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Lección 1 Concepto de Derecho Mercantil
Lección 1 Concepto de Derecho Mercantil
Prof. Dr. Javier Pagador López (revisado por el Prof. Dr. José Manuel Serrano Cañas)
Lección 1.......................................................................................................................... 1
I. EL CONCEPTO DE DERECHO MERCANTIL .................................................................................... 1
II. ESTUDIO HISTÓRICO DEL NACIMIENTO Y DESARROLLO DEL DERECHO MERCANTIL ................. 4
III. LA RECTIFICACIÓN METODOLÓGICA EN LA CONSTRUCCIÓN DEL CONCEPTO DE DERECHO
MERCANTIL......................................................................................................................................... 16
IV. EL TEMA DE LA AUTONOMÍA DEL DERECHO MERCANTIL ........................................................ 23
V. LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA Y EL DERECHO MERCANTIL ...................................................... 26
Como tarea inicial que debe ser abordada por quienes se adentran por primera vez
en el estudio y conocimiento del Derecho mercantil nos encontramos, como no podría ser
de otra forma, con la cuestión relativa al concepto de Derecho mercantil. En efecto, nos
encontramos ante una rama especial de nuestro ordenamiento jurídico que nace como
consecuencia de unas determinadas circunstancias históricas que dieron lugar a un
“divorcio”, un desgajamiento del tronco común: el Derecho civil. El devenir histórico no
sólo puso de manifiesto esa separación de la parte del Derecho que se ocupa de las
relaciones inter-privatos de los comerciantes, sino que lo acentuó y terminó por
consolidarlo. Pero, precisamente por tratarse de una rama especial que se encuentra
anudada a la concreta (y, por ende, cambiante) situación histórica se hace necesario, más
que en cualquier otra rama del ordenamiento jurídico, detenerse en exponer cuáles son
los fundamentos que ordenan y dan sentido al Derecho mercantil.
En efecto, la preocupación por el concepto de Derecho mercantil reviste un
marcado carácter instrumental o funcional en cuanto que da orden y sistema a esta
concreta rama del derecho; pero, al mismo tiempo el concepto de Derecho cumple
también una función delimitadora, en la medida en que suministra criterios normativos
que permiten calificar a una determinada materia de mercantil y, por ello, serle de
aplicación las normas que integran este sector del ordenamiento jurídico. Por último, el
concepto de Derecho mercantil ha de cumplir, a nuestro entender, una función de
compromiso constitucional, esto es, el Derecho mercantil moderno debe estar en absoluta
consonancia con los valores e índices normativos constitucionalizados. La Constitución
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tiene mucho que decir: no tiene la única palabra, pero sí una palabra decisiva que no
puede ser silenciada ni obviada.
En este sentido, antes de nada, vamos a ubicar sistemáticamente el Derecho
mercantil dentro de nuestro ordenamiento jurídico. Así, el Derecho mercantil lo situamos
como un Derecho privado y especial, por contraposición al Derecho privado general o
común. Caracterización que en sus aspectos básicos merita hacer las siguientes
precisiones:
[1] El Derecho mercantil como Derecho privado. Por una parte, en torno a la
bipartición -ya clásica y nunca del todo esclarecida- del Derecho objetivo en público y
privado, existe una communis opinio que entiende que el Derecho mercantil se adscribe
a este último sector, toda vez que sus normas regulan fundamentalmente lo relativo a los
particulares y a las relaciones de éstos entre sí o a aquellas relaciones en las que, pese a
intervenir entes públicos, lo hacen con el carácter de particulares.
Con todo, es preciso prevenir contra una visión excesivamente simplista de la
realidad jurídica: la bipartición del Derecho objetivo en público y privado no sólo carece
de un criterio distintivo neto, sino que además se ve privada de reflejo expreso en el plano
de las normas positivas y en las realidades reguladas. Es ésta, en rigor, una distinción que
sirve a una finalidad fundamentalmente didáctica y que se ve permanentemente eclipsada
por la unidad sustancial del Derecho objetivo y por la creciente complejidad de la vida
social. De ahí que la afirmación del carácter privado del Derecho mercantil haya de ser
aceptada y entendida con las oportunas matizaciones y reservas.
[2] El Derecho mercantil como Derecho privado especial. Por otra parte, el
Derecho mercantil suele caracterizarse, además, como Derecho privado especial, por
contraposición al Derecho privado común o general, que es el Derecho civil. Estamos
ante un Derecho especial cuando acota su propia materia y autolimita la aplicación de sus
normas a ciertas instituciones y relaciones jurídicas. Si recordamos, el Derecho especial
no representa ninguna excepción o contradicción respecto del Derecho común o general
(a diferencia de los que ocurre en el caso del llamado Derecho excepcional), sino
simplemente una adecuación o adaptación de los principios del Derecho común o general
a los específicos requerimientos de una parcela de la realidad. Como bien decía el profesor
GARRIGUES, un Derecho especial es aquel que viene reclamado por peculiares
exigencias vitales, porque sólo una diversidad de exigencias vitales puede justificar una
diversidad de ordenamientos jurídicos.
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En la práctica, esto supone que coexisten en nuestra legislación un Código de
comercio y un Código civil, de forma que numerosas instituciones jurídico-privadas (por
ejemplo, la compraventa) van a ser objeto de una doble regulación (civil y mercantil).
Esto plantea una cuestión de límites entre el Derecho común o general y el Derecho
especial: surgido un acto jurídico-privado cualquiera debemos, en primer lugar, saber qué
régimen resulta aplicable (¿el del Código civil, o el del Código de comercio?).
En rigor, semejante problema puede ser resuelto mediante las normas que los
Códigos de comercio, en cuanto códigos especiales, incorporan con la finalidad de
delimitar la materia especialmente regulada. En nuestro caso, esa norma se contiene en el
artículo 2 del Código de comercio. Los actos no incluidos en el artículo 2 quedan fuera
de la materia mercantil y, por tanto, son regulados, en principio, por las normas civiles.
Sin embargo, de hecho, procediendo en tal modo tan sólo nos hemos limitado a resolver
un problema técnico-jurídico; esto es, un problema de aplicación de normas. Queda sin
resolver el fundamental problema de la determinación y concreción de la materia propia
del Derecho mercantil, en cuanto ordenamiento especial. O, dicho de otro modo, esto sólo
vale para obtener un concepto meramente formal del Derecho mercantil: es Derecho
mercantil el que regula los hechos sometidos al Código de comercio y a las normas
especiales mercantiles. Pero poco o nada avanzamos respecto a la esencia conceptual del
Derecho mercantil; esto es, cuáles son las especiales exigencias vitales que lo reclaman
un Derecho especial para la materia mercantil. Si planteamos esta cuestión, podremos
hallar, entre otras, cuatro respuestas diversas. A saber:
1ª) El Derecho mercantil existe para satisfacer las peculiares exigencias de una
profesión, la de comerciante;
2ª) El Derecho mercantil nace para regir un tipo de actividades humanas
requeridas de regulación especial: los denominados actos de comercio;
3ª) Cabe pensar, además, que la existencia del Derecho mercantil, en cuanto
ordenamiento especial, viene reclamada por unos organismos operativos en la estructura
de la economía moderna: las empresas;
4ª) Por último, es posible entender que el Derecho mercantil viene requerido por
la actividad económica y el mundo de los negocios (GARRIGUES) o, como se sostiene
más recientemente, por el mercado, configurándose como la parte del Derecho privado
reguladora de las relaciones jurídicas que tienen lugar en el mercado (MENÉNDEZ;
OLIVENCIA).
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He aquí, en líneas generales y sin entrar en detalles, las respuestas que hasta ahora
ha aportado la doctrina -y, en cierto modo, el propio Derecho positivo- en torno al
concepto de Derecho mercantil. Ninguna de ellas, sin embargo, puede considerarse del
todo acertada, como habrá ocasión de comprobar.
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grupo de normas no diferenciado de las encargadas de regular otras actividades no
comerciales (BERCOVITZ).
