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CAPILLA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

HORA SANTA
“EL BAUTISMO DEL SEÑOR”
02-2023

GUÍA: Uno de los momentos más importantes de la vida de todo cristiano es el bautismo. A
diferencia de otros momentos, nos acordamos muy poco de él. No sólo porque, cuando nos
bautizaron y nos "mojaron" la cabeza, no teníamos uso de razón, sino también porque no siempre
lo valoramos en su justa medida. El Evangelio de hoy nos presenta el bautismo de Jesús. Él, que
era Dios, que no tenía ningún pecado, acudió a Juan, el Bautista, para ser bautizado. ¡Qué
sorpresa para el Bautista ver que el mismo Dios se inclinaba ante él para recibir este sacramento!
Con este gesto, Jesús nos demuestra la grandeza de este misterio y nos da una lección más de
humildad.

En efecto, por el bautismo nos hacemos hijos de Dios. Somos curados del pecado original.
Gracias a este sacramento se nos abren las puertas del cielo y comenzamos a ganar méritos en la
gran competición que es la vida. Dios nos da su gracia. A nosotros nos corresponde hacerla
fecunda, hacerla crecer día tras día. ¿Hasta dónde? «Y descendió el Espíritu Santo en forma
corporal, como una paloma, sobre Él, y se dejó oír del cielo una voz: "Tú eres mi Hijo amado, en Ti
me complazco". Hemos de lograr que el Padre también exclame de cada uno de nosotros: "Éste
es mi hijo amado... en él me complazco..." Y todo ello porque tratamos de agradarle en todo,
correspondiendo a ese don tan maravilloso que nos vino por el bautismo, el don del Espíritu
Santo.
Que todos aquellos con los que convivimos descubran en nosotros esa paloma invisible que se
traduce en santidad y en donación hacia nuestros hermanos los hombres y mujeres. Una vez que
Cristo se hizo bautizar, comenzó de lleno su misión apostólica. Seamos apóstoles y portadores del
mensaje redentor y salvífico de Cristo a un mundo que, a veces, parece caminar a ciegas.

Nos ponemos de rodillas para realizar en silencio de manera personal e interior nuestro acto de
adoración inicial. En el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo.

CANTO

GUÍA: En los cielos y en la tierra sea por siempre alabado.


TODOS: El corazón amoroso de Jesús Sacramentado.
GUÍA: Bendigamos al Señor:
TODOS: Bendigamos al Señor que nos une en caridad y nos nutre con su amor en el Pan de la
unidad.

PARTICIPANTE: Lectura Bíblica del Evangelio según San Lucas. 3, 21 – 22.


Todo el pueblo se estaba bautizando. Jesús, ya bautizado, se hallaba en oración, se abrió el cielo,
bajó sobre Él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma, y vino una voz del cielo: “Tú
eres mi hijo; yo te he engendrado hoy”. Palabra de Dios.
TODOS: Gloria a Ti Señor Jesús.

GUÍA: A esta palabra del Evangelio de Lucas, “yo te he engendrado hoy”, los otros evangelistas
añaden esta otra, escuchada también del cielo: “Éste es el Hijo mío, el amado, en quien tengo
todas mis delicias” (Mateo 3,17).
Todo esto que veamos en Jesús, se realizará también en nosotros con el Bautismo que instituirá
el mismo Jesús. Bautismo muy diferente del de Juan, que dice: “Yo les bautizo en agua, pero Él
les bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3,11). Jesús, antes de irse al cielo, les encarga a
los Apóstoles que esperen en Jerusalén, pues “les voy a enviar la promesa de mi Padre”, porque
“van a recibir la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes” (Hechos 1,8).

Al recibir nosotros el Bautismo, ¿en qué nos convertimos? En el bautismo de Jesús vemos lo que
se realizó también en nosotros; el Espíritu Santo se derramó en nosotros y quedamos por Él
consagrados.
Convertidos en hijos de Dios y en templos de la Divinidad, reflejamos desde entonces toda la
belleza de Dios, que, al vernos, dice de nosotros lo mismo que dijo de Jesús junto al Jordán:

