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La casa de los Leones

Barracas, un barrio que se ha caracterizado por su historia, comienza sobre el siglo 18


con el aprovechamiento del recurso natural del Riachuelo, cuando se erigen las
«barracas», construcciones bastante rudimentarias al borde del mismo, para
almacenar carne, cuero y en algún momento también esclavos. Por allí pasaba uno de
los caminos más importantes que iban al puerto del riachuelo, «la calle larga», hoy
renombrada como Av. Montes de Oca.

Es en este barrio que, en el siglo XX, asentaron su fábricas empresas alimenticias


como Canale, Bagley y Águila y hoy cubren ese espacio importantes emprendimientos
del país.

Por la avenida Montes de Oca pasaron varias historias y leyendas, desde la antigua
iglesia de Santa Lucía hasta la iglesia de Santa Felicitas, que cuenta la trágica historia
de Felicitas Guerrero. Si bien la historia de Felicitas es la más conocida, en este
mismo barrio se encuentra una casa con una leyenda menos conocida, pero no menos
apasionante.

Estamos hablando de «la casa de los leones». Una casona de estilo francés que
queda a la altura 100 de la avenida Montes de Oca, justamente al lado del Hospital de
niños Pedro Elizalde (fundado en 1779 es el Hospital de Niños más antiguo del
continente americano) y esta historia, que pasa de boca en boca por todos los
barraqueños, seguramente no la conocen, dicen que ocurrió en esa cuadra, en la
casona que actualmente existe…

Esa casa fue adquirida por Eustoquio Díaz Vélez, uno de los hombres más ricos de
mediados y fines del siglo XIX. Su fortuna era comparable a los Anchorena, los Alzaga,
los Cambaceres, los Guerrero y otras familias encumbradas de la ciudad.

La fortuna de Díaz Vélez radicaba principalmente en las grandes extensiones de


tierras que tenía en las costas del sur de la provincia de Buenos Aires, sus estancias y
actividad ganadera le redituaban importantes ingresos que lo colocaban en las altas
esferas de la sociedad porteña. La ciudad de Necochea y sus alrededores se
encuentra en esas tierras que pertenecieron a su familia y las donaron para fundar ese
partido costero. Aun así, el estanciero contaba con muchas hectáreas para continuar
con el comercio.

Si bien este hombre era muy conocido en la ciudad, quién llevó el apellido a la historia
argentina fue su padre, el general Eustoquio Díaz Vélez, quien luchó en las invasiones
inglesas y en las guerras de la independencia, que le valió ascensos hasta llegar a ser
el segundo del general Manuel Belgrano en el ejército del norte.

El general Díaz Vélez tiene también el alto honor de haber sido quién sostuvo la
bandera Argentina mientras Belgrano le juraba fidelidad.
Y fue éste general quién supo adquirir, en buena ley y mediante actos de comercio, la
gran cantidad de hectáreas en el sur de la provincia, que fueran heredadas por sus
hijos y otra parte donada para la fundación del partido de Necochea.

Treinta y un año más tarde, cuando el viejo general murió (1856), sus hijos, Carmen,
Manuela y Eustoquio (hijo), heredaron muchas hectáreas de tierras tras la sucesión; el
varón se quedó con una estancia, llamada «El Carmen» que posteriormente se dividió
entre sus dos hijos varones: Carlos, que era ingeniero, y Eugenio, arquitecto de
profesión. También sus cuatro nietas recibieron una fracción del campo.

Eustoquio hijo, supo aprovechar la fortuna heredada de su padre e hizo crecer la


misma en forma hábil y sostenida. Sin embargo, este hombre millonario era muy
extravagante, y este es el tema que me lleva a relatar de la leyenda de la «Casa de los
Leones».

En el año 1880, Díaz Vélez decidió vivir en el barrio de Barracas, más precisamente
en la calle larga, enfrente de la casa de Rufina Cambaceres (otra historia apasionante
de Barracas). Para ello adquirió una mansión de estilo francés. Como él viajaba
constantemente a sus estancias en el sur, esa casa era una de las más cercanas al
puente Gálvez (hoy puente Pueyrredón), el único paso habilitado que cruzaba el
riachuelo, para viajar hacia el sur.

El Palacio Díaz Vélez es una de las residencias aristocráticas más antiguas y


tradicionales de Buenos Aires, acabada muestra del poder social y económico de la
familia de Eustoquio Díaz Vélez (hijo).

