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Según Jean Paul Sartre, (quien fue una de las figuras clave de la filosofía del existencialismo y la

fenomenología), la veracidad sería la concordancia de lo que el hombre piensa o dice de sí con lo que
realmente es. Esta definición es un poco parecida a la formulación clásica de la verdad (correspondencia
del pensamiento con la cosa); pero sus presupuestos son distintos.

Sartre afirma en su obra “El ser y la nada” que el hombre es incapaz de veracidad, porque su estado
original es de mala fe. De modo que si intentara la veracidad, ello sería un signo inequívoco de mala fe.

Para aclarar, Sartre dice que el hombre no tiene un “ser fijo” y permanente con propiedades concretas.
El hombre no es un ser “fijo”, sino una “tarea” de hacerse a sí mismo libremente. Si el hombre es un
quehacer, una tarea de existir, pero acepta a la vez que hay en él una propiedad concreta y firme (y por
tanto “estacionaria”, inamovible), está operando de mala fe, pues se “cosifica” en vez de captarse a sí
mismo en su ágil y móvil libertad. La pretendida veracidad (decir algo real y permanente) ocultaría el
auténtico existir (fluido, inestable, discontinuo).

Verdad y veracidad

Tendríamos que empezar distinguiendo entre verdad y veracidad. La verdad es asunto del
entendimiento. Según la definición tradicional, la “verdad” es la concordancia objetiva de una
afirmación intelectual con la cosa real. O también: verdad es una adecuación del entendimiento o de las
palabras con las cosas.

La veracidad, en cambio, es asunto de voluntad y, por tanto, de carácter, de personalidad: significa la


fuerza volitiva (deso) impresa en una afirmación que se dirige a decir la verdad. “Veracidad” implica
amor a la verdad y voluntad de que se reconozca y acepte la verdad. Es la actitud firme por la que
alguien dice la verdad y, según esto, por ella decimos que uno es «veraz». Tal veracidad es
necesariamente una actitud volitiva firme y permanente; y el mismo hecho de decir verdad es un acto
bueno. La veracidad hace bueno a quien la tiene y también hace buenas sus obras.

También la verdad obliga, porque es algo incondicionado y supremo. Y al ser incondicionada no puedo
rebajar a decirla cuando me es agradable, o a silenciarla cuando me es desagradable.

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