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Zacarías 4:1-3

Continuamos hoy, queridos amigos, nuestro estudio del libro del profeta Zacarías, retomando la
lectura en su capítulo 4:

"Volvió el ángel que hablaba conmigo, y me despertó, como un hombre que es despertado de su
sueño. Y me dijo: ¿Qué ves? Y respondí: He mirado, y he aquí un candelabro todo de oro, con un
depósito encima, y sus siete lámparas encima del candelabro, y siete tubos para las lámparas que
están encima de él; Y junto a él dos olivos, el uno a la derecha del depósito, y el otro a su izquierda.
Proseguí y hablé, diciendo a aquel ángel que hablaba conmigo: ¿Qué es esto, señor mío?"

Nos detendremos aquí, en esta pregunta que hace este joven Zacarías. Nos encontramos en la que
llamamos séptima visión del profeta. Las anteriores visiones aludían a figuras tales como jinetes
entre mirtos, los cuatro cuernos, los cuatro carpinteros, el hombre con el cordel de medir, Josué y
Satanás, y luego el renuevo, y la piedra con los siete ojos.

Ahora, Zacarías tuvo una visión de un candelabro de oro y los dos olivos.

Recordamos que Zacarías vivió durante los agitados años del comienzo de la liberación de los
judíos de la cautividad del imperio babilónico, allá por el año 520 A.C. El propósito principal de
Zacarías fue animar al pueblo a volverse al Señor y reconstruir el Templo. Zacarías tenía en su
pensamiento y en su corazón la necesidad de persuadir a su pueblo para que se renovara
espiritualmente. Zacarías fue una llamada a la renovación, una renovación espiritual que todos
necesitamos, pues nuestras ropas, como la del Sumo Sacerdote Josué, siguiendo la visión del
profeta, están sucias por nuestros pecados y necesitan ser limpiadas para poder presentarnos ante
Dios.

Recordemos que el propósito de todas estas visiones nocturnas se explicaban en el primer capítulo
del libro, en sus versículos 3, 5 y 6: El Señor prometió que si Judá vuelve a Él, Él se volverá a ellos, y
que su Palabra seguirá cumpliéndose. En síntesis, puede decirse que el mensaje de Zacarías,
además de criticar a los líderes de su pueblo por su desidia espiritual, fue afirmar que, cuando se
había acabado toda esperanza de reconstruir un mundo mejor, era fundamental recordar que
todavía Dios, por medio de Su acción y Su palabra, podía crear un futuro lleno de justicia y paz.

¿No son acaso válidas hoy día las palabras de Zacarías? ¿No necesitamos hoy un mundo mejor
para nosotros y nuestros hijos? ¿No necesitamos recuperar los valores básicos que podrían
ayudarnos a conseguirlo?

Es por eso, estimado amigo, que desde aquí no nos cansamos de afirmar que la Biblia, la Palabra
de Dios, es hoy más útil y necesaria que nunca; le animamos a leerla y a analizarla, tal y como
venimos haciendo a lo largo de esta serie de Programas.

Por medio de las visiones del profeta, la nación de Israel en el exilio llegaría a conocer la firme
voluntad de Dios de liberarles del yugo de la esclavitud y la opresión babilónica. Él les llevaría de
regreso a su tierra. Estas palabras, nos imaginamos, debieron resultar una inestimable fuente de
consuelo y motivación para un pueblo que, sabiéndose nación escogida por el Señor, le había dado
la espalda, perdiendo así su comunión íntima con el Señor, así como todas sus bendiciones.
En nuestro último programa estuvimos analizando la última visión del profeta, aquella en la que
un hombre llamado Josué, el Sumo Sacerdote, que era la máxima autoridad espiritual de su
nación, aparecía ante el Señor con vestiduras sucias e inmundas, simbolizando de este modo los
pecados del pueblo de Israel. A su lado, el "acusador", Satanás, le inculpaba ante Dios, debido a la
vileza de los israelitas. Sin embargo, Dios, que es un Dios de pactos, fiel a Su Palabra, iba a pasar
por alto, una vez más, la conducta de sus hijos, les iba a dar una nueva oportunidad para retornar
a su casa, y comenzar de nuevo.