Sabido esto, respecto del origen histórico del Derecho mercantil, tres son las
cuestiones que fundamentalmente se plantean y aquí interesan de un modo especial: el
cuándo, el dónde y, muy en particular, el porqué de su nacimiento. En rigor, la aparición
del Derecho mercantil como cuerpo orgánico y vertebrado de normas no se produce hasta
los siglos XII y XIII. El sentir unánime de la doctrina defiende así la inexistencia del
Derecho mercantil en Roma; circunstancia que, habida cuenta de la existencia de un
importante tráfico mercantil romano, puede causar extrañeza; de ahí la conveniencia de
que sea precisada. Veamos:
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2. La Edad Media: el nacimiento del Derecho mercantil
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una vuelta del campo/feudo a la ciudad las antiguas ciudades romanas. Entre los “desertores”
de los señoríos se hallaba, entre otros, los mercaderes ambulantes, que viajaban en caravanas
por razones de seguridad y se dedicaban a actividades de mediación y especulación. Nace
de este modo la civilización o cultura de las ciudades. De la mano de ésta se produce a partir
del siglo XI una intensa revitalización del comercio. Pero, sobre todo, en ese hábitat urbano
aparece por vez primera el burgués, caracterizado por una mentalidad radicalmente nueva,
en fuerte contraste con el hombre del medioevo. Todo ello propicia el nacimiento de un
intenso comercio interlocal, que se concentra en las ferias y lonjas, como consecuencia de
la consolidación de una cierta libertad de mercaderías. Es ésta, en suma, la que ha dado en
denominarse revolución comercial, precursora de la posterior revolución industrial.
(b) Segunda: La aparición de los gremios y cofradías de profesiones y oficios. Con
las ciudades surgidas en la Alta Edad Media, se formó un ámbito especializado de
producción manufacturera de mercancías. La producción de artículos agrarios quedó en el
campo al tiempo que la de mercancías manufacturadas pasaba a la ciudad. La producción de
artículos manufacturados continuaba realizándose en unidades de carácter familiar. Las
unidades de producción de artículos manufacturados estaban dirigidas por un cabeza de
familia e integradas por oficiales y aprendices. El cabeza de familia, maestro artesano, daba
cobijo y alimentación a estos oficiales y aprendices en su propia casa. Los diversos artesanos
estaban, a su vez, organizados en gremios o corporaciones. Entre ellos, ocupará un lugar
destacado el gremio de los comerciantes, dotado de unos estatutos propios de régimen
externo e interno en los que se establecen las normas que han de observar los comerciantes
en su actuación. Los gremios, en su carácter de asociaciones obligatorias, cumplían dos
funciones esenciales: de un lado, la reglamentación del trabajo hacia el interior; de otro, la
monopolización hacia el exterior. Los gremios funcionaban de este modo como auténticos
monopolios, tanto en relación con los mercados de suministros como con los de venta. Sin
embargo, carecían de carácter especulativo. No se producía para obtener un beneficio con el
que poder mantener un ciclo de producción estable. Su finalidad consistía esencialmente en
costear los gastos familiares y del taller.
[2] Causas de carácter o naturaleza jurídica.
Desde el prisma de la política jurídica, el Derecho mercantil nació porque el Derecho
común se hallaba a la sazón anquilosado; había devenido insuficiente para regular la realidad
cada vez más intensa del tráfico mercantil. Pero, junto a este anquilosamiento del Derecho
común, hay que aludir a su insuficiente flexibilidad. Cierto es que tanto los glosadores como
postglosadores habían intentado renovar el ius commune. No obstante, este esfuerzo no logró
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paliar las notorias insuficiencias del Derecho común para arrostrar la regulación jurídica del
floreciente y creciente tráfico comercial. De esta suerte, en la Baja Edad Media tuvieron que
ser los propios comerciantes quienes se encargaran de crear su propio Derecho, en un primer
momento de carácter no escrito, a fuerza de usos y costumbres, esto es, un Derecho
fundamentalmente consuetudinario. Junto a las normas del Derecho común y del Derecho
canónico, va a venir a sumarse así una tercera fuente normativa representada por el Derecho
particular de las ciudades y de las agrupaciones de comerciantes. Este nuevo ius presentaba
claras ventajas frente a los dos otros ordenamientos en lo que a la adaptación a las nuevas
circunstancias económicas y sociales se refiere.
Este nuevo Derecho empieza a tener una importancia considerable cuando en el
propio seno de las corporaciones surgen los denominados Tribunales Consulares, cuya
principal función terminó siendo la de juzgar litigios derivados del ejercicio de la actividad
comercial. Comienza a consolidarse así un corpus jurídico homogéneo que se presenta como
un Derecho especial frente al general o común constituido por el Derecho romano post-
justinianeo y el Derecho canónico. A partir de este momento puede ya hablarse de la
existencia de un Derecho mercantil que se manifiesta como un Derecho emanado
fundamentalmente de las corporaciones profesionales. Son, en efecto, los mercaderes los
que crean su propio Derecho y sus propias instituciones para satisfacer las exigencias que
planteaba su actividad profesional y que no encontraban soluciones adecuadas en el sistema
vigente.
El profesor MENÉNDEZ concreta resumidamente las características más relevantes
de este nuevo Derecho medieval en los siguientes datos. Se trataba de un Derecho
profesional (ius mercatorum), de origen consuetudinario (usus mercatorum), de producción
y aplicación autónoma, y dotado de una gran uniformidad internacional. De conformidad
con estas palabras y con las opiniones más difundidas en nuestra comunidad científica, cabe
cifrar los caracteres básicos con los que surge en la Edad Media este Derecho especial en
los siguientes:
a) En primer lugar, se trata de un Derecho de base eminentemente subjetiva, esto es,
de un ius mercatorum; y ello no sólo porque regula la actividad de los mercaderes, sino
también -y fundamentalmente- porque es un Derecho creado por los propios mercaderes,
que nace en un principio de la costumbre mercantil y posteriormente de los estatutos de las
corporaciones mercantiles y de la jurisprudencia de la curia de los comerciantes. Surge, por
consiguiente, como un Derecho corporativo o clasista. No obstante, la importancia de este
elemento subjetivo ha de ser relativizada: el Derecho mercantil es en su origen un Derecho
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propio de una clase, pero que sólo se aplica para regular las actividades comerciales de esa
clase. En otras palabras: es un Derecho de los mercaderes (ius mercatorum) pero que no
pretende regular todas las relaciones que surjan entre ellos, sino sólo las que se refieren al
ejercicio de las actividades mercantiles (ratione mercaturae).
b) Es, en segundo lugar, un Derecho privado y especial, desgajado del Derecho
común, que acota la materia regulada por razón de las personas -ius mercatorum- y de la
actividad -ratione mercaturae- a las que se aplica. La fuerza social que lo respalda (fuente
material) está constituida por las organizaciones profesionales de comerciantes. Los gremios
y corporaciones, que ejercen una decisiva influencia sobre la vida de las ciudades, son
quienes a través de sus órganos aplican e interpretan sus propias costumbres. Aparece así
una jurisdicción especial para el comercio a la que corresponderá resolver litigios y
conflictos entre mercaderes.
c) En tercer lugar, es un Derecho fundamentalmente consuetudinario, nacido de la
costumbre mercantil, aplicado por los propios comerciantes a través de sus tribunales
(compuestos por jueces y comerciantes). El Derecho mercantil nace, así, como emanación
espontánea de la autonomía de las corporaciones y gremios, manifestándose en los usos
practicados por sus miembros.
d) Finalmente, en cuarto lugar, es un Derecho que nace con carácter local, vinculado
a determinadas plazas o ciudades, aun cuando muestra desde sus orígenes una clara
tendencia a la internacionalidad y a la uniformidad. Esta tendencia a la universalidad del
Derecho mercantil, que pervive hasta nuestros días, responde a concretas exigencias de la
actividad comercial, como fenómeno global que plantea la conveniencia de evitar conflictos
de normas.
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fecha habían protagonizado las ciudades italianas va a ceder ante el nuevo ritmo marcado
por Estados como Inglaterra, Francia, Holanda y España. Este fenómeno, de pérdida de
importancia de las ciudades, va a propiciar además un lógico cambio en la organización
jurídica existente. Nos referimos, en particular, a la denominada nacionalización del
Derecho mercantil: El Derecho mercantil dejó de ser el Derecho de los comerciantes de las
ciudades para convertirse en el Derecho de los comerciantes de los diversos Estados. Pero,
sin duda alguna, la transformación más importante a que se vio sujeto el Derecho mercantil
no se limitó a esa ampliación de su ámbito de aplicación. Esta ampliación cuantitativa
acarreó una importante transformación cualitativa: El primitivo carácter del Derecho
mercantil como Derecho esencialmente consuetudinario emanado de los propios círculos
interesados va a perderse en buena medida. El Derecho mercantil pasa a ser un Derecho
legislado emanado de los poderes estatales: el Derecho mercantil deja de ser un Derecho
de clase para convertirse en un Derecho del Estado.
