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El tiempo y los Díaz

Adaptación de El tiempo y los Conway de J. B. Priestley

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PRIMER ACTO

AQUELLA NOCHE: Victoria cumple veinte años.

SEGUNDO ACTO

OTRA NOCHE: Y otro cumpleaños.

TERCER ACTO

OTRA VEZ AQUELLA NOCHE: Cumpleaños de Victoria.

El tercer acto conecta con el primero.


La escena -común a los tres actos- represente un salón en casa de la señora
Encarnación Tirado. La villa esta aislada, en las afueras de Newlingham, ciudad fabril. Los
actos primero y tercero tienen lugar en una noche otoñal de 1968. El segundo se desarrolla
en una noche otoñal de 1988.

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Las personas

Los Díaz Tirado

Encarnación Tirado
Eduardo
Magdalena
Antonio
Rebeca
Victoria
Carolina

LOS OTROS

Julieta Rentería
Delfino Pacheco
Gerardo Torreslanda

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PRIMER ACTO

Hay fiesta en la casa de los Díaz Tirado, una noche de otoño de 1968, pero solamente
la oímos. Todo lo que alcanza a verse al principio es la luz del vestíbulo a través de las
cortinas de la arcada a la derecha de la habitación, y un débil resplandor de chimenea en
el lado opuesto. Pero oímos voces juveniles que parlotean, ríen y cantan, la menuda
explosión de algún cuete y música popular de la época que alguien toca al piano. Un
momento después varias voces empiezan a corear la melodía que toca el pianista. Reina
ciertamente una gran alegría.
Oímos entonces la voz de una joven (es Rebeca Díaz) diciendo claramente: “¿Dónde
los pondremos, mamá?” La voz que contesta desde más lejos es la de la señora Díaz. “En
el salón del fondo”, dice. Carolina: “Vamos a hacer la representación aquí”. Rebeca, que
sin duda está muy excitada, grita: “Sí, sí, por favor”, y luego Victoria, que probablemente
está en el piso alto: “¡Caro… en el salón del fondo!”
Rebeca irrumpe ahora en escena y enciende la luz. Vemos de inmediato que es una
joven alta y rubia, que se ha vestido con todo cuidado para la fiesta. Trae una cantidad de
trajes viejos, sombreros y otras prendas; todo lo que la gente feliz emplea para jugar a
adivinar películas. El salón da la impresión de ser muy confortable, aunque en lugar de
puerta tiene tan sólo la arcada con cortinas de la derecha. Al fondo hay una ventana con
un peldaño para asomarse, y un asiento con cojines. Las cortinas aparecen corridas. A la
izquierda hay una chimenea, o una estufa de antracita, de donde brota un resplandor
rojizo. Hay varios anaqueles pequeños en las paredes, hermosos muebles -incluyendo una

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mesa redonda-, y cuadros tolerables. Es evidentemente, una de esas habitaciones
innominadas que las familias emplean mucho más que la sala de estar, y que reciben
nombres tan diversos como “el cuarto de atrás”, “el cuarto del desayuno”, “el aula”, “la
pieza de los niños”, o “el cuarto azul, gris o rojo”. Éste podría muy bien llamarse el
Cuarto Rojo, pues deriva del rosa al ciruela, y constituye un hermoso fondo para las
jóvenes en sus trajes de baile.

Escena 1: Después de encontrar las patillas postizas, Carolina le pide a Rebeca que
imite a Don Primo.

Alguien más ha llegado mientras Rebeca deposita los elementos para las adivinanzas
en un sillón circular ubicado en el centro del salón. Es Carolina, la menor de las Díaz
(quizá apenas dieciséis años), quien llega enormemente emocionada, sin aliento, y
tambaleándose bajo el peso de una cantidad de cosas para el juego, incluyendo una caja
de cigarros rebosante de patillas y narices postizas, anteojos y otros adminículos. Con la
infatigable precipitación de las niñas, deja caer su carga y empieza a hablar, aunque le
falta el aliento. Y ahora -luego de agregar que Carolina es una encantadora personita-
dejémoslas que se expliquen por sí mismas.

CAROLINA: (jadeante pero con aire de triunfo): ¡Encontré… la caja… con las patillas
postizas… y las demás cosas… en…!
REBECA: (triunfalmente): Ya sabía que no las habían tirado.
CAROLINA: Nadie se atrevería (Sostiene la caja en alto, con la tapa levantada.) ¡Mira!
(Rebeca trata de quitársela.) No me la arrebates.
REBECA: (sin enojo): Déjame ver tonta (las dos miran en la caja, como niñas,
explorando vivamente su contenido.) Esto es para mí. (Extrae un enorme par de
bigotes.) ¡Ah, y también esto! (Saca una gran nariz postiza.)
CAROLINA: (que no sabe de egoísmo): Bueno, pero no te quedes con todas las mejores,
Becky. Vicky y Magdalena van a querer algunas. Yo creo que Victoria debería ser la
primera en escoger es su cumpleaños y le encanta este juego. Mi mamá no va a querer
ninguna de éstas, ¿verdad? ¿Qué estás haciendo?

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Rebeca se ha dado la vuelta para colocarse la nariz y el bigote. Lo consigue, aunque
los adminículos no están muy firmes.

REBECA: (con voz grave): ¡Buenos días, que temprano salieron las estrellas!
CAROLINA: (con un grito de júbilo): ¡Don Primo! ¡El de la papelería! El que odia al
Presidente Díaz Ordaz porque dice que es un represor. ¡Imita a Don Primo Becky!
¡Por favor!
REBECA: (con voz natural, que suena así muy rara): No puedo Caroline. Sólo lo he visto
a lo mucho dos veces. Casi nunca voy a la papelería.

Escena 2: Eduardo es ignorado por sus hermanas, mientras Carolina presume sus
dotes actorales a Rebeca.

Entra Eduardo, quien sonríe al ver a Rebeca. Es un joven entre veinte y veinticinco
años, tímido y callado, que podrá tartamudear un poco. Viste ropas comunes, un tanto
descuidadas. Carolina lo ve, y se vuelve hacia él.

CAROLINA: Entra Lalo, que no te vean los demás. (Eduardo se acerca) ¿A poco no está
idéntica a Don Primo, el de la papelería, el que odia al presidente Díaz Ordaz?
EDUARDO: (sonriendo con timidez): Sí… un poco.
REBECA: (Con una voz absurdamente grave): “Odio a la changa Díaz Ordaz”
EDUARDO: ¡Becky, cállate! No te vayan a oír, además ni habla así.
CAROLINA: No, miren, así le hace:(imitando muy bien la voz de un hombre poco
educado) “Le voy a decir cómo está la cosa… señorita Díaz… la cosa es que Díaz
Ordaz… van a ver cómo se van arrepentir de haberlo puesto ahí, van a ver”.
EDUARDO: (sonriendo): Shh! Muy bien, Caro.
CAROLINA: (entusiasmada): Yo quisiera ser actriz. En la escuela todos me dicen que
nunca vieron a una Doña Inés mejor.
REBECA: (quitándose la nariz y el bigote): Quédatelos, Carolina.

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CAROLINA: (tomándolos): ¿De veras no los quieres? Eres demasiado bonita como para
disfrazarte de hombre. Yo quiero imitar a Don Primo ¿No podríamos meterlo de
alguna manera en el juego? En lugar de un general. Ya hemos tenido demasiados
generales.
EDUARDO: ¡Sí!
REBECA: Vicky ya debería estar aquí, para organizar el juego, ¿no?
EDUARDO: Ahí viene. Mi mamá me pidió que les dijera que no hagan mucho desorden.
CAROLINA: ¡¡No se puede jugar a las películas sin desordenar!! Ése es el chiste.
REBECA: Nada más espérate a que Mamá empiece a disfrazarse. Es la que más va a
desordenar. (A Eduardo.) Oye, ya se están yendo los viejitos, ¿verdad?
EDUARDO: Sí
REBECA: Se pone mejor cuando se van. A mi mamá le da pena con ellos. Lalito, diles a
Vicky y a Magdalena que vengan.
EDUARDO: Voy.

Escena 3: Al encontrar la chamarra del padre, Carolina evoca su trágica muerte, y al


buscar comprensión en Rebeca, ésta evade el tema.

Sale. Las dos muchachas empiezan a examinar los trajes. Rebeca elige algunas
anticuadas ropas femeninas, las levanta y se las prueba.

REBECA: ¡Qué horror! Cómo se atrevían a ponerse cosas así.


CAROLINA: Todavía me acuerdo de mi mamá con eso, ¿tú no?
REBECA: ¡Claro que sí, tarada!
CAROLINA: (seria, mirando una anticuada chamarra de cuero): Ésta era de mi papá,
¿verdad?
REBECA: Sí. Creo que la traía puesta… ese día.
CAROLINA: Ponla aparte.
REBECA: No creo que a mi mamá le afecte… todavía.

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CAROLINA: Yo creo que sí. Y a mí también. No quiero que nadie se ponga a hacer
payasadas con la chamarra que traía puesta mi papá antes de morir. (Dobla la
chamara, y va a depositarla en el asiento bajo la ventana. Luego, al darse vuelta:)
¿Qué se sentirá morirse ahogado?
REBECA: (impaciente): ¡No empieces con eso Carolina! ¿Qué no te acuerdas como
ponías a mamá cuando preguntabas y preguntabas lo mismo?
CAROLINA: Sí… pero era una niña.
REBECA: Bueno, pues, ya que ahora no te consideras una niña, ya no lo hagas.
CAROLINA: Me acordé por la chamarra. Imagínate Becky, estar platicando así y riendo
como si nada, y de repente media hora después… ahogarse… es horrible… a nosotros
nos pareció sólo un instante, pero a lo mejor para él, en el agua, fueron siglos…
REBECA: ¡Ya cállate Carolina! ¡Justo cuando nos estamos divirtiendo! ¿Por qué haces
eso?
CAROLINA: No sé. ¿Y tú no te sientes así aveces? Que te la estas pasando muy padre,
contenta y de pronto piensas en cosas horribles… como mi papá ahogándose… o aquel
niño loco que vi una vez, con la cabeza enorme… o aquel viejo en el parque, con esa bola
deforme que tenía en la cara…
REBECA: (tapándose los oídos): ¡No escucho! ¡No escucho!
CAROLINA: Así de repente, a la mitad de todo. A Vicky también le pasa. Ha de ser de
familia… un poquito.

Escena 4: Al entrar Magdalena, Carolina percibe su gusto por Gerardo Torreslanda,


y Magdalena la reprime informando la llegada de Delfino Pacheco.

Entra Magdalena. Es un año o dos mayor que Rebeca, no tan bonita, y se ve que es
persona más seria y responsable. Ha hecho estudios superiores, practicado la docencia, y
todo ello se advierte en su actitud eficiente, decidida, llena de confianza en sí misma. Pero
participa del entusiasmo de los demás.

MAGDALENA: ¿Lo encontraste? Perfecto. (Mira las cosas). No sabía que guardábamos
tanta ropa vieja. Mi mamá debería regalarla.

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REBECA: Pues que bueno que no lo hizo. Además, ¿a quién se la daría?
MAGDALENA: Hay muchísima gente pobre que la necesita. No te das cuenta Rebeca, de
la miseria en que vive la mayoría. Simplemente ni se te ocurre planteartelo, ¿verdad?
REBECA: (sin enojo): No me regañes como maestra de escuela, Maggie.
CAROLINA: (que está probándose ropas, se da vuelta y mira maliciosamente a
Magdalena): ¿Ya llegó Gerardo Torreslanda?
MAGDALENA: Pues sí, llegó hace unos minutos.
CAROLINA: ¡Lo sabía! Se te nota en los ojos, Magda.
MAGDALENA: No digas tonterías. (Pausa) Trajo a otra persona, un nuevo cliente que
está “ansioso” de conocer a nuestra familia.
REBECA: ¿Guapo?
MAGDALENA: ¡Es… un chaparrito muy curioso!
CAROLINA:(danzando): Justo lo que necesitamos… un chaparrito curioso. Perfecto para
el juego.
MAGDALENA: No, no creo que quiera. Se ve que no tiene sentido del humor. Muy
tímido, acomplejado y muerto de miedo con mi mamá. Raro…porque parece policía.
CAROLINA: ¿Un comandante, un represor como los que salen en el periódico?
MAGALENA: Cállate Carolina, podría llegar a serlo. Se llama Delfino Pacheco.
REBECA (riendo): ¡Qué nombre tan corriente! Pobre de su esposa, si tiene.
MAGDALENA: Creo que no. ¡Oigan, ya deberíamos empezar!

Escena 5: Entra Victoria a organizar y dar instrucciones a sus hermanas para las
adivinanzas.

(Entra Victoria, cuyo vigésimo cumpleaños se está celebrando. Es una joven


inteligente y sensible, que no necesita ser tan bonita como Rebeca. Trae una hoja de
papel.) Victoria ya deberíamos empezar.

VICTORIA: Ya sé. Ahí vienen los demás. (Empieza a examinar las ropas.) Hay
excelentes atuendos aquí, damiselas. ¡Oh… mirad! (Ha descubierto una anticuada
capa o manto de mujer, y un sombrero. Se los pone ridículamente, luego se aparta y

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adopta una violenta y absurda actitud melodramática, mientras habla con un falso
tono altisonante.) “A Dios pongo por testigo que no lograrán aplastarme, viviré por
encima de todo esto y, cuando haya terminado, nunca volveré a saber lo que es
hambre.” (Con voz natural) No, me estoy confundiendo, pero sí, deberíamos hacer
una escena como ésta, llena de dramatismo… y con muchos papeles.
MAGDALENA: Bueno, pero… ¿Qué vamos a hacer?
REBECA: (con frialdad): Ya se me olvidaron las peliculas.
CAROLINA: (indignada): ¡Becky, eres el colmo! ¡Nos pasamos horas ensayándolo!
REBECA: Yo no. Solamente tú y Victoria, que se creen futuras autoras y actrices.
VICTORIA: (severamente): Las películas, burras, son: ____________, _____________,
____________.
MAGADALENA: Me parece que tres escenas de tres películas son muchas. Y además las
van a adivinar muy fácilmente.
VICTORIA: No importa. Se van a divertir muchísimo cuando las adivinen.
CAROLINA (con cierta solemnidad): Lo más importante es… disfrazarse.

Escena 6: La Sra. Díaz arrolla los planes de Victoria y ofende al padre, Victoria sale a
la defensa, la Sra. Díaz la restringe y Victoria se somete.

Entra la señora Díaz. Es una encantadora mujer de cuarenta y cinco años, muy bien
vestida, con actitudes naturales y vivaces.

SRA. DIAZ: Ya estoy lista… si ustedes lo están. ¡Qué desorden! Me imaginé que iban a
hacer esto. Déjenme ver… (Se sumerge en las ropas y las revuelve con mucha mayor
violencia que sus hijas. Finalmente escoje un chal y una mantilla.) ¡Ah, aquí están!
Seré una belleza española. Hasta sé una canción apropiada (Empieza a ponerse las
prendas.)
REBECA: (a Victoria): ¿Qué te dije?
SRA. DIAZ: (que tiene predilección por Rebeca): ¿Qué le dijiste, nena?
REBECA: Le dije a Vicky que aunque ella decidiera hacer otra cosa, tú insistirías en hacer
tu número español.

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SRA. DIAZ: Bueno, ¿y qué tiene de malo?
VICTORIA: Que no queda con las escenas que tengo pensadas, simple y sencillamente.
SRA. DIAZ (alterada en su disfraz): ¡Pero eso puedes arreglarlo fácilmente, Victoria…
¡eres tan inteligente! Justo les estaba diciendo al doctor Muñoz y a su sobrina lo
inteligente que eres, ví que se sorprendían, aunque no puedo imaginar porqué.
REBECA: Es la primera vez que veo a Mónica Muñoz con falda. Me sorprende que no
haya venido con sus botas y sus pantalones.
VICTORIA: Se ve tan rara de falda, ¿verdad? Como alguien que quisiera imitar a una
mujer.
MAGDALENA: ¡Ya Victoria! ¿Qué tenemos que hacer?
VICTORIA: La primera pelicula, representa a una señora anciana que ha perdido a su
gato. Debe parecer una especie de bruja.
CAROLINA (contentísima): ¡Yo seré la anciana!

Carolina se pone a buscar ropas adecuadas: un chal Viejo, etc., y una peluca de
cabello blanco. Durante el diálogo que sigue, se transforma haciendo una imitación
excelente.

VICTORIA: Oye, mamá: tú y Rebeca son sus dos hijas, que han ido a visitarla…
REBECA: Ya sé mi parte. Tengo que decir varias veces: “Siempre he odiado este horrible
gato tuyo, mamá.” ¿Qué me pondré? (Revuelve, buscando).
SRA. DIAZ (una española cabal): Me parece muy bien, querida. Yo seré Sarita Montiel,
en “La violetera” ¿sabes? (canta)
VICTORIA (resignadamente): No había ninguna violetera mamá, pero supongo que no
importa.
SRA. DIAZ: Claro que no. ¿A quién le va a importar? Además será mejor que yo no
aparezca en las otras escenas, porque supongo que, más tarde, me pedirás que cante…
VICTORIA: Por supuesto. Pero ya te había incluído en otras dos escenas. Magdalena y
Julieta Rentería tendrán que hacer tus papeles.
SRA. DIAZ: ¡Qué lástima que no esté Tony! ¿Te acuerdas Magdalena? Escribió diciendo
que ya iban a liberarlo del servicio militar de un momento a otro. Es una lástima que

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se pierda la fiesta de Vicky. A Tony le encantan las fiestas. Es igualito a mí, en
cambio a su padre jamás le gustaron mucho. De pronto justo a la mitad, cuando todos
nos la estábamos pasando tan bien, se le ocurría que necesitaba descansar. Me llevaba
a la cocina para preguntarme a qué hora se iban a ir los invitados… precisamente
cuando empezábamos a divertirnos. Jamás pude comprenderlo.
VICTORIA: Yo sí. Muchas veces, yo también me siento igual.
SRA. DIAZ: ¿Pero por qué, mi amor, por qué? No es lógico. Si estás en una fiesta… estás
en una fiesta.
VICTORIA (intensamente): Sí, ¿verdad? Y no es que a uno de pronto le caiga mal la
gente. Pero se siente… por lo menos yo, y supongo que a mi papá le pasaba lo
mismo… se siente, de pronto, que todo eso, no es real… y que necesitas algo que sea
real. ¿Me entiendes, mamá?
SRA. DIAZ: No, mi amor. Me suena un poco… como de locos. Bueno, pero tampoco tu
padre era muy normal que digamos… Tal vez no lo creas, pero era así… a lo mejor tu
saliste igual.
VICTORIA (con mucha gravedad): ¿Piensas que a veces, de alguna manera… él sabía?
SRA. DIAZ (sin demasiada atención): ¿Sabía qué, hijita? Mira a Becky, ¿no está preciosa?
Me acuerdo la primera vez que me puse ese vestido. ¿Sabía qué?
VICTORIA: Sabía lo que iba a pasar. El abuelo me contó que en la guerra civil, cuando
los soldados iban a morir, parecían darse cuenta, a veces, que estaban al borde de la
muerte; como si una especie de sombra cayera sobre ellos. Como si… una que otra
vez… pudiéramos ver más allá… en el futuro.
SRA. DIAZ (con naturalidad): ¡Qué cosas tan raras se te ocurren! Deberías ponerlas en tu
novela. ¿Estás contenta, mi amor?
VICTORIA: Sí, mamá. Muy contenta.
SRA. DIAZ: Bueno, pues todo está muy bien, entonces. Quiero que tengas un hermoso
cumpleaños. Se que todos podemos volver a ser felices. Ah, se me olvidó
preguntarte… ¿Te mandó Tony algún regalito, mi vida?
VICTORIA: No. Y no esperaba que lo hiciera.
SRA. DIAZ: ¡Ay… que raro! Tony es siempre tan generoso, demasiado generoso en
realidad.

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Escena 7: Inicia el juego dirigido por Victoria. Julieta indaga sobre Antonio mientras
lo compara con Alan e incomoda a Kay preguntando acerca de su novela.

Entra Eduardo con Julieta, una amiga de Rebeca. Tiene su misma edad, es bonita y un
tanto frívola.

VICTORIA: Eduardo… ve a decirles que estamos por empezar… y que son tres películas.

Sale Eduardo.

JULIETA: ¡Se ven maravillosas! Yo no sirvo para esto, Vicky, después no me digas que
no te lo advertí.
VICTORIA: Bueno, Carolina, tú empiezas. Y acuérdate, llama: “¡Mis…!” una sola vez.
Ustedes dos no deben decir la sílaba… Solamente Caro. (Vuelve Eduardo. Sale
Carolina, y se oye el sonido de risas y aplausos distantes.) ¡Que buena es Caro!
Ahora ustedes dos. (Casi las empuja para que salgan.) Y ahora, la segunda sílaba es
TE. Pensé que no sería muy fácil si la escena representa a dos individuos del pueblo,
que la usan a cada momento: “Te lo digo yo”, “Te lo juro por esto o por aquello”. De
modo que será una escena del East End. Madge, tú serás la mujer.
MAGDALENA (que ha empezado a ponerse unas ropas indescriptibles): Sí, ya sé.
EDUARDO: ¿Y yo qué hago? Se me olvidó.
VICTORIA: Tú eres Charles Bronson, el feo. Ponte también cualquier cosa vieja, y dí
varias veces: “¡Te lo digo yo!” ¿Hay algo que te sirva a ti, Julieta?

Durante el diálogo que sigue, todos se disfrazan.

JULIETA: Estuve la semana pasada en Nueva York, en casa de mi tío, y fuimos tres veces
al teatro. Vimos Los 3 mosqueteros, Díaz Felices y Promesas Promesas. Lo que más
me gustó fue Los 3 mosqueteros, en el Vivian Beaumont Theatre. Creí que Tony ya
estaría aquí.

