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Néstor Miranda Canal


La historia de la medicina en la formación del profesional en medicina: tres casos históricos destacados Revista Colombiana de Filosofía
de la Ciencia, vol. 4, núm. 9, 2003, pp. 175-202,
Universidad El Bosque Colombia

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=41400906

Revista Colombiana de Filosofía de la Ciencia,


ISSN (Versión impresa): 0124-4620
filciencia@unbosque.edu.co
Universidad El Bosque
Colombia

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Revista Colombiana de Filosofía de la Ciencia
Vol. 4 • Nos. 8 y 9 • 2003 • Págs. 175-202

La historia de la medicina
en la formació n
del profesional en medicina:
tres casos histó ricos destacados1
Por Néstor Miranda Canal2

Resumen
Este artículo plantea la importancia pedagógica de la Historia de
la Medicina en la formación de los nuevos médicos, en tanto
recurso didáctico y de inducción de valores ético-políticos, como
también en la generación de actitudes críticas en el proceso de
aprehensión de nuevos conocimientos y destrezas, especialmente
en la actuales condiciones de la llamada Sociedad del
Conocimiento y de las Tecnologías de la Comunicación y la
Información. Para ello recurre a tres ejemplos históricos de
producción y transmisión de medicina de tradición occidental
(Hipócrates en la Grecia Clásica, Laennec a finales del siglo XVIII
y comienzos del XIX, en Francia, y el profesor Tubiana en el
marco de la actual Unión Europea), en los cuales la

1
Este texto tiene su origen en una breve ponencia presentada en el Congreso Institucional de
Investigación de la Universidad El Bosque, del año 2004. Por la experiencia docente e
investigativa del autor se centra en la historia de la medicina, pero las reflexiones aquí contenidas
son extensibles a la historia de otras áreas de las ciencias de la salud y, más ampliamente, a la
historia de las ciencias y las tecnologías. En el mundo de hoy la relación entre ciencia y
tecnología es estrechísima y compleja, lo cual se expresa en el concepto de tecnociencia.
2
Profesor investigador del Seminario de historia de las Ciencias de la Escuela Colombiana de
Medicina y la División de humanidades de la Universidad El Bosque.
mirandanestor@unbosque.edu.co

1
Historia de la Medicina -y en general el sentido histórico-
potencia la capacidad de ejercicio profesional, la actividad de la
enseñanza médica y la posibilidad de transformar
positivamente la misma medicina, en sentido amplio.

Palabras clave

Historia de la medicina, educación médica, didáctica, ética y


política de la ciencia, ética médica, medicina de tradición
occidental, objetos de la historia de la medicina, Universidad El
Bosque, Seminario de Filosofía e Historia de las Ciencias y la
Medicina, Hipócrates, medicina hipocrática, Laennec, medicina
anatomoclínica, Tubiana, políticas de salud, biomedicina y
tecnomedicina.

Abstract

This paper raises the pedagogical importance of the History of


the Medicine in the education of the medical students, in as much
as didactic resource and construction of ethical-political
values. Furthermore, it aims to develop skills and generate
critical atti- tudes with respect to knowledge, specially in the
frame of the so- called Society of Knowledge and the
Communication and Infor- mation Technologies. In such
sense, three historical examples of production and
transmission of the Western Medical Tradition are addressed
(Hipócrates in Classic Greece, Laennec at the end of the XVIIIth
and the beginning of the XIXth centuries, in France, and
professor Tubiana within the current European Union), and in
which the History of Medicine -and in general, the historical
sense– power not only the ability for professional exercise but
also the medical education and the likelihood of positively
transforming the medicine, in an ample sense.

Key words

History of medicine. Medical education, didactic, ethics and

1
politics of science, medical ethics, Western Medical Tradition,

1
modern medicine, objects of history of medicine, University El
Bosque, Philosophy and History of Sciences and Medicine
Seminar, hipocratic medicine, Laennec, anatomoclinical medicine,
Tubiana, public health, biomedicine and technomedicine.

Desde hace varias décadas los pedagogos vienen hablando y


discutiendo sobre el papel que puede cumplir la historia de las
ciencias y las tecnologías en la formación profesional y, en
general, en la educación de las jóvenes generaciones. Dicho
papel abarca diversas dimensiones, que pueden ubicarse, un
tanto arbitraria- mente para el caso de este texto, en un
recorrido que desde la didáctica conduce hasta la ética, con la
posibilidad de varias esta- ciones intermedias. De entrada
podría afirmarse que el recurso en la enseñanza a episodios del
pasado del conocimiento científico y técnico –conocimiento que
siempre ha sido un proceso social de construcción sinuoso y no
tan lineal como tradicionalmente se pretende-, constituye una
alternativa idónea para la superación de aquel lastre que los
pedagogos han llamando el enciclopedismo, y que, concretamente,
podría servir como elemento didáctico positivo. El
enciclopedismo se fundamenta en la idea muy extendida de que el
proceso de enseñanza-aprendizaje se agota en el encuen- tro de
dos instancias: por una parte el profesor, que deber poseer el
conocimiento; por la otra parte los estudiantes, a quienes se les
debe transmitir ese conocimiento, sin que sea necesario
realizar esfuerzos adicionales a los que demanda el encuentro
docente- dicente en el aula de clase. Esta idea conduce al
dogmatismo en el plano epistemológico y al autoritarismo en el
plano de la pedago- gía, además limitar cuantitativa y
cualitativamente la apropiación del saber. El enciclopedismo es
generalmente compartido por maes- tros y alumnos, generando
tensiones emocionales en cada una de estas instancias por
separado y conflictos en su encuentro en el aula o fuera de ella.
Además, desactiva el necesario proceso de actualización y
desarrollo de los conocimientos en el profesor y produce
magros resultados en la adquisición de destrezas y habilidades
por parte de los estudiantes. El acceso al tan promo- cionado
“auto-aprendizaje”, de la actualidad, va paralelo con el
retroceso del enciclopedismo.

1
El proceso del conocimiento en los jóvenes en trance de formación
profesional es un proceso de construcción –como lo ha sido el del
conocimiento científico y técnico a lo largo de la historia-, no
exento de errores y de retrocesos, de vacilaciones y de
recomposiciones por parte de los implicados en dicho proceso, y,
muy especialmen- te, por parte de los estudiantes, pues son éstos
los encargados en última instancia de dar las puntadas finales en
la tarea de construir su propio conocimiento –así como ha
sucedido también en el caso de los grandes científicos del
pasado y del presente-. Pero este proceso constructivo es al
mismo tiempo –como en el caso de la ciencia en la historia- un
proceso social que compromete a colecti- vos o comunidades que
incluyen a todos los individuos implicados (en el caso de las
universidades a docentes, estudiantes, directivos, personal
administrativo, etc.) y cuya puesta en acción e interacción
requiere redes de apoyos no-humanos (espacios físicos, dotación
tecnológica, ayudas didácticas, etc.). Para que el proceso sea exito-
so se hace indispensable, entonces, el compromiso individual, la
capacidad de los actores para inscribirse (para “negociar” diría
un sociólogo de la ciencia) en el nivel de los colectivos implicados
y la voluntad institucional para propiciar y facilitar la interacción
de individuos y colectivos, mediante la movilización de todo tipo
de recursos físicos y financieros. Todo esto lo sugiere, lo ilustra y
lo comprueba el estudio histórico-social de las ciencias y la
tecnolo- gía en sus versiones más actuales, e incluso en algunas
que se creen ya superadas, lo que hace que ese estudio
contribuya a generar aptitudes y actitudes conscientes y positivas
frente al conocimiento. Adicionalmente, la comprensión
histórica de la formación de las disciplinas, las teorías, los
conceptos, los procesos experimentales, etc., es decir toda la
“ciencia en acción”3 –rodeada de sociedad, cultura y política-,
facilita la asimilación de la ‘nueva’ ciencia que pretenden
transmitir los currículos, posibilitando que esa asimila- ción se
cumpla en condiciones de un distanciamiento crítico que tiene
en cuenta la relatividad histórica de la ciencia de todos los
tiempos y la influencia que en ella tienen los distintos factores

3
Expresión utilizada en el título de uno de los libros más sugestivos de la actual sociología de la
ciencia, el de Latour, Bruno (1992) Ciencia en acción. Cómo seguir a los científicos e

1
ingenieros a través de la sociedad, Barcelona: Editorial Labor, 278 pp.

