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GABRIELA

CAPÍTULO 1
Gabriela caminaba de un lado a otro pensando que hacer, preguntándose si estaba haciendo
lo correcto. Muy en el fondo sabía la respuesta, aunque las circunstancias fueran especiales
no debería hacer lo que estaba por pasar.

Estaba a punto de salir con un hombre que no era su marido. Se tranquilizó asegurándose
que ella nunca traicionaría su matrimonio, eso jamás, y menos con tan despreciable sujeto.

Rápidamente cogió el teléfono deseando que no fuera demasiado tarde para cancelar
aquella cita extramarital, argumentaría cualquier cosa. Pero cuando comenzó a marcar las
teclas escuchó sonar el timbre. Se maldijo a sí misma, había sido muy lenta.

Se preguntó si aún habría marcha atrás.

...

Semanas antes.

No había sido un buen día para la bella Gabriela. Su jefe estuvo de mal humor, incluso con
ella, lo que significó más trabajo.

Se preguntaba si era su culpa. Si tal vez las constantes negativas a salir con el finalmente le
pasaban la factura.

Todos en la oficina sabían que el señor Martínez, su jefe, intentaba cortejarla. Pero ella al
estar casada y feliz solo lo toreaba, le daba alas (como comúnmente se dice en México), se
reía jovial y pícaramente ante sus insinuaciones, todo esto con afán de conservar su empleo.

Sumida estaba en estos pensamientos cuando el sonido de un claxon la despertó.

-¡Apúrele señora! —escuchó una voz proveniente del automóvil que tenía detrás de su
camioneta.

A sus 26 años Gabriela de Guillen podía decir orgullosa que era una mujer plena y feliz.
Casada desde los 20 con el amor de su vida, Cesar Guillen, un hombre que conoció a los
dieciocho años, del cual rápidamente se enamoró y comenzaron a salir juntos. Al paso de 2
años se casaron y no tardaron en dar a luz a un hermoso y saludable niño llamado Jacobo.

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Gaby, como comúnmente la llamaban, aprovechaba los pocos minutos en los que podía
estar sola para reflexionar sobre sus sueños, su familia, su trabajo. En fin, todas esas cosas
que las labores cotidianas no le permitían.

Pero hoy era diferente, debía recoger a su hijo con su "adorable suegra". El solo ver la cara
de esa señora la ponía de malas, no se llevaban muy bien.

Reflexionando sobre su enemistad con ella llegó a la conclusión de que no era


responsabilidad suya las desavenencias con su suegra. Gabriela siempre quiso tratarla bien,
pero al parecer doña Romina no quería lo mismo.

En esos momentos sin querer pisó el acelerador de su camioneta y para su mala suerte salió
del carril y fue a impactar con un coche que estaba estacionado en la acera.

—¡Dios! —exclamó Gaby algo aturdida y sacudida por el golpe. Era la primera vez en su vida
que chocaba.

Luego de unos momentos observó como un sujeto bajó del carro. A la distancia lo notó
molesto, iracundo. El tipo maldiciendo en voz alta se dirigió a encarar a quien lo chocó.

Estaba un poco asustada, pero al ser una persona honesta se dispuso a afrontar las
consecuencias de su error.

En un instante el sujeto estaba frente a su camioneta. Fueron solo segundos en que el


aireado estado de aquel energúmeno pasó de ira y desprecio a maravillado, por la sola visión
de lo que tenía frente a él.

Los ojos del viejo se clavaron en el tierno rostro de Gabriela, con esos hermosos ojos azules,
su tez blanca, sus labios carnosos de un intenso rojo carmesí, su hermoso y lacio cabello
rubio hasta por debajo de los hombros, finamente maquillada. Jamás en su vida aquel tipo
había visto un rostro tan hermoso.

Ella también lo vio. Era un tipo gordo, bastante ancho, alto, de alrededor de 50 años,
bastante desalineado, llevaba puesto un overol de trabajo que se veía bastante sucio y con
manchas de aceite y grasa.

-Buenasssss, señito-dijo el hombre. Gaby pensó que era un viejo verde de esos que
usualmente se topaba en las calles, olió el tufo de su boca, por lo visto no era un hombre
muy limpio.

—¡Discúlpeme señor..., fue un completo error de mi parte...! —se disculpó la preocupada


casada quien aún se encontraba sentada en el asiento del conductor.

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- Tranquilícese, mi reina, Jejeje, si no es para tanto. Primero presentémonos, mi nombre es
Cipriano, ¿y el suyo, princesa? -El hombre estiró su mano tratando de que la mujer le
devolviera el saludo.

Era impresionante ver como ese hombre cambio de humor con solo mirarla. Si se hubiese
tratado de un hombre probablemente hubiese existido pelea, pero no con ella, no con
semejante pedazo de hembra, pensaba el entusiasmado sujeto.

-Tiene razón, que mal educada soy —dijo Gaby llevándose las manos a la cara. –Mi nombre
es Gabriela. —La joven mujer casada estrechó la mano del viejo en señal de presentación. A
pesar de que el hombre no le daba buena impresión, ella no era prejuiciosa, pensó que tal
vez debajo de ese vulgar exterior se encontraba una buena persona.

-Bueno -dijo el viejo Cipriano, ahora si vamos a hablar de lo que pasó. —El sujeto hablaba en
un tono sugerente con el que Gaby estaba más que familiarizada. Sin embargo, estaba
acostumbrada a esas actitudes de parte de hombres de todas las edades, por lo cual no le
dio importancia.

Gabriela abrió la puerta de su auto y de una manera muy sensual, sin proponérselo ya que
así era ella naturalmente, bajó de su vehículo.

El viejo tenía los ojos como platos al poder observar en total plenitud a tan espectacular
mujer.

La veía de arriba hacia abajo; admirando sus impactantes piernas, su vientre plano resultado
de mucho tiempo de gimnasio y su enorme trasero, el cual parecía querer romper el apretado
pantalón de mezclilla con el que estaba cubierto. Subiendo más arriba su mirada vio los
impactantes cantaros de miel de la casada, tan majestuosos como imponentes,
completamente erguidos a pesar de su exagerado tamaño. En fin, Gaby era una casada de
concurso.

La dulce, pero a la vez sexy voz de Gabriela lo despertaron de sus lascivos pensamientos.
-Por favor discúlpeme señor, fue un grave descuido de mi parte.

—No se preocupes señorita, al parecer mi carro no sufrió más que una abolladura —dijo el
viejo Cipriano señalando su auto— El que si quedo mal fue el tuyo, mira nomas.

Era verdad, su camioneta era la que se había llevado la peor parte. No sabía qué hacer, uno
de los pocos problemas que acarreaba su matrimonio era el tema económico por el cual
estaban atravesando.

Cesar, su marido, hacía poco tiempo que había perdido su trabajo, solamente se sostenían
de lo que ella ganaba como secretaria, que no era mucho; y para acabar de amolarla, el
moderno vehículo aún no terminaban de pagarlo.

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-Señor -dijo Gabriela—, le reitero mi disculpa, pero... -dudó en seguir sin embargo lo hizo—,
en este momento con mi marido estamos cortos de dinero. Le propongo dejarle mi número
de teléfono y dirección, verá que yo en un mes le pago el desperfecto, sí? —Esto último lo
dijo en tono coqueto, actitud que no hacía a propósito, es solo que en toda su vida al ser
acosada por los hombres inconscientemente había aprendido que su belleza podía abrirle
algunas puertas, y por ende ciertos beneficios.

El viejo estaba que no se la creía. Aunque por la conversación de aquella Diosa tomaba
conocimiento de que era una mujer casada, situación que le causo una sensación de
decepción, de igual forma se sentía algo indeciso. No sabía si el forro de hembra que tenía
en frente estaba coqueteando con él, o era su imaginación. En cualquier caso, no quería
dejar de verla.

—No se preocupe Gabriela. —Esta fue la primera vez que el viejo la llamó por su nombre—
Déjeme decirle que está al frente del mejor mecánico del rumbo... jjajaja! —reía orgulloso el
viejo mientras colocaba su mano en su prominente barriga

—¿En serio? —preguntó Gaby con verdadera curiosidad. Y es que así era ella, curiosa,
coqueta, alegre, divertida, la típica casada que siempre llama la atención, no solo por su
cuerpo, sino por ser una persona muy agradable y carismática. Aunque ser así de
desinhibida algunas veces le acarreaba problemas, más de una vez había cacheteado a
alguien por mal interpretar su actitud, por creer que podían llegar a mas con ella, justo como
el viejo Cipriano lo hacía en esos momentos.

-Claro que si reinita, déjame revisar el motor de tu camioneta que al parecer fue lo que más
se madreó.

-¡Muchísimas gracias, don Cipriano! -dijo esto mostrando aquella sonrisa de dientes
perfectos que enloquecían a cualquier hombre, grupo al que obviamente el viejo Cipriano
pertenecía.

-Sin cuidado chiquita..., ahora súbete a la camioneta y préndela cuando yo te diga. Gabriela
estaba tan acostumbrada a que la mayoría de los hombres la llamaran de esa manera:
chiquita, reina, nena, mami y demás, que ya no le daba importancia, así que sin rechistar
obedeció.

Sentada en el asiento del conductor, Gabriela vio como don Cipriano revisaba su motor,
rogando a dios que cuando le ordenase este prendiera, cosa que desafortunadamente no
ocurrió. Maldijo para sus adentros, ¿cómo era posible que, aunque ella provocó el choque,
su camioneta se llevara la peor parte?

-Quedó más madreado de lo que pensé mi seño-le vociferó don Cipriano ubicado delante del
motor descubierto

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-¡Maldición! —soltó Gaby en voz baja pero lo suficientemente claro como para que el viejo
pudiera escucharla, a la vez que recargaba su cabeza en el volante haciendo sonar el
claxon.

– Tranquilícese mi reina, cuénteme a ver, ¿qué le pasa? —le dijo don Cipriano notando la
pesadez de la casada.

-No es nada, señor —le contestó aquella rubia de ensueño aún apoyada en el volante de la
camioneta y mirando fijamente hacia el frente.

—Claro que me preocupo, además que una casada tan linda como tú no debe desobedecer
a sus mayores.-El viejo dijo esto con una sonrisa que dejaba ver su boca carente de algunos
dientes.

El ordinario mecánico era todo un lobo de mar en los asuntos de mujeres, sabía cómo
tratarlas, cómo alegrarlas, cómo seducirlas y estaba dispuesto a poner toda su experiencia
en marcha con tal de llevarse a la cama a su nueva "amiga". Aunque también era verdad que
era la primera vez que intentaría seducir a alguien tan tremendamente buena como Gaby.

Gabriela devolvió la sonrisa y sin mucha resistencia le contó sus problemas al viejo, por
alguna extraña razón pensó que podía confiar en él.

Platicaron acerca de la pérdida de trabajo de su marido, la colegiatura de su hijo, la falta de


seguro de la camioneta, el hecho de aún no haber terminado de pagarla, incluso Gabriela le
comentó sobre los problemas con su suegra.

-Bueno, chamaca, lamentablemente no puedo ayudarte con todos tus problemas, pero al
menos puedo hacerlo con el de tu camioneta.-El mecánico estaba claro que esa era la forma
perfecta para poder llegar a la casada. Es por ello que el mismo le había cortado la corriente
al vehículo antes de pedirle que encendiera el motor.

—¿En serio? -le dijo Gaby con la mirada llena de esperanza, sin saber que estaba siendo
timada por aquel horrendo hombre.

-¡Claro que sí! —le contestó este.

Sin pensarlo Gaby se abalanzó sobre aquel hombre que acababa de conocer, abrazándolo
fuertemente con el único motivo de agradecerle el gran favor que este iba a concederle.

Los delicados brazos de Gabriela no podían rodear el obeso cuerpo de su nuevo amigo, pero
a ella no le importó. A pesar de no saber cómo tenía pensado ayudarla, aquel señor se había
portado de maravilla, ella había provocado el accidente y parecía que era al revés.

Don Cipriano se encontraba en la gloria. Podía sentir en su pecho los grandes melones de
Gaby, y al ser más grande que ella y estar en ese abrazo le bastaba con mirar hacia abajo

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para poder recrearse la vista con el espectacular par de nalgas de la casada. Su olor a
feminidad, a ingenuidad, a mujer le encantaba, hacía un esfuerzo sobre humano para no
tocarla de manera indebida.

Los hombres que pasaban cerca de ellos miraban incrédulos lo que ocurría. Aquella bella
joven mujer, pegada totalmente al fofo cuerpo de ese viejo. Hasta que la hermosa Gabriela
se soltó para desgracia del afortunado hombre.

-Mira, reinita, esto es lo que haremos. Aquí no tengo las piezas para arreglar tu camioneta
-dijo don Cipriano mirando fijamente a la hermosa Gaby—. Me la llevó a mi taller, la arregló y
te la tengo lista en unas 2 semanas.

—¿¡Dos semanas!? - preguntó algo desilusionada la joven mujer casada.

-Lo siento, pero no puedo antes, las piezas que necesito son difíciles de conseguir. Ahora, si
tú quieres, te la puedes llevar para otro taller. -El viejo cruzaba los dedos para que la casada
no decidiera esto último, y si es que así lo hacía él ya tenía pensado como contraatacar y
bajar su periodo de entrega a una semana.

Gabriela dudó por unos momentos. ¿Cómo le explicaría a su marido la ausencia de su


camioneta? No quería contarle que por un descuido había conseguido una nueva deuda.
Eran tiempos difíciles y el dinero no les sobraba. Penso en que tal vez pudiera llevar su
vehículo con otro mecánico, pero también se le ocurrió que quizás el viejo hacía eso para
tener cierto seguro de que le iba a pagar. Además, habría que ver si en otro taller aceptarían
reparársela y esperarla a que ella reuniera el dinero, al fin se dio cuenta que no tenía
alternativa y cedió.

-Está bien, señor, pero como dije antes no tendré dinero para pagarle sino hasta final de
mes, ¿me saldrá caro?

El viejo Cipriano no daba más de dicha con la determinación de la bella Gabriela, si ya hasta
se la imaginaba toda encuerada y pagándole con sexo el favor que él le iba a hacer. Claro
que solo eran sueños, y él lo sabía, ya que se notaba que la casada no era suelta de cascos,
pero aun así lo intentaría.

—No se preocupe por el dinero, después nos arreglamos -le dijo finalmente volviendo a
recorrerla de pies a cabeza, ahora con más lujuria que antes.

—¿De veras señor? Pero es que me da pena, todavía que yo lo choco y usted es el que va a
salir perdiendo. La bella Gaby tenía sus brazos cruzados por lo cual resaltaba aún más sus
prominentes pechos.

—No se apene, señito, mire que yo también tuve algo de culpa. —Cosa que no era cierto,
pero quería quedar bien con esa tremenda mujer que aún lo tenía aturdido.

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Aún indecisa la joven señora término aceptando el trato con aquel desconocido solo para
evitar problemas con su marido. Además, pensándolo bien, no se estaba aprovechando del
señor, pues tarde o temprano terminaría "pagándole", aunque aún no sabía cómo.

El viejo llamó por celular a su ayudante con las órdenes de traer la grúa lo más rápido
posible. Mientras esperaban ambos charlaban como si se conociesen de años, extrañamente
existía una química muy buena entre ellos.

Por un lado, Gabriela veía al hombre como un agradable señor quien la estaba ayudando
tras un grave error. Por el otro, el mecánico veía a la casada como una posible pareja sexual
no importándole que ya le había contado que estaba casada y con un hijo. Estaba tan buena
que el viejo haría todo lo posible por llevársela a la cama.

Gabriela miraba desesperadamente su reloj. Estaba retrasada para recoger a Jacobo, y


sabía que al llegar con su suegra habría algún tipo de pleito. En ese momento llego la grúa.
De ella bajo un chico de alrededor de diecinueve años, bastante chaparro, moreno, al
parecer bastante naco —o al menos esa impresión le dio a Gabriela—, y al igual que don
Cipriano muy sucio.

El recién llegado ni siquiera intentó disimular las miradas obscenas que dirigía hacia Gaby.

-Ay mi jefe, me despertó, estaba durmiendo bien chingón, aunque por esta mamacita lo
entiendo, jajaja -dijo el joven dirigiéndose primero al mecánico y después mirando
lascivamente a Gaby. Lo que recibió el pobre chamaco por este vulgar comentario fue una
fuerte bofetada de parte de su jefe.

-Respeta a la señora chango -le dijo don Cipriano a su joven ayudante-Discúlpate horita
mismo o ya verás.

A regañadientes el chango —que así apodaban al muchacho en su círculo cercano— se


disculpó. Le pareció extraña la actitud del viejo, jamás se había comportado así.

-Disculpa aceptada -dijo Gaby mostrando su encantadora sonrisa a la vez que extendía su
mano queriendo estrechar la del muchacho-Soy Gabriela, mucho gusto.

El chango completamente extrañado contestó el saludo.

-Me... Me llamo Pablo, o el chango para los cuates. —El chamaco se mostraba sorprendido
por la actitud de aquella encantadora y joven mujer.

-¿Chango...? Déjame adivinar... Mmmm..., te dicen así porque de niño andabas por las
ramas, jaja. —Gabriela se rio encantadoramente para ambos.

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Era bastante obvio que no era por eso, si no por lo tremendamente velludo que era el
chamaco; sin embargo, al muchacho le agradó que lo pasara por alto.

La casada estaba tan acostumbrada a ese tipo de piropos que ya no se ofendía; al contrario,
prefería llevársela bien con las personas. Pero de todas formas le agradó la manera en que
don Cipriano reprendió a su subordinado por el comentario.

Intercambiaron unas cuantas palabras más, luego la casada se disculpó con ellos pues ya
iba muy tarde, se dirigió a su camioneta y sacó su cartera para tomar el dinero e irse en taxi.
Para su mala suerte se dio cuenta que no traía nada de dinero. Eso sí que era el colmo de la
mala suerte, estaba segura que este era uno de los peores días de su vida.

La casa de su suegra aún estaba algo lejos, podría irse caminando y llegar sin muchas
dificultades. El problema surgía al pensar en cómo regresar a su casa, para ese momento
podría ya estar oscuro y no quería exponer a su hijo a la inseguridad de la ciudad.

Otra opción era pedirle a su suegra que la llevara a casa, o que le prestara dinero para un
taxi. Inmediatamente deshecho esa idea, prefería regresar caminando que pedir algo a su
horrible suegra. Gabriela estaba en una encrucijada. Afortunadamente para ella, el viejo
Cipriano lo notó y no le costó mucho hacer que la casada le contara de nuevo sus
problemas.

—No te preocupes lindura, yo te puedo llevar -le dijo don Cipriano no creyéndosela ni el
mismo por las oportunidades que se le estaban dando tan fácilmente con semejante Diosa.
Oportunidades que aún no lo llevarían a algo más con ella, pero que sí le permitían
inmiscuirse en su vida en forma acelerada.

—No, don Cipriano, usted ya ha hecho demasiado por mí, no puedo permitirlo-negaba Gaby
con su cabeza.

-Déjame decirte un pequeño secreto. -El viejo con mucha confianza se acercó al oído de
Gaby, confianza que ella misma le estaba comenzando a dar sin saber el peligro que corría
con aquel lujurioso depredador. Al estar tan cerca de ella el viejo sentía que perdía el control,
quería besar su oreja, succionar su tierna boquita, tirarla allí mismo al suelo y despojarla de
su estrecha ropita y encajarle su verga por la vagina. Si ya hasta se imaginaba lo hermosa
que debería ser esa rosadita hendidura de carne. Sin embargo, se contuvo, debía ir con
calma.

—Yo también odio a mi suegra -le susurró finalmente el excitado vejete.

La casada soltó una gran carcajada y al final terminó aceptando, se dirigió hacia su
camioneta para ver si no olvidaba algo.

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Mientras tanto y estando algo alejados de ella, el viejo charlaba con su ayudante dándole las
últimas instrucciones.

-Bien, ya sabes derechito al taller, no quiero enterarme de que andas dando vueltas por ahí
dándotelas de galán con las colegialas.

-Sí, lo sé, señor, por cierto, ¿en verdad creé tener alguna posibilidad con ese forro de vieja?
—le preguntó el chango quien ya se había dado cuenta del porqué de la "buena" actitud de
su jefe.

-A huevo, mi changuito, ¿acaso no has visto como me mira?-le respondió el viejo—. De


volada se ve que sabe elegir a los que la tenemos grandota, jejeje.

—La neta que se me hace que ella es así con todo el mundo mi jefe -le dijo el joven, quien
estaba en lo cierto. Así era Gabriela, sin proponérselo hacía pensar a los hombres que
podían llevársela a la cama cosa que hasta ahora no había pasado.

-A la verga con lo que tu creas, pero de que me la cojo me la cojo... o que, ¿alguna vez te he
fallado? —dijo refiriéndose a que siempre que se proponía cogerse a cualquier vieja lo hacía.

-Pus no, nunca, pero esta viejita esta en otro nivel. Nomás de verle las nalgonas se me para.

-A mí también, Chango, a mí también. Lástima que tú nunca te cojeras a una así. Estas
palabras molestaron al joven, estaba cansado de que don Cipriano lo hiciese menos.

—Ni usted tampoco —respondió el chango— Es más, le apuesto lo de siempre a que no se


la lleva a la cama.

-Sale y vale pendejo -aceptó don Cipriano.

-Recuerde que me tiene que traer alguna prueba. Y además debe de ser por las buenas, no
vale forzarla, que por ahí hay rumores... -dijo en tono inquisitivo el Chango.

- Tú tranquilo, mi Monkey, que cuando este dentro de esas nalgotas me acordare de ti...
jajajaja!

En ese momento vieron como la escultural Gabriela se acercaba a ellos con su provocativo
andar y ambos separaron rumbos.

-Otra vez le digo que muchas gracias, señor. ¿Quién diría que de algo tan horrible como un
accidente encontraría a una persona tan buena como usted? —La joven casada estaba de
verdad agradecida.

-Lo sé, y ahora sube rápido a mi auto que aunque chocado aun funciona. Gabriela se sonrojó
al recordar que ella había causado el accidente.

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Ambos se dirigieron a la casa de doña Romina mientras hablaban de cosas vánales, con
metas muy distintas. Ella pensando que de todo esto probablemente obtendría una nueva
amistad, además de perder dinero, y él imaginando que encontraría a su nueva amante.

-¿Quién es ese hombre con el que vienes? —preguntó doña Romina cuando Gabriela se
disponía a salir por la puerta con dirección al carro de don Cipriano, llevando a Jacobo en
brazos pues ya era algo tarde y el pequeño había caído dormido. La joven rubia notó el tono
con el que su suegra dijo estas palabras; como queriendo insinuar algo.

-Un amigo -le dijo Gaby en tono cortante, no le debía explicaciones a nadie y menos a su
suegra.

-Ah, ya veo..., es otro de tus "amiguitos".

Gabriela se detuvo en seco. El día ya había sido lo suficientemente malo sin tener que
aguantar aquello.

-¿Esta insinuando lo que creo señora? —respondió la rubia visiblemente molesta.

-Hay no, ¿cómo crees? Solo te pido que cuando estés haciendo tus cochinadas con ese
hombre le tapes los oídos al pobre de Jacobo, no queremos que crezca traumado, ¿verdad?

Esta era la primera vez que la señora Romina hacía un ataque tan directo. Por lo general se
limitaba a hacer comentarios sugerentes sobre la fidelidad de Gaby hacia su hijo, Cesar, pero
esta vez había dicho claramente que tendría relaciones con otro hombre.

La rubia no entendía la razón por la que su suegra la odiaba tanto, jamás le había sido infiel
a Cesar, ni siquiera en su etapa de novios. Recordo el tiempo cuando la conoció. En esos
entonces la madre de Cesar se portaba bien con ella. El típico trato de suegra y nuera, nunca
habían sido las grandes amigas, pero al inicio se trataban con respeto. Gabriela no supo
cuando fue que todo cambio. Lo que si sabía era que ella no lo había iniciado.

—¿Sabe algo, suegrita? ¡Vayase a la mierda! exclamó Gaby. Sabía que esas simples
palabras le traerían graves problemas con Cesar, pero en ese instante no le importaba.

-Linda boquita, Gabrielita, muy lindas palabras son las que me dices. Aún no sé qué fue lo
que te vio mi Cesar –le respondió la señora Romina mirándola de arriba hacia abajo. Hasta
que con una sonrisa burlona le volvió a decir—: Bueno, a parte de las tetas y las nalgas.

Gaby ya no soportaba seguir escuchado tantas tonterías. Muy molesta cruzó la puerta,
mientras se alejaba podía escuchar las tonterías que bufaba su suegra.

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El viejo Cipriano esperaba a la casada sentado en el cofre del auto. Jamás en su vida había
estado tan excitado como en esos momentos, el solo pensar que podría cogerse a su nueva
amiga lo tenía calientísimo.

Y entonces la vio acercarse rápidamente, escuchaba los gritos provenientes de la suegra.


Notó las lágrimas escurrir de sus bellos ojos debido al tremendo coraje, y sin pensarlo dos
veces la abrazó. Quería volver a sentir su fresco y bello cuerpo cerca del suyo y que mejor
oportunidad que esta, aunque lamento que debido al niño no pudo repegarse tanto como
deseaba.

– Tranquila casada –le dijo el viejo mientras acariciaba su sedoso cabello.

-E... es... eess una estúpida —tartamudeaba la joven casada sin intención de separarse del
viejo. De alguna manera ese cálido abrazo la hacía sentirse bien.

Todo esto pasaba mientras eran observados por doña Romina, quien de brazos cruzados
meneaba su cabeza de forma negativa. —¿Cómo puedes cambiar a mi hijo por ese
asqueroso sujeto? —pensaba.

Doña Romina era una mujer que enjuiciaba antes de preguntar. En su mente ni se asomaba
la idea de que Gabriela acababa de conocer a aquel hombre, para ella ya eran amantes.

Don Cipriano en ese mismo momento quedaba de frente a doña Romina y, a sabiendas de
que ella también lo miraba, le lanzó una mirada burlona y triunfante, sabiendo que todo lo
que ocurría le beneficiaria a él. -Señora... si supiera lo rico que algún día lo pasaremos su
nuerita y yo le dijo mentalmente, deseando que la vieja lo hubiera escuchado.

Con una mirada de desprecio doña Romina se alejó de ellos y se metió en su hogar, mientras
Cipriano se llevaba a Gaby y al pequeño Jacobo al fin a casa.

-Muchísimas gracias por todo, don Cipriano -le dijo Gaby bajando del auto con su hijo en
brazos una vez que ya habían llegado.

-Tranquila, reina. No pasa nada.

—No sé cómo pagarle todo lo que ha hecho hoy por mí —le decía Gaby-Bueno..., si lo sé, no
se preocupe que le pagaré hasta el último centavo.

-Cuando puedas, nena. Solo recuerda que tu camioneta estará en unas dos semanas.

-Está bien, señor Cipriano. Y ya me despido porque mi marido debe estar muy preocupado
por nosotros le dijo refiriéndose a ella y su hijo.

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La bella Gaby comenzó a caminar en dirección al edificio donde se encontraba su
apartamento, con la libidinosa mirada del viejo clavada en aquel espectacular trasero que
movía como una diosa.

El viejo se tocaba la verga por encima de su pantalón mientras decía en voz alta:

—Tranquilo, campeón, en solo un tiempito más vas a estar dentro de esa pendeja. —Luego,
cuando ya no pudo ver a la rubia, arrancó su auto y se fue de allí.

El camino para Gaby fue difícil, su hijo ya no era un bebé. Los últimos meses había ganado
peso. No es que el niño fuese gordo, pero estaba pesado. Además, vivía en el cuarto piso y
el elevador no funcionaba desde hacía varias semanas.

Durante el camino se topó con varios vecinos que la saludaban eufóricamente. Muchos de
ellos con tal de pasar algunos momentos cerca de ella se ofrecieron a ayudarla con el niño, a
lo cual se negaba; sabía que si hubiese aceptado se exponía a un nuevo pleito, ahora con su
marido.

Estaba segura que su suegra ya lo había llamado, contándole quien sabe que cosas acerca
de lo sucedido en su casa.

Cesar era un hombre celoso, sabía del portento de mujer que tenía como esposa, y esto lo
carcomía. Algunas veces, cuando estaba solo, se imaginaba que Gaby se conseguía otro
hombre y lo dejaba. Sin embargo, cuando estaba con ella se reprendía por tener esos
pensamientos al verla tan cariñosa, tan atenta, tan amorosa. Y entonces sabía que él lo era
todo para ella, y él también la amaba, más de lo que había amado a otra persona en su vida.

Al fin Gabriela llegó a su departamento, introdujo su llave en la cerradura y entró.

No le sorprendió ver a su marido sentado en el sofá con semblante serio.

—Hola, mi amor —dijo Gaby con la esperanza de que no se encontrara de mal humor. No
tenía ganas de otra pelea.

Cesar no respondió el saludo, se dirigió hacia ella y tomó a Jacobo en sus brazos, para
después alejarse de allí y llevarlo a su habitación.

Para ella esto solo podía significar una cosa, habría pelea. Así que esperó a que regresara.
Ella no quería discutir, pero tampoco era una dejada. Si Cesar quería pelea la iba a
encontrar.

Esperó sentada en el sofá de la sala hasta que vio aparecer a Cesar.

-Me llamó mi madre, y me dijo lo ocurrido —atinó a decir Cesar.

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Otra vez esa vieja bruja -le dijo Gaby frunciendo el ceño en señal de molestia.

—¡No le digas así! ¡Es mi madre y lo sabes! Cesar se sintió muy ofendido por las palabras de
su esposa.

-¿¡Y cómo quieres que le diga!? Si no deja de meterse en nuestros asuntos.

—Me dijo que estabas en el carro de un hombre extraño. ¿Quién era ese tipo? inquirió Cesar
con el gusanito de los celos.

—Un conocido le respondió Gabriela con desgana, ya sabía para dónde iba todo ese asunto.

—¿Qué!? ¿¡Un conocido...!? ¿Quieres... quieres que me trague eso!?—Los gritos de Cesar
llenaron el cuarto.

-Baja la voz que despertaras al niño. —Gabriela se puso de pie quedando frente a frente a su
marido.

—¡A la mierda...! Con eso que me dices... ¿cómo quieres que me ponga!? ¡Cuando mi mujer
se está revolcando con quién sabe quién!!

La respuesta de Gaby fue una sonora cachetada. Jamás en su vida Cesar le había hablado
así, era la primera vez que la tachaba de adultera, y estaba segura de que era por culpa de
su suegra. Solo Dios sabía que fue lo que contó.

A Cesar le dolía más el orgullo que aquel golpe, el solo imaginar que Gaby estuviera en
brazos de otro lo enloquecía.

—¿De verdad crees que sería capaz de engañarte con otro? ¡Mírame a los ojos y
dímelo!—La casada hablaba en tono alto, no importándole que alguien la escuchara. Cuando
ese tipo de acusaciones venían de su suegra no le afectaban tanto, pero viniendo de su
marido era diferente.

Así lo hizo Cesar. Miró fijamente los bellos ojos azules de Gaby y vinieron a su mente todas
aquellas ocasiones en que había cuidado de él y de su hijo. Lo tierna que era cuando se
enfermaba. Lo amorosa que era la mayoría del tiempo. Y la respuesta llego pronto. No,
Gabriela jamás lo engañaría, o al menos eso pensaba en ese momento.

—No, discúlpame mi amor -dijo algo temeroso de la reacción de Gaby—. Es que tú sabes lo
mal que me pongo. Tú eres mi vida, y no sé qué haría sin ti.

—No me vengas con eso ahora. Primero me insultas y después me vienes con esto. —Gaby
aún estaba molesta, se notaba por la desafiante posición de sus manos sobre sus caderas.

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Cesar pidió disculpas una vez más, incluso se arrodilló, y como a Gaby no le gustaba verlo
así, humillándose, terminó por perdonarlo.

—Mi amor, tengo unas preguntas. Sin ánimos de pelear ni nada, pero... ¿Qué hacías en el
auto de ese hombre? Cesar trató de que su voz sonara lo más tranquila posible, aunque
sintiera celos.

Gabriela no quería contestar esa pregunta, no quería decirle a su marido que por su
estupidez ahora tenían más deudas, así que erróneamente hizo lo que cualquier ser humano
haría. Mintió.

Le contó que su mejor amiga Lidia le había pedido la camioneta pues saldría de la ciudad y
ella se la había prestado unos días. A fin de cuentas, ya lo había hecho antes y a Cesar,
aunque le molestara, terminaba aceptándolo. Siguió diciendo que el hombre era tío de Lidia y
que muy amablemente al ver que no tenía como regresar se ofreció a llevarla.

La intuición de Cesar —o quizás los celos— le decía que algo andaba mal, su historia
cuadraba, pero había algo extraño. A fin de cuentas, se lo dejaría pasar. Viniendo de Gaby
no sería nada grave.

La reconciliación de la feliz pareja no tardó mucho en llegar. Esa misma noche tuvieron una
sesión de sexo marital, y como siempre las sensaciones fueron contrastantes.

Cesar como de costumbre había terminado completamente satisfecho, y como no, si aparte
de ser una belleza, Gaby era tremendamente fogosa en la cama.

Por otro lado Gabriela, la sensual casada rubia, desnuda, observaba a Cesar quien
plácidamente dormía a su lado.

A pesar de ya llevar mucho tiempo casados, Gaby no dejaba de sorprenderse de la belleza


de su marido. Un hombre alto, fornido gracias a las horas invertidas en el gimnasio, y
también rubio. En fin, era el estereotipo de belleza de las películas. Alguien digno del
tremendo cuerpazo de Gabriela. Sin embargo, había algo mal. Nunca había logrado
satisfacerla sexualmente, y esto se debía a dos razones.

La primera: Gabriela sentía la falta de originalidad y talento de su marido a la hora de


moverse, de sentir, de disfrutar de cada rincón de su cuerpo. Y la segunda: el tamaño del
miembro en cuestión. Si bien era cierto que nunca había visto otro pene, por pláticas con sus
amigas se podía dar una idea de lo pequeño que lo tenía Cesar. Sin embargo, ella lo amaba
demasiado como para quejarse por eso.

Sabía en el fondo que debía hablarlo con él, que era un problema que tal vez tenía solución,
pero también existía la posibilidad de que sus palabras pudiesen dañarlo, y eso era lo que
menos quería.

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Los siguientes dos días transcurrieron de manera normal en la vida de nuestra bella
protagonista. No fue sino hasta el domingo por la tarde cuando recibió una llamada

—¿Bueno? —Dijo Gaby al no reconocer el número de quien llamaba.

-Qué bella voz tiene, muchachita -dijo la voz del otro lado del teléfono.

—Como es de juguetón, usted —volvió a decir Gaby al percatarse de que se trataba de la


voz del viejo Cipriano.

-¿Qué quiere que haga?, cuando estoy hablando con la mujer más bella del barrio —dijo el
viejo como tentando la situación.

—¿Solo del barrio? —respondió coquetamente la casada, sin ninguna mala intención. Es
solo que estaba acostumbrada a recibir los piropos muy subidos de tono, y cuando uno le
agradaba por lo general seguía el juego.

-Usted sabe que no, reinita. Usted sabe que es la mujer más bella de la galaxia. —El viejo
lentamente tomaba más confianza, pero sin llegar a ser vulgar, no quería perder su
oportunidad.

—¿Ya ve como es, señor?, va a hacer que me sonroje.

—Sonrójese todo lo que quiera, cosita linda..., de todas maneras estoy diciendo la puritita
verdad.

Era extraña la gran confianza que habían adquirido en unos pocos momentos que habían
estado juntos. Gabriela no veía con malos ojos la actitud de don Cipriano. Además de que la
joven casada ya estaba acostumbrada a ser admirada por el sexo opuesto.

Los siguientes minutos pasaron de la misma manera, con el viejo Cipriano alabando la
belleza de Gaby, y ella cada vez más sonrojada hasta que llegaron al punto de la llamada.

-Bueno nena, no quiero incomodarte, pero llamaba para ver si has conseguido el dinero.

Gabriela dudó un momento, por lo bien que se llevaba con ese señor no pensó que este le
cobraría tan pronto.

-Ande, señor. La verdad es que aun nada.

-No te preocupes, y no pienses que te estoy cobrando. Lo que sucede es que me surgió un
problema, y rápidamente pensé en ti. Si aceptas te perdonaría la deuda.

—¿Qué clase de problema? —Preguntó Gabriela con la esperanza de librarse de la deuda.

—Déjame contarte todo desde el principio. -El viejo Cipriano tomó aire y empezó—. Como ya
te había dicho, tengo un taller. Todo iba muy bien con la clientela, pero hace unas cuantas

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semanas un nuevo taller abrió muy cerca de aquí y empezamos a perder clientes. No
teníamos idea de que chingados hacer para volver a tener clientela hasta que se me ocurrió
una idea.

-¿Cuál idea? —preguntó Gaby.

- Contratar edecanes, tú sabes, de esas chavas buenonas que bailan afuera de los negocios.

Gaby aún no entendía qué le estaba proponiendo.

-La cosa es que ya teníamos contratadas a dos, pero para mi mala suerte una sufrió un
accidente y no podrá venir. Y para acabarla de chingar la agencia donde las contraté no me
puede mandar otra. Dicen que no tienen disponibles —mentía el viejo.

Gaby quien por fin tenía una idea de lo que quería el viejo, y tratando de zafarse preguntó.

—¿Y no puede llamar a otra agencia?

-Sí, pero el problema es que estoy pagando un dineral por esta chica, ya la vi y es una
hermosura. En las demás agencias no tienen a nadie que le llegué a los talones.

—¿Y entonces? -La voz de Gaby sonaba preocupada.

-Entonces, es cuando entras tú. Eres una hermosura de mujer, y si suples a la casada que se
enfermo nuestra deuda quedará saldada, anda, ¿Qué dices?, ¿aceptas?

El silencio reinó por unos instantes mientras Gaby meditaba la situación. Hasta que por fin le
respondió.

—No lo creo, señor. Soy una mujer casada, y no me parece correcto exhibirme. Si mi marido
se llegara a enterar de una situación así, inmediatamente me pediría el divorcio.

-Ándale, si solo serán dos semanas Gabrielita, solo eso y por las mañanas —suplicaba el
viejo.

—No lo sé, es complicado. —La bella mujer estaba indecisa, pero pensaba que solo tendría
que hacer de edecán por dos semanas y terminaría su deuda, era un buen trato. Si hubiera
estado soltera lo habría tomado sin protestar.

-Tu marido no tiene por qué enterarse de este favorcito que te estoy pidiendo, será nuestro
secreto. —El viejo sonaba muy angustiado. Sentía que esa escultural mujer se le escapaba.
Después de unos sufridos momentos la casada terminó aceptando.

-Está bien, señor Cipriano. Pero sólo porque usted me cae muy bien, jajaja —se rio con su
dulce voz.

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-Muchísimas gracias, Gabrielita. Y a propósito, tú me caes mejor -le dijo don Cipriano en
doble sentido, cosa que Gaby no entendió.

-Déjame, ahorita te doy mis datos para que mañana llegues aquí temprano mija.

-Está bien, señor.

A la mañana siguiente, Gabriela se encontraba afuera del taller de don Cipriano. Tuvo que
hablar con su jefe pidiendo sus dos semanas de vacaciones por adelantado. Él aceptó sin
problemas, aparentemente las cosas estaban de su lado. Sin embargo, un sentimiento de
angustia la recorría. La calle estaba en muy malas condiciones, era muy temprano y no
pasaba mucha gente ni coches.

Llevaba alrededor de quince minutos esperando a las afueras del “Pie grande", el taller
mecánico de don Cipriano. Por un momento le dio la impresión de que el nombre parecía
más de "table dance" que de taller mecánico. Pensaba en irse, a fin de cuentas, nadie la
había recibido. Sabía que eso que estaba haciendo estaba mal. ¿Cómo era posible que una
mujer casada como ella estuviera pensando en exhibirse ante una bola de extraños? ¿Qué
pensaría su marido? ¿Qué pensaría su hijo? Definitivamente estaba mal. La espectacular
rubia dio media vuelta cuando escuchó como se abría el gran portón café.

-¡Hola, señora Gabriela! -le saludó eufóricamente el chango.

-Buenos días Pablo —respondió Gaby también sorprendida, aunque por razones distintas a
las del muchacho.

-Bu... bu... buenos días... -El Chango se extraño de que una espectacular mujer como ella
recordara su nombre.

Aun con aquellas ropas, se podía ver a la perfección la escultural figura de Gabriela. Dotada
de una belleza espectacular que la naturaleza le concedió y cuidada gracias a las horas de
gimnasio invertidas. Decir que era espectacular es poco. Ese bello y angelical rostro, digno
de una muñeca de porcelana, con sus ojos azules y esos labios de color rojo sangre,
contrastaba con el deseo que despertaba su anatomía.

Su cuerpo era digno de las pajas mentales de todo el que la conocía. Con su trasero
perfecto, voluminoso, parado-respingón y con sus enormes melones de carne, fantasía de
grandes y chicos, de amigos y familiares.

-Pero no se quede allí, señito, pásele al fondo, la otra chica ya llegó.

Gabriela se quedó unos momentos sin articular palabra, su mente era un caos. Sabía que no
debía hacerlo, pero necesitaba saldar la cuenta de su camioneta.

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-Okey, Pablo, muchas Gracias —dijo, y con su sensual movimiento de caderas fue al lugar
señalado.

El lugar olía mucho a gasolina, aceite y a todos esos olores característicos de los autos. El
recorrido era largo y mientras Gabriela avanzaba se topaba con los que pensaba eran
trabajadores. Todos eran similares, vestían ropas maltrechas, sucias y feas; tipos bastante
ordinarios. Notaba la lasciva mirada de todos y cada uno de ellos, a lo cual ella respondía
con un agradable "buenos días".

La rubia abrió lentamente la puerta del camerino improvisado que don Cipriano había
montado, y cuando lo hizo vio a una chica sentada en una silla vestida con un diminuto short
y una pequeña blusa de tirantes. La joven no se dio cuenta de la entrada de Gabriela puesto
que estaba muy ocupada arreglando su cabello en el espejo.

Gaby, quien por naturaleza era curiosa, se quedó sin hacer ruido observando a la joven. Notó
que se trataba de una muchacha bastante normal. No era la belleza que creyó encontraría
tras la llamada de don Cipriano. Veía su cuerpo, unos pechos de tamaño medio, para bajar a
un estomago del cual se notaba una ligera pancita. Observó su rostro, era una niña, según
Gaby no pasaba de los dieciocho o diecinueve años. Lo que pudo ver de su rostro le agrado.
Era una joven bastante bonita, pero dentro de lo que cabe, normal.

La joven volteo a ver a la rubia y fue Gaby quien rompió el silencio, como siempre.

-Hola, me llamo Gaby y creo que somos compañeras—dijo mostrando su bella sonrisa de
dientes relucientes.

-Mu... mucho gusto, señora, mi nombre es María —le respondió la joven levantándose de la
silla y estrechándole la mano. A Gaby no le agradó que se dirigiera a ella como señora,
porque a fin de cuentas a que mujer le gusta que le recuerden su edad.

-Bien, María, pero a partir de hoy llámame por mi nombre, ¿Okey?

-Sí, señora, esta bi... -En ese momento hubo un silencio, para después ambas empezar a
reír, Si Gaby está bien.

Gabriela en ese mismo instante supo que se llevarían muy bien.

Pasadas las presentaciones, María le indicó donde se encontraba su ropa, la cual tomó, y la
extendió sobre una pequeña mesita en la esquina del cuarto.

Sin ningún tipo de pudor la escultural rubia se despojó de su blusa deportiva y su brasier.
Después de manera muy sensual se dio a deslizar lentamente su pantalón deportivo.

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-Disculpa, no sé si te importara que me cambie aquí —le dijo Gaby cubriendo sus pechos
con un brazo y con el otro cubriendo su intimidad.

La rubia tenía la costumbre de hacer eso con sus amigas, entre ellas no había secretos y
menos por algo tan simple como verse desnudas, pero recordó que no todas las mujeres
eran así.

-Para nada, Gabriela. Dale con confianza.

En realidad, el voluptuoso cuerpo de Gaby impactó a María. Jamás en su vida había visto
cuerpo más perfecto, y eso la cohibió. La avergonzaba saber que cuando estuviesen fuera
nadie pondría atención en ella por preferir mirar a esa espectacular mujer rubia.

—¿Te pasa algo María?-Preguntó Gabriela.

—No nada... pe... pero... ¿puedo hacerte una pregunta?

-¡Ya la hiciste! -rio Gaby. Comentario que agradó a María.

-No, ya en serio... ¿te has hecho alguna cirugía? - le consultó María intentando sonar lo más
natural posible. No quería enfadar a su compañera.

Gaby se extrañó, llevaba poco de conocer a María y jamás imagino que le preguntaría eso.

—No, la verdad no. Así me hicieron mis papás —dijo orgullosa de su anatomía, a la vez que
se veía en el espejo.

-¿En serio?

-¡Claro...! En mi familia las mujeres siempre hemos sido así. Aunque mi mamá dice que yo si
exagere. -Ambas rieron.

-Qué padre tener un cuerpo como el tuyo —le dijo María en tono melancólico sabiendo que
ella no era ni la mitad de hermosa que Gabriela.

La rubia notando que tal vez al presumir su cuerpo había hecho sentir mal a María se dio a
contestarle rápidamente:

-Pues ni creas, que es una friega en el gimnasio. Además, todos los hombres se te quedan
viendo de manera extraña. —La sonrisa de Gaby era muy amistosa.

-Ha de ser bien chido que los hombres te quieran por tu cuerpo, poder conseguir lo que
quieras.

Este último comentario si preocupó a la rubia. Siempre había sido de la idea que lo más
importante de las personas era el interior. Ella no se había casado con su esposo por ser un

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hombre bien parecido. Lo había hecho porque a pesar de sus defectos, también tenía
grandes virtudes.

-Créeme que no es tan así como tú dices-dijo Gaby—Lo que verdaderamente importa es lo
que llevamos dentro.

—¡Si, claro! Lo que llevamos dentro de la tanga y dentro del bra-le respondió María.

A pesar de la lección que Gabriela quería impartirle a María no pudo evitar reírse.

-Bueno apúrate, Gaby, que ya casi es hora de salir.

-Ok, pero... ¿dónde está el dueño del taller? —preguntó la rubia refiriéndose a Don Cipriano.

-Mi tío llega más tarde, pero tranquila que ya me dio órdenes de que hacer.

-¿Tu tío?

-Así es, ¿acaso no notas el parecido familiar?

Jamás en su vida Gabriela lo habría adivinado. Don Cipriano era un hombre muy feo, y la
joven era hasta cierto punto bonita.

-Pues la verdad, no-le respondió Gabriela.

-¡Ay... gracias a dios! -Exclamó María, a lo que ambas rieron fuertemente.

Gabriela y María bailaban sensualmente a las afueras del "pie grande", con sus ajustados
atuendos, al ritmo del reggaetón.

La bella rubia al principio le daba pena estar allí bailando para extraños, pero conforme
pasaba el tiempo iba adquiriendo confianza. Hasta que llegó a la conclusión de que no era
tan horrible como pensaba. A fin de cuentas, a ella le encantaba bailar. Disfrutaba mucho de
esa música. Su compañera era además muy agradable, e incluso le hacía gracia como
alguno que otro despistado había sufrido ligeros accidentes menores por voltear a verlas.

Ya había conocido a todo el personal. Aunque hubiese deseado recordar el nombre de todos
solo recordaba al Chango o Pablo y a Francisco, un chico de unos veinte años que era novio
de María.

Debía admitir que la estrategia al parecer estaba dando resultado. Había muchísima gente
rodeando el taller. Era verdad que muchos solo iban a verlas, pero otros en verdad entraban
por sus autos.

En el poco tiempo que llevaba allí, Gabriela ya había recibido más de veinte números de
teléfono, los cuales ella aceptaba por educación, aunque claro nunca llamaría a esos

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hombres. Cuando alguien preguntaba su número ella cordialmente se excusaba, mintiendo,
les decía que si la compañía se enterara perdería su empleo.