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VICTORIA: Va a venir pronto.
JULIETA: Es teniente, ¿verdad? Oye Eddy ¿Qué tu no también ibas al colegio militar?
EDUARDO: Si, pero… es que tenía el pie plano. Al año se dieron cuenta. Pero si alcancé a
ser soldado raso. Prácticamente nada.
JULIETA: ¿No aspirabas a ser algo más que eso?
EDUARDO: No.
VICTORIA: Eduardo no tiene ese tipo de ambiciones. ¿Verdad que no?
EDUARDO (sencillamente): No muchas.
JULIETA: Si yo fuera hombre, querría ser muy importante. ¿Qué haces tu ahora, Eddy?
Alguien me dijo que trabajabas en Luz y Fuerza.
EDUARDO: Sí. En el archivo. Un simple empleado.
JULIETA: ¿No es aburrido?
EDUARDO: Sí.
VICTORIA: Eduardo nunca se aburre. Tiene una imaginación… prodigiosa. Vive
magníficas aventuras, aventuras de las que nadie sabe nada.
JULIETA: Me dijo Becky que empezaste a escribir otra novela, Victoria. ¿Es cierto?
VICTORIA (Algo secamente): Sí.
JULIETA: No sé cómo puedes… yo podría, si empezara bien… pero no entiendo cómo le
haces para empezar. ¿Y tu última novela?
VICTORIA: La quemé.
JULIETA: ¿Por qué?
VICTORIA: Era infecta.
JULIETA: ¿Pero no es una perdedera de tiempo?
VICTORIA: Supongo que sí.
EDUARDO: Sin embargo, piensa en el tiempo que nos estamos perdiendo tú y yo, Julieta.
JULIETA: ¡Ay, no! Yo siempre estoy haciendo algo. Estoy siempre ocupada. (Magdalena,
gesto manos, rie.) ¿Por qué te ríes, Magda?
MAGDALENA: ¿No me puedo reír?
JULIETA (humilde): Siempre te ríes de mí, Magdalena. Supongo que porque no soy tan
inteligente como tú.

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Escena 8: Rebeca les informa que la Sra. Díaz hizo lo que quizo, y tras una breve
discusión, Carolina logra hacera Don Primo.

Vuelve Rebeca, y con ella los ruidos de risas y aplausos desde afuera.

REBECA: Bueno, ya se pueden imaginar lo que paso. Mi mamá se dejó llevar por su
inspiración, y naturalmente todo lo convirtió en película española. No creo que ya
nadie se acuerde de que se trataba la escena. ¿Y tú qué papel haces, Julieta?
JULIETA (esperanzadamente): Una vendedora callejera.
REBECA: Pues sí das miedo. ¡Ah! (A Victoria.) Caroline quiere representar a Don Primo,
el de la papelería, en vez del general que actúa en la tercera sílaba.
VICTORIA: ¡Imposible! Si la escena representa un diálogo entre un general y sus
soldados, Don Primo no queda. A menos que lo convirtamos en soldado y pongamos
a Gerardo Torreslanda o, a algún otro, en el papel de general.

Vuelve Carolina, muy excitada y con las mejillas rojas, comienza a quitarse el disfraz
de vieja.

CAROLINA: Mamá todavía sigue cantando. ¡Ah qué calor da hacerla de vieja!
VICTORIA: ¿Insistes en ser Don Primo en la tercera película?
CAROLINA (animándose): ¡Ah, se me había olvidado! Sí, por favor déjame que sea Don
Primo, Vicky, hermanita linda…
VICTORIA: Bueno, está bien. Pero tendrá que ser un soldado. Recién reclutado;
¿Comprendes?

Escena 9: La Sra. Díaz entra triunfante, Carolina hace varios intentos por ubicarla y
la Sra. Díaz termina invalidándola.

Entra la señora Díaz muy arrebolada y triunfante con una copa de vino en la mano.

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SRA. DIAZ: En fin… A lo mejor piensas que te eché a perder la escena… El hecho es que
se divirtieron y eso es lo que importa. Tú estuviste muy bien, Caro. (A Victoria)
Carito estuvo magnífica, Victoria. Y ahora, por favor, no me pidas que actúe más por
que no podría… especialmente si insistes en que cante más tarde. Así que déjame
fuera, Vicky. (Bebe del vino.)
VICTORIA: Perfecto. Ahora ustedes. (Empieza a guiar a sus actores Madge, Alan y
Joan.)
JULIETA: Vicky… de veras… voy a estar fatal.
VICTORIA: No importa. Si no tienes que hacer nada… A ver tú, Magdalena.
MAGDALENA (haciendo una laboriosa imitación de una vieja arrabalera): Oye lo que te
digo, muchacho. Te lo digo… hay que tener cuidado, muchacho… Te lo aseguro
yo… (Sale, seguida por los otros.)
REBECA: Oye, mamá, ¿de dónde sacaste esa copa de champagne?
SRA. DIAZ (complacida): Le pedí a Gerardo que me la sirviera… y así cerré
perfectamente mi actuacion. Pero no deseo beber más. ¿Quieres?

Rebeca toma la copa y bebe algunos sorbos mientras revuelve las ropas. Todos
revuelven las ropas.

CAROLINA: Mamá… ¿tú no ibas a ser actriz, verdad? ¿Sólo cantante?


SRA. DIAZ: No entiendo que quieres decir con “sólo” cantante. Claro que fui cantante,
pero también hice papeles de actriz. Cuando la compañía de zarzuela del Club
Asturiano representó por primera vez “La verbena de la paloma”, yo hice a Susana. Y
ya todos ustedes habían nacido. Tú tenías apenas dos años, Caro.
REBECA: Mamá, Julieta fue a Nueva York la semana pasada, y estuvo en tres teatros
diferentes.
SRA. DIAZ: Julieta tiene parientes allá y nosotros no. Es muy distinto.
REBECA: ¿Pero no vamos a ir nunca?
SRA. DIAZ: Claro que iremos. Que Tony nos lleve… (susurrando) a ti y a mí… cuando
vuelva.

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CAROLINA (solemne): Leí en el periódico esta mañana que Debemos Consagrarnos a
Nuestro Trabajo. La Locura De Las Diversiones Ya Ha Durado Bastante. Hay Mucho
Trabajo Que Espera.

REBECA (Indignada): ¡Mucho nos hemos divertido nosotras! Que digas eso es injusto y
estúpido. Precisamente ahora que podemos empezar a divertirnos un poco, después
de… justamente ahora vienes a decirnos que nos hemos divertido bastante y que
debemos consagrarnos a nuestro trabajo. ¿Qué trabajo?
CAROLINA: Construir un mundo destrozado. También decía eso.
SRA. DIAZ (a Rebeca, con tono solo a medias en broma): Tu trabajo consistirá en
encontrar un muchachito adinerado, simpático y casarte con él. Y eso no va a ser
difícil… para tí mi reina.
CAROLINA (poniéndose los pantalones para representar a Don Primo): Date prisa,
Becky, para que yo sea tu dama de honor. Porque al paso que vamos serás mi única
oportunidad. Vicky dice que no se casará ni en un siglo, porque su Obra… sus
Escritos… están ante todo.
SRA. DIAZ: Eso es una estupidez, corazón. Cuando aparezca el muchacho apropiado, se
olvidará de todas esas fantasías.
CAROLINA: No creo, mamá. Además no va a querer una dama de honor. Y si Magda
llega a casarse alguna vez, me imagino que será con algún socialista melenudo,
vestido de mezclilla y será sólo por el civil.
REBECA: No estoy muy segura. He estado observando a Maggie.
CAROLINA (imitando a Don Primo): “Y yo he estado observando a Diaz Ordaz. ¿Y sabe
usted por qué, señorita Díaz? Por que uno no se puede fiar de ese dientón. Usté tiene
que estar con el ojo atento todo el tiempo, es lo que yo digo…”
SRA. DIAZ: ¡Cállate ya! ¿Qué estas diciendo? Además ni te pareces.

Escena 10: Magdalena intenta llamar la atención de Gerardo discutiendo sobre el


socialismo y él la ignora.

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Tras breve pausa entra Magdalena, vestida todavía con sus absurdas ropas de
vendedora callejera, acompañada de Gerardo Torreslanda. Este tiene algo más de treinta
años, es procurador e hijo de procurador; abogado, hombre alto y buen mozo, vestido con
atildamiento. Posee un agradable aire de hombre de mundo, conscientemente cultivado.
Magdalena viene discutiendo acaloradamente, con todo el enérgico entusiasmo de la
juventud.

MAGDALENA: Pero lo que el Consejo Nacional de Huelga, quiere y pide es simplemente


que se cumplan los seis puntos del pliego petitorio: libertad a los presos póliticos,
derrogación del artículo 145 del código penal federal, desaparición del cuerpo de
granaderos, destitución de los jefes policiacos, indemnización a los familiares de
todos los muertos y heridos desde el inicio del conflicto y deslindamiento de
responsabilidades de los funcionarios culpables de los hechos sangrientos, es lo más
justo.
GERARDO: Muy bien. Pero supongamos que les hacen caso. ¿Qué va a pasar? Le aseguro
que ni aun cumpliendo esos puntos van a poder transformar al país.
SRA. DIAZ: Exacto, Gerardo. Todo el mundo sabe que son ridiculeces de revoltosos sin
ofício ni beneficio.
MAGDALENA: (acaloradamente): ¡No es cierto! Nuestro país se podría transformar si se
instaura un gobierno socialista.
GERARDO: (suavemente): ¿Pero cree usted que un gobierno socialista sea mejor? Puede
que resulte al revés, por falta de experiencia.
MAGDALENA: (con igual entusiasmo): ¡Ah, conozco bien esa “experiencia”! ¡Siempre
nos la restriegan en la cara! Cuando todo lo que se necesita es un poco de
compromiso… y entusiasmo… y… y decencia.
GERARDO: (a la señora Díaz, como un adulto a otro en una fiesta de niños): Me
llamaron para actuar en la próxima escena, para hacer un general o algo así.
REBECA: No tenemos disfraz para ti.
GERARDO: ¡Magnífico!
SRA. DIAZ: Tengo que atender a los invitados, muchos ya estarán por irse. Y luego
podremos tener una fiestecita muy agradable para nosotros solos.

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Escena 11: Julieta identifica a Delfino como el hombrecito y se lo informa a Rebeca,
ésta estalla y Gerardo trata de calmarla.

Sale.

CAROLINA: (a Gerardo): La cosa es que usted tiene que disfrazarse de algo. ¿Por qué no
se voltea el saco?
GERARDO: No estoy muy seguro de que resulte efectivo.
CAROLINA: (Impaciente): Entonces póngase un abrigo. O pongase esto, están padres.…
(Descubre unos grandes bigotes postizos y se los alcanza.)

Gerardo los considera con aire dubitativo. Entra Julieta, muy animada ahora que su
suplicio ha terminado.

JULIETA: (con aniñada excitación): ¡Becky! ¿A que no sabes quién está ahí? ¡No lo vas a
adivinar en tooooda vida!
REBECA: ¿Quién?
JULIETA: El chaparrito ese, que siempre se te queda viendo… el que nos siguió un día
por el parque España…
REBECA: ¡No puede ser!
JULIETA: Te digo que sí. Acabo de verlo perfectamente, parado junto a la puerta.
GERARDO: Esa descripción suena a mi amigo Delfino Pacheco.
REBECA: ¿Qué qué? ¿Cómo pudiste haber traido a ese aborto de la naturaleza? ¡Es el
colmo, Gerardo! ¡Es…repulsivo! cada vez que salgo está ahí viéndome y viéndome.
¡Y ahora lo traes a mi casa!
GERARDO: (nada preocupado por este arranque): ¡No es tan malo! Me insistió que lo
invitara, y tu mamá dijo que no había problema. No deberías ser tan payasa Rebeca.
JULIETA: (estallando de risa): Te dije que estaba loco por ti, Becky.
REBECA: (con aire de bella altanera): ¡No pienso dirigirle la palabra a ese pelado!
CAROLINA: ¿Por qué no podría venir, el pobrecito?

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REBECA: Cállate, Carolina. No sabes nada de ese tipo.

Escena 12: Victoria da las instrucciones para el juego.

Entran Victoria y Eduardo.

VICTORIA: La escena fue un desastre. ¡Caro, te ves padrísima! Gerardo tú eres un


general, y los otros son tus reclutas. Date prisa Eduardo, y ponte alguna cosa. Tú
tienes que inspeccionarlos, Gerardo, o hablar con los soldados, aludiendo a las
marchas y ejercicios. Entonces dirás algo sobre la montaña y el río, o te referirás al
cruce del río. El chiste es que se parezca a la pelicula.
GERARDO: ¿Caro y Eduardo son mis únicos reclutas?
VICTORIA: No, mi mamá va a mandar a otra persona. Todavía no han adivinado nada,
pero la verdad es que todo ha salido al revés. Adivinar peliculas ya no me gusta tanto
como antes. Papá era maravilloso para organizarlas… (A Gerardo.) Siempre hacía a
hombres gordos. Sería bueno que hicieras un general gordo. Y también tú podrías ser
gordo, Eduardo.

Se oye sonar el tocadiscos. En momentos en que los hombres están metiéndose


almohadones bajo los sacos, y Julieta, Victoria y Magdalena acaban de quitarse sus
últimas prendas de disfraz,

Escena 13: Entra Delfino, quien durante su presentación es ignorado, maltratado y


despreciado por todos excepto Carolina.

Delfino Pacheco entra suave y tímidamente. Es un hombrecito de unos treinta años,


tímido y azorado en sociedad, principalmente porque su posición en la escala social es
algo inferior a la de los Díaz Tirado; sin embargo hay en él algo que sugiere una creciente
fuerza y confianza en sí mismo. Evidentemente está atraído por toda la familia, pero es
Rebeca quien lo fascina por completo.

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DELFINO: (tímidamente): Este… yo… la señora Díaz me indico que viniera.
VICTORIA: Ah, sí. Usted será uno de los reclutas en la próxima escena.
DELFINO: No sirvo… no sirvo gran cosa para esta clase de… es decir…
VICTORIA: No tiene importancia. Hágase el tonto, nada más.
GERARDO: ¡Ah… Delfino! (murmuran Julieta y Rebeca) Discúlpeme, voy a presentarlo.
(Resuelve la situación ligeramente incomoda con deliberada habilidad.) Les presento al
señor Delfino Pacheco, recientemente ingreso a nuestro prestigioso despacho. Todos los
que están aquí son Díaz Tirado, a excepción de esta señorita… Julieta Rentería.
DELFINO: (con mucha seriedad): Buenas noches tengan todos ustedes.
JULIETA: (con una risita ahogada): Mucho gusto.
GERARDO: Ella es Victoria, que hoy decidió cumplir veinte años con el objeto de
brindarnos esta fiesta.
ERNEST: Que los cumpla muy felices.
VICTORIA: (sinceramente): Gracias.
GERARDO: Victoria es el genio literario de esta distinguida familia. La que ve usted allí
es Magdalena, que estudió en la UNAM y cuidado, porque en una de esas va a tratar
de convertirlo al socialismo.
DELFINO: No, yo paso. (Risitas de los demás.)
GERARDO: Esa extraña personita de mediana edad es Carolina…
CAROLINA: (amablemente): ¡Hola!
DELFINO: (agradecido, sonriendo): ¡Hola!
GERARDO: A Lalito me parece que ya lo conoce. (Divirtiéndose.) Y además… déjeme
ver… ah, sí, aquí está Rebeca. Ocasiona conmociones cada vez que entra como
porrista en los partidos de futbol Americano, hasta el entrenador tuvo que pedirle que
ya ni se asomara al campo a la hora de los partidos y entrenamientos para que no
distrajera al equipo.
DELFINO: (solemnemente): ¿Cómo está usted?
REBECA: (furiosa): ¡Que estúpido eres Gerardo! (rápidamente, a Delfino.) ¿Cómo está?

Risita de Julieta.

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EDUARDO: (a Delfino): Busque algo que se vea chistoso en esa caja.

Delfino revuelve las cosas, mientras Rebeca lo contempla con mirada desdeñosa y
Julieta contiene la risa. Delfino se mueve torpemente.

VICTORIA: Caro y Eduardo… ustedes empiezan. Los dos son reclutas. Carolina puede
hacer la imitación de Don Primo, para llenar los huecos.

Escena 14: Delfino al tratar de dar un consejo es excluido, sale. Julieta y Rebeca se
burlan de él, entra Victoria a reprenderlas por su actitud y Rebeca se venga
burlandose de su novela.

Carolina sale, seguida de Eduardo. Gerardo esta esperando a Pacheco. Sale Victoria.

JULIETA: ¿Qué dijo tu mamá, Becky, de la idea de cambiarse de casa?


REBECA: ¡Ay! ni siquiera lo esta considerando. ¡Y eso que le ofrecieron 200 mil pesos…
200 mil pesos… por la casa!
DELFINO: (hombre de negocios): Dígale que acepte. Estoy seguro de que dentro de diez
años no le darán ni una tercera parte. Esta colonia está en decadencia, todos se están
yendo al Pedregal.
REBECA: (siempre despectiva): Pero a ella le encanta vivir aquí, de manera que es inútil
discutirlo.

Delfino se ha dado cuenta del tono despectivo de Rebeca. Entre tanto ha introducido
unos cuantos cambios ridículos en sus ropas. Mira duramente a Rebeca, que no le devuelve
la mirada. Julieta sigue riendo sofocada.

DELFINO: (con una dignidad que no concuerda con su aspecto): Si hablé cuando no
debía, le ofrezco una humilde disculpa.
VICTORIA: (asomándose): Dese prisa, señor Pacheco.

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DELFINO: (apresurándose): Yo no sirvo para esto, señorita Díaz, y no puedo pretender
que… (Pero Victoria lo hace salir, juntamente con Gerardo, y los sigue. Julieta
estalla en carcajadas.)
REBECA: (indignada): No es gracioso Julieta. Estoy furiosa.
JULIETA: (sofocándose de risa): Entre el zapato y el pantalón, está el detalle de
distinción…Delfini, Delfini Delfini.

Rebeca empieza a reír a su vez, y las dos siguen riéndo mientras giran de un lado a
otro.

REBECA: (apenas se le entiende): ¿Oíste cuando dijo…”Si hablé cuando no debía…


ofrezco una humilde disculpa”…?
JULIETA: (burlonamente): Si una humilde disculpa suya de él. (Vuelve Victoria, y las
mira con severidad.)
VICTORIA: (severamente): Se portaron horrible con ese pobre hombre.

Las dos siguen riendo y, a medida que las mira, Victoria empieza a reír a su vez.

REBECA: (recobrándose): Victoria, pero si es el chaparrito que te dije, que siempre se


me queda viendo y que hasta una vez nos persiguió.
VICTORIA: Bueno, pues ahora tendrá la oportunidad de darte la mano.
REBECA: (con vehemencia): ¡Pues de mí no va a sacar nada más que eso! ¡Te lo juro! Y
en cuanto a Gerardo, es el colmo que lo haya traido a la casa. Y sólo porque trabaja
con él.
JULIETA: (todavía riendo): ¿A poco no te casarías con él, Becky?
REBECA: ¡Buag…! ¡Primero me caso con un sapo!
VICTORIA: (con cierta altivez): Ustedes dos no piensan en otra cosa que en ropa, en ir a
Nueva York y en casarse con muchachos guapos.
REBECA: (no muy brusca): ¡Ay si, miren a la intelectual! (Dramáticamente) ¡El jardín de
las Estrellas!

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VICTORIA: (rápidamente): ¡Hay, cállate, Rebeca!
REBECA: (a Julieta): Es el título de la última novela que empezó. El Jardín De las
Estrellas. La empezó tantas veces que hasta me la aprendí de memoria.
(Dramáticamente empieza a recitar, mientras Victoria se precipita hacia ella, pero
Rebeca la evita y sigue declamando) “María se sumergió en la noche silenciosa y
calma. No había luna pero el cielo… el cielo… estaba espolvoreado de estrellas de
plata. Atravesó el rosedal, donde el moribundo perfume de las rosas atraía las grises
falenas…”

VICTORIA: (gritando para ahogar su voz): ¡Ya sé que está horrible! ¡Pero lo rompí!
¿No?
REBECA: (suavemente): Sí, corazón. Y después lloraste.
VICTORIA: (con fuerza): Acabo de empezar otra y ahora sí me va a salir. Vas a ver.
REBECA: Te apuesto que se trata de una chava que vive en una colonia igualita a la
Roma.
VICTORIA: (con la misma fuerza): ¿Y por qué no? Vas a ver, te voy a quitar lo
habladora.

Escena 15: Delfino, Gerardo y Eduardo discuten sobre la situación económica,


Victoria organiza el gran final, y Rebeca desprecia una vez más a Delfino.

Gerardo, con su bigote postizo, Eduardo y Delfino con sus absurdos disfraces, van
entrando lenta y solemnemente.

GERARDO: Tienes razón, Lalo.


DELFINO: (seriamente): Pero no pueden pretender que haya diálogo cuando ni siquiera
esos revoltosos se pueden poner de acuerdo, no se puede mantener el sistema sin
represión.
GERARDO: Bueno, pero la represión nunca es buena.
DELFINO: Claro, pero como están las cosas es la única salida. Y entre más les dejen hacer
sus manifestaciones peor para todos.

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EDUARDO: ¿Peor para todos?
DELFINO:(decididamente): Sí.
EDUARDO: (resueltamente, pero hablando entre sí): Lo dudo, peor para los muchachos.
DELFINO: (no muy contrario): Usted trabaja en el Archivo de Luz y Fuerza, ¿no es
cierto? No creo que estando allí pueda entender mucho sobre estas cosas.
VICTORIA: (con infinita ironía): ¡Bueno! Y como les fue con la pelicula?
EDUARDO: Mal, conseguimos dormirlos a todos.
CAROLINA: (que entra en ese instante): ¡Estuvieron terribles! Pero usted, señor Pacheco,
no estuvo tan mal, sobre todo si es la primera vez que juega a adivinar peliculas.
DELFINO: Es usted muy amable, bella damita.
VICTORIA: (decidida): Y ahora el gran final, Julieta, ve a decirle a Magdalena que
también ella participa. Solamente con nosotras.
GERARDO: (con aire natural otra vez): ¿De modo que nos despiden?
VICTORIA: Sí. No sirven.
GERARDO: Entonces podemos consolarnos con una copa. Nos la hemos ganado. ¿Habrá
baile, después?
VICTORIA: A lo mejor después de que mi mamá termine su show.
GERARDO: ¿Usted baila, Pacheco? (Victoria lanza una carcajada, baila como hippie)
DELFINO: No, nunca tuve tiempo de aprender.
REBECA: (significativamente, con voz alta y clara): Sí, tenemos que bailar, Gerardo.

Escena 16: Carolina y Victoria son sorprendidas por la llegada de Antonio, quien
informa que ahora es civil, y se pone al tanto de la vida de los demás.

