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Contigo llegó la felicidad

Sophie Saint Rose


Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13
Capítulo 14

Epílogo
Capítulo 1

Sabreene recitaba el poema que su institutriz le había


obligado a aprender. Sus preciosos ojos azules no podían dejar

de reflejar su fastidio por haber perdido la tarde en esa


tontería, cuando podía estar en el jardín cuidando sus flores
con el buen tiempo que hacía. Pero la estaba castigando por no

haber hecho correctamente las operaciones matemáticas de esa

mañana. Odiaba las matemáticas.

La señorita Princeton sonrió. —Muy bien, milady.

Se escuchó que llegaba un carruaje, pero ella no se


movió de su sitio porque sabía que si lo hacía se quedaría sin

cena por lo que su institutriz consideraba mala educación.


Había aprendido hacía tiempo que si le llevaba la contraria a
esa bruja la castigaba con lo que más le gustaba y si
protestaba, el conde siempre le daba la razón aumentando su
castigo si era posible. Y siempre era posible. La última vez
que se había quejado a su doncella porque la había castigado
en su habitación sin comer en todo el día, su padre la había
mandado llamar.

Ni quiso saber lo que había ocurrido, simplemente dijo


—Como vuelvan a llegarme quejas de ti, te daré tantos azotes
que no podrás levantarte en una semana. ¿Me has entendido?

—Sí, padre.

Así que después de tres azotainas inmerecidas, con seis


años había aprendido que esa asquerosa siempre se salía con la
suya. Tenía que dejarse llevar, pero solo le quedaban unos

meses en esa casa, un año como mucho. Ya tenía diecisiete


años y su madre se había presentado casi con dieciocho.

Tendría su temporada en Londres y la posibilidad de casarse


con alguien que la sacara de allí para siempre. Su príncipe

azul. Sonrió porque eso siempre le daba ánimos para plegarse

a los deseos de la bruja. Esperaba que su príncipe le diera una


buena patada en el trasero antes de llevársela de allí.

La puerta del aula se abrió de repente y el mayordomo

se acercó de inmediato a la mujer, que levantó una ceja


interrogante. Crown le susurró algo al oído y esta le miró

asombrada. —¿Ya?
—Sabía que este momento llegaría.

—Pero no tan pronto. El conde no me ha informado de


esto.

Crown se enderezó. —¿Acaso tiene la obligación de

informarla?

Esta se sonrojó. —No, claro que no.

—Además lo está haciendo ahora. Apúrese que la está


esperando. Eso si quiere buenas recomendaciones…

—Sí, por supuesto.

¿Recomendaciones? ¿Eso no se daba cuando un

empleado abandonaba su puesto? Sin entender nada vio como

Crown salía del aula.

—¿Lady Sabreene? Levántese.

Lo hizo de inmediato mostrando su sencillo vestido

blanco y su cabello rubio suelto hasta la cintura, solo recogido

con dos horquillas a ambos lados de su rostro. —¿Si, señorita?

—Debe bajar al despacho del conde de inmediato.

Se le cortó el aliento porque eso nunca era bueno. —


¿He hecho algo mal?
—¿Mal? No, por supuesto que no. Usted es una

persona muy bien educada y que sabe cuál es su sitio, milady.

Simplemente quiere hablar con usted.

Qué rara estaba. Parecía nerviosa. ¿Muy bien educada?

Si siempre la estaba poniendo verde. Mirandola con


desconfianza fue hasta la puerta. Salió al pasillo y antes de

salir la escuchó susurrar —Que fatalidad.

¿Fatalidad? Aquello cada vez le gustaba menos. Se

detuvo ante las enormes escaleras e indecisa dudó en si bajar

porque seguramente se llevaría una reprimenda. Después de


unos segundos dándole vueltas, resignada empezó a descender

cruzándose con su hermano mayor que ni la saludó a su paso.

Pero ya estaba acostumbrada. Era la pequeña y la única mujer

de siete hijos. Su hermano más cercano le llevaba cinco años.

Nadie le hacía caso. Para nadie era importante y mucho menos


para su padre que apenas reparaba en su presencia, excepto

cuando algo le molestaba de ella. Intentó recordar la última

vez que había hablado con él y se dio cuenta de que había sido

el año anterior en Navidades. Por obligación le entregó un

regalo. Un camafeo de oro que había sido de su madre. Ni


siquiera le había comprado nada y le había regalado algo

totalmente inapropiado para su edad, pero a ella le había


encantado porque había sido de su progenitora. Volvió la vista
hacia el cuadro de la condesa que presidía el hall. Solo sabía

de su aspecto por ese cuadro, pues había muerto de

tuberculosis un año después de su nacimiento, pero le parecía

realmente hermosa. Hubiera dado lo que fuera por conocerla.


Hizo una mueca por lo que pensaría el conde de eso, porque

siempre decía a quien quisiera oírlo que fue parirla lo que la

debilitó, responsabilizándola de su muerte. Pero lo decía

fríamente como quien había perdido una vaca u otra de sus

posesiones. Dudaba que su padre hubiera amado a alguien en


la vida.

Cuando llegó a la puerta del despacho, Crown la abrió

de inmediato. Se sorprendió de que no estaba su padre solo,

sino que había otro hombre de unos sesenta años que tenía una

espesa barba cana y que se la quedó mirando con sus ojitos

grises. —¿Es ella?

—Sí. Sabreene pasa.

Intimidada por la presencia de ese desconocido dijo


suavemente —Me dijeron que requería mi presencia, padre.

—Eso es —respondió su padre satisfecho y más aún

cuando ante su enorme escritorio hizo una reverencia como si


fuera el mismísimo rey de Inglaterra—. Hija, quiero

presentarte al Duque de Bostford.

Hizo una reverencia con la cabeza agachada y el


hombre entrecerró los ojos. —Parece muy tímida.

—Lo es. Nunca ha salido de esta casa.

—¿Podrá con la responsabilidad?

—Por supuesto que sí. Mi esposa lo hizo perfectamente

y jamás había salido de su casa hasta su presentación. Lleva

preparándose para esto toda su vida.

—Es muy joven. Parece una niña.

Sabreene se sonrojó agachando la mirada mientras su

padre continuaba. —Tiene ya diecisiete años. Su madre se


comprometió con esa edad —dijo cortándole el aliento.

Sabreene levantó la vista hacia el conde que sonrió a aquel

hombre. —Y me dio seis varones fuertes como toros.

El duque caminó por detrás de ella sin quitarle ojo. Se

sintió como una yegua que iban a vender y perdió el poco

color que tenía en la cara temiendo hacer algo que disgustara a

su padre. Cuando se colocó ante ella él dijo con voz grave —


Mírame.
Temblando sus ojos recorrieron el pañuelo blanco que
llevaba a su cuello y su espesa barba hasta llegar a su gran

nariz y esos ojos grises que parecía que querían escudriñar su


alma, lo que la puso aún más nerviosa. —Abre la boca.

—¡Haz lo que te dice el duque!

Sus labios se separaron y el hombre dijo —Más.

La abrió aún más y el hombre miró en su interior antes


de aspirar hondo. —Buen aliento.

—Está sana como una manzana. Jamás ha estado


enferma.

El duque se volvió de golpe y asintió. Su padre sonrió

como si estuviera muy satisfecho. —Retírate, hija.

Cogió sus faldas haciendo una reverencia y salió lo

más rápido que pudo reprimiendo sus ganas de llorar. La iba a


casar. Levantó la vista hacia el cuadro sin comprender como

esa bella mujer había elegido a su padre para su matrimonio,


aunque seguramente no había elegido nada como no la
dejarían elegir a ella. Corrió escaleras arriba. Crown la

observó desde su puesto y cuando desapareció de su vista miró


hacia el lacayo que estaba en la escalera y este asintió

indicándole que había entrado en su habitación. El mayordomo


miró al frente satisfecho. No, milady no le daría problemas

con el conde.

Sabreene tras la puerta intentó reprimir las lágrimas,


pero no pudo evitarlo y sollozó apoyando la frente en la fría

madera sin darse cuenta de que su doncella la observaba desde


el armario donde colgaba un vestido. Esta apretó los labios

siguiendo con su tarea y cuando cerró la puerta Sabreene se


volvió sobresaltada limpiándose las lágrimas a toda prisa. —
No llore, milady. Su destino es mucho más prometedor del que

tienen la mayoría de las muchachas.

—¿Lo sabes?

—Lo sabe toda la casa, pero esto no es de mi


incumbencia. —Fue hasta la puerta, pero Sabreene se

interpuso. —Milady compórtese.

—Va a casarme, ¿verdad? —Esta enderezó la espalda y

asintió a regañadientes. —¿Con quién?

—Me cortará la lengua.

—No diré nada, te lo juro por la tumba de mi madre.

¿Con quién?

La miró fijamente. —Con el sobrino del duque y su

heredero, el conde de Breinstong.


—Pero… ¿Por qué?

—Porque está enfermo y necesita de inmediato un


heredero. ¡Y no me pregunte más que no sé más! —Casi la

empujó para pasar y salir de la habitación dejándola en shock.


¿La iba a casar con un desahuciado? ¿Para tener un hijo? Se
llevó la mano al cuello sintiendo que se ahogaba. Si ese

hombre moría quedaría a merced del duque, que si casaba a su


sobrino de esa manera no era mejor hombre que su padre.

Sollozó reprimiendo sus ganas de gritar. Su príncipe… Jamás


le conseguiría. Sería recluida a otra casa como esa el resto de
su vida. Su única esperanza era que su marido sobreviviera,

que se curara y lograran tener un buen matrimonio. Una


esperanza vana cuando tenían tanta prisa por conseguir un

heredero. Cerró los ojos intentando retener el dolor. ¿Por qué


le pasaba esto a ella? Había sido una buena hija, nunca había
dado problemas. No era justo. Llorando desgarrada se dejó

caer de rodillas al suelo sin poder evitar que el miedo la


recorriera por lo que le depararía el futuro, porque si una cosa

sabía es que jamás podría volver a esa casa.


A la hora de la cena fue invitada a la mesa con los
demás, cosa que no pasaba nunca. Su doncella la preparó lo
mejor que pudo y se puso un vestido blanco con lazos rosas en

las mangas y en la falda, que hasta ese día no había estrenado


porque su padre nunca la invitaba a su mesa. A sus hijos sí,
pero ella era una niña, decía siempre que le preguntaban las

visitas. Por lo visto había dejado de ser una niña. Con sus rizos
recogidos a la nuca para que varios cayeran por su hombro,

bajó las escaleras agarrando sus voluminosas faldas. Siempre


le había encantado ese vestido porque con él se sentía hermosa
y elegante, al fin una mujer, pero en ese momento lo odió con

todas sus fuerzas. Al llegar al salón puso una fría sonrisa en su


rostro como se esperaba de ella y entró con la espalda bien

recta. Allí estaban todos sus hermanos y su padre hablando


con el duque, que se quedó con la palabra en la boca en cuanto
la vio entrar. Todos se volvieron y se hizo un incómodo

silencio.

Su padre carraspeó. —Hija, estás realmente hermosa

esta noche.

Fríamente contestó como se esperaba de ella —

Gracias, padre.
Caminó hasta el sofá y se quedó mirando a Jeremy que
se levantó de inmediato dejándole el sitio. —Hermana
acomódate.

—Gracias.

Matthew, su hermano mayor, la observaba desde la

chimenea. —¿Ha visto duque, que maravilla?

—Estoy realmente impresionado. Esta tarde parecía

casi una niña y ahora tengo ante mí una hermosa mujer.

—¿Esta conversación tiene como fin avergonzarme?

—preguntó ella de manera cortante haciendo que todos los


hombres se callaran en el acto. Sonrió con ironía—. Supongo
que he sido invitada a unirme a ustedes porque se va a hablar

de mi futuro. Por favor, no pierdan el tiempo en palabras


lisonjeras que no aprecio y vayan al grano.

—¡Hija!

Miró a su padre como si le odiara. —¿Acaso no tengo

razón?

—Padre acaba con esto —dijo Matthew con desprecio.

—Sí, padre… Acaba con esto —dijo ella con burla—.


Al fin y al cabo es mi vida de la que hablamos y a ellos jamás
les ha importado lo que me pase. ¡Es que ni sé por qué están
aquí!

Algunos de sus hermanos tuvieron la decencia de


sonrojarse, pero Matthew la miró como si quisiera replicarle.

El duque sonrió sorprendiéndola, pero lo disimuló


escuchándole decir —Dígaselo de una vez.

—Sí padre, dígamelo de una vez. Al parecer lo sabe

todo el mundo excepto yo.

El conde carraspeó. —Te casas mañana por poderes

con el conde de Breinstong.

—¿Y si me niego…?

—No te puedes negar, estúpida. Padre ha dado su


palabra.

—Su palabra… Es reconfortante que mi padre tenga


palabra. Para los Robertson durante generaciones el honor ha

sido lo más importante, ¿sabe duque?

—Me lo imagino.

—Los Robertson somos gente de palabra. Es una pena


que mi padre no respete la palabra que le dio a mi madre en el

lecho de muerte y me haya criado con cariño como ella


deseaba —dijo dejando al conde de piedra antes de que ella le
mirara a los ojos—. ¿O no fue eso lo que le juró, padre?

—No sé de qué me hablas —dijo entre dientes.

—¿No? —Sonrió con desprecio dándole igual todo. —


Pues uno de sus diarios dice otra cosa. Los he leído, ¿sabe? En
esta aburrida casa no hay mucho que hacer salvo leer, salir a
cabalgar o cuidar las flores, duque.

—El campo es así —dijo el duque casi divertido con la


situación.

—Sí. —Suspiró exageradamente. —Volviendo al


diario…

—¡A nadie le importa el diario! —gritó su padre


haciendo que le mirara con los ojos como platos. Este
carraspeó—. Quiero decir…

—A mí me importa —dijo el duque queriendo


incomodarle—. Hablábamos de su palabra.

Sintiendo que tenía un aliado sus preciosos ojos azules


brillaron. —Pues verá, lo encontré en su habitación, ¿sabe?
Metido en un enorme jarrón chino que hay en una esquina.

—¿Lo escondió la condesa?


—Es evidente que sí. Igual quería dejar pruebas para
un momento como este. ¿Quién sabe? —Los dientes de su
padre rechinaron y sonrió irónica. —En él decía que le había

pedido a padre que me enviara a un colegio de señoritas.

—Y no lo hizo.

—No, no lo hizo. También le pedía que visitara a mi tía


en Londres al menos una vez al año para conocer a otras

damas.

—¿Y no ha ido?

—No he visto a otra dama en la vida. Ni siquiera


conozco a mi tía, ¿se lo puede creer?

—Sabreene…

—Espere padre, que termino enseguida. Y también le


pidió que me tratara con cariño, que era una mujer y las
mujeres son más sensibles. Pero nada, que él a lo suyo.

—¡Sabreene!

Inocente volvió la vista hacia su padre. —¿Si?

—Ya está bien. ¡Te casarás mañana y punto!

Sonrió con ironía sabiendo que no tenía otra opción. —


Te he oído padre, no hace falta que grites no estoy sorda.
El duque sonrió asintiendo mientras el conde se
sonrojaba con fuerza. Y para su sorpresa este dijo —Tenía

razón, conde. Será perfecta.

Se le cortó el aliento mirándole y este se acercó


ofreciéndole la mano. —Milady, ¿me hace el honor de

acompañarme a la mesa?

—Será un placer, duque —dijo como le habían

enseñado. Le miró de reojo y este palmeó la mano que estaba


en su brazo como dándole aliento, lo que la dejó de piedra. —
No sé si…

—Tranquila pequeña, procuraremos que su vida


cambie para bien.

Sus ojos se empañaron de la emoción. —¿De veras?

La miró fijamente con sus ojos grises. —No será fácil

en algunos momentos, no voy a mentirle, pero en cuanto


Berleigh fallezca tendrá una asignación y será libre.

Separó los labios de la impresión porque después de un


cierto periodo le ofrecían la libertad. —¿Fallezca?

El duque apesadumbrado apretó los labios. —Mi


sobrino está muy enfermo, milady. Como es obvio que quiere
saberlo todo no seré yo quien se lo oculte. Tuvo una caída del
caballo hace un año y desde entonces no puede mover sus
piernas. Su cuerpo se ha debilitado poco a poco hasta ser una

sombra de lo que fue. Necesito un heredero para mi fortuna y


la suya.

—¿Y si no…?

—¿Puede? —Sabreene asintió. —Entonces todo irá a


parar al hijo de un primo mío. Y le aborrezco con fuerza, no

voy a negárselo. Estoy seguro de que tuvo algo que ver en el


atentado a mi querido Berleigh.

Jadeó llevándose la mano libre al pecho. —¡No!

El duque asintió. —¿Entiende la urgencia y la

importancia de su misión? El futuro de los Haywood depende


de usted.

Jamás le habían dicho que fuera importante en nada ni


para nadie. Pero como reconocía el duque lo era y se sintió
especial. Para ese hombre era esencial para salvar su apellido y
su legado. Estaba confiando en ella sin mentiras. Le expresaba
claramente lo que ocurría y lo que quería de ella para
solucionarlo. Y lo haría porque después del comportamiento

de su padre no se quedaría allí ni muerta. —Por supuesto que


entiendo. Y pondré todo de mi parte para solucionar su dilema.
El duque sonrió. —Nos llevaremos bien, Sabreene. Por
cierto, llámame Ernest.

Que un duque le diera tal confianza era un honor, pero


así demostraba que ya la consideraba de la familia y se sintió

halagada. —Será un placer. —Le indicó el asiento de la


cabecera. —Presida la mesa, por favor. Para mi padre será un
honor.

Ernest lo hizo dejando al conde de piedra, pero este


levantó una ceja. —¿Algún problema?

—No, por supuesto que no, duque.

—Niña siéntate a mi derecha que tenemos mucho de lo

que hablar.

Ella lo hizo y fue un lacayo quien la ayudó con la silla

demostrando que los suyos no tenían la más mínima cortesía


con su hermana. El duque apretó los labios y cogió la copa de
vino que le sirvieron en ese momento. —Brindemos por lady
Sabreene, el futuro del ducado.

Los demás se quedaron de piedra porque eran tan


estúpidos que hasta ese momento no se dieron cuenta del
poder que tendría a partir de ahora. Brindaron a regañadientes.
—Esperemos que eso sea dentro de muchos años,

Ernest —dijo ella agradablemente.

—Eso nunca se sabe. Lo que le ocurrió a mi familia


hace unos años y a mi sobrino más recientemente me ha

dejado claro que nunca se sabe lo que nos pasará. Debemos


atajar los problemas cuanto antes y dejar las cosas siempre en
orden por si algún día el creador nos reclama.

—En eso tiene razón, duque —dijo su padre sentado


frente a ella.

Sabreene le miró fijamente y el conde carraspeó


haciéndole un gesto a Crown que ordenó servir la cena. Hecho
que no pasó desapercibido para el duque. —¿No diriges la
casa de tu padre, niña?

Forzó una sonrisa y dijo sinceramente —Siempre me


han considerado una niña. Yo nunca he decidido nada.

El duque miró sorprendido a su anfitrión. —No he


tenido hijas, pero tenía entendido que a las adolescentes y más
si no han estudiado fuera, se les iba mostrando como atender

una casa. Es primordial que sepan mandar la suya propia


cuando llegue el momento. Usted me dijo que estaba
preparada.
A Sabreene se le cortó el aliento porque como ahora el

duque se echara atrás su padre la mataba a golpes, así que dijo


rápidamente —Oh, sé lo que hay que hacer. La señorita
Princeton me ha enseñado bien, pero nunca me han dejado
ponerlo en práctica. ¿Verdad, padre?

—Pero eso no te prepara para tu futuro si no tienes


oportunidad de ponerlo en práctica, niña —dijo el duque
dejando con la palabra en la boca a su padre—. ¿Acaso no

prepara a sus hijos varones para sus responsabilidades? ¿A su


heredero para tomar el mando en el caso de que usted
falleciera?

Matthew levantó una ceja mirando a su padre, pero a


Sabreene le entró la risa y sintió todas las miradas sobre ella lo
que la hizo reír aún más. El duque la miró divertido. —¿He
dicho algo gracioso?

—Mis hermanos nunca han tenido responsabilidades


pues mi padre opina que son jóvenes y deben divertirse. Se
pasan en Londres casi todo el año. Es un milagro que todos

estén aquí, aunque seguramente vinieron porque usted estaría


presente.

—Sé perfectamente lo que debo hacer en caso de que


padre no esté, hermana —dijo Matthew.
—¿De veras? —preguntó aparentando sorpresa—.
¿Cómo se llama el encargado de recoger las rentas de la finca?

—Lewis —dijo con desprecio.

Sonrió radiante. —Lewis murió el mes pasado,


hermano. Se llama Potter.

—Potter es el administrador. ¿Ves como no sabes


nada?

El conde de Pringley carraspeó incómodo. —Tu


hermana tiene razón. Potter es el hijo del administrador y ha
recaído esa tarea en él para que en el futuro pueda administrar

la finca.

El duque no podía estar más confundido. —Lord

Matthew, ¿cuántos años tiene usted?

—Veintinueve —dijo entre dientes.

Asombrado cogió su copa dejando claro que aquello no


era normal. —Está muy bien divertirse. Mi Berleigh se ha

divertido lo suyo, pero sin dejar a un lado sus


responsabilidades que adquirió con dieciséis años. Ahí empezó
a ostentar el título que se ganó mi hermano y a dirigir ciertas
haciendas.

—¿A qué se refiere con eso de que se ganó?


—Mi hermano no heredó el título como yo, niña. Se lo
otorgó el rey Guillermo siendo aún soltero por salvarle la vida.

—Era el segundo hermano, no tenía derecho a heredar


títulos, estúpida —dijo Matthew con desprecio.

Se sonrojó mientras el duque fulminaba a su hermano

con la mirada. Sabreene susurró —Lo siento, no me había


dado cuenta.

—Es lógico que con todo lo que ha pasado no cayeras


en eso.

—Así que le salvó la vida al rey.

—Fue en una cacería. Un desaprensivo quiso atentar


contra su vida. Jonathan se dio cuenta a tiempo —dijo

orgulloso.

—Para la familia debió ser un gran honor.

—Lo fue.

Ella sonrió. —Disculpe mi ignorancia, pero también


dijo algo de unas haciendas y no sé qué significa esa palabra
—dijo intrigada.

—Son fincas, niña. Como te estaba diciendo, mi


Berleigh decidía qué se sembraba o qué se criaba. Y lo ha
hecho increíblemente bien. A lo largo de estos años ha
duplicado la fortuna que le dejaron sus padres y conoce
perfectamente cada aspecto de lo que heredará de mi parte. —
Apretó los labios. —De lo que heredaría.

Ese comentario expresaba perfectamente lo grave que


debía encontrarse. —No pierda la esperanza, duque.

—No la pierdo. —Miró a su padre. —¿Y cómo es que


sus hijos no se han casado?

El conde se sonrojó de nuevo. —Sí están casados. Al


menos dos, pero sus esposas no se encuentran aquí, están en
Londres.

—Oh… Me hubiera gustado conocerlas.

—Mis cuñadas nunca vienen a la finca, duque. No les


gusta el ambiente y prefieren las diversiones de Londres. —Se
acercó y susurró —Mi padre no las soporta.

—Eso no es cierto, hermana —dijo Matthew.

Soltó una risita. —Sí, puede ser que esté equivocada

porque en realidad no las conozco.

Su padre se pasó la mano por los ojos como si ya no

supiera donde meterse de la vergüenza.

—¿Cómo no vas a conocerlas, niña? Irías a las bodas

y… —Ella negó con la cabeza pasmándolo. —¿No? ¿No has


asistido a las bodas de tus hermanos?

—Fueron en Londres —dijo como si eso lo explicara

todo—. No era necesaria mi presencia.

—¿Que no era…? —Apretó los labios mirando a sus

hermanos uno por uno. —Entiendo.

No creía que lo entendiera, pero daba lo mismo.

Empezó a comer el entrante que era una crema de pescado que


estaba deliciosa y el reflejo del anillo que portaba su padre le
hizo recordar algo que la tensó. Sus joyas. Las joyas de su
madre. No pensaba irse de allí sin ellas, le pertenecían, lo
decía el diario. Eso la hizo pensar en la dote y en la herencia

que su madre le había dejado. Su padre no le había dicho nada,


aunque nunca le decía nada, pero esos términos había que
hablarlos cuando se hablaba de matrimonio, ¿no? La señorita
Princeton siempre lo decía.

Preocupada miró al duque de reojo que levantó una


ceja interrogante. Al hacerse un incómodo silencio su hermano
Gregory dijo —Hace una noche estupenda, ¿no?

—Cierto, hijo. Esperemos que mañana haga también


un buen día.
—Padre, he visto un caballo que me gusta. El mío está
muy viejo y necesito una montura más ágil.

—¿Y quién lo vende?

—Niña, ¿qué ocurre? —susurró el duque mientras

ellos hablaban de otras cosas.

No sabía si decírselo. Igual debía hablarlo con su padre

a solas, pero lo más probable es que se llevara un guantazo por


su descaro. —No seas tímida, ahora eres mi responsabilidad.

Se le cortó el aliento. Era cierto. Ahora estaba


comprometida con su sobrino y prácticamente ya formaba
parte de la familia. Se acercó y le susurró al oído —Mi dote…

El duque sonrió. —Debido a las circunstancias de este


matrimonio decidí renunciar a ella. No la necesitamos, niña.

Te necesitamos a ti.

—No… —susurró—. Mi madre me dejó en herencia


unas tierras y sus joyas.

El hombre se tensó. —¿No me digas, niña?

Al saberse el centro de atención de nuevo asintió


mirando sus ojos. —Son mías. Siempre quiso una niña y al ser
la única todo es mío.
—¿De qué habláis? —preguntó su padre molesto—.

Hija, ¿no te ha dicho la señorita Princeton que hablar en


susurros en la mesa no es de buena educación?

—Creo que tiene una educación exquisita —El duque


le miró. —Me estaba comentando que ha heredado ciertas
posesiones que eran de su madre.

—Eso es mentira —dijo su padre intentando contener


su furia.

Se quedó de piedra. No quería dárselas cuando le


pertenecían. —Padre, lo dice el diario.

—¡Tu madre se encontraba muy mal los días previos a


su fallecimiento, deliraba!

No pensaba dejar que se saliera con la suya, aunque le


costara la vida. —Lo escribió el día de mi alumbramiento,
padre. Expresaba su alegría por mi nacimiento y decía todo lo
que me correspondería en el caso de su muerte.

—Esto es inaudito —dijo el duque empezando a


enfadarse—. Conde, ¿ha intentado engañarme?

—No, por supuesto que no. Mi hija…

—¡Su hija ha leído del puño y letra de su madre lo que


le corresponde! ¡Quiero ver ese diario! Niña ve a buscarlo.
—Iré yo. Si me dices donde está… —dijo Matthew.

—¡No! ¡Irá Sabreene! —exigió imponiendo su


autoridad.

Se levantó y corrió fuera del comedor. Cuando Crown


la siguió, se detuvo y le dijo fríamente —Conozco
perfectamente la casa, no necesito que me acompañe.

Este se detuvo en seco. —Como quiera, milady.

Corrió escaleras arriba y entró en su habitación. Fue al


tocador y abrió el cajón central metiendo la mano para sacar
sus dos diarios. Los había guardado allí porque los hojeaba a
menudo. Con ellos en la mano corrió y bajó los escalones.
Para su sorpresa su hermano Peter estaba en el hall
esperándola. —Dame eso —dijo en voz baja.

—Ni te acerques. Es mi herencia, no pienso dejar que


también me la arrebate como me ha arrebatado estos diecisiete
años. Era lo que madre quería y lo sabéis todos porque según
tengo entendido no solo lo escribió aquí, sino que no se
reprimió en decírselo a todo el que vivía en esta casa.

Cuando pasó ante él la cogió por el brazo con fuerza.


—¿Estás loca? Todavía tienes que dormir aquí una noche hasta

tu matrimonio. ¿Quieres sobrevivir hasta mañana?


Levantó la barbilla. —¿Y que padre quedara en
evidencia ante el duque por tener la mano demasiado larga? El
duque le destruiría por entorpecer sus planes.

—Siempre puede buscar a otra. Dame eso.

—Suéltame o grito.

—Estás loca.

—Sí, he perdido la cabeza. Será por todo el cariño que


he recibido de mi familia todos estos años —dijo con
desprecio—. Suéltame.

—Niña, ¿qué ocurre? ¿Tu hermano te está molestando?


—preguntó el duque desde el comedor.

Sonrió porque era evidente que el duque la ayudaría y


su hermano furioso soltó su brazo. —Y te aconsejo que le
digas a tu esposa que me devuelva el collar que padre se

atrevió a regalarle en tus esponsales, porque es mío —dijo


antes de ir hasta el comedor con la cabeza bien alta. Se acercó
a toda prisa al duque y este sonrió—. Aquí están.

—Bien, niña. Enséñame eso de lo que hablas.

Se sentó a su lado y lo más rápido que pudo abrió el

diario por la página que había leído millones de veces. —Aquí


tiene.
El duque cogió el diario encuadernado en cuero con las
iniciales de su madre. —Este lo empezó el día de mi
nacimiento.

—Es evidente que para ella fue un día especial.

Se sonrojó de gusto. —Eso creo.

Empezó a leer mientras su padre no podía disimular su


furia. Le miró de reojo y él le dijo con su mirada que ya lo

pagaría. Perdió todo el color de la cara, pero el duque volvió la


hoja llamando su atención. Cuando terminó, cerró el diario
lentamente antes de mirarla a los ojos y asintió. —Aquí dice
claramente que le transmitió sus deseos, conde. No puede
decir que no lo supiera.

—No lo recuerdo.

Le fulminó con la mirada. —¿No recuerda lo que su


esposa le dijo el día en que alumbró a su única hija?

—No.

El duque apretó los labios. —Tendré que confiar en su


palabra.

—No —susurró sin poder evitarlo, pero el duque la


cogió por el antebrazo acallándola
—Pero debido a esta prueba indiscutible, me veo en la
obligación de pedirle que entregue a Sabreene lo que le
pertenece. Todo.

—Ese diario no tiene validez legal. Pudo cambiar de


opinión después.

—No cambió de opinión hasta que expiró su último


aliento —dijo ella empezando a enfadarse.

—¡Cállate!

Palideció temblando interiormente porque su mirada

decía que pagaría esa humillación y lo confirmó cuando dijo


mirándola con odio —El compromiso queda cancelado.

El duque sonrió con burla. —Eso no va a pasar, conde.

—¡A mí no me humilla nadie!

—¡Pues ya que lo dice a mí tampoco! Creo que olvida


con quien está hablando —dijo el duque viendo cómo se
levantaba e iba hacia la puerta. Eso le hizo perder la sonrisa y
gritó —¡Conde de Pringley! —Su padre se detuvo en seco en
la puerta. —Si no quiere que emplee todas las armas que estén
a mi alcance para destruirle, esa boda se celebrará mañana. Le
aseguro que no me tomo muy bien las ofensas y mi sobrino
tampoco. Puede que esté postrado, pero quiero recordarle la
fuerte amistad que le une al príncipe Alberto pues era su
compañero de esgrima. Eso sin mencionar el cariño que le
tiene la reina a una de las personas que más aprecia su esposo.
Están muy apenados con su situación y preocupados por su

bienestar. Les disgustaría mucho saber cómo se trata a la


futura esposa de mi sobrino.

A Sabreene se le cortó el aliento por la influencia que


tenía su futuro marido. Asustada miró a su padre, que apretó
los puños con fuerza antes de volverse con una falsa sonrisa en
el rostro. —Es evidente que todo esto ha sido un
malentendido. Por supuesto mi hija recibirá todo lo que le
corresponde el día de mañana, duque.

Sabreene sonrió con satisfacción. —Haré que


empaquen todo lo que era de mi madre, incluido el cuadro del
hall.

Su padre asintió sin mirarla siquiera antes de salir

furioso del comedor. No se lo podía creer, lo había


conseguido. Se dejó caer en su silla mientras que sus hermanos
ni sabían qué decir ni hacer.

El duque sonrió palmeando su mano. —Guardaré los


diarios hasta que lleguemos a casa si no te importa, niña.
—Por supuesto, duque. Me haría un gran favor. No me
gustaría que se perdieran.

—No se perderán, puedes estar segura.

—Si me disculpa, duque. —Su hermano mayor se


levantó—. No me encuentro muy bien.

—Sí, chico. Todo esto ha sido de lo más desagradable.


Pueden retirarse todos.

Los hermanos salieron del comedor y el duque rio por

lo bajo. —No llevan muy bien que les lleven la contraria.


Tranquila, niña. Que conseguirás lo que te pertenece.

—No sé cómo agradecerle…

—Sabes muy bien como agradecérmelo.

Se sonrojó. —Espero serle de ayuda.

—Ya lo has sido. —Palmeó su mano. —Durante el


último año no he hecho más que pensar en Berleigh y
conocerte ha sido un soplo de aire fresco.

—No pensó eso cuando me conoció.

—Sinceramente no. Me pareciste demasiado tímida,


demasiado niña para la tarea que tienes frente a ti, pero ahora
me doy cuenta de que aquí no tenías ningún apoyo, estabas
totalmente reprimida. En cuanto llegaste al salón fue evidente
que estabas furiosa y que ya no pensabas morderte la lengua.

Se sonrojó ligeramente. —Ya lo daba todo por perdido


y me sorprendió su apoyo, duque.

Él se echó a reír. —Debo decir que esta tarde estaba de


lo más incómodo con la situación. Pero no tenía más remedio
que hacerlo así.

—Me necesitan.

—Ni te imaginas cuánto, niña.

—¿Mi futuro esposo está de acuerdo con esto? —El

duque apretó los labios. —Entiendo.

—Lo hará porque es mi deseo.

—¿Y cómo es? Cuénteme algo de su carácter.

Carraspeó incómodo. —Creo que es mejor que le


conozcas por ti misma.

—Tiene malos humos, ¿eh?

El duque reprimió una sonrisa. —Nunca los ha tenido


buenos porque se quedó huérfano siendo un niño, pero ahora
es…

—¿Insoportable?
—No acepta su condición y desgraciadamente tiene
una lengua viperina.

Le miró fijamente con sus ojos azules. —Entiendo.

El duque apretó los labios. —Si le hubieras conocido


antes… Era uno de los mejores partidos del país. Las
muchachas le perseguían como moscas a la miel.

Sonrió porque era evidente que le quería mucho. —


Seguro que muchas aún le aceptarían.

—Sí, seguramente sí. Pero ofrecer su mano


libremente…

—Sería humillante para él.

—Eres muy inteligente.

—Gracias, duque. Es la primera vez que me lo dicen.

No pudo disimular su disgusto. —Desdichadamente no


puedo asegurar que en mi casa seas feliz, niña.

—Tranquilo, duque. Tengo la piel mucho más dura de


lo que cree.

—Eso espero. Lo espero de veras.

Sonrió para tranquilizarle. —Gracias.

La miró sorprendido. —¿Por qué, niña?


—Por elegirme.

Él sonrió y levantó su copa de vino. —Por el futuro de


los Haywood.

Sabreene chocó su copa con la suya. —Por los


Haywood.

No fue capaz de dormir en toda la noche de los nervios


por si su padre entraba en la habitación en cualquier momento

para darle la última lección. Pero afortunadamente eso no pasó


y se entretuvo en empacar las cosas que quería llevarse
mientras Crown por órdenes del duque hacía lo mismo en la
habitación de su madre donde todavía estaban sus
pertenencias. Al amanecer Sabreene ordenó bajar del desván
todo lo que fuera de la condesa y cuando le dijeron que no
había nada no pudo disimular su disgusto. Pero no iba a
ponerse a rebuscar cosas ella misma, no había tiempo y no
quería hacer esperar al duque que ya estaba en la sala del
desayuno. Después de desayunar con él, ambos vieron como

los lacayos hacían descender el cuadro de su madre.


Emocionada apretó los labios y el duque acarició su hombro.
—Fue la única que me quiso realmente.
—Colgaremos su cuadro en tu sala privada.

Le miró sorprendida. —¿Sala privada?

Él sonrió asintiendo. —Solo para tu uso exclusivo.


¡Cuidado con el cuadro, trátenlo con mucho mimo!

—Sí, duque —dijo Crown.

En ese momento bajó su padre tensándose al ver como

envolvían el cuadro en unas mantas. —Veo que no has perdido


el tiempo, hija.

—El tiempo apremia, padre. Debo encontrarme con mi


esposo cuanto antes.

El duque reprimió una sonrisa. —Por cierto, conde de

Pringley… Debemos hablar en privado. —Preocupada miró al


duque que le hizo un gesto sin darle importancia. —¿Vamos?

—Sí, por supuesto —dijo entre dientes. Pasó ante ella


fulminándola con la mirada y Sabreene se apretó las manos
nerviosa mientras se alejaban.

—Milady, ¿algo más?

Volvió la cabeza hacia Crown y dijo fríamente —¿Se


ha recogido todo de la habitación de mi madre?

—Sí, milady.
—¿Sus joyas?

El mayordomo enderezó la espalda. —Sí, milady.

—Espero que estén todas porque si no el duque tendrá


que tomar medidas. Recojan su costurero de la sala azul y
todas sus labores.

—Sí, milady.

Sabreene entrecerró los ojos intentando recordar que


más era suyo, pero no se le ocurría nada más. En ese momento
bajó por las escaleras la señorita Princeton y se detuvo ante
ella. —Milady, me han dicho que se va hoy.

Enderezó la espalda. —Sí, señorita Princeton.

Esta sonrió. —Me alegro de que inicie una nueva vida.


Me preguntaba si necesitaría mi ayuda para las nuevas
funciones que tiene por delante. Una mano que la guie en su
nueva vida.

Levantó una de sus cejas. —Su mano ya me ha guiado


bastante, señorita. ¿Acaso no confía en sus enseñanzas que
cree que no lo haré bien?

Esta se sonrojó. —No, por supuesto que lo hará bien.

—Eso pensaba —dijo yendo hacia la escalera y


subiendo varios escalones.
—Pero… —Sabreene agarrada a la barandilla se volvió
para mirarla sin disimular su rencor y esta se cayó en el acto.
—Le deseo suerte, milady.

—¿Crown? Que empiecen a hacer las maletas de la

señorita Princeton. Sus servicios ya no son necesarios en esta


casa y le ahorraré el mal trago a mi padre de tener que
decírselo.

—Por supuesto, milady.

Sabreene sonrió. —Hoy es un gran día. En un par de


horas seré la condesa de Breinstong. —Hasta ella llegó el olor
de almizcle del perfume que se ponía su hermano mayor, lo
que la hizo volverse de golpe, pero no lo hizo bastante rápido
y él la cogió por el cabello acercando su rostro al suyo. —
Suéltame —siseó.

—Eres una zorra sibilina. Has esperado estos años


hasta el momento adecuado, ¿no? —Sonrió malicioso. —Pero

no las tengas todas contigo, hermana. Igual la vida que te


espera es mil veces peor que esta. —Se le heló la sangre por la
seguridad con la que lo decía. —Suerte con el inválido, la vas
a necesitar.

—Púdrete.
Su hermano le dio un bofetón que le volvió la cara y le

hizo más daño aún al tenerla todavía agarrada por el cabello,


pero no mostró temor. —A mí me vas a respetar. Puede que
padre haya temblado por la amenaza del duque, pero te juro
que como me vuelvas a faltar al respeto te mato.

—Dile a tu mujer que su collar de diamantes me


pertenece. Pertenecía a la madre de mi madre y por lo tanto a
mí.

—Te voy a…

—¡Matthew!

El grito del conde le tensó y su hermano bajó la vista


hacia él. —Suelta a tu hermana.

—¡Padre, me ha provocado!

—¡Suéltala! —gritó furioso.

La soltó como si le diera asco y Sabreene le dio un


tortazo con todas las fuerzas de las que fue capaz. —Cerdo.

—Serás hija de…

—¡Matthew!

—¿La has visto, padre? —Fuera de sí siseó —Se cree


importante.
—Porque lo es —dijo el duque acercándose a la
escalera. Sabreene corrió hacia él y este la abrazó. Sabreene
sollozó por el dolor que le provocaba que su hermano no la
quisiera. Nunca la había querido. Ninguno de ellos. —Le
aconsejo que no vuelva a dirigirse a ella en la vida. Y lo que
decía del collar de su esposa espero que lo solucione a la

mayor brevedad posible. Y con eso quiero decir cuanto antes,


así que le aconsejo que vaya escribiendo a su esposa. Niña,
creo que necesitas un té.

—Enseguida se lo llevo al salón, duque —dijo Crown


solícito.

—Esperaremos allí la llegada del obispo.

Le miró sorprendida. —¿Obispo?

—El obispo Williamsburg es un viejo amigo de la


familia. Me acompañó en esta visita y espera con mi abogado

en una posada que está de camino.

Se sentó en el sofá asombrada. —Estaba muy seguro


de que el compromiso fructificaría.

—Tu padre y yo habíamos mantenido correspondencia.


Conocerte solo era un trámite.
—Entiendo. —Levantó una ceja. —¿Y si hubiera sido
fea?

Se echó a reír. —Eso era imposible, la belleza de tu


madre era bien sabida.

Se quedó sin aliento. —¿De veras?

—Y eres igual a ella, niña.

Se emocionó. —¿Eso cree?

Asintió. —La conocí en su presentación. Nunca


llegamos a hablar porque estaba tan solicitada que no tenía un
baile libre.

—No lo entiendo.

—¿El qué no entiendes?

Le miró a los ojos. —¿Por qué se casó con él? Su padre


era conde, tenían posibles, podría haber elegido a otro, a
cualquiera…

—La encandiló. Niña, en los noviazgos no se llega a

conocer bien a la persona con la que vas a compartir tu vida. A


mi esposa, cuando la cortejaba, la veía rodeada de gente y
realmente ni podíamos hablar con intimidad. Siempre la
acompañaba su tía y ni podía rozarle la mano. La tocaba más
cuando bailaba con ella —dijo divertido.
—La amaba.

—Era una buena mujer —dijo con añoranza.

—¿Qué ocurrió?

Apretó los labios con pesar. —Murió en su primer


parto.

—Lo siento muchísimo. ¿No volvió a casarse?

—No. Supongo que siempre la echaré de menos y no


he encontrado a esa mujer que la relegue en mis pensamientos.
Los Haywood últimamente no hemos sido afortunados en el
amor, niña. Mi hermano, el padre de Berleigh murió después
de que su mujer fuera asesinada por su amante. Fue a
enfrentarse a él y perdió la vida también.

Jadeó llevándose la mano a la boca. —Dios mío.

—Sí, no pudo soportar el dolor y perdió los nervios


porque estaba seguro de que había sido él.

—¿Sabía que tenía un amante?

Ernest asintió. —Ella no le amaba. Se casó por su


dinero y posición. —Cogió su mano y forzó una sonrisa. —Te
digo esto porque realmente no conocemos a las personas con
las que nos casamos. Nunca sabes lo que puede ocurrir
después del sí quiero. Si te han mentido, si han jugado con tus
sentimientos para conseguir tu mano o si realmente te ama.

—Entonces soy afortunada. Yo no voy a ciegas.

—Me alegra que lo veas así, niña. Me alegra mucho.

La boda fue breve. Su tío le representó a él y ella solo


tuvo que decir sí quiero cuando le correspondió. Ernest le
entregó el anillo y se emocionó al ver el enorme diamante en
forma de corazón. El duque sonrió. —Era el de mi esposa,
espero que te guste.

—Es precioso —dijo intentando retener las lágrimas.

Su padre que era el único que había asistido a la boda


por su deseo expreso, ni siquiera la felicitó. Y en cuanto todos
los papeles fueron formalizados el abogado se llevó al obispo
de vuelta a Londres. Como Ernest se dio cuenta de que su
padre ni iba a decirle unas palabras de despedida fue el duque
el que dijo molesto —Nos vamos.

Apenas cinco minutos después estaba en el carruaje y


el duque se sentaba ante ella. Sintió algo de miedo por el
destino que tenía por delante. Su padre en la puerta con las
manos a la espalda observó como el carruaje se alejaba.
Sabreene sintiendo un nudo en la garganta se acercó a la
ventana para ver que la gran casa se empequeñecía. Las flores
del jardín que le gustaba cuidar se difuminaron hasta

desaparecer de su vista y sintió una profunda tristeza por lo


que podía haber sido si su madre hubiera sobrevivido. Igual su
vida hubiera sido distinta y no se hubiera casado con un
desconocido. Cuando el carruaje giró en la curva la casa
desapareció y se enderezó en su asiento. Sorbió por la nariz y
forzó una sonrisa antes de levantar la barbilla.

—Así me gusta, niña. Dispuesta a enfrentarte a lo que


se te ponga por delante.
Capítulo 2

El viaje era largo. Según le había dicho el Duque su


casa de campo estaba casi en la frontera con Escocia y desde

Bristol que era la ciudad más cercana a la casa de su padre


tardarían al menos dos días en llegar. Esa noche cenaron y
durmieron en una posada. Estaba agotada del traqueteo del

carruaje pues los caminos dejaban mucho que desear y tuvo

que ayudarla a desvestirse la mujer del posadero que no dejaba


de parlotear sobre lo hermoso que era su cabello. —Gracias —
dijo ella volviéndose para que le deshiciera el nudo del corsé.

La mujer frunció el ceño. —Milady, ¿cómo puede


respirar?

—¿Perdón?

—Lo tiene muy apretado.

—Lo llevo así desde los catorce.


—Jamás había visto una cintura tan pequeña —dijo
impresionada desatando los cordones.

Hizo una mueca. —Mi madre también era así.

—Su marido debe estar maravillado con su figura,


condesa.

Se mordió el labio inferior. —Todavía no le conozco.

—Oh…

Se volvió hacia ella. —¿Cree que le agradaré?

La miró como si estuviera mal de la cabeza. —Por

supuesto que sí, milady. Es la mujer más bella que he visto


nunca.

Esa quería algo porque ahí se había pasado trece

pueblos. —¿Ocurre algo? No ha dejado de halagarme desde


que he llegado.

La mujer se sonrojó y miró de reojo la puerta. —No he

querido ofenderla, milady.

—Y no me ofende. Me extraña, pero no me ofende. —

Fue hasta el camisón. —¿Y bien?

—Tengo una hija.

Se sentó en la cama con él en la mano. —¿Y?


La mujer dejó el corsé sobre la cama a su lado. —Hay
un joven de por aquí que la pretende. —Sabreene asintió. —

Pero es un mal hombre. No la deja en paz, milady. Y ya le ha

dado un tortazo porque no se dejó besar una tarde que se la


encontró en esos caminos.

Se tensó al escucharla. —Quiere que me la lleve.

—Milady, por favor… Solo he tenido una hija, es todo

para mí. Le daré lo poco que poseo porque la ponga a salvo.


Sé que si se une a él tendrá muy mala vida y si no lo hace, si

se le resiste puede que no sobreviva.

—Entiendo. ¿Ella sabe sus planes?

—No, claro que no. ¡Dice que se enfrentará a él, que


no tiene derecho a tratarla así y no sé cuantas más estupideces!

Le he dicho mil veces que no vaya sola a ningún sitio, pero es


una inconsciente. Un día la violará, milady.

—¿Y su esposo qué dice?

Dio un paso hacia ella. —Está de acuerdo. Ese tiene

una buena granja y le gusta como yerno.

Hombres. Levantó la vista hasta sus ojos castaños

dudando en qué decir. Ni siquiera había llegado a su nueva


casa. ¿Cómo iba a decirle al duque que se llevaba a una
muchacha de allí? Pero al ver la mirada de angustia de su

madre se le retorció el corazón. La amaba y necesitaba

protegerla. A ella no la había protegido nadie. —Solo puedo

ofrecerle ser mi doncella, pero si no lo hace bien en la nueva


casa deberá ocupar otro puesto.

La mujer se echó a llorar. —Gracias, condesa.

Sonrió levantándose. —No llore.

—Gracias, gracias.

—No me dé las gracias, me vendrá bien su ayuda

durante el viaje. Haga que venga, quiero conocerla.

—Sí, sí.

La mujer prácticamente salió corriendo y Sabreene

suspiró. Se quitó la ropa interior y se puso el camisón cuando

escuchó —Pasa de una vez.

Divertida miró hacia la puerta y esta se abrió


lentamente para mostrar a una niña que apenas debía tener

doce años con grandes ojos azules y un voluminoso pelo rojizo

lleno de rizos. Asombrada levantó la vista hasta la mujer que

la miró angustiada. —Es muy… joven —dijo sin poder

evitarlo.
—Lo sé. Pero yo empecé a trabajar incluso antes en la
casa de una viuda.

—Sí, sé que las casas de posibles los prefieren jóvenes

para amoldarlos a sus requerimientos. Es una práctica común,

pero no sé si estará a gusto en la casa y usted estará lejos.

—Milady, ¿entiende por qué estoy preocupada?

Todavía es una niña y mi marido no atiende a razones.

—Me hago cargo de su problema, pero…

—Puede aprender, se lo aseguro. Es muy lista.

—¿Mamá? —preguntó la niña asustada.

Al ver el temor en sus ojos se le enterneció el corazón


y se agachó ante ella. —¿Cómo te llamas?

—Pretty.

Sonrió. —Bien, Pretty. ¿Sabes quién soy?

La niña asintió. —Una dama.

—Sí, soy una dama. ¿Quieres venir conmigo a vivir en

un sitio precioso y ser doncella en mi casa?

Abrió los ojos como platos antes de mirar sobre su

hombro a su madre que asintió con una forzada sonrisa en el

rostro. —Di que sí, hija. Te cuidarán muy bien.


—Pero…No te veré, mamá.

La angustia en el rostro de su madre la entristeció y la

pequeña dijo —No, no me voy sin mamá.

—Hija es una oportunidad única.

—¡Qué no!

Vaya, tenía carácter. Eso la divirtió. —¿Pretty? —La


niña la miró con desconfianza. —¿Estás segura de que no

quieres venir conmigo?

—¡Sin mi mamá no me voy a ningún sitio! —Ni corta

ni perezosa se fue hasta la puerta y salió con viento fresco.

—Será posible —dijo su madre como si no pudiera con

ella. No lo pudo evitar, se echó a reír por su cara de frustración


y esta se sonrojó—. Siento haberla molestado, milady.

—No ha sido una molestia. Pero como comprenderás

no puedo llevarme a tu hija pataleando todo el camino y tengo

la sensación de que lo haría.

—Sí, seguramente lo haría, condesa. —Fue hasta la

puerta. —Le deseo buenas noches.

—Espera… —La mujer la miró ansiosa. —¿Amas a tu


marido?
Parecía que estaba buscando las palabras adecuadas y
Sabreene sonrió. —Puedes ser sincera conmigo, no voy a

decírselo a nadie.

—Pues no, milady. Es un bruto y un gañán. El día en

que mi madre me lo metió por los ojos más me valía haberme


quedado ciega. Además, me trata como una mula de carga

mientras él bebe las ganancias de la posada. Cualquier día nos


quitarán el negocio porque nunca paga el alquiler a tiempo y
encima cuando vienen a reclamarnos el dinero me echa la

culpa a mí porque dice que no administro bien la cocina. Cada


vez que pasa eso me voy calentita a la cama, así que no, no le
quiero.

—Por lo que me dices no te importaría perderle de


vista, ¿no?

—Si Dios se lo llevara esta noche no soltaría ni una


sola lágrima, se lo aseguro.

Sonrió radiante. —Pues ven conmigo.

A la mujer se le cortó el aliento. —¿Qué?

—Tú puedes ser mi doncella, ya veremos la ocupación


que le buscamos a tu niña.
Se llevó la mano al pecho. —Pero milady… —Sus

ojos brillaron de la emoción. —¡Sí, sí!

—¿Habrá algún problema porque te vayas conmigo por


la mañana?

—Mi marido no se levanta hasta el mediodía, condesa.


Ni se enterará.

—Pues muy bien. —Se volvió para ir hacia su cama.


—Despiértame en cuanto se levante el duque. No quiero

hacerle esperar.

—Entendido condesa.

Se detuvo en seco. —Por cierto, ¿cómo te llamas?

—Prue, milady.

—Me gusta. —Se arropó y posó la cabeza sobre las


almohadas antes de suspirar. —Mañana va a ser un día largo.
Descansa.

—Que tenga dulces sueños, milady.

El duque miraba de reojo a Pretty que estaba sentada a

su lado. Fascinada tocaba el terciopelo del carruaje una y otra


vez. Su madre le dio un manotazo por enésima vez y siseó —

Estate quieta.

—Esto sí que ha sido una sorpresa, niña —dijo el

duque haciendo que las dos le miraran con sus ojos azules
como platos.

—Necesito una doncella —dijo ella como si nada


escondiéndose tras el libro que tenía en las manos.

—Ya veo, ya.

—Me serán de mucha ayuda. ¿Verdad que sí, chicas?

Las dos asintieron vehementes y ella bajó el libro

apenas para ver su reacción. Parecía divertido lo que la hizo


sonreír. Era un buen hombre.

—¿A dónde vamos? —preguntó la niña al duque.

—Shusss… calla. No molestes al duque.

Ernest se acercó a la niña. —Vamos a un castillo.

Dejó caer el libro de golpe para mirarle. —¿Un

castillo?

—Haywood Hall antes era un castillo que protegía la


frontera. Mis antepasados eran caballeros al servicio del rey y

fueron compensados con el ducado por sus servicios. El


castillo ha sido reformado en varias ocasiones y solo tiene de
la construcción original dos torres en el ala este. Aunque ahora
se parece poco a un castillo, seguimos llamándolo así —dijo

divertido.

—Estoy impaciente por llegar.

—Eso, ¿cuándo llegamos?

—¡Pretty! —exclamó su madre abochornada

haciéndoles reír.

—Mañana, niña —contestó el duque.

—Jo… —Miró por la ventana. —Debe quedar muy


lejos. Tranquila mamá, que padre no se molestará en
buscarnos. Es tan vago que ni saldría del pueblo.

Prue gimió por dentro mientras Sabreene retenía la


risa. Pero era imposible no reírse con la espontaneidad de la

niña y se les pasó la mañana muy rápido, lo que fue un alivio


para todos.

Comiendo en la posada Prue se encargaba de que no


les faltara de nada y cuando llamó la atención al posadero
porque su condesa no tenía agua, el duque divertido levantó

una ceja mirándola a los ojos y haciéndola sonreír. —Tienes


un corazón demasiado grande, niña.
—¿Eso cree, Ernest?

—Le vas a venir bien.

Su corazón saltó en su pecho porque era evidente que


lo deseaba con todas sus fuerzas. —Eso espero.

El duque asintió antes de forzar una sonrisa y beber de


su vino. Prue se sentó a su lado con una jarra de agua. —Todos
los hombres son unos vagos. —El duque carraspeó

sonrojándola. —Excepto usted, claro.

—Claro.

—Milady coma que está muy delgada.

No podía negar que estaba nerviosa y eso le había

cerrado el estómago. —No tengo más hambre.

La niña sentada a su otro lado vio el plato casi sin


comer y alargó la mano para cogérselo empezando a comer de

él cuando ya había terminado el suyo. —¡Pretty!

Miró a su madre con los ojos como platos. —¿Qué?

—Eso no se hace.

—No se tira la comida, me lo has dicho mil veces.

—Oh, por Dios, esta niña…

—Déjala —dijo ella divertida—. Tiene hambre.


La niña sonrió con la boca llena y al mirar al duque
Sabreene se dio cuenta de que se había tensado. —¡Qué

sorpresa, pero si está aquí el duque de Bostford!

El duque la miró a los ojos antes de susurrar —No


digáis una palabra. —Se levantó y Sabreene volvió la cabeza

para ver a un hombre moreno de unos treinta años acercarse


con una afable sonrisa en su rostro. Abrazó al duque. —Que

sorpresa encontrarte aquí, Curtis.

—He ido a ver unos caballos cerca de Liverpool y

vuelvo a casa. No merecían la pena. —Miró a las presentes e


inclinó la cabeza. —Milady…

Ella a su vez inclinó la cabeza y este miró malicioso a

Ernest. —¿Una canita al aire, duque?

—Respeta, Curtis —dijo entre dientes—. Milady es mi

ahijada y la hija de un viejo amigo que está muy enfermo. La


acompaño a su casa para que le cuide en estos duros
momentos.

Curtis perdió algo la sonrisa. —Lo siento, milady. Soy


un gañán sin modales. —Se agachó para coger su mano. —
Soy Lord Curtis Haywood, a sus pies.
En cuanto dijo su apellido supo quien era y por qué el
duque se comportaba así. Era evidente que no quería que el
hijo de su primo se enterara del matrimonio de Berleigh. —

Lady Sabreene Flanagan —dijo dando un apellido falso.

—¿Y su padre es? No creo haberla visto nunca. ¿Le

conozco?

—Es el barón de Northew, pero dudo que lo conozca,


mi padre es de quedarse mucho en el campo y no asistir a

eventos sociales.

—Es una pena. —Besó su mano sin dejar de mirarla a

los ojos reteniéndola más tiempo del necesario. Pero esta la


apartó escondiendo bien la otra para que no viera el anillo.

—Prue, acompáñame. Me apetece estirar las piernas


antes de volver al carruaje.

—Sí, milady —dijo levantándose de inmediato.

Sabreene sonrió apenas. —Les dejo hablando de sus


cosas.

—Ha sido un placer, milady.

Asintió sin responder al cumplido saliendo con su


doncella de la posada. Cuando llegaron al exterior caminaron
hasta unos árboles. —¿Estamos en problemas, milady?
—Espero que no.

—Ha ocultado su matrimonio por algo.

—Solo le he seguido la corriente al duque. Era


evidente que no quería decir nuestro parentesco y creo que sé
la razón. —Prue la miró interrogante y de todas maneras se iba
a enterar en cuanto llegara a la casa, así que dijo —Mi marido
está muy enfermo. Se cayó del caballo hace un año, pero el

duque piensa que fue un atentado contra su vida.

—Oh, Dios mío… —Miró hacia la puerta de la posada.


—¿Y piensa que él tiene algo que ver?

—Si es quien creo que es, será el heredero del duque si


mi esposo fallece.

—Entiendo. El principal sospechoso.

—Sí.

—Por eso no quiere que se entere de su matrimonio. Si


tienen un varón, él no heredará nada porque su hijo será el que
tenga el parentesco más cercano al duque.

—Lo has entendido a la perfección.

Prue asintió y en ese momento salió Pretty corriendo y


se acercó con la respiración agitada. —Están discutiendo.
—¿Por qué?

—Quiere ir a visitar a su primo a la finca y el duque le


ha dicho que está demasiado delicado para visitas. Entonces el
alto ha dicho que con más razón para visitarle y el duque se ha
negado en redondo. Entonces le ha preguntado si le oculta algo

y el duque le ha dicho que Berleigh no quiere visitas de nadie


y menos de él. El otro se ha ofendido y están discutiendo.
Cuando salí empezaban a levantar la voz.

Sabreene corrió hacia la posada con ellas detrás y


cuando entró todos los asistentes contemplaban como el duque
decía —¡De momento el que mando soy yo!

—Pero primo…

—¡Yo no soy tu primo!

—Entiendo que esté pasando por una situación

delicada por su querido Berleigh, pero está siendo irracional,


también es mi familia.

—¿Estás sordo? Mi sobrino no quiere visitas y no vas a


ir a importunarle con tu cháchara sobre personas que no vera
nunca más y que no le interesan en absoluto.

Se acercó a ellos. —Duque, es hora de irnos.


—Sí, niña… Es hora de irse. —Incapaz de contener su
furia fue hasta ella y la cogió del brazo. Se detuvieron ante el

posadero y Ernest le dio unas monedas. Sabreene miró sobre


su hombro y al ver la sonrisa maliciosa de ese Curtis se quedó
sin aliento. Ese cabrito le había alterado a propósito. En cuanto
salieron el duque dijo —Que desfachatez… Su poca vergüenza
no tiene límites.

—Tranquilo duque, ese disgusto no le llevará a ningún


sitio. Prue averigua que montura lleva ese desgraciado.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó el duque mientras


Prue se alejaba hacia el establo sin rechistar.

Sonrió al duque. —Cuando estaba furiosa en esa gran


casa, por supuesto no se me permitía tener rabietas o expresar
lo que sentía, así que empecé a hacer cositas que les

fastidiaran. Pequeños accidentes que podían ocurrir en


cualquier momento y en los que por supuesto yo no tenía nada
que ver.

Este sonrió. —¿Qué se te está pasando por la cabeza?

—Veamos lo que dice Prue.

Esta llegó corriendo y dijo con la respiración agitada


—Ha venido en un carruaje, milady. El chico del establo me
ha dicho que los dos caballos estaban agotados y que aún
tardarán en irse a no ser que los cambie.

—Haz que el chico de los establos salga de ahí.

Prue sonrió. —Deme un minuto.

—Niña, ¿va a terminar viniendo el alguacil? —


preguntó divertido.

—Si viene, nosotros ya estaremos muy lejos.


Tranquilo, ni se imaginará que hemos sido nosotros.

En ese momento el chico salió corriendo hacia la


posada y se acercaron a toda prisa. Prue sonreía.

—¿Qué le has dicho?

—Que le necesitaban en la cocina.

—¿Eso no levantará la liebre? —preguntó el duque.

—No. ¿Cuál es?

Ella señaló un carruaje que había al fondo y de la que


se acercó cogió un serrucho. —Niña…

—Tranquilo, que no se darán cuenta. Ya lo he hecho

antes. —Asombrado miró a Prue que se encogió de hombros


mientras milady metía el serrucho entre la rueda y el eje. Para
su sorpresa no cortó la madera sino una pieza de hierro de
forma circular que había allí y que ajustaba la rueda en su

sitio. No habían pasado ni dos minutos cuando parte de la


pieza cayó al suelo. Con la punta del serrucho empujó y no
tardó en caer la otra parte a su lado. Las cogió tan contenta y
salió del establo dejando el serrucho en su sitio. Como toda
una dama se subió al carruaje con ayuda del cochero al que dio

las gracias y satisfecha suspiró mientras tres cabezas se


asomaban a la puerta mirándola pasmados. —Venga, subid.
No tenemos todo el día.

El duque se echó a reír sentándose ante ella. —


Increíble, niña. ¿Funcionará?

—La rueda se irá soltando poco a poco hasta


desprenderse del eje. Una vez se lo hice al cabriolé de mi
hermano Peter por tirarme del pelo y a unas millas de casa
perdió del todo la rueda.

