detalles cómo había ido esa noche.
Los ojos de Ira brillaron cuando lo tomé de la mano y le mostré una
sonrisa tortuosa.
—Conozco exactamente el lugar, mi rey.
TREINTA
La Casa de la Venganza era un castillo gótico ubicado entre altas
montañas cubiertas de nieve al sur, manteniéndolo oculto de las siete cortes
de demonios en el norte.
Como mi hermana me había mostrado en ese mapa mágico, su
ubicación remota y el velo mágico de pérdida de memoria ayudaban a
mantenerlo como un enigma para los príncipes demoníacos y sus súbditos.
Solo una invitación, que Vittoria y yo nunca habíamos extendido, permitiría
a los príncipes pasar al reino gobernado por las diosas de la venganza. El
reino donde se rumoreaba que residían la Doncella, la Madre y la Anciana.
Con mis recuerdos ahora intactos, recordaba que había sido una
existencia solitaria. Una que llenábamos deleitándonos con nuestro título de
las Temidas.
La mañana después de la fiesta de coronación, estaba de pie en la
terraza del castillo de la Casa de la Venganza frente a los jardines del este,
el viento helado azotaba mi cabello suelto mientras miraba el paisaje
familiar. Esta había sido mi casa durante siglos. El asiento de mi poder.
Aquí era donde las grandes diosas de la muerte y la furia jugaban sus juegos
de venganza.
Y ahora, no solo había regresado como una diosa sin magia, sino
que también era la cogobernante de una Casa del Pecado rival. Puede que
haya perdido mi magia, pero ciertamente gané un corazón, un alma. Cosas
que ahora importaban más que una venganza fría e impersonal. Una vez, se
había sentido como justicia. Y tal vez en nuestro mundo, lleno de pecado y
vicio, lo hubiera sido. Ahora, habiendo vivido entre mortales, veía lo
equivocada que había estado. Había más en la vida que venganza y
retribución. Si persiguiéramos a todos los que alguna vez nos lastimaron o
nos hicieron daño, nunca apreciaríamos lo bueno en nuestras vidas.
Sabiendo lo que sabía ahora, habiendo experimentado cómo se
sentía enfocarme en lo bueno de la vida, sentido una paz genuina, nunca
volvería a ser quien era antes. Mi vida podría ser larga, pero aún quería
saborear cada pedacito de brillo que se me presentaba.
—Estás callada —dijo Vittoria, uniéndose a mí—. Ha estado
tranquilo sin ti.
Miré a los lobos que luchaban en el césped cubierto de nieve.
Domenico estaba entrenando a hombres lobo recién cambiados y, al igual
que los malditos demonios, se había quitado la camisa a pesar de la
temperatura brutal.
—Parece que te adaptarás lo suficientemente bien.
Vittoria observó al alfa trabajar a través de una serie de patadas y
puñetazos, su expresión deliberadamente sin emociones.
—No pueden quedarse. La manada debe estar en las Islas
Cambiantes con el resto de sus familias. Deben asegurarse de que las Brujas
de las Estrellas mantengan el equilibrio y solo protejan la prisión. Es hora
de que dejen este reino en paz.
—Podrías ir con ellos.
—Luché duro para que volviéramos aquí, a nuestro legítimo hogar.
—Vittoria me miró—. La Casa de la Venganza es donde pertenezco. Donde
me quedaré. —Una pequeña sonrisa se dibujó en sus rasgos—. Además,
necesito estar cerca en caso de que mi hermana me necesite. Es posible que
tu rey no apruebe las partes más complicadas de gobernar. Papa lo cual es
por lo que me tendrás.
Movió los dedos y negué con la cabeza.
—La diosa ayude a los demonios.
—Y a las brujas. —Vittoria volvió a mirar a los lobos—. Gracias
por encontrar la evidencia que necesitaba para limpiar mi nombre. Y por
confiar en mí incluso cuando no lo puse fácil.
—Habría sucedido mucho antes si me hubieras dicho la verdad.
—No era mi secreto para compartir. Además, no estaba segura de si
Vesta, Marcella, era manada al principio, pero sabía que Domenico estaba
ocultando algo. Durante esa primera reunión, cuando lo convencí de que me
acompañara para asegurar una alianza con Avaricia, se puso rígido en el
momento en que estuvieron juntos en la habitación. Solo estábamos
nosotros cuatro esa noche, y no había sido a mí ni a Avaricia a quien había
respondido. Sospechaba que Domenico había tramado un plan y lo había
llevado a cabo, según el momento del “asesinato” de Vesta y la llegada de
Marcella a la manada, pero no quería llamar la atención sobre él.
—¿No la reconociste?
—Inicialmente ella lanzó un glamur convincente. Eso, combinado
con su habilidad para cambiar las emociones de quienes la rodean, me
impidió cuestionarla por un rato. Una vez que descubrí la verdad y ella dejó
de ocultar su identidad, no me correspondía obligarla a regresar. Además,
no traicionaría a Domenico. Incluso si eso significaba ocultarte la verdad.
Para una diosa que se suponía que solo buscaba venganza, mi
hermana asumió la culpa cuando fácilmente podría haber entregado a
Domenico a Avaricia.
—¿Te gusta él, el cambiaformas?
—Realmente no importa si me gusta. —Ella levantó un hombro—.
Vivirá más que la mayoría, pero no es inmortal. Un día, dentro de muchas
lunas, se dará cuenta de que él está cambiando y yo no. Domenico necesita
estar con alguien que envejezca con él. Y yo necesito estar con alguien a
quien pueda irritar por la eternidad. Es decir, si elijo una pareja en lugar de
simplemente divertirme en mis propios términos.
—¿Ese alguien especial gobierna sobre el pecado de la envidia o el
orgullo?
Victoria resopló.
—Envidia desearía poder mantener mi atención por toda la
eternidad. Puede que tenga curiosidad acerca de los rumores que he
escuchado sobre sus talentos sexuales, pero eso sería un capricho pasajero.
—Sus ojos brillaron cuando los cerré con fuerza, sin querer pensar en los
talentos de Envidia—. He oído que su...
—Por favor, no quiero escuchar ningún rumor sobre Envidia. Ya he
oído hablar del retrato pintado encima de su cama, ese en el que muestra lo
bien dotado que está.
—Maldito sea el diablo. —Vittoria echó la cabeza hacia atrás y se
rio. Era la primera vez que sonaba como su antiguo yo mortal, y me dio
esperanza para el futuro—. Pensé que estaba bromeando sobre esa pintura.
Debería haber aceptado su oferta de usar su dormitorio.
Me di cuenta de que no había dicho nada sobre Orgullo, pero no lo
señalé. Era una herida sobre la que claramente no se había formado una
costra. Incluso si él no la deseaba de forma romántica, sospechaba que
Vittoria se sentía diferente. Algo más sobre lo que había tenido curiosidad
resurgió.
—Cuando recuperaste tu magia de diosa, ¿reconociste a Lucía?
Casi imperceptiblemente, mi hermana se tensó.
—¿Le dijiste?
—No. Sin embargo, le devolví la piedra de la memoria. Ella debería
ser quien decida su futuro.
El silencio se extendió entre nosotras, roto solo por los débiles ecos
del entrenamiento que se desarrollaba abajo. En lugar de espadas de metal
chocando, el sonido de garras arañando piedra y carne se elevaba. Cuando
mi hermana todavía no dijo nada, continué.
—Si formaste un vínculo con Orgullo, y si Lucía realmente no
quiere estar con él, deberías sentarte y decirle la verdad. Sin juegos ni
mentiras.
—No deseo ser su esposa.
—Nadie dijo que lo hicieras —dije—. ¿Qué quieres? Ahora que has
recuperado nuestra Casa.
Mi hermana lo pensó por un momento en silencio, su atención
nunca dejó el entrenamiento alfa de abajo.
—Quiero centrarme en reconstruir nuestra Casa. Deseo establecer
nuestra corte y recuperar la confianza de nuestros súbditos. Y no quiero
responder más preguntas sobre ese príncipe desgraciado. Pensar en Orgullo
me da ganas de arrancar corazones y pisotearlos. —Ambas esbozamos una
sonrisa ante su arrebato, pero no presioné el tema—. ¿Qué hay de ti,
querida hermana? ¿Qué, en nombre de todo lo bueno y siniestro, te poseyó
para renunciar a tu magia?
—Era eso o la maldición permanecería intacta para siempre.
—No —dijo Vittoria, con un raro ataque de ira en su voz—. Matar a
Sursea era una opción viable. Una que tu príncipe debería haber
mencionado.
—Ella es inmortal.
—Y yo soy la diosa de la muerte. Incluso tu poderoso esposo
sucumbió al veneno de la Muerte. Hasta que Madre interfirió con su tónico.
—Los labios de Vittoria se torcieron en una sonrisa cruel—. De todos
modos, nuestra madre es la Anciana. ¿De verdad crees que ella no podría
habernos ayudado a asesinar a una sola bruja, incluso a una bendecida con
la inmortalidad?
—Su sobrina —le recordé a mi hermana—. Celestia no habría
matado a la familia.
—Olvidas que nuestra madre tiene un problema con el orgullo, ella
misma. Nunca permitiría que alguien destruyera sus creaciones favoritas.
Nosotras, este reino, todos vivimos en el mundo que ella hizo. Es más
grande que solo tú y yo. —Los ojos lavanda de Vittoria brillaron—. Y
entregaste tu poder por él.
Me sorprendió que se sintiera así, pero estaba lejos de la verdad. Me