Delfino la mira duramente. Ella le contesta con una mirada de absoluta indiferencia.
Delfino hace una señal de asentimiento, se vuelve y sale. Gerardo, luego de repartir una o
dos sonrisas, lo sigue. Carolina está ocupadísima quitándose el disfraz de Don Primo.

CAROLINA: (excitadamente): Vicky, hubiéramos podido hacer la imitación de Enrique


Guzmán en Acompáñame. ¿Por qué no lo pensamos antes? Tú hubieras podido ser
Enrique Guzmán que se enamora de Becky, y así nadie se hubiera aburrido.

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VICTORIA (riendo): Mi mamá se escandalizaría. Y algunos otros más.
REBECA: (decididamente): Pues a mí me hubiera encantado. (Canta “Acompáñame”)

Se oye un grito penetrante, luego voces confusas y risas.

VICTORIA: ¿Qué pasa?


REBECA:(excitadamente): ¡Es Tony!

Todas miran con gran interés, y Rebeca va hacia la puerta, pero antes de que llegue,
Antonio entra precipitadamente. Tiene veintitrés años, es un muchacho sumamente guapo
que viste el uniforme del Colegio Militar. Se ve que está lleno de entusiasmo. Trae consigo
un paquetito.

ANTONIO: (con voz fuerte): ¡Hola, chicas! ¡Rebeca! (La besa.) ¡Vicky, feliz cumpleaños!
(La besa.) ¡Caro mi muñecota! (La besa.) ¡Qué trabajo me costo llegar! no se me
olvidó tu día, preciosa. ¿Qué te parece esto? (Le da una caja, que Victoria abre,
descubriendo una chalina de seda.) bonita, ¿verdad?
VICTORIA: (agradecida): Preciosa, Tony. ¡Preciosa, preciosa!
ANTONIO: ¡Para ti mi reina! Y ahora… ¡Por fin me liberaron del servicio militar!
REBECA: ¡Ah… qué bueno! ¿Viste a Mamá?
ANTONIO: Claro que sí, boba. Le hubieras visto la cara cuando me vio. ¡Bueno! Pues
vamos a divertirnos, ¿no?
VICTORIA: ¡Por favor!
CAROLINA: ¿Viste a Lalo?
ANTONIO: Apenas. Igual de aburrido que siempre, ¿no?
CAROLINA: (aniñada pero solemne): Lalo es un ser maravilloso.
ANTONIO: (hostigándola): Si ya sé. Yo no comparto tu opinión, pero también le tengo
cariño al bicho raro ese. ¿Y cómo anda la literatura, nena?
VICTORIA: Sigo probando… y aprendiendo.
ANTONIO: Así hay que hacerle. En unos años los vamos a asombrar a todos. Ahora es
cuando los Díaz Tirado empiezan. ¿Cuántos pretendientes, Becky?

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BECKY: (calmosa): Ninguno que valga la pena.
CAROLINA: Pues la pretenden desde los tacles hasta el mariscal de campo, ¿a poco no
Becky?
VICTORIA: (cariñosamente): Pues ahora que salgan de la universidad, Becky tendrá que
cambiar su táctica.
ANTONIO: Todas están celosas, ¿Verdad, Becky?

Escena 17: La Sra. Díaz feliz atiende con trato especial a Antonio, restandole
importancia al juego de Victoria.

(Aparece la señora Díaz con una bandeja cargada de sandwiches, pastel y vasos de
cerveza.) ¡Así me gusta que me atiendan! (Corre a tomar la bandeja. Se ve que la
señora Díaz se siente ahora muy feliz.)
SRA. DÍAZ: (resplandeciente): ¿No es maravilloso? Por fin estamos todos juntos. Sabía
que ibas a llegar Tony, aunque no nos dijiste nada, sinvergüenza.
ANTONIO: Pues no podía, Mamá, de veras. Conseguí zafarme a última hora.
SRA. DÍAZ (a Victoria): Ya termina con tus peliculas, ¿no mi vida?
ANTONIO: ¡Películas! ¿Puedo jugar? ¡Yo siempre fui el mejor!
SRA. DÍAZ: No, mi amor, ya están terminando. Ahora que ya estás en casa vamos a jugar
a todo lo que quieras. Come alguna cosa y platícame, en lo que las niñas terminan su
juego. ¡Anden!

Escena 18: La Sra. Díaz seduce a Antonio para que no se vaya, a cambio de un poco
de ropa.

Sale Victoria, Rebeca y Carolina. La señora Díaz junta rápidamente las ropas
abandonadas, mientras Antonio se instala junto a la bandeja. La señora Díaz se acerca y
lo mira comer y beber con cariño maternal. Los dos están felices y cómodos, a sus anchas
solos.

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SRA. DÍAZ: ¿Te gusta, Tony?
ANTONIO: (con la boca llena): Si, gracias, mamá. ¡Ah, por fin en casa, libre!
SRA. DÍAZ: Claro tontito. ¿Y como qué crees que me siento yo teniéndote de regreso,
contigo aquí… ya para siempre?
ANTONIO: Tengo que comprarme ropa ¿eh?
SRA. DÍAZ: Sí, y de lo mejor. (Pausa, lo mira con embelezo) Es una lástima que no
puedas seguir usando ese uniforme. ¡Te ves guapísimo! Pobre Lalo… no llegó mas
que a soldado razo, o algo así, y siempre andaba con los uniformes más feos… nada
le quedaba bien… nunca me dió la impresión de que Lalito perteneciera al ejército.
ANTONIO: ¿Consiguió ese trabajito en Luz y Fuerza, verdad?
SRA. DÍAZ: Sí, y parece que hasta le gusta, tal vez después encuentre algo mejor.
ANTONIO:(con entusiasmo): Tengo muchos planes, mamá. En el colegio hablábamos del
futuro, y uno de los muchachos conoce a Ramiro de la Garza. Nada menos que a
Ramiro de la Garza, imagínate… Cree que puede ponerme en contacto con él. Mi idea
es hacer algo en el campo de los automóviles y las motocicletas. Es algo que conozco
bien, y ahorita la gente está comprando como loca. Además tengo mi bono del
servicio.
SRA. DÍAZ: Sí, mi amor, vamos a tener mucho tiempo para platicar. Gracias a Dios
tenemos tiempo de sobra. ¿Apoco las niñas no están preciosas?
ANTONIO:(comiendo y bebiendo a más y mejor): Hermosas, sobre todo Becky.
SRA. DÍAZ: ¡Todos se fijan en Becky! Deberías ver a los del equipo, mueren por ella. Y
Victoria... veinte años…apenas lo puedo creer. Está muy crecida y muy seria, no sé si
conseguirá algo con su literatura, pero está necia con eso. No le vayas a hacer bromas
sobre eso, mi vida, ya sabes que le choca.
ANTONIO: Por supuesto que no; nunca le he hecho bromas.
SRA. DÍAZ: No, pero Rebeca sí se burla y siempre acaban de pleito. (Pausa)
Magdalena… pues está dando clases en la prepa nueve, pero estoy moviendo todo
para que se cambie a la Maddox.
ANTONIO:(indiferente): ¡Ay Magdalena!¡ (Con mucho más interés.) Creo que debería ir a
San Antonio para comprar ropa, mamá. Aquí en México no se puede conseguir nada
decente, y si voy a vender coches, tengo que tener la apariencia de alguien que sabe

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distinguir entre un traje bueno y uno malo. ¡Dios, qué felicidad es estar de vuelta, no
solamente con un permiso por unos días! (se interrumpe al mirar a su madre que se
halla muy cerca de él.) ¡Ya, mamá! ¿Qué es eso? ¿Y esas lágrimitas? ¡Ya no hay
porque llorar!
SRA. DÍAZ: (sonriendo entre lagrimas): Sí amor…por eso lloro, primero perder a tu
padre… después el lío de la herencia… tú ausente… no estoy acostumbrada a la
felicidad. Ya ni me acordaba qué se siente. ¡No sé, es raro! Tony, ya que
regresasate… por favor no te vayas otra vez. No me dejes… nunca más me vuelvas a
dejar, para que todos estemos juntos y contentos, ¿sí?

Escena 19: Julieta entra buscando a Antonio, La Sra. Díaz nota su intención y la saca
rápidamente.

Entran Julieta, y se detiene turbada al verlos juntos. La señora Díaz se vuelve y la ve.
También Antonio, cuyo rostro se ilumina. Esta escena deberá durar todo lo posible.

JULIETA: (algo nerviosa): Mamá Encarna… ya terminaron de jugar y algunos ya se


van… y Magdalena me pidió que le dijera que la están esperando para que les cante
alguna cosa…
SRA. DÍAZ: ¿Por qué no vino ella misma?
JULIETA:(titubeando): Vicky, Caro y ella se pusieron a servir sandwiches y refrescos
apenas terminaron el juego.
ANTONIO: (levantándose): Hola, Julieta.
JULIETA: (adelantándose, conmovida): ¡Hola, Tony! ¿Es… lindo estar de regreso?
ANTONIO: (sonriendo un poco intencionado): Sí, claro que sí.
SRA. DÍAZ: (con alguna irritación): Este cuarto está hecho un desorden. Era de esperarse,
Rebeca y Carolina no pudieron traer más cosas. Niña, ve a decirles que tienen que
llevarse todo esto arriba en seguida. No quiero que este cuarto parezca un cuchitril.
¿No quieres ayudarlas un poco querida?
JOAN: Sí… Claro.

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Escena 20: La Sra. Díaz en un acto de celos, minimiza a Joan, confrontando a Antonio

Le hace una sonrisa a Antonio y sale. La señora Díaz se vuelve y lo mira. Él le sonríe,
y ella tiene que devolverle la sonrisa.

ANTONIO: Ay mamá, que mala eres.


SRA. DÍAZ: ¿De veras? No creo… (Con cuidadosa deliberación) Julieta se está poniendo
lindísima, ¿No te parece?
ANTONIO: (sonriendo): Por supuesto.
SRA. DÍAZ: (en el mismo tono): Y tiene un carácter muy agradable, no es demasiado
inteligente, ni ambiciosa, o impulsiva pero sí lo que yo llamo una buena
niña…bonitilla.
ANTONIO: (no demasiado afirmativo): Sí, yo pienso igual.

Escena 21: Rebeca le pide a su madre que cante, y Carolina les informa que
adivinaron el juego mientras recogen.

Entra Rebeca y se pone a empaquetar las ropas, cosa que se llevará a cabo con la
mayor rapidez posible.

REBECA: Todos quieren que cantes mamá, aunque no sea de los Beatles.
SRA. DÍAZ: No soy tan tonta como para cantar esas sandeces. ¿Qué tienen que ver mi
música con la de esos melenudos?

Entra Carolina, seguida de Julieta. Rebeca sale con su paquete. Antonio ayuda a
Julieta a juntar otro montón. La señora Díaz permanece un tanto al margen.

CAROLINA: (en voz alta y alegre, mientras junta ropas): Todos adivinaron, pero por
casualidad, no porque entendieran las escenas.

Sale. Julieta reúne ahora el resto de los efectos.

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SRA. DÍAZ: Vamos Tony. Tal vez Lalo y tú tengan que mover el piano.
ANTONIO: Está bien princesa.

Escena 22: Victoria escribe, Carolina nota su inspiración y ella le comparte sus
sentimientos, manifestando su mutuo cariño.

Salen todos. El salón está ya casi completamente despejado de prendas de disfraz. Se


oye el ruido de la fiesta - aplausos, risas-. Victoria entra rápidamente y extrae un trozo de
papel y un lápiz de uno de los cajones. Se concentra y piensa, tras lo cual escribe algunas
rápidas notas, sin sentarse, apoyando el papel sobre alguna repisa alta. Se oyen algunos
acordes y arpegios del piano (POR LA CALLE DE ALCALÁ). Entra Carolina para llevarse
el resto de los efectos.

CAROLINA: (con un respeto encantador): Vicky… ¿Te inspiraste, verdad?


VICTORIA: (levanta la vista y mira seriamente): No, no es eso. Es que me siento tan
abrumada de sentimientos e ideas e imagenes de toda clase… ¿Me entiendes?…
CAROLINA: (acercándose a su hermana favorita): Sí… a mí me pasa lo mismo. Millones
y millones de cosas. Pero yo no podría escribirlas.
VICTORIA: (joven y decidida autora): En mi novela, una muchacha va a una fiesta, y
ahorita he estado sintiendo…cosas muy sutiles… que estoy segura que ella sintió
también… quiero que ahora sí, esta novela sea real… y por eso estoy tomando
notas…
CAROLINA: ¿Me las contarás, después?
VICTORIA: Sí.
CAROLINA: ¿Cuando nos vayamos a dormir?
VICTORIA: Sí.
CAROLINA: (Se interrumpe, feliz. Las dos se miran jóvenes y ansiosas. Y al mismo tiempo
oímos la voz de la señora Díaz que empieza a cantar “Te extraño”. Carolina se ha
puesto muy solemne de pronto, casi como si tuviera miedo.): Vicky, eres maravillosa.
VICTORIA: (también sobrecogida): Yo pienso que la vida es maravillosa.

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CAROLINA: Ella y tú lo son.

Escena 23: Victoria vuelve a escribir, pero lo abandona al revelarsele la probabilidad de


un cierto futuro.

Sale Carolina, y la hermosa canción de “Te extraño” se escucha con mayor claridad.
Victoria sigue escribiendo un momento y luego, impulsada tanto por la música como por el
rapto de la creación, abandona lápiz y papel, corre hasta la llave y apaga las luces. El salón
no queda totalmente a oscuras porque alguna luz viene del pasillo. Victoria va a la ventana y
aparta las cortinas, de modo tal que cuando se sienta ante la ventana, su cabeza se destaca
como plateada por la luz de la luna. Silenciosa, escucha la música, y parece estar mirando no
tanto algo, como dentro de algo, hasta que al apagarse poco a poco la melodía, el telón
desciende furtivamente.

SEGUNDO ACTO

Escena 24: Es 1988. Victoria y Eduardo se reencuentran, y Eduardo al indagar sobre


la vida de Victoria se da cuenta que no es feliz, le da su regalo de cumpleaños.

Al levantarse el telón, nos parece por un momento que nada ha cambiado desde que
cayó, pues se ve la misma luz entrando desde el pasillo, y allí está Victoria sentada junto a
la ventana. Pero luego entra Eduardo, enciende las luces del centro, y advertimos que
muchas cosas han sucedido. Es la misma habitación pero el empapelado es otro, los
muebles han sido cambiados de lugar y tanto los cuadros como los libros son muy
diferentes de los anteriores. Se ve una television. El efecto general es mas intenso y hasta
más brillante que durante la fiesta de 1968, y de inmediato sentimos que estamos en la
actualidad. Victoria y Eduardo han cambiado también mucho después de veinte años.
Victoria tiene una mirada dura, eficiente y bien dirigida, la mirada de una mujer de
cuarenta años que se ha ganado la vida durante mucho tiempo. Eduardo, pasados los

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cuarenta, viste todavía con más negligencia que antes; su chaqueta no hace juego con el
resto de su ropa, y le queda muy mal; pero es siempre el mismo hombre tímido, retraído,
digno de ser querido, aunque se nota ahora en él cierto equilibrio, una certidumbre y
serenidad interiores que faltan en todos los demás que iremos viendo aparecer.

EDUARDO (calmosamente): Hola, Victoria.


VICTORIA(alegre): ¡Eduardo!

Se endereza de un brinco y lo besa. Los dos se contemplan, sonriendo. Él se frota las


manos con aire turbado, como es su gesto habitual.

EDUARDO: Me alegro que hayas podido venir. Es lo único que pudo consolarme en todo
este asunto... pensar que a lo mejor venías. Me dijo mi mamá que no te vas a quedar a
dormir con nosotros.
VICTORIA: No puedo, Eduardo, tengo que regresar.
EDUARDO: ¿Por trabajo?
VICTORIA: Sí, tengo ir a Miami, para escribir un precioso artículo sobre la nueva y
preciosa estrella de la preciosa television.
EDUARDO: ¿Te tocan muy seguido ir a Miami?
VICTORIA: Sí, Eduardo, muy seguido. Hay un montón de estrellas de tele, que están
siempre llegando por alla, excepto cuando lo hacen por Los Angeles ¡malditas viejas!
Y todas las lectoras de Tvynovelas quieren leer un radiante reportaje acerca de sus
radiantes artistas favoritas.
EDUARDO (pensativo): Son tan bonitas... pero un poco parecidas todas ¿no?.
VICTORIA (decididamente): Si... y lo mismo los brillantes reportajes que les hago. La
verdad, a veces pienso que no hacemos sino dar vueltas, como un hamster en su jaula.
EDUARDO (luego de una pausa): ¿Estás escribiendo otra novela?
VICTORIA (quedamente): No. (Pausa y luego una breve risa.) Pienso que ya hay
demasiada gente escribiendo novelas.
EDUARDO Sí, a veces... me da esa impresión

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VICTORIA Sí, pero no es la verdadera razón. Siento que mi novela no será como la de
ellos... Por lo menos la próxima, si la anterior se les parecía. Pero para como están las
cosas, simplemente no puedo...
EDUARDO (después de una pausa): La última vez que hablamos, Vicky... me pareció que
no eras muy feliz.
VICTORIA (como reprochándose): No, no lo era. Supongo que por eso me acordé de tí...
y te marque. Perdoname, no sono como un halago ¿verdad?
EDUARDO (con contenta modestia): En cierto modo me halagas, créeme. Sí, Vicky, lo
tomo como un cumplido.
VICTORIA (con un arranque de cariño): ¡Eduardo! Oye, ese saco es horrible. No hace
juego con lo demas, ¿no crees?
EDUARDO (tartamudeando, excusandose): No, claro... en fin, tú sabes... solamente lo uso
en la casa... es un saco viejo… solamente para la casa… así no gasto el otra... No
debería habérmelo puesto esta noche. La costumbre... me lo cambiaré antes de que
lleguen los demás... ¿Por qué estabas tan triste... la última vez que me llamaste?
VICTORIA (con frases truncas, penosamente pronunciadas): Por algo... que siempre
estaba a punto de terminar... pero ahora si se terminó. Duró diez años... siempre
comenzando...y era mucho peor cuando parecía haber terminado que cuando
recomenzaba... Él está casado. Hay hijos de por medio. Lo de siempre. (Cambiando
de tono.)¿a que no te acuerdas que día es hoy?
EDUARDO (con una risita): ¡Claro que me acuerdo! Y también mi mamá, por supuesto.
¡Mira!

Saca un paquetito del bolsillo y se lo alcanza.

VICTORIA (luego de tomarlo y de besar a Eduardo): ¡Eduardo, eres un ángel! Nunca


creí que volvería a recibir un regalo de cumpleaños. ¿sabes cuantos cumplo?
Cuarenta. ¡Cuarenta!
EDUARDO (sonriendo): Yo tengo cuarenta y cuatro. Y no está tan mal ya verás, te va a
gustar (Se oye sonar el timbre de entrada.) Abre tu regalo, espero que te agrade.

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Escena 25: Julieta se queja con Victoria y Eduardo por la ausencia de Antonio, y
aclara que viene a la reunión para defender su patrimonio.

Va a la puerta del frente, Victoria abre presurosa el paquete y saca de él un


horrible bolso de poco precio. Lo mira, sin saber si reír o llorar. Entretanto Eduardo ha
hecho entrar a Julieta, que es ahora Julieta Renteria de Díaz por su matrimonio con
Antonio. El tiempo no ha sido amable con ella. A los cuarenta y un, es una mujer
desaliñada e irritable cuya voz tiene una tonalidad exasperante.

JULIETA Hola, Vicky, creí que no ibas a poder venir... Casi nunca vienes y la verdad es
que no te culpo. (Se interrumpe al advertir el horrible bolso.) ¡Qué...!
VICTORIA (rápidamente): ¿Bonita, verdad? Eduardo acaba de regalármela. ¿Cómo
están los niños?
JULIETA Toñito está muy bien, pero el doctor insiste en operar a Mariana de las anginas.
Pero a ver, quien va a pagar la operación; ellos nunca piensan en como le va hacer
una. A los niños les encantaron las cositas que les mandaste para Navidad, Victoria.
No sé cómo se la habrían pasado sin ellas, aunque yo hice todo lo que pude...
VICTORIA Estoy segura, Julieta.
JULIETA Lalo fue muy bueno con ellos, ¿verdad, Lalo? Claro que para ellos no es lo
mismo que tener a su padre... (Se interrumpe y mira penosamente a Victoria.) No sé si
sabes que hace meses no veo a Tony. Todo mundo me aconseja que me divorcie de
él, pero... no sé... (Con un desborde de desdicha.) ¿es horrible, no Victoria? (Estalla
en una risita.) ¡Victoria, victoria cuando me divorcie!
VICTORIA (cansada): A veces mi nombre me suena más a derrota.
JULIETA Como Toñito que se la pasa jugando a la guerritas con Mariana y ella siempre
pierde. (Se iterrumpe, mira ansiosamente a ambos.) ¿Estuvo bien que viniera hoy?
Becky me dijo que iba a haber una reunión familiar, y que opinaba que yo también
debería estar presente... Yo también lo pensé así. Pero como la abuela Encarna no me
invitó...
VICTORIA (con una risa súbita): Julieta, supongo que no le dices “abuela Encarna” a mi
mamá.

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JULIETA Es que ya me acostumbre por los niños.
VICTORIA Pues te ha de odiar
EDUARDO (como excusándose por decirlo): Si Julieta, lo odia.
JULIETA Lo tomare en cuenta ¿Está arriba?
EDUARDO Sí, y también está Magdalena.
JULIETA (dándose ánimo): Voy a subir a preguntarle si esta bien... que yo me quede. Si
no me voy a sentir fuera de lugar...
VICTORIA Sí, ve a preguntarle. Y dile que a nosotros nos parece bien... si tú quieres.
JULIETA Bueno, no es eso, pero... comprenden... si se van a tratar asuntos de dinero... yo
debo enterarme, ¿no es cierto? Después de todo soy la esposa de Tony... y Toñito y
Mariana son sus hijos...
EDUARDO (amablemente): Si, Julieta, dile eso a mi mamá por si se opone. Pero no creo
que diga que no.

Escena 26: Eduardo al defender a Julieta de la crítica de Victoria, confiesa que estuvo
enamorado de ella.

