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La Amazonia brasileña
registra los peores
incendios de agosto en
12 años
El mes pasado hubo más de 33.000
focos de incendio, y una enorme
de nube de humo visible desde el
espacio ya cubre buena parte de
Sudamérica

JOAN ROYO GUAL


Río de Janeiro - 09 SEPT 2022 - 11:17 CDT

Una vista aérea del humo en el Parque Nacional Mapinguari,


en la Amazonia brasileña, el pasado 1 de septiembre.
DOUGLAS MAGNO (AFP)

Las imágenes se repiten cada año con


la llegada de la estación seca a la
mayor selva tropical del mundo, pero
esta vez se están batiendo récords. El
mes de agosto en la Amazonía
brasileña fue el peor en los últimos 12
años. Las imágenes captadas vía
satélite por el Instituto Nacional de
Investigaciones Espaciales (INPE)
registraron 33.116 focos de incendio.
En el año 2010, el peor hasta la fecha,
fueron poco más de 45.000.

Los números de agosto de este año


superaron los de 2019, año en que el
fuego en la selva conmocionó al
mundo y supuso el primer gran
escándalo internacional para la
imagen del Gobierno de Jair
Bolsonaro, que acababa de llegar al
poder. Septiembre va por el mismo
camino. En apenas una semana, los
satélites del INPE detectaron 18.374
focos de incendio, más que en todo
septiembre del año pasado, cuando
fueron 16.742. La enorme cantidad de
incendios ha provocado una nube de
humo que también se ve desde el
espacio y que ya llega a Bolivia y las
ciudades del sur y sureste de Brasil.

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Sobre el terreno la situación es más


dramática. En la ciudad de Río
Branco, en el estado de Acre, la
contaminación del aire llegó a niveles
13 veces superiores a lo que
recomienda la OMS. Pero quienes más
sufren son quienes tienen en la selva
su modo de vida. En el estado de Pará,
que suele encabezar los rankings de
deforestación, el fuego destruyó
buena parte de la aldea Hopryre, en la
tierra indígena Mãe Maria. Según
testimonios de los líderes indígenas
recogidos por el medio local
Amazonia Real, el fuego arrasó 12
casas, la escuela y el puesto de salud
de la comunidad. “Mi pueblo se
arriesgó para salvar las vidas de
nuestros hermanos que vivían a
nuestro lado. No medimos esfuerzos
ni el tamaño del peligro que
estábamos corriendo, fue un
momento de desesperación y de
mucha tristeza”, decía la cacique Kátia
Silene, que ahora acoge en la aldea
vecina a 31 personas que se han
quedado sin hogar.

La gran mayoría de incendios son


provocados para eliminar la
vegetación derribada en los meses
anteriores. Y en esta temporada había
mucho que quemar. En el primer
semestre del año hubo alertas por
deforestación en 4.000 kilómetros
cuadrados de selva, la cifra más alta
para el periodo desde que hay
registros. Es una superficie
equivalente a casi siete veces la ciudad
de Madrid.

Quemar lo talado y algo más es un


ritual delictivo que se repite año tras
año, pero que en esta temporada se ha
agravado por el miedo a que con las
elecciones de octubre acabe la
impunidad que propicia el Gobierno
de Bolsonaro, como explica al
teléfono el coordinador del
Observatorio del Clima, Márcio
Astrini: “Normalmente en año
electoral quienes practican delitos
ambientales ya tienen más libertad,
porque el candidato no quiere multar
a su elector. Eso ya es natural, pero
este año hay un factor más, que es que
los deforestadores saben que es todo
o nada, ahora o nunca. Y no es solo en
la selva, en el Congreso también, hay
una acción de derribo de árboles y de
leyes para aprovechar la que
posiblemente sea la página final del
Gobierno Bolsonaro”, critica.

Desde organizaciones como el


Observatorio del Clima, que reúne a
decenas de entidades ambientalistas,
resaltan que no se trata solo de que
los órganos de control hayan sufrido
recortes presupuestarios; falta
voluntad política para atajar el
problema. Hasta el 5 de septiembre, el
Instituto Brasileño de Medio
Ambiente (Ibama) había ejecutado
apenas el 37% de todo el presupuesto
que tenía para prevención de
incendios este año. Los niveles de
multas aplicadas a quienes deforestan
y queman ilegalmente también ha
caído a mínimos históricos, y las
pocas multas que aún se ponen casi
nunca llegan a cobrarse. Para Astrini,
no se trata de omisión, sino de
“cooperación con el crimen
ambiental”. “Es natural que no se usen
recursos para sofocar a quienes
tienen como aliados”, lamenta.

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