di unos latidos para ordenar mis pensamientos, para hacerle entender por
qué mi elección me empoderó.
Volví a centrar mi atención en los lobos. Ahora estaban
completamente cambiados y ejecutando sus ejercicios.
—Elegí poner fin a una maldición que me habría mantenido
enjaulada por la eternidad. Renuncié a mi poder por la libertad, para
corregir un error que había ayudado a crear, intencionalmente o no. No
renuncié a mi magia por un demonio. Aunque seguir mi corazón era el
camino correcto, al menos para mí. Cuando consideré los caminos abiertos
para mí, podía vivir sin magia, pero no podía imaginar renunciar a todo lo
que amaba para aferrarme a ella. Elegí el camino que me ofrecía la vida que
quiero vivir.
Mi hermana negó con la cabeza pero no siguió discutiendo. Estaba
bien que ella se sintiera diferente, que eligiera un camino diferente. No
tenía que estar de acuerdo con todas sus elecciones, y ella tampoco tenía
que estar de acuerdo con cada una de las mías. Eso no significaba que no
nos amábamos y respetábamos ferozmente. Éramos gemelas, pero éramos
nuestras propias diosas.
—Elegí la felicidad sobre el miedo — dije finalmente—. Y lo
elegiría de nuevo sin ningún arrepentimiento.
Vittoria exhaló un largo suspiro, el aire frío creó pequeñas nubes
frente a ella.
—Entonces estoy realmente feliz por ti, Emilia. —Me miró con ojos
traviesos—. Y si necesitas algo, lo que sea, siempre me tendrás a mí.
TREINTA Y UNO
Las alas de llamas de Ira brillaban intensamente contra el cielo
crepuscular. Estábamos uno frente al otro en los jardines de la Casa de la Ira
cerca de la estatua que, sospeché, y finalmente lo confirmé, representaba a
una temida diosa que Ira nunca se había permitido olvidar. Nuestras manos
izquierdas estaban juntas, palma con palma, nuestros tatuajes de SEMPER
TVVS a juego alineados como para recordarnos que nos habíamos entregado
el corazón para siempre.
El rey de los demonios vestía un traje negro, aunque se había
abrochado una flor de naranja en la solapa, un guiño a las flores que una
vez más había ensartado en mi cabello suelto.
Mi vestido color perla no tenía mangas, una hermosa seda ribeteada
con el encaje más delicado, pero el frío helado nunca tocó mi piel. Una
buena ventaja de tener un marido con alas tan inusuales. Se sentía como si
una chimenea viajara con nosotros, incluso durante una tormenta.
Afortunadamente, la nieve se había detenido para nuestra ceremonia
de unión, aunque nubes oscuras se acumulaban en lo alto, una advertencia
de que la calma no duraría.
Anir y Fauna se adelantaron como nuestros testigos de los antiguos
dioses, cada uno sosteniendo un extremo de una vid con espinas. Era más
un cordel que una vid inflexible mientras lo tejían lentamente a través de
nuestras manos, luego alrededor de nuestras muñecas, atándonos, tanto
literal como simbólicamente.
Una vez que los nudos fueron probados y apretados, nuestros
amigos se retiraron. Los ojos de Fauna se empañaron y Anir parpadeó
furiosamente. Los dos tontos sentimentales hicieron que mis propios ojos
estuvieran llorosos.
Ira esperó para hablar hasta que mi mirada se encontró con la suya.
—Cuando te volví a ver por primera vez, te odié.
Me eché a reír y negué con la cabeza.
—Siempre el romántico, querido esposo. Al igual que los héroes de
mis novelas románticas favoritas, sabes exactamente cómo conquistar al
objeto de tu afecto.
—Ahora sabes por qué es un demonio de acción, no de palabras, Em
—gritó Anir.
Los labios del demonio se torcieron.
—Te odié porque en ese momento lo recordé. Tal como la bruja dijo
que lo haría. Por primera vez en años, mis recuerdos de ti volvieron. En
lugar de reconocimiento o alivio, sentí tu miedo, luego tu furia, y me di
cuenta de que la maldición no se había roto. Que solo hubo una pequeña
grieta. Te odiaba porque te habías convertido en una de las mismas criaturas
que nos había destrozado. Habías adoptado sus formas. Ne despreciabas; Lo
sentía cada vez que estabas cerca. Juré dejarte con tus propias elecciones,
quedarme a un lado mientras buscabas tu propio camino, incluso si eso
significaba que elegirías ser una Bruja de las Estrellas.
Una oscuridad cruzó las facciones de mi esposo.
—Cuando conocí a ese niño humano en el monasterio, Antonio,
estaba preparado para dejarte para siempre. Pero luego dijiste mi verdadero
nombre, y me pregunté. Tal vez lo recordabas, en algún lugar muy adentro.
Tal vez había algo que la maldición no había corrompido. —Su expresión
cambió de nuevo como si esta admisión le costara—. Te dije que nunca más
me llamaras Samael, no porque hubieras dicho mi nombre, sino porque no
quería que tu familia de brujas lo usara contra nosotros. Si sabían que nos
habíamos encontrado de nuevo, contra todo pronóstico, odiaba pensar en lo
que podrían hacer para separarnos.
—Me preguntaba sobre eso.
—La maldición me impedía decir ciertas cosas, como sabes. Lo que
finalmente nos dio la oportunidad de conocernos de nuevo. Los dos éramos
diferentes en algunos aspectos. No estaba seguro de si todavía encajaríamos
como solíamos hacerlo. Pero poco a poco, te deslizaste dentro.
Sonreí ante eso.
—Una vez, cuando me encontré en tu mente después del ataque de
la Viperidae, sentí tu miedo. Tuve la impresión de que era como una astilla,
enterrándose bajo tu piel.
—Se sentía de esa manera. —La risa profunda de Ira fue inesperada
y cálida—. Quería vengarme de Sursea, y quería recuperar mis alas más que
nada. —Sus magníficas alas aletearon para enfatizar el punto—. En algún
momento del camino, comencé a desear algo más. A ti. No quería
simplemente tu cuerpo. Quería tu corazón. Tu mente. Quería una socia. Una
confidente. Alguien con quien caminar por el infierno, y alguien que
también pudiera mostrarme el cielo. Alguien sin miedo a desafiarme, que
me dijera mis fallos. Quería a mi igual. Furia.
Mi atención se desplazó a las alas de fuego que parecían haber
crecido en llamas y calor cuando dijo mi verdadero nombre.
—Sigo siendo Furia, solo que con un poco menos de fuego.
Una sonrisa secreta tocó sus labios.
—Cuando un vínculo es aceptado plenamente por ambas partes,
compartiremos todas las cosas de la vida. Acepto nuestro vínculo. Te doy
mi corazón, mi alma, mi poder.
La enredadera en la mano de Ira se hundió en su piel, la magia brilló
como una estrella cruzando el universo. Todo lo que tenía que hacer era
pronunciar esas mismas palabras, entonces estaríamos unidos por la
eternidad. Esta vez sería una elección hecha por cada uno de nosotros. Sin
magia involucrada.
—Me enamoré de ti lentamente, aunque siempre te encontré
frustrantemente atractivo. —Anir y Fauna se rieron ante mi admisión—.
Algo que estoy segura de que intuiste. Cuando vine aquí y descubrí el
Corredor del Pecado y la magia sutil de este mundo, un destello de emoción
se encendió dentro de mí. No había estado lista para admitirlo a mí misma,
y mucho menos a ti, pero había estado agradecida por la oportunidad de
finalmente actuar sobre sentimientos que había estado desesperada por
ignorar. —Inhalé profundamente—. Podría haber sido cobarde, pero
necesitaba tiempo para arreglar todo. Nunca me apuraste. O tratase de
forzar mi mano. Me había estado enamorando de ti, pero supe que era algo
especial después de apuñalarte.
—Siempre la romántica, mi amor. —dijo Ira inexpresivamente,
usando mis palabras de antes.
—Era la primera vez que establecíamos límites. Y era importante
para mí. Quería ver cómo reaccionarías, si alguna vez repetías esa acción.
No lo hiciste. Incluso cuando tenías más información, incluso cuando
podías ver posibles curvas en el camino que yo no podía, nunca más te
pasaste de la raya. Respetaste ese límite, respetaste una regla establecida
entre nosotros, y yo sabía que tendría una verdadera pareja, si elegía una
relación contigo. No una imperfecta, sino alguien que sería dueño de su
mierda y no intentaría compensarla, sino ponerla en orden a partir de ahí en
acciones. Mostrarme que podía confiar en ti para seguir adelante.
—Ambos deben trabajar en sus declaraciones de amor —dijo Anir,
no sin amabilidad. Fauna le dio un codazo en el costado y rápidamente
cerró la boca.
—Te amo, Samael. Las partes buenas, las malas y todas las partes
intermedias. Cada pieza desordenada... —Ira levantó una ceja ante la
mención de “desordenada”, y puse los ojos en blanco—. Te elijo hoy,
mañana y todos los días a partir de entonces. Acepto nuestro vínculo. Te
doy mi corazón, mi alma, mi poder.
Las enredaderas de mi mano brillaron tan intensamente como lo
habían hecho con Ira y se asentaron bajo mi piel. Ahora ambos teníamos un
tatuaje más: las enredaderas con espinas mostrarían para siempre que
estábamos unidos, más que solo marido y mujer. Estábamos unidos alma a