Mientras a unos cuantos metros de distancia el Chango, Francisco y don Cipriano hablaban
tranquilamente.

-No mamen par de gueyes... Ya no me aguanto. ¡Me la quiero coger ya! —les decía el viejo
Cipriano a la vez que se limpiaba sus aceitadas manos con un puñado de guaipe. Claro que
siempre mirando en dirección hacia el lugar en donde estaba bailando Gabriela.

-Sí, está re buena la señora esa. Mire nomás cómo mueve las nalgas —decía Francisco
señalando a la rubia mientras ella bailaba la Macarena meneando su trasero de una forma
hipnotizante; y si a eso le sumamos el diminuto short que usaba, era una visión impactante.

-Esas nalgotas van a ser mías muchachos, pero todo depende de que salga bien el plan, y
que no la cagues muchachito —dijo don Cipriano volteando a ver a Francisco.

-Sí, ya lo sé, señor-fue lo único que pudo responder el joven.

Y, como si Gabriela pudiera escucharlos, sin perder el ritmo se acercó a ellos jalando a don
Cipriano para incitarlo a que bailara con ella. Él por su parte no perdería la oportunidad de
dar una pequeña manoseada a tan sensual mujer, y ni tardo ni perezoso la acompañó.

Los hombres que estaban allí reunidos no podían creer como tan horrible viejo estaba dando
llegues al mujeron ese, la que al parecer ni se daba cuenta. Y así era Gabriela, ni se
imaginaba nada de eso, si notaba como el viejo se arrimaba a ella, pero así se bailaba.

—¿La neta que lo vas a hacer? —preguntó el Chango a Francisco.

-Pues sí ... ¿por qué?

-Es que la seño es a toda madre -En el poco tiempo que el Chango llevaba de conocer a
Gaby ya le había cogido estima.

-Sí, bueno, pero el patrón se la quiere echar, ¿y quién no? Nomás mirala. Está re buena.

—Pero si lo logra le arruinara la vida. Hasta donde sé, ella está casada y con chamaco y toda
la cosa. Imagínate si a tu mamá o a tu hermana le quieren hacer algo así. Es mas no te
vayas tan lejos. Imagínate si a María se la quiere chingar otro hombre.

Francisco se quedó en silencio pensando.

-Tú sabes que necesito feria, y el patrón me ofreció una buena. Además, María... está de
acuerdo —respondió Francisco.

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El Chango simplemente se quedó callado, sabía que nada lo haría cambiar de opinión.
Ambos se quedaron allí embelesados viendo a la buenísima de la casada y como esta
bailaba para ellos y para quien quisiera verla.

Pasaron las horas; su primer día había pasado de maravilla para la rubia. Le había
encantado el sentimiento de libertad. De sentirse deseada. Y sentir también el poder sobre
los hombres. Pero ahora llegaba el momento de regresar a casa, y obviamente don Cipriano
se había encargado de ofrecerse para llevarla.

El enardecido mecánico, desde el primer momento en que llegó al taller no se separó de ella,
y para los próximos días tenía pensado que fuera igual. Cosa que a Gaby no le molestaba,
más bien la hacía sentirse segura, y siempre era agradable estar con alguien conocido.

Don Cipriano quería que Gabriela se acostumbrara a él. Que en el momento en que la
penetrara no existiese resistencia de su parte. Pretendía seducirla, ansiaba apartarla de su
familia. Anhelaba desde el fondo de su ser que ese forrazo de mujer fuera solo suyo, y que
todo esto fuera por las buenas. Quería que ella también lo deseara, y no le iba a importar
valerse de trucos y de engaños para lograrlo.

El viejo Cipriano dejó a Gaby a dos calles de su edificio, para que su marido no se diera
cuenta de que llegaba con él.

La rubia caminó hasta su casa. Había sido un día muy placentero y ansiaba que llegara el
próximo.

-Hola mi amor —dijo Cesar al ver entrar a Gaby-Te ves un poco cansada.

Gabriela no le contó que pidió sus dos semanas de vacaciones, pues no quería que se
enterara de lo que hacía. Se sentía mal de ocultar algo a su esposo, pero había llegado a la
conclusión de que era lo mejor para ambos.

-Si amor, fue un día muy duro.

En ese momento entró corriendo su pequeño Jacobo.

—¡Mamá... mami! - le decía completamente emocionado.

-Hola, mi amor.

Gabriela cargó a su pequeñin entre sus brazos. En esos momentos era lo único que le
importaba.

Los siguientes días transcurrieron de la misma manera, con Gabriela acudiendo a su


"trabajo" en el taller. Esto claro, sin que su marido se diera cuenta.

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Estrechaba sus relaciones con los que ya consideraba sus amigos. Es decir, con María y el
Chango, pero con el que cada vez se sentía más unida era con don Cipriano. En poco tiempo
había llegado a considerarlo como un padre. Quizá gracias a la falta de uno en su infancia,
no lo sabía, pero ya le tenía mucho cariño.

Con los demás trabajadores llevaba una relación cordial. Notaba la manera en que la
miraban, pero ya estaba acostumbrada. No fue sino hasta el jueves, un día antes de cumplir
con su contrato que todo cambió.

Ese día María no acudió al trabajo. Don Cipriano le explicó que estaba enferma, por lo cual
había salido a bailar sola. La rubia notaba algo extraño en aquel día. Durante toda la tarde no
vio a ningún otro trabajador, excepto a don Cipriano, el Chango y Francisco. Cuando
pregunto el porqué, don Cipriano respondió que no sabía, pero que cuando lo supiese se iba
a desquitar, cosa que era mentira ya que él les había dado el día libre.

Gabriela ya se encontraba en el pequeño cuarto donde se cambiaba de ropa para regresar a


casa. Se veía en el espejo modelando, tomando su rubia melena por encima de su cabeza, a
fin de cuentas, era vanidosa. Inspeccionaba su cuerpo en busca de alguna imperfección.

De pronto se abrió la puerta, y frente a ella apareció Francisco empuñando un cuchillo en


una de sus manos. Gabriela no sabía que estaba pasando, además estaba segura de haber
puesto el seguro de la puerta.

—¡Francisco! exclamó la rubia, preocupada, aunque tratando de no demostrarlo, mientras


retrocedía lentamente. Hasta que topó con la pared.

Francisco no decía nada. Su rostro no mostraba emoción alguna, simplemente se dedicó a


acercarse a la rubia.

-¿Qué es lo que quieres Francisco? —le preguntó con el tono más valeroso qué pudo. Pero
el muchacho no le contesto, y solo aprisionó con su cuerpo el de ella.

-Aléjate de mí, cerdo! —La casada trataba de empujar sin buenos resultados el cuerpo del
joven, que, aunque no era muy fuerte, si tenía la fuerza necesaria para contenerla.

-¡Por favor que alguien me ayude!!-gritaba la casada.

El joven seguía sin pronunciar palabra alguna. Solo emitía sonidos guturales, mientras
colocaba la navaja en el cuello de la rubia.

-Calla, nena. Solo debes dejarte, o te puede pasar algo muy malo -le decía Francisco
visiblemente nervioso, y comenzó a deslizar su lengua por el tierno cuello de ella.

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-¡Oh, Dios...! ¡Por favor ayúdame... me está tocando! —pensaba Gabriela. Instintivamente
cerró los ojos y rezó por estar en otro lugar, porque fuera solo un terrible sueño.

En ese momento sintió que unas manos apretaron sus formidables pechos, palpándolos,
sintiéndolos.

—¡Noooooooooooo! —gritó la rubia.

—¡Tranquila, mamacita... todo va a estar bien!

Las lágrimas inundaron el bello rostro de Gaby. No quería ser violada en ese lugar.

De pronto y sin previo aviso unas manos tomaron al joven y lo empujaron hacia un lado.

La bella Gabriela observó aliviadísima, aunque desconcertada, lo que pasaba.

Junto a ella y sin saber cómo se encontraba don Cipriano, que a pesar de ser un viejo,
también era bastante corpulento y le era bastante sencillo combatir con el joven.

-i¿Qué crees que haces pendejo?! -gritó el viejo colocándose frente a la casada en señal de
protección, lo cual ella agradeció, y pegándose a él, cual corderito asustado, permaneció
expectante.

El joven no dijo nada, rápidamente se incorporó y echó a correr.

El viejo quiso ir tras él, pero no pudo puesto que la asustada casada jaló su brazo, no quería
estar sola.

Gabriela lo abrazó, sus bellos ojos seguían expulsando lágrimas, pero esta vez eran de
alegría.

-Muchas... Muchas gracias, don Cipriano-le decía Gaby estando en los brazos del viejo y
mirándolo, sin imaginar que ese abrazo lo calentaba sobremanera. Para el mecánico sentir
aquella voluptuosa anatomía era enloquecedor.

-Tranquila, chiquita... haría todo por ti. -Esta fue la primera vez que Gabriela creyó ver en su
mirada algo más que amor paternal.

Don Cipriano la tuvo unos minutos entre sus brazos. Era la primera vez que experimentaba
un deseo tan intenso por alguien. Ni siquiera por su esposa había sentido tanta excitación y
quería disfrutar cada segundo de aquello.

Por su parte Gaby se sentía segura, ese hombre la había salvado de lo que hubiera sido la
peor experiencia de su vida. O al menos eso creía hasta ese entonces.

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Esa noche Gabriela aún se sentía intranquila, sabía que el peligro había pasado, pero aún
estaba nerviosa, lo cual Cesar noto. Sin embargo, ella se negó a contarle la verdad y
argumentaba que eran problemas de trabajo sin importancia.

Don Cipriano había sugerido a Gabriela que se tomara el día siguiente, para que se
tranquilizase, pero ella se negó. En parte porque en verdad se estaba divirtiendo y por otro
lado también como agradecimiento a su salvador. No iba a defraudarlo con el trabajo.

Ese viernes llegó al taller y la rubia notó que las cosas volvían a la normalidad. Los
trabajadores regresaron, al igual que su compañera y amiga María.

Con mucha pena la rubia contó a su amiga lo ocurrido el día anterior en el taller con
Francisco, novio de María.

-Te platico esto en parte porque eres mi amiga y quiero desahogarme, y por otra porque un
tipo como ese no te merece. -El rostro de Gabriela reflejaba verdadera preocupación. María
estaba serena, pero a la vez preocupada.

-No, no es lo que crees, amiga defendió María a su novio.

-¿Que no es lo que creo?, ¡si me tocó!, estuvo a punto de vio... —La casada no pudo
terminar la oración.

-Ahora no puedo contarte más. Espera unas horas y te lo diré todo-le prometió María, y sin
decir más salió del cuarto apresuradamente.

Gabriela estaba desconcertada, ¿a que se refería? ¿Qué es lo que iba a contarle? A fin de
cuentas, en unas horas lo sabría.

Terminado su último día ambas mujeres regresaron al cuarto donde se cambiaban de ropas,
y cuando entraron el Chango las esperaba.

Gabriela rápidamente se puso a la defensiva, después de lo que pasó el día anterior prefería
estar preparada. María noto la actitud de su amiga y dijo:

– Tranquila, yo le dije que viniera. Lo que te vamos a contar es muy serio y de antemano te
pido que nos perdones.

-Pus sí... yo también-dijo el Chango.

- Toma asiento, Gaby, porfa —le pidió amablemente María.

Cuando todos estuvieron sentados continuaron.

-¿Qué es lo que me quieren decir? No me dejen en ascuas. —La rubia estaba tan nerviosa
como curiosa.

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-Lo que sucedió ayer, fue todo un error...

-¡Estas equivocada! ¡No fue ningún error! —Gaby había alzado su voz. Después de lo
acontecido el día anterior le molestaba que María aun tratara de defender a su novio.

-Disculpa, no me explique bien, ambos... —refiriéndose al Chango y a ella, sabemos que lo


que nos cuentas es cierto, pero las cosas no son lo que parecen.

La rubia ya estaba muy confundida.

-Trataré de ser lo más clara que pueda. Verás, Francisco jamás quiso hacerte daño, pero fue
obligado por alguien. -María y el chango intercambiaban miradas ansiosas.

-¿Por quién? —preguntó Gabriela en forma temerosa, pero a la vez ansiosa por saber que le
contarían.

-Por el patrón -le contestó rápidamente el Chango.

Eso fue como un balde de agua fría para la rubia.

-¿Qué!? —A pesar de que lo había escuchado claramente le era difícil asimilarlo.

-Así es, Gaby. Mi tío planeo eso, y lo peor de todo es que nosotros lo sabíamos. —Se notaba
el arrepentimiento en su voz. Sin embargo, Gabriela no estaba muy convencida de que le
dijesen la verdad.

Abruptamente se levantó de su asiento y visiblemente molesta dijo:

-No puedo creer que después de lo que me paso ayer, se atrevan a hacerme una broma
como esta.

-¡Créeme, Gaby! ¡Me gustaría mucho que fuera una broma, pero no lo es!

-¡Pues lo siento mucho, mi reina! ¡Pero no puedo creer que un señor como don Cipriano
haya planeado eso! Y además ¿¡Con que fin!?-Gaby continuaba con el mismo tono
desafiante.

- Shhh!-les hacía callar el Chango con su dedo en la boca temiendo que alguien pudiera
escucharlos.

– Por favor, Gaby. Veo que estas muy alterada, mejor lo dejamos para otro día -propuso
María.

-¡No!, ¡No me calló!, ¡o me cuentas ahora mismo que pasa o don Cipriano se va a enterar
que le levantan falsos! -amenazó Gaby, con ese tono que denotaba lo enfadada que estaba.

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Ese hombre había sido muy bueno con ella. No dejaría que mintieran sobre él, y menos en
algo tan grave.

-Bien, quería contártelo con tacto, pero si así lo quieres... —María respiró aire
profundamente. Mi tío esta prendado de ti, o en otras palabras... simplemente te quiere
coger. -En el bello rostro de Gaby se dibujó una cara de sorpresa, pero el discurso de la
joven seguía— Él está obsesionado con llevarte a su cama —le decía María, mientras el
Chango movía su cabeza en señal afirmativa.

-¡Estás loca!, ¿En serio crees que me voy a tragar eso? Si él ha sido bien buena gente
conmigo. —Gabriela seguía sin creer en sus palabras.

-¡Es verdad, Gaby! Si no, que se muera mi jefecita -decía el Chango creyendo que con esto
la convencería.

-Disculpen, pero se me hace una reverenda estupidez, en cualquier caso ¿porque


contarmelo ahora?

-Porque eres a toda madre. Nosotros te hemos tomado mucho cariño y no se nos hace justo
que mi tío te juegue chueco, pues tienes un hijito y un esposo que por lo que cuentas amas y
te aman. Además, tampoco se me hace justo con mi tía, ella también es una buena mujer
que no se merece que le pongan los cuernos.

Gabriela sabía que don Cipriano estaba casado, y por la manera en que él le había hablado
de ella creía que nunca se le hubiera ocurriera engañarla.

María le contó a Gabriela como su tío le había prohibido acercarse al taller el día anterior,
amenazando con correrla de su trabajo si no hacía caso. También que había dado el día libre
a los trabajadores. Recordemos que el viejo le contó a Gaby que él no sabía por qué no
fueron a trabajar.

El Chango por su parte contó como don Cipriano le había apostado a los hombres del taller
que más temprano que tarde terminaría acostado con la rubia. La manera en que este
aparentaba ser frente a ella, y como en verdad era a sus espaldas.

Y lo más importante, contaron que había pasado con Francisco. Él era un buen muchacho
quien desafortunadamente tenía a su madre muy enferma en el hospital, y don Cipriano se
aprovechó de esto para obligarlo a atacar a la rubia para así el llegar de último momento y
quedar como un héroe frente a ella. Le había prometido que si todo salía bien le daría una
gran suma de dinero y la promesa de poder regresar a su trabajo después de que ella se
fuese.

-En verdad no puedo creerles, don Cipriano es un buen hombre. Gabriela no sabía si en
verdad no podía creerles, o no quería.

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-Ojalá nos hubieras creído a la primera, pero en fin, parece que tendremos que mostrarte
como es mi tío en realidad.

A continuación, pasaron a contarle lo que harían.

María le dijo que ambas se esconderían en el closet, para que escuchara atentamente todo
lo que diría su tío, de lo demás se encargaba el Chango. Gabriela termino aceptando, con la
amenaza de que si no les creía le contaría todo a don Cipriano. Quería llegar al fondo de
todo eso. Ahora solo faltaba que hiciera su aparición el viejo mecánico.

Escucharon ruidos provenientes de la entrada, lo cual los alerto de que don Cipriano
acababa de regresar. María incitó a Gabriela a que se escondiesen en el closet. Cerraron la
puerta con seguro para así evitar que las descubriera. Mientras sucedía esto el Chango se
encargó de atraerlo hacia el cuarto para que Gaby lo escuchara, y así desenmascararlo.

-¿Qué quieres Chango? —preguntó don Cipriano, a la vez que con su mirada buscaba
rastros de Gaby.

-No pus, solo le quería informar que la señora Gabriela se sentía mal. Se llevó su camioneta.
-Recordemos que ese día su camioneta al fin estaba lista.

—No hay problema, mi Changuito, a fin de cuentas ya la tengo comiendo de mi mano,


ijajajaja!

La rubia desde su escondite podía escuchar toda la conversación. Le sorprendió el


comentario de don Cipriano, pero a fin de cuentas aún no había dicho nada tan malo.
Continuó escuchando atentamente.

El Chango sabía que para que Gaby les creyese debía escucharlo como en verdad era, así
que se atrevió a preguntar.

-¿Y cómo va lo de la apuesta, jefecito?

-¿Acaso eres un imbécil? ¡Ese es el dinero más fácil que voy a conseguir! —presumió don
Cipriano.

-¿Apoco es tan fácil?—La voz del Chango retumbaba en la pequeña habitación.

Mientras, en su escondite, Gabriela no entendía de que hablaban, pero la respuesta llegó en


instantes.

-Verás, mi Chango. Frente a Gabrielita yo soy un héroe. Si no fuera por mí, Francisco se la
hubiera cogido, o al menos eso es lo que cree ella, jajaja! —dijo Cipriano seguido de una
carcajada.

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Por unos instantes reinó el silencio entre los dos hombres. El Chango no sabía que más
decir. Hasta el momento don Cipriano no había dicho nada comprometedor y sabía que solo
era cuestión de tiempo para que Gaby dejara de seguir el plan y saliera del closet.
Afortunadamente el no tuvo que decir más.

—¿Sabes lo que me caga? —le preguntó don Cipriano—. Me caga haber tenido que darle
tanto dinero a ese pendejo para que siguiera mi plan, pero cuando recuerdo las
espectaculares nalgotas de Gabrielita y como me las voy a coger se me olvida todo lo
demás. — Las palabras de don Cipriano estaban cargadas de lujuria. Una lujuria que lo
carcomía por dentro. No mames, Chango, la muy pendeja esta rebuena-terminó diciendo el
acalorado mecánico, claramente refiriéndose a Gabriela

-Sí, jefe, está... muy bonita, pero... - En otra situación el Chango hubiese usado otro adjetivo
más subido de tono, pero al saber que Gaby los escuchaba se contuvo.

—Pero ¿qué? —preguntó Cipriano con un tono molesto.

-Está casada, señor, y además tiene un hijo.

-¡A la mierda con su esposo y su hijo! ¡Ella es un mujerón, y a simple vista se ve que le
encanta la verga!

Estas palabras calaron hondo en el corazón de Gaby, quien con su oído pegado en la
pequeña puerta de madera del closet escuchaba claramente la manera en que don Cipriano
se expresaba de ella.

-¡Y a mí lo que me más sobra es eso!, ¡verga!, ¡Jajajaja!

El viejo notó el nerviosismo en la cara del Chango.

El joven ayudante de mecánico ahora sí que estaba seguro de que Gaby lo había escuchado
todo. Se preguntaba cómo reaccionaría. Tenía miedo de que ella tal vez saliera del closet y
encarara a su jefe. A fin de cuentas, ella era ese tipo de mujer. Se preguntó si habría sido un
error arriesgar su trabajo por su nueva amiga.

-¿Qué te pasa pendejo?, te notó raro.

-Nada señor. Solo me preguntaba qué es lo que va a hacer ahora con Gaby -mintió el
Chango.

-Mañana es mi día de suerte, Chango. Ella me contó que el pendejo de su marido no va a


estar mañana. —Era verdad, finalmente Cesar había conseguido trabajo y tenía que salir de
la ciudad. Así que la invitaré a salir, y en la noche la vamos a pasar bien rico para que lo
sepas, ijajaja!

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-¿Y usted cree que quiera salir?, lleva solo dos semanas de conocerla.

-Desde luego que va a querer, como te dije soy su héroe, así que no se negará, y si lo
hiciese pues solo sería cuestión de insistirle. Chango, te voy a contar algo pero esto sí que
no se lo cuentes a nadie, ni siquiera a María.

—¿Por qué no quiere que se lo cuente?—El chango estaba intrigado.

-Esas dos se han vuelto muy amigas, y tengo miedo que esa niña la vaya a cagar —decía
don Cipriano sin imaginarse que ya lo había hecho.

-Se lo prometo, señor. —El Chango cruzó sus dedos mintiendo. Esto claro, sin que don
Cipriano lo viese.

-Verás, mi Changuito. Tengo pensado traerla aquí mismo y colocar una cámara allí —dijo
Cipriano, señalando a la ventana–, oculta por supuesto, y después extorsionarla de alguna
manera con la grabación de cuando me la esté cogiendo.

Gaby no creía lo que escuchaba. ¿Dónde había quedado ese señor buena gente que
conocía? ¿Acaso desde que la conoció ese era su plan? Y, ¿por qué ella?, ¿acaso no le
importaba destruir a su familia para quedarse con ella?

Pasaron los minutos, Gabriela cada vez estaba más asqueada de escuchar la manera tan
soez como don Cipriano se refería a ella; las posiciones que según el harían; las veces que
se vendría dentro de ella. Incluso escuchó y entendió las tremendas ganas que tenía ese
viejo asqueroso de embarazarla.

No aguantaba más, quería salir corriendo y decirle sus verdades a ese hombre que la había
engañado haciéndola creer que era un buen tipo. Sin embargo, se contuvo. Lo había
prometido.

Al fin don Cipriano se despidió, dejando en manos del Chango cerrar el changarro y se fue a
su casa. Un momento después ambas mujeres salieron del closet al escuchar arrancar el
carro del muy bribón.

-Honestamente lamento que te hayas enterado de esta forma, y te vuelvo a pedir disculpas
porque nosotros lo sabíamos - dijo la joven María mientras el Chango asentía con la cabeza.

Pablo y María guardaron silencio unos instantes, no sabían cómo reaccionaría Gaby. El
silencio era muy incómodo. Hasta que la rubia lo rompió.

—Les agradezco que al final hiciesen lo correcto, aunque debo admitir que estoy algo
molesta con ustedes. —Ella se conocía. Sabía que en pocos días se le olvidaría lo malo que
hicieron. Al que no podría perdonar era a don Cipriano.

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-¿Dónde está mi camioneta? —preguntó Gaby secamente.

-A dos cuadras de aquí—dijo el joven, entregándole las llaves y apuntando la dirección.

-Creo que no es necesario que diga esto, pero no le digan a ese señor que ya sé de su
"plan".

Ambos jóvenes asintieron y vieron como la rubia se alejaba de ellos. No dijeron nada, sabían
que era mejor dejarla sola por el momento.

Incluso en esa situación y siendo su amigo, el chango no pudo evitar clavar su mirada en las
nalgotas de la casada. —Qué buenas nalgas... qué buenas nalgas... -pensó, mientras seguía
observando como se alejaba aquel emblema de mujer.

Gabriela conducía su camioneta con dirección a su casa, mientras pensaba sobre lo ocurrido
recientemente. No entendía por que alguien trataría de separarla de sus dos grandes
amores, su hijo y su marido; y mucho menos entendía que lo hiciera por algo tan banal como
el sexo. Pero así era, aquel hombre solo la quería para tener sexo, no para hacer el amor
con ella, sino para saciar sus más bajas pasiones, y eso la asqueaba. La enojaba la manera
en que se había hecho pasar por un buen hombre solo para meterse en su cama. Y decidió
que esto no podía quedarse así. Debía vengarse de alguna manera.

Daba vueltas sola en su cama, hacía algunas horas que su marido se había ido. Su hijo
dormía plácidamente en la habitación contigua. Ese día había sido duro. Al principio le fue
difícil aceptar que aquel hombre, al cual casi había llegado a querer como un padre, la
traicionara de esa manera.

Se percató que su pequeño celular vibraba en señal de que estaba entrando una llamada. Lo
cogió del buro que tenía del lado derecho de su recamara matrimonial con la esperanza de
que se tratase de su marido. Su decepción fue total al ver en la pantalla que la llamada
entrante era de don Cipriano.

Dudó un momento. Quizá debió hacer lo más lógico y no contestar, a fin de cuentas, ya había
pagado su deuda y tenía su camioneta de regreso. Sin embargo, la vida pone trampas en el
camino y la rubia cometió uno de los mayores errores de su vida: contestó.

-Aló.

-Hola, Gabrielita, ¿cómo estás? —preguntó don Cipriano.

A la rubia le resultaba increíble como ese hombre al que hace solo algunas horas hubiese
protegido de cualquier cosa ahora le provocase tan profundo asco; sin embargo, no lo
demostró.

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-Muy bien, señor. Estaba aquí dormidita, solita, con frío-actuaba extraña.

-¿Estas solita? Solo porque quieres, nena, tú nomás dime y voy y te caliento —se atrevió a
decir el viejo. En cualquier otro momento Gaby hubiera colgado, pero después de esa tarde
quería darle una lección así que siguió el juego.

-Es usted todo un coqueto, señor, jiji —fingió una risa tímida.

Pasaron unos instantes en que reinó el silencio entre ellos, pero el viejo sintiendo falsamente
que había logrado ganar terreno no quitó el dedo del renglón.

-¿Entonces qué?, nena, ¿voy a tu casa para "hablar"?

-Pues sí me gustaría, pero me siento malita, también me siento solita. Ay señor no sé qué
hacer la actuación de la casada era tan convincente que el hombre creía que le estaba
coqueteando.

—Fácil, voy para allá y yo te sobo tus heriditas. -El viejo comenzó a usar los mismos
diminutivos que usaba Gaby. Este creía que ya la tenía entre sus manos. En su imaginación
ya la veía desnuda mamándole su verga.

-Ay no, señor, eso sería lindo, pero y que pensarán mis vecinos si ven que a estas horas un
machote como usted entra en mi casa y mientras mi marido no está. Pensarían lo peor de
mí. —Gabriela sabía que lo que más le gustaba a los hombres era que los alabaran.

-Mándalos a todos a la verga —decía el viejo preso de la lujuria.

La rubia esbozó una maliciosa sonrisa. Podía sentir la desesperada excitación proveniente
de las palabras del viejo, quien cada vez se esforzaba menos por aparentar hablar de la
enfermedad de Gabriela.

-Me gustaría, don, pero verá, esas son las contras de estar casada, una no se divierte tanto
como quisiera. —El viejo no podía creer lo aventada que era Gaby, por lo que pensó que tal
vez estaba malinterpretando las cosas, así que preguntó.

-¿A... a... a... qué te refieres? —tartamudeó el viejo ansioso por saber la respuesta.

-Ya sabe, don, si por mi fuera lo invitaría a mi casa, le daría un buen masajito y la
pasaríamos rico. ¡Todo para mi héroe! Gabriela se sorprendió de lo sensual que sonaba.
Además de lo rápido que estaba pensando en esta situación.

El viejo por su parte estaba en shock. Claramente Gabrielita, la mujer que más había
deseado en su vida, le estaba proponiendo acostarse con ella.

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-Además, don, mi hijito está aquí en casa y que diría si me ve con otro hombre que no es su
papi. —El corazón de Gabriela se rompía al hablar de sus dos grandes amores en una
situación como esa.

-Sí, te entiendo, nena, te entiendo. Pero tú entiéndeme a mí. Si vieras lo dura y grande que
tengo mi... mi... verga por ti... i ufff!! —Gabriela no imaginaba que en ese instante el viejo
masajeaba fuertemente su mástil.

Qué asco le provocaban a la rubia esas palabras, pero debía soportarlas, al menos de
momento.

— Tengo una idea, nena. ¿Qué tal si paso por ti y nos vamos a otro lugar?, al que tú quieras.

—No, don, no puedo dejar a Jacobo solo... pero... ¿qué tal si lo dejamos para mañana?

—¿Mañana? —preguntó con tono esperanzador el viejo.

-Sí, mañana paso a dejar a Jacobito con mi estúpida suegra —le salió del corazón, y por la
noche tenemos todo el tiempo del mundo para nosotros dos solitos, ¿ok? Pero claro, con dos
condiciones. La voz de Gaby era tan sensual que ni un párroco podría resistirse.

-¿¡Cuáles!? —preguntó el viejo en forma desesperada.

—La primera es que nos vayamos a un lugar retirado de mi casa. No queremos que un
vecino chismoso nos vea por ahí y nos eche a perder la noche, ¿verdad? —inquirió Gaby
cargada de sensualidad.

—Ni lo mande dios, mi reina... ni lo mande dios...

A pesar del asco que ahora sentía la rubia por don Cipriano no podía evitar sentir algo de
gracia por la calentura que notaba en el viejo. Y su diversión aumentaba cuando imaginaba
lo decepcionado que estaría este al final de la noche.

-Y la otra —prosiguió Gaby—, es que llevemos mi camioneta. Después que la arregló el


mejor mecánico del mundo quiero presumirla.

-¡Claro!, ¡lo que tú desees, mamacita!

-Mañana pase por mí a las ocho y de aquí nos vamos, ¿Entendido?

-¡Entendido!, ya no puedo esperar.

"Viejo puerco, si a ti no te importó intentar arruinar mi vida, a mí no me importará arruinar la


tuya" pensó Gaby una vez que cortó la llamada.

La mañana siguiente Gaby sentía un extraño sentimiento de culpa. De cierta manera había
aceptado salir con un hombre que no era su marido. Sabía que no llegarían al terreno sexual,

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y que en verdad su plan era dejarlo en ridículo. Pero para lograrlo debía hacerse pasar por
una obediente casada que quería todo con él y debía mostrarse coqueta, dispuesta, sexy. Y
eso de cierta forma para ella era como una ligera infidelidad.

Para aminorar la culpa, toda la mañana se dedicó a consentir a su nenuco, como le decía de
cariño a Jacobo. Lo llevó al parque temprano; después a desayunar a McDonals, y
terminaron por ver una película infantil.

Terminado esto y con su plan puesto en marcha como había dicho a don Cipriano, pasó a
dejar a Jacobo con su abuela.

Y la misma cantaleta de siempre. La señora reclamándole a Gaby, decía cosas como que
apenas su hijo no estaba y ella aprovechaba para salir con sus "amigas", clara insinuación de
que no iba con las susodichas.

Sin embargo, ese día Gabriela no respondió. No tenía ganas. Ya se había cansado de pelear
con su suegra, o quizás era porque ese día algo de razón tenía la vieja.

Entrada la tarde, la rubia comenzó a alistarse para su "cita". Se bañó y se perfumo.


Cuidadosamente eligió la ropa que iba a usar, intentando lucir tremendamente sexy.

Para esa noche Gabriela había decidido usar sus mejores ropas. Las más caras y las que
mejor resaltaban su voluptuosa anatomía.

Primero eligió un diminuto panty y un brassier muy pequeño, ambos de color negro.

Se colocó la tanga, la cual era tan pequeña que parecía que solo vestía un diminuto hilo a la
altura de sus caderas pues sus formidables nalgas la cubrían por completo.

El diminuto brassier parecía reventar al tratar de contener la majestuosidad de los melones


de su dueña. Después, de su closet tomó un ligero vestido que le llegaba por encima de sus
muslos, mitad negro de arriba, y mitad gris de la parte de abajo, sin mangas, y que dibujaba
a la perfección sus nalgotas y sus enormes pechos. Rizó su rubio cabello, y se aplicó los
típicos productos de belleza que usan las mujeres. Posteriormente se maquillo —aunque no
lo necesitaba- y por ultimo su puso unas finísimas zapatillas de tacón negras.

Al terminar se vio en el espejo de cuerpo completo que tenía en el baño. Ella lo sabía, se
veía espectacular.

-Así que por estas es que querías separarme de mi familia —se decía ante el espejo
mientras con ambas manos tomaba su espectacular trasero—. Pues verás que estas son
más que unas nalgas —terminó por decir y sonreír para sí misma.

Se acercaba la hora y su corazón latía cada vez más rápido. No sabía si hacía lo correcto.

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Gabriela caminaba de un lado a otro pensando que hacer, se cuestionaba si estaba haciendo
lo correcto.

Muy en el fondo sabía la respuesta; aunque las circunstancias fueran especiales no debería
hacer lo que estaba por pasar.

Estaba a punto de salir con un hombre que no era su marido. Se tranquilizó asegurándose
que ella nunca traicionaría su matrimonio, eso jamás, y menos con tan despreciable sujeto.

Rápidamente cogió el teléfono deseando que no fuera demasiado tarde para cancelar
aquella cita extramarital. Comenzó a marcar las teclas cuando escuchó sonar el timbre. Se
maldijo a sí misma, era demasiado tarde.

Se preguntó si aún habría marcha atrás.

El viejo, al ver la voluptuosa silueta de la hembra que él imaginaba sería su compañera


sexual de la noche, no pudo evitar sentirse el hombre más afortunado del mundo.

Ella, por el contrario, sintió repugnancia al ver al viejo. Vestía de camisa negra a cuadros, un
pantalón de mezclilla azul y botas vaqueras.

—¡Buenas noches, seño!,- la saludó el viejo con un tono muy sugerente.

-Buenas noches, señor —le respondió Gaby lanzándole una sonrisa coqueta, prometedora,
sexy.

Gabriela rápidamente tomó su bolso que estaba encima de la mesa de planchar y en un


instante se dirigió a la salida. No quería que ese asqueroso hombre pisara un centímetro de
su hogar. Cerró la puerta de su departamento y metió la llave para poner el seguro.

¡Plash!, fue el sonoro resultado de la aparatosa nalgada que el hombre propinó a la sensual
casada. No conforme con eso el atrevido viejo no retiró su mano, sino que la dejó allí
masajeando el glúteo de la rubia.

—¡Demonios! ¿Qué hago? ¡Me está tocando! —pensó Gaby presa de la desesperación. En
ese momento quería propinarle un golpe. Sin embargo, sí deseaba seguir con su plan, debía
soportarlo.

-No sea tentón-fue lo que atinó a responder con su sensual sonrisa, retirando con su mano
delicadamente la de él.

En el rostro del vil mecánico solo se podía apreciar la sonrisa de un hombre que ya se cree
vencedor, que está seguro de que será una gran noche.

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-Ya no aguanto, Gabrielita. Dame un adelantito. Las grandes manos del hombre la atrajeron
hacia él. Su resistencia de poco sirvió, el viejo era muy fuerte.

La casada era capaz de percibir el calor que manaba de ese gordo cuerpo. En ese momento
supo que era inútil resistirse, debía ser inteligente.

-¡No!, ¡aquí no! ¡Nos pueden ver!, jijijiji —reía nerviosamente la casada.

—¡No te hagas de rogar, mamacita! ¡Aunque sea un besito para tu héroe!

El ansioso viejo tenía aprisionada a Gabriela con sus dos manazas, las que tenía situadas a
unos centímetros por encima de sus carnosas nalgas. Solo le bastaba un movimiento para
palparlas, para sentir esa dureza con la cual había soñado todas las noches desde que la
conoció.

Hasta que no se aguanto más y las tomó. Las estrujó. Las sintió en toda su gran dimensión.
Eran extraordinarias. Duras, pero a la vez suaves. ¡Impactantes!

Gabriela en verdad estaba preocupada porque algún vecino pudiese verlos, estaba en una
situación muy comprometedora. No tenía de otra. Coquetamente posó sus labios en los del
mecánico, y al instante los retiró. Ese pequeño beso bastó para calentar más al viejo.

-Ay, señor, vámonos a otro lugar para poder darle el masajito que le prometí ayer. Le aseguro
que terminará feliz como una perdiz. —La rubia susurró esto en la oreja izquierda de don
Cipriano.

El viejo viendo fijamente a la casada, tomó su mano y prácticamente jalándola la insito a que
lo siguiera escaleras abajo con dirección a la salida del edificio, ya no quería esperar más.

Don Cipriano condujo a un hotel que se encontraba a unos veinte minutos del edificio donde
vivía la rubia. Lo hizo en la camioneta de ella, pues una de las condiciones que puso Gaby
dictaba que usaran su vehículo.

La primera propuesta del mecánico había sido llevarla a su taller, pero Gabriela, recordando
lo que dijo el día anterior acerca de que pondría cámaras, se negó, argumentando que ya
tenía conocidos por esos lugares.

El viejo por más que insistió no pudo hacerla cambiar de opinión, así que decidió llevarla a
otro lugar.

El viaje resultó horrible para la nerviosa casada, tuvo que soportar todo tipo de piropos
bastante subidos de tono. Además de eso, el viejo al estar completamente seguro de que ya
la tenía en la cama, no dejaba de masajearle sus poderosas piernas. Y lo peor no era eso; lo
más desagradable para Gaby era tener que fingir que lo disfrutaba. Tener que utilizar su risa
estúpida para que el viejo no sospechara. En cierto momento se sintió culpable, pues

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reflexionó sobre lo que podría estar haciendo su marido mientras ella se dejaba manosear
por un mugriento viejo. Pero ya no había marcha atrás, debía enseñarle a ese hombre que
con la señora Gabriela Ramos de Guillen no se jugaba.

Estacionaron la camioneta cerca del hotel, el cual era un edificio muy antiguo. No se podía
decir que era horrible, pero era bastante precario, al menos la fachada; se notaba que
llevaba años sin una pintada. En la entrada se veía un letrero enorme con la palabra motel
parpadeando en rojo, exceptuando la "o" que no funcionaba.

Gabriela veía parejas entrar y salir –aunque eran más las que entraban dada la hora–, y
sintió vergüenza. En su cabeza lo sabía, ellos eran la "pareja más dispareja". Las otras eran
por lo general de la misma edad y características, a diferencia de ellos. La rubia sentía que
todas las miradas estaban posadas en ellos. Y no estaba muy alejada de la realidad. Los
hombres se preguntaban cómo ese asqueroso sujeto podía traer de la cintura a tan
encantadora mujer, seguro le había pagado algo, y de ser así, debía ser mucho dinero. Las
mujeres ni siquiera se lo cuestionaban, lógico que era una puta.

En eso llegaron con el recepcionista.

-Muy buenas noches —saludó el recepcionista, quien inmediatamente notó la belleza de


Gabriela.

-Necesito una habitación -dijo el viejo. Se notaba que estaba apurado.

-¿Cama matrimonial o individual?

-¿Qué no estás viendo pendejo? —respondió el viejo molesto, a la vez que con la mirada
señalaba a Gaby.

-Disculpe, señor.

El empleado entregó las llaves de la habitación. Don Cipriano la pagó y ambos se retiraron
en dirección a ella. La mirada del recepcionista estaba clavada en el sensual bamboleo del
trasero de la hermosa mujer. En esos momentos deseo tener cámaras en las habitaciones.

Con cierta dificultad, don Cipriano metió la llave en la chapa y abrió la puerta, la ansiedad por
coger con Gaby era demasiada.

Entonces la rubia pudo ver la habitación, no era muy amplia, pero tampoco era demasiado
pequeña. Tenía solo lo necesario para lo que la necesitaban las parejas, una cama en el
centro, pegada a la pared; algunos muebles y un cuarto al fondo, el cual seguramente era el
baño.

Los pensamientos de la rubia fueron interrumpidos por la voz del viejo:

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-¡Ahora sí, chiquita! ¡Vamos a disfrutar como verdaderamente lo hacen los recién casados!
–Mientras se lo decía, don Cipriano lentamente se acercaba a ella. Gabriela se puso
nerviosa, debía pensar rápido o estaría en peligro. Sabía que un hombre excitado era capaz
de cualquier cosa.

El lector se preguntará que es exactamente lo que Gabriela estaba pensando al meterse en


la boca del lobo, exponiéndose de esa manera con aquel hombre que deseaba todo con ella.
Pues era simple, ella no podía dejar las cosas así, no podía permitir que se burlaran de ella y
menos de su familia. La rubia se consideraba una mujer independiente, y capaz de valerse
por sí misma. Cuando alguien intentaba dañarla, ella era capaz de defenderse, y este caso
no era la excepción.

Su plan consistía en exponerlo frente a todos, que su mujer se diera cuenta de que clase de
hombre era, y para ello tenía guardada una sorpresa.

-Esperece tantito, don. ¿Qué le parece si primero le doy el masajito que le prometí ayer?
—pregunto Gaby con esa voz cargada de ingenuidad.

-Lo que tu desees, mi reina —contestó Cipriano mirándola de pies a cabeza. El viejo estaba
desesperado en que se encamaran lo más rápidamente posible.

-Viejo cerdo. Mientras tu estas aquí con otra mujer tu pobre esposa debe estar
preocupadísima por ti -pensaba Gaby—. Pero lamentaras haber aceptado mi propuesta.
—Fue en ese instante que Gaby se dio cuenta que don Cipriano se había quitado su camisa
a cuadros. Era una visión espantosa. La prominente barriga subía y bajaba debido a su
respiración agitada. Sus gruesos vellos parecían mugre y suciedad, definitivamente era un
tipo de lo más asqueroso.

—¡No! —exclamó Gaby dándose cuenta de que el viejo intentaba quitarse el pantalón para
luego quitarse su ropa interior.

-¿Qué te pasa, reina? - preguntó don Cipriano no entendiendo su reacción.

Gaby, dándose cuenta de que había reaccionado mal dijo:

-Vaya al baño, quítese su ropa y póngase una toalla.

-El viejo, que aún no entendía por qué no se podía desnudar allí, se quedó inmóvil hasta que
Gaby prosiguió:

-Me excita la espera, quiero sorprenderme con su gran pene.

Don Cipriano sonrió. Esta era la primera vez que escuchaba a tan sensual mujer hablar
sobre su miembro.

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-Te aseguro que mi verga no te decepcionara, chiquita, en unos instantes te haré aullar como
una loba.

Dicho esto, el viejo se acercó peligrosamente a la anatomía de Gabriela, quien rápidamente


se puso a la defensiva. Pero el hombre fue más rápido. De un solo jalón la atrajo hacia él y le
plantó tremendo beso, que la preocupada mujer recibió de mala gana. La mente de la rubia
en esos momentos se debatía entre empujarlo y seguir dejándose besar. Debía guardar las
apariencias, debía hacerle creer que le gustaba.

El viejo era hábil, y llegaba a lugares profundos en la boca de la rubia. Aprovechaba para
masajear el cuerpo de la que él creía ya era su amante. Le encantaba posar sus manos
sobre el perfecto trasero de la casada y subirlas por la estrechez de sus caderas. Creía sentir
como se resistía, pero no lo suficiente como para alejarlo, así que continuó.

El olor que el hombre desprendía de su boca era asqueroso para Gabriela. Mezcla de alcohol
y tabaco, dos de las cosas que ella más odiaba en la vida.

Pero algo estaba pasando dentro de ella. Algo extraño. Ese hombre era el típico mexicano
machista, sucio, infiel y mujeriego. Cosas que ella odiaba en un hombre. Pero en ese
momento, en sus brazos, se sentía extraña. La manera en que la besaba, sin
contemplaciones y sin pedir su permiso, no le molestaba tanto como creía, y la hacía sentirse
protegida y deseada. En fin, como una mujer. Algo que con su esposo no había sentido
jamás.

Con tal de seguir su plan devolvió el beso. Su lengua comenzó a jugar con la de don
Cipriano. Sus manos que hasta ese momento estaban sobre las de él intentando quitarlas-
dejaron de hacer presión y las llevó a rodear el cuello del viejo.

El muy bribón entonces cargo de las nalgas a la casada con la intención de llevarla a la
cama, sin separar sus labios ni un milímetro. Fue en eso cuando de la cartera de Gaby sonó
su celular, señal de que alguien estaba llamando. Esto alertó a la rubia, quien rápidamente
separó sus labios de los del hombre.

—¡Bájeme, don!—exigió Gaby. Estaba muy agitada debido al magreo que estaba sufriendo.

-Déjalo que suene, preciosura. Continuemos con lo que hacíamos, besas riquísimo —decía
Cipriano intentando nuevamente basarla, a lo que ella movía su cabeza para no permitirselo.

-¡No!, por favor, puede ser mi marido —suplicaba Gabriela.

A pesar de su excitación el hombre obedeció, no quería hacer enojar a esa culona y perder
su oportunidad.

Como un rayo Gabriela sacó su celular de su bolsa. Efectivamente se trataba de Cesar.

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La culpa la inundó y pensó, ¿cómo era posible que segundos antes estuviera besando a otro
hombre? Esa llamada la había vuelto a la realidad, lo que quería hacer era estúpido. Debía
salir de allí.

Desde su ubicación vio que don Cipriano entraba al baño, aún estaba indecisa, lo más
sensato hubiera sido no contestar, pero presa del nerviosismo lo hizo de todas formas.

-¿Quién es la nena más linda del mundo? —preguntó Cesar en tono muy cariñoso.

-Soy yo. ¿Qué quieres Cesar? Gabriela quería aparentar serenidad, sin embargo, nunca
había sido buena para mentir.

-Disculpa por querer saber cómo está mi mujercita.

-Estoy bien. Si me llamabas solo para eso voy a colgar Gabriela trataba de terminar esa
llamada lo más rápido posible. No notaba que estaba siendo muy brusca.

—¿Dónde estás? —quiso saber Cesar.

—¿Cómo que dónde estoy? Estoy en casa-mintió nuevamente la rubia.

-Pues según mi mamá la dejaste cuidando a Jacobo.

Gabriela había olvidado ese detalle, acababa de cometer un grave error.

-Está bien, estoy en casa de Lidia —su mejor amiga, Estamos en una reunión de casadas.

-¡A ya!¡Entiendo! ¡Pásamela! -le dijo Cesar.

-¿Qué!? ¿Quieres que te la pase? ¿Para qué? —Gabriela estaba consternada por su
petición.

-Para saber qué me dices la verdad.

En ese momento dos sentimientos predominaban en la sexy rubia. El primero era el miedo
de que quizá Cesar pudiera descubrir su mentira, aunque no planeara acostarse con aquel
hombre, si supiera cuál era su plan, de igual manera se enojaría. Luego sentía coraje por el
hecho de que su esposo no confiaba en ella, porque estaba segura de que su suegra le
había llamado y contado mentiras. ¡Porque Cesar siempre le creía más a su madre que a ella
que era su esposa?

-¡No! ¡No te la voy a pasar! ¡Si me quieres creer bien! ¿Si no? ¡Pues ni modo chiquito!

-¡Qué me la pases! —grito Cesar desde el otro lado del celular.

-¡No lo haré! —le repitió Gabriela con firmeza.

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—¿Sabes?, ¡haz lo que quieras! Mi madre tenía razón. En ese momento Cesar colgó el
teléfono.

Esas últimas palabras calaron hondo en ella. Su suegra nunca la había bajado de puta. La
casada estaba segura que a eso se refería Cesar, lo que la hizo enojar aún más.

Olvidó completamente que solo hace un par de minutos lo único que deseaba era largarse de
aquel ordinario motel. Ahora quería desquitar su enojo con alguien, y ese alguien acababa de
salir del baño desnudo, solamente con una toalla sujeta a su cintura.

—¿Listo, mi héroe, para su masaje? —preguntó Gaby con esa voz coqueta que la
caracterizaba.

El hombre sabía que no tenía que decir nada. Lo que hizo fue pasar por un lado de la rubia y
recostarse boca abajo en el colchón.

Gabriela subió a su espalda llena de vellos, y de manera muy sensual frotó sus manos sobre
ella. Debido a la posición en la que estaba, su minivestido mostraba casi totalmente la
majestuosidad de sus piernas.