1
sociales que la han hecho posible. Esta sería, a grandes rasgos,
la contribución de la historia de la ciencia en el terreno de la
didáctica.

También el pasado científico y técnico incluye un buen número


de episodios conflictivos, y hasta dramáticos, en torno a
problemá- ticas relacionadas con la utilización interesada del
conocimiento, que involucran a los científicos como seres sociales
y políticos, a los colectivos y a las instituciones que promueven,
apoyan, transmiten, administran y utilizan ese conocimiento, así
como a los poderes de diversa índole que actúan en la sociedad
y en el ‘corazón’ mismo de la producción, reproducción y puesta
en acción del conocimiento en su versión “pura” y en su
expresión como tecnología (caso Galileo, producción de la
bomba atómica, asunto Lyssenko, tragedia de Semmelweiss, etc.).
En las condiciones del enorme desarrollo tecnocientífico actual,
en la llamada “sociedad del conocimiento y de la información” –
dominada por el deseo de aplicar y hacer rentable el
conocimiento-, el estudio de esos episodios permite llevar a los
futuros científicos y técnicos (o por lo menos a los profesionales,
para nuestro caso) a tomar conciencia sobre estas
problemáticas que tienen connotaciones éticas fundamentales
o, mejor, ético- políticas, y que no les deben ser para nada ajenas.
Incluso importan, decididamente, para la formación ciudadana en
la perspectiva de una sociedad democrática a nivel nacional e
internacional, aspecto éste que hace parte de la misión de la
universidad. Este sería el aporte de la historia de las ciencias en
el nivel ético-político.

La historia (o historias) de la medicina

Dentro de cierta perspectiva, para nada arbitraria, la historia


de la medicina puede ser considerada como un campo especial de
la historia de las ciencias y las tecnologías. Pese a esta parcelación
–o debido a ella- la historia de los saberes y destrezas médicas a
través de los tiempos, los espacios y las culturas presenta una
serie de variantes y orientaciones teórico-metodológicas muy
diversas, así como importantes segmentaciones en su interior.4
Una primera

1
4
Véase Huard, P. et Imbault-Huart, M.-J. (1980).

1
segmentación, que desafortunadamente suele estar cargada de
prejuicios (especialmente dentro del grueso de médicos universi-
tarios), es la que divide a la medicina de tradición occidental5 del
enorme grupo de las etnomedicinas, medicinas tradicionales,
primitivas, populares, paralelas, dulces, etc., etc., y hasta de las
antimedicinas. Pero si se mira solamente al primero de estos
dos segmentos –importante por su difusión planetaria, sus
logros efectivos y el respaldo de los Estados-, o sea a la medicina
de tradición occidental, que suele identificarse, no sin
fundamento, como la medicina científica, se pueden encontrar
múltiples objetos o sectores de estudio y de trabajo con los
estudiantes, que han sido tratados por separado o en muy
sugestivas combinaciones por los historiadores y sociólogos de
la medicina.6

Dejando de lado el amplísimo abanico que abre la perspectiva de


una historia social y cultural de la medicina, se pueden citar, a
manera de ejemplos, dos grupos de objetos, quedando muchos
otros por fuera. En primer lugar (y no de importancia), lo relativo
a la historia del saber y del quehacer médicos y la historia de
las estructuras médico-quirúrgicas. Dentro del saber y del
quehacer se encuentran las doctrinas médicas, sus teorías y sus
conceptos, que están ligados a los descubrimientos y los
inventos técnicos para el diagnóstico y la terapéutica
(procedimientos, aparatos, etc.), que suelen ser motivo de
alguna atención por parte de los jóvenes, debido al
reconocimiento social del que son objeto sus autores y actores
individuales o colectivos: la medicina hipocrática, la teoría de los
gérmenes, el concepto de homeostasis, el estetos- copio
(“fonendo”, en la jerga), la técnica de la percusión, la anes-
tesia, son algunos de ellos. Conectadas con estos objetos, y con
menor atractivo para estudiantes y público en general, se encuen-
tra la historia de las estructuras médico-quirúrgicas, en
especial el hospital y otros espacios físicos y epistemológicos
afines (“clinicas”, dispensarios, etc.), relacionados
estrechamente –por

5
Esta denominación es la que se usa para referirse a la llamada medicina científica, académica o
universitaria, en el actual proyecto de un Biographical Dictionary of the History of Medecine
en 5 volúmenes, que prepara la Greenwood Press de Londres, bajo la dirección de William y
Helen Bynum y en el cual colabora el autor de este texto.

1
6
Estos objetos o sectores de estudio pueden ser abordados en el plano internacional, latinoamericano,
nacional, etc.

1
lo menos hasta hace poco tiempo- con universidades, escuelas de
medicina, asociaciones de profesionales médicos, centros de
investigación biomédica y otras estructuras. Aquí también
podrían citarse como objeto de estudio el de las disciplinas y las
especiali- dades médicas, que presentan fundaciones y
transformaciones muy interesantes vinculadas a
descubrimientos científicos, desarrollos técnicos, teorías
filosóficas y morales y, en general a la percepción cultural de “lo
humano”, a sus etapas de desarrollo y a las variaciones que se
dan en el tiempo y el espacio.

En segundo lugar, puede mencionarse la historia de las


enfermeda- des, con su enorme gama de posibles
aproximaciones: el ‘descubrimiento’ –concepto muy
problemático y manipulable- de las enfermedades y sus agentes;
la ‘geografía médica’, expresión usada por lo menos desde fines
del siglo XVIII, que alude a la distribución de la enfermedad
en los distintos espacios político- administrativos y que tiene
relaciones especiales con la epidemio- logía; la patología
histórica, en dos niveles: el de la patografía de personajes
ilustres, el más precario y popular, y el del impacto de las
enfermedades (epidemias, endemias, etc.) en la demografía y en
la sociedad y la cultura en general, que constituye una verda-
dera Hilfwissenschaft (ciencia auxiliar) de la historia general; la
paleopatología, inicialmente interesada en los primeras épocas
del recorrido del homo sapiens sapiens y en las civilizaciones de
la Antigüedad, que suministra información específica sobre la
mane- ra de sufrir y morir en diversos momentos del pasado,
ofreciendo datos valiosos para entender los desplazamientos y
las reaco- modaciones de la enfermedad a través del tiempo y
de las socie- dades, como por ejemplo el destino de las
enfermedades infeccio- sas, las variaciones entre agente y
huésped, la correlación y los intercambios entre diversas
enfermedades (lepra y tuberculosis, p.e.), el comportamiento de
las epidemias7, etc. Otro objeto multi- forme e importante estaría
dado por la lucha contra la enfermedad

7
El estudio histórico de las epidemias ha suministrado elementos para la comprensión –y hasta para el
manejo- de enfermedades infecciosas como la gripe aviar y otras patologías surgidas
recientemente en China, Corea, el Sudeste asiático, etc., que se “riegan como la pólvora” dadas

1
las condiciones actuales de un mundo globalizado y de alta movilidad de capitales, bienes y
servicios y, en especial, personas.

