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Manual Jurisdicción Profundizacion
Manual Jurisdicción Profundizacion
DERECHO JURISDICCIONAL
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ÍNDICE
Introducción
PRIMERA PARTE
FORMACIÓN DE LA JURISDICCIÓN: ESTADO ABSOLUTO, ESTADO LIBERAL Y ESTADO
CONTEMPORÁNEO
SEGUNDA PARTE
TERCERA PARTE
I Unidad
II Exclusividad
III Independencia
1. Independencia externa
2. Independencia externa
IV Imparcialidad: Imparcialidad subjetiva e imparcialidad objetiva
1. Imparcialidad subjetiva
2. Imparcialidad objetiva
3. Regulación de las distintas hipótesis de parcialidad
CUARTA PARTE
FACULTADES O ATRIBUCIONES DE LA JURISDICCIÓN CHILENA
QUINTA PARTE
GOBIERNO (ADMINISTRACIÓN) Y RESPONSABILIDAD DE LOS JUECES
SEXTA PARTE
LA JURISDICCIÓN Y SUS ALTERNATIVAS
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SÉPTIMA PARTE
LOS DERECHOS FUNDAMENTALES DE LAS PERSONAS FRENTE A LA JURISDICCIÓN
IV Acción y pretensión
Capítulo segundo: El derecho al debido proceso
I Sentido de la expresión debido proceso en el derecho chileno
II Debido proceso sustantivo y debido proceso procesal
III Contenidos del derecho y principio del debido proceso
1. Derecho a un tribunal independiente e imparcial
2. Derecho a un tribunal ordinario predeterminado por la ley
3. El derecho a la defensa jurídica
4. Derecho a un proceso oral y público
5. Derecho a un proceso sin dilaciones indebidas
6. Derecho a una sentencia motivada
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OCTAVA PARTE
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IX Juzgados de Garantía
1. Localización de los Juzgados de Garantía
2. Funcionamiento de los Juzgados de Garantía
3. Competencia de los Juzgados de Garantía
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NOVENA PARTE
PERSONAL DE LOS TRIBUNALES DE JUSTICIA
DÉCIMA PARTE
LA COMPETENCIA
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BIBLIOGRAFÍA
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INTRODUCCIÓN
todo caso, son en el propio texto, a fin de no distraer al lector con citas a pie
de página.
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PRIMERA PARTE
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Capítulo primero
Corresponde al rey, que es su titular y quien la ejercita, ya que los reyes son
Vicarios de Dios... cada uno en su Reyno, puestos sobre las gentes, para
mantenerlos en justicia, e en verdad quanto en lo temporal, bien asi como el
Emperador en su Imperio... el rey es puesto en la Tierra en lograr de Dios,
para cumplir la justicia e dar a cada uno su derecho” (Partida II, 1.5). El rey,
en cuanto imperator in regno suo, está por encima de la ley,
correspondiéndole la facultad de legislar (Partida II, 13, 11, Especulo, I,I, 3 y
13).
Pero no sólo puede hacer la ley y el Fuero nuevo, sino también mudar
al antiguo e incluso derogar la costumbre ( Nueva Recopilación, II, Y, , Ley
de Toro, Partida Y, 1.14, y Partida II, 1.2 ). Al rey corresponde hacer la ley y
la justicia: estas cuatro cosas son naturales al Señorío del Rey, que non las
deve dar a ningund ome, nin las partes de si, ca pertenescen a el por razon
ser señorio natural, Justicia, Moneda, Fonsadera é suos yantares” (Fuero
Viejo de Castilla, I,I). “Rey es gobernar e hacer justicia y derecho (Partida II,
1.6 )”.
Con todo lo anterior se quiere poner de manifiesto que el rey era un
órgano de justicia, e incluso, como algunos expresan, el rey era la justicia
misma. El rey tenía por tanto, como función esencial, la de ser juez del reino,
actividad que si en los tiempos pretéritos pudo haber sido exclusivamente
desempeñada por una persona solamente, con posteroridad a la recepción
ya no era factible de mantener su ejercicio personalizado en el monarca,
tanto por la extensión de los territorios, por el número de pobladores de los
mismos, como correlativamente debido a la ingente cantidad, en grado
creciente, de conflictos que surgen. Pero, en todo caso, el rey es consciente
de que corresponde a su soberanía el mantener control sobre la Justicia.
Ahora bien, los jueces tuvieron que partir de la situación existente,
reconociendo la competencia para el ejercicio jurisdiccional de aquéllos que
hasta ese momento lo habían hecho (por ejemplo, jurisdicción eclesiástica),
que no fueron capaces en un primer momento de sustituir. Además, por
necesidad de racionalización administrativa, si bien el rey es el juez
supremo, se ve necesitado de nombrar jueces para administrar justicia, pero
al propio rey le corresponde el nombramiento de los jueces, los que deben
impartir justicia por mandato del rey. El juez debía poner todos los jueces,
excepto los de aveniencia, esto es, los nombrados por las partes.
Hay que tener presente que, sin perjuicio de los poderes exorbitantes
del rey para administrar justicia, en ningún caso puede hablarse que el
príncipe sea titular de la actividad legislativa. El rey va a ir conquistando la
facultad de ordenar el reino a través de la norma, pero ni siquiera durante el
período plenamente absolutista va a serle indiscutido este poder. Prueba de
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ello la encontramos en Francia con las luchas entre los Parlamentos y el rey.
Pero, a través de la aplicación judicial al caso concreto, el monarca va
fundando su derecho a promulgar leyes. La importancia de la aplicación
judicial residía en que frecuentemente era el medio más importante y eficaz
a través del cual podía el rey romper el sistema estamental. Mediante la
progresiva extensión del ámbito jurisdiccional de sus tribunales, tanto desde
el punto de vista territorial y personal, y de aquellos casos que conocía
exclusivamente, el monarca pudo ampliar y cimentar su autoridad,
aumentado así su esfera de influencia y control. Por todo ello, es posible
decir que la legislación (en el sentido de poder dictar leyes), emana y
adquiere fundamento en la Jurisdicción (en el sentido de función
jurisdiccional).
Por otra parte, es preciso analizar la propia evolución que tuvo el
Estado. A medida que progresivamente se produce una mayor complejidad,
en cuanto la esfera del poder del monarca se va extendiendo (pensemos la
situación de España y sus territorios americanos), se hace necesaria una
especialización o división de funciones que, en algunos momentos, va a
provocar una subordinación de la actividad judicial, con predominio de las
funciones de gobierno; subordinación que realmente no aparece clara dada
sobre todo la frecuente distinción teórica de funciones, pero que
prácticamente eran desempeñadas por los mismos órganos. Si hasta
principios de la Edad Moderna todo es Justicia o Jurisdicción, a partir de este
momento, y debido a dicho proceso de complejización que se va realizando,
se produce, primero, el desgajamiento de los negocios de hacienda y de los
de guerra después, a los que se sumarán otros con el tiempo (negocios de
Estado, gobernación, etc.).
Alrededor del siglo XVI surge una autoridad del Estado que tiene
importantes funciones jurisdiccionales: el Corregidor, quien detentaba, con
carácter ordinario y continuado, la función jurisdiccional, tanto en lo civil
como en lo penal. Esta figura imparte justicia personalmente a través de sus
tenientes, y actúa también como juez de apelación, entre otras
competencias.
Por todo lo dicho hasta aquí, se puede resumir la evolución histórica -
anterior al Estado liberal- de la Jurisdicción en los siguientes términos:
La Justicia hasta antes del Estado Liberal -la Justicia del Antiguo
Régimen-, nace inserta dentro de la actividad de la Administración. En este
contexto, podemos agregar que: a) el rey era el titular de la Justicia, la que
b) es ejercida por órganos determinados y c) no va dirigida a la protección
de los derechos subjetivos, ya que los súbditos se encuentran frente al
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bastante arbitraria, sin que, muchas veces, razonaran teniendo como fuente
al derecho vigente, ni menos que consignaran por escrito su razonamiento.
Asimismo, aplicaban penas distintas a las establecidas por la ley.
En estricto rigor, no se puede hablar en el Absolutismo de la existencia
de derechos subjetivos del ciudadano que frenen o controlen el poder del
Estado. Sin perjuicio de ello, se puede decir que los súbditos del reyno se
encontraban en una situación de igualdad, que se puede denominar de
igualdad formal negativa. El Estado administraba justicia para todos los
súbditos, pero no como un derecho de éstos. Esto significaba que la
Administración de justicia era, antes que nada, una prerrogativa del rey, mas
no un derecho de los subalternos, al estilo del derecho a la tutela judicial que
conocemos hoy en día (art. 19 nº 3 inc. 1º Constitución Política de la
República de Chile). La actuación de los jueces se desenvolvía bajo el
principio de oportunidad, provocando el absolutismo judicial.
De acuerdo con todo lo anterior, calificar sin más a la Justicia del
Antiguo Régimen como Jurisdicción es inadmisible. Prueba de ello es la
diferente consideración que a partir de la Ilustración -y sobre todo del
pensamiento liberal iniciado por Locke y Montesquieu, entre otros- se va a
tener del instituto. Podría hablarse en el Antiguo Régimen de una
Jurisdicción, a lo más, en fase embrionaria.
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Capítulo segundo
La Jurisdicción en el Estado liberal
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Capítulo tercero
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SEGUNDA PARTE
Capítulo primero
Teorías sociológicas
Capítulo segundo
Teorías Jurídicas
I Teoría subjetiva
La teoría subjetiva nace de una dimensión civil de la Jurisdicción y
concibe la función jurisdiccional para la defensa de los derechos subjetivos
de los individuos o la reintegración plena de aquéllos en los casos de
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II Teoría objetiva
La concepción objetiva de la función jurisdiccional es posterior en el
tiempo y tiene ya un más amplio campo de visión. En términos generales
esta tesis postula que la Jurisdicción persigue la actuación del derecho
objetivo mediante la aplicación de la norma al caso concreto. Esta visión
parte del hecho que al Estado le corresponde asegurar la actuación del
derecho objetivo en los casos en que el mismo no sea voluntariamente
observado. La norma a aplicar es para el poder público la regla que debe ser
seguida para que una cierta finalidad sea alcanzada; la misma norma es
para el órgano jurisdiccional el objeto de su actividad institucional, en el
sentido de que la actividad jurisdiccional se ejercita al solo fin de asegurar el
respeto del derecho objetivo.
Políticamente, esta concepción respondió inicialmente a una idea del
derecho que veía en la voluntad del Estado y en su observancia el respeto
a la autoridad; en ella, dicen algunos críticos, queda en la sombra el interés
individual en la defensa del derecho subjetivo y surge en primer plano el
interés público en la observancia del derecho objetivo. Ha sido calificada
algunas veces como una concepción autoritaria de la Jurisdicción.
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TERCERA PARTE
Capítulo primero
Características de la Jurisdicción: Unidad, exclusividad e
independencia (imparcialidad)
I Unidad
En tanto competencia constitucional, la Jurisdicción tiene un carácter
único e indivisible. Solo hay una Jurisdicción.
El principio de unidad jurisdiccional es el resultado de un largo proceso
evolutivo que refleja una aspiración política secular: la desaparición de todas
las jurisdicciones privilegiadas o jurisdicciones especiales.
El constitucionalismo decimonónico europeo es buena muestra de esa
tendencia hacia lo que se denominó unificación de fueros, tendente a la
eliminación de privilegios de clase y a la garantía de igualdad de los
ciudadanos ante la Justicia.
La Jurisdicción es una y es la misma cualquiera sea el tribunal que la
ejercite y el proceso de que se valga para ello. Pero tiene, además, carácter
totalizador, en el sentido que cuando el órgano dotado de potestad
jurisdiccional la ejercita, lo hace como un todo sin posibilidad de
fragmentación. De este modo, cuando en el lenguaje corriente que utilizan
los operadores jurídicos así como la propia ley, se habla de jurisdicción civil,
penal, laboral, etcétera, en realidad se incurriría en una impropiedad ya que
la Jurisdicción no admite clasificaciones. La competencia se puede dividir
pero no así la Jurisdicción. En estos casos, aparece más apropiado hablar
de tribunales civiles, penales, laborales, etcétera, y no así de distintas
jurisdicciones.
Lo que entre los tribunales puede distribuirse es el ámbito, la materia,
el territorio o la actividad sobre la que se ejerce la potestad jurisdiccional.