Don Cipriano dejaba escapar ligeros gemidos de placer. La rubia era muy hábil, ya que
practicaba los masajes seguido con su esposo, por lo que reflexionó y se dio cuenta que esta
era la primera vez que hacía eso con otro hombre.

-¡Qué bien lo haces, mamacitaaa!-bramaba el viejo.

-¿Soy buena? —le preguntó Gaby haciendo un ligero puchero, como queriendo parecer niña
mimada.

—¡Sí!, lo eres, y estás buenísima. Ya me imagino lo bien que has de coger nena. —Al viejo a
estas alturas no le importaba guardar la compostura, a fin de cuentas ya se creía ganador.

Ante este comentario Gabriela soltó una ligera risa. Su intención era calentarlo a tal punto
que el viejo no aguantara más, y en ese momento se iría. No sin antes llevarse un pequeño
regalo.

Las manos de Gabriela por momentos rozaban por encima de la toalla el trasero del viejo.
Notaba que eso le gustaba al viejo por la manera en que se contorsionaba.

Don Cipriano se sentía en la gloria. Ese mujerón estaba encima de él propinándole un


masaje que muchísimos hombres quisieran. De igual forma se sentía algo incómodo en esa
posición, pues su verga completamente erecta ejercía presión sobre el colchón, causandole
un ligero dolor.

—¿Puedo hacerle una pregunta? Gabriela quería ver que tan caliente estaba el viejo.

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-¡Claro reina! ¡Lo que quieras!

-¿Desde hace cuánto tiempo quiere llevarme a la cama? —se aventuró a consultar.

El viejo tardó en responder. Pero al notar que las manos de Gaby dejaban de masajearlo
respondió:

-La neta, desde la primera vez que te vi ya sabía que terminaríamos en una habitación de
motel.

-¿En serio? —Gaby estaba incrédula por la honestidad del viejo.

-¡Claro! Todavía lo recuerdo, incluso recuerdo como ibas vestida.

-Jajajaja! —reía la rubia honestamente. Ese comentario le causo gracia- No le creo, señor
—terminó diciéndole.

-¡Pues créelo! Te recuerdo con ese pantaloncito que resaltaba tus nalgotas. Y con esa blusita
blanca que no podía contener tus chichotas.

Gabriela seguía con su labor. Por momentos se recostaba completamente sobre el viejo
haciéndole sentir sus pechos. Le gustaba la manera en que se sentía dueña de la situación.
Creía poder manejar al viejo a su antojo.

-Una última pregunta, don. ¿Cuándo hacía el amor con su mujer, pensaba en mí? —Esa
pregunta le causaba curiosidad desde que se enteró de cómo era el viejo en realidad.

—¡Sí!, por cada vez que le metía la verga, en mi cabeza solo estabas tú, y ahora por fin te la
voy a poder meter a ti, lindura.

-Pinche viejo verde-pensaba Gabriela.

-Ahora me toca preguntar a mí -dijo enseguida el mecánico y sin inmutarse le soltó—¿Qué


tan chiquita la tiene tu esposo?

-¿Qué? ¿De... de... de dónde ha sacado eso? —le contestó la rubia en forma contrariada.
Esto último en parte porque la conversación hubiese girado hacia su marido, y además
porque el viejo había acertado. Cesar la tenía muy pequeña.

-Me lo imaginó, porque para que una hembra como tú engañe a su marido quiere decir que
no te coge como debería, o porque la tiene muy chiquita.

-¡Nooo...! ¿¡Cómo cree...!? ¡Hago esto porque usted me salvó! —le dijo Gaby sintiendo que
perdía el control de la situación.

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-No tienes por qué mentir preciosura. Y déjame decirte que mi verga es muy grande, digna
de una amazona como tú.

Gabriela se quedó un momento inmóvil. Debía calmarse. Debía recuperar la compostura, o el


viejo podría descubrir que tramaba.

-Ay, no sea presumido, don -dijo sensualmente la casada.

—No es por presumir, pero todas las mujeres que me han probado repiten, y tú, mamacita,
no vas a ser la excepción.

A Gabriela ya no le estaba gustando ese juego. O quizá le estaba gustando demasiado, por
lo que llegó a la conclusión de que era hora de terminar todo el teatrito.

- No se mueva de aquí, no volteé. Don Cipriano sintió como la aquella preciosidad bajaba de
su espalda, y obedeció.

Gabriela sacó de su bolsa dos pequeñas vendas negras, y regresó lo más rápido que pudo.
Nuevamente se montó sobre de don Cipriano.

-¿Qué trama, señora Guillen? —preguntó el ansioso viejo.

-Un pequeño juego. ¿No le gustan los juegos? -dijo la casada mientras amarraba la venda en
los ojos del viejo impidiendo que viera algo.

—¡Me encantan los juegos! -Se notaba claramente la excitación del don.

Gabriela tomó los brazos del viejo. Él cooperó, de lo contrario la rubia nunca los hubiera
movido. Luego los juntó en la espalda y los amarró lo mejor que pudo. Cuando terminó se
bajó de él y se ubicó a unos pasos de la cama.

-Ahora sí, dese vuelta sin quitarse la venda.

El viejo acató las órdenes y giró sobre sí mismo para quedar boca arriba. Y fue entonces
cuando la rubia notó el enorme bulto que se dibujaba perfectamente bajo la ajustada toalla
de baño. Rápidamente y con expectación su mente le indicó que Don Cipriano no mentía,
debía de tenerla bien grande.

-Eres una traviesa. Ya no la hagas larga y siéntate en mi verga. Te va a gustar-le dijo el


mecánico.

Gabriela no respondió. Había llegado el momento; tomó su celular, con intención de grabar al
viejo, tomar fotos y entregárselos a su esposa. Esa era su venganza: exponerlo ante su ser
más querido, su mujer, según Gaby. Así que comenzó a grabar:

-¿Quiere que me siente en su verga? —le preguntó Gabriela en tono sugerente.

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—¡Sííí...! ¡Ensártatela en la concha!, ¡yo sé que así lo deseas!

-¡Ay, no...! ¿Qué pensaría su mujer? -decía la rubia masajeando la pierna del viejo con una
mano mientras con la otra no dejaba de grabar.

-¡A la verga con esa pendeja! —gritó el viejo en forma eufórica, aún con sus ojos vendados—
¡No te llega ni a los talones de lo buenísima que estas!

Increíblemente a Gabriela le estaba gustando sentirse así, deseada. Sentir que tenía el
control de la situación. Sentir que ese hombre haría cualquier cosa por estar con ella.

Sintiendo que había grabado lo suficiente como para exponerlo frente a su esposa pensó que
era hora de retirarse. Gabriela cerró su celular, y tratando de hacer el menor ruido posible
cogió su bolso y caminó de puntillas hasta llegar a la puerta. Con mucho cuidado empezó a
jalar la perilla, con la voz del viejo a sus espaldas, quien creyendo que aún estaba con él le
seguía diciendo obscenos piropos. Entonces fue que Gabriela cometió uno de los más
grandes errores de su vida.

La rubia pensó que quizá no era suficiente con exponerlo frente a su esposa. ¿Y si lo hacía
ante todo el mundo? Podía subir el video a internet. Claro, tendría que modificarlo para que
no se escuchara su voz, pero creyó que no era lo suficientemente vergonzoso. A fin de
cuentas, solo era un hombre en toalla diciendo vulgaridades y se decidió: iba a capturarlo
desnudo.

Quizá lo más sensato hubiera sido irse, pero el morbo la venció.

-Ya basta con este jueguito. Me voy a quitar esta venda, Gabrielita -dijo el viejo.

—¡No! ¡Todavía no! Espérese.

La rubia se abalanzó sobre don Cipriano que seguía en la misma posición. Dejó su celular en
la mesita que estaba junto a la cama.

-Ahora sí, mi héroe, es tiempo de que me muestre su gran herramienta -dijo Gabriela en tono
sarcástico, cosa que el viejo no noto. La rubia aún se negaba a creer que ese miembro fuera
tan grande como parecía debajo de esa toalla. Quizá era una ilusión óptica, o quizá la toalla
hacía más bulto del debido.

Gabriela, gateando como felina, se subió encima del viejo, sin saber que era una posición
peligrosa. En esta posición don Cipriano pudo haberla penetrado con facilidad, pero el juego
de a poco le estaba gustando.

Definitivamente esta era la mejor noche en la vida del viejo bribón. Sentía las manos de la
casada masajear su pecho y como lentamente descendían, hacia su potente virilidad.

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Las delicadas manos de Gabriela rozaron la barra de carne del viejo por encima de la toalla,
le gustó calentarlo.

-Vamos chiquita, quítame la toalla y mámamela —le invitaba el viejo totalmente excitado.

-Viejo estúpido, no sabe que todo esto ira a internet-pensaba Gaby.

Gabriela puso sus manitas en el borde superior de la toalla de baño, cerca de donde se
notaba el gran bulto. Luego de eso, lentamente comenzó a jalarla hacia abajo.

-Don... espero que no me decepcio... —La rubia y casada Gabriela no pudo terminar la
oración. La toalla fue deslizada hasta los pies del hombre, y frente a ella se encontraba
totalmente erecta la verga más grande que había visto en su vida.

Si bien solo había visto la de su marido, la asombrada mujer supo de inmediato que aquella
cosa era excepcional. La doblaba en tamaño y en grosor. Contrastaba completamente el
rubio miembro de su esposo con la morena verga que estaba frente a ella. A Gaby le pareció
que no era normal que tuviese tantas venas. Eran demasiadas, todo esto nacía de una
oscura mata de pelos negros.

La rubia retrocedió. Ese viejo asqueroso no mentía. En verdad su pene era muy grande.

Por un instante Gabriela no supo qué hacer. Estaba embelesada por esa herramienta
masculina. Ver su tamaño, y grosor. La manera en que pulsaba y apuntaba al techo estoica,
y saber que estaba así por ella. Que estaba así de dura para entrar en ella. Un extraño
sentimiento brotó en su interior, quería tocarla, sentirla, chuparla.

La rubia penso: ¿Y si lo hacía? ¿Y si se la tocaba? ¿Y si se la besaba? A fin de cuentas...


¿quién se enteraría? Estaban en un hotel, muy alejados de los lugares que ella frecuentaba.
Estaban solos. ¿Le haría daño a alguien si jugaba unos minutos con esa barra de carne? Por
un momento en verdad pensó en hacerlo, pero inmediatamente llegaron los recuerdos de su
familia, y se reprendió por siquiera pensarlo.

-¿Qué estás pensando, Gabriela? ¡Eres una mujer CA-SA-DA! Y con un hermoso hijo —se
recriminó la rubia.

—¡Ya no me hagas esperar, chiquita, ya anda y chúpamela! - Estas palabras hicieron volver
en si a la hermosa mujer.

-Un momentito, don. —La rubia agarró su celular desde la mesita, y tomó fotografías de ese
hombre en esa situación tan comprometedora.

-¿Qué te parece mi verga, mamacita? Es impresionante, ¿verdad? —le preguntó el viejo,


orgulloso de sí mismo.

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-Aha-respondió en voz baja la casada, quien se avergonzaba de sí misma puesto que le
daba la razón al viejo con toda sinceridad.

-Estoy seguro de que la tengo mucho más grande que la del cornudo de tu maridito. Sin
saberlo el viejo seguía dando en el clavo.

Al escuchar como el viejo mecánico hablaba de Cesar, la rubia rememoró las palabras que
momentos antes había intercambiado con su marido, y la manera en que terminó
prácticamente por llamarla puta.

Estos pensamientos hicieron hervir la sangre de Gabriela. —En verdad me crees una
puta-pensaba, pues déjame darte una lección. -De alguna manera la joven casada se excusó
en esto para subir al mullido colchón, y colocarse por encima del viejo, quedando su
intimidad a escasos centímetros de aquella monstruosa verga. Pero la verdad era que estaba
excitada. Ella ya tenía lo que quería. Podía retirarse dignamente y completar su extraña
venganza; pero estaba caliente. Deseaba seguir jugando un poco más con ese hombre. Y
sintiéndose segura de que el viejo no podía desatarse, continuó. No pensaba tener sexo con
él, pero quería volverlo loco, y a la vez disfrutar un poco.

Por otra parte, don Cipriano estaba como enajenado con el sensual perfume que manaba del
cuerpo de la casada. Ese aroma a feminidad, de mujer, de hembra, lo tenía hechizado. Cada
vez se sentía más cerca de cumplir con el objetivo que se había propuesto desde el día que
conoció a la rubia: Cogérsela.

Apoyándose en sus rodillas la rubia escaló un poco sobre el fofo cuerpo de don Cipriano y se
levantó, quedando de esta manera puesta de rodillas sobre el viejo. De esta forma podía
sentir en su voluptuoso trasero las contracciones de tan descomunal falo. La manera en que
prácticamente rogaba por entrar en ella.

-¿Qué tanto me desea? —le preguntó Gabriela al oído del mecánico en la forma más sensual
que pudo haber hecho.

-¡Muchísimo! ¡Si estás buenísima! —El viejo ponía todas sus fuerzas en desatarse. Ya
estaba harto, quería poseer a ese mujeron ya.

—¡Oh Diooss...! -Exhaló Gaby cuando una descarga eléctrica recorrió su cuerpo. La verga de
don Cipriano pareció atorarse en el canal que separa las nalgas, causándole placer.

Ambos estaban ante la situación más excitante de sus vidas.

Don Cipriano jamás había estado con una mujer tan hermosa como Gabriela. A lo más que
se había acercado, era a contratar una que otra puta, que no se acercaban a la belleza de la
rubia. Y ni qué decir de su mujer.

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Para Gabriela era la primera vez con alguien con una verga tan grande como la de aquel
canalla. En esos momentos se decía que Cesar no se acercaba ni en lo más mínimo al
tamaño y poderío de esa herramienta. Y aunque estaba segura que no llegaría a más, le
gustaba estar en esa posición, acariciando el velludo pecho del viejo.

Así continuaron los siguientes minutos, con Gaby susurrándole palabras de lo más
sugestivas y el viejo rogando que ya no lo martirizara más.

Gabriela sintió como el viejo se levantó junto con ella unos centímetros del colchón. No le dio
mucha importancia. Su excitación crecía a cada instante. Pero también sabía que cada
minuto que pasaba su tiempo allí se acortaba, y muy pronto tendría que separarse de esa
situación que extrañamente le resultaba tan gratificante.

Las grandes manos cogieron las nalgotas de la casada. El viejo había logrado desatarse. Las
estrujó con tanta fuerza que Gabriela soltó un quejido mezcla de dolor y de placer. La rubia
tardó unos segundos en reaccionar y darse cuenta de que el viejo ya se había liberado. Al
parecer no era buena haciendo nudos.

—No, señor -dijo Gabriela, pidiendo que no siguiera tocándola, pero con un tono que
denotaba lo excitada que estaba. El viejo no paró.

Las manos de don Cipriano se introdujeron por debajo del micro vestido, sintiendo la suave
piel del trasero de esa rubia hembra. Por momentos intercambiaba caricias entre su trasero y
sus tersas piernas.

—¡No mames, reinita, que pinches nalgotas tienes!—bufaba el viejo a la vez que le
propinaba sonoras nalgadas.

Gabriela sabía que estaba mal dejarse tocar por ese hombre, del cual intentaba desquitarse.
Pero también era cierto que se sentía muy bien. Y creyendo que en el momento que ella
quisiera podría detenerlo, lo dejó hacer.

No se dio cuenta cual fue el momento en que el viejo subió su minivestido hasta su cintura,
dejando expuesto su fenomenal trasero, solo cubierto por la diminuta tanga.

Con ambas manos don Cipriano se deshizo de la venda de sus ojos y por primera vez vio a
tan escultural mujer montada sobre él.

-Esto... es... esto no está bien... de... déjeme, señor... — decía esa preciosura para no
sentirse tan culpable por las caricias, pero en su voz no había indicio de que quisiera que el
viejo parase.

El minivestido de Gabriela cada vez subía más. El mecánico era muy hábil, y había logrado
subirlo hasta que prácticamente solo fingía ser un brasier.

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Que espectacular visión hubiera tenido cualquiera que en ese momento entrase por la
puerta. Aunque para suerte del viejo no habría nadie que los interrumpiera.

Gabriela se sentía como en otro mundo. Como en una realidad alterna donde la esposa y
madre feliz no existían. ¿Dónde había quedado la mujer que hasta hace algunos minutos
detestaba a aquel viejo?

-Me encantan las viejas que usan estas tanguitas —le dijo el viejo estirando el elástico de la
diminuta ropa íntima de Gabriela

-Mmm... Fue lo único que pudo pronunciar la rubia, quien se había recostado completamente
sobre Don Cipriano con su cabeza posada a un lado de la de él en el colchón.

Los hábiles dedos del viejo buscaron la intimidad de la casada. Una vez que la encontraron,
de manera muy lenta comenzaron a abrirse paso por sus pliegues, aprovechando la
cooperación de la rubia que no hacía nada por oponerse.

El viejo mecánico entonces pudo sentir la poca cantidad de vello púbico que tenía Gaby. Se
preguntó encantado si esa rubia así era, o si se depilaba. Aunque lo más extraordinario para
él era que la estaba sintiendo al fin, y la notaba húmeda.

-¡Oh Dios, que rico! —pensaba la casada. Aunque sabía que estaba haciendo mal.

Cesar jamás se atrevía a masturbarla con sus dedos, pues le parecía algo inmoral. Por lo
que la rubia era presa de sensaciones completamente nuevas, así que lo dejó hacer.

-Estas bien apretadita-decía el viejo, para luego llevarse sus dedos a su boca y lamerlos. De
esta forma se los lubricaba y volvía a su labor.

Gabriela lanzaba gemidos inentendibles. Estaba disfrutando mucho. Cada vez que los dedos
del viejo tocaban su vagina una descarga eléctrica la recorría de la cabeza a los pies. Ella
estaba sorprendida de la poca o nula resistencia que estaba poniendo. Quería hacerlo, pero
sentía delicioso. Su vagina ya había comenzado a desprender fluidos, a la vez que el viejo
aceleraba su mete y saca.

-Dios... mío... —murmuraba la joven casada al separar la cabeza del colchón. Los dedos de
don Cipriano entraban y salían rápidamente haciendo que ella vibrara. Jamás en su vida
había sentido tan delicioso ahí abajo.

—¡Ya... paree... porrr favorrrr! Su exclamación fue como la de una verdadera desquiciada.
Esta vez en verdad quería que el viejo parara. Por fin había juntado fuerzas para oponerse.
Pero tal vez era demasiado tarde.

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Don Cipriano sentía en su piel como los fluidos de la casada escurrían en abundancia. Esto
confirmaba que lo estaba haciendo bien.

-Noooo... poorr.... favor... —La voz de Gabriela cada vez se hacía más fuerte. Sus tímidas
manos fueron al encuentro de las de él en un afán de impedir que siguieran avanzando. No
lo consiguió. El hombre era muy fuerte.

—¡M... Meee... V... VO... VOoooy... a... co... correer...!-gritó sin poder evitarlo. La pobre mujer
cada vez gritaba más fuerte.

-Pinche Gaby... estas re buena... vente todo lo que quie... -Las palabras del viejo fueron
interrumpidas por la boca de Gabriela, quien lo besó en un afán de acallar sus propios gritos
ante el mayor orgasmo que hasta el momento había tenido en su vida.

Mientras, en un hotel muy alejado de donde estaban los dos amantes, Cesar reflexionaba
plácidamente en su cama sobre lo que pasó antes con Gabriela:

-Soy un estúpido, Gaby esta en todo su derecho de enojarse conmigo. Como se me ocurre
pensar que ella me mentiría - pensaba Cesar completamente arrepentido, sin imaginarse lo
que pasaba con ella y un viejo mecánico.

-Tengo que llamarla y disculparme. -Cogió el teléfono y marcó a su esposa.

Los líquidos de la casada fluían por su vagina y llegaban hasta don Cipriano. Su cuerpo se
contorsiona con espasmos de placer. Sus lenguas se entrelazaban, mientras que Gabriela
notaba como el viejo siguió masajeando sus nalgas. De alguna extraña manera se sintió
libre, plena y feliz.

La casada escuchó nuevamente su celular. Pensó que probablemente era Cesar de nuevo.
Trató de separarse del viejo, pero esta vez no lo logró.

El remordimiento inundó su ser. ¿Cómo era posible que se hubiera dejado llevar tan
fácilmente por sus deseos? Ella, una mujer a la cual nunca le habían importado esas cosas.

-De... déjeme... -decía Gabriela, mientras su teléfono seguía sonando.

El viejo no le hacía caso. Estaba casi seguro de que era el marido de la rubia quien llamaba,
y esto más lo calentaban. Así que, en vez de liberarla, más intentaba besarla, a lo cual ella
se negaba. Pero siendo este más fuerte que ella, terminó por conseguirlo.

El beso fue largo. Sus salivas se mezclaron. Sus lenguas se buscaron. Ambos estaban
excitados.

El celular de la rubia dejó de sonar después de haberlo hecho insistentemente. Cesar se


había cansado de intentarlo, ya se disculparía cuando regresara a casa.

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Don Cipriano no quería separarse de Gabriela. Ella hacia esfuerzos por alejarse de ese infiel
beso. Finalmente lo logró y ambos pudieron respirar.

La casada estaba mucho más exaltada que el viejo. Sus pechos subían y bajaban de manera
hipnotizante. Había sido un orgasmo maravilloso; pero nunca debió pasar, y menos con tan
despreciable hombre. Trató de retirarse, ya era hora de terminar con esa locura. Sus bellos
ojos azules estaban al borde de las lágrimas, había sido infiel.

Se preguntaba: ¿Cómo era posible que en esos pocos momentos con un hombre viejo y
canalla— hubiera disfrutado más que en toda su vida marital con su amado marido?

Don Cipriano se dio cuenta que su princesita quería irse. Pero no se lo permite. La aprisiona
contra su pecho sosteniéndola de esas caderas que tanto le gustan.

-Me tengo que ir, señor —dice Gabriela aún con la respiración agitada y semi inclinada sobre
el viejo. Por primera vez en la noche era consciente que estaba semidesnuda y montada
arriba de un hombre que podría ser su padre. Sus mejillas enrojecieron de vergüenza.

—¿Adónde te vas a ir nalgona? ¡Esto apenas empieza! —Don Cipriano se levantó de su


posición y se sentó en el colchón, levantando como si se tratara de una pluma a la buenísima
de Gaby. La sento frente a él y despejó con sus manazas de mecánico lo locos mechones
rubios que caían sobre su rostro. De esta forma la rubia vagina de la casada quedó a unos
pocos centímetros de la erecta virilidad del hombre.

El corazón de Gabriela latía a mil por hora. Había sido muy estúpida al pensar que el viejo la
dejaría ir así como así. En un momento dado sus bellos ojos azules se clavaron en el pene
del viejo. No entendía cómo momentos antes había querido sentir esa grotesca herramienta
entre sus manos. Ahora que se la veía más de cerca se dio cuenta que era una
monstruosidad. Si el viejo intentaba metérsela, estaba segura de que la partiría en dos.

—¡No...! ¡De... déjeme...! ¡Aléjese de mí! – La casada trataba de empujar el seboso cuerpo
de don Cipriano sin resultados.

El viejo mecánico no entendía porque esa rubia ahora se comportaba así. Momentos antes
estaba bastante cooperativa, inclusive desde que la había pasado a recoger a su casa.
Aunque si debía ser sincero, eso de que ella ahora se resistiera ni le importaba. A fin de
cuentas, tenía allí a la mujer más sensual que había conocido en su vida. Y la tenía
semidesnuda a unos escasos centímetros de su verga. Por nada del mundo la dejaría ir.

-Por favor, señor... de... déjeme... soy casada –le decía Gabriela sin resultados.

La cara del viejo era de un completo degenerado, y era entendible. Tener a semejante mujer
en aquellas condiciones volvía pecador al más santo. Por lo que cogió la diminuta tanga que

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poseía y de un solo jalón la rompió y se la quitó. La casada soltó un ligero alarido por lo
brusco de la acción.

Fue entonces cuando el momento más esperado por el viejo llegó. Era hora de penetrarla.
Así que tomándola de su formidable trasero la levantó y la dirigió hacia su enhiesto
miembrote. La rubia al darse cuenta comenzó a gritar:

—¡Noooo...! ¡Me va a destrozar con su cosa...! ¡Por favor nooo! Sin embargo, sus suplicas
fueron en vano. Muy lentamente el viejo fue penetrando a la casada, quien no paraba de
quejarse.

—¡Duele...! ¡Noooo...! ¡Ya noooo! Gabriela, tratando de tener algún lugar del cual apoyarse,
abrazo al viejo. Su cabeza y su rubia cabellera quedaron junto a la morena y tosca cara del
mecánico. Con un gran dolor en su vagina la casada ya había logrado tragarse más de la
mitad de esa descomunal barra de carne.

—¡Es... estas b... bien apretadita, p... pendeja...! -le decía don Cipriano a la vez que ejercía
fuerzas para seguir metiéndosela, cosa que de a poco estaba logrando.

Gabriela ya no decía nada. Su cuerpo se arqueó por la fuerza del viejo. Guardaba sus
energías para tratar de resistir el dolor, el cual llegaba a raudales. El viejo la dejó caer
ensartándose la porción que le faltaba de un solo empuje.

El fuerte y feroz grito de la casada no se hizo esperar.

- Tranquilízate, nena, verás que en unos momentos te acostumbraras y pedirás más. —El
viejo ahora acariciaba el sedoso cabello de la rubia de forma muy paternal. Gesto que agradó
a Gaby. Esto la tranquilizó, atenuando su martirio.

Ya totalmente ensartada el viejo la liberó de sus manos. Sabía que lo que menos quería la
rubia era moverse. Por lo tanto, no se separaría de él. Aprovechó este momento para
terminar de retirar el minivestido. Con una mano estiró hacia arriba los brazos de la casada y
con la otra se lo quitó.

La rubia se veía tremendamente sensual. Estaba solamente con su brasier negro sentada en
la verga de un hombre mayor. Era simplemente espectacular.

Gabriela no podía creerlo. El viejo había ganado. Estaba dentro de ella. Se sentía como una
estúpida, como la peor de las mujeres. ¿Cómo había permitido que todo eso pasara?

Don Cipriano, sintiendo que ya había esperado lo suficiente para que la vagina de Gaby se
adaptara, empezó a mover su pelvis, sintiendo un placer inmenso. Cuantos días y cuantas
noches había soñado con esto, y al fin se le había cumplido.

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-¡No!, no se mueva. —La cara de la rubia reflejaba una mezcla de dolor y placer. Pero en ella
ya no había dolor. Su vagina y su mente se habían adaptado muy rápido a ese grueso falo.
Lo que ella no quería era excitarse más, estaba sintiendo muy, pero muy rico.

—¿¡Lo ves, nena...!? ¡Tu panochita ya se adaptó a mí! ¡Puedo sentir como me succiona la
verga! ¡Se nota que te está empezando a gustar culear conmigo! —le decía el viejo muy
agitado y con cara de caliente.

-Nooo...! ¡Eso no es... ci... cierto! — Gabriela lo negaba, intentando sentirse menos culpable.

El viejo chupó la oreja de Gabriela. Se la lamia, y la saboreaba

El placer de ella iba en aumento, encajó sus cuidadas uñas en la gran espalda peluda del
viejo haciéndolo sentir un dulce dolor.

Don Cipriano cada vez se movía más rápido. Su miembro estaba enloquecido por la vagina
de Gabriela. Al igual que ella, que aunque hacia esfuerzos sobre humanos para no
demostrarlo, sentía disfrutar a su delicada intimidad al estar moviéndose con semejante
pedazo de carne ensartado. Pero en su mente y en su corazón estaba Cesar; no le daría la
satisfacción a ese viejo de saber que ella está disfrutando.

-¡Aaaaaaah! -La rubia no pudo dejar escapar un leve sonido.

—¡Me gustas estúpida! ¡Me encanta sentir como tu apretado chorito se come mi verga!
¡Aaaaah!! -La excitación hacía que el viejo insultara a la rubia y sorprendentemente a ella le
gustaba. Le gustaba sentirse utilizada por ese hombre, estar indefensa ante él y que le dijera
ordinarieces.

Las manos del mecánico cogieron a la casada de su espectacular trasero. La subía y la


bajaba sobre su gran verga. Sus fluidos se unían. Sus cuerpos se frotaban. El viejo sentía en
su pecho como los melones de Gaby golpeaban y se apretaban contra él. Sintió ganas de
besarla nuevamente pero ella lo rechazó.

De pronto la resistencia de la rubia cedió. El pene de don Cipriano la rompió. La había


llevado a lugares y a sensaciones que no creía que pudiera alcanzar; estaba experimentando
el mayor placer vivido. Y ya no le importó nada. Olvidó completamente a su esposo, a su hijo,
su vida y se entregó completamente.

-¡Aaaaaaaah! ¡Aaaaaaaaah! —gritó como una loca, y esta vez es ella quien busca la boca de
don Cipriano para besarlo. Él la aceptó con placer y se fundieron en un apasionado beso.
Sus lenguas otra vez jugaron, se buscaron y se sintieron.

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El viejo notó como ya no tenía que cargar a Gaby para seguir penetrándola. Es ella quien se
está ensartando por sí sola mientras se besan. El sonido del plock, plock, que hace el trasero
de Gaby al golpear la ingle del grueso mecánico es maravilloso, excitante.

Las manos de Cipriano abandonaron el trasero de Gaby y cogieron sus melones por encima
del brassier.

- Quítatelo! -le ordenó el viejo separándose de aquel exquisito beso.

Gabriela desvió la mirada. De repente se sintió apenada, pero no deja de mover sus caderas.
Su placer era inmenso. Obedeció y desabrochó el seguro del brassier; sin perder el ritmo de
sus movimientos se lo quitó y lo arrojó a una esquina del cuarto, que ya huele a sexo.

Ante don Cipriano aparecieron, majestuosos, los mejores pechos que había visto nunca.
Grandes y voluminosos. Con dos pequeños pezones rosados bastante duros, muestra de la
excitación de su dueña. Los inflamados pechos se movían de arriba hacia abajo al son de la
cogida. El viejo noto como en esas tetas escurrían gotas de sudor haciéndolas ver más
apetecibles. No se aguantó y las estrujó bruscamente, amoldándolas a sus callosas manos.

-¡Que pinches chichotas! -Don Cipriano abrió lo más grande que pudo su boca y se las comió
con un hambre insaciable.

-¡Aaaaaaaaaaaah!—Gabriela no pudo ahogar un grito, un gemido, no pudo esconder su


excitación.

El viejo no se la creía, ¡qué rica estaba la casada! ¡Es una diosa! ¡Es su diosa!

Pasaron bastantes minutos y la pareja seguía cogiendo con frenesí, a veces con
desesperación. Ambos estaban en su límite, exhaustos, sudorosos; pero aún excitados,
incansables.

—¡Porrr... favorrrr...! ¡Ya acabe con estooo! Gabriela no se daba cuenta lo fuerte que gritaba.
La gente que pasaba por fuera del motel podía escucharla. Lo mismo la de los cuartos
contiguos.

—¡Voy, pendejaaa! —El viejo ya queriendo acabar se salió de ella. La levantó y la puso boca
arriba en la cama. La rubia instintivamente abrió y recogió sus poderosas piernas. Ante esta
sugerente invitación física, el viejo terminó por quedar montado sobre ella. Sin que existiera
diálogo alguno, claramente y en forma extraña la pareja ya se comenzaba a entender en la
cama.

Estos pequeños instantes de calma sirvieron para que Gaby se serenara un poco.

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-¡Ahí te voy, nalgona!-rugió don Cipriano colocando su muy erecto miembro en la entrada de
la vagina de Gaby.

-Espeereee... -lo detuvo la sudada casada. El viejo puso una cara de curiosidad.

—No..., no se venga dentro de mí. Cuando vaya a eyacular salgase por favor. —Gabriela
sabía que resistirse era inútil. Es más, ni siquiera estaba segura de querer detenerlo. Pero
pensó en su vida, no quería quedar embarazada de él.

Don Cipriano no respondió. De un solo golpe y con fuerzas introdujo toda la extensión de su
descomunal falo.

- iAaaaaaaaaah...!!! ¡Estúpido... que me dolió! —gimió la rubia ante tan brutal acción.

El viejo dejó caer todo su peso sobre Gabriela, que incluso tuvo dificultades para respirar. El
gordo y corpulento macho que se le había venido encima era muy pesado. Sin embargo, el
rápido mete y saca del duro pene del hombre la volvió a extasiar y lo abrazó con pasión. Sus
suaves manos acariciaron y rasguñaron la peluda espalda del viejo, y nuevamente se
besaron.

La cama parecía venirse abajo. La cogida que el hombre le estaba dando a Gabriela era de
antología. El placer enloqueció a la rubia que aprisionó al viejo con sus piernas, tentándolo a
penetrarla aún más profundo dentro de ella. Su vagina y su pene parecían ser uno solo,
parecían haber nacido el uno para el otro.

El tiempo pasaba volando en la candente habitación. Ninguno de los dos parecía tener idea
de cuánto tiempo llevaban cogiendo, solo se concentraban en el placer.

El voluptuoso cuerpo de Gabriela no pudo más, había llegado a su límite y se tensó a su


máximo. La rubia sufrió grandes espasmos de placer, explotando en un espectacular
orgasmo.

- ¡¡¡Siiiiiiiiii!!! -gritó la casada con sus ojos fuertemente cerrados y sus doradas cejas
inclinadas hacia arriba, demostrándole a su macho el deleitoso estado en que se encontraba.

Al sentir que su rubia tuvo un fuerte orgasmo, don Cipriano no pudo más y al igual que la
casada llegó al éxtasis máximo.

La vagina de Gabriela, que no dejaba de escurrir líquidos, sintió como la verga que aún la
penetraba hacía movimientos extraños. Estos eran tan fuertes como la de una manguera
cuando le dan la presión del agua y esta está por salir.

—¡Salgase, dooon!—exigió Gabriela notando que el viejo iba a eyacular.

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Don Cipriano, haciendo caso omiso, no se salió y deposito toda su semilla en la rubia. Para
él la solicitud de la rubia era más una invitación a hacer lo contrario.

-¡Noooooooo! -El grito de la casada era de absoluto espanto.

-¡Acepta mi corrida, pendeja! -resonó la voz del viejo en todo el cuarto.

El líquido era abundante, viscoso y caliente. Para Gaby esta era la primera vez que sentía el
semen de otro hombre. Solo había sentido, apenas, el de su marido.

Totalmente exhausto, el viejo se separó de la casada y sin proponérselo cayó dormido. Esa
había sido la mejor cogida de su vida.

Gabriela se quedó boca arriba sobre el colchón. Estaba completamente sudada, desnuda y
con sus bellas piernas bien abiertas. Su cabello rubio estaba alborotado y su rímel corrido.
De su vagina escurría el espeso líquido seminal del viejo. Estaba exhausta.

A medida que su excitación bajaba, la culpa ocupó su lugar. Era una estúpida. Había
terminado cayendo en las redes del viejo. Había sido infiel. No solo a su marido, también a
su hijo. Y lo peor, le había gustado.

FIN DEL CAPÍTULO 1

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CAPÍTULO 2
El día era maravilloso, uno de esos pocos días en lo que piensas que nada puede salir mal.
El sol brillaba en el cielo. Los pájaros cantaban en cada rincón de la ciudad. En definitiva, era
perfecto para salir a un día de campo. Los adorables señores Guillen habían decidido que
era la ocasión perfecta para divertirse en familia.

La adorable Gabriela charlaba con su esposo recostada en su pecho, con los brazos de él
rodeándola. Ella le charlaba de cosas banales mientras veía como Jacobo jugaba con un
cachorro que no sabía de donde salió. Le gustaba ese sentimiento de tranquilidad, de
seguridad, de verdadero amor hacia sus hombres (refiriéndose a Cesar y a Jacobo). Veía
como las familias que estaban cerca se divertían igual que ellos, sin preocupaciones, sin
problemas.

El feliz matrimonio estaba en eso cuando su adorado hijito se acercó a ellos.

-¡Mami! Papi! ¡Miren!-les dijo Jacobo, extendiendo sus manos para mostrarles el cachorro
con el cual momentos antes jugaba.

-¿Qué es eso amor?-preguntó Gabriela. Sabía la respuesta, pero le gustaba seguir el juego a
su bebé.

-¡Un perrito! ¡un perrito!-decía Jacobo dando vueltas visiblemente emocionado.

La rubia extendió sus delicadas manos y tomó al cachorro. Lo observó detenidamente. No


sabía nada de animales y menos de perros, pero al parecer era de buena raza.

—Estaba solito. Allí. —El niño señaló unas rocas que estaban a unos quince metros,
¿Podemos quedárnoslo? -Jacobo deseaba con todas sus fuerzas tener aquel perrito como
mascota.

—No lo sé, amor. Tal vez sea de alguien.

-Pero no tiene collar. Por favor, mami —suplicaba el chico.

Gaby sabía que su resistencia ante el niño duraría poco. Su hijo era tan dulce y tan tierno
que le era difícil negarle algo. Nunca lo había hecho.

-Está bien, por mí no hay problema. Pero también debes convencer al gruñón de tu padre-le
dijo la rubia a su niño, dirigiendo luego su hermosa mirada a Cesar, quien, hasta ese
momento, no había dicho palabra alguna. Este solo se había limitado a escuchar. Gabriela
observó cómo la emoción de su hijo disminuyó. Convencerla a ella era fácil, convencerlo a él
era difícil.

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—No, Jacobo, lo siento, pero no podemos hacernos cargo de él. —La voz del hombre era
seria, pero demostraba cierta pena por no poder cumplir el capricho de su hijo.

-Mami, por favoooor -volteó el chico a ver a su madre.

Cesar siempre había creído que Gabriela consentía en demasía a Jacobo. Prácticamente
cualquier capricho se lo cumplía. Sin embargo, si para Gabriela era difícil decir que no a
Jacobo, para Cesar era difícil negarle algo a ella.

-Cesar... -dijo Gabriela clavándole su mirada. Con esa simple palabra ella se dio a entender a
su marido.

-¡No! Lo siento, mi vida, pero no podemos cuidarlo. En la cara de Cesar se notaba


claramente como este realizaba un gran esfuerzo para no ceder.

En tanto Gabriela veía cómo su niño consentido estaba al borde de las lágrimas. Quería
hacerse el fuerte, demostrar que él era un niño grande, pero no lo hacía muy bien.

-Cesar... -volvió a decir la rubia, y, acercándose a su oído, le susurró: - Por favor, deja que se
quedé con el perro. Y te prometo que te dare una sorpresita. -Esto se lo dijo en el tono más
sensual que pudo.

Entonces Cesar supo que no podría resistirse más a su amada, y perdió.

—Muy bien. Nos lo quedamos -dijo Cesar. Gabriela notó como se le iluminaba el rostro a su
hijo.

- ¿De... de veras?-preguntó el niño no creyendo lo que escuchaba.

-Sí, pero con una condición. Tú te harás cargo de la mascota. Le darás de comer y todas
esas cosas. Si empiezas a fallar el perro simplemente se va. ¿Me entiendes?

-Claro papi, no te defraudaré. Te lo prometo —dijo Jacobo, que rápidamente arrebató el


cachorro a su madre y se alejó de allí gritando nombres de perro.

Cuando ambos se quedaron solos siguieron hablando.

-Creo que lo consentimos demasiado-dijo Cesar, que aún abrazaba a su mujer.

—No. Yo creo que tú me consientes mucho a mí. —Gabriela sonaba coqueta, dulce,
provocadora. En definitiva, como era ella por naturaleza.

– Jajaja! Claro. Es que con esas proposiciones que me haces es imposible decirte que no. –
La mirada de Cesar no denotaba lujuria, sino verdadero y profundo amor, Gaby, tú sabes que
te amo, ¿verdad?

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—¡Sí!, sí lo sé. Yo también te amo.-La rubia se separó de aquel abrazo y tiernamente se
besaron. En ese momento pensaba que así debían ser todos sus días. Sin preocupaciones,
sin miedos, sin temores, sin problemas.

Cuando terminaron de besarse, se levantaron del césped con la intención de ir a servirse un


refresco.

Fue ahí cuando la Rubia se dio cuenta que algo andaba mal. Las risas y el barullo que
hacían las demás personas en el parque habían desaparecido. Buscó con su mirada en
todas direcciones y no vio a nadie más en ese parque, salvo a su esposo, que estaba a su
lado. El luminoso sol que hasta hacía momentos reinaba fue sustituido por nubes negras y
post apocalípticas. Ahora el viento soplaba fuertemente con amenazantes aires de lluvia. Por
lo visto habría una gran tormenta.

-Jacobo! Jacobo!! -gritaba Gabriela. El niño extrañamente había desaparecido junto con la
demás gente. La rubia en forma desesperada buscaba con su mirada, intentando dar con
alguna pista del paradero de su bebé.

—¡Cesar! ¡Jacobo no está! Cesar!! -Por más que Gaby llamaba a su esposo este no volteaba
a verla.

-¡Te estoy hablando! Contesta!! -Las lágrimas brotaron de sus bellos ojos azules, por alguna
razón no podía ir en busca del niño. Sus músculos no le respondían.

Cesar dio media vuelta quedando frente a ella para hablarle.

-Gabriela, ¿eres feliz? -le preguntó Cesar a su esposa con una mirada sombría, y carente de
expresión.

La casada no entendía qué sucedía. ¿Por qué no podía mover sus piernas? ¿Por qué Cesar
preguntaba eso cuando su niño había desaparecido? Y lo más importante: ¿Adónde había
ido Jacobo?

- ¿Por qué me preguntas eso? ¡Debemos buscar a Jacobo! ¡rapi... -La voz de la chica fue
abruptamente interrumpida por la de su marido.

-Te pregunto eso porque sé que me engañaste. Sé que te acostaste con otro hombre en los
momentos que me ausente de casa por trabajo - le dijo Cesar mirándola fijamente a sus ojos.

-i¿Pero... de qué me hablas?! Por favor déjate de tonterías y busquemos a Jacobo-le decía
Gabriela sin saber exactamente a que se refería su esposo.

Como si no la hubiera escuchado, Cesar continuó hablando con una expresión de seria
pasividad que ponía los pelos de punta a la rubia.

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-No trates de negarlo Gabriela. ¿Acaso no soy lo suficientemente hombre para ti? ¿O puede
ser que te guste más él que yo? ¡¡¡RESPONDE!!!—La voz del hombre tronó con autoridad.

-No... no sé... no sé de qué me hablas. Te... te juro que no sé de qué me hablas-le dijo la
chica. A su mente le llegaban unos lejanos y borrosos recuerdos de verse a ella totalmente
desnuda y sudorosa sobre una cama manteniendo relaciones sexuales con un hombre
desconocido. Aun así, las imágenes eran muy difusas.

-¡¡¡Responde!!! - le gritó nuevamente Cesar, totalmente enloquecido.

La lluvia iba en aumento. El viento no cesaba de soplar, y los árboles parecían querer salir
volando. La joven madre de igual forma podía escuchar tenuemente el aullido de un perro.
No había duda de que era el cachorro que acababan de adoptar. Quería seguirlo para dar
con su bebe. Sin embargo, una vez más sus músculos no le respondían.

Gabriela cayó de rodillas frente a su esposo. En forma desesperada se daba a pensar en lo


que decía su marido. No sabía de qué hablaba su marido, pero debía recordarlo o no podría
encontrarse con Jacobo. Su mente ya conectaba esas brumosas imágenes que debilmente
se le graficaban con las acusaciones que Cesar le estaba bramando. Sus delicadas manos
tomaron su cabeza "Piensa, piensa. ¿De qué rayos habla?".

Para la rubia parecía que las horas habían pasado muy rápidamente, pero ella seguía sin
recordar claramente.

-No me lo puedes ocultar, Gabriela continuó diciéndole Cesar, ahora con su voz más baja,
pero con convicción. Tras esa cara de niña buena que no rompe un plato, está dormida una
lujuriosa ramera sedienta de verga. Una mujerzuela que pide que cada vez se la metan más
y más. Así que reconócelo de una vez, reconoce que te gusta la verga de ese horrible viejo
con quien te acostaste.-La voz de Cesar tenía cierto toque fantasmal.

Hasta que la mente de Gabriela lo recordó todo. Por fin entendía de lo que estaba hablando.

- Te... te juro que no fue mi intención --le reconoció la rubia con sincero arrepentimiento. Sus
bellos ojos parecían un mar de lágrimas, a la vez que cogía a Cesar por los pies en forma
suplicante.

-Yo te creo, pero no puedes negarme que te gustó. ¡El miembro de ese hombre te gustó más
de lo que quieres aceptar! --Cesar retrocedió un poco evitando de esta manera que la infiel
de su esposa lo siguiera tocando. Lo hizo con una mueca en su cara, como si ella le diera
asco. Y así también lo notó nuestra atribulada casada desde su ubicación, ahí, de rodillas.

-¡No! ¡Eso... eso no es cierto! ¡¡Fue un grave error!! jijPor favor, perdóname!!!

-Me gustaría hacerlo... Y lo haré. Pero antes debes someterte a una prueba.

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Gabriela completamente desconcertada no apartaba la mirada de su esposo. ¿A qué se
refería con eso de una prueba? La desconcertada rubia pronto lo descubrió.

Una silueta oscura y bastante ancha emergió detrás de Cesar. A medida que avanzaba hacia
ellos la chica pudo reconocer de quién se trataba.

- ¡¡¡JAJAJAJA!!! Estabas bien apretadita la otra noche pendeja. -Para la sorprendida rubia
esa voz ronca y aguardentosa era inconfundible.

-¡Doo... Don Cipriano...!-atinó a decir la rubia ante la sorpresa de estar nuevamente frente a
él. Sus mejillas ardieron automáticamente por una extraña sensación de rubor al saberse
nuevamente ante su presencia.

-Así es, esposa querida. Aquí está el viejo con quien tú te acostaste. El mismo viejo que te
abrió de piernas, a lo cual tu accediste. El mismo que te hizo gritar como una perra en celo
cuando te la metía en esos momentos en que yo estaba trabajando-le decía friamente Cesar
a su mujer, y con lujo de detalles.

La confusión de Gabriela era tal que no pudo articular palabra. Solo se daba a mirarlos a
ambos alternadamente, no entendía nada.

-Aquí está tu prueba-continuó el dolido esposo. Escoge, ¿qué prefieres? ¿A tu familia, los
seres que más te amamos en el mundo? ¿O prefieres la calentura que te provoca el
acostarte con este viejo? - Cesar hablaba sereno. Lo hacía como un sabio anciano quien
cree tener la situación controlada.

- Tú sabes que me escogerás a mi reinita, jejeje, a mí y a mi amiguito claro. -El viejo, junto
con decir lo último, se agarró su grueso miembro con ambas manos bamboleándolo a menos
de un metro del lugar en que la rubia estaba arrodillada.

Hasta ese momento Gabriela no se había dado cuenta que Don Ciprino estaba
completamente desnudo. Desde donde estaba ella lo veía claramente. Ese horrible hombre
lucía tan asqueroso como siempre. Con su fofa panza, con su cara de depravado que era la
misma con la que la había mirado en los momentos que estaba montado sobre ella la noche
esa en que se la había cogido en un inmundo motel parejero. Con su piel llena de bellos. Aun
así, nuestra rubia no pudo evitar bajar su mirada hacia el pene del hombre, el cual estaba
completamente erecto apuntando al cielo. Según el subconsciente de Gabriela, aquel
miembro lucía tan espectacular como cuando se lo metieron en el motel.

-¡Rápido! ¡¡Elige!! O no encontraras a Jacobo nunca más en tu vida-la apresuraba Cesar.

No importaba la situación que fuese, ella siempre elegiría a su familia. Aquella era una
prueba estúpida, pero algo raro ocurría. Gaby se sentía como mera espectadora en una
película, no controlaba ni su cuerpo ni su mente.

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- iLo... lo elijo a él! -dijo de pronto Gabriela, levantándose del césped y apuntando a don
Cipriano, sin despegar su mirada de la impresionante verga que el viejo se gastaba.