alma. Porque elegimos estarlo.
Ira me acercó y me besó profundamente, luego sonrió contra mis
labios.
—¿Recuerdas cuando dije que compartiríamos todo?
—Lo hago. —Mis ojos se entrecerraron cuando su sonrisa se amplió
—. ¿En qué plan estás trabajando ahora?
Susurró algo en una lengua antigua, una que yo no podía hablar pero
sabía que era angelical. Una vez que terminó su discurso, se inclinó y
susurró:
—Como es arriba es abajo. Ahora estamos verdaderamente
equilibrados en todos los sentidos. Mi hielo a tu fuego.
—Pero yo ya no…
Las alas de Ira se encendieron brillantemente, el fuego ardía lo
suficientemente caliente como para hacer que el aire a nuestro alrededor
brillara por el calor. Las motas doradas y plateadas de sus alas latían, y
observé en silencio cómo entraban y salían como estrellas. Era hermoso y…
En un instante, el fuego y el color desaparecieron de sus alas.
Parecía como si alguien hubiera volcado una botella de tinta y el líquido de
ébano goteara lentamente por las plumas, reemplazando el fuego con la
oscuridad. Mientras el fuego se desvanecía, noté algo más, algo
extrañamente familiar que comenzó como un pequeño aleteo en mi centro.
El mismo lugar donde una vez había habitado mi magia.
—Qué… —Me agarré el estómago mientras el aleteo crecía.
Un destello más de poder, un rayo de luz que cruzó un cielo
tormentoso y el fuego de las alas de Ira se apagó por completo. Mis rodillas
se doblaron cuando el poder se abalanzó sobre mí, me llenó. Mi esposo me
abrazó con fuerza hasta que lo último de su poder se asentó en mí.
Lágrimas que no sabía que caían humedecieron su solapa. En mi
centro, donde había vivido la Fuente, sentí magia. Retrocedí, mirando sus
alas. Donde antes eran llamas blancas y plateadas, ahora eran de un negro
brillante. Parecían su luccicare.
—¿Qué hiciste? —pregunté, mi voz era un mero susurro.
Ira besó la parte superior de mi cabeza.
—Lo que es mío es tuyo, mi amor. Te dije que tenía suficiente
magia para los dos. —Y él me había dado la mitad. Las lágrimas se hicieron
más fuertes, y besó cada una de ellas para alejarlas—. Invoca tu poder,
Furia.
Me sequé las lágrimas y probé ese nuevo y agitado pozo de magia.
—Fiat lux.
Flores ardientes estallaron en el cielo sobre nosotros, más grandes y
poderosas que nunca. Esperaba que la magia fuera plateada, dorada y
blanca. Pero seguía siendo mi oro rosa. La magia podría haber venido de mi
esposo, pero realmente era mía.
—Gracias —susurré. Ira me envolvió en sus brazos, mirando las
flores que ardían en el cielo. Eran como nuestras propias estrellas
personales—. Gracias por entregar tus alas por mí.
Las alas de Ira se dispararon a ambos lados, aleteando lo
suficientemente fuerte como para levantar nieve.
—No renuncié a nada. Tengo mis alas. Tengo a mi esposa. Y tengo
algunas ideas muy interesantes sobre el diseño de nuestro nuevo dormitorio.
Sin embargo, me gustaría probarlo primero.
—Tomaremos eso como nuestra señal para irnos —dijo Anir—.
Felicitaciones a los dos.
Besó cada una de mis mejillas y palmeó a su rey en la espalda antes
de que Ira lo rodeara con un brazo y lo abrazara apropiadamente. Fauna se
inclinó en una reverencia, pero también la atraje para darle un fuerte abrazo.
Ella me retuvo ferozmente.
—Debemos hablar pronto, mi lady.
—¿Estás libre mañana? —pregunté. Fauna asintió—.
Encontrémonos entonces. Quiero saber todo lo que pasó en el baile de
coronación.
Los ojos de Fauna brillaron.
—Tendré té y pastel de brandy listos.
Una vez que nuestros amigos abandonaron el jardín, me enfrenté a
Ira nuevamente. Él era un demonio urdidor. Y no podía imaginar amarlo
más.
—¿El diseño de tu dormitorio incluye formas de utilizar esas alas?
Un brillo malvado entró en su mirada.
—No exactamente. Pero podemos agregar eso a nuestra lista de
requisitos-.
—¿Qué otros artículos hay en tu lista?
Extendió la mano.
—¿Qué tal si te lo muestro, mi lady?
En el instante en que puse mi mano en la suya, Ira nos llevó
mágicamente a su biblioteca privada. Examiné la habitación vacía. Un
fuego crepitaba agradablemente; las velas del candelabro se habían apagado
casi por completo, añadiendo una sensación suave y sensual a la habitación.
Al principio, no estaba segura de por qué había elegido esta cámara, luego
mi atención se enganchó en el nicho donde colgaban un par de esposas. El
calor se acumuló en mi vientre mientras la anticipación se arremolinaba a
través de mí. No podía querer decir...
Ira se movió detrás de mí, pasando sus manos suavemente por mis
brazos, luego arrastrándolas lentamente hacia arriba de nuevo. Cada golpe
se sentía como magia y mi cuerpo anhelaba más.
—¿Recuerdas cuando me preguntaste si estaría dispuesto a atarte?
Que la diosa me maldiga, lo hacía.
—Sí. Estuviste a punto de congelarnos a los dos hasta la muerte.
Tenía que encontrar alguna forma de distraerte.
Presionó un beso en la parte posterior de mi cuello, la sensación
hizo que los picos de mis senos dolieran, necesitando su toque.
—No fue tu pedido lo que me llamó la atención, sino la excitación
que sentí. —Sus manos bajaron lentamente mi corpiño—. Muy parecido a
lo que estoy sintiendo ahora.
Su pulgar acarició la pequeña protuberancia de mi pecho. Me estiré
hacia atrás, enrosqué mi mano en su cabello mientras él se inclinaba para
besarme a lo largo de mi cuello, mi hombro. Me arqueé contra él, sintiendo
la prueba de su propia excitación contra mi trasero. Demonio malvado.
—Ten cuidado con lo que deseas, esposa. Tu esposo podría ser lo
suficientemente depravado como para complacerte.
Giré en el círculo de sus brazos y mojé mis labios, atrayendo su
mirada de cazador justo donde quería.
—Eso espero. Odiaría que las cosas se volvieran aburridas o
predecibles entre nosotros.
Ira se rio sombríamente, su expresión prometía torturarme de la
mejor manera por ese comentario atrevido.
—Esa boca… —Su atención cayó en mis labios como si tuviera
algunas ideas muy perversas para ello—. Aseguraré que las cosas sigan
siendo interesantes. Por un largo tiempo.
Lanzó una protección alrededor de su biblioteca personal, luego
volvió su feroz y hambriento enfoque hacia mí nuevamente. Nadie
escucharía mis gritos de placer. O sus gemidos. Porque me juré a mí misma
que lo haría gritar lo suficientemente fuerte como para llegar a todas las
Casas del Pecado.
Mi corazón inmortal pasó de latir con fuerza a galopar en mi pecho
mientras él me empujaba hacia la alcoba. El calor que comenzó se extendió
suavemente como un reguero de pólvora por mi cuerpo. Sus labios se
curvaron con el atisbo de una sonrisa sardónica.
—Tú, ángel oscuro retorcido. Ni siquiera te he tocado y estás más
excitada que nunca.
Dejé caer mi atención en el material tenso de sus pantalones.
—Parece ser un problema que compartimos, esposo.
—Tenemos suerte, de hecho. —Ira me admiró por un segundo, su
atención moviéndose a través de mi cara, antes de dejarla caer para observar
mis pechos desnudos. Bajó la cabeza y chupó un botón con la boca,
chasqueando la lengua hasta que me retorcí contra él—. Te voy a dar todo
lo que desees.
—Proclamación peligrosa. —Quería pasar horas sometiéndome a
cada cosa tortuosa y libertina que anhelaba de mi esposo.
—¿Qué tan peligroso te gustaría que fuera? —Pasó un dedo entre
mis pechos, siguiendo una línea por mi cintura. Demonio maldito por la
diosa, se detuvo justo debajo de mi ombligo.
—Haga lo peor que pueda, su majestad. Estoy lista para cada cosa
retorcida y oscura que puedas soñar.
Con un movimiento de su muñeca, mi vestido desapareció. La ropa
de Ira siguió a continuación. Su cruda sensualidad masculina envió una
abrasadora ola de calor a través de mí cuando me miró de nuevo; esta vez
había estrategia en su mirada. Como si hubiera tomado personalmente este
desafío en particular.
—Una cosa que puedo prometerte, —Ira dio un paso adelante y
abrochó una esposa alrededor de una de mis muñecas. Se inclinó para
susurrar en mi oído, su aliento me puso la piel de gallina a lo largo de mi
cuerpo mientras lentamente tomaba mi otra muñeca en la mano—, es que
puedo ser muy, muy malvado, mi amor.
De eso tenía pocas dudas.
Permití que mi mirada vagara sobre el pálido tatuaje escrito a lo
largo de su clavícula. Acta non verba. Era el recordatorio perfecto de que
ahora era el momento de la acción, no de las palabras. Sacudí mis cadenas,
disfrutando la forma en que su mirada se enganchó en mi cuerpo justo antes
de que levantara mi pierna.
Una sonrisa bromeó en los bordes de mis labios.
—Ya es hora de que me muestres, demonio.
Las alas de ébano de Ira se dispararon a ambos lados. Parecía el
pecado encarnado, y mientras su magia me envolvía, le agradecí a la diosa
de que él fuera mío.
CONTENIDO EXTRA EXCLUSIVO DE
B&N