Surge así la noción de competencia. La competencia no es la parte de la
Jurisdicción que se confiere a un órgano, ni la medida de Jurisdicción que
se le atribuye; es la parte sobre la que se ejerce la potestad jurisdiccional.
Aunque la Jurisdicción no se reparta, sí cabe repartir la materia, el territorio
y la actividad procesal. Es así posible que la ley disponga que un órgano
jurisdiccional conocerá sólo de materias civiles y otro sólo de materias
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II Exclusividad
La nota de exclusividad de la Jurisdicción, principio político
fundamental y criterio distintivo básico, es recogida por el artículo 76 CPR:
“la facultad de conocer de las causas civiles y criminales, de resolverlas y de
hacer ejecutar lo juzgado, pertenece exclusivamente a los tribunales
establecidos por ley [...]”. La misma idea repite el artículo 1º del Código
Orgánico de Tribunales (en adelante COT).
La exclusividad de la Jurisdicción puede ser referida en un sentido
positivo y en uno negativo.
En un sentido positivo, la exclusividad viene a significar que el Estado
asume la Jurisdicción en régimen de monopolio, para conferir su ejercicio,
también con carácter exclusivo, a los jueces y tribunales determinados por
la ley. Ello implica que nadie más que el Estado podrá crear órganos
jurisdiccionales. Por otra parte, viene a significar un monopolio judicial, esto
es, solo los tribunales creados por ley están investidos de la potestad
jurisdiccional. Monopolio estatal, es decir sólo el Estado tiene la potestad
jurisdiccional y monopolio judicial, sólo los tribunales creados por ley tienen
la potestad jurisdiccional.
En un sentido negativo, la exclusividad impone a los tribunales de
justicia la prohibición de desarrollar otra actividad que no sea la
jurisdiccional. Esto se deriva en el derecho chileno de la norma general del
artículo 7º CPR. Pero además, el artículo 4º del COT establece
expresamente: “es prohibido al Poder Judicial [esto es a la potestad
jurisdiccional] mezclarse en las atribuciones de otros poderes públicos y en
general ejercer otras funciones que las determinadas en los artículos
precedentes”.
Me interesa detenerme un instante, en relación con la exclusividad
entendida positivamente, sobre una interpretación difundida en la doctrina
jurídica chilena y que derivaría, al parecer, de la redacción de nuestra actual
Carta Fundamental. En efecto, el Capítulo VI CPR, lleva por título Poder
Judicial. Por otra parte, el artículo 19 nº 3 inc. 6º CPR expresa que: “toda
sentencia de un órgano que ejerza jurisdicción debe fundarse en un proceso
previo legalmente tramitado [...]”. Esta distinta denominación ha llevado a
algunos autores a distinguir entre una función judicial y una función
jurisdiccional.
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III Independencia
1. Independencia externa
Ante la pregunta del por qué deben ser independientes los tribunales
de justicia, la respuesta que aparece obvia es la que sostiene que ello es así
para garantizar que se respete el imperio de la ley. Debe haber alguien que
esté en condiciones de controlar que se cumpla la ley. ¿Y quiénes deben
cumplir la ley? Pues en primer lugar los ciudadanos. La ley se entiende como
un instrumento de orden social.
Pero también deben cumplir la ley todos los órganos del Estado,
especialmente aquellos que forman parte de la Administración del Estado.
Es quizá en relación a la Administración del Estado donde la doctrina justifica
más radicalmente la independencia de los tribunales de justicia. La potestad
administrativa siempre ha sido la que más activa y sensiblemente encarna
la idea abstracta de soberanía y por eso mismo respecto de aquella es más
probable que se den ocasiones de abuso.
De independencia judicial solo tiene sentido hablar en un Estado
sometido a reglas legales generales y abstractas. Donde el poder no esté
sometido a Derecho no aparece la necesidad de independencia de los
tribunales. Podrá haber necesidad de imparcialidad, pero no de
independencia. El Monarca podía ser imparcial frente a un súbdito en la
resolución de un asunto que le afectaba. Pero desde el momento en que
todo individuo, ciudadano o titular de un órgano estatal, ha de someterse al
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judicial capaz de resolverlas. Sin embargo, agrega, se olvida que este ideal
supone siempre que deben existir leyes generales en vigor, pues el juez es
independiente sólo bajo condición de que haya una norma de la que
dependa. Allí donde esa norma falte, puede hablarse, a lo sumo, de un
procedimiento de mediación, cuyo resultado práctico depende de la
autoridad del mediador. Y si la importancia de la propuesta de mediación
depende del poder del mediador, entonces no hay mediación auténtica, sino
una decisión política más o menos ecuánime. A diferencia del Derecho
privado, el Derecho público encuentra dificultades para su judicialización.
Como se sabe, esta postura de Schmitt fue fuertemente contestada
por Kelsen (2002). Sostenía éste que la división entre Administración y
jurisdicción que ve libertad (o discrecionalidad) en la primera y sometimiento
a la ley en la segunda, es lógicamente insostenible y esconde un postulado
político que contradice el derecho positivo. En la discrecionalidad no están
las diferencias, al menos sustanciales, entre actividad administrativa y
actividad jurisdiccional. En ambas actividades se da este fenómeno. A lo más
puede haber en esto una diferencia cuantitativa, mas no cualitativa,
postulaba Kelsen.
2. Independencia interna
Los postulados de Montesquieu y la posterior doctrina liberal
configuraron al judicial como un poder difuso. Esto quiere decir que el poder
jurisdiccional recae en todo tribunal de justicia y no se concentra en un solo
(Corte Suprema) o en alguna estructura de tipo administrativa.
Para Montesquieu, como el judicial no era un poder político o
derechamente no constituía poder, el judicial debía configurarse de una
manera atomizada y difusa, además de no permanente, sin que se
constituyera una organización o agencia estatal que lo configurara y
representara. Solo así se podía asegurar que el judicial se constituyera
como una potestad que no podría afectar a los poderes políticos, el orden
estamental o la voluntad democrática, según miremos a Montesquieu como
un guardián del orden medieval o un liberal ilustrado.
Hay que tener presente que la concepción difusa del poder judicial no
ha sido una constante histórica. Los primeros pasos de la jurisdicción como
función estatal se observa en el Estado absoluto medieval. Jurisdicción y
Estado son casi lo mismo y desde luego, todo ello reunido en última instancia
en la persona del Rey.
En la edad media europea se construye al poder judicial como una
organización burocrática jerarquizada, lo contrario de un poder difuso. A
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1. Imparcialidad subjetiva
La imparcialidad considerada subjetivamente dice relación con el
posicionamiento personal de los jueces en los términos de las partes de una
causa judicial. Se habla de una consideración del fuero interior de los jueces,
que debe considerarse imparcial mientras no se demuestre lo contrario. Se
ha dicho que la imparcialidad subjetiva, cual derecho fundamental de los
justiciables, comporta una garantía que permite que un juez sea apartado de
un caso concreto cuando existan sospechas objetivamente justificadas. Es
decir, debe tratarse de conductas exteriorizadas y apoyadas en datos
objetivos que permitan afirmar que el juez no es ajeno a la causa o que
permitan temer que, por cualquier relación con el caso concreto, no utilizará
como criterio de juicio el previsto por la ley sino otras consideraciones ajenas
al ordenamiento jurídico. El criterio subjetivo ha sido declarado por el
Tribunal Europeo de Derechos Humanos (en adelante TEDH) en sentencias
como la de 26 de octubre de 1984 en la causa De Cubber contra Bélgica, y
luego en otras como Fey de 24 de febrero de 1993, Remli, de 23 de abril de
1996 y Gregory, de 25 de febrero de 1997.
Corresponderá a la parte que se lamenta de la parcialidad del magistrado
demostrarla, probando en concreto que la disposición anímica o psicológica
del juez y su conducta exteriorizada son síntomas de falta de imparcialidad.
La jurisprudencia del TEDH ha influido asimismo a algunas cortes
constitucionales europeas. Así, El Tribunal Constitucional español, por
sentencia 162 de 1999, recogiendo esta línea divisoria abierta por el TEDH,
ha expresado que la perspectiva subjetiva de la imparcialidad trata de
apreciar la convicción personal del juez, lo que pensaba en su fuero interno
en tal ocasión, a fin de excluir a aquél que internamente haya tomado partido
previamente o vaya a basar su decisión en prejuicios indebidamente
adquiridos.
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2. Imparcialidad objetiva
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Capítulo segundo
Poder judicial y función jurisdiccional
determina al órgano y no el órgano a la función; por ello [...] los órganos por
medio de los cuales la jurisdicción se pone en movimiento pertenecen a
veces al orden administrativo y otras, las más, al Poder Judicial, sin que ello
altere la función que les ha sido encomendada.
Colombo sigue en su planteamiento posiciones muy similares a las que
analizamos con Duguit y Chiovenda. Para comprender mejor esta posición,
hay que considerar que esta doctrina nacional entiende por jurisdicción el
poder - deber que tienen los tribunales para conocer y resolver por medio
del proceso y con efectos de cosa juzgada los conflictos de intereses de
relevancia jurídica que se promueven en el orden temporal, dentro del
territorio de la República y en cuya solución les corresponde intervenir.
De conformidad con lo expresado anteriormente, se puede afirmar que
para esta posición doctrinal cualquier órgano autorizado por la ley para
resolver conflictos de intereses de relevancia jurídica del orden temporal es
un tribunal de justicia. Por tanto, pueden ejercer jurisdicción los tribunales de
justicia, los órganos legislativos o los que forman parte de la Administración
del Estado, con tal que la ley los habilite para ello.
Sin embargo, si ello es así, surge inmediatamente la cuestión de cómo
se puede conciliar esta tesis con la prohibición establecida por el artículo 76
CPR dirigida al Presidente de la República y al Congreso Nacional para
ejercer funciones jurisdiccionales. La respuesta que se ha dado basada en
la historia fidedigna de la norma viene a decir que esa prohibición se
establece taxativamente para esos órganos, es decir específicamente para
el Presidente de la República y para el Congreso Nacional, pero no para sus
subordinados o ramas. Es decir, ni el Presidente de la República ni el
Congreso Nacional pueden ejercer jurisdicción, pero sí lo podrían hacer un
ministro de Estado o un director o jefe de servicio o bien el Senado o la
Cámara de Diputados.
En la Comisión de Estudio de una Nueva Constitución se había
pensado redactar el actual artículo 76 CPR indicando que Ninguna autoridad
puede, en caso alguno, ejercer funciones judiciales, avocarse causas
pendientes, revisar los fundamentos o contenidos de sus resoluciones o
hacer revivir procesos fenecidos. La propuesta fue rechazada porque, como
hizo ver el Presidente de la Comisión de Estudio, don Enrique Ortúzar
Escobar, habría importado la derogación de todos los tribunales especiales
que existían en ese momento como era el caso del Director de Impuestos
Internos, el Superintendente de Aduanas, la Junta de Aduanas, el Tribunal
de Marcas, el Tribunal de Comercio y otros.
Esta posición es secundada por varios fallos del Tribunal
Constitucional y de la Corte Suprema, que, puede decirse, sustentan la
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2 Vid. Sentencia del Tribunal Constitucional rol nº 616 – 2006, de fecha 6 de septiembre de 2007.
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Act of Settlement de 1701.
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a) Designación
b) Elección
c) Autogeneración
d) Mixto
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CUARTA PARTE
FACULTADES O ATRIBUCIONES DE LA JURISDICCIÓN CHILENA
Capítulo primero
Facultades jurisdiccionales
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1. Oralidad
El principio de oralidad significa, en primer lugar, que en los actos
procesales predomina lo hablado sobre lo escrito, como medio de expresión
y comunicación entre los diferentes sujetos que intervienen en el proceso.
No cabría admitir, de este modo, que el momento típico para distinguir entre
un procedimiento oral y otro escrito sea el de las actuaciones de las partes
referidas a la presentación de la pretensión y la resistencia. Tal interpretación
conduciría a que en un proceso civil en el que la demanda y la contestación
se hicieran por escrito, pero en el que todos los demás actos fueran orales,
habría de ser calificado de escrito. El predominio del acto procesal oral no
puede impedir la existencia de actos escritos, sea cual fuere el contenido de
éstos.
Si hubiera que destacar algo que normalmente caracteriza al
procedimiento oral, ello radicaría en que tal procedimiento consta de una
audiencia oral en la cual el juez se pone en relación directa con las pruebas
personales (testigos y peritos) y con las partes, sin perjuicio de que esta
audiencia haya sido preparada por una serie de actos escritos, en los cuales
incluso puede haberse interpuesto la pretensión y opuesto la resistencia.
