Está en la página 1de 2

28/1/22 11:50 Página/12 :: Psicología :: Las psiconenas de Sandro

Imprimir | Regresar a la nota

Psicología | Jueves, 4 de febrero de 2010

Mejor que Don Juan, mejor que Casanova

Las psiconenas de Sandro


Una psicoanalista confiesa que Sandro “me encantaba, me seducía” y advierte que el
Gitano sostiene la figura del hombre que –a diferencia de Don Juan y de Casanova– es
capaz de amar a las mujeres “una por una”.

Por Silvia Fendrik

Eran los inicios de los ’70. En mi colectivo –mi grupo de pertenencia


intelectual, el de los licenciados en psicología y otras ciencias sociales–,
Sandro era sinónimo de mal gusto, de mersada, de extravagancia:
intelectualmente incorrecto. Curiosamente, en cambio, Palito Ortega era una
señal de pertenencia, o de referencia, como decían los sociólogos, a lo
“popular”, que los intelectuales de entonces aceptaban, o toleraban, con
gusto. Pero Sandro, no. A mí en cambio me encantaba, me conmovía, me
seducía, me entusiasmaba. Yo no sabía en aquel entonces que también
formaba parte de otro colectivo, que siempre iba repleto de cientos de
mujeres; o lo sabía pero no me importaba.

Así..., como se aleja un velero hacia altamar, yo andaba a la deriva,


escuchando sus canciones como secretos de alcoba. Con excepción de la
tan maravillosa “Rosa...”, que me parecía demasiado no sé qué, las demás canciones me llegaban a algún lugar
misterioso. Ni qué decir de “... y París se arrodilla ante ti”. Recién recibida de psicóloga, recién casada, comprometida
con los ideales políticos de los ’70 y con el psicoanálisis lacaniano, en 1976 escribí mi primer artículo, llamado “La
sexualidad femenina en el discurso analítico: ¿Universalidad o histeria?”. Entre tanto, mi adoración por Sandro formaba
parte de mi vida conyugal. Una especie de estigma que nunca se volvió moneda gastada –“A ella le gusta Sandro, ella
lo ama, qué le vamos a hacer”– hizo de mi marido un integrante de otro colectivo: el de los maridos tolerantes,
complacientes o complacidos con el amado imposible, como lo eran y lo son los novios, los maridos y los amantes de
las mujeres de Sandro. Así fue como terminó regalándome las “obras completas” de mi ídolo, que todavía conservo.

Sandro seguía siendo ignorado o despreciado en aquel colectivo, mientras Palito, ya convertido en jefe de familia
tradicional, seguía acumulando puntos. En contraste con la de Palito, de la vida privada de Sandro nada se sabía, pero
su fama seguía creciendo entre las amas de casa y las señoras de ruleros. A mí seguía sin importarme esa suerte de
traición a los gustos de mis conocidos y amigos. Sandro convivía en mí con los Beatles, a quienes admiraba pero no
amaba: no llegaban directamente a mi corazón ni me producían ese “maravilloso ardor”.

Esto no sólo es una confesión autobiográfica. Esta nota retoma, en parte, el tema de aquel primer artículo, que hoy
titularía, mejor: “La femineidad, verdad y consecuencia”. No sólo, aunque también, porque me permite rendirle homenaje
a Sandro; a mi Sandro, como diría cualquiera de sus nenas con o sin ruleros.

La femineidad, verdad y consecuencia, me remite a cuando, en las ruedas de amigos, jugábamos a decir la verdad... o
atenernos a las consecuencias, que en la ficción del juego no pasaban de ser, digamos, inocentes prendas. La verdad
en psicoanálisis plantea otro tipo de dilemas. Cuando uno huye de su verdad, la consecuencia son los síntomas o una
vida que se vuelve, digamos, una prenda de las convenciones sociales y sexuales; una vida “como si”, o sea de la
impostura. Pero la verdad no es algo que esté ahí, ante nuestros ojos, y de lo que podamos escaparnos fácilmente
cuando (no) nos conviene, sino un largo y doloroso proceso de elaboración de los hechos y fantasmas que nos acosan y
nos duelen, que un Sandro podrá aliviar pero no resolver. Pero cuando se la admite (es verdad y también
consecuencia), un riesgo es quedar aislado o marginado.

Volviendo a Sandro, ¿qué verdad puede jugarse para el colectivo femenino que lo ama con pasión incondicional?
Ninguna, porque en rigor no se trata de un colectivo. Ni mímesis, ni imitación, ni contagio, ni histeria, cuando se trata de
pasión. Todas las mujeres no son iguales, todas no dicen lo mismo, todas no sienten lo mismo. Como lo dijo Lacan, las
mujeres son no-todas.

Sandro, en clave psicoanalítica, propongo, era un hombre que amaba a las mujeres o creía y les hacía creer que las
amaba –para el caso esta distinción no tiene real importancia– una por una. El secreto de las fantasías que cada una
podía hacerse, creyendo ser la única, no era compartido, porque es imposible compartir el secreto del inconsciente que
https://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/psicologia/9-139546-2010-02-04.html 1/2
28/1/22 11:50 Página/12 :: Psicología :: Las psiconenas de Sandro

teje ese entramado único entre amante y amado. Una más una más una..., en una serie que bien podría ser infinita
porque siempre puede sumarse una más, impidiendo que esa suma se homologue a una masa o a un conjunto cerrado.

Sandro no era un Don Juan que hiciera colección: mil é tré, enuncia admirativamente su criado Leporello en la ópera de
Mozart. Don Juan las coleccionaba para liquidarlas mejor. Las mujeres de Don Juan son mujeres en liquidación, que
sólo quieren vengarse por haber sido traicionadas con otra/s...

Sandro no era un Casanova, que, a diferencia de Don Juan, las enamora y las deja “agradecidas” y suspirando,
sabiendo que disfrutaron de una experiencia inolvidable y nada más. (Y nada menos.)

Sandro era un hombre que amaba a las mujeres y confiaba en la reciprocidad de ese amor, un amor erótico sin relación
sexual, que producía canciones, poesías, cartas, misivas y letras de amor. Lacan propuso aforismos que ya son
famosos –“No hay relación sexual”, “La mujer no existe”–, para decir, entre otras cosas, que no hay complemento
perfecto entre hombres y mujeres. Esos aforismos circulan en circuitos diversos, no sólo entre psicoanalistas, pero
Sandro parece haberlos puesto en acto avant la lettre. ¿Cuáles eran las fantasías o los fantasmas del hombre Sandro?
No lo sabemos y poco importa, no se trata de analizarlo ni de entenderlo. Pero sin duda era alguien que sabía que cada
mujer es única, que no hace “masa” y que la tal masividad sólo sirve a los fines del espectáculo y de la efímera fama.

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.

https://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/psicologia/9-139546-2010-02-04.html 2/2

También podría gustarte