CAPÍTULO EXTRA DESDE EL PUNTO DE VISTA DE ENVIDIA EN

KINGDOM
OF THE
CURSED
Querido lector,

Estoy tan emocionada de compartir este exclusivo capítulo extra


¡contigo! Envidia es uno de mis príncipes favoritos: está sin reparos en su
propio equipo y no permite que nada ni nadie se interponga en el camino
de lo que desea. Me divertí mucho escribiendo desde su punto de vista y
espero que tú también lo disfrutes. Las escenas extra son sólo eso, extras, y
no deberían considerarse canon, ¡sólo diversión! Esta escena tiene lugar
durante Kingdom of the Cursed.
Nota: Este capítulo contiene importantes spoilers de Kingdom of
the Feared, junto con contenido ardiente. Debería leerse después de haber
terminado Kingdom of the Feared.

xoxo,
Kerri
CASA DE LA ENVIDIA
El Príncipe de la Envidia se apoyó en la pared cercana a su suite
privada, preguntándose si tal vez había subestimado la crueldad que poseía
la supuesta bruja mientras mordía el labio del vampiro con la suficiente
fuerza como para sacarle sangre. Alexei, su segundo, lo tomó como una
invitación a morder a su vez el labio de la bruja y acabó con la espalda
pegada a la pared. A juzgar por la mirada aturdida de sus ojos y la grieta
que se formaba en el mármol, ella no se había contenido.
No es que Envidia esperara que lo hiciera. Aunque estaba
sorprendido que se hubiera escabullido en su Casa Real para tener un
coqueteo con un vampiro mientras estaba comprometida con...
La bruja se separó de su violento beso y su mirada se cruzó con la
de él, toda una llama de lavanda e intenciones perversas.
Ah. A menos que Emilia rompiera la maldición, y aún no había oído
hablar de eso a uno de sus espías, no se trataba de la prometida de su
hermano. Era su gemela, Vittoria. De vuelta de la muerte, parecía. Su
aparición aquí era bastante inesperada, lo que le hizo sospechar al instante
de sus motivos.
—Se supone que te estás pudriendo en el suelo —dijo Envidia con
frialdad—. ¿O era una cripta?
—Siento decepcionarlo, su alteza. Aunque tal vez su mascota me
joda hasta la muerte.
—Sólo se puede esperar que la muerte se quede esta vez.
—Si quieres ayudar a que tenga éxito, disfruto bastante de una
buena asfixia.
Los labios de Envidia se movieron en regocijo. Después de todo,
esta noche sería interesante. Hizo un gesto a Vittoria para que continuara,
ya que nunca rechazaba un espectáculo. Ella había irrumpido en su Casa del
Pecado con la intención de actuar, y bien podía complacerla. ¿Por qué no
ver a qué juego estaba jugando ahora?
Estaba claro que había eliminado la maldición que pesaba sobre ella,
al menos en parte. Ya no era una bruja de sombra; él podía ver en sus ojos
lavanda que había recuperado todo su poder y su inmortalidad. Una
complicación que ninguno de ellos necesitaba, aunque le encantaría ver la
expresión de los rostros de las brujas cuando su antigua aliada se volviera
contra ellas.
Su atención se centró en su túnica, obviamente elegida con este
cuadro en mente. Vittoria siempre fue la gemela teatral; era un milagro que
ella y Emilia hubieran convencido a sus hermanos, a todo el reino, hace
tantos años de que eran una sola entidad. El vestido de Vittoria no era más
que dos franjas de tela de color lavanda que le cubrían los pechos y se
juntaban en el centro antes de caer al suelo. Largos tramos de piel de bronce
brillaban con cada uno de sus movimientos.
—¿Por qué no te haces un retrato? Durará más, demonio.
Envidia la estudió detenidamente, preguntándose si conocía sus
planes o si simplemente lo había estado molestando. Tal vez este pequeño
cuadro pecaminoso estaba destinado a distraerlo de su verdadero propósito.
Uno de sus lobos probablemente estaba rondando por el castillo para lo que
ella realmente había venido. Él pensó en el tomo nada especial en su
habitación, agradecido de haber tomado mucha precaución. Incluso si, por
un golpe de mala suerte, los lobos estaban buscando la obra, no la
encontrarían.
Vittoria volvió a empujar al vampiro contra la pared y luego le besó
el cuello con un siseo, olvidando su comentario por el momento. Envidia
exhaló. Tal vez ella realmente sólo estaba tratando de encender su pecado.
—¿Sabe tu hermana que has vuelto? —preguntó él, curioso.
Ella pasó las manos por el pecho del vampiro, deteniéndose en el
lugar en el que latiría su corazón si no fuera un muerto viviente. Un brillo
peligroso entró en sus ojos antes de que Envidia se aclarara la garganta,
atrayendo su atención hacia él
—Pronto lo hará. Sabes que es un asunto delicado.
Envidia resopló. Esa era sin duda una forma de restarle importancia
a las cosas. Vittoria estaba a punto de liberar a uno de los seres más temidos
de todos los reinos juntos. Hacer enojar a Emilia era como no simplemente
iniciar una guerra de reinos, sino destruir su mundo si Ira no lograba calmar
su furia antes de que se rompiera el hechizo de bloqueo.
Cuando gobernaban su círculo, las diosas gemelas eran un enigma.
Nunca fueron vistas por separado por ningún príncipe demonio o miembro
de sus cortes. De hecho, por lo que todos los integrantes de los Siete
Círculos habían pensado anteriormente, sólo existía un ser; la diosa de la
muerte y la furia. Aunque Envidia se preguntaba si había sido la magia
divina la que les había robado ciertos recuerdos, mucho antes de que la
maldición entrara en juego. Celestia, su madre y la infame Anciana, era
conocida por entrometerse, especialmente cuando sus supuestas hijas
favoritas estaban involucradas. El octavo círculo era un territorio
desconocido.
—Estás jugando con fuego —dijo él—. Literalmente.
—Y me encanta la quemadura. —Vittoria giró en los brazos de
Alexei, apoyando su trasero en la ingle de él y giró lentamente. Desde esta
nueva posición, podía observar a Envidia mientras trabajaba con el vampiro
en un frenesí alimentado por la lujuria. Una tarea que ya había cumplido si
las maldiciones y los gemidos de Alexei eran una indicación.
—Si estás tratando de avivar mi pecado —dijo Envidia arrastrando
las palabras—, tendrás que hacerlo mejor que eso.
—Oh, Envidia. Si quisiera acariciar tu pecado, lo haría. —La mano
de Vittoria se deslizó dentro de los pantalones del vampiro, su puño
bombeando a un ritmo constante mientras él gemía—. Eres bienvenido a
mirar. O unirte. Sé que deseas cosas que tus hermanos han tenido.
Especialmente Orgullo.
Había oído rumores de que Orgullo nunca se había acostado con
Vittoria, y Envidia prefería meter la polla en una guillotina. Pero vigilaría
para asegurarse de que la diosa no hiciera un daño grave a su segundo.
Había hecho falta mucha maniobra para tentar al vampiro y alejarlo de la
corte que su especie gobernaba en el sur.
—Por supuesto, continúa. Me sobran cinco minutos.
Ella se rio, pero no entabló más conversación.
—Bájate los pantalones —le ordenó al vampiro. Una vez que él
obedeció de buena gana, ella colocó las manos de él en sus pechos. Alexei
apartó las dos franjas de tela antes de acariciar y jugar con su carne. Vittoria
no apartó la mirada de Envidia, como si imaginara que eran sus manos las
que ahora pellizcaban y apretaban. A algunos les gustaba un poco de dolor
con su placer y la diosa era uno de esos seres. Envidia percibió su
excitación e hizo todo lo posible por no dejarla traslucir. Además, nunca
desearía tocar a Vittoria; ella había jodido a su hermano, pero no de esa
forma en particular.
—Bésame el cuello —dijo Vittoria—. Pero no muerdas hasta que yo
te lo diga.
Siendo una criatura de la noche, Alexei estuvo encantado de
complacerla. Envidia tendría que hablar con él después, para recordarle por
qué follar con la diosa de la muerte era una pésima idea para una criatura
como él. Alexei podría tener a cualquier señor o señora de la Casa de la
Envidia. O a ambos a la vez si le apetecía. Pero quizás era la historia de
Vittoria con Orgullo lo que intrigaba al vampiro. Como el segundo de la
Casa de la Envidia, Alexei siempre buscaba formas de pegarse a sus Casas
rivales. Aunque esto era un poco literal.
Envidia dirigió sus sentidos hacia su alcoba, escuchando para
asegurarse de que nadie se había escapado de la magia que mantenía
alejados a los intrusos. Aunque estaba casi seguro de que los cachorros de
Vittoria estaban registrando su habitación de curiosidades, lejos de aquí,
uno nunca podía estar demasiado seguro.
Vittoria, probablemente sintiendo que su atención se había desviado,
se inclinó ligeramente, exigiendo al vampiro que la tomara por detrás.
Envidia observó impasible cómo su segundo se posicionaba y la penetraba
profundamente, con la suficiente fuerza como para arrancar un gemido de
sus labios envenenados. Alexei se retiró lentamente y volvió a penetrarla.
Esta vez, ella se echó hacia atrás, golpeándolo contra la pared mientras
rebotaba contra su dura longitud. Alexei agarró sus caderas con fuerza,
golpeando dentro de ella con una fuerza sobrenatural. Con suerte, esto
terminaría pronto.
Los vampiros eran amantes exquisitos, así que Envidia comprendía
el atractivo. Aunque realmente deseaba que ella hubiera elegido cualquier
otro pasillo de su Casa para actuar. Habían sido unos días largos y
agotadores. Después de dejar a Emilia sola en la Casa de la Envidia con un
libro de hechizos bastante tentador dos noches antes, se había reunido con
su jefe de espías en las Islas Cambiantes para seguir una pista prometedora.
Ahora, al ver a Vittoria aquí, restaurada y astuta como siempre, se
alegró de haber hecho caso a sus instintos y de haber tendido la trampa para
detener la expansión de la magia de Emilia. No la haría retroceder por
mucho tiempo, pero con suerte sería suficiente para que reclamara a Ira, que
recordara lo que una vez tuvieron y rompiera la maldición antes de que
alguien interfiriera. Envidia la visitaría en uno o dos días para asegurarse de
que el hechizo había funcionado. También tendría que averiguar qué...
Un gemido jadeante atrajo su atención.
—¿Ya cambiaste de opinión? —jadeó Vittoria, con la mirada fija en
la suya mientras Alexei la atendía valientemente—. ¿O todavía estás
languideciendo por la mortal que nunca correspondió a tus sentimientos?
Por favor dime que has follado desde entonces. Ha estado muerta por un
año.
Envidia instruyó sus rasgos con cuidado. Era cierto que había
habido una mortal, pero se había cuidado de guardarse los detalles. Nadie