Julieta los mira, dubitativa, y luego sale. Los dos la observan mientras sale, y luego
se miran.

VICTORIA (bajando la voz): Antonio es un caso perdido, pero Julieta es tan tonta…
EDUARDO Sí, aunque la manera en que Antonio la ha tratado la ha vuelto mas tonta de lo
que realmente es. Le quitó toda la confianza en sí misma, Victoria. De lo contrario
no se habría marchitado tan pronto…
VICTORIA A ti te gustaba Julieta, ¿verdad?
EDUARDO (mirándola, sonriendo luego suavemente): ¿Te acuerdas cuando ella y Tony
nos anunciaron su compromiso? Yo estaba enamorado de Julieta. Ha sido la unica vez
que me he enamorado. Y me acuerdo... que de pronto odié a Tony... lo odié de
verdad. Pero ni el amor ni el odio duraron... eran tonterías. Todavía me acuerdo de
eso muy bien.
VICTORIA Imagínate si te hubiera escogido a ti en lugar de Tony.

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EDUARDO (rápidamente): ¡No, no… no, no, jamás!

Escena 27: Sintiendose en una situación injusta, Magdalena recrimina a Victoria por
su ausencia, invalida a Eduardo y lastima a Victoria.

Victoria se ríe cariñosamente de su horror de hombre soltero. Entra Magdalena, que


aparece muy distinta de la muchacha del primer acto. Su corto cabello está gris, usa
anteojos y viste correcta pero severamente. Habla con seca precisión, pero por debajo de
su aire aplomado de maestra de escuela, se adivina a la mujer neurótica.

MAGDALENA (hablando con decisión, mientras da vueltas por el cuarto buscando un


sobre y llenando su estilográfica): Acabo de aclararle a mi mamá que de no dar la
casualidad de que andaba por aquí cerca porque tenía una entrevista de trabajo...
aspiro a un puesto de directora de carrera en La Salle… porque de ser por mí, no
volvería a poner un pie en esta casa.
VICTORIA No sé por qué te gusta molestar a mi mamá diciéndole esas cosas,
Magdalena. Ya estas aqui y eso es lo que importa.
MAGDALENA No, no es eso. Quiero que entienda, con toda claridad que no tengo
ningun interés en estos pleitos de familia, sean de dinero o lo que sea. Se me hace una
ridiculez tener que pedir permiso en mi trabajo para venir a una de estas típicas
reuniones histéricas.
VICTORIA Hablas como si te arrastraran aquí cada dos semanas.
MAGDALENA No, claro que no. Pero he tenido que aguantar muchas mas discusiones
nefastas que tú, fijate. Mi mamá y Gerardo piensan que el tiempo de una reportera de
chismes de farandula es mucho más valioso que el de una maestra superior en una
gran escuela de niñas. El por qué… lo ignoro. Pero el hecho es que yo sí he tenido
que venir bastantes veces más que tú.
VICTORIA (cansadamente): Ay ya, como quieras. Ya estamos aquí, ¿no? Tratemos de
que todo sea de la mejor manera posible.
EDUARDO Claro, como debe de ser.

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MAGDALENA Julieta ya esta aqui. Me imagino que va a hacer imposible que Antonio
venga también. No sabes de lo que te has perdido Victoria. Me ha tocado ver cada
escenita… Antonio borracho, insultando a todo el mundo… Julieta llorando y
furiosa… los dos discutiendo a detalle su vida privada… Es una chulada de
espectaculo.
VICTORIA (livianamente, pero con una seriedad evidente): Me lo imagino, pero por el
amor de Dios trata de ser comprensiva esta noche. No estas en tu escuela de monjas ni
nosotros somos tus alumnos, él es tu hermano Eduardo. Yo soy tu lindisima hermana
Victoria. Te conocemos perfectamente…
MAGDALENA Te equivocas. Ninguno de ustedes sabe nada de mí. La vida que no ven…
llámale el salón de clases, si te gusta… es mi verdadera vida. Representa exactamente
la clase de persona que soy ahora; y lo que tú y Eduardo y mi mamá recuerdan de mí
ya no importa… De todas maneras mi mamá no olvida nada desagradable…
VICTORIA Eso me duele, Magdalena.
EDUARDO (tímida pero apasionadamente): No es verdad, no es verdad, porque…
(Vacila, sin saber como seguir.)
MAGDALENA Ya oí tus extraordinarios puntos de vista, Eduardo, la última vez que
estuve aquí. También los discutí con Martha Liera, nuestra coordinadora de
matemáticas, una mujer brillantísima… y los invalido completamente.
VICTORIA (buscando animarlo): Despues me los platicas a mí, Eduardo. No vamos a
permitir que esa señorita… ¿Cómo se llama?... esa que tanto alaba Magdalena, nos
pisotee. Y nos vale que sea brillantísima, ¿verdad, Eduardo?

Eduardo sonríe y se frota las manos. Deliberadamente, Magdalena cambia de


conversación.

MAGDALENA Supongo que te dedicas a alguna otra cosa, Victoria, aparte de ese
periodismo popular. ¿Empezaste otro libro?
VICTORIA No.
MAGDALENA Que lástima, ¿verdad?
VICTORIA (luego de una pausa, mirándola fijo): ¿Y tú, Magdalena?

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¿Sigues apoyando a los pobres para hundir al imperio burgués?
MAGDALENA Tal vez no. Pero por lo menos trato de meter un poco de historia y de
sentido común en las cabezas de ciento cincuenta jovencitas de secundaria. Es un
trabajo difícil y útil. Nada de lo que me avergüence.
VICTORIA (mirándola duramente, y hablando con total serenidad): Pues no parece
MAGDALENA (instantáneamente, en voz muy alta): ¡No me avergüezo!

Escena 28: Cuando Rebeca informa que posiblemente Delfino no asistirá, Magdalena
le recrimina su falta de cooperación para la junta.

Entra Rebeca, viniendo de fuera. Está muy bien vestida; es sin duda la mejor vestida
de todas, y no ha perdido su belleza, aunque hay en ella algo de sometido, de temeroso.

REBECA ¡Hola, Maggie! (Ve a Victoria.) ¡Vicky! (La besa.)


VICTORIA Becky, que bien te ves.
REBECA (pavoneándose un poco): ¿Te gusta?
VICTORIA Si… seguro no lo compraste aqui. En el Bon Marché. ¿Te acuerdas cuando el
Bon Marché nos parecía maravilloso?
REBECA (iluminándose con el recuerdo): Si, y ahora… es tan chafa. ¡Hijole! Como pasa
el tiempo, ¿no? (Se da cuenta de que ha dicho una inconveniencia, y agrega
rápidamente:) ¿Está Julieta?
EDUARDO Sí, arriba, con mi mamá. ¿va a venir Delfino?
REBECA (vacilante): No… no sé.
MAGDALENA Tiene que venir. Mi mamá cuenta con él.
REBECA (rápidamente): Pues no debería. Ya le he dicho que no cuente con el. Ni siquiera
sé si va a venir.
MAGDALENA (molesta): Pero esto es es colmo. Nos dicen que es algo urgente; Victoria
y yo tenemos que abandonar nuestro trabajo, viajar kilómetros y kilómetros, dejar
todo de lado, y tú ni si quiera sabes si tu marido se va a molestar en cruzar la calle.
REBECA Cómo si no lo conocieras, dijo que a lo mejor venía. Le recorde en la mañana, y
me contestó que no sabía… y entonces yo ya no quise…

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MAGDALENA (interrumpiéndola bruscamente): ¡No quisiste! ¡Mas bien no te atreviste!
Ese…
REBECA ¡Magdalena, por favor!

Escena 29: Rebeca se queja de su triste vida en comparación con la de Victoria

Magdalena la mira desdeñosamente, y luego sale. Rebeca parece muy desdichada.

VICTORIA ¿Cómo están los niños?


REBECA Jonatan tiene gripa otra vez… pobrecito, siempre se me enferma. Vanessa está
muy bien. Ella nunca me da lata. Va al ballet, y la miss dice que es la mejor de la
clase. Se te olvido su cumpleaños, Vicky, pobrecita, estaba super triste,
VICTORIA Ay de veras. Dile que se lo compenso en Navidad. Seguro estaba trabajando,
lejos…
REBECA (con interés): Leí tu nota de la Dalessio la que salió hace tres meses… cuando
ella volvió de Miami. ¿De veras te dijo todas esas cosas, Vicky, o te las inventaste?
VICTORIA Me dijo algunas . Yo puse lo demas.
REBECA (con animación): ¿Te dijo algo de Jorge Vargas, su marido…te acuerdas… del
que se separo?
VICTORIA Sí, pero no lo publiqué
REBECA (toda ansiedad): ¿Y qué te dijo?
VICTORIA Me dijo (imitando un tipo vulgar de voz norteamericana): “Lo único que
quiero es que ese cabron, que tengo por marido se caiga por la borda en la mitad del
mar”. (Con voz normal, seca.) Te caería muy bien, Becky. Es una encantadora.
REBECA Lo que dijo es horrible. Yo sé que tú no te consideras muy afortunada en eso,
Vicky…
VICTORIA Depende. cuando pienso en lo que padece la mayoría de las mujeres, entonces,
sé que soy afortunada. Aunque normalmente me siento por completo desafortunada.
REBECA Pues si, pobrecita, pero yo creo que tienes mucha suerte, conociendo a toda esa
gente, viviendotela en Miami… todo eso. Veme a mí, siempre en México, y sabes que

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me choca México, y cada día está peor… ¿No se te hace, Lalo? Aunque no sé si tú te
fijas.
EDUARDO Está más o menos igual. Quizá somos nosotros los que estamos peor…
REBECA (mirándolo de una manera impersonal): Alguien me decía el otro día de lo raro
que les pareces a todos, Lalo… de veras que eres raro, ¿verdad? Quiero decir que no
te preocupas por las cosas que le preocupan a la mayoría. Muchas veces me he
preguntado si eres feliz, o simplemente indiferente. Sí, a veces me lo pregunto… (A
Victoria.) Tú también, ¿no Vicky? aunque tú, tan inteligente y siendo escritora y todo
eso, lo has de entender, porque yo no. A mi me es imposible juzgar por el aspecto de
la gente. Teníamos una muchacha, que se llamaba Juanita y parecía tan alegre,
pobrecita siempre sonriendo y cantando… Delfino se desesperaba mucho con ella…
era realmente demasiado alegre… y luego, de repente, que se toma veinte aspirinas de
un jalón, tuvimos que llamar al doctor, y confeso que lo había hecho, simplemente por
que no podía soportar más tiempo… que ya tenía suficiente… ¿Qué raro ¿no?
VICTORIA ¿Que tu no te sientes así a veces?
REBECA Sí. Pero me sorprende que le pase a otros cuando su aspecto no me da esa
impresión. ¡Ah…! (Se levanta, y habla en voz baja.) Tony me habló ayer… está
viviendo ahora en Toluca, no sé si sabías… Le dije de hoy, y me dijo que a lo mejor
viene, porque no quiere quedar fuera del asunto.
EDUARDO Ojala no venga.
VICTORIA¿Y te dijo que está haciendo, Rebeca?
REBECA No sé, como siempre está cambiando… algo que tiene que ver con ventas, creo.
¿Le digo a Julieta que a lo mejor viene?
VICTORIA No. Mejor ni le digas.

Escena 30: La Sra. Díaz ataca a sus hijos en sus puntos débiles.

Se interrumpe al entrar la señora Díaz, seguida de Joan. La señora Díaz es ahora una
mujer de sesenta y cinco años. Y no ha seguido el estilo moderno, si no que mantiene sus
características edwardinas plenamente desarrolladas.

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SRA. DIAZ (que se conserva muy activa): ¿Qué pasó, Becky? ¿No vino Delfino contigo?
REBECA No, mamá. Espero que llegue pronto…
SRA. DÍAZ. Ojalá. De todos modos no podemos hacer nada hasta que llegue Gerardo,
porque él es el que sabe cómo están exactamente las cosas. ¿Y Magdalena?
VICTORIA Subió, creo.

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SRA. DÍAZ (mientras va a encender más luces): Ha de estár en el baño, tomando
alguna cosa. Jamás he visto a nadie que tome tantas medicinas como la pobre Magda.
Se unta tal cantidad de pomadas, hace tantas gárgaras y lavativas, que jamás un hombre
la ha visto dos veces… ¡pobrecita! Lalito, creo que deberíamos traer el oporto o el
whisky. Le dije a la muchacha que preparara todo en el comedor, pero mejor traelo.
(Sale Eduardo, quien durante el diálogo siguiente regresará con una bandeja
conteniendo las bebidas mencionadas, junto con vasos de la medida apropiada para
ambas.) Bueno, no sé si… deberíamos tomarlo con aire serio y formal… porque,
finalmente es un asunto de negocios… o mejor nos ponernos cómodos… ¿Qué opinan?
VICTORIA Yo opino, mamá, que te divierte todo esto.
SRA. DÍAZ ¿Y porqué no? Es tan hermoso ver a todos mis niños, juntos otra vez en
casa. Incluso a Magdalena. (Entra Magdalena. Probablemente la señora Díaz la
había visto antes, pero ahora, ostensiblemente, repara en ella.) Decía que es
hermoso ver a todos mis niños juntos otra vez en casa… incluso a ti, Magda.
MAGDALENA No soy una niña, y ésta ya no es mi casa.
SRA. DÍAZ Alguna vez fuiste niña, y bastante conflictiva por cierto… y esta casa fue
tu hogar durante veinte años… Por favor, te ruego que no me hables con ese tono.
Ten presente que ésta no es un aula.
REBECA Mama, por favor… de por sí no vamos a tener una noche agradable, y…
MAGDALENA (fríamente): Ni te fijes, Rebeca. Ella goza cuando las cosas no son
agradables.

Se sienta. La señora Díaz la observa maliciosamente, y luego se vuelve hacia


Victoria.

SRA. DIAZ Vicky, ¿Quién era el hombre con el que los Rábago te vieron cenando en
el… cómo se llama ese restaurant?
VICTORIA El Sep´s, mamá. Y el hombre se llama Hugo Peña. Ya te había dicho.
SRA. DÍAZ (suavemente): Sí, mi vida, pero no me dijiste gran cosa. Los Rábago me
aseguraron que parecían conocerse muy bien. Supongo que es un viejo amigo.
VICTORIA (secamente): Sí.
SRA. DÍAZ (la misma táctica): ¿No es una lástima…? Quiero decir que quizá
podrías…si realmente es un buen hombre, y…
VICTORIA (tratando de terminar con el tema): Sí, es una lástima.

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SRA. DÍAZ Tantas veces he confiado en que por fin te decidirías… y cuando los
Rábago me dijeron, yo…
VICTORIA (rudamente): Hoy cumplo cuarenta años, mamá, si te acuerdas, ¿no?
SRA. DÍAZ (tomándolo con gran serenidad): Por supuesto, soy tu madre, ¿cómo se me
va a olvidar? Julieta…
JULIETA (que estaba abstraída en otra cosa, volviéndose): ¿Mande, abuela Encarna?
SRA. DÍAZ (enojada): ¡No me llames con ese ridículo nombre!
JULIETA Perdón se me salió.
SRA. DÍAZ ¿Verdad que te dije que era el cumpleaños de Vicky? Y hasta te tengo
algo para ti…
VICTORIA No, mamá, de veras… no quiero.
SRA. DÍAZ ( haciendo aparecer un pequeño broche de diamantes): ¡Ten! Tu papá me
lo dio, la segunda navidad después de nuestra boda, y es un brochecito precioso.
Diamantes brasileños. Ya entonces era una joya antigua. Mira el color de las
piedras. ¡Ten!
VICTORIA (gentilmente):Gracias, mamá, pero mejor quedatelo.
SRA. DÍAZ No seas absurda. Es mío, y ahora te lo regalo. Si no lo aceptas, me enojo.
¡Feliz cumpleaños! (Victoria toma el broche y luego, súbitamente, cediendo a una
cierta emoción, besa a su madre.) Cuando eras chiquita, no me gustabas tanto
como Becky, pero ahora creo que estaba equivocada.
REBECA: ¡Ay… mamá!
SRA. DÍAZ: Ya sé, ya sé, Becky, pero te vuelves tan tonta con ese maridito tuyo… ah,
si fuera el mío…
REBECA (secamente): Pero no es…y no sabes nada de él.
SRA. DÍAZ (mientras mira en torno): Ya se tardaron de llegar los hombres. No soporto
ver a un montón de mujeres sin hombres sentados a su lado. Se ven mal… y hasta
yo me siento mal. No sé por qué. (Repara en Eduardo. Con alguna malicia.) Claro
que tú estas ahí, Lalo. Me olvide de ti. O me estaba olvidando de que eres hombre.
EDUARDO(amablemente): Tendré que dejarme crecer una barba larga, golpearme el
pecho y ru-u-gir…
JULIETA(haciendo lo que puede): Cuando el tío Paco…el marido de Lilly, los que
viven en Nueva York… llevó a los niños al zoológico por primera vez, Toñito
tenía solamente cinco años, y había un mono enorme…me acordé por lo que dijo
Lalo, porque…

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SRA. DÍAZ (interrumpiéndola despiadadamente): ¿Desea alguien una copita de
oporto? ¿Vicky, Becky? ¿Tú, Magdalena? (Se ha servido un vaso, y lo paladea.)
No es un buen oporto. Hasta yo me doy cuenta, a pesar de que los hombres dicen
que las mujeres no entiendemos nada de bebidas… pero de todos modos esta rico
y da calor… como un lindo piropo. También los piropos se perdieron. Nadie hace
cumplidos a nadie… (Suena la campanilla) ¡Ah! ¡ha de ser Gerardo!
MAGDALENA (cansada): ¡Por fin!
SRA. DÍAZ (maliciosamente): Magda, no debes mostrarte tan impaciente.

Escena 31: Al tiempo que Gerardo informa sobre el estado financiero familiar, la
Sra. Díaz chantajea emocionalmente a los presentes para que acepten su
propuesta.

Magdalena la mira furiosa. Eduardo está introduciendo ahora a Gerardo Torres


Landa, que trae un portafolios, y a Delfino Pacheco. Gerardo ha pasado ya los
cincuenta y, aunque cuida su apariencia, se le notan. Tiene el cabello gris y usa
anteojos. Aparece más seco y decidido que en el primer acto. Delfino Pacheco tiene un
aire mucho más próspero que antes, y ha perdido su antigua timidez. Con la llegada de
ambos, el grupo está aparentemente completo, de modo de que ya no hay la sensación
de que se está esperando a nadie.

SRA. DÍAZ: Gerardo ¿te ofrezco algo de tomar antes de empezar?


GERARDO: No, gracias. (Se vuelve hacia Victoria) ¿Cómo estás, Vicky?
VICTORIA: Muy bien, gracias Gerardo (lo mira fijamente) Lo odio, pero es la verdad.
GERARDO: ¿Qué odias?
VICTORIA: Lo que decías, hace muchos años, que no te importaba vivir en México,
pero estaba decidido a ser lo más diferente posible.
GERARDO (rápidamente, frunciendo el entrecejo): No me acuerdo haber dicho eso…
VICTORIA: Sí lo dijiste. Y ahora… perdon, Gerardo, pero es la verdad… me diste la
impresión de ser todos los hombres de México fundidos en uno…
GERARDO (con cierta aspereza): ¿Y qué hago? ¿me disculpo? (Le da la espalda,
mientras Victoria lo contempla meditativa.)
HAZEL (que se las ha arreglado para quedar algo aparte junto a Ernest): ¡Ah,
Delfino, qué bueno que llegaste!...

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DELFINO(Nada agradablemente): ¿Te da gusto?
REBECA(que ya ha aprendido a conocerlo): Supongo que ahora no te quedarás
… sólo para enseñarme…
DELFINO: No necesito enseñarte nada. Ahora ya sabes.
REBECA (en voz baja): Delfino, por favor… portate bien, especialmente con
mi mamá… nos podrías ayudar mucho, si quisieras…
DELFINO (cortándole la palabra): No sé de qué hablas.

Ambos se dan cuenta de que Magdalena está a lado de ellos mirándolos con una
sonrisa despectiva. Delfino la observa fijamente, y luego le da la espalda. Rebeca
parece turbadísima, y luego mira a Magdalena como suplicándole.

MAGDALENA (fríamente): Yo que tú me quedaba callada. No harías más que


empeorarlo.
SRA. DÍAZ (con voz fuerte y entusiasta): ¡Atención, atención todos! Por favor, un poco
de silencio. Tenemos que adoptar un aire de negocios, ¿no es asi, Gerardo? Qué
bueno que veniste, Delfino. Tú nos ayudarás a asumir esa postura, ¿verdad?
DELFINO(ásperamente): Sí.
MAGDALENA: Pero eso no te da la libertad de ponerte insoportable.
SRA. DÍAZ (secamente): Cállate, Magdalena. (Volviéndose a Gerardo, con una sonrisa
y un amplio aire mundano) Y ahora, Gerardo, somos todo oidos. Explíquenos qué
pasa.

Gerardo, que ha estado examinando sus papeles, alza la vista y mira en torno con
una especie de desesperación, como preguntando qué puede hacerse con gente así.

GERARDO (con seco tono legal): Obrando de conformidad con instrucciones de la


señora Díaz, tras decidir que todos se reunirían en esta ocasión, preparé un breve
informe de la situación financiera actual de la familia…
SRA. DÍAZ (protestando): ¡Gerardo!
GERARDO (con algo de renunciamiento): ¿Digame?
SRA. DÍAZ ¿Es necesario que hables con ese tono tan frío? Después de todo te
conozco desde que eras jovencito, los niños te conocen de siempre, y tú empiezas
a hablar como si nos acabaran de presentar.