1
y, más modernamente, por las políticas de salud. Sin entrar en
detalles, en este campo de las enfermedades ha sido
especialmente interesante el acercamiento a su estudio histórico
desde lo que se llama el constructivismo social, que muestra
cómo los conceptos y saberes relativos a diversas
enfermedades o síndromes incluyen
-además de sus aspectos médicos y técnicos-, elementos sociales,
culturales y políticos, e incluso, son atravesados por intereses de
diversa índole.8

El recurso a la historia de la medicina (y de las ciencias) en la


formación de médicos ha sido un componente constante del
currículo en la Universidad el Bosque/Escuela Colombiana de
Medicina (UB/ECM), desde su fundación, en 1977, hasta la
actualidad. En el transcurso de estos casi treinta años se ha
llamado la atención sobre el amplio espectro que ofrece la
historia de la medicina, teniendo en mente su importancia
didáctica y ética, y más globalmente pedagógica y hasta cultural,
sin dejar de recordar
–a veces y casi con vergüenza- que este conocimiento, como todo
conocimiento, produce placer. Algunos docentes y estudiantes
han abordado e investigado algunos de los objetos que se
acaban de mencionar a manera de ejemplo, y muchos otros más,
incluido el del registro biográfico, muy importante en la
historiografía en general. Frente a este componente
permanente del currículo la actitud de los estudiantes ha sido
variable, apreciándose una disminución progresiva del interés
hacia esta clase de contenidos. Aunque el asunto es mucho más
complejo, pues tiene que ver con cambios culturales, procesos
de transformación y de creci- miento institucionales,
movilidad y condiciones de trabajo del personal docente y hasta
con la caída en los estándares de la educa- ción en el país, puede
ubicarse una causa de fondo, que tiene sus raíces históricas. Se
trata del predominio de una visión evolucio-

8
Esta es la perspectiva que se utiliza en Obregón, Diana (2002) Batallas contra la lepra: Estado,
medicina y ciencia en Colombia, Medellín: Banco de la República / EAFIT, 436 pp. Su autora
fue profesora del Seminario de Filosofía e Historia de las Ciencias de la Universidad El Bosque y
el libro fue galardonado con el Premio Nacional en Ciencias Sociales y Humanas de la
“Fundación Alejandro Ángel Escobar”, en el 2001. También es esta la perspectiva que utiliza
Mónica García, profesora actual de ese mismo Seminario, en su Tesis de Maestría en Historia en

1
la Universidad Nacional, sobre las “fiebres del Magdalena”. Para el concepto véase Arrizabalaga,
Jon (1992).

1
nista de la ciencia y la técnica, de origen mecanicista y positivista
–con fuerte impacto en la medicina de tradición occidental- que tiene
su correspondencia en un cierto desprecio por la información y el
saber históricos. Sobre la base de esta visión y de este
desprecio se piensa que lo último, cronológicamente, es lo
superior y lo ‘verdadero’ en el plano lógico y epistemológico, o,
en término de Canguilhem, se identifica la théorie du jour con la
théorie de toujours9.

Algunos analistas del impacto social y cultural del actual desa-


rrollo tecnocientífico insisten en el peso inconveniente de esta
visión tan extendida y proponen como una de las salidas la reafir-
mación de los contenidos históricos en los programas de
formación de los profesionales y de los potenciales científicos e
innovadores en tecnología, así como de las nuevas
generaciones, en general, con miras a suscitar posiciones
críticas y activas frente a ese desarrollo y frente al nuevo
conocimiento que se va adquiriendo. Críticas, ciertamente, para
entender el entramado de las condicio- nes dentro del cual
avanza con extrema rapidez el conocimiento científico y se
producen los artefactos técnicos, verdaderos “híbri- dos” en lo
que tiene que ver con la biotecnología. Pero también activas,
para estar en condiciones de asimilar los nuevos conoci-
mientos teóricos y aplicados y de propiciar la innovación y el
autoaprendizaje. Frente al cambio actual no bastan la existencia y
el manejo del ciberespacio y, en general, de las tecnologías de la
información y la comunicación (TICs). Es más, sin esa actitud
crítica y activa –que tiene que ver con el sentido histórico- él
(ciber- espacio) y ellas (TICs) pueden conllevar efectos
deletéreos sobre el propio conocimiento y sobre la capacidad
para aprender, sin hablar de sus consecuencias culturales,
ético-políticas y en las condiciones de vida de las futuras
generaciones.

9
Cit. En Huard, P. et Imbault-Huart, J.-M (1980), p. 633. La expresión francesa original – debida a
Georges Canguilhem- conlleva un juego de palabras e indica que se asimila lo que la ciencia sabe
(o cree saber) en un momento dado, es decir ‘lo del día’ (du jour), a la verdad consolidada y
definitiva, para siempre (de toujours). Canguilhem, recientemente fallecido, fue médico,
epistemólogo e historiador de la ciencia y la medicina. Los estudiantes de V Semestre de Medicina
de la UB/ECM todavía leen en su Seminario de Filosofía e Historia de la Ciencia y la Medicina
un breve texto de su autoría extraído de su tesis de grado en medicina. Véase Canguilhem,
Georges (1981) Lo normal y lo patológico, México: Siglo XXI, pp. 11-23. [Las traducciones

1
del francés, incluidas las de las obras de Laennec, son de NMC].

1
Las grandes figuras de la medicina de tradición occidental de todas
la épocas -que no son más que la punta del iceberg de la
comunidades de médicos y no-médicos que han construido, en
condiciones socia- les, culturales y políticas concretas, el saber y el
saber hacer de una profesión que ha acompañado la tortuosa
historia de Occidente- han reconocido el pasado como una
dimensión real que pesa en el presente y cuyo conocimiento no es
anodino o decorativo, sino que constituye una necesidad. En la
experiencia docente del Seminario de Filosofía e Historia de las
Ciencias (SFHC) de la UB/ECM se puede constatar cómo este re-
conocimiento abarca toda la historia de esa medicina,
potenciando importantes momentos de esa misma historia, como
se ejemplifica en este texto con tres figuras que corres- ponden a
tres momentos de cambio muy notables: Hipócrates de Cos
(momento fundacional), René-Théofile-Hyacinthe Laennec
(nacimiento de la “medicina propiamente moderna”, según el
histo- riador Charles Lichtenhaeler) y el profesor Maurice
Tubiana (paso del siglo XX al XXI). Este rápido recorrido busca
reafirmar el interés
-puede decirse “práctico” (con miras a ser más convincente)-, que
la historia de la medicina tiene en la formación de las nuevas
genera- ciones de médicos, y con mayor razón en las condiciones
de la actual sociedad del conocimiento, la biotecnología y la
biomedicina o tecnomedicina.

Hipócrates

Desde la misma Antigüedad, se reconoce a Hipócrates (ca. 460-


380 a.C.) como el “padre de la medicina” occidental. No obstante
esta reconocida paternidad, en vez de Hipócrates -en tanto figura
individual, semilegendaria e idealizada, aunque
comprobadamen- te histórica-, se debe hablar de medicina
hipocrática. Esta medicina está contenida en un verdadero
monumento escrito originalmente en dialecto jónico, llamado el
Corpus hippocraticum10, compuesto

10
Existe una excelente edición española, técnica y erudita, de Editorial Gredos, realizada por
helenistas especialistas en la medicina hipocrática, disponible en la biblioteca de la UB/ECM:
(1986) Tratados hipocráticos, Madrid: Editorial Gredos, 7 vols. Para este texto se ha utilizado
Hipócrates (1997) Juramento hipocrático, Tratados médicos, Barcelona: Planeta DeAgostini,

1
343 pp. Los escritos reproducidos en esta edición son prácticamente un facsímil de la edición de
Gredos.

1
por un poco más de medio centenar de escritos debidos a muy
diversos autores, siendo uno de ellos el Hipócrates histórico,
de cuya autoría sólo serían dos o tres de esos escritos. Los
escritos del Corpus hippocraticum tratan sobre diferentes temáticas
que han sido organizadas –en una típica acción de anacronismo-
teniendo como referencia las ciencias básicas y clínicas y los
saberes especializados que hoy hacen parte de la medicina
universitaria: escritos anatomo-fisiológicos, de patología
general y especial, quirúrgicos, pediátricos, obstétricos, etc.11
Allí están contenidos los fundamentos ontológicos (el cuerpo
humano en tanto entidad natural inscrita en la Naturaleza
general o Physis, funcionando con procesos inmanentes),
epistemológicos (combinación de los sentidos y la razón en el
conocimiento y reconocimiento de la enfermedad y del
enfermo) y éticos de la medicina que hoy se reconoce como
científica y que se enseña en las universidades y que aquí se ha
identificado como de tradición occidental. La medici- na hipocrática
–al igual que otras construcciones sociales constitu- tivas del logos
atribuido a los griegos y a Occidente- se fue confor- mando en las
condiciones del surgimiento de la institución de la polis
(ciudad-Estado), fundamento de la democracia griega, su
práctica y sus ideales, en donde la discusión abierta entre
ciudadanos situados a igual distancia de la ley jugó un papel
de primer orden (Vernant, J.-P., 1992).