- ¡Miren éste mi hijo, miren ésta mi hija! Ellos son mi orgullo por la hermosura que derrochan en
todo su ser. Y es que el agua bautismal nos limpió de toda mancha y quedamos muertos al
pecado, a la vez que resucitábamos a la vida de la Gracia, la que nos mandó Jesús Resucitado al
derramar sobre nosotros el Espíritu Santo, que nos había merecido con su muerte redentora.
Esto es lo que significa ese texto tan repetido de San Pablo: “Jesús Señor nuestro fue entregado a
la muerte para expiación de nuestros pecados y resucitó para nuestra santificación” (Romanos
4,25).
Los cristianos de los primeros siglos sabían esto muy bien y, por eso, se administraba el Bautismo
en la noche pascual como el día más indicado; se les vestía de blanco; venía después la
Confirmación como plenitud del Espíritu Santo, y a continuación se les daba la primera leche de
recién nacidos. ¡La Eucaristía!, de la que participaban por primera vez en Comunión.
Era la dicha suprema del nuevo cristiano, al ver realizado lo que la Iglesia ha pensado siempre y
cantará después con Santo Tomas de Aquino: “El Pan de los Ángeles se hace Pan de los
hombres. ¡Cosa admirable! Come al Señor el pobre, el esclavo, la persona más humilde”… La
Eucaristía sería después el alimento ordinario de la Gracia, de la Vida de Dios, que habían
recibido. Bautismo y Eucaristía eran inseparables. Por eso, no se concibe un bautizado que no
comulga. Cristo será pan comido primero por la fe de los creyentes. Pero después será algo
más… será Eucaristía, hecha de pan y vino, convertidos en la realidad de su cuerpo y de su
sangre, ¡El verdadero pan bajado del cielo! Pan que se acomodará al gusto y necesidad de cada
uno. El Jesús manso y humilde que viene a darme la vida:
- será humildad para mi soberbia, mi orgullo y mi vanidad;
- será castidad limpia para mi impureza y lujuria;
- será amor para mi egoísmo;
- será paciencia para mi genio inaguantable;
- será perseverancia para mi inconstancia, mi cansancio, y cobardía.
Mientras yo siga comulgando, Jesús conseguirá hacerme una copia perfecta suya.

TODOS: Señor Jesucristo, el Padre se complacía en ti. Porque Tú eras el objeto de todas sus
delicias. Así también se complace en mí y me mira y me ama, mientras yo sepa guardar esa vida
bautismal de la Gracia.
Que me ha metido en el número de los hijos e hijas de Dios. Señor Jesucristo, yo quiero conservar
limpio de mancha. Aquel vestido blanco que me impusieron en el Bautismo.
Que con él me acerque cada día a recibirte en la Comunión. Que con él puesto me sorprenda la
muerte en el último día. Que sea él la vestidura gloriosa que luciré en el Cielo.
Señor Jesucristo: mi vida en el Bautismo comenzó con un gesto victorioso, Cuando dije:
¡Renuncio a Satanás, al mundo, al pecado! Hazme valiente en la lucha. Que no sea un alma
cobarde, Que mire, como tú, el premio que el Padre me reserva.
Tú nos santificas a todos y haces de nuestra vida pecadora, una vida santa, inmaculada y llena de
amor. Gracias por el don de la Eucaristía, que así nos haces a todos dignos de Dios.

Que, al celebrar la eucaristía, sienta como se consolidan mi fe, mi piedad y mi amor, para vivir en
plenitud la vida de la Iglesia.

CANTO

GUÍA: Ahora le pregunto a Dios en oración, ¿cuál es la misión que me encomiendas día a día?
Momento de silencio.

Dentro del rito del Bautismo, nuestros padres y padrinos se comprometieron ante Dios y ante la
Iglesia para educarnos y encaminarnos en la fe. Ahora de manera personal, madura, consciente
renovemos esas promesas.
 A renunciar a todo aquello que va en contra del proyecto de vida de Jesús.
 A renovar y reforzar su fe, una fe que deben transmitir a sus hijos.

GUÍA: ¿Renunciamos a creernos superiores a los demás, a vivir en el abuso, la mentira, la


violencia, en la discriminación, el cinismo, el egoísmo y el desprecio a los hermanos y hermanas
que son diferentes?
TODOS: Sí, renunciamos.
GUÍA: ¿Renunciamos a ser indiferentes ante las injusticias del mundo, lejanas y cercanas, por
desconfianza, cobardía, pereza, indiferencia, mediocridad, comodidad o ventaja personal?
TODOS: Sí, renunciamos.
GUÍA: ¿Renunciamos a comportamientos donde el dinero se pone por encima del servicio, del
bien común y la solidaridad o donde sólo preocupe la felicidad personal y el puro negocio?
TODOS: Sí, renunciamos.
GUÍA: ¿Creemos en Dios Padre, autor y defensor de la vida?
TODOS: Sí, creemos.
GUÍA: ¿Creemos en Jesucristo, luz y camino, creador de fraternidad?
TODOS: Sí, creemos.
GUÍA: ¿Creemos en el Espíritu, que anima a la familia humana a construir un mundo mejor?
TODOS: Sí, creemos.
GUÍA: ¿Creéis que es posible el futuro, incluso más allá de la muerte?
TODOS: Sí, creemos.