—¿Se hizo daño? —preguntó Prue.

Soltó una risita. —Se rompió un brazo y estuvo


dolorido un mes. Bah, ese irá dentro del carruaje, igual no le
pasa nada.

—¿Y al cochero? —preguntó Pretty.


—Si es listo saltará a tiempo —dijo sin ningún

remordimiento. Entrecerró los ojos—. ¡Niña, no seas la voz de


mi conciencia, ahora me preocuparé por ese pobre hombre!

Pretty soltó una risita y el duque dijo divertido —¿Qué


otras travesuras has hecho?

Suspiró. —Últimamente no muchas porque mi padre y


mis hermanos me dejaban en paz ya que pasaban casi todo su
tiempo en Londres, pero a la señorita Princeton hace dos
meses por castigarme sin razón le tiré agua en la cama durante
siete noches. El mosqueo que tenía la doncella. La oí

murmurar fastidiada sobre que la mujer ya no se controlaba,


que se orinaba todas las noches. —Se echó a reír. —Mi
institutriz el tercer día ya ni bebía agua a la hora de cenar por
si acaso y hasta hizo llamar al médico preocupadísima por lo
que le estaba pasando. —Rio por lo bajo. —Teníais que ver la
cara del doctor diciéndole que fuera acostumbrándose, que

cuando se empezaban con esos problemas no había vuelta


atrás. Que se hiciera un pañal con unos paños para las noches.

Todos rieron a carcajadas y el duque negó con la


cabeza. —Niña, ¿y guardabas en secreto esas pequeñas
venganzas?

—¿A quién iba a decírselo?


Esa frase lo dijo todo y Prue perdió parte de la sonrisa
antes de mirar al duque que apretó los labios antes de decir —
¿En casa serás buena?

Le sonrió con cariño. —Claro que sí, Ernest. Ahora


soy una mujer casada y todo será distinto.

—Eso espero, niña. Eso espero.

Esas palabras le estuvieron dando vueltas toda la


noche, eso sin contar lo nerviosa que estaba por conocer a su
marido. Esperaba agradarle. Sabía que su situación no era la
más idónea del mundo, pero rezaba porque su marido no le

pusiera las cosas muy difíciles. Debía tener paciencia porque


estaba enfermo y por muy mal carácter que tuviera ella debía
ser compasiva. No era la misma situación que con su padre y
sus hermanos. No, no lo era. Su marido necesitaba ayuda y era
su deber estar a su lado. Y si tenía un heredero para el ducado

mejor que mejor. Pondría todo de su parte para serles de


utilidad. Nerviosa se giró en la cama y abrazó la almohada. Se
preguntó cómo sería físicamente. El duque de joven debía ser
apuesto. Y como le había dicho, antes le perseguían las damas
como moscas a la miel, así que muy feo no podía ser. Debía
ser terrible que a una persona le sucediera algo así en lo mejor
de la vida. Apretando la almohada pensó en ello. Si tenía
orgullo y seguro que lo tenía, esa situación de dependencia de
otras personas sería humillante para él. Como debía ser
humillante que su tío le buscara esposa. Aunque lo había

aceptado, por lo que le había dicho el duque no estaba nada


contento con la situación y era lógico. Lo había hecho porque
su tío se lo había pedido, porque era su deber. Pero
seguramente quien pagaría esas frustraciones sería ella. Bueno,
tenía la piel más dura de lo que parecía. Podría soportarlo.

Suspiró poniéndose boca arriba mirando el techo. Esperaba


que su marido le viviera unos meses más, porque el duque
estaba desesperado por un heredero y quería agradarle. Era
buena persona y cada vez se llevaban mejor. Le gustaría que
todas las molestias que se había tomado para salvar el título

tuvieran su recompensa. Era una pena que no pudieran salvar a


Berleigh porque era evidente que le quería muchísimo, era
como el hijo que nunca tuvo y el duque sentiría muchísimo su
muerte. Entrecerró los ojos. Igual había que acudir a otro
médico. Y se enteraría bien de lo que ocurría y tomaría

medidas.
El duque observaba a Sabreene con una sonrisa en el

rostro. Inquieta porque sabía que estaban cerca del castillo


miraba por la ventana intentando disimular sus nervios.

—¿Queda mucho? —preguntó Pretty estirando el


cuello.

—Hija ya lo has preguntado diez veces desde que

salimos.

—Es porque milady quiere saberlo.

Todos miraron hacia Sabreene que se sonrojó. —¡No


me fastidiéis, es lógico que esté nerviosa!

El duque reprimió la risa. —Sí, niña. Vas a conocer a


tu marido.

Se llevó la mano a la sien. —¿Cómo estoy?

—Preciosa.

Prue asintió. —Y eso que no se me dan muy bien los


peinados, milady. Pero aprenderé.

Jadeó. —¿Estoy hecha un adefesio?

El duque se echó a reír a carcajadas y Prue jadeó


indignada. —Tampoco se me dan tan mal, milady.
—Está muy bonita —dijo Pretty.

Sonrió a la niña. —Gracias.

—Le parecerás preciosa —dijo el duque—. Eso no es


lo que me preocupa. Esperemos que hoy esté de buen talante.

—Sabreene hizo una mueca porque era lo que había. —


Llegamos a la hora de la comida, si no tiene un mal día estará
en la terraza.

—¿Se encuentra muy mal? —preguntó la niña.

El duque apretó los labios. —Mi sobrino tiene días


muy malos, niña. Sufre muchos dolores.

—Lo siento. Pero ahora llegará milady para mejorarle.

—Dios te oiga, niña. Dios te oiga. —Estiró el cuello.


—Ahí lo tienes, Sabreene. Bienvenida a Haywood Hall.

Se acercó a la ventana y se le cortó el aliento por lo que


el duque llamaba su castillo. Era una casa inmensa de tres

plantas que estaba hecha de piedra como las torres


conservando su esencia original. —Hala… —dijo la niña casi
subiéndose al duque para mirar—. Es preciosa.

—Gracias.

Prue exasperada tiró de la falda de la niña mientras

Sabreene fascinada observaba las dos grandes torres al otro


lado de la casa cuyo tejado acababa en punta. Su príncipe…
No iba a tener príncipe, pero viviría en un castillo. Algo era
algo. —Es cuatro veces la casa de mi padre —dijo mirando la
bandera que ondeaba sobre el estandarte en una de las torres

—. ¿Ese es el escudo de la familia?

—Está por toda la casa. El escudo del ducado de los

Bostford. Un león y un águila sobre las montañas. Lo diseñó


uno de mis antepasados y en cada reforma se puso un escudo
en las habitaciones principales. Incluso en la cabecera de mi
cama está el escudo —dijo divertido.

—Imposible olvidarse de quien es —dijo Prue.

El duque apretó los labios. —Imposible hacerlo.

—¿Y por qué se llama Haywood Hall? —preguntó la


niña.

—Porque estas tierras ya eran nuestras antes de que


nos otorgaran el título, así que siguió llamándose así.

—Me gusta.

—A ti no tiene que gustarte —replicó su madre.

—Ya, pero me gusta.

Sabreene seguía observando la casa y en ese momento


el carruaje pasó por lo que parecía un puente. Asombrada le
miró. —Tiene un foso.

Sonrió. —Sí, y aún se conserva, aunque como puedes


ver casi toda la muralla original desapareció hace tiempo. Solo
quedan unas piedras al otro lado de la casa y las conservamos
como recuerdo de lo que fue.

—Es fascinante. —Volvió a mirar hacia la casa y le

llamó la atención que no tenían jardines en la parte delantera.


Solo un césped bien cortado con un camino en medio que daba
a la escalinata de cinco peldaños que daba acceso a la casa.
Esos escalones le recordaron el estado de su marido y que
seguramente para acceder a la casa tenían que cogerle en
brazos. Antes de que se detuviera el carruaje la puerta se abrió
y el servicio salió a recibirles.

El duque sonrió. —Qué bueno estar en casa.

Poniéndose muy nerviosa porque había llegado el


momento dejó que el duque abriera la puerta él mismo y bajó
de un salto demostrando que aún era ágil y que les quedaba
duque para unos cuantos años. Sonrió sin poder evitarlo y
empujó el escalón cogiendo su mano para que la ayudara a
bajar. Varios del servicio separaron los labios de la impresión

cuando la vieron descender del carruaje y ella sonrió, pero el


duque apretó su mano llamando su atención. —Recuerda
quién eres. A partir de ahora serás la señora de la casa. Impón
tu autoridad.

Asintió casi imperceptiblemente por la responsabilidad

que le otorgaba. El duque se volvió y sonrió al hombre que


estaba en el primer escalón. Debía tener como cincuenta años
y su cabello castaño tenía abundantes canas en las sienes. La
miró fijamente con sus inteligentes ojos color miel mientras se
acercaban.

—Phillips, ¿cómo ha ido todo en mi ausencia?

—Sin cambios, milord —dijo afable—. Bienvenido a


casa.

—Gracias, amigo. Déjame que te presente a la nueva


señora de la casa. Lady Sabreene es la esposa de mi sobrino —
dijo orgulloso haciéndola sonreír.

Hizo una inclinación. —Un honor, milady. Sea muy


bienvenida.

—Gracias Phillips.

—¿Me permite que le presente al servicio?

Uno por uno fueron haciendo una reverencia mientras


les presentaban a medida que subían los escalones. Al llegar
arriba una mujer de la edad del mayordomo y totalmente
vestida de negro hizo una reverencia. —Y ella es el ama de
llaves. La señora Gerda Green.

—Gerda, un nombre precioso. Si no recuerdo mal es el


nombre de una diosa escandinava. La de la fertilidad, ¿no es
cierto?

La mujer la miró asombrada. —Sí, milady.

Rio por su sorpresa. —Mi institutriz me hizo estudiar


historia del continente europeo y la de Escandinavia es
fascinante.

Sin saber que decir farfulló —Bienvenida a casa,


milady.

—Gracias Gerda. —Se volvió sobre su hombro para


mirar a sus chicas que estaban detrás. —Ellas son mi doncella
y su hija. Gerda, ¿puedes buscarles uniformes apropiados?
Han perdido una de sus maletas en una de las posadas.

—Por supuesto, milady.

—Phillips, ¿y mi esposo?

—En la terraza, milady.

Entró en la casa. —¿Ha comido?

—No ha querido, condesa.


Miró al duque. —No ha querido.

—Es evidente que hoy no tiene un buen día.

Asintió volviéndose y separó los labios de la impresión


por el enorme hall y la gran escalera doble que lo presidía.
Como el duque había dicho el escudo de la familia estaba en la
pared de la primera planta para que se viera desde la entrada y
cientos de cuadros de personas que debían ser de la familia lo
custodiaban. Era realmente impresionante. Se moría por
conocer la casa, pero lo primero era lo primero. Soltó el brazo
del duque y caminó lentamente hacia la puerta de cristal que

estaba bajo las escaleras y que era evidente que daba a la parte
de atrás de la casa. Al ver la balaustrada de piedra que rodeaba
la terraza, abrió la puerta y algo asustada salió para ver a un
hombre sentado en una de esas modernas sillas de ruedas. Le
daba la espalda no podía ver su rostro, pero era evidente que
era un hombre hundido. Tenía un codo apoyado en la silla con
la mejilla en su mano. Sintió que se le retorcía el corazón
porque era la imagen de quien había perdido todo por lo que
merecía la pena vivir. Caminó hacia él sin hacer ruido y la
enfermera que debía estar cuidándole se levantó mostrando su

uniforme blanco. Le hizo un gesto para que se sentara sin


quitarle ojo a Berleigh que seguía sin ser consciente de su
presencia. Y fue al acercarse cuando llegó hasta ella el olor.
Dios mío, ¿es que no le aseaban? Entonces fue cuando se dio
cuenta de lo sucio que tenía su cabello negro y de la roña bajo
las uñas. Su camisa estaba limpia, pero era evidente que no se
dejaba lavar porque dudaba que el servicio no cumpliera sus
funciones en ayudarle. Entonces comprendió muchas cosas. Su
estado alicaído, su dejadez a la hora de asearse, que no
comiera… Se estaba dejando morir. No es solo que estuviera
enfermo, es que no quería vivir así. Algo en su interior se
removió sabiendo al instante que no podía consentirlo. Puede

que no pudiera caminar, pero estaba vivo. Ella era su esposa y


haría lo que fuera para que volviera a ser lo que era. O casi.

Viendo su aspecto supo que no le iba a ser nada fácil,


pero había lidiado con personas que no la querían y que la
habían criticado toda su vida, así que lo que él pudiera decirle
no iba a doler tanto. Bueno, era hora de ponerse manos a la
obra. Sonrió y dio dos pasos más hasta la silla. Él debió sentir

su presencia porque tensó su espalda y miró sobre su hombro


robándole el aliento cuando sus claros ojos grises se clavaron
en ella. Eran los ojos más bonitos que había visto en su vida.
Se miraron el uno al otro. Él llevaba una espesa barba que
cubría parte de su cara y su cabello necesitaba un corte. Era
evidente que su rebeldía la había llevado al límite. Es hora de
presentarse, Sabreene. Caminó rodeándole para mirarle de
frente porque por como la miraba no tenía ninguna intención
de volver su silla. —Conde… —Hizo una reverencia y se
incorporó mirando sus ojos. —Supongo que sabe quién soy.

—¿Debo saberlo? —dijo como si le importara poco


quien fuera.

Su reacción la confundió y miró hacia la puerta de


cristal donde su tío esperaba sin perder detalle y le hizo un
gesto como para que no le diera importancia. Ya entendía,

quería dejarla en evidencia a ver si así le dejaba en paz. Sí que


debía tener un día malo. —Por supuesto que lo sabe, no se
haga el tonto.

Él suspiró como si fuera una pesada. —¿Me va a decir


quién es o esta adivinanza va a alargarse mucho?

Si quería jugar pues jugaban los dos. Puso las manos


en jarras. —¿Por qué no se esfuerza un poco en averiguarlo?

Él fulminó con la mirada a la enfermera. —¿Quién es


esta loca?

Hala, ya empezaba a exaltarse. Igual eso era bueno, es


que aún tenía energías para enfadarse. Intentando ser suave
dijo —Querido, deberías hablar con más respeto a tu esposa.
Parecía que le acababan de dar la sorpresa de su vida.
—¿Perdón?

Forzó una sonrisa. —Soy tu esposa. No te importa que


no seamos tan formales entre nosotros, ¿verdad? Somos
jóvenes y modernos. No entiendo como algunos matrimonios
se hablan de usted. Es más, no entiendo cómo se hablan por el

apellido como si fueran conocidos que se encuentran por la


calle de vez en cuando. —Entrecerró los ojos. —Aunque tengo
entendido que hay matrimonios que ni se ven en un año
entero. —Sonrió radiante haciéndole parpadear. —Pero eso no
nos va a pasar a nosotros, Berleigh. Oh, por cierto, me llamo
Sabreene.

—¡Phillips! —gritó a los cuatro vientos.

—Vaya, ¿no te he caído en gracia? —preguntó


haciéndose la tonta—. Tranquilo, que ya me conocerás y nos
llevaremos muy bien.

—Mire señorita…

—Señora. O más bien condesa. Soy la condesa de


Breinstong.

—¿Ha perdido el juicio? —siseó mirándola como si


quisiera despellejarla—. ¡Yo no me he casado!
Sabreene frunció el entrecejo. —Sí, lo has hecho.

—¡Qué no! ¡Y no se tome tantas confianzas!

—Querido en un matrimonio hay confianzas. ¡Y si te


has casado! —gritó tanto como él.

—¡Te digo que no!

—¡Y yo que sí! —Jadeó llevándose la mano al pecho.


—Ahora no te retractarás, ¿no? ¡Me he ido de mi casa!

—Ya entiendo. ¡Se ha escapado del manicomio!

—¿De dónde? —Miró a la enfermera. —¿Qué es eso?

—Un sitio donde recluyen a los locos.

—Ah, ¿pero hay de eso? Es que nunca había salido de


la casa de mi padre y por allí locos hay pocos.

—Lo dudo mucho, milady —dijo su marido entre


dientes.

Sabreene levantó una ceja. —No te retractarás de este


matrimonio.

—¡Qué no me he casado! ¡Dónde está Phillips!

—Claro que lo has hecho. Tu tío estaba en la boda.

Eso pareció tensarle. —¿Qué has dicho?


—¡Qué estaba en la boda! ¡Fue una boda por poderes!
¡No te hagas el tonto! El abogado tenía tu firma en no sé qué
papel que… —Él levantó una mano acallándola y Sabreene
entrecerró los ojos. —¿Qué?

—¿Me estás diciendo que me he casado contigo por

poderes y que mi tío estaba allí?

Ay, madre… Que estaba en un problema más gordo de


lo que pensaba. ¡No es que quisiera dejarla en evidencia, es
que su marido no sabía nada de verdad! —Sí…

—¡Tío! —gritó dando él mismo la vuelta a la silla.

Ernest sonrió. —Habíamos hablado de esto.

—¡Y dije que no!

—¿Dijo que no? —preguntó pasmada.

—Sabes cuáles son tus obligaciones. Cumple con tu


deber —dijo el duque fríamente. Entró en la casa dejándoles a
los dos con la palabra en la boca y el conde la miró de reojo.

Sabreene carraspeó antes de enderezar la espalda. —


Marido… te acostumbrarás.

—¡Eso no pasará! ¡Desaparece de mi vista!


—¿Ahora haces magia? —Sus ojos brillaron. —Nunca
he visto un mago.

—¡Realmente estás loca! No me he casado contigo.


¡Este matrimonio es una farsa!

—Pues si lo es, yo ya me he ido de mi casa. ¡Así que


tendrás que aguantarte!

De repente él sonrió como si se le hubiera ocurrido


algo. —Ya lo entiendo, estás preñada y por eso te casas con el
lisiado. ¡Pues el hijo de otro no va a heredar mi título!

Se puso como un tomate. —¿Por quién me tomas?

—Por una loca que se casa con un desconocido. ¡Tú


ocultas algo!

—¡Yo soy muy decente! —gritó perdiendo los nervios.


Al darse cuenta de que estaba gritando como una verdulera
respiró hondo—. Uy, uy que me estoy alterando y no vas a
conseguir que me ponga a tu altura. —Levantó la barbilla. —

Yo soy una dama.

—¡Ja!

—¿Dudas de mí?

—Como para no dudar está la cosa. ¿Por qué te


casarías conmigo sino?
Mejor ir con la verdad por delante. —Mi padre se
empeñó.

Él entrecerró los ojos. —¡Porque ocultas algo!

—No oculto nada. Yo estoy… intacta —dijo orgullosa.

Parecía que le había dado la sorpresa de su vida y


entonces su rostro se transformó expresando toda la furia que
sentía. —Pues si es así, así te vas a quedar. Vete preparándote
para la anulación y para regresar a tu casa.

Perdió todo el color de la cara. —No puedes hacer eso.

—Claro que puedo. ¡Phillips! ¡Qué venga mi abogado!

—¡Mi padre me matará como tenga que regresar!

—Ese no es problema mío, milady —dijo malicioso.

Entrecerró los ojos. —¿Quieres guerra, conde? Porque


será encarnizada, te lo aseguro.

—Pues que gane el mejor.

—Tú lo has querido. —Furiosa miró a la enfermera. —


Que preparen un baño para el conde.

—¿Qué has dicho?

Sonrió. —Querido, estás enfermo, tanta suciedad no es


buena para tu estado. ¿No está de acuerdo, señorita…?
—Llámeme Samantha, condesa.

Sabreene sonrió. —¿Has oído, querido? Condesa. Un


baño para el conde. Que vengan los lacayos si hace falta, pero
quiero que le dejen como los chorros del oro.

La chica caminó por la terraza. —Ya era hora de que


alguien pusiera orden.

Levantó una ceja mirando a su marido que siseó —Vas


a pagar por esto.

—Deja de humillarme y sobre todo deja de humillarte


a ti mismo, esposo. Debemos llevarnos bien. —Pasó a su lado
y él intentó agarrarla con ganas de estrangularla. Sabreene se

apartó por un pelo riendo y fue hasta la puerta. —Después


comerás algo. —Se volvió para mirarle. —Debes recuperar
fuerzas para la batalla, que por cierto ganaré yo. —Con
descaro le lanzó un beso con la mano antes de entrar en la casa
y su tío la miró con cara de arrepentimiento. —Serás…

—Lo siento, pero ya no me quedaban opciones.

—Me has engañado. Ni quiere estar casado conmigo,


¿cómo vamos a llegar a…?

—¡Phillips, un coñac! —gritó desde la terraza.


Ella abrió la puerta de nuevo. —¿A las doce de la
mañana? ¡Ni hablar! ¡Phillips, suba al conde a su habitación!

Phillips indeciso miró al duque que evidentemente


sufría por su sobrino y era demasiado blando con él. —¿No

me ha oído? —preguntó mirándole fijamente a los ojos.

—Sí, condesa.

—Y si se resiste utilice la fuerza.

—Niña…

—Estás siendo demasiado blando con él. Por Dios,


huele de una manera nauseabunda.

—Se niega a que le laven.

—Pues yo me niego a soportar ese olor. —Caminó


hacia el hall. —¿Bebe?

—Mucho.

—A partir de ahora se le prohibirá beber alcohol


excepto un par de copas de vino en la comida y una copa de
coñac después de la cena. ¿Me ha oído, Phillips?

Este sonrió. —Sí, condesa.

—¿A qué dedica todo el día? ¿A estar mirando por la


terraza?
—A veces lee —dijo el duque.

Se detuvo en la escalera para mirarle. —¿Solo eso?


¿Acaso no puede atender las obligaciones que conllevan sus
tierras y arrendatarios?

—En el poder lo dejaba todo en mis manos. En aquel


momento creímos que era lo mejor. Acababa de sufrir el

accidente y no tenía fuerzas para encargarse de esas cosas. No


tenía ni la lucidez ni mostraba interés…

—Pues yo ahora le veo muy lúcido para tomar


determinadas decisiones. A partir de mañana despachará con
su administrador. Phillips comuníqueselo a ese hombre.

—Entendido condesa.

—¡Phillips! —gritó él desde la terraza.

—Y consíganle una campanilla. Se me va a quedar


ronco de tanto gritar.

—Ya la tuvo y me la tiró a la cabeza —dijo el


mayordomo.

Jadeó indignada. —No.

—Sí, condesa. Tiene muy malos humos cuando se


enfada.
—Esto es inconcebible. Con lo buen hombre que
parece usted. ¡Ernest esto ha ido demasiado lejos! ¡No pienso
consentirlo! —dijo subiendo las escaleras—. ¿Dónde está mi
habitación?

—La segunda puerta a la derecha, milady. Su doncella


ya está allí desempacando sus cosas.

Ella sonrió. —Gracias Phillips. Acuérdese del baño de


mi marido. —Sonrió maliciosa. —Que esté bien caliente y que
le froten bien.

—Entendido condesa.

Tan contenta siguió subiendo las escaleras y Phillips y


el duque se miraron. —¿Qué te parece?

—Perfecta, duque.

—Y eso que al principio creía que era una niña


demasiado tímida.

—¿Cómo le engañó?

—Estaba acostumbrada a fingir ante su padre su


verdadero carácter para no ser castigada.

—Pues parece que ya no va a fingir en absoluto.

—Eso parece.
—Phillips, ¿es que no me oyes, viejo sordo?

El mayordomo gruñó antes de dar un tirón a su


impecable chaqueta. —Voy allá, duque.

Este carraspeó. —Yo voy a darme una vuelta por… La


biblioteca.

—Diré que ha salido de la casa.

—Eso, amigo. Que no crea que estoy aquí.


Capítulo 3

Los gritos de su marido acordándose de todos los


parientes de sus empleados llegaban hasta su habitación y

cuando alguien chilló puso los ojos en blanco tirando el


sombrero que tenía en la mano a un lado. —Es demasiado
infantil. Toda mi ropa lo es.

—Milady, solo tiene tres vestidos que pueda ponerse.

No puede descartarlos todos.

—Arréglaselos para la niña. —Puso los brazos en


jarras. —Yo necesito un vestuario nuevo. Algo arrebatador.

Los ojos de Prue brillaron. —¿Es bien parecido?

Sonrió. —Sí, lo es. —Chasqueó la lengua. —Aunque


está algo delgado y tiene muy mal carácter.

—Malditas garrapatas. ¡Dejadme en paz!


Se acercó a la puerta que comunicaba con la de su
esposo y se sonrojó deteniéndose en el último momento.

—Entre milady, es su esposa.

—Pues tienes razón. —Abrió la puerta para


encontrárselo en una bañera que tenía más agua fuera que
dentro, empujando a uno de los lacayos que cayó al suelo. —
Marido eso no se hace.

Entrecerró los ojos fulminándola con la mirada. —Esto


lo vas a pagar.

—Phillips que le afeiten y le corten el pelo.

—Milady eso será muy difícil sin cortarle el cuello.

—Pues así me quedaré viuda y asunto solucionado.

—¡Serás zorra!

Jadeó indignada. —¿Qué me has llamado? —


Entrecerrando los ojos fue hasta el cubo que estaba en el suelo

y se lo tiró en la cara cortándole el aliento. —Controla tu

lengua, marido. —Le señaló con el dedo. —O puede que te la


corte también. —El agua dejó ver su miembro y se puso como

un tomate. Carraspeó enderezando la espalda. —¿Phillips?

—¿Si, condesa?
—Las tijeras.

—Cuando te coja…

—Ambos sabemos que eso será difícil.

—¡Puta!

—Uy, uy… —Se acercó a la bañera y metió los brazos


en el agua tirando de sus tobillos con fuerza. Ni le dio tiempo

a reaccionar y resbaló hundiéndose, pero salió dos segundos


después agarrándose a los bordes. —Necesitabas aclararte la

cabeza. —Soltó sus pies dejándolos caer sobre el borde de la

bañera.

—¡Te voy a matar!

—Ya, ya… —Salió cerrando la puerta y soltó una


risita. —La cara que ha puesto.

—Cuidado, milady. Sigue siendo conde, y eso puede

ser peligroso si no la quiere por esposa. Además, que la odie


no es la mejor manera de conquistar su corazón.

—¿Y quién dice que quiero conquistar su corazón? —

preguntó como si nada antes de coger un pañuelo de seda para


descartarlo porque era rosa.

—No intente engañarme, le agrada su marido.


Apretó los labios y se dejó caer en la cama. —No es

que sea muy apuesto, y es evidente que no tiene modales, pero

he sentido algo cuando le he conocido… —Sus preciosos ojos

azules brillaron. —Le he sentido mío. ¿Es una locura?

—Bueno, al fin y al cabo es su marido.

Hizo una mueca. —En estos tiempos eso no significa


nada. —Acarició la colcha con la mirada perdida. —Antes de

casarme soñaba con que un príncipe me rescatara de mi casa,

¿sabes? Que vería algo en mí que le haría amarme para

siempre y que querría mantenerme a su lado frente a todos y


contra todos. —Sonrió con tristeza. —Nunca nadie ha luchado

por mí. A nadie le he importado.

—Al duque le importa y a mí.

Sonrió con tristeza mirando sus ojos. —Al duque le

importo por lo que puedo conseguirle. Un heredero para el

ducado en lugar de ese Curtis. Si no hago algo mi marido se

dejará morir y no habrá nadie que le sustituya excepto ese.

—No diga eso. El duque la aprecia.

—Sí, me aprecia, pero si no hubiera querido ese niño


jamás hubiera ido a buscarme.
—Y usted quería que fueran a buscarla porque la
amaran más que a nada.

—Sí… —Agachó la mirada. —Es evidente que mi

marido nunca me amará y si dejo que continue con lo que

tiene en mente, me meterá en un carruaje para que vuelva con

mi padre. No puedo consentirlo porque me matará en cuanto


ponga un pie en sus tierras. La única manera de quedarme es

tener ese niño que el duque tanto necesita. Ahí me ganaré mi

lugar.

—¿Y cómo va a hacerlo si su marido la sigue tratando

así? No dejará ni que le toque si tiene en mente la anulación.

Entrecerró los ojos. —Averigua si hay láudano en la

casa.

Llegó al salón mostrando el vestido blanco con lazos


rosas que se había puesto el día en que conoció al duque. Este

sonrió al verla. —Querida, estás preciosa.

—Gracias, Ernest. Siempre tan amable. ¿Y mi marido?

—Se niega a bajar.

Puso los ojos en blanco. —¿Phillips?


—Enseguida, condesa.

Ernest rio por lo bajo. —Debo decir que me has

sorprendido. Aunque con lo del carro tendría que haber


supuesto que tu carácter iba más allá.

—Y más allá que va a ir como no cambie de actitud.

¿Sabes lo que me ha llamado?

El duque suspiró. —Desgraciadamente lo ha oído toda

la casa, niña. Intenta que no te afecte.

—¡Sal de mi habitación! —gritó su marido furibundo

desde el piso de arriba antes de que algo se estrellara contra


una pared—. ¡Dile a esa bruja que se pudra!

—¿La bruja soy yo? —preguntó aparentando pasmo.

El duque se echó a reír. —Niña, me encanta tu sentido

del humor. ¿Un jerez?

—Por favor.

—¡Qué se muera!

—Que buenos deseos tiene mi marido hacia mí. Me

deja anonadada.

El duque se partía de la risa y le entregó la pequeña


copa de cristal tallado. —¿El matrimonio es legal?
—Del todo, no debes preocuparte por eso. Molesté al
obispo e impliqué a mi abogado para que no hubiera ninguna

duda. Pero…

—Lo sé. Debe tomarme para que todo esté bien

sellado.

—Lo siento, niña. Debo reconocer que en eso no había

pensado.

—Pues hay que solucionarlo. —Se sonrojó

ligeramente. —Yo no puedo volver a casa, lo sabes.

—Eso no va a pasar. Si no llegáis a un entendimiento


tú estarás bien cuidada, no te preocupes por eso.

Suspiró del alivio. —De todas maneras, soy su esposa


y pienso tener un hijo suyo.

El duque sonrió. —Y yo te apoyo en eso. —Se puso


como un tomate y este carraspeó. —Quiero decir… Te

ayudaré en lo que sea.

—¿Y qué opinas del láudano?

—¿El láudano?

—¿Y si se lo doy y ya está? Así estará más calmado.


El duque carraspeó. —Niña, igual está demasiado

calmado. —Le miró sin comprender. —¿Sabes lo que tendrías


que hacer?

—¿Hacer? Pues echárselo en la bebida.

—No, me refiero… Hacer en la cama para tener ese


niño.

Ahora sí que se puso como un tomate. —Nunca me


han hablado de esas cosas, la verdad.

—Necesitas su colaboración y si toma láudano puede


que no pueda colaborar mucho.

—Pues sin el láudano tampoco va a colaborar, eso es


evidente.

—Igual deberías hablar con una mujer sobre esto.

—Pues Prue no me ha dicho nada. Lo del láudano le


parecía bien.

Preocupado se pasó la mano por la barbilla. —Prue no


es hombre y no debe saber que ocurre.

—No te entiendo.

El duque carraspeó. —Una vez estando casado tomé

láudano y no pude colaborar con mi esposa. Necesitamos que


nuestra… hombría se ponga firme y eso no ocurrió. Al menos

a mí.

—La hombría —dijo antes de recordar lo que había

visto en la bañera. Le subieron unos calores que se bebió el


jerez de golpe—. Ah…

—Eso, ah…

—Así que firme. ¿Y un poquito?

—Por probar…

—¿De qué habláis?

Se sobresaltaron y Sabreene miró hacia allí para perder

el aliento del todo al ver su rostro porque era el hombre más


atractivo que había visto nunca. Y eso que estaba muy

delgado. Ni se quería imaginar cómo había sido antes porque


su corazón no se recuperaría en la vida. El duque sonrió para sí
al ver que se levantaba y todo de la impresión mirándole

fijamente. Su sobrino frunció el ceño. —¿Qué?

Sabreene se sonrojó, pero se dio cuenta de que como

mostrara timidez con ese hombre, él no dudaría en


aprovecharse de ello. Así que sonrió como si estuviera muy

satisfecha. —Ernest no me habías dicho que me casaba con un


hombre tan apuesto.
Él entrecerró los ojos mientras su tío decía —Mi chico
es un rompecorazones.

—¿No me digas? —Pasó a su lado. —Menos mal que

le echado el lazo.

La fulminó con la mirada. —Tú no me has echado

nada.

—Eso ya lo veremos, amorcito.

—No me llames así.

Sonrió provocadora. —¿Cenamos?

—No, quiero tomar un whisky. —Empujó la silla hasta


el centro del salón. —¡Phillips!

—Conde no me ponga en un compromiso. Su esposa


ha dado orden de…

—¡No es mi esposa! ¡Tío acaba con esto!

—Berleigh, he ido hasta su casa, he tratado con el


impresentable de su padre y los desgraciados de sus hermanos

para conseguirla, ¿y piensas que voy a devolverla? Sobrino,


eso no va a pasar. Cumple con tu deber.

—¡Darte un heredero!

—¡Sí!
—¡Pues haberte casado tú!

A Sabreene se le cortó el aliento porque eso no se le

había ocurrido hasta ese momento. Y fue precisamente en ese


momento cuando se dio cuenta de que el heredero no era tan
importante como sacarle a él de ese pozo y por eso le había

casado en contra de su voluntad, para ver si así reaccionaba y


salía de esa apatía que le estaba matando.

El duque carraspeó. —Eso no le gustaría a mi amante.

Dejó caer la mandíbula del asombro. —¿A tu amante?

¿Tienes una amante?

—Niña… Soy un hombre.

—Pero si me dijiste que no habías encontrado otra

mujer que ocupara tu corazón.

—Eso no significa que como amante sea perfecta.

Eso sí que no lo esperaba. Miró a uno y después al


otro. —¡Hombres! ¡Sois todos iguales! —Se volvió furiosa. —

¡Phillips, la cena!

Ernest hizo una mueca. —Ahora se ha enfadado

conmigo.

—Qué pena, tío.


—Si le dieras una oportunidad…

—¿A esa bruja? No le daría ni agua aunque estuviera

en un desierto.

—¡Muy bonito, marido! —gritó ella desde el comedor

—. ¿Cenamos o no?

—¡No! —gritó Berleigh—. Tío quítamela de encima,


me está volviendo loco.

—¡Al menos estás sintiendo algo que no sea lástima de


ti mismo! ¡Y no me vengas llorando con tus problemas

matrimoniales! ¡Ya eres mayorcito!

—Si tengo problemas maritales es por tu culpa.

—¡Para que te fíes de la familia! —gritó ella desde el


comedor—. ¡Phillips, la cena!

Su marido perdiendo la paciencia volvió la silla. —


¿Ahora te crees la dueña?

Salió del comedor para enfrentarle. —¿No te has


enterado? ¡Soy la señora de la casa porque aquí no hay otra!

—Hasta el momento vivíamos muy bien sin ti.

—¡Ja! ¡Solo había que verte! —Dio un paso hacia él.


—Ahora entiende esto. ¡O entras a cenar o haré que te metan
la cena por la garganta como a los pavos!

—¿Pero quién te crees que eres?

—¿Otra vez? ¡Tu mujer!

—La madre que la parió…

Palideció porque mencionara a su madre. —Por si te


interesa murió.

Él apretó los labios viéndola entrar de nuevo en el


comedor y su tío suspiró. —Hijo, tu esposa solo quiere lo
mejor para ti.

—Apártala de mí, tío. No te lo digo más.

Sentada ante su marido vio como movía la comida de


un lado a otro. No sabía si no comía porque no tenía hambre,

porque quería matarse o simplemente para provocarla.

—Ernest…

—¿Si, niña?

—He pensado que para mi querido esposo es un


engorro que le suban y le bajen por las escaleras. Abajo hay
estancias de sobra para hacer allí nuestra habitación.
Su marido dejó caer el tenedor sobre el plato. —Nada,
que no lo deja.

—Igual es más cómodo para ti, hijo. Tendrías más


independencia. Sé que odias que los lacayos te suban y te
bajen.

Apretó los labios y su esposa sonrió antes de meterse el


tenedor en la boca con chulería.

—Escoge las habitaciones que necesites, niña.

—Gracias. Me pondré con ello mañana. Por cierto,


¿por aquí hay alguna costurera? Necesito vestidos.

—Oh, por supuesto. En el pueblo hay una mujer que se


encargaba de los vestidos de mi esposa.

—Tío, estará muerta.

El tío hizo una mueca. —Pues tienes razón.

El mayordomo carraspeó. —Su hija ahora se encarga


de esa tarea y tengo entendido por el ama de llaves que lo hace

muy bien, milady. Estará encantada de atenderla.

—Estupendo. ¿Puedes decirle que venga mañana?

—Como diga la condesa.


Su marido crispó los labios cuando la llamó así. —
Condesa… Duquesa… Está claro que apuntas alto.

Enderezó la espalda por la ofensa. Era evidente que no


le molestaba en absoluto insultarla incluso ante el servicio. —
Yo no he apuntado a ningún sitio. Nunca he tenido ni voz ni

voto para decidir nada sobre mi vida. Pero ahora soy una
mujer casada, estoy en el puesto para el que me han preparado
toda mi vida y pienso cumplir mi función lo mejor que sepa.

—Pues que no se te olvide que si soy tu marido yo


mando. ¿O eso no te lo enseñaron en tu casa?

—Cielo, estás enfermo —dijo con sorna—. Mientras


estés en esta situación al borde de la muerte yo tomaré las
decisiones. Así que si quieres tomar el mando como te
corresponde, intenta recuperarte lo antes posible, esposo.

—No sé si te has dado cuenta, pero no me recuperaré


en la vida —siseó.

—Que no puedas mover las piernas no significa que no


puedas hacerte cargo de tus obligaciones. En la finca de mi
padre había un hombre que había perdido la pierna y se

encargaba perfectamente de los caballos. Tú tienes la silla.


—¡Y qué voy a ser capaz de hacer si no puedo ni bajar
unos escalones! —Dio un golpe sobre la mesa tirando las

copas.

—¿Qué te parece ser padre?

—No tendría un hijo contigo ni muerto —dijo con


desprecio.

—No, muerto no me servirías de mucho. Seguro que


Curtis estará encantado de haber arruinado tu vida y que tú en
lugar de hacer frente a tu situación y hacerle frente a él, te

hayas dejado hundir hasta tal punto que ni te molesta que se


quede con todo lo tuyo. —Al ver que su marido había perdido
todo el color de la cara se levantó de su silla y apoyó las
manos sobre la mesa para acercarse a él. Realmente se sintió
una bruja por forzarle de esa manera, pero tenía la sensación

de que si no lo hacía se dejaría morir y por lo delgado que


estaba solo le quedaban unos meses. —Es una pena que no
utilices ese carácter y esas ganas de pelear para salir adelante
en lugar de luchar contra los que quieren ayudarte. —Se
enderezó y dijo —Si me disculpáis ya no tengo apetito y estoy

agotada por los días de viaje.

—Sí, niña. Descansa.


Caminó hacia la puerta, pero antes de salir se detuvo.
—Yo estoy de vuestra parte. No soy la enemiga de nadie —

dijo antes de irse.

Berleigh apretó los puños sobre la mesa y su tío negó

con la cabeza antes de ver como su sobrino se alejaba


empujando la silla con malos gestos para ir hacia el salón.

—¿Duque? Va a beber, ¿qué hago? —preguntó


Phillips.

—Deja que se desahogue. La niña le ha removido


muchas cosas en un solo día.

Se despertó sobresaltada y con la respiración agitada se


sentó en la cama recordando como las manos de su padre
rodeaban su cuello. Se llevó la mano allí aún sintiendo su

tacto. Había sido tan real… Nunca había pasado tanto miedo
en la vida. Salió de la cama aún asustada y fue hasta la ventana
apartando la cortina de terciopelo para ver una luna enorme en
el cielo. Suspiró diciéndose a sí misma que era un sueño. Solo
un sueño. Seguramente no volvería a verle nunca más y rezaba

porque fuera así. Se volvió y al ir hacia la cama se dio cuenta


de que le costaría dormirse de nuevo. El reloj de la chimenea

decía que eran las cuatro de la mañana. —Estupendo,


Sabreene…

Se sentó en la cama y encendió el quinqué. Sopló sobre

la cerilla y la dejó sobre el plato de porcelana antes de colocar


el cristal de la lámpara. Fue cuando sintió algo tras ella que le
puso la piel de gallina y se volvió de golpe antes de levantarse
alerta. —¿Padre?

Nerviosa porque había sentido algo y estaba segura de


que no había sido un sueño, cogió el quinqué y se acercó a los
pies de la cama moviendo el brazo para iluminar bien cada

rincón. Se mordió el labio inferior sintiendo que el miedo la


recorría y sin poder evitarlo fue hasta la puerta de la habitación
de su marido porque no quería quedarse allí sola. La abrió de
golpe para detenerse en seco al ver que su cama estaba intacta
y que él no estaba en su habitación. Frunció el ceño

atravesando la estancia para llegar a los pies de la cama. Sí,


estaba hecha. De hecho estaba impecable. ¿Dónde estaba su
marido? Porque la silla tampoco estaba. Preocupada salió de la
habitación y caminó hasta la escalera descendiendo hasta el
hall. Al ver la luz en el salón dejó la lámpara sobre la mesa del

recibidor y caminó hacia allí para encontrarse a su esposo de


espaldas a ella mirando el fuego de la chimenea. Él alargó la

mano y cogió un vaso que contenía un líquido ambarino. La


botella que estaba a su lado ya estaba vacía y Sabreene apretó
los labios preocupada por él. Igual le había presionado
demasiado. Dio un par de pasos hacia él sin hacer ruido por
sus pies descalzos y fue cuando vio la pistola sobre sus

piernas. Se le heló la sangre horrorizada y se quedó paralizada


sin saber qué hacer. El vaso se le cayó de las manos
haciéndose añicos y sobresaltándola. Para su horror Berleigh
se echó a reír cogiendo la pistola. —¡No! —Asustada intentó
arrebatársela y su marido le pegó un empujón en el vientre

haciéndola caer al suelo. —¡No lo hagas!

Él rio moviendo la pistola de un lado a otro. —Vaya,

vaya… ¿Qué haces aquí?

Miró sus ojos inyectados en sangre. —No lo hagas.

—¿Hacer qué? —Se puso el cañón bajo la barbilla. —


¿Hacer esto?

—Por favor… No te hagas esto, no le hagas esto a tu


tío.

—Está mejor sin mí.


—Eso no es cierto —dijo angustiada poniéndose de
rodillas—. Te quiere. ¿Crees que no le dolería perderte?

—Le dolería, pero me olvidaría como olvidó a mi

padre, como olvidó a su esposa.

—¡No les ha olvidado! ¡Nunca les olvidará! Solo

tienes…

—¡Deja de decirme lo que tengo que hacer! —gritó

con rabia—. No tienes derecho.

Impotente susurró —Pues no me hagas esto a mí.

Rio dejando caer la mano que tenía la pistola. —¿A ti?


Tú no eres nada para mí.

—Lo sé, ¿pero crees que yo olvidaría esto?

—Pues vete.

—No pienso irme. Prometí cuidarte ante Dios y lo

pienso hacer.

—Cuidarme… ¡Antes no necesitaba que me cuidara

nadie! ¡No pienso vivir así!

Le rogó con la mirada. —Encontrarás algo por lo que

merezca la pena vivir.

—¿Cuándo? ¡Llevo así un maldito año!


—Si tenemos un hijo…

—¿Un hijo? —gritó interrumpiéndola—. ¿Un hijo al

que no puedo proteger ni enseñar a montar a caballo? ¿Un hijo


que tenga que cuidar al lisiado de su padre? No pienso hacerle
eso.

—Por favor, ahora no piensas con claridad. —Alargó


la mano. —Dame la pistola.

—Nunca he pensado con tanta claridad como ahora.

Sabreene alargó la mano de golpe agarrando el cañón

de la pistola y tiró con fuerza. El sonido de la detonación les


sorprendió a los dos que se miraron a los ojos. Sintiendo el
ardor de la herida, bajó la vista asustada para ver la sangre que
empezaba a empapar su camisón.

—Sabreene.

Reaccionó en ese momento y tiró la pistola a un lado


escuchando los gritos en la casa. —Escúchame bien…

—Estás herida —dijo pálido.

—Mírame… —Se levantó a toda prisa y le cogió por

las mejillas para que le mirara a los ojos. —Estábamos


hablando, vi la pistola sobre la repisa de la chimenea sin saber
que estaba cargada y me disparé al juguetear con ella.
Él la agarró por la muñeca. —Necesitas un médico.

—¿Qué ha pasado, milady? —preguntó un lacayo

entrando en el salón corriendo. Al ver la sangre gritó —¡La


condesa necesita un médico!

Sin dejar de mirar sus ojos acarició su mejilla con el


pulgar sintiendo que se mareaba. —Todo está bien.

—Sabreene…

Cayó de rodillas y su marido la agarró de los brazos.


—¡Sabreene!

—No pasa nada, son los nervios. —Forzó una sonrisa.


—Me he mareado un poco.

—Preciosa aguanta. ¡Cogedla!

El lacayo y una doncella fueron en su ayuda. —Estoy


bien, no es nada —dijo mientras la cogían por las axilas.
Rápidamente la tumbaron sobre el sofá—. No, es de seda.

—¡Eso no importa! —dijo su marido antes de gritar —


¿Dónde está Phillips?

El mayordomo llegó corriendo con el duque que se


llevó las manos a la cabeza al ver la sangre. —¡Necesita un
médico!
—Ya han ido al pueblo a por él, milord.

—No es nada. Apenas me ha rozado. —Pálida forzó

una sonrisa. —Eso me pasa por tocar lo que no debo. —Se


miró y como de la nada apareció Prue con unos paños. —Estás
aquí.

—Milady… —Rasgó el camisón mostrando la herida y


vieron el agujero en el costado. Metió la mano por debajo de
su cuerpo y asintió. —La bala ha salido, milady.

—¿Eso es bueno?

—Sí, muy bueno. —Cogió los paños a toda prisa y


apretó la herida con fuerza. Phillips le dio más paños que puso
en la herida por la parte de atrás. —Unos puntos y listo.

—¿Seguro? —preguntó el duque.

—He visto muchas heridas, milord. Muchas. En la


posada pasaba de todo cuando bebían de más. Muchas las
curaba yo y creo que el médico no tendrá problema con esta.

Ernest suspiró del alivio antes de mirar a su sobrino y


apretar los labios. —¿Qué ha ocurrido?

Él le miró a los ojos y su tío juró por lo bajo antes de


gritar —¡Subidla a la habitación!
—¡No! Subid a mi marido que tiene que estar agotado.
Está enfermo y…

—Milady, por Dios está herida —dijo Phillips.

—Berleigh… —Aún con el susto en el cuerpo porque

quisiera quitarse la vida alargó la mano y su marido acercó su


silla para cogerla. No la miraba a los ojos y muerta de miedo
porque en cuanto se fuera cometiera una tontería dijo —
¿Vienes conmigo? No me dejes sola, estoy asustada.

Apretó los labios sabiendo perfectamente lo que quería


decir y asintió. Ella sin creérselo del todo no soltó su mano. —

Tranquila, subiremos juntos.

Phillips parpadeó sin entender nada. —Muy bien,


milady. Se hará como diga. —Señaló a un lacayo. —Suba a la
condesa en brazos.

Sintió como su marido apretaba su mano de la


impotencia mientras todos se apartaban para que el hombre la
cogiera en brazos. Sabreene no dejó de mirarle y cuando sus
manos se soltaron dijo —Ven…

—Ahora voy, no te preocupes.

Sin poder evitarlo la embargó la emoción y sollozó. —


¿Me lo juras?
—Te lo juro.

Fue tal el alivio que sonrió mientras una lágrima caía


por su mejilla antes de perder el sentido.

Algo rozó su mano y se despertó sintiendo que le dolía


la cabeza y el costado. Miró a un lado y al ver a su marido en
su silla observándola lo recordó todo. —Milord, lleva la
misma ropa de ayer.

Sonrió asintiendo. —Es que mi esposa estaba sedada y


no pudo pegar los gritos necesarios para que me cambiara.

—¿Has comido?

—¿No vas a preguntar qué ha dicho el médico?

Se llevó la mano a la herida y sintió la venda. —Me


pondré bien.

—Sí, te pondrás bien si descansas y tenemos la suerte


de que no te suba la fiebre.

—¿Sería una suerte? Te librarías de mí.

—Eso no tiene gracia. No quería hacerte daño.


—Lo sé, querías otra cosa. Prométeme que no volverás
a intentarlo.

—No puedo prometerte eso.

—Por favor…

—¿Qué te importa? Tu futuro quedaría asegurado.

Alargó la mano y le retorció la oreja. —¡Joder,


Sabreene!

—¡No vuelvas a decir eso! —Se sentó de golpe


ignorando el dolor en el costado. —¡Prométemelo!

—Suéltame la oreja. ¡Me la vas a arrancar, joder!

—¿Qué más te da quedarte sin oreja si quieres quitarte


la vida? Con un tiro en la cabeza eso no se nota.
¡Prométemelo!

Alguien carraspeó y ambos miraron hacia la puerta

para ver al duque con los brazos cruzados. Soltó su oreja de


inmediato y puso cara de niña buena.

—¿Niña?

—¿Si?

—Veo que te encuentras mejor.


—Esto no es nada. —Le guiñó un ojo y sonrió. —
Mañana me levanto.

—Ni hablar —siseó su marido con la oreja roja como


un tomate.

Entrecerró los ojos. —¿Para que hagas lo que te venga

en gana? Sigue soñando, conde. Ahora no pienso quitarte ojo.

Él puso los ojos en blanco y el duque dio un paso hacia


ellos. —No sé lo que ha ocurrido, pero me lo imagino porque
esa pistola estaba en el despacho.

—¿Se ha enterado alguien más? —preguntó


preocupada.

—No, piensan que ha sido un accidente. —El duque se


sonrojó. —Algunos del servicio piensan que estás algo loca
por llegar pegando gritos…

Jadeó indignada y su marido reprimió la risa. —No


tiene gracia.

—No, no la tiene. —Sus ojos se ensombrecieron. —


¡Nada de esta maldita situación tiene gracia! ¡Por eso te pido
que abandones esta casa en cuanto te recuperes! ¡Aún puedes
tener una vida normal!
—¿Me pegas un tiro y me echas? —preguntó
asombrada—. ¿Qué clase de marido eres tú?

—¡Uno que no te quiere!

Sabreene intentó encajar el golpe y levantó la barbilla.


—Tranquilo, que estoy acostumbrada a que no me quieran. No
voy a notar la diferencia.

Berleigh viendo el dolor en sus ojos apretó los puños

antes de fulminar con la mirada a su tío y empujar él mismo


las ruedas de su silla hacia su habitación. —¡Víctor, una
botella de whisky!

—¡No sé quién eres, Víctor, pero como se te ocurra


llevarle una botella a mi marido duermes en la calle! —gritó
desgañitada. Miró al duque—. ¿Quién es Víctor?

—Su valet.

Entrecerró los ojos. —¡Y como vuelvas a descuidar el


aspecto del conde, te voy a despellejar vivo! ¿Me has oído?

—Sí, milady —dijo desde la habitación.

—No le hagas caso, Víctor —dijo el conde entrando en


su alcoba.

—Milord no me ponga en un compromiso. El servicio


dice que le amenazaba con una pistola para que dejara de
beber. Temo por mi integridad física.

Asombrada miró a Ernest mientras el conde gritaba —


¿Pero qué tonterías dices? Ni que estuviera loca. ¿Estás
llamando loca a mi mujer?

Se le cortó el aliento mientras el valet respondía —No,


por supuesto que no.

—¡Es decidida, eso es todo! ¡No hay nada de malo en


ello! —gritó antes de dar un portazo cerrando la puerta.

Se sonrojó de gusto por su defensa y el duque sonrió.

—Ha reconocido que soy su mujer.

—Sí, niña. Has avanzado mucho. —Hizo una mueca.


—Temo que el tiro haya influido en ello. Otra hubiera salido
espantada de esta casa.

—Yo no soy como otras.

—De eso ya me he dado cuenta. Que engañado me


tenías.

Soltó una risita y sus ojos brillaron. —¿Qué hora es?

—Las seis de la tarde.

—¡Víctor! ¡Qué mi marido se prepare para la cena!

—¡Ya me estoy cambiando, pesada!


Sonrió como si le hubiera regalado la luna y el duque
casi bizqueó por su belleza. —Se está cambiando.

—Toda una sorpresa. —Sabreene suspiró tumbándose


en la cama y se tocó el costado. —¿Duele?

—Un poco.

—El médico te ha dejado láudano. Aunque te sedó

para que no te despertaras cuando te atendía, no sé si puedes


tomarlo ahora —dijo preocupado.

—Esperaré. Tampoco me duele tanto.

—Siento esto.

—Pues yo no —dijo cortándole el aliento—. Iba a


hacerlo, ¿sabes? Estoy segura. Y si con esto lo he impedido,
me alegro.

—Gracias. Te lo agradezco muchísimo.

En ese momento llamaron a la puerta. —Adelante —


dijo el duque.

Se abrió la puerta mostrando a Prue, que con una


bandeja en la mano sonrió. —Permiso.

—Pasa.
Con la niña tras ella entraron en la habitación. Pretty
llevaba una jarra en las manos. —En cuanto nos enteramos de
que se había despertado he pedido una bandeja. Estará
hambrienta.

—Pues no mucho.

Se sentó de nuevo y Prue puso la bandeja sobre sus


piernas. —¿Está bien? —preguntó la niña.

Le guiñó un ojo. —Perfecta. —El vestido de criada que


le habían puesto le quedaba demasiado grande y no le gustaba
nada ver que casi lo arrastraba. —¿No había otro vestido para
la pequeña?

—Se lo arreglaré, milady. No se preocupe. Es que aún


no he tenido tiempo.

—No me gusta que vista de negro…

—Milady, está bien así —dijo Prue advirtiéndola con


la mirada—. Somos doncellas y está bien así. —Se acercó y
susurró —Quiero que se integre y no me gustaría que le
tuvieran envidia, milady.

Suspiró porque sabía que tenía razón. —Está bien.


Pero usad mis viejos vestidos para haceros ropa nueva para

vuestro día libre.


Prue sonrió. —Gracias, milady. Es muy generosa.

—Sí que lo es —dijo el duque—. Come niña.

Cogió la cuchara con desgana y revolvió el espeso


consomé de verduras. —Está bueno. Lo he probado —dijo
Pretty haciéndola sonreír.

—Niña, eso no se hace —la recriminó su madre.

—Ese no mamá, lo he probado de la olla.

—Estupendo.

El duque se echó a reír.

—¿Qué pasa? La cocinera también lo hace.

—Pues tienes razón. —Sabreene se metió la cuchara en


la boca. —Mmm, delicioso.

—Iré a cambiarme —dijo el duque—. Descansa.

En cuanto se quedaron solas dijo —Llévate la bandeja.

—Pero milady…

—No tengo hambre, me duele horrores y tengo


náuseas.

—Eso es por lo que le puso el doctor en ese paño para

que no se despertara. —Apartó la bandeja.


Suspiró recostándose y cerrando los ojos. —No digáis
nada.

—Pero deberíamos llamar al doctor —dijo la niña.

Prue llenó un vaso con agua. —Beba, milady. Eso


igual la ayuda.

Increíblemente estaba sedienta y bebió con ganas, pero


al hacerlo las náuseas se intensificaron y Pretty fue rápida al
ponerle debajo la bacinilla.

La puerta de comunicación se abrió y su marido entró


en la habitación empujando su silla. —¿Qué ocurre?

—Ha vomitado, milord —dijo Prue preocupada


mojando un paño en el aguamanil.

—Que llamen al médico de inmediato.

Pretty dejó la bacinilla y corrió hacia la puerta. —


¡Phillips!

Prue gruñó pasándole el paño a la condesa por la frente

haciéndola sonreír. —Estoy bien. Tengo el estómago algo


revuelto, eso es todo.

—Conde, dice que le duele mucho. Intenta disimular


para que no se preocupen.
Su marido se acercó a la mesilla y cogió la botellita
con la cuchara que había sobre un platillo de porcelana. Quitó
el tapón de corcho y echó el contenido en la cuchara. —Dele

esto.

—No, me atontará.

—Mejor eso que aguantar los dolores, milady. —Su


doncella cogió la cuchara con cuidado y se la acercó a la boca.

—No.

—¡Tómalo! —ordenó su marido.

—No. —Apretó los labios con fuerza.

—¡No sea cabezona, milady! ¡Después se encontrará


mejor!

—Sabreene abre la boca. —Prue intentó obligarla, pero


el líquido cayó por la comisura de su boca. —¡Por Dios,

mujer!

—Cena. —Parpadearon sin entender. —Sé que bajarás


a cenar, pero no probarás bocado. Si cenas lo de esa bandeja
tomaré el láudano.

—¿Estás loca?

—Tuya es la decisión, conde.


Prue cogió la bandeja y la puso sobre la cama a su lado
para que ella lo viera bien. El conde furioso acercó su silla. —
Mujer, me sacas de mis casillas.

—Lo mismo digo, conde.

Él cogió la cuchara y empezó a tomar el caldo de


verduras. Sonrió satisfecha observándole y cuando terminó le
mostró que estaba vacío. —¿Contenta?

—Queda el pudin.

Cogió el pudin con la mano y se lo metió entero en la


boca fulminándola con la mirada. Le costó tragarlo, pero
cuando lo hizo levantó una ceja.

—¿Prue? El láudano. Se lo he prometido a mi marido.

—Bien, milady. —Le acercó de nuevo la cucharilla a la


boca y lo tomó.

—Abre la boca, quiero ver que te lo has tragado.

Ella lo hizo y Berleigh asintió como si se quedara más

tranquilo. Prue retiró la bandeja entre los dos y ella alargó la


mano. —¿Sabes que nunca me pongo enferma?

Cogió su mano. —Te pondrás bien.

—Claro que sí, tengo que vigilarte.


Sorprendentemente él sonrió. —Te lo has tomado muy
en serio.

—Llevo toda mi vida esperando el momento en que


tuviera marido y ahora que lo tengo no pienso perderle.

—¿Soy una obligación?

Sonrió. —Eres mi esperanza.

Se le cortó el aliento. —¿Tu esperanza?

—De una vida distinta, de tener mis hijos, de tener

amor… Sé que no me amas y puede que no lo hagas nunca,


pero podríamos ser amigos. —Suspiró mirando el techo sin
avergonzarse por abrirse a él. —Y nuestros hijos me darán
amor, ¿verdad?

—¿Es lo único que te importa, que te amen?

Volvió la vista hacia él. —No debe haber nada mejor


que sentirse amada. Tu tío te quiere, daría lo que fuera por ti.
¿No es maravilloso? ¿No te hace sentir especial?

—No he hecho nada para conseguir ese amor, me


quiere desde que nací.

Sonrió con tristeza. —Eso no es cierto. Te quiere por


como has sido con él. Llevar la misma sangre no garantiza que
te quieran. —Sus ojos se fueron cerrando y suspiró. —Deja de
doler.

—Duerme, esposa.

—¿Sabes lo que me haría muy feliz?

—¿El qué?

—Que cenaras un poco más cuando acompañes a tu

tío. Estás muy delgado, eso no es bueno —dijo antes de


quedarse dormida.

Berleigh apretó los labios y le dijo a Prue —Cuida de


la condesa.

—Por supuesto, conde. No me separaré de ella.


Capítulo 4

Se despertó por el dolor en mitad de la noche y Prue


quiso darle más láudano. Se negó, pero le dijo que avisaría al

conde y para que no lo despertara claudicó. Antes de dormirse


de nuevo sonrió porque al menos su marido esa noche se había
acostado.

Al día siguiente se despertó sedienta. Prue le llevó el

desayuno y cuando estaba terminando, la puerta se abrió


dando paso al duque que sonrió al verla comer. —¿Te
encuentras mejor?

—Aún duele, pero es soportable. ¿Y mi marido? Me

tiene abandonada.

Ernest reprimió la risa. —Es evidente que intenta


evitarte.

—¿De veras?
—Aunque le he escuchado preguntar por tu estado a
Phillips.

Su corazón dio un brinco en su pecho y sus preciosos


ojos brillaron. —Interesante.

—Yo pienso lo mismo, niña. Se interesa, pero no


quiere que te des cuenta.

—¿Ayer cenó contigo?

—Comió algo. Ciertamente más de lo habitual en los


últimos tiempos.

Sonrió satisfecha. —Prue prepara mi ropa.

—Niña…

—Milady, no debería levantarse, pueden abrirse las

heridas.

—Si estoy vendada. No haré movimientos bruscos.


Solo haré que me vea y nos pelearemos dialécticamente como

personas civilizadas.

—No te excedas —dijo el duque—. Retrasarás tu

recuperación.

—Volveré a la cama si no me encuentro bien.


—El médico no estaría de acuerdo. —El duque sonrió
malicioso. —Igual debería hablar con tu marido de esto.

—Duque ya estás tardando.

Riendo salió de la habitación.

Apartó las mantas. —Vamos, vamos… Trae el vestido

blanco con las flores azules. Es algo infantil, pero es lo que


hay.

—Milady, si quiere saber mi opinión…

—Prue ya me has dejado clara tu opinión, pero tengo

una misión y no puedo detenerme por un tiro de nada.

—¿Un tiro de nada?

—Tú misma dijiste que no era importante.

—Yo jamás he dicho eso —dijo indignada.

—Anda, anda, tráeme el vestido.

Al levantarse se llevó la mano al costado y su doncella


gruñó sacando el vestido del armario. Eso indicaba que no le

quitaba ojo preocupada por su estado.

—¡Phillips! —gritó su marido desde abajo.

Soltó una risita. —Ya se ha enterado.


—Sí milady, ya se ha enterado. A ver si a él le hace

caso.

—Si me da algo a cambio…

Prue dejó caer la mandíbula del asombro. —Ya

entiendo por dónde va.

—Menos mal, que tengo que explicarlo todo. La ropa

interior, rápido.

Su doncella fue hasta el aparador labrado de hermosas


rosas. —Quítese el camisón, milady.

Abrió los ojos como platos. —¿No has oído que viene

mi marido?

—Pues eso. —Se volvió con la ropa interior en la

mano. —¿Hace cuanto que no está con una mujer? Tiran más

dos tetas que dos carretas, se lo digo yo. En cuanto la vea


desnuda hace lo que usted quiera.

Se puso roja como un tomate y en ese momento se

abrió la puerta de golpe sobresaltándola. El conde con el ceño

fruncido empujó su silla mirándola fijamente. —¿Qué haces,

Sabreene?