Algunas orientaciones generales, además de su tono polémico


y claramente racionalista -y que no viene al caso-, han
permitido pensar en la existencia de una “escuela” 12 que
reivindicaba, entre otras aspectos, dos elementos que se
relacionan con las temáticas de este texto. El primer elemento es
el reconocimiento, por parte de los autores del Corpus, de la
existencia de una tradición médica
–es decir, una historia, un pasado que se proyecta en el presente,
que lo constituye problemáticamente y que no se debe despreciar-
de la cual ellos se sienten los depositarios, herederos y
defensores.

11
Esta perspectiva puede apreciarse en una de las mejores interpretaciones de esa medicina en lengua
española, la de Laín Entralgo, Pedro (1982) La medicina hipocrática, Madrid: Alianza
Editorial, pp. 37-39.

1
12
“Sectas” llamaba Galeno (131-201) a las escuelas médicas. El mismo término fue usado por
Laennec.

1
Así escribía el autor del escrito titulado Sobre la medicina antigua:

“La medicina hace tiempo que tiene todo lo que necesita para ser
un arte [subrayado NMC], y ha descubierto un punto de partida y
un método con el que se han conseguido a través de los años
muchos y valiosos descubrimientos. Y los demás se irán
consiguiendo en el futuro, si el que está capacitado y conoce lo ya
descubierto parte de ahí en su investigación. Pero el que, rechazando
y despreciando todo eso, intenta investigar con otro método y otros
esquemas, aunque asegure que ha descubierto algo está
equivocado y se engaña a sí mismo, ya que esto es imposible.
Intentaré [1ª. Persona, que alude más a un autor individual que a
una escuela] demostrar por qué forzosamente es así explicando y
demostrando qué es este arte”. (Hipócrates, 1997: 40-41).

Además de la afirmación de que esta medicina tiene su propio


método, el autor enfatiza sobre la necesidad de conocer y
reconocer “lo ya descubierto”, en tanto punto de partida para
la investiga- ción, pues el no hacerlo conduce a la equivocación y
al autoengaño, aunque también –en términos modernos- podría
conducir a la rutina y al dogmatismo. Es posible pensar que
esta era la actitud que los médicos hipocráticos de más edad
comunicaban a sus discípulos en los centros de enseñanza
muy escasamente formalizados que existieron en el espacio
griego clásico, o en los templos de Asclepios (dios griego de la
medicina) y otros sitios de sanación. No es por azar que en ese
escrito bastante polémico y controvertido –algunos lo
consideran tardío y otros lo atribuyen a los pitagóricos-, llamado
Juramento (que colgaba en las paredes de más de un consultorio,
antes del auge neoliberal que puso la medicina en manos del
capital financiero), se prescribe respeto y consideración por el
maestro en medicina, tanto como el que se le debe a un padre,
señalándose que es obligación de todo médico enseñar
gratuitamente su profesión a los hijos de quien recibió él mismo el
saber y el saber hacer que definen esa profesión. Como se sabe,
toda enseñanza –y ese fue el caso de Sócrates y del mismo
Hipócrates, según Platón en el diálogo Protágoras- podía generar
honorarios, y así sucedía también con la misma práctica de la
medicina entre los ciudadanos libres.

1
El segundo elemento está constituido por la identificación de
la medicina como un “arte” (una tékhné, en la transliteración
del griego), es decir un saber eminentemente operativo, para
resolver los problemas de la enfermedad humana, y que, como
cualquier arte o cualquier técnica, podía enseñarse, es decir,
transmitirse a través del discurso oral y de la práctica sobre el
cuerpo humano, en la cual se combinaba el uso de los sentidos
(observación metó- dica) con el razonamiento (organización
lógica de los datos sensoriales) para el diagnóstico, la terapéutica
y, sobre todo, para el pronóstico. Para transmitir esta técnica
curativa (tékhné iatriké, en la transliteración) existían dos centros
especialmente importan- tes, uno en Cnido (polis griega situada
en la región de Caria, en el sudeste del Asia Menor) y otro en la
isla de Cos (isla de las Espo- radas, situada en frente a la punta
sudeste del Asia Menor y de la región de Halicarnaso), de
donde era originario el Hipócrates histórico y en donde enseñó
su “arte” en una especie de “escuela” de medicina. Se dice que
allí reunió la primera colección de textos médicos, que darían
como resultado el famoso Corpus. Habría existido una tercera
escuela en Crotona, en la Magna Grecia (Italia), bastante anterior
a la misma medicina hipocrática (Bourgey, 1971). La medicina
occidental nace, pues, consciente de su pasado histó- rico y segura
de la posibilidad y la necesidad de ser transmitida a las nuevas
generaciones mediante la enseñanza teórica y práctica, de
manera mas o menos sistemática. Consciente, igualmente, de
que los médicos constituyen un grupo profesional específico
(demiurgois, servidores del pueblo) que se forma como tal en
un proceso de aprendizaje y entrenamiento, en el cual no
puede ni debe hacerse tabla rasa del pasado.

Laennec

Más de dos mil años después de la muerte de Hipócrates un


joven médico francés, René-Théofile-Hyacinthe Laennec (1781-
1826), se graduaba en l’École de Médecine de Paris con una breve
una tesis, de unas 40 páginas en la edición original, titulada
Propositions sur la doctrine d’Hipocrate, relativement à la médecine-
pratique (Laennec,

1
R.T.H., 1804).13 Corría el año de 1804, Laennec tenía 23 años y
la medicina francesa, sustentada en las reformas impulsadas por
los revolucionarios de 1789 y 1794 y por Napoleón a partir de
1795, convertían a París en “la Meca de los estudiantes venidos
de todos los rincones del planeta” (Ackerknecht, 1986: 64)14.
Para su tesis, leyó los escritos hipocráticos en griego 15,
confrontándolos con los de otros médicos de la antigüedad,
como Galeno y Celso. Como epígrafe a su trabajo de grado
coloca la cita del escrito hipocrático Medicina Antigua,
reproducida atrás cuando se habló de la medicina hipocrática.

El trabajo de grado de Laennec, después de un par de páginas de


introducción, está dividido en tres grandes apartados: el primero,
el más breve, lo dedica a lo que llama el método de Hipócrates
(siempre habla en términos de una figura individual), que bien
puede ser el suyo propio: “El único método mediante el cual se
puede adquirir conocimientos sólidos en medicina, consiste en
no adoptar ningún principio que no sea probado por un gran
número de hechos particulares” (Laennec, R.T.H., 1804: 9). El

13
Disponible en la Biblioteca Luis Ángel Arango (Sección de libros antiguos). Entre los
examinadores de Laennec se encontraba Jean-Nicolas Corvisart (1755-1821), primer médico de
Napoleón y creador del método semiológico de la percusión a partir de la traducción al francés,
plena de notas aclaratorias, que hizo del Inventum Novum (percusión) del médico austriaco
Leopold von Auenbrugger (1722-1809). La vuelta a la medicina hipocrática marcó una tendencia
renovadora en la medicina francesa y europea de finales del siglo XVIII y comienzos del siglo
XIX.
14
El «cerebro del mundo» llamó a esta ciudad, en 1884, el primer historiador de la medicina en
Colombia, el médico Pedro María Ibáñez (Memoria para la historia de la medicina en Santa
Fe de Bogotá, Bogotá: Imprenta de Vapor de Zalamea Hnos.), quien fue, además, cronista de la
capital colombiana.
15
La primera edición “integral” y crítica del Corpus, en francés, la realizó el médico y filólogo
Émile Littré, entre 1839 y 1861, que interesa “sobre todo a los helenistas, los filólogos y los
historiadores. Se asiste entonces a la emergencia de la historia de la medicina, cuya génesis se
encuentra en la ruptura de la medicina moderna con la tradición hipocrática y galénica (lo que ha
permitido a la medicina antigua entrar en la historia); en la adopción de los principios generales
de la investigación científica y de la medicina experimental que los historiadores de la medicina,
hacia 1850, han tomado prestados de los fisiólogos y de los médicos contemporáneos.” (Huard,
P. et Imbault-Huart, J.-M., 1980 : 605). Littré fue autor, además, del famoso diccionario “Littré”
de la lengua francesa. Según algunos, Laennec aspiraba a ser el traductor del Corpus del griego
al francés, pero su dedicación total a la medicina hospitalaria le impidió cumplir este deseo. En
revancha legó a los médicos de tradición occidental uno de sus íconos, el estetoscopio.