De la oralidad se derivan los siguientes principios:
a) Inmediación
La oralidad implica, necesariamente, inmediación, esto es, la exigencia
de que el juzgador se haya puesto en contacto directo con las personas que
intervienen en el proceso, sin que exista entre ellos elemento alguno
interpuesto. Esta exigencia es particularmente importante con relación a las
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b) Concentración
Decir oralidad es decir también concentración. Esta supone que los
actos procesales deben desarrollarse en una sola audiencia o en todo caso
en unas pocas audiencias próximas temporalmente entre sí, con el objetivo
evidente de que las manifestaciones realizadas de palabra por las partes
ante el juez y las pruebas permanezcan fielmente en la memoria de éste a
la hora de dictar sentencia. Se puede decir que el ideal de todo
procedimiento es la concentración en una sola audiencia de todos los
alegatos de las partes, de la proposición y práctica de las pruebas e incluso
de la resolución del caso. Si bien se puede convenir que tal ideal será en la
mayoría de los casos imposible de alcanzar, debería servir como ideal que
oriente la actividad del legislador y del propio órgano jurisdiccional.
Se acostumbra a señalar que la concentración es la principal
característica exterior del proceso oral. Al mismo tiempo se ha señalado su
influencia sobre la brevedad de los pleitos, frente a la escritura que supone
necesariamente dispersión de los actos procesales en el tiempo. De este
modo, se ha señalado por un sector de la doctrina que si las mayores
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c) Publicidad
La publicidad de los procesos fue una de las reivindicaciones de los
pensadores y políticos ilustrados frente al secreto que prevalecía en la
justicia del enjuiciamiento inquisitivo, calificada de arbitraria y discriminatoria,
propia de un sistema de opresión y de desconocimiento de la libertad.
Los revolucionarios franceses acogieron el principio de publicidad en
los decretos de 8-9 de octubre de 1789 y de 16-29 de septiembre de 1791,
como remedio frente a la parcialidad y corrupción judicial.
Su general reconocimiento como una de las principales exigencias del
debido proceso viene sancionado en la gran mayoría de los instrumentos
internacionales.
¿Cómo ha de entenderse la publicidad? La publicidad procesal
expresa el derecho a la inmediata percepción de las actuaciones verificadas
por y ante el tribunal por personas que no forman parte del mismo. Se
extiende a las pruebas, vistas y sentencias, con la general salvedad de las
deliberaciones del tribunal, sin olvidar el acceso de los interesados a las
actuaciones y a los libros, archivos y registros judiciales que no tengan
carácter reservado. Implica además la subsiguiente obligación de habilitar
locales con las condiciones precisas para su vigencia.
Existen variados criterios clasificatorios de la publicidad. Se puede
partir de la espacial, instrumental o concerniente al lugar en que se desarrolle
el proceso y de la “personal”, la que puede predicarse sólo de los sujetos
intervinientes en el proceso o también de los terceros al mismo. Es este
último extremo, cabe destacar la publicidad inmediata y la mediata,
dependiendo de si la percepción de los actos procesales tiene esta calidad
por asistencia personal a su desarrollo o ya cuando tal percepción se
produce por vía indirecta (prensa, televisión, radio, etcétera).
Hoy en día se viene señalando por un sector de la doctrina comparada
(Pedraz, 2000) que la publicidad en sentido estricto se correspondería con
la publicidad general, esto es, accesibilidad para todos, mientras que la
publicidad referida a las partes y sujetos procesales se reconduciría al
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2. Escritura
A partir del siglo XII el principio de escritura dominó en el proceso
europeo. Las razones de ello son muy variadas, pero posiblemente una de
ellas fue la que Inocencio III expuso en la famosa decretal de 1216, donde
se trataba de proteger a las partes contra falsam assertionem iniqui judicis,
esto es, contra los jueces inicuos, como manifestación de la desconfianza
respecto de ellos. El juez tendría que basarse para decidir un asunto en lo
que constaba en la causa por escrito, y a partir de ahí surgía la posibilidad
de que, por medio de los recursos, se pudiera controlar su actividad. Este
sistema predominó en toda Europa hasta el siglo XIX. En Chile, hasta antes
de la importante reforma del proceso penal del año 2000, estaba
mayoritariamente en la base de la generalidad de los procedimientos.
En el procedimiento escrito no es que no existan algunas actuaciones
judiciales orales, pero éstas cumplirían una función accesoria, hasta el punto
de que normalmente su realización no es obligatoria, puesto que suele
depender de la voluntad de las partes o del tribunal, su sustitución por actos
escritos.
A su vez, en un procedimiento oral se procede a la documentación del
acto realizado y ello no supone vulneración de la oralidad; lo importante es
que el juez, a la hora de dictar la resolución, no se basará en el acta realizada
para documentar el acto oral, sino directamente en el acto oral. Por el
contrario, en un procedimiento escrito el acta no es simple documentación
de un acto oral, sino que la ley impone que el juez dicte su resolución
tomando como elemento del juicio el acta.
De la escritura se derivan:
a) Mediación
La escritura implica necesariamente mediación, esto es, que entre el
juez y las pruebas, principalmente, existe algún elemento interpuesto, por lo
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Para el derecho nacional véase el trabajo sobre la oralidad de Bordalí y Hunter (2013), que en lo esencial se resume
en estas páginas.
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momento de dialogar con los argumentos planteados por los litigantes. Pero
además otorga seguridad jurídica a la determinación del objeto. La voluntad
de los ciudadanos queda plasmada en los escritos alegatorios que contienen
la pretensión (causa y objeto pedido), otorgando esa mediación escrita un
fuerte grado de seguridad en los extremos de la litis.
La segunda etapa del modelo trifásico tiene lugar con la llamada
audiencia preliminar, también conocida en el proceso penal como audiencia
de preparación del juicio oral. Esta audiencia tiene una forma esencialmente
oral y en ella se materializan una serie de actividades ligadas a los aspectos
formales del procedimiento y a la prueba. Excepcionalmente también
pueden desarrollarse tareas relativas a la aclaración y rectificación del
material fáctico introducido por medio de los actos alegatorios, pero tienen
un impacto marginal en la determinación del objeto.
Entre algunos de los objetivos de esta audiencia está la resolución y,
en su caso, la subsanación de las cuestiones formales o procedimentales,
ya sea que se hayan hecho valer por las partes o que puedan ser revisadas
de oficio por el juez; se tienta a las partes a lograr una conciliación que
permita eludir el dictado de la sentencia; se fija en forma definitiva e
inmutable del objeto del pleito, especialmente, la causa de pedir y el objeto
pedido; se define el thema probandi, mediante la indicación de los hechos
sustanciales y pertinentes que sea necesario probar en base a las
alegaciones formuladas por los litigantes, y; en fin, se propone por el juez o
las partes las convenciones probatorias.
Sin lugar a dudas la audiencia preliminar constituye el momento clave
para la preparación del juicio oral, fundamentalmente por la relevancia que
posee en la conformación del material probatorio. Todo este conjunto de
actividades se hace en forma oral, es decir, mediante un debate y discusión
entre las partes en presencia y con una activa participación del juez, quien
además de presidir la audiencia tiene la misión de tomar importantes
decisiones que influyen directamente sobre la suerte de la litis. Por
consiguiente, asume un rol preponderante y activo que lo lleva incluso a
fomentar el diálogo entre los contradictores para lograr una mejor decisión.
Bajo esta perspectiva, no cabe duda que la oralidad es un factor
esencial y necesario para desarrollar esta audiencia de forma eficiente. Si la
discusión que se genera entre partes y el juez, y las decisiones acerca de la
admisibilidad de cada medio de prueba fuesen desarrolladas a través de un
intercambio de escritos, el tiempo que se demandaría sería mucho mayor al
desarrollo mismo de la audiencia oral. La oralidad permite efectuar un
diálogo que de manera escrita sería mucho más engorroso y difícil, y por tal
motivo, menos eficiente.
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orales: así se dispone para el proceso penal (Art. 296 CPP), el proceso de
familia (artículos 65 y 66 bis LTF), y del trabajo (artículos 427, 457 y 460 CT).
Además está prevista en el nuevo Código Procesal Civil.
Si puede existir en la doctrina del Derecho Procesal una lucha acerca
de la necesidad de introducir la oralidad en los juicios, ésta cobra sentido
cuando se trata de la práctica de las pruebas por constituir, esto es, la
declaración de parte, los testigos y la pericial. Cuando el asunto puede ser
resuelto únicamente recurriendo a la prueba documental, entonces el
desarrollo de una audiencia oral carece de todo sentido, siendo más racional
permitir que las partes desarrollen en forma escrita el control sobre el
contenido de la prueba documental.
Ahora bien, la audiencia de juicio como momento clave para la
introducción de la prueba por constituir, se encuentra empapada de ciertos
principios, como los de bilateralidad de la audiencia, oralidad, publicidad,
inmediación, concentración, continuidad y dirección de oficio por el tribunal.
Acerca de estos principios vale la pena hacer dos comentarios.
En primer lugar es común observar la exigencia de que el juez
pronuncie de inmediato su decisión una vez finalizada la audiencia de juicio.
Esta exigencia encontraría su fundamento en la indispensable continuidad,
concentración y celeridad del procedimiento que supone llevar un proceso
oral. En otras palabras, un proceso para que pueda ser oral debería
desarrollarse de manera concentrada, ojalá en una única o en dos
audiencias lo más próximas entre sí, sin interrupción y seguida de una
decisión del juez de la causa.
Resulta palmario que para hacer frente a la tardanza que implica el
desarrollo de un proceso con todas las garantías, la concentración de los
actos de prueba permite la celeridad del procedimiento. Si los actos de
prueba fuesen dispersos en el tiempo además de hacer más dificultosa la
tarea de decisión sobre los hechos, se generaría un retardo injustificado en
la dictación de la sentencia definitiva. Pero esta celeridad no puede ser a
costa de sacrificar la calidad y justicia de la decisión final. O sea, la
concentración de los actos probatorios y la cercanía entre su percepción por
el juez y la decisión no son valores intrínsecamente justos. En algunos casos
obligar al juez a decidir con dudas fácticas o sin un análisis riguroso de todas
las implicancias fácticas y jurídicas de la controversia puede significar una
merma considerable en la posibilidad de arribar a una sentencia justa. Tal
posibilidad es propia de un juicio sencillo y no especialmente complejo.
Por ende, parece más razonable que el legislador entregue una
herramienta al juez para que en cada caso concreto pondere tanto si va
decidir de inmediato la contienda, una vez rendida la prueba en la audiencia
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Esto que parece obvio, no lo es, sin embargo, para el diseño legislativo
nacional, ya que la oralidad en cuanto principio del procedimiento viene a
colmar los vacíos legales en la regulación de la forma de los actos del
procedimiento (este es, al menos, uno de los fines que tradicionalmente la
teoría general del derecho asigna a los principios). Esto significa que frente
a un trámite procesal cuya forma no venga expresamente dispuesta por la
ley, debe dársele la forma oral, con independencia de si ésta permite
alcanzar más eficientemente el fin propuesto con el acto. Esta solución – que
tiene el mérito de asegurar la presencia física del juzgador en todo el iter
procesal- no es la más óptima desde la eficiencia del proceso, por lo cual,
no parece aconsejable adoptarla como regla absoluta. Por el contrario,
parece mucho más razonable entregar un poder general al juez para la
determinación de la forma del acto procesal en aquellos casos en que la ley
no prevea una forma precisa. Esta fórmula permitiría lograr un justo equilibrio
entre los valores que se quieren garantizar por medio de la oralidad y los
criterios de eficiencia que debe satisfacer un proceso orientado a la decisión
justa y racional. Además pone al binomio oralidad-escritura en la posición
que realmente merece, esto es, como un simple elemento técnico del
procedimiento destinado a servir de herramienta para lograr fines.
De acuerdo con lo señalado, la disputa entre oralidad y escritura
debería resolverse sobre criterios de eficiencia del proceso, donde se
combine la rapidez y economía del procedimiento con la posibilidad de
alcanzar decisiones íntegramente informadas, correctas y fiables en todos
los extremos de la disputa.