—Vestirme —dijo casi sin voz.


—¡Vestirte! ¡Estás herida! —Frunció aún más el ceño
acercándose. —Estás muy sonrojada. ¡No tendrás fiebre!

¡Agáchate!

—Estoy bien.

—¡Qué te agaches!

Se inclinó hacia él sin darse cuenta de que el escote de

su camisón mostraba sus pechos y la mirada de su marido fue

a parar allí. —¿No vas a tocarme?

Él levantó la vista hacia sus ojos. —¿Qué?

—La frente. Para que veas que estoy bien.

Carraspeó poniendo la mano sobre ella. —Estás


acalorada. —Miró hacia abajo de nuevo y volvió a carraspear.

—A la cama.

Jadeó incorporándose. —Has mentido, marido. ¡No

tengo fiebre!

Él se llevó la mano al cuello de la camisa tirando de él

como si le ahogara. —Es que aquí hace mucho calor. Prue abre
la ventana.

—Conde, si está lloviendo.

—¡Pues apaga el fuego!


—No está encendido.

Sabreene se preocupó. —A ver si el que tienes fiebre

eres tú. —Le puso la mano en la frente a toda prisa. —¿Te


encuentras bien? ¡Prue que llamen al médico!

—Estoy bien. ¡Y no cambies de tema! No te

levantarás.

Entrecerró los ojos. —Ya estoy levantada.

—¡Pues vuelve a la cama!

—¿Quieres dejar de gritar? ¡No estoy sorda! —gritó en

su cara.

—¡Mujer, me exasperas!

—Ya, ¿alguna novedad?

Prue soltó una risita y el conde la fulminó con la

mirada haciéndola carraspear. —Bueno, yo… Voy a por algo


de agua para que se asee milady.

Sabreene se enderezó mirándola. —Un baño no puede

ser, ¿no?

—¡No! —exclamaron los dos a la vez.

—Que pesados —dijo volviéndose hacia la cama


donde Prue había dejado la ropa interior. Al verla se sonrojó
porque no era muy femenina. Tendría que encargar que le
hicieran más. Había oído a una de las sirvientas decir que

ahora en Londres hacían preciosidades.

—Vuelvo enseguida.

Al volverse le dio un vuelco al corazón porque su


marido le miraba el trasero. Sin saber muy bien por qué se

alegró de ello y pensó en lo que había dicho Prue. Igual tenía


razón y esa era la mejor manera de hacer que su matrimonio
funcionara. —Marido, necesito ropa. —Se volvió con las

pantaletas. —La que tengo ya está muy vieja. ¿Me llevas a


Londres? —La miró pasmado. —Sé que aquí hay una

costurera, pero tengo entendido que en Londres hay las


mejores modistas y no querrás que piensen que tu esposa no
está a la moda.

—¿Estás loca? ¡No iría a Londres ni muerto!

—Ni muerto, ni muerto… Qué exagerado. —Suspiró

como si estuviera resignada. —Muy bien. Haré lo que pueda


con esa mujer.

—¡Más te vale!

—Que carácter tienes… Deberías endulzarlo un poco.

—Valor, Sabreene. Se cogió el bajo del camisón y se lo quitó


tirándolo a un lado como si nada dejándole pasmado.

—¿Pero qué haces?

Se volvió mirándole sin entender. —¿Qué? Somos

marido y mujer. Mi institutriz me dijo que era lo normal.

—Eh… —La miró de arriba abajo y el corazón de


Sabreene se encogió de la alegría porque era evidente que le

gustaba lo que veía. Entonces la fulminó con la mirada. —Tú


no eres pura.

Jadeó poniéndose una mano en la cintura. —¿Qué has


dicho?

—¡Mujer, eso no lo hace una inocente!

Le retó con la mirada. —Para saberlo tendrás que

comprobarlo, ¿no?

—¡Vístete!

—¡Sí, ahora me visto!

—¡Con el camisón!

—¡Ja!

—¡Eres mi esposa y me harás caso!

—¿Soy tu esposa? —Dio otro paso hacia él. —¡Pues

no se nota!
Berleigh entrecerró los ojos. —¿Intentas seducirme?

—¿Acaso es un delito? ¡Eres mi marido! ¡No estoy


seduciendo al herrero del pueblo!

—La madre que me par… —Respiró hondo por la


nariz antes de mirar su venda y gritar —¡Estás sangrando!

Ella miró hacia allí y juró por lo bajo cuando vio que
era cierto. —Sabreene vuelve a la cama —dijo ya preocupado.

—Seguro que no es nada.

—Vuelve a la cama, por favor.

Se le cortó el aliento y miró sus ojos. Que se lo hubiera

pedido por favor indicaba que estaba muy preocupado.

—Está bien. —Cogió el camisón y se lo puso antes de

regresar a la cama.

—¡Phillips, un médico! —Empujó la silla hasta la

puerta y la abrió. —¡Rápido Phillips, un médico! ¡La condesa


está sangrando!

—Enseguida van a buscarle, milord.

Él empujó de nuevo la silla hasta su cama y Sabreene


sonrió para tranquilizarle. —Estoy bien. ¿Has desayunado?

—Sí, pesada.
—¿Mucho, poco, casi nada? ¿Un té?

Él no pudo disimular una sonrisa. —Un té y huevos


con beicon.

Le miró sorprendida antes de mostrar su alegría en sus


bonitos ojos azules y alargó la mano. Él se la cogió. —¿Y qué

más has hecho?

Hizo una mueca. —No mucho.

—¿No has visto a tu administrador?

—Ayer se le ocurrió pasar por aquí y se fue sin que le

viera.

—Berleigh…

—¿Qué más dará?

—Tienes que distraerte y no pensar siempre en lo


mismo.

Él se tensó. —No siempre pienso en lo mismo.

—No, claro que no. Ahora piensas en mí. —Su marido

gruñó haciéndola reír. —Esposo, que mal disimulas.

—¿Por qué quieres continuar con esto?

—¿Otra vez? Te considero inteligente como para tener


que repetir lo mismo una y otra vez. Eres mi marido y eso no
hay quien lo cambie, punto.

—No me conoces, no sabes si soy inteligente o no.

—Claro que sí. Sabes decir cuatro palabras seguidas y


con sentido, además. Alguno de mis hermanos ni pueden hacer
eso.

—Joder, menuda familia —dijo por lo bajo acariciando


su mano sin darse cuenta.

Hizo una mueca. —Por eso quiero otra. Y me la vas a


dar.

Él sonrió. —¿No te das por vencida?

—No, porque tú no me vas a pegar.

Su marido se tensó. —¿Qué has dicho?

—Mi padre me enseñó de pequeña que para

mantenerme a raya nada mejor que una tunda de vez en


cuando. Solo si molestaba, claro. —Le miró a los ojos. —Pero
tú no vas a hacer eso.

—¿Cómo estás tan segura? —susurró.

—Ya podrías haberme pegado y no lo has hecho. De

hecho podrías haberme matado con esa pistola y tampoco lo


hiciste.
El duque apareció en ese momento y se quedó
pasmado al ver como su sobrino cogía la mano de su esposa,

pero la soltó en seguida en cuanto se dio cuenta de que estaba


allí. —¿Qué ha ocurrido, niña?

—Nada, la herida ha sangrado un poco.

—Enseguida llegará el médico. —Miró a Berleigh. —


Tengo que ir a Londres de inmediato.

Volvió su silla. —¿Qué ha ocurrido? ¿Ha muerto


alguien?

—Desgraciadamente esa es la causa.

—¿Quién ha sido?

—Un primo lejano que no tiene importancia, pero debo


asistir. Te excusaré, pero mañana tienes que ir a la aldea a

hablar con los arrendatarios del molino.

—Pero…

—Cielo, no tienes por qué salir del carruaje. Puedes


atenderles por la ventanilla —dijo ella moviéndose para

ponerse cómoda.

Berleigh apretó los labios. —Muy bien, tío. Lo haré.


Sabreene sonrió y el duque también antes de mirarla a
los ojos. —Te traeré un regalito de Londres.

Sus ojos brillaron de la ilusión. —¿De veras?

—Por supuesto que sí. ¿Te gustaría algo en particular?

—Sorpréndeme, me encantan las sorpresas.

El duque sonrió. —Intentaré dejarte con la boca


abierta.

Soltó una risita encantada y él se volvió para ir hacia la


puerta. Su sobrino le siguió. —Iré contigo, quiero comentarte

algo.

Cuando salieron no perdió la sonrisa. Ese día estaba


yendo estupendamente. Él había desayunado y se había

preocupado por ella. Incluso se encargaría de hablar con los


arrendatarios del molino. Además, la había mirado de una
manera… Le subió la temperatura al recordarlo. ¿Habría
conseguido seducirle un poquito? Tendría que preguntarle a
Prue más maneras de seducir a tu hombre porque en ese tema

estaba poco instruida. Necesitaba unas clases como quien daba


clases de historia. Y Prue había estado casada, tenía que saber
de eso. Se arregló el cabello sobre los hombros por si su
esposo volvía.
No le vio el pelo en todo el día y cada vez que pasaba
una hoja del libro que Prue le había llevado, gruñía
preguntándose qué estaba haciendo. Estaba solo, tenía que
aburrirse porque ni había invitado al médico a comer después
de revisarla. —Niña, ve a ver qué hace.

Pretty que estaba vagueando sentada a los pies de su


cama bufó. —¿Otra vez? Tiene que estar leyendo como hace
una hora.

—¿Quieres ir de una vez al mandado de la condesa? —


Su madre se levantó y la cogió del brazo llevándola hasta la

puerta. —Y no repliques, que te veo muy contestona.

—Mamá…

—¡Ahora!

La sacó de la habitación y cerró la puerta mientras


Sabreene soltaba una risita desde la cama. —Esta niña va a
hacer que me salgan canas.

—Eso seguro. —Aburrida dejó caer el libro. —¿Qué


hora es?
—La hora de dormir, condesa. Ya escuchó al médico,
tiene que descansar.

—No tengo sueño. —La miró de reojo dejando el libro


sobre la mesilla. —Ahora que ya no está tu hija…

—¿Si? —Preocupada se acercó a la cama. —¿Ocurre


algo?

—Me hablabas de seducir a mi marido.

Prue sonrió. —Sí, milady.

—¿Y eso cómo se hace?

Su doncella se sonrojó. —Bueno, no es que yo lo haya


hecho mucho. Mi William se animaba solo. Me perseguía por

toda la aldea hasta que me acorralaba en el pajar.

Sabreene se puso como un tomate. —¿Y?

—Después de casados si quería… Ya me entiende,


milady. Bueno, pues simplemente me quitaba el vestido ante
él. Antes de darme cuenta ya estaba patas arriba.

Separó los labios de la impresión. —¿Patas arriba?

Prue carraspeó. —Sí.

No entendía nada. —Así que aparte de lo que me has


dicho antes no sabes hacer nada más.
—Usted sonríale mucho, tóquele como si tal cosa y si
se le resiste, quítese la ropa. No habrá hombre que la rechace.

—Frunció el ceño. —Hay algo de lo que quería hablarle desde


que me enteré de la condición de su marido.

Aún pensando en la seducción dijo distraída —¿Si?

—¿Usted sabe si él puede?

La miró a los ojos. —¿Si puede qué?

—Es que he oído…

—No te calles ahora.

Se acercó y se sentó en la cama. —Milady, ayer


escuché hablar a la cocinera con una de las doncellas. Decía

que era absurdo este matrimonio porque él no podía… Ya me


entiende.

—No, no te entiendo.

—Tomarla, milady. No puede tomarla. Su hombría no

responde como sus piernas.

Jadeó llevándose la mano al pecho. —¿Eso puede ser?

—Esa mujer parecía muy convencida. —Se quedó en


shock de la impresión mientras Prue continuaba —Y si su
hombría no cumple, usted nunca se quedará en estado. Nunca
tendrán hijos.

—Si eso fuera así el duque no me habría


comprometido en este matrimonio.

—Puede que él no lo sepa.

—¿Y lo va a saber la cocinera?

—Algunos señores se entretienen con las doncellas.

—Sí, lo sé por mis hermanos.

—Pues la cocinera dice que desde el accidente nada de


nada.

—¿Hay doncellas en la casa que han pasado por su


lecho? —preguntó espantada. Espantada y algo cabreada. —
¿Quiénes son?

—No lo sé, milady.

Entrecerró los ojos. —Pues averígualo, quiero saberlo.

—Le aconsejo que se ponga en serio a seducir a su


marido y si este matrimonio no puede conseguir frutos, se
piense muy seriamente si continuar con él. Usted quiere hijos.

Se mordió el labio inferior. —En realidad era el


objetivo de este matrimonio y si no le doy descendencia…
—Su situación será muy precaria, milady. Ahora el

duque es muy amable, pero quién dice lo que ocurrirá en el


futuro. Ya sabe cómo son los hombres, ha vivido entre ellos.

—El duque me ha dicho que mi futuro está asegurado

y mi marido también lo ha comentado.

—¿Está por escrito?

Se le cortó el aliento. —No lo sé.

—Si por una fatalidad el duque muriera en ese viaje,


heredará el conde. Y es evidente que el conde no la quiere
aquí. ¿Cuánto cree que tardará en echarla de esta casa, pedir la

anulación y morirse del asco en su pena?

—Debo darme prisa, es lo que me estás diciendo.

—Por eso le dije que le sedujera. Debemos averiguar si


puede darle hijos porque si no es así, tiene que conseguir atar
al duque en una promesa que le asegure a usted que siempre

estará bien cuidada.

—Entiendo.

—No se fie, milady. Usted tiene un corazón muy


grande y se ha creído al duque, pero él solo quiere una cosa.
Puede que pierda la paciencia y busque a otra que sí consiga

su objetivo.
—Pero si mi marido no puede conmigo, no puede con

nadie, ¿no?

—Quizás pueda pensar que es culpa suya que no se le

endurece porque no le gusta o no se llevan bien. Y


reconozcámoslo milady, se llevan horriblemente mal.

—Eso no es cierto. —Frunció el ceño. —¿Tú crees que


nos llevamos mal?

Ahora la pasmada era ella. —Milady, no dejan de

gritarse el uno al otro.

—Esos son rocecillos de pareja hasta que limemos

asperezas.

—¡Le ha pegado un tiro!

—Fue un accidente y no digas nada por ahí que todos


me han creído.

Prue levantó una ceja. —Pero se lo ha pegado.

—Accidentalmente.

—Se aleja de usted como si tuviera la peste.

—¿Tienes que ser tan negativa? ¡Yo creía que iba bien!

—Y no digo que no lo esté haciendo bien, porque es


evidente que le ha hecho reaccionar un poco. Solo digo que
tiene que hacer más.

Un ruido en la habitación de al lado le cortó el aliento.


—¿Ya se va a acostar?

—Estará agotado. No es que en estos dos días haya


dormido mucho.

Preocupada apartó las sábanas antes de que pudiera


decir algo y cuando iba hacia allí se abrió la puerta dando paso

a Pretty, que comiendo un pastel de crema tenía todos los


labios cubiertos de merengue. —Mamá esto está de muerte. —
La condesa jadeó y la niña se sonrojó. —Oh, su marido está
ahí.

—Gracias por la información.

—Hija no puedes ir robando pasteles.

—No lo he robado, mamá. Me lo ha dado la cocinera.

—Se encogió de hombros. —Le caigo bien.

La verdad es que el pastel tenía una pinta estupenda.

Céntrate Sabreene. Fue hasta la puerta que daba acceso a la


habitación de su marido y abrió como si nada. Su valet le
estaba quitando las botas. —¿No sabes llamar? Mujer, ¿y tu
bata?
—Oh… —Se volvió y de repente la bata apareció
volando, dándole en toda la cara. Estaba claro que tenía que
hablar con su doncella sobre cómo se daban las cosas. Se puso
la bata a toda prisa y se volvió. —¿Contento?

—¡Esta es mi habitación! ¡No puedes entrar cuando te


viene en gana!

Parpadeó. —Tú entras en la mía cuando te place.

—¡Soy tu marido!

—Y yo tu mujer.

El valet reprimió una sonrisa, pero al ver la expresión


del conde se puso serio.

Sabreene se acercó a él. —¿Te encuentras bien?

—¡Sí, mujer! ¡Me encuentro bien! He cenado y me voy


a la cama, ¿qué pasa? Y por cierto, ¿no te ha dicho el médico
que no salgas de la cama?

Entrecerró los ojos. —Le has ordenado que me diga


eso, ¿no?

—¿Yo?

—¡Ja! —Le señaló con el dedo. —¡Se lo has dicho!

—Sabreene vuelve a la cama —dijo entre dientes.


—Pues claro que me vuelvo a la cama. ¡No hay quien
hable contigo! —Salió dando un portazo y Prue hizo una
mueca. —Está bien.

—Ya, milady. Su agradable humor lo confirma.

Regresó a la cama y se sentó sobre ella mientras Pretty


se chupaba los dedos. —Tráeme de esos.

La niña salió pitando y no pudo evitar sonreír. Estaba

claro que quería otro. —Milady, ¿cree que podré probarlo?

Diez minutos después las tres comían sentadas en su


cama los pasteles como si fuera el manjar más exquisito. —
Están deliciosos —dijo Sabreene maravillada.

—Nunca había comido nada tan rico —dijo su


doncella—. Pero usted estará acostumbrada a estas delicias,
milady.

—No creas. —El merengue le manchó toda la boca


cuando se abrió la puerta y el conde en su silla parpadeó por la

escena que tenía delante. Su esposa se detuvo en seco al igual


que las demás que le miraron con los ojos como platos.
Sabreene fue la primera en reaccionar. —Marido, ¿qué haces
aún levantado?

Gruñó empujando la silla hasta su cama para ver la


bandeja de pasteles que estaba a la mitad. Prue le hizo un gesto
a su hija para que saliera de la cama y esta alargó la mano a
toda prisa para coger otro pastel antes de bajar de un salto,
pero Sabreene no se dio cuenta porque no podía dejar de mirar

el vello en el pecho de su marido que su bata dejaba al


descubierto. Sintió algo en la boca del estómago que le
impidió seguir comiendo. Cuando las chicas se fueron él
alargó la mano y cogió lo que le quedaba de pastel. Atontada
vio como se lo llevaba a la boca y masticaba. Eso la hizo

sonreír. —¿Te gusta?

—Son mis favoritos. Pero tantos te van a sentar mal.

—Muy bien, los compartiré contigo… —dijo como si


fuera un pesado.

—¿Cuántos te has comido?

—¿Tres? ¿Cuatro? —dijo cogiendo uno.

—¡Sabreene te van a enfermar! —Le arrebató el que


tenía en la mano y ella jadeó cogiendo otro. —¡Hablo en serio!
¡No! ¡No te lo comas! —Se lo metió en la boca retándole con
la mirada y su marido entrecerró los ojos. —Así que quieres
más, ¿no? —El merengue que el conde tenía en su mano acabó
en la mejilla de su esposa y ella le miró sorprendida. —Pues
ahí tienes.

El merengue resbaló hasta caer de nuevo a la bandeja y


Sabreene entrecerró los ojos. —Mujer ni te atrevas.

—¿No? Esta guerra la has empezado tú, conde. —


Cogió un pastel y estiró el brazo, pero él se lo agarró
provocando que el merengue cayera sobre las piernas de su

marido. Ella no perdió el tiempo y cogió otro con la otra mano


estampándoselo en la boca. Sus ojos grises se entrecerraron.

—No. ¡No! ¡Vas a manchar toda la cama! —Intentó apartarse,


pero él la cogió por el tobillo tirando de ella. Riendo cogió la
almohada y le dio con ella.

—Mujer, eso es trampa.

Tiró aun más de su tobillo y con otro pastel en la mano

se lo acercó al rostro, pero ella se cubrió con la almohada


riendo a carcajadas. —¡Tregua, tregua! —Cogió la esquina de
la sábana y todavía cubierta con la almohada movió la tela de
un lado a otro. —Bandera blanca.

—Bueno, hay que respetar las reglas.


Apartó la almohada y un pastel le dio en toda la cara.

El conde se regodeó extendiéndolo bien. —Aquí tienes,


esposa. Otro pastel como tú querías.

Pasó la lengua por sus labios y se echó a reír dejándose


caer en la cama. Él la observó. —¿Te duele?

—Un poco. —Levantó la cabeza para mirarle. —¿Y a

ti? —Pareció sorprendido por la pregunta y Sabreene se apoyó


en sus codos. —Ernest me dijo que sufrías dolores.

—Ya me he acostumbrado a ellos.

Apretó los labios y se levantó para ir al aguamanil

mientras él la observaba. —Podemos ir a otro médico.

—Sabreene, ya me han visto mil médicos. No quiero


ver más. ¡Y no vuelvas a sugerirlo!

Asintió y cogió algo de agua con las manos para


limpiarse. —No te enfades. —Cogió la toalla y se secó

observándole. Se estaba mirando la bata llena de merengue.


Mojó la toalla y se acercó a él. —Solo quiero ayudar y que
disfrutes la mejor vida que puedas tener. —Se le cortó el
aliento y levantó la vista hasta ella, pero como no dijo nada
Sabreene se sonrojó. —¿Te ayudo a limpiarte o lo haces tú?
No quiero dañar ese orgullo que es tan grande como nuestro
gran país.

Eso le hizo sonreír. —Acepto tu ayuda.

Sonriendo encantada le cogió por la barbilla y empezó


a limpiarle. —¿Sabes? Eres demasiado apuesto.

—¿No me digas? —preguntó irónico.

—Ahora tú deberías decir que soy preciosa.

—¿Debería?

Algo avergonzada asintió. —Deberías.

—Eres preciosa.

Sonrió radiante. —¿De veras?

Él alargó la mano y cogió un mechón de su pelo suelto.


—Lo eres. —Gruñó soltando el cabello. —Eso es evidente.

Encantada porque le pareciera bonita miró hacia abajo


y cogió el pedazo de pastel que tenía sobre el muslo. La bata
se deslizó mostrando algo que no había visto nunca. —¿Qué es
eso? —preguntó con curiosidad.

Berleigh se tapó rápidamente. —¿Qué va a ser? ¡Mi


hombría, mujer!
Se puso como un tomate. —Oh…—Pues ya que había
salido el tema igual era mejor profundizar, aunque no sabía si
era buena idea porque él parecía a punto de soltar cuatro
gritos. —Tu…—Miró sus manos que estaban sobre ella como
si quisiera protegerla. —¿Está dura? —Gimió interiormente
por lo que había salido de su boca, pero el mal ya estaba
hecho.

—¿Cómo has dicho?

—Prue me ha contado que tiene que estar dura para


que me des hijos. Parece más dura que durante tu baño, ¿está
dura?

Él gruñó como si estuviera incómodo. —Si me

preguntas si puedo darte hijos la respuesta es sí.

Sonrió como si le hubiera regalado la luna. —¡Qué


estupendo! —Se acercó y le dio un beso en la mejilla antes de
coger la bandeja de la cama y apartar todo aquel desastre. —
¿Qué tengo que hacer?

Berleigh no salía de su asombro y su esposa se volvió


para mirarle inocente. —¿Me desnudo?

Él abrió la boca para negarse, pero en un parpadeo


Sabreene dejó caer el camisón al suelo. —Preciosa deja de
hacer eso —dijo con voz ronca comiéndosela con los ojos.

Era evidente que le gustaba y eso le dio valor para

alargar la mano hasta la solapa de su bata y acariciar el


terciopelo haciendo que la punta de su índice rozara su piel.
Berleigh se estremeció, pero animada porque no la apartaba
bajó su mano lentamente por la abertura de su bata hasta llegar
al lazo que la ataba. De repente él agarró su mano y
sorprendida le miró a los ojos temiendo su rechazo. —Date la
vuelta.

Sin entender lo que pretendía se volvió y cerró los ojos

por la caricia de su mano en su trasero. La mano bajó por su


nalga y volvió a subir hasta su cintura de una manera tan
placentera que suspiró. —Si te empeñas en esto vas a tener
que hacerlo tú casi todo, esposa. Siéntate sobre mí.

Abrió las piernas y él pasó la mano por su sexo. Fue tal


la reacción de su cuerpo que chilló por el placer que recorrió
su vientre. Miró hacia atrás con los ojos como platos y

Berleigh sonrió malicioso pasando la mano entre sus piernas


de nuevo. —Te has humedecido muy deprisa, esposa. —Su
índice llegó hasta el botón de su placer y lo acarició
haciéndola gemir. Hasta le temblaban las piernas y por instinto
acercó su trasero hacia él. Un dedo entró en su interior y gritó
de la sorpresa. Lo deslizó arriba y abajo varias veces y
Sabreene creyó que se desmayaba. Su mente no podía ni
pensar por lo que le hacía y dejó que la cogiera por la cintura
con la otra mano. —Ven, preciosa. Siéntate sobre mí.

Abriendo más las piernas dio un paso atrás mareada de


necesidad y Berleigh cogió sus muñecas para que se apoyara
en los brazos de piel de su silla. —Siéntate —dijo con voz

ronca antes de acariciar su cintura guiándola.

Cuando se fue aproximando notó que algo duro y


suave rozaba sus húmedos pliegues. Gimió por el placer que le
proporcionaba cuando su sexo la acarició de arriba abajo. —
Estás lista —dijo colocando la punta en su sexo—. Siéntate.

Sabreene bajó lentamente sintiendo como la llenaba y


gimió inclinando su cabeza hacia atrás. Los brazos de su
marido la rodearon y subieron hacia sus pechos acariciándolos
con pasión. —Por Dios… —dijo él casi sin voz, pero ella ni le
entendía simplemente sintiendo como su ser se empezaba a
tensar a su alrededor.

Ella frunció el ceño porque no se metía más y le

molestaba. Gimió de la frustración. —Preciosa, déjate caer.

—No entra.
—Te aseguro que entra. Es tu virginidad. Siéntate —
dijo cogiéndola por las caderas.

Lo hizo de golpe y su marido juró por lo bajo


abrazándola por la cintura mientras ella gemía de dolor. —
Enseguida pasa.

—Duele…

—Enseguida te acostumbrarás.

Ella miró sobre su hombro moviéndose sobre él y su


marido gimió como si también le hubiera dolido. —Te hago
daño.

—Te aseguro que no.

—Pues no lo parece.

—Preciosa, no te muevas tanto.

—Es incómodo.

Él rio por lo bajo y su mano se metió entre sus piernas


acariciándole el sexo. —Uy, no hagas eso que… —Cuando
rozó su clítoris gritó moviéndose ligeramente. El placer que la
recorrió la hizo recostarse sobre él. Su aliento en el lóbulo de
su oreja la volvió loca y apoyándose en su pecho, elevó apenas
la pelvis provocando que saliera un poco de su interior. Fue

maravilloso.
—Eso es, preciosa. Déjate llevar.

Se movió de nuevo haciendo que entrara en su ser y


fue tan placentero que se movió sobre él una y otra vez
lentamente. Berleigh le dejó hacer sin dejar de abrazarla
mientras acariciaba su sexo, pero llegó un momento en que
necesitaba más y gimiendo se apoyó en los brazos de la silla

para elevarse lo suficiente sin que saliera de ella. Su marido la


cogió por las caderas guiando sus movimientos y cuando
aceleró el ritmo, Sabreene gritó sintiendo que su vientre se
tensaba con fuerza, provocando que apretara su miembro. —
Más rápido, preciosa. —dijo con la respiración agitada.
Sabreene se sentó sobre él con más ímpetu y gritó sintiendo
que estaba a punto de conseguir aquello que su cuerpo tanto
ansiaba, así que se elevó de nuevo y Berleigh empujó sus
caderas hacia abajo llenándola por completo antes de que sus
almas estallaran en mil pedazos en un placer infinito.

Recostada sobre él con la respiración agitada se sentía


laxa y agotada. Sintió un beso en la sien y las caricias en sus
pechos, pero no era capaz de abrir los ojos disfrutando de lo
que habían compartido. De repente las manos de su marido se
detuvieron y Sabreene abrió los ojos. —Ya puedes levantarte
—dijo serio. Se le cortó el aliento y enderezó la espalda para
mirarle sobre su hombro—. El mes que viene veremos si te
baja el periodo. Si no es así, es que tendrás ese hijo que tanto
deseas.

Ni sabía qué decir. Había sido tan maravilloso lo que


acababan de compartir que no podía creer que le dijera eso.
¿Cómo el mes que viene? Ella quería eso cada noche el resto
de su existencia. —Cuanto más hagamos el coito más
probabilidades hay, ¿no?

Él parpadeó como si le acabara de sorprender. —


¿Quieres repetir?

—¡Sí! ¡Claro que quiero! —Notó como algo se tensaba


en su interior y se le quedó mirando con los ojos como platos.
—Vaya…

Él gruñó cogiéndola por la nuca y atrapó su boca


saboreándola como si estuviera sediento. Sabreene ni sabía
cómo respiraba, pero se giró sentándose sobre sus piernas y
abrazó su cuello acariciando su lengua tímidamente. Berleigh
de repente se apartó con la respiración agitada. —¿Lo
intentamos así?

—Sí, sí…—susurró antes de reclamar sus labios de

nuevo.
Capítulo 5

Gimió de gusto rodando sobre la cama para sentir algo


pringoso bajo su codo. Abrió un ojo mirando hacia allí para

ver algo blanco. Soltó una risita porque era parte de un pastel y
suspiró dejando caer el brazo. Qué noche, qué maravilla de
noche.

—¡No! —escuchó que gritaba su marido abajo.

Frunció el ceño volviéndose y sentándose en la cama.


Gruñó tocándose el costado que le dolía, aunque en realidad le
dolía todo el cuerpo. —¡Salga de aquí ahora mismo! ¡Phillips!

¿Qué pasaba? Preocupada se levantó sintiendo las


piernas algo flojas y cogió su bata. Caminó hacia la puerta

poniéndosela y en cuanto hizo el nudo, la abrió para sacar la


cabeza. Vio a Prue en la barandilla mirando hacia abajo y se
acercó. —¿Qué ocurre? ¿Qué le pasa a mi marido?
Cuando se puso a su lado vio como un hombre gritaba
desde la puerta. —¡Es usted un desagradecido! ¡Encima que
intento ayudarle!

—¡Yo no quiero su ayuda, sinvergüenza mentiroso! —


Su marido apareció empujando su silla. —¡Debería pegarte un
tiro por entrar en mi casa! ¡Llamaré al alguacil, timador de
medio pelo!

Ella jadeó por lo furioso que estaba y aquel


hombrecillo se puso el sombrero de copa antes de salir de la
casa con la barbilla muy alta. —¿Qué ha pasado? —le

preguntó a Prue en voz baja viendo como su marido regresaba


por donde había venido.

—Ese hombre llegó hace una hora. Al parecer tenía

una nueva silla de ruedas, lo más avanzado del mercado. Eso


es lo que oí. Su marido no quería atenderle, pero esperó en el

hall insistiendo en verle. El conde le hizo pasar a su despacho

y esto es lo que ha pasado.

Apretó los labios y empezó a bajar los escalones


descalza. —Milady, no. Está furioso. Además, no está vestida.

Se detuvo en la escalera y gruñó antes de subir de

nuevo porque no quería enfadarle más. —Mi ropa, rápido.


—Sí, milady —dijo corriendo hacia la habitación.

—¡Phillips mi carruaje! ¡Debo ir al molino!

—Sí, milord. Enseguida lo tendrá en la puerta.

—Marido, ¿puedo ir contigo? —gritó desde arriba.

El conde apareció de nuevo mirándola pasmado. —


¡No! ¡Tienes que permanecer en la cama! ¿Qué haces ahí?

—Si iré sentada. —Corrió hacia la habitación

dejándole con la palabra en la boca. —Rápido que me deja


aquí

—Milady me acabo de dar cuenta de que con este

vestido necesita corsé o no le valdrá.

Se mordió el labio inferior porque era cierto, pero no

tenía mucho donde escoger. No iba a ponerse el vestido de


viaje o el de montar. —El corsé, rápido.

—Milady, no.

—Quiero que se sienta orgulloso de mí, no que piensen

que se ha casado con una niña. En cuanto me vaya que Phillips


avise a esa costurera. Debemos ponernos manos a la obra

cuanto antes.

—Sí, milady. Pero no me gusta.


Hizo una mueca porque a ella tampoco le iba a gustar

demasiado.

Al bajar las escaleras disimuló el dolor que una de las

varillas de ballena provocaba en la herida delantera, para

sonreír a su marido que hablaba con Phillips en el hall. El


mayordomo se volvió y sonrió. —Permítame decirle milady,

que está tan hermosa como un rayo de sol.

Soltó una risita. —¿Opinas lo mismo, marido?

Él gruñó. —¿Nos vamos?

Contenta como unas castañuelas pasó ante él y bajó los

escalones cogiéndose las faldas. Ante el carruaje que esperaba

vio como los lacayos bajaban la silla de ruedas con práctica,


pero ella se impresionó porque nunca había visto como le

ayudaban y al ver la cara de impotencia de su esposo se volvió

porque algo en su interior no podía enfrentarlo. Sintió una

rabia inmensa porque le hubiera pasado eso. Pero era lo que

había y era su esposa. Su deber era estar a su lado y hacerle


pasar su situación de la manera más llevadera posible. Respiró

hondo viendo como le metían en el carruaje y cuando sus ojos


coincidieron se le desgarró el alma porque él apartó la mirada
como si le avergonzara que le viera así. Hizo como si no se

daba cuenta y cuando estuvo acomodado le hizo una señal a

Phillips que se acercó a ella de inmediato. —Busca un

carpintero que haga una rampa de acceso a la casa. La quiero


ya.

El mayordomo asintió. —Entendido, condesa.

Cogió su mano para ayudarla a subir al carruaje y se

sentó ante su esposo. Sonrió y este dio un golpe en el techo

ordenando que se iniciara la marcha. —Hace un día magnífico,

¿verdad, marido? ¿Has desayunado?

—No empieces. —Entonces frunció el ceño. —¿Tú has

desayunado?

Anda, pues no lo había hecho. —No tenía hambre.


Será por tanto pastel. —Se sonrojó ligeramente por lo que

había pasado después.

La miró fijamente. —¿Estás dolorida?

—Un poco. —Se sentó más derecha porque le

molestaba el corsé y volvió la cabeza hacia la ventanilla. —Un

día magnífico.

—Va a llover.
Estiró el cuello para mirar al cielo y sí que parecía que

llovería, sí. —¿Qué quería ese hombre? —preguntó como si


nada.

—¿Qué hombre?

—Marido hacerte el tonto no va contigo.

—Timarme, eso quería.

Le miró sorprendida. —¿Con qué?

—Vino con que quería venderme otra silla. Cuando le

dije que no me interesaba, comentó que tenía una especie de

cama y que con ella podía hacer unos ejercicios con unas

correas. Al parecer esos ejercicios me harían caminar de


nuevo. Ya han pasado varios charlatanes como ese por aquí.

Saben que pueden sacar dinero.

Entrecerró los ojos pensando en ello. ¿Y si ese hombre

tenía la solución? Ni siquiera le había escuchado. —¿Una

cama con correas?

—Mujer, son mentiras. El médico ha sido claro, nunca

voy a caminar de nuevo.

—Sí, sí claro. Pero no estaba pensando en eso —dijo


mintiendo descaradamente.

Él frunció el ceño. —¿Y en qué estabas pensando?


—En eso de los ejercicios. Si te hacen estar más
fuerte… Querido, seguro que te vendrá bien. Pasas en esa silla

todo el día y sería una manera de ejercitarte.

La miró fijamente. —Ejercitarme.

—Piénsalo, te hará estar más fuerte.

—No tengo nada que pensar.

—Como digas, marido —dijo como si nada.

Pasaron unos segundos en silencio donde su marido no

le quitaba ojo hasta que fue evidente que no pudo más. —¿No
vas a decir nada más?

—No, no creo que vaya a llover.

—Hablo de la cama.

—De nada serviría que convenciera al duque para


comprarla si tú no piensas usarla. Si tú no pones de tu parte…

—¿Insinúas que yo no pongo de mi parte en mi

recuperación?

Parpadeó. —Querido, es evidente que no.

Gruñó porque no podía replicarle eso, más aún después


de pegarle un tiro y Sabreene reprimió una sonrisa. —¿Has

desayunado? —preguntó para picarle aún más. Él la fulminó


con la mirada. —No me mires así, me preocupo. —Sonrió con

descaro. —Ayer gastaste muchas energías, debes recuperarlas.

Su conde no pudo evitar sonreír. —Te veo muy


contenta, esposa.

Ni corta ni perezosa se levantó sentándose sobre él. —


¿Tanto se nota? —preguntó abrazando su cuello. Besó

suavemente sus labios—. Es que me has descubierto un


mundo nuevo, marido. —Él la agarró por la nalga para que no

cayera mirándola de una manera que le subió la temperatura.


—Y quiero más.

—Eso ya me quedó claro anoche cuando me

despertaste para continuar, mujer.

Soltó una risita y enterró su cara en su cuello antes de

suspirar. —Hueles muy bien, conde.

Berleigh con la otra mano acarició su espalda y de

repente se detuvo en seco. —¿Esto es un corsé?

Se le cortó el aliento. —¿Qué?

—¿Te has puesto corsé con esas heridas? ¿Estás loca?

Se apartó ligeramente. —Es que sino no me entraba el


vestido.

Parecía pasmado. —Pues haberte puesto otro.


—Ah, no… Que con otro no estaba tan mona.

—¿Pero tú te estás oyendo? —le gritó a la cara—. ¡Te


tienen que estar doliendo!

—Mi institutriz decía que para presumir hay que sufrir.

—¡A la mierda tu institutriz!

Sabreene hizo una mueca. —Pues tienes razón.

—¿En lo del corsé?

—No, en lo de la institutriz.

—Mujer… Volvemos a casa. —Iba a levantar el brazo,

pero ella se lo cogió. —Sabreene suelta.

—¿Ves cómo necesitas la cama esa? Casi no tienes


fuerzas. Te puedo ganar.

—No quiero hacerte daño. —Tiró del brazo hacia


arriba y ella tiró con todas sus fuerzas hacia abajo poniéndose

roja como un tomate del esfuerzo. Su marido no salía de su


asombro. —¿Pero qué haces?

—Vamos al molino —dijo con esfuerzo—. Tienes que


cumplir tu función. Por cinco minutos más no va a pasarme
nada.
Él dejó caer el brazo y como ella seguía agarrándole se
desestabilizó cayendo de su trasero a sus pies. Su marido se
inclinó hacia adelante levantando una de sus cejas negras

mientras ella gemía de dolor. —Esposa, ¿te duele el trasero o


la herida?

Miró hacia arriba y sonrió. —Tranquilo, no me duele


nada.

—Ya. —Puso los ojos en blanco y miró por la

ventanilla mientras ella se levantaba sentándose en su sitio


ante él. —Ya hemos llegado.

—Oh… —Su marido vio cómo se atusaba los rizos y


se miraba el escote antes de enderezar la espalda poniendo las

manos bien cruzaditas sobre su falda. Al ver una arruga en la


tela la alisó varias veces antes de poner de nuevo las manos
cruzadas sobre ella. Miró a su marido con una dulce sonrisa en

el rostro. —¿Parezco una condesa?

Él sonrió. —Sí, preciosa. Lo pareces.

Sus ojos brillaron de la ilusión porque él pensara eso.


Al fin y al cabo la habían preparado toda la vida para ocupar
ese puesto. —Bien, quiero que estés orgulloso de mí.
La miró como si no la comprendiera y en ese momento
se detuvo el carruaje. Era un molino muy bonito hecho de
piedra, pero lo que más la sorprendió es que el tejado parecía

el de un castillo con una torre que acababa en punta como la


de la casa del duque. —Que belleza —dijo ella.

—Hay varias construcciones por la zona que están


inspiradas en el castillo. Ahora están arrendadas.

—Me gustaría conocerlas. ¿Me llevarás?

Él no contestó viendo como un hombre enorme con

cara de pocos amigos se acercaba al carruaje. Dos niños iban


tras él y les dijo algo para que no se aproximaran. Al ver a
Berleigh se sorprendió. —Conde, es un honor que venga hasta

aquí.

—Stanley… —dijo cortante—. Mi tío no podía venir y

como parecía tan importante me he acercado yo.

Hala, ya le había soltado una pulla por molestarle. El


tal Stanley carraspeó. —Puedo esperar.

Berleigh le fulminó con la mirada. —Habla de una vez.

El molinero la miró de reojo y fue evidente que se

sorprendió. Inclinó la cabeza hacia ella a modo de saludo


mirándola como si apreciara lo que veía, lo que a Sabreene no
le gustó. Su marido no la había presentado. ¿A ver si creía que
era su amante? Cuando levantó la vista para mirarla a los ojos,

Sabreene perdió la sonrisa de golpe porque esa mirada de


deseo demostraba que no le tenía a Berleigh ningún respeto.
Eso por no hablar del poco respeto que le tenía a ella. Levantó

la barbilla molesta y este miró al conde como si estuviera


divertido. —Pues verá, el arrendamiento ha subido.

—Como se pactó.

—Lo que me corresponde después de moler el grano y

pagarles, no alcanza para alimentar a mis hijos, milord.

Esa frase crispó a su marido que enderezó la espalda.


—¿Cómo has dicho? ¿Te atreves a mentirme a la cara?

El hombre se sonrojó. —No miento, de veras. Usted ha


estado enfermo y no sabe que las cosechas no han sido

abundantes este último año. Sus arrendatarios apenas me traen


grano y…

—¡Basta! —gritó su marido sobresaltándola. Berleigh


fulminó al hombre con la mirada—. ¡Este último año la
cosecha ha crecido un diez por ciento! ¿Te crees que porque
no puedo levantarme he perdido la cabeza? ¿Creías que ibas a

engañar a mi tío?
Ella jadeó indignada y el hombre apretó las
mandíbulas. —Si hablara con su administrador, sabría…

—¡No necesito hablar con él para saber lo que pasa en


mis tierras!

—Milord hace unos meses uno de los graneros se


inundó y se perdió mucho grano.

—¿Hablas del grano que vendiste en Londres? Diles a


tus compinches que vayan buscando otro sitio donde hacer sus
negocios porque ya no los harán en mis tierras. Espero que los
beneficios de vuestros engaños hayan sido fructíferos. Te doy

dos días para que desalojes.

—Pero…

Berleigh dio un golpe en el techo terminando la


conversación y muy tenso le observó mientras se alejaban. El
hombre gritó —¡No puede hacernos esto!

Mientras se alejaban observó a su marido que


evidentemente estaba furioso y ella también porque pensaran

que podrían engañar a los suyos sin represalias. Menudos


sinvergüenzas. Aprovecharse de que su marido estaba enfermo
para sacar tajada. Sintió que la recorría la rabia. —¿Cómo te
enteraste?
—Una de las aldeanas fue mi niñera siendo aún soltera
y me visita a menudo desde el accidente. Me avisó hace un
mes y cuando envié a un lacayo de confianza a que investigara

el asunto, todo su plan quedó al descubierto.

—¿Sabes quiénes son los demás?

Él apretó los puños demostrando su impotencia. —Tres


de nuestros arrendatarios más antiguos. Llevan generaciones

en esas tierras. —Sonrió con ironía. —Es evidente que no se


puede confiar en nadie.

—Claro que puedes confiar. En tu tío, en mí…

Levantó una ceja. —¿En ti? Si ni te conozco.

Se quedó de piedra. —Estamos casados.

—Como si eso significara algo. ¿Quién me dice a mí


que cuando me dé la vuelta no te levantarás las faldas con el
primero que pase para conseguir ese heredero que tanto
queréis mi tío y tú? Ahora sería muy difícil demostrar que no

es mío, ¿no es cierto?

Palideció por lo que acababa de decir pues no se


esperaba el ataque. No se lo podía creer, pero él continuó —

Además, es evidente que lo que hicimos en el lecho te agradó


sobremanera.
—¿Qué quieres decir?

—Que las mujeres como tú no tienen escrúpulos en


engañar a su marido para gozar, querida. —Sonrió con ironía.
—Les gusta la variedad.

Ni sabía qué decirle porque el insulto era tan grave que


la había dejado atónita. Aunque no sabía por qué se sorprendía
cuando el primer día que la había visto la había llamado de

todo. No sabía por qué su corazón le dolía por esas palabras.


Igual era la noche que habían pasado juntos que le había hecho
hacerse ilusiones sobre tener un matrimonio medianamente
feliz.

—¿No vas a decir nada? —preguntó muy tenso.

—Me niego a responder a esas estupideces.

Sorprendiéndola la cogió por la muñeca tirando de ella

para aproximar su cara a la suya y su marido siseó —Como


algún día me entere de que te acuestas con otro, te mato.

Separó los labios de la impresión. Estaba celoso.


Celoso de que pudiera fijarse en otro que pudiera ofrecerle
más de lo que él le daba. Su corazón chilló de la felicidad
porque eso significaba que sí que le importaba. Sin poder
evitarlo sonrió.
—¿De qué te ríes? —le gritó a la cara.

Decidió provocarle un poco. —Así que quieres que


solo tenga ojos para ti. —Él frunció el ceño. —¿Lo he
entendido bien?

Gruñó soltándola antes de carraspear. —Lo has


entendido muy bien.

—No puedo compartir cama con otro hombre, ¿es eso?

—¡No!

—Ni después de darte un heredero.

—¡No!

—Ni antes.

—¡Por supuesto que no!

—Que extraño —dijo como si estuviera confundida.

—¿Qué es extraño?

—Que si no te importara, eso debería darte igual, ¿no?


Hace dos días querías que me fuera y ahora no quieres
perderme de vista. —Con descaro le guiñó un ojo. —Marido

cualquiera diría que te he enamorado.

—¡Ahora quien dice estupideces eres tú!

—¿Ni un poquito?
—Sabreene, baja del carruaje que ya hemos llegado —
dijo entre dientes.

—Oh… —Estiró el cuello. —Que viajecito más corto.


Querido, podías haberme mostrado algo de tus tierras.

Cuando la puerta se abrió su marido gritaba —¡Tienes


que quitarte el corsé!

Sabreene se puso como un tomate y más aún cuando


Phillips cerró la puerta ante sus narices. Giró la cabeza

lentamente mirando a su marido como si quisiera matarle.

—Esposo…

—¿Si?

—No se hablan de esas cosas en público, ¿no te lo ha


enseñado nadie? —preguntó entre dientes.

—Era una conversación privada, por eso ha cerrado la


puerta —dijo como si tal cosa.

—Serás…

—Tu marido. ¡Sal de una vez para que te quites esa

cosa, mujer! ¡Phillips!

La puerta se abrió de golpe y la mano del mayordomo

apareció para ayudarla a bajar. Sabreene gruñó cogiendo el


bajo de su vestido y diciendo entre dientes —Este hombre me

va a volver loca.

—Ya lo estabas un poco.

Ya abajo se volvió y sonrió maliciosa. —¿Phillips?

—¿Si, condesa?

—Mi marido necesita otro baño, parece que está algo


acalorado. Que el agua esté bien fría.

—Enseguida, condesa.

—¡Ni se te ocurra, Phillips! —gritó él desde el carruaje


mientras ella se alejaba.

—Conde, no me ponga las cosas difíciles que solo


quiere su bienestar. Ella decide, ¿recuerda?

—¡Decido yo!

Cuando Sabreene subió los escalones, se encontró en el


hall a su enfermera. Se detuvo ante ella. —No la había visto
desde mi llegada.

—Era mi día libre, condesa.

—¿Y el conde no necesita enfermera un día a la


semana? ¿Su enfermedad también libra ese día?

La chica se sonrojó. —Eh…


—Sus servicios ya no son necesarios en esta casa. Yo

me ocuparé de mi marido.

El aludido entraba en ese momento en la casa ya

sentado en su silla. —¡Mujer ni se te ocurra pensarlo!

—¡Conde, su esposa me ha echado! —De repente su

enfermera se echó a llorar a lágrima viva.

—¿Que has hecho qué? —siseó furioso.

—Es evidente que no te ayuda en nada más que en


estar a tu lado, eso cuando no tiene el día libre, claro. No es
necesaria y no se quedará. Phillips encárguese de pagarle lo

que se le debe.

—Entendido, condesa.

—¡Vine de Londres por este trabajo y me dijeron que


era para mucho tiempo!

—Se la compensará por las molestias. —Se volvió


hacia la escalera cuando vio a Pretty limpiando una mesa del
recibidor. —¿Qué haces ahí?

—Limpiar —dijo como si fuera una pesadez enorme.

Se volvió molesta. —Pretty es la hija de mi doncella y


se encarga de mis estancias exclusivamente, ¿me has
entendido Phillips?
—Sí, condesa.

La niña sonrió antes de correr escaleras arriba. Puso los


ojos en blanco porque debería haber ido por la de servicio,

pero ya lo aprendería. Empezó a subir los escalones sintiendo


la mirada de todos en su espalda. Se detuvo volviéndose y
levantó una ceja. —¿Phillips?

—¿Si, condesa?

—El baño de mi marido.

—No hablarás en serio —siseó su esposo.

Ella sonrió. —Por supuesto que hablo en serio. Todas


las estupideces que has dicho en el carruaje seguro que vienen
de tu acaloramiento. Mejor atajarlo cuanto antes, no vaya a ser

que nos dé problemas. El agua bien fría, Phillips.

—Como ordene la condesa.

—¿Ve como no sabe lo que dice? —dijo la enfermera


—. ¡Si está acalorado el agua fría es contraproducente!

Se volvió desde arriba. —¡Lo que es contraproducente


es no bañarle como hizo usted que permitió ese estado en su
paciente! ¡No le presionaba para que comiera y dejó que se

consumiera! ¡Ni siquiera entretenía a mi marido y permitía que


estuviera horas en esa silla apesadumbrado por su estado!
¡Usted no hizo nada que pudiera ayudarle, se limitó a estar a
su lado contemplando su tristeza y cogía su sueldo semanal
mientras su paciente se moría! ¡Esas son las razones por las
que no la quiero en esta casa! ¿He sido clara?

Sonrojada la enfermera salió corriendo y ella levantó la


barbilla como toda una condesa mirando a su marido que para
su sorpresa no dijo una sola palabra. —Te veo en la comida,

esposo.

Se alejó de su vista y Phillips suspiró. —Qué mujer.

El conde le fulminó con la mirada. —¿Qué has dicho?

Carraspeó incómodo. —No me cambie de tema que


solo quiere distraerme de mis obligaciones. —Dio un par de
palmadas. —¡Subid al conde!

—¡No necesito un baño!

Los gritos del conde le hicieron soltar una risita. Eso


por lo que había dicho de tener amantes. Cuando Prue le quitó

el corsé miró hacia abajo y sonrió porque no había sangrado.


—Bien, no ha sido nada. ¿Has hablado con Phillips de la
costurera?
—Sí, milady. Vendrá esta tarde.

—Uy, todo lo que tenemos que hacer.

—¿Quiere el vestido blanco con volantes amarillos?

—Qué remedio —dijo exasperada.

Prue rio por lo bajo. —Quiere estar bonita para su


marido.

—Como debe ser.

La puerta de comunicación se abrió de golpe y

Berleigh entró a medio vestir con una manga de la camisa rota.


—¿Se han dado por vencidos? —Sonrió radiante. —¡Querido
eso es que ya tienes más energías! ¡Qué buena noticia!

—¡Fuera!

Prue y Pretty salieron casi corriendo y cuando cerraron

la puerta él se acercó más mirándola de arriba abajo. Se


sonrojó de gusto. —Estoy bien.

—¿Seguro? Levántate la camisa interior.

Ella lo hizo mostrando la venda y se acercó para que la


viera bien. La cogió por las caderas acercándola y Sabreene

tembló por su contacto. Él miró hacia arriba y sus manos


recorrieron su cintura suavemente hasta llegar a su piel. —
Estoy bien —susurró. Sus manos subieron por debajo de su
camisa y acunaron sus pechos. Ella jadeó dando un paso atrás.
—¡Ah, no!

—¿No?

—¿Después de lo que has dicho en el carruaje?


¡Discúlpate primero!

La miró como si no entendiera nada. —¿Disculparme


por qué?

Puso los ojos en blanco. —¡Hombres!

—Preciosa, estoy excitado, ¿o no lo ves?

Dio un paso hacia adelante mirando entre sus piernas


antes de levantar la vista hasta sus ojos y sisear —¿No me
digas? Pues haberlo pensado antes de decir todas esas

estupideces sobre que me levanto las faldas con cualquiera.

—Exactamente no dije eso. ¡Y estaba enfadado!

—¡Me ofendiste a propósito!

Él hizo una mueca. —En realidad no te conozco.

Jadeó indignada y señaló la puerta. —¡Vete!

Entonces él sonrió malicioso. —¿Quieres que coma?

Sube a la cama, mujer.


—¡Serás chantajista! —Puso los brazos en jarras. —
Espero que no hables en serio.

Se encogió de hombros. —Tú verás.

Se retaron con la mirada y ella disimuló su alegría

demostrando enfado. —No hay quien te entienda, ¿sabes?

—Soy un hombre complicado.

—¡Y que lo digas! —Fue hasta la cama y se desnudó


antes de tumbarse.

Su marido comiéndosela con los ojos empujó su silla


hacia allí y Sabreene le hizo espacio. Como había hecho la
noche anterior pegó la silla a la cama y con los brazos se subió
a ella con agilidad demostrando que lo hacía a menudo. Se
tumbó a su lado y se giró para mirarla a los ojos. —Discúlpate.

La cogió por la cintura pegándola a él y Sabreene


acarició su hombro hasta llegar a su nuca. —¿Por qué lo
dijiste? —susurró contra sus labios.

—Te ha mirado —respondió cortándole el aliento—.


Te ha mirado y eres mía.

Se apartó para verle bien. —No ha sido culpa mía.

Él cerró los ojos como si le dolieran sus palabras. —Lo


siento, preciosa.
Sabreene besó sus labios ligeramente antes de subirlos

para darle delicadas caricias por todo su rostro. Cuando sus


labios llegaron a sus párpados los besó. —Algún día confiarás
en mí, algún día ya no tendrás dudas.

Él abrió los ojos y sonrió. —¿Eso crees?

—Estoy segura. —Sonrió feliz porque le importara

tanto. —¿Y con el marido tan guapo que tengo quién miraría a
otro?

—Una loca —dijo divertido.

—Una loca de atar, pero yo estoy muy cuerda, milord.

—Cuando la cogió subiéndosela encima rio sentándose sobre


su pelvis y gimió antes de cerrar los ojos disfrutando de su
miembro endurecido. —Qué suerte tengo.

—¿Por qué piensas eso?

Le miró a los ojos. —Me da placer estar contigo. —A

Berleigh se le cortó el aliento. —Imagínate que no hubiera


podido ni verte. Hubiera sido una desgracia. —Se tumbó sobre
él. —Pero me gusta estar contigo.

—¿Aunque nos peleemos?

—Conde no peleamos, discutimos. Es importante


hablar con el marido. —Besó su cuello. —Mi institutriz decía
que era esencial hablar con el marido de todo lo que me
preocupara. Y que tenía que insistir en mis puntos de vista
para hacerte entrar en razón. Ah, y también me decía que si era
necesario fuera muy machacante. Tanto como para que te
dieras por vencido hasta conseguir lo que yo quería por puro
aburrimiento. Así que si discutimos no está mal, marido. Es lo

correcto.

Él se echó a reír. —Mujer, pues aprendiste esa lección


muy bien.

Sonriendo acarició con la punta de su nariz el lóbulo de

su oreja. —¿Eso crees, conde? Ahora vamos a poner en


práctica lo que me enseñaste ayer.

Entró en el segundo salón que estaba empapelado con


una seda azul. Phillips la seguía sin perder detalle. —¿Será lo
bastante grande, condesa?

Vio la puerta del fondo. —¿A dónde lleva eso? —


Antes de que contestara caminó hacia allí.

—Al salón de la duquesa, milady. La duquesa lo usaba


para sus quehaceres como escribir cartas o bordar. Era de su
uso exclusivo.

Ella abrió la puerta y vio otro saloncito empapelado de


seda rosa con un hermoso sofá de la misma seda. —Oh, que
bonito. —Se volvió con una sonrisa de oreja a oreja. —Estas
habitaciones son perfectas. Que retiren todos los muebles de
este salón y que bajen los de la habitación de mi marido. —
Señaló una pared. —Aquí los armarios y la cama en el centro.
Que a su alrededor solo estén las mesillas para que tenga lo

que necesita a mano y se pueda mover sin problemas por toda


la estancia.

—Entendido, condesa. —El mayordomo sonrió. —Si


me permite decirlo es estupendo que alguien al fin haya
tomado esta decisión, milady.

—¿Por qué no se hizo antes? —preguntó dando un


paso hacia él—. No es porque no sobren habitaciones en el
piso de abajo…

—No, milady, no fue por eso. El duque no se atrevía a


tomar esta decisión por no hacer más daño al conde.

—Comprendo. Así que mi llegada le ha venido de


perlas.
—Nos ha venido muy bien a todos, milady. Sobre todo
al conde. Parece otro.

Le dio un vuelco al corazón. —¿De veras?

—Es increíble como ha mejorado en un par de días,


milady. Le ha hecho mucho bien.

Sonrió radiante. —Gracias, Phillips.

—Gracias a usted, milady. Haré que se pongan con los


muebles ahora mismo. —Escucharon que llamaban a la puerta
y Phillips se inclinó. —Si me permite…

—Sí, por supuesto. Vaya.

El mayordomo salió de la estancia y Sabreene giró


sobre sí misma mirándola bien. Era muy grande y espaciosa.
Mucho más que su habitación. Entrarían hasta dos armarios.

—¿Condesa?

Se volvió con una sonrisa en los labios.

—Es la señora Morton. La costurera.

—Oh, que maravilla. —Salió del salón y caminó por el


pasillo hasta el hall donde la mujer con un vestido horrible en

tonos violetas esperaba mirando a su alrededor con curiosidad.


Dios mío, ella no se pondría eso ni muerta. ¿Y esa mujer iba a
hacer sus vestidos? —Señora Morton.

La mujer sonrió antes de hacer una reverencia. —


Condesa, es un honor conocerla.

—Pasemos al salón. Phillips un té, tenemos mucho de


lo que hablar.

—Estoy a su entera disposición, milady —dijo ella.

—¿Es viuda? —La mujer la miró confundida. —Lo


digo por su vestido. ¿Acaba de pasar el luto riguroso?

—Dejé el luto riguroso hace tiempo, milady. Mi


marido falleció hace diez años.

—Vaya, debía ser muy joven cuando se casó.

—Tenía dieciséis años, milady. Se me murió al año. Ni


hijos me dio.

—Debía quererle mucho para guardar luto tanto


tiempo.

—Oh no, milady. Pero si ven que voy de viuda los


hombres no me molestan tanto.

—Ah… —Sin saber que decir señaló el sofá. —Por


favor, acomódese.
—Es muy amable. —Se sentó muy tiesa en el sofá algo
intimidada por el lujo que la rodeaba.

—¿Ha estado antes aquí?

—Mi madre sí, pero yo no.

—Tengo entendido que usted es costurera.

Sonrió. —Y muy buena, milady. Ese vestido que lleva


es una maravilla. —Estiró el cuello. —¿Quiere que se lo
replique? Lo haré en un santiamén.

—Odio este vestido.

—Oh… —Se enderezó de nuevo mirándola crítica. —


¿Algo juvenil para usted?

Se sorprendió. —Exacto. Necesito vestidos más


adecuados para una mujer casada de mi posición, ¿entiende?

—Por supuesto. Algo más de escote, la manga menos


infantil y ajustada al brazo. Más talle en el busto y cintura. Eso
por no hablar de los bajos que deben ir casi al ras del suelo.
Además, sus faldas deben tener más volumen, ser más regias.
Las telas por supuesto serán distintas, más sedas y encajes.

—Prescinda de los lazos, los odio.


—Sin lazos. —La miró fijamente. —Sus colores son el
borgoña y el azul pavo real, que resaltará aún más ese cabello
rubio.

Sabreene elevó una ceja. —Me sorprende señora


Morton, sabe muy bien lo que hace.

—Es mi trabajo.

—No se ofenda, pero su vestido…

Apretó los labios. —Es el mejor que tengo, milady. Era

de mi madre y lo he arreglado lo mejor posible. Sé que el color


es horrendo, pero no dispongo de dinero para comprar telas.
Por aquí no se necesitan muchas costureras, milady. La gente
suele remendar sola su ropa.

—Entiendo. —Asintió. —Debe ser duro salir adelante.

—También hago de niñera para una señora del pueblo,


milady. Eso me da para mantenerme.

—Comprendo.

La señora Morton sonrió. —Le aseguro que lo que

usted quiera, puedo hacerlo si tengo los materiales adecuados.


Además, puedo ir a Londres y copiar los últimos diseños para
que vaya completamente a la moda.
Sus ojos brillaron. Ella no podía ir, pero su costurera sí.
Era una idea maravillosa. —Se va esta misma noche.
¿Phillips?

En ese momento llegó su mayordomo con la bandeja y


ambas mujeres se levantaron deteniéndole en seco. —
Proporciónele a la señora Morton carruaje y escolta hasta
Londres los días que considere necesarios, que espero que
sean pocos porque no tengo que ponerme. —Se acercó a la
mujer. —No me falle. Quiero estar radiante para mi esposo.

—Eso déjemelo a mí, milady. Las eclipsará a todas.

—Compre lo necesario y cárguelo a la cuenta de mi


esposo.

La mujer separó los labios de la impresión mientras

Sabreene iba hacia la puerta. —Tómese el té, tiene un largo


viaje por delante.

—Gracias, milady. —Atónita miró al mayordomo. —


Me voy a Londres.

—No desaproveche la oportunidad, señora Morton. La


condesa es muy exigente.
Capítulo 6

—Marido, ¿qué haces? —gritó desde la puerta del


salón justo cuando el conde iba a beber de su vaso de whisky y

eso no podía ser porque todavía no habían cenado.

—¡Mujer, vas a provocar que me dé un infarto! —La


miró de arriba abajo e hizo una mueca al ver que se le veían
los tobillos, pero no dijo ni pío.

—¿No fui clara cuando dije que uno después de la


cena?

—Preciosa, te estaba esperando.

Gruñó acercándose y se sentó en el sofá. —Bueno,


pero solo uno.

Divertido bebió mientras Phillips se acercaba solícito.


—¿Un jerez, milady?
—Sí, gracias.

—Por cierto, milady, ya han terminado.

