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Dormido, sumido en un sueño que en realidad no es sueño,

un hombre huye de un aterrador vacío


que con brío le persigue a través de los callejones oscuros de su
mente;
voces perdidas en el tiempo susurran terribles canciones,
que viajaron a través de eones sólo para conocerle.

Despierta, nervioso,
empapado en sudor frío y con manos temblorosas,
trata de tomar un reloj de bolsillo
de una mesa que ya no existe;
caras ocultas vistas por el rabillo del ojo,
jugueteando en las sombras,
llenas de malvada insinuación;
despierto pero aún soñando
dentro de un sueño que no es sueño,
busca consuelo en los rincones oscuros
a los que las sombras no pueden llegar.

Corriendo, jadeando, agotado,


se entrega y se deja caer a través de un tragaluz infinito
hacia un mar de pesadillas,
donde el tiempo no es tal cosa y las horas son días,
los días son meses y los meses se convierten en años,
pobre del hombre que debe lidiar con tamaña artimaña,
el tiempo no es mas que un limbo
y el mar no es mar, es océano, y las ideas aquí,
flotan cuales palabras sobre ríos de tinta,
y la tinta se transforma en sangre,
que desborda las represas de su torturada mente
y una luz en un túnel distante es divisada,
atravesada por un par de rosas
en un lugar donde las cosas ya no tienen sentido para él;
al alcanzar el túnel, este no era mas que un débil espejismo,
un eufemismo barato que mucho tardo en llegar,
y sin remedio cae,
hacia el vacío infinito que tanto trató de evitar.

Y el hombre, sabiéndose muerto hace mucho tiempo,


rompe las barreras de su mente y se deja llevar,
arrastrado por las mentiras que le contaron voces arcanas
en un sueño que ya no puede recordar.

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