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Lucy Score
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Epílogo
Epílogo extra
Nota de la autora
Agradecimientos
Sobre la autora
Página de créditos
Naomi
Knox
Naomi
Naomi
Naomi
Naomi
—No.
—¿Cómo que no? —le pedí mientras zarandeaba un
manojo de espárragos ante Waylay.
—No quiero espárragos —dijo Waylay—. Son verdes.
—¿Y no comes nada verde?
—No, a menos que sea una chuche.
Arrugué la nariz.
—Tienes que comer verdura. ¿Y comes fruta?
—Me gustan los pasteles de fruta —respondió mientras
toqueteaba una bandeja de mangos como si nunca hubiese
visto uno.
—¿Qué sueles comer cuando cenas con… con tu madre?
—No tenía ni idea de si Tina era un tema espinoso o si esta
tenía por costumbre que Waylay se las apañara sola. Me
sentía como si llevara una venda en los ojos y me obligaran
a caminar por un lago helado. El hielo podía romperse bajo
mis pies en cualquier momento, solo que no sabía ni dónde,
ni cuándo.
La joven alzó tanto los hombros que casi le rozaron las
orejas.
—No sé. Cualquier cosa que haya en la nevera.
—¿Sobras? —pregunté, esperanzada.
—Hago macarrones con queso preparados y pizzas
congeladas. A veces, incluso nuggets —dijo Waylay, quien,
tras aburrirse de los mangos había pasado ahora a observar
con mala cara la exposición de lechugas verdes—.
¿Podemos comprar Pop-Tarts?
Me estaba entrando dolor de cabeza. Necesitaba dormir
más, y más café. No tenía por qué ser en ese orden.
—Tal vez. Pero primero tenemos que ponernos de
acuerdo en qué comida sana compraremos.
Un hombre ataviado con un delantal que rezaba
«Supermercado Grover» estaba colocando productos en una
esquina. Su sonrisa educada se esfumó cuando nos vio. Con
los ojos entrecerrados y los labios transformados en una
mueca, parecía que acabara de ver cómo dábamos patadas
al bebé de plástico iluminado que representaba a Jesús en
un pesebre exterior.
—Hola —lo saludé, con un grado extra de calidez en la
sonrisa.
Nos dedicó un gruñido y se fue con aire ofendido. Eché
un vistazo a Waylay, pero, o bien no se había dado cuenta
de la mirada asesina, o era inmune a estas actitudes.
Suerte que en el sur tenían fama de hospitalarios. Claro
que estábamos en el norte de Virginia; tal vez, aquí no
llegaba la hospitalidad del sur. O, tal vez, el hombre acabara
de enterarse de que a su gato solo le quedaba un mes de
vida. Uno nunca sabía qué le ocurría a la gente entre
bambalinas.
Waylay y yo fuimos recorriendo la tienda, y me fijé en
que se producían reacciones similares entre otros
trabajadores y clientes. Cuando la mujer que atendía el
mostrador de la charcutería me tiró el medio kilo de
pechuga de pavo que le había pedido, decidí que había
tenido suficiente. Busqué con la mirada a Waylay para
comprobar que estuviera distraída; esta se inclinaba sobre
un congelador abierto en busca de nuggets de pollo.
—Perdone, acabo de llegar aquí. ¿He incurrido en algún
tipo de falta de educación que tiene como consecuencia que
se me tiren los productos de charcutería?
—Ja. A mí no me engañas, Tina Witt. ¿Vas a pagar el pavo
o te lo vas a meter en el sujetador, como la última vez?
Ahí tenía la respuesta.
—Me llamo Naomi Witt. Soy la hermana de Tina y la tía
de Waylay, y le aseguro que nunca me he metido carne en
el sujetador.
—Y una mierda. —Lo dijo haciendo bocina con una mano,
como si estuviera usando un megáfono—. Tú y esa niña que
tienes sois de lo peorcito, unas ladronas que no dejáis de
molestar.