TODOS: A veces, la voluntad de Dios se carga de una niebla de misterio. Nadie esperaba que
Cristo, el Hijo de Dios, se acercara al pobre profeta Juan, para ser bautizado. Incluso el mismo
Bautista intentó impedírselo. Pero cuando el Maestro pide, hay que saber bajar la cabeza...

CANTO

GUÍA: Los slogans de nuestro mundo querido, proclamando la era de la libertad a toda costa, no
han hecho sino esclavizar al hombre a sus propios caprichos y tendencias desordenadas. Nunca
el hombre ha estado tan atado por las cadenas de su soberbia, de su ira, y avaricia... El Maestro
por el contrario, proclama la libertad del espíritu humillándose ante el profeta, a quien dice:
"conviene que sea así". Sólo tras este acto de sencillez, se revela la divinidad de Cristo culminada
con las palabras del Padre: "Éste es mi Hijo amado..." ¿Por qué Cristo es el amado del Padre?
Precisamente porque se ha ofrecido para la salvación de la humanidad, reparando el pecado de
Adán. Nunca comprenderemos que todo un Dios se degrade hasta hacerse creatura, hombre.
Pero la enseñanza no ha dejado de ser la misma: "Aprended de mí que soy manso y humilde de
corazón". Cristo no presume de ser Dios, y tenerlo todo. Presume de ser manso y humilde. Y de
hecho, la imagen de su muerte elegida por los profetas, será la de un manso cordero llevado al
matadero... El hombre

manso es justo, amigable y optimista. El hombre humilde es pacífico y paciente. Vive confiando en
la Providencia del Padre. No se engríe en los éxitos, ni se desespera en los fracasos. Porque
sabe que Dios vela a su lado, y que nunca, nunca, nunca le va a dejar solo.
TODOS: Por mi filiación de hijo adoptivo tuyo oh mi Dios, ¡te doy gracias Señor!
Por ser llamado a ser hermano de Cristo Jesús, ¡gracias Señor! Dios Padre.

PARTICIPANTE: La fiesta del Bautismo del Señor es ocasión propicia para reflexionar sobre
nuestro propio Bautismo y sus implicancias. El Bautismo no es un mero “acto social”. Un día yo fui
bautizado y mi Bautismo marcó verdaderamente un antes y un después: por el don del agua y el
Espíritu Santo fuimos sumergidos en la muerte de Cristo para nacer con Él a la vida nueva, a la
vida de Cristo, a la vida de la gracia. Por el Bautismo llegué a ser “una nueva criatura” (2 Cor 5,
16), fui verdaderamente “revestido de Cristo” (Gál 3,27). En efecto, la Iglesia enseña que
«mediante el Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con Cristo» (Catecismo de la
Iglesia Católica, 2565).
TODOS: Por la profunda amistad con el Espíritu Santo, ¡infinitamente te doy gracias Señor!
Porque has infundido en mi alma la virtud de la fe para creer con firmeza en Ti, ¡te alabo Señor!

PARTICIPANTE: Pero si mi Bautismo me ha transformado radicalmente, ¿por qué sigo


experimentando en mí una inclinación al mal? ¿Por qué la incoherencia entre lo que creo y lo que
vivo? ¿Por qué tantas veces termino haciendo el mal que no quería y dejo de hacer el bien que
me había propuesto? (ver Rom 7, 15) ¿Por qué me cuesta tanto vivir como Cristo me enseña?
Ante esta experiencia tan contradictoria aclara la enseñanza de la Iglesia que aunque el Bautismo
«borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios… las consecuencias para la naturaleza,
debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual» (Catecismo
de la Iglesia Católica, 405).
TODOS: Por la virtud de la esperanza, por esperar contra todo obstáculo, ¡Santísima Trinidad te
alabo!
Por derramar en mi alma la caridad/el amor, ¡cuánto te amo y te alabo Dios mío!