- ¡¡Noooo!! ¡¡No quise decir eso!!!-pensó la rubia ante la sonrisa de satisfacción de Don
Cipriano y la mirada de derrota de su esposo.

-¡Acércate nalgona y mámamela!-le ordenó Don Cipriano a Gabriela. El tono del vejete era
de mucha confianza. Cesar así lo escuchaba.

La chica irreflexivamente caminó lentamente hacia él. Quería parar, pero no podía. Cuando
estuvo junto al hombre se agachó hasta quedar de rodillas ante él. De esta forma su linda
boquita estuvo a la altura de su verga. Sus cuidadas manos se posaron en las velludas
piernas del asqueroso mecánico y subieron hasta quedar a escasos centímetros de su
tremendo aparato. Involuntariamente vio a su marido, quien, con lágrimas en los ojos movía
su cabeza de manera negativa. Se veía tan triste, tan afligido, tan decepcionado.

-¡Abre tu boca pendejaaa, y trágatela!-bufó al instante Don Cipriano.

La casada abrió lo más que pudo sus finos labios con la intención de guardar en el interior de
su boca toda esa barra de carne caliente que en cámara lenta se acercaba peligrosamente.

-¡Nooo! ¡¡Yo no quiero esto!! ¡¡¡Por favor, no me veas cariño!!! ¡¡¡Por favor, noooo!!!-gritó con
todas sus fuerzas, mientras era ella misma quien se la iba introduciendo a través de sus
labios hasta quedar chupándosela con ganas.

Y fue en este momento cuando despertó. Abruptamente abrió sus ojos, su corazón latía
rápidamente y respiraba muy agitada. El diminuto baby doll con el que acostumbraba dormir
se repegaba totalmente a su cuerpo, debido al sudor que lo recorría. Se levantó un poco de
la cama para comprobar lo que era obvio: todo había sido una terrible pesadilla.

Gabriela sentía el calor que generaba el cuerpo de su marido. No necesitó voltear a verlo, es
más, no quería hacerlo. Se sentía tremendamente culpable. Había caído en el juego de ese
hombre. Había caído en la tentación, y había engañado a su amado esposo.

Hacía una semana de aquello, pero no podía olvidarlo ¿Cómo fue capaz de fallar de esa
manera ante su familia? Se dio la tarea de contarle todo lo ocurrido a Cesar y afrontar las
consecuencias de sus estupideces. Pero al verlo recapacitó las cosas. No solo podía echar a
la basura su matrimonio, sino también podría perder a su hijo. Era un riesgo que no estaba
dispuesta a tomar, por lo cual su última decisión fue guardar el secreto solo para sí misma.

En su mente aun creía escuchar los ronquidos del mecánico. Esos ronquidos que la
despertaron después de haber reposado en sus brazos y que la hicieron regresar a casa a
altas horas de la madrugada. Afortunadamente ese día Cesar estaba fuera de la ciudad.

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Lentamente se tranquilizaba. Su respiración y su corazón se normalizaron. Vio la hora en el
reloj junto a su cama, eran las 3:47 am, y en un par de horas tenía trabajo. Debía hacer lo
posible por dormir, por la mañana seguiría reprochándose. Cerraba sus ojos cuando sintió
algo extraño entre sus piernas. Llevó su mano ahí y se quedó helada al descubrir que su
vagina había segregado muchos líquidos, por lo visto estaba excitada.

Esa era la mañana en que Gabriela se había propuesto que todo volviera a la normalidad. Se
suponía que hacía una semana debía volver al trabajo, -recuerden que pidió sus 2 semanas
de vacaciones para pagar la deuda de su camioneta, pero no lo hizo. Se sentía tan mal por lo
ocurrido con don Cipriano que llamó a su jefe pidiendo una semana más, argumentando que
no se sentía muy bien. El aceptó, más para quedar bien con ella que porque le creyese.

Esa semana fue la peor de su vida. Los remordimientos la atormentaban. No quiso salir
prácticamente para nada de la cama, y lo peor venía cuando Cesar, verdaderamente
preocupado, le insistía por ir a ver a un doctor, a lo cual ella se negaba. Sabía que su
malestar no se curaba con ninguna medicina. Y para acabarla de amolar, el viejo no dejaba
de llamar a su celular o de mandar mensajes. Ella no respondía las llamadas, no creía ser
capaz de hablar con ese sujeto. Lo que sí respondía eran los mensajes, en los cuales
escribía que la dejara en paz, que no quería nada con él, y claro, todo a espaldas de su
marido.

Por su mente pasó la idea de cambiar su número de teléfono celular, pero creía que si el
hombre no tenía manera de localizarla podría pararse allí en su casa, y eso era muchísimo
peor. Prefería que el hombre la siguiera molestando por teléfono hasta que se cansara y
dejara de buscarla.

En fin, en algún momento su vida debía continuar y estaba dispuesta a que ese día fuera
hoy.

La rubia conducía su camioneta para llevar a su hijo al colegio y después dirigirse a su


trabajo como secretaria, por lo que decidió usar su mejor traje para trabajar: una pequeña
falda blanca, con un saco del mismo color, coronado con unas medias también blancas. Se
veía apetecible, cogible, deseable.

Llegó a la escuela de Jacobo y con un tierno beso en la mejilla se despidió de él. observó
desde su asiento como entraba en la escuela. No fue sino hasta que lo perdió de vista que
arrancó con dirección a su trabajo.

Tiempo atrás esos momentos de soledad le habrían encantado. Le gustaba reflexionar sobre
sus asuntos. Ahora los odiaba. Temía recordar lo estúpida que fue, lo fácil que cayó en el
juego del viejo. Pero, sobre todo, temía recordar que lo disfrutó.

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Hacía un esfuerzo sobre humano para controlar sus pensamientos, para no rememorar aquel
fatídico día. Y, para colmo, esa era la hora en que había más tráfico. El viaje parecía eterno.
Su camioneta no avanzaba. Escuchaba los cláxones de la gente que, al igual que ella, sufría
el embotellamiento. -Vamos, avancen -pensaba la rubia en forma frustrada.

Entonces escuchó el timbre de su celular. Lo cogió para revisar de quién se trataba. Su


sonrisa se iluminó al comprobar quien la estaba llamando.

-Bueno, Gaby. ¿Cómo estás?-dijo una voz femenina del otro lado del teléfono.

-Hasta que te dignas a llamar-respondió la rubia, denotando algo de indignación y cierto


reclamo.

-A mí también me da gusto escucharte, jajaja -respondió en tono burlón la otra voz.

-Eres una mensota, ¿sabías? -preguntó Gabriela a la vez que fijaba su vista en el camino
con la esperanza de que el tráfico hubiese disminuido. No fue así.

-Claro que lo sé, ¿pero así me quieres verdad?

-Estúpida Lidia. Tú sabes que no puedo enojarme contigo.

Se trataba de Lidia, la mejor amiga de Gabriela. Más que su amiga era prácticamente como
una hermana.

-Y a qué se debe que la reina Lidia se digne a llamar a la plebeya Gabriela -dijo la rubia,
mofándose de la situación.

-Ya déjate de eso, Gaby. Sabes que en verdad me duele no haber podido comunicarme
contigo en estas semanas. Pero, aunque la mayoría de la gente no lo crea, algunos sitios en
verdad están totalmente incomunicados.

Lidia se desempeñaba como maestra de primaria. Mejor dicho, como maestra sustituta al no
tener una plaza establecida. Hacían tres semanas le ofrecieron ser tutelar de un pequeño
salón en un rancho a unas tres horas de la ciudad. Al principio Lidia se mostraba indecisa,
sabía que era un pueblo y como tal tendría carencias. Al final aceptó pues ser maestra era su
sueño desde pequeña y no lo dejaría pasar por niñerías.

-Disculpa, comadre -dijo Gabriela. Aunque ellas no eran comadres en verdad, solo así se
llamaban a veces, actitud que tomaron desde preparatoria—. Pero no te quedes callada y
cuéntame ¿Cómo te va allá en el pueblo? ¿Cómo están?-preguntó la rubia en parte porque
era la excusa perfecta para evadir sus pensamientos, y en parte porque era su amiga, en
verdad le importaba.

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-Ni sabes, amiga. Me siento la mujer más fracasada del mundo. --Gabriela notó que la voz de
Lidia se hacía más pesada, con un tono melancólico.

-No seas exagerada. A ver, cuéntame, ¿qué pasó?-la animó Gabriela.

-¡Renuncié! Abandoné la única oportunidad de cumplir mi meta en la vida. -Se notaba


claramente como Lidia hacía esfuerzos para que su voz no se rompiera.

Esto tomó por sorpresa a la despampanante rubia, quien cerca estuvo de pasarse un
semáforo en rojo de la impresión.

-Pe... Pero ¿por qué?-preguntaba Gaby extrañada.

-Anda, era horrible. Y cuando digo horrible lo digo en serio. Traté de comunicarme contigo, lo
juro por lo más sagrado, pero en el pueblo no existía señal de teléfono ni de celular, por
supuesto tampoco internet, y el colmo, ni siquiera correo ¿Puedes creerlo? ¡No hay
correo!-decía Lidia, indignada.

- ¿Y por eso te regresaste? perdóname Lidia, pero eso es una gran estupidez. Existía tanta
confianza entre ellas que Gaby podía regañarla cuando consideraba que no estaba haciendo
las cosas bien. Lidia, por su parte, también lo hacía. Cuando la rubia cometía un error su
amiga era la primera en señalarlo.

- No, Gaby. Sabes que si solo fuese eso no me importaría, pero es que... créemelo, algunas
veces no teníamos para comer. Allá en el pueblo la comida y el agua escasean. Si viviese yo
sola no habría bronca, pero debo pensar en Ricardito.

Lidia era madre soltera. Tuvo a Ricardo tres meses antes que Gaby tuviese a Jacobo. El
padre la embarazo, y no tuvo los pantalones para hacerse cargo de la responsabilidad y los
abandono. Fueron los perores días en la vida de Lidia, pero salió adelante gracias al apoyo
de su familia y de Gaby.

-¿En serio? ¿Ni para comer?-preguntó la rubia.

-Exacto. Se me partía el corazón cada vez que mi costalito pasaba hambre, o sed, o frio. A la
mierda con mis sueños. No hay nada más importante en mi mundo que mi hijo.

En esto Gaby estaba completamente de acuerdo. Ella también era capaz de hacer lo que
fuese por Jacobo. Siguieron hablando por minutos sobre las carencias de aquel pueblo hasta
que Gabriela sin darse cuenta llegó al estacionamiento de su edificio de trabajo.

-Y ahora la pregunta del millón ¿Cuándo regresas? —preguntó Gabriela con sentimientos
encontrados. Por una parte, en verdad odiaba que alguien tan querida para ella echara a la

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borda sus sueños, sus ilusiones, sus esperanzas, pero, por otro lado, se sentía feliz. En esos
momentos necesitaba una amiga y quién mejor que Lidia.

-Ya estoy aquí. Por suerte no pude vender mi depa...

-¿En serio? Tenemos que vernos.-La voz de Gabriela sonaba realmente emocionada.

- Por supuesto. De hecho por eso te hablaba, ¿qué tal si en la noche nos vamos de antro? -le
propuso Lidia

A Gabriela no le gustó la idea. No tenía ganas de salir a lugares como esos. No en este
momento de su vida. Se sentía culpable sobre todo con su esposo. Había llegado a la
conclusión que debía pasar el mayor tiempo con él, en su interior sentía que era una manera
de recompensarlo.

-No lo creo, amiga. Cesar no me va a dejar. -La rubia ponía excusas que ni ella se creía. ¿De
cuándo acá obedecía las ordenes de su marido?

-Pues tráetelo, salgamos los tres. - Lidia no quitaba el dedo del renglón.

Mientras tanto Gabriela estacionó su camioneta. Observó su reloj y se dio cuenta que ya era
tarde, pero no le importó, ¿qué más daba si llegaba algunos minutos después? Así que, sin
prisa, estacionó su camioneta y se quedó unos momentos sentada sin intención de bajar.

-En verdad no creo que sea una buena idea, amiga. Tú sabes cuánto detesta bailar y esas
cosas - dijo la rubia refiriéndose a Cesar.

-Si, y a ti te encanta.

-No sabes cuantas veces le he pedido que tomé algunas clases. Pero dice que eso es de
mujeres.

Continuaron hablando sobre el poco o nulo talento como bailarín de Cesar, y sobre lo mucho
que Gabriela quisiera que el aprendiera.

Esa conversación hizo que la casada rememorara el día cuando conoció a Cesar. Había
asistido a un baile de su preparatoria. Y, como siempre, ella era el alma de la fiesta; bailaba
con cualquiera que se lo propusiera. En eso estaba cuando apareció Cesar, quien
inmediatamente llamó su atención. A la vista de Gaby era encantador. La sacó a bailar. Lo
recordaba como si hubiese sido ayer. De fondo sonaba Once Upon a December. Aunque ella
no se enteraría sino hasta horas después, cuando preguntó el nombre de la canción.

Eran la pareja más hermosa del baile, aunque Cesar no bailaba nada bien. De hecho, lo
hacía horrible, y eso se debía a que el odiaba bailar. En verdad lo detestaba, pero el ansia

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por conocer a esa chica rubia hizo que venciera sus temores. Eso no se repetiría jamás.
Cesar nunca más volvió a bailar con ella, por mucho que ella le rogó y le suplicó.

La rubia hubiese dado cualquier cosa por repetir ese momento, pero con la diferencia de que
Cesar aprendiera a bailar.

Lidia sentía que Gaby estaba evitando el tema del antro, daba vueltas al asunto y ponía
excusas de porque no podía ir.

-Ni modo Gaby, otro día será - le dijo Lidia. Estas palabras parecían dictar que su
conversación estaba por terminar.

Gaby notó el tono tan melancólico con el que dijo esas palabras. Tal vez Lidia creería que no
quería verla, cosa que no era cierto. La verdad era que ansiaba contarle lo sucedido los
últimos días.

-Oye, ¿y qué tal si vienes a mi casa a cenar? Ya sabes, cómo familia -le propuso Gaby con la
esperanza de que su respuesta fuera afirmativa.

Lidia no esperó ni dos segundos para contestar afirmativamente.

-Bueno, te espero a las 8:00. Y ahora te corto porque ya voy tarde y mi jefecito se va a
enojar. --Apresuradamente la rubia bajó de su camioneta y caminó lo más rápido que sus
tacones altos se lo permitieron

-Solo espero que esta vez tu comida esté buena, porque la última vez que la probé estuvo
infame, ¡jajajaja!-bromeó Lidia.

- A tu plato le voy a poner veneno, sangrona-Gaby siguió con el juego.

-Adiós, amiga. Te veo en la noche.

-Adiós.

Por lo visto ese día había empezado bien en la vida de la espectacular rubia.

La mañana transcurrió relativamente normal en la oficina, con la diferencia que sus


compañeros de trabajo-en especial hombres, se habían acercado a ella más de lo normal,
argumentando que hacía semanas que no la veían y querían ser atentos.

Esta era una vil excusa para estar cerca de su voluptuosa anatomía. Cada hombre en esa
oficina sentía como la lujuria los invadía al ver a la casada. Y no era para menos. Verla allí
sentada detrás de su escritorio con ese diminuto atuendo era de infarto.

Ella, al ser muy educada y atenta, respondía a las atenciones de sus compañeros. Además,
en verdad le gustaba socializar, era una persona muy extrovertida. Aparte de eso no tuvo

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mayores complicaciones hasta que el señor Martínez, su jefe, la llamó para que tomara
algunos apuntes.

La rubia entró en aquella oficina que conocía tan bien. Esta era espaciosa, con una vista
espectacular hacia el otro edificio. Las estanterías estaban llenas de libros, muy lujosa. En
medio se encontraba el escritorio del señor Martínez, todo esto adornado con masetas
esparcidas cuidadosamente por la sala.

-Tome asiento, señora Guillen -dijo el señor Martínez, que estaba sentado en la silla detrás
de su escritorio.

-Gracias, señor-dijo Gabriela, a la vez que tomaba asiento y cruzaba sus torneadas piernas.
Con su libreta y lápiz en mano se disponía a anotar lo que su jefe le ordenara.

-Ya le he dicho que usted puede llamarme Enrique -le recordó el jefe, intentando que la rubia
cogiera más confianza.

--Perdóname, Enrique. -La rubia había olvidado por completo su acuerdo.

Enrique Martínez era un hombre de cuarenta y cinco años. De estatura normal. No era gordo,
pero tampoco era flaco. Aparentaba perfectamente su edad con esas canas que a muchas
mujeres les parecen interesantes. Aunque siendo honestos, con el dinero de ese hombre,
este siempre parecería interesante.

A Gaby no le gustaba llamarlo Enrique. Sabía de antemano que muchas personas en la


empresa creían que ellos-Gaby y el señor Martínez, eran algo más que Jefe y secretaria.
Cosa que era totalmente falsa. Solo lo veía como su jefe, al cual respetaba, pero notaba
como la veía. La lasciva mirada que le lanzaba cada vez que entraba.

Esa era la razón por la que no le gustaba llamarlo por su nombre. No quería acrecentar los
rumores, aunque en privado podía hacerlo. A fin de cuentas, nadie se enteraba, y si eso
hacía feliz a su jefe pues estaba bien para ella.

-No hay problema, Gaby. Solo recuerde, soy Enrique. Es más, usted puede llamarme como
quiera -se aventuró el señor Martínez.

-Como quieras suena muy feo. Creo que te llamaré Enrique, jajaja -rio Gaby con su sonrisa
coqueta. Su jefe también lo hacía.

El señor Martínez comenzó a dictarle una serie de órdenes que esperaba se cumplieran a la
brevedad.

-Eso es todo, Gaby. Puedes retirarte-ordenó el señor Martínez, no separando su mirada ni un


milímetro de la escultural figura de la rubia.

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-Bien, Enrique. -La rubia se paró de su asiento y se dirigió a la puerta, cuando iba a abrirla su
jefe volvió a llamarla.

-Espera. Tengo algo más que decirte. -La voz del señor Martínez sonaba indecisa. Gabriela
regresó y tomó asiento nuevamente

- Dígame.

-¿Sabes acerca de esos rumores de pasillo que dicen que tú y yo somos algo más?-preguntó
el jefe.

Esto tomó por sorpresa a la rubia. Hasta ahora nunca había sido necesario entrar en ese
tema. Tratando de aparentar la mayor calma que pudo la rubia respondió.

-Sí, los he escuchado.

El señor Martínez se alejó de su escritorio y lentamente se ubicó por detrás de la rubia,


rodeándola.

-No sé cómo decir esto. -Claramente se notaba el nerviosismo en el señor Martínez, sudaba
en demasía e incluso tartamudeaba.

La rubia intuía que nada bueno podía salir de esta conversación. Sus instintos femeninos se
lo advertían.

- ¿Qué te parece si hacemos realidad los chismes?-dijo su jefe, a la vez que colocaba sus
manos en los hombros de Gaby.

- ¿A... que se refiere?-preguntó la rubia quien aún no le quedaba muy claro de que era de lo
que le hablaban.

- Mira, te lo pondré así: Tú eres una mujer muy hermosa y yo soy un hombre muy
solitario.Las manos del jefe comenzaron a masajear sus hombros. Esta actitud asustó a la
casada, quien, como un rayo se levantó y tomó su distancia.

- Tranquila, tranquila, tomate tu tiempo y piénsalo. Nos divertiríamos mucho los dos juntos en
horas de trabajo. Nadie se enteraría si lo publicáramos en la agenda de reuniones fuera de la
oficina. Ni siquiera tu marido se daría cuenta de lo nuestro.

Gabriela no tuvo ni que pensarlo, la respuesta brotó sola de sus labios.

-¡¡Noooo!!-Su respuesta fue tajante y contundente. Al parecer el señor Martínez no esperaba


eso. Su rostro, que hasta el momento consistía en una sonrisa maliciosa, cambió
drásticamente. Sus facciones se tensaron, su cuerpo se irguió. Estaba indignado.

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-Creo que no sabes lo que estás diciendo, preciosa. Tómalo por este lado: Soy un hombre
muy rico, gano mucho más en un mes de lo que tú ganas en varios años. Si aceptas te
compraría lo que tú quisieras..., pero si no... --el señor Martínez no terminó la oración.

- ¡¡No, ya le dije que no!! - Gaby estaba completamente segura. No repetiría lo que pasó con
el viejo Cipriano. En ese momento, por alguna razón, se imaginó que el hombre que estaba
frente a ella era don Cipriano, ese viejo con quien ella engañó a su marido.

-Si esa es tu respuesta final agarra tus cosas y vete. Estas despedida-le dijo el señor
Martínez, muy molesto pero guardando la compostura para evitar que alguien lo escuchase.
Además, creía que la rubia, al temer por su trabajo, terminaría aceptando.

Gaby, por su parte, también estaba molesta, muy molesta. Los últimos días habían sido los
peores de su vida, quería desquitarse con alguien y que mejor que esa oportunidad.

-Usted es un cerdo. Aléjese de mí -dijo Gabriela en voz alta, sin importarle que alguien
pudiera escucharla, es más, así lo deseaba ella.

-¡Shhhhttt! Baja la voz-el miedo al escándalo invadió al hombre.

-¡¡¡No me callo!!! ¡¡¡Apoco creía que soy de esas mujeres que se acuestan con quien sea por
dinero!!! -El tono de su voz ya era muy alto, prácticamente le estaba gritando.

-¡Cállate, por favor! ¡Haz de cuenta que esto nunca paso! Vuelve a tu trabajo -dijo, intentando
que guardara silencio.

- ¿Qué? ¡Claro que no! i¿sabe qué?! ¡¡Soy yo quien renuncia!! -La rubia abrió la puerta, salió
por ella y la cerró de un golpe muy fuerte.

El señor Martínez se quedó allí petrificado, todo le había salido mal. Tanto tiempo que le
tomó conseguir el valor para proponerle aquello y no sirvió para nada. El empresario jamás
imaginó que su secretaria reaccionaría así.

Le dolía su orgullo de hombre. Sabía incluso que se pudieron escuchar los gritos de Gaby
fuera de la oficina. Estaba seguro de que sería un gran chisme. Pero lo que más le dolía era
que no se cogería a tan apetecible casada.

Gabriela caminaba hacia su escritorio escuchando el alboroto que había causado. Los
empleados no dejaban de hablar entre ellos. Comenzó a recoger sus pertenencias para no
volver nunca a esa oficina. Ahora era desempleada, debería sentirse mal pero no era así. En
el fondo sintió eso como una gran victoria moral contra todos esos viejos verdes que
acosaban a las mujeres jóvenes. Además, había puesto en su lugar a su horrible jefe. Sonrió.

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Ya en la noche la rubia sentía que hacía mucho tiempo no se sentía así, segura, querida, en
familia. De hecho, hasta había olvidado sus preocupaciones.

Sentada a la mesa con su marido y su mejor amiga, charlaban acerca de tonterías.


Escuchaba las risas de los niños, quienes jugaban en su recamara marital. Se sentía
triunfante. Nunca más le sería infiel a su esposo y la negativa de aquel día hacia su jefe era
prueba de ello.

- ¿Ya sabes lo que le vas a regalar al cabezón de tu esposo?--preguntó Lidia a la rubia.


Gabriela vio a su amiga, recordando como era antes.

Lidia tenía la misma edad que Gaby, veintiséis años. Se conocieron en primero de
secundaria, pero no fue sino hasta segundo que se hicieron amigas. Todo gracias a que, en
clase de química, durante todo el año debían trabajar en parejas.

Quizá fue el destino quien las unió, pues ese día Gabriela no acudió a clases. Por lo tanto, no
pudo hacer equipo con nadie. De haber acudido no hubiese tenido problemas para que
alguna de sus amigas la eligiese. Fue por eso que su maestra había decidido colocarla con la
única niña que no tenía pareja -ni amigas, Lidia.

Al principio les costó congeniar. Eran muy diferentes. Lidia era la típica niña nerd, de lentes,
de frenos, y con acné; pero también estudiosa y muy callada, que contrastaba enormemente
con la belleza de la rubia, quien, a esa temprana edad, ya tenía un cuerpo que envidiaban
muchas alumnas e incluso maestras. Además, era alegre, extrovertida y no muy estudiosa.

Cierto día, cuando Gaby se quedó a dormir en casa de Lidia por motivos escolares,
descubrieron que tenían muchas cosas en común. Su amor por esas bandas musicales de
chicos bien parecidos. El odio por el futbol. El odio por la mayoría de los maestros de su
escuela, y el cariño por otros. A partir de ese día su amistad creció rápidamente. Gaby
comenzó a acercarla para que se juntara con ella y sus amigas. Aunque al principio le costó
trabajo, Lidia terminó encajando.

De esa relación ambas terminaron ganando. Gabriela le enseñó a ser más abierta con todo
mundo, a ser menos callada, a divertirse. Mientras Lidia le enseñó que para ser alguien
debes estudiar, cosa que Gaby comprendió a regañadientes.

El paso a la preparatoria fue relativamente sencillo. A esas alturas ya eran mejores amigas, y
sus atributos crecieron. En un afán por verse mejor, ambas entraron al gimnasio, habito que
conservan hasta estos días.

De aquella chica nerd que Gaby conoció en la secundaria no quedaba nada. Lidia se había
vuelto hermosa, no al nivel de la rubia, pero robaba miradas. Tenía una melena negra hasta
los hombros, los lentes habían sido cambiados por lentes de contacto, y ya no tenía rastros

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de acné. Sus dientes se acomodaron gracias a los frenos. Su cuerpo no era voluptuoso en
absoluto, pero si era firme y muy bien formado gracias a las horas de gimnasio.

- Tierra a Gaby. Llamando Tierra a Gaby-dijo Lidia al ver que su amiga estaba como ida

-Disculpa, ¿decías algo? -Estaba algo apenada por recordar esas cosas.

-Qué si ya sabes que le vas a regalar a Cesar?

Gabriela recibió eso como un balde de agua fría. Debido a tantos problemas y
preocupaciones lo había olvidado por completo. Faltaba una semana y media para su
aniversario.

-No, aún no lo sé -dijo Gaby, tratando de que no notaran su sorpresa por no recordar su
aniversario de bodas.

- ¿Y tú?-volvió a preguntar Lidia, pero esta vez dirigiéndose a Cesar, que seguía disfrutando
la deliciosa comida que había preparado su esposa.

-Pues ayer se me ocurrió una idea, pero aún lo estoy pensando - respondió Cesar tratando
de restarle importancia al asunto.

Hasta ese momento Gabriela no había contado lo sucedido con su jefe. Llegó a la conclusión
de que era hora de hacerlo. Narró cada detalle de lo sucedido como cuando le contaba
cuentos a Jacobo. Cuando terminó, notó lo molesto que estaba Cesar, que se paró de la silla
y con los puños cerrados dijo:

-Ese maldito desgraciado. Mañana mismo le parto la cara. -Nunca en la vida Gabriela lo vio
tan molesto. Pensó que si lo tenía en frente era capaz de matarlo.

-Cálmate, amor. No vale la pena ponerse así -dijo Gaby.

-Gabriela tiene razón, Cesar. A fin de cuentas, no aceptó y no pasó a mayores. -Lidia apoyó
a su amiga.

-Pero es que... -el marido no pudo continuar, estaba muy enojado con ese hombre, pero a la
vez estaba orgulloso de su esposa.

Cesar se acercó a Gaby e incitándola a que se levantara de su asiento la abrazo. El apretón


de cuerpos fue largo, muy cariñoso.

-Discúlpame, Gaby. Debiste estar muy asustada. -Los musculosos brazos de Cesar
rodeaban fuertemente a la chica. Gabriela devolvió el abrazo, estaba muy feliz.

-Ya, no sean cursis-dijo Lidia con su enorme sonrisa.

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Ni caso hicieron los esposos. Se sentían tremendamente a gusto de esa forma.
Lamentablemente estos momentos nunca duran y este no fue la excepción. De repente el
pequeño Jacobo jalo la pequeña blusa de Gabriela.

-Mami-dijo el niño intentando que su madre le hiciese caso. Gabriela posó su mirada en su
bebe y con esa sonrisa que solo ella es capaz de hacer dijo:

-¿Qué pasa, mi amor?—La rubia aún se mantenía acurrucada en los brazos de su esposo.

-- Ten mami-Jacobo extendió sus manos donde llevaba el celular de su mamita, en este se
anunciaba una llamada entrante.

-Gracias, mi amor ¿Quién es?

-No sé, pero me dijo que se llama "Cifriano". -El chico no pudo pronunciar el nombre de quien
semanas atrás había tenido a su preciosa mami desnuda, con sus piernas completamente
abiertas y recogidas, mientras se la ensartaban, en el momento en que él estaba en la casa
de su abuelita y su papi trabajando lejos de casa.

El cuerpo de Gabriela se tenso. Sintió un terrorífico escalofrío recorrer su voluptuoso cuerpo


al comprobar que el niño no solo se había limitado a leer el nombre en la pantalla, sino que
contestó. Podía observar como el tiempo de la llamada iba en aumento, abruptamente se
separó de Cesar y prácticamente le arrebató el celular al niño.

Ni Cesar ni Lidia notaron lo desesperada que estaba Gabriela, quien hacía esfuerzos sobre
humanos para disimularlo.

i¿Qué hacer?!, era lo que se preguntaba la casada. ¿Debía contestar? ¿Debía colgar? Su
mente se nubló. La respuesta no estaba muy clara, y el tiempo pasaba. Le pareció eterno,
aunque solo fuesen unos segundos.

- ¿No vas a contestar amor?-preguntó Cesar, sacándola de sus pensamientos

-Sí, claro.-Gabriela, como si aquello fuese lo más normal del mundo, comenzó a caminar con
dirección a la recamara de su hijo. Estaba decidida a contestar para terminar con esa locura.
Le iba a decir que de una buena vez por todas la dejara en paz. Se sentía apoyada por el
cariño de su familia. Sentía que podía con él.

-Bu... bueno-respondió la rubia tomando asiento en la pequeña cama individual de Jacobo.

-Al fin te escucho, mamacita-la aguardentosa voz del viejo retumbó en sus oídos.

-¿Qué quiere? -le preguntó la casada, con sus sentidos completamente agudizados,
cuidando que nadie fuera a escuchar su conversación.

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-No he dejado de pensar en ti desde aquella noche en que nos acostamos. Además, quiero
volver a verte. Eso…

Rápidamente la memoria de Gabriela se vio invadida por los recuerdos de esa lujuriosa
noche. La forma en que intentó desquitarse y como nada le salió como esperaba, habiendo
terminando siendo cogida por ese horripilante mecánico.

-No, lo de aquella vez fue una equivocación. Por favor ya deje de buscarme. -La nerviosa
rubia hacía uso de toda su fuerza para no demostrar lo asustada que estaba.

-¡¿Equivocación?! jajaja!!! No, mija, tu conchita esa noche no mentía. Me la apretabas bien
rico sabes. Ni mencionar lo sensacional que besas y te mueves cuando estas cogiendo,
jeee.-El viejo ya había perdido toda la decencia que alguna vez pudo llegar a mostrar frente a
ella. Se sabía con derechos sobre la rubia por lo que ambos habían hecho. Derechos que
Gabriela, quisiera o no reconocerlo, le había dado. Por lo tanto, según él, podía decir todas
las majaderías que quisiera.

-¡Callese! Eso no es cierto, -le dijo Gaby en voz baja tratando de negar la verdad, y cuidando
que nadie se acercara a la puerta de la habitación de su hijo. La había dejado entreabierta
para poder notar si alguna sombra se acercaba donde estaba ella. Si eso pasaba, tendría
tiempo solo para cortar la llamada y fingir una inocente conversación con alguien.

-¡Claro que es cierto, pendeja! Y estoy que me muero por volver a saborearte entera.

Gabriela no sabía que estaba mal con ella. Al inicio de esa conversación lo único que
deseaba era poner en su lugar a ese viejo desgraciado que osaba a llamarla en momentos
tan familiares. Pero sin saber por qué, sin poder explicárselo a si misma, esas palabras
soeces sumadas a los recuerdos de lo que había sucedido en aquella mugrienta habitación
de motel, le provocaron gustosas sensaciones. Algo en su mente había cambiado. Debía ser
honesta con ella misma, aquella noche con el viejo Cipriano había tenido el sexo más intenso
de su vida.

Pero eso no bastaba. En la vida había más que solo placer instintivo y carnal. Existía el amor,
el verdadero amor, y ella lo sabía. Lo sabía a tal punto que esto le ayudo a tranquilizarse un
poco.

-Señor, le pido de la manera más atenta que ya no me vuelva a llamar. No importa lo que
usted diga, amo a mi esposo y a mi familia. Y no pondré en peligro mi estabilidad por usted.

—Ps,, no te creo mami. además, que no tienes porque ponerlos en riesgo a ellos, yo solo
quiero cogerte a espaldas de tu marido. Lo que sientas por debajo de tus tetotas me valen
una verga. Así que dime, ¿cuándo nos juntamos de nuevo? Quiero que volvamos a culear
así bien rico, jeje.

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-Oiga, no sea pelado. Y no hablé de mi familia. Ya le dije que yo no quiero nada con usted.
-La nerviosa rubia aprovechó el silencio al otro lado de la línea para seguir explayándose en
sus convicciones. -Cu... cuando lo hicimos yo no sentí nada. Solo fingi para que todo
terminara rápido. Así que por favor le pido que ya no me moleste más-terminó por decirle la
casada al vejete.

No obstante, Gabriela no podía dejar de sentir una extraña sensación, tanto mental como
física, al estar manteniendo aquel tipo de conversación con tantos tintes íntimos con el
mismo vejete con quien había caído en la infidelidad; con ese hombre quien había sido, muy
a su pesar, su amante ocasional. Y todo esto teniendo a su legítimo marido muy cerca de
donde hablaban.

Pero al otro lado de la línea esas últimas palabras dichas por la rubia perforaron al viejo. Esta
era la primera vez que la notaba tan segura de sí misma, y temiendo que ella cumpliera con
su palabra y que quizás nunca más se la volvería a coger, este comenzó a aclararle.

---Ps como te dije la otra noche, pendeja, ¡la que me prueba repite! ¡Y tú no serás la
excepción, zorraaa! ¡Esas nalgotas que te cargas, tus tetas, tu rajadura delantera, y todo lo
tuyo ya es mío! ¡¡Recuérdalo!!

-Voy a colgar, señor. Esta es la última vez que le contestó.-Fue lo último que dijo la rubia, ya
que sin esperar respuesta cortó la llamada.

Su corazón lentamente comenzó a tranquilizarse, al igual que su respiración y su


nerviosismo. Sonrió para sí misma. Sentía que había triunfado, que su vida podía volver a la
normalidad y que todo había terminado. De muy buen humor se levantó y se dirigió al
comedor para encontrarse con Cesar y Lidia.

Llegó y no estaban. Le pareció extraño, en la casa solo se escuchaba el ruido de los niños al
jugar. Siguió buscando hasta que llegó a su sala, fue entonces que los encontró.

Cesar y Lidia estaban sentados en el sillón. Gabriela notó como su amiga le decía algo al
oído a Cesar y como este se reía. Estaban muy juntos, tal vez demasiado.

Al percatarse de su presencia Cesar se hizo el desentendido y se separó rápidamente de


Lidia. Ella hizo lo mismo. A pesar de que intentaron hacerlo disimuladamente, Gabriela igual
notó la reacción rápida de separación que toda pareja hace al verse sorprendidos en algo
malo.

-¿Quién era amor?-preguntó Cesar algo nervioso.

-Era un cliente del señor Martínez-mintió la rubia, aún pensando en la extraña escena de
antes - Le dije que ya no trabajo para él.

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Ambos le creyeron y sin más siguieron hablando.

A la mañana siguiente todo parecía haber vuelto a la normalidad para la rubia, con la
excepción que ahora no tenía trabajo. En su mente estaba la idea de buscar alguno, pero no
en forma inmediata. Cesar le dijo que se tomara su tiempo, que la experiencia de antes con
el señor Martínez-debía ser muy traumática. Le dio permiso para tener unos días libres en lo
que, según él, se debía recuperar.

Gabriela le tomó la palabra. Deseaba unos días más para estabilizarse sentimentalmente.
Por la mañana llevó a su hijo al colegio, como normalmente lo hacía. Además, aprovechó
para pasar al gimnasio. Llevaba días sin asistir y, como toda mujer vanidosa, no quería
perder su figura. Al terminar, recogió a Jacobo y ambos fueron a una tienda de ropa. La rubia
quería prepararse con anticipación para su aniversario

Se probó todo tipo de vestidos, cortos, largos, baratos, y caros; buscando el que mejor se
acomodase a su figura. Mientras su pobre angelito, totalmente aburrido, jugaba con su
consola de videojuegos.

-Mami, ya vámonos, tengo hambre-decía el niño sobándose la panza, sentado fuera del
probador de mujeres.

-Espérate tantito, amor, ya casi. Creo que me voy a llevar este, necesito tu opinión -dijo la
rubia, incitando a que el niño entrara en el probador de mujeres, cosa que hizo- ¿Qué te
parece amor? ¿Se ve bonita tu mami con este vestido?

Era un vestido de un rojo intenso. Con tirantes en sus hombros. Unos diez centímetros por
encima de las rodillas. Muy ceñido al cuerpo, y sin escote por enfrente, pero tan pegado que
se notaban a la perfección sus redondos pechos.

-Sí, mami, te ves muy bonita. Pero ya vámonos.

-Solo espera un tantito, amor - le dijo Gabriela, observando su redondo y parado trasero en el
espejo del probador, a la vez que se lo tocaba con sus suaves y delicadas manos a
sabiendas que con aquel vestido se veía soberbia.

-Creo que me lo llevo. A tu papi le gusta que me vea algo pomposa, jajaja-rió la rubia.

Al terminar salieron del probador. Compraron el vestido y finalmente, para fortuna de Jacobo,
se dirigieron a casa.

Ya era entrada la noche y Cesar no llegaba. Gabriela estaba preocupada. Él no era así. Por
lo general pasaba toda la tarde en casa y cuando no lo hacía siempre llamaba.

El nuevo trabajo de Cesar-el cual era solo algunos días de la semana, le permitía pasar
mucho tiempo con su familia. Y ahora, Gabriela, al saberse desempleada, quería aprovechar

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todo ese tiempo para pasarlo con su marido. Sentía que de esta forma lo compensaba por lo
estúpida que había sido.

En tanto, en el departamento del matrimonio Guillen seguía pasando el tiempo y Cesar no


aparecía. —¿Dónde estás amor?-se preguntaba la sensual rubia. Recostada en su cama
solo vestía la bata que usaba para dormir, sin nada debajo, era un día caluroso. Fue en eso
que escuchó unos ruidos que provenían de la entrada. Rápidamente se levantó imaginando
que se trataba de Cesar. Cogió sus pantuflas y se dirigió a su encuentro. Estuvo en lo
correcto, se trataba de Cesar, quien abría el refrigerador en busca de algún bocadillo.

-Mi amor.-La voz de Gaby sono tierna, pero a la vez preocupada.

Abruptamente Cesar posó su mirada en ella.

- Ho... la, cariño. Tú deberías estar dormida. Era bastante obvio el nerviosismo con el cual
hablaba Cesar, incluso para Gaby que nunca había sido buena para leer el lenguaje corporal.

-Debería, pero estaba preocupada por ti. ¿Dónde estabas?

Esa pregunta lo tomó por sorpresa. No esperaba encontrar a Gaby despierta.

-Buscando trabajo-Cesar continuaba hurgueteando en el refrigerador.

-¿Trabajo? ¿A estas horas?

-Sí, Gaby. Tú sabes que no me gusta dejarlos solos los fines de semana. Si puedo encontrar
un trabajo aquí sería mucho mejor.

La sensual rubia era ingenua, pero no estúpida. Sabía que no le decía la verdad, que
ocultaba algo, pero también era consciente que su esposo nunca le mentiría por tonterías.
Así que lo dejo pasar, ya se enteraría a su debido tiempo.

-Tengo hambre-dijo Cesar, tomando una manzana y dándole un mordisco.

La sexy casada, lentamente, se acercó a él, moviendo sus caderas de la forma más sensual
que pudo. Lo hizo con ese movimiento que volvía loco a cuantos hombres conocía. Cuando
estuvo muy cerca de él dijo:

- ¿No preferirías comerme a mí? -La voz de la rubia sonaba tan sexy, tan provocativa, tan
coqueta, tan llena de lujuria, que ni un santo se hubiera resistido.

Gabriela deshizo el nudo de su bata y de un tirón se desprendió de ella. Ante Cesar se


encontraba en total esplendor su perfecto cuerpo desnudo. El marido veía esos enormes
cantaros de miel que auguraban quitar la sed a cualquiera que tuviese la fortuna de
probarlos.

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-Aquí no, Gaby. Nos puede encontrar Jacobo-dijo Cesar. Este cogió la bata del suelo y tapó a
su esposa.

-Tranquilo, ya se durmió. Y sabes que duerme como una roca.-Gabriela intentaba besar su
cuello, lo cual Cesar impedía, alejándola un poco.

-No, no.-Su respuesta fue rotunda. Gaby lo cogió de la mano e lo incitó a que la siguiera.

-Está bien, señor enojón. Vamos a nuestra habitación. -La rubia tenía muchas ganas de
sentir dentro de ella a su esposo. Lo amaba tanto. Lo deseaba tanto.

-La verdad, cariño, es que hoy no tengo ganas de hacerlo. Estoy muy cansado.

Esto fue un balde de agua fría para Gabriela. En los años que llevaban de casados jamás se
había negado a cumplirle, ni una vez, hasta hoy. Frustrada y algo molesta la rubia volvió a
ponerse su bata, y, sin dirigir palabra a su marido, siguió su camino hacia su habitación. Era
hora de dormir.

Pasaron veinte minutos y Cesar aún no entraba en la habitación. La casada entonces sintió
el antojo de un bocadillo. Se levantó nuevamente. En su trayecto hacia la cocina escuchó el
sonido del agua de la regadera, señal que Cesar tomaba una ducha. Entonces la escultural y
joven madre de familia vio la camisa de su marido tirada en el suelo de la sala. Esa era una
de las actitudes que menos le gustaban de Cesar. Este acostumbraba a dejar todo
desorganizado.

La rubia cogió la camisa con la intención de llevarla al cesto de la ropa sucia cuando se
percató de un olor extraño. Instintivamente acercó su nariz para percibirlo mejor. Era
perfume, pero no del que usaba Cesar, era perfume de mujer. Como tampoco era del que
usaba ella precisamente, la esencia era inconfundible.

Los pensamientos inundaron rápidamente la mente de nuestra protagonista, y comenzó a


atar cabos. ¿Por qué Cesar no quiso hacer el amor? ¿Por qué llegó tan tarde? ¿Por qué dio
una excusa tan tonta? ¿Estaba cansado? Él siempre había sido un tipo muy activo, no era
común en él usar esa excusa.

Y, como todos sabemos, uno más uno son dos. Gaby llegó a la conclusión a la que cualquier
mujer enamorada hubiese llegado. Cesar estaba viendo a otra. Luego de un momento de
meditar el asunto desechó esta idea. No estaba hablando de cualquier hombre. Estaba
hablando de Cesar Guillen, el hombre que más la amaba en el mundo. Seguramente eran
coincidencias. Su marido no podía engañarla.

-¡Por dios, Gaby!! ¡¿Qué tonterías estás pensando?!-se dijo a sí misma y, con su sensual
andar de caderas, fue a dejar la camisa en el cesto de la ropa sucia para posteriormente ir a
la cocina y prepararse un refrigerio.

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Los siguientes dos días fueron prácticamente iguales. La misma rutina por la mañana. Fue a
dejar a Jacobo a la escuela, gimnasio, recoger a Jacobo e ir a casa a descansar. Eso no era
lo malo, el problema fue que Cesar siguió en la misma tónica. Llegaba tarde y sin avisar. Se
excusaba con tonterías que nadie creería, menos Gaby.

Igual que aquel día, sus ropas estaban impregnadas de perfume femenino. Gaby ya no sabía
que pensar. O mejor dicho no quería pensar. Era cierto que solo habían sido un par de días,
pero en ese tiempo apenas y cruzaron palabras.

La rubia se sentía fatal. Las dudas la agobiaban. ¿Y si su marido estaba con otra mujer? ¿Y
si la cambiaba por alguien más? ¿Y si la engañaba como ella lo había hecho? Estas
preguntas la atormentaban. ¿Y por que ahora? Ahora que su vida empezaba a ir mejor.

El viernes era el día que Cesar salía de la ciudad para trabajar. Por lo tanto, no podría llegar
en la noche, así que se apresuro en hacer sus deberes para hablar con él antes de que se
fuera. Por la mañana llevó a Jacobo al colegio, ese día no fue al gimnasio, quería regresar lo
más rápido posible.

Cuando regresó al apartamento su sorpresa fue mayúscula al ver que Cesar tenía ya echa
su maleta, no importando que fuera muy temprano aún.

- ¿Ya te vas?-preguntó la rubia al momento de cerrar la puerta.

Cesar también se llevó una sorpresa, no esperaba verla allí.

- ¿No se supone que a esta hora estas en el gimnasio? -Cesar era una persona muy
transparente, compartía eso con Gaby. Los dos no sabían mentir ni ocultar su nerviosismo.

La rubia hizo caso omiso a la pregunta y continuo:

-¿Pero todavía es muy temprano?

-Sí, amor, pero... --Cesar no pudo terminar la frase, su mente se nubló.

---Pero ¿qué?-Los bellos ojos de la rubia penetraban sobre la mentira de su esposo.

-Pero Martin -un amigo de Cesar-se cambia de casa, y quiere que le ayude. Y pues,
terminando me voy. Fue lo único que se le ocurrió decirle a su mujer. En el fondo, Cesar
sabía que Gaby no se tragaría eso, pero deseaba que aun así lo dejara pasar.

-Está bien, cariño -respondió Gaby, quien, al no tener como probar que lo que decía no era
cierto, solo acercó sus carnosos y rojos labios a los de él. Cesar los recibió, pero parecía tan
apurado que ni siquiera intentó besarla. Este acto entristeció de sobremanera a la casada.
¿Cuándo su esposo había dejado de quererla? Quizá estaba siendo algo drástica, pero así
pensaba.

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-Ahora si ya me voy -dijo Cesar, quien rápidamente cogió su maleta, y, como un rayo, cruzó
la puerta y la cerró.

-"Cálmate, Gabriela. Estás haciendo conjeturas muy precipitadas. A lo mejor no es lo que


crees" -se decía la rubia para sí misma, intentando creérsela. Fue entonces cuando se le
ocurrió buscar entre las cosas de Cesar algo que le indicara que sucedía.

Muy apresurada comenzó buscando en su ropa, pantalón por pantalón, camisa por camisa,
nada. Después siguieron los cajones. Revisó absolutamente todos desde los de la recamara
hasta los de la habitación de Jacobo. Igualmente, nada. Por una parte, eso la tranquilizaba,
al no hallar prueba de sus sospechas; pero, por otro lado, era más inquietante. Sabía que
algo escondía, y el no saber que la ponía de nervios.

Pensó en revisar su Celular -el de Cesar, pero claro, se lo había llevado consigo. A la
despampanante rubia ya se le agotaban las ideas, pero, como caído del cielo le llegó un
pensamiento: su correo electrónico.

Gabriela nunca contó a Cesar que sabía su contraseña. A fin de cuentas, ¿quién pondría el
nombre de su madre como tal?, pues alguien como Cesar. Incluso algo tan insignificante
como eso la molestaba ¿Por qué no uso su nombre? ¿Por qué no el de Jacobo? ¿Porque
idolatraba tanto a su madre? Afortunadamente no había tenido muchas noticias de ella en los
últimos días.

Se sentó frente a la computadora y la prendió. Por suerte era relativamente nueva por lo que
no tardó mucho. Abrió el sitio, introdujo la dirección para posteriormente poner la
contraseña-Romina Pérez - Tecleo con cuidado cada letra para así evitar equivocarse. La
página web tardó un momento en cargar. El corazón de la rubia latía fuertemente temiendo lo
peor.