Para este objetivo la oralidad y la inmediación juegan un rol
preponderante en la facilitación de un mejor resultado epistémico de las
pruebas practicadas. Pero no se trata de que constituya el único medio para
realizar la contradicción de las argumentaciones y las pruebas. Por el
contrario, por sí sola no garantiza absolutamente nada, menos aún respecto
a la calidad de la información que se genere. A lo sumo permite que dichos
objetivos sean alcanzados con una mayor eficiencia que lo que implicaría un
intercambio de escritos.
Hay que entender por lo tanto que oralidad es una herramienta
eficiente para depurar la información que arroja cada medio de prueba en
particular, esto es, facilita el trabajo del juez o de los litigantes en el filtrado
de la información y su posterior separación de los elementos que la puedan
distorsionar. Permite que el dato fáctico que emana del medio de prueba
pueda ser objeto de control por parte de quien ese dato perjudica, facilitando
que la información que arroja cada medio de prueba pueda ser confrontada,
aumentando o disminuyendo su grado de fiabilidad. La percepción directa e
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1. Parte expositiva
2. Parte considerativa, y
3. Parte resolutiva o dispositiva
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Capítulo segundo
Facultades no contenciosas
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Capítulo tercero
Facultades conservadoras, disciplinarias y económicas
El artículo 82 CPR confiere a la Corte Suprema además de las
facultades jurisdiccionales, en su calidad de tribunal de justicia establecido
por la ley de conformidad con el artículo 76 CPR, una superintendencia
directiva, correccional y económica, lo que la doctrina acostumbra a
identificar con facultades de esos tres tipos.
En el artículo 96 n° 4 COT se establece que a la Corte Suprema, en
pleno, corresponde ejercer las facultades administrativas, disciplinarias y
económicas. Hay una primera duda interpretativa. ¿Las facultades
administrativas son lo mismo que las directivas de que habla la Constitución?
Y lo mismo, las facultades disciplinarias son lo mismo que las correccionales
de que habla la Constitución?
Vamos a entender que facultades administrativas y directivas son lo
mismo. Lo correccional de que habla la Constitución podría ser comprendido
como similar a lo disciplinario. Sin embargo, la superintendencia o facultad
correccional a que se refiere el artículo 82 CPR se ejerce exclusivamente
por la Corte Suprema respecto de todos los tribunales de justicia con
excepción de los tribunales que el propio precepto establece. Mientras que
las facultades disciplinarias a las que se refiere el artículo 3° COT son
ejercidas por todos los tribunales de justicia de conformidad con el Código
Orgánico de Tribunales y se dirigen a los tribunales o jueces inferiores como
a los abogados y personas que participan de las audiencias y actuaciones
ante los tribunales de justicia. Pero el artículo 540 COT complica aún más la
situación, pues establece que corresponde a la Corte Suprema, en virtud
del artículo 86 de la Constitución, hoy 82, ejercer la jurisdicción correccional,
disciplinaria y económica sobre todos los tribunales de la Nación. Le
confiere dicho precepto a la Corte Suprema una facultad correccional y otra
disciplinaria.
Por otra parte, el inciso segundo del artículo 82 CPR establece que a
los tribunales superiores de justicia, en uso de sus facultades disciplinarias,
solo podrán invalidar resoluciones jurisdiccionales en los casos y forma que
establezca la ley orgánica constitucional respectiva.
De acuerdo con lo preceptuado por el artículo 82 CPR, la Corte
Suprema tendría una facultad correccional y además una facultad
disciplinaria, por lo que serían dos competencias o atribuciones diversas. Sin
embargo, parece ser que tanto para el legislador como para los propios
tribunales de justicia son facultades sinónimas.
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I Facultades conservadoras
Hay que tener presente que el artículo 3° COT no señala a qué tipo de
tribunales corresponden estas atribuciones, sino que lo deja a la disposición
que más adelante establezca el propio Código Orgánico de Tribunales. Sin
embargo, en ninguna parte se refiere a competencias que deriven de estas
facultades conservadoras.
Como no tienen base legal que desarrolle su naturaleza, competencia
ni función, ha sido la doctrina y jurisprudencia quien ha construido el
significado de estas facultades conservadoras ¿Qué son estas facultades
conservadoras? La doctrina no está de acuerdo en el significado de estas
atribuciones. Para un autor del siglo XIX como José Bernardo Lira (1895)
éstas –llamadas también “gubernativo-judiciales”- serían las que se ejercen
sobre los subalternos, relativas a materias de inspección o policía judiciaria.
Para otros autores como Hugo Pereira (1996) “son las relativas a la
protección y amparo de las garantías individuales (y sociales) consagradas
en la Constitución”. Para Juan Manuel Errázuriz y Jorge Miguel Otero (1989)
la facultad conservadora, anexa o conexa a la jurisdiccional “es aquella que
establece que los tribunales deben velar por el respeto de la Constitución”.
Para Francisco Zúñiga (1997) las facultades conservadoras vinieron a
colmar el vacío que significó en la Ley Orgánica de Tribunales de 1875, la
supresión del Recurso de Protección que existía como garantía de las
libertades individuales desde la Constitución de 1823. Es decir, pese a la
supresión de esta vía judicial de protección de los derechos fundamentales,
los tribunales podían dispensar tal protección en virtud de las facultades
conservadoras que se le atribuyeron genéricamente.
La jurisprudencia de los Tribunales Superiores de Justicia ha
reconocido esta facultad en los siguientes términos. Si se observa el fallo de
la Corte de Apelaciones de Santiago de fecha 7 de agosto de 1984,
confirmada por la Corte Suprema con fecha 20 de agosto del mismo año, se
dispuso en sus partes pertinentes que el Recurso de Protección “[...] se trata
de una acción cautelar que permite poner en ejercicio las facultades
jurisdiccionales específicamente conservadoras de los tribunales de justicia,
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repite hasta la saciedad y que creo merece la pena rebatir. En primer lugar,
debe ser rechazada esta concepción porque si entendemos juicio como
sinónimo de proceso, no es tolerable que la jurisdicción actué fuera o sin
proceso. Otra cosa es que la ley permita reducir sustancialmente el
contradictorio entre partes, postergando la discusión más tranquila y
pausada para un momento posterior. Pero la Jurisdicción actúa vía proceso
o juicio, aunque el contradictorio en él sea mínimo.
Aprovecho de recordar que la única propuesta de actuación
jurisdiccional en asuntos contenciosos sin proceso, al menos en países de
occidente, fue la propuesta de suprimir el proceso civil contencioso de
Baumbach, durante el régimen Nacionalsocialista, a lo que un liberal y
demócrata como Piero Calamandrei (1938) en su momento, respondió
contundentemente.
El Recurso de Protección sí da lugar y es un juicio o proceso, cautelar
o sumario, según como se lo mire. Que en él el contradictorio sea casi
inexistente es otra cosa. Desde luego está pendiente una verdadera
discusión si su regulación en un Auto Acordado y con posibilidades casi
inexistentes para defenderse se ajusta a lo ordenado por nuestra Carta
Fundamental y Tratados de Derechos Humanos vigentes en el país. Esta
duda constitucional es especialmente relevante cuando se recurre de
protección contra privados.
Pero por otra parte, el Recurso de Protección sí es un juicio atendido
a la forma como funciona en la práctica. Existe una pretensión de un sujeto
contra otro expresada en la demanda o escrito de protección, en el informe
los recurridos oponen una resistencia y piden normalmente la condena en
costas del recurrente. El Recurso de Protección, estadísticamente, es una
de las actividades jurisdiccionales más litigiosas, en el sentido de una litis
contenciosa, del derecho chileno.
Por otra parte, los recursos de protección, en su ejercicio práctico, sí
resuelven asuntos, o declaran derechos. Cosa distinta es que todo ello sea
en un procedimiento breve y sumario y la sentencia produce efectos de cosa
juzgada formal, con lo que se puede discutir el mismo asunto en un proceso
de más lato conocimiento.
Este es un ejemplo de cómo el hecho de existir una facultad
denominada conservadora puede hacer trastocar el funcionamiento en clave
de garantía de los tribunales de justicia.
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Ahora bien, los tribunales que tienen la competencia para dictar autos
acordados no pueden con ellos inmiscuirse en la función jurisdiccional de
otros tribunales. En este sentido, mediante un auto acordado no puede darse
instrucciones a otro tribunal de cómo fallar un determinado asunto. Eso está
fuera del marco de esta competencia.
Respecto de las facultades económicas de las Cortes de Apelaciones, el
artículo 66 inciso 3° COT expresamente se las reconoce. Y el artículo 61
COT inciso 2° COT expresamente le reconoce la facultad a dichas cortes
para dictar autos acordados, al menos en una materia específica. Sin
embargo, es posible entender como una facultad general de las Cortes de
Apelaciones el poder dictar autos acordados.
Respecto a la Corte Suprema, el Código Orgánico de Tribunales en varias
disposiciones consagra la facultad para dictar autos acordados. Entre esas
disposiciones destaca la del inciso final del artículo 96, que dispone que
“todos los autos acordados de carácter y aplicación general que dicte la
Corte Suprema deberán ser publicados en el Diario Oficial”.
Otra cuestión a determinar es si la Corte Suprema tiene la facultad
expresa para dictar autos acordados, al menos en sede constitucional. Es
evidente que la ley (COT) le otorga esta facultad, pero en la Constitución en
ninguna parte se establece que el máximo tribunal puede dictar autos
acordados.
La polémica sobre la facultad de la Corte Suprema para dictar autos
acordados y sobre el contenido de los mismos se generó después del auto
acordado de 1992 sobre el Recurso de Protección, especialmente el de
1998, que limitó severamente el acceso a las Cortes de Apelaciones para
interponer Recursos de Protección.
Respecto al punto sobre si la Corte Suprema puede dictar autos
acordados, al igual que las Cortes de Apelaciones y el Tribunal Calificador
de Elecciones, la reforma constitucional de 2005 lo resolvió positivamente.
En efecto, en el artículo 93 n° 2 se establece como competencia del Tribunal
Constitucional “Resolver sobre las cuestiones de constitucionalidad de los
autos acordados dictados por la Corte Suprema, las Cortes de Apelaciones
y el Tribunal Calificados de Elecciones”. Esta disposición constitucional tiene
una doble importancia. Por un lado se reconoce en sede constitucional el
poder de la Corte Suprema, Cortes de Apelaciones y Tribunal Calificador de
Elecciones para dictar autos acordados. En segundo lugar, si los referidos
autos acordados contravienen la parte dogmática u orgánica de la
Constitución, podrán ser declarados inconstitucionales por el Tribunal
Constitucional.
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QUINTA PARTE
GOBIERNO (ADMINISTRACIÓN) Y RESPONSABILIDAD DE LOS JUECES
Capítulo primero
El gobierno o administración de la Jurisdicción
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I Ministro de Justicia
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II Conferencia Judicial
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Cfr. United State Code, Title 28, Section 331.
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está integrado únicamente por jueces (véase los casos de Francia, Italia y
Portugal), como por las funciones que le vienen atribuidas. Funcionalmente,
tal organismo debe limitarse a lo que imponga el constituyente, pero, con
carácter general, puede precisarse su instrumentalidad a fines de posibilitar
a los jueces el ejercicio independiente e imparcial de la función jurisdiccional.
Este organismo, por tanto, ha de ser considerado en su misión básica
consistente en armonizar la doble condición de los jueces: como empleados
públicos y como sujetos que desarrollan la función jurisdiccional, evitando
que, como ha sucedido históricamente, tal carácter de funcionario provoque
cualquier condicionamiento de su potestad jurisdiccional, ya que la ley ha de
ser interpretada objetivamente y ello implica de un modo general y
permanente su no subordinación a la Administración. No podría, por tanto,
considerarse a tal organismo como uno de los poderes u órganos de
dirección política dentro de la organización estatal.
En los países que han instaurado tal organismo (por ejemplo en
Francia, España e Italia), subsiste un Ministerio de Justicia, por entenderse
que la función jurisdiccional no puede quedar totalmente aislada de las
demás funciones estatales, al modo de un “compartimento estanco”. La idea
que la magistratura se cree por sí sola, en un régimen de impenetrabilidad
de las otras esferas del poder soberano del Estado, podría ser perjudicial
inclusive para los justiciables, así como para los jueces, y por ello no ha sido
aceptado en país alguno.
De este modo, cuando los sistemas constitucionales han incorporado
tal organismo de autogobierno, lo han hecho inspirados en la idea de que la
creación del personal y los órganos de una función de tan vital importancia
en el Estado de derecho, reclama la intervención de otras representaciones
del poder, además de la propia magistratura.