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GERARDO No estoy aquí en calidad de amigo de la familia, sino como abogado.
SRA. DÍAZ (con dignidad): No. Tú estás aquí como un amigo de la familia, que al
mismo tiempo es mi abogado. Y sería mucho mejor si nos lo dices de manera
amistosa y sencilla.
EDUARDO Yo también lo creo, Gerardo.
VICTORIA Y yo. Cuando usas ese tono legal, no te puedo tomar en serio… Es como si
estuvieras actuando en una de nuestras películas…
REBECA (con súbito entusiasmo): ¡Ay qué padres eran! Y tú eras buenísimo, Gerardo.
¿Por qué no podremos hacerlo otra vez?...
DELFINO (brutalmente): ¿Qué… a tu edad?
REBECA ¿Por qué no? Mi mamá era mayor de lo que somos nosotros, y le encantaba
jugar…
GERARDO (nada divertido): ¿Estas proponiendo que convirtamos esto en un juego de
películas, Rebeca?
VICTORIA¡Debería serlo!
EDUARDO(muy seriamente): Quizá lo es.
SRA. DÍAZ No empieces con tus tonterías, Lalo. En fin, Gerardo, dínos cómo están las
cosas, y no nos leas montones de cifras y fechas y todo eso. Ya sé que las trajiste,
pero guárdatelas para los que tengan interés en verlas… como tú Delfino.
DELFINO Puede ser. (a Gerardo). Entonces…
GERARDO (secamente): Bueno, la situación es ésta, durante mucho tiempo, la Sra.
Díaz obtuvo sus ingresos de dos fuentes: una acciones en Farrow y Conway
Limited, y algunos predios en la Roma, además de las casas en Santa María La
Rivera. Las acciones estan a la baja y no se recuperan. Las casas se devaluaron, y
la única posibilidad de sacar provecho de esas propiedades es convertirlas en
departamentos. Pero significaría un gran desembolso de capital. La Sra. Diáz ha
recibido una oferta para sus acciones en ………..…... una oferta bajisima que no
alcanzaría para cubrir la modificación de las propiedades en la Santa Maria,
actualmente esas propiedades pueden llegar a ser un pasivo en vez de un activo.
De modo que, como pueden ver la situación es sumamente seria.
MAGDALENA (fríamente): Estoy muy sorprendida. Siempre creí que mi mamá había
quedado con suficientes recursos.
SRA. DÍAZ (orgullosamente): Claro que sí. Tu padre se preocupó de que así fuera.
GERARDO: Tanto las acciones como la propiedad han perdido valor.

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MAGDALENA: Sí, pero aún así… sigo estando sorprendida. Mi mamá tiene que haber
gastado muchísimo.
GERARDO: La Sra. Díaz no fué tan cuidadosa como debió haber sido.
SRA. DÍAZ: Ustedes eran seis a quienes criar y educar…
MAGDALENA: No es eso. Sé perfectamente lo que costamos nosotros. Desde
entonces se ha malgastado el dinero. Y también sé quién ha recibido la mayor
parte... ¡Antonio!
SRA. DÍAZ (enojada): Suficiente, Magdalena. El dinero era mío.
MAGDALENA: No, no lo era. Tan sólo estaba invertido en un fideicomiso, hasta que
pudieramos cobrarlo. Eduardo, tú que eres el mayor y has vivido aquí siempre,
¿por qué no hiciste nada?
EDUARDO: Nunca me preocupé demasiado por… esas cosas…
MAGDALENA (con creciente intensidad): Pues debiste hacerlo. Todo esto está muy
mal. He trabajado duramente para ganarme la vida durante veinte años, confiando
en tener algún día parte de lo que mi papá había dejado… lo necesario para pasar
algunas vacaciones, o comprarme una casita… y ahora no queda ni un quinto…
nada mas porque mi mamá y Antonio lo derrocharon todo.
SRA. DÍAZ (enojada): ¡Debería darte vergüenza hablar asi! ¿Por qué no iba a ayudar a
Tony? Lo necesitaba, y soy su madre. Si lo hubieras necesitado tú, también te
habría ayudado…
MAGDALENA No, no es cierto. Cuando te dije que podía comprar una participación
en aquella escuela, te reiste de mi…
SRA. DÍAZ: Porque estabas muy bien donde estabas, y no te hacía falta comprar
ninguna participación.
MAGDALENA Pero supongo que Antonio sí, ¿verdad?
SRA. DÍAZ Si, porque es un hombre... con mujer e hijos que mantener. Típico de ti,
Magdalena. Te consideras una socialista y acusas a la gente porque muestra interés
por el dinero, pero cuando llega el momento eres la más mercenaria de todas.
MAGDALENA No me considero una socialista, y eso no tiene nada tiene que ver con...
DELFINO (que ha estado mirando un diario vespertino, interrumpiendo brutalmente):
¿Cuánto va a durar esto? Porque yo tengo otras cosas que hacer.
SRA. DÍAZ ( Tratando de aplacarlo): Tiene razón, Delfino. Mira lo que has ganado,
Magdalena: hacer llorar a Julieta.
JULIETA ( Sollozando en su rincon): Perdon... yo… me acordé de muchas cosas... no

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es más que eso...
GERARDO En este momento la señora Díaz está en deuda considerable con el banco.
Ahora bien, hay dos caminos que tomar. Uno, vender las casas por lo que den, y
conservar las acciones en Farrow y Conway. Pero les advierto que de las casas no
sacarán mucho. La otra, es vender las acciones, y luego obtener una suma
adicional... algo entre dos y tres mil libras, y convertir las casas en departamentos.
SRA. DÍAZ (esperanzada): Mandamos hacer unos proyectos a un arquitecto, y de veras
resulta muy atractivo. Saldrían por los menos treinta preciosos departamentos, y
ya se sabe lo que la gente está dispuesta a pagar ahora por ellos. ¿No te parece que
es una buena idea, Delfino? ( Ernest no le contesta. Ella sonríe, y luego su sonrisa
se apaga, aunque retorna esperanzada al tema.) Pensé que si nos reuníamos a
hablar en familia de todo esto, encontraríamos alguna salida. Ya sé que ustedes,
los hombres de negocios, lo prefieren todo practico y claro, pero a mí me gusta
más que sea agradable y amistoso. No es verdad que la gente sólo actúa por
interés. Es algo que siempre me ha sorprendido. La gente en el fondo es muy
buena, muy amable, y... (se interrumpe, y luego se dirige a las mujeres, con una
voz más intima.) La semana pasada asistí al entierro de la señora Gladys, y cuando
cruzaba el cementerio de regreso en compañía de la señora Aburto... hace mucho
tiempo que no iba por allí... y vi la tumba de Caro… naturalmente me sentí
perturbada, al encontrarmela tan de improviso... pero estaba tan bien cuidada, con
flores… flores preciosas, creciendo alrededor. Y pensé que allí había un ejemplo
de lo que digo... nadie tiene obligación de poner y cuidar esas flores... es la bondad
natural, solamente...
MAGDALENA No, no, eso no existe. Alguien tiene que estar pagando por eso.
VICTORIA (dandose vuelta): ¡Eduardo! Eres tú, ¿verdad?
EDUARDO Bueno... todos los años les mando algo de dinero... no es gran cosa.
REBECA Ah, mamá... me había olvidado de Caro... ya son diecinueve años.
EDUARDO Veinte.
REBECA (con melancólico asombro): Quién diría que mi Vany es ya casi tan grande
como ella. ¿Qué curioso, no Vicky?
VICTORIA Yo también casi he olvidado a Caro.
SRA. DÍAZ (con alguna emoción): Pues no crean que yo la he olvidado... por lo que
dije de su tumba. No soy de esas personas que recuerdan las tumbas, sino a los
seres humanos. No hace muchos días, cuando estaba arriba, oí a Caro llamando:

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"¡Ma-má, ma-má!" ... ¿recuerdan cómo hacía? Y me puse a pensar en ella, mi
pobrecita, y cómo vino a mí aquel horrible día, con la carita lívida, y me dijo: "
Mamá, tengo un dolor espantoso". Y que cuando la operaron ya era demasiado
tarde...
REBECA Si, mamá, todos nos acordamos.
DELFINO (duramente, y asombrándolos) Yo les voy a decir algo que no
recuerdan…algo que algunos de ustedes ni siquiera supieron nunca. Caro era la
mejor de todas ustedes... Sí, ella, Carolina... valía más que todos ustedes juntos.
REBECA(la esposa asombrada): ¡Delfino!
DELFINO Es así, y tú estas incluida. Tú eras la que yo quería....y te consegui, pero no
me llevó ni dos horas darme cuenta de que Carolina era la mejor del lote. (agrega
lúgubremente) Y no me sorprendió cuando se fue así. ¡Zás! ¡Se acabó! demasiado
buena para durar.
SRA. DÍAZ (próxima a las lagrimas): Delfino tiene toda la razón. Era la mejor de
todos ustedes. Mi niña, no te olvido, no te olvido. ( Levantandose)¿Por qué no esta
aquí Tony? (Empieza a llorar, y se aleja.) Siga explicándoles, Gerardo. Volveré
enseguida. No se preocupen por mí.

Escena 32: Los hermanos discuten varias posibilidades para salvar la situación.

Sale, llorando. Reina un breve silencio.

MAGDALENA Bueno, dadas las circunstancias, es absurdo que mi mamá y Eduardo


sigan viviendo en esta casa. Es demasiado grande para ellos.
EDUARDO (modestamente): Sí, ahora podríamos arreglarnos con algo mucho más
chico.
MAGDALENA Esta casa podría venderse y eso ayudaría. Es propiedad de mi mamá
¿no?
GERARDO Sí. Sería conveniente que se mudaran a una casa más chica, para disminuir
los gastos. Pero la venta de esta casa no dará muchas ganancias ahora.
REBECA ¿Pero cómo? A mi mamá le ofrecieron millones y millones por ella, hace
algunos años.
DELFINO (secamente): Sí, pero con el temblor se devaluo y no se va a recuperar.
GERARDO ¿Tú qué piensas Delfino?

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DELFINO Que hay que aceptar lo que den por ella.
VICTORIA Bueno, pero ¿Qué vamos a hacer nosotros? Si sucede lo peor, podemos
juntarnos todos para ayudar a que mi mamá siga viviendo...
MAGDALENA ¡Estás loca! Cuando yo vivía aquí... y estaba enterada de todo...
teníamos dinero de sobra. Estaban todas las acciones y los bienes que dejo mi
papá, y no sólo para ella sino para todos. Y ahora además de que se lo gastó,
todavía la tenemos que ayudar…
VICTORIA (cansadamente): Si el dinero se ha ido, se ha ido.
GERARDO No. La cosa es así...

Escena 33: Antonio llega a la reunión a provocarlos con su alcoholismo.

Lo interrumpe un violento toque de campanilla. Todos se dan vuelta y miran.


Eduardo se mueve, y luego se detiene. Antonio acaba de entrar, vistiendo un viejo
impermeable. Su aspecto revela lo que es un desaliñado bebedor, un fracasado a los 42
años.

ANTONIO ¡Hola! ¿Están todos? ¿Y mi mamá?


EDUARDO Volverá dentro de un momento.

Antonio se quita el impermeable, y lo pasa negligentemente a Eduardo, quien lo


acepta, con su modo característico y va a ponerlo en otra parte. Antonio ni lo mira,
pero se fija en Julieta.

ANTONIO: Hola, Julieta. ¿Cómo están los niños?


JULIETA (rígidamente): Están muy bien, Antonio.
ANTONIO ¿Les sigues diciendo el hombre tan horroroso es su padre?
MAGDALENA ¿Tenemos que oir esto de nuevo?
ANTONIO No, claro que no… querida vieja Magdalena. ¿Es eso whisky? Por supuesto
que si. ¿Te sirvo, Gerardo? ¿a ti Delfi? ¿no? Pues yo sí. (Se acerca y se sirve
whisky y soda en abundancia. Luego de beber rápidamente, se da vuelta, los
encara y sonríe.) ¿Qué onda Vicky?, milagro que te dignas a visitar a los pobres
¿eh?
VICTORIA Sí, pero salgo esta misma noche.

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ANTONIO Qué envidia. Ojala mr pudiera ir a Miami. ¡Ese sí que es un lugar para
vivir! Cada vez tengo más ganas de mandar a la goma todo lo que estoy haciendo
y probar suerte por alla. Tengo unos cuates muy bien parados allá.
VICTORIA ¿Y qué haces ahora, Tony?
ANTONIO (algo melancólicamente): Trato de vender un nuevo combustible pesado.
Pero debería haber probado dentro de tu línea... escribir. Igual y un día les doy la
sorpresa.¡Ya tendría cosas que decir... me cae que sí! (termina de beber,
ruidosamente) Bueno, no interrumpan el negocio por mí. ¿O están esperando a mi
mamá?
MAGDALENA No, estamos mejor sin ella.
ANTONIO (agresivamente): ¡Claro, tenías que salir eso! Pero que no se te olvide que
se trata de su dinero...

Escena 34: Gerardo aclara la situación, Rebeca le pide dinero a Delfino, éste se
niega, lo que desata una gran pelea y la salida violenta.

Se interrumpe, al reaparecer la señora Díaz, toda sonrisas.

SRA. DÍAZ (alegremente): ¡Tony! ¡Que alegría! (corre hacia él y lo besa. Hay quizá
cierto desafío a los demás, en su efusividad y bienvenida.) ¿Te quedas a dormir?
ANTONIO No venía con esa intención, pero podría quedarme... (con una sonrisa)
usando la mejor pijama de Lalo.

Se sientan todos.

MAGDALENA Decíamos, mamá, que es absurdo que sigan viviendo aquí. La casa es
demasiado grande y cara, ahora.
ANTONIO Mi mamá es quien tiene que decidir eso.
SRA. DÍAZ No, esta muy bien, mi amor. Es demasiado grande, ahora. Además, si la
vendiera, obtendría suficiente dinero para convertir las casas de la Santa Maria en
departamentos.
DELFINO No, imposible. Ni de chiste.
SRA. DÍAZ (con dignidad): ¡Cómo, Delfino ! Una vez me ofrecieron cuatro mil libras
por la casa.

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DELFINO Debió aceptarlas entonces.
GERARDO No creo que obtengan gran cosa por esta casa, aunque irse a vivir a un
lugar más pequeño sería un ahorro de todas maneras.
ANTONIO No, ni tanto. Tendría que pagar renta por la nueva casa, mientras que esta
es suya.
GERARDO (con alguna paciencia, quizás por la presencia de Antonio): Pero es que
las tasas y los impuestos pesan mucho sobre esta casa. Quiero que entiendan que
la situación dista mucho de ser satisfactoria. La deuda con el banco puede
liquidarse, naturalmente, vendiendo acciones o alguna de las casas, pero después
su mamá quedaría peor que antes. Si se pudiera conseguir el dinero para llevar a
cabo la transformación de las casas de Santa Maria la Rivera, obtendrían bueno
réditos.
SRA. DÍAZ Yo estoy segura de que eso es lo que hay que hacer. Departamentos. Yo
misma podría vivir en uno de ellos... un lindo, cómodo departamentito. ¡Perfecto!
GERARDO Pero aún vendiendo las acciones, faltarían encontrar dos o tres mil libras
para pagar las obras.
SRA. DÍAZ ¿Y no podría pedir un préstamo?
GERARDO En el banco no. No aceptarán las casas de la Santa María como garantía de
un préstamo destinado a convertirlas en departamentos. Ya averigüé.
REBECA (esperanzadamente, pero con timidez): Delfino... tu podrías prestar...
DELFINO (asombrado) ¿Que?
REBECA (perdiendo todo aplomo) Bueno... que tú podrías fácilmente....
SRA. DÍAZ (sonriendo)Según tengo entendido, Delfino, tu situación es privilegiada
actualmente
GERARDO ¡Oh, sin duda!
SRA. DÍAZ (Confiando en que esto va a convencerlo): Y parece que fue ayer, Delfino,
cuando viniste por primera vez a esta casa... un hombre tan tímido que venía de
quién sabe donde.
DELFINO (hoscamente): Veinte años, para ser exactos... pero eso es lo que era yo... un
hombre tan tímido que venía de quien sabe donde. Y cuando me las arregle para
colarme en esta casa, pensé que por fin había llegado a alguna parte.
SRA. DÍAZ Me acuerdo muy bien de haber tenido entonces esa impresión de ti,
Delfino
DELFINO Sí, tuve la impresión de haber pisado en firme. Y me mantuve. Siempre he

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sido capaz de mantenerme cuando me decido a conseguir algo que deseo de veras.
Y así es como he podido salir adelante.
ANTONIO (que evidentemente lo detesta) No nos vengas decir que llegaste con una
mano delante y otra atras...
SRA. DÍAZ (con aire de reproche, pero secretamente divertida): ¡Ya, Tony!
DELFINO (con el mismo tono desagradable de antes): No, no se preocupen, no les voy
a contar la historia de mi vida. Lo que quiero decirles es que, por lo que a mí se
refiere, se pueden ir ahorita mismo a buscar sus dos o tres mil libras. De mi no van
a sacar un solo centavo. Y ya que ando de odioso, también les digo que sí tengo
para prestarles, pero que no pienso hacerlo. Ni un centavo.
REBECA (En quien la indignación lucha con el miedo): ¡Me estas avergonzando!
DELFINO (Mirándola duramente): ¿Si? ¿Y por que? (Ella no contesta, pero empieza a
replegarse bajo su mirada fija.) Andale, diles por qué te sientes avergonzada. Dímelo a
mí. ¿O me lo dices más tarde? Cuando yo también te diga a ti un par de cosas.

Rebeca rompe a llorar. Antonio se levanta de un salto, furioso.

ANTONIO Nunca me caiste bien, Delfino. Te voy a sacar a patadas.


DELFINO (que no es cobarde): Orale, hazlo y te mando de vacaciones a la sombra. Yo
encantado. Mi dinero o tus patadas. Ya le había dicho a Rebeca que ninguno de
ustedes jamás verían ni un centavo mío. Y conste que no soy codo. Pero después
de cómo se portaron conmigo la primera vez que vine a esta casa, tan
fufurufos…principalmente usted, me juré a mí mismo que nunca verían un solo
peso que yo ganara.
ANTONIO (con una sonrisa disimulada): Si tú lo dices.
DELFINO (rápidamente): ¿Qué quiere decir? ¡ah, con que ella…! Así que ella te ha
estado mandando dinero… mi dinero!
REBECA (ahora terriblemente alarmada): ¡Ah, Antonio…! ¿Por qué…?
ANTONIO (irritado): ¿Qué importa? No te va a comer.
DELFINO (con una calma terrible, a Rebeca): Vámonos.

Sale. Rebeca parece aterrada.

MAGDALENA No vayas, si no quieres.

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VICTORIA Rebeca, no tengas miedo.
REBECA (sincera, desesperada, en voz baja): Sí tengo. Salvo al principio… siempre
le he tenido miedo.
ANTONIO (en voz muy alta): ¡No seas tonta! ¡Ese chaparro insignificante…! ¿Qué
puede hacerte?
REBECA No sé. No es eso. Es algo… algo en él.
DELFINO (que vuelve con el abrigo puesto, a Rebeca): Vámonos. Me voy.
REBECA (reuniendo todo su coraje): N… o.

El espera mirandola. Rebeca va lentamente hacia él, temerosa y avergonzada. La


señora Díaz se precipita hacia Delfino

SRA. DÍAZ (exitadamente): Tú te apareciste en nuestra casa, Delfino, y de algun modo


envolviste o amenazaste a Rebeca, que era una de las jovenes más bellas de la
universidad, para que se casara contigo…
REBECA (implorando): ¡No, mama… por favor…!
SRA. DIAZ ¡Te voy a decir, lo que siempre he querido decirte! (Acercandose con
vehemencia a Delfino.) Fuí una tonta. Mi marido jamás hubiera tolerado en su
casa a una rata corrupta y extorcionadora como tú. ¡Nunca me gustaste! Y no me
sorprende oírte decir que siempre nos has detestado. Jamás vuelvas a esta casa, y
ojalá que nunca vuelva a verte. Sólo quisiera ser Rebeca por un día, para enseñarte
algo. ¡Tú… y mi hija!... (Llevada por una furia repentina lo abofetea con fuerza,
con una cierta altanera elegancia en la forma de hacerlo.) ¡Y ahora, mándame de
vacaciones a mí!

Se queda mirandolo, furiosa. Delfino se frota la mejilla, y retrocede uno o dos


pasos, contemplandola fijamente.

DELFINO (con calma): Usted lleva hechas unas cuantas tonterías Sra. Díaz, pero no
va a tardar en descubrir que ésta es la peor de todas. (Le da la espalda y va haciea
la puerta. Allí gira rápidamente y se dirije a Rebeca.) Vámonos.

Sale. Rebeca parece desesperada.

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REBECA ¡No lo hubieras hecho, mamá!
ANTONIO (con cierta grandeza): Hizo perfectamente bien. Y si te llega a poner una
mano encima…hazmelo saber.
REBECA (llorando, mientars mueve negativamente la cabeza y se encamina a la
puerta): No, Antonio, tú no entiendes… no entiendes.

Escena 35: La negativa de Delfino desata la renuncia de Gerardo.

Sale lentamente. Se produce un silencio tenso. La señora Díaz vuelve a su lugar.

SRA. DÍAZ (con una breve risita): Bueno… supongo que fue una tonería de mi parte.
GERARDO (gravemente): Me temo que sí.
VICTORIA Lo grave es que Rebeca es la que paga las consecuencias.
ANTONIO No tiene por qué. Basta con que me diga cualquier cosa que le pase.
JULIETA (sorpresivamente): ¿De qué sirve hablar así? ¿Qué puedes hacer tú? Delfino
puede convertir su vida en un infierno, y tú no puedes hacer nada para impedirlo.
MAGDALENA Al fin y al cabo, la culpa es de ella. No me da lástima. Yo no toleraría
eso ni diez minutos.
JULIETA (resueltamente): No sabes de que estas hablando, Magda. Simplemente no
comprendes. Nunca te casaste.
MAGDALENA No, y después de lo que he visto aquí, sé que soy muy afortunada.
SRA. DÍAZ (con alegría): No eres afortunada… nunca lu fuiste ni lo serás. Y como no
tienes idea de cómo es la vida de una verdadera mujer, entre menos digas, mejor
será. Ahora no estás entre alumnas y maestras estúpidas. Tony, dame una copa de
oporto. ¿Tú no quieres otra?

Antonio le sirve lo pedido, y se sirve otro whisky.

GERARDO (levantándose luego de haber guardado los papeles): No creo que mi


presencia aquí tenga ahora ningún sentido.
SRA. DÍAZ Pero no hemos decidido nada.
GERARDO (algo fríamente): Pensé que existía una posibilidad de que Delfino llegara
a prestarle el dinero. Y como no creo que entre los presentes haya nadie con tres
mil libras para ofrecer…

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ANTONIO (volviendose hacia él): Mejor bájale Gerardo. Tampoco te pongas tan
altanero, que tú no has estado tan brillante al manejar los asuntos de mi madre.
GERARDO (fastidiado): No creo que seas precisamente el más indicado para decirlo.
Durante años he dado buenos consejos sin que se siguiera ninguno. Nada podría
ser más grato ahora que delegar mis facultades.
ANTONIO Estoy seguro de que yo podría manejar esto mucho mejor.
GERARDO (secamente): Me resultaría difícil imaginar a nadie menos adecuado que
tú. (Toma su portafolio). Buenas noches Victoria, Buenas noches, Eduardo.
JULIETA (yendo hacia él): También yo me voy, Gerardo.