Ahora bien, pese a la nacionalización (legalización) del Derecho mercantil, su
contenido continuó siendo esencialmente el mismo. Se trataba ahora, igual que antes, de un
Derecho dirigido a satisfacer las necesidades de la actividad económica organizada
profesionalmente. El ejemplo más palpable de todo cuanto venimos diciendo viene
representado por la elaboración en Francia de una Ordenanza de Comercio Terrestre de
carácter globalizador: la Ordenanza del ministro de Hacienda de Luis XIV, COLBERT,
promulgada en 1673.
En nuestro país el camino hacia esta nueva concepción del Derecho mercantil viene
representado por la recopilación de las distintas normas vigentes en algunos centros de
contratación destacados en cuerpos sistemáticos sancionados por la autoridad real: las
denominadas Ordenanzas Consulares, como las de Burgos de 1538, las de Sevilla de 1556
o las Ordenanzas de Bilbao de 1737. Entre estos diversos cuerpos legales, merece llamar la
atención sobre las citadas Ordenanzas de Bilbao de 1737, sancionadas por Felipe V. El
prestigio de las Ordenanzas de Bilbao, debido probablemente a su perfección técnica,
provocó ciertamente la aplicación de sus normas casi a todo el comercio terrestre y marítimo
nacional. Es más, puede decirse que, en nuestro país hasta la elaboración del Código de
comercio de 1829, las Ordenanzas de Bilbao recibieron aplicación casi con carácter general.
Las notas que caracterizan al Derecho mercantil en la Edad Moderna pueden
sintetizarse, siguiendo al profesor OLIVENCIA, en las siguientes:
a) La primera fuente formal de producción del Derecho mercantil pasa a ser la ley.
La costumbre, sin perder su carácter de fuente que la ley le reconoce, queda en un segundo
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plano. Se pasa de un Derecho fundamentalmente consuetudinario, emanado del ámbito de
los propios comerciantes, a un Derecho legislado por un poder externo y superior a las
organizaciones profesionales.
b) La potestad de dictar leyes radica en el Estado, esto es, en el poder soberano; razón
por la cual el Derecho mercantil se convierte en un Derecho escrito y estatal.
c) El criterio de delimitación de la materia mercantil continúa siendo,
esencialmente, subjetivo. Ahora bien, se inicia un proceso de expansión de la aplicación del
Derecho mercantil a otros sujetos no comerciantes y a actividades económicas distintas del
comercio. El viejo ius mercatorum se va, por tanto, objetivizando y se extiende a actos
realizados por no comerciantes que utilizan ocasionalmente instituciones propias del
comercio.
d) La nota de la internacionalidad del Derecho mercantil cede ante un progresivo
nacionalismo, que afirma el poder del Estado en su ámbito territorial de soberanía.
4.1. Preliminar
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En realidad, con el triunfo de la revolución francesa era razonable esperar la caída
de un Derecho mercantil concebido como ordenamiento especial, montado sobre el
privilegio. Sin embargo, sucedió justamente lo contrario, porque el Derecho mercantil no
sólo no desapareció con la Revolución, sino que, antes bien, se consolidó y se afirmó
definitivamente. A partir de ese momento, en efecto, el Derecho mercantil se separa
plenamente del Derecho civil y consigue una plena autonomía político-legislativa. Sucedió,
en realidad, que el Derecho mercantil, haciendo gala de su formidable capacidad de
adaptación a la realidad social, persigue -aunque sin llegar a conseguirlo- estructurarse sobre
la base de un sistema jurídico distinto: trata de dejar de ser un ius mercatorum para pasar a
tratar de configurarse como un ordenamiento de base objetiva, sustentado sobre la materia
objetiva de las actividades y operaciones realizadas por los comerciantes (actos de
comercio). Desde este instante, la condición de comerciante se adquirirá como consecuencia
del ejercicio efectivo del comercio, y no por concesión real ni por la inscripción en la
matrícula de alguna corporación.
Es ésta también la época en la que los Códigos sustituyen a la mera recopilación de
disposiciones y a la dispersión normativa. La concepción racionalista del Derecho imperante
en la época promueve e impulsa, ciertamente, la integración de las normas en grandes
cuerpos legales, inspirados por principios rectores, sistematizados en su contenido y dotados
de cierta unidad orgánica.
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históricas. Huella de la influencia francesa la encontramos en la pretendida objetivación del
sistema, en virtud de la cual el Derecho mercantil dejaba de ser un Derecho de los
comerciantes para convertirse en un Derecho de los actos de comercio. A cualquier persona
se aplicará el Derecho civil o mercantil según realice actos civiles o mercantiles. Pese a todo,
sin embargo, no faltan a lo largo de su articulado reminiscencias de una concepción subjetiva
del Derecho mercantil. Este Código de comercio se basa, por tanto, en los conceptos de acto
de comercio y comerciante. Pero ocurre que ambos conceptos están mal conectados porque,
por una parte, se dice que es comerciante quien realiza actos de comercio y, sin embargo,
resulta que muchos de los actos de comercio recogidos en el Código reciben esta
consideración precisamente a consecuencia de la participación en ellos de uno o dos
comerciantes. Razón por la cual resulta imposible adscribir tajantemente este Código al
sistema objetivo o al subjetivo.
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objetivo basados en el acto objetivo de comercio. Así, en la propia Exposición de Motivos
del Código de comercio 1885 se anuncia la nueva consideración del Derecho mercantil
(“bajo una faz completamente nueva”).
En realidad, no debemos confiar demasiado en este alarde revolucionario, pues del
articulado de ambos Códigos se pone de manifiesto, empero, que el criterio delimitador de
la mercantilidad presente en ellos es el mismo. De modo que ni el Código de comercio 1829
es tan subjetivo ni el Código de comercio 1885 tan objetivo.
El carácter objetivo de este último suele fundarse en lo dispuesto en su artículo 2.
Señala este precepto, en efecto, que los actos de comercio, sean o no comerciantes los que
los ejecuten, y estén o no especificados en este Código, se regirán por las disposiciones
contenidas en él; en su defecto, por los usos del comercio observados generalmente en cada
plaza; y a falta de ambas reglas, por las del Derecho común. Y añade en su apdo. 2º: (s)erán
reputados actos de comercio los comprendidos en este Código y cualesquiera otros de
naturaleza análoga.
Respecto al primero de los planos contemplados en el artículo 2 Código de comercio,
el de la materia regulada por el Derecho mercantil (que es el que aquí interesa), ésta viene
constituida -según el Código- por los ya conocidos como “actos de comercio”. Dos aspectos
conviene destacar al respecto:
(a) Por una parte, de forma literal el legislador afirma que el Código será aplicado a
los actos de comercio con independencia de que sean o no comerciantes quienes los
ejecuten. En esta expresión puede observarse la recepción y consagración legal de un
principio de carácter objetivo, el de la indiferencia del autor. Este importante dato normativo
conduce a la afirmación de que el Derecho mercantil está llamado a regular tanto los actos
de comercio realizados por comerciantes de forma profesional, esto es, de forma masiva (los
llamados actos de comercio orgánicos o profesionales), como los actos de comercio
esporádicos, ocasionales o aislados, realizados entre no comerciantes o entre comerciantes
y no comerciantes. Aparece así un Derecho mercantil bifronte (Garrigues).
Sin embargo, este principio antiprofesional y anticorporativo va a ser objeto de
flagrantes traiciones. Así ocurre cuando es la presencia y participación, sin más, de un
comerciante el dato normativo que cualifica un acto u operación como de comercio y
determina, por ende, su sometimiento a las normas del Derecho mercantil.