1
segundo apartado, el más largo, lo dedica a la “exposición de
la doctrina de Hipócrates relativa a la medicina”, en donde
hace la distinción entre signos “de primer orden” y signos “de
segundo orden”, se refiere a las enfermedades epidémicas,
separando las “locales” de las generales”, y trata extensamente el
asunto de las fiebres16. El último apartado se dedica a la utilidad
de la doctrina de Hipócrates para la “medicina práctica”, es
decir para la de la época de Laennec, ilustrada
paradigmáticamente con su trabajo diario en los hospitales de
Beaujon, de la Salpetrière, de la Charité y, en especial, en el
Necker (en donde consolidó el método de la auscultación y el
instrumento para su aplicación, el estetoscopio).

En las primeras páginas de ese trabajo de grado afirma que la


lectura de los escritos hipocráticos, con miras a su ordenación
y depuración, de ser posible debido a su amplitud y variedad,
per- mitiría la comprensión de la “doctrina de Hipócrates” y al
mismo tiempo “podría servir para elaborar un cuadro
razonado del estado de la ciencia” en aquella época, vista desde
la medicina de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. En
efecto, teniendo en cuenta casi todas las asignaturas que
conformaban el plan de medicina de la Escuela de París,
afirma que:

“Para que este trabajo tuviese toda la utilidad de que es


susceptible, sería necesario examinar todas las ramas de la
medicina; sería necesario exponer sucesivamente la anatomía, la
fisiología, la nosología, la semiótica, la terapéutica, la materia médica,
la cirugía y la medicina práctica” (Laennec, R.T.H., 1804: 8).

Con el concepto de “medicina práctica”, o sea de la clínica que se


practicaba entonces, Laennec evidenciaba que los escritos
hipocráticos podían ser una fuente -o por lo menos constituían
un interlocutor válido para un diálogo con su presente-, para
constituir una nueva medicina, la del siglo XIX, en su caso

16
Hasta muy entrado el siglo XIX las fiebres constituían un complejo y variado “árbol” integrado por
diferentes especies de un mismo género. Este asunto copó la literatura médica internacional –y
nacional- y sólo se aclararía con los trabajos termométricos del clínico alemán K. A. Wunderlich

1
(1815-1878) y otros.

1
básicamente anatomoclínica, que encontraba al fin el camino
de la ciencia.17 Por eso le interesaba la relación entre la doctrina
hipocrática y esa “medicina práctica”, la del trabajo al lado del
paciente en los hospitales de París, que fueron su casa, desde sus
tiempos de estudiante, y también su tumba, pues al parecer se
autoinoculó accidentalmente la tuberculosis con un instrumento
de disección. Y ahí estaban el pasado y la historia
interactuando con el presente y, claro, en la perspectiva del
futuro.

Laennec llama la atención sobre la distinción que hacen los


autores hipocráticos entre signos o síntomas18 “de primer
orden”, que “constituyen lo que se podría llamar le propre (lo
propio) de la enfermedad” y que sirven para distinguirla de
todas las demás particulares (y en ese sentido son “signos
diagnósticos”), y los signos o síntomas “de segundo orden”,
“comunes a todas la enfer- medades”, o “epifenómenos”, que
indican “sus diversos grados de violencia” (y que en ese
sentido son signos para el “pronós- tico”)19. Para Hipócrates, y
para Laennec, los primeros, aunque hacen parte de la
“nosología” (el saber sobre la enfermedad) son poco “útiles”
para el alivio del enfermo, para la terapéutica y la lucha contra
el sufrimiento que genera la enfermedad en los pacientes,
mientras que los segundos son los que una vez estableci- dos con
precisión sí permiten ese alivio y, además, brindan la
posibilidad de saber hacia dónde va la enfermedad, es decir, el
pronóstico, tan importante en la medicina hipocrática.20 Se ve,

17
Michel Foucault ha analizado este proceso global, del cual Laennec constituyó un fuerte eslabón,
que condujo a la creación de la clínica moderna, vale decir una nueva actitud intelectual en el
trabajo con el paciente acompañada de la espacialización de la enfermedad en el cuerpo humano,
combinación de semiología y anatomía patológica. Véase Foucault, Michel (1980).
18
Todavía no estaba claramente establecida la diferencia entre síntomas (lo que el paciente
experimenta) y signos (datos objetivos que para el médico tienen una significación diagnóstica).
19
Desde la semiología del siglo XX, los de “primer orden” podrían ser los signos y los de “segundo
orden” los síntomas.
20
Esta diferenciación y valoración será retomada por Laennec en su obra cumbre, De l’aus-
cultation médiate, como veremos más adelante. Pero en su tesis de grado afirma: “La mejor
manera de estudiar las obras de Hipócrates sobre el pronóstico, consiste, me parece, en seguir
exactamente las enfermedades a la cabecera de los pacientes, en recolectar día a día los
fenómenos que ellas presentan y en escribir en seguida al margen las senten- cias de Hipócrates
relativas a estos fenómenos” (Laennec, 1804: 37). La lectura de los textos hipocráticos no era,
pues, un asunto de “anticuario” o de conmemoración.

2
pues, que Laennec, desde el punto de vista de la terapéutica, se
ubica en los síntomas “de segundo orden” (en los ‘desarreglos’
y dolores que experimentan y expresan los pacientes, comunes
a distintas enfermedades), porque en la medicina se trata de
aliviar, disminuir o anular el sufrimiento, aunque lo que Laennec
transfor- maría revolucionariamente sería el diagnóstico
(basándose en los signos “de primer orden”, obtenidos
mediante la auscultación, además de anamnesia, la
observación y la percusión). Curar, lo que se dice curar –y para
lo cual el diagnóstico tenía obvia impor- tancia-, era todavía una
utopía, de donde el escepticismo o nihilismo terapéutico que
caracterizó a la medicina del siglo XIX y parte del XX, y
especialmente a la medicina anatomoclínica. Pero, de nuevo, en el
diagnóstico ‘laennecquiano’ los síntomas serían desplazados por
los signos como lo demuestra y lo ilustra en su obra sobre la
auscultación. A partir de esa obra –y otras, claro está- el
diagnóstico ya se podrá hacer con una alta dosis de certeza en
vida del enfermo. Una terapéutica contundente sólo se
alcanzaría con la teoría de los agentes etiológicos (Pasteur y
Koch) y la bacteriología y, espe- cialmente, con los antibióticos y
las sulfamidas en el siglo XX, además de la cirugía basada en la
anestesia, la hemostasia y la asepsia/antisepsia.

