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El Espectador

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No digas gracias, porque hacer tareas


domésticas no es ayudar
Ana María Chaves García - Hace 9 h
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Cierto día escuchaba cómo mamá le daba las gracias a mi hermano por
haber limpiado las paredes de la casa, y yo simplemente quedé
extrañada ante tan anormal comportamiento que mis ojos presenciaron.
Me pregunté, en medio de mi incomodidad, ¿por qué mamá no me da las
gracias también por hacer las labores del hogar? ¿Por qué pedirle a él
ocasionalmente que haga labores del hogar y que no sea una actividad
diaria? Como cualquiera que comparte un mismo espacio en una familia,
come, viste, duerme y se asea, debe tener responsabilidades en el
cumplimiento de obligaciones en el hogar, libres de estereotipos de
género y de manera igualitaria.

Probablemente algunas sintieron lo mismo que yo o quizás el tema pasó


desapercibido al pensar que por el simple hecho de ser mujeres venimos
con un botón automático que nos dota de la habilidad de desempeñar
tareas domésticas, con vocación de procrear y educar hijos, mientras que
a la figura paterna, cuando regresa cansada de su jornada laboral, le es
inconcebible dejar en el cesto de la ropa sucia aquello que ensució y los
zapatos en su lugar. Espera que se le sirva la cena y se laven los trastos
sucios que haya en el lavaplatos, y luego va a dormir sin inmutarse,
independiente de si sus hijos se sienten bien y sin la más mínima
muestra de atención.

Decir “¡gracias!” a tu esposo, hijo, hermano, papá o cualquier familiar


hombre como aliciente a esa “ayuda”, de la cual inefablemente muchos
alardean cuando la brindan en su hogar, solo demuestra que aún hay
mucho por trabajar en materia de igualdad y combate a los estereotipos
de género; reafirma que la educación impartida a los relevos
generacionales se ha basado en la reproducción de valores machistas
que la sociedad nos ha heredado, pero que solo pueden ser erradicados
desde casa con la simple convicción de que las tareas del hogar no son
para un solo género.

Si analizamos la palabra “ayudar” tiene una connotación facultativa, de


hacer o no algo de manera voluntaria, y no de obligatoriedad. Al vivir en
un hogar, inherentemente se adquieren unas obligaciones. Las tareas del
hogar no son una opción: es trabajo no remunerado que por los siglos de
los siglos se les ha asignado y atribuido a las mujeres. Ya es hora de que
los hombres también lo abanderen.

De acuerdo con cifras de ONU Mujeres, ellas dedican entre una y tres
horas más que los hombres a las labores domésticas; entre dos y diez
veces más de tiempo diario a la prestación de cuidados (a los hijos,
personas mayores y enfermas); y entre una y cuatro horas diarias menos
a actividades de mercado. Esto debido a que al recaer en sus hombros
las tareas del hogar se retrasan en sus carreras y reciben menor
remuneración.

Con todo lo dicho, deseo que cuando tengan hijos no fracasen en el


intento de educar, desde hogares seguros y amorosos, sobre la
importancia de asignar tareas domésticas de manera equitativa entre
todos los miembros de la familia. Que ninguna niña, adolescente o mujer
sienta que esto es solo una carga de nacimiento solo por ser mujer, ni
que debe renunciar a sus sueños para solo dedicarse a ello. Que se
rompan los estereotipos autoritarios y se generen lazos de confianza y
autoestima entre las hijas, hermanas y primas para que sean preparadas
para el trabajo remunerado y, además, para enseñarles a los niños a
hacer estos trabajos no remunerados.

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