Por otro lado, la idea del autogobierno de la magistratura, entendido
como pleno autogobierno, olvida el peligro de las prácticas favorables al
favoritismo interno, la creación de clientela y grupos y el riesgo de la
formación de un cuerpo con espíritu de casta cerrada para el ejercicio de
una función de soberanía, con todos los peligros que ello importa para los
justiciables, como para la propia magistratura.
Los Consejos de la Judicatura son cuerpos colegiados no
dependientes de los poderes Ejecutivo y Legislativo. Tienen las
competencias fundamentales en materia de selección de los jueces, de su
capacitación, evaluación y seguimiento de su desempeño. Controlan
asimismo la disciplina de los jueces y la administración de los recursos
humanos y materiales.
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Capítulo segundo
La responsabilidad como presupuesto de la independencia
I Responsabilidad política
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II Responsabilidad penal
incurren con ocasión del ejercicio de sus cargos, es mejor entender que el
inciso 2° del 324 COT está vigente y que sería deseable que el legislador,
hacia el futuro, modificara la disposición de modo de no dejar tan
ampliamente irresponsables penalmente a los ministros del máximo tribunal.
Para hacer efectiva la responsabilidad criminal de los jueces, se debe
utilizar el procedimiento establecido en los artículos 424 y siguientes del
Código Procesal Penal, conocido como Querella de Capítulos.
La Querella de Capítulos consiste en una declaración previa que debe
hacer la Corte de Apelaciones competente, en orden a autorizar, una vez
cerrada la investigación por el fiscal del Ministerio Público, la
correspondiente acusación criminal contra jueces, fiscales y fiscales
judiciales por actos constitutivos de delito en el ejercicio de sus funciones
(artículos 424 y siguientes del Código Procesal penal).
por medio de las quejas o recursos de queja, que regula el COT y el Auto
Acordado de la Corte Suprema de 1º de diciembre de 1972. La queja está
regulada en el artículo 536 COT, que dispone que: “En virtud de la atribución
de que habla el artículo anterior, las Cortes de Apelaciones oirán y
despacharán sumariamente y sin forma de juicio las quejas que las partes
agraviadas interpusieren contra los jueces de letras por cualesquiera faltas
y abusos que cometieren en el ejercicio de sus funciones; y dictarán, con
previa audiencia del juez respectivo, las medidas convenientes para poner
pronto remedio al mal que motiva la queja”. Se trata de faltas o abusos que
cometieran los jueces en el desempeño de sus funciones, que no estén
contenidas en resoluciones judiciales, puesto que para impugnar dichas
faltas o abusos en esta última hipótesis, existe el Recurso de Queja, que
regulan los artículos 545 y siguientes COT.
El artículo 545 COT señala que “El recurso de queja tiene por exclusiva
finalidad corregir las faltas o abusos graves cometidos en la dictación de
resoluciones de carácter jurisdiccional. Sólo procederá cuando la falta o
abuso se cometa en sentencia interlocutoria que ponga fin al juicio o haga
imposible su continuación o definitiva, y que no sean susceptibles de recurso
alguno, ordinario o extraordinario, sin perjuicio de la atribución de la Corte
Suprema para actuar de oficio en ejercicio de sus facultades disciplinarias.
Se exceptúan las sentencias definitivas de primera o única instancia dictadas
por árbitros arbitradores, en cuyo caso procederá el recurso de queja,
además del recurso de casación en la forma”.
“El fallo que acoge el recurso de queja contendrá las consideraciones
precisas que demuestren la falta o abuso, así como los errores u omisiones
manifiestos y graves que los constituyan y que existan en la resolución que
motiva el recurso, y determinará las medidas conducentes a remediar tal
falta o abuso. En ningún caso podrá modificar, enmendar o invalidar
resoluciones judiciales respecto de las cuales la ley contempla recursos
jurisdiccionales ordinarios o extraordinarios, salvo que se trate de un recurso
de queja interpuesto contra sentencia definitiva de primera o única instancia
dictada por árbitros arbitradores”.
“En caso que un tribunal superior de justicia, haciendo uso de sus
facultades disciplinarias, invalide una resolución jurisdiccional, deberá
aplicar la o las medidas disciplinarias que estime pertinentes. En tal caso, la
sala dispondrá que se dé cuenta al tribunal pleno de los antecedentes para
los efectos de aplicar las medidas disciplinarias que procedan, atendida la
naturaleza de las faltas o abusos, la que no podrá ser inferior a amonestación
privada”.
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por asumir un rol de creador del código disciplinario, asumiendo así una
función paralegislativa.
Asimismo, los destinatarios desconocen con anterioridad cuáles son las
conductas prohibidas, contrariando fuertemente el principio de seguridad
jurídica. Esta crítica la ha asumido la Corte Europea de Derechos Humanos,
pues condenó con fecha 2 de agosto de 2001 al Estado italiano por una
decisión de la sección disciplinaria del Consejo Superior de la Magistratura,
la que había sancionado a un juez por pertenecer a la masonería, sin que
ese juez supiera que tal hecho fuese una conducta prohibida y sujeta a
sanción.
Un sistema de cláusulas elásticas e indeterminadas afecta la
independencia de los jueces, pues éstos no saben cuáles conductas están
permitidas y cuáles prohibidas. Esa situación les puede restar libertad de
juicio al momento de fallar un asunto. Pero además se puede prestar para
un uso parcial y selectivo del instrumento sancionador, pudiendo usarse
como un arma con fines de condicionar el ejercicio jurisdiccional o para
discriminar, intimidar o extorsionar a los jueces, especialmente cuando esos
jueces puedan pertenecer a determinadas corrientes gremiales o políticas.
Por estas críticas es que países como Italia reformaron el sistema de
responsabilidad disciplinaria de los jueces, mediante la ley nº 150 de 2005,
procediéndose entre otras cosas a una mayor tipificación de las conductas
sancionables.
El modelo napoleónico de responsabilidad disciplinaria, como el que
existe en Chile, pone el acento sobre el sujeto en cuyos términos se es
responsable (Corte Suprema o Cortes de Apelaciones entre nosotros). Se
trata de un instrumento conformador de conductas lícitas según las
orientaciones de otros sujetos. Este modelo presupone la existencia de una
relación de subordinación de los jueces y, en consecuencia, una clara
reducción de su independencia respecto del superior.
Si la ley estableciera con precisión las conductas sancionadas, el sujeto
sería responsable en términos de lo que el poder legislativo haya dispuesto;
se está en este caso frente a un instrumento sancionatorio por actos ilícitos
lo cual parece no presentar mayores problemas.
Nuestro Tribunal Constitucional no ha estado ajeno a este problema. En
Recurso de Inaplicabilidad deducido por una Secretaria Judicial que actuaba
como Juez Suplente, se impugnó por resultar a su juicio contrario a la
Constitución un conjunto de preceptos del Código Orgánico de Tribunales.
Entre los preceptos cuestionados destacaban los artículos 541 inc. 2º, 539
inc. 2º, 557, 558, 536, 537, 542 y 544 nº 4 COT, pues a juicio de la requirente
con ellos se afectaba el principio de tipicidad. El Tribunal Constitucional, por
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a) Legitimación activa:
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b) Informes:
c) Resolución:
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a) Tribunal competente:
b) Legitimación activa:
c) Procedimiento:
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4. Las visitas
a) Visitas ordinarias
b) Visitas extraordinarias
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SEXTA PARTE
LA JURISDICCIÓN Y SUS ALTERNATIVAS
Capítulo primero
Autotutela
Capítulo segundo
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todo claro que sea menos costoso y rápido que la vía jurisdiccional. Ni
siquiera ocurre así en los Estados Unidos de Norteamérica, país pionero en
vías alternativas a la Jurisdicción.
En efecto, la Jurisdicción es gratuita, mientras que a los árbitros
hay que pagarlos. Lo mismo sucedería si se estableciese la figura de
conciliadores o mediadores, salvo que sean concebidos gratuitamente
por instituciones públicas o privadas. Pero además, el costo de los
abogados empeora la situación, puesto que en Chile el asesoramiento
jurídico gratuito (art. 19 nº 3 inc. 3º CPR) rige respecto a la actividad
jurisdiccional, y no a la arbitral o extrajudicial en general. De este modo,
quien quiera recurrir a un arbitraje -o a un conciliador o mediador-, deberá
contar con los medios económicos para pagar tanto al árbitro como al
abogado, situación que precisamente ante la Jurisdicción puede paliarse.
Por otra parte, como lo demuestran estudios en otros países,
tampoco es efectivo que el arbitraje sea más rápido que la vía
jurisdiccional ordinaria.
Pero, más allá de estas valoraciones parciales sobre mayor o
menor efectividad o mayor o menor costo del arbitraje y ya valorando
globalmente los A.D.R., lo cierto es que habría que preguntarse sobre
los objetivos que perseguirían estos instrumentos en relación con los
fines mismos del proceso.
Concentrándonos por ahora en el proceso civil, si se entendiera
que éste debe buscar, sobre cualquier otro fin, la más rápida solución al
conflicto, no sería irracional pensar en cámaras de conciliación o en
mediadores de cualquier tipo. Pero ¿es ese el fin que debe perseguir un
proceso civil?
Siguiendo a Michele Taruffo (1996), podría establecerse una
summa divisio entre aquellos instrumentos que miran exclusivamente a
resolver conflictos y aquellos previstos a la actuación de los derechos.
Los primeros darían absoluta primacía al resultado, esto es, la
eliminación del conflicto de intereses, y no se preocuparían
particularmente del método más que desde el punto de vista de su
eficacia, esto es, su exclusiva capacidad para eliminar el conflicto.
Domina en esta visión una lógica de pura funcionalidad. Puesto que lo
que cuenta es la eliminación del conflicto, es funcional cada instrumento
apto para conseguirlo. Así, será más funcional el instrumento que
permite conseguir el resultado del modo más eficiente, es decir con
mayor rapidez y eficacia y con empleo de menos recursos (tiempo,
dinero, actividad procedimental).
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toda vez que ellos sean impuestos desde el Estado dejarían de prestar
utilidad o bien se alejan de su filosofía inspiradora.
En definitiva, la valoración general de estos motivos justificadores
de la utilización de los métodos A.D.R., es que donde éstos sean
efectivamente voluntarios para los interesados, pueden tener una relativa
utilización y justificación, especialmente en el campo procesal civil.
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Capítulo tercero
La autocomposición
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composición definitiva del litigio la realizarán las propias partes, a través del
acuerdo o la resignación. El tercero actúa inter partes y no supra partes.
Hoy en día, en nuestra legislación, como una fase más de los
procedimientos judiciales, se contempla como un trámite obligatorio y
esencial el llamado a conciliación. Así, en el procedimiento declarativo
ordinario, luego de finalizada la etapa de discusión, el juez debe llamar a las
partes a conciliación, lo que no obsta a que el juez pueda llamar a
conciliación en cualquier estado de la causa, desde que se evacúe la
contestación de la demanda (art. 262 CPC). Lo mismo se prevé, con un
carácter especial, en la actual Ley de Matrimonio Civil, que establece el
llamado a conciliación en los juicios sobre separación y divorcio (art. 67
LMC). Lo mismo sucede en el procedimiento declarativo ordinario en materia
laboral, donde en la audiencia de prueba, previamente, el juez debe llamar
a las partes a conciliación (art. 444 CT).
A veces la doctrina y la propia ley hablan de avenimiento, lo cual puede
ser entendido como sinónimo de conciliación. El Código de Procedimiento
Civil establece como trámite obligatorio del procedimiento ordinario el
llamado a conciliación (art. 262 CPC). Sin embargo, el resultado positivo de
ese trámite parece ser el avenimiento. En efecto el artículo 263 CPC señala
que en la conciliación el juez obrará como amigable componedor y tratará
de obtener un avenimiento total o parcial en el litigio. Asimismo, el artículo
434 n° 3 se refiere al acta de avenimiento pasada ante tribunal competente
y autorizada por un ministro de fe o por dos testigos de actuación, como uno
de los títulos ejecutivos que dan lugar a la ejecución contra el obligado. Esa
acta de avenimiento parece ser la misma a la que se refiere el artículo 267
CPC: de la conciliación total o parcial se levantará acta, que consignará solo
las especificaciones del arreglo; la cual suscribirán el juez, las partes que lo
deseen y el secretario, y se estimará como sentencia ejecutoriada para todos
los efectos legales.