Mis habilidades de resolución de conflictos se limitaban a
contentar a la gente. Solía chillar una disculpa, aterrorizada,
y luego me sentía obligada a comprarle a la parte ofendida
algún obsequio muy detallista. Pero hoy estaba exhausta.
—Muy bien. ¿Pues sabe qué? Que no debería hablar así a
los clientes —le dije. Trataba de parecer firme y segura, pero
me salió con un matiz de histeria—. Y ¿sabe qué más? Hoy
me han gritado, me han robado dos veces y me he
convertido de golpe en una instamadre sin experiencia. Y
todo esto antes de la hora de comer. Habré dormido como
una hora en los últimos dos días. Y no voy por ahí tirando la
carne de la charcutería a la gente. Lo único que le pido es
que me trate a mí y a mi sobrina con un mínimo de respeto,
como clientas que somos y que vamos a pagar lo que
compremos. No la conozco, nunca había puesto un pie aquí,
y siento lo que fuera que os hiciera mi hermana con el
sujetador y la carne, pero ¡quiero que corte el pavo más
fino!
Empujé el paquete de pavo hacia ella por encima del
refrigerador.
Abrió los ojos de par en par con una expresión de «no
estoy segura de cómo tratar a esta clienta desquiciada».
—¿No estás de coña? ¿No eres Tina?
—No estoy de coña. —Joder. Debería haber ido a buscar
el café primero.
—Tía Naomi, he encontrado las Pop-Tarts —dijo Waylay,
que apareció con los brazos llenos de productos azucarados
para desayunar.
—Perfecto —le dije.
Knox
Naomi
Naomi
Querido Stef:
N.
Tina:
Naomi
COSAS QUE HACER PARA LA TUTELA:
Knox
Naomi
Knox
Naomi
Knox
Naomi
Naomi
Querida Naomi:
Mamá
Capítulo 17: De hombre a
hombre
Knox
Naomi
Naomi
Knox
Naomi
Knox
Naomi
Naomi
Knox
Naomi
Knox
Knox
Knox
Naomi
Naomi
Naomi:
Warner
Knox
Naomi
Naomi
Knox
Knox
Naomi
Knox
Naomi
Knox
Naomi
Para: Naomi
De: STEF
Asunto: Nueva Naomi – Día Uno
Knox
Naomi
Naomi
Para: Tina
De: Naomi
Asunto: Lo que buscas
No sé qué buscas, pero si así desapareces de mi
vida, te ayudaré a encontrarlo. Dime cómo doy con
ello y cómo te lo doy.
N
Si encontraba lo que Tina quería, podría hacerla
desaparecer de mi vida. Si no era algo en plan códigos
nucleares, se lo entregaría, o, al menos, lo usaría de cebo
para sacarla de su escondite.
Esperé a que me asaltara la culpa, pero no sentí nada.
Seguía aguardando cuando me sonó el móvil en la mano.
«Knox Morgan».
No sé si fue el fireball o las charlas motivacionales, pero
me sentía preparada para tomar las riendas. Me cuadré y
acepté la llamada.
—¿Qué?
—¿Naomi? Menos mal. —Parecía aliviado.
—¿Qué quieres, Knox?
—No sé qué te habrá contado Lina, pero no es lo que
crees.
—Lo que creo —lo interrumpí— es que tu vida amorosa
no me incumbe.
—Va, hombre, no seas así.
—Seré como me dé la gana, y te vas a aguantar. Deja de
llamarme y de enviarme mensajes. Hemos terminado, te
fuiste.
—Que no estemos juntos no significa que no quiera que
estés a salvo.
Su voz y la crudeza que destilaba me llegaron al alma.
Sentí que me faltaba el aire.
—Es un detalle por tu parte, pero no necesito que me
mantengas a salvo. Ya hay otra línea de defensa al completo
en tu lugar. Eres libre como un pájaro, disfrútalo.
—Dios, Flor, no sé cómo decírtelo para que lo entiendas.