(b) Por otra parte, en el primer inciso del artículo 2.1 Código de comercio el
legislador añade que el Código resulta aplicable a los actos de comercio con independencia
de que estén o no especificados en este Código. Este inciso debe ser puesto en relación con
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la llamada regla de la mercantilidad por analogía, contenida en el artículo 2.2 Código de
comercio, a la posteriormente tendremos ocasión de referirnos. El problema más importante
estriba en que el Código no lleva a cabo un concepto/definición de acto de comercio, ni los
enumera.
Pese a que no contamos con un concepto general (rectius, normativo) de acto
objetivo de comercio, no excusa al intérprete de inducir (o, cuando menos, intentarlo) un
concepto positivo de acto de comercio a partir de las disposiciones contenidas en el Código.
La observación de la totalidad del articulado del Código de comercio muestra que éste
contempla como actos de comercio dos categorías perfectamente diferenciables:
A) Actos de comercio sustancialmente mercantiles, esto es, actos de comercio que
lo son por razón de su propia naturaleza sustantiva: p. ej. la letra de cambio. Son éstos los
actos regulados exclusivamente por el Código de comercio.
B) Existe un grupo de actos de comercio por adherencias socioeconómicas de
diversos tipos, esto es, actos que pueden ser tanto civiles como mercantiles (vgr.
compraventa, préstamo, depósito, etc.). No nos encontramos ahora ante actos considerados
tradicionalmente como mercantiles, sino ante actos que, por tener una doble existencia legal
(civil y mercantil), plantean con mayor fuerza el problema de su calificación civil o mercantil
(¿por qué una compraventa es civil y no mercantil, o a la inversa?) y, por consiguiente,
parecen más aptos que los anteriores para dejar entrever la esencia última del acto mercantil,
en la que hemos de suponer inspirada la separación legal y, por ende, la esencia de la
mercantilidad.
En conclusión, hay que renunciar a un concepto unitario y general de acto objetivo
de comercio en nuestro Código de comercio. En él hay actos objetivos y actos subjetivos.
Hay actos objetivos que lo son de comercio por el sólo hecho de hallarse comprendidos en
el Código (conforme a su artículo 2); pero ninguno de ellos es apto para mostrar el arcano
de la esencia última de la mercantilidad, porque pueden ser utilizados con finalidad
mediadora o no, con carácter aislado o en masa, y con propósito de lucro o de liberalidad
(así, cfr. la norma contenida en el art. 314 Código de comercio). Otra clase de actos requieren
de la participación de un comerciante para ser considerados mercantiles, de modo que nada
dicen acerca de la esencia objetiva del acto de comercio.
El recurso a la analogía se muestra como una fórmula hábil, pero su aplicación
práctica no resulta fácil, a falta de un concepto general unitario de acto objetivo de comercio.
Si no se sabe con certeza qué sea un acto objetivo de comercio, la aplicación de la regla de
la analogía puede devenir caprichosa e infructuosa y no exenta de contradicciones
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Tras lo dicho no puede sorprender que el Código 1885 haya sido objeto de fuerte
crítica. Su contenido refleja una combinación de criterios objetivos y subjetivos, lo que, en
verdad, no constituye ninguna novedad en la medida en que en la práctica no ha habido en
ningún Derecho ni en ninguna época un sistema puro objetivo o subjetivo, sino que, por el
contrario, todos los sistemas de calificación de actos mercantiles han sido siempre mixtos.
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1. La doctrina de los actos realizados en masa (Heck)
En el año 1902 Philip HECK publicó un estudio en el que se preguntaba acerca del
porqué de la existencia de un Derecho privado mercantil diferenciado del Derecho civil
[Weshalb bestent ein von dem bürgerlichen Recht gesondertes Handelsprivatrecht, 92, ACP
1902, pp. 438 y ss.]. A los efectos de dar respuesta a tal cuestión, estimó HECK que debía
procederse con un método empírico de atenta observación de la realidad, intentando extraer
el rasgo esencial que, desde el punto de vista del ordenamiento jurídico, posee el ejercicio
de una actividad económica.
En este orden de ideas, HECK distinguió entre actos realizados en forma aislada y
actos realizados en masa. La actividad de un campesino y la de un comerciante -se
ejemplificaba- no se distinguen por su contenido, pues tanto el campesino como el
comerciante compran y venden; por el contrario, la diferencia estriba en la frecuencia con
que se realizan dichas actividades: mientras el campesino compra y vende ocasionalmente,
el comerciante vive de comprar y vender, de forma que hace de ello su profesión. A la vista
de tales consideraciones, afirmó el profesor de Tübingen que el rasgo esencial de la actividad
económica venía constituido por la presencia de esos actos realizados de un modo repetitivo
y constante. Y, justamente, esa actividad -se decía- es la que debería ser el objeto de atención
por parte del Derecho mercantil. El Derecho mercantil pasó a configurarse así, en la
concepción de HECK, como aquella parcela del ordenamiento jurídico privado destinada a
regular los actos realizados en masa.
La tesis de HECK se presenta así como una original superación de la teoría
puramente objetiva del Derecho mercantil. En efecto, al indicar que el objeto del Derecho
mercantil no viene constituido por el acto aislado de comercio, sino por actos de comercio
realizados en masa, este autor pone el acento en la actividad profesional realizada por el
comerciante, y no en el resultado de esa actividad, esto es, en el acto concreto de comercio.
Esta concepción acerca de la esencia conceptual del Derecho mercantil tuvo buena
acogida en la doctrina. En el Derecho extranjero autores tales como LOCHER o GORDON
la asumieron y desarrollaron con éxito, si bien desde puntos de vista muy distintos. En el
Derecho español la tesis mereció la adhesión de autores como GARRIGUES, BROSETA,
GIRÓN o LANGLE.
Con todo, es fácil apreciar en la doctrina de los actos en masa algunos puntos
susceptibles de crítica:
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[1] En primer término, puede señalarse que en el Derecho mercantil existen
instituciones que no suponen necesariamente una realización repetitiva y constante.
[2] En segundo lugar, debe advertirse que la realización de actos en masa no es
exclusiva del Derecho mercantil.
Cabría así afirmar, en definitiva, que la teoría de los actos en masa, aun cuando captó
acertadamente la realidad económica en la que se desenvuelve la empresa, no incidió en
otros aspectos sumamente importantes para la comprensión del Derecho mercantil, como es
el aspecto organizativo de la empresa, que permite la realización no sólo de actos en masa
sino también de actos aislados (GARRIGUES).
2. La doctrina de la empresa
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A partir de los estudios realizados por las doctrinas económicas, WIELAND ve en
la empresa ese elemento aglutinante del Derecho mercantil. La empresa se conceptúa como
un empleo de los factores económicos -capital y trabajo- para la obtención de una ganancia
incierta. Tales factores son combinados por el empresario en aras de la obtención de una
ganancia incierta (comúnmente denominado riesgo). En suma, allí donde existan estos
elementos nos encontraremos con el Derecho mercantil.
Las tesis de WIELAND tuvieron una amplia acogida en la doctrina alemana, que
pasó pronto a centrar su atención en el titular de la empresa, esto es, en el empresario como
protagonista del tráfico. Se propicia así la elaboración de una nueva base para el Derecho
mercantil, que se convertirá en el Derecho de las empresas, con sustitución de los conceptos
de comercio y de comerciante por los de empresa y empresario.
Pero, sin duda, el mérito de la defensa, desarrollo y difusión de la denominada teoría
de la empresa ha de imputarse destacadamente al insigne jurista italiano Lorenzo MOSSA.
En efecto, al poco de publicarse el Handelsrecht de WIELAND (en donde este autor
desarrollaba ampliamente su doctrina de la empresa) podía leerse en la Rivista di Diritto
Commerciale una elogiosa recensión de esta obra, firmada por Lorenzo MOSSA. Este hecho
hacía presagiar que las ideas de WIELAND iban a encontrar en Lorenzo MOSSA un
acérrimo defensor. Y así ocurrió, como lo demuestran sus estudios posteriores en los que
prestó una atención preferente a la doctrina de la empresa. En ellos MOSSA se inclina
decididamente por el llamado método de la observación de la realidad económica. Desde
esta óptica, advierte la naturaleza sustancialmente profesional que tiene el Derecho
mercantil. Éste ha sido siempre el Derecho de la economía organizada, de los núcleos y
organizaciones económicas; y como quiera que en el tiempo presente estas organizaciones
son las empresas, el Derecho mercantil es el Derecho de las empresas, entendidas como
entidades económicas que por su actividad se proyectan en el campo jurídico llegando a
plantear unas exigencias que obligan al Derecho mercantil a reconocerles una entidad propia
separada de la de su titular.