Muy despacio observó los pocos correos que Cesar tenía. No veía nada raro. La mayoría
eran de personas queriendo agregarlo a Facebook. Gabriela, lentamente, se iba
tranquilizando. Quizás todas las tonterías que le inventó todas las noches que llegó tarde
eran ciertas. Quizás en verdad la rechazaba porque estaba cansado y solo era una etapa
pasajera.

Fue entonces cuando se percató de algo que no había reparado hasta entonces. Hasta
arriba de la página vio un correo que ya había sido abierto, de alguien muy conocido por ella:
Lidia.

Sin pensarlo dos veces lo abrió. Decía así:

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"Sé que mañana te vas a trabajar por la tarde, pero tienes que venir a mi departamento para
aprovechar de hacerlo de nuevo ya que serán muchos días los que estarás fuera. La última
vez estuviste genial"

Gabriela estaba en shock. ¿A qué se refería su mejor amiga? Entonces recordó el olor a
perfume en las ropas de Cesar. Ahora sabía porque el olor le parecía tan familiar.

- Tranquilízate... tranquilízate-se decía a sí misma la rubia, mientras se golpeaba ligeramente


la cabeza con sus manos. Quizá se equivocó. ¡Sí! ¡eso es! Quizá se lo mandó a Cesar sin
querer. A fin de cuentas no tiene nombre-trataba de negarlo, no quería pensar que esos
dos...

Rápidamente decidió que debía averiguar si lo que sospechaba era cierto. En forma rápida
tomó las llaves de la camioneta y salió en busca de la verdad. Si su marido había ido a casa
de Lidia, quizás aún podría alcanzarlo.

El trayecto a la casa de Lidia era largo. Su amiga vivía a las afueras de la ciudad, por esa
razón no se veían tanto como quisieran. Ya había pasado bastante tiempo de que Cesar
salió de su departamento. Si eran ciertas sus sospechas aún debía estar allí.

Al llegar estacionó su camioneta a unas cuadras lejos para evitar que la escucharan. Caminó
el trayecto restante ante la mirada de los hombres que no creían el espectáculo que les daba
tan apetecible mujer, aunque solamente fuera vestida con un simple vestido hogareño. La
taparon a piropos.

Ella ni cuenta se daba por estar sumida en sus pensamientos, en sus preocupaciones. Cada
vez se acercaba más al edificio de Lidia, solo le faltaba doblar en la esquina. Mientras
llegaba le rogaba al señor que solo fueran imaginaciones suyas, y que todo fuera una
equivocación. Cuando ya estuvo casi al frente de donde residía su amiga, vio abrirse las
mamparas de la entrada del edificio. De ellas salió Cesar, con su ropa maltrecha, y tras él,
Lidia. La sorprendida rubia, sin prestar atención al atuendo de su amiga, solo advirtió por la
brillantez de su rostro que estaba sudada y con sus cabellos enarbolados.

Una muy sorprendida Gabriela inmediatamente se escondió detrás de un árbol. Desde ahí
pudo escuchar fragmentos de algunas palabras, que no pudo entender con claridad. Hasta
que vio a Cesar tomar su camino, en dirección contraria a donde aún estaba ella escondida.
Lidia retrocedió hacia las mamparas de su edificio y se perdió entre ellas.

Gabriela no pudo más. Poco a poco fue quebrándose emocionalmente hasta que cayó al
suelo y lloró. Recordó aquella platica en la que hablaron sobre lo que les gustaba al hacer el
amor. La manera en que Lidia le contó que, desde que la había abandonado su ex, prefería
tener sexo ocasional y sin compromisos de vez en cuando. Ya no tenía ninguna duda, los

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rechazos, las excusas, el distanciamiento y ahora esto. Definitivamente Cesar la estaba
engañando, y con su mejor amiga.

Se quedó unos minutos pensando, reflexionando sobre la situación ¿Qué debía hacer?
¿Cómo debía reaccionar? Pensó en ir y enfrentar a Lidia, pero no pudo. No era cualquier
mujer. Se trataba de su mejor amiga, casi su hermana. De hecho, la quería más que a ellas.
La joven casada se levantó, sacudió la tierra de su vestido, regresó a su camioneta y condujo
hacia su departamento. Por el camino recordó que debía recoger a Jacobo de la escuela, así
que secó muy bien sus lágrimas, no quería que su angelito la viera así.

La semana que siguió al desliz con el viejo Cipriano había sido horrible para la rubia, pero no
se comparaba en nada con lo que sentía en ese momento.

Su esposo y su mejor amiga estaban revolcándose quién sabe desde cuándo, y ella no sabía
qué hacer. Ansiaba con todas sus fuerzas llamar a Cesar y contarle que lo sabía, que lo
descubrió, pero... Con que calidad moral le reclamaba por serle infiel, cuando ella había
hecho lo mismo? La casada era un mar de dudas e inseguridades.

Jacobo trató de animarla, incluso para el niño era bastante notorio que su mami no estaba
bien.

Gabriela lloró, lloró muchísimo. Gracias al cielo Lidia no le llamó durante el fin de semana, de
lo contrario no sabía de lo que sería capaz. Llegó a la conclusión de que le daría a Cesar una
oportunidad. Ambos fallaron así que podían empezar de nuevo.

Por fin llegó el famoso viernes, el día de su aniversario. Tiempo atrás decidieron que tendrían
una cena romántica en casa. Ella tenía pensado seguir con eso. Trato con todas sus fuerzas
de mostrarse lo más fuerte posible. Por la mañana llevó a su hijo con su suegra-lo acordaron
previamente, no intercambiaron más palabras que un simple hola y un adiós.

Se baño, perfumo, se maquilló, y se aliso el pelo, para después enfundarse en el vestido rojo
que compro días antes. Finalmente se puso un calzado femenino con tacos medianamente
altos y con correas, los cuales elevaron aún más su imponente figura, haciéndole ver cien
por viento soberbia.

Pasaron las horas hasta que, ya entrada la tarde, escuchó que la puerta se abría.
Rápidamente fue a recibir a su esposo, quien llegaba a sus días libres.

-Hola, mi amor -dijo la rubia, intentando parecer lo más normal posible.

-Hola, cariño —respondió Cesar, agotado por el viaje. Luego de aquel simple saludo,
inmediatamente dejó su equipaje en la sala y tomó asiento junto a su bella esposa.

Ella tenía muchas ganas de que todo fuera lo mejor posible, a fin de cuentas, era el día de su
aniversario. Y no solo eso, era un nuevo comienzo para la que antes fue una feliz pareja.
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Gabriela lo cogió del cuello y de forma muy cariñosa lo besó. Primero en la mejilla, para
después hacerlo en los labios. El la recibió gustoso, Gabriela se sintió feliz de que esta vez
no la rechazara, por lo que continuó haciéndole arrumacos.

-Por favor, prométeme que de ahora en adelante, nada ni nadie nos separará. -La rubia no
era clara respecto a lo que se refería, y no deseaba serlo. No quería pronunciar en voz alta
que ella le había sido infiel, ni que sabía que él también lo había sido. Se conformaba con
que Cesar supiera que ella estaba con él.

-¿A qué te refieres?-le preguntó Cesar muy extrañado, mientras se separaba de ella.

-A nada, a nada en especial. Pero prométemelo. -Esa era la manera que Gaby tenía para
decir: Cesar, se lo que has estado haciendo con Lidia, te perdono, pero que no vuelva a
ocurrir.

Cesar la veía en ese momento tan linda, tan bella, tan amorosa, tan sensible que a pesar de
no entender le contestó afirmativamente, y ambos se fundieron en un tierno y largo beso, que
fue interrumpido por Cesar, argumentando tener que ir al baño. Gabriela notó la sinceridad
en las palabras de su esposo. Estaba tremendamente feliz. Hoy era el día en que todo
volvería a la normalidad, estaba segura. Era el gran día de la reconciliación, así se lo decía
su corazón. De pronto, de la mochila de viaje de Cesar, escuchó un ligero sonido, como si
algo vibrara. Rápidamente la hermosa casada comenzó a buscar, creyendo que se trataba
del celular de Cesar. Estaba en lo correcto, observó un momento de quien se trataba.

Para su total consternación se trataba de un mensaje de Lidia.

-Así que esta zorra no deja en paz a mi marido -pensó, bastante molesta. La curiosidad la
venció y abrió el mensaje.

-Tengo la tarde disponible. Si quieres podemos vernos ahora mismo aquí en mi


departamento. Sé que estás complicado porque hoy es tu aniversario, pero si te apuras
alcanzaremos a hacerlo nuevamente.

---Maldita seas, Lidia.-La rubia no entendía porque entre todos los hombres del mundo, su ex
mejor amiga decidió acostarse con su esposo, si siempre le había dicho que no era su tipo.
Luego de eso, procedió a cerrar el mensaje y marcarlo como no leído. Nuevamente guardó el
celular donde se encontraba.

Y entonces se le ocurrió la prueba final. La prueba que definiría probablemente su futuro.


¿Qué haría Cesar cuando leyera el mensaje? ¿Se quedaría con ella en su aniversario? ¿O
saldría corriendo con Lidia? No tardó mucho en averiguarlo. Escuchó como Cesar se
acercaba. Tomó asiento, cruzó sus piernas de manera muy sensual y le dijo:

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-Estuvo sonando tu teléfono.-La rubia seguía en la misma postura, intentando parecer
serena, dando a entender que no lo había leído.

Inmediatamente Cesar buscó su celular. Lo abrió y no tardó más de unos instantes en leerlo.

-Lo siento, cariño, pero tengo que salir. Vuelvo en unas horas -dijo Cesar, haciendo ademán
de retirarse.

Gabriela quedó atónita. Había estado completamente segura de que la elegiría a ella.
¿Dónde había quedado la promesa que hizo hace solo algunos momentos? Al parecer no le
importaba.

-i¿Qué?! i¿Adónde vas?! Recuerda que hoy es nuestro aniversario - hizo un último intento
por hacerlo recapacitar. No lo logró.

-Lo siento. Me dicen que un amigo está en el hospital. Pero no te preocupes, cuando vuelva
celebraremos. Te lo prometo

La casada estaba harta. Harta de mentira tras mentira. Si quería ir a revolcarse con Lidia no
lo iba a detener. Era demasiado orgullosa para rogarle.

-Está bien, Cesar, haz lo que tú quieras.-Gabriela estaba muy molesta. Cesar lo noto e
intento abrazarla. Ella se negó y caminó cabizbaja hacia su habitación.

Sin más que decir, Cesar cruzó la puerta de salida y la cerró tras de sí.

Pasaron alrededor de treinta minutos desde el incidente con su esposo. Gabriela estaba allí
tumbada boca abajo en la cama, pensando en un aniversario que no celebraría. Aunque su
marido regresara no lo haría. Ella no era segundo plato de nadie. Penso que fue inútil todo el
esmero que puso en verse bonita; a fin de cuentas, su marido la había cambiado por otra.

Aun así, necesitaba hablar con alguien, desahogar sus sentimientos. Lamentablemente no
pudo comunicarse con su madre, ni con sus hermanas.

¿A quién acudir? En esos momentos detestaba no tener amigas, amigas verdaderas.


Conocía mucha gente, pero eran de esas que cuando todo va bien están contigo y en el
momento que algo va mal desaparecen.

Su única amiga seguramente en ese instante estaría teniendo sexo con su esposo, y ¿si
llamaba a su suegra? Se dio un golpe en la cabeza, fue una idea de lo más estúpida. Estaba
segura de que apoyaría incondicionalmente a su hijo. Por alguna razón sospechó que
agradecería que saliera con otra mujer. Cogió el teléfono y marcó rápidamente. Ya sabía a
quién llamar. Cruzó los dedos.

-Bueno-escuchó decir a una voz del otro lado del teléfono.

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-Bueno, i¿María?!

-¡Sí!, ¡soy yo! ¿Quién habla? -Era difícil escuchar, había mucho ruido.

-Soy Gaby..., Gabriela Apoco ya no te acuerdas de mí?

-¡Claro que sí! ¡¡Hace mucho que te desapareciste!! Cuéntame ¿¡Qué has hecho!?

Gabriela no tenía tiempo para eso. Ni siquiera quería hablar por teléfono, deseaba hacerlo
cara a cara, quería desahogarse con alguien.

-Me... me... Su voz se quebró-, me encuentro mal. Necesito a una amiga. ¿Podrías venir a mi
casa?, ¡por favor! -rogaba Gaby, entre sollozos y con su dulce voz.

- Tú sabes que yo te quiero muchísimo Gaby, pero en este momento..., si me voy de aquí mi
madre y mi tía me matan. -A María en verdad le dolía no poder ayudarla.

-Está bien, María, no hay problema - Gabriela estuvo a punto de despedirse y colgar, cuando
sus sollozos conmovieron más a María.

-Discúlpame, Gaby. Soy una egoísta. Si mi mamá con mi tía Ernestina se enojan que me
importa. Dime donde es y allí te veo.

—No, no tengo nada de que disculparte. A veces creo que todo el mundo gira a mi alrededor,
y olvido que otras personas también tienen responsabilidades. Si quieres yo voy para allá.
Solo será un momento y no te quito de tus responsabilidades.

María terminó aceptando. Así mataba dos pájaros de un tiro: ayudaba a su amiga y quedaba
bien con su tía y su madre. Finalmente le dio la dirección de su casa.

No fue muy difícil para la casada dar con el lugar. Era unas cuadras más lejos de donde
estaba el taller de Don Cipriano. Aun así, ya se notaba que era una población pobre. Las
calles estaban mal pavimentadas. Algunas casas no estaban pintadas y otras rayadas con
grafitis. En fin, era un barrio de mala muerte como se suele decir. Agradeció que María la
esperara fuera de su casa. Al ver el lugar supo al instante del porque la chica no había
podido salir. Mucha gente entraba y salía del lugar, hombres, mujeres, niños, ancianos; todo
parecía indicar que había una fiesta.

Estacionó su camioneta en la esquina. No queriendo que alguien la llamara puso su celular


en modo silencio y lo guardó en la guantera. Una vez que delicadamente descendió de su
camioneta caminó hacia la casa donde María la esperaba.

Lo primero que hicieron al verse fue darse un gran abrazo. A simple vista se notaba que la
rubia estaba bastante afligida. Ni siquiera esperó a que María la invitara a pasar cuando
comenzó a contar sus desventuras.

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-¡Pues que estúpido es tu marido! -dijo María, quien tomaba de los hombros a la rubia en
señal de afecto.

-Muchísimas gracias. En serio no tienes idea lo mucho que agradezco que estés aquí
escuchándome. -Las palabras de Gaby rebosaban sinceridad. Sin darse cuenta la noche
cayó. Habían estado charlando durante un largo tiempo. Y discúlpame por no haberte
llamado antes, ahora se quiénes son mis verdaderos amigos.

-No tienes por qué hacerlo. Lo que te hicimos el Chango y yo no tiene nombre. Comprendo
porque no me llamaste antes.- Las mejillas de María enrojecieron, señal inequívoca de la
vergüenza que sentía al recordar el incidente con su tío.

Ambas terminaron con una gran sonrisa, dando a entender que se perdonaban, que todo
quedaba en el pasado.

-Bueno, me voy, María-dijo Gaby sin mucho convencimiento.

- ¿Y a dónde irás?

La sexy rubia en verdad no lo sabía. No tenía ganas de regresar a casa y esperar a Cesar.
Mucho menos le importaba en ese momento celebrar su aniversario.

-Si te soy sincera, no lo sé.

-Te propongo que te la pases aquí. A fin de cuentas, esto es una fiesta y tú necesitas
despejarte un poco, olvidarte del desgraciado de tu marido.

Cada vez que la rubia escuchaba que María hablaba de su esposo, su enojo crecía más y
más, por lo que terminó aceptando la invitación.

Ambas chicas tomaron dirección rumbo a la casa de María, donde entraban y salían niños
comiendo algodones y agarrándose a patadas. Al parecer al interior de la casa había mucho
alboroto. La música sonaba muy fuerte y las risas de los asistentes no se hacían esperar.

Don Cipriano estaba sentado en una esquina, vistiendo una camisa de manga larga a
cuadros, un pantalón de mezclilla bastante malgastado y unas botas vaqueras. Bebía un
vaso grande rebosante de vino tinto con frutas picadas. El viejo mecánico estaba
visiblemente triste, hacía algunos momentos que había discutido con su esposa debido a que
él no quiso bailar, no estaba de humor. A decir verdad, desde aquella última llamada con
Gabriela no tenía humor para nada. En su mente ya se había hecho a la idea de que la
espectacular rubia sería suya. La imaginaba convertida en su juguete sexual. Aquella noche,
cuando se la cogió, la había notado tan libre, tan entregada, tan sexy. Creía saber lo mucho
que le había gustado el haberse acostado con él, y ahora no entendía la razón por la cual
decidió dejar de verlo.

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Escuchaba la música, la cual, según él, era horrible. ¿Cómo era posible que a los jóvenes les
gustara eso? En sus tiempos en verdad había buena música, no esas porquerías de hoy en
día. De vez en cuando su mirada se posaba en alguna chica joven que pasaba por allí, y,
¿por qué no?, en alguna de sus sobrinas que no estaban de mal ver, pero sabía que ninguna
siquiera se le acercaba a su rubia. Eso lo enfurecía. Saber que nunca tendría la oportunidad
de cogerse el apretado esfínter que le había notado a la casada teniéndola agarrada de sus
suaves nalgotas lo frustraba aún más. Se reprendía enormemente por no haberlo hecho
cuando tuvo oportunidad.

-Ya despabilese compadre-dijo un viejo que respondía al nombre de Ignacio, a la vez que le
daba un ligero golpe en la cabeza y tomaba asiento junto a él.

-Deja de estar chingando-fue lo que el viejo Cipriano respondió. Se notaba a leguas lo furioso
que se encontraba.

En vez de asustarse por el comportamiento de su compadre, el viejo Ignacio soltó una


carcajada. Le causaba mucha gracia verlo así.

-A ver, cuénteme, ¿qué le pasa?-dijo Don Ignacio sin perder esa sonrisa burlona que le
caracterizaba.

-¿Cómo quieres que este? Si ya te conté que me cogí a la vieja más buena que te puedas
imaginar, y ahora ella no quiere ni verme.

-Te conozco y no me cabe duda de que le pusiste los cuernos a tu mujer.

-Shhhhhhttttt. Baja la voz pendejo. Por aquí anda mi vieja. -Don Cipriano reprendió a su
amigo, a quien al parecer no le importó la opinión de su compadre y continuó hablando como
si nada.

- Jajaja. Como te decía, estoy seguro de que si te chingaste a una vieja, pero para mí que
estabas tan borracho que la viste bien buena, cuando la neta es que era una pinche gorda
flácida, jajaja -volvió a reír.

El viejo Ignacio ya tenía unas copas de más, cosa que molestaba de sobremanera a
Cipriano. Siempre que lo hacía se volvía demasiado impertinente y altanero.

-Me vale verga si me crees o no. Estaba riquísima, así que mejor no estés chingando y vete
de aquí.

-Tranqui, tranqui. A ver, toma un poquito que te hace falta para desahogarte-el viejo Ignacio
lo tomó del hombro y acercándose un poco le ofreció de su cerveza. Él lo rechazó y siguió
tomando su vaso de ponche.

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-Mira por allí-el viejo Ignacio apuntó a unas jóvenes que estaban en la otra esquina—. Qué
tal si vamos con esas chicas y las convencemos de que nos acompañen a algún lugar más
tranquilito? -Ignacio eructó fuertemente, ya estaba demasiado alcoholizado. Nunca fue bueno
bebiendo.

-No seas imbécil. Como ya te dije, mi vieja anda por aquí. - Don Cipriano entonces repasó
con su mirada a aquellas jóvenes que su compadre había señalado. Eran unas chicas dentro
de lo que cabe atractivas. Algo pasadas de peso. Sin embargo, aun jóvenes y deseables
para el sexo opuesto. Pero a pesar de todo no se comparaban con Gabriela. Con su
Gabriela!!

El viejo incluso llegó a pensar que haber cogido con la sensual casada fue una especie de
maldición. De ahora en adelante cualquier vieja le sabría a poco. Nadie podía compararse
con la sensualidad y con el cuerpazo de aquella mujer que lo tenía loco.

Continuaron hablando sobre lo que comúnmente hablaban. Viendo pasar a la gente.


Viéndolos bailar. Entonces el viejo Ignacio, muy sorprendido, le habló:

-¡Mira, Cipriano! ¡Mira Cipriano!! -dijo escandalosamente apuntando hacia la entrada—, esa
pinche viejota que acaba de entrar.

-De que chingados habla... -Don Cipriano no terminó la frase, pues volteó hacia la entrada.
Como en un sueño vio que era la misma mujer que le había proporcionado los mejores
momentos de su vida. Se veía tremendamente sexy, como siempre. Con ese vestido rojo que
no era tan corto como quisiera el viejo, pero si era demasiado pegado y resaltaba a la
perfección su voluptuosa anatomía. Además, esos tacos altos enaltecian todas sus formas y
le hacían parecer una diosa, la diosa de la lujuria.

Le encantaba la manera en que parecía no notar que gracias a ella la fiesta se había
paralizado. Hombres y mujeres volteaban a verla, obviamente pensaban cosas totalmente
diferentes. Los hombres deseando que sus mujeres fueran ella y las mujeres celosas de su
belleza.

La veía sonreír con esa boquita que el viejo estaba seguro había sido hecha para mamar; y
no para mamar cualquier cosa, sino para mamar su verga. Sin poder evitarlo su herramienta
masculina cobró fuerzas al recordar la noche en que aquella sensual casada gemía y gritaba
con su herramienta incrustada en la ajustada fisura que ella poseía entre sus piernas. No
había duda de lo que tenía que hacer: debía cogérsela de nuevo.

El lugar era bastante amplio, más de lo que la rubia creyó antes de entrar. María la hizo
pasar por la casa para después dirigirse al patio, donde la gente se encontraba reunida.
Unas doce mesas perfectamente alineadas hacían parecer que había más gente de la que
en verdad compartía en el lugar, y en una esquina un pequeño espacio se había

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transformado en la pista donde la gente bailaba alegremente. Gabriela se percató de que
también había una entrada trasera, y de unos cuantos globos pegados a la pared. Sentía que
todo mundo la observaba. No estaba muy lejos de ser verdad, pero ella ya estaba
acostumbrada, por lo cual trató de no darle importancia.

María estaba junto a ella presentándole a mucha gente. La mayoría familiares, tíos, primos,
incluso conoció a sus padres, unos señores mayores bastante agradables. No esperaba
menos de quienes criaron a tan buena chica como María. Ambas pasaron a sentarse en una
de las mesas del final, las cuales estaban pegadas a la pared.

Por momentos María debía dejarla sola, pues era hasta cierto punto anfitriona y no podía
dejar sola a su madre con la responsabilidad. La rubia detestaba estos momentos de
soledad, lo que menos quería en estos momentos era pensar, quería divertirse, olvidar sus
problemas. En su mesa no había personas de su edad, todos eran ya mayores, y debido a
eso no tenía idea de cómo romper el hielo, por lo que esperaba pacientemente a que su
amiga regresara. Estando en eso fue una tosca voz de mujer la que le habló:

-¿Puedo hablar con usted muchacha?-preguntó seriamente una señora, una mujer ya
entrada en años. Gabriela calculó que andaría alrededor de los cincuenta, baja de estatura,
canosa, pasada de peso. En fin, una típica mujer de su edad.

-¡Claro! ¡A sus órdenes, señora! -La casada se volvió a acomodar en su asiento, cruzó sus
piernas de manera muy sensual y empezaron a hablar.

-Verás, niña. -Al parecer la señora no sabía cómo abordar el tema que quería tratar. Sin
embargo, inhalo aire y dijo: Varias de las personas que estamos aquí estuvimos hablando y
queremos pedirte que te vayas-dijo la vieja, sin siquiera dignarse a verla a la cara.

-¿Qué? ¿De qué me habla? ¿Por qué?-La rubia no entendía porque esa señora le pedía eso,
si solo hacía cinco minutos estaba en la pista divirtiéndose, y ahora sostenía una
conversación de lo más extraña con una mujer que acababa de conocer.

-Nada personal, chica, pero tú y yo sabemos que haces aquí, y no te vamos a dejar.

-En verdad no tengo idea de lo que me está hablando señora.-Gabriela se mostraba tensa,
preocupada, pero a la vez serena, queria saber a que se refería.

-Muy bien, si quieres que me baje a tu nivel y lo diga con todas sus letras... bien, así lo haré.
Lo único que una mujer como tu puede estar haciendo aquí es buscar macho. Y no de a
gratis, sino por una cantidad. - La señora levantó su mano y con sus dedos empezó a
moverlos, dando a entender que se refería a dinero, luego continuo-. Doy gracias a dios que
estos pobres hombres que andan aquí no manejan mucho dinero, de lo contrario estoy

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segura de que te los tiras a todos juntos no importándote que anden acompañados de sus
esposas e hijos.

-iiiJajajajajaja!!! -rio Gaby. A pesar de sentirse ofendida no lo pudo evitar. No había dado
motivo alguno para que pensara eso, llegó a la conclusión de que las personas a las que se
refería se trataban de mujeres, mujeres casadas, celosas e inseguras.

-No es motivo de risa nena. Lo digo en serio, a legua se te ve la clase. Esa manera de
menear las caderas, esa altanería que solo demuestran las zorras

Gabriela no podía creerlo, había encontrado a alguien igual de odiosa que su suegra. De
hecho, se parecían bastante. Usaban expresiones similares. Se creían dueñas de la verdad
absoluta. Primero acusaban y después hacían preguntas, por un momento creyó estar frente
a ella.

- Le informo señora que María, la hija de los dueños de esta casa, fue quien me invitó, y
hasta que ella no me corra no me voy a ningún lado ¿Entendido?-Gabriela lanzó una mirada
retadora, desafiante.

-Me da igual lo que hagas, siempre y cuando no te metas con mi marido.-La señora entonces
se levantó de su asiento y, colocándose frente a la rubia, dijo en voz baja, pero lo
suficientemente fuerte como para que con el ruido Gabriela entendiera-¡Puta!

Esto si la hizo enfurecer. ¿Con que derecho la llamaba así? ¿De cuándo acá el ser una mujer
atractiva se convirtió en sinónimo de puta?

-Señora, ya sé lo que voy a hacer, acérquese-le dijo la chica con una sonrisa burlona en su
cara, mientras con un dedo hizo la seña a la señora de que se acercara, cosa que hizo, no
sin esfuerzo.

-Voy a averiguar con María quién es su maridito y le voy a dar la cogida de su vida-dijo
Gabriela, cogiéndose el pelo, con su sonrisa coqueta, claro que sin intención de cumplir su
amenaza. Solo quería enfurecer a esa señora, quien separándose de la chica dijo unas
últimas palabras que no entendió debido al ruido y se alejó de allí.

-Vieja amargada. -murmuró por lo bajo. En un momento pensó que quizá era mejor retirarse.
Llevaba algún rato sin ver a la única cara conocida que tenía en la fiesta. Debía estar muy
ocupada haciendo otras cosas, pero no quería sentir que esa horrible mujer ganaba.
Además, estaba el hecho de que no quería ver a Cesar, no hasta decidir qué hacer.
Afortunadamente María no tardó mucho en volver y hacerle compañía.

-Veo que ya conociste a mi tía Ernestina -dijo María, mientras entregaba una botella de
cerveza a la rubia.

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-¿Esa señora era tu tía?-preguntó Gaby, tomando la botella que le ofrecían sin darse cuenta
de lo que era. Algo decepcionada pensó cómo era posible que alguien tan buena como María
tuviese un familiar así.

-Así es. Es esposa de mi tío Cipriano - María no se dio cuenta del impacto que tuvieron estas
simples palabras en su amiga. La joven nunca supo lo que pasó después de contarle a Gaby
sobre el plan de su tío. Creía fehacientemente que ella simplemente dejó de frecuentarlo. Y
la rubia acertadamente pensó que la pobre María ni se imaginaba que ellaGabriela-con su tío
Cipriano ya habían tenido relaciones

La casada intentó aparentar calma, no lo logró muy bien. Afortunadamente María estaba más
ocupada viendo a las parejas bailar y no se dio cuenta.

- ¿Y tu tío, dónde está?-le consultó la rubia haciéndose la desentendida, pero de igual forma
algo curiosa, y a la vez para aparentar normalidad.

---Por aquí anda.-Entonces María posó su mirada en Gabriela-. Si te sientes incomoda


podemos ir a algún otro lugar.

-No, no hay problema, -Fue ese el momento en que la rubia se dio cuenta que esas palabras
dichas tan a la ligera eran verdad. Ella no tenía problemas en encontrarse cara a cara con el
mecánico. Ahora que reflexionaba se daba cuenta que la única razón por la que temía a
aquel hombre era su marido Cesar. Se sentía tremendamente culpable por haberle fallado
como esposa, pero ahora que sabía que su maridito no era tan santo como creía pues gran
parte de sus miedos habían desaparecido.

-Qué bueno, porque esta fiesta apenas empieza. ¡Salud amiga! -dijo María, levantando su
botella, queriendo hacer un brindis chocándola con la de la rubia. Fue ese el momento en
que Gabriela se dio cuenta que en su mano tenía una botella de cerveza. A ella no le
gustaba beber.

-Lo siento, María, pero yo no bebo-dijo la rubia, dejando la botella en la mesa.

-Ándale, no seas aguafiestas. Necesitas despejarte y créeme que no hay nada mejor para
olvidar tus problemas que esto. - María cogió la botella de la mesa y la extendió hacia la
sensual rubia.

--Pero es que... trató de protestar, pero su amiga no se lo iba a permitir.

- Nada, nada, y como dice el refrán, una al año no hace daño. Además, yo te cuido.

Gabriela vio el rostro de su amiga y notó sinceridad en sus palabras. Tenía razón. Ella
necesitaba despejar su mente, así que se la quitó de la mano y chocándola con la de María
le dio un gran trago.

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Volvamos un poco en el tiempo, cuando Don Cipriano vio aparecer en esa fiesta a la mujer
que protagonizaba sus fantasías más perversas. Este no se lo creía. Se tallaba los ojos
pensando que tal vez debido al deseo de volver a poseerla comenzaba a imaginar, pero su
amigo corroboraba lo que veía.

-No mames cabrón, pinche güerota, está muy buena-dijo Ignacio. Este prácticamente gritaba
sin despegar su boca de la botella de cerveza. No le importaba que la gente pudiera
escucharlo.

La mente del mecánico comenzó a volar. Al verla allí supo que tenía una nueva oportunidad
de cogérsela. A la mierda con su esposa, con su familia, con sus amigos. Esta era una
oportunidad que no dejaría pasar.

Sin decir palabra alguna el viejo se levantó de su asiento y fue a la puerta trasera. Lo primero
que debía hacer era averiguar qué hacia allí esa rubia. Se imaginó que se quedaría por algún
tiempo, pues iba muy arreglada, aun así, debía estar seguro. Dio la vuelta por fuera y se paró
junto a la puerta de enfrente. Creía que si Gaby lo veía podría asustarse y a la mierda con
sus planes. Se quedó por un momento expectante, tenía que hablar primero con María, y
averiguar todo lo que pudiera, así que sacó su teléfono y le marcó indicándole que la
esperaba en la entrada.

Esto le pareció extraño a María, pues su tío siempre fue bastante tacaño, y era raro que
gastara saldo cuando pudo entrar y llamarla personalmente. De igual manera obedeció, pues
era anfitriona.

- Dígame, tío-dijo María al llegar.

Sin perder tiempo ni andar con rodeos el caliente viejo comenzó a hablar.

-¿Qué está haciendo aquí Gabrielita?-le preguntó visiblemente emocionado.

-Pues, esto es una fiesta. - María ya sabía más o menos a lo que quería llegar su tío. Para
ella no era ningún secreto las ganas que le traía su viejo familiar a la rubia, pero no sabía que
ya se habían acostado.

---Necesito tu ayuda.-El viejo volteaba para todos lados buscando que no fuese a llegar Gaby
y lo viera antes de tiempo.

-¿Para qué?

-No te hagas la pendeja María. La quiero meter en mi cama -le dijo el viejo bastante molesto.
Tener a aquella Diosa tan cerca y a la vez tan lejos, era algo que no toleraba.

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María se encogió de hombros ante el grito de su tío. Era un estúpido si creía que le
entregaría a su amiga.

-Nooo, lo siento, pero no.—María se notaba asustada, pero a la vez firme en su decisión.

No solía pensar mucho en ese tipo de cosas, pero para el viejo María era su sobrina favorita.
No le gustaba hablarle de esa manera, pero debía intimidarla, debía jugar chueco.

-Mira, sobrinita, te lo pongo de esta manera. O me ayudas o le quito el trabajo a tu


noviecito-el viejo la miraba con actitud dominante.

- Qué?!-María no creía lo que acababa de oír. La madre de Francisco aún estaba en el


hospital, y si lo despedía estaba segura de que su novio no podría encontrar otro trabajo para
pagar los gastos médicos. Miró fijamente a su tío y vio en su rostro la determinación de
alguien que está dispuesto a cumplir su amenaza.

-¿En verdad sería capaz de matar a alguien por...? -Ni siquiera pudo terminar la frase. Se
sentía asqueada y sintió miedo, miedo de lo que los hombres eran capaces de hacer por una
mujer.

-Será mejor no averiguarlo, pero solo si me ayudas.

Debía elegir entre prácticamente matar a una persona o entregar a una mujer que ella aun
consideraba fiel, y no cualquier mujer, sino una amiga. Era una decisión difícil, pero para su
fortuna su mente se iluminó al recordar la conversación que tuvo con Gaby al llegar: su
marido estaba en ese momento engañándola con otra. Ella era partidaria del ojo por ojo, así
que decidió hacer lo que su tío le proponía, pero aún se sentía mal.

-Está bien, tío, ¿qué quiere que haga?-A pesar de las excusas que se daba María aún sentía
que la traicionaba, pero no tenía de otra.

Con semejante respuesta por parte de su sobrina, al feroz y hambriento mecánico se le


dibujo una aborrecida sonrisa en su tosco rostro. El viejo ya estaba extremadamente caliente
y hasta mataría para volver a encamarse con su casada.

-¿Sabes si es buena para beber? -le preguntó el viejo en forma desesperada. El pobre ni se
imaginaba que quizá no iba a ser tan necesario emborrachar a su casada para obtener de
ella, esa misma noche, lo que tanto él deseaba.

FIN CAPÍTULO 2.

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CAPÍTULO 3
Gabriela llevaba con un sujeto alrededor de 15 minutos. Sin darse cuenta ya había tomado
algunas cervezas. No se podía decir que estuviese ebria, pero contribuía a que se sintiera
más relajada, más divertida, e incluso más atrevida. Aquel tipo por momentos, como no
queriendo, posaba una de sus manos muy cerca del trasero de la joven casada. Ella podía
sentir que esto no era accidental, aun así, no lo detenía. Por una parte, porque así se
bailaba, y por otra, porque ese hombre era un buen bailarín y se estaba divirtiendo.

Veía como su amiga María-quien se supone debía estar cuidándola -se besaba
apasionadamente con un tipo que no era su novio, aunque esto era claramente debido a la
cantidad exagerada de alcohol que había ingerido. Parecía una muchacha tan frágil, tanto
que no imaginó lo buena que era para beber.

-Lo siento, ricura, me tengo que ir. Mi esposa me espera -dijo el hombre separándose.
Cuando ya estuvo separado de tan fabulosa mujer discretamente sacó una tarjeta de su
bolsillo y, volteando a ambos lados para estar seguro de que nadie lo viera, se la dio a
Gaby—. Llámame cuando estés aburrida.

El hombre comenzó a caminar. Una vez se hubo perdido entre la poca gente que quedaba en
la fiesta, Gaby rompió la tarjeta y la arrojó a la basura. Ese hombre era buen bailarín, pero
era horrible. Jamás en su vida lo llamaría. De la fiesta lentamente la gente comenzaba a
retirarse, ya quedaban pocas personas. La rubia se sentía un poco mareada, había perdido
la noción del tiempo.

Su amiga, en el rincón contrario a donde se encontraba Gaby, se besaba con el mismo tipo
de hace un rato, lo había conocido esa misma noche. Gabriela no lo podía creer. Se veía tan
modosita, y tan seria que ahora que la veía allí, agasajándose con un sujeto cualquiera no se
la creía. Estaba preocupada. Preocupada de que sus padres la vieran y la reprendieran. Era
una escena bastante caliente para estar ocurriendo en un entorno familiar, aunque fuese una
fiesta. Tenía que detener eso. Estaba segura de que en unos minutos más su amiga
aceptaría ir a algún otro lado con aquel hombre.

-Amiga, se suponía que tú debías cuidarme-pensaba la rubia sonriendo. Estando en eso no


se dio cuenta de que la figura de un hombre se sentó junto a ella.

-Hola, ricura-le saludó don Cipriano quien, confiando en que tal vez el alcohol ya le hubiese
hecho efecto, se dio el valor y se encontró con la rubia.

Fue una sorpresa encontrarse con ese hombre. Aunque María ya le había dicho que estaba
en la fiesta. Al no verlo durante toda la noche pensó que quizás se había ido. Sin embargo, a
pesar de la sorpresa su sobresalto fue mínimo.

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En realidad, la rubia no tenía motivos para temerle. Además, con las cervezas ya ingeridas,
más su situación, como que todo comenzaba a verlo diferente.

-Hola -respondió a secas la rubia, intentando no dar importancia a aquel hombre. Cuando lo
saludó, no despegó la mirada de su amiga.

-¿Quién viera a mi sobrinita? Parece que se lo va a comer. -Don Cipriano apuntó hacia
donde estaban los dos besándose. Y era verdad. María lamía con desesperación la boca de
aquel individuo. Gabriela pensó lo mismo, y sin poder evitarlo soltó una ligera risa. El viejo lo
tomó como una aprobación para que el siguiera acompañándola.

-¿Cerveza?-El entusiasmado mecánico estiró su mano ofreciéndole una botella.

La mareada rubia, de reojo, puso atención que aparte de la botella que le ofrecían, don
Cipriano en la otra mano mantenía otra botella para él. O sea, aquel encuentro no era
fortuito, pensaba para sus adentros. Se dijo para sí misma que el viejo ese, con toda
seguridad, la había estado mirando quizás desde hace cuánto rato hasta decidirse a ir a
hablarle llevando cervezas para ambos. Extrañamente ese detalle como que le gustó, y sin
decir palabra alguna recibió la cerveza y comenzó a beber.

- Te ves más buena que la última vez que te cogí-se aventuró a decir el viejo al oído de la
rubia, valiéndole un sorbete que su esposa estuviese por allí. De hecho, la señora Ernestina
no perdía detalle de cómo su marido le hablaba al oído a aquella mujer con aspecto de puta.

-¿En serio?-preguntó coquetamente Gaby. Después de lo ocurrido ese día con su esposo se
sentía con derecho a jugar, a dejarse llevar un poco. O quizás hablaba por ella el alcohol ya
ingerido.

La habilidosa mano de don Cipriano se posó en la rodilla de la chica, tomando valor gracias a
que ella no mostraba sentirse incómoda en su compañía, a pesar de la conversación
telefónica que habían tenido días atrás. La mesa en que se encontraban estaba pegada a la
pared y, al tener manteles largos, nadie podría ver lo que le hacía.

-Ya va a empezar usted de mano larga, jijiji-rió nerviosa la rubia a la vez que en forma
delicada le retiraba la mano de su pierna. El simple contacto con esa tosca mano había
hecho que su piel se pusiera de gallina, recordando la noche que pasaron juntos. Además,
después de todo, ellos ya habían intimado. ¿Qué más daba una simple tocada en sus
piernas? Se decía.

-Es que no puedo evitarlo. Eres una diosa. Daría todo mi dinero por cogerte otra vez.
-Nuevamente la mano de Cipriano se posó en la rodilla de la chica. Solo que esta vez la
masajeaba fuertemente, sintiéndola.

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El viejo tenía cara de excitado. En esos pocos segundos entre cerró sus ojos
involuntariamente producto de la lujuriosa tensión que estaba viviendo. Luego, poco a poco,
fue subiendo su mano al inicio de aquel suave muslo, evitando así que ella se la pudiera
retirar. Cosa que esta vez la rubia no pensó hacer. Sin saber el estado en que se encontraba
el vejete decidió que lo dejaría un rato.

-¡Ay, sí! ¡A ver! ¡Démelo todo! -dijo Gaby, incrédulamente, refiriéndose a eso de que aquel
hombre estaba dispuesto a regalarle todo su dinero.

- Por supuesto. Vámonos a un lado oscuro y te la dejo ir todita-dijo don Cipriano en doble
sentido. A lo que la casada no pudo más que reír. Le sorprendía el ingenio que manejaba el
viejo para hablarle ese tipo de cosas.

-Es usted un pelado-le contestó Gaby intentando reprender al viejo. Sus cejas estaban
inclinadas hacia abajo en señal de enojo, pero su sonrisa no le permitió sonar ni verse
intimidante.

Cada vez más confiado, don Cipriano subía un poco más la mano. Ahora abiertamente
masajeaba su muslo. Sentía su tersa piel, y lo fuerte que tenía la pierna debido al ejercicio.
La chica ahora sí intentaba retirarla, pero sus esfuerzos eran en vano. Quizá debió
levantarse, pero no quería hacer un escándalo. O a lo mejor, era que de verdad se la estaba
pasando bien. De cualquier forma, seguía allí, coqueteando con el mismo hombre que la tuvo
ensartada semanas atrás en un motel de mala muerte.

- ¿Dónde está tu marido?-preguntó el viejo Cipriano, quien ya sabía la respuesta. María le


contó lo que sucedió con Cesar. El viejo tenía planeado usarlo a su favor. Este sabía de lo
que era capaz de hacer una mujer despechada.

-Probablemente teniendo relaciones con mi ex mejor amiga. -Al parecer, el alcohol también
estaba haciendo que Gaby se sincerara. Ese dato era bastante íntimo y lo contó demasiado
a la ligera. La rubia después de su respuesta le dio otro trago a la botella sin inmutarse.

-¡Que pendejo! ¡Teniendo a semejante viejota! ¡Eres una tremenda hembra, mi reina! ¡De
verdad que no entiendo a ese idiota!-Las últimas palabras del mecánico si eran sinceras. Aun
así, su mirada reflejaba lujuria. Una intensa lujuria que inundaba su ser.

Por otro lado, el morbo ya recorría el sensual cuerpo de la casada. Era bastante evidente su
nerviosismo por el solo hecho de que la mano del viejo, que se la había cogido ya en una
ocasión, cada vez subía más. Y ella con sus dos temblorosas manitas intentaba débilmente
detenerlo cuidando de que nadie notara lo que estaba sucediendo bajo el mantel. Es que las
últimas palabras que usó el mecánico al referirse a la situación de ella y de su esposo le
habían gustado mucho. Era como si la estuviese defendiendo. Claramente don Cipriano
estaba de su parte.

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En tanto, el nerviosismo de Gabriela rápidamente se iba transformando en excitación sin ella
darse cuenta. En ese momento la mano del vejete ya jugaba con los bordes de su pequeña
ropa interior y ella lo dejaba. Claro que la rubia aún se mantenía con sus manos puestas
sobre las de él, simulando que lo desaprobaba. Nuestra casada pensaba que solo era
cuestión de tiempo para que el viejo avanzara hacia el centro de su intimidad, y no intentó
detenerlo. Por el contrario, abrió un poco sus piernas para facilitarle la llegada.

-Así me gusta, pendeja-dijo el viejo al notar como su rubia, después de haberse hecho la
difícil, otra vez le daba muestras de querer dejar de oponer resistencia.

-Mmm-fue el ligero sonido que Gaby dejó escapar de entre sus labios, al momento de sentir
los callosos dedos del viejo que jugaban en su vagina, dibujándole su rayita por encima de la
tela.

La verdad era que Gaby no podía resistirse. La escena le parecía de lo más ardiente. Por
momentos abría sus ojos solo para ver como su amiga cada vez estaba más cariñosa con
aquel sujeto, y esos dedos que la estaban volviendo loca, en esa fiesta, aún con gente.
¿Dónde estaba esa Gaby que jamás permitiría que alguien que no fuera su marido la tocara
en su intimidad, y menos en un lugar público? Probablemente se fue cuando descubrió que
su marido y mejor amiga la engañaban.

Por otro lado, y sintiendo que otra vez la tenía en sus manos, el viejo le propuso que se
fueran: -Vámonos a otro lugar, a charlar -dijo Cipriano, intentando convencerla, a lo que Gaby
no respondió. Se lo estaba pasando bien allí.

El viejo no cesaba en los jugueteos con la vagina de Gabriela. Ahora se la sobaba


rápidamente dentro de lo que podía para que nadie se diera cuenta. Deseaba calentarla aún
más, y que ya no se resistiera.

En eso una rasposa voz femenina los sacó del trance en el que estaban.

-Cipriano, ¿qué estás haciendo?-preguntó la vieja Ernestina, quien se encontraba al otro lado
de la mesa. La señora claramente estaba enojada. Desde su ubicación no era capaz de ver
que su marido prácticamente estaba masturbando a la rubia. Sin embargo, se percató que
estaban muy juntos.

Inmediatamente el viejo detuvo su labor y retiró su mano de la intimidad de Gaby. Ella se


dividía entre el alivio de que ya no la tocara y la frustración de querer seguir experimentando
esas sensaciones.

-Vieja, ¿cómo estás? Mira, ella es Gabriela. Es la antigua edecán del "Pie grande" y me pasé
a saludarla.-La casada automáticamente se preguntó:quién se hubiese imaginado que ese

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viejo tan ordinario, tan macho, y a veces tan varonil, sería un manduqueado de primera?
Pues veía lo nervioso que estaba.

La rubia, aún con su respiración agitada, observaba a aquella vieja fea. Recordó lo mal que
la trató sin siquiera conocerla. Vio el tremendo parecido con su suegrita y entonces le
vinieron a la mente las palabras que le dijo momentos antes "me voy a coger a tu marido".

¿Sería tan malo volver esas palabras realidad? Gabriela se preguntó lo anterior pensando en
César. Cuando volviera a verlo quería poder decirle a la cara: -¡Si tú me engañaste en
nuestro aniversario yo también! - Por otro lado, pensaba también en esa vieja. Quería darle
una lección. Y lo más importante, pensaba en ella misma. Esa vez, cuando se acostó y probó
a ese hombre, le encantó hacer el amor con él. Y ahora sí que tenía una buena excusa para
repetir. Iba a aprovecharla.

En tanto, y mientras la rubia se confundía cada vez más producto de los hechos y de las
cervezas, la conversación entre el matrimonio continuaba:

-Aja, si claro-decía incrédula la señora. Vámonos para la casa inmediatamente. ¡Ya es


tarde!-le ordenó tajantemente.

Don Cipriano se preguntó qué era lo que debía hacer. Por un lado, no quería desobedecer a
su esposa. Ella era la verdadera dueña del taller, y sabía que era capaz de divorciarse si algo
no le parecía. En ese caso se quedaría en la calle. Pero por el otro, veía a la espectacular
rubia allí sentada junto a él. Tenía tantas ganas de cogérsela de nuevo. En ese momento un
pequeño incentivo le ayudó a decidir. La delicada mano de la rubia se ubicó en la pierna del
viejo y comenzó a darle ligeros masajes, como dándole a entender que no se fuera porque lo
mejor vendría pronto.

El viejo, incrédulo ante esto, volteó a verla, mientras ella le regresaba la mirada con una
sonrisa pícara, coqueta y provocativa.

-¡No! Tengo unos asuntos pendientes con esta joven-respondió secamente Cipriano,
disfrutando de las caricias.

-Mira, pendejo. Vámonos al tiro, o ya sabes de lo que soy capaz-le amenazó la vieja,
imaginando a qué se refería con lo de "asuntos pendientes".

-¡No me jodas, estúpida! ¡Vete para la casa sola! ¡O serás tú quien si se va a enterar de lo
que yo soy capaz! -Esta era la primera vez en toda su vida que Cipriano amenazaba a su
mujer. Ella se asustó. El hombre fue tan convincente que a ella solo le quedó bajar la cabeza
y obedecer.