Sonrió ilusionada. —Que bien. —Su marido gruñó

sabiendo perfectamente de lo que hablaban. —No te pongas


así cuando es lo mejor para ti. Podrás salir y entrar cuando te
plazca. ¿Cómo va la rampa, Phillips?

—Están con ella, milady —dijo dándole su copita.

—¿Rampa?

Le miró a los ojos. —Podrás salir de la casa.

—¿Y arrastrar mi silla por los jardines? —preguntó


irónico.

—Deja de poner pegas a todo. ¿Qué tal la reunión con

el administrador?

Gruñó bebiendo el contenido de su whisky mientras el


mayordomo reprimía una sonrisa. Su marido iba a contestar

cuando escucharon que alguien golpeaba la puerta principal

con fuerza y Sabreene se sobresaltó. —¿Qué ocurre?

Phillips salió corriendo del salón mientras su conde


decía —No te muevas de aquí.
Asustada vio como empujaba las ruedas hacia la
puerta. —No, no vayas.

Entonces se escucharon gritos en el hall exigiendo ver

a su marido. —¡Berleigh no vayas!

Sin hacerle caso salió al hall y ella se puso en pie para

ver que Phillips caía al suelo. Chilló de miedo porque tres


hombres se acercaban a su marido.

—¡Cómo se atreve! —gritó uno de ellos con una

amarillenta barba que casi le llegaba al pecho—. ¡Hemos


trabajado para su familia desde hace años! ¡No puede echarnos

así como así!

Varios lacayos llegaron armados, pero el conde levantó


una mano deteniéndolos. —¿Cómo os atrevéis a venir a mi

casa y asustar así a mi esposa, Patrick? —dijo fríamente—.


¿Quién os creéis que sois? —gritó furioso.

Otro de ellos más joven dio un paso al frente. —

Conde, lo que hace con nosotros es injusto. No tiene pruebas

de lo que se nos acusa.

—Por eso no he avisado al alguacil y estáis en prisión.

—Si alguien nos ha acusado que se presente ante


nosotros y dé la cara —dijo el tercero que era pelirrojo—. ¡Si
nos van a juzgar, tenemos derecho a defendernos!

—¿Seguro? Porque puedo ir a Londres y traer al

hombre que os compró el grano. Él mismo le dijo a uno de mis

hombres que un hombre pelirrojo con una cicatriz en la nariz

fue quien cerró el trato. ¿Quieres que le haga venir, John? Yo


no tengo ningún inconveniente, pero entonces eso será una

prueba definitiva y sí que avisaré al alguacil. —Los tres se

quedaron mudos. —Igual os identifica a todos. Igual sabe algo

más como que el molinero os dio el grano.

—¡Le juro por mi vida que yo no tengo nada que ver


en esto! ¡Nos moriremos de hambre como nos eche! ¿Qué haré

con mi familia? —preguntó el de la barba.

—Haberlo pensado antes de robarme. ¡Ahora salid de

mi casa y de mis tierras! —gritó furioso—. ¡O haré que os

echen a patadas!

El pelirrojo escupió a su marido. —Maldito bastardo.

Sabreene jadeó. —¿Cómo se atreve? —Cogió el

atizador de la chimenea y caminó hasta su marido dispuesta a


defenderle. —¡Fuera de esta casa! ¿No han oído a mi marido?

El pelirrojo la miró con rencor. —¿Piensa pegarme con

eso? Inténtelo y puede que una mañana no despierte o puede


que su conde aparezca un día en ese jardín con el cuello
cortado. Pueden pasar muchas cosas, milady. La vida es larga.

¿Seguro que quiere pegarme?

Se le pusieron los pelos de punta porque sus ojos

decían que hablaba muy en serio.

—¿Estás amenazando a mi esposa? ¡Echadles de aquí

y demostrarles quienes somos los Haywood!

—¡Tendrán que demostrarlo ellos porque usted ya no


puede demostrar nada, maldito lisiado! —gritó el más joven.

Ahí Sabreene lo vio todo rojo y gritó de furia

levantando el atizador, pero su marido consiguió cogerla por la

cintura antes de que le arreara. Los lacayos se tiraron sobre

ellos sin preocuparse si se llevaban algún golpe y Phillips gritó

que les echaran del pueblo.

—Déjame que le voy a… —Intentó soltarse, pero


Berleigh le arrebató el atizador. Se volvió furiosa. —¡A partir

de ahora irás armado!

Él sonrió divertido. —Preciosa, no va a pasarme nada.

—Tranquila condesa, que son unos fanfarrones —dijo

Phillips estirándose la chaqueta antes de acercarse al conde


para coger el atizador—. No debe preocuparse por ellos. Saben

que si tocan al conde, su cuello acabará en la horca.

—Me da igual. —Entrecerró los ojos mirando hacia la


puerta porque no se había quedado nada a gusto. Serían

sinvergüenzas. Se volvió y se agachó ante él. —¿Estás bien?

Él acarició su mejilla. —¿Y tú?

—Me he asustado un poco, la verdad.

—Ya lo veo, preciosa. Pero como toda una Haywood

has defendido lo tuyo.

Sonrió. —Es cierto, soy una Haywood.

—Y qué adquisición, conde —dijo el mayordomo

orgulloso—. No podíamos tener condesa mejor.

En la cena ella no dejaba de darle vueltas a lo ocurrido


y cuando distraída miró a su marido vio que no le quitaba ojo.

—No pasará nada —dijo él.

—Irás armado. Al menos hasta que sepamos que están

bien lejos.
—Si me ocurriera algo serían los principales
sospechosos, ¿no crees? —Bebió de su copa de vino y cuando

le iban a servir más él mismo negó con la cabeza. —No quiero


que te preocupes más por eso, en este momento ya les están

echando de mis tierras.

Pues ella no se había quedado a gusto, la verdad.

Malditos fueran, como si ya no tuvieran bastantes inquietudes


como para añadir más. Miró el plato de su marido y cuando
vio que se había terminado el cordero, asintió como dándole el

visto bueno haciéndole sonreír. —Preciosa, la que no has


cenado eres tú.

Apartó el plato. —No tengo hambre. —Le miró


maliciosa. —Pero un pastelito sí que me tomaba.

Él rio por lo bajo y cogió su mano por encima de la

mesa provocándole un vuelco al corazón. —No sé si quedarán.

—Sí, sí que hay —dijo convencida—. ¿Verdad,

Phillips?

—Por supuesto, condesa.

Su marido se acercó y susurró —Deberías descansar.

Acarició su brazo. —¿Eso es una indirecta, conde?

¿Estás cansado?
Se la comió con los ojos y ella sonrió. —Phillips,

tomaremos el postre y el té en el salón.

—Por supuesto, condesa.

Se levantó y acarició su brazo hasta su hombro antes


de agacharse a su lado. —¿Puedo llevarte yo?

—No.

Le besó en la mejilla alejándose sin tomárselo a mal.


—Era para que no te agotaras.

Él sin dejar de sonreír negó con la cabeza como si no


pudiera con ella y la condesa rio haciendo que el servicio

sonriera. Al llegar al hall cogió sus faldas y giró. —Querido,


¿sabes bailar?

—Sabía bailar.

—Yo no sé, mi padre no se molestó en enseñarme.


Seguramente porque ya sabía que no tendría presentación.

Tonta de mí no me di cuenta de ese detalle. ¿Algún día me


llevarás a un baile? —Sus preciosos ojos brillaron. —¿Es

hermoso?

—Supongo que para quien no lo ha visto nunca sí.

Llegaron al salón y ella giró antes de detenerse ante él


y hacer una reverencia. —Eso lo sé hacer.
Su marido aplaudió. Sabreene riendo se acercó y le

robó un beso antes de ir hasta el sofá. —¿Qué sitio de Londres


es tu favorito?

Él empujó la silla hasta llegar ante la chimenea y cogió


el whisky que le dio Phillips mientras un lacayo ponía la
bandeja del té ante ella. —Cariño, ¿un pastelito?

—Te los dejo todos a ti. —Ella le lanzó un beso


cogiendo uno y su marido bebió de su whisky. Apretó los

labios antes de decir —Mi sitio favorito de Londres…


Supongo que la casa donde nací y me crie hasta que mis
padres murieron.

—¿Todavía la conservas?

—Sí, por supuesto. De hecho vivía allí antes de…

Sabreene sintiendo que se le encogía el corazón por


todo lo que había cambiado su vida intentó disimular. —

¿Cómo fue? Cuéntamelo.

—Una mañana salí a cabalgar. Mi caballo de repente

tropezó y cayó llevándome con él. Me pasó por encima y me


rompió la espalda. —Sus ojos miraron al vacío. —Supe desde
el principio que no me recuperaría.

—¿Fue aquí?
Esa pregunta hizo que la mirara. —Sí, mi tío había
invitado a varias personas, entre ellos parte de la familia con la
que tiene contacto y varios de sus amigos. Me encontró un

primo mío.

Ya se imaginaba que primo era, pero mejor no

profundizar en ello porque el duque no dudaba de que había


sido el responsable del estado en el que se encontraba su
marido y ella tampoco tenía por qué dudar. Esperaba que

cuando la rueda de su carruaje se desprendió del eje, se


hubiera roto la crisma, el muy canalla.

Miró a su marido. Era un avance enorme en su relación


que le hablara de ese episodio de su vida con esa normalidad.
Cogió la tetera para servirse un té. —Gracias por hablarme de

ello.

—Creí que mi tío te había contado lo sucedido.

—Solo me dijo que te habías caído del caballo.

Él asintió antes de mirar su vaso vacío y hacerle un

gesto a Phillips para que se lo llenara. El mayordomo la miró


interrogante y Sabreene le dio permiso casi
imperceptiblemente pero su marido se dio cuenta y sonrió. —

¿Sabes que para ser tan poquita cosa tienes carácter? Debajo
de esa carita angelical hay una dictadora en toda regla.
Jadeó indignada y el conde se echó a reír a carcajadas.
—¿Me has llamado poquita cosa?

Phillips le acercó el vaso al conde. —Retráctese,


milord.

—¿Has oído, Phillips? Le molesta que la llame poquita

cosa y no dictadora.

—Es interesante, pero yo que usted me retractaría.

—Me disculparé como se merece. Puedes retirarte,


amigo. Esta noche ya no te necesitaremos.

Él inclinó la cabeza. —Buenas noches.

—Buenas noches, Phillips —dijo ella. Se levantó y fue

hasta su marido sentándose sobre él. Cogió su vaso sin beber y


lo dejó sobre la mesilla que estaba a su lado. —Como soy
poquita cosa puedo ponerme aquí.

Él acarició su muslo por encima del vestido. —Ni lo


noto.

Rio apoyando la cabeza en su hombro y le besó en el


cuello antes de llevar sus manos hacia allí para deshacerle el

nudo del pañuelo blanco. Se dio cuenta de que no llevaba


alfiler y se preguntó cómo podía comprarle uno. —¿Cuándo es
tu cumpleaños?
—El veinticinco de diciembre.

Pasmada se apartó para mirar su rostro. —¿De veras?

Él asintió. —Mi padre decía que no había tenido mejor


regalo de Navidad.

—No, en serio, ¿cuándo es?

—Ya te lo he dicho, preciosa. El día de Navidad.

—¡El mío también!

—Bromeas.

—Es el destino.

Su marido sonrió. —¿Y cuántos cumplirás?

—Dieciocho. ¿Y tú?

—Treinta.

—Marido, eres un viejo.

Él se echó a reír. —Sí, a tu lado soy un anciano.

Se apoyó de nuevo en su hombro y suspiró de gusto.


—Preciosa, ¿no te duelen las heridas en esa postura?

—No. —Acarició su cuello. —Estoy muy a gusto. —


Suspiró. —Es una pena que nuestro niño no nazca para nuestro
cumpleaños. Sería nuestro regalo.
—Ya llegará.

—Espero que sea como tú.

—¿Y si es niña?

—Lo intentaremos de nuevo. Podemos tener diez.

Su marido se quedó en silencio y eso la preocupó. —


¿Qué pasa, cielo?

—No viviré tanto, preciosa.

Se apartó para mirarle a los ojos. —Claro que sí.

Él sonrió con tristeza. —Has sido un regalo de la vida,

pero sé que no puedo seguir así.

—No digas eso. Cambiarás de opinión por lo que la

vida puede ofrecerte, por lo que yo puedo ofrecerte. —


Sintiendo que la angustia se adueñaba de su pecho le cogió por
las mejillas. —No puedes hacerme esto.

—Estarás bien cuidada. Te daré ese hijo que quieres,


pero después…

—¡No! —Se levantó sintiendo que el miedo la recorría.


—¡No lo vas a hacer! ¡No dejaré que lo hagas!

—No podrás impedirlo. Dejaré todo en orden y cuando


llegue el momento terminaré con esto.
El nudo que tenía en la garganta casi la ahoga y ni fue
consciente de que sus ojos se llenaban de lágrimas. Fue en ese
instante cuando se dio cuenta de que le había robado el

corazón en algún momento de esos días. —No puedes


dejarme.

—Reharás tu vida. Irás a Londres y vivirás como


mereces. No es justo que también estés aquí encerrada por mi
culpa. Serás joven para disfrutar y tu posición te permitirá
entrar en cualquier casa noble del país.

—¡Yo no quiero eso! ¡Quiero que vengas conmigo!

—Eso no va a pasar, Sabreene. No pienso exhibir mi


estado ante la buena sociedad. No soportaría las miradas de
pena de los que me han conocido antes. —Apretó los labios
por las lágrimas que recorrieron las mejillas de su esposa. —
He llegado a pensar que podríamos tener un futuro juntos, pero

cuando has dicho lo de los bailes me he dado cuenta de lo


egoísta que soy.

—No, no. —Se arrodilló ante él. —Yo soy la egoísta.


¿No quieres ir a la ciudad? No importa, no me importa.

—No sería justo.

Sollozó. —¿Por qué me dices esto ahora?


—Porque temo llegar a amarte y después no poder
renunciar a ti. Y me he dado cuenta de que solo sería un lastre.

—No hables así. No me gusta que hables así. —Cogió


sus manos apretándolas. —Esto ha sido culpa mía. Te he
recordado Londres y el accidente…

—Me has recordado lo que tenía antes de ese día y lo


que disfrutaba con mi vida. Como lo he recordado cada

maldito día que llevo en esta silla. —Acarició su mano. —


¿Sabes lo que pienso cuando hacemos el amor?

—No.

—Todo lo que me gustaría hacerte. Como me gustaría


cogerte o acariciarte. Y no puedo y no podré nunca. Esta vida

es una tortura continua porque todo me recuerda lo que era y


no volveré a ser jamás.

—Te ayudaré, te lo juro.

—A esto no puede ayudarme nadie. No te enamores de

mí, preciosa. Creo que es mejor mantener las distancias.

No solo quería quitarse la vida, sino que también

quería alejarse de ella, pero no le iba a dejar. Entrecerró los


ojos levantándose y enderezó la espalda. —Vamos a la cama,
esposo. En cuanto descanses un poco dejarás de tener esos
pensamientos tan negativos.

Sonrió. —Sabía que responderías algo así.

Se agachó para que su rostro quedara ante el suyo. —


¿Crees que después de decirme eso me voy a quedar de brazos
cruzados, marido? —De repente sonrió. —Y tú me has dado la
solución. Haré que me ames tanto que te será imposible

renunciar a mí. ¡Y no me disgustes más! —le gritó a la cara


antes de ir hacia la puerta—. ¡Te espero en la cama y como
bebas más de ese whisky me voy a enfadar! ¡Más aún!

Estaba tumbada en la cama aún vestida cuando llegó su

marido y se levantó para quitarle las botas haciendo que


pusiera mala cara. —¿Qué pasa? Yo tampoco puedo quitarme
sola el corsé cuando lo llevo y tampoco es para tanto.

—Los hay que se cierran por delante.

Le miró pasmada. —¿De veras? ¿Y vestidos que se

abren por delante? Porque no he podido desabrocharme.

Eso le hizo sonreír. —Date la vuelta.


Tiró de la segunda bota y se levantó sentándose sobre
él. —Todos necesitamos ayuda. Tú necesitas un poco más, eso

es todo. Debes aceptarlo.

—No hablaremos más de esto, preciosa.

Ella se miró las manos sintiendo como desabrochaba


su vestido. —No quiero que me ocultes lo que sientes —

susurró—. Quiero que te desahogues y seas feliz a mi lado.

Besó su espalda y Sabreene cerró los ojos disfrutando

de lo que le hacía sentir. Tenía que conseguir que la amara


tanto como para no renunciar a lo que tenían. Debía
conseguirlo. —Ya está.

Se volvió para mirarle a los ojos y le retó con la


mirada. —¿Ya me amas?

Él sonrió. —Aún no, preciosa.

—Algún día dirás que sí.

—No esperes que esas palabras salgan de mi boca.

Lo que le había dicho su marido no dejaba de rondarla

y no dejó de hacerlo los siguientes días en los que su relación


se estrechaba poco a poco. Era una lucha continua, porque

aunque quería poner distancias entre ellos, Sabreene no le


dejaba. Jugaron a las cartas, tocaron el piano, comentaron
libros que habían leído… Intentaba distraer sus pensamientos
todo lo posible y cuando no se le ocurría nada le hacía el amor
hasta dejarle medio dormido.

Estaba en la salita al lado del dormitorio de su marido,


observando como elevaban el cuadro de su madre que había
ordenado poner sobre la chimenea y sintió a su marido que se

puso a su lado. —Era hermosa, ¿verdad? —preguntó ella.

—Mucho, casi tanto como tú.

Sonrió y se agachó para besarle en la mejilla. —


Gracias, marido.

En ese momento se escuchó un grito en el exterior y se


acercó a la ventana. —Viene un carruaje —dijo emocionada

—. ¿Será tu tío?

Su marido se acercó a la ventana y frunció el ceño. —


No, no conozco ese carruaje.

A medida que se aproximaba Sabreene fue perdiendo


la sonrisa poco a poco. —Es el coche de caballos de mi padre.

—Nerviosa se apretó las manos. —¿Qué hace aquí?


—Preciosa, no pasa nada.

—No le conoces, si ha venido hasta aquí es para darme


una estocada después de humillarle ante tu tío la noche antes

de la boda. Es muy vengativo. No te he hablado de él, pero…

—Lo ha hecho mi tío. No debes preocuparte, ni tendrás

que verle. Phillips…

—¿Si, conde?

—Que le lleven al despacho.

El mayordomo salió de inmediato y Berleigh sonrió


intentando tranquilizarla. —No pasará nada. Espérame aquí.

Su marido empujó la silla hasta la puerta y Sabreene no


sabía qué hacer. Estaba segura de que haría algo para
incomodarla o dejarla en evidencia. ¿Debía enfrentarse a él?
No, su marido tenía razón. Si no la veía no conseguiría sus
propósitos que eran hacerle daño de alguna manera. Se volvió

hacia el cuadro de su madre y sonrió. —Aquí estamos seguras.

Media hora después estaba de los nervios. A través de


la ventana había visto a escondidas como su padre salía del
carruaje y le dejaban entrar en la casa. Corrió hasta la puerta
de la habitación de su marido y la abrió para intentar escuchar
algo, pero le fue imposible. Así que se quedó allí esperando
como Berleigh quería. Sentada en la cama apoyada en sus
manos se mordía el labio inferior por lo que estaba pasando en
ese despacho. —Tranquila Sabreene, ahora estás casada y no
puede tocarte.

Pero la inquietaba que el duque no estuviera allí para


recibirle. También era mala suerte que fuera allí precisamente

cuando él no estaba. ¿Para qué habría ido? ¿Aparte de para


hacerte daño de alguna manera? Para nada más, Sabreene. Es
una serpiente, así que reacciona antes de que te pique.

La puerta se abrió y se puso de pie viendo como su


marido muy serio entraba en la habitación. —¿Qué te ha
dicho? —Fue hasta la ventana. —¿Se ha ido? No he oído el
carruaje.

Él giró la silla y cerró la puerta. Se volvió hacia


Berleigh y separó los labios porque se la quedó mirando

fijamente. —¿Qué ocurre? ¿Qué quería?

—Siéntate.

—Te lo advierto, cualquier cosa que te haya dicho solo


tiene un objetivo, que es hacerme daño.
—Siéntate.

Su mirada helada le cortó el aliento y sin dejar de

mirarle caminó hacia la cama donde se sentó. —Me estás


asustando —susurró.

—Tu padre ha venido a traerte uno de los diarios de tu

madre, que convenientemente dejaste en tu habitación


escondido detrás de la mesilla de noche.

Negó con la cabeza. —Mi madre no tenía más diarios.


No había más diarios en esa casa.

—¿No? —preguntó con ironía—. Pues tu padre está


convencido de que es suyo.

—Te digo que no había más diarios. Solo encontré dos

en su habitación una noche que estaba sola en la casa y que


sabía que ni mi padre ni mis hermanos me sorprenderían
mientras revisaba sus cosas. Mi institutriz estaba enferma y no
se levantaba de la cama, así que…

—Pues había tres. Y el que ocultaste a propósito es el


más interesante de todos.

Era evidente que cualquier cosa que dijera no la creería


porque ya había aceptado la versión de su padre y para ello
debía haber una razón poderosa. —¿Y según mi padre qué
había en ese diario que es tan importante como para traerlo
hasta aquí él mismo?

—Al parecer estaba muy afectado por las amenazas


que mi tío profirió hacia él. Teme que le ponga en contra de la
corona, cuando él lo único que ha hecho ha sido proteger su
buen nombre y su apellido de cualquiera que pusiera en duda
su honor.

—¡No entiendo una palabra de lo que dices! —gritó


perdiendo la paciencia levantándose y acercándose a él—.

¿Qué quería?

—Revelar la verdad, preciosa. Que no eres hija suya


sino fruto de un affaire que tuvo tu madre en su última

temporada en Londres. Regresó a la finca en estado y para


acallar los rumores él te aceptó como suya.

Sabreene perdió todo el color de la cara. —¡Es un


canalla mentiroso! ¡Cómo se atreve a ensuciar así la memoria
de mi madre solo para hacerme daño!

—No te quiso nunca —dijo Berleigh fríamente


cortándole el aliento—. Y por eso justifica su conducta hacia a
ti. Repugnaba tu presencia por el daño que tu madre le había
provocado con su traición.
Se llevó la mano al cuello de la impresión. —¡No le
creas, es mentira!

—¡Y todos en la casa lo sabían, Sabreene! ¡Tus


hermanos también lo sabían! Los mayores ya entendían lo que
ocurría y se lo dijeron a los pequeños cuando pudieron
comprenderlo. ¡Suerte tuviste que no te tiraron a un camino
cuando tu madre murió o que no te regalaran!

Impresionada por su crudeza dio un paso atrás mientras


sus ojos se llenaban de lágrimas. —Dios mío, le crees.

—Por supuesto que le creo. —Se llevó la mano a la


espalda y sacó un cuaderno de cuero como los que usaba su

madre. —Porque tengo esto y he leído lo contenta que estaba


porque al fin llegabas al mundo. Tu madre no se reprimía al
contar los detalles de cómo le había conocido o lo que sintió la
primera vez que le vio. ¡De hecho el diario va a nombre de su
futuro hijo, Sabreene! —Abrió la primera página y una

lágrima rodó por su mejilla al ver la letra de su madre, lo que


confirmaba que efectivamente el diario era suyo. En grande
ponía: “A mi bebé”. Todo su mundo se tambaleó bajo sus pies.
Era una hija bastarda. Su marido tiró el diario al suelo
sobresaltándola. —¡No simules que no conocías su existencia!
Incrédula negó con la cabeza. —Claro que no. ¡Jamás
se me hubiera pasado por la imaginación, Berleigh! ¿Por qué
estás tan furioso?

—¡Sabes de sobra por qué estoy tan furioso!

Se agachó para coger el diario y sollozó abriéndolo


para ver la letra de su madre. Negó con la cabeza porque no se
lo podía creer.

—No sé qué se te pasó por la cabeza para ocultar algo


así, pero…

—¿Ocultar el qué? —gritó perdiendo los nervios.

—Que eres mi hermana.

Sintiendo que se mareaba cayó de rodillas. —¿Qué


dices?

—No disimules —dijo con desprecio—. Tu madre


relata perfectamente como conoció a mi padre en una fiesta
que dieron mis padres en Londres. Hasta describe la casa con
detalle. ¡Los fuegos artificiales y como dos malabaristas
actuaron en el jardín! ¡Yo aún era un niño, así que estaba allí

en mi habitación y presencié esa actuación por la ventana! —


Sabreene sentía que no le llegaba el aire. —¡Se vieron a
escondidas toda la temporada! ¡En el diario le llama Nath!

¿Cómo explicas eso?

Negó con la cabeza de nuevo. —¿No se llamaba


Jonathan?

—Se llamaba Jonathan como mi abuelo paterno —dijo


fríamente—. Jonathan William Nathaniel Haywood. Pero solo

sus amigos más íntimos y familiares le llamaban Nathan.

—Dios mío… —Sollozó. —Te juro por lo más sagrado


que no lo sabía. —Le rogó con la mirada. —Créeme, no lo
sabía.

—Estás enferma —dijo asqueado—. Es que no me


puedo imaginar qué te propones. ¿Vengarte de mi padre
porque no quiso dejar a su esposa y sus responsabilidades?

—¡No sé de qué me hablas! —gritó —. Tiene que ser


mentira. Mi madre…

—¡Tu madre volvió a casa intentando ocultar el


escándalo!

Dejó caer el diario sobre sus rodillas y se abrió por una


página. Una lágrima cayó sobre ella y con delicadeza intentó
limpiarla mientras sus ojos leían. —“Ahora sé lo que es la
verdadera felicidad, él me la ha mostrado. Puede que su
corazón no me pertenezca, pero el mío será suyo para
siempre. Jamás he amado ni amaré con tanta intensidad y no
me arrepiento. Daría todo lo que poseo por volver a sentirme
así, aunque solo fuera un segundo porque con ese segundo me
alimentaría el resto de mi existencia.”

—Le amaba.

—¡Oh, por Dios! ¡Deja de fingir! ¿Te das cuenta de lo


que has hecho?

Levantó la vista hacia él. —¿No te das cuenta tú de lo


que ha hecho mi padre? —Rio sin ganas. —¡Ha destrozado
nuestras vidas por odio! ¡Él sabía de su traición y nunca se lo
perdonó! ¡Cómo no me perdonó a mí existir! —Rio de nuevo.
—Eres un iluso. ¡Todo esto estaba orquestado desde el
principio!

—Estás loca.

—¿Loca? No has vivido con él. ¡No sabes cómo es! Es


famoso por los contornos por… —Entonces se le pasó algo
por la cabeza y jadeó con los ojos como platos. —La mató él.

—Estás loca.

—¡La mató él! ¡Nadie se burla de mi padre! Si lo


sabía, si sabía esto no se iba a quedar con el golpe.
—¿Entonces por qué no la mató desde el principio?

—Le engañaría sobre quien era mi padre. Se enteró


después de mi nacimiento de alguna manera… Dios mío, por
eso tenía él este diario. Lo encontró, la descubrió. Lo debió
leer y… Por eso permitió mi nacimiento porque creía
realmente que era suya y después simplemente me ignoró
hasta que llegó el momento de vengarse de los Haywood. —Se
tapó la cara con las manos. —Dios mío, Dios mío…

Berleigh apretó los labios antes de decir fríamente —


¿Te crees que me importan las razones por las que murió tu
madre? Eso no demuestra que tú no supieras esto.

Furiosa gritó —¿Crees que me casaría con mi

hermano? ¿Para qué? ¿Para destrozar mi vida?

—O para destrozarnos a nosotros. Tu padre dice que


tienes la maldad en el cuerpo y que desde pequeña no ha
sabido controlar tu carácter.

Sonrió con desprecio. —Oh, te aseguro que sabía

perfectamente como controlar mi carácter.

Berleigh giró la silla como si no soportara ni mirarla.


—Ve a tu habitación y recoge tus cosas. Te vas con tu padre e
intentaremos cubrir este asunto.
—¿Qué? —No se lo podía creer y pálida como la cera
tembló. —Berleigh, ¿qué dices? No puedo irme con él, me
matará. ¡Tú no sabes cómo es!

—Pues es lo que te mereces. —Su corazón se


estremeció mientras él la miraba a los ojos como si la odiara.
—Si tuviera el valor te mataría yo mismo por lo que has
hecho. Jamás he conocido alguien más manipulador y
mentiroso que tú. —Apretó los puños como si se estuviera
conteniendo mientras el corazón de Sabreene se resquebrajaba
de dolor. No la creía. —No quiero verte nunca más.

Salió de la habitación y ella lloró sin ver realmente el


diario que tenía entre las manos y que quedándose sin fuerzas
se resbaló de entre sus dedos hasta caer al suelo. No se lo
podía creer. No era hija suya, su madre le había traicionado. Se
llevó la mano al vientre muerta de miedo. Si se iba con él, la
iba a matar. Lloró desgarrada porque en el fondo lo que más le
dolía era que Berleigh no la creyera, que no confiara en ella
cuando lo daría todo por él. Hermanos, se estremeció
temblando con fuerza. Eran hermanos. Sus dientes castañearon
del shock y del miedo. Sin ver por las lágrimas intentó

levantarse pisándose el vestido y cayendo otra vez al suelo.


Entonces fue cuando vio el diario y lo agarró antes de
volverse. Tenía que huir, tenía que salvar la vida. Corrió hasta
la sala rosa deteniéndose ante el cuadro de su madre y susurró
—¿Qué hiciste? ¿Realmente merecía la pena? —Un ruido en
la habitación de su marido la sobresaltó y corrió hacia la
ventana abriéndola a toda prisa.

—¿Milady? —preguntó Phillips—. ¿Está bien? —


Saltó al jardín y corrió por el césped sabiendo que le iba la

vida en ello. Sollozó por no poder ir más deprisa con esas


faldas. —¿Condesa? —Miró sobre su hombro y vio que se
asomaba a la ventana. —¡Condesa!
Capítulo 7

Año y medio después

Sabreene miró de reojo al chef que pegaba gritos a


diestro y siniestro como todas las tardes. Cuando le gritó en el

oído a uno de sus ayudantes a este se le cayó la garcilla que


tenía en la mano dentro de la enorme olla que tenía la
vichyssoise que iría de primer plato. Soltó una risita por la

cara que puso el pobre hombre. Sami le pegó un codazo. —No


te rías —dijo su amiga reprimiendo la risa también—. Nos
regañarán. Sigue pelando.

Tiró de las plumas con fuerza gimiendo por dentro

porque tenía las manos en carne viva por lo calientes que


estaban las aves. Las metían en agua hirviendo para que la
pluma desprendiera mejor y hacer eso todas las tardes ya le
estaba pasando factura. —Estas codornices no estarán a
tiempo. Deberían haberse metido en el horno hace una hora.

—Claro que dará tiempo. He oído que estas cenas son


distintas. En una cena de gala como esta hay diez platos y dará
tiempo de sobra a hacer la carne. Venga, date prisa. No quiero
perder este trabajo. Es donde mejor nos han pagado hasta
ahora.

En eso tenía razón, así que disimulando el dolor tiró y


tiró hasta dejar la codorniz impecable.

El chef pasó a su lado y asintió mientras cogía otra


para meterla en el agua. Menos mal que solo les quedaban

siete por pelar. Al meterla en el agua inclinó la cabeza hacia


atrás para que el vapor no le diera en su sonrojado rostro y

después de sumergirla con cuidado porque esa noche ya había


metido el pulgar dos veces en el agua, la sacó a toda prisa para

pelarla cuanto antes. Vio las estrellas cuando agarró las plumas

calientes. —¿Dejarán algún día de doler?

—Una de allí dice que se vuelven insensibles al dolor.


Es nuestra primera semana y ella estuvo aquí un año antes de

que la pasaran a cortar las verduras. Piensa que nos queda


menos.

—Dios te oiga, porque…


Una olla cayó al suelo con gran estrépito y se
sobresaltó mirando hacia allí. Una chica pelirroja se echó a

llorar mientras uno de los cocineros le gritaba que era estúpida

y que había estropeado la salsa del pescado. Le recordó a


Pretty y se preguntó que habría sido de ella. Apretó los labios

porque pensar en ellos no le llevaba a ningún sitio, solo al


dolor y a la tristeza. Y ya sufría bastante en su día a día como

para aumentar su desdicha con pensamientos que no llevaban a


ningún sitio.

Cuando terminaron se pusieron a fregar para ayudar en

la limpieza y cuando dieron las seis dejaron lo que estaban

haciendo para ir hasta la señora Braun a que les diera su paga.


Sonrieron a la mujer. —Estáis haciendo muy buen trabajo.

Hasta mañana.

—Hasta mañana, señora Braun —dijeron a la vez antes


de ir hacia la puerta de atrás de las cocinas de palacio. Sami

abrió la mano y la miró con los ojos como platos—. Nos ha


dado un chelín más.

Asombrada miró su mano y vio que era cierto. —Cinco

chelines. —Ilusionada sonrió. —Podremos comprar esa

medicina que tu padre necesita.

Sami negó con la cabeza. —Tú también tienes gastos.


—¿Crees que voy a dejar que siga tosiendo de esa

manera? Ni hablar. —Cogieron sus mantones y se los pusieron

sobre los hombros. Cuando salieron al exterior se

estremecieron de frío y aunque Sabreene tenía su cabello bajo


un paño enrollado a la cabeza, se la cubrió también porque

sintió que debía tenerlo húmedo.

—Mierda, va a nevar —dijo su amiga—. Y tú con un

agujero en tus zapatos.

Miró sus viejos botines. Lo único que le quedaba de su

antigua vida porque el vestido lo había vendido hacía mucho.


Apretó los labios porque era cierto que tenían un agujero en la

suela, pero eso no era lo peor, uno de sus tacones estaba tan

desgastado que casi caminaba de lado y no podía permitirse

comprar zapatos. Pero aun así dijo —Todavía aguantan.

—Qué remedio, ¿no? —Su amiga miró tras ella. —

Hala…

Se volvió para ver entrar un carruaje precioso. Era


dorado y lleno de decoraciones rococós como en los cuentos

que ella leía de pequeña. Era un sueño, pero ella había dejado

de soñar hacía tiempo, así que chasqueó la lengua sin

interesarle demasiado.

—¿Quién crees que irá ahí?


—¿La reina? No, estaba en palacio. Será alguno de sus
invitados que quieren aparentar. Vamos, que no quiero

helarme. —Caminaron hacia la puerta trasera donde un

guardia al reconocerlas les abrió enseguida la verja. Al salir a

la calle vieron la fila de carruajes que esperaban para acceder a


palacio.

Sami estornudó y ella la miró preocupada. Solo les

faltaba que también se pusiera enferma porque sus sueldos

eran los únicos que entraban en casa. Alargó el brazo y la

cogió por los hombros para cubrirla con su chal. Tuvieron que

pasar entre los carruajes para cruzar la calle y Sami fascinada


con los colgantes que los caballos llevaban en sus correajes

acarició uno de ellos y este se asustó dando un paso atrás.

—¡Eh, tú! —gritó el cochero—. ¡Aparta esas sucias

manos de mis caballos!

Sami se sonrojó y agachó la cabeza, pero a Sabreene le

dio tanta rabia que la reprendiera por esa tontería que replicó

deteniéndose ante el carruaje —¡No son tuyos, estúpido!

Entonces él la miró furioso. —¡Son mi

responsabilidad! ¡Aparta de ahí, zarrapastrosa!

—Vamos Sabreene —dijo Sami asustada.


—Espera, que este quiere guerra. ¿Qué me has

llamado? —Se agachó y cogió una piedra tirándosela a la


cabeza dándole en todo el sombrero que cayó al suelo.

—¡Espera que te pille! —gritó antes de saltar del

carruaje.

—¡Corre! —gritó cogiendo del brazo a Sami, pero su

amiga no lo hizo con bastante rapidez y el cochero la cogió de

su otro brazo. —¡Suéltala! —gritó dándole una patada en la

espinilla que le hizo gritar de dolor. Tiró de su amiga cuando


las agarraron unos lacayos—. ¡Soltadme! ¡No hemos hecho

nada!

El cochero sonrió poniéndose ante ella. —Eso se lo

dirás a la guardia.

Cuando vio que dos guardias de la reina corrían hacia

allí perdió todo el color de la cara. —No hemos hecho nada.

—¿Qué ocurre, Bert?

Sabreene se quedó sin aliento al escuchar esa voz y


volvió la cabeza para ver al mismísimo duque de Bostford

asomar su rostro por la ventanilla del carruaje. Cuando sus

ojos se encontraron el duque palideció. —¿Sabreene? ¿Eres


tú?
El pánico la invadió, se revolvió consiguiendo soltar un
brazo y arañó en la cara al otro lacayo que la soltó. Los demás

intentaron ayudar soltando a Sami y esta al ver que la prendían


de nuevo se tiró sobre la espalda de uno de ellos y gritó —

¡Corre!

Consiguió zafarse y corrió como si la persiguiera el

diablo. El duque salió del carruaje a toda prisa. —¡Sabreene


espera! —Sami se echó a llorar. —Soltad a esa chica, ¿pero
qué hacéis?

Sami de repente se vio libre y corrió detrás de su


amiga. —¡No, no! ¡No te vayas! —El duque se llevó las

manos a la cabeza y gritó —¡Seguidlas!

Con la respiración agitada dio la vuelta a la esquina y


apoyó la espalda en la pared de piedra. Ni sabía cuánto llevaba

corriendo. Al darse cuenta de donde estaba hizo una mueca


porque casi había llegado a casa en un visto y no visto. En ese

momento pasó su amiga corriendo y gritó —¡Sami! —Esta se


volvió y suspiró del alivio. —¿Te siguen?
—No. —Se acercó a ella y susurró —Era el duque.

Nos ha visto.

—Sí. —Preocupada sacó la cabeza para mirar la calle.


Empezaba a anochecer y no es que hubiera mucha gente aparte

de las prostitutas, así que al no ver a nadie que persiguiera a su


amiga se quedó más tranquila. —Me he librado por los pelos.

—¿Y si mañana están allí por si nos encuentran de


nuevo?

—¿Tú crees? —Se mordió el labio inferior pensando


en ello. —No, soy una molestia en sus vidas. No me buscarán.
Lo único que querían era deshacerse de mí y que todo se

ocultara ante los demás.

—¿Y si habla con tu padre?

—El duque no es mala persona. No querría mi muerte


sobre su conciencia.

—El duque no sabía lo que había preparado tu padre.


Eres un cabo suelto que puede contar la historia de que su
sobrino se casó con su hermana. Debes tener cuidado —dijo

demostrando su preocupación en sus ojos azules—. Si te


cogen…
—No me cogerán. Estamos en Londres, es una ciudad

enorme y aquí no me conoce nadie salvo la señora Porter. Y


dudo que vayan a hablar con nuestra vecina sobre donde estoy.

—¿Y si averiguan que trabajas en las cocinas de


palacio? Ella fue la que nos encontró ese trabajo. ¿Y si lo
averiguan y dan contigo aquí?

—¿Y por qué lo van a averiguar? Seguro que ni se les


pasa por la imaginación que trabajo allí. Deja de preocuparte,

¿quieres? El duque ahora estará llenando la barriga con esa


codorniz que hemos pelado y ya se ha olvidado de mí.

—Más te vale. —La cogió del brazo—Vamos a casa.

Asintió caminando con ella calle abajo, intentando


demostrar que lo sucedido no la preocupaba cuando en

realidad es que la preocupaba y mucho. Creía que no volvería


a verle nunca más y parecía que el destino volvía a unir sus

caminos. Dios, había pasado año y medio y él estaba igual. Se


preguntó qué habría pensado al verla. Hizo una mueca.
Seguramente que estaba muy cambiada. A veces ni ella se

reconocía al espejo. Hasta sus ojos eran distintos porque el


brillo de esperanza a que su vida fuera distinta ya había

desaparecido del todo.


Abrieron la puerta de la casita que tenían arrendada
cerca del puerto y escucharon la tos de Patrick en la cocina.
Dejó el chal en la percha y se acercó allí donde Sarah revolvía

algo en el puchero y Patrick sentado en una mecedora


intentaba no toser. Era evidente que estaba peor. Necesitaban
esa medicina ya.

Sarah se volvió y sonrió. —¿Ya estáis aquí?

—Sí. —Se acuclilló ante Patrick. —Tengo el dinero

para la medicina.

—¿Y con qué comeremos, niña? —Tosió de nuevo

negando con la cabeza. —Me pondré bien.

—La necesitas. Iré a por ella ahora mismo.

Su esposa se apretó las manos angustiada. —Sí, vete.

—Pero…

—¡Estás peor y estoy asustada! ¿Qué haremos aquí


cuatro mujeres y un bebé sin ti? —Se echó a llorar como hacía

a menudo. —Si el conde no nos hubiera echado…

Preocupada por ella porque era quien peor llevaba esa


situación vio como su hija la abrazaba. —Todo irá bien,

mamá.
—¡Nada está bien desde que nos echaron de nuestra
casa! Ese malnacido. ¡Le odio! ¡Ojalá se haya muerto!

—No digas eso. Por favor no digas eso —susurró sin


poder evitarlo antes de mirar a Patrick a los ojos y forzar una
sonrisa. —Vendré enseguida.

—Ten cuidado. Esas calles son peligrosas.

—Puedo ir contigo, Pajarito ya se ha dormido y no

tengo nada que hacer —dijo Isabel entrando en la cocina. La


niña de quince años le guiñó un ojo—. Soy valiente. No me

dan miedo las putas ni los borrachos.

—Puedo ir sola. Todavía no es de noche.

—Mentira, iré yo —dijo Sami.

—No, tómate algo caliente que has tosido un par de


veces.

Sarah asustada jadeó antes de ir hacia el puchero. —


Ven, toma.

—Mamá…

Mientras discutían fue hasta la puerta y cogió el chal

de nuevo. Al abrir se quedó de piedra al ver allí al mismísimo


duque dispuesto a llamar. Se quedaron en silencio mirándose
el uno al otro. —Niña, cómo me alegro de verte.
—Disculpe duque, pero no pienso lo mismo. —Las
niñas y Sarah se pusieron tras ella sin disimular su asombro.

Incómodo carraspeó. —¿No me dejas pasar?

—No, quiero que se vaya ahora mismo.

Él apretó los labios —Si habláramos…

—Se está perdiendo una cena importante, duque.

—Sí, una cena muy importante porque es en honor a tu


esposo.

Palideció porque eso ni se le había pasado por la


imaginación. —Yo no tengo esposo. Dejé de tenerlo cuando
prefirió tirarme a los perros.

—Es complicado, si me escucharas…

Le cerró la puerta en las narices y Sarah dijo asustada

—Dios mío, es el duque de Bostford.

—Sí, mamá. Nos vio al salir de palacio y al parecer nos

ha seguido —dijo Sami—. ¿Qué vas a hacer?

Intentando contener el miedo que la recorría les hizo


un gesto para que fueran hasta la cocina y miró fijamente a
Sami. —Júrame que le protegerás.

—Sabes que sí.


—Nadie debe saber nunca quién es. Si Berleigh se
enterara, si alguien se enterara sería un escándalo. —Cogió sus
manos. —Júrame que harás lo que sea necesario para que

nadie sepa nunca su verdadera identidad.

Los ojos de Sami se llenaron de lágrimas. —No puedes

renunciar a él, es tu única alegría.

Intentó contener el llanto, pero no pudo evitar sollozar.


—Lo único que me importa en esta vida es que esté bien. —

Sacó el dinero que tenía en el bolsillo y se lo dejó en la mano.


—Tendrás que ir tú a por la medicina.

—Niña… —dijo Patrick preocupado—. No puedes


irte.

—Os enviaré dinero, lo juro por Dios.

—Eso no tiene que preocuparte. Adoramos al niño —


dijo Sarah—. ¿Pero qué harás tú?

Mirando a los ojos a su amiga esperó y esta dijo —Te


lo juro por mi vida. Nadie sabrá por nosotros quien es.

—Gracias. —Se echó a llorar. —Gracias por todo lo


que habéis hecho por mí.

Patrick se levantó con esfuerzo y la abrazó. —Tú has


hecho mucho más por nosotros, niña. Si no hubiera sido por ti
no habríamos salido adelante. Has dado todo lo que tenías y
nos has ayudado mucho más que nosotros a ti. Así que no nos
agradezcas nada. Cuidaremos de él como si fuera nuestro.

—Claro que sí —dijo Sarah con lágrimas en los ojos.

Se apartó de Patrick para abrazarla. —Os quiero.

Las chicas la abrazaron con fuerza sin poder evitar el


llanto y cuando se apartaron ella dijo —Si vuelve, decirle que
me he ido y que no sabéis nada de mí.

—No te preocupes —dijo Sami—. Estaremos bien.

Fue hasta la habitación que compartía con las chicas


sintiendo que se le desgarraba el corazón y se acercó a la vieja
cuna. Cuando vio a su niño durmiendo plácidamente sollozó
arrodillándose a su lado. —Mi niño bonito. —Pasó la mano
por su mejilla. Acarició su pelo negro y se agachó para darle

un beso en la frente. —Te quiero por encima de todo. Nunca


me olvides.

—Volverás a verle —dijo Sami tras ella —. Sé que lo


harás.

Asintió jurándose a sí misma que haría cualquier cosa

para recuperarle y ponerle a salvo y besó de nuevo a su niño


antes de ponerse en pie.
—Sal por el callejón, si están fuera no te verán.

Se abrazaron de nuevo. Desde que se había cruzado


con ellos aquella noche que había huido, su ayuda había sido
inestimable. La habían escondido entre sus cosas para que los
hombres de su marido no dieran con ella y la habían llevado a

Londres dándole lo poco que poseían. Nunca había conocido a


gente tan generosa y daba gracias a Dios porque les había
puesto en su camino. Sami la besó en la mejilla. —Vete.

—Te quiero.

—Y yo a ti —dijo agarrando sus manos—. Somos


hermanas y lo seremos siempre. —Se apartó abriendo la
trampilla que daba al callejón y Sabreene se agachó para pasar.
—Ten cuidado.

—No te preocupes por mí —susurró saliendo de la


casa—. Adiós.

Sami ni fue capaz de contestar y vio cómo se alejaba


ocultándose entre la oscuridad del callejón. Al escuchar cómo
se cerraba la trampilla Sabreene se estremeció teniendo que
detenerse porque no le llegaba el aliento. Intentó respirar

hondo varias veces y sacando fuerzas se enderezó para llegar a


la calle principal. Estiró el cuello para ver el carruaje del
duque al lado de la casa. Todavía seguía allí. Vio como salía de
detrás del carruaje y asustada se escondió para oírle aporrear
de nuevo la puerta. —¡Abrir o llamo a la policía! ¡Sabreene no

puedes ocultarte!

Asustada por ellos se dijo que tenía que alejarles de su

casa y salió del callejón corriendo. —¡Duque, se escapa! —


gritó el cochero.

—¡Atrapadla!

Corrió cuanto pudo y miró sobre su hombro para ver


que dos lacayos la seguían de cerca. Se metió por un callejón y

después otro hasta esconderse detrás de unas nasas de pescar.


Intentó recuperar el aliento.

—¡Joder, se ha escapado! —gritó uno en la calle.

—¡No, tiene que estar por aquí! ¡Abre bien los ojos!

Su latido se aceleró cuando vio que uno caminaba


hasta el principio del callejón y miraba hacia adentro con el
ceño fruncido. —No veo nada. ¡Trae la lámpara del carruaje!

Se encogió viendo su silueta por la luz de la luna. —


¿Está ahí? —preguntó el duque—. ¡Decidme que no la habéis

perdido!

—Tiene que estar por aquí, duque. Estoy seguro. No

me llevaba mucha ventaja.


—¡Rápido buscadla!

Asustada porque no tardarían en verla si alumbraban el


callejón miró a su alrededor. —¿Sabreene? Niña, solo quiero
hablar contigo. No sé qué piensas que te haré, pero te juro por

mi vida que no quiero hacerte daño. —Una lágrima rodó por


su mejilla y para su sorpresa vio a un hombre con una lámpara
al otro lado del callejón. Dios, estaba atrapada. —Si yo
hubiera estado allí no hubiera pasado nada. —Escuchó los
pasos del duque entrando en el callejón. —Ni me imaginaba lo

que ocurrió. —Se mantuvo en silencio unos segundos


esperando su respuesta. —¿Sabreene?

—¡Tiene que estar aquí! —gritó el del otro lado—. ¡No


hay nadie por los alrededores!

—Niña, sal. Te juro que no volverá a sucederte nada.

Ni me quiero imaginar lo que te ha pasado en este tiempo.


Siento que Berleigh no te ayudara y lo que siento aún más es
que te vieras en la necesidad de huir. Pero eso ha cambiado y
ahora estoy aquí. Yo te protegeré, hija.

Se le cortó el aliento por como lo dijo —Sí, niña. Yo


era Nath…

Sin aliento se quedó allí acurrucada sin poder


creérselo. ¿Él? Una luz la iluminó y unas relucientes botas
aparecieron ante ella. Sabreene sollozó cubriéndose la cabeza

con los brazos queriendo huir. —Yo soy Nath, la conocí en un


baile en casa de los padres de Berleigh y fue inevitable. Era
como tú, toda luz y alegría a pesar de ese marido horrible. La
necesitaba, la necesitaba como el aire que respiro porque no
levantaba cabeza después de la muerte de mi esposa y sucedió.

Me hizo vivir de nuevo. Sentirme feliz. Pero él la mandó


llamar porque debió escuchar algún rumor y nunca más volví a
verla. —Apretó los labios. —Pero siempre supe que eras mía.
Ella me lo dijo antes de irse de Londres. —Se agachó ante
ella. —Fue una suerte que tu padre accediera al compromiso y

pudiera verte. Él estaba en el club que frecuento y le escuché


decir a un amigo que tendría que desembolsar una buena
cantidad de dinero para tu presentación. Él dijo que ni hablar,
que no pensaba gastar ni una libra en esa tontería cuando podía
comprometerte con cualquiera. Me asqueó su actitud, pero era

la oportunidad que buscaba para acercarme a ti. Sentí la


necesidad imperiosa de conocerte y en aquel mismo momento
me acerqué a él diciendo que mi sobrino buscaba esposa y que
ni pediría dote por ella dadas las circunstancias en las que se
encontraba Berleigh. Vi la avaricia en sus ojos y supe que
había picado el anzuelo. Cuando te vi, tan parecida a ella, tan

iguales, supe que era lo que mi chico necesitaba. Tú le curarías


como ella me curó a mí. Ni me imaginaba que esa serpiente se

revolvería para intentar hacerte daño de nuevo, ya te creía a


salvo. Hija perdóname. —Quiso tocarla, pero Sabreene gimió
como si la hubiera golpeado. —¿Qué hemos hecho contigo?
¿Qué hemos hecho?

Gritó como un animal herido empujándole por el pecho


y tirándole al suelo. Sabreene saltó sobre él corriendo sin ver
cuando la cogieron por la cintura. El lacayo no quiso soltarla y

agarrándola con fuerza se giró para meterla en el callejón sin


darse cuenta de que su cabeza se golpeaba contra la pared
dejándola atontada. —¡No! —gritó el duque corriendo hacia
ellos.

Sintió que la sangre corría por su frente y al duque


sobre ella llamándola a gritos antes de perder el sentido.

La cabeza le dolía horrores y gimió llevándose una

mano allí antes de abrir apenas los ojos. La luz la molestó y


volvió a cerrarlos con fuerza. —Hola, preciosa.

¿Sería un sueño? ¿Había oído a Berleigh? No, estaba

soñando con él cómo cada noche desde que le conocía. Gruñó


volviéndose y se hizo daño en la cabeza. —Eh, no te muevas,
tienes una herida. —Asombrada sintió que la movían para
ponerla de nuevo boca arriba. —Sabreene, ¿me oyes?

Sí, era él. Abrió los ojos lentamente para verle sentado
a su lado. Parecía preocupado. —¿Me oyes?

—Sí —susurró—. Me duele. —Se llevó la mano a la


cabeza, pero él la cogió con delicadeza apartándola.

—Tienes una herida.

—Una herida —dijo confundida.

—Llevas días inconsciente. Enseguida llegará el


médico.

—¿Qué? —No entendía nada.

En ese momento se abrió la puerta y entró el duque


cerrándose la bata. —¿Se ha despertado?

Berleigh sonrió sin dejar de mirarla. —Sí.

—Niña, que alegría. —Se puso a su lado. —¿Estás

bien?

—Me duele mucho. —Cerró los ojos de nuevo porque

no soportaba la luz de la chimenea.


—¿Dónde está el doctor? —preguntó el duque muy
nervioso—. ¡Reynolds!

—Enseguida viene, duque.

—¿Quién es Reynolds? —Ambos la miraron. —¿Ya


has llegado de Londres, Ernest? ¿Qué me has traído? —Sonrió

abriendo los ojos. —Espero que sea bueno. ¿Qué es? ¿Qué es?
—preguntó ilusionada como una niña antes de cerrar los ojos
del dolor—. Ya me lo darás después. ¿Me dais láudano?

—No tenemos, niña.

—Claro que sí, estaba en la mesilla por las heridas del


costado. —Abrió los ojos volviendo la vista hacia la mesilla y
frunció el ceño porque no reconocía nada de lo que la rodeaba.
—¿Dónde estamos? ¿Es tu habitación, Ernest?

—No, niña. Es la habitación de tu esposo.

—No, esta no es… —Confundida entrecerró los ojos.


—¿Lo es?

—Es mi habitación en Londres en la casa de mi tío.

—¿Me habéis traído a Londres? —Asustada miró a

uno y después al otro. —¿Qué me ha pasado?

—Te has dado un golpe en la cabeza, cielo.


—¿De veras? No lo recuerdo. —Miró a su alrededor.
—¿Dónde está Prue? ¿No ha venido? —Asustada cogió la
mano de su marido y gimió de dolor antes de soltarle para
mirársela. Al ver lo roja y escamada que la tenía se le cortó el
aliento. —¿Me he quemado las manos? Dios, están horribles.

—El médico te echa una crema tres veces al día para


que se repongan —dijo su marido cogiéndola con cuidado para

ponerla sobre la cama—. Se repondrán como tú.

—Pero… —Cerró los ojos agotada. El dolor de cabeza

ni la dejaba pensar. —Sí, igual necesito descansar.

El duque apretó los labios volviéndose furioso. —¡Si


no viene ese maldito médico, buscad otro! —gritó saliendo de

la habitación.

—¿Está preocupado? —susurró ella sin abrir los ojos.

—Nos has preocupado a todos.

—¿Eso es que ya me quieres, conde? —preguntó


maliciosa. Como no contestó suspiró. —Lo conseguiré.

—Conociéndote seguro que sí —dijo con voz


constreñida como si sufriera.

Preocupada abrió los ojos. —Eh… ¿Qué ocurre? Me


pondré bien y seguiré torturándote para que no me dejes.
—Júramelo. —Se agachó sobre ella y Sabreene sonrió.
—Júrame que no me dejarás.

—Te lo juro. —Besó sus labios suavemente y él cerró


los ojos como si fuera el beso más maravilloso del mundo.
Sabreene suspiró. —¿Seguro que no hay láudano?

—Esperemos a ver qué dice el doctor, ¿de acuerdo?


Pero duerme si quieres.

—Estoy cansada.

—Es lógico, preciosa. No te preocupes yo me quedaré


aquí.

Sonrió. —Sí, ya me quieres un poco.

Cerró los ojos intentando controlar el dolor que


provocaron esas palabras y el duque acarició su hombro.

Ambos observaron cómo se dormía de nuevo. Su tío susurró


—No lo recuerda.

—Terminará recordando.

—No fue culpa tuya.

—Sí que lo fue. Es mi esposa, al menos tendría que


haber puesto en duda lo que ese cabrón decía.
—Él tampoco lo sabía seguro. No lo sabía nadie.
Dedujo que era mi hermano porque ella me llamaba así e
intentó hacer todo el daño posible. Como ella te dijo era un
plan orquestado desde hacía tiempo y le salió a la perfección.

—No, a la perfección no porque no consiguió matarla


—dijo entre dientes—. Dios, no nos perdonará nunca.

El duque apretó los labios. —Entonces tendrás que…

—Ni se te ocurra terminar esa frase.

—Quiero que sea feliz. Merece ser feliz. —Le miró


incrédulo. —¿La has visto? ¿Has visto su estado? Vestía como
una mendiga. A saber todo por lo que ha tenido que pasar,
todo lo que ha sufrido.

—Es evidente que ha sufrido. —Le fulminó con la

mirada. —Lo sé muy bien y sé que todo ha sido culpa mía —


siseó—. Y pienso compensarla por el daño que le he causado.

—Espero que lo hagas porque si no haré lo que sea


para que mi hija sea feliz. Incluso a pesar de ti.

La despertaron con delicadeza para reconocerla y le


dieron una medicina para que se le quitara el dolor de cabeza.
Su marido sentado a su lado no se separó de ella. El doctor

sonrió. —Muy bien, condesa. Se recuperará.

El duque ya vestido de traje dijo —¿Podemos hablar


fuera?

—Sí, por supuesto. —El hombre se apuró en recoger


sus cosas para meterlas en el maletín y salió a toda prisa.

—Se preocupa demasiado —dijo ella antes de soltar


una risita—. Imagínate que me hubiera quedado tonta.

Él sonrió. —Menuda pareja.

Le miró durante unos segundos. Estaba distinto.


Parecía más fuerte y a pesar de la barba de varios días parecía
estar más sano. —Has comido, ¿verdad? Has engordado.

—¿Lo has notado?

—Estás…—Frunció el ceño. —Distinto. Para creer


que tengo un pie en la tumba no estás mal, conde. Mucho no te
ha afectado —dijo molesta.

—¿No? —preguntó divertido—. Pues te aseguro que


llevo tres días sin pegar ojo.

—Vaya, lo siento. Debo tener más cuidado con las


escaleras. Si hubiera esperado un bebé…
—No pienses en eso.

—He soñado con un bebé. —Sonrió ilusionada. —Era


moreno como tú y precioso. Y hacía unos gorgoritos muy

simpáticos. Le llamaba Pajarito.

Él sonrió. —Tendremos esa preciosidad de niño, ya


verás.

—Sí. —Suspiró mirando el techo. —Eso si no me


encuentro con mi creador primero, porque llevo una racha…

—Te cuidaré mejor.

Frunció el ceño mirando sus ojos grises. —Berleigh,


¿qué ocurre? Te noto preocupado. —Sonrió. —Ya entiendo, tu
tío no me ha comprado nada y temes que me disguste. No

importa, tengo lo que necesito.

—¿Lo tienes?

—Claro que sí, te tengo a ti. —Perdió la sonrisa poco a


poco porque parecía que no la creía. —Y conseguiré que no
me dejes.

—No te dejaría por nada del mundo, preciosa —dijo él


suavemente.

—¿De veras?
—Te lo juro.

Se sentó abrazándole con fuerza. Ella disfrutó de ese


abrazo como si hiciera meses que no le tocara, entonces la
recorrió un temor a algo que no entendía y soltó una de sus
manos llevándosela al costado. Él sintió como se tensaba entre
sus brazos. —¿Preciosa?

—Algo no va bien —susurró apartándose para mirar


hacia abajo—. No me duele el costado. —Asustada se subió el
camisón y se quedó de piedra al ver la cicatriz. Y esa no era
una cicatriz reciente porque ni estaba sonrojada. Estaba blanca
y eso le heló la sangre. —¿Qué ocurre aquí?

—No te asustes.

—¿Que no me asuste? —chilló sin dejar de mirarse—.


¡Se han cerrado! —gritó histérica.

La puerta se abrió de golpe dando paso al médico. —


Milady cálmese.

—No tengo las heridas. —Pálida negó con la cabeza.


—No lo entiendo. —Saltó de la cama antes de que nadie
pudiera evitarlo y se levantó el camisón para mirarse por
detrás ignorando el morado que tenía en media cara. —¡No
están! ¡Me dolían, lo recuerdo! —Se volvió hacia su marido
que seguía en la cama. —Y tú estás distinto. —Señaló al
duque que estaba en la puerta. —¡Y él tiene menos pelo en la
cabeza! ¿Esto es una pesadilla?

Su marido se levantó poniéndose en pie y ella se llevó


una mano al pecho de la impresión. —Te has curado. ¿Cómo?

—Tus últimos recuerdos son de hace año y medio,


preciosa. Y en ese tiempo han pasado muchas cosas.

Jadeó mirando a Ernest que asintió. —¿Año y medio?


—Dio un paso hacia él impresionada y sus ojos se llenaron de
lágrimas de la alegría. —¿Puedes caminar?

Se acercó a ella y sollozó de la felicidad. —Puedes


caminar… —dijo aún atónita.

—Hace año y medio moví la pierna. El doctor


Flanagan lleva tratándome desde entonces.

El médico sonrió. —Y ha sido un placer, se lo aseguro.


El paciente que más interés ha puesto en su recuperación que
he conocido nunca. Se ha dejado la piel para caminar de
nuevo.

—Por eso estás más fuerte. ¿Ves como los ejercicios


eran buenos? —Fascinada miró sus piernas y rio sin dejar de
llorar. —Eres muy alto. Más que tu tío.
—Ahora podré enseñarte a bailar.

Sonrió radiante. —¿Acaso no me has enseñado ya?


¿No hemos ido a ningún baile?

—No, preciosa.

—¿Esto es un sueño?

—No, milady. Sufre una pérdida de memoria debido al


golpe, pero seguro que la va recuperando poco a poco. Incluso
puede que llegue todo de repente. Solo necesita tiempo.

De pronto se llevó una mano al vientre. —¿Tenemos


un hijo?

—No, preciosa.

—¿No? —Confundida negó con la cabeza. —He


soñado con él.

—Eso era un sue… —La frase de su marido se quedó a


la mitad mirándola como si le hubiera dado el susto de su vida.

—¿Qué?

Carraspeó. —¿Por qué no te acuestas?

—Sí, milady. Han sido muchas emociones de golpe —


dijo el médico—. Tómeselo con calma y acepte lo que
recuerde. Es parte de su vida.
Dejó que su marido la cogiera en brazos y ella
impresionada sonrió. —Vaya, me gusta el nuevo Berleigh.

—Pues soy todo tuyo, preciosa.

Se abrazó a él apoyando la cabeza en su hombro. —Sí


que tiene que ser un sueño. Es imposible que me sienta tan
feliz siendo real.

—Pues es muy real. —La besó en la sien mirando a su


tío que estaba de lo más preocupado.