En su visión, Zacarías pudo ver cómo al Sumo Sacerdote le fueron cambiadas sus sucias vestiduras
por otras blancas y limpias, ropas "de gala", menciona la Escritura, apropiadas para una
celebración.

La historia nos dice que finalmente el pueblo de Israel retornó a su hogar, con un propósito y una
mente espiritualmente renovada. Pero, para ser usados por Dios, para sus propósitos, debían,
antes de nada, ser limpiados de cualquier impureza que pudiera resultar una afrenta a Dios.
Recordemos que Dios es un Dios Santo, que no admite pecado en Su presencia.

¿Quién, entonces, podía limpiar los gravísimos pecados del pueblo de Israel? Desde luego, ellos no
podían limpiarse a sí mismos. Tampoco podían ser limpiados por su propia religión, corrompida
por sus ritos paganos y su desobediencia a Dios. Necesitaban, por tanto, una fuerza externa a ellos
mismos, superior en poder y pureza. Necesitaban al mismísimo Dios. A nadie más.

El profeta Isaías en el capítulo 1, versículo 18 afirmó: "Venid luego, dice el Señor, y estemos a
cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren
rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana".

Y Josué, el Sumo sacerdote, pudo experimentar como sus vestiduras sucias fueron cambiadas por
otras limpias. Incluso él, siendo la máxima autoridad espiritual del país, no podía presentarse ante
Dios como "justo", dado que la Palabra de Dios afirma que: "Todas nuestras obras justas son como
un trapo de inmundicia". (Isaías 64:6). Por esta razón, estimado amigo, necesitamos ser revestidos
con la justicia de Cristo. Cristo nos hace "justos", nos "justifica ante Dios", el cual nos mira a través
de los ojos de su Hijo. Por eso podemos entrar a Su presencia y disfrutar de ella; no por nuestros
méritos debido a "buenas obras", sino gracias a los méritos de Cristo, que voluntariamente se
entregó por nosotros, ocupando nuestro lugar en la Cruz. Éramos nosotros lo que teníamos que
haber sido castigados por nuestros pecados, y no el Hijo de Dios.

Gracias a estas nuevas vestiduras, a esta nueva oportunidad, Josué podría llegar a ser el líder
espiritual que la Nación necesitaba en esta difícil etapa de la historia de Israel.

Muchos años después, sería el apóstol Pedro quien, en su primera epístola, capítulo 1, versículos
18 y 19, declararía:"Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual
recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre
preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación". Así es como usted y yo
somos rescatados; no por nuestros méritos sino por los de Cristo. ¿Puede acaso haber mayor acto
de amor hacia la humanidad y hacia usted mismo? El mismo apóstol Pablo escribiéndole a Tito, le
dice, en el capítulo 3, versículo 5: "Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos
hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el
Espíritu Santo".
Retomemos ahora la visión del candelabro de oro que aparece en el capítulo 4 de Zacarías, que
nos va a dar varias pistas sobre cómo él debería enfrentarse a esta tarea, no por sus fuerzas, sino
por el poder del Espíritu de Dios, para llegar a ser, algún día, "la luz del mundo". El Señor Jesucristo
le dijo a los Suyos: "Vosotros sois la luz del mundo". (Mateo 5:14).

"Volvió el ángel que hablaba conmigo, y me despertó, como un hombre que es despertado de su
sueño.Y me dijo: ¿Qué ves? Y respondí: He mirado, y he aquí un candelabro todo de oro, con un
depósito encima, y sus siete lámparas encima del candelabro, y siete tubos para las lámparas que
están encima de él."

La descripción que Zacarías hizo del candelabro resulta difícil de entender. El candelabro, que era
un elemento fundamental en el culto tanto en el Tabernáculo como en el Templo, representar la
presencia o providencia de Dios.