Tratándose de la mediación, la actual Ley sobre Tribunales de Familia
contempla un procedimiento de mediación familiar en las causas sobre
separación y divorcio, y en las que se refieren a la regulación de las
obligaciones mutuas entre cónyuges y respecto de los hijos, así como
tratándose de los efectos derivados de la declaración de nulidad.
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Capítulo cuarto
La heterocomposición
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SÉPTIMA PARTE
LOS DERECHOS FUNDAMENTALES DE LAS PERSONAS FRENTE A LA
JURISDICCIÓN
Capítulo primero
La acción como derecho fundamental: derecho a la tutela judicial
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3. En tercer lugar, señala que la acción debe ser ejercida por el titular del
derecho, agregando que, por regla general, de todo derecho nace una
acción para protegerlo judicialmente.
En este punto hay que indicar, primeramente, que la actividad procesal
se desarrolla no porque existan derechos materiales previos, sino porque
precisamente existe un derecho de acción, constitucionalmente reconocido,
anterior al proceso, que da inicio al proceso desarrollado ante la Jurisdicción.
Para que se dé inicio a tal proceso, basta con que una persona con suficiente
capacidad, manifieste ante el órgano jurisdiccional que el fin que intenta
lograr, ya no lo puede conseguir o no le conviene hacerlo, sino con
intervención del órgano jurisdiccional; y esa persona que solicita la actividad
jurisdiccional mediante el ejercicio de su derecho de acción puede que no
tenga ningún derecho subjetivo previo, ni siquiera un interés legítimo, pero
igual es titular del derecho de acción y puede impetrar la actividad
jurisdiccional a través del proceso legalmente instituido.
Atribuir la acción a quien es efectivo titular de un derecho material
previo corresponde a una concepción monista de la acción que supone
165
.
166
.
4. Derecho de defensa;
5. Derecho a un debido procedimiento;
6. Derecho a que el Tribunal resuelva sus pretensiones conforme a
derecho;
7. Derecho a una sentencia motivada.
8
Nuestro ordenamiento constitucional, a diferencia del español y del italiano, no considera como posiciones jurídicas
sustantivas necesitadas de la tutela jurisdiccional, a los intereses legítimos. El artículo 19 nº 3 inciso 1º CPR solo habla
de derechos. Sin embargo, la doctrina nacional, en algunos casos, señala a los intereses como un tipo particular de
168
.
a una persona, el impedir que esos derechos o interés sean tutelados por el
poder judicial, supondría la negación del derecho o del interés mismo. No
cabe reconocer un derecho o interés y, luego, negarle el acceso al poder
judicial a quien lo afirma.
Ahora bien, a la persona que afirme la titularidad de un derecho subjetivo
o interés legítimo y que requiera amparo jurisdiccional para ellos, la ley
puede exigirle que realice trámites previos como agotar las vías
administrativas, un intento de mediación o conciliación antes de recurrir a la
jurisdicción o inclusive el pago de una proporción de la multa aplicada por la
Administración, siempre y cuando todo ello sea razonable y no comporte un
impedimento de acceso a la justicia ni retrase injustificadamente la petición
de tutela judicial.
La jurisprudencia del Tribunal Constitucional chileno se ha referido en
varios fallos al caso en que la ley exige el pago de una proporción de la multa
o sanción impuesta por la Administración, es decir la institución del solve et
repete. Esta institución fue eliminada con carácter general por la Corte
Constitucional italiana por sentencia de fecha 31 de mayo de 1961.
En Chile, el Tribunal Constitucional ha tenido diversas opiniones sobre la
institución del solve et repete. No se puede decir que este tribunal, a
diferencia del caso italiano, la considere contraria en términos generales al
derecho a la tutela judicial. Así, en el caso de las multas que la ley permite
aplicar a la Superintendencia de Electricidad y Combustibles, respecto de
las cuales, para poder reclamarlas, se debe acompañar boleta de
consignación a la orden de la Corte de Apelaciones por el 25% del monto de
la referida multa, el Tribunal Constitucional ha señalado que ello no es
inconstitucional, por cuanto el precepto legal no impide el acceso a la justicia
de los afectados por la multa, sino solamente lo regula en consideración a la
necesidad de asegurar el debido funcionamiento del servicio público que
prestan. La exigencia constituye un incentivo efectivo para que las empresas
mejoren la coordinación y la seguridad del sistema. En suma, la sanción
administrativa y especialmente la consignación respectiva, lejos de tratar de
impedir el acceso a la justicia, busca restablecer el orden previamente
quebrantado en aras del bien común.
posición jurídica subjetiva, diferente, al parecer, del derecho subjetivo. Si ello es así, es decir, si en nuestro
ordenamiento jurídico existe la figura de los intereses, como algo diferente del derecho subjetivo, pues entonces el
derecho a la tutela judicial debe entenderse que da tutela a ellos. No parece aconsejable una interpretación
constitucional que entienda que la tutela de los tribunales solo opera respecto de derechos y no de intereses, solo porque
el artículo 19 nº 3 inc. 1º CPR solo nombra a los derechos y no a los intereses. Sobre la existencia de intereses en
nuestro Derecho Civil, como una posición diferente del derecho subjetivo, remito a Alessandri (1943) y Diez Schwerter
(1997).
169
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a)
Derecho a la inmodificabilidad de las resoluciones judiciales (o
respeto de la cosa juzgada)
Se ha entendido en el derecho español que una vez fallado un asunto,
adquiriendo la resolución que lo falla la cualidad de firme o ejecutoriada,
produciendo por tanto el efecto de cosa juzgada, no puede alterarse lo
decidido por ningún poder público, sea tribunal de justicia o de otro tipo.
Pero la garantía va más allá, pues obliga a los tribunales a abstenerse de
volver a resolver sobre el objeto litigioso ya juzgado previamente por un
tribunal de justicia. La única manera como se puede hacer cesar este
efecto de la cosa juzgada, es mediante los procedimientos de revisión
(recurso de revisión) que haya dispuesto el legislador.
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IV Acción y pretensión
174
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Capítulo segundo
El derecho al debido proceso
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182
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Hay que tener en cuenta que los juicios penales chilenos pueden ser
anulados por la Corte Suprema cuando se afecta el derecho al debido
proceso del acusado (artículo 373, letra a), Código Procesal Penal); derecho
fundamental del cual la presunción de inocencia, tal como en los demás
sistemas jurídicos occidentales, ciertamente forma parte.
Ahora bien, este estado de inocencia que debe informar la situación
del imputado durante toda la investigación criminal no se opone a que el
legislador pueda regular durante esa investigación una presunción de
responsabilidad penal que pueda justificar que, en algunos se imponga una
medida cautelar de carácter personal, como el arraigo, el arresto domiciliario
o inclusive la prisión preventiva en un recinto carcelario. En todo caso, para
que esa presunción de culpabilidad juegue de una manera respetuosa con
la presunción de inocencia, el juez o tribunal debe aplicar las medidas
cautelares personales con el máximo cuidado, viendo cuáles medidas de las
que señala la ley pueden lograr el fin que se busca (por ejemplo evitar la
fuga del imputado o que no se alteren pruebas) de un modo tal que lesionen
lo menos posible el derecho a la libertad personal del imputado; el que, como
he dicho, no mediando una condena por sentencia que se encuentre
ejecutoriada, siempre y en todo momento debe ser considerado inocente.
En definitiva, se trata de dos presunciones de signo contrario, siendo
la presunción de inocencia más relevante que lo otra, pues forma parte de
un derecho fundamental de todo imputado por delito. En este sentido, las
restricciones a la libertad personal del imputado deben ser las mínimas
posibles y deben ser siempre aplicadas utilizando un criterio de
razonabilidad que permita hacer convivir adecuadamente los fines de
eficiencia en la persecución penal con el respeto de la libertad de las
personas. Corresponderá a cada juez o tribunal en el caso concreto articular
de una manera adecuada esta convivencia que, en sus trazos generales,
debe haber diseñado previamente el legislador.
La presunción de inocencia, como se ha visto, es claramente una
medida que contribuye a equilibrar o igualar la situación de los sujetos que
intervienen en el enjuiciamiento criminal.
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OCTAVA PARTE
LOS TRIBUNALES DE JUSTICIA
Capítulo primero
Bases generales de la organización judicial chilena: los principios
informadores
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tribunal de justicia es todo órgano creado por ley que tenga por función
resolver conflictos de relevancia jurídica entre partes.
Sin embargo, criticando esa posición doctrinal y jurisprudencial, se
podría afirmar que, de conformidad con los artículos 19 nº 3 y 76 y siguientes
de la Constitución chilena de 1980, los requisitos fundamentales exigidos por
la Constitución para que un órgano sea considerado jurisdiccional, son
básicamente los siguientes:
1. Que haya sido establecido por una Ley Orgánica Constitucional (si es
que ha sido establecido con posterioridad a la vigencia de la
Constitución, de acuerdo al art. 77 y art. 4º transitorio CPR);
2. Con carácter permanente (“nadie puede ser juzgado por comisiones
especiales, sino por el tribunal que le señale la ley y que se halle
establecido con anterioridad por ésta”. Art. 19 nº 3 inciso 5º CPR.
3. Independiente, lo que se determinará fundamentalmente por el
mecanismo de nombramiento de los jueces y la prohibición
constitucional respecto del Presidente de la República y el Congreso
de intervenir en sus funciones y la inamovilidad de los mismos jueces
(artículos 76 y 80 CPR);
4. Que actúe rogadamente (en virtud del derecho de acción regulado en
el art. 19 nº 3 inc.1º CPR);
5. Por medio de un proceso legalmente tramitado (art. 19 nº 3 inc.6°
CPR);
6. Que aplique el derecho objetivo al caso concreto (“la facultad de
conocer de las causas civiles y criminales, de resolverlas y de hacer
ejecutar lo juzgado [...]”. art. 76 CPR), y
7. Con efectos irrevocables y con desinterés objetivo (“Ni el Presidente
de la República ni el Congreso pueden, en caso alguno, ejercer
funciones judiciales, avocarse causas pendientes, revisar los
fundamentos o contenido de sus resoluciones o hacer revivir procesos
fenecidos”; “Los jueces son personalmente responsables por los
delitos de cohecho, falta de observancia en materia sustancial de las
leyes que regulan el procedimiento, denegación y torcida
administración de justicia y, en general, de toda prevaricación en que
incurran en el desempeño de sus funciones”. Arts. 76 y 79 CPR).
Si bien la Constitución entrega al legislador (Ley Orgánica
Constitucional) la determinación de la organización y atribuciones de los
tribunales que fueren necesarios para la pronta y cumplida administración
de Justicia en todo el territorio de la República (art. 77 CPR), es decir, confía
al legislador cualificado la creación de todos los tribunales, del tipo y cantidad
193
.
que dicho poder del Estado estime necesarios, la propia Constitución impone
algunos requisitos para que tales entes creados por el legislador puedan ser
considerados verdaderos tribunales, es decir, según lo que los principios
constitucionales exigen. Esto significa que el legislador tiene límites
constitucionales para atribuir la actividad jurisdiccional a los entes que
estime necesario crear para cumplir esta función. No basta que establezca
la creación de un ente denominado tribunal, sino que, constitucionalmente,
tiene que serlo, de acuerdo con su estructura orgánica y la función que
desarrolla.
Primeramente, ese ente creado legislativamente debe tener el carácter
permanente, por lo que no puede atribuir la actividad jurisdiccional a
comisiones especiales ad hoc o transitorias (art. 19 nº 3 inc. 5º CPR).
El ente jurisdiccional debe cumplir con uno de los requisitos más
básicos de la potestad jurisdiccional: su independencia. El inc. 1º del art. 76
CPR señala que “ni el Presidente de la República ni el Congreso pueden, en
caso alguno, ejercer funciones judiciales, avocarse causas pendientes,
revisar los fundamentos o contenido de sus resoluciones o hacer revivir
procesos fenecidos”, consagrándose así la independencia de los órganos
jurisdiccionales. Uno de los mecanismos que prevé la Constitución chilena
para asegurar dicha independencia judicial es a través del mecanismo del
nombramiento de los jueces y de la inamovilidad judicial.