—¡Debes estar de broma! —gritó el duque pasmado


antes de dejarse caer en su sillón de cuero—. ¿Me estás
diciendo que tu heredero y el mío está perdido por las calles de
Londres?

—Ha soñado con él —dijo muy tenso—. Y el año

pasado después de tu marcha… Digamos que intimamos. ¿Por


qué crees que me enfadé tanto cuando creía que era mi
hermana? —gritó furioso.

—¡Por esa noticia en sí y era para enfurecerse porque


te habías enamorado de ella! ¡No creí que hubierais llegado a
tanto!
—Pues ya ves que sí.

—Que contratiempo —dijo su tío sin salir de su


asombro—. Pero puede que sea un sueño. Al fin y al cabo su
matrimonio contigo tenía un fin. Igual forma parte de su
imaginación.

—Desde que me dijo eso me he fijado en varias cosas.


Sus caderas están más llenas y sus pechos… —Incómodo se
pasó la mano por su nuca. —Joder, si la revisara el médico
saldríamos de dudas.

—Pues que lo haga. ¿A qué esperas para decírselo?

—Y qué excusa pongo, ¿eh? ¿Mujer deja que te revise


a ver si has tenido un hijo en este año y medio que no te he
visto?

—Qué contrariedad. Además cómo para explicárselo al


médico, que por otro lado está perplejo porque estés casado

cuando nunca ha conocido a tu esposa. Si se enterara de que


tienes un hijo por ahí igual se le va la lengua.

—Eso mismo pienso yo.

Los ojos del duque brillaron. —Esa chica. La que


estaba con ella cuando me la encontré. Si tuviera un hijo ella
lo sabría. Se defendían la una a la otra como si se conocieran
muy bien.

—Dime a donde tengo que ir.


Capítulo 8

Una doncella que no conocía de nada limpiaba la


habitación. Se miró las manos que todavía estaban hechas un

desastre, preguntándose dónde estaba su marido. Al ver la


manga de su camisón se preguntó por qué se los había hecho
tan sencillos. Además la tela era algo tosca. Ya que se había

hecho camisones no pensaba escatimar con la tela. Quería

estar hermosa para su marido, sin embargo se había hecho


unos que parecían más de una sirvienta. Qué extraño. Miró a la
chica que se puso a recoger las cenizas de la chimenea. —
¿Cómo te llamas?

—Alice, milady. —Se incorporó de inmediato. —


¿Necesita algo?

—¿Por qué no está aquí mi doncella personal?

La chica la miró sin comprender.


—¿No conoces a mi doncella?

—No, milady. No la he visto nunca.

Dudaba mucho que hubiera ido a Londres sin ella y sin

Pretty, pues eran de las pocas personas en las que confiaba.


¿Acaso nunca había estado en Londres? ¿Pero qué tonterías
pensaba? Por supuesto que había ido. El médico de su marido
estaba en Londres y ella no le hubiera quitado ojo en su
recuperación, pero la cara de esa muchacha le decía que algo
no iba bien. —¿Me conoces? ¿Nos habíamos visto antes?

—¿Quiere que avise al conde? —preguntó inquieta


dando un paso atrás.

La cogió por el brazo. —¿Me conoces? ¡Responde!

—No, milady. No la había visto nunca hasta hace cinco

días —dijo muerta de miedo—. Por favor milady, si tiene más


preguntas hágaselas a su marido.

Teniendo un mal presentimiento preguntó —Mi marido

sí que ha estado aquí en los últimos tiempos, ¿no?

—Sí, milady. Desde hace año y medio no se ha movido


de Londres.

No se lo podía creer. Llevaban año y medio sin verse.

Confundida se llevó la otra mano a la cabeza. —Eso no puede


ser. —La fulminó con la mirada. —¿Por qué me mientes?

—Milady no diga nada, me echarán.

—¡Ahora mismo vas a explicármelo todo!

Los ojos de Alice se llenaron de lágrimas. —Hace


cinco días apareció en brazos del duque sangrando por la

cabeza. Iba vestida como una mendiga, milady. Su marido


cuando llegó de la cena que los reyes le ofrecían por su

recuperación y la vio, no se lo podía creer. Fue entonces

cuando nos enteramos de que estaba casado con usted. Hasta


ese momento no habíamos tenido noticias de este matrimonio.

Sabreene perdió todo el color de la cara. —Continúa.

—Nos ordenaron que la tratáramos de condesa y que

cerráramos la boca si nos preguntaba algo.

Miles de ideas pasaron por su cabeza, pero lo único


que se le ocurría es que la había abandonado en la finca. No,

entonces qué hacía en Londres. No entendía nada. —¿Qué


más? Conmigo no disimules. Sabes algo más, los del servicio

siempre se enteran de todo.

La chica angustiada miró hacia la puerta. —Milady,

por favor…

—¡Habla!
—Esta mañana hablaban de un niño.

Se le cortó el aliento. —¿Un niño?

—Sí, estaba en la biblioteca limpiando y la puerta que

comunica con el despacho estaba entreabierta. Decían algo de

un heredero y de dónde estaría. Creen que usted puede haber

tenido un hijo en este tiempo, milady. Y no saben dónde está.

—Pajarito —dijo casi sin voz pálida como la muerte.


Soltó su brazo llevándose la mano al vientre—. Mi niño.

—¿Lo recuerda?

La cara de un precioso niño estirando el bracito hacia

ella apareció en su mente y escuchó una risa. Una muchacha

morena con un vestido muy viejo lo cogió en brazos. —No se

parece en nada a ti —dijo divertida.

—Para mi desgracia.

—Niña, es clavadito al conde. Esperemos que no tenga


la misma mala sangre que él —dijo una mujer que se acercó

para mirarle y sonrió—. Claro que no. Es un angelito. No

molesta nada.

—¿Milady?

Asombrada la miró a los ojos. —¿Dónde he estado?

¿Dónde está mi hijo?


—Condesa, quizás tendría que preguntarse el por qué
—susurró.

—¿Por qué? —Sin aliento entrecerró los ojos. —¿Por

qué no estaba aquí? ¿Por qué no veía a mi marido?

—En cuanto la vi supe que era buena persona. Tengo

pálpitos para calar a la gente. Y aquí pasan cosas muy raras,

milady. El duque y el conde no son malos como otros para los


que he servido, pero escuché al duque decir la noche en que

llegó las palabras qué hemos hecho con ella y estoy segura de

que su sufrimiento tiene que ver con ellos. Tenga cuidado. —

Miró hacia la puerta. —Milady, tengo que irme.

—¿Cómo se llama el mayordomo?

—Reynolds.

—Dile que quiero hablar con él.

—Milady, por favor…

—No te preocupes, no te delataré. Pero quiero

comprobar algo.

La chica asintió y cogió el cubo de las cenizas yendo

hacia la puerta. —Enseguida le aviso, milady.

—Gracias Alice. Y deja el cubo en la cocina. A partir

de ahora serás mi doncella hasta que llegue la mía de la finca.


Separó los labios de la impresión. —No la defraudaré,

milady.

—Dile que venga, quiero comunicárselo en persona.

Asintió haciendo después una reverencia y salió a toda


prisa de la habitación. Dios, ¿qué es lo que había pasado? Año

y medio. Frustrada se llevó la mano a la frente deseando que

ese maldito dolor de cabeza cesara. El llanto de un bebé la

estremeció. Creen que usted puede haber tenido un hijo. Así

que no lo sabían a ciencia cierta. Era evidente que algo había


ocurrido hace año y medio que les había separado. Berleigh no

había vuelto a saber de ella ni ella de él, por eso no había

estado en Londres. Pero ella sabía que su hijo era del conde.

Solo se le ocurría una idea para que hubiera pasado eso y es


que él la hubiera echado de casa. Jamás volvería con su padre

y había acabado en la calle. Había acabado en Londres y había

tenido a su hijo. Entonces se vio a sí misma corriendo y sintió

la angustia, el miedo… Vio el diario de su madre en su mano y

en el presente jadeó llevándose la mano al pecho porque


entonces miles de imágenes se sucedieron. Se vio limpiando

escaleras y llorando en silencio porque esa noche no cenaría

porque tenían que pagar el alquiler. Sintió su preocupación por


su niño y como se acariciaba el vientre. Cómo buscando
empleo se acercó a una dama para preguntarle una dirección y
la miraba con desprecio antes de decirle que no se le acercara

llamándola vagabunda. Se vio a sí misma gritando de dolor


mientras paría a su hijo y como Sami cogía su mano diciendo

que ya quedaba poco, que no desfalleciera. Sus ojos se


llenaron de lágrimas cuando le pusieron a su bebé sobre el
pecho. Tan hermoso, el niño más hermoso del mundo. Sintió la

misma felicidad de entonces sabiendo que por él haría lo que


fuera. Hasta renunciar a él para protegerle. Cerrando los ojos

con fuerza sintió que la rabia y el rencor la recorría. La habían


engañado. Ese marido aparentemente enamorado era una pura
mentira. Recordó como el duque le dijo en el callejón que él

era su verdadero padre y un gemido de dolor salió de su


garganta.

—Milady, ¿quiere que llame al médico?

Sorprendida abrió los ojos para ver ante ella a un

hombre que no conocía. Era delgado como Phillips, pero algo


más joven. Intentó controlarse y elevó la barbilla. Era evidente
que su marido y su tío ya no pensaban fingir que no estaban

casados. Aceptarían que era la condesa y se juró a sí misma


que iban a pagar todo lo que le habían hecho y como se habían

portado con ella. Desde el duque hasta el último responsable


del dolor que tenía en su pecho. Forzó una sonrisa. —Querría

vestirme, pero al parecer no tengo vestidos.

El mayordomo parpadeó. —Sus baúles se quedaron en


la finca, milady. La trajeron a toda prisa para que la

atendieran.

—¿No me diga? Que fatalidad, pues entonces necesito

que vayan a por mis cosas y a por mi doncella. La verdad no


sé por qué no se ha hecho antes.

—Su doncella no podía venir, milady. Está a punto de


dar a luz.

—¿Cómo se llama? No lo recuerdo.

El hombre carraspeó. —Shelma, milady.

—¿Seguro? —Frunció el ceño viendo como el hombre


se ponía como un tomate.

—Creo recordar que sí.

—Que extraño. ¿Y qué le ha pasado a Prue?

—¿Prue? Pues no sé, milady.

—Oh…—De repente sonrió. —Pobre hombre estoy


importunándole con preguntas absurdas. Lo hablaría con mi

marido, pero no sé dónde está.


—Ha tenido que salir, milady.

—¿De veras? ¿Teniendo a su esposa prostrada y con


falta de memoria? Eso no es de un esposo entregado.

El hombre ya no sabía dónde meterse.

—Quiero un baño. Oh, y ya que no tengo doncella

Alice me asistirá hasta que esa… Shelma de señales de vida.

—Entendido, milady.

—Y que me traigan mi ropa.

—¿No prefiere que llame a una modista, milady?


Puede ser más rápido para salir del paso.

—Sí, por Dios. Este camisón me pica y quiero algo


más liviano. Empieza a hacer calor.

—Haré que la llamen de inmediato.

—Por cierto, traiga papel y pluma. Quiero escribir unas

cartas.

El hombre palideció. —¿Unas cartas, milady?

—Sí, ¿qué tiene de extraño?

—Nada milady, pero… —Apretó los labios como si no

supiera que hacer. —Enseguida se lo traigo.


—Sí, dese prisa, de repente he sentido la necesidad de
ponerme en contacto con mi padre.

—Como diga la condesa. —Fue hasta la puerta.

—Por cierto, Reynolds. —Este se detuvo a


regañadientes y la miró. Ella sonrió como una niña buena. —

El desayuno estaba delicioso. Dígaselo de mi parte a la


cocinera.

—Se lo diré, milady.

En cuanto salió, perdió la sonrisa de golpe y sus ojos se


nublaron de odio. Estaba claro que los Haywood debían pensar

que era estúpida. Frunció el ceño. ¿Dónde estaría su marido?


¿Buscando a su hijo? Seguro que habían ido a casa de Patrick

para preguntar si había tenido un niño, pero no podrían probar


que el que tenían era el hijo del conde. Solo lo sabrían si ella
confesara, porque Sarah o Sami podían decir que era suyo.

Tomó aire intentando controlar los nervios que sintió en la


boca del estómago. No, a su niño no le tendrían. No se lo

merecían. Miró a su alrededor y en ese momento llamaron a la


puerta. Alice entró con una sonrisa en los labios. —Enseguida
estará el baño, milady. Le traigo el papel y la pluma.

—Gracias. —Alargó el brazo y cogió una figurita de


porcelana que estaba sobre la mesilla. —¿Sabes dónde vender
esto para conseguir dinero?

La doncella que estaba colocando el papel sobre el

tocador se quedó de piedra. —Milady, si me pillan…

Se encogió de hombros como si diera lo mismo. —


Diré que te la he regalado.

Sonrió asintiendo. —Claro que sí, sé dónde venderla,


milady. —Se acercó a la cama. —Pero si necesita dinero… —

Se acercó a la repisa de la chimenea y bajó un plato de plata


con una escena campestre grabada. —Esto será más rentable.

Soltó una risita. —Me vas a ser de mucha ayuda, Alice.

—Eso pretendo, milady.

Comiendo una deliciosa tarta de manzana gimió de


gusto. Hacía año y medio que no comía algo tan exquisito y
sintió que sus amigos no pudieran probarla. Al pensar en su

hijo se le retorcieron las entrañas cuando todo aquello era


suyo. Cuando tenía que haber sido criado entre algodones,

dormía en una vieja y apolillada cuna al ras del suelo. Eso le


hizo perder el apetito del todo dejando media tarta en el plato.
—¿No quiere más, milady?
—Retira la bandeja. —Se abrió la puerta mostrando a
su marido y sonrió radiante. —Querido, estás aquí. —Alargó

los brazos como se esperaría de ella.

Él encantado con su recibimiento se acercó. —¿Has


comido?

—Cielo, eso lo preguntaba yo. Sí, he comido y casi no


me duele la cabeza.

Él cogió sus manos sentándose en la cama y la besó en


los labios antes de mirarlas. Les dio la vuelta. —Están mejor.

—Poco a poco. Todavía no me has dicho que me


sucedió en ellas.

—Una mala reacción a una de esas cremas que usáis


las mujeres.

—Ah… Que extraño —dijo como si fuera tonta.

—¿Qué es extraño, preciosa? —Sonrió y apartó un

mechón rubio de su hombro.

—Que aquí no tengo cremas, ¿las tengo en la finca?

—Sí, las tienes allí.

—¿Me lo llevo todo cuando me voy? Porque no tengo


ni un vestido. ¿No es extraño?
—Tú eres muy tuya para tus cosas y no quieres dejar
nada aquí cuando nos vamos.

—Vaya…—Se encogió de hombros como si diera


igual. —¿Y qué ha pasado con Prue?

—¿Con Prue? Le preguntaré a mi tío. Ahora no lo


recuerdo.

—Pero está bien, ¿no? ¿Y la niña está bien? —


preguntó realmente preocupada por ellas.

—Supongo que sí.

—Marido, no eres de mucha ayuda —dijo molesta.

Berleigh carraspeó incómodo. —¿Qué has hecho esta


mañana?

—Pues he desayunado, me he dado un largo baño…


Me ha pasado algo muy curioso.

—¿Si? —preguntó impaciente—. ¿Has recordado


algo?

—Oh, no. De eso nada de nada, pero tenía el cabello


como pastoso. ¿Hacía cuánto que no me bañaba?

—Se te ensuciaría por el golpe. Sangrabas bastante.

—Pobrecito, debiste asustarte mucho.


—Mucho, me asusté como nunca en la vida, te lo
aseguro.

—Puedo imaginármelo. Si a ti te pasara algo me


moriría. —Sonrió de oreja a oreja. —Menos mal que estamos
bien.

—¿Y qué más has hecho?

—Oh, pues he escrito unas cartas y…

—¿Unas cartas? —preguntó tenso—. ¿A quién has


escrito?

—A mi padre. —Su esposo se quedó de piedra. —He


sentido la necesidad de acercarme a él, ¿no es increíble?
Quizás ha sido el golpe o que he estado a punto de conocer a
mi creador. Al fin y al cabo un padre es un padre, tenemos la
misma sangre y no debemos perder el contacto.

—Preciosa…

—Oh, ¿y también he escrito a la señora Morton?

—¿A quién? —preguntó espantado.

—Espero que le llegue la carta porque no sabía su

dirección exacta, pero se la he enviado a Phillips para que se la


entregue a ella. Phillips es muy eficiente y seguro que no me
fallará —dijo como si no hubiera escuchado su pregunta.
Sus dientes rechinaron. —¿Quién es la señora Morton?

Sorprendida parpadeó. —¿No la conoces? —Se echó a


reír. —Querido, ¿eres tú el que ha perdido la memoria? No te
acuerdas de nadie.

—Ahora no caigo —dijo entre dientes.

—Es la costurera de Haywood. ¿No recuerdas que la


envié a Londres para comprarme lo que necesitaba?

—No la recuerdo, pero sí las escandalosas facturas que


tuve que pagar —dijo molesto—. ¿Y para qué la has escrito?

—Para que venga con mi equipaje y para hacerme un


par de cosillas que necesito.

No pudo disimular su espanto. —¿Qué has dicho?

—Querido, ella me conoce muy bien y la modista que

me ha enviado Reynols no me conocía de nada. ¿Te lo puedes


creer? Le he preguntado a Reynolds cual era mi modista de la
ciudad y no ha sabido responderme. ¿Acaso es nuevo en la
casa?

—No preciosa, lleva con nosotros más de diez años.

—Pues tiene una memoria muy frágil, querido. No sé


si eso es bueno en un mayordomo. —Chasqueó la lengua. —
Bueno, da igual. La señora Morton se pondrá en camino con
todo lo que necesito y lo que no tenga me lo hará aquí. —
Sonrió radiante. —Que pena que no me acuerde de lo que me

trajo de Londres, para que fueran escandalosas esas facturas


tuvo que ser maravilloso. —Berleigh gruñó provocando que
soltara una risita. —¿Y tu tío qué me trajo? —La miró como si
hablara en chino. —De Londres.

—Pues no lo recuerdo.

Eso le hizo perder la sonrisa poco a poco. —¿No lo


recuerdas? Me tienes confundida, pero me tienen confundida
muchas cosas.

—No tienes que forzarte en entender, te dolerá la


cabeza.

—¿Dónde está mi anillo? —Levantó la mano. —No lo


tengo. Berleigh tráeme mi anillo de bodas, porque lo tienes tú,
¿no? ¿Por qué me lo has quitado?

Él perdió todo el color de la cara mirando su mano. —


Lo perdiste.

—¿Qué? ¿Cuándo?

—Hace unos meses, cielo. —Sabreene vio como


intentaba dar una respuesta coherente rápidamente. —En una
merienda en Hyde Park.
Se llevó la mano al pecho de la impresión y mirando al
cínico de su marido sus ojos se llenaron de lágrimas. —¿Lo

perdí? ¿Cómo he podido ser tan descuidada?

—Preciosa no te disgustes, te compraré otro.

—Pero no será lo mismo. ¡Era el anillo de tu tía! —Se


echó a llorar desconsolada y él la abrazó. —El duque debe

odiarme por perderlo.

—No, claro que no. ¿Quieres hablar con mi tío para

que te lo diga él mismo?

—Sí. —Sorbió por la nariz como una niña pequeña. —


Quiero que me lo diga él.

—Muy bien. —Se levantó de inmediato y al ver a la


doncella aún allí con la bandeja en la mano dijo exasperado —

Que venga mi tío.

—Sí, conde. —Salió a toda prisa con los ojos como

platos.

—Esa doncella no me gusta —dijo él.

—¿Alice? —Se limpió las lágrimas. —¿Por qué?

—Se ha quedado escuchando.


—Que mal pensado eres, querido —dijo con segundas

—. Lo que pasa es que no le he dicho que se retirara.

—A veces no hay que decirlo.

—Me cuida muy bien y me gusta. ¿Sabes qué?

Se sentó a su lado de nuevo y le limpió una lágrima


con ternura retorciéndole el alma porque ese gesto le recordó a
como eran antes de la llegada de su padre y que toda esa
felicidad le explotara en la cara. —¿Qué?

Sonrió tímidamente. —Creo que estoy en estado.

Él se quedó de piedra. —¿Qué has dicho?

—Mis pechos están hinchados y tengo la sensación de


que algo en mi cuerpo no está igual.

—Bueno, es que ha pasado año y medio. Has


cambiado.

—¿Crees que es eso? —Hizo como si pensara en ello


antes de negar con la cabeza. —No. Algo en mí me dice que
tengo un niño en mi interior.

—Llamaré al médico de inmediato para que te


reconozca.
Vio en sus ojos que estaba muy satisfecho, lo que

significaba que quería averiguar si había dado a luz. Sonrió


como si fuera tonto. —Querido, eso no se sabrá hasta el mes
que viene. Que pena que no recuerde cuando me viene el
periodo, pero el mes que viene lo sabremos seguro. No hace
falta el médico para nada. —Soltó una risita. —Total, no

podría responder sus preguntas.

—Pero tendrá algún método…

—¿Qué método?

—¡Yo qué sé!

Pasmada preguntó —¿No te alegras?

—¿Cómo no voy a alegrarme, mujer? —preguntó entre

dientes—. Si es lo que siempre hemos querido.

—Claro que sí. Ya decía yo que esos sueños de un bebé


tenían que significar algo. —Sonrió radiante. —Estoy tan

contenta… Al fin está aquí. Es raro que no haya llegado antes


con todo lo que nos queremos, ¿verdad? Pero es cuando quiere
Dios. —Abrió los ojos como platos. —Igual fue para
protegerle de la caída. Como es pequeñito ni lo notó. Los
caminos del señor son inescrutables.

—Sí que lo son, sí.


La puerta se abrió de golpe y el duque entró en la
habitación. —¿Qué ocurre, niña? Me ha dicho la doncella que
estabas disgustadísima.

—Oh, Ernest… He perdido tu anillo. —Se echó a


llorar de nuevo como una magdalena y su marido no salía de
su asombro cuando un segundo antes estaba tan contenta.

—¿Es eso? —El duque se acercó de inmediato. —No


pasa nada. Dragamos el lago, pero fue imposible de encontrar.

—¿El lago?

Su marido carraspeó. —En Hyde Park hay un lago —

dijo antes de fulminar con la mirada a su tío que se sonrojó—.


¿No es cierto, tío?

—Oh, sí…. Uno enorme. Imposible encontrarlo.

Serían mentirosos. —Ernest, lo siento muchísimo. —

Entonces frunció el ceño. —Me he disgustado.

—Sí, preciosa, y no debes hacerlo.

—Entonces cuando lo perdí me disgustaría también.

—Uy, menudo berrinche te cogiste —dijo el tío.

—¿Y no se os ocurrió darme otro anillo?


Se quedaron de piedra y ella miró a su marido a los
ojos. —¿Cómo no me regalaste otro entonces? Hace unos
minutos te ofreciste a regalarme otro. ¿Acaso no lo hiciste en
aquel momento con el enorme berrinche que tenía?

—No lo quisiste —dijo Berleigh rápidamente.

—¿No quería un anillo que simbolizaba nuestra unión?


—dijo como si no se lo tragara—. ¿Un anillo que dice a gritos
que eres mío hasta que la muerte nos separe? ¿Rechacé ese
anillo?

—Fue por el disgusto, te sentías culpable, niña —dijo


Ernest rápidamente.

Miró a uno y después a otro antes de fruncir el ceño. —


Como digáis.

—Preciosa, ¿por qué no duermes un poco? —preguntó


su marido incómodo.

—Sí niña, estarás agotada. Nosotros iremos a comer.

—¿Aún no habéis comido?

—Hemos estado ocupados toda la mañana con el

administrador.

—¿Los dos?
—Sí —respondió su tío.

—Pero si me ha dicho Reynolds que Berleigh había

salido. —Miró a su marido con desconfianza. —¿Dónde has


ido? ¿Tú no tendrás una amante?

—Mujer, ¿cómo se te ocurren esas cosas?

—¡No sé, estás muy raro! ¡Ahora caminas y no haces


cosas de hombre entregado a su matrimonio!

—¿Pero qué dices?

—¡No me ofreciste otro anillo! Y dónde están mis


cosas, ¿eh? ¡Un hombre que ama a su esposa le procuraría
todo lo que necesita! ¡Y ahora me mientes con eso de que no

has estado fuera! —Jadeó llevándose la mano al pecho. —Me


eres infiel. ¡Ya ni duermes conmigo! ¡Esta noche me has
dejado sola! —Se echó a llorar de nuevo. —¡Claro, ahora que
caminas ya no soy importante para ti con todas las damas
hermosas que hay por ahí!

Preocupadísimo por ella cogió su mano. —No hay


mujer más importante para mí que tú.

Sería mentiroso, el muy canalla. Cuando la había


echado de su casa para entregarla al cabrón de su padre… —
¡Mientes! —gritó en su cara—. ¡Tú me engañas!
—Te juro que no he tocado a otra mujer desde que nos
casamos. Si no dormí contigo esta noche es porque te habías
tomado la medicina que te recetó el médico y no quería
despertarte, te lo juro.

—¿De veras? —Su cara de mosqueo decía que no se


creía ni una palabra. —¿Y a dónde fuiste?

—¿Qué?

—Esta mañana, ¿a dónde fuiste?

—Al banco.

—Al banco.

—Sí, niña. El administrador dijo que había un


problema con una cuenta y fue al banco para arreglarlo.

Mira como le ayudaba a mentir. —¿Y cómo van las


tierras de mi madre? ¿Han producido mucho en este año y
medio? ¿Se obtienen buenas rentas? Espero que ese dinero

esté aparte para mi heredera.

—¿Tu qué?

Le miró a los ojos. —La herencia de mi madre pasará a


mi hija mayor, cielo. Como mi madre hizo conmigo.
—Oh… —Miró a su tío de reojo. —No debes
preocuparte por eso.

—Claro que me preocupo. Espero que la casa de Bath


esté en perfectas condiciones. Si estoy en estado, quiero ir a
pasar una temporada allí a hacer los baños.

—Si estás en… —El duque miró atónito a su sobrino.

Sabreene soltó una risita. —Es pronto para saberlo.


Aunque las madres sabemos estas cosas y es casi seguro, tío.
—Suspiró contenta. —Querido, sobre la casa de Bath, ¿crees
que podremos ir para recuperarme del todo allí? Seguro que

con esos baños medicinales lo recuerdo todo.

Él se pasó una mano por la nuca. —Claro que sí, cielo.

Sonrió contentísima. —Estoy deseando llegar. Siento

la necesidad de estar en la casa de mi madre. A ella le


encantaba ese sitio. Iba una vez al año y creo que voy a tomar
esa costumbre.

—Como quieras, cielo. Ahora será mejor que duermas.


Tienes las emociones algo alteradas.

—Eso también es un indicativo de que viene el


heredero, ¿no? —Soltó una risita. —Qué emoción. Al fin un
nuevo Haywood. Tío, no le veo muy emocionado.
—No quepo en mí de gozo.

—Claro que sí. Al fin un heredero para todos vuestros


bienes. Ya no importa si estiráis la pata. —Se tumbó
poniéndose cómoda y suspiró. —Sí, creo que voy a dormir.
Las embarazadas deben descansar. —Cerró los ojos, pero al
segundo abrió uno sobresaltándoles. —¿No me das un beso?

—Sí, por supuesto. —Se agachó a toda prisa y le dio


un beso en los labios. Se mantuvo rígida sin responder porque
no pudo evitarlo. —Que descanses, preciosa.

—Estás muy raro.

—Es por el susto, se me pasará.

—Pues que se te pase pronto y no tenga que pedirte


más besos. Tienen que salir de ti, sino no tiene gracia.

Él sonrió. —Entendido.

Cerró los ojos y cuando el conde se incorporó miró a


su tío muy tenso. Él le hizo un gesto para que salieran de la
habitación. En cuanto cerraron la puerta el duque le miró
escandalizado. —¿Un hijo?

—Shusss… —Le cogió del brazo llevándolo a la

habitación del duque y cerró la puerta. —Habla más bajo.


—¿Cómo que hable más bajo? ¡Va a tener un hijo de
otro hombre!

—Eso no va a pasar —siseó—. ¡Son imaginaciones

suyas!

—No estés tan seguro. Ha tenido sueños. Mi madre


decía que había soñado conmigo antes de parirme.

—Ha soñado con un niño que puede que haya parido


ya.

—Lo has dicho perfectamente. Puede. O puede que no.


—Se llevó las manos a la cabeza. —¿Qué te han dicho en esa
casa? ¿Has hablado con la chica?

Apretó los labios. —No me han abierto la puerta y

como comprenderás no iba a montar un escándalo para que


viniera la policía.

—Estupendo.

—He ido a hablar con un detective para que averigüe si


en esa casa hay algún niño y para que siga a los que vivan allí.

Cuando sepa sus movimientos les interceptaré en la calle.


Tienen que trabajar o prostituirse…

El duque palideció. —¿Crees que nuestra niña…?


Apretó los labios. —No lo sé. —Agotado se sentó en la
cama. —Su situación era desesperada.

—Si vendió el anillo ha debido tener para una


temporada.

—No había salido de la casa de su padre en la vida.

¿Crees de veras que cuando llegó a Londres habría sabido


dónde vender el anillo? Seguro que se lo robaron.

—¡Dios mío, por todo lo que ha tenido que pasar!

Apretó las mandíbulas. —Por mi culpa, dilo.

—¡Sí, por tu culpa! Ella lo dio todo por ti, quiso salvar
a su marido y tú la tratas así —dijo furioso. Le miró fijamente
y al ver la culpa en su rostro apretó los labios—. Si está en
estado lo tomarás como propio. De todas maneras si hay otro
niño ese sería el heredero.

—Es lo que pensaba hacer. Y deja de improvisar. ¿El


lago?

—Me cogió por sorpresa.

—Joder, nos va a pillar.

—Eso si no le vuelve la memoria.

—Ha escrito a su padre.


El duque no se lo podía creer. —¿Y la has dejado?

—¡Lo ha hecho esta mañana! ¡Yo no estaba!

—¿Acaso Reynolds es idiota? ¿Por qué no me ha


avisado? —Furioso fue hasta el llamador y tiró del cordón con
tal fuerza que se quedó con él en la mano. Chasqueó la lengua
tirándolo a un lado. —Tenemos que evitar que sepa que está
viva. Hay que interceptar esa carta.

—La casa de Bath, su herencia… Joder, se lo entregué


todo a ese cabrón. Cuando me lo reclamó se lo di con gusto y
firmé todo lo que me pidió para perderle de vista y que no
manchara el nombre de mi padre.

—Tu esposa se pondrá contentísima cuando lo sepa. Y


cuando se entere de que quemaste el cuadro de su madre… No
quiero imaginarme su disgusto.

—¡En aquel momento no sabía donde estaba mi esposa


y creía que con esa huida me daba la razón! ¡Había leído una
parte del diario donde hablaba de ti y estaba convencido de
que nuestros padres habían sido amantes! ¡Cómo querías que
me lo tomara! Si su madre no te hubiera llamado como al
mío…
—¡Le hizo gracia que los dos hermanos
compartiéramos el nombre de Nathaniel! ¿Qué quieres que te
diga? En aquel momento me sonrió y le dije que podía
llamarme como quisiera. ¡Me dijo te llamaré Nat y me pareció
perfecto! Además si le escribía una nota no tenía que poner
Ernest y ella se sentía más segura porque sabía que su marido
no daría conmigo.

—¡No, dio con tu hermano!

—Esta discusión ya no nos lleva a ningún lado.


Tenemos que buscar soluciones. Ya puedes ir comprando una
casa en Bath y cuanto antes. Ella no la ha visto nunca, no sabe
cómo es. Compra una y di que es suya. Dale dinero y di que
son de sus tierras. Por cierto yo iría comprando tierras por si
quiere visitarlas.

Entrecerró los ojos. —Buena idea.

Llamaron a la puerta. —Adelante.

La doncella que atendía a su esposa entró. —¿Quería


algo, duque?

—Que venga Reynolds.

—Sí, milord.

Salió a toda prisa, pero Berleigh entrecerró los ojos.


—¿Qué ocurre?

—Tengo la sensación de que esa doncella nos espía.

—No digas tonterías, ¿por qué iba a hacer tal cosa?

—Es la doncella principal ahora. No es tarea suya ir a


llamar a nadie.

—Berleigh estás paranoico.

—¿Lo estoy? Pues ya que tienes todo tan claro dime


qué tengo que decirle a mi esposa cuando pregunte por Prue.

Él parpadeó. —¿Qué?

—¡Ha preguntado por su doncella! Le he dicho que no


me acordaba de ella, pero…

—¿Por qué has dicho eso?

—¿Qué querías que dijera? ¿Que ahora es tu amante y


que vive como si fuera una duquesa en Haywood? ¿No crees
que le resultaría raro? —Llamaron a la puerta. —Pase hombre,
¿no ve que le estamos esperando?

Reynolds pasó de inmediato. —¿Milord?

—Dígame que no ha enviado esas cartas.

—Por supuesto que no, milord. —Las sacó del bolsillo


interior de su traje negro. —Aquí las tiene.
El conde suspiró del alivio. —Bien hecho, Reynolds.

—Milord, su esposa hace preguntas muy difíciles.

Mirando los remitentes dijo distraído —¿Cómo qué?

—Me ha preguntado por sus cosas, milord. Que cómo


no se habían traído de inmediato. Que dónde estaba su
doncella. Entonces me preguntó su nombre porque no lo
recordaba. Yo por supuesto no la conozco, así que dije que
estaba en estado a punto de dar a luz y se llamaba Shelma.
Que esa era la razón por la que no había venido.

Pusieron los ojos en blanco.

—¿He hecho mal?

—¡Sí! —contestaron a la vez.

—Oh, ya me lo imaginaba porque cuando me preguntó


por Prue parecía confundida.

—Pobrecita, la vamos a volver loca —dijo el duque.

—Tranquilidad, todo puede cuadrar. Le diré que no se


lo he dicho antes para no avergonzarla, pero que Prue es tu
amante y que ahora la atiende esa Shelma. ¡Qué está en estado
a punto de parir gracias a Reynolds!
El duque frunció el ceño. —Sí, pero decirle que tengo
otra amante… —Su sobrino le fulminó con la mirada. —¡No
quiero que piense mal de mí!

—Si se va a enterar igual. ¡Porque tu amante no es que


sea muy discreta precisamente!

El duque se sonrojó. —¿Crees que debería trasladarla a


una casa en el pueblo?

El mayordomo carraspeó.

—Oh, sí… Retírese Reynolds y no responda a más


preguntas. Que se las haga a su marido que es tan listo.

—Muy gracioso —siseó—. Intentemos ajustarnos lo


máximo posible a la realidad, ¿quieres?

Un grito espeluznante les hizo correr a la habitación de


la condesa. La doncella gritó pidiendo ayuda. Berleigh entró
en la habitación como una tromba mientras su esposa con las
manos en la cabeza arqueaba la espalda con fuerza. —¡Llamad
al médico! —ordenó sobre sus gritos que ponían los pelos de

punta. La cogió por los brazos. —Sabreene, ¿qué te ocurre?

Su mujer gritó de nuevo intentando incorporarse y


puso los ojos en blanco antes de caer desplomada sobre las
almohadas. —¡Sabreene! —Asustado se acercó a su rostro y al
no sentir su aliento se agachó para escuchar el sonido de su
corazón. Suspiró del alivio cerrando los ojos. —Su corazón
late.

—Dios mío, ¿qué le pasa?

—Se ha desmayado. Del dolor obviamente.

La doncella sollozó. —Entré a ver si estaba bien y


murmuraba en sueños. Y de repente…

El conde se volvió levantándose. —¿Murmuraba?

—Sí, algo sobre su padre, que no le pegara más.


Lloraba. Hablaba como una niña. Entonces le llamó a usted,
milord. Parecía desesperada porque le ayudara. No me eches.
Berleigh, me matará, repetía una y otra vez. Entonces gritó —
La muchacha sollozó. —Jamás he oído un grito como ese.
Como si le arrancaran el alma.

Berleigh se llevó las manos a la cabeza volviéndose y


el duque dijo —Dejadnos solos hasta que llegue el médico. —
Cuando salieron observó como su sobrino apoyaba las manos
en la repisa de la chimenea. —Está empezando a recordar.
Aunque sea en sueños.

—Lo sé. —Tomó aire volviéndose hacia él. —Es algo


que tendré que afrontar.
—Si hablaras con ella ahora…

—¿Para decirle qué? ¿Que la defraudé? ¿Que la


abandoné a su suerte sabiendo, porque ella me lo había
advertido, que su padre la mataría? ¿Que en aquel momento
me daba igual? ¿Qué clase de persona soy que tengo delante
de mí a mi esposa rogándome por su vida y la echo de mi
lado? Es lógico que huyera, no tenía más opciones. Era eso o
la muerte. ¿Le digo eso, tío? ¿Que huyó por salvar su vida y
que no la encontramos en año y medio por mucho que la
buscamos? ¿Piensas que me creerá cuando le diga que la

busqué? ¿Por qué iba a hacerlo? Sabreene cree que no la


amaba, que la despreciaba, porque la creía mi hermana y
porque me creí las mentiras de su padre cuando a ella la
conocía mil veces mejor. No tengo excusa y cuanto más
tiempo tenga para intentar convencerla de que no he podido
olvidarla, para que crea que la amo, más probabilidades tendré
de que me perdone y no pienso desaprovechar la oportunidad.

Su tío miró a Sabreene que estaba pálida, pero parecía


que descansaba plácidamente. —No quiero que sufra más.

—Desgraciadamente si recupera la memoria lo hará y


es algo que no podremos impedir por mucho que lo deseemos.
Capítulo 9

El doctor cerró la puerta mirando a los lores que


estaban esperando en el pasillo, lo que demostraba su

impaciencia. —He hablado con ella y está bien. No parece


afectada por el episodio que me han contado.

—Gritó de manera horrible como si le doliera


muchísimo —dijo Ernest.

—No niego que tuviera la pesadilla, de hecho los


sueños pueden vivirse de manera muy real, pero ahora le duele
la cabeza mucho menos que ayer y parece estar bien. Igual
algo de su memoria quiere salir a la luz. El cerebro humano

todavía es un misterio, pero no deben preocuparse, la condesa


está mucho mejor.

—¿Cree que tardará mucho en recuperar la memoria?


—Una vez me hablaron de un paciente que no la
recuperó nunca. Y estudié un caso cuando era joven de una
mujer que solo recordaba lo que había hecho las últimas seis
horas. Pero eso no es lo habitual. Creo que el tema de los
sueños es un indicativo de que pronto volverá a ser la de
siempre —dijo sonriendo—. Sí, creo que es una muy buena
señal.

—Gracias, doctor.

—No duden en llamarme si creen que hay algún


problema —dijo antes de seguir al mayordomo.

—No me queda tiempo —dijo Berleigh desesperado.

—Hijo, compra la casa de Bath cuanto antes. Tendrás

que intentar compensar los daños que has causado.

Berleigh asintió antes de ir hacia la puerta y abrir para


sonreír a su esposa que ni se daba cuenta de que había entrado

porque miraba el dosel de la cama como si estuviera sumida en


sus pensamientos. Y lo estaba. Esa pesadilla la había

inquietado. Había sido tan real, había sentido de nuevo el

dolor como si estuviera otra vez en la habitación de Berleigh


año y medio antes.

—Hola, preciosa.
Sonrió disimulando y alargó la mano hacia él. Se la
cogió de inmediato sentándose a su lado. —Al parecer has

tenido una pesadilla.

—No es nada, estoy bien. ¿Te he asustado?

—Un poco. —Se apoyó en el codo y con la mano libre

apartó un mechón de su sien. —Pero ya ha pasado. ¿Recuerdas


qué soñabas?

Miró al dosel de nuevo. —No, pero me ha dejado un

mal sabor de boca.

—¿Quieres un caramelo?

Soltó una risita. —Muy gracioso, conde.

Él sonrió. —Me encanta verte reír.

Se le cortó el aliento. —¿De veras?

—Cuando te conocí pensé que tenías la risa más

embriagadora que había escuchado nunca.

Se volvió para ponerse de costado y mirar sus ojos. —

¿Y qué más pensaste?

—Que eras hermosa. Muy hermosa.

—Cuando te dije que era tu esposa no te lo podías


creer. Menuda faena te hizo tu tío.
—Ese día la dicha entró en mi alma.

Sabreene perdió la sonrisa poco a poco sin poder

evitarlo. Era un maldito mentiroso. —Tuve una suerte enorme

de que tu tío me eligiera para ti.

Él frunció el ceño. —Eh… ¿qué te ocurre?

—Nada.

—Pareces triste.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Me siento triste. —

Se puso boca arriba. —Será esa pesadilla que me ha alterado


el cuerpo.

Él observó su perfil y vio como una lágrima caía por su

sien. —¿Recuerdas la pesadilla?

—No. Ya me lo ha preguntado el médico, pero no he

sido capaz de recordarlo. —Se quedó en silencio unos

segundos. —Es increíble como puede cambiarte la vida en un


instante. De repente eres feliz, lo tienes todo y algo lo cambia.

—Sonrió con tristeza. —Pero tú lo sabes bien, ¿no? —Volvió

la cara hacia él. —No me has contado cómo volviste a

caminar. ¿Qué sentiste?

—Preciosa, lo recordarás pronto. No quiero forzarte.


Mira que listo. —Igual así recuerdo antes. ¿Te ha dicho
el médico que no hables de nuestro pasado?

Él negó con la cabeza. —No, no me lo ha dicho.

—¿Pues a qué esperas? ¿Cómo fue?

Entonces los ojos de Berleigh brillaron como si se le

hubiera ocurrido una gran idea y Sabreene esperó la mentira

que saldría de su boca. —Estábamos jugando.

—¿Tú y yo?

—Sí, mi tío todavía no había regresado de Londres. Tú

te escondías y yo te tenía que buscar.

—Jugábamos al escondite.

—Sí. Pero tuviste la genial idea de abrir la ventana de


la sala rosa para salir al jardín y darme un susto cuando no te

encontrara. Y menudo susto me llevé que de la preocupación

que tenía porque habías desaparecido ordené que los hombres

hicieran una batida.

—Vaya, sí que debías estar asustado —dijo


aparentando impresión.

—Iba a dar instrucciones a los hombres que esperaban

a caballo y al bajar la rampa que habías ordenado hacer para la

silla, esta se inclinó y caí sobre la graba. Fue ahí cuando moví
el pie al intentar incorporarme. No sé, debieron ser los nervios

que estaba pasando.

—Así que si volviste a caminar en parte es gracias a mí


—dijo maliciosa.

A Berleigh se le cortó el aliento y asintió acariciando

su mano. —Sí, preciosa. Tú me cambiaste la vida.

Y más que se la iba a cambiar. —¿Y qué hacía yo?

—¿Tú? —preguntó sin entender.

—Mientras todo el mundo me buscaba, mientras esos

hombres se subían al caballo, ¿qué hacía? ¿Miraba como una

tonta y me reía por tu preocupación? No es propio de mí —


dijo entre dientes.

—Oh, pues… Te quedaste dormida en la terraza.

—¿No mirasteis en la terraza por si estaba allí antes de

hacer la batida?

Él juró por lo bajo. —Pensaba que sí, pero… Cosas

que pasan.

—Sí, pero fue para bien. —Sonrió como una niña

buena mientras sus dientes rechinaban. —¿Y qué fue lo que te


dijo el médico? ¿A qué se debió tu recuperación?
—Preciosa, ¿no estás cansada?

—Pero si me acabo de despertar. Cuéntamelo, así


estaré entretenida.

—Se debió al periodo de descanso, cielo. Fuera lo que

fuera lo que tuviera mal, después del periodo de descanso se


recuperó.

—A saber desde cuando podrías haber caminado si no


hubieras sido tan derrotista. Seguro que aquella cama de

ejercicios te hubiera venido bien desde el principio. —Escuchó


como sus dientes rechinaban y ella le dio palmaditas en la
mano como si no tuviera remedio. —Pero qué se le va a hacer,

tu carácter es así. Siempre eres muy cabezota, querido. Un


defecto enorme que debes intentar corregir. Se te mete una
idea en la cabeza y es muy difícil hacerte entrar en razón.

Gritas y gritas… —Bufó como si estuviera exasperada de esa


actitud. —No me escuchas y el tiempo siempre me da la razón.

Él gruñó sin ningún disimulo y ella levantó una ceja.


—¿Acaso no tengo razón?

—Sí, preciosa. Tienes toda la razón del mundo.


Intentaré corregirme.
Sonrió radiante como si le hubiera regalado la luna y

de repente dijo —Quiero levantarme. Quiero asistir a la cena.


Que pena que no tenga un vestido.

—Sabreene, el médico dice que debes descansar.

—Pero en la cena no me agotaré. Estoy harta de comer


sola. —A eso él no pudo decir nada y Sabreene sonrió. —Qué

pena que no esté aquí ya la señora Morton con mis cosas.

—Querida, tardará en venir. Tendrás que hacerte

vestidos aquí.

—Sí, parece que no habrá más remedio. Haré que

mañana vuelva esa mujer. Uff, tendré que pedirle de todo.


Saldrá caro, querido. Muy caro.

—No te preocupes por eso.

—No me preocupaba. Tú eres mi marido y tienes que


procurarme lo que necesito —dijo dejándole perplejo—. Lo

que me inquieta es que dentro de unos meses tendré que


hacerme otro vestuario por el bebé y después de dar a luz otro
porque mi cuerpo no quedará igual. Qué fortuna.

—No pasa nada —dijo entre dientes.

—Y querido, tienes que ir al joyero. No tengo de nada.

No puedo salir de casa sin ninguna joya. O mejor, haz que


venga y las elijo yo. Que pena no tener las joyas de mamá

aquí. —A Berleigh se le cortó el aliento. —¿Qué ocurre? —


preguntó teniendo un mal presentimiento—. ¿Ha pasado algo

con las joyas de mi madre?

—No, cielo.

—¿No? Pues has puesto una cara… Están en


Haywood, ¿no? Como todas las demás que seguramente me
has regalado.

Berleigh apretó los labios levantándose y dándole la


espalda. —Sufrimos un robo hace unos meses y se las

llevaron.

Jadeó de la sorpresa. —¿Qué has dicho?

—Se las llevaron todas, preciosa.

Ni la miraba y eso la puso alerta porque si hubiera sido


un robo de verdad no tendría por qué eludirla. Él la miró de

reojo y al ver lo pálida que estaba se acercó de nuevo. —Pero


no te preocupes, te compraré más.

—No serán las de mi madre. Las que me legó. —Se


quedó unos minutos en silencio y entrecerró los ojos. Su

padre… Después de hacer todo el daño que había podido se las


había llevado. Seguramente amenazaría a Berleigh con revelar
el secreto y este habría hecho lo necesario para que no saliera
a la luz entregándole su herencia. Se le retorcieron las entrañas
al pensar qué habría sucedido con la casa de Bath. —Así que

se las llevaron todas… Bueno, al menos tengo la casa y las


tierras. —Sonrió apenada. —Es una casa preciosa, ¿sabes?
Tiene un gran jardín rodeándola y una gran fuente en la parte

de atrás. Mi madre en su diario decía que era la casa más


bonita de la zona.

—¿La describía? —preguntó pasmado.

—Oh, sí… Con detalle. Pero yo ya la conocía antes de

leer el diario. Hay un cuadro de ella en la casa de mi padre. En


la sala de costura encima de la chimenea. Rayos, se me olvidó
cogerlo al irme. Bueno, al menos tengo su retrato. —Al ver su

cara de angustia se tensó. —Porque tengo su retrato, ¿no?


¿También lo robaron? ¿Para qué iban a querer su retrato? —

gritó perdiendo los nervios.

—Se quemó.

Sabreene no pudo disimular su asombro mientras el


dolor se instalaba en su pecho. Se lo habían quitado todo.

—Un pequeño incendio en la chimenea y las llamas

llegaron hasta él. No pudo recuperarse.


—¿Se quemó?

Él apretó los labios asintiendo y la rabia la recorrió de

tal manera que al intentar controlarse sus ojos se llenaron de


lágrimas. —¿La he perdido?

Angustiado se sentó a su lado. —Lo siento, preciosa.

Le miró como si no le conociera y él intentó tocarla,


pero se apartó sin poder evitarlo. —¿Sabreene? Haré que

hagan otro.

—¿Cómo? —gritó—. ¿Acaso tienes otro cuadro para

replicar?

—Sé que es un disgusto, pero… ¿Y si hacemos uno


tuyo? Será casi igual.

Le miró como si fuera la causa de todos sus males y


Berleigh apretó los labios. —Sí, es una estupidez.

—Sí, querido… Es una estupidez supina. Empiezo a


pensar que me tenías engañada y que no eras tan inteligente

como parecías.

—Sabreene, ¿pero qué dices?

—¡Déjame sola! —gritó fuera de sí porque siguiera


fingiendo. Se echó a llorar volviéndose y se tapó la cara con la
almohada sin poder evitar llantos desgarradores.
Berleigh apretó los puños impotente porque esas
lágrimas eran culpa suya. Todo era culpa suya. —Preciosa no

llores.

—Vete. —Entonces se dio cuenta de algo y apartó la


almohada para mirarle sobre su hombro. —Dime que aún los

tiene.

—¿El qué? ¿Quién?

—¡Los diarios de mi madre! ¿El duque aún los tiene?

—Los diarios de tu…

Sabreene se levantó a toda prisa y corrió hacia la


puerta. —¿Qué haces? —gritó su marido al verla bajar por las

escaleras.

—¡Ernest!

El mayordomo la interceptó en el hall. —Milady


debería volver a la cama.

—¿Dónde está el duque? ¡Ernest!

—Estoy aquí —dijo saliendo de una sala con el


periódico en la mano—. ¿Qué ocurre, niña?

—¿Dónde están? —preguntó angustiada—. Los tienes


tú, ¿verdad? ¿Aún los tienes?
—¿El qué, niña?

—¡Los diarios de mi madre! —gritó pálida como la


muerte—. ¿Aún los tienes?

—Los diarios de tu…—Miró a Berleigh que estaba tras


ella y su rostro no podía disimular la preocupación que sentía
por su esposa.

—¿Los tienes? —gritó exigente—. ¡Ve a buscarlos, los


quiero conmigo! —Se echó a llorar. —¡Es lo único que me
queda de ella!

Berleigh tras ella la cogió por los brazos. —Preciosa


cálmate.

—¡Déjame! —Furiosa se apartó mirando al duque. —


¿Dónde están?

—Sabreene cálmate, están en Haywood.

Escuchar esas palabras fue tal alivio que casi se


desmaya. —¿De veras?

—Haré que vayan a buscarlos de inmediato. Tranquila


que están muy bien cuidados. Están en mi despacho bajo llave.

Sollozó del alivio y su marido sin soportarlo más la

cogió en brazos. —No te disgustes. Tienes los diarios.


Le miró a los ojos como si estuviera viendo a un
desconocido y Berleigh se detuvo en seco descubriendo la
verdad en su mirada. Sabreene fue consciente de que ya no

tenía sentido fingir y en sus ojos se mostró el odio que le


profesaba. —Preciosa…

—Déjame en el suelo.

—Sabreene, yo…

—Déjame en el suelo, hermano.

—¿Es que has perdido el juicio? ¡Fuera! —gritó el


duque al servicio que salió despavorido.

Berleigh muy tenso no la soltó. —Necesitas descansar.

—Déjame en el suelo. ¡Me repugna que me toques! —


gritó en su rostro, pero como no la soltaba empezó a pegarle.

—Sabreene, por Dios —dijo el duque espantado.

Su marido no se protegió ni la soltó y cuando vio la


sangre en su labio no sintió ningún remordimiento tirándole

del cabello. —¡Te odio!

—Lo entiendo. —Empezó a subir las escaleras

mientras ella pataleaba intentando soltarse.


—¡Suéltame! —Cuando la dejó sobre la cama
Sabreene se revolvió y él la cogió por los brazos sin esfuerzo

reteniéndola. —¡Déjame!

—Te vas a hacer daño —dijo suavemente.

Esa frase le robó el aliento y se miraron a los ojos


durante varios segundos. —No tengo excusa a mi
comportamiento contigo. No tengo excusa para lo que te hice

y las consecuencias de esos actos. No me quiero imaginar el


miedo que pasaste y lo que tuviste que hacer para sobrevivir.
Pero ahora estás aquí, eres mi esposa y lo sobrellevaremos lo
mejor posible.

—Te voy a hundir. A ti y a tu tío. Destruiré todo lo que


aprecias. Y te juro por lo más sagrado que no pararé mientras
que quede un aliento de vida en mi cuerpo. Vas a rogar a Dios

porque te quite esa vida que yo salvé, te lo juro por mis


muertos, pero sobre todo te lo juro por mi madre que está bajo
tierra. Lo pagaréis. Lo pagaréis todos.

—Santa madre de Dios —dijo el duque—. Pero niña,


¿qué dices?

Rio de una manera que les puso los pelos de punta. —


Al parecer padre tiene algo que decir.
—Niña, puede oírte alguien.

—¿Y?

Berleigh muy tenso la soltó poniéndose en pie y


Sabreene rio aún más por las expresiones de sus rostros. —
¿Teméis un escándalo? ¿Por qué papaíto? —Se sentó
tranquilamente. —Sí, puede que si la buena sociedad se
enterara de este desafortunado matrimonio entre tu hija

bastarda y tu queridísimo sobrino se sorprendieran, pero


somos primos, tampoco es para tanto. Mira a la reina, está
casada con uno. Pero puede que sí les escandalizara que mi
marido fuera mi hermano…

—¡Eso es mentira! —dijo Berleigh.

—¿Lo es? Pero si me echaste de tu casa cuando te


enteraste, cielo. Tenías que estar muy seguro de ello para hacer
algo así.

—Mi tío diría la verdad.

—¿La diría? Pero es que yo poseo el diario de mi


madre que dice la verdad, ¿no? —Se quedaron de piedra. —
Donde mi madre de su puño y letra dice que Nath es mi padre.
Como tú mismo me dijiste aquella noche, maridito, así
llamaban a tu padre. ¿Crees que alguien dudaría de mi
paternidad? —Sonrió como una niña buena.

—¿Piensas utilizar la mentira de tu padre contra


nosotros? —preguntó el duque sin salir de su asombro.

—¿Acaso no la utilizó mi marido contra mí? —Miró a


Berleigh. —¿Acaso no me repudiaste por ella? Es justo que te

pague con la misma moneda.

—Preciosa…

—¡No me llames así! —gritó furiosa—. A partir de


ahora las cosas van a cambiar mucho, maridito. Ahora
dejadme sola, tengo mil cosas que hacer. ¡Alice!

La doncella entró en ese momento poniéndose ante la


cama. —¿Si, condesa?

—Que traigan a esa modista de inmediato. Supongo


que interceptasteis las cartas, ¿no? —preguntó con burla.

Su marido asintió muy tenso. —Eso me temía. Bueno,


da igual —dijo resuelta—. Alice arréglalo.

—De inmediato, condesa de Breinstong.

Su marido apretó los dientes viéndola salir. —Al


parecer has sabido ganarte su lealtad.
—¿Lealtad? Sí, al parecer me la he ganado. Es una

pena que en el pasado no me hubiera ganado la tuya. Ahora


desaparece de mi vista. ¡Fuera los dos!

Muy tensos salieron de la habitación y cuando cerraron

la puerta se miraron. —Hijo, vamos al despacho. Tenemos que


hablar.

—No, esa no —dijo descartando la tela—. Quiero


bellezas. Que cuando me miren se queden con la boca abierta.

—Pudo ver la avaricia en los ojitos de la modista. —¿Acaso


usted no tiene lo que necesito?

—Por supuesto que sí, milady. Sedas de Italia, encaje

de Bruselas… Pero todas esas telas son carísimas, milady.


¿Seguro que su marido dará el visto bueno?

—¿Mi marido? —preguntó divertida—Por supuesto


que sí. Besa el suelo por donde piso.

—Como debe ser —dijo la doncella sin perder detalle.

—Oh, por cierto. A Alice hay que hacerle dos vestidos


de paseo con todo lo necesario. Si va a salir a mi lado no

quiero que lleve ese uniforme de doncella. Me saca de quicio.


—Por supuesto, milady.

Los ojos de Alice brillaron. —Gracias, condesa.

Le guiñó un ojo antes de coger una de las telas de


muestra. Le gustaba, era en un verde intenso que quedaría muy
bien en un vestido de noche. —Esa no, milady —dijo la

doncella—. He oído cosas de ese color verde.

—¿Qué cosas?

La modista se sonrojó. —Son rumores, milady.

—No mienta a la condesa. Una familia perdió a todos


sus hijos por tenerlos durmiendo en habitaciones empapeladas
de ese color.

Impresionada se llevó la mano al pecho soltando la


tela. —¿Qué dices? ¿Qué tendrá que ver el color?

—Se rumorea que para que tenga ese color tan vívido
se hace con arsénico y eso mata. ¿No es cierto, señora
Plumbert?

—Solo si se ingiere. Su doncella dice disparates. Es


una de las telas más de moda en mi tienda. Todas las casas
elegantes empapelan de ese color. Y esos niños murieron de

difteria, milady. Es que su madre se puso histérica y le echó la


culpa a la habitación como si tuviera una maldición. Perdió la
cabeza la pobre mujer.

—Pues he oído que una mujer que se puso un vestido

de ese color empezó a perder el cabello a mechones —dijo su


doncella sin bajarse de la burra.

—Estaría enferma de otra cosa. Deje de asustar a la


condesa.

—No se fie, milady. No son las únicas historias que he


oído. Puede que esté de moda, pero yo no la querría ni aunque
me la regalaran.

Parecía realmente preocupada. —Descártela, hay


colores de sobra como para arriesgarse. Además eso del
arsénico me ha inquietado. ¿A quién se le ocurre usar un
veneno para fabricar un color? Inconcebible. —La doncella
sonrió mientras la modista la fulminaba con la mirada, pero

Sabreene las ignoró y cogió una muselina azul claro.

—Oh, ese quedará maravilloso con unas flores en los

bajos, condesa.

—Sí, no me desagrada… —La levantó viéndola bien a

la luz cuando la puerta de la habitación se abrió mostrando a


su esposo. —Oh, querido…—Se acercó de inmediato y le
cogió del brazo. —¿Me has echado de menos? —preguntó
amorosa dejándole pasmado—. Sí, seguro que has sufrido
cada segundo separados. —Él entrecerró los ojos. —Déjame
que te presente a la mujer que va a dejar tu bolsa vacía, mi
modista la señora Plumbert.

—Mucho gusto, conde —dijo la mujer haciendo una


reverencia.

—Le he dicho que no pondrías pega a la escandalosa


factura que seguramente te presentará en unas semanas.
¿Verdad amorcito?

Él gruñó. —Por supuesto que no, mi amor.

Esas últimas palabras fueron como una patada en el


estómago y soltó su brazo. —Bien. ¿Querías algo?

—Ver como estabas. —Entonces sonrió. —Ya sabes


que el doctor ha dicho que ese golpe tan fuerte que te llevaste
en la cabeza puede que te altere las ideas y el ánimo.

Ahora quería hacerla pasar por loca ante todos. Sonrió


radiante y le acarició la mejilla. —¿Ha visto como me ama mi
esposo? —Le dio una fuerte palmadita. —Es que no puede

vivir sin mí. Se moriría antes de que me pasara nada.


—Como debe ser, milady —dijo la modista que tenía
una pinta de cotilla que no podía con ella.

—Por supuesto que sí. Mi cielito… —Le dio otra


palmada en la mejilla. —No debes preocuparte, aparte de este
horrible morado estoy bien. Y mis ideas como mi ánimo están
perfectamente. ¿Verdad Alice?

—Por supuesto, condesa. Tiene una lucidez envidiable.

Sonrió volviéndose y él gruñó por lo bajo. —Oh…—


Se volvió con una tela. —¿Te gusta?

Le retó con la mirada y este entrecerró los ojos antes de


contestar —Me encanta, preciosa.

Soltó una risita. —Este hombre. Para él siempre estoy


bien. Vete querido, que me distraes.

—Tengo algo que decirte.

—Oh…—El muy cabrito había aprovechado a que


estuviera la modista para que no le echara de la habitación. —

¿Le importa, señora Plumbert? Debe ser importante.

—Sí, por supuesto.

—Alice acompáñala.
La chica la miró como preguntándole si estaba segura y
ella asintió. Y no era para menos su preocupación, porque si su
marido la mataba nadie se molestaría en investigarlo. Morían
mujeres a manos de sus maridos todos los días y buena prueba

de ello había sido su madre, a la que habían enterrado y punto


dando por buena la versión de su esposo, aunque todo el
servicio debía saber la verdadera razón de su muerte. Pero
claro, si hablaban se jugaban el cuello como ella se lo estaba
jugando en ese momento, pues estaba segura de que los

Haywood intentarían que no se saliera con la suya.

Cuando se quedaron a solas puso los brazos en jarras.


—¿Qué? ¿No ves que estoy ocupada?

—Creo que tenemos mucho de lo que hablar —dijo


tenso.

—Yo ya no tengo nada que hablar contigo. —Sonrió


maliciosa. —Háblalo con tu tío. Vosotros os entendéis muy

bien.

—Él no ha hecho nada.

—¿No? ¿Acaso no tuvo relaciones con mi madre y la


enamoró? ¿Acaso no dejó que su marido la reclamara y dejó
que la matara? La única que protegió lo que quería fue ella.

Primero ocultando el nombre de su amante y después


protegiéndome a mí hasta mi nacimiento. Fue una pena que el
conde encontrara ese diario. Una pena que mi madre pagó con
su vida. —Dio un paso hacia él. —Es una pena que no me
matara a mí también. Seguro que tuvo que contenerse, de él no

se ríe nadie. Pero claro tenía planes para mí. Tenía que
vengarse de tu padre por la cornamenta. Seguro que se frotó
las manos cuando el duque se puso en contacto con él. No
debía creer la suerte que tenía. Bueno, fuera como fuera ya
tenía su objetivo que era casarme con mi hermano para

después dar la estocada final. —Entrecerró los ojos dándose


golpecitos con el dedo en la barbilla. —Pero no, él debía
querer algo más… Algo que deseara aparte de devolverme a
casa para liquidar el asunto. ¿Qué era, cielo? ¿Qué tuviste que
darle para que cerrara la boca? ¿Mi herencia? El hombre que
me crió es sibilino. —Puso un dedo en la barbilla como si
estuviera pensando. —No se conformaría con eso… No, tuvo
que ser algo más. ¿Qué fue, querido? No puedo imaginármelo.