Así conceptuado, el Derecho mercantil debe abarcar toda la vida de las empresas:
su nacimiento, organización, protección, relaciones con terceros y extinción. No deben ser
objeto del Derecho mercantil, en cambio, los actos aislados de comercio, toda vez que no
son el resultado de una actividad profesional ejercitada en forma de empresa. Tan sólo habría
que excepcionar de lo anterior la regulación de los títulos de crédito que continuarían siendo
objeto del Derecho mercantil por exigencias de una tradición secular y por su difícil
encuadramiento en cualquier otra parcela del ordenamiento jurídico.
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A modo de conclusión, cabría decir que, merced fundamentalmente a los esfuerzos
de WIELAND y MOSSA, el Derecho mercantil pasa de ser un Derecho del comercio a ser
un Derecho de la Empresa, sucediendo al comerciante el empresario.
La doctrina de la empresa ha tenido -y sigue teniendo- importantes repercusiones en
la doctrina española.
A modo de epílogo conclusivo, cabría señalar, pues, que la materia mercantil está
formada básicamente por dos grandes áreas: el empresario (sus clases y estatuto) y la
actividad externa de la empresa (sus elementos personales e instrumentales, las
obligaciones y los contratos mercantiles). Junto a este núcleo esencial pertenecen a la
materia mercantil actos aislados de comercio e instituciones que, nacidas en el seno del
tráfico mercantil y preferentemente utilizadas por los empresarios, se han generalizado a
otros ámbitos de la actividad económica. Con las excepciones y limitaciones indicadas, el
Derecho mercantil se nos presenta, en definitiva, como un Derecho ordenador de algunos
aspectos de la actividad empresarial relativos al estatuto del empresario (capacidad y
prohibiciones, contabilidad y Registro mercantil), ciertas peculiaridades en el régimen de los
colaboradores, la disciplina jurídica de la actividad empresarial en el mercado (competencia
y propiedad industrial), las sociedades mercantiles, los instrumentos jurídicos de la actividad
externa empresarial (títulos valores y contratos mercantiles) y la crisis económica del
empresario (quiebra y suspensión de pagos).
20
de ésta y de su actuación externa- se pasa al Derecho mercantil como ordenamiento del
mercado.
Conforme a este modo de ver las cosas, es el mercado, en cuanto lugar ideal de
encuentro de la oferta y la demanda, el criterio sistemático más adecuado para la completa
ordenación de la materia mercantil. Es más, tras la promulgación de nuestra vigente
Constitución de 1978, estas corrientes han encontrado un sólido apoyo en la disposición
contenida en el art. 38 de dicho cuerpo legal (el principio de libertad de empresa en el marco
de la economía de mercado). La construcción del sistema del Derecho mercantil alrededor
del eje del mercado permitiría, según esta tendencia doctrinal, incluir en su seno el estudio
de la actuación económica pública directa a través de instituciones jurídico-privadas así
como el Derecho de los consumidores y usuarios y, a la postre, otorgaría el puesto y lugar
que corresponde al Derecho de la competencia. En este contexto destaca, muy
particularmente, la protección o defensa de los consumidores y usuarios, lo que, a la postre,
implica que el empresario -tanto el privado como el público- deja de ser el único
protagonista, dándose entrada al Estado y a los consumidores en materias tan relevantes
como, por ejemplo, la responsabilidad del empresario, su actividad negocial, la publicidad
comercial o la competencia empresarial.
Se contemplan así la empresa y el mercado como los ejes del nuevo sistema, lo que
permite atender la ordenación de distintos y contrapuestos intereses que se presentan en el
mercado. De este modo, el empresario no es ya el protagonista absoluto y único, porque a
su lado aparecen otros protagonistas activos, entre los que destacan los consumidores,
quedando todos ellos regulados en el marco de este nuevo Derecho mercantil transformado
en el ordenamiento del mercado.
Con todo, el elemento central o de cohesión de este Derecho mercantil entendido
como ordenamiento del mercado se ubicaría en el Derecho de la competencia, cuya amplia
y plural problemática (Derecho de la propiedad industrial, de la deslealtad concurrencial y
de las prácticas contrarias a la libre competencia -o Derecho antitrust-) debería encuadrarse
en una concepción unitaria de todo el Derecho de la competencia. La misión del Derecho de
la competencia globalmente entendido residiría en controlar el poder del mercado frente a
las naturales aspiraciones del empresario a conquistar posiciones hegemónicas y
dominantes. En este sentido, el Derecho de la competencia permitiría superar como ningún
otro la tradicional división entre Derecho público y Derecho privado, constituyendo el lugar
de encuentro y comunión de los diversos valores, intereses y grupos de normas intervinientes
en el mercado. El Derecho mercantil deja así de ser un ordenamiento privado para
21
salvaguarda de los derechos subjetivos de los empresarios para pasar a primar la idea de
la protección institucional, inspirada en los principios rectores de la política económica y
social o, si se prefiere, de la necesidad de tutelar la institución misma del mercado y de la
competencia, desde la perspectiva de su función social (MENÉNDEZ).
Llegados a este punto, la cuestión que se plantea es si puede realmente aceptarse la
tesis que identifica el Derecho mercantil con el Derecho del mercado. En este sentido, no se
puede desconocer que la actividad empresarial, como actividad de organización de los
factores de la producción de cara al mercado, sigue siendo el elemento nuclear de la vida
económica. Lo que ocurre, más bien, es que tanto en la estructura u organización de la
titularidad de la empresa como en la actividad de ésta en el mercado se toman en cuenta
otros intereses, de tal forma que, junto a los privados del empresario, entrarán en juego otros,
tanto públicos (defensa del mercado mismo) como privados (protección de los
consumidores). A su vez, se ha objetado a esta concesión el hecho de que la alusión al
mercado lleva siempre consigo connotaciones iuspublicistas que deben mantenerse alejadas
de la noción de Derecho mercantil (sin perjuicio de reconocer el proceso de desprivatización
de nuestro Derecho privado). Es innegable, en efecto, que en el mercado confluyen normas
de variada naturaleza (administrativas, fiscales, laborales, etc.), algunas de las cuales
difícilmente pueden agruparse en torno al Derecho mercantil.
Sin embargo, a día de hoy no es dudoso reconocer la utilidad de la noción de mercado
como criterio auxiliar (no medular o básico) para la ordenación y sistematización del
Derecho mercantil del presente histórico. El mercado no es una categoría suficiente para
reemplazar enteramente a la empresa en la ordenación de la materia mercantil (que sigue
siendo el elemento nuclear del sistema jurídico-mercantil y no un simple operador más del
mercado), pero es un elemento básico para conceptuar a esta disciplina.
El resultado es que, aun cuando -con las matizaciones apuntadas- se centre el núcleo
conceptual del Derecho mercantil en la noción de empresa y empresario, se hace necesario
acudir a los conceptos de mercado y competencia para ayudar a ordenar y sistematizar los
contenidos de esta disciplina jurídica. En otras palabras: este segundo planteamiento, atento
a las exigencias de la Constitución económica pero apegado aún a la noción de empresa
como elemento central del sistema jurídico-mercantil, no deja de ver en la empresa/y o el
empresario el criterio sistematizador del Derecho mercantil del presente histórico, pero
sometido a significativas matizaciones. Y esto por cuanto que la noción de empresa no puede
ignorar su dimensión concurrencial en el mercado, toda vez que la competencia empresarial
determina, de un lado, la configuración dominical de la empresa (propiedad industrial) y,
22
de otro, orienta y condiciona la organización de su actividad económica con vistas a la
economicidad o productividad y su propia subsistencia en el mercado competitivo.
1. Introducción
23
En el análisis sucinto del proceso de surgimiento del Derecho mercantil en cuanto
sector del ordenamiento, se ha tenido ya ocasión de poner de manifiesto que esta rama del
ordenamiento jurídico constituye una categoría histórica. Ahora bien, cierto es que su origen
es fruto de la necesidad histórica; pero eso no significa que su existencia actual, y su
configuración como Derecho especial, exija unas especiales características. Piénsese, por
ejemplo lo que ocurre en los sistemas de common law, en los que la dualidad de
ordenamientos privados -civil y mercantil- o no ha llegado a conocerse o desapareció hace
siglos. Por tanto, ni ha existido siempre y en todos los lugares, ni donde existe ha de seguir
haciéndolo por fuerza, ni, sobre todo, presenta las mismas notas caracterizadoras.