en ninguno de los reinos sabía de su enredo. O eso había pensado Envidia.
Necesitaba encontrar a los espías de Vittoria y destruirlos.
—Estás terriblemente preocupada por mi polla —dijo—. Es bastante
grosero, teniendo en cuenta que Alexei está haciendo todo lo posible para
complacerte. Sé amable y deja la conversación para más tarde.
Vittoria se rio y se balanceó contra el vampiro, y mientras se
aferraba a él, le clavó las uñas en los antebrazos con la suficiente fuerza
como para sacarle sangre si hubiera sido mortal.
—Tal vez deberías encontrar una forma creativa de hacerme callar.
Orgullo nunca tuvo problemas con eso.
Ella estaba intentando encender el pecado de Envidia de nuevo,
pensando que sería fácil de manipular si lo comparaba con su hermano. O
tal vez, a juzgar por la forma en que el vampiro se dirigió a ella con
renovado vigor, era a él a quien trataba de provocarle los celos.
—¿Y bien? —La atención de Vittoria se dirigió a la parte delantera
de los pantalones de Envidia—. Estoy segura de que ya has descubierto qué
usar.
Ni su excitación ni su pecado se habían avivado con su actuación. Y
nunca lo harían.
—Si insistes, seguro que puedo encontrar un paño con el que
amordazarte.
—Tan difícil. Tan... trágicamente... triste.
—Sin embargo, tú eres la que está afuera de mi alcoba, rogando que
se fijen en ti. Esperando que envidie a Alexei lo suficiente como para darte
lo que realmente quieres.
Miró al vampiro por encima del hombro, con un destello de fastidio
en sus ojos.
—Esto no es una fina fiesta del té, ve más duro o busca un amigo
que lo haga.
Envidia abrió su reloj de bolsillo, aburrido.
—¿Cuánto tiempo más va a durar esto?
Vittoria le lanzó una mirada que lo marcaría para la muerte si no
fuera inmortal.
—¿Preferirías que me transformara para lucir como ella? ¿Te daría
envidia entonces? Tal vez transforme a tu vampiro para que se parezcas a
uno de tus hermanos. La historia tiene la mala costumbre de repetirse.
Se necesitó toda la contención que poseía Envidia para no aplastar
su reloj en su puño o arrancar su daga de la Casa de su funda. Una vez que
encontrara a sus espías, no se limitaría a matarlos, sino que los torturaría lo
más lenta y dolorosamente posible. Descubriría qué otros secretos suyos
habían vendido.
—Tu envidia me alimenta, mascota. Cada vez que piensas en que te
niego y elijo a otro, ardes con mi pecado. Ponte la cara de quien quieras.
Folla en mi cama si lo deseas. Hay un precioso retrato mío en el techo.
Puedes fingir que soy yo mientras tomas a tus amantes. Ahora sé un
encanto y termina contigo misma. Estoy perdiendo la paciencia.
Ella deslizó un dedo dentro de sí misma mientras el vampiro la
trabajaba más rápido, sus ojos seguían clavados en los de Envidia casi por
despecho. Justo cuando su respiración se volvió errática, gritó:
—Muérdeme el cuello. Ahora.
Alexei hundió sus dientes en su carne y continuó hasta que otra
oleada de placer, esta vez la del veneno, se llevó a la diosa. Un momento
después, el vampiro se corrió con un rugido inhumano y se desplomó contra
la pared, quedando brevemente catatónico, con los ojos vidriosos.
La sangre divina era especialmente potente para un vampiro y nada
era tan fuerte como la sangre de Muerte para los no muertos. Envidia había
pasado un tiempo en la versión francesa de las Islas Cambiantes y sabía que
los franceses llamaban a los momentos posteriores al orgasmo la petite
mort. La pequeña muerte era un mantra apropiado para la diosa que la
gobernaba y que dejaba a sus amantes en un estado cercano a la muerte una
vez que los desechaba, un hecho que sus espías habían recogido.
Vittoria no se molestó en ajustarse la túnica mientras se acercaba a
él, con su mirada lavanda adquiriendo algo de la furia por la que era
conocida su gemela.
—He venido a entregar un mensaje. Un favor de la Casa de la
Venganza, por así decirlo. Aunque, dado el pésimo estado de tu actitud, tal
vez me vaya. He venido. No hay necesidad de sutilezas ahora.
—Ahorra tu aliento y tus favores. No necesito ninguno de los dos.
—Envidia le dedicó una sonrisa cruel para ocultar su alivio. Ella no estaba
aquí en busca de la escritura, después de todo—. Y la Casa de la Venganza
hace tiempo que desapareció. Tus acciones se encargaron de ello.
—No fui la única que tomó a Ira y a Orgullo por tontos. Sin
embargo, nadie parece recordar el papel que Emilia aceptó felizmente. Una
vez, ella fue tan malvada como yo. Peor, incluso.
Vittoria fue a agarrar la ingle de Envidia, pero la mano de él salió
disparada, envolviendo su muñeca. Esperó a que la tensión abandonara su
brazo antes de soltarla.
—No vuelvas a intentar eso.
Ella levantó una ceja y le dirigió una mirada de valoración.
—Una vez que mi hermana recupere su gloria, nuestra Casa se
levantará. Más fuerte y temible que antes. Te ofrezco la oportunidad de
entrar en mi gracia, demonio. Podríamos formar una alianza que nos
beneficiaría a ambos. Podrías tener acceso a la Casa de la Venganza. La
verdadera Casa.
Su oferta era tentadora. Nadie tenía acceso al octavo círculo; todos
sus espías murieron antes de cruzar esa viciosa cordillera que lo separaba de
los Siete Círculos. Pero dejando de lado la tentación, no beneficiaría a su
agenda final.
—Realmente estás loca. —Envidia sacudió la cabeza—. Tu hermana
está enamorada. La razón por la que tu anterior juego no se desarrolló como
tú y esa asquerosa bruja imaginaron que lo haría. La maldición, su hechizo
de bloqueo mortal, los recuerdos robados... Cualquiera con una pizca de
sentido común puede decir que nada rompió el vínculo entre ella e Ira.
Incluso después de que su falsa familia mortal le enseñara a odiarlo durante
años, llenando su cabeza con historias ridículas. Si crees que ella lo
traicionará para ayudarte a restaurar tu Casa, entonces quizás necesites
buscar un médico real. Que te preparen un tónico para tus delirios. Nada
separará a esos dos.
Envidia se dio la vuelta y se dirigió a su alcoba. Acababa de
alcanzar el pomo cuando Vittoria dijo en voz baja:
—¿Y si está muerto? ¿Qué pasará entonces? ¿Crees que su furia
será domada, o crees que le recordará a brujas y demonios por igual por qué
nos llaman las Temidas? Personalmente, creo que se despojará de su
mortalidad y vendrá por todos ustedes. Y yo estaré allí, sosteniéndola en su
dolor.
Un escalofrío recorrió su espina dorsal mientras le devolvía
lentamente la mirada.
—A los príncipes del Infierno no se nos puede matar. ¿O lo has
olvidado?
—¿Es eso totalmente cierto? —La sonrisa de Vittoria era venenosa
—. Me parece recordar objetos embrujados. Uno, en particular, he oído que
te interesa mucho para tu colección. ¿O eran dos los que buscabas?
La tensión se extendió entre ellos y, como cualquier invitado no
deseado, se prolongó demasiado.
—Tus espías deben estar equivocados —dijo finalmente, dándole de
nuevo la espalda—. No estoy en el mercado de los objetos embrujados. Y
si has terminado, sal de mi círculo. —Miró a su segundo, que ahora estaba
alerta y en pie de nuevo—. Alexei, acompaña a la diosa afuera.
—Impresionante. —El lento aplauso de Vittoria lo siguió hasta su
cámara privada. Justo antes de cerrar la puerta, la oyó decir—. Has
aprendido a mentir después de todo.
Envidia lanzó un hechizo para evitar que nadie entrara en su cámara
y se paseó por la habitación, con los pensamientos acelerados. Si Vittoria
conspiraba para matar a Ira y desatar a la diosa de la furia antes de que su
poder se restableciera por completo... Envidia se detuvo cerca de su
escritorio, formándose una idea.
El Festín del Lobo aún necesitaba un invitado de honor. Y las
votaciones se harían mañana. Los detalles eran turbios, pero seguramente él
y sus hermanos podrían idear alguna manera de ayudar a Emilia a
completar el vínculo sin ninguna repercusión.
Se sentó en su escritorio y mojó la pluma en su característica tinta
verde oscura. Ira se opondría a su plan, pero no dudaba de que el Orgullo,
Gula e incluso Pereza ayudarían a garantizar la elección de Emilia. Cada
uno de ellos tenía sus propias razones para ayudar. Él las explotaría si fuera
necesario.
Una vez que sus cartas fueron escritas y selladas con cera, las envió
por magia directamente a sus hermanos. El papel fue hechizado para que
ardiera inmediatamente después de ser leído, una prueba menos por la que
preocuparse. Se levantó y llenó un vaso del mejor licor que podía comprar y
contempló el cuadro que acababa de adquirir en su último viaje. Era
exquisito, creado por la mejor artista de todos los reinos juntos. Algunos
llamaban a su obra de otro mundo, mágica.
Y él entendía por qué. La piedra caliza de la casita brillaba bajo el
sol de la tarde; gruesas vides de glicinas se aferraban al enrejado sobre la
puerta, los pétalos de amatista parecían racimos de uvas en miniatura,
esperando ser arrancadas y disfrutadas. La artista había capturado el
exterior de la galería a la perfección. Casi convencido de que podía
extender la mano y girar el copo y caminar hacia otro tiempo y lugar.
Envidia se tragó el licor de un solo trago, sin dejar de mirar el
cuadro.
Pronto, cuando la maldición se rompiera, le haría una visita a la
artista. Su atención se centró en su mesita de noche, en el trozo de papel que
había metido entre las páginas de un libro. Fuera cual fuera el juego de
Vittoria esta noche, no había descubierto su secreto.
Dejó la copa vacía y abrió el viejo tomo, siguiendo la firma de la
escritura. Gracias a una serie de acontecimientos bastante afortunados para
él, Envidia era el orgulloso nuevo propietario de la mejor galería del reino.
Lo único que quedaba por hacer era informar a la artista del cambio. Hablar
con ella sería el primer paso para lograr el trato que realmente buscaba.
Envidia cerró el libro con una palmada y cerró los ojos, conjurando
una imagen de la artista. O una imagen basada en la descripción que le
habían proporcionado sus espías. Todavía no había tenido el placer de
conocer a la señorita Camilla Antonius. Si es que ese era su verdadero
nombre. Pero pronto tendría el disgusto de conocerla. Y por primera vez en
años, Envidia sintió que se agitaba la emoción.
Lo que viniera después sería cualquier cosa menos aburrido.
Camilla lo detestaría, pero hacer otro enemigo no importaba mientras
obtuviera lo que deseaba de una vez por todas.
CONTENIDO EXTRA EXCLUSIVO DE
WALMART