Pero los frutos más sólidos de su trabajo sobre unos escritos


médi- cos de más de dos mil años de antigüedad se verían en una
de las obras mayores de toda la historia de la medicina, De
l’auscultation médiate, publicada en 1819 (Laennec, R.T.H., 1919),
después de 15 años de intensa actividad hospitalaria cumplida
con la meticulo- sidad clínica que había aprendido en su trabajo
de grado, en su práctica y su docencia hospitalarias y, con
seguridad, desde mucho antes21 . En la primera página de De
l’auscultation, la del título, aparece en griego y en francés una
cita de las Epidemias hipocrá- ticas22 : “Poder explorar es, en mi
opinión, una gran parte del arte”. Este libro, notable por muchas
razones, está montado sobre el uso

21
Varios miembros de su familia, antes y después de él, fueron médicos, entre ellos su padre y

1
su tío Guillermo, su mentor y a quien dedica la tesis de grado.
22
Los tratados hipocráticos llamados Epidemias reúnen casos, constituyendo algo así como lo que
hoy se llamarían historias clínicas.

19
sistemático de un nuevo instrumento de exploración clínica
“inventado” por su autor, que todavía hoy en día sigue siendo un
ícono de la medicina: el estetoscopio 23. Un largo prefacio de 38
páginas describe el método anatomoclínico, combinación sistemá-
tica de anatomía patológica y semiología, en la cual ocupa un
lugar privilegiado la auscultación debida al mismo Laennec,
pero inspirada en los textos hipocráticos24. Allí reafirma la idea ya
aludi- da, de origen hipocrático, sobre las ventajas para el alivio
del pa- ciente de los síntomas comunes a varias enfermedades,
o “de segundo orden”, frente a los “signos propios de la
enfermedad” (específica, particular) o “síntomas de primer
orden”, a pesar de que estos últimos son más fáciles de
describir. Pero lo que sí pre- senta, definitivamente, una gran
dificultad es la explicación del origen y desarrollo de la
enfermedad y sus variaciones en espe- cies: “Es mucho más fácil
–afirma- describir los tubérculos e indicar sus síntomas, que
definir la tisis pulmonar de los patologistas, y buscar establecer
divisiones de acuerdo con sus causas”. Rechaza la “fisiología”, en
el sentido de especulación sobre la patogenia25, y la búsqueda de
las causas26, al paso que reafirma su visión locali- zacionista y
claramente anatómica de la enfermedad:

23
Lo llama también, repetidamente, “el cilindro”. En efecto, su primera versión oficial, cuyo
representación gráfica aparece en De l’auscultation (Plancha 1), consiste en un cilindro de
madera con rebordes de cobre, de unos 30 cms. de longitud.
24
En la Introduction reconoce el origen hipocrático de la auscultación: “Algunos médicos han
ensayado, en estos casos, aplicar la oreja sobre la región precordial. Las palpitaciones del corazón,
apreciadas de esta forma a la vez por el sentido del oído y del tacto [palpación y percusión], se
hacen mucho más sensibles. (...) La primera idea ha podido ser tomada de un pasaje de
Hipócrates que yo tendré la ocasión de examinar en otra parte; ella es simple, además de que
debe ser muy antigua: sin embargo yo no sé que alguien haya extraído todas las consecuencias de
ella;...” (Laennec, R.T.H., 1819: 6). Laennec no alcanzó a cumplir la promesa de examinar la idea
hipocrática a que alude, pues murió 7 años después, a la edad de 45 años, sin presenciar el triunfo
de su aparato y de su obra. Lo que sí alcanzó a realizar fue una segunda edición de obra
totalmente renovada, “casi un libro nuevo”, ya enfermo de tuberculosis, en la que respondía a sus
detractores, en 1826. Véase Laín Entralgo, Pedro (1961).
25
La fisiología “moderna”, en tanto explicación fisico-química de las funciones empezaría su
camino en serio con los trabajos de Francois Magendie (1783-1855) y, especialmente, Claude
Bernard (1813-1878) y los fisiólogos alemanes (Ernst Brücke, Emile du Bois Reymond, Carl
Ludwig, Hermann Helmholtz, etc.).
26
Para la etiología habría que esperar a los trabajos de Louis Pasteur (1822-1895) y Robert Koch

1
(1843-1910).

19
“La alteración de los órganos es, sin comparación, lo más de fijo,
lo más positivo y lo menos variable en las enfermedades locales;
es de la naturaleza y de la extensión de estas alteraciones que
depende siempre el peligro o la curabilidad de las enfermedades:
es, en consecuencia, lo que las debe caracterizar o especificar. El
desarreglo de las funciones que acompaña estas alteraciones es, por el
contrario, extremadamente variable. (...) La anatomía patológica es la
antorcha más segura que puede guiar al médico ...” (Laennec,
R.T.H., 1819: XX-XXI).

En esta perspectiva de la “medicina práctica” (como era la de


Hipó- crates y como la identificaba en el título de su tesis de
grado), aclara Laennec, deben formarse los estudiantes, pues este
es “casi el único método” que permite fijar los conocimientos
que se van adquiriendo y avanzar en los nuevos. Se trata de
observar meticu- losamente sobre el paciente en vida,
registrando lo observado, y también sobre el cadáver. Vale la
pena citar en extenso al propio Laennec en su Prefacio a De
l’auscultation, en donde describe su trabajo como médico y
como maestro de medicina:

“Un extracto de observación realizada con cualquier objetivo prueba


poca cosa y merece poca confianza. Todas estas observaciones [las
que Laennec va a presentar en el cuerpo de su obra] han sido
recolectadas de la siguiente manera. Cuando un enfermo entra al
hospital, un alumno es encargado de recibir de él las
informaciones anamnésicas que el paciente puede dar sobre su
enfermedad y de seguir su proceso. Al examinar yo mismo al
paciente, dicto los síntomas principales que observo, y sobre todo
aquellos que pueden servir para establecer el diagnóstico o las
indicaciones curativas, y expreso mi juicio, dispuesto a reelaborarlo,
si es del caso, por observa- ciones subsiguientes. Este dictado, que
se hace en latín, por razones fáciles de entender, es recogido por el
alumno encargado del enfermo, y al mismo tiempo sobre un
cuaderno separado que yo llamo hoja de diagnóstico, y que otro
alumno está encargado especialmente de llevar, a fin de que me lo
pueda representar y releerlo si es necesario a cada visita. Cuando
se presenta algún signo nuevo y que pueda modificar el primer
diagnóstico, yo lo hago anotar igualmente. Si el enfermo muere, el
proceso verbal de la apertura [del cadáver] es recogido por

1
el alumno encargado de la observación. Yo releo este proceso verbal
en presencia de todos los que han asistido a la apertura, y si hay
necesidad de hacer alguna corrección [diagnóstica o de otra clase]
la hago sobre el terreno, después de haber pedido las opiniones.”
(Laennec, 1819: XXVIII-XXIX).

Laennec era exigente en la enseñanza clínica, pero era, a su


vez, exigente consigo mismo. Había leído, traducido y
aprendido directamente en los escritos hipocráticos los ideales
de una medicina amiga de la filosofía, aunque consciente de su
propio camino, el de la observación meticulosa y sometida al
control lógico de lo observado sobre el cuerpo del enfermo, “la
sensación del cuerpo”, como escribieron varios de los autores
hipocráticos. En esos escritos había aprendido a auscultar de
manera “inme- diata”. Él se encargaría de convertir la
auscultación en “mediata”, gracias al estetoscopio. Con toda
seguridad que habría aconsejado a sus discípulos la lectura de
esos viejos trabajos médicos de mas de dos mil años de
antigüedad.

En relación con la auscultación Laennec había encontrado en esos


trabajos dos orientaciones. Una de tipo general, relativa a la
estrecha correlación que la medicina clínica debe mantener entre
sentidos y razón, como ya se señaló en el apartado de Hipócrates,
y que habría de ser la clave de la clínica moderna, de la cual él fue
uno de los fundadores. La auscultación de Laennec, afirma
Eric Hamroui, expresa plenamente:

“La estrecha ligazón que une el momento de la significación con la


variedad de los momentos de la expresión sensible, [...] Ella hace
manifiesta la existencia de una correlación funcional de lo sensible y
de lo intelectual. De donde la ausencia de cualquier oposición
entra una materia en sí y una forma en sí” (Hamroui, 1993: 25).