El candelabro de oro era también uno de los símbolos de la nación de Israel. Otros símbolos que
nos encontramos en las Escrituras representando a esta nación son la "zarza ardiente" que vio
Moisés y "la vid", mencionada por el profeta Isaías. Hoy, el Señor Jesús es esa vid para la iglesia. Y
si usted ha sido salvado por Él, no ha sido en virtud de su nacionalidad, clase social o económica,
rito o ceremonia religiosa. La religión no es lo que salva de la muerte y los pecados. Es Jesús, la Vid
Verdadera.

¿Qué significa ser salvo? Recordemos que tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo
Testamento de la Biblia están centrados en el hecho de que la Salvación es necesaria debido a que
el hombre está totalmente arruinado por la caída, tal y como se relata en el libro de Génesis, y por
ello mismo, está destinado a la muerte y perdición eterna. De esta manera, el hombre necesita ser
rescatado y salvado mediante la intervención de un Salvador divino: Jesús, el Hijo de Dios, que
vino a este mundo para traernos el Evangelio o "buenas noticias" de Salvación y para ocupar
nuestro lugar en la Cruz.

Así, querido amigo, el mensaje bíblico se distingue claramente de una mera moral religiosa que se
limite a dar al hombre consejos de buena conducta, o que preconice la "mejora" del hombre
mediante sus propios esfuerzos y talento (como haría el "humanismo"), o que alabe la existencia
de una fuerza interior divina capaz de transformar el universo (como harían las corrientes similares
a la "Nueva Era").

Estimado oyente, debemos ser muy claros a este respecto: La Biblia no es simplemente un
"Manual de buenos consejos". Tampoco es un mero compendio de hermosas poesías hebreas. O
una recopilación de pensamientos espirituales. Ni tampoco es una colección de libros "sabios."

La Biblia es mucho más que eso. Es la palabra de Dios. Es poder de Dios para salvación y vida
eterna. Es una "buena noticia" de salvación para usted y para su familia. Y hasta que no
entendamos esto, la lectura de la Biblia no pasará de ser un agradable ejercicio de reflexión
intelectual y moral, que no está mal, pero que no alcanza a comprender el verdadero propósito de
Dios: Que sea salvo por medio de su Hijo Jesús, y que viva eternamente en Su presencia.

En la visión de Zacarías, puede notarse que el candelabro no es alimentado por un aceite


preparado por ningún ser humano, y no arde delante de Dios, sino que representa su presencia
vigilante. El recipiente representa la abundante provisión de aceite, simbolizando, de esta manera,
la llenura del Espíritu de Dios, que inviste poder. El número siete, símbolo de perfección,
representa la abundante y radiante luz que emana de las lámparas.

El candelabro, como antes mencionábamos, tenía siete brazos y siete lámparas, y fue uno de los
artículos que se utilizó en el tabernáculo, y posteriormente en el templo. Era, sin lugar a dudas,
una de los objetos más hermosos que adornaban el tabernáculo. De oro macizo, había sido
labrado a martillo por un artesano llamado Bezaleel,, lleno del Espíritu de Dios, en sabiduría y en
inteligencia, en ciencia y en todo arte (Éxodo 31:3), fue él quien lo diseñó y realmente debió haber
sido una pieza única y muy hermosa. Tenía siete brazos, tres de cada lado del brazo principal. Cada
uno de estos brazos culminaba en una copa semejante a una flor de almendro, en la cual se
colocaba la lámpara.

Era el propio Sumo Sacerdote el que tenía a su cuidado el candelabro de oro. Él encendía las luces
de las lámparas al atardecer, cuando el pueblo de Israel, en su peregrinaje de 40 años por el
desierto, acampaba para descansar, en su marcha por el desierto. El Sumo Sacerdote iba
agregando aceite continuamente para que ardiera apropiadamente.

Curiosamente, encontramos una imagen similar en el libro de Apocalipsis. El Señor Jesús, nuestro
gran Sumo Sacerdote, situado en medio de los siete candeleros, las siete iglesias, advierte una y
otra vez: "quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido". Y de hecho, así ha
sucedido. Si usted visita los emplazamientos de las iglesias mencionadas, localizadas en la actual
Turquía, ninguna de ellas permanece. Él les ha quitado el candelero. De la misma manera ha
sucedido en otras muchas iglesias desde entonces, a las cuales Él ha cerrado sus puertas, debido a
su inefectividad a la hora de anunciar la Palabra de Dios, y de brillar para Él.