CAPÍTULO EXTRA DESDE EL PUNTO DE VISTA DE IRA EN

KINGDOM
OF THE
FEARED
¡Y notas detrás de escena sobre los príncipes demonio
escritas a mano por la autora!
Querido lector,

Ten en cuenta que esto debe leerse después de haber terminado


Kingdom of the Feared, ya que contiene importantes spoilers del libro.
Espero que disfrutes de esta escena adicional contada desde el punto de
vista de Ira. Me encanta verlo a él y a sus hermanos interactuar, ¡así que
fue muy divertido escribir esto! (
Nota: Esta escena tiene lugar durante Kingdom of the Feared.

Gracias por todo tu amor y apoyo a este mundo y estos personajes.

Xoxo,
Kerri
EL FOSO
—No creía que Pereza tuviera la capacidad de pelear tan duro. —
Orgullo se deslizó a lo largo del ring de boxeo hasta el lado de Ira, con un
vaso de oscuro inferno, el whisky más fuerte en el círculo de Ira, en la
mano. Orgullo estaba programado para pelear en último lugar y, a juzgar
por el olor a licor en su aliento, Orgullo no creía que el mortal llegaría a esa
ronda. O tal vez simplemente no le importaba. Desde que había resurgido la
diosa de la muerte, Orgullo había estado nervioso. Ira imaginaba que eran
los recuerdos que la diosa había resucitado, los que sabía que Orgullo
deseaba que permanecieran enterrados.
—Tiene un gran gancho de izquierda —dijo Ira.
Lujuria resopló desde donde se inclinaba sobre las cuerdas, todavía
sin camisa y brillando por el sudor de su propia batalla.
—Leyó sobre eso. Y ahora está probando sus teorías. Aburrido.
—Está haciéndolo mejor que tú —dijo Ira, atizando la molestia de
su hermano para alimentar su propio poder—. Tal vez deberías leer más en
vez de follar. Aprender algo útil.
—Si es un libro ilustrado sobre sexo, lo leeré toda la noche. —
Lujuria hizo un gesto obsceno cuando el siguiente gancho de Pereza rozó al
mortal—. ¡Pretende que es tu polla y golpéalo más fuerte!
Pereza lanzó a sus hermanos una mirada sombría y luego esquivó un
desagradable golpe en el rostro.
—¿Cuántos golpes en la cabeza recibiste? —Orgullo emitió un
sonido de disgusto y sacudió la cabeza—. Tal vez deberías tomar un libro.
Tu imaginación es aburrida y sin inspiración, al igual que tus habilidades en
el dormitorio, según los rumores.
—¿Quieres hablar de rumores? Yo también he escuchado algunas
historias interesantes que te involucran, querido hermano. Y créeme, no
eran halagadoras. —Lujuria y Orgullo continuaron incitándose mutuamente
mientras Ira volvía su atención al enfrentamiento, mirando al hombre
mortal, magullado y ensangrentado, mientras recibía otro golpe. Su cabello,
rubio cuando había entrado en el cuadrilátero, ahora aparecía de color rojo
oscuro en ciertos lugares donde se le había partido el cráneo.
—¡Golpe! ¡Gancho! —Lujuria maldijo cuando Pereza dio en el
rostro y finalmente asestó un golpe.
Siempre era elección de los mortales luchar por sus almas, aun
sabiendo que la victoria era casi imposible. Aun así, semana tras semana
entraban en el Foso, el ring de boxeo escondido dentro de una cueva en las
afueras de la Casa de la Ira, con los puños envueltos y la furia palpable
mientras luchaban contra los demonios por otra oportunidad de expiar sus
pecados. No era la ira, sino la esperanza, lo que los hacía regresar cada vez.
Esta noche, el mortal en el ring había pedido pelear con cada uno de los
siete hermanos.
Si podía vencer a cuatro príncipes, no solo quería recuperar su alma,
sino también la oportunidad de regresar a las Islas Cambiantes. Había
luchado, y ganado, contra Gula y Lujuria. Ahora estaba cerca de vencer a
Pereza. Ira iría a continuación, seguido por Envidia si fuera necesario, luego
Avaricia y Orgullo.
No estaba en poder de Ira el enviar al hombre de vuelta al reino
mortal, pero podía garantizarle lo más cercano a ello. Y, además de una
prisión, eso es lo que la isla era.
Ira había enviado un mensaje a cada Casa del Pecado y todos habían
respondido confirmando y sin demandas propias. Sus hermanos no lo
admitirían en voz alta, pero él sabía que de vez en cuando disfrutaban
liberando algo de su propia ira reprimida. El hecho de que pudieran venir a
su infame cuadrilátero y observar a sus luchadores era otra ventaja.
Por costumbre, Ira escudriñó a la multitud que abucheaba. Envidia
estaba de pie junto a Avaricia y Gula al otro lado del ring, sus cabezas
inclinadas mientras tramaban algún plan que llevarían a cabo después. Ira
encontró la mirada de Anir y asintió, sabiendo que su segundo vigilaría
casualmente a sus hermanos.
—¿Dónde está la bruja de sombra? —preguntó Orgullo, su tono
sospechosamente ligero—. Pensé que estaría aquí, fingiendo que no desea
montar tu polla.
—No sigas. —Ira no se molestó en amortiguar el estruendo de poder
que recorrió la cueva, sacudiendo las piedras. Los demonios se apartaron
del camino, gritando mientras evitaban por poco el inesperado ataque aéreo
—. Mi esposa está en casa, leyendo.
—¿De veras? —La sonrisa de Orgullo se volvió aguda—. Podría
jurar que esa se ve justo como ella. Aunque supongo que ya nos han
engañado antes.
Ira dejó ir el golpe y siguió la mirada de su hermano hasta que esta
aterrizó en Emilia. Ahora estaba junto a Gula, observando la pelea con los
ojos grandes y curiosos. Fauna estaba justo a su lado, sonriendo mientras
Anir se acercaba. Ira exhaló lentamente, un pobre intento de controlar su
enojo.
—¿Es esto parte de algún nuevo plan que urdieron?
Lujuria sonrió por encima del hombro.
—Nosotros no la invitamos, pero verte perder ese control férreo
sobre tu poder me está dando algunas ideas bastante divertidas para planes
futuros.
—Ella debería verte pelear —dijo Orgullo, ignorando a Lujuria—.
Y tú no deberías contenerte. Usa todo, incluso tu poder.
—La magia está prohibida en el Foso. —Ira miró a su hermano—.
Conoces las reglas.
—No todas las reglas deberían seguirse religiosamente. —Orgullo
meneó la cabeza, un raro ataque de enojo pasó por sus ojos—. Lucha por
nosotros, o condénanos. Es tu elección. Pero no creas que nos sentaremos a
verte cometer el mismo error otra vez sin actuar por nuestra cuenta.
Ante la amenaza, enojo, frío como el hielo y que lo consumía todo,
causó que la temperatura se desplomara.
—Si actúan por su cuenta otra vez, si se atreven a hacer otro truco
como el que hicieron cuando tú y Envidia probaron la lealtad de Emilia
hacia mí, les recordaré por qué yo soy el rey.
—Ambos, tú y yo, la jodimos. —La expresión de Orgullo se volvió
tan helada como el aire—. Puede que no lo admita a menudo, pero yo sé
qué papel jugué. ¿Tú ya has reconocido el tuyo?
En un instante, Ira empujó a su hermano contra la pared en el lado
más alejado de la cámara, su poder cubrió de hielo la pared de la caverna
donde ahora estaban medio en la sombra, lejos de la multitud de iracundos
espectadores.
—Yo hice un trato para ayudarnos a todos después de que te
enamoraras de Lucía, y su madre me maldijo por no interferir.
Independientemente del cualquier plan para el que la Casa de la Venganza