En cuanto al nombramiento, como ya se ha visto, importa que los
jueces de los tribunales no sean nombrados exclusivamente por el por
Ejecutivo o por el Legislativo. De lo contrario, el legislador podría crear
tribunales designados, por ejemplo, solo por el Presidente de la República,
con lo cual, perderían toda independencia del poder político de turno. El
nombramiento de los jueces compartido por dos o más poderes del Estado,
definiría, a mi entender, una de las características propias de los órganos
jurisdiccionales en el orden constitucional chileno.
Por otra parte, los órganos que desarrollen la función jurisdiccional
deben actuar rogadamente, es decir previa incoación de un tercero, sin que
puedan jamás actuar de oficio. Esto se desprende del derecho fundamental
de acción que reconoce el texto constitucional chileno en su artículo 19 nº 3
inciso 1º CPR, lo que además es reafirmado por el artículo 76 inc. 2º CPR,
en el momento que expresa que “reclamada su intervención [de los
tribunales establecidos por la ley] en forma legal y en negocios de su
competencia, no podrán excusarse de ejercer su autoridad, ni aun por falta
de ley que resuelva la contienda o asunto sometido a su decisión”. Por lo
anterior, ningún órgano creado por el legislador con facultades para iniciar
de oficio una actividad juzgadora, podría ser considerado propiamente un
194
.
10
Sentencia de fecha 6 de marzo de 1989, publicada en Gaceta Jurídica, 1989, nº 105, pp. 28 y ss.
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.
1. Principio de territorialidad
El artículo 7º COT establece este principio al disponer que “los
tribunales sólo podrán ejercer su potestad en los negocios y dentro del
territorio que la ley les hubiere respectivamente asignado. Lo cual no impide
que en los negocios de que conocen puedan dictar providencias que hayan
de llevarse a efecto en otro territorio”.
196
.
En este último punto, hay que decir que la forma como pueden llevarse
a efecto o ejecutarse en el territorio de otro tribunal las resoluciones que un
juez dicte en un determinado proceso del que está conociendo, es por medio
de los exhortos o cartas rogatorias.
Como excepción al principio de territorialidad, se puede mencionar la
inspección del tribunal, como medio de prueba, la que podrá verificarse aún
fuera del territorio señalado a la competencia del tribunal (art. 403 inc. 2º
CPC).
2. Principio de inavocabilidad
El artículo 8º COT establece que “ningún tribunal puede avocarse el
conocimiento de causas o negocios pendientes ante otro tribunal, a menos
que la ley le confiera expresamente esta facultad”.
El principio de inavocabilidad tiene íntima relación con el de
independencia. Hemos visto que la independencia de los tribunales rige no
sólo respecto de las otras potestades o poderes públicos, sino también
respecto de los mismos órganos jurisdiccionales entre sí, con especial
consideración de la independencia del tribunal inferior respecto a su superior
jerárquico.
Excepción al principio de inavocabilidad es la acumulación de procesos
que regulan los artículos 92 y siguientes del CPC, así como también los
recursos procesales previstos por la ley en los casos en que otro tribunal
revisa lo que ha fallado otro, con facultades para modificar, revocar o anular
la sentencia revisada.
3. Principio de sedentariedad
Este principio es recogido es diversas disposiciones del Código
Orgánico de Tribunales, aunque no existe un precepto general que lo
reconozca en esos términos.
El principio viene a expresar que los jueces tienen un lugar fijo para el
ejercicio de sus funciones. Se habla así de la “sede” o “asiento” del tribunal.
Esta idea de la sedentariedad de los jueces, opuesto a la idea de jueces
ambulantes o itinerantes, apunta a una mayor facilidad de acceso al tribunal
por parte de los ciudadanos, los que sabrán con anticipación el lugar donde
deben concurrir en el caso que tengan necesidad de la intervención estatal
jurisdiccional; obedece también a la estructura de la organización judicial que
establece la jerarquía del tribunal superior, el que tiene el control disciplinario
sobre el tribunal inferior y la posibilidad de conocer de los recursos
procesales que interpongan los justiciables. En definitiva, el principio busca
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198
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Capítulo segundo
Tipos de tribunales en el orden jurídico chileno
civiles y criminales (art. 76 CPR; 1º COT). Sin embargo, hay que señalar que
desde fines de la postguerra hasta el día de hoy, el número de tribunales
especiales, es decir, aquéllos tribunales creados por el legislador para
conocer de una determinada materia específica -menores, trabajo, militares,
etc.-, se ha acrecentado enormemente, sin que haya respondido nunca a un
programa previamente establecido, a fin de encontrar en ellos una
arquitectura sistemática. Han sido las contingencias históricas las que en
cada caso han hecho sentir la oportunidad de sustraer ciertas categorías de
causas a los tribunales ordinarios.
Entre esas contingencias históricas, cabe decir que están
representadas por situaciones tales como la elección de los jueces, no entre
los juristas, sino entre personas con conocimientos técnicos y económicos
apropiados a la materia a decidir; ya porque se podría seguir ante ellos un
procedimiento especial más sencillo y rápido que el ordinario y más
apropiado que éste para garantizar la solución rápida de ciertas categorías
de relaciones; ya porque en algunos casos, generalmente relativos a
conocimientos técnicos o de contenido económico, se permitirá que la
decisión sea fallada de acuerdo a criterios de equidad, más que de derecho.
La creación de tribunales especiales, en resumen, obedece a la
complejización del ordenamiento jurídico contemporáneo y al carácter cada
vez más técnico y especializado que han adquirido las disputas jurídicas.
Ahora bien, por tribunal especial no puede entenderse como juez
extraordinario, tribunal ad-hoc o comisión especial. Los tribunales especiales
que actualmente reconoce el ordenamiento jurídico chileno -por ejemplo,
tribunales de familia, del trabajo, etc.- son un tipo de juez “natural”, y como
tal, contrario a la idea de un juez extraordinario. Juez extraordinario, ad-hoc
o comisión especial, es el juez creado expresamente para juzgar una causa
singular ya surgida. Dichos tribunales están prohibidos por el artículo 19 nº
3º inc. 5º CPR. Dicho juez o tribunal extraordinario, no puede ser confundido
con el juez especial, ya que este último ha sido establecido para juzgar todas
las causas pertenecientes a una categoría especial que puedan presentarse
en el futuro y como tal respeta las garantías constitucionales.
Dentro de los tribunales ordinarios, habrá que considerar entonces a:
Corte Suprema
Cortes de Apelaciones
Presidente de la Corte Suprema
Presidente de la Corte de Apelaciones de Santiago
Ministro de la Corte Suprema
Ministro de las Cortes de Apelaciones
Tribunales de Juicio Oral en lo Penal
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Juzgados de Letras, y
Juzgados de Garantía.
Juzgados de Familia
Juzgados de Letras del Trabajo
Juzgados de Cobranza Laboral y Previsional
Tribunales Militares en tiempo de paz.
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Capítulo tercero
Los tribunales ordinarios
I La Corte Suprema
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efectuado por el tribunal en el año judicial anterior; 2º del que haya quedado
pendiente para el año que se inicia; 3º de los datos que se hayan remitido al
tribunal por las Cortes de Apelaciones en conformidad al artículo 90 nº 9 -los
Presidentes de las Cortes de Apelaciones deben enviar al Presidente de la
Corte Suprema, antes del 15 de febrero de cada año, la estadística completa
del movimiento de causas y demás negocios de que conozca el tribunal-, de
la apreciación que le mereciere la labor de estos tribunales y de las medidas
que a su juicio o a juicio del tribunal fuere necesario adoptar para mejorar la
administración de justicia, y 4º de las dudas y dificultades que hayan ocurrido
a la Corte Suprema y a las Cortes de Apelaciones en la inteligencia y
aplicación de las leyes y de los vacíos que se noten en ellas y de que se
haya dado cuenta al Presidente de la República en cumplimiento del artículo
5º del Código Civil. Esta exposición será publicada en el Diario Oficial y en
la Gaceta de los Tribunales -actualmente Revista de Derecho y
Jurisprudencia y Gaceta de los Tribunales- (artículo 102 COT).
Para el conocimiento de las causas, la Corte Suprema conocerá ya
sea en cuenta o bien por medio de la vista de la causa. Dentro de las horas
ordinarias de su funcionamiento, y antes de la vista de la causa, el tribunal
se ocupará con preferencia, según el orden que fije el Presidente, en los
asuntos que deban resolverse en cuenta, en el estudio de proyectos de
sentencias y en el acuerdo de las mismas (artículo 104 COT).
Por vista de la causa entenderemos el conjunto de actos cuyas
formalidades tienen la finalidad de asegurar un debido proceso a las partes,
actos inspirados en los principios de bilateralidad de la audiencia, oralidad y
publicidad. La vista de la causa está integrada por distintos actos: 1º la
notificación del decreto autos o autos en relación; 2º la fijación de la causa
en la tabla diaria que se forma en el tribunal; 3º el anuncio de la vista de la
causa; 4º la relación del relator y 5º los alegatos de los abogados. Después
de todos estos requisitos, normalmente, la Corte Suprema dictará sentencia.
Por el contrario, en la cuenta, se omiten tales requisitos, bastando la relación
de la causa que hace normalmente el funcionario denominado relator.
Ahora bien, los miembros de la Corte Suprema, como tribunal
colegiado, deberán acordar la sentencia y el acuerdo consiste en el proceso
de formación de la voluntad de un tribunal colegiado necesario para
pronunciar sentencia. Los acuerdos de la Corte Suprema se regirán por las
normas dispuestas para los tribunales orales en lo penal, en el artículo 19
COT, y las normas dispuestas para los acuerdos de las Cortes de
Apelaciones en los artículos 72, 74 y siguientes, hasta el 89 inclusive
(artículo 103 COT).
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4º Otras competencias.
a) Conocen de las consultas de las sentencias civiles dictadas por los jueces
de letras (artículo 63 nº 4º COT). La consulta es un trámite que consiste en
que el tribunal superior revisa la legalidad de la resolución de un tribunal
inferior que no hubiere sido apelada. La consulta se contempla, aún en Chile,
en los procesos civiles donde estén involucrados intereses no disponibles o
ya fiscales.
Conocen además de los asuntos que las demás leyes les
encomienden.
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2. Comité de jueces
En los juzgados de garantía en los que sirvan tres o más jueces y en
cada tribunal de juicio oral en lo penal, habrá un comité de jueces.
En aquellos juzgados o tribunales compuestos por cinco jueces o
menos, el comité de jueces se conformará por todos ellos. En aquellos
conformados por más de cinco jueces, el comité lo compondrán los cinco
jueces que sean elegidos por la mayoría del tribunal, cada dos años.
De entre los miembros del comité de jueces se elegirá al juez
presidente, quien durará dos años en el cargo y podrá ser reelegido hasta
por un nuevo período (artículo 22 COT).
El comité de jueces tiene como atribuciones (art. 23 COT):
a) Aprobar el procedimiento objetivo y general a que se refieren los artículos
15 y 17 del COT, es decir, el referido a la distribución de causas entre los
distintos tribunales.
b) Designar, de la terna que le presente el juez presidente, al administrador
del tribunal;
c) Resolver acerca de la remoción del administrador;
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-Juzgados civiles y
-Juzgados de competencia común. Estos conocen además de asuntos
civiles, de comercio y de minas, de los de familia, trabajo e inclusive
criminales propios de los juzgados de garantía, en aquellas comunas donde
no existan estos últimos.
IX Juzgados de Garantía
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Capítulo cuarto
Los tribunales especiales
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2. Competencia
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3. Consejo Técnico
La novedad quizás más importante en la estructura orgánica de estos
juzgados, es que se crea la figura del Consejo Técnico. Se trata de un órgano
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2. De los Fiscales
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3. De los Auditores
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5. De la Corte Suprema
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Capítulo quinto
Los tribunales supraestatales
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de las más elevadas funciones judiciales conforme a la ley del país del
cuales sean nacionales o del Estado que los proponga como candidatos. No
pueden existir en la Corte dos jueces de la misma nacionalidad (artículo 52
nº 1 y 2 CADH).
Los jueces de la Corte serán elegidos en votación secreta y por
mayoría absoluta de votos de los Estados partes en la Convención, en la
Asamblea General de la Organización, de una lista de candidatos
propuestos por esos mismos Estados. Cada uno de los Estados partes
puede proponer hasta tres candidatos, nacionales del Estado que los
propone o de cualquier otro Estado miembro de la Organización de los
Estados Americanos. Cuando se proponga una terna, por lo menos uno de
los candidatos será nacional de un Estado distinto del proponente (artículo
53 nº 1 y 2 CADH).