En consecuencia, el problema de la autonomía del Derecho mercantil no puede
plantearse de modo abstracto, absoluto. Es más, la palabra autonomía no puede equivaler en
modo alguno a independencia. Es incuestionable que el Derecho mercantil, desgajado del
tronco del Derecho común o civil, sigue siendo tributario y dependiente de éste, de sus
categorías generales y de sus soluciones en aquellos casos en que el Derecho mercantil no
cuenta con soluciones para los problemas que se plantean (o sea, en caso de lagunas, en el
que se aplica supletoriamente el Derecho civil o común: art. 2 del Cco; aunque resulta, sin
más, del art. 4.3 Cc), o, simplemente, considera aceptables las soluciones del Derecho común
y, por tanto, considera innecesario promulgar normas especiales de carácter mercantil
(efectuando, por ello, un llamamiento integrador al Derecho civil o común: art. 50 del Cco).
24
Así ha sucedido ya en los ordenamientos suizo e italiano, y sucede de modo paulatino en el
ordenamiento español (por ejemplo, contratos de seguro, transporte, contratos de consumo,
medios de pago, condiciones generales y cláusulas abusivas, últimamente, como se sabe, Derecho
concursal, etc.)
La verdad es, sin embargo, que incluso en estos casos, dentro de los sistemas así
unificados (en mayor o menor medida) subsiste una materia mercantil que se rige por
normas particulares. Se plantea, por ello, el problema de si, aun perdida la autonomía
legislativa, puede admitirse que sigue existiendo una materia específica que permita
fundamentar la subsistencia del Derecho mercantil en cuanto Derecho especial dentro de
sistemas de Derecho patrimonial privado formalmente unificados.
Puntualizaciones preliminares:
1º.- Conviene notar, en primer lugar, que el Derecho mercantil no regía tan sólo lo relativo
a las obligaciones y contratos, en los sistemas ahora unificados, sino que además incluía el
estatuto jurídico especial de una clase de personas (comerciantes, empresarios mercantiles,
...) y que, con más o menos matices, este último subsiste en los sistemas unificados;
2º.- y, en segundo lugar, que, incluso, hay cierto tipo de contratos que, por definición,
requieren la presencia de un contratante por así decir profesional (así, contratos de leasing
o arrendamiento financiero, contratos bancarios, de seguro, o incluso la propia utilización
de condiciones generales de la contratación, que constituye un fenómeno específicamente
empresarial), circunstancias, éstas, que, como se acaba de advertir, podrían conducir a la
conclusión de que dentro de los sistemas unificados subsiste una materia mercantil regida
por normas particulares.
Conclusión:
25
No obstante, en el caso español los apdos. 6º y 8º del art. 149.1 de la CE y su
relevancia en cuanto a la distribución de competencia legislativa entre el Estado y las
Comunidades Autónomas inducen a pensar que por el momento va a subsistir la dualidad
legislativa, y, por ende, la autonomía normativa del Derecho mercantil, por mucho que
evolucione y se transforme la materia regulada.
En nuestros días, los fundamentos normativos que han de informar y orientar todo
intento de sistematización del Derecho mercantil vienen establecidos en la Constitución
española de 1978 y, más precisamente, en el sistema económico constitucional. Es ésta una
cuestión sobre la que reina pleno consenso doctrinal. Efectivamente, el respeto a los
postulados constitucionales condiciona la interpretación y el alcance de las normas jurídico-
mercantiles, e incluso puede originar zonas de fricción con esos preceptos jurídicos privados,
en cuyo caso la norma constitucional prevalecerá siempre sobre éstos (URÍA). Hoy, en suma
-en expresión de FONT GALÁN-, la troncalidad -el sistema jurídico- del Derecho
mercantil sólo puede buscarse y, acaso, entreverse, por elevación constitucional, en una
arboleda perdida, dispersa y plural, de normas legales destinadas al mercado y a sus
protagonistas, en las que, progresivamente, se han ido barriendo los tradicionales linderos
entre lo público y lo privado, y bajo cuya imperativa sombra reguladora se desarrolla el
proceso económico y el tráfico de intercambios propios del mercado: la Constitución
económica.
Sin perjuicio de lo que se dirá a continuación, puede señalarse aquí con SÁNCHEZ
CALERO que la incidencia de la Constitución económica en el Derecho mercantil se
manifiesta principalmente en los siguientes aspectos:
1º) En primer lugar, en el reconocimiento de la iniciativa privada de los empresarios
(artículo 38), que se conjuga con el derecho de propiedad (artículo 33.1).
26
2º) En segundo lugar, en la posibilidad de que junto a esa iniciativa de los particulares
surja, cuando la ley lo autorice, la iniciativa económica de la Administración pública, bien
en formas empresariales de Derecho privado (sociedad anónima, etc.) o de Entes
administrativos (cfr. artículo 128).
3º) En tercer lugar, en el dato de que el poder de gestión, que la iniciativa económica
comporta, ha de estar subordinado al interés general (artículo 128.1); por lo que habrán de
considerarse ilícitos, entre otros actos, los que impliquen prácticas restrictivas de la
competencia y abusos de posiciones dominantes en el mercado; sin olvidar la función social
que la iniciativa económica debe cumplir.
4º) En cuarto lugar, en el hecho de que el empresario ha de ver compartido su poder
de gestión mediante diversas formas de participación de los trabajadores en la empresa;
participación que será más activa en las empresas cooperativas.
5º) En quinto lugar, el deber de que la planificación de la actividad económica
fomente la iniciativa de los particulares para el crecimiento de los recursos del país,
tendiendo también a equilibrar y armonizar el desarrollo regional y sectorial (artículos 38 y
131).
6º) En sexto lugar, la exigencia, merced a la unidad de mercado, de que las leyes
mercantiles tengan carácter estatal (artículo 149.6), sin perjuicio de que en algunos aspectos
se confíe a las Comunidades autónomas facultades para su desarrollo y ejecución (...).
7º) Y finalmente, en séptimo lugar, el establecimiento de la protección del
consumidor o usuario como un principio general que, conforme al artículo 51, informa el
ordenamiento jurídico, respetando el marco del sistema económico diseñado en los artículos
38 y 128 de la Constitución y con sujeción a lo establecido en el artículo 139 (principio de
la igualdad de los españoles en los territorios del Estado y de la libertad de establecimiento
y circulación de personas y bienes).
27
o índices normativos pueden cifrarse en los siguientes: [1º] el principio del Estado social;
[2º] La cláusula marco de la economía de mercado; [3º] el principio de la coiniciativa
pública y privada en la actividad económica; [4º] el principio de la libertad de empresa y
su limitabilidad; [5º] el principio de la productividad empresarial; [6º] El principio de la
adecuación socioeconómica de la actividad empresarial; [7º] El principio de defensa de los
consumidores y usuarios; [8º] y, finalmente, el principio de unidad de mercado.
28
y de otro, los actos de consumo. De este modo, se abre un importante portillo a la irrupción
de consumidores y usuarios en el ámbito del Derecho mercantil (FONT GALÁN).
[B] En segundo lugar, en la cláusula marco de la economía de mercado se sustancia
el importante principio de la competencia económica, definidor de la esencialidad básica de
la economía de mercado. La competencia económica se presenta, de este modo, como el
núcleo conceptual de todo el sistema económico; pues, como se ha señalado con acierto, una
economía de mercado es una economía competitiva, en la medida en que no cabe hablar de
mercado sin competencia empresarial, ni de libertad de empresa sin libertad de competencia
(REICH, FONT GALÁN).
29
interpretado dentro del marco de la economía de mercado y de acuerdo con el resto de
principios ordenadores que integran la Constitución económica.