—Mi casa de Londres —respondió muy tenso.

Se le cortó el aliento. —¿Qué has dicho?

—Se quedó mi casa de Londres, donde me crie. De


hecho ahora mismo está en ella disfrutando de lo que era mío.
Es irónico que quisiera el sitio donde piensa que empezó todo.

Pero al parecer tu padre no tiene escrúpulos.

—No es que tú tengas muchos tampoco —dijo con


burla tensándole aún más—. Pobrecito, ha perdido la casita de
sus padres… Si me hubieras creído a mí, eso no hubiera
pasado. —Se echó a reír. —Que listo es el conde. Mucho más
que tú, eso es evidente. —Dio un paso hacia él. —No se puede
ser más estúpido. ¿Crees que hubiera dicho una sola palabra

sobre mi nacimiento? Te equivocas.

—¡Me amenazó porque habías desaparecido! ¡Dijo que


llamaría al alguacil!

—Claro, porque quería recuperarme


desesperadamente. ¿Y no sospechaste cuando me cambió por

la herencia de mi madre y la casa?

—En aquel momento no es que pensara mucho. ¿No


puedes entender que estaba superado por lo que había
ocurrido?

—¿Y cuándo te diste cuenta del engaño? —Él

enderezó la espalda y ella se echó a reír. —Entiendo, no lo


supiste hasta que te lo reveló tu tío, ¿no es cierto? —Rio con
ganas. —Marido, no me quiero ni imaginar tu cara cuando te
dijo que todo era mentira. Menudo berrinche tuviste que coger.
La cogió por los brazos pegándola a su pecho y siseó
—Ni se te ocurra reírte de mí.

—¿Por qué no si es lo que hacen otros? —Levantó la

barbilla sin mostrar temor. —Venga, pégame para hacerme


entrar en razón.

Dio un paso atrás y se llevó las manos a la cabeza. —


Yo jamás te pegaría.

—¡No mientas, eres como él! ¿Pero sabes qué? Que

por mucho que intentes doblegarme no podrás conmigo. Ya


me hiciste todo el daño que pueda hacerse a una persona, así
que unos golpes ni los notaría —dijo con desprecio antes de
sonreír maliciosa—. Vamos… pregúntame lo que quieres
saber. Es lo único que te importa en este momento y por lo que
has venido. Al fin y al cabo es lo único que le importaba a tu
tío y la razón de este matrimonio. Pregúntamelo.

Dejó caer los brazos y pálido preguntó —¿Lo tuviste?


¿Tuviste un hijo?

—No. Pero para mí será una satisfacción enorme que


veas como crece mi vientre con el hijo de otro hombre en mi
interior.

Berleigh intentando contenerse siseó —¿De quién es?


—¿Eso importa?

—¡Sí!

—Por el puerto pasan muchos marineros. —Se encogió


de hombros como si le diera igual. —¿O cómo crees que me
mantuve todo este tiempo?

Dio un paso atrás como si le hubiera golpeado y


sintiendo una satisfacción enorme dio un paso hacia él. —Al
final tenías razón, disfrutaba tanto de lo que me hacías que no
fue diferente con otros hombres. Con algunos he disfrutado
mucho…

La cogió por el cuello. —Dime que es mentira.

—No me equivocaba, eres igual que mi padre.

Berleigh la soltó asqueado de sí mismo y salió de la


habitación dando un portazo. Sabreene cerró los ojos

llevándose la mano al cuello y se preguntó de dónde había


sacado el valor para decir todas aquellas barbaridades. Una
lágrima rodó por su mejilla sin darse cuenta. Parecía realmente
afectado, como torturado por sus palabras, pero eso no podía
ser. Seguro que no había pensado en ella ni un segundo en ese
año y medio mientras que ella soñaba con él y con lo ocurrido
cada maldita noche. Y eso lo iba a pagar. Lo iban a pagar
todos.

El duque suspiró cuando vio como su sobrino se


llenaba de nuevo el vaso para bebérselo de golpe. Y ya era el
cuarto. —Hijo, eso no solucionará nada.

—Al menos me anestesiará la mente.

—Sí, eso sí que lo hará. Sírveme uno.

Berleigh se acercó con la botella hasta su sillón ante la


chimenea y llenó su copa. —Tranquilo, está en una fase
vengativa que terminará pasando.

—No la has visto, me odia con todas sus fuerzas. —


Dejó la botella sobre la mesa de centro y se sentó en el sofá
derrotado. —Me hablaba con un desprecio… —Mirando el
vaso entre sus manos negó con la cabeza. —Nunca la

recuperaré.

—¿Acaso has hecho algo para recuperarla?

Le miró sin entender. —Hijo nunca has hecho nada que


pueda demostrar que te importa. La rechazaste desde el
principio y cuando al fin sois un matrimonio la repudias
enviándola a la muerte. ¿Qué has hecho tú por ella? Si hasta la
encontré yo. —Hizo una mueca. —Las dos veces.

—Joder, tío… consuelas muy bien.

Él apretó los labios. —Es que no tengo que consolarte,

tengo que decirte las cosas como son. Sabreene nunca se ha


sentido querida, nunca se ha sentido amada y tú demostraste
que su matrimonio no le daría la felicidad que buscaba. Es
lógico que se haya vuelto una amargada que quiera venganza.

—Ahora no dejaría que me acercara a ella ni con un


palo.

Ernest sonrió. —Es que no tienes que acercarte a ella


para demostrárselo. Solo tienes que hacerlo y ya se enterará
cuando le des lo que le pertenece. —Sonrió cuando vio como
su sobrino empezaba a entender. —Exacto. Recupera lo que es
suyo para que se dé cuenta de que te importa. Lo demás
vendrá solo.

Se quedó pensando en ello unos minutos y de repente


se levantó dejando su vaso y saliendo del salón. El duque
sonrió. —Buen chico.
Exasperada se volvió mientras Alice intentaba cerrarle
el corsé. —Estese quieta, milady.

—¿Cómo que no ha llegado todavía? ¡Si se fue hace


una semana! Y a dónde ha ido, ¿eh?

—Milady ya se lo he dicho mil veces, no lo sé. Nadie


sabe nada. Pidió su caballo y se fue.

Mirándose al espejo del tocador suspiró. Ya se


enteraría. Pero que se hubiera ido a caballo la preocupaba y
mucho. A caballo, qué inconsciente. ¿Es que no había
aprendido nada después de un año en una silla de ruedas? Y
eso de irse de noche… Como estuviera con su amante les
despellejaba. Se acercó al espejo haciendo que Alice gruñera y
revisó su mejilla. —Milady, casi ni se nota.

—Tendría que esperar hasta mañana o pasado.

Alice se alejó para coger el vestido de mañana que se


iba a poner. —¿Y que tenga que soportar su mal humor otro
día? Ni hablar. Usted necesita desahogarse.

—Pues tienes razón. —Le metió el vestido por la

cabeza y estaba dejando caer las faldas sobre sus faldones


cuando recordó algo. —¿Has hecho lo que te encargué ayer?
—Por supuesto, milady. Esta mañana a las cinco
alquilé el coche como usted me pidió, fui hasta allí y les metí
el sobre bajo la puerta.

—No te habrás equivocado de sitio, ¿no?

—La puerta roja como me indicó. En la misma calle de


la taberna con el cartel azul que tiene un barco.

—Exacto. No hay otra puerta roja en esa calle. —


suspiró del alivio antes de chasquear la lengua. —¿Y por qué
no me lo has dicho antes?

La doncella puso los ojos en blanco. —¿Porque desde


que se ha despertado no me ha dado la oportunidad con tanta
orden?

Frunció el ceño. —¿Estoy siendo insoportable?

Alice reprimió una sonrisa abrochando los botones. —


Un pelín, condesa.

—Bien. —Levantó la barbilla. Alisó la muselina azul


de la falda antes de subir las manos por su estrecha figura.
Hacía tiempo que no se sentía una dama y al parecer un
vestido podía conseguirlo. Al mirarse el pecho frunció el ceño
poniéndose de costado. —¿Es demasiado?

—¿El qué, milady?


—El escote.

—Es la moda. En los vestidos de noche son más


exagerados.

—No estoy muy cómoda. Jamás he enseñado tanto.

—Pues piense en su marido cuando la vea y se le

quitarán esas tonterías. ¿Acaso no quería estar hermosa para


que rabiara porque no estaban juntos?

—Pues tienes razón.

—Claro que sí. Ahora siéntese que tengo que arreglar


ese desastre de rizos.

—Déjame bonita.

Alice sonrió. —Milady si la dejara así, a medio


Londres ya se le caería la baba. Cuando termine con usted se
desmayarán a su paso.

La miró sorprendida a través del espejo. —¿Eso crees?

—Espere y verá. O mejor dicho que lo vea su marido y


que se muera porque no podrá tocarla.

—Eso si aparece. Igual se ha fugado para siempre —


dijo exasperada.
—Tranquila, que aparecerá. Su tío no parece
preocupado en absoluto. Si temiera por él habría llamado a
alguien para que le buscara.

—Más le vale que esté bien —dijo entre dientes.

—¿Está preocupada por él?

—Claro que no, no digas tonterías.

La doncella reprimió la risa y está la fulminó con la

mirada a través del espejo. —Que no estoy preocupada. Y si


está buscando a Pajarito, ¿eh?

—No creo. Su niño estará bien cuidado, ya verá, y le


ocultarán del conde.

Bufó. —Me muero por verle.

—Siga su instinto, milady. Si es que no porque es lo


mejor, pues es que no.

Qué remedio le quedaba. Estaba segura de que en


cuanto saliera de casa la seguirían.

Su doncella terminó de ponerle la última horquilla y


asintió. —Así, milady.

Sabreene se fijó en el peinado y asintió. —Muy bien.


—Giró la cabeza. —Nunca me habían peinado tan bien.
—Gracias, milady —dijo orgullosa.

—La última que tuve era un desastre. —Se mordió el


labio inferior. —Estoy preocupada por ella. Si la han echado
de la casa… Tenía una niña, ¿sabes?

—Sí milady, ya me lo ha contado. Prue estará bien, ya


verá.

Llamaron a la puerta y Sabreene se levantó. —


Adelante.

Era el mayordomo. —¿Milady? Le ha llegado una


carta. —Le acercó la bandeja de plata y la cogió de inmediato.

—Gracias, retírese.

Reynolds inclinó la cabeza antes de retirarse. Alice


estiró el cuello y ella levantó una ceja. —Milady, tengo
curiosidad. Aunque no sé leer.

Sonrió poniendo los ojos en blanco y le dio la vuelta a


la carta cortándosele el aliento al ver el nombre de su tía. Se
sentó en el banquito de la impresión. —Es de la marquesa de
Willgmord.

Alice abrió los ojos como platos. —He oído hablar de


ella. Es muy influyente en la alta sociedad.

—Es mi tía.
—¿Su tía? ¿Y por qué no le pidió ayuda, milady?

Apretó los labios. —Lo intenté, pero su mayordomo


creyó que era una pordiosera y no quiso llamarla. Durante un
mes esperé ante su casa para verla, pero me enteré de que se
había ido a Europa. Al parecer debe haber regresado. ¿Cómo

sabe que estoy aquí?

—Alguien se lo habrá dicho, milady. Ábrala a ver qué


le dice.

Rompió el lacre a toda prisa y se sorprendió por la

breve misiva.

“Mi muy querida y desconocida sobrina:

No sabes las veces que te he escrito deseando tener


noticias tuyas, y al no recibir respuesta me imaginaba que tu
padre no te entregaba mis cartas. Me impidió verte todos estos

años y estoy deseando conocerte. Si ese canalla no ha


envenenado tu mente, si deseas verme tanto como yo a ti, te
esperaré en mi casa todo el día. Si no puedes acudir o
simplemente no quieres conocerme lo entenderé, pero por
favor dame una oportunidad.

Tu tía que te quiere en la distancia

Stephanie”
Emocionada miró a su doncella que sonrió. —¿Va a
acudir, milady?

—Por supuesto. —Miró la carta doblándola con


cuidado. —Todos estos años perdidos…

—Lo siento mucho, milady.

—Iré a verla ahora mismo. —Se levantó y guardó la


carta en el tocador. Cuando se volvió miró a su doncella de
arriba abajo e hizo una mueca por su uniforme de doncella. —
¿Tengo que llevarte así?

—La modista quiere hacer sus trajes primero, milady.


No es lista ni na. Sabe que esos se los verán las que tienen los

bolsillos llenos y quiere promocionarse. Ya le dije que tenía


que haber elegido a Madame Blanchard que es la mejor de
Londres.

—Y precisamente por eso tiene mucho trabajo y yo


tenía mucha prisa. Al menos ya me ha enviado dos vestidos.
Ya le enviaré una nota a la señora Plumbert para que se dé
prisa con al menos uno tuyo —dijo antes de ir hacia la puerta
—. Nos vamos.

—Sí, milady —dijo siguiéndola.


Cuando salió al pasillo a Sabreene se le cortó el aliento
cuando vio que su marido subía las escaleras. Al ver el morado
en su pómulo y el desastre en su antes impecable ropa separó
los labios de la impresión. Él agotado levantó la vista y sonrió
provocándole un vuelco al corazón. —Buenos días, esposa.

Uy, por la cara que traía que noche desenfrenada se


había pegado. ¿Qué decía de noche si llevaba una semana
fuera? —¿Buenos días? —Puso los brazos en jarras. —¿Se
puede saber dónde has estado?

Se acercó a ella mirándola de arriba abajo


comiéndosela con los ojos, lo que la sonrojó de gusto, para qué

negarlo. —Ah, ¿pero quieres saberlo? Creía que querías


perderme de vista y cuanto más mejor. —Mirando su escote
frunció el ceño. —¿Eso no es muy exagerado para un vestido
de mañana?

—¡No cambies de tema! ¿Dónde has estado?

—Por ahí.

Jadeó por su respuesta. —Marido, no me pongas las


cosas difíciles.

—¿Más?
—¡Sí, más! —Dio un paso hacia él. —Como me entere

de que tienes una amante, que se prepare porque le pienso


hacer la vida imposible.

Él sonrió aún más. —Estás celosa.

—Para eso tendrías que importarme. —Con la cabeza


muy alta pasó ante él.

—Te importo, cielo. Solo estás enfadada. ¿Y mi beso?

Se detuvo en seco ante las escaleras y se volvió. —


¿Tienes el descaro de pedirme un beso en ese estado y después
de todo lo que has hecho?

—Precisamente por todo lo que he hecho sé que tú no


me lo pedirás y estoy deseando besarte.

Su pecho se calentó, pero le miró con odio antes de


empezar a bajar las escaleras.

—¿A dónde vas, querida?

—¡No es de tu incumbencia!

—¿Quieres que te acompañe? —preguntó divertido.

—¡Ni muerta!

—Preciosa, piensa dos veces antes de actuar y que


hagas algo de lo que te arrepientas.
Se volvió furiosa. —¡Mira quien fue hablar, el doy
consejos que para mí no tengo!

Él hizo una mueca. —Un buen refrán para este caso.

—Urg… —Se volvió haciendo volar sus faldas y gritó


—¡Reynolds, el coche!

—Sí, milady. Ya está preparado, lo pidió su doncella.

El duque salió del comedor con la servilleta en la


mano. —¿Vas de visita, querida?

Le fulminó con la mirada y este puso los ojos en


blanco. —¿Todavía estás enfadada? Y yo que te tenía una
sorpresa preparada.

Entrecerró los ojos con desconfianza. —¿Una


sorpresa?

—¿Por qué no vas al salón y la buscas?

—Cuidado milady… —dijo Alice por lo bajo—. La


miran como halcones.

Chasqueó la lengua sin tenerles ningún miedo y fue


hasta el salón deteniéndose en la puerta y poniendo los brazos
en jarras mirando a su alrededor. —¿Qué? —Entonces sus ojos
se posaron en el cuadro que estaba sobre la chimenea y separó
los labios de la impresión mientras sus ojos se llenaban de
lágrimas. Su madre algo más joven que en el cuadro anterior
estaba de pie con una sombrilla en la mano y mirando
pícaramente al pintor. Eran los jardines de la casa de Bath que
estaba al fondo.

—Tu tía ha sido tan amable de regalártelo —dijo el


duque tras ella.

Emocionada le miró. —Gracias. Así que fuiste tú quien


hablaste con ella.

—Me encontré en el club con su marido y hablamos.


Lady Stephanie está deseando verte, niña.

A pesar de la felicidad de tener otro retrato de su madre


reprimió el impulso de abrazarle. Y fue difícil, la verdad, lo
que la hizo fruncir el ceño. —Alice, nos vamos.

—Sí, milady.

Vieron cómo iba hacia la puerta y salía de la casa. El


duque sonrió satisfecho mientras Berleigh bajaba las escaleras
y llegaba hasta él. —Tío eso ha sido una jugada muy
inteligente.

—Está encantada, aunque no lo diga. Aplícate el


cuento, sobrino.
Berleigh sonrió. —Te aseguro que me he aplicado.
Reynolds que lo suban todo a la habitación de la condesa.

—¿Todo, milord?

—Todo.

El mayordomo dio dos palmadas y aparecieron lacayos


con los brazos llenos de cosas. El duque al ver un espejo con
el marco de oro dejó caer la mandíbula del asombro. —¿Pero

qué es todo esto?

Se echó a reír. —No te lo vas a creer. La casa estaba


cerrada porque el señor estaba en Londres. Al parecer estaba
deseando casar a su hija para trasladarse definitivamente aquí,
así que cubrió sus muebles, despidió a todo el servicio y la
cerró. —Ernest gruñó como si estuviera molesto. —Tan fácil
como entrar y empezar a sacar cosas. He cogido todo lo que

me parecía femenino. —El duque levantó las cejas de la


sorpresa al ver pasar un cuadro con una casa muy parecida a la
que había tras la condesa en el cuadro de la chimenea. —Sí
tío, es la casa de Bath. —Dos lacayos pasaron con dos baúles
enormes. —Ahí hay vestidos. No sabía si eran de la condesa,
pero los he traído igual.

—No has recuperado las joyas.


—Desgraciadamente no, pero tengo un plan.

Los ojos de su tío brillaron. —¿Me lo vas a decir?

—¿Y que te me adelantes? Porque viendo ese cuadro al


parecer tengo que competir contigo.

El duque se echó a reír. —¿Y esos golpes en tu rostro?

—La casa tiene un guardés y me sorprendió. Le he


dejado un mensaje al cerdo del conde.

—Entonces estará prevenido y recuerda que tiene


muchos hijos. —Le advirtió con la mirada. —Ten cuidado.

—Tranquilo tío, sabes que mi puntería sigue siendo


perfecta.
Capítulo 10

Muy nerviosa golpeó el llamador dorado contra la


puerta y esperó. —¿Estoy bien?

—Preciosa, milady —susurró Alice tras ella.

La puerta se abrió de repente y miró hacia allí

encontrándose sus mismos ojos azules. Siempre había creído


que los había heredado de su padre, pero estaba muy engañada
porque su tía tenía exactamente el mismo tono. Se observaron
la una a la otra. La marquesa era hermosa, aunque no tanto
como su madre porque su cabello era castaño y los años
habían engrosado su cuerpo, pero su rostro era muy parecido

al suyo y nadie podía negar que eran familia.

Los ojos de la marquesa se llenaron de lágrimas. —


Eres igualita a ella. Es como tenerla delante. —
Sorprendiéndola la abrazó y Sabreene no pudo evitar
emocionarse por ese sincero abrazo lleno de afecto. —Al fin
puedo verte. —Se apartó para mirarla bien cogiendo sus
mejillas. —Al fin estás en Londres. Llevo tanto esperando este
momento.

—Y yo.

Cogió su mano. —Ven, no te quedes en la puerta.


Tenemos mil cosas de las que hablar.

Sonrió reprimiendo las lágrimas y su tía reparó en su


doncella. —William encárgate de su servicio. Que no le falte
de nada.

—Por supuesto, marquesa.

—Así que te has casado —dijo ansiosa por saber de


ella.

—Sí, ya hace año y medio.

—¿Y cómo no tuvimos noticias de ese matrimonio,

querida? Si hubiera sabido que estabas en Londres durante la


recuperación del conde…

—Creía que no querías verme —mintió a toda prisa.

Mejor no entrar en detalles que no llevaban a ningún lado.

—Ese malnacido —dijo soltando su mano antes de


cerrar la puerta para tener intimidad. No le quitaba ojo como si
temiera que se le escapara, lo que la hizo sonreír. Preocupada
su tía la llevó hasta el sofá. —¿Te dio mala vida?

—No me puedo quejar, otros la tienen peor.

Stephanie apretó los labios. —Le dije que no se casara

con él. Se lo rogué…

—¿Y por qué lo hizo? —preguntó sentándose en el


sofá a su lado.

—La encandiló. Se sintió halagada porque se retó a

duelo con otro de sus pretendientes que se pasó de la raya en

un baile. Eso le hizo pensar que la amaba por encima de todo


cuando solo le interesaba tener un trofeo. La mujer más

hermosa de la temporada.

Bajó la vista. —Entiendo.

Su tía cogió su mano. —Sí, sabiendo con quien te has


criado seguro que puedes comprenderlo. Yo también la

comprendía. Nosotras tampoco tuvimos una infancia lo que se


dice feliz, ¿sabes?

Se le cortó el aliento porque era evidente que sabía

mucho más de lo que se imaginaba y la marquesa sonrió con

tristeza. —Nuestro padre era rígido y malhumorado. Además


odiaba que nuestra madre le hubiera dado dos hijas, así que en
cuanto mi madre falleció se casó de nuevo. No esperó ni dos

meses. Era una bruja con nosotras y nos hacía la vida

imposible. Así que huir de aquella casa era nuestra

escapatoria. Y se casó creyendo que tendría una vida mucho


mejor. Se equivocó y lo pagó con su vida.

La miró sorprendida. —Lo sabes todo, ¿verdad?

—Tu madre me escribía a escondidas. Y cuando estaba

en Londres nos veíamos continuamente. Eso tu padre no podía

impedirlo porque nos veíamos en bailes y en meriendas. Yo la

alenté a…—Frunció el ceño. —¿Seguro que tú lo sabes todo?

—Tuvo un affaire con el duque.

La marquesa sonrió. —Pues sí. Estaba loca de la


alegría. El duque había enviudado hacía unos años y para ella

fue amor a primera vista. —Soltó una risita. —Fue una

descarada, hay que reconocerlo, el hombre no tuvo ninguna

oportunidad.

—¿Ella le sedujo a él? —preguntó pasmada.

—El duque es un caballero. Dudo que haya estado

antes con una mujer casada. Pero no pudo evitarlo, era


hermosa y cuando su marido no estaba delante era muy

divertida. La buena sociedad la adoraba y procuraba escapar


de esa casa horrible en el campo todo lo que podía. Muchas
veces tenía que ir a las fiestas con el conde, por supuesto, pero

otras veces asistía sola y nos encontrábamos allí. Al conde le

gustan más otro tipo de fiestas mucho más escandalosas y para

no tener que llevar a tu madre la dejaba asistir sola a las


decentes que había en la temporada. Ahí aprovechaba para

bailar con el duque una sola vez y para sus escapadas al jardín.

De vez en cuando se veían en la casa del duque donde ella

entraba discretamente sin que se le viera la cara. —Sonrió con

tristeza. —Nunca fue más feliz que en ese momento. Él la hizo


feliz y cuando se quedó en estado de ti supo de inmediato que

era una niña. Tiene que ser una niña Stephanie, me decía. Él

me ha dado mucho y me va a dar esto también.

Sintiendo un nudo en la garganta reprimió las lágrimas.

—Y se la dio. La niña más hermosa del mundo, me decía en

sus cartas. —Perdió la sonrisa poco a poco. —Pero entonces


pasó.

—El conde descubrió el diario.

Su tía asintió. —No lo descubrió él. Fue tu hermano

mayor que al entrar en su habitación sin llamar la vio

escribiendo en uno de ellos. Asustada lo apartó para que no

mirara, pero el mal ya estaba hecho. Él quiso saber lo que era,


pero ella le echó. De inmediato fue a contárselo a tu padre. Mi

hermana consiguió esconder los dos menos comprometedores


en un jarrón, pero el otro lo escondió en el hueco de la

chimenea esperando que no metiera allí la mano. Pero el conde

lo encontró.

—El primero.

—El más revelador de todos. Le pegó una paliza que

por poco la mata porque quería saber quién era ese Nath, pero

mi hermana no quiso revelar su nombre. Tu padre tenía


sospechas de quien podía ser por lo que ella había escrito, pero

no podía estar totalmente seguro. Le aterraba la posibilidad de

que el conde matara al duque a traición, porque jamás

revelaría las razones para un duelo y que fuera el hazmerreír


de todo Londres al saberse de su cornamenta.

—¿Entonces sabía que era el duque? —preguntó sin

aliento.

—Se lo imaginaba, tenía sospechas fundadas, pero

ninguna certeza porque ella se negaba a revelar la verdad. Pero

según me contó tu madre, le preguntó por él directamente.

—Entonces no creía que fuese el padre de Berleigh.


La miró horrorizada. —Por supuesto que no. Todo
Londres sabía que el conde adoraba a su esposa. Nunca se

escuchó que él mirara a otra mujer, y aunque era bien sabido


que ella no le amaba a él, estuvieron muy unidos hasta que su

esposa falleció en manos de su amante. —Apretó los labios.


—Un mal hombre. Eso también fue una desgracia. Una
desgracia que nadie vio venir.

—¿Por qué lo dices? ¿Por el duelo? —se preguntó.

La miró sorprendida. —¿No lo sabes? El conde se

enfrentó a duelo y al volverse, aunque lo hizo más rápido no


disparó. Simplemente se le quedó mirando hasta que recibió la

bala que le quitó la vida. Fue evidente para todos que se


suicidó. No lo soportó.

—Dios mío… —dijo impresionada llevándose la mano

al pecho recordando la pistola en la mano de su marido—. Se


quitó la vida.

—A la condesa en su primer parto le advirtieron que


no debía tener más hijos por algo de una hemorragia. Al

parecer casi se muere en esa ocasión. Ahí fue cuando empezó


con sus amoríos porque ya no podría darle más hijos a su
marido. Fue cuando se hizo evidente que no le amaba para

desgracia del conde que no podía disimular su dolor por el


comportamiento de su esposa. —Suspiró mirando al vacío. —

Igual tenía que ser así. ¿Entiendes ahora por qué tu padre
estaba convencido de que el conde no era el amante de tu
madre?

Sí lo comprendía y eso demostraba que lo había


tergiversado todo para hacer todo el daño que pudiera y

recuperar lo que le pertenecía a su hija por derecho.

—¿Qué ocurrió después de esa primera paliza?

—No sé lo que ocurrió después, cielo. Simplemente


me enteré por una conocida de que tu madre había muerto. Ni
pude asistir al entierro —dijo con la voz congestionada—.

Recuerdo que el duque estaba roto de dolor. Sabía lo que había


ocurrido como yo y quiso enfrentarse a él. Tuve que

convencerle de que lo dejara estar por tu bien. Sería un


escándalo que se supiera que eres su hija. Así que se contuvo.
Después pasó lo de la muerte de su hermano y tuvo que

encargarse de Berleigh. Perdimos el contacto con el paso de


los años. La última vez que le vi fue cuando Berleigh tuvo el

accidente. Le envié una carta diciéndole que me tenía para lo


que necesitara y fui a su casa para tomar un té y charlar. Fue la
última vez que le vi hasta ayer. A pesar de enviarle notas para

saber de él no contestó. Supongo que estaba sufriendo por su


sobrino y no quería recordar de nuevo todo lo anterior. —

Sonrió con tristeza. —Ese hombre también ha pasado por


mucho. Mucho dolor en su vida, mucho más de lo que te

imaginas.

—Amó a su esposa por encima de todo.

—Sí.

—¿Lo sabías? —preguntó sorprendida.

—Sí, lo sabía. Y tu madre también, no la engañó en


ningún momento. ¿Una vez le pregunté si no le molestaba y
ella me contestó que cómo iba a molestarle si era la persona

que más feliz la había hecho en la vida? Que no podía estarle


más agradecida. Y cuando llegaste tú imagínatela, su felicidad
fue plena. Tenía una niña del hombre que amaba, no podía ser

más feliz. —Acarició su barbilla y al ver que una lágrima


corría por su mejilla se la limpió como haría una madre. —No

llores, que a tu madre no le gustaría.

—¿Por qué no me mató? Era un recordatorio continuo

de lo que mi madre había hecho.

Sonrió irónica. —Querida, por venganza. Ya me ha


dicho el duque lo que ha hecho. Solo esperaba el momento

oportuno para tomarse la revancha.


—Será mentiroso. ¡Te lo ha contado todo! Me dijo que
había hablado con tu marido para el acercamiento.

Su tía se echó a reír. —Que te dijera eso fue idea mía.

No estábamos seguros de lo que tu supuesto padre te había


dicho de mí, porque cuando le pregunté Ernest no sabía nada,

así que le di el cuadro y la nota para que te la entregara a ver


como reaccionabas. Sí, lo sé todo y debo decir que a pesar de
que le apoyo también te apoyo a ti.

—¡Eres de mi sangre, deberías estar de mi lado! —Se


levantó rabiosa. —¿Sabes lo que he pasado en este año y

medio?

—¿Sabes lo que han pasado ellos con ese sentimiento

de culpa constante a haberte fallado? Creían que estabas


muerta, cielo.

—Pues se lo merecen. —Se cruzó de brazos y la miró

de reojo. —¿Lo sentía mucho?

—¿Ernest? Sí.

—Y por qué no te dijo antes que me había casado con


Berleigh, ¿eh? Oculta lo que le conviene.

—Sabía que yo no estaría de acuerdo.

Se le cortó el aliento. —¿Por qué?


—Cielo, estaba impedido. Quería que tuvieras un
matrimonio distinto. ¡Y tenía razón, mírate ahora! ¡En lugar de
estar feliz porque tu marido al fin camina, has pasado un

calvario! —Entrecerró los ojos. —¿Has tenido un hijo?

—¡Ja! ¡Qué a ti te lo voy a contar! ¡Mientes igual que

ellos!

—Uy, lo que me ha dicho. ¡Niña, que soy tu tía, más

respeto! —Entrecerró los ojos. —¿Porque me has contestado


eso?

La miró sin comprender. —¿Qué?

—Cualquiera si no hubiera tenido un hijo, hubiera


dicho que no. —Se levantó asombrada. —Pero le dijiste a tu

marido y al duque que estabas… —Pegó un chillido


sobresaltándola. —¡Sabreene! —Se sonrojó por su mirada de

pasmo. —¡Eso no se hace!

—¡Eso es lo que quieren, un heredero, pues se van a


quedar con las ganas!

—¿Y no has pensado que puede pasarle algo? Dios


mío, ¿dónde está?

—Bien cuidado. —Levantó la barbilla. —Y como se te


vaya la lengua no te hablo más.
—¡A mí no me amenaces!

—Uy… que ya empieza a mandar… —Se enfrentó a

ella. —¡Has escuchado su parte de la historia, de la mía no


sabes nada!

—Por eso me la vas a contar. ¡Siéntate!

Su tía se quedó en silencio varios minutos y dejó la


taza sobre la mesa. Sabreene se apretó las manos. —¿No

tienes nada que decir?

—Ellos no saben esto, ¿verdad?

—Se imaginan lo peor.

Stephanie asintió antes de mirarla a los ojos y sonreír

con tristeza. —¿Y qué piensas conseguir torturando a tu


marido? Porque piensa que vas a tener al hijo de otro hombre.
¿Crees que si lo acepta será que te quiere? Porque tú estás
convencida de que no te ama.

—Y no me ama. Tú no sabías nada de mi desaparición.


Si me hubiera buscado tú lo sabrías.
—Estaba fuera del país. Si me escribieron esa carta
nunca llegó a mis manos.

—No te escribieron, tía. Querían ocultarlo. Mi


auténtico padre jamás hizo nada por mí. Solo cuando su
maravilloso sobrino estaba a punto de volarse los sesos decidió

buscarme para rescatarle del dolor como mi madre hizo con él.
¡Nos utilizaron! Y después nos echaron a la cuneta.

—Estás equivocada, niña. Ernest sintió muchísimo la

muerte de tu madre. Muchísimo. Puede que no la amara como


a su primera esposa, pero sí que la quería.

Apretó los labios. —Pues lo siento, pero lo que me


hicieron a mí no lo perdono. Parir en un cuarto oscuro
temiendo por la vida de mi hijo, es algo que no les perdonaré
nunca. No pienso dejar que le pongan las manos encima. A mi
hijo lo criaré yo y si quieres ayudarme perfecto, pero si te

pones de su lado te daré la espalda y seguiré adelante sola.

—Ese carácter lo has heredado de tu abuelo.

—¡Pues muy bien! —exclamó levantándose.

—Este rencor no te va a llevar a ningún sitio, ¿no te


das cuenta?
—Pero sentiré una satisfacción enorme. —Caminó
hasta la puerta.

—¡Sabreene!

Se detuvo sin mirarla y su tía suspiró. —No quiero


perderte, cielo.

Se volvió con lágrimas en los ojos. —Y no me


perderás si no quieres.

—No, si no quieres tú, porque lo que me has dicho…

—¡Tía!

Sorprendiéndola se echó a reír. —La belleza de tu


madre y el carácter de tu abuelo. Vas a ser una sensación y tu

marido se va a morir de celos.

Sonrió maliciosa. —¿Eso crees? Tía, ¿hay algún baile


interesante esta noche?

El cochero detuvo el carruaje ante el parque y ambas


miraron por la ventanilla. —Es esa, milady.

—¿Estás segura de que esa era antes la casa de mi


marido?
—Una vez pasé por aquí delante con Mary que trabaja
en la cocina y me dijo que esa era la casa del conde. Que en

una cena había tenido que venir a ayudar, milady. Estoy segura
de que es esa por las contraventanas blancas. Me parecieron
muy bonitas.

—Sí… —dijo observándola. La verdad es que era la


casa más bonita de los alrededores y tenía un buen jardín. Al
ver a su hermano mayor salir a caballo apretó los labios. —Sí
que es aquí.

—¿Lista, milady? Podemos venir mañana. Por un


día…

—Cuanto antes mejor. Esa casa es mía como todo lo


que me debe. —Abrió la portezuela y el lacayo la ayudó a
bajar. Alice la siguió pegando un salto y volvió la vista hacia

ella levantando una ceja. —Tranquila.

—Estoy de los nervios, milady. Ese hombre no me


gusta.

—Y eso que no le conoces —dijo irónica antes de


cruzar la calle. De repente alguien la cogió por el brazo

deteniéndola y sorprendida miró hacia atrás para ver a su


marido—. ¿Qué haces aquí? —Tiró de su brazo. —Suéltame.
—¿Quieres que nos miren? ¡Sube al carruaje!

Rabiosa tiró de su brazo de nuevo, pero él no soltó su


agarre cruzando la calle. Abrió la puerta de malos modos y
siseó —Sube.

Gruñó cogiendo sus faldas y subió al carruaje. Su


marido subió cerrándole la puerta a Alice en las narices. —
Déjala subir.

—¡Qué vaya en mi carruaje! ¿Qué rayos te crees que


estás haciendo?

—Iba a visitar a mi queridísimo padre —respondió con


descaro.

—¡Preciosa si quieres hacerle daño ir de frente no es la


mejor opción!

—¿Quién dice que iría de frente?

Él frunció el ceño. —¿Qué tienes en mente?

—Eso no es problema tuyo.

—¿Crees que no te matará en cuanto te tenga delante?

—Alice va armada.

—¡Alice no disparará a un hombre con título! ¿Crees


que quiere ir a la horca o no salir viva de esa casa?
—Tranquilo, esposo. En cuanto le diga a mi querido
padre lo que tengo en mente, estará más que dispuesto a

colaborar conmigo.

Su marido negó con la cabeza. —Vas a aliarte con él

contra nosotros.

—¿Tú crees? —preguntó divertida—. Puede que me

ayudara en mis planes… Sobre todo si le digo que puedo


quedarme con todo. —Como si nada hizo que se quitaba una
pelusa de la falda.

—¿Estás loca? Va a hacerte daño.

—No lo creo. Mi padre no es estúpido.

—Deja de llamarle así. ¡Ya sabes quién es tu padre!

—Oh, es que a veces se me olvida. Como le vi tanto en


esos años… —Le fulminó con la mirada. —Déjame a mí que
sé lo que hago.

—No, si no me cuentas tus planes. Y te lo advierto,


todavía soy tu marido, así que recuerda que eres mía ante la
ley. Podría encerrarte en tu habitación de por vida y nadie

podría decirme una sola palabra. —Se acercó para gritar ante
su rostro. —¿Quieres provocarme?
—¿Quieres provocarme tú? —gritó adelantándose.

Ambos miraron los labios del otro y su marido se acercó aún


más. El tortazo que le volvió la cara le hizo gruñir—. ¿Qué
haces?

—¿No estaba claro?

—En tus sueños. ¡A mí no vuelves a ponerme una

mano encima! ¿Quieres centrarte?

—Estoy muy centrado. O me cuentas tus planes o no

sales de casa, tú veras.

Chilló con ganas de pelea y él levantó una ceja.

Sabreene vio en sus ojos que no la dejaría en paz hasta que lo


supiera y puede que necesitara su colaboración, así que siseó
—Le voy a pedir que me compre el arsénico.

Su marido no podía disimular su pasmo. —Para


matarnos.

—Exacto. —Levantó la barbilla. —Y después…

—¡Ni sabes lo que vas a hacer después! ¿Porque no

pensarás matarnos?

Su silencio le dejó de piedra. —Vamos a ver,


preciosa… Que se te está yendo la cabeza. De qué te serviría

matarnos, ¿eh? ¿Cómo vas a convencerle de que haciendo esa


locura te quedarás con…? —Se detuvo en seco. —El niño.

Dirás que tuviste un hijo.

Sonrió maliciosa. —Por supuesto que sí, querido. Un

niño fuerte y sano bien oculto hasta que pueda sacarlo a la luz.
Mi madre tuvo seis varones. Creerá que es varón y que lo
heredará todo cuando vosotros desaparezcáis.

—¿Y cuándo tengas el arsénico?

—Cuando tenga el arsénico haré que unas gotitas

caigan en su vaso.

—¡Para matarle!

—Por supuesto que sí. Lo habrá comprado él, yo no


sabía nada de eso. Nadie podrá probar que es cosa mía.

Su marido suspiró del alivio. Era evidente que


envenenar a su padre no lo veía tan mal como envenenarle a
él. —Eso no va a funcionar.

—¡Claro que sí!

—Si quieres matarle, no vas por buen camino. ¿Y si te


coge cuando echas el veneno? ¿Y si no tiene una copa de nada
ante él cuando te reciba en su casa? En este plan hay muchas

fisuras.
—Es que yo no estaré presente en el momento de su
muerte.

Ahora sí que no entendía nada.

—Mi padre siempre se toma un vaso de leche con


coñac para dormir. Su ayuda de cámara se lo deja al lado de la

mesilla de noche. Solo tengo que entrar en la casa y echarle el


arsénico a la leche antes de irme tranquilamente dejando el
bote en algún lugar de la habitación para que lo encuentren.

—¡El bote tendría que estar al lado de la leche si se iba


a suicidar!

—¿Quieres dejar de poner peros?

—¿Por qué te complicas tanto? ¡Pégale un tiro a ese

cabrón!

—No sé disparar —dijo entre dientes—. ¿Por qué crees

que la pistola la lleva Alice?

Gruñó. —Preciosa no lo veo.

—Es mi plan, tú no tienes que ver nada.

—¿Y si te pillan al entrar en la casa? No la conoces, no


sabes como es. Además, ¿y si no te compra el veneno? ¿Y si
no quiere formar parte de tus planes?
—¿Mi padre? —preguntó irónica.

—¡No le llames así!

Qué pesado. —El conde lo hará o sacaré a la luz los


diarios. —Su marido empezó a entender. —Los dos últimos
donde mi madre detalla su vida antes de su muerte.

—Otra razón para que te mate.

—¿Quieres dejar de ser tan negativo? ¡Es un cerdo y


merece morir!

—Pues tenemos un problema.

Le miró sin comprender. —¿Qué problema?

—Hace unos días le dejé un recado.

—¿Qué?

Carraspeó. —Entré en tu casa de campo para coger


algunas cosillas. Tenías tal disgusto por lo del cuadro…

—¡Serás idiota!

—Muy bonito, esposa. Encima que me jugué el pellejo


por ti.

—Quién te lo pidió, ¿eh? ¿Cuál es el recado?

—Que estaba en mi punto de mira y que iba a rogar


que le matara.
Con ganas de arrearle le pegó una patada. —¡Idiota!

Él gimió para decir casi sin voz —Preciosa esos

botines tienen punta.

—¡Lo has fastidiado todo!

—Vamos Sabreene, en cuanto se enterara de que


estamos juntos de nuevo no se tragaría que no somos aliados y
eso de que quieres matarme.

—¡Pero es que yo no pensaba decirle que estábamos


juntos! ¡Solo que quería la herencia de mi hijo! ¡Le rogaría

que ocultara que éramos hermanos y que si participaba en esto


se quedaría con la mitad! Y ahora lo has fastidiado todo
porque si quieres vengarte de él es porque has descubierto su
mentira sobre que somos hermanos y eso significa…

—Que me lo ha dicho mi tío confirmando que él era su


amante.

—¡Exacto!

Su marido carraspeó. —Fue un impulso.

—¡Pues ese impulso lo ha estropeado todo!

—¿Y si no estábamos juntos cómo pensabas


envenenarme?
—Pues bien sencillo. ¡Vestida de doncella lo echaría en
el whisky que os bebéis todas las noches después de la cena!

Berleigh entrecerró los ojos antes de carraspear. —


Preciosa no se te ocurriría llevar a cabo ese plan de veras, ¿no?
Porque por cómo lo has dicho parece que lo has pensado
mucho. —Cuando ella sonrió maliciosa él gruñó. —¡Sabreene
no tiene gracia!

—¿Sabes lo que no tiene gracia? Revolver en la basura


de las casas con posibles para comer. —Su marido palideció.

—Y si tuve que hacer eso fue por tu culpa, marido. Así que no
creas que tendría remordimientos.

—Sabreene…

—Ni me hables —siseó antes de mirar por la


ventanilla. Entonces vio un hombre a caballo y se agachó

sobre las piernas de su marido ocultándose. Berleigh parpadeó.


Ella con la cabeza casi sobre los muslos vio cómo se hinchaba
aquello y jadeó elevando la vista hacia él que hizo una mueca
—. Serás cochino.

—Preciosa eso no se puede evitar. Como no puedo


evitar recordar cierta noche… —Ella apretó sus partes y
Berleigh gimió. —No recuerdo nada, sé me acaba de borrar

todo.
—Eso pensaba. —Se enderezó en su sitio y estiró el
cuello para ver que su hermano se había alejado.

—Esposa eso no se hace.

—Vuelve a llamarse así y la próxima vez te la arranco.

—Le señaló con el dedo. —Y cuando quieras amenazarme con


encerrarme en una habitación recuerda que soy muy buena
saliendo por la ventana. —Él apretó los labios y Sabreene
sonrió. —¿Quieres que vuelva a pasar lo de la última vez y
acabe en la calle? ¡Solo pido de ti una cosa, déjame en paz! —

gritó en su cara. La cogió por la nuca atrapando sus labios y


Sabreene gimió queriendo apartarse empujándole por los

hombros, pero cuando la cogió por la cintura pegándola a su


cuerpo su lengua tomó posesión de su boca estremeciéndola
sin poder evitarlo. Hasta ese momento no fue consciente de
todo lo que le echaba de menos y su cuerpo no se reprimió en
demostrarlo respondiendo con ganas. Acarició su cuello y se
saborearon como si estuvieran sedientos el uno del otro. Sus
manos estaban en todas partes y cuando acunaron su pecho
gimió en su boca antes de separar sus labios. Fue cuando se
dio cuenta de lo que estaba haciendo. ¡Estaba sobre su regazo!
Él que besaba su cuello sintió como se tensaba y susurró con

deseo —Un poco más, preciosa. Un beso más.


—Suéltame.

La soltó de repente y cayó a sus pies. Sabreene jadeó


antes de fulminarle con la mirada. —Serás bruto.

—Solo cumplo tus órdenes, preciosa. ¿Te ayudo a


levantarte?

—Muérete.

—Eso quisieras, pero te voy a durar muchos años. De


ti depende si esos años son gozosos o un auténtico infierno.

—Firmo por el infierno.

Su marido puso los ojos en blanco mientras se


levantaba y cuando se sentaba el carruaje frenó en seco
haciendo que cayera sobre él. Berleigh sonrió divertido. —El
destino dice que eres mía. —Le robó un beso haciéndola
gruñir justo cuando se abría la puerta. —Vamos preciosa, baja.
—Le dio un azote en el trasero y le miró como si quisiera

matarle haciéndole reír.

El lacayo la ayudó a descender y vio que el duque


esperaba en la puerta. —Tu marido ya estaba preocupado
porque tardabas mucho e impaciente fue a buscarte, querida.
¿Cómo se encuentra tu tía?
—Lo sabes de sobra, viejo mentiroso —dijo entre
dientes pasando ante él.

—¿Cuándo he mentido yo?

Se volvió con ganas de gritar. Que encima la tomaran


por tonta la sacaba de quicio. —¿Hablaste con su marido?

—Pues sí, hablé en el club cuando me lo encontré. Fue


cuando me enteré de que estaban al fin en Londres y fui de
inmediato a verla.

—¡Pero eso te lo callaste!

—Tampoco tengo que contártelo todo.

—No, si ya sé que te callas lo que te interesa. —Cogió


sus faldas y se volvió para subir por las escaleras.

—Eso no es lo mismo que mentir, cielo.

Gruñó y ambos escucharon el portazo cuando llegó a

su habitación. —Vaya, y yo que pensaba que estaría de mejor


humor. Que engañado me tenía la niña con su carácter. —Miró
a su sobrino y levantó una ceja. —¿Tenía los labios
hinchados? —Berleigh sonrió contentísimo, lo que era obvio
para cualquiera. —Felicidades hijo.

—Me quiere, no ha podido disimularlo por mucho que


grite.
En el piso de arriba su esposa apareció con lágrimas en
los ojos y se acercó a la barandilla de las escaleras. Berleigh
perdió la sonrisa dando un paso hacia ella que dijo —Gracias.

—De nada, preciosa.

—Pero hay cosas que no eran de ella.

—¿Y?

—Pues tienes razón. —Se volvió y desapareció de


nuevo.

El duque rio por lo bajo y le dio una palmada en el


hombro. —Felicidades hijo. Vas por buen camino.

—Necesito esas joyas ya —siseó.

—Ideemos un plan. Tomemos una copa.

Su sobrino carraspeó. —Mejor un té. —Al ver su


mirada de sorpresa dijo —Ven, que te lo explico.
Capítulo 11

La puerta de su habitación se abrió de repente y


Berleigh se detuvo en seco al ver que tenía puesto un vestido

de baile que había pertenecido a su madre. Era rojo y negro


con cuentas negras en los hombros. Su esposo no salía de su
asombro. —¿A dónde te crees que vas?

—A un baile. Voy con mi tía.

—¡Por encima de mi cadáver! —Señaló a Alice. —


¡Fuera!

Exasperada se volvió para mirarle mientras el conde


cerraba de un portazo. —¡Cámbiate de ropa que te estamos
esperando para cenar!

—Ni hablar.
—Mujer no me saques de mis casillas. ¡No sé lo que te
propones, pero no irás a ese baile!

—¿Y qué crees que me propongo? —preguntó


inocente.

—No pongas esa cara de niña que nunca ha roto un


plato porque conmigo no cuela. ¡Quieres dejarme en evidencia
ante la ciudad!

—Vaya, me has descubierto, pero voy a ir igual.

—¡Ni hablar!

—¡Claro que sí, mi tía me espera! ¡No me vas a dejar

mal con ella!

Él entrecerró los ojos. —¡Pues no irás sin mí!

—¡No!

—¡Claro que sí! —Salió a toda prisa y gritó —¡Víctor,


mi traje de fiesta!

—Este hombre… que bien estaba soltera.

—¡Te he oído! —La puerta se abrió de nuevo. —

Cambia de actitud, esposa.

Le sacó la lengua y él entrecerró los ojos. —Eso lo vas

a pagar.
—¡Ja!

—¿Nos vamos de baile? —gritó el duque desde abajo


—. ¿Cómo no me avisáis de estas cosas? ¡Peter mi traje!

Exasperada levantó los brazos pidiendo ayuda y su

marido rio por lo bajo cerrando la puerta. Estupendo, iban

todos. Entrecerró los ojos. Pues mejor, así estaban presentes y


no tenían que fiarse de los rumores. Sonrió maliciosa. Iba a ser

una noche maravillosa.

Al ver que su marido hablaba con la morena de nuevo


la sangre le hirvió. —Cielo, quita esa cara que parece que

quieres matar a alguien —dijo su tía divertida sin dejar de


abanicarse.

—Quién es esa, ¿eh?

—Es lady Joline. Nieta de una condesa francesa. Una

mujer muy influyente que no querrás tener en tu contra, te lo


aseguro. —Sonrió a una mujer que pasaba y se abanicó

exageradamente. —Sonríe.

Forzó una sonrisa hasta parecer una mueca horrible. —


Oh, Dios mío —dijo su tía horrorizada.
Se echó a reír por su cara y varios hombres se

volvieron a mirarla. Menos de tres segundos después ya tenía

al lado a su marido y la morena había desaparecido. Al mirar

hacia la pista la vio bailando enamorada con un rubio enorme.


—Su marido, el vizconde de Seaston, bebe los vientos por ella

—aclaró su tía en susurros.

Un hombre se acercó exclamando —¡Pero qué

sorpresa, primo!

Ella le miró distraída y frunció el ceño porque era muy

parecido a aquel que había conocido en aquella posada. ¿Sería


el mismo? No lo recordaba tan alto.

—Stuart, qué sorpresa. —Su marido sonrió

abrazándole. —Te creía en Venecia. ¿Qué tal ese hotel en el

que invertiste al lado del gran canal?

—Ya lo he vendido. La hostelería no es lo mío, pero he

sacado un buen dinero —dijo satisfecho apretando su hombro

—. Pero cuéntame tú, me han dicho que te casaste bribón y no


dijiste nada.

—Es largo de contar —dijo escurriendo el bulto—.

Ven que te presente, Sabreene él es mi primo segundo favorito.

Stuart Haywood.
Él cogió su mano con respeto y se la besó. —Un
placer, milady. Apuesto que usted y su belleza tuvieron mucho

que ver en su recuperación.

Se sonrojó de gusto. —No lo crea milord, todo el

mérito es de mi marido.

—Bella y modesta, has encontrado una joya.

Berleigh se la comió con los ojos. —Lo sé, amigo.

Su primo se echó a reír mientras ella se ponía como un

tomate. —¿Y qué hacéis que no bailáis?

—Mi esposa se niega. —Se acercó discretamente. —


Nunca ha aprendido y como comprenderás no quiere aprender

en público.

—Primo, ¿estás siendo negligente en tus obligaciones?

Eso le hizo perder algo del brillo en sus ojos. —Mi

esposa diría que sí.

—Dudo que dijera eso. —Alargó la mano hacia ella y

Sabreene le miró sin comprender. —¿Un baile?

—Oh, no.

—Niña si no bailas no aprenderás nunca —dijo el


duque que no había perdido detalle.
Berleigh se acercó y cogió su mano. —No, primo. Si

baila por primera vez con alguien será conmigo.

—Pues que me apunte el segundo baile.

—No —susurró ella incómoda intentando detenerle.

—Preciosa en algún momento tendrás que salir. Te


prometo que no haré que hagas el ridículo.

Le miró a los ojos. —¿Me lo juras?

—Por mi vida. —La cogió por la cintura y ella cogió

su mano apoyando la otra en su hombro. —Muy bien, solo

déjate llevar. No pienses y yo lo haré todo.

Asintió algo nerviosa. Berleigh dio el primer paso

hacia ella provocando que diera un paso atrás. —Siente la


música, preciosa. No pienses en lo que voy a hacer. Cierra los

ojos.

Sonriendo tímidamente lo hizo y escuchó la música.

Fue mágico. La mano en su cintura la guiaba y se dejó llevar.

Sintió que giraban y rio mientras la hacía girar de nuevo. —Lo

haces muy bien —susurró él cerca de su oído. Sin poder

evitarlo se pegó más a él y recorrieron la pista—. Este


momento tenía que ser nuestro, preciosa. Tenía que ser mío. —
Sintió que sus pestañas se humedecían y él la besó en la sien
antes de girarla de nuevo acelerando el ritmo como la música
marcaba. Sabreene rio y se aferró a él en varios giros cuando

de repente la música cesó. Abrió los ojos y miró los suyos. Su


marido se apartó y besó su mano. Una lágrima cayó por su

mejilla y susurró —Gracias.

—Gracias a ti.

Fue cuando se dio cuenta de que estaban solos en la


pista y todos los invitados les observaban. De repente lady
Joline empezó a aplaudir y todos la siguieron. Berleigh rio por

lo bajo. —Es evidente que nunca han visto a una mujer tan
bella que bailara tan bien —dijo cogiendo su brazo.

Sonrojada se abrazó a él. —Serás mentiroso. Te


aplauden a ti. Por tu mérito.

—El mérito es tuyo, cielo. Si no hubiera sido por ti


nunca hubiera caminado de nuevo.

Se le cortó el aliento y miró su perfil que sonreía a un

conocido que palmeó su espalda al salir de la pista. —Es


evidente que tu suerte ha cambiado, Haywood. En todos los

sentidos.

—Preciosa permíteme que te presente a Lord Laurence

Martinson, conde de Portmond.


—Un placer, conde —dijo haciendo una reverencia.

—Milady, le aseguro que el honor es mío porque estoy


convencido de que usted tiene mucho que ver en que mi amigo
haya venido a una fiesta —dijo divertido—. Desde que se ha

recuperado casi ni le vemos.

—He estado ocupado.

—Ahora entiendo la razón y te disculpo, pero quiero


que sepas que tu espada te está esperando en palacio y el

príncipe se muestra ansioso por volver a retarse contigo.

Rio por lo bajo. —Eso se ha terminado.

—Una pena. —Miró a Sabreene que estaba de lo más


interesada. —Aquí donde le tiene es el mejor espadachín del
país.

—Eso fue hace años. Ahora lo eres tú.

—Amigo no te llego ni a la suela del zapato. —Le

guiñó un ojo. —Milady ha sido un placer conocerla.

—Lo mismo digo, conde. —Cuando se alejó levantó

una ceja. —¿El mejor espadachín del país?

—Tuve mis momentos.

Sus ojos brillaron. —Nunca he cogido una espada.


—Ni la cogerás, que te veo venir.

Se echó a reír y se acercaron a su grupo. Lord Albert el


marido de su tía detuvo a un camarero y repartió ponche para

todos. —Por los novios. —Se sonrojó de gusto y miró de reojo


a su marido que no disimulaba su interés por ella, lo que la
halagó, para qué negarlo. Uy, Sabreene… Que te estás

ablandando por un baile, unas sonrisas y un beso arrebatador


en el carruaje… Contrólate que este te lleva al huerto. Gimió

por dentro, pero es que era tan guapo… Estaba tan apuesto con
el traje negro y ese chaleco blanco. Suspiró y él levantó una
ceja haciendo que desviara la vista de golpe.

—¿Hija?

Se quedó de piedra al escuchar la voz de su padre y

tensó la espalda antes de mirar a su esposo con los ojos como


platos. Él se acercó y susurró —Disimula.

—Hija, ¿eres tú? Casi ni te reconozco.

Reaccionando puso una sonrisa en el rostro antes de

volverse resuelta. Efectivamente había tenido el descaro de


acercarse. El conde tenía una irónica sonrisa en el rostro y la
miró de arriba abajo. —Sí que eres tú.
—Padre, qué sorpresa. No sabía que estabas en
Londres.

—Claro que lo sabías. Ese traje de tu madre estaba en

la casa de campo.

Al parecer se lanzaba directo a la batalla. Sonrió aún

más mientras su hermano mayor se colocaba tras él. —¿O me


equivoco y no es el traje de tu madre?

—Sí que lo es. Es mío y fui a buscarlo. Como voy a


buscar otras cosas que no encuentro —dijo con descaro
mientras los demás se colocaban tras ella y su esposo cogía su

mano.

—Suerte con tu búsqueda.

—Oh, la tendré. —Entrecerró los ojos. —Tengo algo


de mi parte que allanará mucho la tarea.

—¿No me digas?

Rio sin ningún disimulo. —No te hagas el tonto,

padre… Tengo entendido que te lo estás pasando


estupendamente en Londres ocupando con tus hijos la casa de
mi marido. Te lo estás pasando tan bien que vas a menudo a

una casa de juego clandestina que hay en el puerto.


El conde perdió la sonrisa de golpe. —¿Cómo sabes
eso?

Se echó a reír. —Por casualidad, te lo aseguro. Como


por casualidad sé que allí debes una buena cantidad de dinero.
—Chasqueó la lengua. —Padre, eso no se hace. Al final a

Matthew no le dejarás nada.

—Padre, ¿lo que dice es cierto?

—Cierra la boca —siseó sin dejar de mirar a su hija—.


¿A dónde quieres llegar?

—Pues por otra casualidad conocí a cierta persona muy


influyente que precisamente es el dueño de esa casa de juegos.
—Hizo un mohín. —Imagínate si hablo con él y decide

cobrarte esa deuda. Menuda fatalidad cuando todavía no has


cobrado las rentas este año. Para eso quedan dos meses, ¿no?

Tu bolsa debe estar en las últimas y si alguien te reclamara una


deuda tan sustanciosa estarías en problemas. Es un hombre
peligroso.

—¿Qué te propones?

Perdió la sonrisa de golpe. —Mañana quiero en la casa

del duque todas las joyas de mi madre con la documentación


de las propiedades que deben estar a mi nombre. También
quiero que la casa familiar de mi marido sea inmediatamente
desalojada y por supuesto los documentos de que vuelve a ser

suya también me los entregarás.

—Sigue soñando —dijo con desprecio—. Sterling no


me reclamará nada y su esbirro tampoco. Te olvidas de que

sigo siendo conde.

—Cómo olvidarlo. Eres tú quien olvida que yo soy

condesa. ¿Quieres retarme? Veamos quien gana.

—Te voy a…

Matthew le agarró del brazo deteniéndole. —Padre,


haz el favor y compórtate.

Levantó la barbilla retando al hombre que la había


criado y este siseó —Esto lo vas a pagar.

—Tienes de plazo hasta mañana. Si dan las diez de la


noche sin que me entregues lo que es mío, enviaré una nota a
la persona apropiada y entonces ya puedes ponerte a rezar.

—Espera sentada. —Miró a los demás y sonrió. —Que


disfrutéis de la noche.

—Pensamos hacerlo —dijo su tía sin disimular el odio


en su mirada.
Cuando se alejó suspiró del alivio y su esposo la cogió
por la cintura. —¿Estás bien?

—Dios mío, ¿qué he hecho?

—¿Es cierto?

—Una noche salí del trabajo y le vi entrar en el edificio

de al lado. Sabía que era una sala de juego clandestina. No me


sorprendió, la verdad. Tampoco sabía lo que hacía cuando
venía a Londres, pero que jugara o que estuviera con
prostitutas no me sorprendió. Fue unas noches después cuando
le vi de nuevo y uno de los clientes de la taberna donde

trabajaba le abrió la puerta. Entonces me acerqué y sonriendo


le pregunté si trabajaba allí. Empezamos a hablar mientras
pasaban caballeros, la mayoría acompañados por mujeres de
mala reputación. Entonces le pregunté por el conde, que si lo
conocía. Es habitual, me dijo. Si está en Londres no falla una

noche. Entonces deberá mucho, le dije impresionada.


¿Mucho? Nunca en la vida podrías ver tanto dinero junto. Ya
va por las cincuenta mil libras.

Todos jadearon de la impresión mientras su marido


apretaba los labios. —¿Trabajaste en una taberna?

Parpadeó asombrada. —¿Te has quedado con eso de


todo lo que he dicho?
—¡Sí! ¿Conoces a Sterling?

Puso los ojos en blanco. —Todo el mundo que vive en


los bajos fondos de Londres sabe quien es, querido. Pero solo
le conozco de nombre, ahí me he tirado un farol, pero eso el
conde no lo sabe.

—¿Y cómo sabías que no tenía dinero? —preguntó el


duque.

—Porque antes de que fueras a buscarme para el


compromiso, escuché decir a su administrador que con las
obras que había hecho en las caballerizas y con el arreglo del

tejado de la casa de Londres, ese año tendría que apretarse el


cinturón. Recuerdo que me preocupé porque llegaba mi
presentación y… Bueno, da igual. El año pasado, justo cuando
me lo encontré en el puerto, tuvo que recibir las rentas, ¿pero
para pagar cincuenta mil libras con todos los gastos que tiene y

seis hijos que son unos manirrotos? No, era imposible que la
hubiera pagado, así que me arriesgué.

—Pero habrá vendido la casa de Londres, ¿no? —


preguntó el duque.

—No —dijo Berleigh—. No se la compra nadie.


Necesita muchas obras y pide mucho.
—Así que no tiene una libra en el bolsillo —dijo su tía.

—Bueno, tampoco exageremos —dijo el duque—. Lo


que está claro es que no ha pagado la cuenta pendiente con
Sterling y puede que a estas alturas sea mayor.

—Pues es un hombre que no tiene buenas pulgas —


dijo el marqués—. Mejor no cruzarse en su camino.

Ella sonrió. —Por eso se me ocurrió presionarle con


eso.

Su marido la miró con ganas de soltar cuatro gritos. —


¿Ahora?

—Sí ahora, ¿qué pasa?

—Mujer… —dijo entre dientes—. Estas cosas se


planean.

—Había planeado otra cosa y me la fastidiaste. Ahora


improviso. —Se acercó a él y susurró —Pero después me lo
cargo.

Berleigh sonrió sin poder evitarlo. —Claro que sí,


preciosa. Hay cosas que no se perdonan.

Ella asintió. —Exacto, marido. Menos mal que


comprendes mi enfado contigo.
—Me refería a él.

Se volvió como si no hubiera oído nada. —¿Bailamos,


duque?

Su padre sonrió como si le hubiera regalado la luna. —


Por supuesto, cielo.