El renombrado teólogo Hengstenberg fue el autor de la siguiente declaración: "El aceite es uno de
los símbolos más claramente definidos en la Biblia, simbolizando al Espíritu Santo."

Si usted ha leído los evangelios, recordará que Jesús anunció que cuando se fuera de este mundo,
nos enviaría al Espíritu Santo. Y que cuando el Espíritu Santo viniera, no hablaría de Sí mismo, sino
de Cristo. Viajemos por un instante al capítulo 16 del evangelio según Juan, versículos 7 al 15,
donde leemos: "Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el
Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. 8Y cuando él venga, convencerá
al mundo de pecado, de justicia y de juicio. 9De pecado, por cuanto no creen en mí; 10de justicia,
por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; 11y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo
ha sido ya juzgado. 12Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar.
13Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su
propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.
14El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. 15Todo lo que tiene el Padre es
mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber."

Observemos nuevamente el candelero. El candelero sostenía las lámparas que irradiaban luz. Y la
luz, a su vez, revelaba la belleza y gloria del candelero. Del mismo modo, el Espíritu Santo no habla
de Sí mismo, sino que revela la gloria y la belleza del Señor Jesucristo.

Continuemos leyendo el versículo 3 del capítulo 4 de Zacarías:

"Y junto a él dos olivos, el uno a la derecha del depósito, y el otro a su izquierda."
Los dos olivos hacen referencia aquí, muy probablemente, a las funciones sacerdotales y reales.
Las dos ramos de olivo representan a Josué y Zorobabel, a quiénes Dios consagró a su servicio.

Josué, que representaba el sacerdocio, escogido por Dios para ministrar su culto, mientras que
Zorobababel tendría a su cargo el reconstruir el Templo y gobernar la nación.

Zorobabel era el príncipe de Judá y gobernador de Jerusalén, nacido probablemente en Babilonia


durante la denominada cautividad de Babilonia. Nieto del rey Joaquín de Judá y descendiente
directo del rey David, cuando el rey Ciro II el Grande de Persia permitió a los judíos cautivos de
Babilonia regresar a Judá (538 a.C.), dirigió el primer contingente de unas 42.000 personas. Ciro le
nombró gobernador seglar de Jerusalén. Allí organizó la reconstrucción del Templo, que había sido
destruido en el 586 a.C. por Nabucodonosor II de Babilonia.

Josué y Zorobabel serían quienes, por encargo directo de Dios, guiarían las obras de
reconstrucción del pueblo y lo harían bajo el poder del Espíritu del Señor, como veremos más
adelante. Esta combinación de funciones, la sacerdotal y la real, apuntan finalmente a la figura del
Mesías como Rey y Sacerdote.

Estimados amigos, por hoy nos despedimos, recomendándole que lea detenidamente el resto de
este capítulo 4 de Zacarías. Hasta nuestro próximo programa nos despedimos de usted, pidiendo a
Dios Su luz y guía al meditar en la lección que acabamos de estudiar.