hubiera sido contratado, tú y solo tú tienes la culpa de la angustia de tu
esposa. Tal vez deberías haber pasado más tiempo en su cama, conociendo
su corazón y su mente, en lugar de alimentar tu Orgullo. Tal vez hoy ella
todavía estaría viva si valorases algo la mitad de lo que valoras tu pecado y
tu apariencia real.
—Eso no es justo. —Orgullo se escapó de las manos de su hermano
—. Era más complicado que eso y tú lo sabes, maldición.
Ira dejó caer a su hermano con gracia sobre sus pies.
—Tu problema es que todavía no sabes lo que realmente quieres.
Odias a Vittoria por lo mucho que te hizo sentir. —La mandíbula de Orgullo
se apretó con fuerza, pero no lo negó—. Lo que no puedo dilucidar es si
realmente extrañas a Lucía o si es tu orgullo dañado lo que alimenta tu
deseo de averiguar qué le pasó. Si Lucía estuviera viva, ¿crees que estaría
interesada en volver a tu Casa, a ti?
Orgullo se estremeció como si lo hubieran golpeado, pero la
pregunta necesitaba ser formulada. A lo largo de los años, Orgullo se había
empeñado en resolver el misterio de la desaparición de su esposa, pero
nunca había hablado sobre la posibilidad de que Lucía hubiera elegido
dejarlo.
Los gritos resonaron desde el ring detrás de ellos, pero Ira no desvió
la atención de su hermano. Orgullo se pasó una mano por el cabello,
buscando cualquier imperfección.
—¿Honestamente? Ya no sé la respuesta a eso.
—Entonces tal vez deberías dejar de seguir adelante hasta que lo
sepas. Es hora de considerar seriamente si ella se fue por su propia
voluntad. Sabes que nunca hemos encontrado ninguna evidencia que apunte
a lesiones, intrusos o juego sucio.
La risa de Orgullo fue tan oscura como su expresión.
—Tú no sabías qué le había pasado a Emilia. Sin embargo, tú no
dejaste de buscarla. Tu consejo grita hipocresía.
—No te aconsejo que detengas la búsqueda, te sugiero que pienses
bien sobre lo que sucederá después. Yo estaba preparado para renunciar y
no interferir. Hasta que tú te sientas capaz de hacer lo mismo y no tener a tu
orgullo participando del juego, avanza con cautela.
La concentración de Ira pasó hacia el atiborrado ring subterráneo. Y
hacia la diosa cuya mirada chocó con la suya al otro lado de la cámara.
Años más tarde e incluso con el hechizo de bloqueo en su lugar, todavía
sentía la agradable sacudida viajar a través de él cada vez que sus miradas
se encontraban y se sostenían.
Palmeó a su hermano en el hombro y condujo a Orgullo de regreso a
la arena.
—Si no odias a Vittoria tanto como quieres que todos pensemos,
organiza una reunión. Pide una tregua. Y si los rumores son ciertos y
siempre has elegido a tu esposa, entonces haz todo lo que puedas para saber
qué le pasó.
—No sé si alguna de las dos opciones es posible. Sabes que no ha
habido rastro de Lucía.
Ira lo sabía. También sabía lo frustrado que se sentía Orgullo por
estar atrapado aquí cuando no quería nada más que destrozar cada reino
hasta encontrar alguna pista que condujera al destino de su esposa. Atar a
Orgullo a los Siete Círculos había sido una parte particularmente
desagradable de la maldición. Un detalle en el que la Primera Bruja sin
duda se había gloriado cuando los había maldecido a todos.
—Arriésgate pronto, o eventualmente perderás tu oportunidad. —Ira
se dirigió hacia el ring de boxeo, más específicamente hacia su esposa. El
futuro de Orgullo estaba en sus propias manos. Una vez que se rompiera la
maldición, Orgullo podría optar por luchar para resolver el misterio de
Lucía o no. Ira sabía que él lucharía hasta el amargo final por Emilia
porque ya lo había hecho y todavía lo hacía. La alcanzó y metió un mechón
de cabello detrás de su oreja, inclinándose cerca—. Pensé que deseabas
descansar.
Emilia miró más allá de él, con el ceño fruncido.
—¿Está todo bien? Pensé que estabas a punto de enviar a Orgullo de
regreso a su círculo.
Los labios de Ira se torcieron hacia arriba. La expresión de ella
insinuaba que él no le habría pedido amablemente a su hermano que se
fuera. Habría clavado la daga de su casa en el vientre de Orgullo. E Ira
detectó que no era miedo o incluso horror lo que ella sentía ante esa
posibilidad. Diosa destructiva y amante de la guerra.
Se inclinó hacia adelante y capturó la boca femenina con la suya, el
beso rápido, duro y posesivo. Emilia se derritió contra él, sus manos se
apretaron contra su camisa mientras su lengua reclamaba la de ella.
Algo primitivo cobró vida en lo más profundo de él, y se tuvo que
contener para no someterse a su repentina excitación. Ira se separó del beso,
ignorando los silbidos de lobo que venían de detrás de ellos. Lujuria era
probablemente el culpable, pero Ira no distrajo su atención de su esposa.
Los labios de Emilia estaban agradablemente húmedos y sus mejillas
sonrojadas. La adoraba.
Ella lo observó con los párpados caídos mientras él se desabrochaba
lentamente los botones de la camisa y luego sacudió bruscamente la cabeza.
—Sangre y huesos. —Emilia miró a su alrededor. La mayoría de los
demonios se concentraban únicamente en la pelea que estaba a punto de
terminar—. ¿Qué estás haciendo?
A juzgar por su acelerado ritmo cardíaco, solo estaba fingiendo estar
escandalizada.
—¿Te refieres a esto? —Rasgó el resto de su camisa en dos tiras y
envolvió cada mano con el material, su boca todavía curvada mientras ella
lo bebía y maldecía entre dientes. Ira escuchó un cuerpo golpear la lona
detrás de él y supo sin mirar que Pereza finalmente había perdido. Un hecho
que se confirmó cuando escuchó la cuenta regresiva del árbitro. Su esposa
no pareció darse cuenta ni preocuparse—. Trata de no excitarte demasiado
mientras peleo.
—Arrogante y demoníaco imbécil.
Se carcajeó mientras entraba al ring, notando que el pulso del mortal
de repente pulsaba de miedo. Ira lo observó sin emociones. Había habido
una razón por la que el hombre había perdido su alma. Y el Príncipe de la
Ira estaba muy feliz de hacerlo luchar como el infirmo para tenerla de
vuelta.
Ira hizo rodar sus hombros, luego sonrió, una sonrisa de lo más
malvada.
—Buena suerte.
Gods&monsters.com (investigación)
Se sabe que los demonios siguen a quienes les prestan atención.
El diablo es considerado un demonio según los estándares
modernos. Él busca consumir y comandar las almas de los mortales.
Son seres muy poderosos y peligrosos, capaces de cruzar a nuestro
plano durante períodos cortos de tiempo.
Se cree que el propósito más común es la “posesión demoníaca”. La
toma del cuerpo de un ser humano para reclamar su alma.
Pueden hacer esto, pero es el miedo lo que quieren, el miedo hace
que una persona sea débil.
“en el mundo de los humanos el poder es seductor, en el mundo de
los demonios, el poder lo es todo”
Invocación de demonios:
Regla #1: Nunca digas el nombre de un
demonio en voz alta. Le da poder y lo
convoca a ti.
Señores de los demonios
NOMBRES DE DEMONIOS Y ROLES DE LOS 72 DEMONIOS ENUMERADOS EN EL ARS
GAETIA, LA CLAVE MENOR DE SALOMON.