Gruñó porque lo había dicho sin pensar, pero al parecer


ahora no podía desdecirse. Pero disfrutó mucho porque Ernest
era un bailarín experimentado y fue como si volara. Se echó a
reír cuando la giró varias veces. Berleigh desde el borde de la

pista la observaba y la marquesa se puso a su lado. —Es como


ver a mi querida hermana. Aunque tiene algo que ella nunca
tuvo.

—¿El qué?

—Alguien que la ama de verdad. —Sonrió. —Porque


la ama, ¿no es cierto?

Tenso respondió —Sí, la amo. Pero ella opinaría que lo

descubrí demasiado tarde.

—Milord, nunca es demasiado tarde para el amor.

El duque trajo de vuelta a Sabreene que sonreía


radiante. —¿Pero no era mío este baile? —dijo Stuart

acercándose aparentando indignación.


—Milord, no le he visto.

—Un par de bailes más y no tendrá rival —dijo Ernest.

—Pues vamos allá —contestó el primo de su marido.

En ese momento se escuchó un grito tras ellos y varios


se apartaron para mostrar a una mujer a la que se le había
incendiado el bajo del vestido porque se había caído un
candelabro de pie. Todos gritaban horrorizados y otra chica
que estaba a su lado intentó ayudarla prendiéndose su vestido.

—¡Sácalas de aquí, tío! —gritó Berleigh quitándose la


chaqueta.

Pálida vio como las mujeres gritaban y varias salieron

corriendo casi arrollando a su tía. Ernest la cogió por la


muñeca y tiró de ella. —¡Vamos, niña! ¡Tengo que alejarte del
fuego!

Corrieron hacia la puerta que estaba atorada de gente


que luchaba por salir y vio como una mujer se desmayaba a su
lado. —¡Tía! —gritó mirando a su alrededor.

—Estará bien.

Ernest frustrado por el tapón de gente miró hacia el


otro lado de la pista de baile. —¡Por la puerta al jardín!
Cuando se volvió sus ojos se encontraron con los de su

hermano y sintió un pinchazo en el costado antes de que le


perdiera entre la gente. Ernest tiraba de su muñeca para sacarla
de entre la multitud y cuando pasaron por la pista de baile vio
a Berleigh apagando el fuego de la muchacha mientras su
primo y varios más lo hacían con la otra. Al llegar a la puerta

del jardín que era más grande salieron casi sin problemas y
Ernest respiró del alivio. —Menos mal, niña. Esas malditas
crinolinas que se han puesto de moda están provocando
muchos accidentes. —Juró por lo bajo mirando hacia la casa.
—Espero que se pongan bien.

—Dios mío, nunca había visto algo igual —dijo


impresionada.

Berleigh salió en ese momento y aliviada se acercó a


él. —¿Cómo están?

—Tienen algunas quemaduras en las piernas. Podría


haber sido mucho peor, las crinolinas nos impedían apagar el
fuego. —La miró fijamente. —Júrame que jamás te pondrás

uno de esos armatostes.

—Te lo juro —dijo pálida.

Él la abrazó y Ernest chasqueó la lengua. —El otro día


una mujer con un trasto de esos no midió al sentarse y se
espatarró ante todos en el teatro. Es ridículo.

—Y peligroso como acabamos de ver. —Bajó la vista


hacia ella. —¿Estás bien?

Levantó su rostro. —No, no sé qué me pasa.

—Es normal que esto te haya dejado mal cuerpo, hija.


Vámonos a casa.

Miró a su alrededor. —Mi tía…

—Ya no hay fuego, seguro que está bien.

Dejó que la guiara entre la gente que iba hacia sus

carruajes. —¿Sabreene?

Al ver a su tía corrió hacia ella y se abrazaron. —


¿Estás bien? —preguntó su tía.

—No sé —dijo apartándose.

—¡Stephanie! —exclamó el duque mirando su vestido


azul donde mostraba una mancha oscura—. ¿Estás herida?

Se miró el vientre y gritó cogiendo de los antebrazos a


su sobrina. —¡Estás sangrando!

Berleigh la volvió y pasó las manos por su vientre


mostrando la mano llena de sangre. Impresionada se tambaleó.
—¿Qué es eso?
Su marido sin responder la cogió en brazos —¡Buscad
un carruaje!

—¡Aquí está el mío! —gritó el marqués.

Corrieron hasta allí. Berleigh la metió con cuidado y


Sabreene recordó los ojos de su hermano antes de sentir el

pinchazo. —Ha sido Matthew. Ha sido mi hermano —dijo


impresionada.

—Lo pagará, te lo juro por Dios —dijo desesperado


porque la tela roja del vestido no le dejaba ver.

Ella cogió su mano haciendo que la mirara a los ojos.

—Ellos quemaron a esas mujeres. Lo planearon todo. Júrame


que si no sobrevivo me vengarás. Vengarás a mi madre.

—Te lo juro, pero nos vengaremos juntos.

Su tía sentada frente a ellos gritó —¡Rápido cochero!

—Se arrodilló a su lado. —Rásgale el vestido.

Él agarró el escote y tiró rompiéndolo en dos. El corsé

estaba empapado en sangre en su lado derecho. Sabreene hizo


una mueca. —Al menos es en el mismo sitio donde recibí el
disparo.

—Esperemos que tengas la misma suerte, preciosa.

—¿Te dispararon? —preguntó su tía asombrada.


Se sonrojó. —Ha sido una relación algo tormentosa —
dijo ella. Vio que pensaba que hablaba de su padre y se dio
cuenta de que era mejor no aclarárselo. Su marido intentaba
quitarle el corsé, pero ella le detuvo. —Espera. Que esté la
herida apretada igual retiene la hemorragia.

Él juró por lo bajo apartando las manos. —¡Dese prisa!


—gritó.

—Mi casa está más cerca que la del duque.

—Mi tío le dirá al médico que vaya a su casa.

—Berleigh… —Él la miró y cogió su mano. —El


niño…

—No te preocupes por el niño, seguro que estará bien.

La herida la tienes en el costado.

—No hablo de ese niño. —Forzó una sonrisa mientras

su marido intentaba con los nervios entender lo que le decía —


Hablo del otro.

—¿Qué otro? —gritó sobresaltándola.

—Uy, este hombre… —dijo su tía asombrada.

Entonces Berleigh debió entender porque entrecerró


los ojos. —No me digas que…
—Que lo crie mi tía.

Su tía sonrió. —¿De veras me lo entregas?

—¿Qué disparates dice, señora?

—Marquesa, soy marquesa. Y para que lo sepas he


criado cinco hijos.

—¡En este momento me importa un pito! —Fulminó a


Sabreene con la mirada. —¡Dime que es mentira!

—No puedo decirte eso, ¿no ves que me muero? Tengo


que sincerarme.

—¡Ahora! ¡Tienes que sincerarte ahora!

—Pues sí. Ahora es cuando me desangro.

—¿Y se puede saber dónde está?

Miró a uno y luego al otro. —En donde me encontró tu


tío. En esa casa.

—Donde no me abrieron la puerta —dijo entre dientes.

—Ah, ¿pero fuiste?

—¡Sí! ¡Sí que fui! Maldito detective —dijo entre

dientes.

Jadeó. —¿Has contratado a un detective?


—¡Pues sí! ¡Y no tengo noticias suyas desde entonces!

Cogió su mano. —¿Qué quieres decir?

—No sé nada de él, preciosa.

—Pero están allí, ¿no?

—Cielo, tu marido no lo sabe.

Angustiada apretó su mano. —Tienen que estar allí.

—No te preocupes, le encontraremos. Por cierto,


¿cómo se llama? —preguntó con ironía.

Le miró con rencor. —Qué mal carácter tienes.

—¿Qué carácter quieres que tenga cuando estás herida


y me entero de que tengo un hijo que no he visto nunca?

—Ahí el chico tiene razón.

Sabreene gruñó. —Se llama Jeremy.

Su marido no podía estar más pasmado. —¿Has

llamado a mi primogénito Jeremy?

—Me gustaba el nombre. ¿Qué pasa?

—La madre que la parió.

—¡Tú no me querías! ¡Me echaste a la calle! —Se


echó a llorar. —No te importaba si me moría.
—No digas eso. —Angustiado besó su mano. —Claro
que me importaba.

—¡Mentiroso! ¿Y pretendes que le ponga tu nombre?


¡Sigue soñando! —le gritó a la cara.

Su marido hizo una mueca. —Jeremy es un nombre


estupendo.

—Vuestra relación también es algo tormentosa, ¿no?


Niña, no lo consientas —dijo su tía.

El carruaje fue aminorando y Berleigh abrió la puerta


antes de que se detuviera. —¡Reynolds! —gritó antes de coger
a su mujer en brazos.

La puerta se abrió mostrando al mayordomo que bajó


los escalones corriendo. —Preparen lo necesario por si el

médico necesita operarla. Hiervan agua, busque vendas…

—¿Operarme? —preguntó asustada.

—No es nada, preciosa.

—¿Cómo no va a ser nada? Uy, que ya me encuentro


mucho mejor…

—Será posible. Si tiene que operarte, te operarás.

—¡Alice! ¡Trae la pistola que quieren operarme!


Su doncella llegó en ese momento con la respiración

agitada y chilló al ver la sangre. —No es nada, no te


preocupes. Trae la pistola tranquilamente no vaya a ser que te
caigas y te pegues un tiro. Que las carga el diablo.

—Deja de decir disparates —dijo su marido


metiéndola en la habitación.

—¿Los digo? —preguntó pasmada—. ¡Ay, que ya no


me llega la sangre al cerebro!

Su marido la dejó sobre la cama. —Traer un cuchillo


o… —Alice le puso delante unas tijeras. —Eso. —Las cogió a
toda prisa y empezó a cortar el corsé por delante. Las mujeres
estiraron el cuello para ver como levantaba con cuidado la
camisa interior mostrando el corte justo debajo de la otra

cicatriz. —Joder… Esto sangra más que la última vez, esposa.


—Cogió la toalla de lino que le tendió Alice y la apretó contra
la herida haciéndola gemir. —Venga preciosa, esto no es nada.

—¿Eso crees? —Asustada miró sus ojos. —Prométeme


que le querrás.

—Más que a mí mismo, pero le querremos los dos.

Escucharon gritos en el piso inferior y Berleigh forzó


una sonrisa. —Ya están aquí.
El médico entró en la habitación con la respiración
agitada. —La han apuñalado, doctor —dijo Berleigh.

—Santa madre de Dios. —Se acercó a la cama dejando

el maletín sobre el colchón. —Salgan de la habitación.

—Yo me quedo —dijeron los tres a la vez.

El médico suspiró. —Señores, ni la paciente ni yo


estamos para dramas ni para cuidar desmayadas. ¡Fuera! —No
se movió nadie. —Muy bien, vamos allá. —Apartó el paño y

levantó una ceja al ver la herida de bala. —Milady, ¿esta


cicatriz cómo se la hizo? Nunca me lo ha dicho.

—Fue un accidente.

Palpó por debajo. —Un accidente con orificio de

salida. Pues es evidente que tuvo suerte como esta vez. —Su
tía se desmayó del alivio y todos miraron hacia ella. —¿Lo
advertí o no lo advertí? —dijo el médico como si no pudiera
con ellos—. La hemorragia está remitiendo —dijo observando
la herida—. ¿Quién puede librarse de una herida de bala y un
apuñalamiento?

Berleigh sonrió encantado de la vida. —Mi esposa,


doctor.

—Una mujer afortunada.


—¿Eso cree? —preguntó ella con ironía.

—Si no hay infección todo irá bien.

—Estupendo —dijo su marido como si ya estuviera


todo hecho acercándose y besándola en los labios como si
hubiera ganado un partido de criquet—. Eres única.

—Es evidente que su esposo tiene mucha fe en usted.

—Ni se imagina lo fuerte que es, doctor. Mi esposa se


recuperará.

Para asombro de Sabreene fue hasta la puerta. —¿A


dónde vas?

—¡A buscar a mi hijo!

Hala, ¿y ella qué? Dejó caer la cabeza en las


almohadas y miró hacia el doctor que estaba pasmado. —Sí
doctor, hemos tenido un hijo. —Frunció el ceño. —¿Le he
dicho que he recuperado la memoria?

Estaba medio dormida cuando escuchó que se cerraba


la puerta y se sobresaltó abriendo los ojos como platos para
ver a su marido acercándose a la cama. Sabreene sonrió medio
drogada. —Estás aquí.

—Sí, preciosa. Veo que el médico ha abusado del


láudano.

—Sí… —Sonrió agotada intentando concentrarse. —


Acuéstate a mi lado. —Él lo hizo acariciando su mejilla y
Sabreene cerró los ojos sin darse cuenta de que Alice salía de
la habitación discretamente.

—¿Cómo estás?

—Bien. Dolía más el tiro.

—¿Te pedí perdón?

—No lo recuerdo —dijo no queriendo pensar en ello.

—¿Y te he dado las gracias por salvarme la vida?

—Tampoco lo recuerdo.

Él la miró fijamente. —Pues gracias por salvarme la


vida.

—De nada.

Cogió un mechón de su cabello y lo acarició entre sus


dedos. —Y perdón por dispararte, por recibirte de esa manera
cuando tú no tenías la culpa de la boda, por…
Ella le tapó la boca con la mano. —Shusss. No
terminarías nunca.

Sonrió bajo su mano y la apartó suavemente. —Soy un


desastre de marido, ¿no?

—Estaba preparada para tu rechazo. Simplemente me


tomó por sorpresa que creyeras lo que te dijo mi padre.

Perdió la sonrisa poco a poco. —Lo siento, preciosa.

—Bah, ya no sirve de nada pedir perdón.

—Eso es que no me perdonas.

—Eso es que el daño ya está hecho. ¿Crees que


perdonaría a mi padre por mucho que me lo rogara?

Él apretó los labios sin dejar de acariciar su cabello. —


Jamás sentí un dolor igual que en el momento en que me dijo
que éramos hermanos. —A Sabreene le dio un vuelco al
corazón. —Y no tengo excusa para hacer lo que hice, pero me
sentí asqueado de mí mismo, de lo que creía que había hecho
mi padre y que tú lo supieras embarcándome en esa mentira…
Porque yo ya te quería, preciosa. Ya sentía que éramos uno.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Pero no me creíste.

—Y te juro que me arrepentiré toda la vida. Cuando


Phillips gritó tu nombre, cuando llegó corriendo porque te
escapabas, me asusté tanto… Hice que te buscaran, te lo juro.

—Patrick Malone me recogió.

La miró sorprendido. —¿Qué?

—Cuando le echaste se quedó unos días con un


hermano, pero en su casa cuatro más no cabían, así que se
subieron al carro con sus cosas rumbo a Londres a buscar

trabajo. Sarah fue la primera que me vio y le gritó a su marido


que se detuviera. Al principio él no quería llevarme, pero mi
desesperación debió conmoverle. —Sonrió con tristeza. —Y
desde entonces no me han dejado. —No sabía si decírselo,
pero se estaban sincerando. —Te equivocaste. Él era el único
que no estaba metido en el robo del grano.

Su marido maldijo por lo bajo. —Le compensaré, te

juro que le compensaré.

—Lo agradecerá. Lo han pasado muy mal.

—¿Vendiste el anillo?

—No. —Sonrió por su cara de sorpresa. —Patrick dijo


que si lo enseñábamos por ahí nos apresarían por robo, porque
no podríamos justificar que lo tuviéramos sin decir quién era
mi marido, así que lo escondimos. Vendimos mi vestido y
pudimos con ese dinero alquilar la casa. Sarah se quedó con la
pequeña en casa y los demás salimos a trabajar.

—¿En una taberna?

Sonrió. —En una panadería, pero nos echaron porque


Sami se confundió con las cantidades después de decirle cómo
se hacía tres veces. Salieron todos los panes duros. Y como
Patrick había dicho que a trabajar teníamos que ir juntas para
estar protegidas la una por la otra, tuvimos que irnos las dos.
Después trabajamos limpiando una casa. Ahí sí pasamos
hambre porque el sueldo no daba para comer. Decidimos
dejarlo, ya estábamos desesperadas y encontramos lo de la
taberna por una puta del puerto que se llevaba muy bien con
Sarah.

—¿A quién echaron de la taberna?

Ella levantó una ceja. —¿Tú qué crees?

—¿Se propasaron contigo? —preguntó tenso.

—Con Sami. Un cerdo la cogió por la cintura y le tocó


los pechos riéndose de ella.

—¿Qué hiciste?

—Poca cosa. Le rompí la jarra en la cabeza, pero


sangraba bastante. Era el primo del dueño y nos echó de mala
manera, la verdad.

—¿La taberna sigue en pie?

Soltó una risita. —Casi.

—¿Y después?

Hizo una mueca. —Despidieron a Patrick porque


estaba enfermo, pero tuvimos suerte y una vecina que tenía
una hija trabajando en la cocina de palacio nos avisó de que
buscaban pinches. Allá que fuimos, aunque yo no he cocinado
en mi vida.

—De ahí lo de las manos.

Asintió. —Y ahí nos encontró tu tío.

—No me has hablado del niño.

—No, no te he hablado de él. —Se emocionó al


recordarlo. —Empecé a sentir dolores limpiando las escaleras
de la casa. Me asusté muchísimo, creí que lo perdía.

—Cielo… —La abrazó. —Lo siento.

Sollozó sobre su pecho. —¿Dónde está? ¿Está


dormido? Tráelo, quiero verlo.

Él se tensó y Sabreene se apartó para mirarle a la cara.


—¿Berleigh?
—No estaba allí, preciosa —dijo haciéndola palidecer.

—Pero si es de noche, tienen que estar en casa. Patrick


no quería que saliéramos de noche.

—Al tirar la puerta abajo vi un sobre en el suelo lleno


de dinero.

—¡Oh Dios mío, se lo envié yo!

—Tranquilízate.

—¿Cómo me voy a tranquilizar si no sé dónde está mi


niño? —Sollozó. —¿Dónde han ido?

—Igual se asustaron cuando los lacayos te cogieron y


decidieron irse.

Sí, eso tenía sentido. Habían prometido cuidar de él. —


Sí, debe ser eso. Sami trabaja en la cocina de palacio, supongo
que aún conservará el trabajo. Pagaban muy bien.

—Le encontraremos, no te angusties.

—No tenía que haberle dejado allí, no tenía que


haberle dejado solo.

—Le encontraremos.

—Como le haya pasado algo no podré soportarlo.


—Estará bien. Mi tío me ha dicho que esa amiga tuya
parecía lista, no le pasará nada.

Pensó en ello. —Sí, le protegerían con su propia vida.

Berleigh acarició su mejilla. —¿Ves, preciosa? Le


encontraremos y estará perfectamente. Ahora piensa en
reponerte.

Suspiró poniéndose de espaldas.

—Duerme cielo, estás agotada. No luches contra la


droga.

—Tenemos que encontrarle… —susurró mientras sus


ojos se cerraban.

—Y lo haremos. Te juro que lo haremos.

La observó mientras se quedaba dormida consciente de


todo lo que le había fallado a su esposa y a su propio hijo. Si

estaban en esa situación era exclusivamente culpa suya. Se


levantó y fue hasta la puerta. Ernest estaba allí esperando y dio
un paso hacia él. —No se lo ha tomado tan mal.

—Está muy drogada, lo que es un alivio porque no me


quiero imaginar cómo se hubiera puesto estando normal.

—Te pegaría un tiro. —Hizo una mueca. —O a los


dos, porque yo también soy responsable de esto.
Se pasó la mano por la nuca. —No tiene gracia, tío.
Estamos en problemas. Si esa mujer no trabaja todavía en
palacio estamos en graves problemas. Incluso pueden haberse
ido de la ciudad. —Apretó los puños. —Ese inútil del
detective.

Su tío entrecerró los ojos. —Tuvieron que irse la


misma noche que cogí a Sabreene, cuando tú fuiste a la casa
no te abrieron la puerta.

—Igual por eso se fueron. Cuando fui se dieron cuenta


de que no les dejaríamos en paz.

—No te eches la culpa, solo querías saber la verdad y


tu mujer no ha ayudado mucho.

—¿Y la culpas después de lo que ha sufrido?

—No, hijo. Yo hubiera actuado igual.

—Ya no sirve de nada hablar de esto.

—Igual deberías empezar a aprovecharte de tus


influencias, Berleigh. Sabes que Alberto pondría a toda la
guardia real a buscarles.

—¿Y que se entere toda Inglaterra de que mi hijo está


desaparecido? ¿Un hijo del que desconocen su existencia?
Esto se convertiría en un circo. Por no hablar de los
desaprensivos que se enterarán y que se les ocurriera pedir una
sustanciosa recompensa por nada.

—No pueden haber desaparecido de la faz de la tierra.


¿Quedaba algo en la casa?

—Todas sus cosas, debieron llevarse lo imprescindible.


Incluso estaba la cuna, joder.

—No te sulfures, les encontraremos.

—Mañana mi esposa entrará en pánico y querrá


buscarles ella misma.

—Quizás es lo mejor. Ella conoce por donde se


movían.

—La acaban de apuñalar, no creo que sea el momento


para que se recorra Londres de cabo a rabo.

—Otro tema que tendrás que solucionar, ese cerdo no


puede seguir con vida. Hacerle eso a su propia hermana.

Los ojos del conde se oscurecieron de odio. —Están


muertos, los dos. Solo tengo que encontrar la manera de
hacerlo sin escándalos. Ya bastante escándalo será que
hayamos tenido un hijo y no se haya enterado nadie.

—Creerán que tiene una tara y que por eso lo


ocultabais.
—Algo que tendremos que solucionar también, pero no
me preocupa de momento. Hablaré con Sabreene del asunto.
Al fin y al cabo es su venganza por mucho que me revuelva las
tripas que aún sigan respirando.

—¿Crees que hoy enviarán los papeles y las joyas?

—No, y te aconsejo que tengas cuidado porque ahora


sabe seguro que tú fuiste el amante de su esposa.

—Sí, me di cuenta cuando ayer noche me miró con

odio. No debes preocuparte por mí, voy armado.

—Si te sorprenden servirá de poco.

—Solo faltaba que ahora te preocuparas por mí. —


Entrecerró los ojos. —Sé cuidarme solo, hijo.

—Si te pasa algo Sabreene se considerará responsable,


así que quiero que te acompañen cuatro lacayos cada vez que
salgas hasta que solucionemos esto.

El duque apretó los puños con impotencia. —Tenía que


haberlo solucionado hace años y mi hija no hubiera sufrido ese
maltrato.

—Te dejaste convencer por lady Stephanie. Eso ya es


agua pasada, no debes flagelarte por ello. Pero lo que sí
tenemos que evitar es que vuelva a hacerle daño.
—Eso no puede pasar. La casa está fortificada con dos

lacayos ante cada puerta y no puede pasar nadie sin nuestro


consentimiento expreso.

Berleigh asintió. —Quiero que un lacayo siga a mi


suegro discretamente.

—Le enviaré de inmediato. El médico me ha

preguntado si no lo habíamos denunciado. Estaba un poco


sorprendido cuando le dije que no.

Juró por lo bajo y fue hasta las escaleras.

—¿A dónde vas?

—A hablar con él. Solo faltaba que contara esto a


alguien. Aunque es discreto hay que asegurarse.
Capítulo 12

Al final del muro, Sami pegada a la pared estiró el


cuello para ver a los dos lacayos ante la puerta y maldijo para

sí. Era evidente que no querían que se les escapara la pieza.


Uno de ellos miró hacia allí y juró por lo bajo apartándose de
golpe. Se mordió su grueso labio inferior. ¿Y ahora qué hacía?

Miró hacia arriba. Las ventanas del segundo piso estaban

abiertas, seguramente porque las doncellas estaban ventilando,


aprovechando el radiante día que hacía y eso que solo eran las
diez de la mañana. ¿Cuál sería su habitación? Aunque igual no
la tenían en una habitación. Sabreene intentaría huir y puede
que pudiera hacerlo por una de esas ventanas. Sí, su amiga se
intentaría largar. El sitio donde la tuvieran no debía tener
ventanas. ¿El sótano? Al pensar en su amiga encerrada en el

sótano se le puso un nudo en la garganta. Tenía que entrar en


esa casa.
Un carruaje se detuvo en la acera, lo que significaba
que no era noble porque si lo fuera el cochero hubiera entrado
al patio de la casa para que su señora caminara lo menos
posible. Sami estiró el cuello para ver quien era. Una mujer
descendió de él y al ver que una muchacha iba tras ella con un
montón de cajas se le cortó el aliento porque era una modista.
Los lacayos negaron con la cabeza.

—¿Pero qué ocurre? —preguntó la mujer indignada—.

Son los vestidos de milady y los espera cuanto antes. Quiero


hablar con ella.

Sami entrecerró los ojos interesada y en ese momento


se abrió la puerta mostrando a alguien con autoridad. —

¡Quiero hablar con la condesa! ¡Ahora! ¡A mí no se me trata

así!

—Milady no recibe hoy, se encuentra indispuesta.

Indispuesta. Eso solo podía significar dos cosas o que

estaba enferma o que le habían pegado tal paliza que no podía

verla nadie hasta que se le curaran los morados. Y con la


lengua que tenía su amiga del alma cuando se enfadaba, se

inclinaba por lo segundo porque desde que la conocía ni un


resfriado había pillado.

—¡Se la hará llamar cuando pueda recibirla!


El mayordomo le cerró la puerta en las narices y jadeó
de la indignación antes de ir hacia el coche enfadadísima. —

Esto es inconcebible.

—Sí, señora Plumbert.

—A mí no se me trata así.

—No, señora…

—Pero la condesa es una mujer con una alta


sensibilidad y es evidente que su educación es exquisita. —

Sami levantó una ceja. —Con lo amable que ha sido siempre

debe ser cierto que está indispuesta. Recuerda que cuando la


conocimos tenía este terrible morado en el rostro.

—Igual es una recaída de esa enfermedad, señora…

La mujer sonrió satisfecha. —Eso debe ser. Pobrecita.

Seguro que como ayer asistió al baile tiene un disgusto


mayúsculo por lo sucedido. Que terrible escena debió

presenciar con esas muchachas quemándose. Que pena que no


le hubiéramos terminado uno de los vestidos de fiesta, esta

mañana me han dicho que lució maravillosa bailando con su

esposo. Era tan feliz y están tan enamorados. ¿Sabes que ella
le curó con su amor de esa invalidez que padecía? Se dice por

todo Londres.
—¿De veras? —La chica suspiró soñadora. —Qué

bonito.

—¿Qué haces que no subes eso?

—¿No deberíamos dejárselos, señora Plumbert?

—Quiero ver su reacción cuando se los pruebe. Estará

maravillosa. Esa hermosura nos hará ganar mucho dinero.

Sube de una buena vez.

—Sí, señora…

Primero subió la muchacha con las cajas y después ella


gritando —¡Al taller!

Sami frunció el ceño mirando al piso de arriba de

nuevo. ¿Baile? ¿Estaban enamorados? No parecía que su

amiga estuviera sufriendo mucho en su cautiverio. Que

extraño, la Sabreene que conocía hubiera quemado la casa con


tal de salir de allí. ¿Qué estaría tramando? Algo que haría

temblar los cimientos de esa casa, eso seguro. Sami sonrió sin

dejar de mirar hacia arriba esperando verla.

—Retira la bandeja, Alice.


—Milady debe comer. Su niño estará bien y tiene que
recuperarse cuanto antes.

—Retira la bandeja —dijo pálida—. Tanto láudano me

ha dejado revuelta.

—Como quiera, milady. —Su doncella apenada retiró

el desayuno prácticamente sin tocar.

Su marido apretó los labios mirando por la ventana. —

Preciosa…

—¿Has preguntado a los vecinos? —preguntó ansiosa.

—¿A las putas? Cuando he regresado al puerto al


amanecer no es que hubiera muchas.

Preocupadísima asintió. —Sí, cuando salíamos por la

mañana la calle siempre estaba casi vacía.

—Por la tarde iré de nuevo para preguntar.

—Iré contigo.

Se volvió hacia ella. —Ni hablar, tienes que

recuperarte.

—Sabes que me recupero rápido.

—Mujer, te apuñalaron ayer mismo.


Le retó con la mirada. —Iré contigo. Quiero recuperar

a mi hijo.

—No hagas que tenga que atarte a la cama.

—No hagas que tenga que ponerme a gritar como una


loca. La garganta la tengo estupendamente.

Berleigh se la comió con los ojos. —Tienes muchas

cosas estupendamente.

Se sonrojó, pero disimulando levantó la barbilla. —Ni

se te ocurra pensarlo, conde.

—¿Acaso no me has perdonado?

—¿Cuándo he dicho yo eso?

Gruñó acercándose a la cama. —Mujer, me perdonarás,

conseguiré que lo hagas.

—No quiero hablar de eso ahora, Berleigh. —Él se


sentó a su lado y se la quedó mirando fijamente. —¿Qué?

—No, nada.

Era evidente que estaba conteniendo la lengua para no

discutir sobre ese asunto y Sabreene lo agradeció porque lo

que menos quería era pensar en su matrimonio. ¿Cómo iba a


perdonar a su marido después de lo que había hecho? Había
cosas que no se perdonaban nunca.

—Tenemos que hablar de lo que vamos a hacer con tu


familia.

—¿No es evidente? Si no fuera tu casa ya se la habría


quemado y si estaban dentro mejor.

—En este momento la casa me preocupa poco.

Sabreene se tensó. —Pues a mí no. Quiero esa casa y

todo lo demás que me han arrebatado. Y quiero que mueran,


los dos. —Elevó la barbilla. —Además Douglas será mucho
mejor conde. Es una persona mucho más sensata.

—Bien, ¿y cómo quieres hacerlo?

—¿Estás de acuerdo? —preguntó sorprendida.

—Mujer, ese comentario me hace pensar que crees que


no tengo arrestos para hacerlo y te aseguro que deja mi

hombría por los suelos. ¡O que crees que no tengo interés, que
es aún peor cuando han intentado matarte!

—Como querías que me mataran la vez anterior…


Parece que ahora te lo estás tomando muy a pecho cuando
hace un año te daba lo mismo.
—Vaya, preciosa… Veo que te has levantado con el pie

izquierdo.

—¡Quiero a mi hijo! —gritó de los nervios.

—¡Y crees que no hago lo suficiente!

—Lo has dicho tú —dijo con rencor—. Todavía no me


fío de ti y puede que no te importe que desaparezca.

Berleigh palideció. —No me puedo creer que hayas


dicho eso.

Se le encogió el corazón porque sus ojos demostraron


una decepción enorme. —No me mires así. Más me has

decepcionado tú.

—Y piensas seguir recordándomelo el resto de mi vida.

—Encuentra a mi hijo, Berleigh.

—¡Es nuestro hijo! ¡Y le voy a encontrar! —La cogió

por la nuca acercándola a su rostro. —Y pienso conseguir que


me perdones. —La besó tan apasionadamente que a Sabreene
hasta se le encogieron los dedos de los pies por el deseo que la

arrolló y cuando su marido se apartó de repente un quejido de


protesta salió de su garganta. Él suspiró. —Tienes que
perdonarme, preciosa.
Parecía desesperado por su perdón y sus ojos se

llenaron de lágrimas por la lucha interna que la acosaba. —Me


lo pensaré.

Él la miró asombrado. —Te lo pensarás.

Parpadeó despejando las lágrimas. —No querrás que

tome esa decisión ahora.

—Pues sería de gran consuelo para mi alma que lo


hicieras y cuanto antes mejor, la verdad.

—¿Y si dijera que no puedo ni podré fiarme de ti jamás


y que no puedo perdonarte?

—No me voy a dar por vencido.

—¡Pues entonces no me saques el tema continuamente

y déjame ir a mi ritmo! —gritó exaltada.

—A tu ritmo… ¡Antes tenías un ritmo más ágil, mujer!

Jadeó indignada. —No hablarás del lecho, ¿no?

Su marido carraspeó. —No, claro que no. ¡Pero bien

que querías sentarte sobre mis rodillas!

—¡Es que antes era tonta y quería que nuestro


matrimonio funcionase!

—Y ahora no —dijo entre dientes.


—¡Ahora me importa un pito! ¿Sabes lo que me
importa? ¡Mi hijo! ¡Así que mueve el culo a palacio a ver si
encuentras a Sami!

—¡No la he visto nunca! ¡Cómo la voy a reconocer!

—¿Es que tengo que hacerlo yo todo? —Apartó las

sábanas y su marido la retuvo. —Déjame que…

—Dime cómo es.

Gruñó tumbándose de nuevo. —Como yo, pero con el


cabello moreno.

—¿Cómo tú? Dudo que sea como tú.

—Pues sí, es muy bonita, ¿qué pasa?

Berleigh sonrió. —Al parecer sois uña y carne.

—Las adversidades nos unieron.

—Otra pulla.

—No es una pulla, es la verdad. Somos de la misma


edad y encajamos, no es tan raro. Tú vete a la cocina de

palacio por la puerta de atrás y di que quieres hablar con Sami.


Ellos la buscarán y la llevarán hasta la entrada.

Él entrecerró los ojos. —Eso si no huye.


—Si huye solo hay una manera de salir de palacio para
los empleados.

—La puerta de atrás.

—Exacto. No sería capaz de entrar en las estancias de


palacio, podrían prenderla por eso y Sami no es tonta. Si está

allí se presentará ante ti para demostrarte que no tiene nada


que ocultar. Dile que quiero hablar con ella. No le preguntes

por el niño y para que vea que tienes buena voluntad le


entregas el sobre que le envié. Está lacrado y… —Al ver la
mirada de su marido se detuvo en seco. —¿Lo has leído?

—Era inevitable, me moría de la curiosidad. Así que


soy un gañán estúpido y me harás pagar mis pecados, ¿eh?

—Pues sí.

—Mujer, me sacas de mis casillas.

—Ya, te pasa desde el principio. A ver si te


acostumbras.

Berleigh sonrió. —Espero no acostumbrarme nunca,


preciosa. Le das sal a la vida.

Se sonrojó de gusto. —¿Quieres centrarte?


Hablábamos de Sami. Escribiré otra carta y le diré que me
visite que tenemos que hablar. No mencionaré al niño para que
no se ponga nerviosa y la traes aquí.

—¿Y si no está en la cocina?

—Entonces habrá que buscarles por Londres. Esta

tarde…—Él iba a decir algo. —Esta tarde —dijo más alto—.


Iremos a nuestra antigua casa y preguntaré a las mujeres que
conozco. Si les han visto irse me lo dirán.

—Me extraña que no te empeñes en venir a palacio


conmigo.

—¡Si me acabas de decir que ni hablar!

—¡Y desde cuándo me haces caso!

—Pues tienes razón. —Apartó las sábanas. —Voy


contigo.

—Si Sami me ve allí contigo y en ese estado, pensará


que lo que quiero es al niño y que te presiono de alguna

manera. —Sabreene se detuvo en seco y le miró sobre su


hombro. —Entonces sí que huirá porque es lo que tú
esperarías de ella, ¿no? Y pasaría lo mismo si fueras sola, no
se fiaría. Supongo que después de este tiempo juntas te conoce
muy bien. ¿Acaso no te preguntaría una y otra vez qué te pasa
para que estés tan pálida? Y no creo que se creyera que no te
he apuñalado yo.

—Pues tienes razón.

—¡Menudo concepto tiene de mí!

—¡Les echaste de sus tierras sin razón dejándoles en la

indigencia, no esperes que te adoren, Berleigh!

Gruñó molesto. —Las pruebas indicaban…

—Lo de las pruebas no es lo tuyo, marido.

—¡Otra pulla!

—¡Y las que te quedan! ¡Mueve el culo a palacio que


quiero a mi hijo!

—Necesito la carta por si doy con ella.

Ni corta ni perezosa fue hasta el tocador y él frunció el


ceño. —Aquí necesitas un escritorio, preciosa. Haré que te

envíen uno.

—No te molestes —dijo distraída escribiendo—.

Cuando recuperemos tu casa nos mudaremos, así estoy bien.

Él sonrió y se cruzó de brazos mientras escribía

observando la hermosa letra de su esposa. Entonces se dio


cuenta de algo. —¿Saben leer?
—Sí, Sami sabe leer y su hermana también.

—Qué raro, la mayoría de los niños del pueblo no


saben.

—¿Y de quién es la culpa?

—De sus padres que no les llevan a esa escuela que

pago

Le miró sorprendida. —¿La pagas tú?

—Claro que sí, preciosa. Hice que les llevaran una


profesora de Londres, cuantos más estudien más futuro para la

comarca.

Ella sonrió. —Yo pienso lo mismo. —Sopló sobre la

hoja y la dobló. —Sami fue a la escuela y su hermana también.


Así que ellas han aprovechado tu generosidad.

—No creo que eso lo aprecien mucho ahora.

—Nada de nada. Te escupirían a la cara si pudieran.

Él gruñó viendo como doblaba las hojas y le acercó


una vela para derretir el lacre que tuvo que quedarse así
porque no tenía un sello. Otra cosa que tenía que solucionar, la

lista se hacía eterna. Cuando ella le tendió el sobre sonrió. —


¿Otro beso?
—No te pases, conde.

Berleigh comiéndosela con los ojos se agachó y le dio


un suave beso en los labios que ella no rechazó. Salió de la
habitación provocando una sonrisa en ella sin poder evitarlo.
—Este hombre te va a volver loca.

Sentada en su cama con su tía al lado esta cogió su


mano. —Le encontrará, no te preocupes. Tu marido es muy
inteligente, aunque no lo creas.

Gruñó. —Más nos vale.

De repente una piedra entró por la ventana abierta y


ambas estiraron el cuello para verla rodar hasta la puerta de
entrada. —Pero qué… —Su tía se levantó y entró otra piedra
en ese momento que rompió uno de los cristales. —¡Válgame
Dios!

Sabreene se levantó a toda prisa y esquivó la siguiente


por los pelos. —¡Cuidado, niña!

Sacó la cabeza y suspiró del alivio al ver a Sami. —


¡Eh, tú! —gritó uno de los lacayos.

Sami echó a correr.


—¡No, no! —Al ver que desaparecía calle abajo temió
no volver a verla y gritó —¡Cogedla!

Al menos seis lacayos corrieron tras ella y angustiada


se apretó las manos. —No volverá.

—Todavía puede que estemos a tiempo. Si la cogen…

La puerta se abrió de golpe dando paso al duque. Se


acercó asustadísima. —Era Sami.

Él juró por lo bajo abrazándola. —Tranquila, hija. La


encontrarán. Te encontraron a ti, ¿no? Darán con ella. Vuelve a
la cama. Estás muy pálida, cielo.

Su tía preocupada por ella observó como su padre la


llevaba a la cama y la arropaba como si aún fuera una niña
sentándose a su lado. —Es una buena noticia que haya venido.

—Sí, ¿verdad? Por lo menos está bien. Aunque igual


me necesita y…

—O ha venido porque piensa que eres tú la que


necesitas ayuda.

Separó los labios de la impresión. —Claro, piensa que


me han secuestrado.

—Exacto. Y si vio que te subíamos al carruaje


inconsciente es lógico que se preocupara.
Los ojos de Sabreene brillaron. —Quiere rescatarme.

—¿Acaso no es lo que harías tú?

Asintió. —Sí, lo intentaría con todas mis fuerzas.

—Si no la cogen la veremos de nuevo, no te preocupes.

Suspiró del alivio. —Están en Londres y Sami está


bien.

—Tienes que calmarte y no preocuparte tanto. Si


dejaste a Jeremy a su cuidado es porque confiabas en ellos

totalmente. No te fallarán.

—No, no me fallarán. —Hizo una mueca. —Berleigh

ha hecho el viaje en balde, ya no trabaja en palacio.

—¿Dónde están los lacayos de la puerta, Reynolds? —


gritó el conde furibundo en el piso de abajo.

Su tía gimió. —Ya se ha enterado.

—¿Cómo has dicho? —gritó a los cuatro vientos


haciendo que su tía pusiera los ojos como platos.

Ella hizo un gesto sin darle importancia. —Perro


ladrador poco mordedor.

—¿Seguro?
—Tía lo del tiro fue sin querer. No me disparó

intencionadamente.

Su tía la miró escandalizada. —¿Tu marido te disparó?


¡Eso no me lo contaste!

Se sonrojó. —¿No? Es que son tantas cosas para


odiarle que a veces se me olvidan.

La puerta se abrió de golpe y su tía gritó —¿Has


disparado a mi sobrina?

Se detuvo en seco antes de fulminar a su esposa con la


mirada. —¿Se lo has dicho?

—También pensé que tu tío se lo había contado —dijo


con ironía—. Como se lo contó todo…

—Niña hay cosas que es mejor no decir. —Ernest


gimió por la mirada de Stephanie. —Quería ahorrarte
disgustos.

—¡Esto es inconcebible! ¡Ya puedes pedirle perdón


como se merece!

—Eso intento, milady. —Se acercó a la cama. —No ha


vuelto a trabajar.

De repente sonrió. —¡Ha estado aquí!


—¿La has visto? —preguntó pasmado.

—Pero se ha escapado. —Él miró hacia la ventana. —


Sí, la ha roto ella con una piedra en su afán por llamar mi

atención.

—Están en Londres. —Suspiró del alivio. —Es una

buena noticia. —Fue hasta la puerta de nuevo. —A ver si la


pillamos, aunque sea por las bravas.

—¡No le hagáis daño! —gritó—. ¡Cómo llegue herida

como cuando me secuestrasteis, me voy a enfadar!

Su tía jadeó mirando a Ernest como si fuera el culpable

de todos sus males. —Fue sin querer.

—¡Al parecer todo es sin querer!

No hubo suerte. Sami desapareció entre la gente de una


plaza cercana y a pesar de tantas personas buscándola no
dieron con ella. Cuando su marido se lo dijo miró a Alice. —
Prepara un vestido, nos vamos al puerto.

—Sí, milady.

—Preciosa…
—No tenemos muchas opciones.

En ese momento llamaron a la puerta. —¡Adelante!

Reynolds apareció. —Conde, abajo hay un hombre con


aspecto de abogado. Dice que tiene que entregarle unos
documentos.

Asombrados se miraron. —No te creas nada, hijo —


dijo el duque—. Esa hiena no va a darse por vencido

fácilmente.

—Es obvio que no estamos de luto, así que sabe que el


atentado contra Sabreene no ha tenido éxito. Tendrá miedo a

las consecuencias sobre todo si Sabreene habla con Sterling.

—Que suba —dijo ella—. Quiero que me vea bien.

—Sabreene…—la advirtió su esposo.

—Querido, no intentará nada con todos vosotros aquí.


—El duque sacó la pistola escondiéndola a su espalda. —
¿Ves? Veamos lo que dice ese abogado.

Reynolds no tardó en llamar y fue el mismo conde


quien abrió la puerta. —Milord, el señor Walker.

—Abogado John Walker —dijo el otro estirado dando


un paso hacia su marido—. Me envía el conde de Pringley
para que le entregue un documento. —Parpadeó al verla en la
cama sonriendo de oreja a oreja. —Oh, lo siento, milady. No
creía…

—No pasa nada, señor Walker. Mi esposa se encuentra


indispuesta, pero como es algo que afecta a su padre quería
estar presente para saber el contenido de ese documento.

—Sí, por supuesto. —Abrió su maletín y sacó el


documento tendiéndoselo. —Aquí tiene.

Berleigh leyó a toda prisa y Sabreene vio en su rostro


como se tensaba a cada palabra que leían sus ojos. —¿Qué
diablos es esto? ¿Una broma?

El hombre se sonrojó. —Es lo que el conde me ordenó


que escribiera, milord.

—¿Querido?

Berleigh la miró. —Es una demanda, cielo. El conde

nos ha demandado. Pide que le entreguemos las pertenencias


que recogimos de la casa de campo en su integridad y alega
que tiene un testigo que vio como las robábamos. —Volvió la
vista hacia el hombrecillo que se sonrojó demostrando que no
tenía la piel precisamente dura para ser abogado. —¡Dígale a

su cliente que no le vamos a dar una mierda!


—Berleigh por favor… —La tía forzó una sonrisa
acercándose. —Esas posesiones eran de mi sobrina, tenemos
documentos que lo atestiguan. Documentos de puño y letra de
la condesa de Pringley.

—Oh, de eso no me dijo nada el conde.

—¡Le dirá lo que le conviene, pero esos bienes como


tantos otros le pertenecen a mi esposa! ¡Y la casa donde vive
en Londres es mía, quiero que me la devuelva!

—Es obvio que la relación con su suegro no es lo que


debería ser.

—¡Es obvio que no! ¡Es una sabandija!

El abogado reprimió la risa. —Si admiten una


sugerencia… —Todos le miraron fijamente. —Si la casa de
Londres es suya nada impide legalmente que tomen posesión
de ella y echen a quien tenga que echar.

—Firmé un documento en que se la cedía, me obligó a


ello, eso por decirlo de alguna manera.

—¿Qué ponía ese documento exactamente?

—Que cedía mi casa en Londres a mi suegro. Escribí la


dirección exacta, firmé y se la di.

—¿Hubo testigos?
Él parpadeó. —Pues no.

—Pues el conde no puede hacer nada ante un juez.

Hablo de él no de usted. Ese traspaso del bien fue hecho bajo


coacción, no tiene validez legal. La casa sigue siendo suya. No
hubo ni transacción económica ni testigos del traspaso. Es su
palabra contra la de él porque ese papel no vale nada. Si
decidiera echarle de la casa por las bravas y él demandara, que

conociéndole no lo va a hacer, solo tiene que decir que se


aprovechó de sus…

—Continúe.

—Tristes circunstancias. No habrá juez que no le dé la

razón a usted porque hasta ahora no se regalan casas así como


así. Y más de yerno a suegro, suele ser al revés.

Berleigh sonrió volviendo el rostro hacia su esposa. —

¿Eso podría extenderse a la herencia de mi esposa?

—Por supuesto que sí. Se aprovechó de su situación en

todos los sentidos.

—Que abogado más extraño —dijo su tía —. No os

fieis.

—¿Por qué nos ayuda? —preguntó Sabreene pensando

lo mismo que su tía.


—Milady, no puedo revelar lo que he oído en esa casa
porque es confidencial entre abogado y cliente, pero sí puedo
decirle que tenga mucho cuidado.

—Ayer intentaron matar a mi esposa.

—Yo que usted le pondría escolta, milord. Y me


tomaría muy en serio su seguridad.

—Será hijo de puta… —Berleigh se volvió rabioso.

—No se sulfure, conde. Así no conseguirá nada. Como

su suegro tampoco conseguirá esos enseres que le reclama en


ese documento. No llevará a juicio esa denuncia. Solo lo hace
para que no se pongan en contacto con cierta persona y evitar
pagar las consecuencias de sus correrías. Lo que conllevaría
un escándalo, pues si al conde le sucede algo de manos del
hombre que todos sabemos, se enteraría todo Londres para dar
un aviso a otros morosos.

—¿Un escándalo? —preguntó su tía preocupada—.


Hija…

—Si están pensando no llevarle a juicio para recuperar


la herencia de la condesa y la casa de Londres, no se lo
aconsejo aunque deben recuperarlo todo cuanto antes. —Miró

a los ojos a Berleigh que era evidente que quería sangre. —


Milord, si su suegro falleciera atropellado por un carruaje

mañana, todo, incluida su casa pasaría a manos de sus


herederos. Y entre ellos no está su esposa. Entonces ya no
habría manera de recuperar nada porque el testimonio del
padre de milady no podría escucharlo ningún juez y no creerán
su versión. Pensarán que es una acción interesada y vengativa
porque su esposa no recibió herencia como el resto de sus
hermanos. Todo eso en el caso de que el conde muriera
mañana, por supuesto.

—Nos aconseja la demanda y por lo tanto sería


inevitable el escándalo.

—Con la fama que tiene usted en la ciudad, su triste


pasado y todo lo demás le aconsejo que lo haga. Se ganará la
simpatía de la buena sociedad, que por otro lado no es que
aprecien mucho al conde.

—Al parecer está muy enterado de lo que sucede en la


clase alta —dijo Sabreene.

—Antes trabajaba en palacio, milady. Conozco las


circunstancias de todo el mundo.

Berleigh le miró fijamente y entrecerró los ojos. —


Usted es uno de los abogados del príncipe Alberto. Le
conozco, le vi una vez hablando con él en su despacho.
Sonrió de medio lado. —Al parecer he sido
descubierto. —Suspiró dando un paso hacia él. —Los consejos
que acabo de darle son los que le daría como abogado. Ahora
voy a hablar como enviado de la corona. Su alteza está muy
preocupado por sus circunstancias, conde. Está dispuesto a
tomar cartas en el asunto si usted lo considera necesario. Esta

mañana me ha comunicado que sería limpio y rápido. Solo


tiene que decir que sí, pero debido a lo que acabo de enterarme
de los bienes que les pertenecen, las circunstancias cambian,
aunque no tanto como para que el príncipe no pueda
solucionarlo.

Sabreene separó los labios de la impresión. —¿Qué


quiere decir? ¿Que si el príncipe no nos ayuda no hay otra

manera de recuperar lo que es nuestro sin ir a juicio?

—¿Legal? No. ¿Ilegal? Unos cuantos golpes y


escribiría la biblia en verso. Ya no digamos unos documentos
de cesión. Suficiente para que todo se liquide limpiamente. Y
que los hombres de la corona rematen el trabajo.

Su tía la miró angustiada. —Hija, di que sí. Quieren


ayudaros y así se acabaría todo.

—Mató a mi madre —siseó—. Ha intentado matarme a


mí. Es a mí a quien corresponde la venganza.
—Esto es asunto nuestro no de la corona —dijo
Berleigh—. Dígale al príncipe que agradecemos muchísimo su
ayuda, pero este problema debemos resolverlo nosotros a
nuestra manera.

El hombre sonrió. —Dijo que me diría exactamente


esas palabras. De todas maneras, seguiré siendo el abogado del
conde por si me entero de algo que pueda serles de ayuda. —
Inclinó la cabeza. —Marquesa, condesa, duque… Ha sido un

placer verles.

—Gracias por su ayuda —dijo Sabreene—. Y


agradézcale al príncipe su interés.

—Le transmitiré sus palabras. Espero que se recupere

prontamente, milady. Buenas tardes.

En cuanto el abogado se fue su tía dijo indignada —


¡Os estaban dando una salida!

—¡Una salida que no me satisfaría, tía!

Se acercó a la cama mirándola angustiada. —¿No os


dais cuenta de que tiene todas las de ganar? Ahora estará
protegido, no llegaréis a él. ¡Os matará como os acerquéis, que
es lo que quiere con esa demanda! ¡Es obvio que es otra
provocación!
Miró a su esposo que estaba que se lo llevaban los
demonios. —¿Qué opinas?

—Haré lo que tú digas, pero mi deseo es matar a ese


cabrón con mis propias manos.

—Pues ya lo has oído. Si no quieres que lo que es


nuestro lo hereden mis hermanos, debe cedérnoslo todo antes
de su muerte.

—Tenemos que secuestrar al conde —dijo el duque.

Stephanie apretó los labios. —¿Y cómo pensáis llegar


a él?

Los ojos de Sabreene brillaron. —Dudo que renuncie a

sus correrías por Londres y se quede en casa. Tan fácil como


seguirle desde la casa de mi esposo hasta donde vaya. En ese
sitio entrará solo o con uno de mis hermanos. Le tenderemos
una emboscada.

—Contad conmigo —dijo Ernest.

—Y conmigo.

Todos miraron a la marquesa como si le hubieran


salido dos cabezas. —¿Qué? ¡Tengo tu sangre! ¡Yo también
quiero venganza!
—Muy bien, pues esta noche iremos a por él. Y como
seguramente irá a alguna de las casas de juego del puerto, de
paso preguntaremos por la zona por Sami y su familia. Dos
pájaros de un tiro. ¡Alice! ¡Mi vestido!
Capítulo 13

Se subió al carruaje desesperanzada. —Nadie les ha


visto.

—Tranquila, hija. Están en Londres y quieren

acercarse a ti. No tardarán en aparecer de nuevo.

Su marido entró en el carruaje y cerró la puerta. En ese


momento llegó un lacayo a caballo y se acercó. Berleigh abrió
la puerta. —¿Dónde está mi querido suegro?

—Dos calles más abajo. Es una casa de dos pisos con


la puerta azul. Hay un hombre custodiándola. Va con su hijo
mayor y con una puta que tiene pinta de ser muy cara. —Se
sonrojó. —Perdón, milady.

Ella hizo un gesto sin darle importancia mientras su

marido preguntaba —¿Su amante?


—La recogió en su casa, así que supongo que sí.

—Desde que me he ido de su casa lleva una vida

escandalosa, mi amor. Tenemos que impedirlo.

—Eso haremos, mi vida, no te preocupes por el


bienestar de tu padre. —Miró al lacayo. —Nos encargaremos
nosotros del conde, regresad a casa.

—De acuerdo, milord. Daré las instrucciones al


cochero para que les lleve hasta allí.

En cuanto se fue, su marido cerró la portezuela y su tía


dijo —Se está enterando mucha gente.

—¿De qué se van a enterar? ¿De qué cuidamos de la

seguridad de mi suegro y su hijo? Últimamente llevan una


vida escandalosa, es lógico que nos preocupemos.

—Es un indicio para cuando encuentren los cuerpos.

—Su hija está muy preocupada por ellos y quería

verles de inmediato. Más aún después de que la apuñalaran.


Lógico que una hija necesite a su padre en circunstancias así

—dijo el duque—. Y que no fueran a verla sabiendo lo que le


había ocurrido la alteró. Su esposo solo quiere el bienestar de

todos.

—¿Y cómo entramos? —preguntó su tía.


—No vamos a entrar —dijo ella—. Cuanto menos se
nos vea mejor. Esperaremos a que salgan. El alcohol les hará

descuidados. ¿Lo has traído?

La marquesa sacó el frasquito de su bolso y se lo

mostró. —Esto es lo que le dio el médico a mi hijo mayor. No


es como el láudano, es más fuerte. El pobrecito se quedaba

dormido como un tronco cuando se lo tomaba.

Ella cogió el frasco y miró la etiqueta en blanco. —


¿Qué es?

—No recuerdo como se llama. Está hecho con hierbas

que tomadas en exceso pueden provocar la muerte. Así que no


te pases, cada uno tres gotitas.

Sabreene miró a Alice que estaba en silencio. —

¿Podrás hacerlo?

—Por supuesto, milady. Déjemelo a mí. Si me dejan


pasar no habrá problema en echarle eso en las bebidas.

—Mi esposo y mi tío con el rostro bien cubierto se

encargarán de su cochero y su lacayo. —Miró a su marido. —

Recuerda…

—Les dejaremos al lado de una taberna cubiertos de


alcohol. Tranquila preciosa, no recordarán lo que ha ocurrido.
—Bien. Después os subís al coche y esperáis a que

salgan haciendo que sois sus empleados. Estarán tan drogados

que ni sabrán lo que ocurre o a donde van.

Berleigh entrecerró los ojos. —Stephanie no te separes

de ella.

—Tranquilo —dijo sacando una enorme pistola y


poniéndola sobre su regazo. —Para que le hagan daño, tienen

que saber respirar con un agujero en el pecho.

—Alice, es tu turno.

La doncella sonrió y salió del carruaje de un salto.

Cogió la caja que hasta ese momento estaba a sus pies. Un

coñac carísimo que ninguno de los presentes rechazaría. Fue


hasta la puerta decidida y sonrió al hombretón que la

custodiaba. Todos pegados a la ventanilla vieron como al

pobre se le caía la baba. Incluso le cogió la caja y entró con

ella.

—Me gusta tu doncella —dijo su marido encantado.

—¿Ahora te gusta?

—Sí, he cambiado de opinión ¿qué pasa?

—Tú cambias mucho de opinión.

—Mujer, ¿quieres dejarlo de una vez?


—Se ha ido ese hombre de la puerta. ¿A qué esperas?

Este puso los ojos en blanco y abrió la portezuela. Ella


en un impulso le cogió por el brazo. —Espera…—Su marido

la miró a los ojos. —Ten cuidado.

—Claro que sí, preciosa. —Le robó un beso haciéndola

sonreír. —No te inquietes. Todo va como la seda.

Se bajó y su tío le siguió. —Suerte.

—Niña, esto está chupado. —Le guiñó un ojo antes de

descender y escuchar a su marido que decía —¿Has visto, tío?


Ya me está perdonando un poco.

—Sí, hijo… Igual con cincuenta años ya no tienes que

pagar penitencia.

El gruñido de su marido la hizo reír por lo bajo y su tía

a su lado dijo —¿Tardarás mucho en perdonarle?

—Eso no se calcula, tía. Dependerá de él.

—Él lo dará todo por tu perdón.

—¿Y por mi amor?

La marquesa separó los labios entendiendo. —Crees

que no te ama.
La miró a los ojos. —Por supuesto que no me ama. Si

lo hubiera hecho jamás hubiera dudado de mí, tía.

—Pero…

—No quiero hablar de eso ahora, estoy muy nerviosa.


—La miró de reojo. —Compréndelo.

—Lo comprendo, hija. Hablaremos de ello en otro

momento.

—No lo vas a dejar, ¿no?

—No.

Soltó una risita. —Eres casi tan cabezota como yo.

—Gracias —dijo elevando la barbilla con orgullo.

Pegaron el rostro a la ventanilla y les vieron taparse la

cara bajo el sombrero de copa y caminar entre las sombras

hasta el carruaje del conde, pero lo pasaron de largo. —¿A


dónde van?

—¡Se han equivocado de carruaje! —exclamó su tía.

—¡Es que de verdad, tengo que hacerlo yo todo!

Abrió la puerta y su tía se quedó en shock. —¿A dónde


vas?
—¿Tu qué crees? ¡Esos hombres tienen que
desaparecer!

—Mira…

Entonces vieron que el cochero y el lacayo que estaban

al servicio del conde se bajaban a toda prisa del carruaje y


corrían calle abajo hasta perderlos de vista. Parpadeó y se

sentó en su sitio cerrando la puerta. —Pues sí sabían que


coche era, sí.

—No seas impaciente —dijo su tía entre dientes.

—Tú también pensabas que se habían equivocado.

Su tía se sonrojó. —No, claro que no.

—Mentirosilla.

—A ver si sale Alice.

—Si todo va bien, tardará un rato en salir. El coñac


enviado por Sterling tiene que correr por el salón —dijo

maliciosa.

Impacientes esperaron. Y esperaron. Y esperaron hasta

que Sabreene se puso de los nervios. —¿Dónde están los


hombres? ¡A ver si les ha pasado algo!

—Hija, qué impaciente eres. Mira, ahí viene alguien.


Escóndete que no te vea. —Su tía pasó por delante de ella casi
pegando la nariz en el cristal.

Sabreene levantó una ceja. —¿Y si te ven a ti?

—Oh…—Se agachó lo que pudo y chasqueó la lengua.

—Bah, no es peligroso. Solo es un borracho.

Sabreene se acercó a la ventana para ver como el

hombre hacía eses en su dirección y suspiró de la decepción.


No, no eran ellos. Miró hacia abajo para ver a su tía casi

arrodillada frente a la ventana y sonrió sin poder evitarlo


cuando vio que tenía la enorme pistola en la mano. —Tía,
¿sabes usar eso?

—Mi esposo me enseñó hace años por si asaltaban


nuestro carruaje.

—Tendrás que enseñarme. Mi esposo no se ha ofrecido


a hacerlo.

—Temerá que le pegues un tiro si te saca de quicio.

—Puede ser —dijo como si nada haciendo reír a su tía.


Sonrió divertida—. ¿Me regalarás una pistola?
—Una con las empuñaduras de nácar y tus iniciales en

oro. Ahora hacen unas pequeñitas que son una monería y…

El hombre que iba haciendo eses se detuvo ante su

puerta y la abrió de golpe. Un hombre de unos sesenta años


con una borrachera que no se tenía, parpadeó al verlas y de
repente sonrió como un bobalicón. —¿Me esperabais,

preciosas? ¿Sois un regalo?

—¿Pero qué dice este hombre? —gritó su tía indignada

antes de ponerle la pistola ante la nariz—. Se ha equivocado


de coche, amigo.

—Disculpe —farfulló antes de cerrar la puerta y del


impulso se desestabilizó cayendo al suelo.

Sabreene gruñó antes de abrir la puerta y decir como

toda una dama —Cochero…

—¿Sí, milady?

—¿Puede tirarle un poco más lejos?

—Por supuesto, milady.

Cerró la puerta y negó con la cabeza. —Hombres, no


se ponen límites.

—Cierto, querida. Mira que si alguien que pudiera


hablar cotilleara sobre su estado. Todo un vizconde tirado por
los suelos.

—¿Vizconde?

—Sí, y con diez hijos nada menos. Es que de verdad,


menos mal que nosotras ponemos límites a nuestros esposos,
niña.

—Deduzco que el vizconde es viudo.

—Sí, desde hace unos años. Desde entonces no es lo

que era.

—Pobrecito, necesita una mujer en su vida. —En ese

momento vieron a dos hombres subirse al carruaje de su padre


y sonrió. —Ya están ahí.

—Menos mal, ya me estaban poniendo nerviosa. Ahora

solo falta la chica.

Para su asombro salió en ese instante de la casa y

forzando una sonrisa al hombre que custodiaba la puerta bajó


los escalones para ir calle abajo. Estiraron el cuello cuando la

vieron pasar al lado del carruaje y alejarse. —¿A dónde va? —


preguntó Sabreene pasmada.

—Ni idea. No querrá que ese hombre la vea subir.

—Oh, que lista.


—Cierto niña, una adquisición buenísima.

—Pues tenía otra antes que no se le quedaba corta,

¿sabes?

—¿Y qué pasó con ella?

—No lo sé. Mi marido dice que no se acuerda de ella.

—Solo tienen cabeza para lo que les interesa.

—Cierto.

La puerta que daba a la acera se abrió lentamente y


asomó la cara de Alice que se subió a toda prisa. —Temía que

supiera que este es mi carruaje.

—Lo suponíamos —dijeron a la vez sonriendo de oreja

a oreja—. ¿Cómo ha ido? —preguntó Sabreene.

Alice gimió. —Milady, creo que eso que me ha dado la

marquesa no les va a dormir mucho.

—¿Cómo que no? —preguntó la aludida—. Si a mi


Jimmy le dejaba que se bababa y todo.

En ese momento se abrió la puerta y vieron salir a un


grupo de hombres con la mano en la barriga mientras gemían

de dolor. Atónitas vieron como uno todo encorvado gritaba


horrorizado y miraba hacia abajo donde le salía algo oscuro
por las perneras del pantalón.