Otra más específica, que se relaciona con la utilización efectiva de


la auscultación (inmediata) por parte de los médicos hipocráticos,
como se aprecia en el texto Enfermedades I de la colección hipocrá-
tica, en donde se afirma que si se ausculta de forma inmediata los
costados de un paciente con “hidropesía del pulmón” es
posible

1
percibir un ruido como de aceite hirviendo. En otro texto se habla
de ruidos como de cuero frotado, y así sucesivamente. En
concreto, Louis Bourgey ha establecido que:

“La ‘fluctuación hipocrática’ de la cual se trata en las Afecciones


internas (Col. Hipocr., VII, 226, texto utilizado por Laennec),
consiste en dar ligeras sacudidas al enfermo para precisar de qué
lado se encuentra el depósito purulento. Todos estos hechos
muestran la presencia de una observación muy atenta, que la
tradición médica posterior, en vez de desarrollar, fue a veces
incapaz de conservar, puesto que la práctica de la auscultación
quedó luego olvidada durante más de dos mil años” (Bourgey,
1971: 321).

Maurice Tubiana: un médico del siglo XX


que habla para el XXI

Para cerrar esta ilustración “práctica” de la relación benéfica entre


medicina e historia de la medicina –que podría integrarse en
los currículos médicos-, no está fuera de lugar hacer una
breves referencia a uno de los llamados “mandarines”27 de la
medicina francesa, Maurice Tubiana. Nacido en las segunda
décadas del siglo XX, cuenta en uno de sus últimas obras -
quizás la última, que cierra el ciclo de una vida vivida en la
medicina y por la medi- cina-, que “en el curso de mi carrera, yo
he sido, como muchos de mis colegas, un clínico, un maestro
[enseignant] y un investigador; incluso he hecho la experiencia
de la administración durante el período en que dirigí el
Instituto Gustave-Roussy de Villejuif” (Tubiana, 1995: 7).
Formado dentro de la tradición médica francesa,

27
Así son llamados las médicos de que han recorrido todas las instancias de la profesión, empezando
por el hospital y llegando a la dirección de la educación médica y las políticas de salud, siendo
reconocidos como una especie de “sabios” al estilo de la Antigüedad. Sobra decir que esta
dignidad, que la atribuye el juego social y político, suele ser también objeto de negociaciones,
manipulaciones, etc. y el término mismo (“mandarín”) indica su ubicación en las altas esferas del
poder (al lado del “emperador”). El autor de este texto ‘descubrió’ al Profesor Tubiana a través
de una serie de artículos sobre la situación de la investigación en cáncer, que comenzó a
publicarse en la edición internacional del periódico Le Monde (No. 1785, 29 janvier 1983),

1
cuando dirigía el Centro Anticanceroso de Villejuif.

1
que conecta con Laennec, y entrenado como médico hospitalario
especializado en los Estados Unidos por los años de la
Segunda Guerra Mundial, Tubiana ha ocupado todos los cargos
que usual- mente ocupan los “mandarines”, desde el internado
hospitalario hasta las más altas ‘dignidades’ académicas y
gubernamentales en los sistemas de salud y de educación de
Francia y de Europa. Especialista en oncología, ha dirigido a
nivel de Europa la dura lucha antitabaco desde su cargo de
Presidente del Comité de Expertos sobre el Cáncer de la Unión
Europea, que compromete los inmensos intereses de las
compañías productoras y distribui- doras, y ha sido el animador
de un grupo de carácter “oficioso” (no-oficial), llamado de los
“Cinco Sabios”, encargado de señalar derroteros en asuntos de
medicina y, sobre todo, “de reformar la política de salud
pública” (Tubiana, 1995: 8).

Además de una considerable cantidad de artículos y de


comunica- ciones oficiales, a congresos, etc., es autor de una de
las obras de divulgación seria más comprensivas sobre el
cáncer: La Lumiére dans l’ombre. Le Cancer hier et demain (Paris,
1991, Odile Jacob). Experto en radiología e isótopos radioactivos,
publicó Les Isotopes radioactives en médicine et en Biología (Paris,
1950, Masson et Cie.), Les Bases physiques de la radiothérapie (en
colaboración con J. Dutreix,
A. Dutreix y P. Jockey, Paris, 1963, Masson y Cie.),
Radiobiologie (en colaboración con A. Dutreix y A. Wambersie,
Paris, 1986) y Thérapeutique des cancers (Paris, 1986, Flammarion),
además de un ensayo esclarecedor y discutible, a la vez, bajo el
título de Le Réfus du réel (Paris, Lafont, 1977).

Tubiana -¿casualidad acaso?- escogió para prácticamente dar


conclusión a su vida médica, pasando ya los 80 años, el tema
de la historia de la medicina, que trata con idoneidad en más de
400 páginas, para luego abordar, casi el mismo número de
páginas, los logros de la medicina del siglo XX y los retos que se
proyectan hacia el siglo XXI, sin perder de vista el tipo de
sociedad y de cultura en que todo esto se desenvuelve. Para
Tubiana la relación entre historia y presente, que implica el
estudio de la historia de la medicina, responde a su desarrollo
profesional y a la necesidad de entender la actualidad desde su

1
génesis, convicción que lo acompañó desde su primera
juventud:

1
“Existen excelentes historias de la medicina. Me inspiro en ellas, pero
mi propósito es diferente: yo he querido trazar una reflexión sobre la
medicina contemporánea siguiendo las etapas del razonamiento
médico, y por tanto a partir de estudios históricos pero esquematizan-
do en él los hechos con el propósito de extraer el sentido. (...)
Tratar de desenredar esta madeja [la historia de la medicina, sobre
todo después del Renacimiento] es una tarea delicada. ¿Por qué he
tratado yo de engancharme en ella? Talvez en razón de la
evolución de mi carrera, que partiendo de la biofísica me condujo
a la investigación experimental y clínica y después, terminadas mis
funciones hospitalo- universitarias, a la prevención del cáncer, a la
lucha contra el tabaquis- mo y a la salud pública. [...] Si vuelvo
sobre este sueño adolescente [el propósito de escribir la historia del
surgimiento del espíritu científi- co], es porque en el fondo esta idea
nunca me ha abandonado: pienso que siempre es necesario
remontarse a las fuentes para comprender nuestra época.”
(Tubiana, 1995: 12, 26-28).

En la parte propiamente histórica reconstruye el recorrido que


de la medicina hipocrática (puesta bajo la tutela de Esculapio –
como su libro-, la versión latina del Asclepio griego, el dios de la
medi- cina) conduce hasta el siglo XXI, pasando por los
egipcios y los mesopotámicos, la medicina china, la edad
media y el período moderno hasta instalarse, en la página 439,
en lo actual y en lo prospectivo con tres capítulos que cierran el
libro, titulados: “Medi- cina y colectividad”, “De una medicina
de los cuidados a una política de la salud” y “Quo vadis?” [¿hacia
dónde nos dirigimos?].

En la Introducción reconoce a Hipócrates como la personificación


de una tendencia racionalista y naturalista –incluso matemática,
pitagórica-, que inicia la marcha de la medicina de tradición
occidental, que él llama científica, y en donde cree encontrar ya la
tensión esencial de la medicina actual y al parecer de la de
todos los tiempos, y hasta de todas las medicinas:

“Desde la misma Antigüedad se enfrentan dos concepciones: el


enfermo es responsable de su enfermedad (violación de un tabú
y/o no-respeto de las reglas de la higiene) o, por el contrario, es la
víctima inocente de un azar desafortunado. A partir de ese

1
instante, en el curso de la primera infancia, el hombre comprende
el sentido de su

2
destino, el rechazo de lo inevitable domina su vida psíquica, que
permanece escondida en lo más profundo del inconsciente. Sólo se
requiere una inquietud en relación con su salud para que esta
angustia vuelva a aparecer. Platón en el Gorgias hace decir a
Sócrates: ‘¿Existe para el hombre un bien más precioso que la
salud?’ La respuesta es evidentemente nó, lo que explica el lugar de
la medicina en todas las civilizaciones” (Tubiana, 1995: 10).