Los jueces de la Corte serán elegidos para un período de seis años y
solo podrán ser reelegidos una vez. El juez elegido para reemplazar a otro
cuyo mandato no ha expirado, completará el período de éste. Los jueces
permanecerán en funciones hasta el término de su mandato. Sin embargo,
seguirán conociendo de los casos a que ya se hubieren avocado y que se
encuentren en estado de sentencia, a cuyos efectos no serán sustituidos por
los nuevos jueces elegidos (artículo 54 nº 1, 2 y 3 CADH).
La Corte elige de entre sus miembros a su Presidente y Vicepresidente
por dos años y pueden ser reelegidos. Además existe un Secretario de la
Corte, de dedicación exclusiva. Existirá un Secretario Adjunto que
colaborará con el secretario y lo subrogará en sus ausencias temporales.
La Corte funciona en San José de Costa Rica, donde tiene su sede.
Sin embargo, la Corte podrá celebrar reuniones en el territorio de cualquier
Estado miembro de la OEA en que lo considere conveniente por mayoría de
sus miembros y previa aquiescencia del Estado respectivo (artículo 58
CADH).
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Capítulo sexto
Los árbitros
En este punto, antes que discutir su inclusión dentro del poder judicial,
sostendré que no son tribunales de justicia que ejercen jurisdicción.
Obra clásica en materia de arbitraje lo constituye la obra de Patricio
Aylwin titulada El Juicio Arbitral (1944). En esta obra Aylwin sostiene que si
bien los orígenes del arbitraje son del todo convencionales y privados, ya
que en su base tiene dos contratos, como lo son el de compromiso entre las
partes y de compromisario entre ellas y el árbitro, el arbitraje mismo es una
actividad jurisdiccional y nada tiene de contractual. Esta tesis se fundamenta
en que el litigio no es resuelto por un acuerdo de voluntades entre las partes,
sino por la decisión de un tercero, que es un tribunal.
Se dice por otros autores que, instalado que sea el árbitro, por definición
legal, sus actos son propios de un juez o lo que es lo mismo, constituyen
expresión del ejercicio de la potestad pública jurisdiccional. En una reciente
publicación Juan Agustín Figueroa y Erika Morgado (2013) señalan que de
la definición legal de los árbitros se debe concluir que los árbitros son jueces
y no un equivalente jurisdiccional. Que el árbitro sea juez, agregan, significa
que asume las responsabilidades y deberes de tal y, por tanto, su trabajo
está sometido a las consecuencias civiles y penales que establece la ley
frente a un mal desempeño. Asimismo, respecto de ellos, la Corte Suprema
y las Cortes de Apelaciones ejercen sus potestades disciplinarias.
Es meridianamente indiscutible que la legislación ordinaria chilena
considera al arbitraje como una manifestación de la actividad jurisdiccional.
El Título IX del COT -De los Jueces Árbitros- define a los árbitros como
“jueces nombrados por las partes, o por la autoridad judicial en subsidio,
para la resolución de un asunto litigioso” (art. 222 COT) Por otra parte, el
artículo 5º del mismo cuerpo legal, que se refiere a la estructura judicial que
existe en el derecho chileno, señala que “los jueces árbitros se regirán por
el Título IX de este Código”. Por su parte, el Título VIII del CPC regula el
“Juicio Arbitral”.
No obstante la claridad de los textos legales y las autorizadas posiciones
doctrinales antes referidas, sostengo, por el contrario, que el arbitraje no es
una manifestación más de la función jurisdiccional, sino un equivalente
jurisdiccional. El propio Aylwin da uno de los argumentos para fundamentar
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1. Árbitros de derecho
Son árbitros de derecho los que fallan de conformidad a la ley
sustantiva y se someten al procedimiento establecido en la ley según el tipo
de pretensión deducida, como si ante un juez ordinario se tratara. Esta es la
situación general y supletoria respecto a la calidad que tendrán los árbitros
en el derecho chileno, de modo tal que si se acuerda el nombramiento de un
árbitro y no hay referencia sobre la calidad del mismo, se entiende que es
de derecho.
2. Árbitros arbitradores
Son árbitros arbitradores o amigables componedores aquellos que
fallan el fondo del asunto sometido a su conocimiento y decisión
obedeciendo a lo que su prudencia y la equidad le dictaren. Respecto al
procedimiento que deben utilizar, éste será el que las partes de común
acuerdo determinen y, en ausencia de ese acuerdo, de conformidad al
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3. Árbitros mixtos
Son árbitros mixtos, aquellos que fallan de conformidad la ley
sustantiva, pero que se someten al procedimiento que las partes de común
acuerdo determinen.
1. Arbitraje prohibido
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2. Arbitraje obligatorio
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El nombramiento del o los árbitros debe hacerse por escrito y con los
siguientes contenidos que son requisitos de validez:
1. Nombre y apellidos de las partes litigantes;
2. Nombre y apellido del o los árbitros nombrados;
3. El asunto sometido al juicio arbitral
4. Las facultades que se le confieren al o los árbitros,
5. El lugar y tiempo en que deba desempeñar sus funciones (art. 234
COT). Si nada se dice, debe llevarse a cabo el juicio arbitral en el lugar
en que se celebró el compromiso y, respecto al plazo, dentro de los
dos años desde la aceptación del cargo (art. 235 COT).
Si no hay consentimiento unánime sobre la persona que será designada
árbitro, tal nombramiento lo realiza en subsidio la justicia ordinaria, debiendo
recaer en ese caso el nombramiento en una persona distinta de la que no
logró el consentimiento previo de las partes.
Una vez aceptado el encargo por el o los árbitros, éstos quedan obligados
a desempeñarlo. Esta obligación cesa:
1. Si las partes ocurren de común acuerdo a la justicia ordinaria o a otros
árbitros solicitando la resolución del negocio;
2. Si fueren maltratados o injuriados por alguna de las partes;
3. Si contrajeren enfermedad que les impida seguir ejerciendo sus
funciones y
4. Si por cualquier causa tuvieren que ausentarse del lugar donde se
sigue el juicio (art. 240 COT).
Por otra parte, los árbitros pueden ser inhabilitados por causa legal que
haya sobrevenido a su nombramiento o de la que se ignoraba al momento
de pactar el compromiso (art. 243 COT).
260
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NOVENA PARTE
PERSONAL DE LOS TRIBUNALES DE JUSTICIA
Capítulo primero
Los jueces
I Requisitos para ser juez (los del poder judicial, con la excepción
de los tribunales militares en tiempo de paz)
1. Ser chileno
2. Tener el título profesional de abogado
3. Cumplir satisfactoriamente el programa de formación de la Academia
Judicial.
Tratándose de abogados ajenos a la Administración de justicia que postulen
directamente al cargo de juez de letras de comuna o agrupación de
comunas, se requerirá que, además de los requisitos precedentemente
indicados, hayan ejercido la profesión de abogado por un año a lo menos
(art. 252 COT).
261
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262
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c) Deber de despachar los asuntos dentro de los plazos que fije la ley o
con toda la brevedad que las actuaciones de su ministerio les permitan,
respetando el orden de antigüedad en el ingreso de los asuntos, como
regla general.
d) Deber de realizar declaración jurada de intereses: Los jueces deben
realizar una declaración jurada de intereses ante un notario de la
ciudad donde ejercieren sus funciones, o ante oficial del Registro Civil
en aquellas comunas donde no hubiere notario. Se entiende por
declaración de intereses, de conformidad con el artículo 60 de la ley n°
18.575, la declaración sobre las actividades profesionales y
económicas en que participa el juez. Esta declaración es pública y
cualquier persona la puede consultar. La declaración debe ser
actualizada cuando el funcionario sea designado en un nuevo cargo.
El no cumplimiento de esta obligación podrá ser sancionada con
amonestación privada, censura por escrito, multa de 1 a 15 días de
sueldo o multa no inferior a una ni superior a cinco unidades tributarias
mensuales o suspensión de funciones hasta por cuatro meses (art. 323
bis en relación con el 537, ambos del COT).
e) Deber de realizar declaración jurada de patrimonio: los jueces deben
realizar una declaración jurada de patrimonio, ante el Secretario de la
Corte Suprema o de la Corte de Apelaciones, según corresponda. Esta
declaración puede ser consultada por cualquier persona. Si no se
presenta la declaración dentro de plazo de 60 días luego de asumido
en el cargo, se podrá aplicar al juez una multa de 10 a 30 UTM. Y para
el caso que no se actualice la declaración de patrimonio, la sanción
puede oscilar entre 5 y 15 UTM (art. 323 bis A COT).
f) Deber de realizar declaración jurada de no tener dependencia a drogas
ilícitas (art. 323 ter y 251, ambos del COT).
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Capítulo segundo
Auxiliares y colaboradores de la Administración de justicia: Breve
examen de cada uno de ellos
I Fiscalía Judicial
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266
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267
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Se les exige los mismos requisitos para ser nombrados jueces de letras
(art. 462 COT).
En cada territorio competencial de un juzgado de letras debe
nombrarse a un defensor público, salvo en algunas comunas de la Región
Metropolitana donde deben nombrarse dos defensores (art. 365 COT).
Las competencias de los defensores públicos son de tipo obligatorias
y algunas facultativas:
2. Competencias facultativas:
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IV Los Secretarios
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VI Los Receptores
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IX Los Conservadores
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X Los Archiveros
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Capítulo tercero
Colaboradores del Poder Judicial
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II Academia Judicial
277
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DÉCIMA PARTE
LA COMPETENCIA
Capítulo primero
Concepto de competencia y su relación con la función jurisdiccional
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Capítulo segundo
Clasificación de la competencia
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1. Radicación o fijeza
2. Grado
3. Extensión
4. Prevención
5. Ejecución
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1. Competencia absoluta
a) Materia
Ya hemos visto que los primeros artículos del COT (arts. 14 y siguientes),
van señalando las materias de que conocerán los distintos tribunales. El
lenguaje no siempre es el mismo. A veces ocupa: “corresponderá a los
jueces de garantía: a)…..; los jueces de letras conocerán: 1°….., etc.
La materia es la naturaleza o clase de asunto sometido al conocimiento
del tribunal. Tenemos así:
Causas civiles, de comercio, minas, etc. (Juzgados de letras)
Causas de familia (Juzgados de familia)
Causas por crímenes o simples delitos (Tribunales de Juicio Oral en lo
Penal)
Causas por faltas penales (Juzgados de Garantía)
Etcétera
b) Cuantía
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c) Fuero
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2. Competencia relativa
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289
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290
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Capítulo primero
Las cuestiones de competencia
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Capítulo segundo
Las contiendas de competencia
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293
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Capítulo primero
Implicancias y recusaciones
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11 Sentencia de las secciones unidas penales de la Corte de Casación italiana de fecha 27 de enero de 2003.
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que se dice existir a su respecto para que la declare sin más trámite. Si no
accede de ese modo, se podrá presentar ante el tribunal correspondiente
(art. 124 CPC).
Por regla general las resoluciones que se dicten en materias de
implicancias y recusaciones son inapelables. Excepcionalmente se puede
apelar el rechazo que hace el juez unipersonal de la solicitud de implicancia
formulada en su contra, o en caso que acepte la recusación amistosa, o bien
cuando de oficio se declara inhabilitado por alguna causal de recusación (art.
205 COT).
Capítulo segundo
Subrogación e integración
I Subrogación
juzgado y a falta de éste por el juez de ese tribunal. (art. 212 inc. 1° COT). Y
si ello no fuere posible, se procede según el orden de prelación expuesto
para el caso en que en la comuna o comunas exista solo un juez (art. 212
inc. 2° COT).
Si en la comuna o agrupación de comunas existen tres o más jueces
de letras, la subrogación corresponderá a los otros del mismo territorio
competencial, conforme a lo señalado precedentemente. Si ello no fuere
posible, subrogará el secretario que sea abogado y a falta de éste por el juez
del otro territorio según el turno existente (art. 212 inc. 3° COT).
Los jueces de los tribunales orales en lo penal tienen otras reglas de
subrogación, según lo prescriben los artículos 76 inciso final y 281 inciso
quinto del CPP.
II Integración
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300
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BIBLIOGRAFÍA
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DAMASKA, Mirjan, I volti della giustizia e del potere. Analisi comparatistica del
processo, Il Mulino, Bolonia, 1991.
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