La señora Ernestina no quiso armar un escándalo delante de la familia y amigos. Se sentía


humillada. Odió que su marido le hablara así. Pero lo que más detestó fue ver la cara de esa

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mujer rubia quien esbozaba una sonrisa burlona como diciéndole: "Te dije que me voy a
acostar con tu marido". Sin más se retiró de allí, mientras a sus espaldas escuchaba las risas
de ambos.

Apenas el viejo perdió de vista a su mujer volvió al ataque de esa escultural casada.

-Ya no aguanto las ganas. Vámonos de aquí-le susurró el viejo al oído de Gabriela.

-¿Para qué? ¿De qué cosa no se aguanta las ganas? Jijijiji -reía la casada, aún masajeando
la pierna del viejo.

-De charlar contigo, claro.

- ¿Y de que hablaríamos?-le preguntó Gaby, con ese acento que a veces usaba de niña
ingenua.

-Pues no sé. Quizás de lo bien que cogimos la otra vez. O, no sé, pero qué tal si lo
averiguamos cuando estemos solos, putita. Tú ya debes saber que lo que menos quiero
contigo en estos momentos es platicar. Solo quiero volver a estar ensartado en medio de tus
piernas abiertas. -Al ardiente vejete no se le terminaba el repertorio, y a la rubia le calentaba
escuchar ese tipo de insultos. De esto el mecánico ya se había dado cuenta y pensaba
aprovecharlo.

Gabriela por un momento se quedó pensativa, mientras se preguntaba si en verdad estaba


dispuesta a volver a acostarse con ese viejo horrible. De un segundo a otro resolvió:

-Ehmmm... ¡Está bien! Pero solo vamos a hablar. -Decir eso reconfortaba a la inquieta
casada. Aunque en el fondo ambos sabían que esas palabras solo eran patrañas, y que de
cualquier forma había muchas posibilidades de que esa noche terminarían acostados.

Cipriano no creía lo sencillo que fue convencerla. Pensó que sería más difícil. Por lo mismo
agradeció enormemente que el pendejo de su marido la engañara, eso le había facilitado las
cosas.

Gabriela se levantó de su asiento y, tomando de la mano al viejo, lo incitó a que la siguiera.


Cipriano lo hizo sin protestar, a la vez que tenía su mirada clavada en el espectacular par de
nalgas que tenía frente a él. No pudo evitarlo y con la mano que tenía libre le propinó una
gran nalgada, que resonó en todo el lugar. Para que quienes lo vieran salir con ese pedazo
de hembra supieran que de alguna forma ella le pertenecía.

Los pocos asistentes que aún quedaban lo vieron, estupefactos, creyendo que la rubia
reaccionaría agresivamente ante la sonora caricia. Sin embargo, su sorpresa fue mayor
cuando ella simplemente rio de una manera muy sensual y siguió caminando.

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De repente, al percatarse que María aún se seguía agasajando con el mismo tipo, le pidió a
don Cipriano si podía meterla al interior de la casa para que durmiera. María estaba muy
ebria y era su amiga. No quería que alguien se aprovechara de ella. No quería que engañara
a su pobre novio, que a pesar de que no le agradaba mucho por lo que le hizo, sabía que
María se sentiría mal por serle infiel por una estúpida borrachera.

En ese momento el viejo haría cualquier cosa que la rubia le pidiese. Así que fue, y se la
arrebató a aquel sujeto, no sin que este se molestara. Después de meterla en la casa salió,
se reencontró con su casada y ahora sí salieron por la puerta trasera.

Quince minutos más tarde el viejo Cipriano ya abría la puerta de su oficina, en el taller. Había
logrado convencer a Gaby que fueran allí. Era la primera vez que la rubia entraba en esa
oficina. Durante el tiempo que trabajó allí nunca lo hizo. El viejo prendió la luz interior que era
débil y amarillenta, y por primera vez Gaby se dio cuenta del horrible lugar que era.

Era demasiado extraño que en una oficina no hubiese un escritorio. Mas que una oficina eso
era como una bodega para guardar cachureos y todo tipo de artefactos en desuso. De pronto
cayó en cuenta que en un costado de las paredes había una cama. La rubia, sorprendida,
observó que las paredes de aquella extraña oficina con cama estaban totalmente cubiertas
con muchos posters de mujeres completamente desnudas y abiertas de piernas mostrándolo
todo.

- Ponte cómoda, nalgona-dijo el viejo, separándose de la chica para ir a una esquina donde
estaba un pequeño refrigerador. Lo abrió e inspeccionó.

La rubia, al no ver alguna silla, procedió a sentarse en la angosta cama, la cual rechino
grotescamente debido a los gastados resortes del somier.

-Un lugar acogedor-dijo Gabriela mientras sus manitas alisaban su rubio cabello, una
costumbre que tenía cuando estaba nerviosa.

-A "cogedor" es la palabra -dijo el viejo riendo, a la vez que sacaba lo que parecía ser la
última cerveza, para después sentarse junto a la casada.

-Usted siempre con sus frases raras, señor -dijo coquetamente Gaby.

El viejo no respondió a eso. En su lugar cayó a la chica dándole a beber de su cerveza, ella
dio un gran trago.

-Aaah, creo que me quiere emborrachar don, jijiji. -Sus manos limpiaron las gotas que se
escurrieron de sus labios.

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-No, mamasita. Yo no quiero eso, lo que quiero es cogerte. -La excitación que sentía el viejo
estaba por los aires, y ese pequeño juego que se traían lo volvía loco. Mira lo que me
ocasionas. -El viejo posó su mirada en su pantalón, y la choca lo siguió.

Era verdad. Debajo de su pantalón de mezclilla se notaba el gran bulto. - ¿Yo ocasione
eso?-preguntó coquetamente Gaby, dándole una ligera palmada en la rodilla, y mirándolo
provocativamente.

-Claro que sí, con ese vestidito, la manera en que te mueves. De verdad que me sorprende
que tu maridito te deje salir así por la calle. -Nuevamente sus manos comenzaron a masajear
las piernas de Gaby.

Gabriela no quería que la conversación girara hacia Cesar. En ese instante era lo último que
deseaba, y lo último que quería. La rubia rápidamente se levantó de la sucia cama, y se
paseo por la habitación. En tanto, el viejo mecánico esperaba bebiendo su cerveza,
disfrutando del sensual meneo de caderas y del vibrante bamboleo de nalgas de la rubia.

-Lindas imágenes-dijo Gabriela refiriéndose a los posters de mujeres en la pared. En otras


ocasiones le parecerían vulgares, pero no ahora. Ahora tenía ganas de divertirse. Puso
especial atención en una imagen de una mujer que estaba totalmente desnuda y abierta de
piernas tendida en una mesa, mientras varios hombres parecían aplaudir alrededor de ella.

El viejo notó ese interés, por lo que muy seguro dijo:

-Es una toplera, de esas putas que menean el culo por dinero, jajaja!! Me parece que tú
también eres buena para eso. Te caería re bien ese tipo de trabajo, Jejeje.

- ¿Usted cree? -La rubia posó sus manos en su grande trasero. Se veía alegre, juguetona,
traviesa.

-¡Por supuesto! es más, ¿qué tal si bailas un poquito para mí, reina?

Por un momento Gaby no respondió. Mirando al vejete mordía su doblado dedo índice con su
boquita de rojos labios sensuales-lo cual la hacía verse tremendamente deseable-pensando
si hacer o no lo que le pedían.

-¡Ay no! ¿Cómo cree? Nunca he bailado así. Además, para eso se necesita música.-Gabriela
no estaba muy convencida. Una parte de ella se negaba, pensando que podía hacer el
ridículo. Pero la otra quería hacerlo, quería sentirse sexy, deseada, no importándole que la
viera don Cipriano.

-Por eso no te preocupes, maamaaasitaaa. -El viejo se levantó de la cama con


desesperación al notar que la rubia al parecer tenía pretensiones de bailarle. Luego se

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agachó a un borde del catre y de debajo sacó una vieja grabadora a cassette, bastante
gastada y sucia, pero aún funcionando para sus propósitos.

-¿Entonces qué, pendeja, te animas? —preguntó el viejo, sacando un billete de dos mil
pesos y mostrándoselo. Esto provocó una risa en Gaby.

-Está bien, don ¿Pero no le parece que me merezco más que dos mil pesos? —preguntó la
rubia con una sonrisa que invitaba directamente al pecado.

-Te mereces esto y más, putita! Pero primero debo ver el show, lijajajaja!! --- La estruendosa
risa del viejo resonó en todo el cuarto. Además, como nosotros dos ya nos hemos acostado
deberías de cobrarme más barato, ¿no crees?—le seguía diciendo a la vez que le mostraba
el arrugado billete.

La verdad era que a Gaby le valía un reverendo pepino el dinero. Lo que en realidad quería
era jugar, divertirse, pasársela bien sin recordar nada de lo vivido ese día, y hasta el
momento lo estaba logrando.

- ¿De verdad quiere que le baile solo por dos mil pesos?-A la rubia le morboseaba jugar a ser
la puta del vejete, ya que así ella lo sentía en aquel momento. Jamás en su vida había
pasado por su mente bailar por dinero, y menos por tan poco, tan barato. Pero era solo un
juego y le estaba calentando de sobre manera.

-¡Sí, mami! ¡Si bailas y te portas bien te daré más dinero! Jejejeje. -El viejo estaba que
enloquecía de calentura.

En ese momento comenzó a sonar la música reggaetón. Cipriano siempre la odio. Le parecía
estúpida y sin sentido. Pero en ese momento la agradeció, pues Gabriela lentamente
comenzó a menear sus caderas. El viejo entonces se acomodó en la orilla del colchón
disfrutando del espectáculo.

La sexy casada se movía como una profesional, por momentos sus movimientos eran
provocadoramente lentos, y por otros aceleraba el ritmo frenéticamente. Mientras que, sin
quererlo, su vestidito se le subía un poco dejando a la vista del viejo esa zona donde las
piernas continúan con las nalgas.

Gabriela giraba y giraba levantando sus brazos. Tocaba su cuerpo de manera muy sensual.
Ahora de verdad se sentía sexy, provocativa, deseada. Quería y deseaba que el viejo
también se calentara. Lo logró, pues se dio cuenta como don Cipriano frotó su miembro por
encima de su pantalón.

La casada caminó lentamente hacia él, se dio media vuelta y agachó la mitad de su cuerpo.
De esta manera sus impresionantes nalgas quedaron a escasos centímetros del rostro del
viejo. Con semejante tentación don Cipriano no se aguanto, y con sus dos manos tomó cada

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nalga de la joven esposa de otro, para después intentar besarlas como tanto lo ha deseado.
Lo hubiese logrado de no ser porque Gaby fue más rápida y se separó un metro de donde
este estaba sentado. La sonriente rubia le habló mientras que meneaba su dedo índice de
forma negativa:

-¡No, no, no! Recuerde que nada más se mira. No se toca.-Gabriela seguía sin perder el
ritmo.

Esto no le agradó mucho al mecánico, pero se la dejó pasar. La dejó llevar la situación por el
momento. A fin de cuentas, sabía que si estaba allí con él era porque ya había ganado. En
tanto Gabrielita cada vez se volvía más atrevida. Si hasta ya se agarraba sus pechos con
ambas manitas y se los masajeaba. Por instantes jalaba su vestido para arriba, para después
volver a bajarlo dejando su trasero a la total vista de don Cipriano.

El viejo estaba sulfurado con semejante cuerpazo moviéndose solo para él. No le importaba
haberla visto antes en total estado de desnudes y que ahora estuviese con ropa. Le era
imposible no maravillarse ante esa visión. Con su ansiosa mirada le miraba el trasero que, a
pesar de su tamaño, estaba completamente inmaculado, sin rastro alguno de imperfecciones.
Y no solo eso, también le tasaba sus tetas grandes y perfectas, que subían y bajaban al ritmo
del baile de su dueña.

La sonrisa de Gabriela no se hizo esperar. Sabía que ese hombre la deseaba con todo su
ser, y ella ya no puede ni quiere negarlo. Ella también lo desea. Por momentos su hermoso
cabello dorado le impide la visión, por lo que, muy sensualmente, se lo retira de sus ojos.
Nuevamente la rubia se acerca, coloca una de sus espectaculares piernas al lado de Don
Cipriano, quien no puede creer lo que está pasando y le da una buena sobada manual a tan
potente muslo. Lo hace con sus dos manazas. La suavidad que siente es enloquecedora. La
rubia sonríe y vuelve a separarse de él y continúa bailando, dándole la espalda y tocándose
sensualmente.

-¡Mucha ropa!¡¡Mucha ropa!!-gritaba el viejo otra vez, sin dejar de masajear su miembro por
sobre la tela de mezclilla.

La casada sabe que el viejo tiene razón. Ha llegado el momento de despojarse de su vestido.
Ese vestido que compró especialmente para tener una cena romántica con su marido.
Comienza a sacárselo, eso sí, muy despacio para que el viejo se caliente más. Y claro que lo
logró, ya que don Cipriano, al notar que el vestido ya había pasado de la cintura para arriba,
estiró sus dos manos y le encajó el arrugado billete de dos mil pesos entre el elástico de su
diminuta ropa interior y las suaves carnes de su cadera.

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Gabriela, a sabiendas que de alguna forma el vejete ya le había pagado lo pactado por aquel
erótico baile, estuvo a punto de quitarse el vestido. Sin embargo, cuando ya lo llevaba a la
altura de sus pechos la música dejó de sonar.

-Lo siento, don, pero ya le dije que sin música yo no bailo, jijiji. -Luego de decirle eso regresó
su vestido a su posición y se acercó un poco al viejo. El billete aún se mantenía atrapado en
su baja ropa interior.

El aguante de don Cipriano había llegado al límite. La tomó de la mano y forzándola la


acercó ubicándola frente a él. Poniendo más fuerza aún la obligó a que se sentara a
horcajadas sobre él. La rubia, sorprendida, de un momento a otro se vio con sus piernas
abiertas y sintiendo el miembro de ese hombre en su bajo vientre. Su vestido en forma
automática se le subió a la altura de su cintura. Ambos estaban con sus rostros a escasos
centímetros.

-¡Muy bien, pendeja! Si no quieres bailar ¿Entonces que quieres hacer?-Las manos del viejo
se habían metido por debajo de la tela del vestido y jugaban con la espalda de la chica. Le
encantaba la curva que ahí existía cuando las pasaba por sus caderas y bajaban a su
trasero.

—No lo sé. Usted me dijo que veníamos a hablar -dijo Gaby, fingiendo ingenuidad. Intentaba
que ahora fuera él quien tomara la iniciativa. Y así lo hizo el tosco mecánico. Tomándola por
sorpresa la atrajo hacia él, abrazándola con fuerzas, y luego la besó larga y duramente.

La sorprendida Gabriela sintió como la rasposa lengua del viejo buscaba los lugares más
profundos de su dulce boquita, que otra vez profanada, y los encontraba. La excitada hembra
no lo pensó dos veces y cerró sus ojos para abandonarse a aquel hombre. Sus lenguas se
mezclaron nuevamente, solo que esta vez lo hacían de manera más frenética. La rubia
distinguía el olor a alcohol que emanaba del viejo. O quizás aquella emanación era de su
boca, no lo sabía, pero ya no le desagradaba. Sus delicadas manos, que hasta ahora se
encontraban sobre sus muslos subieron y tomaron la cabeza de Cipriano con la sola
intención de hacer más efusivo aquel adultero beso con lengua. Luego de un rato es el
mismo don Cipriano quien tomó las manos de la chica y las llevó hacia su miembro,
obligándola a que se lo masajeé por encima del pantalón.

Gabriela, al sentir esa verga, se percata como su corazón se acelera al recordar lo que la
hizo gozar ese hombre con semejante aparato la vez en que se habían acostado. Y, sobre
todo, por lo que la harían gozar en unos momentos más.

En aquel cuarto ya casi se respiraba sexo. La rubia estaba en llamas y una vez que se cansó
de sobar y sentir aquel temible instrumento masculino se desprendió y fue ella quien se

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abrazó al viejo, poniéndole más intensidad al besuqueo que se estaban mandando, y eso
que aún faltaba lo mejor.

Gabriela, de un momento a otro, se despegó de aquel salvaje beso, necesitaba respirar. Sus
pechos subían y bajaban aplastándose con el ancho cuerpo del viejo.

Pero Don Cipriano aún no estaba satisfecho, por lo que otra vez la asaltó, besándola, incluso
en forma más apasionada y caliente. Esta vez lo hizo por el cuello de la hermosa casada. Por
momentos dejaba de hacer esto para darle pequeños mordiscos en la oreja.

-¿¡Tie...ne condones!?-preguntó Gaby, sin dejar de sentir con sus ojos cerrados como le
comían uno de sus oídos. Una de sus manitas en forma casi instintiva fue a masajear el
miembro del viejo en el momento de la pregunta. Ella ya quería acción.

-¡No!, ¡no necesitamos condones mamacita! ¡A mí me gusta así, al ras! -La rubia en ese
mismo momento dejó de masajearlo.

-¡O lo hacemos con preservativo o me voy!-La exclamación de la casada sonó tan


convincente que el viejo la pensó.

Gabriela, por su parte, a pesar de las ganas que tenía que la verga del viejo estuviera
nuevamente entre sus piernas, no quería que todo eso se le fuera de las manos. No quería
quedar embarazada de ese horrible hombre.

El viejo podría obligarla a tener relaciones sin condón, pues era más fuerte que ella. El muy
canalla dudaba que la rubia pudiera acusarlo de violación ya que mucha gente los había visto
muy cariñosos en la fiesta. Pero por otro lado quería tenerla por las buenas. Deseaba ver lo
que era capaz de hacer esa mujer casada ahora que la tenía completamente a su merced.

-Está bien, pero con una condición.

-¿Cuál?-Gabriela estaba expectante sintiendo como el viejo aún le acariciaba la espalda.

-¡Quiero que me la mames!

-icQué?!-preguntó Gaby. No por no haber entendido, sino que la petición la tomó por
sorpresa.

-Como lo oyes, mi reina, quiero que tu dulce boca de putita se coma mi pedazo de vergota,
jejeje.

La rubia no tuvo que pensarlo demasiado. A decir verdad, ella lo deseaba. Se reconoció a
ella misma que deseaba probar y chupar el grueso y largo miembro del viejo desde el mismo
momento en que se la vio por primera vez, y que mejor trato que este que le ofrecían.

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-Muy bien, recuéstese-ordenó Gaby, a la vez que se separaba del mecánico y tomaba
sensualmente su cabello con ambas manos. Lo hizo de la misma forma en que lo hacen las
mujeres antes de chupar una verga.

El viejo obedeció en forma inmediata. Pero no sin antes deshacerse de su camisa, de su


pantalón, y con dificultad de sus botas, quedando de esta forma semidesnudo. Ahora estaba
vestido solo con un bóxer verde.

La infiel casada veía con un poco de asco al hombre. Este ya estaba recostado boca arriba
con su gran panza sobresaliendo, la cual se veía llena de pelos plomizos. Don Cipriano no
era un hombre muy agraciado físicamente, pero lo que no tenía de belleza, lo compensaba
con su miembro, el cual Gabriela veía con total deseo. El enorme bulto que se formaba
debajo del bóxer estaba completamente a su disposición.

La pérdida rubia nuevamente estaba actuando en forma irresponsable. Sin pensar en su


familia, decidió que ya era hora de acostarse con el mecánico, tal como lo había pensado en
su momento al principio de esa noche. Alguna vez lo pensaría, pero nunca sabría cuál fue el
minuto exacto en que decidió meterse una verga ajena en la boca, para volverle a ser infiel a
su marido.

Como una auténtica gata buscando a su presa se deslizó por el pequeño catre en el que se
la iban a coger momentos más tarde. El destartalado camastro rechinaba por cada
movimiento que la hembra hacía. No tardó en llevar su bello rostro a pocos centímetros de la
virilidad de Don Cipriano.

Sus manos cogieron los extremos del bóxer y, aún algo indecisa, lo bajó; claro que con la
ayuda del viejo, quien levantó sus velludas piernas para cooperarle. Fue entonces el
momento en que, nuevamente frente a ella, se mostró totalmente erguido y fuerte aquel
varonil miembro masculino, lleno de esas hinchadas venas que a cualquier persona le
parecerían a punto de explotar, pero que a ella le fascinaban.

A escasos centímetros la rubia percibía el fuerte aroma a macho que esa barra de carne
emanaba, lo cual le provocó un poco de reticencia, pero no lo suficiente como para retirarse.
Su experiencia en esos trabajos manuales era muy poca. Alguna que otra vez lo había hecho
con César, pero no duraban mucho. Debido a esto, Gabriela no sentía mucha confianza de
hacerlo bien, por lo que se limitaba a masajearle las piernas muy cerca del pene.

-¡Vamos, mamacita! ¡¡Ya no me hagas esperar y chúpamela!!-bramaba don Cipriano.

-Espere un ratito.

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Sus dedos comenzaron a jugar con esos testículos que la chica sabía estaban llenos de
líquido impuro. De manera muy tímida los masajeaba, y les daba ligeras caricias. Mientras su
azulada mirada seguía sin apartarse de su verga.

Don Cipriano sentía una extraña mezcla de dolor y placer, pues las cuidadas uñas de la chica
por momentos lo arañaban, pero no le importaba. El caliente mecánico estaba dispuesto a
soportar eso y más.

En eso la tímida boquita de la casada comenzó a darle ligeras lamidas a la hinchada cabeza.
Esta le sabía salada. Sus dedos gradualmente iban cobrando velocidad y confianza ahora
masajeándole también las bolas, al mismo tiempo que ya introducía un poco de esa verga en
su cavidad oral.

Pero a Gabriela, quien se encontraba acurrucada en los pies de la cama, le costaba trabajo
chuparle el pene al mecánico. Una vez que se lo metía en la boca inmediatamente después
se lo sacaba. Le era muy difícil hacerlo. El viejo la tenía muy grande.

Pero don Cipriano no estaba para esas cosas. La rubia esa estaba siendo muy ceremoniosa
para simplemente mamar una verga. Así que la agarró violentamente de sus dorados
cabellos y la obligó a hacerlo. Primero le incrustó unos buenos centímetros; después unos
pocos más, dejándosela por momentos así, obligada por sus dos manazas. La cara de la
rubia temblaba por la presión en su cabeza y la verga en su boca. En esta posición le era
difícil respirar, y aún falta una cantidad considerable.

-¡Mamacita! ¡Usa más tu lengua!-le ordenaba entre alaridos don Cipriano, completamente
excitado.

Ella obedeció. Era capaz de percibir que esa herramienta, igual que su rostro, vibraba en su
cavidad bucal, por lo que avanzó un poco más. Pero aun así no se la podía meter entera.

- iArrrrrrgh!!! Arrrrrrgh!!! -se escuchaban los rugidos del enardecido viejo.

-¡Dios mío! ¡Cuánto faltará por meter!?-pensaba Gabriela, desorientada, excitada y algo
temerosa.

-¡Vamos, pendeja! ¡Si ya te falta poco para que esté toda dentro! Ohhhhhh!!!

Pero Gaby no le hizo caso. Estaba totalmente convencida que ya no entraría más, por lo que
ponía resistencia ante la fuerza que el viejo ejercía sobre su cabeza intentando metérsela
toda. Pero sus esfuerzos no dieron frutos, ya que en un momento las piernas del viejo
rodearon su cabeza y aplicando mucha fuerza ahora si la hicieron entrar un poco más.

- Mmmmfffffffffffffffff!!! -Fue lo único que se escuchó de la voz de la suculenta casada. Sus


manos estaban fuertemente apoyadas y empuñadas sobre el colchón. Estas trataban de
oponer resistencia ante la violenta acción del viejo. Por un momento permaneció inmóvil,
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intentando adaptarse al grueso palo que la penetraba oralmente, intentando también
adaptarse para poder respirar.

El viejo se sentía genial. Estar allí, con su enorme verga cubierta y apretada por la dulce
boquita de la sensual rubia le era una sensación inigualable. La presión ejercida por sus
piernas disminuyó. Con esto intentó que por fin la casada comenzará a moverse. Desde su
posición podía ver como Gabriela abría enormemente su boquita. Se veía tremendamente
caliente y sensual, digna de ser inmortalizada en un cuadro del mejor pintor.

Por su parte, la rubia pensaba que gracias a dios ya sentía que la presión sobre su cabeza
disminuía, y, en estas condiciones, sus labios comenzaron con el mete y saca que el viejo
tanto deseaba. Ahora sus preciosos ojos azules se clavaron en el feo rostro del viejo, el cual,
con cara de gozo, miraba al techo completamente satisfecho, resoplando como bestia con
toda su bocota abierta. En ese momento sus piernas la liberaron completamente, cayendo
estas en la cama.

El cuerpo de Gaby siente sensaciones nunca experimentadas. Por primera vez está excitada
por estar dando una mamada. Las veces que lo hacía con César, su esposo, era más bien
por compromiso, por querer que él se sintiera bien. Pero en ese momento en verdad era
diferente. Lo estaba disfrutando todo, y esto era porque deseaba esa verga para ella sola, y
así lo demostraba la expresión de su cara mientras se la mamaba rítmicamente. Como se
dijo antes, ella había deseado chupársela desde el día que se la vio por primera vez al
interior del motel.

Por momentos la casada necesitaba respirar y se la sacaba completamente. En esos


momentos eran sus manos las que lo masturbaban. Pasaban de esos bolsudos testículos
llenos de semen para casi en el acto pasar por el robusto y grueso tronco, para seguir hasta
casi llegar al glande, y así después volver a bajarlas y subirlas rápidamente, frotando
aceleradamente el miembro. Lo estaba masturbando muy rico.

- ¿Le gusta como lo hago, señor?-le preguntó, hincada en la cama masturbándolo


rápidamente con sus dos manos.

El viejo no estaba para responder nada, pero siguió jadeando muy excitado.

-¡Lo voy a tomar como un sí! Jijijiji. -rio, coqueta y sensual, tan excitada como el mismo
vejete, e incluso tal vez más que él. Luego de eso volvió a inclinar su cuerpo para comenzar
a chupársela con más ganas todavía.

Así continuaron por varios minutos más. Ambos cada vez estaban más calientes. Gabriela
estaba sorprendida por el aguante del viejo. A pesar de no querer pensar en su marido, era
imposible no caer en la comparación. Si estuviese haciendo eso con Cesar hacía mucho rato
que ya hubiera terminado.

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En tanto, don Cipriano sentía que en cualquier momento iba a derramar todo su ardiente
semen en esa boquita de ensueño. Aunque le sonaba realmente tentadora aquella idea, no
quería hacerlo. El deseaba penetrarla. Meterle el pico firmemente por el choro tan adentro
como a ella le correspondía, y no estaba seguro de que si se corriera una vez podría volver a
parársele la verga. Así que, ya no aguantándose más, con sus dos manazas la jaló de sus
cabellos haciéndole daño, y obligándola a retirarse de su tranca.

-Espérate, putinga, ya déjala, me vas a dejar seco-le dijo el viejo, con su respiración muy
agitada. Su rostro estaba rojo.

Gabriela también estaba agitada, y ni le importaba que el viejo ese la tratara tan bruscamente
y la tildara de puta para referirse a ella. De su boquita colgaban, deliciosamente, pequeños
hilillos de saliva mezclados con semen que el viejo no pudo evitar que le salieran
directamente de sus testículos.

A la rubia le resultaba difícil creer todo lo que estaba pasando. Semanas atrás no se hubiese
planteado estar allí nuevamente con el hombre que prácticamente arruinó su vida.
Increíblemente estaba disfrutando de darle una mamada. Una mamada que con su esposo
no disfrutaba.

Subiendo más por el colchón y apoyando su espalda en el respaldo, el viejo se dio a decirle
lo que ahora quería que hicieran:

-Ahora sí. Ven y ensartate tu solita.

La mirada de la rubia se posó en la virilidad del viejo. Se sorprendió al notar que a pesar de
lo que ya había pasado, seguía allí, estoica, orgullosa, y erecta.

-Espere, recuerde que sin condón no hay acción, Jijijiji -reía mientras se acomodaba de
rodillas en el colchón. En esa posición se dio a limpiar con su mano los hilillos de semen que
aún le escurrían por los labios. Estos los sentía deliciosamente salados. Luego tomó su
minivestido desde la parte de abajo, e hizo como que iba a quitárselo, pero no lo hizo. Con
esto pretendía darle a entender al mecánico que debía obedecer con lo del condón, o de lo
contrario no sería capaz de seguir jugando.

Don Cipriano intentó oponerse, negarse. Sabía que las sensaciones disminuían con el
preservativo, y que no sería lo mismo. Sin embargo, algo en esa mirada ojiazul le advertía
que debía hacerlo. Esa mirada le indicaba lo decidida que estaba la rubia a retirarse si no
cumplía su promesa. No le quedó de otra más que estirar su mano y, sin voltear a ver, sacó
del cajón cercano a la cama una pequeña caja de condones.

Tiempo atrás el mecánico agradecía a los dioses la existencia de los condones. Estos habían
evitado que tuviera cientos de hijos regados por doquier, o al menos hasta donde él sabía,
pues estaba consciente de que no eran cien por ciento efectivos. Pero en ese instante los
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maldecía, los odiaba. Hubiese dado cualquier cosa por que la rubia se retractara. -¿Sabes
qué papito? A la mierda con esas porquerías. Quiero sentir toda tu vergota-imaginaba el viejo
decir a Gaby. Lamentablemente no ocurrió así. No perdió el tiempo en pedir a la rubia que lo
ayudara. Estaba demasiado excitado como para perder más tiempo. Rápidamente se lo
puso.

Al ser testigo de esto, la despampanante rubia, lentamente, se deshizo de su vestido.


Mientras lo hacía, intentaba ser lo más sensual posible, y cuando por fin pudo sacárselo
simplemente lo arrojó hacia cualquier parte. La prenda fue a dar a una esquina. Aquel vestido
rojo que con tanta dedicación había ido a comprar para sorprender a su marido en su
aniversario de matrimonio terminó por caer encima de una caja de herramientas.

Que monumento de mujer era la casada así, semidesnuda. El brasier que usaba aquel día
hacía esfuerzos sobre naturales para mantener esas tetas dentro. Con esa diminuta tanga
algo empapada y aún adornada con el arrugado billete de dos mil pesos, que parecía estar
olvidado por ambos participantes. Todo eso coronado con esas deliciosas sandalias de taco
alto. Ahí estaba ella, y en esas condiciones, en esa horrible habitación, a los pies de un
hombre que solo en unos momentos se la cogería. La visión era morbosa, muy morbosa.

El viejo, levantándose un poco de su lugar, la jaló hacia él haciéndola gemir. La cama


rechinaba morbosamente cada vez que la pareja hacía cualquier tipo de movimiento. La
rubia no lo sabía, pero ese sonido de cama la excitaba aún más.

Don Cipriano otra vez buscó su boca consiguiéndolo con mucha facilidad. Sus callosas
manos ahora apretaban fuertemente los melones de Gaby,

-Ooooooh!!! - Fue el gemido que salió de entre los rojos labios femeninos ante el placentero
dolor que experimentaba la rubia con los apretones en sus pechos. Mientras se daba a sentir
esas rudas sobadas, ella acariciaba tierna y apasionadamente esa incipiente calva, sintiendo
en su estómago el miembro que moría por penetrarla. Todo esto sin separarse del
apasionado beso que se estaban dando.

-ii¡No mames, que buena estas!!! -le dijo el vejete, separándose de sus exquisitos labios.
Ambas bocas quedaron unidas por tres puentes colgantes, hechos de la mezcla de la saliva
de ambos.

La rubia apresuradamente llevó sus manitas a su espalda y destrabó el broche de su brasier


casi con desesperación, deshaciéndose de él y arrojándolo adonde fuera, quedando así con
sus tetas al aire. Deseaba de sobre manera sentir las grandes manos del viejo sobárselas sin
tela de por medio.

Ni tonto ni perezoso el viejo entendió el mensaje. Frente a él completamente desnudas


aparecieron nuevamente las tetas más grandes y suaves que había visto y sentido en su

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vida. Se sorprendió de cómo, incluso siendo tan grandes, no les afectaba la gravedad. Estas
brillaban y se mecían deliciosamente por cada movimiento que la casada hacía solo a
centímetros de su ardiente mirada. Como un verdadero poseso se las agarró para comenzar
a masajearlas rudamente.

Antes de casarse, su madre solía hacer burla sobre el exagerado tamaño de las mamas de
su hija, diciendo que su futuro nieto sería un afortunado. Seguramente estarían llenas de
abundante leche. En ese momento no escurría una sola gota de ese líquido, pero el viejo se
sentía el más afortunado del mundo cuando su áspera lengua las llenó con saliva,
sintiéndolas, y saboreando ese sabor un tanto extraño pues las gotitas de sudor le
resbalaban hasta los rosados pezones.

Aaaaaaah!!!--exclamó de calentura la rubia al tomar el miembro de Don Cipriano, colocarlo


en la entrada de su vagina y comenzar a penetrarse lentamente. Había hecho a un lado su
pequeña tanga, y sentía como esa portentosa herramienta masculina se abría paso entre su
húmeda intimidad, disfrutando con cada avance.

-¡Así, estúpida! ¡Métetela tu solita!-le decía el viejo sin dejar de mamarle esas tetas que le
encantaban, sin creer todo eso que le estaba ocurriendo.

Las caderas de Gaby comenzaron a moverse al sentirse bien penetrada. Primero muy
despacio, para después ir adquiriendo velocidad. Conforme su placer aumentaba, atraía
desenfrenadamente con sus manos al asqueroso viejo con tal de que este no dejara de
chuparle las tetas, como a un niño que no se ha terminado su biberón, y él lo hacía gustoso.

La rubia, estando ya totalmente encajada en la verga del asqueroso mecánico, hacía firmes
círculos con su vagina. Estos los combinaba con una rítmica serie de movimientos pélvicos
de avance y retroceso, para luego volver a los círculos. Prácticamente estaba intentando
exprimirle completamente la verga. Era impresionante el plock, plock que sonaba cuando sus
cuerpos chocaban. Pero algo no andaba bien, al menos eso pensaba la rubia. Por alguna
razón no estaba siendo tan satisfactorio como la última vez.

—¿¡Cómo se mata al gusano, pendeja!? ¿Cómo se mata al gusano!? -le decía el viejo sin
esperar respuesta, aludiendo a una canción que escuchó hace tiempo. Fue testigo de cómo
la rubia lo estaba cabalgando efusivamente, y vio en el elástico de su calzón corrido que aún
se mantenía agarrado el billete de dos mil pesos que él le había cancelado. Esto
extrañamente lo calentó hasta la estratosfera.

La casada se limitaba a seguir gimiendo y moviéndose. El viejo por su parte la nalgueaba


con rudeza, prácticamente vuelto loco, loco de excitación.

-No, no sea tan salvaje, señor-le pidió Gaby sin dejar ni un segundo de menearse. Tras esta
petición, al viejo, valiéndole madres, la nalgueó incluso más fuerte, haciéndole vibrar las

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carnes de las nalgas, dejando el rubio trasero marcado con varias huellas con forma de
mano de un color rojo intenso.

-Cállate, zorra!! ¡¡Aquí soy yo quien manda!! -En ese momento mordió ligeramente esos
pezones rosados. Con esto causó un dolor que la ardiente Gabriela no pudo contener.

Que rápido cambiaban los papeles. Hacía algunos momentos la casada sentía tener el
control absoluto de la situación. Estuvo segura de que si el viejo no la obedecía y no se ponía
el condón se podría ir sin ningún problema. Pero ahora no. Ahora era él quien podía hacer
con ella cualquier cosa que quisiera y de una manera desconcertante eso le agradaba más
todavía. -¿Que macho era don Cipriano!-se decía con los ojos cerrados, apoyándose con sus
manitas en el pecho de él y galopándolo con energías.

La esquelética cama ardía de deseos carnales. Ardía al ritmo de los gimoteos, de los jadeos,
de las palabras obscenas, del calor que sentían sus protagonistas. Los resortes parecían
querer ceder ante las embestidas de macho en celo del viejo, quien, luego de unos buenos
minutos de cabalgata femenina, había tomado a la casada y, colocándola en la típica
posición del misionero, seguía penetrándola como un desquiciado. Ella, desde su posición,
hacía esfuerzos tremendos por aguantar el peso, sufría con cada mete y saca, sintiendo
también que se le iba la respiración.

La rubia no estaba segura si todo eso valía la pena. A pesar de lo bien que estaba
sintiendo-mucho mejor que cualquier vez con César-, no se asemejaba en nada a la última
vez que estuvo con el viejo. Y eso de cierta forma la molestaba, y se preguntó ¿por qué? La
respuesta no le llegó inmediatamente, aunque fuera muy obvia: era el condón.

Los siguientes minutos continuaron de forma similar, con la diferencia de que la chica ahora
era como una muñeca de goma. Había dejado de moverse, de gemir, de disfrutar. Ahora era
el viejo quien en ese momento llevaba la batuta del acto sexual, penetrándola, embutiéndole
la verga sin miramiento alguno. Con esto impedía que ella pudiera pensar con claridad, con
la claridad que se necesita para levantarse, tomar sus cosas y retirarse, orgullosa como la
mujer casada que se supone que era.

-Ya acabé, don, có...rrase-le pidió en un momento la casada sin mucha convicción,
intentando terminar con aquello.

Era una estúpida si creía que el viejo terminaría así como así. Este estaba frente a la mejor
experiencia sexual de su vida, y aún tenía suficiente cuerda como para seguir por horas.
Cada vez que su verga se abría paso sobre esos labios vaginales se sentía en el cielo, pero
sabía que las sensaciones se multiplicarían a cien si se quitaba el condón

En eso una mejor idea atraviesa su mente. Como una pluma levanta a la sexy casada, quien
aún vestía su pequeña tanga con el billete adornando sus caderas y sus femeninos zapatos

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con taco, y rápidamente la recuesta boca abajo. El viejo como pudo estiró su mano para
tomar el bolso de la rubia correr el cierre de este y ponerlo al lado de su cara:

- Toma tu dinero y guardalo en tu bolso que, con lo que te voy a hacer ahora, te lo has
ganado con creces, ¡¡¡jajajaja!!!

Gabriela, más por salir del paso que por darle la razón al viejo, llevó una de sus manos hacia
su estilizada y brillante cadera deslizando el billete de dos mil pesos hasta sacarlo y
guardarlo dentro de su bolso, como si ese fuera su estipendio económico por todo lo que le
estaban haciendo. Su corazón se aceleró aún más, al pensar de lo barato que estaría
cobrando si todo aquello fuera real y no un juego entre ella y el ordinario mecánico.

-¡Ahora sí que sí, zorrita! ¡¡Prepárate que te voy a abrir el culo!! ii jajaja!!! - Don Cipriano se
reía sin imaginarse el horror que esas palabras le causaron a Gabriela. Ella, al escuchar y
entender lo que pretendían hacerle, trató de separarse, claro que sin éxito, pues el hombre
se subió encima de ella con su gran verga entre el canal que separaba sus nalgas.

-¡No!¡¡Por favor!! ¡¡¡Noooo!!!-suplicaba Gaby, intentando patalear con el mismo éxito de un


jugador de fútbol cuando acaban de sacarle tarjeta roja.

Solo dos cosas evitaban el inminente enculamiento de la casada. Una era la diminuta prenda
negra que aún llevaba puesta, y la otra la excitación que sentía el viejo teniéndola así,
rogándole que no lo hiciera.

El excitado don Cipriano tenía pensado apiadarse un poco de ella, pues sus dedos fueron
primero a su boca -la del viejo-y los humedeció para después empezar a lubricar un poco el
rosado ano.

-¡¡Aaaaah!! ¡¡Aaaaah!!!-gritó la rubia al sentir esos dedos intrusos, que ya jugueteaban en el


interior de su conducto anal.

Gabriela, en esos desesperantes momentos, era capaz de sentir lo húmedo de esos dedos.
Sentía miedo y dolor. Recordó nítidamente como no hace mucho tiempo tuvo el intento de
hacer sexo anal con su esposo. Lo mucho que le había dolido, tanto que empujó a Cesar
hasta que este se cayó de la cama. Pensó con verdadero horror que, si el tamaño del
miembro iba en relación directa con el dolor, ese viejo podría hasta matarla.

-¡Aléjese, señor! ¡¡No!! ¡¡¡Por favor!!!

- ¡Tienes un culazo espectacular, yegua!! ¡Así que ya no me jodas!! ¡De seguro el estúpido de
tu marido jamás te ha tocado aquí!! -En ese momento dos de sus dedos rozaron fuertemente
las paredes anales interiores de Gaby, a lo que nuevamente ella reaccionó con un grito de
dolor.

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Como excitaba al viejo tenerla a su completa merced, rogándole y temerosa. Pero en el
fondo sabía que también la tenía bien excitada. Don Cipriano estaba convencido de que
Gabriela había nacido para ser una puta en celo, y él se encargaría de despertarla. Por ahora
solo disfrutaba de la vista, y de las sensaciones. Pensaba, además, ¿cuántos hombres
podrían decir que se habían cogido a una mujer tan buenota como ella?, y no solo una vez,
sino dos veces.

-Aléjese de mí, viejo verde asqueroso-El mecánico recordó a todas esas mujeres que lo
habían rechazado, sintiéndose superiores a él. Llegó a la conclusión que ninguna de ellas le
llegaba ni a los talones a Gabriela, su Gabriela.

A pesar de su oposición, la rubia no podía negar que el mecánico era hábil. Este le hacía
sentir sensaciones que nunca pensó experimentar. Sin embargo, sabía que el ancho de dos
dedos no se comparaba con el de su miembro, ese descomunal falo que la había hecho
gemir como una enajenada. Pensaba que, si se lo llegaban a meter por detrás, con toda
seguridad la desgarrarían.

-¡Le..., le propongo algo, don! -dijo la rubia rápidamente, intentando no demostrar sus
gemidos.

El viejo ni siquiera respondió, por lo que Gaby continúo.

-Si... si no me lo mete por allí..., le dejo quitarse el ¡¡¡C... co... con... condónnnn!!! —La rubia
no pudo evitar gritar esta última palabra, la sensación era muy placentera.

El viejo como no creyendo lo que sus oídos escuchaban paró la faena enculadora en el acto.
Esto alegró un poco a Gaby, pues lo tomó como una señal de que el mecánico se lo estaba
pensando. Eso no duró mucho ya que el vejete casi a los dos segundos de frenar los intentos
de metidas anales bramó a los cuatro vientos:

-¡Trato hecho!-Entonces tomó el preservativo y lo jalo. Este salió con dificultad, bañado del
líquido de ambos, y lo arrojó en la cama, quedando tirado a un lado de la cara de Gaby,
quien aún estaba recostada boca abajo. Eso la hizo sentir un poco mal. Al ver ese condón
que habían usado con ella pensó que tal vez no debía estar allí. Que el hecho de que su
marido la engañara no era motivo para dejarse coger por tan asqueroso sujeto. Sin embargo,
sabía que ya no había vuelta atrás.

Ya mucho más tranquila, la casada esperaba que el vejete se quitara de ella, para
nuevamente poder acomodarse de tal forma que pudiesen tener un sexo más "normal". Pero
algo iba mal. Don Cipriano no se quitó y, un momento después de haberse quitado el
preservativ,o rápidamente se recostó otra vez sobre ella, quedando su pene a escasos
centímetros nuevamente de su ano.

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-¡¡¡Nooooooooo!!!-grito de dolor la casada cuando ese señor, no importándole el trato
realizado, fue y le metió una pequeña parte de su descomunal falo por el pequeño orificio
anal. No sin antes jalar un poco hacia un lado la tanga, la cual estaba tan estirada que una
vez terminado aquello ya no se usaría más.

El viejo tenía una cara de triunfo total. Estaba enculando a Gabriela, ¡y sin condón!
Manteniéndola bien agarrada de la parte delantera de sus caderas la sentía bien apretada,
como siempre se la imaginó. Además, experimentaba un extraño dolor. Le era difícil avanzar.
Esas paredes ofrecían dura resistencia. Pero sería por poco tiempo.

El sudor nublaba su visión en los momentos que se mantenía ensartado en el orificio


posterior de la casada, pero no le importaba. Con los ojos fuertemente cerrados sentía que
las sensaciones en su tiesa y gruesa verga eran mejores, ya que el esfínter que estaba
abriendo hacía una serie de contracciones desincronizadas. Escuchaba a la rubia gritar como
una loca, a la vez que recordaba los gritos de la primera vez que se la cogió; esos ni siquiera
se le acercaban a los de ahora.

- ¡¡¡Tranquilícese, señora Guillen, en un rato se acostumbrará y hasta aullará de placer!!!-le


dijo el viejo sarcásticamente. Este ya tenía la mitad de su herramienta clavada dentro de la
rubia. Pero pensó que ya no se podía más. Era todo lo que entraba. Tal vez solo era cuestión
de aflojarlo un poco.

Gabriela no podía creer lo doloroso que era eso. Alguna vez había escuchado que el peor
dolor era el de dar a luz. El que dijo eso debió ser hombre pues que se la metan por el ano
era mil veces peor pensaría Gaby días después de terminado aquello.

Fue entonces cuando el viejo comenzó a sacarla y a meterla. Lo hacía muy lentamente pues
no quería dañarse. Poco le importaba la integridad física de la casada. En ese momento ella
no era más que unas enormes nalgas que le proporcionarían un enorme placer.

- ¡¡¡Quítese!!! -volvió a gritar Gaby, entre alaridos de dolor, pero, al igual que antes, no tuvo
efecto.

Tres cosas iban en aumento. El doloroso mete y saca, cada vez más rápido. El pavor de la
enculada casada, ya totalmente ensartada. Y el placer del mecánico que había logrado meter
toda su vergota.

-¡Te voy a hacer adicta a esto, puta! ¡Si tienes cara de que te encanta que te la metan por el
culo!!-bramaba el viejo, totalmente fuera de sí, mientras, todo traspirado, no dejaba de meter
y sacar su verga del ahora ensangrentado ano.

Gabriela hacía esfuerzos sobre humanos para no desmayarse. Sus manos perfectamente
cuidadas estaban sujetas con todas sus fuerzas al colchón. Su boca, en un afán de aminorar

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el dolor, mordió un maltrecho cojín que las hacía de almohada.

La casada en esas condiciones se veía espectacular. Con su bella y natural melena rubia
cubriendo en su totalidad su rostro. Con sus enormes tetas aplastadas en una sábana casi
trasparente, y con sus enormes nalgas retumbando ante el peso del viejo. Su piel se
encontraba con unas bellas tonalidades rosáceas debido al esfuerzo hecho. En fin, se veía
hermosa. A diferencia de él. Su cara de enfermo, loco de placer, contrastaba enormemente
con el bonito rostro de Gaby. Ambos estaban llenos de sudor.

Pasaron unos largos momentos en que se la estuvieron enculando en la misma posición.


Hasta que el mañoso mecánico, sin retirar su verga, se separó de ella obligándola a seguirlo
para terminar poniéndola en cuatro patas. Con mucho cuidado la despojó de sus pequeños
zapatos con taco y correas. Luego de eso, procedió a arrancarle bruscamente la diminuta
tanga y tomarla de los brazos, jalándoselos, y sin dar tregua o descanso continuó
penetrándola. Ahora teniéndola completamente desnuda comenzó a hacerlo más fuerte y
más brutal que antes.

El horrible dolor que la rubia había experimentado hace un rato había disminuido
considerablemente. Ahora solo sentía una molestia menor, pero molestia, al fin y al cabo.

-¡¡Termine ya, por favor!! -le dijo Gabriela muy exhausta, rogando a Dios que el viejo se
apiadara de ella, pero eso no sucedió.

En esa posición, el viejo podía nalguearla las veces que quisiera. Lo hizo muchas veces. Se
la metió y se la sacó rápidamente. Por momentos la dejaba ir firmemente hacia adelante y la
mantenía apuntalada por tres o cuatro segundos, para luego de eso volver a la serie de
rápidos mete y saca. Se agarraba firmemente de su cuello sin dejar de empalarla. También la
tomaba brutalmente por los cabellos de su frente y la jalaba con fuerzas, dejándola mirando
hacia el techo. Cada vez que lo hacía siente que la está convirtiendo en su yegua. Esa
impresión le dio por la manera en que la está cabalgando, domando y mechoneando.