—¡Oh, Dios mío, era el purgante!

—Aarrggg —dijeron Sabreene y Alice con cara de

asco.

La marquesa se sonrojó. —Es que Jimmy tiene unos


problemillas y… ¡Qué pasa me he equivocado de frasco!

Sabreene miró asombrada a Alice. —¿Lo echaste en


las botellas?

—Así me aseguraba.

Rio por lo bajo sin poder evitarlo y se volvió hacia la

ventanilla para observar el espectáculo. El tipo de la puerta no


salía de su asombro y uno de los caballeros con las prisas no se

lo pensó y se bajó los pantalones ante los escalones de acceso.


—¡Oiga! —Ahí Sabreene no pudo evitarlo y se echó unas
carcajadas viendo su cara de asco mientras gritaba —¿Qué
coño hace? —Un hombre salió de la casa corriendo de tal

manera que casi arrolla al que custodiaba la puerta que se


apartó por un pelo, pero al que estaba ante las escaleras no
llegó a verlo y pasó por encima de él cayendo al otro lado. Las
chicas reían mientras Berleigh desde el carruaje ni sabía que
decir. Ernest apostado atrás estaba con la boca abierta y más
cuando uno que pasó a su lado soltó un ruido de lo más
sospechoso.

—Hijo me da que van a estar más despiertos que en


toda su vida.

—Ni se fijarán en nosotros por su prisa en llegar a su


casa. Atento y esconde el rostro.

Ernest agachó su sombrero y esperaron. No tuvieron


que hacerlo mucho porque el conde totalmente pálido bajó los
escalones a toda prisa con su hijo detrás que no tenía mejor

aspecto. De repente Matthew se detuvo con cara de


sufrimiento. —¿Padre?

—¡No te detengas!

Una mujer salió de la casa con cara de que se estaba


muriendo, toda acalorada y con los pelos revueltos. —

¿Matthew? Me muero. Un médico.

El conde no esperó a nadie y ella gritó —¡No me dejes

aquí!

Sabreene sonrió irónica. —Tan amable como siempre.

—¡A casa! —ordenó a su cochero.

—Padre.
—¡Sube de una maldita vez o te dejo aquí!

Su hermano corrió hacia el coche con las piernas muy


pegadas y aunque la mujer intentó acercarse no llegó a tiempo
pues Berleigh agitó las riendas. Sabreene golpeó el techo. —
¡Siga a ese carruaje!

—Sí, milady.

Cuando pasaron ante la mujer, que estaba llorando y


pidiendo ayuda, las chicas suspiraron. —Menudo favor que le
acabamos de hacer —dijo Stephanie.

—Y que lo digas, tía. Para que vea el tipo de hombre


que la mantenía.

—Tu conde nunca haría algo así, niña. —Gruñó no


teniéndolas todas consigo y su tía jadeó. —¡No lo haría!

—Lo hizo una vez.

Stephanie apretó los labios y Alice miró a su señora de


reojo. —Pero las cosas han cambiado, milady.

—¿Tú crees?

—Ahora la ama.

Se le cortó el aliento mirándola. —¿Me ama así de


repente?
—Bueno, creo que antes también la amaba, pero fue
con su falta cuando se dio cuenta de que la amaba muchísimo

más.

—¿Por qué sabes eso?

—Porque ahora que sé de qué va esto, pongo mucho


más la oreja, milady. Y creo que ahora sí que la ama. No
puedo asegurarlo totalmente, pero sí, creo que ahora es cuando

bebe los vientos por usted.

Su corazón dio un vuelco en su pecho. —Son

imaginaciones tuyas.

—Que le digo que sí, milady. No se ponga cabezona.

—¿Crees que haría todo esto si no te amara, niña? —


preguntó su tía mirándola con una sonrisa en el rostro.

Se le cortó el aliento. Para él hubiera sido mucho más


sencillo si hubiera desaparecido para siempre. De hecho el
duque ni la tendría que haber buscado aquel día, si lo había

hecho era porque realmente querían que volviera a su lado. Y


la actitud de Berleigh no era la de un hombre al que no le
importara. Se lo había dicho y le había pedido perdón de mil
maneras. Entrecerró los ojos porque algunas cosas se
perdonaban, pero algo así… La había echado de su casa y
sabía que su padre la mataría. En aquel momento le importaba
poco si se moría o no, pero ahora todo parecía haber

cambiado. Cuando su hermano la había apuñalado parecía


muy afectado. Hasta que quiso ir a buscar a su hijo, claro. ¿Y
si todo lo hacían por el niño? Se mordió el labio inferior. Pero
ellos no conocían de su existencia hasta que ella lo había
revelado. No, la habían secuestrado antes de saber todo eso. Y

habían fingido que todo iba bien. La habían intentado engañar


y se había comportado como un marido enamorado como si
quisiera demostrarle cuanto le importaba. ¿Realmente la
amaba o todo era una reacción lógica a un orgullo herido por
la mentira de su padre? Al fin y al cabo tuvo que sentirse un

poco idiota cuando su tío le reveló que él había sido el amante


de su madre. El conde se había reído de él. Eso tuvo que
sentarle como una patada en el higadillo. ¿Todo aquello
formaba parte de su propia venganza por haber perdido la casa
de Londres o realmente lo hacía por ella? Vaya, algo que

tendría que averiguar con todos los líos que tenía entre manos.

—Ya hemos llegado.

Cuando se detuvieron ante una nave abandonada del


puerto los hombres saltaron del pescante con las armas en la
mano y Berleigh ya con el rostro al descubierto abrió la puerta
apuntándoles. —¡Salid!

Al ver su cara de asco y que su otra mano cubría su


nariz gimió. —Este plan no está saliendo como debería.

—Pues yo no me lo pierdo —dijo su tía bajando del


carruaje.

—Ni yo. —Alice salió por su lado de un salto.

—Oh, por Dios… Es nauseabundo —dijo el duque—.


¡Salid de una vez!

Sabreene hizo una mueca y bajó del carruaje


lentamente para no hacerse daño en la herida. Levantó la vista
para ver que el cochero no se perdía detalle —Ejem, ejem…

El cochero la miró. —Daré una vuelta, milady.

—Bien pensado, buen hombre. Tenemos asuntos que


tratar y puede que tardemos un poco.

—¿Al amanecer, milady?

—Es perfecto.

El cochero se fue y ella se acercó lentamente mientras


su marido perdía la paciencia. —¡Salid de una vez!
—¿Pero qué pasa? —dijo ella llegando hasta él para

ver a su padre medio tirado en el suelo del carruaje


agarrándose la barriga como si los dolores fueran fuertísimos.
El olor era nauseabundo y entonces se le ocurrió la idea—. El
veneno está haciendo efecto.

—Hija de puta…

Le fulminó con la mirada. —Vuelve a insultarme y te


llevarás un tiro entre ceja y ceja. Alice, el frasquito.

Su doncella la miró sin comprender, pero la condesa


alargó la mano y esta sacó del mandil el frasco vacío del
purgante poniéndoselo en la palma. —¿Veis esto? Es el
antídoto. —Su marido sonrió. —Si lo queréis, padre tendrás
que firmar unos papelitos.

—Muérete zorra.

—No, si el que se está muriendo eres tú a pesar de tus


esfuerzos por liquidarme. Marido…

Berleigh metió la mano en el bolsillo interno de la


chaqueta de su traje y sacó unos documentos. —Fírmalos y
vivirás. De otra manera en un par de días asistiré a vuestro
entierro. De hecho ya he empezado a hacerme el traje negro.

No esperes algo ostentoso, tampoco hay que alardear.


—¡No has podido envenenarlos a todos! —gritó su

hermano.

—¿Y por qué no? —preguntó fríamente—. Allí no

había nadie que me importara y si mueren me da igual.


Además, es una buena manera de eliminaros sin que nadie
sospeche de mí. Una intoxicación.

Matthew palideció. —¡Padre firma esos papeles!

—¡Y una mierda! ¡Es un farol!

—¡Cómo puedes decir que es un farol cuando te


estamos apuntando con un arma, imbécil! —gritó el duque—.

¡Devuélvele lo que su madre le legó!

—¡Maldito cabrón, disfrutabas de ella mientras os

reíais de mí!

—Jamás nos reímos de ti. Lo que no soportaste es que


fuera feliz con otro hombre como expresaba en su diario.

—¡Era mía!

—¡Nunca la quisiste, para ti fue un trofeo que exhibir,


que solo te importaba cuando otro la admiraba! ¡Te había dado
muchos hijos, tenía derecho a vivir su vida!

—¡Por encima de su cadáver!


Sabreene palideció. —La mataste.

—Claro que sí. ¡Esa zorra se dejó preñar por otro


hombre! ¡Y a ti tenía que haberte estrangulado con mis propias

manos!

Intentando no sentir dolor por sus palabras preguntó

irónica —¿Y por qué no lo hiciste, padre? ¿Qué te retuvo?

Pálido de dolor fingió una risa. —¿Qué me retuvo? ¡Tu

madre!

—¿Cómo? —preguntó sin comprender.

—Justo después de darle una paliza me dijo que había


revelado su infidelidad a alguien de confianza. ¡Qué como a
ella o a su hija les pasara algo esa persona esparciría los

rumores de que yo les había matado y se enteraría toda


Inglaterra de su infidelidad para que fuera un hazmerreír!

—¡Pero la mataste!

—¡Los golpes terminaron matándola tres días después!

Como estaba en cama dije que había muerto de tuberculosis y


el médico me ayudó con esa versión diciéndoselo a todo el
mundo en el funeral. Todo por un buen dinero, claro.

Dio un paso atrás de la impresión. Podía estar viva.


Había conseguido la manera de que su marido la dejara en paz
y los golpes al final la habían matado.

—Por eso te crie —dijo con desprecio.

—No te atrevías a que me pasara algo a mí también y


que después esa persona hablara. Sería un escándalo y odias
que se rían de ti.

Gimió de dolor cogiéndose el vientre. Sonrió


maliciosa. —¿Duele? Imagínate lo que dirá la gente cuando te

encuentren aquí bañado en tu propia mierda. ¿Qué crees que


dirá la gente, papaíto?

—Puta…

—Ahora tienes un lenguaje muy florido. ¿Ya que estás


tan hablador dime por qué aceptaste el matrimonio que te

propuso el duque? Sospechabas que él era el amante, ¿por qué


me diste a él?

—¿Por qué va a ser, estúpida? —gritó su hermano—.


¡Por dinero! ¡No quería dote y padre está en la ruina! ¡Sabía
que con el diario de mamá podía sacarles dinero!

Se le cortó el aliento. Todo había sido por dinero. —


Pensaba chantajearles con revelar quien era mi verdadero
padre.
—¡Aprovechó la confusión en los nombres para decir
que el padre de tu marido era tu verdadero padre, escandalizar
al lisiado y que pagara! ¡El duque no debía enterarse, pero tú
desapareciste y lo estropeaste todo!

Sonrió irónica. —¿Lo estropeé todo? ¡Si ibais a


matarme! ¡Padre iba a llevarme de vuelta y acabaría en una
fosa al lado de madre!

—No digas estupideces. Padre no tenía pensado


llevarte de vuelta. ¡Fue tu marido quien se empeñó en perderte

de vista asqueado porque creía que era tu hermano! ¡Padre


pensaba seguir sangrándole en el futuro con esa mentira! —
gritó antes de echarse a llorar—. Dame el antídoto. Me
muero…

Todo el dolor que habían provocado y no sentían ni


una pizca de arrepentimiento. Solo les importaban las
apariencias y el dinero. Sonrió de medio lado demostrando su
desprecio. —¿Te mueres? ¿Crees que me importa?

—Por favor, por favor…

—Haz que firme.

Su hermano agarró a su padre por las solapas. —


¡Firma esos papeles! —gritó.
Casi sin fuerzas el conde alargó el brazo. Alice abrió el
tintero y mojó la pluma dándosela a Berleigh que sin dejar de
apuntarle se la entregó. —Tienes que firmar cuatro
documentos. Procura que tu firma sea clara.

—Cabrón…

Con la mano temblorosa firmó el primero y Alice iba


cogiendo cada documento procurando que se secara. Cuando
terminó el conde dejó caer la pluma y la miró a ella. —
Dámelo.

Levantó el frasquito. —¿Esto? —Quitó el corcho y le


miró con odio tendiéndoselo, dejándolo caer cuando sus dedos

lo rozaron. El conde atónito vio que el frasco estaba vacío. —


Espero que el infierno sea realmente como dicen y te hagan
pagar todo el dolor que has provocado.

—¡No! —gritó Matthew antes de recibir un disparo en


el pecho que le arrebató la vida. Su marido aún con la pistola
humeante en la mano apuntó al conde.

El conde gritó una y otra vez mirando el cadáver de su


hijo —No lo hagas, no…

Sabreene elevó la barbilla. —Padre…

El duque se puso a su lado. —¿Sí, hija?


—¿Lo harías por mí?

—Por ti daría la vida. —Elevó su arma y siseó —Tenía


que haberlo hecho hace muchos años.

El conde gritó y la bala entró por su boca en un disparo

fulminante. Sabreene se quedó mirándoles unos segundos y su


marido la cogió por los hombros. —No mires, preciosa.

—No siento nada —susurró—. No siento dolor ni


satisfacción. —Juró por lo bajo volviéndose y gritó de la
frustración. Todos parpadearon asombrados por su actitud. —
¡Maldita sea! —Se volvió poniendo los brazos en jarras, pero

ella solo miró al duque. —¿De veras darías la vida por mí? —
Sus preciosos ojos se llenaron de lágrimas de la emoción.

Él sonrió acercándose y la abrazó. —Claro que sí, niña.


Eres lo más hermoso que tengo en mi vida.

—Vaya, gracias —dijo Berleigh divertido.

Sabreene rio sobre su pecho y elevó la vista hacia su


padre. —Me has dado más amor en el poco tiempo que hemos
estado juntos que él en toda una vida. Sentí más perderte a ti
que lo que he sentido al perderle a él.

El duque emocionado acarició su mejilla. —Es lo más


bonito que he escuchado nunca, hija. —La besó en la frente y
Sabreene disfrutó de esa demostración de amor padre e hija

por primera vez en su vida. —Soy muy afortunado de tenerte


en mi vida.

—Sí, lo sé.

Todos se echaron a reír y Sabreene se apartó sonriendo


mientras las lágrimas fluían. De repente su tía jadeó. —¿Y el

carruaje?

Sabreene gimió al recordar lo que le había dicho al


cochero. —¿Queda mucho para el amanecer?
Capítulo 14

Era el mediodía cuando se levantó, aunque no había


pegado ojo desde que había llegado a casa. Alice cepillaba su

larga melena y preguntó —¿No se encuentra bien, milady?

—Mi padre me ama.

Su doncella sonrió. —Sí, milady.

Se miró las manos. —Es un buen hombre.

—Y su marido también lo es, milady. Solo necesita una


oportunidad para demostrarle cuanto la ama. Aunque lo de
esta noche pasada fue un acto de amor.

—Pues no me ha quedado claro. Tengo muchas dudas.

—¿Y cuándo cree que las disipará, milady?

—Esa es otra duda más.


Una piedra entró por la ventana y se le cortó el aliento
volviéndose de golpe. —Rápido, que no se entere nadie. Baja
a por ella, los lacayos ya no están en la puerta.

—¿Pero no va a decirle a su marido que su amiga está


aquí?

—Todavía no.

Su doncella la miró con desconfianza. —¿Qué está


tramando ahora?

—Mi pequeña venganza y lo que disipará todas mis


dudas.

—Ah, pues si es porque usted disipe dudas hago lo que

me ordena.

Sonrió viéndola ir resuelta hacia la puerta y Sabreene


se acercó lentamente a la ventana recibiendo un buen golpe en

toda la frente. —¡Au!

Sami desde abajo hizo una mueca de dolor. Sabreene


ignorando el dolor de frente le hizo un gesto con las manos

para que esperara. —No te vayas, mi doncella te traerá a mí —


vocalizó exageradamente para que la entendiera.

—¿Qué?

No se había enterado de nada. —Espera.


—¿Qué?

—¡Qué esperes, que te suben ahora! —gritó


exasperada antes de abrir los ojos como platos y mirar hacia

atrás.

—¡Me largo!

—¡No! —gritó aliviada porque Alice se puso tras ella


—. ¡Ella te traerá!

—¿Ella?

Alice le dio un golpecito en el hombro haciendo que se

volviera de golpe. —¿Me acompaña, señorita? La condesa está

deseando hablar con usted.

Mirandola con desconfianza dijo —¿Seguro que puedo


entrar?

—No tema, haré que no la vean. Mi señora lo quiere

así y así será.

Sami miró sobre su hombro y Sabreene la animó con


las manos para que la acompañara. Bueno, si era lo que ella

quería… —Vale.

—Venga conmigo.
Sabreene vio cómo se alejaban a la esquina de la casa y

suspiró del alivio. —Preciosa, ¿qué te ocurre?

Se volvió de golpe con los ojos como platos y Berleigh

miró su frente asombrado. —¿Qué coño te ha pasado en la

cara?

—¿Qué? Me he caído de la cama y me he dado con la


esquina de la mesilla de noche.

—Diablos… —Cogió su rostro elevándolo. —Tienes

una pequeña herida.

—¿De veras? —Fue a toda prisa hasta el tocador y

jadeó al ver el estropicio que le había hecho su amiga. —¡Mi

tía quería ir esta noche a un baile!

—¿Estás loca? ¡Estás herida!

—¡Ahora sí que es evidente! —Gimió sentándose en el


banquito. —Era nuestra coartada para demostrar que nosotros

no tenemos nada que ocultar. ¡Y ahora tengo que ocultar esto!

—exclamó señalándose la frente. Abrió los ojos como platos

—. ¿Y si me corto el cabello para que me lo tape?

—¡Ni hablar, mujer! ¡No necesitamos ninguna

coartada!

—Eso dices tú.


—Las coartadas son necesarias cuando se cometen los
crímenes, no después. Con que el servicio diga que estamos en

casa asunto arreglado.

—¿Y por qué estamos en casa cuando hoy hay una

fiesta estupenda a la que estamos invitados?

—¡Porque nos da la gana!

—¿Y no será porque me han apuñalado?

Entrecerró los ojos. —¿Y eso quién lo sabe?

—¡Pues ya hay rumores, me lo ha dicho mi tía! —dijo

levantando la nota que tenía sobre el tocador.

Frustrado se pasó la mano por el cabello


despeinándose. —¡Ese médico tiene la lengua muy larga!

—Marido para acallar esos rumores tienen que verme y

si es bailando mejor. ¡Y ahora tengo esto en la frente!

—Pues estupendo, así no tenemos que ir a ningún sitio

—dijo satisfecho.

—Si me corto un mechón… —Por la cara que ponía su

marido era evidente que esa idea no le gustaba un pelo, nunca


mejor dicho. —Unos caracolillos de nada sobre la frente.
Alice entró en la habitación y al ver al conde se volvió

saliendo por donde había venido cerrando la puerta. —Al


parecer ya ha aprendido a hacer su trabajo. Aunque no ha

llamado.

—Eso será lo siguiente que le enseñe —dijo como si

nada abriendo los cajones.

—¿Qué buscas?

—¿Las joyas que me ha regalado mi amado marido?

—preguntó con ironía.

Este gruñó. —Preciosa, algún día ya no tendrás pullas


que decirme.

—Lo dudo mucho. —Sacó una tijera y cogió un

mechón de la frente. Abrió las hojas poniendo el mechón en

medio y gimió cerrando los ojos antes de cortar. Al abrir los

ojos chilló porque el mechón le quedaba justo encima de la

herida.

—Menudo estropicio —dijo su marido.

Ella le fulminó con la mirada. —¡Eres de gran ayuda!

—¡Te dije que no lo hicieras!

La puerta se abrió de golpe y Alice entró como si la

empujaran. Al ver el mechón sobre su frente y el resto en la


mano puso los ojos en blanco antes de salir de nuevo.

Volvió a mirarse al espejo. —Esto tiene arreglo.

—¿Lo vas a pegar con resina? Mira lo que te has hecho


por asistir a ese puñetero baile.

Se lamió la mano y se pegó el mechón a la frente. Al


estirarlo tapaba la herida. —¡Ja!

Él levantó una ceja. —Pues no queda mal. ¿Y qué


harás cuando se seque? —preguntó reteniendo la risa.

Pensó en ello y sus ojos brillaron. —Manteca de cerdo.

Su marido se echó a reír a carcajadas. —Mujer no

dejas de alegrar mi vida.

Se le cortó el aliento mientras su corazón se aceleraba.


—¿De veras?

El posó la mano sobre el tocador y se agachó ante ella.


—¿Quieres que te demuestre cuánto?

Mirando su boca sintió que se derretía de gusto y más


cuando se acercó tanto que su aliento llegó hasta sus labios,

que separó sin darse cuenta. —¿Quieres, preciosa? Porque yo


lo estoy deseando.
—Lo estás deseando —dijo atontada por la

anticipación que sentía su cuerpo. Él agachó la mirada y tiró


lentamente del lazo de su camisón. El tortazo que le volvió la
cara le hizo gruñir—. ¿Eso es lo que estabas deseando? Es un

placer ayudarte, esposo.

La cogió por la nuca entrando en su boca y fue tan

intenso que su vientre se estremeció. Estiró el brazo para


rodear su cuello y su herida se resintió. Su marido se apartó
para mirarla a los ojos. —Te has hecho daño —dijo con la

respiración agitada.

—No tanto. —Reclamó su boca de nuevo y su marido

gruñó cogiéndola por las axilas para levantarla sentándola


sobre el tocador tirando las tijeras a un lado mientras ella se

abrazaba a su cuello. Su marido ansioso levantó su camisón


acariciando posesivo sus muslos antes de cogerla por el
interior de sus rodillas para abrir sus piernas. Sentir su

masculinidad acariciando su sexo fue tan maravilloso, que


gimió en su boca agarrándose a sus hombros.

Él se apartó y besó su cuello antes de susurrar en su


oído —No tienes ni idea de todas las veces que he soñado con
darte placer de nuevo, mi vida. —Entró en ella de un solo

empellón haciéndola gritar de placer sin poder creerse que


pudiera sentir eso de nuevo. Berleigh la abrazó como si

quisiera fundirse con ella y volvió a entrar en su ser con una


intensa estocada que la hizo temblar entre sus brazos.

Impresionada por el placer que la traspasó tuvo miedo y se


aferró a él mientras Berleigh susurraba en su oído —Tú me
hiciste vivir, tú me hiciste sentir… —Entró en ella con tal

ímpetu que creyó que se resquebrajaba. —Tú me haces feliz y


haré lo que sea para que me ames. Lo que sea, preciosa —dijo

antes de entrar en ella de nuevo provocando que gritara de


placer mientras todo su ser volaba.

Entre sus brazos dejó que la besara y acariciara

sintiéndose tan maravillosamente bien que sonreía como una


tonta. Berleigh se apartó para mirar su rostro y sonrió. —

¿Contenta, esposa?

—Uhmm.

—¿Todavía no estás conmigo?

Abrió sus preciosos ojos azules y suspiró de gusto. —


Es todavía mejor.

Berleigh sonrió. —Sí que lo es, preciosa. —Besó la


punta de su nariz antes de rozar suavemente sus labios. —Ha

sido perfecto. —Rio por lo bajo. —Contigo nunca puedo


tomarme mi tiempo para hacerte gozar.
Le miró sin comprender y él le explicó —Me gustaría
que durara más.

—Tú quieres matarme.

—Sería una buena manera de morir.

—No puedo pensar en ninguna mejor.

La besó suavemente y en ese momento llamaron a la


puerta. Ambos se quedaron muy quietos y Berleigh dijo —

¿Si?

—Milord, uno de los hermanos de la condesa está aquí.

Al parecer hay malas noticias.

Berleigh salió de ella haciéndola gemir de placer y la


besó rápidamente en los labios diciendo —Métete en la cama.

—Pero…

—Diré que estás indispuesta.

—¿Y el baile? —preguntó viendo como se abrochaba


el pantalón—. Mejor di que estoy en estado y que no me

encuentro bien por las mañanas.

Él yendo hacia la puerta se detuvo en seco. —¡Ese

embarazo será mentira! —Dio un paso hacia ella. —Porque es


mentira, ¿no? Lo dijiste para vengarte. El niño con el que
soñabas es Jeremy, ¿no?

—Claro que es Jeremy ¿por quién me tomas? ¡Yo soy


fiel! —Entrecerró los ojos. —¿Puedo decir lo mismo de ti?

—¡Sí, puedes decir lo mismo porque desde que eres mi

esposa no ha habido otra!

—¿De verdad?

Él puso los ojos en blanco. —¡No sé ni para qué me


molesto, nunca crees nada de lo que te digo!

—Por algo será.

—Vuelve a la cama. Le diré que creemos que estás en

estado y no te encuentras bien.

Ella sonrió. —Eso, tú hazme caso que así nos irá bien.

Gruñó abriendo la puerta diciendo por lo bajo que era


una mandona. Sabreene jadeó. —¿Qué has dicho?

—Que te quiero, preciosa.

Se sonrojó de gusto y cuando cerró soltó una risita loca


de contenta. Como flotando fue hasta la cama y se tumbó

como si nada. La puerta se abrió de nuevo y Sami entró


indignada. Parpadeó antes de gemir por lo bajo porque se
había olvidado completamente de ella. —Muy bonito —siseó
su amiga acercándose—. ¡Te has encamado con él!

—Es mi esposo, tengo deberes conyugales.

—¡Estabas encantada!

Como un tomate siseó —¿Tienes que restregármelo?


—Sonrió radiante. —¿Cómo está mi chiquitín?

Se sentó en la cama. —Muy bien.

—¿Seguro? ¿Come bien? ¿Dónde estabais? Os envié


dinero y no os encontraba.

—Te habían cogido, padre tuvo miedo a que volvieran


y lo hicieron. Cuando oímos al conde no le abrimos y en

cuanto pudimos nos fuimos de allí. Estamos en una habitación


de alquiler y nos va bien. Padre está mucho mejor por la

medicina y ya trabaja. El niño come muy bien. —Cogió su


mano. —Pero estaba preocupada por ti.

—Tengo mil cosas que contarte, pero ahora no hay


tiempo.

—Alice está vigilando.

—Pues escúchame bien porque esto es muy importante

para el futuro de todos y si hay suerte cambiaremos nuestra


vida. —Sus preciosos ojos brillaron. —Si todo va como espero
será para mejor.

—¿De qué hablas?

—Tienes que secuestrarme. Y tiene que ser esta noche.

La miró asombrada. —¿Pero de qué hablas?

—Tengo que averiguar si realmente me ama. Si daría


lo que fuera por mí.

Sami separó los labios entendiendo. —¿Y si no es así?

Sus ojos se oscurecieron. —Entonces nos iremos. He


vendido muchas cosas de valor sin que se dieran cuenta y
tengo los documentos de mis propiedades. Las que me legó mi
madre. Nos trasladaremos a Bath. Eso sino consigo las joyas

de mi madre antes, que son una fortuna.

—Buscará a su hijo.

—Puede que sí, eso no podré evitarlo.

—¿Y si intenta quitártelo?

Se le encogió el corazón. —Entonces será hora de


cambiar su destino definitivamente.

Sami asintió. —Muy bien, ¿qué tengo que hacer?


Se lo contó lo más rápido que pudo y abrió el cajón de
la mesilla para darle dinero. —¿Lo has entendido?

—Sí.

La puerta se abrió de golpe y Alice dijo —Suben.

Corra, escóndase.

Sami asustada miró a su alrededor y Alice fue hasta el

armario que todavía estaba medio vacío. —Escóndete ahí —


dijo Sabreene y su amiga corrió metiéndose dentro.

Alice cerró la puerta y se acercó a la cama. —Milady,


tiene una vida algo agitada.

—Pues es desde que me casé, porque antes era de lo


más aburrida, te lo aseguro.

Llamaron a la puerta y Alice fue a abrir mostrando a su

marido, que con cara de pocos amigos entró en la habitación


seguido de su hermano y el duque. —Que sorpresa, si es mi
hermano Donald —dijo con una dulce sonrisa en el rostro—.
Has oído los rumores y te has preocupado, claro. Solo tengo
un malestar por las mañanas, eso es todo.

Su hermano estaba obviamente incómodo. —Sí, ya me


lo ha dicho tu marido. Felicidades.
—Todavía no es seguro. Es una pena que te perdieras
el nacimiento de nuestro primer hijo.

La miró con sorpresa. —¿Has tenido un hijo?

—Oh, sí. —Soltó una risita. —Jeremy está ahora


mismo en el campo, pero su niñera no tardará en traerle. No lo
anunciamos como se debería por la recuperación de mi esposo.

—Entonces dobles felicidades, conde.

—Gracias —dijo muy tenso—. Preciosa, tu hermano


tiene algo que decirte que puede que te altere.

Perdió la sonrisa poco a poco como se esperaba de ella.


—¿Qué ocurre?

—Padre y Matthew fallecieron anoche. Asesinados.

Separó los labios de la impresión llevándose una mano

al pecho. —No puede ser.

—Han sido encontrados en su carruaje en muy malas


condiciones, debo decir. Tú no lo sabías, pero padre debía

dinero a mala gente y creo que…

—Se han vengado.

—Exacto.
—Una tragedia. —Negó con la cabeza. —No era un
buen hombre, pero lo siento muchísimo por vosotros. Sé que

estabais más apegados a él que yo.

—No tanto como piensas. Apenas le veíamos.

¿Vendrás al entierro?

—No —dijo su marido—. Después de como ese


hombre trató a mi esposa durante su infancia no irá. Por Dios,

si en todo este tiempo no se ha preocupado en si estaba viva o


muerta y eso que intentado congraciarme con él para la
felicidad de mi esposa. Le dejé vivir en mi casa de Londres
gratuitamente mientras hacía obras en la suya. O eso me dijo
porque según tengo entendido ahora está a la venta.

Su hermano no sabía donde meterse de la vergüenza, lo


que demostraba que él no era conocedor de ninguna de las

circunstancias en las que se quedó la casa. Su padre era listo y


seguramente no había dicho nada a ninguno de sus hijos para
no quedar como lo que era, un egoísta y un aprovechado. No,
lo sabría solo Matthew que era de su misma calaña.

—Conde, piense en lo que dirá la gente. Piense en lo


que dirán de su esposa si no asiste.

—Hijo, tiene razón. Las apariencias importan.


Su marido apretó los labios como si estuviera muy
disgustado. —Muy bien, pero solo asistirá al sepelio.

—Bien, podemos alegar que no se encuentra bien.

Rayos, eso significaba que nada de baile esa noche y


por lo tanto se había cortado el pelo para nada. Pero lo peor es
que tendría que retrasar sus planes de secuestro. Miró hacia el

armario que estaba tras su marido. Que pena que hubieran


descubierto los cuerpos tan pronto. Suspiró profundamente
llamando su atención y forzó una triste sonrisa. —Asistiremos,
no te preocupes hermano.

Dio un paso hacia la cama mirándola arrepentido. —


Quiero que sepas que si nuestra relación no era tan buena
como debería era porque padre no lo permitía. —Se quedó sin
aliento y su marido juró por lo bajo por la palidez de su

esposa. —Lo siento muchísimo.

—Gracias por decírmelo —dijo casi sin voz.

Él asintió antes de hacer una reverencia. —Espero que


todo cambie a partir de ahora. Voy a casarme, ¿sabes? Padre

no la aprobaba, pero ahora no está para oponerse.

—¿De veras? Cuanto me alegro por ti.


Sonrió. —Sé que te alegras. Siempre has tenido un

corazón enorme. Te veré en el sepelio.

—Le acompaño —dijo el duque dándole una palmada


en la espalda y cuando salieron le escuchó preguntar —¿Así

que la policía no tiene ni idea de quién ha sido?

—De momento no. Se relacionaba con calaña y lo

poco que han rascado hasta ahora ha dejado en evidencia su


mala vida.

Suspiró del alivio antes de mirar a su esposo que


cerraba la puerta. —¿Por qué le has dicho que no queríamos
ir?

—Porque vería extraño que aceptáramos de inmediato


después de no tener contacto con él y después de lo que
sucedió en tu compromiso. Te fuiste en malos términos y debía
aparentar que todo seguía igual.

—Quiero que vayas a la casa y tomes posesión de ella.


Busca mis joyas, marido. Puede que cuando lleguemos ya no
quede nada. No quiero que su cuerpo esté en la misma casa en

la que voy a vivir. Soluciónalo.

—No te preocupes por eso. —Se acercó a ella. —

Tendremos que dejar ese baile para otro día.


—Mi padre siempre fastidiando —dijo haciéndole

sonreír—. Ya habrá otros bailes.

Él se acercó y le dio un suave beso en los labios. —No

tienen sospechosos, no saben lo que ha ocurrido, así que no


necesitamos aparentar nada. Quédate en tu cuarto como si
estuvieras afectada por su muerte.

—Lo intentaré.

—Sabreene…

—Lo haré.

Él sonrió. —Te veo luego. —La besó de nuevo


lentamente y cuando apartó sus labios suspiró. —Cuando todo
esto pase nos iremos a algún sitio a estar solos lejos de todo.

—Me encantará.

Berleigh fue hasta la puerta. —Sé buena.

—Tú no. Sé implacable, marido. No quiero que los


Robertson estén en nuestra casa.

Él se echó a reír saliendo de la habitación. En cuanto


desapareció llegó Alice que fue hasta el armario casi
corriendo. Sami salió poniendo los brazos en jarras. —¿Y
ahora qué?
Pensó en ello y levantó la barbilla. —No me apetece ir
al funeral de mi padre. No me apetece fingir que me importa.
Alice un vestido, nos vamos ahora mismo.

Berleigh entró en la casa como una tromba y gritó —


¡Tío!

—En el salón, milord.

Fue hasta allí corriendo para ver a su tío sentado en su


sillón mirando una nota. —¿Qué ha ocurrido? Tu aviso solo
decía que era urgente. ¿Es Sabreene? Ha enfermado con todo
lo que ha ocurrido, ¿no? Ya sabía yo que todo esto la afectaría,

aunque disimulara que no era así.

Ernest elevó la vista hacia él. —Hijo, se la han llevado.

—Mostró una hoja. —La han secuestrado de su habitación.

—¿Qué dices? —Se acercó en dos zancadas y le

arrebató la hoja.

“Si quiere volver a ver a su esposa con vida, deberá


pagar por ella. Queremos cien mil libras. Mañana después de

medianoche deberá ir a Hyde Park. Cuando den las dos en


punto de la madrugada dejará el dinero en la barca con la
línea roja que encontrará en el embarcadero. No se retrase, no
habrá otra oportunidad. Si quiere a su esposa su desembolso
no supondrá ningún sacrificio.”

—¿Crees que han sido sus hermanos? Ya me parecía a


mí que era muy extraño que estuvieran al margen de los
tejemanejes de su padre —dijo el duque preocupado.

—No. Estaban en la casa para los preparativos del


velatorio y hemos estado discutiendo como se haría el funeral
ya que no permitía que se hiciera en mi casa.

—¿Cómo se lo han tomado?

—Evidentemente no podían culparme por mi actitud.


Cuando la policía entregue el cuerpo será llevado a su casa de
Londres. El nuevo conde ha estado de acuerdo e incluso ha
dejado que cogiera las joyas de Sabreene. Se sorprendió

bastante al verlas allí y me preguntó por ello. Le dije que al


principio de nuestro matrimonio su padre no nos dejaba en paz
con el tema de que no le pertenecían y que Sabreene había
decidido entregárselas para que pudiéramos vivir tranquilos.
Entonces hablamos de la casa y le conté lo mismo que a su

hermano, que para congraciarme con él se la dejé un tiempo.


Se lo tragó todo. Conociendo a su padre no le sorprendía que
se hubiera comportado así, eso me dijo. Es evidente que los
Robertson que quedan no son como él. Solo fingían para vivir
en paz. Como hizo Sabreene casi toda su vida. —Volvió a
mirar la hoja. — ¡Joder! —Apretó los labios leyéndola de
nuevo y frunció el ceño dándole la vuelta. —¿Esta hoja es de
la casa? El papel es de calidad.

—Es evidente que la han escrito aquí. —De repente


Berleigh salió corriendo y su tío le siguió. —¿Qué ocurre?

—¡Mi mujer! ¡Qué está mal de la cabeza!

Entró en la habitación golpeando la puerta con la pared


y se detuvo en seco porque la estancia estaba impecable. Solo
la cama estaba deshecha, pero al ver la jarra de agua con el
vaso en la mesilla de noche tal y como él lo había visto al

mediodía puso los ojos en blanco. Sintió a su tío tras él. —


¿Crees de veras que si alguien quisiera llevársela no habría
gritado, pataleado y arrasado la habitación para dar la voz de
alarma?

—Igual la drogaron. Un hombre fuerte podría haberla


bajado por las escaleras.

—¿Sin que la viera nadie? No, alguien de la casa tiene


que estar implicado para darle paso cuando hubiera vía libre.
—Se acercó al armario y lo abrió de golpe elevando una ceja.

—¿Y dejó que se vistiera? Se han llevado el vestido nuevo de


mañana. ¡Era el único nuevo que tenía para el día porque los
baúles de su madre ni están aquí! ¡Alice!

—Estaba muy disgustada, seguro que está en la cocina.

—¡Esa doncella siempre está a la vuelta de la esquina

escuchando! ¡Alice ven ahora mismo!

—¿Cómo es posible que dudes de tu esposa? —

preguntó indignado—. ¡Estás volviendo a sospechar de ella y


es inocente! ¿Acaso esa nota la ha escrito ella? ¡Alice no sabe
escribir!

—No… —Sonrió irónico. —Si estoy seguro de que no


la ha escrito mi esposa porque tiene una letra fácil de
identificar. —De repente se giró hacia la ventana
sobresaltando al duque. —¡El golpe en la frente! ¡Me cago en
la leche!

—Hijo, ¿estás bien? Sé que es normal que estés


alterado, pero…

Alice llegó en ese momento con los ojos llorosos y el


conde gritó —¡Mientras se llevaban a mi esposa tú dónde

estabas!

—En la cocina, ayudando. —Sorbió por la nariz

mirándole con desconfianza.


—Así que ayudando. ¡La primera doncella no ayuda a
nadie! ¿Me crees estúpido? ¡He tenido madre!

La chica se sonrojó. —No le entiendo, conde.

—Y ya que lo dices yo tampoco —dijo el duque

pasmado—. ¿Estás perdiendo la cabeza?

El conde volvió la hoja. —¿Has escrito tú esto?

—Yo no sé escribir, conde.

Dio un paso hacia ella. —Pero su amiga Sami sí, ¿no


es cierto?

El duque separó los labios de la impresión. —¡Contesta

al conde! —gritó sobresaltándola.

—No sé.

—Así que no lo sabes. ¡Se llevan a mi esposa de esta


casa que está llena de gente y no lo sabes! —Amenazante dio
un paso hacia ella. —¡Ayer noche mi esposa no tenía nada en

la frente y cuando la vi al mediodía tenía una herida! ¿Cómo


se la hizo?

—Pues… —Miró de reojo al duque.

—¿Sabes por qué no contesta? ¡Porque no sabe lo que

mi esposa me dijo al respecto! —gritó fuera de sí —. Y no


quiere decir la verdad porque se descubriría todo, ¿no es

cierto?

—Niña, estamos preocupadísimos. Si sabes algo, debes


contarlo.

Apretó los labios y elevó la barbilla demostrando que


de ella no sacarían nada y el duque jadeó indignado. —

¡Despedida!

—No, tío. Porque mi esposa no encontraría en la vida


una doncella tan fiel como ella —De repente Berleigh sonrió.
—Será posible… —Se echó a reír volviéndose y se sentó en la
cama mirando la nota de nuevo riendo aún más fuerte.

—No te veo muy preocupado, hijo. ¡Y es para


preocuparse! ¡No sabemos que ha sucedido con Sabreene!

—Tío, todo esto lo ha ideado mi esposa para darme


una lección.

—¿Qué dices? ¿Has perdido el juicio? ¡Igual Patrick y


su familia lo han ideado todo!

—Es un buen hombre y lo ha demostrado. La ayudaron


sin pedir nada a cambio cuando podían habernos pedido antes
un rescate por ella. Un rescate por mi hijo, porque sabían que
era mío. —Rio de nuevo. —No, esto es idea de mi esposa. Es
una prueba para asegurarse de que la quiero. De hecho lo dice
aquí. Si quiere a su esposa su desembolso no supondrá ningún
sacrificio. Con esto me está probando para saber hasta qué
punto me importa.

—Vas a pagar, ¿no?

—Por supuesto que voy a pagar —dijo divertido—. Mi


esposa merece cada libra.

—¿Ves algo? —preguntó entrecerrando los ojos


escondida tras un seto. No tenían que haberse puesto al otro
lado del lago porque esa noche casi no había luz de luna y se

veía fatal. Además, había una densa niebla en Londres que


ponía los pelos de punta.

—No puedo ver nada.

—Diablos.

Entonces la bruma se despejó ante ellas y Sami dijo —


¡Ahí está!

Una sombra negra se acercó a las barcas que estaban


en la orilla. No podía ver si era Berleigh porque llevaba el
sombrero puesto y estaba muy lejos. —¿Es él?
—¿Crees que otro estaría ahí en plena noche y con este
tiempo? —preguntó su amiga exasperada.

—Pues tienes razón. Mira, tiene algo en la mano. —


Cuando tiró lo que parecía una bolsa en la barca que ellas
habían señalado, sonrió como una tonta. —Ha pagado. Eso es
que me quiere —dijo loca de contenta.

Sami soltó una risita. —Felicidades.

—Gracias.

—Ejem, ejem…

Ambas abrieron los ojos como platos antes de mirarse.


A la vez volvieron la cabeza sobre su hombro para encontrarse
al duque de brazos cruzados y cara de echarles una regañina.

—Por favor, no digas nada.

—Hija, tu marido te quiere.

—Ahora lo sé. —Soltó una risita. —Ha pagado. —


Entonces frunció el ceño. —¿Él sospechaba que el secuestro
era mentira? —Jadeó llevándose la mano al pecho. —¡Ha
vuelto a desconfiar de mí! Uy, esto no se lo perdono.

Su padre levantó los brazos como pidiendo ayuda.


—¡No lo entiendes, tenía que probarle! —Dio un paso
hacia él. —Tenía que saber si me quiere.

Ernest sonrió. —Te quiere, cielo. ¿No crees que lo ha


demostrado ya con creces?

—¡No!

—¿Y qué tengo que hacer, preciosa? —Se volvió


lentamente para verle tras ella y se miraron a los ojos. —¿Qué

tengo que hacer para que sepas que para mí eres lo más
importante en esta maldita vida? —Sabreene no sabía qué
contestar y Berleigh entrecerró los ojos antes de mirar a Sami
que nerviosa se apretaba las manos. —Ve a por la bolsa.

Se le cortó el aliento. —¿Qué?

—Ve a por la bolsa, es vuestra por cuidar de ella y de


mi hijo.

—Pero no puedo… —dijo antes de mirar a Sabreene


que estaba tan asombrada como ella—. ¡Di algo!

Los ojos de Sabreene se llenaron de lágrimas y se tiró a


él abrazándolo por el cuello. El conde la rodeó con sus brazos
con sumo cuidado y susurró —Vas a hacerte daño en la herida,
mi amor.

Sollozó sobre su hombro. —Lo siento.


—No lo sientas, es lógico que dudes de mí. Te hice
mucho daño y no estuve a tu lado. Pero te quería y te quiero.
Siento lo que te dije y como te traté. Te juro que intentaré
compensarte, preciosa. El resto de mi vida intentaré
compensar todo el miedo y el sufrimiento… Todo el dolor…

Cerró los ojos. —A partir de ahora seremos felices.

—Juntos el resto de nuestra vida…


Epílogo

El anillo de su boda se volvió a enganchar en el encaje


del trajecito de Jeremy y juró por lo bajo poniendo al niño

sobre el regazo de su marido para liberarlo. El carruaje se


bamboleó y Alice suspiró haciendo que la miraran. —Milady,
menudo viajecito.

Rieron y Jeremy estiró los bracitos a su adorada

doncella que sonrió poniéndole en el regazo. —Milord, me


tiene robado el corazón, pero no se aproveche —dijo antes de
acariciar su mejilla con ternura.

—Preciosa, ¿no deberías haber encontrado ya una

niñera?

—Si la tengo a ella.

Alice miró al conde como si hubiera dicho un pecado


gordísimo y este levantó las manos en son de paz. —Muy
bien, no volveré a decir nada.

—Hasta mañana —dijo su esposa haciéndole reír—.

Qué ganas tengo de ver a padre, ya han pasado dos meses


desde que le escribieron para que regresara con urgencia
porque tenía sus posesiones desatendidas.

Su esposo carraspeó y disimulando cogió el dedo que


su hijo le tendía. —Hola muchachote.

Como no comentaba nada Sabreene entrecerró los ojos.


—Marido…

—¿Si, preciosa?

—¿Me ocultas algo?

—Yo, no. Si para ti soy un libro abierto.

—¡Por eso sé que me ocultas algo! —Jadeó llevándose


la mano al pecho. —Padre está enfermo.

—¡No! No debes preocuparte que está muy bien.

Suspiró del alivio. —Pues no entiendo que puedes

ocultarme.

—No te imagines cosas…Mira, nos detenemos. Ahí

hay una posada.


Sin creerse una palabra vio como su marido descendía
y a toda prisa estiraba su mano. Se la cogió para bajar

mostrando su vestido azul y su chaquetilla a juego. Su

embarazo apenas se notaba, pero pasó la mano por su vientre


sin darse cuenta. Su marido susurró —¿Estás bien?

—Sí, tranquilo. Todo va muy bien. Estoy muerta de

hambre.

Berleigh sonrió y le dijo a Alice —Encárgate de que a


mi esposa no le falte de nada.

—Sí, conde.

—Preciosa adelántate que voy a revisar el equipaje.

Hace un rato que escucho que algo se mueve.

—Sí, milady. Adelantémonos que debo ir al excusado


—dijo Alice apurada poniéndole el niño en brazos. Ambos

vieron como corría a la pequeña construcción que estaba en el


exterior de la posada y Sabreene arrugó la naricilla.

—Preciosa, debes usarlo.

Le traspasó el niño. —Me voy al prado.

Rio por lo bajo mientras se alejaba y se volvió diciendo

a su hijo —Mira y aprende. ¡Revisad el equipaje! ¡Algo se


mueve y como perdamos una maleta la condesa os despellejará

vivos!

Dos lacayos se subieron al techo de inmediato mientras

el conde reía por lo bajo y miró a su hijo que tenía los ojos

como platos. —Amenázalos con tu madre y siempre


conseguirás lo que quieres.

Su hijo balbuceó antes de chillar de la alegría. —Sí, yo

siento lo mismo.

—Berleigh…

Se volvió perdiendo la sonrisa de golpe al ver al

hombre responsable del peor año de su vida, que cojeando se

acercaba apoyándose con un bastón en la mano. —Curtis, ¿qué


rayos te ha pasado?

—Hace casi dos años tuve un accidente de carruaje.

¿Tu tío no te lo dijo? Vino a verme cuando estaba

convaleciente.

—En aquel momento estaba en una mala época.

Curtis sonrió irónico. —Y al parecer todo ha cambiado

—dijo mirando al niño—. Felicidades.

Se tensó por el rencor en su mirada. —Gracias. Ya está

el segundo en camino.
—Tu tío se calla lo que le conviene. Aunque
últimamente no es que nos escribamos mucho. Como ya no

seré su heredero…

—El duque es una persona muy ocupada y su heredero

seré yo. Aunque todos sabemos lo que deseabas ese puesto.

—Es interesante lo que es el destino. Siempre has sido

un tipo con suerte.

—Gracias a mi esposa.

—Sí, gracias a mí.

Se acercó a él y cogió su brazo mirándole con ironía.


—Es una pena que se haya quedado en ese estado, milord.

Como dice usted es interesante lo que es el destino, ¿verdad?

Piense que ha tenido suerte, podría haberse quedado como mi

marido y puede que usted no se hubiera recuperado.

—Usted… La conozco. Estaba en la posada el día de

mi accidente.

—Sí. Soy la condesa de Breinstong.

No se molestó en disimular su envidia admirando su

belleza. —Eres mucho más afortunado de lo que creía.

—Lo sé. Espero que te repongas, Curtis.


—Desgraciadamente esto no tiene cura. Mi pierna

quedó destrozada por tres sitios.

—Lo siento de veras —dijo haciéndola jadear del


asombro—. Preciosa ya está pagando su penitencia.

—No, la penitencia la pagaste tú un año por su

egoísmo. ¡No sé por qué hablas con él! —Tiró del brazo de su

marido. —Buenos días, milord. Espero no volver a verle

nunca más.

Sintieron su mirada en su espalda mientras se alejaban

y desconfiando de él le miró sobre su hombro. Ya iba hacia su


carruaje y algo en su interior sintió pena por él. Por su

mezquindad estaba en ese estado. Por su mezquindad y la mala

leche que ella tenía, claro. Se merecía esa penitencia, así que

fuera remordimientos que él no los había sentido por su


marido.

—Preciosa, olvídalo. Nunca volverás a verle.

—¿Seguro?

—Totalmente, si lo hizo fue porque podía rozar el

ducado con las yemas de los dedos. Ahora sabe que eso será

imposible.
—Si todos sufriéramos un accidente… —Palideció por
sus pensamientos. —Cariño, si pasara…

—Eh, no pasará. Revisaré las ruedas antes de salir, ¿de


acuerdo?

Sonrió abrazándose a él. —¿Siempre me cuidarás así?

—Sí, preciosa. Porque tú y el niño sois lo que más me

importáis en esta vida. —Besó sus labios tiernamente. —


Ahora a comer que nos queda mucho viaje por delante.

—Estoy deseando llegar —dijo seductora.

El conde gruñó viéndola entrar en la posada y ella se


echó a reír. —Que ganas tengo de llegar a casa —dijo

siguiéndola.

Al ver la casa chilló de la alegría. —Mira Jeremy, es

Haywood. Tus antepasados fueron muy importantes, tenían


castillo y todo.

El conde rio por lo bajo. —Preciosa, ¿crees que te


entiende?

—Por supuesto —dijo altanera—. ¿Tú no?


—Cuidado conde… —dijo Alice por lo bajo

haciéndoles reír.

Cuando el carruaje se detuvo suspiró de la alegría. —


Qué bueno es estar en casa. Al final no hemos ido a Bath, pero

casi lo prefiero.

—Iremos en cuanto terminen las obras de la casa,

preciosa. Desde que murió tu madre estaba abandonada.

Gruñó porque su padre no se había ocupado de nada,

pero mejor no pensar en ello. Al fin estaba en casa. Su marido


la ayudó a bajar mientras el servicio salía para recibirles.
Phillips se acercó a ellos de inmediato. —Que alegría tenerla

en casa, milady.

—Gracias Phillips, es estupendo estar aquí de nuevo.

—¡Sabreene!

Pretty bajó las escaleras como una exhalación, vestida

con un primoroso vestidito rosa con volantitos blancos y con


sus rizos pelirrojos formando impecables tirabuzones. La
abrazó por la cintura dejándola pasmada y Sabreene dijo —

Estás aquí.

—Claro, la que no estabas aquí eras tú. —Se apartó

sonriendo encantada. —Pero eso ha cambiado.


—¿Qué? —Miró hacia las escaleras y vio a Prue

vestida como toda una dama. Algo insegura cogía del brazo a
su padre que estaba evidentemente incómodo. Dejó caer la

mandíbula del asombro. —¿Vosotros? —Sonrió incrédula. —


No… —Fulminó a su hombre con la mirada. —¡No me lo
habías dicho!

—Esperaba que te lo dijera mi tío, cielo.

—¡Qué me dijera el qué exactamente!

—Que mamá es su querida, tonta —dijo Pretty


dejándola de piedra.

Su marido pasó la mano por delante de sus ojos. —


¿Cielo? Reacciona. —Como seguía sin moverse Berleigh se
puso nervioso. —¡Sabreene!

Entrecerró los ojos antes de sisear —Marido ve a por el


pastor más cercano.

—Pero hija…

—¡Bajo mi techo no! —gritó dejándoles a todos de

piedra—. ¡Y con su hija delante, esto es inconcebible!

—Pero es que está casada —dijo su padre avergonzado

mientras el servicio salía pitando.

—¿Y?
Su marido carraspeó. —Que eso es delito, preciosa.

Cogió sus faldas. —Marido soluciónalo.

—¿Cómo?

Subió los escalones airada y fulminó a Prue con la


mirada. —Más te vale que le quieras porque si no…

—Mucho, es el amor de mi vida. —Le rogó con la


mirada. —Por favor compréndeme.

Volvió la cara hacia su padre. —¡Deja de enamorar


mujeres!

Se puso como un tomate. —Me sale solo.

—Hombres. —Se volvió. —Berleigh, ¿a qué esperas?

—¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo?

—Se casan mañana, tienes esta noche para

solucionarlo. Te acompañará el duque.

—Sí, por supuesto —dijo él.

Prue se tiró a sus brazos. —¿Lo harás?

—Por supuesto, palomita.

—¿Y te casarás conmigo?


—Estoy deseando que seas mi esposa. Esta vez haré
las cosas bien. —Sonrió y acarició su mejilla.

Le dio un suave beso en los labios y Sabreene y Pretty


pusieron cara de asco. —Puaj —dijeron a la vez.

Berleigh se echó a reír. —Qué familia. Es que es de

locos.

—Y que lo diga, conde —dijo Alice subiendo las

escaleras con el heredero en brazos. Prue y Pretty gritaron de


la alegría y Sabreene sonrió. Sí, ahora tenía una familia. Una

familia realmente feliz y estaba rodeada de personas que la


amaban.

Se acercó a su padre y le dio un beso en la mejilla

sonrojándole. —¿Y esto por qué, cielo?

—Gracias por ir a buscarme, por darme todo esto. Por

entregarme a él y cambiar mi vida.

—No cielo, has sido tú quien ha cambiado nuestras

vidas. Contigo llegó la felicidad.

FIN
Sophie Saint Rose es una prolífica escritora que lleva
varios años publicando en Amazon. Todos sus libros han sido

Best Sellers en su categoría y tiene entre sus éxitos:

1- Vilox (Fantasía)

2- Brujas Valerie (Fantasía)

3- Brujas Tessa (Fantasía)

4- Elizabeth Bilford (Serie época)

5- Planes de Boda (Serie oficina)

6- Que gane el mejor (Serie Australia)

7- La consentida de la reina (Serie época)

8- Inseguro amor (Serie oficina)

9- Hasta mi último aliento

10- Demándame si puedes

11- Condenada por tu amor (Serie época)


12- El amor no se compra

13- Peligroso amor

14- Una bala al corazón

15- Haz que te ame (Fantasía escocesa) Viaje


en el tiempo.

16- Te casarás conmigo

17- Huir del amor (Serie oficina)

18- Insufrible amor

19- A tu lado puedo ser feliz

20- No puede ser para mí. (Serie oficina)

21- No me amas como quiero (Serie época)

22- Amor por destino (Serie Texas)

23- Para siempre, mi amor.

24- No me hagas daño, amor (Serie oficina)

25- Mi mariposa (Fantasía)

26- Esa no soy yo

27- Confía en el amor

28- Te odiaré toda la vida

29- Juramento de amor (Serie época)


30- Otra vida contigo

31- Dejaré de esconderme

32- La culpa es tuya

33- Mi torturador (Serie oficina)

34- Me faltabas tú

35- Negociemos (Serie oficina)

36- El heredero (Serie época)

37- Un amor que sorprende

38- La caza (Fantasía)

39- A tres pasos de ti (Serie Vecinos)

40- No busco marido

41- Diseña mi amor

42- Tú eres mi estrella

43- No te dejaría escapar

44- No puedo alejarme de ti (Serie época)

45- ¿Nunca? Jamás

46- Busca la felicidad

47- Cuéntame más (Serie Australia)


48- La joya del Yukón

49- Confía en mí (Serie época)

50- Mi matrioska

51- Nadie nos separará jamás

52- Mi princesa vikinga (Serie Vikingos)

53- Mi acosadora

54- La portavoz

55- Mi refugio

56- Todo por la familia

57- Te avergüenzas de mí

58- Te necesito en mi vida (Serie época)

59- ¿Qué haría sin ti?

60- Sólo mía

61- Madre de mentira

62- Entrega certificada

63- Tú me haces feliz (Serie época)

64- Lo nuestro es único

65- La ayudante perfecta (Serie oficina)


66- Dueña de tu sangre (Fantasía)

67- Por una mentira

68- Vuelve

69- La Reina de mi corazón

70- No soy de nadie (Serie escocesa)

71- Estaré ahí

72- Dime que me perdonas

73- Me das la felicidad

74- Firma aquí

75- Vilox II (Fantasía)

76- Una moneda por tu corazón (Serie época)

77- Una noticia estupenda.

78- Lucharé por los dos.

79- Lady Johanna. (Serie Época)

80- Podrías hacerlo mejor.

81- Un lugar al que escapar (Serie Australia)

82- Todo por ti.

83- Soy lo que necesita. (Serie oficina)


84- Sin mentiras

85- No más secretos (Serie fantasía)

86- El hombre perfecto

87- Mi sombra (Serie medieval)

88- Vuelves loco mi corazón

89- Me lo has dado todo

90- Por encima de todo

91- Lady Corianne (Serie época)

92- Déjame compartir tu vida (Series vecinos)

93- Róbame el corazón

94- Lo sé, mi amor

95- Barreras del pasado

96- Cada día más

97- Miedo a perderte

98- No te merezco (Serie época)

99- Protégeme (Serie oficina)

100- No puedo fiarme de ti.

101- Las pruebas del amor


102- Vilox III (Fantasía)

103- Vilox (Recopilatorio) (Fantasía)

104- Retráctate (Serie Texas)

105- Por orgullo

106- Lady Emily (Serie época)

107- A sus órdenes

108- Un buen negocio (Serie oficina)

109- Mi alfa (Serie Fantasía)

110- Lecciones del amor (Serie Texas)

111- Yo lo quiero todo

112- La elegida (Fantasía medieval)

113- Dudo si te quiero (Serie oficina)

114- Con solo una mirada (Serie época)

115- La aventura de mi vida

116- Tú eres mi sueño

117- Has cambiado mi vida (Serie Australia)

118- Hija de la luna (Serie Brujas Medieval)

119- Sólo con estar a mi lado


120- Tienes que entenderlo

121- No puedo pedir más (Serie oficina)

122- Desterrada (Serie vikingos)

123- Tu corazón te lo dirá

124- Brujas III (Mara) (Fantasía)

125- Tenías que ser tú (Serie Montana)

126- Dragón Dorado (Serie época)

127- No cambies por mí, amor

128- Ódiame mañana

129- Demuéstrame que me quieres (Serie


oficina)

130- Demuéstrame que me quieres 2 (Serie


oficina)

131- No quiero amarte (Serie época)

132- El juego del amor.

133- Yo también tengo mi orgullo (Serie Texas)

134- Una segunda oportunidad a tu lado (Serie


Montana)

135- Deja de huir, mi amor (Serie época)


136- Por nuestro bien.

137- Eres parte de mí (Serie oficina)

138- Fue una suerte encontrarte (Serie escocesa)

139- Renunciaré a ti.

140- Nunca creí ser tan feliz (Serie Texas)

141- Eres lo mejor que me ha regalado la vida.

142- Era el destino, jefe (Serie oficina)

143- Lady Elyse (Serie época)

144- Nada me importa más que tú.

145- Jamás me olvidarás (Serie oficina)

146- Me entregarás tu corazón (Serie Texas)

147- Lo que tú desees de mí (Serie Vikingos)

148- ¿Cómo te atreves a volver?

149- Prometido indeseado. Hermanas Laurens 1


(Serie época)

150- Prometido deseado. Hermanas Laurens 2


(Serie época)

151- Me has enseñado lo que es el amor (Serie


Montana)
152- Tú no eres para mí

153- Lo supe en cuanto le vi

154- Sígueme, amor (Serie escocesa)

155- Hasta que entres en razón (Serie Texas)

156- Hasta que entres en razón 2 (Serie Texas)

157- Me has dado la vida

158- Por una casualidad del destino (Serie Las


Vegas)

159- Amor por destino 2 (Serie Texas)

160- Más de lo que me esperaba (Serie oficina)

161- Lo que fuera por ti (Serie Vecinos)

162- Dulces sueños, milady (Serie Época)

163- La vida que siempre he soñado

164- Aprenderás, mi amor

165- No vuelvas a herirme (Serie Vikingos)

166- Mi mayor descubrimiento (Serie Texas)

167- Brujas IV (Cristine) (Fantasía)

168- Sólo he sido feliz a tu lado

169- Mi protector
170- No cambies nunca, preciosa (Serie Texas)

171- Algún día me amarás (Serie época)

172- Sé que será para siempre

173- Hambrienta de amor

174- No me apartes de ti (Serie oficina)

175- Mi alma te esperaba (Serie Vikingos)

176- Nada está bien si no estamos juntos

177- Siempre tuyo (Serie Australia)

178- El acuerdo (Serie oficina)

179- El acuerdo 2 (Serie oficina)

180- No quiero olvidarte

181- Es una pena que me odies

182- Si estás a mi lado (Serie época)

183- Novia Bansley I (Serie Texas)

184- Novia Bansley II (Serie Texas)

185- Novia Bansley III (Serie Texas)

186- Por un abrazo tuyo (Fantasía)

187- La fortuna de tu amor (Serie Oficina)


188- Me enfadas como ninguna (Serie Vikingos)

189- Lo que fuera por ti 2

190- ¿Te he fallado alguna vez?

191- Él llena mi corazón

192- Contigo llegó la felicidad (Serie época)

Novelas Eli Jane Foster

1. Gold and Diamonds 1


2. Gold and Diamonds 2

3. Gold and Diamonds 3


4. Gold and Diamonds 4
5. No cambiaría nunca
6. Lo que me haces sentir

Orden de serie época de los amigos de los Stradford,


aunque se pueden leer de manera independiente
1. Elizabeth Bilford
2. Lady Johanna
3. Con solo una mirada
4. Dragón Dorado

5. No te merezco
6. Deja de huir, mi amor
7. La consentida de la Reina
8. Lady Emily
9. Condenada por tu amor

10. Juramento de amor


11. Una moneda por tu corazón
12. Lady Corianne
13. No quiero amarte
14. Lady Elyse

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