PARTICIPANTE: Dios ha permitido que luego de mi Bautismo permanezcan en mí la inclinación al


mal, la debilidad que me hace frágil ante las tentaciones, la inercia o dificultad para hacer el bien,
con el objeto de que sean un continuo aguijón que me estimule cada día al combate decidido por
la santidad, así como a buscar siempre en Él la fuerza necesaria para vencer el mal con el bien.
TODOS: Por adornar mi alma con justicia, prudencia, templanza y fortaleza ¡eternamente de doy
gracias Señor!
Por acogerme dentro de una nueva familia, la familia de la Iglesia, el pueblo de Dios, ¡te
agradezco Señor!

PARTICIPANTE: Dios llama a todo bautizado al combate espiritual. El combate espiritual tiene
como objetivo final nuestra propia santificación, es decir, asemejarnos lo más posible al Señor
Jesús, alcanzar su misma estatura humana, llegar a pensar, amar y actuar como Él. Sabemos que
esa transformación, que es esencialmente interior, es obra del Espíritu divino en nosotros. Es Dios
mismo quien por su Espíritu nos renueva interiormente, nos transforma y conforma con su Hijo, el
Señor Jesús. Sin embargo, Dios ha querido que desde nuestra fragilidad y pequeñez cooperemos
activamente en la obra de nuestra propia santificación. Decía San Agustín: “quien te ha creado sin
tu consentimiento, no quiere salvarte sin tu consentimiento”. Y este consentimiento implica la
cooperación decidida en “despojarnos” del hombre viejo y sus obras para “revestirnos” al mismo
tiempo del hombre nuevo, de Cristo (ver Ef 4,22ss). Esto no es sencillo, por eso hablamos de
combate, de lucha interior.
TODOS: Por imbuir e infundir en mi alma la gracia santificante, ¡mi corazón se desborda de
agradecimiento Señor!

Por liberarme de la cruel atadura del maligno y darme la verdadera libertad de los hijos e hijas de
Dios, ¡gracias Señor!

PARTICIPANTE: Para vencer en este combate lo primero que debemos hacer es reconocer
humildemente nuestra insuficiencia: sin Él nada podemos (ver Jn 15,5). No podemos dejar de
rezar, no podemos dejar de pedirle a Dios las fuerzas y la gracia necesaria para vencer el mal,
nuestros vicios y pecados, para rechazar con firmeza toda tentación que aparezca ante nosotros,
para poder perseverar en el bien y en el ejercicio de las virtudes que nos enseña el Señor Jesús.
TODOS: Por acogerme en la barca de Pedro que es la Iglesia Católica en medio de las tormentas
del mundo ¡gloria a Tí Señor!
Por abrir mi corazón para poder recibir tu gracia, con verdadera humildad y un corazón
agradecido, ¡gracias Padre por todos tus dones!

PARTICIPANTE: Junto con la incesante oración hemos de proponer medios concretos para ir
venciendo los propios vicios o malos hábitos que descubro en mí, para ir cambiándolos por modos
de pensar, de sentir y de actuar que correspondan a las enseñanzas del Señor.
TODOS: Por abrir el pórtico para recibir el más grande de los sacramentos – la Santísima
Eucaristía- ¡gracias Padre por tu providencia!
Por abrirme las puertas para un día alcanzar la vida verdadera en la patria celestial, ¡te doy
infinitas gracias Señor!

PARTICIPANTE: El Señor a todos nos pide perseverar en ese combate (ver Mt 24,13), con
paciencia, con esperanza, nunca dejarnos vencer por el desaliento, siempre levantarnos de
nuestras
caídas, pedirle perdón con humildad si caemos y volver decididos a la batalla cuantas veces sea
necesario. No olvidemos que “el santo no es el que nunca cae, sino el que siempre se levanta”.
TODOS: Por darme a mi Madre Celestial, María Santísima, que es nuestra vida, dulzura y
esperanza, ¡gracias, gracias, gracias Padre, Hijo y Espíritu Santo!
CANTO

GUÍA: “Diálogo” que ocurrió hace muchos años entre el agua cristalina que bajaba por un torrente
de montaña y el Señor Nuestro Dios.