Inicialmente, en los tiempos en que la actual Avenida Montes de Oca se denominaba


Calle Larga o Santa Lucía, la mansión fue un edificio de una sola planta, aunque
imponente, cuyo blanco frente estaba sostenido por seis columnas clásicas rodeadas
por unas ventanas en voladizo, que asomaban hacia el exterior del conjunto.

Toda la residencia estaba circundada por un esmerado parque, característico de las


quintas de las familias más adineradas y tradicionales porteñas, que se ubicaban a lo
largo de esa avenida.

Eustoquio Díaz Vélez además de terrateniente también fue dos veces presidente del
club El Progreso, un ambiente de elite donde los políticos, ciudadanos y empresarios
de importancia se reunían para hacer sociales para que surgieran importantes
negocios y se tomaran decisiones políticas para el país.

Estuvo casado con Josefa Cano Díaz Vélez, quién era sobrina de él ya que era hija de
una hermana suya. Y con ella tuvo hijos que luego, cuando heredaran la gran casona,
la transformaron dándole un estilo más europeo, con amplias mansardas en la parte
superior. El jardín lo dejaron intacto como lo diagramó su padre.
Este hombre era un millonario extravagante, como su casa estaba muy alejada del
centro de la ciudad en ese momento y temía que por la noche algunos moradores
entraran para robar, lo común era abastecerse de perros guardianes, pero Díaz Vélez
sentía pasión por los leones, por ese motivo, se cuenta que hizo traer de África dos
ejemplares, que se movían por los jardines de la mansión. Todavía hoy se pueden
encontrar restos de jaulas y pasadizos en donde se albergaba a los felinos para que
cuiden el hogar.

Los animales estaban sueltos por el jardín por la noche y durante el día, los guardias
los encerraban en jaulas que estaban debajo de la casa, a las cuales se ingresaban
por una escalera exterior. Cuando había eventos nocturnos en la mansión, los leones
quedaban en encerrados, para que no ocurriera ningún accidente con los invitados.

La hija de Díaz Vélez se enamoró de un joven, su pretendiente era Juan Aristóbulo


Pittamiglio que también pertenecía a una familia de estancieros. Los dos estaban tan
enamorados que decidieron comprometerse. El padre estaba muy feliz con la noticia,
no sólo porque compartían la misma actividad económica, sino también porque
conocía a la familia del pretendiente y eran amigos desde hace tiempo.

Era costumbre de la época que las fiestas de compromiso se organizaran en la casa


de la novia, por ello don Eustoquio se encargó personalmente de los preparativos del
evento. Era su única hija mujer y quería hacer una gran fiesta, invitó a todos los socios
del club, también a muchas familias del barrio y a sus conocidos de todos los rincones
de la ciudad.

No sólo eso, también mandó a traer a todos los capataces y peones de sus estancias,
pues quería compartir con ellos su felicidad, además siempre sostuvo que los
trabajadores de sus campos participaron en la crianza de su hija, no podía dejarlos
afuera. Para ello, los albergó en un importante hotel en el barrio de Constitución.

Llegó la noche y las mesas estaban sobre el jardín, era una noche clara de luna y
tiempo templado, como suele ser en los primeros meses del año. Una orquesta
amenizaba la fiesta con música de fondo. En la entrada a la mansión se encontraban
don Eustoquio y doña Josefa para recibir a los invitados.

Como era costumbre, los leones estaban encerrados en sus jaulas, no podía dejar a
los invitados a merced de la voluntad de estos felinos. Sin embargo, un error humano,
dejó una jaula mal cerrada y uno de los leones escapó.

La fiesta transcurría maravillosamente y había tanta alegría, que nadie se percató del
escape del león que, muy asustado por la música y las luces, logró eludir las
seguridades del lugar.
La música y la alegría reinante, fue interrumpida por el novio, quién solicitó la atención
de todo el público presente. Agradeció a todos su presencia e invitó a su amada a
acercarse a quien le pidió matrimonio y le entregó un anillo en muestra de su amor.
La alegría de ambos pretendientes contagió a los invitados y plasmaron en un gran
aplauso el compromiso, el padre de la novia fue uno de los más felices, por el
acontecimiento de compromiso de su hija.

