Está en la página 1de 5

 

2.2

Calor
Katharine Hayhoe
 
 
Desde el principio de la Revolución Industrial, los seres humanos
han producido, en cantidades crecientes, dióxido de carbono y otros
potentes gases que retienen el calor. Con su acumulación en la atmósfera,
esos gases, en esencia, envuelven el planeta en un manto artificial,
reteniendo cada vez más calor de la Tierra que, en otras circunstancias, se
escaparía al espacio. Por eso aumenta la temperatura media del planeta y
por eso el cambio climático suele llamarse «calentamiento global».
Pero, en nuestra vida cotidiana, lo que casi todos experimentamos no es
un calentamiento global, sino más bien un extrañamiento global.
Imaginemos el tiempo atmosférico como un juego de dados. Siempre es
posible, por puro azar, sacar un seis doble: es decir, experimentar un
fenómeno climático extremo, como una ola de calor, una inundación o una
sequía. Pero a medida que el mercurio ha ido subiendo, década a década,
los seis dobles aparecen más a menudo. Ahora sacamos incluso sietes
dobles. ¿Cómo es posible? La respuesta es el extrañamiento global.
Las olas de calor son una de las formas más evidentes con las que el
cambio climático carga los dados del tiempo en contra de nosotros. Ahora,
el calor extremo empieza antes y dura más. Las olas de calor se han hecho
más cálidas e intensas, y los científicos incluso describen con cifras cómo
han empeorado con el cambio climático. En 2003, una ola de calor récord
asoló Europa occidental, con temperaturas de más de 10 °C por encima de
la media. Provocó inundaciones repentinas por fusión de glaciares en Suiza,
desencadenó incendios forestales que quemaron el 10 por ciento de los
bosques de Portugal y produjo más de setenta mil muertes prematuras. Los
científicos descubrieron que el cambio climático duplicaba el riesgo de que
se produjese esa ola de calor.
Ahora, dos décadas después, la situación es mucho más alarmante. En el
verano de 2021, el oeste de Canadá y EE.UU. vivieron una abrasadora ola
de calor. Mientras duró, el pueblo de Lytton, en la Columbia Británica,
superó el récord de calor extremo en Canadá tres días seguidos, con
temperaturas que alcanzaron los 49,6 °C. El cuarto día, un incendio —
agravado por las condiciones de calor y sequedad extremas— destruyó la
mayor parte del pueblo. Según los cálculos de los científicos, el cambio
climático hizo que la ola de calor fuera ciento cincuenta veces más
probable.
¿Por qué empeoran las olas de calor? La respuesta más sencilla es que los
extremos de temperaturas altas se vuelven más comunes a medida que la
temperatura media del planeta aumenta. Sin embargo, las temperaturas más
cálidas también afectan a los patrones del tiempo. En tiempo cálido, es
normal que una cúpula o cresta de altas presiones se quede estacionaria en
una zona durante días e incluso semanas. Ese sistema de altas presiones,
denominado también «cúpula de calor», es como una «montaña de aire
caliente» en el cielo. Bajo una cúpula de calor el cielo suele estar despejado,
de manera que el sol brilla implacable toda la jornada, día a día. Además, la
cúpula desvía de la región las masas de aire más frío y las tormentas y
suprime la convección, que normalmente provocaría nubes y lluvia. Así
que, cuanto más tiempo permanezca sobre una región, más seca y caliente
se hace esta. ¿Qué papel desempeña aquí el cambio climático? Si las
temperaturas ya son más altas que la media desde el principio, la cúpula se
inicia con mayor intensidad que si fuese al contrario. Eso es el
extrañamiento global: en un mundo más cálido, muchos extremos
climáticos son cada vez más frecuentes, intensos, prolongados y/o
peligrosos.
Los extremos de temperaturas altas ya son más comunes, y cuantos más
gases que retienen el calor lancemos a la atmósfera, peor será la situación.
Una persona nacida en 1960 solo vivirá cuatro grandes olas de calor en su
vida. Un niño nacido en 2020, aunque cumplamos el objetivo de París de
1,5 °C, dieciocho. Y por cada medio grado más de calentamiento global, la
cifra se duplica.
¿Qué está en riesgo debido a unas olas de calor más frecuentes y
peligrosas? No el planeta en sí, sino más bien muchos de los seres vivos que
lo consideran su hogar. En el océano, ocho de las diez olas de calor marinas
más extremas de que se tiene constancia se han producido desde 2010. Las
olas de calor marinas blanquean los arrecifes de coral —los criaderos del
océano—, matan miles de millones de crustáceos y otros organismos
marinos y funden la banquisa ártica, de la que los osos polares dependen
para cazar a sus presas. En tierra, el calor extremo altera y mata plantas y
animales. Puede llevar a mortandades en masa, como sucede cuando los
polluelos saltan de sus nidos a fin de refrescarse antes de saber volar. Y el
calor extremo alimenta las oleadas de incendios, como los de Australia en
2020, que causaron la muerte de casi tres mil millones de animales o los
obligaron a migrar. Si no se frena, en 2050 el cambio climático provocado
por el ser humano puede llevar a la extinción a un tercio de las especies de
plantas y animales.
Nosotros también somos seres vivos que consideramos este planeta
nuestro hogar y corremos asimismo peligro. El calor extremo nos afecta
físicamente al aumentar el riesgo de enfermedades relacionadas con el calor
o incluso el de morir, lo que influye en nuestra salud mental y hasta en el
riesgo de violencia interpersonal y, junto con otros efectos climáticos, en la
inestabilidad política. La contaminación del aire debida a los combustibles
fósiles es ya responsable de casi diez millones de muertes prematuras al año
en el mundo, y las temperaturas altas del aire agravan el problema, al
acelerar las reacciones químicas que convierten las emisiones de los tubos
de escape en peligrosos contaminantes. A su vez, las olas de calor agostan
las cosechas, diezman los suministros de agua, llevan a cortes de energía y
debilitan nuestras infraestructuras.
Esto nos afecta a todos, pero los más pobres y marginados se llevan la
peor parte: personas que ya viven en zonas muy contaminadas o que no les
queda más remedio que trabajar al aire libre con un calor extremo. Quizá
tampoco tengan alimentos o agua suficientes, o dependan de lo que ellas
mismas cosechan para alimentar a sus familias. Con frecuencia no tienen
acceso a un servicio de salud básico ni a aire acondicionado; o, si lo tienen,
no pueden permitirse pagarlo cuando aumenta el calor. El extrañamiento
global afecta sobre todo a quienes menos han contribuido al problema, y
eso no es justo.
¿Qué podemos hacer nosotros al respecto? Como dice el IPCC, hasta el
mínimo calentamiento es importante, y todas las acciones lo son. El primer
paso es sencillo: usar nuestras voces para catalizar la acción diciéndole a la
gente que sabemos cómo nos afecta el cambio climático a todos y qué
podemos hacer juntos para trasformar las cosas. /
 

En nuestra vida cotidiana, lo que


casi todos experimentamos no es
un calentamiento global, sino más
bien un extrañamiento global:
fenómenos meteorológicos cada
vez más frecuentes, intensos,
prolongados y/o peligrosos.

También podría gustarte