Estudio bíblico de Zacarías 4:4-14

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Programación diaria

Zacarías 4:4 - 14
Estimados oyentes, bienvenidos nuevamente a este programa
en el que estamos recorriendo, junto con usted, el libro más
fascinante que jamás se ha escrito: la Biblia, la Palabra de Dios.
Y continuamos hoy estudiando el libro del profeta Zacarías que,
en medio de una difícil época en la que su pueblo había sido
llevado a la esclavitud y cautividad en tierras extrañas, las del
Imperio Babilónico, fue capaz de motivar al pueblo hacia una
renovación espiritual, materializada en la reconstrucción del
templo del Señor.
Zacarías, que en hebreo significa "el Señor recuerda", además
de profeta fue sacerdote y nació en el exilio babilónico. Zacarías
fue uno de los más de 40.000 judíos que regresó a Judá en el
año 538 A.C, bajo el liderazgo de Zorobabel y Josué.
El libro se inicia con un llamado al pueblo para que se arrepienta
y se vuelva a Dios, a diferencia de sus padres, que rechazaron
las advertencias de los profetas. Pocos meses después, en la
noche del 15 de febrero del año 519 A.C. Zacarías tuvo una
serie de ocho visiones. Las primeras cinco visiones son de
consuelo, pero las últimas tres son de juicio.
En la primera visión Zacarías vio a un jinete entre los mirtos,
significando esto que el Señor reedificaría a Sión y a Su pueblo.
En su segunda visión, el profeta vio los cuatro cuernos y los
carpinteros, en representación de que los enemigos y opresores
de Israel serían juzgados.
En su tercera visión, Zacarías vio un varón con un cordel de
medir, siendo su significado que Dios ayudaría y protegería a
Israel.
En su carta visión, Zacarías vio la purificación de Josué, el Sumo
sacerdote, indicando que la Nación sería purificada y restaurada
por el Renuevo venidero.
En la quinta visión, la que comenzamos a analizar en el
Programa anterior y finalizaremos hoy, Zacarías vio un
candelabro de oro, cuyo significado era que el Espíritu de Dios
daría poder a Zorobabel y a Josué para llevar a cabo su tarea.
Zacarías habría de ofrecer posteriormente estas visiones al
pueblo con el fin de animarles y motivarles. Por ello, el énfasis
predominante en todo este libro fue el ánimo y aliento que el
profeta transmitió al pueblo para que este lleve a cabo la
reconstrucción de su templo. Zacarías pretendía así levantar el
ánimo del pueblo, mostrándoles que les esperaba un futuro
glorioso.
Pero no adelantemos acontecimientos y regresemos ahora al
capítulo 4 del libro, en el que leemos cómo Zacarías tiene una
nueva visión de un candelabro y dos olivos.
Ahora que el pueblo había regresado del exilio y del cautiverio,
sus pecados deben ser limpiados. Sólo así podrían volver a ser
efectivos para Dios.
Dios no podía utilizar para Su propósito a un testigo manchado
por el pecado, a un embajador que no esté a la altura de su
estándar de calidad y pureza. Lo mismo sucede hoy con
nosotros. ¿Cómo podríamos ser nosotros embajadores de Cristo
y dar testimonio de Su obra maravillosa en nosotros si no nos
renovamos espiritualmente cada día?
En otro libro de la Biblia, en Deuteronomio, capítulo 32,
versículo 8, leemos lo siguiente: "Cuando el Altísimo hizo
heredar a las naciones, cuando hizo dividir a los hijos de los
hombres, estableció los límites de los pueblos según el número
de los hijos de Israel". ¿Por qué estableció Dios los límites de los
pueblos del mundo, según el número de los hijos de Israel?
Porque ellos tienen que ser testigos a todo el mundo. Ésa era la
intención de Dios. Ellos serán, algún día, testigos en cada rincón
del mundo.
Hasta el día de hoy, el pueblo de Israel no ha cumplido este
propósito. Pero la iglesia cristiana, tampoco. El último
mandamiento de Jesús fue: "Id y haced discípulos de todas las
naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo, enseñándoles las cosas que os he mandado"
(Mateo 28: 19 y 20). A este mandato se le conoce como "La
gran comisión", pero algunas cristianos, sino la mayoría, lo han
entendido como "La gran sugerencia".
