Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Comenzamos esta serie de audios que hablan sobre la soledad del corazón, hablando
del problema de la soledad, cuando es fruto del egoísmo de uno mismo.
Puedes tener lo que quieras pero si no puedes compartirlo no tienes nada. Crees estar
en lo más alto pero si estás sólo no sirve de nada.
Puede que hayamos menospreciado a otros, y cuando nos hacen falta, nadie acude a
nosotros. Puede que hayamos dedicado nuestro tiempo al trabajo, a nuestros gustos o
nuestra vida, mientras despreciamos el tiempo que podemos pasar con nuestra
familia, padres, hijos, amigos, que ni siquiera saben que nos sentimos sólos; incluso
tiempo con nuestro cónyuge… y ahora que les necesitamos, simplemente no están.
La soledad que se produce a causa de preocuparse sólo por uno mismo es terrible.
El ser humano no fue hecho para estar en soledad. El Génesis relata cómo Dios mismo,
después de crear al primer hombre dijo: “no es bueno que el hombre esté sólo. Haré
una ayuda adecuada para Él. Entonces el Señor Dios hizo una mujer y la presentó al
hombre” Génesis 2:18-22
Sin embargo y pese a la provisión de Dios, debido a su desobediencia, esa unión y esa
cercanía con el Padre se diluyó.
Nada separa tanto al ser humano de la presencia de Dios que el pecado. El hombre
intenta rellenar ese vacío y soledad de maneras alternativas para satisfacer su interior,
pero como enseña Proverbios 14:12 “Hay camino que al hombre le parece derecho;
Pero su fin es camino de muerte.”
QUIERO DECIRTE QUE SI ESTAS ESCUCHANDO ESTO YA HAS DADO EL PRIMER PASO
PARA ACERCARTE A DIOS.
A veces, sólo necesitamos a alguien que nos escuche, y Dios siempre está dispuesto a
escucharte. Ve ante Él y cuéntale lo que te causa ansiedad. ¡Tranquilo!, Él no se
escandaliza, Él ya lo sabe… pero le gusta que vayas ante Él con confianza y le cuentes lo
que te sucede. Habla con Dios y confía en que, en su momento, Él obrará, Él cuidará de
ti.
“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere
tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de
vosotros.”
Amén.
AUDIO 2 – La soledad fruto del egoísmo de muchos
Salmos 142:4-5 “Mira a mi derecha, y ve: nadie me tiende la mano. No tengo dónde
refugiarme; por mí nadie se preocupa. A ti, Señor, te pido ayuda; a ti te digo: «Tú
eres mi refugio, mi porción en la tierra de los vivientes”
En primer lugar hay que diferenciar entre estar a solas y sentirse sólo. Son dos
situaciones completamente diferentes. Una persona puede estar a solas sin sentirse
sólo y también se puede sentir sólo en una habitación llena de gente. La soledad es un
estado de ánimo, una emoción provocada por sentimientos de separación de otros
seres humanos.
La soledad de los que han perdido a un ser querido puede que sea la más difícil. Las
personas mayores que, después de haberlo dado todo, nadie tiene tiempo para ellos.
La enfermedad, el dolor, la muerte o la separación son circunstancias que agravan
nuestra soledad y limitan nuestro corazón, y nos causa cada vez más dolor porque
aparentemente no es culpa de nadie ni tiene solucción.
Por tanto, la soledad aparece cuando nuestro corazón cae en el olvido de otros.
Cuando todo va bien, aparecen amigos por todas partes que quieren compartir lo que
somos o tenemos, disfrutar de nuestra compañía.
Cuando las cosas cambian, las enfermedades parecen contagiosas, la derrota peligrosa,
el sufrimiento… hace que se alejen aquellos que decían que te querían. Y esto limita
doblemente nuestro corazón, primero por el dolor y segundo por la soledad que nos
causa.
El mismo David, rey de Israel, sintió este vacío profundamente. Su propio hijo se
levantó contra él, los hombres de Israel lo persiguieron, se vio obligado a huir de la
ciudad y dejar su casa y su familia. En el Salmo 25:16 clamaba de esta manera:
“Mírame y ten misericordia de mí porque estoy sólo y afligido”.
Pero su único recurso válido fue volverse a Dios y suplicar por la misericordia y la
intervención divina:
Si es tu caso, traigo buenas noticias porque cualquiera que sea la causa de la soledad,
el ser humano de hoy, puede experimentar sanidad completa mediante la comunión y
el consuelo que sólo se encuentra en Jesucristo.
Esa relación de amor con nuestro Maestro ha alentado a muchos que sufrieron en
prisiones o incluso que murieron por Él. Él es el amigo, como dice en Proverbios 18:24,
“más unido que un hermano”, que da Su vida por sus amigos (Juan 15:13-15) y quien
ha prometido que nunca nos va a dejar ni abandonar, sino que estará con nosotros
hasta el fin de los tiempos (Mateo 28:20).
