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Cuento con sentido

Mi abuela era alta, delgada y olía siempre a rosas. Usaba un perfume con un olor que
me encantaba, pero nunca dijo qué perfume era. Era un misterio para mí.

Cuando entraba en su casa, podía olfatear el arroz con carne desde la puerta, y las
flores de la terraza ya desde el pasillo. Todavía tengo esos olores grabados en la
memoria.

Pero un día, entré en la casa y no la olí ni a ella, ni al arroz ni a las flores de la terraza.
Parecía una casa vacía, sin vida. Era extraño. Su voz me llamó desde el otro extremo de
la casa: “¡hija, ven a ayudarme, rápido, las flores están muriendo!”. Todo tenía un olor
muy extraño en la terraza: era fuerte y desagradable.

Resulta que mi abuela confundió el bote de insecticida con aguarrás, así que esa
misma tarde tuvimos que tirar las plantas a la basura e ir a la floristería a comprar
otras nuevas. También hicimos el arroz de todos los domingos, para cenar, y la casa
volvió a oler a mil maravillas.

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