Existe consenso entre buena parte de la doctrina en señalar que del artículo 38 deriva
para los ciudadanos un derecho subjetivo que vincula directamente a los poderes públicos y
que es invocable ante los Tribunales. La dificultad fundamental estriba en la determinación
del contenido esencial de la libertad de empresa que es, por decirlo de algún modo, el área
de intangibilidad pública en la economía (FONT GALÁN). La determinación del contenido
esencial de la libertad de empresa es de capital relevancia a efectos de establecer la
legitimación constitucional de los subsistemas correctores del sistema básico de la economía
de mercado [= planificación económica (artículo 131.1), reservas al sector público de
recursos o servicios esenciales de la comunidad y el monopolio, o bien la intervención
pública en las empresas (artículo 128.2)]; pues, obviamente, dichos subsistemas sólo pueden
tener aplicación y concreción práctica bajo el respeto del contenido esencial de la libertad
de empresa.
Superando las confusas formulaciones de nuestra jurisprudencia constitucional, es
ROJO quien, con indudable acierto, repara en que la delimitación del contenido esencial de
la libertad de empresa precisa de la descomposición de esa libertad en tres dimensiones
básicas, que se complementan recíprocamente. A saber:
[a] la libertad de acceso al mercado, esto es, libertad de creación de empresas, lo
que presupone el derecho de propiedad y el de libre elección de profesión, e, incluso, la
libertad contractual;
[b] la libertad de decisión empresarial (con proyección fundamentalmente interna,
referida a la organización empresarial) y libertad de competencia;
[c] y, finalmente, la libertad de cesación empresarial en el mercado.
30
Al igual que el precedente, este principio también aparece formulado en el artículo
38 de la Constitución. Exige que tanto la libertad de empresa como la libertad de
competencia se ejerciten de acuerdo con las exigencias de la economía general, esto es,
impone un compromiso a la actividad empresarial para con las necesidades objetivas de la
economía general y, en suma, con los objetivos socioeconómicos propuestos y con los
intereses tutelados por la Constitución económica. El principio de adecuación
socioeconómica de la actividad empresarial se traduce, a la postre, en una funcionalización
socioeconómica del ejercicio de la libertad de empresa y del desarrollo de la competencia
empresarial en el mercado (FONT GALÁN). Nos encontramos aquí, sin embargo, más que
ante un mandato constitucional determinante de una funcionalización socioeconómica
absoluta y vinculante de todas las posibles manifestaciones de la actividad empresarial, ante
una autorización constitucional para legitimar una política económica de intervención de la
actividad de competencia empresarial, enderezada a fijar las condiciones o modalidades de
la actividad de competencia y los intereses y objetivos socioeconómicos que, en razón de las
exigencias de la economía general, no pueden ser transgredidos o perjudicados en el
ejercicio de la actividad empresarial.
31
y, en especial, el sistema jurídico mercantil. Desde esta óptica, el Derecho mercantil pasaría
de ser el Derecho de la empresa a ser el Derecho privado del tráfico económico, entendiendo
el tráfico económico como el conjunto de actividades que realizan la producción de bienes
o servicios para el mercado o en intercambio de los mismos o de títulos valores dentro de
él (BERCOVITZ).
Ahora bien, en nuestra opinión, se hace conveniente relativizar -sin negar su
trascendencia- el alcance de este principio: parece evidente que la protección de los
consumidores y usuarios se ha incorporado definitivamente como un principio rector del
sector del Ordenamiento regulador de las relaciones jurídico-privadas. Mas ello no debe
conducir a poner en cuestionamiento la autonomía del Derecho mercantil ni a alterar la base
subjetiva y profesional sobre la que se sienta su concepto.
32
En principio, del texto constitucional parece poder inferirse que la legislación
mercantil sigue siendo monopolio del Estado. Sin embargo, esa conclusión puede ser
precipitada: En determinadas hipótesis, la competencia legislativa del Estado es compartida
con el poder legislativo de las Comunidades Autónomas, de acuerdo con lo que de sus
Estatutos de Autonomía resulte. Así, se atribuye competencia exclusiva al Estado en materia
de ferrocarriles y transportes terrestres únicamente cuando transcurran dentro del territorio
de más de una Comunidad Autónoma (artículo 149.1.21); o se le atribuyen competencias
exclusivas sólo sobre las bases de ordenación del crédito, banca y seguros (artículo
149.1.11). Al mismo tiempo, el artículo 149 atribuye competencias exclusivas al Estado
sobre otras materias que también ostentan la consideración de mercantiles, como es el caso
de la legislación sobre propiedad industrial (artículo 149.1.9), la marina mercante, tránsito
y transporte aéreo (artículo 149.1.20).
Se plantea aquí, de nuevo, el problema de la delimitación del ámbito de lo mercantil:
¿a qué realidad alude el legislador constitucional cuando habla de la legislación mercantil?
33
comerciantes en cuanto tales (...), en el ámbito propio de la actividad libre del empresario
mercantil (...) y los derechos y obligaciones a que el ejercicio de esa actividad puede dar
lugar” [STC de 1 de julio de 1986].
De ahí la afirmación de que, al atribuir competencia exclusiva al Estado sobre la
legislación mercantil, la Constitución se refiere, ante todo, al Derecho privado, no al público
de la materia mercantil. De este modo -se añade-, cuando la Constitución Española atribuye
al Estado sólo la regulación básica de materias como crédito, banca, seguros, por ej., no se
está refiriendo a la normativa privada de estos sectores (que le corresponde en exclusiva)
sino al Derecho público económico, de ordenación e intervención del Estado. Y del mismo
modo, cuando a las Comunidades Autónomas se les reconocen competencias en materias
como ferrocarriles o ferias, no se les está atribuyendo la normativa privada de estos temas
(los contratos de transporte, o los celebrados en feria), sino la regulación de Derecho
público (OLIVENCIA).
Por consiguiente, si se tiene en cuenta que la pretensión del artículo 149 Constitución
estriba en asegurar la unidad del mercado, habrá de concluirse que el Estado ostenta
competencia exclusiva sobre las siguientes materias:
[1º] el estatuto del empresario (capacidad para el ejercicio del comercio;
prohibiciones; contabilidad y Registro mercantil);
[2º] las sociedades mercantiles, incluso en el caso en que la forma social sea
empleada por la administración pública;
[3º] el régimen jurídico de la competencia empresarial, que somete a control el
comportamiento de los empresarios en el ejercicio de su actividad;
[4º] el régimen jurídico de la publicidad comercial (tanto de los contratos
publicitarios como de los remedios de Derecho privado contra la publicidad ilícita);
[5º] los contratos mercantiles que, como soportes fundamentales del desarrollo de
la actividad de los empresarios en el mercado, precisan de una regulación uniforme;
[6º] los títulos valores, instrumentos que facilitan la circulación de la riqueza
mobiliaria, por lo que, aunque en algunas ocasiones puedan ser utilizados por sujetos que no
sean empresarios, forman una parcela imprescindible de la regulación del tráfico empresarial
privado, en cuyo ámbito fueron creados y a cuyas exigencias suele responder su régimen
jurídico;
[7º] el Derecho concursal mercantil;
[8º] y, por último, el Derecho de la navegación marítima y aérea.
Existen, por otra parte, una serie de materias cuya inclusión en el concepto de
legislación mercantil del artículo 149.1.6 de la Constitución podrían plantear serias dudas.
Cabe citar entre ellas a las cooperativas y mutuas de seguros. Las dudas vienen originadas
por cuanto que el artículo 124 del Código de Comercio establece que tales entidades se
considerarán mercantiles cuando se dedicaren a actos de comercio extraños a la mutualidad
o se convirtieren en sociedades a prima fija. Parece que, en aras de la pretendida unidad del
mercado nacional, deben ser incluidas en el concepto de legislación mercantil a efectos de
34
la atribución de competencia exclusiva al Estado en sus aspectos puramente jurídico-
privados. Esta postura tropieza, sin embargo, con un obstáculo por el momento insalvable:
no son pocas las Comunidades Autónomas que se han atribuido competencias exclusivas
sobre cooperativas; circunstancia que los legisladores autonómicos han aprovechado para
promulgar leyes de cooperativas en las que se contienen aspectos jurídico-privados. Incluso
el Tribunal Constitucional, en su Sentencia 72/1983, de 29 de julio, excluye el Derecho
cooperativo de la calificación de mercantil. Con todo, entendemos que la tendencia a admitir
que las Comunidades Autónomas legislen en forma diferente al Estado en aspectos jurídico-
privados sobre cooperativas debe ser rechazada. Su aceptación pone en franca amenaza la
consecución de los objetivos marcados por el artículo 149.1.6 de la Constitución Española,
sobre todo si tenemos presente la importancia que están adquiriendo estas entidades en el
tráfico económico actual.