Ubica una “ruptura epistemológica” en la medicina a


mediados del siglo pasado, por los años de la Segunda Guerra
mundial, marcada por el paso del paradigma anatomoclínico a lo
que desde entonces se denomina la biomedicina. Esta ruptura se
debería a la introducción “triunfal del número en la clínica,
gracias a los méto- dos bioestadísticos y a la biología celular”
(Tubiana, 1995: 640), además de los ensayos clínicos y las
herramientas de la informá- tica. En el amplio pasaje en que
analiza esta ruptura despliega un conocimiento seguro de los
métodos numéricos y, en general, de la epidemiología, los
cambios en la terapéutica, la enseñanza médica y otros
aspectos. Ligado a este análisis insiste en el papel de las
ciencias sociales (llamadas “humanas” en la tradición fran- cesa)
atribuyéndoles un papel de primer orden en la comparación de
los “riesgos reales” (u objetivos) y los “riesgos sentidos” (o
subjetivos), en el momento de establecer y definir las políticas de
salud. Y hablando de los nuevos perfiles epidemiológicos, en los
cuales dominarán las llamadas enfermedades mentales y las
adicciones (tabaco, alcohol, drogas, etc.), que tienen “raíces socio-
psicológicas” que deben esclarecerse, establece en un claro
sentido de generalización:

“El médico de finales del siglo XX no puede dejar de lado [faire l’écono-
mie, ahorrarse] una alianza con las ciencias humanas y sociales. Éstas
le serán tan necesarias como lo fueron la anatomía a finales del
siglo XVIII, la biología en el siglo XIX, la biología molecular y la
epidemiolo- gía en el siglo XX. Desafortunadamente esta
convergencia de la medicina con las ciencias humanas, siendo
necesaria, no es suficiente, pues debe acompañarse de una voluntad
política. [...] La historia de la medicina enseña que la acción
pragmática precede a menudo a la comprensión” (Tubiana, 1995:
662-663).

2
Muchas ideas, precisiones y generalizaciones sustentadas, en
torno a la medicina de ayer y de hoy, así como de la presencia del
pasado en el presente y la importancia de la historia de la
medicina se encuentran en Los caminos de Esculapio. Haciendo
una síntesis forzada de algunas de esta ideas se pueden citar
las siguientes afirmaciones de Tubiana:

“En todas las épocas de mutación, a la crisis ligada al crecimiento


de los conocimientos corresponde una puesta en causa de las
estructuras y la necesidad de una reforma. Así ha sido, por ejemplo,
en Europa a comienzos del siglo XIX y la preeminencia de Francia
en medicina durante este período se debió a los cambios
permitidos por la Revo- lución y hechos durante el Consulado [la
época de Laennec]. Esta necesidad existe hoy en día en todos los
países industrializados; (...) El nacimiento de la medicina ha sido
clínico [Hipócrates], su período de gloria ha sido y aún es científico
[la época de conformación de las mentalidades médicas:
anatomoclínica, fisiopatológicas y etiopatoló- gica]; su futuro será
social y humano [subrayado de NMC]. Pero la medicina no
logrará los grandes cambios que necesita sino al precio de
permanecer fiel a lo que ha hecho su grandeza después de dos
siglos: el rigor metodológico, el espíritu crítico, el rechazo de los dog-
mas y las ideas preconcebidas, la consideración de los
desmentidos provenientes de la experimentación.(...) El médico
debe contribuir a ello, pero no podrá hacerlo si él mismo no ha
recibido una formación suficiente, si no ha aprendido la gran
lección de lógica inflexible, de respeto de los hechos y de los
hombres que se desprende de la historia de la medicina” (Tubiana,
M., 1995: 666, 692, 690).

A manera de conclusión

Es posible que para algunos esta secuencia de ejemplos históricos,


un tanto celebrativos por la calidad de sus protagonistas y por
el énfasis puesto en ellos, les renueve algunas ideas sobre el
papel profundo de la historia de la medicina en la formación de
profesio- nales médicos y en el quehacer y la renovación de la
misma prácti- ca de la medicina. De pronto para algunos es una
reiteración de una costura globalmente llamada “humanidades”.

2
Pero vale la pena

2
señalar que la medicina de hoy es una realidad demasiado
comprensiva y omnipresente, de la que se esperan muchas
cosas, hasta la eterna juventud y la derrota de la muerte. Como lo
planteó Michel Foucault, desde el siglo XIX esta medicina no
tiene, prácti- camente, exterioridad, está en todas partes y en
todos los momen- tos de la vida de los seres humanos, así parezca
alejarse el ideal de “salud para todos”, o precisamente por esto.
Lo cierto es que a la medicina todo le pertenece, todo le
compete: es el proceso que Foucault llamó de la “medicalización
indefinida” (Foucault, 1977). Así que, dentro del gran abanico
que todo lo abarca, que es la medicina actual, las posibilidades
de la historia de la medicina también parecen inagotables.

Más aún, es posible también una historia de la medicina desde


el punto de vista del paciente –condición a la que no escapa
ninguno de los seres humanos-, que iluminaría mucho el saber y
el quehacer de los médicos. Roy Porter, el gran historiador de la
medicina britá- nico fallecido hace dos años, afirma con obvia
razón que “no habría medicina si no existieran personas
enfermas”, y señala algo que recuerda Maurice Tubiana -en su
primera cita incluida más atrás-, esa oscura comprensión del
destino humano que la “inquietud” en torno a la salud traduce en
“angustia”, muchas veces en el ámbito de esa vida psíquica que se
esconde en el inconsciente. Dice Roy Porter:

“La enfermedad es antes que nada una experiencia individual, no


pertenece por completo a los doctores o al Estado, y por lo tanto
genera inquietudes, interpretaciones, significados y preguntas como:
¿por qué yo?, ¿qué puedo hacer?, ¿cómo afecta mi vida? Hay algo
intensamente subjetivo en cada enfermedad. Si entendemos como
los pacientes percibieron la medicina y la enfermedad en el pasado
podemos tener mayor simpatía y comprensión por el sufrimiento de
las personas que actualmente están enfermas. Así mismo, la
enfermedad y la muerte han sido dos de los mayores
determinantes de la experiencia humana. El arte, la literatura, la
moral, las relaciones sociales, las expectativas del futuro y la misma
religión han evolucio- nado a la luz de las experiencia de la
enfermedad y la muerte.”28

28
Cueto, Marcos. El pasado de la medicina: la historia y el oficio. Entrevista con Roy Porter,

2
2002. Material suministrado por el autor de la entrevista.

2
También esta perspectiva, además de las ya señaladas y
sugeridas, es de interés para la formación de los nuevos
médicos que se quieren preparar y que enfrentarán retos
inéditos debidos a los enormes y rápidos cambios en la
tecnología y el conocimiento médicos, en medio de la llamada
globalización, en donde el merca- do y sus beneficiarios
imponen sus leyes, también en el terreno del enfrentamiento de
la enfermedad, la promoción y conservación de la salud, y en la
misma práctica de la medicina. Colombia deberá inscribirse en
esos cambios o sufrirlos, según la vía que se adopte, y en ese país
trabajarán los nuevos médicos. Por ahora se trata de un país que
aún no ha resuelto los problemas fundamen- tales para generar
un desarrollo económico, social y humano, incluido el acceso a
unos mínimos niveles de salud para el conjunto de la población,
acorde con los logros de la ciencia y la tecnología, de la
biomedicina y la tecnomedicina. Para entender todo esto y
tratar de variar la situación en un sentido positivo, ahí a la
mano está la disciplina de la historia apoyada en las
metodologías y los esquemas interpretativos que brindan las
llamadas ciencias humanas y sociales.

2
BIBLIOGRAFÍA
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