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Panchi Maldonado, voz y memoria

También a cantar hemos venido a la tierra

por Luis A. Gómez

Como un payaso cariñoso hace saltar una flor de una pistola, o un chorro de agua, las
canciones y los sonidos de Panchi Maldonado son una sorpresa que no ofende, que no
te hace ni pobre ni rico pero te habrá de sacar una sonrisa: la del reconocimiento. En
sus letras están arropados los chicos de la calle, las mujeres de pollera que sostienen
los Andes, y si miras más atrás, escondidos entre la muchedumbre paceña, los
lustrabotas, los cuidadores, un heladero.

Reconocimiento, dije, porque ahí están ellos, que somos nosotros: esas canciones, que
dibujan el paisaje por donde Panchi camina de la mano de su hija (o de su padre), son
el grito y la palabra parca de los que, siendo más, han tenido que pelear para volver a
decir su palabra, para detener ese colectivo con rumbo deconocido y oscuro del que
los dueños del dinero no los dejaban bajar. Gente como uno, digamos, gente que lo
mismo sufre que sabe acomodar la felicidad en una buhardilla.

Y en ese juego de valores, urbanos como el músico pero también campesinos e


indígenas como sus raíces, encontramos una música precisa, pero carente de la pulcra
exactitud de las academias, de los mercados de la moda: las melodías y los ritmos de
Panchi son una precisión que indica, una y otra y otra vez, que nosotros los de más
abajo, los que sudamos y no aprendimos, cantamos y creamos… la precisión salada
de la tierra, pues, con su aire de pinkillo, de khonkota o guitarrita medianera…
precisión sobre nuestra sensualidad de barrio miserable, de tambor negro, de baile
sobre el asfalto o en plena plaza del pueblo.

Durante años lo he visto componer con la firme modestia de un cantor de la calle, de


un trovador del campo: la coca, el amor, la muerte y los borrachitos de barrio danzan
sin prisas mientras él, el Panchi, cede su voz y sus manos para que su estar en este
mundo se convierta en memoria.

Como decía el poeta Nezahualcóyotl, no sólo a sufrir hemos venido a esta tierra. En el
momento que pasamos acá, aprendemos también a pelear por lo que es nuestro y,
gracias a los que son como Panchi, también a cantar y elevar nuestros corazones…
ojalá que no nos olviden.

La Paz-Chuquiago Marka, marzo de 2008.

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