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22.

DIOS TE NECESITA
La comunidad de aquel monasterio estaban reunidos en oración. Cada uno de ellos fue
desgranando su súplica: “Señor, te pido…”, “Señor, te pido…”, “Señor, te pido…” Cuando todos
hubieron concluido con sus súplicas, tomó la palabra el Abad y dijo: –Ya conoces nuestras
peticiones. Ahora, Señor, dinos en qué podemos ayudarte. Te escuchamos en silencio. Al cabo
de un rato, tomó de nuevo la palabra el Abad y concluyó: –Gracias, Padre, porque nos necesitas
y quieres contar con nosotros. –Amén –respondieron todos los monjes. Un maestro viajaba con
un discípulo que tenía la responsabilidad de cuidar su camello. Una noche, se acostó a dormir y
rezó de esta manera: –Señor, te pido que esta noche cuides al camello. Lo dejo en tus manos. A
la mañana siguiente, el camello había desaparecido.1 9 5 –¿Dónde está el camello? –preguntó
airado el maestro. –No sé –respondió levantando sus hombros el discípulo–. Anoche yo lo dejé
en las manos de Dios. Si se ha escapado o lo han robado, no es mi culpa. Yo se lo confié a Dios
con todo el corazón y usted me repite siempre, maestro, que debo poner en El toda mi
confianza. –Insensato –le increpó el maestro–. No has entendido nada de lo que he tratado de
enseñarte.
Pon en Dios toda tu confianza, pero ata al camello, porque Dios no tiene otras manos que las
tuyas. Dios necesita de nosotros. Somos su boca para alfabetizar a un niño, su abrazo para
aliviar a un enfermo o acoger a un amigo, sus pies para llegar a una persona solitaria y
enferma. Como le gustaba decir a Teresa de Calcuta: “Yo soy un lápiz con el que Dios escribe
sus cartas de amor”. Dice la Biblia que Dios nos hizo –varón y mujer– a su imagen y semejanza.
Nos hizo creadores. Dejó en nuestras manos la marcha del mundo. Por eso, después de
habernos creado, “al séptimo día, descansó”. El no va a intervenir directamente para resolver
de un modo milagroso los problemas del mundo. Cuando Jesús nos invita a seguirle, nos está
proponiendo que continuemos su obra de constructores de una civilización del amor. Con su
vida y su doctrina, con su palabra-testimonio, nos mostró el camino para alcanzar la plenitud
humana en el compromiso de construir la fraternidad planetaria. Seguir a Jesús hoy, en pleno
siglo XXI, implica proseguir su misión, trabajar sin descanso para globalizar el servicio, la
solidaridad y la esperanza. Por eso, ciertamente, Dios nos necesita. Necesita sobre todo de
auténticos maestros, que son los creadores de las personas posibles. Los compañeros de Fe y
Alegría de la Zona Central, me hicieron llegar este escrito con motivo del Día del Maestro:
“Maestro, en ti Dios se ha encarnado. Tú haces posible la esperanza. Sólo Dios puede darnos la
fe, pero tú puedes dar su testimonio.1 9 6 Sólo Dios puede dar la esperanza, pero tú puedes
sembrar confianza en tus alumnos. Sólo Dios puede dar el amor, pero tú puedes enseñar al
otro a amar, perdonar y servir. Sólo Dios puede dar la paz, pero tú puedes cultivar la unión, la
solidaridad, el respeto y la tolerancia. Sólo Dios puede dar la fuerza, pero tú puedes sostener al
desanimado. Sólo Dios es el camino, pero tú puedes indicárselo a los otros. Sólo Dios es luz,
pero tú puedes hacerla brillar a los ojos de todos. Sólo Dios es la vida, pero tú puedes contagiar
a los demás el deseo de vivir. Sólo Dios puede hacer lo que parece imposible, pero tú podrás
hacer lo posible (imposible es aquello que tarda más tiempo en hacerse realidad). Sólo Dios se
basta a sí mismo, pero El prefiere contar contigo”. Es muy bueno y necesario rezar, pero de