Salen Gerardo y Eduardo.

Escena 36: Dolorosamente Julieta se despide de Antonio con un último intento de


reclamo, ante un Antonio indiferente.

ROBIN: Aprovechen para hablar de mí en el camino.

Julieta se detiene y lo mira fijamente.

JULIETA (muy serena): Ya no me duele tanto Antonio, eso, cuando dices cosas así.
Supongo que algún día dejará de dolerme.
ANTONIO (que en ese momento lo lamenta): Lo siento Julieta. Dile a los niños que
los quiero y que pronto iré a verlos.
JULIETA Sí, ven a vernos pronto. Nada más acuérdate… que nos estamos muriendo
de hambre.
ANTONIO Gracias. Y luego hablas de las cosas que yo digo.

Se miran durante un momento, perdidos e indefensos. Luego Julieta sale


lentamente.

VICTORIA (casi penosamente): Buenas noche, July.


JULIETA (girando con esfuerzo y tratando de sonreir): Buenas noches, Vicky. Me dio
mucho gusto volver a verte.

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Sale. Victoria emocionada, se repliega en su rincón.

Escena 37: Magdalena confronta a la Sra. Díaz como la mala madre que ha sido,
ella herida se defiende destruyendo a los demás y huye en complicidad con
Antonio.

ANTONIO (a quien otra copa ha puesto optimista): Bueno ahora tendríamos que decir
algo ¿no?.
MAGDALENA (fríamente): Por lo que a mí se refiere, hasta ahora todo esto ha sido
una pérdida de tiempo, y de energía.
SRA. DÍAZ (con malicia): Sabes, Magda, cuando pienso en lo que Gerardo se ha
convertido, en un soltero ególatra y frío, me doy cuenta de que es una lástima que
no te hayas casado con él.
ANTONIO (con una risotada): ¡Cómo, Magda! ¿Apoco te gustaba Gerardo?
SRA. DÍAZ (con un tono ligero pero significativo): Claro que sí… hace mucho.
¿verdad Maggie? Y creo que él también estaba interesado… Bueno, ya hace
tiempo, cuando todos ustedes vivían en esta casa.
VICTORIA (secamente): Mamá, si eso no es verdad, es una plática estúpida . Y si
fuera verdad… es cruel.
SRA. DÍAZ ¡Qué tontería! Y no te pongas tan majestuosa, Victoria, por favor .
MAGDALENA (encarándolos valientemente): Es verdad, hace mucho tiempo, justo
cuando estaba el movimiento. Cuando yo pensaba todavía que las cosas podrían
mejorar para todos. ¡Socialismo! ¡Paz! ¡Hermandad universal! Todo eso… Y
también creí que Gerardo y yo podríamos hacer algo… juntos. Él tenía
muchísimas cualidades… yo estaba segura de que las tenía… y que solamente
había que alejarlo de su rutina para lograr que se entusiasmara. Me estaba
acordando de todo eso esta noche, cuando lo vi de nuevo. Me llegó de golpe. (Las
últimas palabras eran más para Victoria que para los otros, pero ahora incluye a
su madre.) Una noche, solamente una noche… y algo que tú hiciste esa noche…
lo arruinó todo. Casi lo había olvidado, pero verlos a todos reunidos aquí, me lo
recordó… Creo que era tu fiesta de cumpleaños, Victoria.
(Acusadoramente, a su madre.) ¿Te acuerdas?
SRA. DÍAZ De verdad, Magdalena, que eres absurda. Creo recordar algo… más o
menos insensato… cuando todos éramos jóvenes e imprudentes…

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MAGDALENA Claro que te recuerdas. Fué algo que hiciste deliberadamente. Ya fuera
para mantener libre de trabas a un muchacho que te era útil, o por celos de la
felicidad de una joven, o simplemente por maldad femenina…Y entonces algo se
rompió para siempre...
SRA. DÍAZ No sería tan valioso, entonces.
MAGDALENA Una semilla es fácil de destruir, pero podría haberse convertido en un
roble. (Se detiene,mira solemnemente a su madre.) Me algero de no haber sido
madre.
SRA. DÍAZ (fastiadiada): Sí , di lo que quieras.
MAGDALENA (con mortal deliberación): Nunca me hubiera perdonado ser una mala
madre, eso lo sé.
SRA. DÍAZ (furiosa levantandose): ¿Ah, entonces crees que yo soy eso? (se
interrumpe, para proseguir con mayor vehemencia y emoción.) ¡Nada más porque
sólo piensan en ustedes mismos!¡Todos son egoístas… egoístas! Porque las cosas
no han salido como querían… Se ponen en mi contra. Todo es culpa mía. ¡Jamás
han pensado en mí! Nunca se han puesto en mi lugar. Cuando eran niños, me
sentía tan orgullosa de todos, tan segura de que se convertirían en personas
admirables… Me veía a mí misma a la edad que tengo ahora, rodeada de ustedes y
sus hijos, tan orgullosa de todos, tan feliz con todos, y en una casa más feliz y más
alegre que en sus mejores tiempos. Y ahora mi vida ha pasado… ¿y qué ha
sucedido? Tú eres una maestra de escuela resentida y agria, envejecida antes de
tiempo. Rebeca, la muchacha más hermosa que se vio jamás… casada con un
matón insignificante… y muerta de miedo ante él. Victoria, lejos, viviendo su
propia vida, y tan llena de secretos y amarguras que parecería que ha fracasado.
Caro, la más buena y feliz de todos, muerta antes de cumplir veinte años. Tony…
ya se, mi vida, no te estoy culpando, pero debo decir la verdad alguna vez… con
una esposa a la que es incapáz de querer, y sin una posición asegurada en la vida.
Y Eduardo, el mayor, el muchacho a quien su padre adoraba, y de quien esperaba
que llegara a ser alguna cosa… ¿qué es ahora? (Eduardo acaba de entrar, y se
está quieto, escuchando atentamente.) Un miserable empleado, sin perspectivas,
sin ambición, sin respeto de sí mismo, un hombrecito desarrapado al que nadie
miraría dos veces. (Ve que está ahí, escuchando, pero en su furia no se detiene, y
se dirige a él al hablar.) Sí, un empleadillo desarrapado, al que nadie miraría dos

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veces.

VICTORIA (a quien la lealtad a su hermano exalta hasta la furia): ¡Cómo te atreves,


mamá… cómo te atreves! ¡Y a Eduardo!
EDUARDO (sonriendo): Está muy bien, Vicky, No te preocupes. No es una mala
descripción. Bien sabes que soy un empleadillo desarrapado. Supongo que debe
resultar una gran decepción.
SRA. DÍAZ ¡Ah, no te pongas tan indulgente! Tony, tú siempre fuiste egoísta, y débil,
y bastante inútil para todo…
ANTONIO Perate, perate, mamá. También tuve muy mala suerte, lo sabes; y la suerte
cuenta muchisimo, el tiempo me ha convencido.
SRA. DÍAZ (ya agotada): De acuerdo… agrega la mala suerte si quieres, mi cielo. La
cuestión es que, digan lo que digan de ti, Tony, tú eres mi tesoro, mi niño y el
único que me consuela. Así que tú y yo nos vamos arriba a hablar de esto.
ANTONIO (mientras le da el brazo): ¡Así me gusta!

Caminan juntos.

MAGDALENA (muy serenamente): ¡Mamá! (La señora Díaz se detiene, pero sin
volverse.) Las dos hemos dicho lo que queríamos decir. No queda más que
agregar. Y si decides organizar otra de estas reuniones familiares, no te molestes
en invitarme, porque no vendré. Ya sé que no puedo contar con la fortuna de mi
papá. Pero tú no esperes contar con un solo centavo mío.
ANTONIO Ni quién te los pida
SRA. DÍAZ Vámonos, mi amor. Vamos a hablar como seres humanos.

Escena 38: Magdalena se diculpa con Victoria y se despide para siempre de su


familia.

Salen juntos. Los demás permanecen quietos y callados.

MAGDALENA Vicky, esta noche no me porte muy amable contigo. Por favor
perdoname.

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VICTORIA Está bien, Magda. ¿Regresas a Queretaro esta noche?
MAGDALENA No, no puedo. No me voy a quedar con Nora Tello… ¿Te acuerdas de
Nora? Es la Directora del colegio México, y dejé mis cosas en su casa. Me voy, no
quiero volver a ver a mi mamá.
VICTORIA Adiós, Magdalena, estoy segura que conseguirás ese puesto que quieres.
MAGDALENA Adiós, Vicky Y tú mejor escribe un buen libro, en lugar de dedicarte a
ese tonto periodismo.

Escena 39: Victoria le explica a Eduardo su angustia por el tiempo que los destrozó
y Edurdo al ver la angustia de Victoria, la tranquiliza explicéndole el por qué
el tiempo no nos devora.

Se besan. Magdalena sale acompañada por Eduardo. Victoria, una vez sola,
muestra lo
profundo de la emoción que la domina. Va de un lado a otro, se sirve presurosa un
whisky con soda, enciende un cigarrillo, prueba el whisky; luego se sienta, sin prestar
atención al cigarrillo que arde en su mano, ni a la bebida; está mirando el pasado,
hasta que comienza a llorar. Vuelve Eduardo, llenando su pipa.

EDUARDO (animosamente): Todavía tienes media hora, Vicky, antes de tu vuelo a


Miami. Yo te llevo al aeropuerto. (Se le acerca.) ¿Qué pasa? ¿Todo esto… es
demasiado para ti?
VICTORIA (hoscamente): Creo que sí. Y yo que pensé que me había endurecido,
Eduardo… Ves, estaba representando a la mujer moderna… un cigarro , un
whisky… pero no es cierto…No solamente he estado aquí esta noche, sino que he
recordado otras noches, hace mucho tiempo, cuando no éramos así…
EDUARDO Las navidades… las fiestas de cumpleaños…
VICTORIA Me acordé de todo eso. Volví a verlos a todos. También a mí. ¡Una niña
tonta de 1968! ¡Niña afortunada!
EDUARDO No deberías preocuparte tanto. Todo está bien, a fin de cuentas. ¿Es tan
malo tener cuarenta años?
VICTORIA Sí, es odioso e insoportable. Acuérdate de lo que alguna vez fuimos, y de
lo que pensábamos que llegaríamos a ser. Y ahora esto…Y es todo lo que nos
queda… Somos nosotros. Cada paso que damos, cada segundo del reloj… es peor

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y peor. Si esto es la vida, ¿para qué sirve? Hubiera sido mejor morir, como Caro,
antes de descubrir la verdad, antes de que el tiempo te destroce. Ya lo he sentido
otras veces, pero jamás como esta noche. En el universo hay un inmenso demonio,
Eduardo, y lo llamamos Tiempo.
EDUARDO (jugando con su pipa, sereno, tímidamente): ¿Leiste alguna vez a Blake?
VICTORIA Sí
EDUARDO ¿Te acuerdas de esto? (Cita serenamente, pero con sentimiento:)
La alegría y el dolor están firmemente entretejidos.
Manto para el alma divina;
Bajo cada pena y aflicción
Corre una alegría con su hilo de seda.
Está bien que sea así:
El hombre fue creado para la alegría y el dolor.
Y cuando llegamos a saberlo de verdad,
Vamos seguros por el mundo.
VICTORIA ¿Vamos seguros por el mundo? No, no es cierto, Eduardo… o no lo es
para mí. Si las cosas estuvieran solamente entretejidas… bueno y malo… estaría
muy bien; pero es peor que eso. Ya lo vimos esta noche. El tiempo nos esta
derrotando.
EDUARDO No, el tiempo es sólo una especie de sueño, Vicky. Si no fuera así, tendría
que destruirlo todo…el universo entero… y luego rehacerlo a cada décimo de
segundo. Pero el tiempo no destruye nada. Simplemente nos mueve, en esta
vida… desde una mirilla a la siguiente.
VICTORIA Pero los jóvenes, los felices Diaz que jugaban aquí mismo a las películas,
se fueron para siempre.
EDUARDO No, son tan reales y vivientes como nosotros dos ahora y aquí. Nosotros
estamos viendo otra parte del panorama… una parte fea, si quieres… pero el
paisaje total está siempre allí.
VICTORIA Pero, sólo podemos ser lo que somos ahora.
EDUARDO No… es difícil explicar pero te voy a prestar un libro, léelo en el avion.
Pero en esencia es que, en este momento o en cualquier otro, somos solamente un
corte transversal de nuestro ser real. Lo que realmente somos es la longitud total
de nosotros mismos, nuestro entero tiempo, y cuando llegamos al fin de esta vida,
todos esos seres, todo nuestro tiempo serán nosotros… el verdadero tú, el

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verdadero yo. Y quizá entonces nos despertaremos en otro tiempo, que será tan
sólo otra clase de sueño.
VICTORIA Trataré de entenderlo… sólo porque tú lo crees… y porque piensas que tal
vez yo puedo llegar a creerlo… olvidar que el tiempo está devorando nuestras
vidas… destrozando, arruinándolo todo… sin detenerse…
EDUARDO Todo está muy bien, Vicky. Te buscaré ese libro. (Va hacia la puerta, pero
se vuelve.) ¿Sabes? gran parte de nuestra preocupación nace de que consideramos
al tiempo como el devorador de nuestras vidas. Por eso nos precipitamos los unos
sobre los otros, y nos lastimamos mutuamente.
VICTORIA Como una escena de pánico en un barco que se hunde.
EDUARDO Sí, exactamente así.
VICTORIA (sonriéndole): Pero tú no haces esas cosas… ¡Tu eres tan bueno!.
EDUARDO Pienso que es más fácil no hacerlas, una vez que se ha adoptado un punto
de vista más amplio.
VICTORIA ¿Como si fuéramos… seres inmortales?
EDUARDO (sonriendo): Sí, y lanzados a una magnífica aventura.

Sale. Tranquilizada, pero todavía triste, Victoria va a la ventana y se queda


mirando hacia fuera, con la cabeza en alto. Tan pronto se ha colocado así, cae el telón.

TERCER ACTO

Escena 40: Eduardo averigua cómo se siente Victoria después de su visión.

Victoria está sentada tal como la dejamos al final del primer acto, y todavía se
escucha a la señora Díaz cantando “Te extraño”. Nada ocurre hasta terminar la
canción, y luego oímos algunos aplausos y voces de la concurrencia; entonces entra
Eduardo y enciende las luces. Vemos que la sala y su moblaje son exactamente los
mismos que entonces. Sólo Victoria ha cambiado. Algo -una súbita visión, algún
sombrío presentimiento- parece hostigarla. Está profundamente alterada. Mira una o
dos veces hacia el salón, como si acabara de verlo cambiado. Contempla perpleja a

63
Eduardo. Él sonríe y se frota las manos.

EDUARDO: ¿Y bien?
VICTORIA: (Como si fuera a anunciar algo importante): Lalo… (se interrumpe)
EDUARDO: ¿Sí?
VICTORIA: (rápidamente): No…nada.
EDUARDO: (mirándola con mayor atención): Creo que te quedaste dormida…
mientras mamá cantaba.
VICTORIA: (confusamente): No. Estaba sentada aquí… escuchando. Apagué las luces.
No, no me dormí… No sé, pero… a lo mejor me dormí… apenas un segundo. No
puede haber durado más.
EDUARDO: Si te hubieras dormido, lo sabrías.
VICTORIA: (mirando lentamente en torno): No, no estaba dormida. Pero… por un
momento… creí que veía… que nosotros estábamos en… no sé, pero tú tambien
tú estabas, Lalo.
EDUARDO: (divertido y perplejo): “Estabas” ¿dónde?
VICTORIA: No me acuerdo. Y sé que al mismo tiempo escuchaba cantar a mamá.
Estoy… un poco aturdida.
EDUARDO: La mayoría ya se fué. Me parece que tendrías que ir a despedir a los que
faltan.

Escena 41: Victoria sale a despedirse mientras Eduardo intenta averiguar sobre el
futuro de Julieta.

Entra Rebeca, con un enorme trozo de pastel cremoso en un plato y sumamente


adornada. Ya ha empezado a comerlo cuando aparece.

VICTORIA: (viéndola): ¡Rebeca, tragona incorregible!

Victoria le roba hábilmente un trozo del pastel y lo come.

REBECA: (Hablando con la boca llena): Si no vine nada más para eso, fíjate.
VICTORIA: ¡Claro que sí!

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REBECA: Todos se están yendo, y quiero esconderme de ese engerdro que se le
ocurrio traer a Gerardo.
VICTORIA: (presurosa): Tengo que ir a despedirlos.

Sale rápidamente, Eduardo se queda.

EDUARDO: (luego de una pausa): Rebeca.


REBECA: (boca llena): ¿Eh…?
EDUARDO: (con estudiado aire indiferente): ¿Y sabes que quiere hacer Julieta ahora?
REBECA: Ah, pues supongo que seguirá dando vueltas por aquí.
EDUARDO: La oí decir que se iba… Me pregunto si se irá de México.
REBECA : Sólo va a ir a vistar a su tía, Julieta siempre está en casa de sus tías.
¿Quieres saber alguna otra cosa de Julieta?
EDUARDO (confundido): No… no. Yo… solamente me preguntaba.

Escena 42: Delfino indirectamente corre a Eduardo para estar a solas con Rebeca.

(Se vuelve para salir y casi tropieza con Delfino, que viste un impermeable muy
desalineado y trae un sombrero hongo. Tan pronto Rebeca advierte de quien se
trata, le da la espalda y vuelve a comer de su pastel Eduardo se detiene, y también
Delfino.) ¡Ah! ¿Ya se retira?
DELFINO: (con el aire de que ah resuelto algo): Gracias, dentro de un minuto me voy
a pasar a retirar. (Obviamente espera que Eduardo se vaya del salón.)
EDUARDO: (Bastante confundido): Sí… es decir… (Se mueve un poco.)
REBECA: (En voz alta y clara): ¿No vas a despedirlos Lalo?

Mira en otra dirección, ignorando por completo a Delfino, quien espera,


quizá no tan fríamente como lo muestra su apariencia, ya que el sombrero se mueve
entre sus dedos.

EDUARDO: (que no está familiarizado con estos juegos): Sí… tengo que despedirlos,
y repartir sus abrigos, y sombreros…

Sale. Rebeca se come su pastel y luego mira, sin sonreír a Delfino.

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Escena 43: Delfino aprovecha el tiempo a solas con Rebeca, para demostrar el
interés que siente por ella.

DELFINO: Vine solamente para despedirme, señorita Díaz.


REBECA: (inexpresivamente): Ah, sí… claro. Bueno…
DELFINO: (interrumpiéndola): Ha sido un gran placer para mí venir a esta, su casa, y
conocer a toda su bonita familia.

Espera a Rebeca que se siente obligada a decir algo.

REBECA: (con el mismo tono): Ah… bueno, yo…


DELFINO: (interrumpiéndola otra vez): Especialmente a usted señorita. Soy nuevo
por aquí, apenas llevo tres meses en la colonia. Apenas entre al despacho
Torreslanda, termine en la Academia de Policía pero mis intereses van por otro
lado.
REBECA: (sin alentarlo en absoluto): Ah.
DELFINO: Yo se que tengo futuro en la Política, siempre he sido bien abusado, ágil, lo
que sea de cada quien. Con aspiraciones, digamos. Pero en fin. No llevaba ni una
semana en la colonia cuando me empecé a fijar en usted, señorita Rebeca Díaz.
REBECA: (que lo sabe de sobras): ¿De veras?
DELFINO: Sí. Y desde entonces he estado mirándola. Supongo que usted me habrá
visto rondando un poco.
REBECA: (altanera): No, no recuerdo haberlo notado.
DELFINO: ¡Claro que tiene que haberme visto! Admítalo.
REBECA: (a quien le vuelve la naturalidad): Bueno, si quiere saberlo, sí, me he fijado
en usted.
DELFINO: (complacido): Ya me parecía.
REBECA: (rápida e indignada): Porque pensé entonces, que usted se conducía de la
manera más estúpida y grosera. Si le gusta parecer vulgar allá usted… pero no
tiene ningun derecho a mirarme de esa manera.
DELFINO: (aplastado por esto): ¡Ah… no sabía que usted lo había tomado tan mal!
REBECA: (segura de que le lleva ventaja): Pues sí. Así lo tomé.

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Delfino la mira, habiéndose quizá acercado ligeramente a ella. Rebeca no le
devuelve la mirada, pero al cabo de un momento se ve obligada a replicar a su dura
contemplación. Hay algo en la actitud de Rebeca que revela la esencia debilidad de su
carácter.

DELFINO: (reponiéndose otra vez): Dispénseme. Aunque no creo que haya pasado a
perjudicar a nadie por esto.. Después de todo, sólo vivimos una vez, y lo justo es
buscar lo mejor y encontrarlo. En mi opinión, señorita Rebeca Díaz, usted es la
chica más chula de esta ciudad. Se lo he venido diciendo… en mi mente… durante
los últimos dos meses. Pero sabía que no iba a tardar mucho en conocerla
personalmente, y decírselo como ahora. (La mira fijo. A ella no le agrada Delfino,
pero se siente completamente indefensa ante su ataque. Él hace un lento
movimiento afirmativo.) Supongo que usted está pensando que no soy gran cosa.
Pero en mí hay algo más de lo que se ve. Hay personas que ya lo han descubierto y
muchas más lo van a descubrir pronto… Aquí en la capital. (Cambia de tono,
porque no sabe gran cosa de modales sociales. Se ve casi humilde.) ¿Estaría
bien… si yo… viniera a visitarla… dentro de poco?
REBECA: (recobrando otra vez su ventaja): Mejor pregúntele a mi mamá.
DELFINO: (con tono festivo): ¡Ah! ¿Es un juego o que? “¿Pregúntele a mamá?”
REBECA: (confusa y molesta): No… no quise decir eso. Quise decir que ésta es casa
de mi mamá…
DELFINO: Sí, pero usted ya tiene edad suficiente para recibir a sus amigos
personales… ¿o no?
REBECA: No hago amistades con facilidad.
DELFINO: (con terrible audacia): Yo había oído decir lo contrario.
REBECA:(altanera, furiosa): ¿Con quién ha estado hablando de mí? ¿Me sabe algo o
qué?
DELFINO: Algo.

