Está en la página 1de 4

El fracaso de la Sociedad Civil

Gustavo Mariluz.-

Desde fines del siglo XVIII asistimos a un debate acerca de cómo se da la

conformación de la sociedad. La historia nos muestra que, al derrumbarse el

ancient regime y modificarse la estructura social, surgieron nuevos actores

sociales que, en un proceso dialéctico, contribuyeron en la concreción de nuevas

relaciones sociales. Los señores feudales y la aristocracia de sangre dejaron lugar

a los burgueses y a los proletarios, los estamentos religiosos debieron retirarse y

ese lugar fue ocupado por las ciencias y lo que posteriormente se conocerá como

las profesiones liberales. Solo la corporación militar se mantuvo más o menos

como siempre.

De esta manera, surgirá lo que se conocerá como sociedad civil para designar al

colectivo que no es el Estado o la Iglesia y que constituye, junto con esos dos

estamentos, la sociedad moderna. La sociedad civil, justamente, estará

compuesta por la burguesía, la clase trabajadora, la ciencia, el comercio, los

artistas, los deportistas, las profesiones liberales, los intelectuales, etc.

Como se ha dicho, desde fines del siglo XVIII y en virtud de la influencia de la

Revolución Francesa y la Revolución Industrial, la importancia del pueblo (o Tercer

Estado en Francia) y los propietarios de los medios de producción se hace más

importante que la Iglesia. El Estado republicano que se instituye, lo hará en

competencia y complementación con la sociedad civil. En otras palabras; la

independencia cada vez mayor de ésta, el proceso de construcción de legitimidad

del Estado republicano mediante la búsqueda del Bien Común, la búsqueda de

mayores espacios de autonomía para los individuos producirá fricciones entre la


estructura estatal política y las esferas privadas de los ciudadanos.

En virtud del auge de las ideas liberales individualistas por sobre las colectivas o

socialistas aumentarán estas esperables fricciones llegando a principios del siglo

XXI con el triunfo, coyuntural, de la perspectiva liberal, triunfo que comienza a ser

interpelado después de la debacle financiera, otra más, del 2008/2009. El

liberalismo apelará permanentemente a la impugnación del Estado y a la

glorificación del individuo racional y, consecuentemente, a la sociedad civil.

Lo que me interesa plantear en esta reflexión es que no necesariamente la

sociedad civil sea lo que estos ideólogos plantean. No es cierto que el individuo

sea racional y se comporte de esta manera y no es cierto que el individuo, por si

mismo, pueda actuar más eficazmente que en sociedad. Tampoco es cierto que la

sociedad política sea la responsable de la crisis de esta sociedad (mas allá de

ciertas responsabilidades que si le competen y que debatiré, quizás, en otra

reflexión).

La sociedad civil ha fracasado en lo que se le ha pretendido adjudicar, esto es, ser

el único vehículo de la dinámica social. Quiero decir; la evolución de las

sociedades se da, desde la época Moderna, por la imbricación estructural entre la

sociedad civil y la sociedad política determinando que ninguna de ellas pueda ser

la única responsable de la dinámica social. Si la sociedad política pretende

hegemonizar el cambio social, es posible asistir al surgimiento de dictaduras,

totalitarismos y autoritarismos, si la pretensión de hegemonía esta a cargo de la

sociedad civil, asistiremos al surgimiento de sociedades mercantiles inequitativas

que reducirán el espesor del concepto de ciudadanía subordinando los intereses

colectivos y sociales a los meramente individuales y rentísticos. La construcción


de una sociedad equitativa y democrática supone el reconocimiento de las dos

estructuras sociales mencionadas.

Pero, debería probar argumentalmente estas proposiciones y, para ello, utilizaré

algunos ejemplos: el fluir del tránsito, “la seguridad vial”, el comportamiento en los

estadios de fútbol, la higiene urbana, la evasión de impuestos, etc.

Si observamos objetivamente lo que propongo, verificaremos que no nos

comportamos, como sociedad civil, como deberíamos. Esto es responsabilidad

propia de cada uno de nosotros, sin embargo, descargamos esta responsabilidad

ya sea en políticos (que tienen otro tipo de responsabilidades) o en el Estado. Si

hay un accidente de tránsito, es culpa del Estado o la corrupción política y no el

exceso de velocidad o de alcohol del chofer que tiene su registro vencido. Si se

desata una gresca en una tribuna popular, será responsabilidad de los dirigentes o

de la policía y no de quince monos intoxicados con tetra. Si se quema un local

bailable, la culpa será del inspector que no inspeccionó y no del propietario que no

previno el accidente por no querer perder dinero o del estúpido que prendió un

sillón hiperinflamable para hacer un chiste. Vuelvo a repetir; más allá de las

responsabilidades políticas (y criminales) del Estado hay también una

responsabilidad civil que no puede llegar a constituirse como tal. Lo dicho; es más

fácil adjudicarle la responsabilidad a otro lejano y desconocido que admitir la

propia estupidez. La injerencia de la política en el mal comportamiento de las

personas en un estadio de fútbol, en el devenir desastroso del tránsito en la ciudad

o en la ruta, en la falta de higiene en baños públicos y en las calles de la ciudad,

no son responsabilidad exclusiva de la sociedad política sino de la sociedad civil y

el hecho de deslindar responsabilidades en otros, tan caro a la “mentalidad”


argentina, no solo puede ser un indicador de cobardía sino, también, de

estupidez.

La concordia social se basa en el imbricamiento armónico entre la sociedad civil y

la sociedad política. La preeminencia de una por sobre la otra, tiende a romper esa

armonía de la que estoy hablando. Cada uno de nosotros, ya sea como

funcionarios de un Estado o como ciudadanos tenemos responsabilidades que

cumplir. Despreocuparnos de esta cuestión no colabora en la formación de una

sociedad armónica y coherente.

También podría gustarte