Se nos dice que debemos ir a todo el mundo; pero, ¿cuántos
lugares no tienen hoy ningún testimonio, ningún testigo? Y sin ir
tan lejos, ¿cuánta gente conoce a Cristo personalmente en su
propio país, en su ciudad, en su barrio o en su propia casa?
Otro profeta llamado Ezequiel, escribió en el libro que también
lleva su nombre, en el capítulo 5 y versículo 5: "Así ha dicho
Jehová el Señor: Esta es Jerusalén; la puse en medio de las
naciones y de las tierras alrededor de ella". ¿Para qué? Para que
pudiera ser un testigo fiel y eficaz.
Israel está situado en la encrucijada de tres continentes: África,
Asia y Europa. Ningún otro lugar sobre la tierra, salvo quizá los
Balcanes, es tan propicio a provocar guerras, enfrentamientos,
dolor y destrucción. Israel, una pequeña nación, rodeada de
enemigos, algunos de los cuáles han jurado destruirla y borrarla
del mapa.
Hasta que Israel no cumpla el propósito que Dios tiene en
mente, nosotros, los cristianos, debemos recoger el testigo y ser
luz en este mundo.
Ahora, con esta referencia, leamos el versículo 4 de este
capítulo 4 de Zacarías:
"Proseguí y hablé, diciendo a aquel ángel que hablaba conmigo:
¿Qué es esto, señor mío? Y el ángel que hablaba conmigo
respondió y me dijo: ¿No sabes qué es esto? Y dije: No, señor
mío."
Lo que el ángel, en realidad, estaba diciéndole a Zacarías era
que él, como sacerdote debería ser capaz de comprender esta
visión. Zacarías tendría que haber conocido el significado del
candelabro de oro.
"Entonces respondió y me habló diciendo: Esta es palabra del
Señor a Zorobabel: No con ejército, ni con fuerza, sino con mi
Espíritu, ha dicho el Señor de los ejércitos."
Este es un mensaje para Zorobabel, indicando que, para llevar a
cabo su tarea, no podría echar mano de ningún recurso
humano. Y, aunque no contara con el esplendor y poder que
tuvieron David y Salomón, Dios lo usaría para reconstruir el
templo.
La expresión, "no con ejército, ni con fuerza", resulta muy
interesante. No se refiere aquí de fortaleza física, sino más bien
a agilidad mental. Es la capacidad para tomar una decisión
sabia. Es como si, parafraseando, el ángel hubiera dicho a
Zacarías: "Ni mediante la potencia mental, ni con fuerza
muscular, sino con Mi Espíritu, ha dicho el Señor de los
ejércitos".
Podemos imaginarnos el enorme ánimo que estas sencillas
palabras habrán causado en Zorobabel. Él era el gobernador
civil. Josué era la autoridad religiosa. Ambos, representados
como dos olivos, estaban proveyendo el aceite para el
candelero. Y el mensaje que acabamos de leer es sencillamente
el siguiente: que la difícil misión de reconstruir el templo no
sería lograda mediante factores humanos, como la inteligencia o
la fortaleza física, sino por el Espíritu de Dios.
¡Qué gran aplicación encontramos para nosotros mismos en
estas palabras de Dios para Zorobabel! Si el Espíritu de Dios no
está presente en nuestras actividades diarias, éstas no van a
llegar a ningún puerto, por grande que sea nuestro talento,
inteligencia, fortaleza, salud, recursos, etc.
La obra de Dios, sorpresivamente, no se lleva a cabo de esa
manera. Dios quiere hacer Su obra a través de nosotros. Y tiene
que ser por medio y gracias al poder del Espíritu Santo.
Ahora, en el versículo 7, de este capítulo 4 de Zacarías, leemos:
"¿Quién eres tú, oh gran monte? Delante de Zorobabel serás
reducido a llanura; él sacará la primera piedra con aclamaciones
de: Gracia, gracia a ella."
Algunos piensan que se refiere al monte Guerizín, símbolo de la
idolatría de Samaria, capital de Babilonia. Pero es muy posible
que se refiera, de forma figurativa, a la oposición a la obra de
reconstrucción y al desánimo del pueblo para realizar la obra. La
"piedra principal" podría referirse a la colocación de la última
piedra que habría de señalar el fin de la restauración del templo
por parte de Zorobabel. Así, a través de esta promesa, se
anunció que Zorobabel, que colocó los cimientos del templo,
concluiría con éxito su reconstrucción, entre "aclamaciones de
alabanza a su belleza". La terminación de la obra de