—Ya vale, Knox. Sí que lo entiendo. Entiendo que te
importaba y eso te asustó, y entiendo que Waylay y yo no
éramos recompensa suficiente para que te enfrentaras a tu
miedo. Lo pillo; estoy procesándolo. Tomaste una decisión y
ahora tienes que apechugar. Pero yo no soy como Lina, no
voy a perseguirte para que seamos amigos. Es más,
considera esto mi dimisión. Mañana por la noche será la
última vez que trabaje en Honky Tonk. Que vivamos en el
mismo pueblo no significa que tengamos que vernos las
caras todo el santo día.
—Naomi, esto no es lo que quería.
—Sinceramente, me da igual lo que quieras. Por una vez,
voy a pensar en lo que quiero yo. Deja de llamarme y de
escribirme. Diles a tus niñeros que se larguen y deja que
siga con mi vida. Tú ya no formas parte de ella.
—Si esto es por lo que dije de Nash y tú, perdona. Me dijo
que…
—Voy a cortarte ahí, no vaya a ser que vuelvas a decir
que soy tus sobras. Me da igual lo que digas o pienses de mí
o de los hombres con los que decida salir. No necesito tu
opinión ni tus disculpas a medias. ¿Quién pide perdón
diciendo «perdona»? —exigí saber, procurando hacer una
imitación que no fuera halagadora.
No se oía nada al otro lado de la línea. Por un momento,
pensé que me había colgado.
—¿Cuánto has bebido? —preguntó.
Me acerqué el teléfono a la cara y grité.
Unas sillas chirriaron y, al segundo, Lucian y Nash
estaban en la boca del pasillo. Levanté un dedo para que no
intervinieran y dije:
—Te sugiero que borres este número porque, como
vuelvas a llamarme, le diré a Waylay que no te devuelva al
perro.
—Naomi…
Colgué y me guardé el móvil en el bolsillo.
—Que alguien me lleve a casa, me duele la cabeza.
Pero no era nada comparado con lo que me dolía el
corazón.
Capítulo 45: Discusión en el bar
Knox
Naomi
Knox
Naomi
Knox
Naomi
Knox
A mis lectores:
Acabé de escribir este libro a las 23.03 del 4 de noviembre
de 2021, e inmediatamente rompí a llorar.
Lo había empezado cinco meses atrás, justo unos días
antes de que David, marido de Claire Kingsley y amigo mío,
falleciera de repente. Su muerte no solo me dejó
consternada, sino que era el tercer marido de una amiga
que, en dos meses, dejaba este mundo antes de tiempo.
Estaba destrozada. No me imaginaba el mundo sin
David, y menos aún un mundo en el que tres de mis amigas
más íntimas habían enviudado trágicamente en la
cuarentena.
Cuando empecé a escribir esta novela, no sabía de qué
trataría. Ni siquiera lo tenía claro cuando iba por la mitad.
Pero, ahora que la he terminado, al fin lo he comprendido.
Este libro trata del coraje que hay que tener para amar a
alguien pese a saber cómo acaban las historias de amor.
Trata de elegir el amor en vez del miedo, una y otra vez.
Trata de dar la cara y ser valiente aun sabiendo que dolerá
muchísimo.
El pavor que tenía Knox a perder a un ser querido y
derrumbarse era el mismo que tenía yo, y, mientras escribía
esta historia, acabé trabajando mucho en mi duelo y mi
miedo. A veces, no podía olvidar lo mucho que sufrían mis
amigas por su pérdida. Otras, tenía la entereza suficiente
para recordar lo afortunados que somos de querer a alguien
con tanto fervor que perderlo es desolador.
Mi deseo es que amemos de todo corazón y que nos
entreguemos tanto a nuestros allegados que, cuando nos
separemos, nuestro único arrepentimiento sea por falta de
tiempo y no por falta de cariño. Y que entendamos que el
dolor que nos causa la pérdida es lo que da color, sabor y
textura a lo que nos queda de vida.
Besos,
Lucy
Agradecimientos
© Brianna Wilbur