- ¡¡¡Muge para mí, yeguaaaa!!!-le ordenó don Cipriano sin saber que un mugido es un sonido
que hacen las vacas, y no las yeguas.

- ¡¡¡Muuuu!!! ¡¡¡Muuuuuuuu!!!-gritó la rubia, intentando con esto que el viejo terminara de


lastimarle su trasero, que la dejara de martirizar. Pero, sin darse cuenta, esto le agradó. Le
gustó sentirse meramente un animal, una bestia, hecha exclusivamente para su amo. Y si a
esto le sumamos que el dolor había desaparecido por completo, pues resulta que empezó a
asomarse lentamente el placer.

A don Cipriano no le importó que ella hubiera hecho como una vaca y no como una yegua.
Lo importante es que le obedeció, como debía de ser. A fin de cuentas, era suya. Hasta que
el viejo lo logró. Logró domar a la yegua

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- ¡¡¡Aaaaah!!! - Ya no son gritos lo que sale de la dulce boca de la casada. Ahora son
gemidos, y no de dolor, sino gemidos de auténtico placer. Placer que va en aumento.

- ¡¡¡Así es, chiquita!!! ¡¡¡Has demostrado ser una puta barataaa!!! ¡¡¡Si me acabas de dar el
culo por solo dos mil pesos!!! ¡¡¡Jajajaja!!! ¡¡¡Una vez que te vayas de aquí podrás comprarte
solo una Coca-Cola de tres litros!!! ¡¡¡Jajajaja!!!

A la rubia ni le importan las burlas del viejo mecánico. El placer anal le sabia muy rico por lo
que aflojó su cuerpo y se movió al mismo compás de la cogida anal. Pasaron los minutos y
los movimientos de ambos se volvieron sincronizados. El viejo se da cuenta de esto y solo se
dedica a disfrutar de su yegua. Lo hacen como si estuvieran en un baile de enamorados.
Como si se conocieran de toda la vida. Así al menos lo sintió ella en ese momento.

Don Cipriano, siendo un hombre abrutado hasta para coger, otra vez la tomó con una mano
de su sedoso cabello rubio y, con fuerzas desmedidas, la jaló hacia atrás, haciendo que la
rubia quedara enderezada a medias, con su espalda arqueada. Y le dijo al oído:

-¡Eres mía, nena! ¿¡Me oyes!? ¡¡Mía!! -Cuando terminó de decirle eso, le mandó un enérgico
empujón hacia adelante, para darle a entender con esa acción que él era su dueño. Y en
esas condiciones Gabriela así lo entendió, al sentir esa larga extensión de carne dura y
caliente llegarle a las entrañas.

Luego de eso, el vejete la mechones dolorosamente y arrojó su cabeza para adelante como
si ella fuese cualquier cosa, quedando la rubia a duras penas otra vez puesta en 4 patas y
recibiendo la verga del vejete por su trasero.

-No puede ser..., esto se siente muy, pero muy bien-pensaba Gaby un momento antes de
entregarse totalmente. En ese momento entendió porque las personas hacían ese tipo de
cosas asquerosas. La sensación era increíblemente rica.

-¡¡Así!! jijAsí!!! ii¡No pare!!! ii¡No pare!!! -gritaba Gaby fuera de sí. Sus jaleos de caderas en
retroceso eran los que se comían la robusta y larga herramienta de don Cipriano. Le
encantaba estársela devorando por su ano. Sus tetas se movían circularmente al ritmo de los
meneos, eso era hipnotizante. También se movían de atrás y hacia adelante. Ambas gomas
estaban perladas de gotas de sudor.

La vagina de la rubia segregaba muchos líquidos, más que nunca, e, ironicamente, se la


estaban metiendo por en medio de las nalgas.

El viejo Cipriano, sin salirse de ella, la levantó y se recostó en la cama boca arriba, quedando
de esta forma con Gabriela arriba y de espaldas hacia él. La hermosa rubia, algo
sorprendida, volteó la cara hacia la del tosco mecánico. El viejo también la miró con esa
sonrisa burlona, es como si estuviese diciéndole: -Estoy exhausto, pero quiero seguir

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cogiendo, te toca hacer el trabajo, pendeja. -Esa voz sonó tan clara en su cabeza que no le
quedó más que obedecerla.

Ahora era ella quien se penetraba el ano por sí sola. Le resultaba difícil, nunca lo había
hecho en esa posición y mucho menos por atrás. Don Cipriano con una mano la sostenía por
una de sus suaves nalgas y con la otra detenía su miembro para que la rubia se ensartara
con mayor facilidad.

-¿¡Te gusta que te culeé!? Te gusta!?-le preguntaba Don Cipriano moviendo su pelvis
aceleradamente hacia arriba.

- ¡¡¡Síííí!!! -gritó la señora de Guillen. Luego se agarró sus enormes tetas con ambas manitas
y comenzó a masajeárselas y apretárselas con desesperación. Al ella vérselas todos los días
no estaba consciente de lo grandotas que eran, pero para cualquier otro esa visión era
impactante.

- ¡¡¡Dios mío!!! ¡¡¡No paré!!! ¡¡¡Por favor, no pare!!!

El rostro de Gabriela, mientras gritaba, estaba irreconocible, era de una vulgaridad absoluta.
Sin poder evitarlo, hilillos de saliva le resbalan de la boca. Sus perdidos ojos azules se
clavaron en el techo. Su mente estaba en blanco, y parecía que no estuviera allí. Solo se
daba a disfrutar del placer anal que don Cipriano le otorgaba con su vergota.

Ahora Gabriela, por cada minuto que pasaba, se movía más rápido que antes. Más fuerte.
Más rico. Realmente lo estaba haciendo mejor. Se estaba volviendo realmente buena para
hacer el amor, aunque fuera de forma anal. Ese viejo la estaba instruyendo de maravilla.

-Es tan bueno..., se siente tan bien-Es en lo único que es capaz de pensar la hasta hace muy
poco pura casada. En ese momento no es más que un simple objeto sexual. Ni las putas
más baratas se comportaban como lo estaba haciendo ella.

El tiempo pasaba y pasaba. Ninguno de los dos sabía cuánto tiempo había pasado desde
que comenzaron a culear, y ni les importaba tampoco. Eran uno solo, unidos por el placer
que los bañaba, que los inunda, que los enamora.

El viejo sabía que estaba en sus límites. Gabriela sabía que estaba en sus límites, sus
líquidos se juntaban, escurren, se mezclan y se vuelven uno solo.

- ¡¡Eres mía, Gabrielita!! ¡¡Dilo en voz alta!!-le ordenó el viejo a grito limpio.

- ¡¡¡Sííííí!!! ¡¡¡Soy..., soy suyaaaaaaaaaa!!!-gritó Gabriela, sonando totalmente convencida.


Claro que en ese momento hubiese dicho cualquier cosa. Justo en ese momento tiene el
mejor orgasmo de su vida y, como si estuvieran sincronizados ella siente al viejo eyacular.
Este lo hace de manera abundante y, por primera vez en su vida, la rubia siente ese líquido

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viscoso llenar su ano, aunque no sería la última.

El viejo, por su parte, sintió los líquidos que emanaban de la vagina de la casada escurrir por
sus testículos. Estos líquidos femeninos le encantaban. El satisfecho viejo besó la acalorada
espalda de la rubia.

- ¡Que ricoooooo!-Fue el último pensamiento que tuvo la rubia antes de caer hacia un lado de
su hombre. Estaba completamente transpirada y exhausta, pero a la vez plena y feliz.

- ¿Cuándo volveremos a culear, señora?-le consultó el viejo Cipriano justo en el momento en


que la rubia, totalmente desnuda y por ahora sin ninguna gota de pudor, recogía sus prendas
para volver a vestirse. Obviamente sus calzones, al igual que la primera vez, quedaron
destrozados e inutilizables.

El mecánico también estaba desnudo y recostado en la cama, masajeándose su ya flácido


miembro, que aún goteaba pequeñas cantidades de semen, observándola con ese horrible
rostro de depravado.

A Gabriela no le gustaba la manera en que la llamaba, señora. Esto le hacía sentir como si
ella fuera la mala de la película, cuando la culpa de todo la tenía Cesar, por engañarla. Aun
así, estando todavía en estado de total encueramiento, le respondió:

- No se preocupe, yo le llamó. —Y era verdad. Ella tenía pensado llamarlo. Después de esa
noche no le quedaba duda que le encantaría regresar a acostarse con él. Incluso pensaba en
hacerlo por todo el tiempo en que su marido la estuviera engañando con su mejor amiga. Así
ella quedaba libre de culpa, le dictaba su subconsciente.

- Oye, culona, que tal si te voy a encaminar, ya casi son las dos y media de la madrugada. A
esta hora andan de esos pendejos que se paran en los semáforos en rojo para ver si pueden
asaltar los vehículos que se paran

La rubia, que ya estaba con su sexy vestido rojo puesto, lo miró sonriente. Si bien ella no
tenía miedo de irse sola a esas horas sabía que era verdad lo que decía el viejo. Eran
muchos los casos en los noticieros de asaltos de ese tipo. Pero más le agradaba que, a
pesar de ese aspecto vulgar y ordinario, el viejo siempre la sorprendía con detalles
halagadores.

- Ay no, si puedo irme solita. No vaya a ser que por ir a dejarme a usted luego le pase algo
malo. - le dijo cuando ya se daba a ordenar sus cabellos y mirar el aspecto de su cara en un
pequeño espejo que sacó de su bolso.

- No te preocupes por mí, pendeja, yo estoy acostumbrado a andar de noche. Nos vamos en
tu camioneta y después yo me tomó un taxi. Jejeje. -El viejo ya estaba casi vestido, ya que la
respuesta negativa de la rubia era más un-Sí, don Cipriano, vaya a dejarme" -que un-No don,
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no se preocupe. -su bella sonrisa así se lo había demostrado al mecánico.

Gabriela conducía en forma serena hacia su casa. A un lado de ella iba el viejo con el cual se
había acostado por propia voluntad. La maliciosa, pero rica idea de seguir acostándose con
él por el tiempo que durara lo de Cesar con Lidia se iba instaurando con fuerzas en su
mente. -Lo que es justo, es justo -pensaba en cada semáforo en rojo en que debía
detenerse, donde el mecánico con sus callosas manos se daba a sobarle esos torneados
muslos que solo hacía minutos habían estado completamente abiertos solo para él.

Cuando la camioneta ya llegaba a la esquina del edificio donde vivía la rubia, fue el viejo
quien le indicó dónde detenerse:

- Estaciona bajo esos árboles, pendeja.

La casada creyó saber porque el viejo le pedía que estacionara en ese lugar. A pesar de que
este se encontraba prácticamente ubicado solo a unos metros de la entrada principal del
edificio, la oscuridad reinante era casi total para quien observara desde cualquiera de los
departamentos. Lógicamente era para que él pudiera bajarse de su vehículo sin que nadie
del edificio lo viera, ya que, si eso ocurría, la gente rápidamente empezaría a inventar cosas.

- Ok, don, ya hemos llegado.

- Sí, ¿qué tal un besito de despedida, mi reina? ¿Ya te dije que besas riquísimo? -¡No!
¿Cómo se le ocurre? Si estamos prácticamente al frente de mi departamento, y al parecer
César ya está en casa, hay luz encendida en la sala principal.

- Solo un beso, mi Diosa, para irme tranquilito para mi casa, Jejeje.

- ¡Ay, no! una cosa es que lo hayamos hecho en su taller, pero ahora estamos donde yo vivo
con mi marido.

- Eso no te tiene por qué importar, rubia. Él también te engaña, ¿no?

El vejete ya se había reclinado hacia el cuerpo de la casada buscando su boca. Si bien


Gabriela ya no lo rechazaba tanto por lo bien que la había hecho sentir hace menos de una
hora, de igual forma le causaba pánico besarse con otro hombre casi al frente de su hogar,
por muy quebrantada que estuviera su relación en aquellos momentos.

- Don Cipriano-le dijo seriamente, de verdad que no puedo besarme aquí con Usted. Si
quiere otro día nos juntamos para conversar y...

- Solo un beso, putita-le interrumpió el caliente vejete, ándale. ¿Qué te cuesta? Si aquí en lo
oscuro nadie nos verá.

La rubia sabía que nadie los vería, ya que desde su ventana era imposible ver con claridad

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hacia el sector en donde estaban. Pero aun así estaba indecisa. Solo se daba a intentar
esquivar los avances que el viejo insistía para poder besarla. Fue en eso que sintió los dedos
del hombre deslizándose por su vagina, claro que por sobre su vestido.

La rubia sin más le abrió su boca y sus labios para besarse con él, más por intentar calmarlo
que por otra cosa. En el interior de la camioneta, a los pocos minutos don Cipriano ya no se
conformaba solamente con un simple besuqueo. Ahora la sobaba en forma enardecida. El
viejo de verdad quería aprovechar esos últimos minutos con aquella Diosa, aquella a la que
él había logrado hacer debutar por el ano aquella misma noche.

Por su parte, Gabriela solo deseaba que el viejo quedara satisfecho con sus besos para que
lo más pronto posible se bajara de su camioneta y se fuera. Y no porque así lo deseara, sino
por el horror que sentía al imaginar que algún conocido se acercara a su vehículo y la viera
en tan comprometedora instancia con aquel sujeto, siendo que todos ahí sabían que ella era
casada y que Cesar era su celoso marido.

Fue cuando la rubia abrió sus ojos para separarse y decirle que ya con eso bastaba. Pero
entre besos y sobadas sus ojos dieron con los iluminados ventanales de su departamento, en
donde claramente una figura masculina estaba de pie mirando hacia el exterior. Lógicamente
esa silueta era la de Cesar. Esa sola situación hizo que su corazón empezará a latir
fuertemente, como si de verdad ella viniera recién de correr los cien metros planos. Pero
recordó que, aquella misma tarde, ella lo había visto salir del departamento de Lidia, y se dijo
que también era justo que ella se besara con el viejo Cipriano justo al frente de su
departamento.

El mecánico también se percató de ello. Separándose por unos breves minutos y tras mirar
hacia los ventanales le dijo:

- Parece que te están esperando, ricura.

- Que siga esperando.-La respuesta de la rubia se debió a sus últimos pensamientos. - Él ya


tuvo lo suyo esta tarde. ¡Así que béseme, don!

Ahora el viejo prácticamente se la estaba devorando. La verdad era que ambos se estaban
devorando. El mecánico, mientras se la comía, no paraba de correrle mano por donde más
pudiera. El solo saberse estar corrompiendo a la casada casi en las mismas narices de su
esposo lo calentaron de sobre manera, y creía saber que su rubia también ya estaba
caliente. Rápidamente decidió que se la iba a culear en la misma camioneta de ella y al
frente de su hogar y de su familia.

Por otro lado, Gabriela seguía con lo suyo. Mientras los dedos de la mano del viejo ya
jugueteaban con su desnuda vagina, ella, entre gemidos y movimientos de acomodo en el
asiento del conductor, ya estaba reaccionando a los impulsos de las hormonas.

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Don Cipriano, jugándoselas todas, empezó a subir muy, pero muy lentamente su vestido rojo,
ya arrugado y mugriento. Cuando se lo tuvo subido hasta la altura de su ombligo, metió dos
dedos en su vagina con Gaby dejándose. Ambos miraban de reojo hacia los ventanales,
donde el hombre que ahí se veía a veces desaparecía para luego estar de pie en forma
estática.

Todos los nervios y músculos de la rubia ya empezaban a participar de aquel morboso ritual
de dura infidelidad en que estaba entregada. Su vestido estaba más arriba de su ombligo con
una de sus potentes piernas estiradas hacia el pedal del embrague, y con su otro muslo
abierto y flexionado hacia el asiento, en donde estaba el mecánico. Este abiertamente la
masturbaba. En tanto eso ocurría al interior de la camioneta de Gabriela, eran varios los
vehículos que pasaban por el lado de ellos, lo que excitaba a la casada. El hecho de saber
que alguien podía observarla y darse cuenta de cómo le sobaban la vagina ya casi la tenía
vuelta loca de emoción calenturienta. Aun así, algunas de sus neuronas le hacían de a
momentos entrar en razón:

- ¡Noo, don! ¡Deténgaseeee! ¡Debo i... ir... meeee!-le decía, mirándolo con sus ojos
entrecerrados.

- ¿¡Acaso no te gusta, puta!? ¿O quieres otros dos mil pesos para que te dejes hacer?
¡Jejejeje! Además, no alcance a probarte la concha, recuerda que te lo hice con un condón
puesto, y no es lo mismo.

Gabriela se calentaba cada vez más con el soez vocabulario del vejete. También le excitaba
de sobre manera ver la imagen de su marido esperándola en la ventana de su departamento.
Su mente era un caos, no sabía qué hacer. Luego de pasear su lengua por todo el contorno
de sus delineados labios se dio a responderle:

- E... es... est... esto, esto no está bien. -Aun así, a pesar de sus palabras, la casada seguía
meneando su vagina con los incrustados dedos del viejo muy adentro de ella.

Después de unos minutos, cuando don Cipriano estimó que la rubia otra vez no le iba a
negar nada de lo que él quisiera esa larga noche, metió su mano por el costado del asiento
de Gaby y bajo su respaldo hasta el tope, quedando el cuerpo de la rubia completamente
estirado y en forma horizontal.

-¡Nooo! ¿iQ... qué hace, donnn!? ¡A... aquí Noooo!!

- Tranquilita, lindura, solo te voy a coger en las mismas narices de tu maridito. Si mira nada
más, el muy pendejo aún está parado en la ventana esperándote. Recuerda que él también
hace lo mismo. Jejejeje, y descuida que no podrá vernos. Solo nosotros podemos verlo a él,
Jejeje.

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La rubia, sin moverse, vio incrédula como el mecánico en forma decidida se bajaba el
pantalón de mezclilla casi hasta los tobillos. Luego hizo lo mismo con el bóxer verde, el cual
se bajó hasta la altura de sus rodillas. Su descomunal miembro -que otra vez se manifestaba
erecto y robusto-quedó ante sus asombrados ojos. Ella ahora solo se daba a mirar esa verga
que tanto la enloquecía, alternando con tímidas miradas hacia su departamento, con la figura
de su marido estampada en los ventanales.

Si otras fueran las circunstancias, la rubia jamás se hubiera comportado en forma tan
desvergonzada. No lo hubiera hecho ni aunque hubiese estado acompañada del mejor de los
príncipes azules. Pero el viejo mecánico había causado estragos en su sensualidad. Aun
cuando Gaby tenía las verdaderas intenciones de no dejarse tirar en su camioneta con la
imagen de su marido esperándola, el magnetismo recién aflorado de sus deseos hacia la
verga de ese hombre era superior a cualquier cosa. Ella deseaba negarse, pero simplemente
no le podía decir no a esa verga. Ni siquiera era a él, a ese viejo verde, sino hacia al
masculino aparato que se gastaba.

El viejo, viendo que no existía el menor signo de reclamo por parte de la rubia, se fue
cambiando de asiento, claro que con la rubia abajo y el montándose sobre ella en los mismos
asientos delanteros reclinados.

La camioneta de Gaby se movía para ambos lados mientras el obeso hombre se acomodaba
para cogérsela. Al menos así se veía desde afuera del vehículo.

Cuando don Cipriano ya estuvo sobre su estilizado cuerpo, fue él mismo quien, ante la
pasividad de su casada, bajó su vestido, dejándolo a modo de faja a la altura de su ombligo.
Y otra vez la tuvo semidesnuda. Luego destrabó sus sostenes, sacándoselos y tirándolos en
los asientos traseros, liberando esas terribles tetazas que él tanto había estado chupando al
interior de su taller.

La casada, a modo de demostrarle que ella otra vez estaba dispuesta para él, poco a poco
fue subiendo su pierna izquierda. La fue flexionando y abriendo hasta dejarla tan abierta
como la otra que se abría hacia el asiento del copiloto, pero esta quedó apoyada en el mismo
vidrio del conductor, quedando así totalmente expuesta y ofrecida para que ese asqueroso
viejo otra vez la poseyera, ahora al interior de su propia camioneta.

-Ahora sí, Gabrielita. Mira hacia las ventanas de tu departamento donde está el maricón de tu
marido. Esta culeada nos la pegaremos en su honor, jejejeje.

La rubia, con su respiración a mil por hora, no le importaban los insultos del viejo hacia la
persona de su marido. Solo sentía como don Cipriano le acomodaba su gruesa verga en la
entrada de su ajustada vagina. Esta vez ni se acordó del uso de condones. Extrañamente
deseaba ser penetrada mirando al desleal de Cesar, y cuando el viejo juntó su horrible cara

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al lado de su atractivo rostro de Diosa nórdica, se la metió de un solo empujón.

Los veinticinco centímetros de carne caliente entraron en ella en forma impecable, por lo que
las firmes embestidas no tardaron en llegar. Estas eran rápidas y continuas. El grueso
instrumento del mecánico entraba y salía libremente por la rendija intima de la casada, quien,
al rato de esto, ya no prestaba atención a la figura de su marido, sino que se movía
rítmicamente, atenazada con piernas y brazos al fofo cuerpo obeso de don Cipriano.

A la recién ensartada rubia ni siquiera le importaba cuando a veces pasaban vehículos donde
claramente reducían la velocidad para poder mirar lo que sucedía en aquel oscuro
estacionamiento al borde la calle. Pues, por la forma en que subía y bajaba la carrocería
gracias a los amortiguadores de la camioneta, daba clara señal de lo que estaban haciendo
en su interior. Cualquiera que pasara por ahí diría que adentro estaban culeando. Pero a la
rubia no le importaba todo eso, solo quería coger y ser cogida.

Don Cipriano estaba cogiéndosela encantado. El solo saber que estaba poseyendo a una
joven hembra que era casada, la misma que él ya daba casi por perdida, y que por esos
extraños designios del destino le había ido a caer esa misma tarde a la casa de su sobrina, lo
tenían en un desquiciante estado de calentura que se negaba a abandonarlo, al estar
nuevamente tirándose a la mujer que tanto había soñado esas dos últimas semanas.
Deseaba estar cogiéndosela hasta morir.

Ahora la penetraba casi con bestialidad. Entraba y salía de ella con violencia, mientras
Gabriela lo aguantaba con una extraña sonrisa en su rostro. La camioneta en todo su interior
ya estaba hedionda a sexo, ya que los vidrios estaban completamente cerrados y ahora
también empañados.

En el vidrio del conductor, desde afuera, solo se lograba ver como una desnuda rodilla
femenina se movía de un lado a otro rítmicamente, desempañándolo solo en esa parte con
aquella desquiciante fricción.

Fue en el momento en que el parachoques del vehículo amenazaba con tocar la acera,
debido a lo firme que se movían en su interior, cuando Gabriela, solo concentrada en el largo
miembro que entraba y salía deliciosamente de su vagina, sintió un avasallador orgasmo que
le hizo explotar fenomenalmente. Todo su cuerpo se erizó. Sus piernas otra vez se
atenazaron a la altura de las peludas nalgas del mecánico, quedándose estática y
disfrutando, abrazada a las espaldas de su macho, de las contorsiones de sus músculos.
Sintió, además, como el viejo, con un verdadero bufido animalesco, descargaba en su interior
un torrente de semen caliente.

La rubia, con su mirada hacia los ventanales, donde otra vez estaba César de pie, sentía
como el mecánico eyaculaba adentro de ella con potentes inyecciones de su espesa

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simiente, mientras ella le estampaba una serie de besos y lamidas en su grueso cuello,
siempre mirando hacia su departamento.

El viejo, al minuto de haberse corrido al interior de ella, simplemente se salió, dejándose caer
en el asiento del copiloto. La rubia quedó tal como la habían dejado. Solo su agitada
respiración daba a demostrar que seguía viva. Desde el interior de su vagina escurría una no
menor cantidad de blanco semen, el cual se desparramó en el asiento filtrándose por la tela
del tapiz. Aquella viscosa mancha quedaría por mucho tiempo estampada en el asiento del
vehículo, demostrando la infidelidad de la casada.

- Bien, nalgona, estuviste fantástica. Ahora sí que me voy tranquilo. Te deje bien cogida como
debe ser. Recuerda, tu prometiste llamarme, así que, apenas tengas tiempo para que
cojamos, me avisas.

La rubia, quien aún estaba con su vestido todo arrugado a la altura de su cintura, y
totalmente abierta de piernas tal como la habían dejado, vio cuando el viejo descendió de su
camioneta y se largó tras un sonoro portazo, dejándola a ella sola en esas lamentables
condiciones físicas.

Gabriela, lentamente, fue cerrando y bajando sus piernas de cómo las había tenido. Acto
seguido, volvió su asiento a su posición normal de conducción y, tras ponerse su brasier y
recomponer su vestido, se apoyó en el volante en forma pensativa. Estando toda sudada y
con su cuerpo pegajoso recién caía en la cuenta de lo descabellado que había sido todo eso.
Aparte de que la habían enculado en un ordinario taller mecánico, también ese mismo viejo
se la acababa de coger al frente de su edificio y en su misma camioneta, y con ella poniendo
de su parte. Todo eso prácticamente en las mismas narices de su esposo. Su único consuelo
era que todo lo ocurrido era por culpa de Cesar y no de ella.

Cuando ya estuvo estacionada al interior de la zona de aparcamiento del edificio donde


residía, por primera vez se le ocurrió revisar su celular. Tenía catorce llamadas perdidas.
Todas y cada una eran de César, quien probablemente debía estar preocupadisimo, poco le
importo eso en ese momento. Más le importó dejar bien guardado el número de don Cipriano
que el estado en que debía estar su marido ante su ausencia.

Observó la hora en el teléfono, faltaban ocho minutos para las cinco de la mañana. En otro
momento de su vida estaría preocupadisima por lo que Cesar pudiese decirle; ese no era
uno de esos días.

- ¿Dónde estuviste Gaby, mi amor?-le consultó serenamente Cesar a Gabriela una vez que
ella entró al departamento en tan lamentables condiciones.

César era un tipo extraño, algo inestable y un poco impredecible. Este era capaz de gritar a
su esposa por tonterías como verla platicando con otro hombre. Pero ese día, cuando su

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mujer llegaba a altas horas de la madrugada, y visiblemente alcoholizada, en vez de enojarse
se veía sinceramente afligido. Se había cambiado de ropa, ahora lucía un elegante traje de
gala de color negro.

- Una amiga mía está en el hospital - le respondió Gaby, repitiendo las mismas palabras que
el uso antes de salir de casa en su aniversario, sugiriendo que sabía lo de su mentira.

-Ya, entiendo. -Cesar la miró detenidamente. Vio como ese vestido rojo que hacía unas horas
estuvo espectacular ahora lucía sucio, mugroso e incluso húmedo, en eso le llegó el olor a
cerveza. Eso lo preocupó. Gabriela no tomaba. Creía tener claro lo que pasaba. Ella se había
sentido sola, y no la culpaba. Habían estado muy desunidos las últimas semanas. Él sabía
que era por su culpa. En su mente hacía conjeturas acerca de lo ocurrido, imaginando lo que
pasó.

Según Cesar, cuando en la tarde tuvo que retirarse, ella se había sentido terriblemente mal.
Se sentía abandonada, así que llamó a alguna amiga y habían salido de fiesta. No estaba
lejos de la realidad, pero nunca en su mente, nunca se asomó la idea de que venía de un
lugar donde un asqueroso sujeto la enculó como él nunca había podido hacerlo, y que, para
rematarla, después se la había estado cogiendo al frente de su edificio casi por una hora y
media mientras él la esperaba.

-Gaby, mi amor, te voy a dar mi regalo de aniversario un poco retrasado-rio sin que esto
tuviese efecto en Gaby. César decidió pasar por alto la actitud de su mujer. A fin de cuentas,
era su culpa, y no volvería a pasar.

César caminó hacia la esquina del departamento y encendió el reproductor de música. En los
oídos de ambos sonó "Once upon a december", canción que encantaba a Gabriela. Ambos
solían decir que era su canción, pues con ella se conocieron.

Gabriela estaba desconcertada, sobre todo cuando vio que su esposo se acercaba a ella
inclinándose en una rodilla extendió su mano y dijo:

- ¿Me permite esta pieza, señorita?

¿Qué sucedía? La mente de la rubia daba vueltas. ¿Cuántas veces soño con un momento
como ese?, cuando Cesar se atreviera a bailar con ella. Incapacitada de pensar, extendió su
mano, dejándose llevar hacia el rincón donde comenzaron.

César se movía muy bien, pensó Gaby, demasiado para alguien que odiaba bailar más que
nada en su vida.

-Discúlpame preciosa. Te he descuidado bastante estos últimos días -dijo Cesar.

Gabriela no respondía. Solo se limitaba seguir el ritmo. Eso era un sueño. Pero eso no quería

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decir que lo perdonaba, eso no.

-¿Lo hago bien?-le preguntó César. Como respuesta solo obtuvo una mirada fría, y
desafiante.

-Dale las gracias a tu amiga Lidia. Ella me enseñó y ayudó a ensayar. Era la única que me
daba confianza para hacerlo sin hacer el ridículo.

Estas palabras pusieron los pelos de punta a la casada.

-¿Qué? ¿De qué hablas?

-Hablo de que estuve yendo a escondidas a casa de Lidia, a que me diera lecciones de baile.
No sabes lo humillante que fue. No sé si se burlaba de mí porque en verdad lo hacía tan mal
o solo se divertía. Es más, hoy mismo fui a su casa. Me sentía tan nervioso que tuve que ir, y
ahora mírame, no lo hago tan mal ¿verdad?-dijo César coquetamente, sonriendo como hacía
años, cuando conquistó a Gabriela—. Discúlpame si te dejé sola estos días. Quería que todo
fuera perfecto. Esas fueron las últimas palabras que dijo Cesar.

Si en ese momento alguien hubiese preguntado por la peor mujer del mundo, Gabriela de
Guillen habría levantado su mano de las primeras, y hasta se hubiese ofrecido de voluntaria
si es que hubiese otra persona más tarada que ella. ¿Cómo pudo pensar que su esposo
César pudiera engañarla? Había sido una estúpida. Había sido más que una estúpida.

César le regaló lo más bello que pudo haber pedido y ¿cómo se lo pagó?, revolcándose en
ese mugroso cuarto con un hombre aún más mugroso todavía. Sus ojos se llenaron de
lágrimas. No pudo más y estalló en llanto. Ya no había vuelta atrás. Mientras bailaba en su
vestido rojo, una gran mancha de semen, que había quedado pegado en el asiento de la
camioneta y que se había fusionado con la tela del vestido, se secaba sobre su trasero. En
tanto, desde su vagina, varios ríos de semen aún tibios corrían por sus muslos, así como
lágrimas por sus mejillas. Ella los sentía, impregnado su piel de pecado y culpa.

"Once upon a December", seguía sonando de fondo "Once upon a December".

FIN CAPÍTULO 3

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CAPÍTULO 4
- Jajajaja —sonaban las risas en el pequeño bar donde Cesar se tomaba unas copas con
Armando, un viejo conocido de la preparatoria.

—¡Buenos tiempos! ¡Buenos tiempos!-decía Armando, quien sonaba melancólico al recordar


las viejas épocas.

El bar era un lugar tranquilo, quizás demasiado pensó Cesar en algún momento. No había
más de veinte personas. La mitad de ellas se encontraba jugando billar, mientras los otros
charlaban amenamente en sus mesas. Entre ellos Cesar y su viejo amigo. De fondo sonaba
la música del grupo "Los temerarios".

Cesar disfrutaba recordando viejos momentos, viejas aventuras. Como aquella vez cuando
en una discoteca un amigo de ambos le tocó el trasero a una chica, y está, sin saber quién
fue ni importándole, dio media vuelta y le propinó una cachetada a Armando. De principio
este incidente molestaba a Armando, pero al haber pasado muchos años de esto, la
anécdota se había convertido en algo gracioso.

A pesar de los buenos recuerdos, Cesar sabía que estos durarían poco. Estaba nervioso,
pues necesitaba abordar de alguna manera el tema por el cual estaba allí. Esta era la razón
por la que se encontró con Armando después de tantos años.

—¡Bien! Ahora dime qué problema tienes-dijo toscamente Armando, sonando más brusco de
lo que quiso.

Cesar lo miró a los ojos un tanto sorprendido. A pesar de los años no había perdido ese
toque de empatía que lo caracterizaba. Así que sonrió casi en forma melancólica.

-Discúlpame,-siguió Armando al notar algo extraño en el semblante de su amigo,-no he


querido sonar así, es solo que me parece extraño que después de tantos años de pronto me
llames para vernos. Me parece que hay algo más ¿verdad?

-No has cambiado nada en estos años Armando, y eso me gusta - Cesar volteaba para todos
lados como si alguien lo fuese a escuchar, aunque en el fondo estaba seguro de que era solo
el nerviosismo.

-¡Pues ya ves! Quizás no tendré tu encanto con las mujeres, pero tengo mis habilidades.
-Ambos rieron.

En su adolescencia, Armando siempre se sintió menos que Cesar. Esto, dado que Cesar era
lo que las personas suelen considerar un "galán". Alguien que con su sola presencia es
capaz de atraer las miradas de las mujeres, y como no, también de los hombres que lo

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envidiaban.

Muy a su pesar Armando siempre fue lo contrario. Un tipo promedio que no atraía las
miradas de nadie. Con su uno setenta de estatura. Su tez morena clara, y unos dientes que
no estaban en posición correcta. Ahora, pasados los años, había adquirido una barriga
cervecera y una incipiente calva.

A pesar de sentirse así, Armando seguía admirando a Cesar. Siempre quiso ser como él, y
no solo en el físico, sino también admiraba su valentía. Cuando llegaron a tener problemas
con otros jóvenes, Cesar siempre fue el primero en meter las manos por sus amigos, en
intentar protegerlos.

Hasta que salieron de la preparatoria y sus caminos se separaron. Aunque no de inmediato,


pues de vez en cuando se frecuentaban, lentamente dejaron de comunicarse, y sin darse
cuenta ya no se vieron en años. Por eso le pareció extraño esa mañana recibir una llamada
de Cesar, casi implorándole que se reunieran. A lo que no le quedó más que aceptar.

-Al mal tiempo, buena cara-dijo Cesar en voz baja - Tienes razón, tengo un problema.-El
pobre César dudaba en seguir. Se notaba en su voz lo afligido que se sentía. Hubo un
momento incómodo en que reinó el silencio. Al menos entre ellos era así, pues la gente en el
bar seguía divirtiéndose.

- ¿Necesitas que te preste dinero?-se aventuró a decir Armando, ya que no imaginaba el tipo
de problema por el cual estaba pasando su amigo de la juventud.

-¡No! No es nada de eso.

-¡Vamos hombre! Entonces si no es eso, cuéntame -La curiosidad de Armando estaba a flor
de piel. Deseaba saber la razón de tanto misterio.

-Muy bien, el problema es... Es mi esposa-dijo finalmente Cesar entre titubeos.

—¿¡Tu esposa!? -Armando recordó al instante quién era su esposa. Lo último que se enteró
por aquellos tiempos es que Cesar seguía saliendo con la bella Gabriela. La chica más linda
y llamativa de la preparatoria, a quien él, a pesar de ubicarla muy bien, nunca llegó a
conocer.

-¡Así es! Últimamente con Gaby hemos tenido problemas. O mejor dicho ella ha tenido
problemas. Pues creo sinceramente que yo no he cambiado. O quizás lo hice, pero su actitud
era diferente antes de eso. --Cesar no dejaba de darle vueltas al vaso que tenía entre las
manos, a la vez que lo miraba fijamente.

Armando frunció el ceño. Seguía sin entender por qué le contaba esto. Cesar notando su
escepticismo prosiguió.

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-Tu siempre fuiste bueno con los sentimientos de las mujeres, y no tengo a quien más acudir.
Mis amigos son unos idiotas que de esto no entienden un carajo. Mi madre odia a mi esposa,
no me daría un buen consejo aunque su vida dependiera de ello. Por favor ayúdame, te lo
suplico.

Armando no podía creer lo que estaba viendo. Cesar, su amigo de la preparatoria, modelo a
seguir, aquel sujeto tan varonil e inquebrantable estaba al borde de las lágrimas. Nunca lo
había visto así, tan desesperado, tan asustado. ¿De verdad las cosas iban tan mal entre él y
Gabriela? Armando recordaba claramente que las chicas que la conocían decían lo integra
que era Gabriela para sus cosas.

-Tranquilízate. A ver, cuéntame qué pasa. A lo mejor estás confundiendo las cosas.-La voz
de Armando sonaba tan tranquilizadora que surtió efecto en César, quien dándose un respiro
relató lo acontecido con Gaby.

Le contó todo. Empezó por relatar lo que según él fue el inicio. Esa noche cuando su madre
lo llamó avisándole que Gabriela iba en camino a su departamento con un hombre gordo y
viejo, que según ella era su amante. Cesar no creyó esto último ni por un instante. Sin
embargo, era su madre quien se lo contaba, por lo que debió guardar compostura.

Esa noche tuvo una gran discusión con Gabriela, incluso llegó a acusarla de que ese sujeto
que la llevó era algo más que un conocido. No es que lo creyera, pero ese día fue difícil y
cometió la estupidez de comportarse como su madre.

César continuó relatando la etapa donde Gabriela no dejaba de llorar. En esos días la notó
tan mal que la convenció de pedir un tiempo de vacaciones en su trabajo, cosa que aceptó.
El afligido esposo siguió con su narración, contando la ligera mejoría que le notó. Cesar
omitió el tema del ex jefe de Gaby, quien se le insinuó, ya que no lo consideró trascendental
en su problema.

Según Cesar, las cosas empezaron a mejorar hasta que fue él quien se distanció, pero fue
por un buen motivo. Se lo repitió varias veces a Armando. Quiso darle el mejor regalo que
pudo, lamentablemente tuvo un efecto contrario al que esperaba. Lo peor vino cuando la vio
llegar totalmente alcoholizada en su aniversario. Le destrozó el corazón escucharla llorar
toda la noche, y él sin poder hacer nada para calmarla. Habían pasado casi dos semanas
desde ese día y la notaba muy distante. Prácticamente no se hablaban. Parecían dos
extraños viviendo bajo el mismo techo. Sin embargo, eso no era lo peor, sino una extraña
inquietud que lo carcomía.

Cierta noche, cuando ambos dormían, Gabriela se levantó de madrugada. César la había
sentido, pero no le dio importancia. Alrededor de quince minutos después sintió algo de sed,
por lo que fue a la cocina. Al pasar por el baño escuchó sonidos, tan tenues como extraños.

133
Instintivamente se acercó y cayó en la cuenta de que eran gemidos, gemidos de placer de su
esposa. Esa noche, estando de pie a un lado de la puerta del baño, escuchó claramente que
su esposa balbuceaba "¡Más para adentro, más para adentro!". Hacían semanas que no
tenían relaciones, y por lo visto Gaby prefería masturbarse que intentarlo con él. ¿Por qué?
¿Acaso él no la satisfacía? Obviamente, esto último no se lo contó a su amigo.

César terminó su historia con sus manos en su rostro, y esperó pacientemente lo que su
amigo tuviera que decirle.

-Vaya, aunque no lo creas a mí me pasó algo similar.-La mirada de Armando se notaba


distante, como si el recuerdo le sentara mal.

-¿En serio?-César lo miró con cara de extrañeza por lo que le decía su amigo.

-Así es.

-¿Y?-A diferencia de Armando, la mirada de Cesar de pronto se vio con esperanza, como si
de verdad pensara que su amigo tuviera las respuestas que él necesitaba.

-Nunca me ha gustado andarme con rodeos, y tú lo sabes Cesar. Así que te diré lo que creo
que pasa.

César ahora se preocupó de escucharlo. Lo miró intranquilo, impaciente, inseguro.

-Tu mujer, tu mujer... -Armando no pensó que sería tan difícil hacer aquello—. Mierda, tu
Gabriela se está viendo con otro hombre-dijo al fin apelando a su antigua camaradería,
intentando que sonara lo menos devastador posible.

-¡¿Qué?!

-¡Cómo lo escuchas! Tu esposa está saliendo con otro hombre, o al menos esa impresión me
da según lo que me cuentas.

-Por favor, Armando, seamos honestos. -César se negaba a creer lo que le decía su amigo.
Le sonaba tan estúpido, tan irreal.

-Soy honesto contigo, Cesar. Y como te dije antes, a mí me pasó algo similar. Mi esposa
cambió súbitamente. Cada vez nos veíamos menos, y al igual que ustedes parecíamos dos
extraños viviendo bajo el mismo techo. Al principio lloraba mucho, pero con el tiempo la note
más feliz, incluso conmigo. Fui un tonto al creer que todo se había solucionado. Sin darme
cuenta un día llegó con los papeles del divorcio, y no tuve más opción que firmarlos, pues,
por más que le rogué, ella no accedió a que siguiéramos juntos. Meses después me enteré
de que mientras aún estábamos casados conoció a un chico menor que ella y empezó a salir
con él a mis espaldas. Fue un golpe terrible. Llegué a pensar incluso en el suicidio, pero con

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la ayuda de mis amigos y familia logré superarlo.

Cesar escuchó todo eso, a la vez que su enojo aumentaba. Si su ex esposa era una puta,
pues que lastima, pero su Gabriela no era así. La madre de su hijo era una santa, y no iba a
permitir esas insinuaciones.

-Creo que fue una pérdida de tiempo venir aquí. -César se levantó y sin despedirse dejó unos
billetes en la mesa. Luego salió por la puerta, dejando a Armando solo y un tanto
desconcertado.

Armando vio a su antiguo amigo retirarse. Este pensaba que la vida daba muchas vueltas.
Ahora era César quien sin quererlo seguía los pasos de él. -Carajo, así era yo antes de
separarme. Ojalá me equivoqué. Por tu bien, Cesar, espero equivocarme-pensó para
posteriormente pedir otra cerveza y regresar a casa.

César llegó a su departamento cansado y decepcionado por haber perdido el tiempo con
Armando.

Como esperaba todo estaba oscuro, pues era tarde y sus dos amores debían estar dormidos.
Primero revisó el cuarto de su hijo, allí estaba plácidamente descansando en su cama.

Después fue a revisar a la dueña de su amor, la causante de sus mayores temores. Era tan
hermosa. Cesar solo veía su rostro, dado que cubría su cuerpo con la sabana. ¿Cómo
alguien tan angelical como su Gaby podría engañarlo? Era una completa estupidez pensar
algo así. Lo que le estaba sucediendo a Gabriela debía ser otra cosa, y él lo descubriría.
Detestaba tener que salir de la ciudad nuevamente al día siguiente, pero su trabajo así se lo
exigía. Sin pensarlo se recostó junto a ella y acarició tiernamente su cabello, sin imaginar que
sus sueños ya no le pertenecían a él.

El corazón humano es difícil de predecir, de controlar, de domar. Si alguien le hubiese dicho a


Gabriela todo lo que cambiaría en su vida después de esa tarde en la que conoció a ese
viejo, se hubiese reído y burlado en su cara.

—¡Estás loca, mujer! ¿Cómo crees que te haría eso?-Lidia sonaba sorprendida, e incluso
algo molesta ante la disculpa de su mejor amiga. Gabriela le había confesado que por un
momento pensó que entre ella y Cesar existía algo más que amistad.

-¡Sí! Lo sé. Soy una estúpida-le decía Gabriela, y no solo refiriéndose a esto. Para sus
adentros también se reprendía por ese segundo engaño a Cesar, el cual había disfrutado, y
mucho.

-Pues sí, sí lo eres—dijo Lidia con una sonrisa, dando a entender que no pasaba nada. Que
al final no solo eran amigas, sino hermanas—. ¿Esa es la razón por la que no contestabas

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mis llamadas?

La casada estaba tan apenada que contestó afirmativamente solo con su cabeza, sin mirarla
a los ojos.

- ¿Y qué te hizo darte cuenta de tu error?

-Nada en especial. Solo que me di cuenta de que ustedes jamás me harían eso-mintió la
rubia. La verdad era que ya no quería hablar del asunto. Quería disculparse con todos por
sus actitudes, y liberar su culpa. Lo estaba haciendo con Lidia. Ahora solo faltaba su marido,
el ser a quien más le había fallado.

- ¿Le contaste a Cesar acerca de todo esto?

Gabriela volvió a negar con su cabeza, y luego contestó.

-Pero lo haré cuando regresé el lunes.-Eso era verdad. Tenía planeado sincerarse con él. No
solo acerca de lo que creyó que pasaba con Lidia. También tenía planeado contarle acerca
de Don Cipriano.

Gabriela deseaba con todas sus fuerzas alejar de sus pensamientos a ese asqueroso viejo.
Lo intentaba una y otra vez, pero no podía. Este ya se le aparecía frecuentemente en sus
sueños. Las primeras veces para recordarle sobre su infidelidad. Pero ya en las últimas
noches, este la hacía suya de nuevo. En esos sueños don Cipriano la tomaba como aquellas
noches de pasión que compartieron juntos y cogían. Esto la aterraba en demasía, pues en
esas alucinaciones ella se entregaba en forma total, y amanecía muy húmeda. Le excitaba
tanto ese viejo que incluso se había masturbado pensando en él y en su formidable pene.
Eso no era justo para su familia. Debía contarles todo sin importarle las consecuencias.

De pronto las voces de los niños en su recamara la despertaron de sus pensamientos.

-Te noto extraña amiga. ¿Segura que estás bien?-preguntó Lidia.

-Si, no hay problema.

Lidia sabía que eso era mentira. Para ella su amiga era como un libro abierto. Sin embargo,
respetaba sus sentimientos. Cuando Gaby estuviera lista para hablar ella escucharía.

-Bueno, me voy, que mañana debo llevar al niño temprano al catecismo -dijo Lidia.

Gabriela no objetó, quería más tiempo para estar sola.

Despidió a sus invitados con una sonrisa, como si nada estuviese pasando en su mente.
Después de unos momentos su celular vibró. Lo cogió del sillón y, luego de constatar de
quien se trataba, colgó de inmediato. Ese viejo se empeñaba en llamarla y en enviarle
mensajes, y ella no se atrevía a contestarle. Gabriela le rezaba a Dios pidiéndole que ese
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hombre la dejara en paz. Rogaba por no volver a encontrarlo, pues temía que no sabría
cómo reaccionar. No sabría si podría seguir siendo la adorable mujer casada o si por el
contrario...

Prefirió no terminar su último pensamiento. Desearía no tener que hacerlo nunca.

Era domingo por la mañana. La casada se había propuesto realizar una tarea que le
resultaba muy difícil y dolorosa. Debía sincerarse con una de las personas más importantes
de su vida:

-Ya no puedo más con esta culpa, mamá-decía Gaby, sentada en su sillón. Estaba hablando
por teléfono con su madre, quien lamentablemente no vivía en su misma ciudad.

- Tranquila, mija. Recuerda que en esta vida todo tiene solución, menos la muerte -respondió
Irma, su madre. Trataba de apoyarla pues su hija le contó acerca de sus fallos como esposa,
sobre su infidelidad.

Sin embargo, la narración no fue completamente cierta. Gabriela cambió algunos detalles
intentando decepcionar lo menos posible a la mujer que le dio la vida.

-Tuve relaciones con un hombre que no es César mamá, lo siento —le había dicho. Cuantas
mentiras se escondían tras esa simple oración. Pues ella tuvo relaciones, y mucho más.

"Tuve relaciones". En la mente de la rubia las relaciones implican cariño, afecto, ternura, etc.
Al fundirse todos los sentimientos en uno solo dan como resultado la epitome de la
humanidad: el amor. Pero lo que pasó entre ella y don Cipriano fue atracción, deseo carnal,
lujuria, sexo. Todo esto distaba mucho de su definición de relación con un hombre.