1. Halphas, también conocido como conde Halphas y Macthas

Guerrero centrado en la estrategia defensiva (construye


torres)
En forma de demonio, es una paloma, lo que le da
una literal vista de pájaro de las batallas.
Parece un soldado con una voz fuerte / áspera.
Más fuerte: finales de septiembre / principios de octubre.
Invocación del demonio: noche, velas rojas,
mejorana, cobre, aire.

2. Stolas: clasificado como “príncipe”

Más fuerte: mediados - finales de septiembre


Invocación del demonio: durante el día, velas azul
oscuro, lino, cobre, tierra.
Es principalmente un astrólogo y astrónomo entre
demonios. El conocimiento de las estrellas es muy
importante para ellos, al igual que el uso de
piedras y hierbas con fines mágicos y rituales.
El príncipe Stolas también enseña los secretos de
estas herramientas mágicas.
Si se aparece a los humanos, normalmente lo hace
en su forma de demonio, un cuervo negro. Su
forma humana es un hombre fibroso con cabello
oscuro y rizado y ojos azules.

4. Elitos. Rango: duque (¿Casa de la Ira? Ira verdadera.)

Más fuerte: principios de junio.


Invocación del demonio: durante el día, velas
amarillas, cobre, tomillo.
También conocido como “el gran duque de hades”,
es un demonio muy respetado debido a su
profundo conocimiento de la guerra. En los
tiempos modernos, es un general de alto rango.
Puede influir en las batallas y no solo en el ejército
o la naturaleza.
Es un caballero guerrero y monta un caballo
demoníaco alado. “el semental de Abigor” (un
regalo de Bael, es un caballo reanimado del jardín
del edén).

5. Bael. Rango: rey

Más fuerte: finales de marzo.


Invocación: velas negras, helecho, hierro u oro.
Se presume que este rey de los demonios es el
segundo en poder solo después del propio Satán.
Puede hacer invisibles a quienes lo invocan, así
como impartir sabiduría.
Puede controlar el clima.
En forma de demonio puede ser un gato, un sapo,
un hombre o una combinación de todos.
En forma humana, es musculoso y alto, con
cabello castaño y ojos que cambian de color para
coincidir con su energía.
Construcción del mundo basada en
hechos.
INVOCACIÓN DE DEMONIOS.
Tiene más éxito cuando hay varias personas
involucradas o por su cuenta (mi regla).
Los rituales son importantes en los hechizos
de invocación de demonios (estás abriendo un
portal desde ese reino al nuestro,
permitiéndoles cruzarse).
Los demonios tienen reglas:
Deben ser invitados a la casa
de alguien, como un vampiro.
Son invitados a los círculos de
invocación.
La invitación formal debe
ocurrir durante el ritual de
invocación, ya sea inventado o
por escrituras antiguas.
La mayoría de los hechizos de
invocación de demonios están
en latín (el idioma de los
demonios)
Debes tener una estrategia de
salida en el ritual, por ejemplo:
¿estás invitando al demonio a
quedarse en tu vida? ¿o lo
estás acercando lo suficiente
como para hablar y enviarlo de
vuelta al lugar de donde vino?
Formula tu invitación con mucho
cuidado.
Debes enviarlos de regreso
antes de cerrar la conexión con
el otro lado.
La ceremonia debe hacerse
correctamente.
Regla de un
demonio: si cierras
la puerta de entrada
entre los mundos y
no le has pedido al
demonio que se
vaya, tienes un
demonio contigo.
Para tener éxito, hacer
lo siguiente:

1. Decide si quieres un demonio específico.


2. Crea una invitación formal.
3. Habla con el demonio.
4. Finaliza la ceremonia con una invitación formal de cierre.
5. Cierra la conexión entre los mundos.

Cuando termines formalmente la invitación,


piensa en ello como si les pidieras
amablemente a los invitados de una fiesta que
se vayan.
Todos los que forman parte del ritual deben
cerrar su conexión. Es una conexión
espiritual.
Los tableros espirituales pueden traducir el
lenguaje espiritual al nuestro.
Lo mejor es reunir un grupo, también
conocido como un “círculo”, y usar todas las
formas de protección espiritual que tengas.
Sobre la autora

Kerri Maniscalco creció en una casa semi embrujada en las afueras


de la ciudad de Nueva York, donde comenzó su fascinación por los
escenarios góticos. En su tiempo libre lee todo lo que tiene a su alcance,
cocina todo tipo de comida con su familia y amigos, y bebe demasiado té
mientras habla con sus gatos sobre los aspectos más delicados de la vida. Es
la autora número uno en ventas del New York Times y el USA Today del
cuarteto Stalking Jack the Ripper y la trilogía Kingdom of the Wicked.
Siempre está emocionada de compartir los primeros fragmentos y avances
en Instagram @KerriManiscalco. Para obtener noticias y actualizaciones,
visita kerrimaniscalco.com.
Agradecimientos
Moderación

Mari NC

Traducción

Âmenoire

Brendy Eris

Imma Marques

Isa229

KarouDH

Lyla

Mari NC

Naomi Mora

Otravaga

Pole

Vero

Ximena Vergara

Corrección, recopilación y revisión


Mari NC

Diagramación

LizC
Table of Contents
Sinopsis
VEINTE AÑOS ANTES
UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
QUINCE
DIECISÉIS
DIECISIETE
DIECIOCHO
DIECINUEVE
VEINTE
VEINTIUNO
VEINTIDÓS
VEINTITRÉS
VEINTICUATRO
VEINTICINCO
VEINTISÉIS
VEINTISIETE
VEINTIOCHO
VEINTINUEVE
TREINTA
TREINTA Y UNO
CASA DE LA ENVIDIA
EL FOSO
Gods&monsters.com (investigación)
Señores de los demonios
Construcción del mundo basada en hechos.
Sobre la autora
Agradecimientos

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