AUDIO 3 – La soledad fruto del pecado
“Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio
consolación eterna y buena esperanza por gracia, conforte vuestros corazones, y os
confirme en toda buena palabra y obra.” 2 Tesalonicenses 2:16-17
En general, la soledad es producto del miedo. Nos escondemos por muchas razones:
por no tener que dar explicaciones de algo que hemos hecho o nos pasa, por no
querer compartir aquello que nos duele o nos hace daño, por no querer que los demás
sepan cómo somos, porque hemos sufrido demasiado…
Y llega un día en que queremos escondernos de Dios por alguna de estas razones.
En el capítulo 3 del libro del Génesis, ¿Qué hicieron Adán y Eva cuando
desobedecieron a Dios? Cuando Dios los descubrió, Adán dijo: “tuve miedo y me
escondí”.
En Juan 3:16 podemos leer “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”
Pero no sólo dio a Su propio Hijo por nosotros, no sólo nos mandó al Espíritu Santo, al
Consolador para que viviera en nosotros mismos y guiara, no… sino que por Su infinito amor,
nos hizo hijos Suyos.
Dice Gálatas 4:6 “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su
Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!”
O sea, podemos llamarle Papá, con cariño, con confianza, como a un padre terrenal en el que
se busca consuelo, consejo y reposo. Su reino no está formado por súbditos sino por hijos. Su
poder no se basa en la fuerza de sus guerreros sino en el amor de Sus hijos.
Dios ha decidido ser nuestro Padre para no dejarnos nunca desamparados y huérfanos. Él nos
ha dado el privilegio de ser hermanos de su Hijo Unigénito, el Señor Jesús.
Dios ama, acepta y libera el corazón de los huérfanos y sigue esperando que volvamos a casa,
al lugar adonde pertenecemos.
Aun sucio, miserable e indigno como me siento, puedo descansar en los brazos de mi Padre y
pedirle, no sólo que limpie mi corazón, sino también que lo haga libre. Descansando en Su
Gracia jamás me volveré a sentir huérfano.
Dios nos cuida en nuestras enfermedades y luchas y nos calma con su presencia. En 2ª
Corintios el apóstol Pablo llama a nuestro Dios “Padre de misericordias y Dios de toda
consolación” (v1-3). Cuando acudimos a Él en oración, “nos consuela de todas nuestras
tribulaciones” (v.4). Pero no acaba aquí: Pablo, que había vivido la soledad de la
prisión, que había experimentado intensos sufrimientos, sigue diciendo: “para que
podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación”. (v.5-7)
Nuestro Padre compasivo que sufrió por nosotros nos ayuda a atravesar el dolor y nos
prepara para hacer lo mismo por los demás.
Todos nos sentimos solos en algún momento. No importa si somos jóvenes o ancianos,
casados o solteros, hombre o mujeres… durante el transcurso de nuestra vida surgen
momentos en los que nos parece que no tenemos a nadie que nos escuche.
Sin embargo, si amas a Jesús y has lo has aceptado como tu Señor y Salvador, puedes
estar seguro de que nunca estarás sólo. Dios está contigo en medio de cualquier
circunstancia y situación.
Como podemos ver en Isaías 58:9 “Llamarás, y el Señor responderá; pedirás ayuda, y
él dirá: <<¡Aquí estoy!>>…”
Este grado de soledad es imprescindible para poder tomar buenas decisiones pero no
hasta el punto de encerrarse en uno mismo y perdernos aquellas relaciones que Dios
nos ha regalado.
Una de las mejores maneras de combatir la soledad es preocuparnos por la soledad de otros.
Sabemos lo importante que es el hecho de que alguien se preocupe por nosotros, y eso,
nosotros mismos podemos hacerlo.
Leemos en Proverbios 17:17: “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en
tiempo de angustia.”
También en el libro de Job 2:11-13 podemos ver cómo sus tres amigos, habiendo oído todo el
mal que le había sobrevenido, viajaron cada uno desde su lugar, para condolerse de él y para
consolarle.
Un gran paso para vencer la soledad es dedicar tiempo a los que están cerca de nosotros.
Tiempo para nuestra familia y amigos, para aquellos que nos necesitan. Una llamada
telefónica, una visita, un mensaje son una buena solución para aliviar la soledad de nuestro
corazón.
No estamos llamados para rendirnos, podemos tener tiempos difíciles donde nos cueste
recuperar el ánimo, pero el Señor nos llama para ser diferenciales en nuestro entorno, en
aquellos que sabemos necesitan de nuestra ayuda, para mostrar por medio de nuestra vida y
nuestra actitud Su Gloria y Su Amor.
Salmos 63:1,5-7 “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti,
mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas,”, “Como de meollo y de
grosura será saciada mi alma, y con labios de júbilo te alabará mi boca, cuando me acuerde
de ti en mi lecho, cuando medite en ti en las vigilias de la noche. Porque has sido mi socorro,
y así en la sombra de tus alas me regocijaré.”