Es en ese instante que el león sale de uno de los pequeños matorrales que había en
la medianera de la casa para abalanzarse sobre el novio. Mientras el hombre luchaba
contra el gigantesco animal y gritaba de desesperación, su novia y los invitados
miraban consternados el suceso. Estaba entre los presentes de la fiesta el barón
Adam Folknner, quien relataría este suceso, en sus memorias publicadas (en alemán),
en Bavaria en el año 1939.

Nadie sabía cómo reaccionar, las mujeres atinaban a gritar, pues quien iba a imaginar
que en las costas del Río de la Plata alguien podía ser atacado por un león.

Don Eustoquio reaccionó rápidamente. Se dirigió a su despacho y tomó una escopeta


que utiliza para cazar animales en el campo. La cargó y desde la ventana apuntó y
con mucha certeza derribó al animal, matándolo en el acto.
Era muy tarde, el novio muerto en el jardín víctima de las garras y colmillos del león.
La fiesta había terminado en tragedia. La policía y los médicos llegaron
inmediatamente, pero nada pudieron hacer por el pobre hombre.

La familia del novio culpó a don Eustaquio por su muerte, ya que no entendía cómo
podían tener en su casa animales salvajes y carnívoros. Pero para desgracia del
dueño de la casa, no eran ellos solamente quienes lo culpaban de lo sucedido.
Cuentan que su hija también lo encaró y lo maldijo, ella quedó con el corazón
destrozado, pues el único hombre que había amado fue muerto por uno de los
animales de su padre.

La tragedia de la familia de don Eustoquio se agudiza más cuando la joven decide


quitarse la vida con una pastilla de cianuro con licor de anís, una noche de domingo
después de asistir a misa en Santa Felicitas, porque no soportaba más convivir con el
dolor de haber perdido a su amado, los periódicos de la época registran este
acontecimiento.

Luego de enterrarla, se dice que don Eustoquio cae en una profunda depresión, no
visita más sus estancias como solía hacerlo y se encierra en su cuarto pasando la
mayor parte de los días allí. Algunos cuentan que (casi en estado de locura) el hombre
decide sacrificar a los leones para recuperar a su hija.

Pero la pasión por estos animales continuaba en Díaz Vélez, por ello decide hacer
monumentos de los leones y colocarlos en el jardín. La extravagancia llega a tal punto,
que una de las estatuas es un león atacando a un hombre que lucha contra las fauces
del animal. Esa escena hace suponer que representa el ataque al pretendiente de la
hija.
El Palacio Díaz Vélez es un edificio emblemático por su leyenda y características, el
único de su tipo que se conserva en pie a lo largo de la Avenida Montes de Oca. Hacia
principios del siglo XX la mansión fue objeto de una completa transformación. Se
construyó un notable palacio, con entrada principal por la Avenida Montes de Oca 110,
influenciado fuertemente por la arquitectura francesa Beaux Arts, de admirable diseño.

Eugenio hijo de don Eustoquio, arquitecto de refinados gustos estéticos, fue a vivir con
su esposa Maria Escalada y sus dos hijas a la casona y encomendó la remodelación
del parque del Palacio Díaz Vélez al afamado arquitecto paisajista Carlos Thays, quien
en 1913 embelleció los jardines del Palacio, añadiéndole nuevas fuentes y esculturas.

Los Díaz Vélez plantearon la obra a partir de los planos del clásico grand hôtel
particulier francés de tres niveles o alturas: planta principal, planta de habitaciones
particulares y mansarda con techo de pizarra. Sobre uno de los costados se ubica una
cúpula revestida del mismo material.

En la actualidad en la residencia funciona la Fundación VITRA (fundación para


vivienda, trabajo y capacitación del lisiado, institución que data de 1965) y el Hospital
María Ferrer. La Fundación VITRA es sede de la única escuela primaria y secundaria
de toda la Argentina para discapacitados motores.

La gran casona aún se mantiene erguida a través de los años en la avenida Montes de
Oca al 100 y también las estatuas y su parque. Es así que al día de hoy, la casa de los
leones despierta la curiosidad de los transeúntes por las leyendas, que despiertan los
leones que posan en el jardín de lo que fue la casona de Eustoquio Díaz Vélez.

Esta residencia del barrio de Barracas, tal vez la última de su tipo, junto a su
centenario parque, debería ser declarada monumento histórico nacional, por las
características patrimoniales y estéticas únicas y también porque tiene una belleza
singular, que amerita ser adecuadamente conservada como patrimonio arquitectónico
cultural.

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