nada va a servir si no nos comprometemos. No basta pedirle a Dios que terminen las guerras,
que desaparezcan los niños de la calle, que se acabe la hambruna en Africa, si nosotros no
trabajamos sin descanso para que desaparezcan esos problemas y el mundo sea mejor. La
oración no puede sustituir la acción, el compromiso, pero también es cierto que necesitamos
hoy mucho de la oración para mantenernos firmes en nuestra actitud de servicio. La oración
no puede sustituir el seguimiento de Jesús, pero no es posible seguirle adecuadamente sin
oración. Una oración que transforme la vida, que dé fruto, que se traduzca en disposición a
cambiar, en fuerza para seguirle, en cercanía a los demás. La oración proporciona fuerzas para
perseverar, para seguir firmes a pesar de los fracasos. Sólo con una vida de oración es posible
mantener viva la esperanza, reavivar la utopía, permanecer fieles en la solidaridad. Una
oración que no mueva al servicio, que no se traduzca en cercanía con el prójimo, es una
oración estéril. La nueva sociedad que debe nacer del evangelio nos necesita. La gracia de Dios
se encarna en nuestra presencia y nuestro trabajo. Nos toca ser sembradores de las semillas
que Dios nos proporciona. Y velar activa y pacientemente para que empiecen a dar frutos:2 9 7
Un joven soñó que estaba en un fabuloso centro comercial atendido por los ángeles. –¿Qué
venden aquí? –preguntó el joven maravillado. –Aquí se vende de todo –le respondió sonriendo
el ángel. El joven empezó a hacer apresuradamente su lista de compras: “Quiero que terminen
las guerras en el mundo, que no haya niños de la calle, que nadie muera de hambre ni miseria,
que funcionen bien las escuelas y los hospitales, que se acaben los crímenes, los robos, la
violencia”. –No has comprendido –le interrumpió con amabilidad el ángel–. Aquí no vendemos
frutos. Sólo vendemos semillas.E22. DIOS TE NECESITA La comunidad de aquel monasterio
estaban reunidos en oración. Cada uno de ellos fue desgranando su súplica: “Señor, te pido…”,
“Señor, te pido…”, “Señor, te pido…” Cuando todos hubieron concluido con sus súplicas, tomó
la palabra el Abad y dijo: –Ya conoces nuestras peticiones. Ahora, Señor, dinos en qué
podemos ayudarte. Te escuchamos en silencio. Al cabo de un rato, tomó de nuevo la palabra el
Abad y concluyó: –Gracias, Padre, porque nos necesitas y quieres contar con nosotros. –Amén
–respondieron todos los monjes. Un maestro viajaba con un discípulo que tenía la
responsabilidad de cuidar su camello. Una noche, se acostó a dormir y rezó de esta manera: –
Señor, te pido que esta noche cuides al camello. Lo dejo en tus manos. A la mañana siguiente,
el camello había desaparecido.2 9 5 –¿Dónde está el camello? –preguntó airado el maestro. –
No sé –respondió levantando sus hombros el discípulo–. Anoche yo lo dejé en las manos de
Dios. Si se ha escapado o lo han robado, no es mi culpa. Yo se lo confié a Dios con todo el
corazón y usted me repite siempre, maestro, que debo poner en El toda mi confianza. –
Insensato –le increpó el maestro–. No has entendido nada de lo que he tratado de enseñarte.
Pon en Dios toda tu confianza, pero ata al camello, porque Dios no tiene otras manos que las
tuyas. Dios necesita de nosotros. Somos su boca para alfabetizar a un niño, su abrazo para
aliviar a un enfermo o acoger a un amigo, sus pies para llegar a una persona solitaria y
enferma. Como le gustaba decir a Teresa de Calcuta: “Yo soy un lápiz con el que Dios escribe
sus cartas de amor”. Dice la Biblia que Dios nos hizo –varón y mujer– a su imagen y semejanza.