Escena 44: Magdalena reprende a Antonio por su participación como rompe-


huelgas, lo cual desata una discusión ideológica con Delfino, provocando la
huida de Rebeca.

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Se miran fijo. Delfino fría y deliberadamente, y Rebeca con forzada altanería.
Entran Magdalena y Antonio, a mitad de una conversación.

ANTONIO: (que parece sentirse en sus anchas) ¡Sí! Les pusimos una golpiza sabrosa.
No andábamos de uniforme, claro. Yo tuve que hacerle de obrero. Estuvo duro,
pero mira, mira… (le muestra sus bíceps).
MAGDALENA: (calurosamente) ¡Es inaudito! Se te debería haber caído la cara de
vergüenza.
ANTONIO: (sorprendido) ¿Por qué?
MAGDALENA: Porque sofocar un movimiento no es algo “sabroso”, ni bueno para
hacer músculos. Todos los obreros y estudiantes estamos desesperados por
mejorar las condiciones de vida. No fuimos al zócalo para divertirnos. Para
nosotros es una cosa muy seria, como para sus mujeres y sus familias. Y luego
viene gente como tú, Antonio, que piensa que es muy divertido “hacerla de porro”
y anular el movimiento. Es espantosa la forma en la que la clase media se vuelve
contra el proletariado.
ANTONIO: (que no ve la cosa clara) Pero, de todos maneras, teníamos la orden de
reprimir esa manifestación.
MAGDALENA: ¿Reprimir? Si tu gobierno permitiera la libertad de expresión, el
pueblo no tendría que salir a las calles a exigir sus derechos.
DELFINO (sardónicamente): Si usted lo dice… pero lo único que van a conseguir es el
cierre de fábricas, el Politécnico y CU, van a perder el trabajo y hasta sin
universidad pública se van a quedar. Porque gente que quiera trabajar, sobra. ¿Qué
harán entonces sus brillantísimos dirigentes? Hay otra cosa: la clase trabajadora
ya se rasca con sus propias uñas, ¿por qué la clase media no habría de ahcer lo
mismo?
MAGDALENA (fríamente): Porque la clase media ya se “rasca con sus propias
uñas”… como lo llama usted…
DELFINO: ¿Y cómo lo llama usted? ¿Cómo le dicen ustedes los sabiondos
universitarios?
MAGDALENA (con fría impaciencia): Decía que la clase media, ya se ha rascado muy
bien con sus propias uñas, o de lo contrario no sería la “confortable” clase media.
¿Por qué entonces, ponerse contra la clase trabajadora cuando ahora trata de
liberarse?

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DELFINO (cínicamente): La respuesta es fácil, y no tiene pierde: si usted consigue
más, entonces yo consigo menos.
MAGDALENA (con cierta dureza): Permítame, pero eso es tan mala economía, como
mala ética.
ANTONIO (Estallando): Pero, ¿qué quieren? ¿El comunismo?, ¿la Revolución? ¿como
en Cuba? Nadie debería seguir a tipos desatados como Fidel Castro.…
REBECA (echa a andar): Pues yo pienso que todo eso es tan tonto. ¿No puede la gente
ponerse de acuerdo?
DERLFINO (que advierte su partida): ¡Ah!... Señorita Díaz Tirado…
REBECA (cuya dulzura impersonal es un vivo desaire): Ah, sí… buenas noches.

Escena 45: Tras la salida de Rebeca, Derfino se queda furioso, Carolina lo detecta
y lo confronta con su propio dolor.

Sale. Delfino la contempla irse con aire desdichado. Luego mira hacia Antonio, a
tiempo para sorprender una sonrisa irónica en sus labios, que se borra enseguida,
aunque no del todo.

MAGDALENA (a Antonio): Yo vine aquí para algo. ¿Qué era?

Mira alrededor, y va más allá de Delfino, a quien evidentemente tiene antipatía.

ANTONIO (siempre con el resto de sonrisa irónica): A mí no me preguntes.

Sale Magdalena, sin mirar a Delfino, aunque más por distracción que
deliberadamente. Antonio, que continúa con un resto de sonrisa burlona, enciende un
cigarrillo.

ANTONIO (despreocupadamente): ¿Y tú, estuviste en el ejército?


DELFINO: Sí, dos años.
ANTONIO: ¿Dónde te tocó?
DELFINO: En el almacén.
ANTONIO (con naturalidad y sin demasiada rudeza): ¡Te la has de haber pasado
bomba!

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Delfino lo mira como si fuera a contestarle agriamente, en ese momento entra
CAROLINA apresuradamente..

CAROLINA: Señor Pacheco… (Cuando él se vuelve hacia Carolina, con aire colérico,
Antonio sale del salón.) ¡Uy, qué carita!
DELFINO (con actitud): Sí, me imagino que sí.
CAROLINA (mirándolo fijo): Se me hace que usted está muy enojado por dentro,
¿verdad?
DELFINO (tomándolo con toda la calma posible): Enojado o de triste. No sé.
CAROLINA: Probablemente de las dos cosas. Señor Pacheco, eso no está bien. Estuvo
padrísmo en el juego de las películas. Y eso que me imagino que nunca jugó antes.
DELFINO: No. (Agrio.) En mi familia no se acostumbraban estas cosas.
CAROLINA (mirándolo críticamente): Sí, ya me imagino que usted no tuvo muchas
oportunidades de divertirse. Ese es su problema, señor Pacheco. Tiene que venir
otra vez a jugar con nosotros.
DELFINO (como poniendo a Carolina en lugar aparte de los otros): Tienes razón.

Se oye con claridad la voz de la Sra. Díaz preguntando: “sin duda ya se fue,
¿verdad?”

CAROLINA: Todos nosotros somos buena gente. Que no se le olvide, señor Pacheco.
DELFINO (con simpatía por ella): Usted es una niña muy graciosa.
CAROLINA (severamente): No soy nada graciosa, pero sobre todo ya no soy una niña.
DELFINO: ¡Újule, perdón!
CAROLINA (serenamente): Lo perdono… sólo por esta vez.

Escena 46: Delfino ante la llegada de la Sra. Díaz, huye.

Entra la Sra. Díaz con Gerardo. Parece sorprendida al ver todavía en la casa a
Delfino, quien lo advierte.

DELFINO (con turbación): Ya me estaba yendo, Sra. Díaz. (A Gerardo.) ¿Tú también
ya te vas mano?

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SRA. DÍAZ (suave pero rápidamente): No, el señor Torreslanda y yo tenemos que
hablar un minuto de negocios.
DELFINO: Comprendo. Buenas noches entonces, Sra. Díaz. Me alegra mucho… de
haberla conocido.
SRA. DÍAZ (con graciosa condescencia): Buenas noches, señor Pacheco. Carolina,
¿querrías…?
CAROLINA (alegremente): Claro que sí. (A Delfino, que se queda asombrado al oírla
imitar a un norteamericano del oeste.) Come on man, lo voy a dejar justo en el
camino grande.

Escena 47: En medio de una plática de negocios, la Sra. Díaz le informa a Gerardo
del promisorio futuro, mientras le coquetea.

Salen Carolina y Delfino. La Sra. Díaz y Gerardo los miran irse. Luego Gerardo se
vuelve hacia ella, alzando las cejas. La Sra. Díaz mueve la cabeza. Se oye golpear una
puerta.

SRA. DÍAZ (vivamente): Lamento si su amigo ha pensado que lo corríamos, pero la


verdad es, Gerardo, que las niñas no me habrían perdonado jamás si le hubiera
pedido que se quedara otro rato.
GERARDO: Se me hace que Pacheco no fue un éxito.
SRA. DÍAZ: Es… un poco… ¿no es cierto?
GERARDO: Yo se lo advertí. Pero se moría por conocer a los famosos Díaz Tirado.
SRA. DÍAZ: A Becky, querrá usted decir.
GERARDO: A Rebeca especialmente, pero también quería conocer a toda la familia.
SRA. DÍAZ: Pues sí, son unos muchachos encantadores.
GERARDO: Sólo superados por su atractiva madre.
SRA.DÍAZ (encantada): ¡Gerardo! ¿Estás coqueteando conmigo?
GERARDO (que no tiene la menor intención de hacerlo): Por supuesto que sí. Y… ¿de
veras tenía usted que hablar conmigo de negocios?
SRA. DÍAZ: No. Pero pensé conveniente enterarlo que he recibido otra enorme oferta
por esta casa. Por supuesto que ni sueño con venderla, pero es alagador saber que
vale tanto. ¡Ah! Además el joven George Farrow me preguntó si quería venderle

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mi participación en la firma, diciéndome que podría hacerme una oferta que me
sorprendería mucho.
GERARDO: Sin duda sería muy importante. Pero no hay menor razón para vender
cuando las acciones están produciendo el quince por ciento. Una vez que termine
esta atmósfera de guerra y se levanten las restricciones del gobierno, vamos a
tener un alza extraordinaria.
SRA. DÍAZ: ¿No es maravilloso? Todos los niños en casa, y muchísimo dinero para
ayudarlos a instalarse. Mira, Gerardo, no me sorprendería nada que Antonio
hiciera muy pronto grandes negocios. Ventas, me imagino, ya ves que la gente o
adora… ¡Ay ese Tony! (Se interrumpe. Cambia de tono, que ahora tiene más
hondura y sentimiento) Gerardo, no hace mucho que yo me consideraba la mujer
más infeliz de la tierra. De no haber sido por los niños, no habría querido seguir
viviendo. A veces… sin él… la vida me parecía imposible. Y ahora… aunque,
claro, no volveré a ser la misma de antes, soy la mujer más afortunada del mundo.
Tengo a todos mis niños, todos a salvo, todos felices. (Se oye la voz de Antonio,
gritando: “¡Jugamos a las escondidillas… toda la casa se vale!”) ¿Dijo: “toda la
casa”?
GERARDO: Sí.
SRA. DÍAZ (gritando): ¡En mi cuarto no, Tony, por favor!
ANTONIO (desde fuera, gritando): ¡No se vale en el cuarto de mi mamá!
VOZ DE JULIETA (más lejos, gritando): ¿Quién cuenta?
VOZ DE ANTONIO (fuera): Yo. ¡Ven, mamá! ¿Dónde está Gerardo?
SRA. DÍAZ (que va a salir): Sólo escucharlo otra vez, gritando en la casa… no sabes lo
que significa para mí, Gerardo.

Escena 48: Eduardo intenta declarar su amor a Julieta y es despedido por esta.

Salen. Cuando la Sra. Díaz pasa junto al interruptor, apagará la mitad de las luces
del salón, dejando sólo la parte de la derecha iluminada y, a lo sumo, una luz a la
izquierda.

VOZ DE ANTONIO (lejos, gritando): ¡Voy a contar hasta cincuenta! ¡Escóndanse!

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Un momento después entra Julieta, feliz y jadeante. Luego de mirar en torno elige
un escondite detrás de una silla, un sofá, la biblioteca o la cortina. Tan pronto se ha
escondido entra Eduardo, que avanza en su dirección. Ella se asoma y lo ve.

JULIETA (con un susurro implorante): ¡No, Lalo… no te escondas aquí!


EDUARDO (humildemente): Vine aquí a propósito. Te vi entrar aquí.
JULIETA: No, por favor. Busca otro lugar.
EDUARDO (intensamente): Eres tan bonita, Julieta.
JULIETA: ¿De veras? Gracias, Eddy.
EDUARDO: ¿Me puedo quedar, entonces?
JULIETA: No, por favor. Es muchísimo más divertido si te vas a otra parte. No lo
eches a perder, Lalo.
EDUARDO: ¿Qué voy a echar a perder?
JULIETA (rápidamente): Pues el juego. Vete Lalo… (Alan sale.) ¡No salgas por ahí!
Salta por la ventana y da la vuelta. ¡Ándale!
EDUARDO: (Pasa por la ventana, luego de mirar fijamente a Joan por un momento, y
agrega suavemente.) Adiós, Julieta.
JULIETA (susurrando sorprendida): ¿Por qué dices “adiós”?
EDUARDO (muy tristemente): Porque siento que esto es un adiós.

Escena 49: Mientras juegan a las escondidillas, Antonio aprovecha el momento


para besar a Julieta, quien ingenuamente confunde ésta expresión de afecto
como una promesa de una futura relación, mientras él sólo quiere diversión.

Se oye la voz de Antonio fuera, tarareando. Eduardo desaparece por la ventana.


Antonio, tarareando y cantando “tu cabeza en mi hombro”, entra lentamente. Va hasta
el extremo de la parte iluminada, mirando en torno y cantando siempre. Por fin se
vuelve y va a retirase, cuando Julieta empieza a cantar suavemente la misma canción
desde su escondite.

ANTONIO (con satisfacción): ¡Ah…! (Cierra rápidamente las cortinas, pero al dar la
espalda, Julieta se asoma y apaga la luz de la lámpara de su lado. El salón queda
ahora casi a oscuras.) Muy bien Julieta Rentería. ¿Dónde está usted, Julieta,

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dónde ésta? (Se le oye reír en la oscuridad.) No se puede escapar, Julieta Rentería.
Imposible. No hay escapatoria para la pequeña Julietita. No no no...

Corren por el salón, hasta que Julieta va hasta la ventana y se detiene ante ella.
Antonio la alcanza, la obliga a sentarse y luego, recortados a la luz de la luna, los
vemos abrazarse y besarse.

JULIETA (realmente emocionada): ¡Tony!


ANTONIO(burlándose, pero con ternura): ¡Julieta!
JULIETA (tímidamente): Me imagino que has de haber hecho lo mismo con cientos de
chicas
ANTONIO (con ligereza): No Julieta, con miles.
JULIETA (mirándolo): Me lo imaginé.
ANTONIO (algo desconcertado): Igual que ahora, July. Pero no… así. (La besa con
mayor ardor.)
JULIETA (profundamente emocionada, pero todavía tímidamente): Tony…eres tan…
ANTONIO (tras una pausa): Apenas te deje de ver y mira… esta noche quedé tan
maravillado al encontrarte que no podía creer lo que veía. Estas tan hermosa…
JULIETA: A lo mejor porque acababa de saber que regresabas, Tony.
ANTONIO (que no lo cree): No te creo.
JULIETA (sinceramente): Sí, de verdad… te lo juro… y tú ni te has de haber acordado
de mi.
ANTONIO (que no había pesado): Claro que sí, todos los dias.
JULIETA: Yo también Tony
ANTONIO (besándola): ¡mi amor!
JULIETA (tras una pausa, susurrando): ¿Te acuerdas de esa mañanita, cuando te
fuiste… hace un año?
ANTONIO: Sí. Pero tu no estabas, sólo mi mamá y Rebeca y Victoria.
JULIETA: Yo también estaba, pero no quise que nadie se diera cuenta.
ANTONIO (sinceramente sorprendido): ¿Te levantaste tan temprano, sólo para verme
cuando me iba?
JULIETA (con sencillez): Si, ¡Fué espantoso! Tenerme que esconder y no llorar… todo
a la vez.
ANTONIO (todavía asombrado y conmovido): Julieta… nunca me imaginé.

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JULIETA (muy tímidamente): No quise que nadie se diera cuenta.
ANTONIO (abrazándola): ¡Julieta… no sé cómo decirlo… pero es… maravilloso!
JULIETA: ¿Me quieres?
ANTONIO (seguro ahora de que sí): Por supuesto que te quiero. ¡Esto es maravilloso!
¡vas a ver como nos vamos a divertir!
JULIETA (solemnemente): Sí, yo creo que si. Pero, Antonio… esto si va en serio,
¿verdad?
ANTONIO: ¡Por supuesto que me lo estoy tomando en serio! Pero eso no tiene que ver
con que no nos divirtamos muchísimo, ¿No crees?
JULIETA (en un grito): ¡Claro que sí, claro que sí! ¡Yo quiero ser feliz contigo toda la
vida!

Se abrazan fervientemente, recortados en silueta contra la plateada ventana.

Escena 50: Antonio y Julieta son sorprendidos por Carolina y Magdalena.

La cortina es súbitamente descorrida por Carolina, quien los ve y llama a los que
vienen detrás de ella.

CAROLINA (con una especie de animoso disgusto): ¡Los cache! ¡Aquí están en
pleno… romance! Ya sabía que iban a hacer trampa.

Antonio y Julieta se apartan rápidamente, pero siguen teniéndose las manos


cuando Carolina enciende todas las luces y entra en la sala, seguida por Magdalena y
Gerardo. Magdalena parece un poco agitada, y también desarreglada, como si se
hubiera escondido en un lugar de difícil acceso.

ANTONIO(sonriendo): ¡Perdón! ¿Empezamos otra vez?


MAGDALENA (yendo hacia la ventana): No, Antonio, gracias.
CAROLINA: Yo que tu mejor le explicaba a mi mamá. Voy a preparar el café.

Escena 51: Gerardo intenta tener un acercamiento, mientras Magdalena de


manera equivocada lo seduce con su fervor socialista.

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Sale. Antonio y Julieta se miran, y luego salen. Gerardo observa a Magdalena, que
corre las cortinas y se vuelve hacia él.

GERARDO: Pues si, Magdalena todo lo que dices suena muy bien. Y sé que tal vez el
Consejo Nacional de Huelga tiene excelentes razones. Pero lo que no entiendo es
mi intervención en todo esto.
MAGDALENA: El Consejo esta convocando a un mitin para el proximo martes en
Tlatelolco. Yo voy a estar apoyandolos a los compañeros. Acompañanos, porque
te quiero proponer con los del movimiento.
GERARDO: Yo no serviría de nada ahí.
MAGDALENA: Al contrario, serías de gran utilidad. Tú entiende de política, sabes
cómo manejar a la gente. Serías un excelente orador. Por favor Gerardo… no te
hagas del rogar porque me enojo.
GERARDO (sonriendo, no sin afecto): Y ahora, qué hice?
MAGDALENA: ¿Somos o no somos amigos?
GERARDO: Eres una persona muy importante para mi, Magdalena. Y espero no sonar
atrevido.
MAGDALENA (calurosamente): ¡Claro que no!
GERARDO: Muy bien. ¿Y entonces? (le hace una caricia en la mejilla)
MAGDALENA: Que no te estas comprometiendo lo suficiente, Gerardo.
GERARDO (suave): Soy un hombre muy ocupado.
MAGDALENA: No, no quise decir que fueras un flojo… aunque puede que lo seas un
poquito, Gerardo… Lo que quiero decir es que no estás sacando provecho de todas
tus capacidades. No te estas exigiendo hasta el límite en algo que puede ser útil. Y
a mi me gustaría sentirme enormemente orgullosa de ti Gerardo.
GERARDO: Esto es casi… abrumador, sobre todo viniendo de ti Magdalena.
MAGDALENA: ¿Por qué viniendo… de mí?
GERARDO: Porque sé muy bien que tienes una mentalidad abierta y clara y con
sentido crítico. Y claro, me asusta, me da miedo.
MAGDALENA (algo más femenina ahora): ¡No, por favor! No digas eso, no quiero
que me veas de esa manera, Gerardo.
GERARDO: Esta bien, no te preocupes. (pausa) La verdad…es que me atraes mucho
Magda, pero pocas veces tengo la oportunidad de demostrártelo.

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MAGDALENA (iluminándose): Yo también… te tengo mucho afecto Gerardo, y por
eso te dije que me gustaría sentirme enormemente orgullosa de ti. (Con mayor
énfasis y amplitud, revelando un genuino entusiasmo.) Ahora vamos a construir un
nuevo México. Quizá esta horrible represión es necesaria, como una hoguera
dónde arrojar todos los desperdicios del sistema. Para que nuestra sociedad puede
empezar… por fin. El pueblo ha aprendido a luchar…
GERARDO (dubitativamente): Así lo espero.
MAGDALENA: ¡Ay, Gerardo, no sea tan pesimista… tan …negativo…!
GERARDO: Lo siento, pero soy abogado… y aúnque sea joven… veo muchas almas al
desnudo en mi despacho. Una procesión de gente resentida, llena de pleitos. A
veces me pregunto si la gente tiene la posibilidad de cambiar, de aprender.
MAGDALENA: Eso pasa por que te toca tratar con gente de lo más estúpida. Pero el
pueblo…la sociedad… ha aprendido, ya lo verá. Basta de carreras armamentistas.
Basta de guerras. De abuso de poder, de odio, intolerancia y violencia. Vas a ver,
Gerardo, dentro de 20 años cuando miremos hacia atrás, nos vamos a asombrar de
lo que hemos progresado. Los años se pasan volando.
GERARDO: Si, eso es cierto.
MAGDALENA (un poco en oradora, sinceramente): Y con todo lo demás será igual.
Mediante el Consejo Nacional de Huelga, construiremos una nueva sociedad en
igualdad. El imperialismo quedará liquidado. Y también al final, el capitalismo.
No habrá mas inflaciones, ni caídas, ni pánicos, no habrá huelgas ni bloqueos,
porque el pueblo mismo, conducido por los mejores cerebros de este país,
controlará el poder político y económico. Habrá por fin socialismo, y un pueblo
libre, próspero y feliz, donde todos tendrán las mismas oportunidades, y vivirán en
paz con el resto del mundo. (Citando, con gran fervor y sinceridad.)

Arriba los pobres del mundo


en pie los esclavos sin pan
y gritemos todos unidos:
¡Viva la Internacional!
removamos todas las trabas
que nos impiden nuestro bien,
cambiemos el mundo de base
hundiendo el imperio burgués

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GERARDO (sinceramente emocionado por su fervor): Magdalena, estás inspirada esta
noche. Apenas… apenas te reconozco.
MAGDALENA (calurosamente llena de dicha): Este es mi verdadero ser. ¡Gerardo, en
este nuevo mundo que vamos a construir, el hombre y la mujer no seguirán con
sus pleitos tontos y sus antagonismos! Marcharán juntos, compartiéndolo todo…

Escena 52: La Sra. Díaz destroza a Magdalena con sus comentarios negativos
frente a Gerardo.

Entra la Sra. Díaz con Rebeca. Magdalena se interrumpe, con un aspecto un tanto
desaliñado. Gerardo, que ha estado sinceramente dominado por sus palabras, mira a
los que llegan, y busca recobrar su habitual serenidad.