35
El fundamento y la ratio de lo que se dice es bien sencillo. La unificación del
Derecho privado tiene como presupuesto la previa unificación del Derecho civil [salvo que
aceptemos la posibilidad de que existan en España diversos regímenes jurídico-privados
uniformes cada uno de ellos en una zona del territorio]. Ello era un obstáculo relativo en el
Ordenamiento preconstitucional, por cuanto la facultad de modificar el Derecho foral
entonces vigente era privativa del poder central. Lógicamente, sólo hacía falta la voluntad
de un legislador para que la falta de uniformidad del Derecho civil dejase de ser un problema
(si de hecho lo era) para la fusión del Derecho civil con el mercantil.
Ahora la cuestión es mucho más complicada. Ciertas Comunidades Autónomas
disfrutan de competencias en materia civil. Ello supone que en el seno del Derecho privado
habrá siempre que distinguir entre materias civiles y mercantiles, porque sobre las primeras
el Estado no es el único que puede legislar. La Constitución consagra en su artículo 149.1 la
existencia de dos ramas distintas del Derecho privado; y no lo hace por mera vocación
ordenadora o sistematizadora, sino porque tal distinción comporta consecuencias
importantísimas en el terreno de la atribución de competencias legislativas.
Esto no significa que neguemos la posibilidad de una unificación formal del Derecho
privado. Nada impide, desde luego, que el Derecho mercantil y el Derecho civil coexistan
en un Código único, siguiendo así los ejemplos suizo, italiano y holandés. Pero esta técnica
legislativa no supone, como es sabido, la desaparición del Derecho mercantil como Derecho
especial sino, solamente, la inexistencia de un Código o cuerpo legal específico que lo
contenga. La existencia de un cuerpo legal único (por ejemplo, una Ley única de
obligaciones y contratos) es perfectamente viable, aunque probablemente dificultaría en
cierta medida la tarea de distinguir las normas civiles de las mercantiles. Es posible incluso
que el sistema constitucional de distribución de competencias obligase a identificar en el
propio texto legal las normas de naturaleza civil y las de naturaleza mercantil (al objeto de
evitar dudas), del mismo modo en que es preciso en ciertas materias especificar qué normas
de la legislación estatal tienen carácter básico.
Ello no significaría eliminar toda conexión entre la legislación autonómica y los
Derechos forales vigentes. Tal vinculación se manifestaría (o debería manifestarse) en una
fidelidad a la línea evolutiva y principios propios del Derecho de cada territorio. La
modificación y el desarrollo suponen una evolución acorde con el espíritu, principios y
tradición histórica del Derecho foral. Mas ha de notarse que todo ello no excluiría ninguna
materia del ámbito de competencias autonómicas, excepción hecha de las atribuidas al
Estado en todo caso por el artículo 149.1.8 de la Constitución. Lo que significaría es que el
desarrollo de los Derechos civiles forales puede afectar a instituciones no reguladas ac-
tualmente en ellos, pero siempre manteniéndose fiel a los principios que los inspiraron.
Resta por analizar finalmente la relevancia de las competencias autonómicas con
respecto a la materia contractual. Se podría pensar, en efecto, que la atribución en todo caso
al Estado de la competencia exclusiva para legislar sobre las bases de las obligaciones
contractuales supone que el proceso de unificación entre el Derecho civil y el mercantil no
resultaría afectado. La idea es que las Comunidades Autónomas apenas tendrían competen-
cias normativas en el sector del Derecho privado en el que principalmente coexisten la
36
legislación mercantil y la civil (materia de obligaciones y contratos), con lo que no existiría
un obstáculo real a la fusión de las dos grandes ramas del Ordenamiento jurídico-privado.
Sin embargo, esta opinión se basa, según creemos, en una apresurada inteligencia de
lo que significan las bases de las obligaciones contractuales. Debemos, por lo tanto,
detenernos un momento sobre este punto a fin de despejar posibles equívocos.
En primer término, y al objeto de centrar la cuestión, cabe recordar que la expresión
bases de las obligaciones contractuales proviene de la Constitución de 1931. La verdad es
que la fórmula era -y es- de muy difícil interpretación. Se ha apuntado que pudiera haberse
dictado pensando en cualquiera de estos dos temas: o bien en el Derecho mercantil -dada la
tendencia del momento a la unificación del derecho de obligaciones y contratos- o bien en
un posible proyecto de nuevo Código civil. También se ha dicho -seguramente con más
fundamento- que lo que se pretendía era reforzar el principio de unidad legislativa en
relación con el tráfico económico privado, para lo cual era imprescindible la regulación
unitaria de una parte importante del Derecho civil patrimonial (las bases de las obligaciones
contractuales) y que, además, se producía así el reconocimiento del valor general como
Derecho común del Derecho civil. De cualquier modo, la expresión constitucional no dio
lugar a consecuencias notables durante la época republicana, lo que dificulta la
determinación de su sentido exacto.
Acompañadas de tan escaso bagaje interpretativo pasan a nuestra vigente
Constitución las bases de las obligaciones contractuales. Y no es mucho lo que podemos
añadir para tratar de precisar su verdadero alcance normativo. Sabemos, desde luego, que
las Comunidades Autónomas con competencias sobre la legislación civil podrán dictar
normas en esta materia respetando los principios básicos sentados por el Estado sobre las
obligaciones contractuales. Podemos afirmar también que normas básicas son aquéllas
destinadas a garantizar en todo el Estado un común denominador normativo dirigido a
asegurar los intereses generales. A partir de tales bases cada Comunidad podrá introducir las
particularidades que estime convenientes. Es posible apuntar, asimismo, que el
establecimiento por parte del Estado de las bases de una materia no puede llegar a tal grado
de desarrollo que vacíe de contenido las competencias autonómicas (vid. sentencias TC de
28 de enero y 8 de febrero de 1982). Y cabe añadir, por último, que las bases de una
determinada materia pueden estar incluidas en la legislación preconstitucional, sin que sea
preciso esperar a que el Estado declare el carácter básico de todas o algunas normas para que
las Comunidades Autónomas puedan legislar en el marco de esos principios.
Se ha de observar, por lo demás, que las Comunidades Autónomas no ven reducidas
sus competencias a aclarar, precisar o especificar la legislación estatal (como los
reglamentos ejecutivos). Antes bien, pueden regular cuantos asuntos conciernan el interés
de la Comunidad, no desarrollando la legislación básica, sino con el único límite de
respetarla. Poco más se puede precisar sobre la noción de bases. Habrá, por tanto, que ir
resolviendo los problemas caso por caso, a medida que se vayan presentando. Es
enormemente difícil dar sentido a fórmulas generales tales como asegurar, en manera
unitaria y en condiciones de igualdad, los intereses generales o común denominador
normativo. Quizás podría llegarse a aventurar que, hoy por hoy, han de considerarse normas
37
básicas las contenidas en los Títulos I y II del Libro IV del Código Civil. Incluso podrían
calificarse así las disposiciones comunes a ciertas categorías de contratos o propias de cada
tipo contractual. Lo único cierto es que el ámbito de competencias autonómicas en materia
contractual (civil) abarca todo el campo no regido por normas básicas estatales que,
lógicamente, no puede considerarse reducido.
Este somero repaso a las competencias de las Comunidades Autónomas en materia
civil -que, necesariamente, deja atrás buen número de matices y obvia ciertas
cuestiones- debe bastar para calibrar adecuadamente la situación. Las facultades legislativas
autonómicas pueden abarcar un conjunto de materias suficiente para considerar imposible
la unificación entre el Derecho civil y el mercantil. Ni siquiera en el sector de las
obligaciones y contratos es posible la unidad, puesto que también en este ámbito las
Comunidades Autónomas tienen un amplio campo de actuación. En consecuencia, será
siempre necesario, al menos mientras no se produzca una reforma constitucional, distinguir
entre materia civil y materia mercantil, porque de esta calificación derivan importantes
consecuencias en cuanto a la potestad legislativa.
38