Nos hizo creadores. Dejó en nuestras manos la marcha del mundo. Por eso, después de
habernos creado, “al séptimo día, descansó”. El no va a intervenir directamente para resolver
de un modo milagroso los problemas del mundo. Cuando Jesús nos invita a seguirle, nos está
proponiendo que continuemos su obra de constructores de una civilización del amor. Con su
vida y su doctrina, con su palabra-testimonio, nos mostró el camino para alcanzar la plenitud
humana en el compromiso de construir la fraternidad planetaria. Seguir a Jesús hoy, en pleno
siglo XXI, implica proseguir su misión, trabajar sin descanso para globalizar el servicio, la
solidaridad y la esperanza. Por eso, ciertamente, Dios nos necesita. Necesita sobre todo de
auténticos maestros, que son los creadores de las personas posibles. Los compañeros de Fe y
Alegría de la Zona Central, me hicieron llegar este escrito con motivo del Día del Maestro:
“Maestro, en ti Dios se ha encarnado. Tú haces posible la esperanza. Sólo Dios puede darnos la
fe, pero tú puedes dar su testimonio.2 9 6 Sólo Dios puede dar la esperanza, pero tú puedes
sembrar confianza en tus alumnos. Sólo Dios puede dar el amor, pero tú puedes enseñar al
otro a amar, perdonar y servir. Sólo Dios puede dar la paz, pero tú puedes cultivar la unión, la
solidaridad, el respeto y la tolerancia. Sólo Dios puede dar la fuerza, pero tú puedes sostener al
desanimado. Sólo Dios es el camino, pero tú puedes indicárselo a los otros. Sólo Dios es luz,
pero tú puedes hacerla brillar a los ojos de todos. Sólo Dios es la vida, pero tú puedes contagiar
a los demás el deseo de vivir. Sólo Dios puede hacer lo que parece imposible, pero tú podrás
hacer lo posible (imposible es aquello que tarda más tiempo en hacerse realidad). Sólo Dios se
basta a sí mismo, pero El prefiere contar contigo”. Es muy bueno y necesario rezar, pero de
nada va a servir si no nos comprometemos. No basta pedirle a Dios que terminen las guerras,
que desaparezcan los niños de la calle, que se acabe la hambruna en Africa, si nosotros no
trabajamos sin descanso para que desaparezcan esos problemas y el mundo sea mejor. La
oración no puede sustituir la acción, el compromiso, pero también es cierto que necesitamos
hoy mucho de la oración para mantenernos firmes en nuestra actitud de servicio. La oración
no puede sustituir el seguimiento de Jesús, pero no es posible seguirle adecuadamente sin
oración. Una oración que transforme la vida, que dé fruto, que se traduzca en disposición a
cambiar, en fuerza para seguirle, en cercanía a los demás. La oración proporciona fuerzas para
perseverar, para seguir firmes a pesar de los fracasos. Sólo con una vida de oración es posible
mantener viva la esperanza, reavivar la utopía, permanecer fieles en la solidaridad. Una
oración que no mueva al servicio, que no se traduzca en cercanía con el prójimo, es una
oración estéril. La nueva sociedad que debe nacer del evangelio nos necesita. La gracia de Dios
se encarna en nuestra presencia y nuestro trabajo. Nos toca ser sembradores de las semillas
que Dios nos proporciona. Y velar activa y pacientemente para que empiecen a dar frutos:3

Un joven soñó que estaba en un fabuloso centro comercial atendido por los ángeles. –¿Qué
venden aquí? –preguntó el joven maravillado. –Aquí se vende de todo –le respondió sonriendo
el ángel. El joven empezó a hacer apresuradamente su lista de compras: “Quiero que terminen
las guerras en el mundo, que no haya niños de la calle, que nadie muera de hambre ni miseria,
que funcionen bien las escuelas y los hospitales, que se acaben los crímenes, los robos, la
violencia”. –No has comprendido –le interrumpió con amabilidad el ángel–. Aquí no vendemos
frutos. Sólo vendemos semillas.

Pará bolas Para VIVIR EN PLENITUD, (2003). Antonio Pérez Esclarín.

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