reconstrucción del templo iría acompañada de las expresiones
de júbilo del pueblo, al ver su belleza.
En los versículos 8 y 9 de este capítulo 4 de Zacarías,
continuamos leyendo:
"Vino palabra del Señor a mí, diciendo: Las manos de Zorobabel
echarán el cimiento de esta casa, y sus manos la acabarán; y
conocerás que el Señor de los ejércitos me envió a vosotros."
Estas palabras les fueron dadas para infundirles ánimo. Porque
como dice el apóstol Pablo en su epístola a los Filipenses,
capítulo 1, versículo 6: "Estando persuadido de esto, que el que
comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el
día de Jesucristo". Es decir: "Zorobabel, tú tienes que poner los
cimientos. Dios estaba contigo cuando tú colocaste esos
cimientos. Y ahora tú vas a poder colocar el techo sobre el
templo. Y Dios estará contigo".
Más adelante, el versículo 10, dice así:
"Porque los que menospreciaron el día de las pequeñeces se
alegrarán y verán la plomada en la mano de Zorobabel. Estos
siete son los ojos del Señor, que recorren toda la tierra."
Una plomada es un peso atado a una cuerda, y era un sencillo
pero eficaz instrumento utilizado en la construcción de edificios.
Sin él, no podía garantizarse la horizontalidad de las
edificaciones. La gente, al ver a Zorobabel con la plomada en la
mano, se regocijaría, al darse cuenta de que la reconstrucción
del templo era ya un hecho. Y al frente de la obra de
reconstrucción estaba el mismo Dios; por eso, Zorobabel,
dotado del poder del Espíritu de Dios, la concluiría con éxito.
A continuación, leemos en los versículos 11 al 13:
"Hablé más, y le dije: ¿Qué significan estos dos olivos a la
derecha del candelabro y a su izquierda? Hablé aún de nuevo, y
le dije: ¿Qué significan las dos ramas de olivo que por medio de
dos tubos de oro vierten de sí aceite como oro? Y me respondió
diciendo: ¿No sabes qué es esto? Y dije: Señor mío, no."
Nuevamente, ante la falta de entendimiento del profeta, el ángel
le viene a recordar que, como sacerdote de Israel, debería
conocer su significado. Pero Zacarías no tiene más remedio que
confesar: "Señor mío, no lo sé".
Y en el versículo 14 dice así:
"Y él dijo: Estos son los dos ungidos que están delante del
Señor de toda la tierra."
Estos dos hombres, llenos del Espíritu serían, como
anteriormente avanzábamos, Zorobabel, el gobernador civil, y
Josué, la autoridad religiosa. Ya hemos visto que éste último
había sido limpiado y revestido de vestiduras nuevas. Ahora,
podría ser un digno representante de Dios.
La combinación de gobernante y sacerdote apunta en última
instancia hacia el Mesías, como Rey y Sacerdote.
Y no sólo a Zacarías y Zorobabel, sino a todos nosotros Dios
desea llenarnos hoy con Su Espíritu Santo. Pero primero habrá
ciertas condiciones que deberemos cumplir. En el capítulo 4 de
la epístola a los Efesios, versículo 30, dice el apóstol Pablo: "No
contristéis al Espíritu Santo". Usted no puede ser lleno del
Espíritu si hay pecado en su vida. Dios no lo podrá utilizar. En la
primera epístola a los Tesalonicenses, capítulo 5, versículo 19, el
Apóstol Pablo afirma: "No apaguéis al Espíritu".
Esto implica que, aun teniendo al Espíritu Santo en nosotros,
por medio de nuestros malos actos, podemos entristecerlo y
"apagarlo". Si estamos fuera de la voluntad de Dios, entonces
Dios no nos podrá usar para sus buenos propósitos, para
nuestra vida y para los que nos rodean. Y en la epístola a los
Gálatas, capítulo 5, versículo 16, se nos anima a: "Andad en el
Espíritu", implicando la importancia de recorrer un único
camino, el camino del Espíritu de Dios, que nos dará más fuerza
y poder que un ejército.
Dios mediante, en nuestro próximo programa, continuaremos
investigando y analizando este apasionante libro profético,
escrito hace tantos años pero que mantiene fresco su mensaje
para el hombre y la mujer del siglo XXI.
Hasta entonces, le enviamos desde aquí un cordial saludo y
nuestro deseo de reencontrarle nuevamente en este Programa.
Que Dios le bendiga.

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