“Ya estoy cansada de ser fría y de correr río abajo. Dicen que soy necesaria, pero yo preferiría ser
hermosa, encender entusiasmos, encender el corazón de los enamorados y ser roja y cálida.
Dicen que yo purifico lo que toco, pero más fuerza purificadora tiene el fuego. Quisiera ser fuego y
llama”.

Así pensaba el agua de río de la montaña. Y, como quería ser fuego, decidió escribir una carta a
Dios para pedir que cambiara su identidad.

“Querido Dios: Tú me hiciste agua, pero quiero decirte con todo respeto que me he cansado de
ser transparente. Prefiero el color rojo para mí; desearía ser fuego. ¿Puede ser? Tú mismo, Señor,
te identificaste con la zarza ardiente y dijiste que habías venido a poner fuego a la tierra. No
recuerdo que nunca te compararas con el agua. Por eso, creo que comprenderás mi deseo. No es
un simple capricho. Yo necesito este cambio para mi realización personal”.
El agua salía todas las mañanas a su orilla para ver si llegaba la respuesta de Dios. Una tarde
pasó una lancha y dejó caer al agua un sobre rojo. El agua lo abrió y leyó:

“Querida hija: me apresuro a contestar tu carta. Parece que te has cansado de ser agua. Yo lo
siento mucho porque no eres un agua cualquiera. Tu abuela fue la que me bautizó en el Jordán, y
yo te
tenía destinada a caer sobre la cabeza de muchos niños. Tú preparas el camino del fuego. Mi
Espíritu no baja a nadie que no haya sido lavado por ti. El agua siempre es primero que el fuego”.

Mientras el agua estaba embobada leyendo la carta, Dios bajó a su lado y la contempló en
silencio. El agua se miró a sí misma y vio el rostro de Dios reflejado en ella. Dios seguía sonriendo
esperando una respuesta. El agua comprendió que el privilegio de reflejar el rostro de Dios sólo lo
tiene el agua limpia, entonces suspiró y dijo: “Sí, Señor, seguiré siendo agua. Seguiré siendo tu
espejo. Gracias.”

TODOS: Descubramos la inmensa riqueza de los dones que hemos recibido en el bautismo.
Seamos sencillos, abramos los ojos y los oídos, aprendamos a conocernos; y sobre todo,
aceptémonos como Dios nos hizo. Cada uno de nosotros ha sido el resultado de acto de amor
muy especial de Dios.

El día del Bautismo nos hizo nacer a la vida espiritual, pero eso es sólo una semilla que se riega
día a día. Es tu Espíritu oh Cristo el que realiza en cada uno de nosotros este renacimiento interior
de manera permanente. Este renacer tiene que ser un propósito de cada día. Vivir de manera
plena, a tu estilo Jesús. Esto en el ser humano es difícil porque nos pueden las caídas, los
egoísmos, las soberbias, los juicios ajenos, las envidias, los resentimientos, las incapacidades
para perdonar… pero tu Espíritu Santo nos quiere renovar cada día para que seamos
completamente transformados y purificados. Es la gran oportunidad que se nos presenta en cada
jornada para nacer de nuevo por medio de Él, para seguir renaciendo a un vida más plena, más
profunda, más espiritual, más bella, más buena, más gentil, más entregada, más generosa, más
servicial, más profundamente humana… mas cristiana.

GUÍA: A continuación, quien desee puede pasar al altar para orar frente a Jesús Eucaristía, y dile:
llena mi corazón frágil y tantas veces temeroso y envía tu Santo Espíritu para que encienda en mi
el fuego de tu amor!

Que me haga dócil a sus inspiraciones para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo! Que
encienda su luz en mi mente, infunda tu amor en mi corazón, ahuyente al enemigo de mi vida, que
sea mi guía, y me lleve a conocer cada vez más al Padre.

Ayúdame Jesús a crecer en santidad! Y que tu Espíritu de amor haga que mi corazón siempre sea
capaz de más caridad, más generosidad, más amor, más paz, más perdón, más entrega y más
espíritu de servicio!

Oh Cristo que tu Santo Espíritu me ayude a reconocerte en medio de las dificultades de cada día,
de mis cansancios, de mis preocupaciones, de los sufrimientos, de los problemas, de las
angustias de los que me rodean, y reconocerte glorioso. Gracias Jesús Gracias.
GUÍA: Para terminar, los participantes se toman de las manos y rezan un Padre Nuestro, un Ave
María y un Gloria. Luego, entre todos, se dan un abrazo diciendo: “La paz sea contigo”.

CANTO Y RESERVA

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