SRA. DÍAZ (con irritante vivacidad maternal): Magdalena, corazón, tienes todo el
cabello revuelto, te brilla la punta de la nariz y te ves…terrible, pobrecita. No por
favor, Maggie, seguro te agarre a la mitad de un discurso socialista que a de haber
aburrido horriblemente al pobre de Gerardo.

El espíritu de generosidad cae a pedazos. Es como si Magdalena hubiera recibido


un golpe en plena cara. Mira a su madre, luego rápidamente a Gerardo, lee algo en su
rostro algo como un repentino alejamiento de ella que tiene carácter definitivo, y
entonces, sin decir palabra, sale rápidamente del salón.

Escena 53: Rebeca reprende a su madre por su actitud con Magdalena, y Gerardo
indignado discretamente se despide.

SRA. DÍAZ (ligeramente, pero sabiendo lo que ha ocurrido): ¡Pobre Maggie!


REBECA (con súbito reproche): ¡Mamá!
SRA. DÍAZ(con vasta inocencia): ¿Qué, Becky?
REBECA (significativamente, indicando a Gerardo): ¡Tú sabes!
GERARDO (que ya no es el hombre del comienzo): Creo… que será mejor que me
vaya.

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SRA. DÍAZ Ay, no, Gerardo, no te vayas. Vicky y Caro están preparando café, y nos
reuniremos todos aquí a platicar comodamente.
GERARDO: Ya es tarde. (Mira su reloj, mientras, Rebeca sale.) Mañana tengo una
junta muy temprano… (Sonríe cuando entra Victoria, trayendo una mesita
plegable, que deja en el suelo para volverse hacia Gerardo. La señora Díaz
dispone la mesa.) Buenas noches, Victoria. Gracias por la hermosa fiesta. Y ahora
que eres toda una mujer, espero que sea muy feliz.
VICTORIA (con una ligera sonrisa): Gracias, Gerardo. ¿crees que lo seré?
GERARDO(cesando instantáneamente de sonreír): No lo sé, Vicky…no lo sé.

Sonríe nuevamente, y ambos se estrechan la mano. Otro saludo y sonrisas a


Rebeca, que entra con una bandeja para el té.

SRA. DÍAZ: Te acompaño, Gerardo.

Escena 54: Rebeca, Carolina y Victoria, durante el té, discuten sobre sus
expectativas futuras amorosas y Victoria tiene una premunición.

Salen. Rebeca y Victoria dispondrán las tazas y platillos mientras conversan.

REBECA (pensativa): Siempre he pensado que es muchísimo más divertido ser mujer
que hombre.
VICTORIA: No lo creo. A la hora del dolor los hombres son tan insensibles como la
madera, pero cuando se trata de disrfrutar son los que más tienen derecho a
divertirse.
REBECA (con gran seriedad): Vicky, precisamente ahora… en este momento… me
gustaría no ser mujer. Quisiera ser un hombre, uno de esos hombres comunes y
corrientes que no se preocupan en absoluto de lo que la gente diga de ellos.
VICTORIA (riendo): ¡Y tú que sabes si no se preocupan!
REBECA: Bueno, me gustaría ser uno de los que no se preocupan.
VICTORIA: ¿Y por qué?

Rebeca mueve negativamente la cabeza. Entran Carolina y Eduardo, con el resto


de la vajilla para el café.

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CAROLINA: Eduardo dice que quiere irse a dormir.
VICTORIA: ¡Ay, no Alan! ¡No me la eches a perder!
EDUARDO: ¿Qué cosa?
VICTORIA: Mi fiesta. Es mi cumpleaños, y no te puedes ir hasta que yo te lo ordene.
CAROLINA (severamente): Tienes muchísima razón, Vicky. (Yendo hacia Eduardo.)
Y eso porque te queremos muchísimo, Lalo, a pesar de que eres una imposible.
Hasta te permitimos que fumes tu pipa… para que estés contento. (Dirigiéndose a
todos.) Tony y Julieta están haciéndose cariñitos en el comedor…van a estar
insoportables.
VICTORIA (mientras Rebeca y Carolina se sientan): Cuando te enamores, ¿te gustaría
que fuera aquí en la casa, o en otra parte?
REBECA: En otra parte. Demasiado vulgar aquí en la casa. En un yate, o en las
terrazas de Montecarlo, o en una isla del Pacifico. ¡imaginate!
CAROLINA: Quieres todo al mismo tiempo. ¡Que ambiciosa!
REBECA (fríamente): Yo soy ambiciosa.
CAROLINA: Demasiado. (A las otras dos.) Ayer en la mañana estaba metida en la
tina, leyendo Vanidades y comiendo chocolate con almendras.
VICTORIA (que ha estado pensando): No, no creo que sea vulgar enamorarse aquí en
la casa. Es mejor. Supongamos que de pronto una fuera infeliz. Sería horrible
sentirse tan triste y con el corazón roto, lejos de casa, en un lugar extraño… (Se
detiene bruscamente, estremecida.)
CAROLINA: ¡Vicky! ¿Qué te pasa?
VICTORIA: Nada.
CAROLINA: Parece que acabas de ver un fantasma.

Escena 55: La Sra. Díaz, celosa por el romance de Julieta y Antonio, convoca a una
reunión familiar, insiste en echar las cartas y Victoria se lo impide.

Victoria se aleja de ellas bruscamente, y va a la ventana. Rebeca la mira, al igual


que las otras, luego alza las cejas dirigiéndose a Carolina, quien mueve negativamente
la cabeza, con severidad. Entra la Sra. Díaz y se alegra a la vista del café.

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SRA. DÍAZ (alegremente): Muy bien, tomemos café, sentemonos todos juntos aquí,
contentos y tranquilos. ¿Dónde esta Tony?
REBECA: Haciéndole ojitos a Julieta en el comedor.
SRA. DÍAZ: ¡Ah! ¿No se había ido Julieta? Debería dejarnos en familia. Es la primera
vez que volvemos a reunirnos en casa desde, hace cuanto? Por lo menos tres años.
Yo sirvo. Ven, Vicky. ¿Qué te ocurre?
CAROLINA (con un respetuoso susurro, muy seria): ¡Sh! ¡Está en trance!

Pero Victoria vuelve hacia ellas, con aire algo tenso. Su madre la mira
atentamente, sonriéndole. Victoria trata de sonreírle a su vez.

SRA. DÍAZ: Así me gusta más, mi amor. Qué niña tan rara eres, ¿eh?
VICTORIA: No tanto, mamá. ¿Dónde esta Magdalena?
EDUARDO: Arriba.
SRA. DÍAZ: Ve a buscarla, Lalito y dile que estamos tomando el café y dile… muy
cariñosamente, querido, y especialmente de mi parte… que baje.
REBECA (un poco entre dientes): Apuesto a que no viene.

Sale Eduardo. La señora Díaz comienza a servir el café.

SRA. DÍAZ: Otra vez como en los viejos tiempos. Se me hizo una eternidad esperar
tanto… debería leerles las cartas … esta noche.
REBECA (vivamente): Sí, mamá, sí.
VICTORIA (casi duramente): No.
SRA. DÍAZ: ¡Vicky! ¡Qué pasa?!... ¿Estas cansada?
VICTORIA: No, no. Perdóname, mamá… No sé por qué, me choco la idea de que nos
leyeras las cartas esta noche. Nunca me ha gustado.
CAROLINA (solemne): Yo creo que sólo las cosas malas resultan ciertas.
SRA. DÍAZ: No es cierto. Acuérdate cómo predije la beca que obtuvo Magdalena. Dije
que iba a conseguirla, ¿no se acuerdan? Y siempre afirme que Tony usaría un
uniforme militar. Lo ví en las cartas.

Escena 56: Antonio pide la aprobación de su madre respecto a su relación con


Julieta, y la Sra. Díaz se ve obligada a aceptarla.

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Entran Julieta y Antonio.

JULIETA: Yo… creo que debo retirarme, señora Encarna. (A Victoria,


impulsivamente.) Gracias, Vicky ha sido la fiesta más hermosa del mundo. (La
besa con sincero cariño, y luego mira solemnemente a la señora Díaz, que parece
estar considerando la situación.) De verdad, he pasado una noche maravillosa,
señora.

Esta a su lado, ahora. La Sra. Díaz la escruta detenidamente. Julieta enfrenta


valientemente su mirada, aunque se ve que está temblando.

ANTONIO: ¿Y qué dices tú, mamá?

La Sra. Díaz lo mira, luego mira Julieta, y súbitamente sonríe. Julieta le devuelve
la sonrisa.

SRA. DÍAZ: Niños, niños… ¿esto es serio?


ANTONIO (jactancioso): ¡Por supuesto que sí!
SRA. DÍAZ: ¿Julieta?
JULIETA (muy solemne y nerviosamente): Sí.
SRA. DÍAZ (con aire de capitulación): Entonces, sientense a tomar una taza de café
con nosotros.

Julieta abraza a la Sra. Díaz, y la besa llena de excitación.

JULIETA: ¡Soy tan feliz!


CAROLINA (en voz alta y alegre): ¡El café!

Escena 57: Durante el té, cada quién formúla sus expectativas del futuro, lo que
provoca que Victoria tenga visiones en la que estos planes jamás se harán
realidad.

Pasan tazas, sirven, etc. Entra Eduardo.

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EDUARDO: Dice Magda que esta muy cansada, mamá.

Va a sentarse junto a Victoria.

SRA. DÍAZ: Pues podemos pasarla muy bien sin Magdalena. Vicky deberías leernos
algo de la nueva novela que estas escribiendo…

Exclamaciones de aprobación y aliento de Julieta y Antonio. Quejido de Rebeca.

VICTORIA (horrorizada): ¡No, no mamá!


SRA. DÍAZ: Por qué no. Siempre me pides que cante para ti.
VICTORIA: Es diferente.
SRA. DÍAZ (mas bien Antonio y Julieta): Victoria es siempre tan solemne y reservada
con lo que escribe… como si tuviera vergüenza de lo que hace.
VICTORIA (valientemente): ¡Claro, claro que me da vergüenza! Sé que todavía no es
bueno lo que escribo, casi todo es estúpido, estúpido, estúpido.
CAROLINA (indignada): ¡No es cierto, Vicky!
VICTORIA: Sí lo es. Pero no va a ser siempre así, mejorara con mi perseverancia. Ya
verán.
JULIETA: ¿A eso te quieres dedicar, Vicky? ¿Escribir novelas…. y esas cosas?
VICTORIA: Sí, pero el sólo escribir no significa nada. La cuestión es ser bueno…
sensible y sincero. Casi nadie logra ser las dos cosas, especialmente las mujeres
que escriben. Yo voy a conseguirlo. Y pase lo que pase, jamás, jamás de los
jamases escribiré una sola línea que no quiera escribir… que no sienta verdadera
en lo más hondo. No escribiré para complacer a los tontos, o para ganar dinero.
No…

Se interrumpe súbitamente. Los demás la miran, esperando.

EDUARDO (alentador): Continúa, Victoria.


VICTORIA (confusa, con descorazonamiento): No, Eduardo… no tengo nada más que
decir… o si iba a decir alguna otra cosa, se me olvido de pronto… no sería
importante.

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SRA. DÍAZ (sin demasiado interés): ¿Estas segura de que no estas cansada, Victoria?
VICTORIA (rápidamente): No, mamá. De veras.
SRA. DÍAZ: Me pregunto qué será de ti, Becky, cuando Victoria sea una novelista
famosa. A lo mejor uno de tus muchos pretendientes pide tu mano muy pronto.
REBECA (serenamente): Pues perderán su tiempo. Para ser sincera, hasta ahorita todos
me parecen muy poca cosa.
ANTONIO (hostigándola): Becky piensa que podrá encontrar algo muchísimo mejor.
REBECA (serenamente): Pues sí fijate. Yo me voy a casar con un hombre alto, guapo,
cinco o seis años mayor que yo. Tendrá muchísimo dinero y le encantará viajar,
recorreremos juntos el mundo entero y de vez en cuando regresaremos a nuestra
casa en las Lomas.
SRA. DÍAZ: ¿Y qué será de la pobre colonia Roma sin ti?
REBECA: Tú comprendes, mamá, que no podría pasarme la vida entera aquí. Me
moriría. Pero tú vendrás, y te quedarás con nosotros en nuestra mansión en las
Lomas, y ofreceremos fiestas para que la gente venga a admirar a mi hermana,
Victoria Díaz Tirado, la famosa novelista.
ANTONIO (jactanciosamente): ¿Y que dices de tu hermano Tony? El famoso… el
famoso esto o aquello… porque alguna cosa será, tenlo por seguro.
JULIETA (con cierta intención): Todavía ni sabes lo que vas a ser, Tony.
ANTONIO (con gran estilo): Bueno, dame chance no?. Apenas acabo de salir del
Colegio Militar. Pero, te aseguro que voy a ser alguien. Y nada de eso de empezar
desde abajo, y abrirse camino, o monsergas parecidas. Los jóvenes de ahora
tenemos muchas oportunidades, y yo voy a aprovecharlas todas. Vas a ver, espera
y verás.
SRA. DÍAZ (con fingida alarma, aunque por debajo se advierte la seriedad): ¡No me
digas que tú también piensas abandonar la casa!
ANTONIO (siempre con gran estilo): Mi reina… todavía no sé. ¡Calmate! Podría
quedarme aquí… hacer un poco de dinero, moviendo negocios con mis cuates del
gobierno…licitaciones… pero no te garantizo que me quede aquí para siempre.
No te sorprendas si me mudo a las Lomas antes que tú, Becky. Y hasta antes que
tú, Victoria. Y ganando muchísimo dinero. (A Rebeca.) Más que ese tipo alto y
guapo con quien te vas a casar.
CAROLINA (definitivamente): Rebeca tendrá siempre muchísimo dinero.
SRA. DÍAZ (divertida): ¿Y cómo lo sabes, Caro?

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CAROLINA: Porque lo se. No sé, se me ocurrió ahorita.
SRA. DÍAZ (todavía divertida): ¡Bueno, bueno! Y yo que me creía la adivinadora de
la familia. Supongo que no sería justo si mando a mi rival a la cama.
CAROLINA: ¡Por supuesto que no sería justo! Y voy a decirte otra cosa. (Señala
súbitamente a Eduardo.) Eduardo será el más feliz de todos.
ANTONIO: ¡Bien por ti Lalín!
EDUARDO: Yo creo… que en eso te equivocas, Caro.
CAROLINA: No. Yo sé.
SRA. DÍAZ: No estoy dispuesta a tolerar esto. La que sabe en esta familia soy yo..
(Cierra los ojos, y luego habla medio en broma y medio en serio.) Sí… Veo a mi
Tony triunfando, ganando montones de dinero, convirtiéndose en alguien muy
importante y ayudando a toda la famila. Veo a una esposa joven y cariñosa a su
lado. Veo a Becky, obviamente dandose la gran vida, con su marido alto y guapo.
Un conde.
ANTONIO: ¡Eso es snob!
SRA. DÍAZ: A Magdalena no la veo casada, pero será directora de una escuela
importante, y luego se convertirá en la primera Secretaria de Educación, dando
congresos por el mundo… feliz y triunfante.
ANTONIO: ¡Seguro!
SRA. DÍAZ (alegremente): Viajare con ella, porque la madre de la Secretaria, siempre
es muy importante…
JULIETA (feliz, admirada): ¡Señora Díaz… ya me la estoy imaginando! ¡Usted va a
vivir momentos maravillosos!
SRA. DÍAZ (en el mismo tono): Y ahora le toca a Caro. Bueno (pausa) Caro se quedara
a mi lado durante algunos años más…todavia.
CAROLINA (excitadamente): No sé, no sé todavía. Aún no he decidido exactamente lo
quiero a ser. ¡Hay tantas cosas!
JULIETA: Caro, yo creo que deberías dedicarte al teatro.
SRA. DÍAZ: ¡Pero primero me terminas la carrera de Comercio!
CAROLINA (con creciente entusiasmo): Sí, mama. Claro que podría ser actriz y
muchas veces lo he pensado. Pero no me gustaría dedicar totalmente al teatro.
También me gustaría dedicarme a la pintura… solamente para mí, claro… pintar y
pintar como loca… con montones y montones de las pinturas más brillantes…
tubos de bermellón y azul marino y verde esmeralda y lacre y cobalto y blanco de

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China… Y también me gustaría hacerme los vestidos mas excéntricos, sombreros
de ala ancha, Vestidos de fiesta de crèpe-de-Chine negro, con olanes y plumas. ¡Y
cocinar! Sí, hacer empanadas de codorniz, lasagna, merengues, helados. Y
sentarme en la cima de las montañas y bajar los ríos en canoa. Y hacerme amiga
de toda clase de gente. Compartir una casita en Cuernavaca con Vicky y mi
Eduardo vendría con nosotros a fumar su pipa, y hablaríamos sobre libros y nos
reiríamos de la gente ridícula, y también iríamos al extranjero…
ANTONIO (llamándola a la realidad): ¡Tierra llamando a Caro! ¡Tierra llamando a
Caro!
SRA. DÍAZ (cariñosamente divertida): ¿Y por donde vas a empezar para conseguir
todo eso, tontita ?
CAROLINA (excitadamente): No sé, ya me las arreglaré. Lo importante es… vivir. No
me importa el dinero, ni la posición social, ni los maridos con títulos… Lo que
quiero es vivir.
SRA. DÍAZ (contagiada a su vez): Así es, mi amor. Pero dondequiera que estén, y
cualquiera que sea la vida que lleven, ¿verdad que vendrán a verme algunas
veces? Yo iré a visitarlos, pero quiero que vengan todos juntos, con esposas y
maridos y nietos preciosos … sin que me importe si no son ricos ni famosos,
siempre que sigan siendo ustedes, tal como ahora, gozando de nuestras tontas
bromas, jugando a veces los mismos juegos tontos … una familia grande y feliz.
Ya los estoy viendo a todos aquí otra vez…
VICTORIA (con un grito terrible): ¡No…!

Se ha levantado, profundamente conmovida. Los otros la contemplan con


silenciosa consternación.

SRA. DÍAZ: ¿Qué te pasa, Victoria?

Victoria, todavía conmovida, mueve negativamente la cabeza. Los otros cambian


miradas perplejas, pero Carolina corre hacia ella, toda ternura, y la rodea con sus
brazos.

CAROLINA (hablándole con la solemnidad de una niña): Ya no te voy a molestar con


ninguna de esas cosas que dije, Vicky, te lo juro que no. Yo siempre estare a tu

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lado, dondequiera que vayas. No te dejaré nunca, si tú no lo quieres. Te cuidaré,
hermanita.

Victoria deja de llorar. Mira a Carolina, sonriendo a medias, con una expresión
perpleja y pensativa. Carolina vuelve junto a su madre.

SRA. DÍAZ (con reproche, pero cariñosamente): ¡Vicky! ¿Qué te pasa?

Victoria mueve otra vez la cabeza, y luego mira intensamente a Eduardo.

VICTORIA (luchando con algún pensamiento): Eduardo… por favor, dime no puedo
soportarlo… y hay algo… algo… que tú podrías decirme.
EDUARDO (preocupado, confuso): Lo siento, Vicky, pero no comprendo. ¿De qué se
trata?
VICTORIA: Algo que tú sabes… que lo cambiaría todo… para que no fuera así… tan
insoportable. ¿Todavía no lo sabes?
EDUARDO (tartamudeando): No… no comprendo.
VICTORIA: ¡Apurate, Eduardo, y dime… dímelo… para ayudarme! Es algo de…
Blake… algo que tiene que ver con… (lo mira fijo, lucha por recordar, y luego
murmura entrecortadamente:)
La alegría… y el dolor… están finamente
entretejidos,
Manto para… el alma divina…
También yo… conocía ese poema. ¿Cómo era el final…? (Recuerda, como antes:)
Y cuando llegamos… a saberlo de verdad…
Vamos seguros… por el mundo…
Vamos seguros… por el mundo…

Está a punto de echarse a llorar otra vez, pero se recobra.

SRA. DÍAZ (casi en susurro): Está agotada… debí imaginármelo. (A Victoria, con
alegre firmeza.) Vicky, querida, todas estas emociones de tu cumpleaños ha sido
demasiado. Sería bueno que te fueras a recostar, y Caro y yo te llevaremos un

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poco de leche caliente y una aspirina, ¿eh? (Victoria, recobrándose de su dolor,
mueve negativamente la cabeza.) ¿Te sientes bien, nena, de verdad?

VICTORIA (con voz ahogada): Sí, mamá, estoy muy bien.

Pero le da la espalda y va a la ventana, apartando las cortinas y mirando hacia


fuera.

SRA. DÍAZ: Yo sé lo que te va a calmar. Ya ha surtido efecto otras. Ven conmigo


Tony.
JULIETA (un poco desconcertada): Mejor me voy ¿verdad?
SRA. DÍAZ: No, quédate, un ratito más. Ven, Tony.

Sale seguida de Antonio.

CAROLINA (en un susurro): Va a cantar, y yo sé lo que va a cantar. (Carolina apaga


las luces y vuelve a sentarse junto a Rebeca y a Julieta.)

Las tres niñas forman un grupo, débil pero cálidamente iluminando por la luz que
viene del pasillo.

Escena 58: Eduardo le promete a Victoria llegar a saber “eso” que ella necesitaba
escuchar para aliviar su dolor.

Muy suavemente se escuchan los primeros compases de “Wiegenlied” de Brahms.


Eduardo va hacia Victoria y, de modo que también su rostro queda ahora iluminado
por la luz de la luna.

EDUARDO (serenamente, sobre el fondo de la música): Victoria…


VICTORIA (serenamente): ¿Sí, Eduardo?
EDUARDO: Algún día… sabré algo… que podré decirte. Trataré de saberlo… te lo
prometo.

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La luz de la luna en la ventana muestra a Eduardo contemplando intensamente a
Victoria, y alcanzamos a sorprender su sonrisa como respuesta, en momentos en que la
canción crece poco a poco. Y luego la luz empieza a disminuir, pronto las tres niñas no
son más que fantasmas, y todo el salón está a oscuras, pero la luz de la luna -y los
rostros de Victoria y Eduardo- son todavía visibles. Hasta que al fin hay apenas un
débil resplandor, y los Díaz se han ido, el telón ha bajado, y la pieza ha llegado a su
fin.

TELÓN

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