"Con un hombre". Aquí era más concreto decir con un viejo. Esto llenó de vergüenza a
Gabriela. No fue capaz de confesarle a su madre que su desliz fue con un hombre aún mayor
que ella. Con un viejo verde. En su juventud, su madre solía aconsejarle que se cuidara de
los hombres, de todos, a sabiendas que son capaces de cualquier cosa con tal de cumplir
sus objetivos. Y más, si este objetivo es una mujer hermosa como su hija. La señora Irma,
por esos entonces, ponía especial énfasis en los "viejos verdes", como ella los llamaba, pues
decía que estos, al ya haber vivido demasiado, tenían más mañas, y mucho menos que
perder que los jóvenes.

"Lo siento". Este punto la inquietaba a tal grado que por momentos creía ser dos Gabrielas.
Primero estaba la linda y amorosa ama de casa que se preocupaba por su esposo y su hijo,
la cual se sentía horrible por la canallada perpetrada contra su marido. Y por otro estaba la
nueva Gaby, una mujer que disfrutaba de la compañía de un hombre que no era Cesar. De
un viejo asqueroso que la hacía vibrar con sus insultos, con sus caricias obscenas, y que la
volvía loca cuando estaban acostados.

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-Voy a contárselo a Cesar, mamá-le confesó Gabriela a la señora Irma.

-¡No! ¡No puedes hacerlo, mija! ¡No lo hagas, por favor!—La madre de Gabriela hablaba con
dificultad—. No tienes idea lo mucho que sufrirán, sobre todo Jacobo.

La señora Irma siempre la educó conforme a unos principios muy estrictos. En los cuales
figuraba la honestidad sobre todas las cosas. Así que a Gabriela le sorprendió que en ese
momento reaccionara de esa forma. Doña Irma continúo hablando:

—No lo recuerdas porque tu padre nos abandonó meses antes de que nacieras. Pero
pregúntales a tus hermanas. Ellas podrán decirte lo mucho que se sufre cuando tus padres
se separan. -Era muy notoria la dificultad con la que hablaba doña Irma. Gaby se maldijo por
hacerla rememorar esos tiempos. Sin embargo, su situación era diferente. Ella no
abandonaría a su hijo por nada del mundo.

-Esa es la diferencia, mamá. Ustedes no se separaron. Fue él quien te dejó para irse con otra
mujer.- Estas últimas palabras intento suavizarlas lo mejor que pudo-. Ni yo, ni Cesar
haríamos eso. No lo abandonaríamos, en tal caso que Cesar decidiera di-vor-ciar-se. -Le fue
imposible no tartamudear en esa simple palabra, imaginando su vida sin su hijo.-
Discúlpame, mamá, pero no es lo mismo.

-¡Claro que es lo mismo!-gritó Doña Irma sollozando, y muy afectada por esa conversación.
Gaby lloraba. Lloraba mucho. Aunque no era tan evidente, pues los últimos días no había
dejado de hacerlo y sus ojos ya estaban cansados.

-Tranquilízate, mamá-Gabriela no imaginó que esa conversación afectara tanto a su madre.

-Hija, discúlpame. No sé lo que me pasó. Es que no quiero que tires a la basura lo que
ambos han construido con tanto esfuerzo y dedicación.

-Lo sé mamá, pero Cesar es un gran hombre. Él no dejaría a Jacobo por nada del mundo
-dijo Gaby mientras se secaba las lágrimas.

-Hija, voy a confesarte algo de lo que juré no hablar nunca más en mi vida. Algo que me llena
de vergüenza. Algo que ni tus hermanas saben.

Gabriela comenzaba a preocuparse. Sobre todo, por la manera en que escuchaba llorar a su
mamá.

-Nunca te he contado la razón por la que tu padre nos abandonó.

-No importa la razón-interrumpió Gaby tratando de que su mamá dejara de hablar. Siempre
supo lo mucho que le dolía hablar del tema de su esposo—. Mamá, ya no te aflijas, lo que
importa es que mi "padre" es un desgraciado que nos dejó a nuestra suerte.

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Se hizo el silencio durante un instante que a Gabriela le parecieron horas. Nunca se imaginó
que al hacerle la confesión de su infidelidad a su madre terminarían hablando de ese hombre
al cual tanto le dolía llamar padre. Sería este el momento en que Gabriela sabría del por que
a su madre le dolía tanto hablar de aquel tema.

-Gaby, te pido por favor que no me interrumpas. Lo que te diré es muy importante, y me llena
de vergüenza.

A regañadientes Gabriela terminó aceptando.

-Tu padre no se fue con ninguna mujer como les hice creer a ustedes. La verdadera razón
por la que tu padre nos dejó fue por... o mierda..., no pensé que esto fuera tan difícil -
Gabriela se sorprendió, en toda su vida nunca escuchó a su madre decir una solo grosería,
hasta esa tarde. Tu padre se fue por mi culpa. Yo lo en... Lo en... Lo engañé con otro
hombre.

Gabriela tardó unos momentos en asimilar esa confesión. Su madre, la mujer que siempre
consideró perfecta acababa de confesar que le fue infiel a su esposo. Justo como ella. La
rubia por un momento se negó a asimilarlo, a creerlo. Debía existir una buena explicación
para ello.

-Fue solo un par de veces. Con solo eso bastó para dejar a mis niñas sin padre. -Doña Irma
seguía sollozando.

-Pero ¿cómo pasó? ¿Quién era ese otro hombre?

-¡No! ¡No quiero entrar en detalles! Confórmate con saber que se lo confesé, y ya ves los
resultados.

La casada optó por respetar el dolor de su madre. Quizás otro día la bombardeara de
preguntas, pero no en ese momento. Por fin entendió a qué venía toda esa historia.

-Lo siento, mamá. Pero aun así se lo confesaré a Cesar. Estoy segura de que me perdonará,
él es muy buena persona.

-Lo que pasa es que no has visto el problema querida. Es verdad, Cesar es muy buena
persona. Eso no lo discuto. Pero a fin de cuentas no deja de ser eso, un hombre, y como tal
te quiere más a ti que a su propio hijo, eso es normal. El dolor de tu traición será superior a
su amor de padre.

-¡Eso no es verdad, mamá! –interrumpió Gaby

-Déjame terminar, por favor -dijo doña Irma autoritariamente, como aquellas veces cuando le
prohibía ir a alguna fiesta en su adolescencia—. Todos los hombres son iguales. Algunos

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más impredecibles que otros, pero al fin iguales. En el mejor de los casos Cesar te dejaría.
Eso sería un duro golpe para ti y para Jacobo. No me quiero ni imaginar cuál sería el peor de
los casos -Doña Irma siempre fue una mujer extremista respecto a los temas de hombres,
pero sabía bien cómo convencer a su hija.

Gabriela sabía que su madre hacía eso por su bien, o al menos lo que creía era su bienestar.
Pero Cesar no se merecía lo que le hizo. No solo una vez, sino dos, y era su deber informarle
y encomendarse a Dios para que la perdonara. Pero en las palabras de su madre algo había
de razón.

-Está bien, mamá. No lo haré -dijo Gaby honestamente, al menos de momento.

-Gracias a Dios reaccionaste-Su voz sonaba como mezcla de alivio y triunfo—. Una última
pregunta, hija. —Su tono volvió a adquirir seriedad —Ya dejaste de ver a ese hombre,
¿verdad?

—¡Sí! Como te dije, fue cosa de una sola vez.-Gabriela había mentido respecto a lo de que
fue solo una vez. Pero dijo la verdad en lo otro. La rubia no había tenido contacto con el viejo
desde aquella vez en que se acostaron en su taller. Habían pasado casi dos semanas desde
el incidente en "el pie grande". Recordó que momentos antes de salir del taller prometió que
sería ella quien lo llamaría. Pero al no hacerlo, comenzó a recibir llamadas y mensajes del
viejo, a los cuales no respondió. Se sentía asquerosa, sucia, por el hecho de que de verdad
había pensado llamarlo. Pero todo eso fue antes de enterarse de la verdad entre su marido y
su mejor amiga. Así que esa "relación" debía terminar.

- Perfecto, Gaby. Y que esto te sirva de lección—la reprendió la señora Irma-. Por último,
mija ¿Dónde está Jacobo?

-Está en su habitación. Se acaba de bañar. Mi suegra va a llevarlo al cine en unas horas.

- Pasamelo. Hace mucho que no hablo con él -pidió Doña Irma, queriendo despejar su
mente. Deseando olvidarse por un momento de lo que le contó su hija, y de su propia
confesión.

Gabriela obedeció. Esa era la excusa perfecta para dejar de hablar. Además, Jacobo la
quería mucho. Se levantó del sillón y caminó hacia la habitación de su hijo. El chico se
estaba amarrando las cintas de los zapatos cuando irrumpió su bella madre.

-Amor, tu abuelita Irma quiere hablar contigo. Gracias a Dios, sus lágrimas ya habían dejado
de brotar, no quería que Jacobo la viera así.

Esa llamada con su madre la hizo sentirse aliviada. En otras circunstancias el hecho de que
su madre engañara a su padre la habría enfurecido, probablemente hasta le hubiese gritado.
Pero en estos momentos, el saber que ambas compartían un secreto similar, la tranquilizó.
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Esto, de alguna manera, la hizo sentirse más unida a ella.

Sin decir nada, el niño rápidamente cogió el teléfono, visiblemente emocionado.

Gaby lo vio reír, era un niño precioso. La rubia solía pensar que si los querubines existiesen
serían como su hijo ¿En verdad podría afectarse tanto si sus padres llegaban a separarse?
¿Se le borraría esa sonrisa de su rostro? Había estado tan preocupada por Cesar y por ella
misma que no le dio mucha importancia a lo que su hijo pudiese sentir ¿Y si su madre tenía
razón? ¿Y si era mejor guardarlo en secreto? Detestó admitirlo, pero quizá su madre estaba
en lo correcto. Quizás debía vivir con ese secreto por el bien de su hijo.

Mientras esto sucedía en el departamento de la espectacular rubia, lejos de allí, varios


hombres charlaban acerca de ella y sus pecaminosas curvas.

-Cipriano, no seas tarado. Nunca en la vida una hembra de esas te haría caso-decía el viejo
Ignacio a su amigo Cipriano, para posteriormente dar un pequeño trago a su cerveza.

-Me vale verga si me crees. Ese tremendo culote ya fue mío, y apretaba riquísimo.-En la cara
del viejo Cipriano se dibujó una mueca extraña, la cual denotaba lo molesto que estaba. Era
común cuando bebía que se calentara más de la cuenta, pero ese domingo estaba incluso
peor.

Don Cipriano, don Ignacio y don Felipe-un amigo de ambos, cerrajero de toda la vida, tenían
por costumbre reunirse los domingos, para hablar, ver el futbol, o jugar a las cartas
apostando dinero. Pero sobre todo para tomar, emborracharse y pasar un buen rato. Algunas
veces invitaban a alguien para que el juego fluyera mejor, o solamente para burlarse de él y
ese día el afortunado había sido nuestro queridísimo "chango", quien, cabizbajo, escuchaba
la plática de los tres viejos. El joven se preguntaba por qué había aceptado estar allí.

De principio al Chango no le pareció tan mala idea, pues le serviría para divertirse y quizás
para ganar algún dinero extra. Sin embargo, conforme pasaba el tiempo y su cartera iba en
franco descenso cayó en la cuenta de que no había sido una buena decisión. Lo que más le
molestaba era que esos viejos le estaban haciendo trampa, aunque no se atrevía a
confrontarlos.

El Chango estaba sorprendido de la cantidad de cerveza que eran capaces de tomar. Él era
bueno con el alcohol, pero esos viejos estaban en una liga completamente diferente. Apenas
se les notaba. Excepto don Cipriano que se había puesto agresivo. Conforme el tiempo
avanzaba, los viejos se volvían más estúpidos. Lo insultaban acerca de su apariencia, de su
estatura, de lo muy velludo que era. Detestaba las carcajadas que soltaban con cada nuevo
insulto hacia él o hacia su familia.

Dio gracias cuando la plática giró en torno a otra cosa, en torno a Gaby.

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-Explíquenme ¿Qué tan buena está esa pajarraca de la que hablan?-preguntó don Felipe,
intentando calmar los ánimos entre sus amigos. Este no la conocía. De lo contrario hubiese
sido el primero en intentar llevársela a la cama. Don Felipe era bastante similar a Cipriano en
actitud. Este creía merecer a cualquier mujer, sin importar que lo pocos atractivos que
tuviera. No solo en lo interno, sino también en lo externo. Era un poco más ancho que don
Cipriano, y de su misma estatura.

A diferencia del viejo mecánico, quien pasaba como el típico mexicano con su tez morena,
don Felipe podía pasar como un africano. Tenía su tez completamente negra, y unas
cicatrices en el rostro hechas por un cuchillo. De estas feroces marcas en su cara no le
gustaba hablar, llegando incluso a los golpes con hombres que las veían con curiosidad.
También era calvo.

-Buena es poco, wey. Es mejor que una de esas viejas que salen en las porno, con un culote
y unas chichotas que ni te imaginas.

Don Cipriano hacía señales con las manos mientras describía a Gabriela

-De verdad que está buenísima, cabrón. Si yo mismito la vi en la casa de la María. —El viejo
Ignacio era el que le estaba hablando ahora a Felipe. Corroborando en parte lo que decía
Cipriano. Este era el más centrado de los tres. Sabía sus alcances y sus limitaciones. Por lo
que entendía claramente que alguien como Gaby estaba fuera de su liga, de la de todos
ellos. Le resultaba increíble lo que le contó Cipriano después de que él se quedara dormido
en la fiesta. No le creía, y se lo hizo saber-. Pero una viejota de esas nunca cogería con
alguien como tú, Cipriano.

— Pregúntale al Chango. Él te puede decir que si me la chingué. —La mirada de Cipriano


buscó la de el chango, intentando que lo apoyara.

El pobre joven quería que se lo tragara la tierra. Esos tres sujetos lo intimidaban. Sobre todo
el negro de don Felipe. Por allí se rumoreaba que estaba en negocios turbios, y el chango
estaba al tanto de esos rumores. Además, en verdad no sabía si lo que decía el viejo
Cipriano era cierto. A él no le constaba. Pero en su mente era imposible que Gabriela, esa
mujer pura y dedicada a su esposo e hijo, se hubiese revolcado con alguien extra
maritalmente, y menos con alguien tan culero como Don Cipriano.

—¡Sí! Se la cogió. Yo los escuché-dijo el chango sin esperar a que le preguntaran. Aunque
Gabriela era su amiga -al menos él la consideraba así - Cipriano era su patrón, si quería
conservar su empleo debía llevársela suave con él, así que la difamó sin pensarlo.

Don Cipriano desde su asiento esbozó una sonrisa de triunfo. Estaba hasta la madre de que
el idiota de Ignacio pusiera en duda sus palabras.

142
-Es lógico que este mocoso te apoye. Trabaja para ti - dijo Ignacio levantando su voz. En
tanto el chango se encogió en su asiento. Estaba temeroso de la situación.

-Ya deja de joderme, cabrón. Yo no soy un pinche mentiroso, y si sigues con eso vamos para
afuera, para partirte tu madre. -El viejo Cipriano se levantó de su asiento con los puños en
alto. En su cara había una mueca de odio hacia su amigo.

Don Ignacio y don Felipe se sorprendieron enormemente. No era su costumbre reaccionar


así. Ellos solían hacerse bromas similares, y nunca había pasado a mayores.

-Ya relájate, pendejo-dijo don Ignacio, intentando que ese altercado no llegara a más. No
porque le tuviese miedo, sino porque en verdad lo consideraba su amigo.

-¡Nada de eso, hijo de puta! ¡No seas maricón y vamos para afuera! —Don Cipriano no
quitaba el dedo del renglón. Estaba frustrado, furioso, y no precisamente con él, sino con su
vida y con Gabriela.

Recordó claramente como al salir de su taller aquella noche la rubia prometió llamarle. Él le
creyó, y esperó. Lo hizo por días, y esa llamada no llegó. Cuando se cansó de esperar, fue él
quien intentó buscarla a través de llamadas y mensajes, y la estúpida de la rubia no le
contestó ninguno.

Y para joderlo todo aún más su estúpida mujer lo echó de la casa y le quitó su trabajo en el
taller. Esto era solo un rumor aun entre los empleados, pues nada se había hecho oficial.
Hasta donde ellos sabían el jefe llevaba unos días de vacaciones. Y todo gracias a perder la
cabeza por unas nalgas. Tenía tantas ganas de estar nuevamente con ella, de cogérsela otra
vez.

Ya casi se habían cumplido dos semanas desde la última vez que la vio y sentía que
explotaba en ansias, y en deseos de poseerla. Esas eran las razones de su ira contenida.

Don Ignacio se levantó de su asiento con la firme intención de salir a pelear, él no era ningún
maricón, y a pesar de no querer lo haría.

-Cálmense los dos, o de lo contrario ambos tendrán que rendir cuentas frente a mi-anunció
don Felipe desde su asiento. Su voz era tremendamente tranquila frente a la situación. Los
viejos voltearon a verlo.

Don Ignacio rápidamente se sentó. Cipriano estaba tan caliente que por un momento lo dudó.
Luego recordó con quien estaba tratando, así que no le quedó otra más que obedecer. Lo
hizo al menos a medias, pues aun enfurecido dio media vuelta para dirigirse a la salida.

—¿Ya te vas?-preguntó don Felipe, a lo que no recibió respuesta, por lo que continuó-fue un
placer jugar cartas contigo. Por cierto, recuerda que se está venciendo el plazo que tienes

143
para pagarme.

Don Cipriano odiaba esa falsa educación de parte de Felipe, cuando todo el mundo sabía
que era un delincuente de lo peor. De igual forma entendía que era mejor pagarle su dinero.
Aunque aún no sabía cómo, pues había perdido su empleo. Otra idea rondaba su cabeza,
escapar, olvidarse de esa deuda y dejar la ciudad. Era lo más lógico si no quería enfrentarse
a su "amigo"; a fin de cuentas, ya nada lo ataba a ese lugar.

Salió a la calle. Su enojo, en vez de disminuir, aumentó. Necesitaba desquitarse con alguien,
inmediatamente supo con quién.

Gabriela llevaba una media hora viendo la televisión en su sala. Hacía unos momentos que
su hijo había terminado de hablar por teléfono con su abuela, y ahora veían la televisión
juntos. La rubia dirigió su mirada al reloj que tenían pegado en la pared. Marcaba las tres de
la tarde con treinta y siete minutos. Su suegra quedó de pasar por Jacobo a las cinco para
llevarlo al cine. Aunque detestaba admitirlo, por mucho que odiara a esa vieja, no cabía duda
de que amaba a su nieto, y eso se lo agradecía.

En ese momento el timbre de la puerta sonó.

Lo primero que vino a la mente de la rubia fue que su suegra había llegado muy temprano.
Le irritó la idea, pero era la más lógica, pues hacía esto muy seguido. Aunque le pareció
extraño porque siempre que lo hacía estaba Cesar.

-Mi amor, hazme un favor y abre la puerta -dijo Gaby con su sensual voz, a la cual el niño era
de las pocas personas inmunes a ella.

-Pero, mami-protestó el niño queriendo seguir viendo la televisión.

-Ándale. Si te estás echado todo el día vas a engordar, y a las mujeres no nos gustan los
hombres gorditos -río Gaby dulcemente. En ese momento no recordó lo que ella sentía
cuando el gordo Cipriano se le montaba.

El niño no tuvo más remedio que obedecer, y de no muy buena gana se levantó con
dirección a la puerta.

En cualquier otro momento la casada no dejaría que su hijo abriese la puerta. De hecho, se
lo tenían prohibido por miedo a que alguien pudiese raptarlo –ya saben cómo son los padres
de sobreprotectores, pero estaba tan segura de que se trataba de su suegra que no le
pareció mala idea. Desde su sillón escuchó cómo se abría la puerta, pero no podía verla,
pues la sala y la entrada estaban separadas por una barda.

Estuvo unos momentos sentada de la misma manera, cuando le pareció extraño que su
suegra no entrara. Más raro le pareció no escuchar ruidos. Inmediatamente su mente de

144
madre planteó el peor escenario. Se imaginó que un secuestrador se había llevado a Jacobo.
Rápidamente se levantó del sillón muy asustada, cuando escuchó la voz de su hijo quien
decía gritando.

-¡Mami! ¡Te buscan en la puerta!

Gabriela se tranquilizó y, moviendo sus caderas como solo ella podía hacerlo, se dirigió a la
puerta. Fue entonces cuando nuevamente sintió pánico. El viejo Cipriano estaba junto a su
hijo y clavaba su mirada en sus pechos.

—Buenas tardes, señora Guillen-dijo el viejo Cipriano, mostrando un rostro extraño, uno que
Gaby jamás había visto en él.

Por un momento la rubia se quedó inmóvil, sin saber qué hacer. Ni siquiera sabía que
responder, o cómo actuar. Nuevamente frente a ella estaba ese hombre que amenazaba con
destruir su matrimonio. Como si nada hubiera pasado entre ellos la llamó por su nombre de
casada. Gabriela inconscientemente se fijaba en estos detalles.

Jacobo, habiendo cumplido con su tarea regresó a la sala con el fin de seguir disfrutando sus
caricaturas. Esto, sin imaginar el impacto que ese viejo gordo tuvo en su mami.

El viejo, aún parado en el umbral de la puerta, intentaba que su cólera disminuyera. Pero al
ver de arriba hacia abajo las curvas de "su mujer" -como él se refería a ella, su molestia
creció junto a un sentimiento de excitación.

El cuerpo de Gaby sufrió una reacción extraña. De un segundo a otro se puso tensa,
nerviosa, sonrojada. Sus delicadas manos comenzaron a sudar, sus pezones endurecieron.
Intentando que esto no se notara se cruzó de brazos, tapándolos con ellos. Pero lo más
extraño fue esa mística sensación de mariposas en el estómago. La misma que no sentía
desde su etapa de noviazgo con Cesar. ¿Qué le pasaba?, se preguntó.

-¡No mames, nena! ¡Estás buenísima! -dijo el viejo.

Gaby también lo vio de arriba hacia abajo. Era bastante notorio que venía de trabajar —o al
menos eso creyó, pues llevaba puesto un overol de mezclilla azul cubierto con manchas de
aceite. A Gabriela le pareció que no llevaba más, pues podía ver su velluda piel
perfectamente.

-¿Qué hace aquí?-le preguntó la rubia, recuperándose de la sorpresa de verlo en su casa.


Hubiese preferido cerrar la puerta y llamar a la policía. Pero el viejo tenía apoyado su cuerpo
en esta, haciéndole imposible esta labor.

- Nena, prometiste que me llamarías y no lo hiciste-dijo el viejo—. Tampoco contestas mis


llamadas ¿A qué está jugando, señora Guillen?

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-No estoy jugando a nada, y le pido de favor que bajé la voz. Mi hijo puede escucharlo.-Gaby
estaba molesta, con sus brazos aún en sus pechos, preocupada por la posibilidad de que en
cualquier momento Jacobo apareciera junto a ella.

—¡Uyyy! Ahora si te la das de buena madre. Pero la otra noche bien que pedías más de esto
como una ramera.-El viejo tomó su miembro por encima del overol y lo apretó fuertemente,
sin intención de bajar el tono de su voz.

Al ver esta acción, Gabriela se sonrojó más, al recordar de lo que hablaba. Y no pudo evitar
retirar su mirada del viejo. -Se fuerte, Gabriela. Tú puedes hacerlo-se decía en sus
pensamientos.

-Lo que ocurrió esa noche fue un completo error de mi parte. No tengo nada más que decir.
No quiero volver a verlo en mi vida-le dijo Gaby, mintiéndose a ella misma. Una parte de su
ser quería que ese viejo la dejara en paz, pero la otra deseaba que don Cipriano de alguna
forma siguiera poseyéndola.

-Lo mismo dijiste la otra vez, y unos días más tarde terminamos cogiendo riquísimo. No
recuerdo que tú te hayas quejado, pendeja. -El viejo estiró su mano intentando atraer a la
casada, a lo que ella fue más rápida, pues instintivamente retrocedió.

-¡No se atreva a tocarme! ¡Lo digo en serio! ¡Ahora le recomiendo que se vaya o llamaré a la
policía!

-Si llamarás a la policía yo contaría todo, primor ¿Te arriesgarías a contarle a tu esposo lo
que hemos hecho a sus espaldas? No lo creo, nena.-El rostro del viejo se había tranquilizado
un poco.

Gabriela guardó silencio un momento, buscando la mejor manera de continuar.

-Ya me he decidido a contarle todo a mi marido. Así que si se atreve a dar un paso más
llamaré a la policía, y que sea lo que Dios quiera.-La mentira de Gaby sonó muy convincente.
Después de la llamada de su madre tenía muy en claro que no podía confesarse con Cesar.

El viejo Cipriano se quedó sin palabras. La veía tan decidida que estaba seguro de que
cumpliría su amenaza. Pero él estaba tan molesto, tan caliente, tan excitado, y teniendo
enfrente a tan delicioso manjar que ya deseaba cogérsela allí mismo. Nunca le gustó obligar
a una mujer, pero ella estaba tan buena que, si se veía en la necesidad de hacerlo, lo haría.

-Mami, ¿me das un vaso de leche?-se escuchó la dulce voz de Jacobo. El chico seguía en su
mundo, viendo caricaturas y riendo, como cualquier niño.

El que diga que un hombre excitado y molesto no es capaz de pensar está en un completo
error, pues al escuchar esa tierna voz la mente del viejo Cipriano trabajó a marchas forzadas

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buscando una buena forma de cumplir con su objetivo.

Gaby vio en el viejo esa sonrisa macabra que indicaba que algo no iba bien.

- ¿Sabes lo fácil que sería para mi cogerte a la fuerza, pendeja?-le preguntó don Cipriano
adoptando con su cuerpo una posición intimidante. Con esto pretendía asustar a la rubia.

-¿Qué es lo que quiere decir? ¿Qué me va a violar?-preguntó Gabriela asustada, pero siendo
incapaz de retroceder.

-¡No! Nunca me ha gustado hacerlo. Así que te recomiendo que lo hagas por las buenas.

La mente de Gabriela le indicaba que ese viejo horrible estaba loco. Prefería que este la
violara. Prefería mil veces eso a tener que entregarse otra vez por las buenas. No le
importaba que su cuerpo lo desease. Su mente era aún más fuerte.

Gabriela estaba como loca negando la propuesta del mecánico. Sus dorados cabellos
golpeaban sus mejillas haciéndola verse aún más deseable. Viendo que no podría llamar a la
policía, pues el viejo a pesar de su edad debía ser más rápido que ella, lo que le impediría
llegar al teléfono, hizo un último esfuerzo por librarse de esa situación.

-Mi marido está por llegar-fue todo lo que dijo, intentando que el viejo se alejase. De hecho,
era mentira, pues César estaba fuera de la ciudad en su trabajo.

El mecánico siempre consideró a Cesar como un hombre inferior a él. Así lo hacía con
cualquier sujeto que no fuera capaz de satisfacer a su mujer. Por ende, no sentía ningún tipo
de miedo por ese hombre.

-¡No me importa! Aunque te penetrara, y te la dejara metida solo por unos segundos, para mi
valdría la pena. -Don Cipriano tenía una sonrisa de ultratumba. Mostraba su escasa
dentadura como un psicópata. Y no era para menos, muchos hombres estarían igual frente a
la sensual casada.

Gabriela sospechaba que algo andaba mal en todo eso. No sabía la razón de tanta plática. Si
como él decía le sería tan fácil obligarla, rápidamente descubrió a donde quería llegar.

-Mamacita, creo que todavía no entiendes nada. ¿Qué crees que haría tu hijito si ve como un
viejo como yo se encula a su mamita-se dio un golpe en el pecho como si lo que acabara de
decir fuera motivo de orgullo -¿Crees que crecería traumado? o ¿Crees que lo olvide pronto?

La casada se quedó petrificada.

-¡Por..., por Dios! ¿De verdad sería capaz de hacerle algo así a un niño?-le preguntó Gaby
llevándose las manos a la boca.

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-De verdad que no quiero eso, preciosa, lo que realmente quiero es acostarme contigo aquí
en tu mismita casa, y volverte a culear. Pero si te resistes, y me obligas a hacertelo a la
fuerza, lo haré. Así que nuevamente te pregunto ¿me invitas a pasar?-sonrió el viejo ahora
mostrando sus pocos y cariados dientes.

Gabriela se maldijo con todas sus fuerzas. Había sido una estúpida al creer que ese viejo no
se atrevería a buscarla en su casa. Si tan solo no hubiera mandado a Jacobo a abrir la
puerta nada de esto estaría pasando. No tenía opción, ya que en la mirada del viejo Cipriano
veía que era capaz de lo que prometía, y de mucho más.

Sin mirarlo a los ojos la casada en voz baja dijo:

-Está bien, dejaré que me lo haga aquí en mi casa. Pero primero déjeme ver qué hago con
mi hijo.- La rubia aún tenía la esperanza que algún milagro la salvase de esa situación.

-Muy bien, culona, yo te acompaño -dijo el vil mecánico.

Gabriela lo miró con desprecio, con odio por lo que estaban por hacer bajo su mismo techo.

-¡No! Lo iré a dejar a su habitación. Usted me espera aquí en la puerta, y después regreso
-dijo Gaby, decidida. Sin embargo, sus palabras no surtieron efecto.

- ¿¡Acaso me crees pendejo!? ¿Qué te impediría encerrarte con él y llamar a la policía? De


eso nada, yo voy con ustedes --El viejo se relamía los labios pensando en el festín que se
daría allí mismo, en la casa de su Gabriela.

Esa idea ni siquiera pasó por la mente de la casada. El temor al escándalo era lo que más la
agobiaba en ese momento, y a que Cesar se enterara de todo. Además de querer que su hijo
estuviera totalmente aislado en el momento en que ella ya estuviera acostada con don
Cipriano.

Gabriela viendo que el viejo no cedería, y sin encontrar otra solución, tuvo que aceptarlo.

-Bien, pero, por favor, compórtese frente a Jacobo-dijo Gabriela en voz baja.

La situación a la rubia le resultaba de lo más extraña. Pero no cabía duda de que lo ya vivido
con ese hombre le ayudaba a no derrumbarse. Si algo parecido le hubiese ocurrido mucho
antes no lo hubiese soportado.

-¡Claro! -dijo don Cipriano.- Ahora apresúrate porque apenas nos encerremos quiero cogerte
en la cama que compartes con tu maridito.

Luego de lo anterior Gabriela, lentamente y cabizbaja, llegó hasta el sillón en donde estaba
ubicado su hijo viendo televisión. El viejo Cipriano llegó detrás suyo. La rubia pensaba en
esas últimas palabras que este le había dicho: "quiero cogerte en la cama que compartes con

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tu maridito". Esa era una de las últimas barreras que le quedaban por romper. Serle infiel a
Cesar en su propia cama. No sabía si lo que iba a suceder en unos momentos seria en
realidad infidelidad o violación.

Al pensar en sus antiguos encuentros sexuales con el viejo -así como en sus ya seguidas
masturbaciones por él— le dieron la respuesta. No importaba si primero lo hacía por chantaje
o por violación. Su principal temor era que ella de igual forma terminaría aceptándolo. Pues
ya sabía que a su cuerpo le encantaba estar siendo cogido por semejante verga. En
definitiva, de una u otra forma terminaría entregándose a él, y otra vez sería su mujer. Eso
era lo que más la aterrorizaba. Temía convertirse en esa otra Gaby, y que su bebé la viera en
tal estado. No podía permitirlo.

Una vez que aquel extraño trío ya estaba a la entrada de la habitación de Jacobo, la rubia se
agachó y le habló maternalmente a su retoño.

-Mi amor, escúchame bien. Ahora te vas a quedar jugando aquí en tu habitación. Yo estaré
en la recamara solo por unos minutos - le dijo Gabriela.

Jacobo no protestó, ya se había acostumbrado a que su mami lo tratara así, aunque se


sorprendió de que ese viejo gordo los estuviera siguiendo por todo el departamento. Fue
entonces cuando el chico vio que ese señor no despegaba la mirada de su madre.

Gabriela, luego de unos segundos, nuevamente se acercó a Jacobo y le habló con cara de
preocupación:

-¿Recuerdas ese libro de dragones que te leí hace algunos días?—preguntó Gaby
intentando sonreír, aunque no lo hizo muy bien.

-Eeeh... —El niño se llevó sus manos a la cabeza intentando recordar. ¡Ya me acordé! Ese
donde el caballero al final mataba al dragón.

-Exacto, ese mismo. ¿Recuerdas lo que el caballero le prometió a la princesa? —preguntó


Gabriela.

-¡Que la protegería por siempre! -dijo Jacobo como imaginando que él era ese caballero.

—Muy bien-La rubia soltó una sincera risita por la gracia de su hijo, olvidándose por un
instante de la situación.- Los caballeros siempre les han hecho promesas a las doncellas.
¿Eres un caballero?

-Claro que sí, mamá. Soy Jacobo el gran caballero blanco.- El chico se paró en el colchón y
brincó emocionado.

-Y como caballero que eres necesito que me hagas dos promesas de suma importancia. No
podrás decirle de estas promesas a nadie. Ni a tus amigos. Ni a tus abuelas, y ni siquiera a
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tu padre ¿Crees poder hacerlo?

-Si! ¡Puedo hacerlo! -dijo Jacobo intentando adoptar la misma seriedad con que le estaba
hablando su mami.

-Claro que puedes hacerlo, mi amor. Mira, primero que nada, no puedes contarle a nadie que
este señor estuvo aquí ¿De acuerdo? Y cuando digo a nadie, me refiero absolutamente a
nadie.

Jacobo asintió con su cabeza.

-Y lo segundo es lo más importante. Yo, yo estaré algo ocupada con este señor en mi
recamara. -A la rubia le costaba un mundo estar explicándole algo tan despreciable al ser
que más amaba en esta vida. Aun así, prosiguió.- Prométeme que en ninguna circunstancia
saldrás de tu cuarto, o entrarás al mío hasta que yo salga. No importa lo que escuches. —Lo
que más quería Gabriela era protegerlo. Que no creciera con la imagen de su madre siendo
poseída por un hombre desconocido. Se maldijo por no tener seguros en ninguna de sus
puertas interiores.

Al chico le parecieron muy extrañas esas peticiones, y estaba algo decepcionado. Creía que
se trataría de algo más emocionante. Pero las aceptaría, todo por su mamá.

-Lo prometo, terminó diciendo el querubín.

Gabriela al verlo allí, tan lindo, tan inocente, no pudo resistirse a besarlo en la frente.

-¡Mamá!, no-exclamó el mocoso y trató de esquivarla sin éxito—. Los caballeros no besan a
sus mamás ¿Qué dirá ese señor?

Por un momento Gabriela se había olvidado de ese hombre.

Don Cipriano escuchó atentamente cada palabra que Gabriela dijo a su hijo. Le resultaba
extraordinario como tan buena madre podía ser a la vez tan buena para la cama.

-Bueno, ya me voy. Ve esta película, o quédate jugando con tus muñequitos-dijo Gabriela a
Jacobo.

-¿Qué van a hacer?—Jacobo era un niño muy listo, ya se había dado cuenta que ellos
estarían haciendo algo en la habitación de sus padres.

-También vamos a estar jugando-se escuchó la aguardentosa voz del viejo desde la puerta.

Jacobo se asustó. No le gustaba aquel señor.

La casada le lanzó una mirada llena de odio al viejo.

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-¿Puedo ir a jugar con ustedes mami?-preguntó Jacobo.

- ¡¡No!! Esos juegos son de adultos — le sonrió Gabriela sin mucha convicción. por dentro se
horrorizó con solo imaginarse tal situación.

Jacobo finalmente se encogió de hombros, pero lo aceptó.

Fue lo último que le dijo la rubia. Luego echó una última mirada al reloj junto a la cama,
marcaba las tres de la tarde con cincuenta y siete minutos. Se alejó de su hijo para reunirse
con el tosco mecánico.

Jacobo estaba en su cama, recostado viendo “Los increíbles". Hacía unos cuantos minutos
que a sus oídos llegara, proveniente de la recámara de sus padres, ese sonido que tanto le
gustaba. Este, era el sonido de los resortes de la cama subiendo y bajando. Él lo conocía
muy bien, pues solía brincar en su cama cuando nadie estaba cerca.

A su mente llegaron las palabras del viejo gordo "también vamos a estar jugando". Le habría
encantado jugar con ellos, pero su mamá no se lo permitió. Eso lo tenía un tanto molesto. Se
imaginaba que su mami interpretaba a una princesa, y que ese viejo hacía el papel del
caballero que tenía que rescatarla. Pero este, no tenía pinta de serlo. Según Jacobo, ese
señor sería un troll. Sonrió frente a este pensamiento. Los trolls nunca se quedan con las
princesas-se dijo así mismo.

Intento no pensar en eso. Trató de concentrarse en la película, pero cada vez le era más
difícil. El ruido que hacía la cama de su mami aumentaba a cada instante. Se preguntó si
habrían cambiado de juego, pues por los sonidos que ahora escuchaba, se imaginaba que el
señor ese estaba ahora desarmando la cama. Además, estaba algo envidioso. Le molestaba
que su mami jugara con ese señor gordo y no con él.

Pasaron unos cuantos minutos más, y algo nuevo le impedía disfrutar la película. Su lengua
estaba reseca, en otras palabras, tenía sed. Primero pensó en aguantarse al recordar los
encargos de su mami, pero la sed era mucha. A fin de cuentas, ella le había dicho que
estaría ocupada en su recamara solo por unos instantes, y ya llevaba mucho rato que no
salía de ella. Finalmente se levantó de la cama y nuevamente se puso sus zapatos
deportivos. Los ató uno por uno. De fondo seguía escuchando los mismos ruidos de la
recámara contigua.

Para llegar a la cocina, debía pasar primero cerca de la habitación de sus padres. Jacobo, a
medida que avanzaba, escuchaba que los ruidos se hacían más fuertes. Sobre todo el de la
cama, la cual le pareció que iba a derrumbarse. Y no era solo la cama. También escuchó
sonidos que le eran difíciles de identificar. Entre ellos oyó una especie de gruñido. Por lo
visto el señor ese no estaba jugando ni a ser un caballero ni a ser un troll, sino a ser un

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dragón. El chico volvió a sentir celos al no poder estar jugando con ellos.

-¡Así! ¡Así! ¡Muévete así!-escuchó el chico desde la cocina. Era el señor quien le hablaba a
su mami. —¿Te gusta!?

—¡Sííííííí!-la dulce voz de Gabriela retumbó en los oídos de Jacobo. Sonó casi como un
murmullo. Como si estuviera cansada.

-¡Eres una diosa, mamacita!—volvió a escuchar. Jacobo cada vez se confundía más. Pero se
quedó tranquilo. Ahora estaban jugando a otra cosa, ya que su mamá ahora hacía el papel
de Diosa de algún lejano reino.

—¡Dios! ¡Oh! ¡Mi Dios! - La voz de Gabriela era casi inaudible, pero Jacobo podía distinguirla
vagamente entre el rechinido de la cama. Ese juego era muy extraño, pensó finalmente para
luego regresar a su habitación.

Según el reloj del cuarto de Jacobo faltaban siete minutos para las cinco de la tarde. Él ya
estaba desesperado queriendo que llegara su abuelita para ir al cine. El juego entre su
madre y el viejo gordo por momentos lo sacaba de sus cabales. Sobre todo, cuando su
mamá gritaba de manera extraña.

Fue entonces cuando escuchó el timbre de la puerta. Estaba completamente seguro de que
se trataba de su abuela Romina. Pensó en abrirle, pero sus padres, en especial su madre, le
tenían estrictamente prohibido abrir la puerta. Solo en raras ocasiones, como esta tarde
cuando su mamá le ordenó que lo hiciera, es que le daban permiso.

Los minutos seguían pasando. Ahora el reloj marca las cuatro con cincuenta y ocho, y el
timbre no paraba de sonar. Jacobo se preocupó, temiendo que su abuela pensase que no
estaban en casa y se fuera sin llevarlo al cine. Por lo que nuevamente salió de su habitación
y se dirigió a la recamara de sus padres para avisarle a su mami que ya lo venían a buscar.

Una vez que ya estuvo de pie ante la puerta de la habitación de sus padres, Jacobo siguió
escuchando esos sonidos extraños. Sus ganas de ir al cine con su abuelita eran tan grandes
que se dio el valor de golpear a la puerta, pero no obtuvo respuesta desde el interior. Los
fuertes sonidos de la cama continuaban. Volvió a tocar sin obtener respuesta.

-Mami -llama Jacobo en voz baja sin abrir la puerta.

-¿Qué estará pasando allí dentro que mami no responde?-pensó Jacobo, sin dejar de tocar.
Golpeó más fuerte.

-¡Mami!-gritó desde afuera, y finalmente alguien le contestó. Los sonidos de adentro en forma
automática desaparecieron.

-¡Vete de aquí, niño!¡Tu mamita y yo aún estamos ocupados! - Don Cipriano fue quien le
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contestó luego de unos segundos de silencio. Su voz sonaba como si estuviera corriendo
una maratón.

Jacobo verdaderamente deseaba ir al cine, por lo que no le obedeció y siguió gritándoles


desde afuera.

-¡Están tocando la puerta!¡A lo mejor es la abuela Romina!Se hizo el silencio unos instantes.
Jacobo escuchó tenuemente a su mami hablando con ese señor gordo.

-¡No entres, Jacobo! ¡En un momento salgo! - le habló Gabriela desde adentro. Su voz
también es de cansancio según Jacobo.

El niño volvió a escuchar movimientos dentro de la habitación. Pero no son del mismo tipo de
los de antes. De repente se abrió la puerta y apareció Gabriela, su mamá. La rubia salió
rápidamente, cerrando la puerta tras de sí. Jacobo quiso mirar hacia el interior, pero no
alcanzó a ver nada.

El niño la miró y la analizó. Sintió que algo en ella era diferente, pero no supo distinguir que
era. Su ropa era igual. Su vestido seguía siendo el mismo, pero estaba maltrecho. Además,
estaba cansada, muy sudada y con sus mejillas de un color rojizo. Y tenía alborotado el
cabello.

-¿Te falta algo, amor?-le preguntó Gabriela refiriéndose a si ya tenía todo para irse.

-No, estoy listo.- Jacobo pensó en hacerle alguna pregunta sobre la manera en que jugaban,
pero el timbre seguía sonando.

-¡Ya voy!-gritó Gabriela en dirección a la puerta. Ella sabía muy bien quien llamaba tan
insistentemente. Luego se agachó, quedando de esta forma a la misma altura que Jacobo—.
Recuerda tu promesa, amor.—Junto con decirle eso, la casada se llevó una mano a un
extremo de su labio y le hizo una señal de cierre a lo largo de su boca.

-Sí, mamá, no le diré a nadie-la tranquilizó Jacobo, entendiendo el ademán de su bella


progenitora.

-¡Muy bien! Entonces vamos a abrir la puerta. Estoy segura de que se trata de tu abuela, y ya
sabes cómo es de desesperada. - Gabriela le sonrío dulcemente a su hijo, y ambos
caminaron hacia la puerta tomados de la mano.

-¿Vas a seguir jugando con ese señor?—le preguntó tímidamente Jacobo, algo curioso.

Ella continuó caminando con él detrás suyo. Tardó unos segundos en responder, hasta que lo
hizo.

-Sí, amor. Vamos a seguir jugando otro ratito.

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FIN CAPÍTULO 4

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CAPÍTULO 5
-¡Hasta que abres la puerta!—fue lo primero que dijo doña Romina una vez que vio aparecer
a su nuera bajo el umbral—, llevo como diez minutos tocando el timbre y no aparecías.

-Discúlpeme, suegra.-Gabriela entendió la manera hostil en que Doña Romina quería llevar
esa conversación. Sin embargo, la rubia no caería en su juego. Ella pensaba que tenía cosas
mucho más importantes de qué preocuparse.

-Nunca haces nada bien, querida. ¡Nunca!-Doña Romina, mientras le hablaba, meneaba la
cabeza en forma negativa. Se fijó también en las fachas que llevaba su nuera, su aspecto
desalineado -Te noto rara. ¿Qué estabas haciendo?

Desde su posición, Jacobo era capaz de observar a su mami. No entendía mucho sobre
cosas de adultos. Pero se daba cuenta que su mamá estaba nerviosa, muy nerviosa.

—Estaba haciendo el aseo en el departamento-le respondió Gabriela sin titubear—. Y, si no


le molesta, me encantaría seguir haciéndolo. Esto era una forma de decirle ¡váyase!

Doña Romina no noto algo más que le pareciese fuera de lugar aparte del aspecto de su
nuera. Por un momento pensó en esos extraños sonidos que escuchó desde el interior antes
de que le abrieran la puerta, pero se los atribuyó a la televisión.

- ¿Listo para irnos, Jacobito?-le preguntó la señora a su nieto. Jacobo le asintió con la
cabeza—. Te lo traeré en unas horas ¿Está bien?

-No hay problema, suegra, tardese todo lo que quiera-dijo la casada. Y tú, mi amor,
prométeme que te portarás bien.-La rubia volvió a hincarse para quedar a su altura.

—Te lo prometo.—El niño recordó también sus otras promesas—. Así lo haré mami.

Con un tierno beso en la mejilla, Gabriela se despidió de su hijo y cerró la puerta cuando se
fueron.

-¡Por favor! ¡Mi suegra está allí afuera! ¡Déjeme deshacerme de ella! — le había dicho
Gabriela al viejo. Esto, con la intención de alejar a Doña Romina del lugar donde ella estaba
cometiendo adulterio. O, más bien dicho, del lugar donde a ella se la estaba cogiendo un
hombre que no era su marido, y mucho menos hijo de la señora que tocaba el timbre en
forma insistente. Pero sobre todo para evitar que su hijo los siguiera escuchando mientras
cogían.

Al principio el viejo Cipriano no la quería dejar. Este, argumentaba que nada le impediría
escapar cuando su hijo se hubiese ido.

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-¡Le prometo que no lo haré! ¡Regresaré con usted en cuanto se vayan!-Con esas palabras el
viejo la soltó. La rubia había pensado que le sería más difícil convencerlo.

Un nuevo dilema moral rondó en la mente de la sensual casada al momento de cerrar la


puerta y quedarse sola en el departamento, claro que con don Cipriano esperándola en la
cama matrimonial.

Gabriela pensó en que la única razón por la que se había entregado a ese hombre fue para
evitar que Jacobo fuese testigo de una violación. Ahora tenía tiempo de escapar, pues el
viejo no aparecía. Con toda seguridad, seguía esperándola tranquilamente en su recamara.

Sin embargo, se sentía excitada. Esa situación-con su hijo quizás escuchándolos- la había
prendido. Esto le hacía sentir algo extraño en su cuerpo y en su mente. Algo extraño y
prohibido, pero rico al mismo tiempo. Y eso, sin contar lo bueno que era el viejo en la cama.
Ese mecánico la hacía disfrutar como nadie lo había hecho. ¿Acaso era la peor madre del
mundo? ¿Cómo podía gustarle tanto esa situación? ¿Cómo pudo disfrutarlo?

Gabriela sentía el semen seco del viejo aún húmedo en su entrepierna. Esto, en clara señal
de su nueva infidelidad. Sin darse cuenta de cómo, ni de cuándo, nuevamente estaba
abriendo la puerta de su recamara. Frente a ella otra vez apareció el maduro cuerpo del viejo
Cipriano.

El mecánico aún se encontraba tendido en la cama, y le sonrió como un degenerado al verla


ingresar a la habitación. Estaba completamente desnudo, y masajeándose a dos manos su
pedazo de carne masculina.

-¿Ya se fueron? —le preguntó don Cipriano en voz baja.

Gabriela asintió con su cabeza, sin atreverse a mirarlo a los ojos.

-¡Jajajaja! ¡Bien! ¡Muy bien! ¡A ver! ¡Ahora quiero ver ese par de nalgotas!—le solicitó el viejo.

Gabriela, a pesar de haberlo escuchado claramente, no le obedeció de inmediato.


Tímidamente giró su cuerpo y se puso a mirar su habitación. Esto, porque las ardientes
miradas del mecánico hacia su cuerpo la hicieron sentirse invadida. Pero no le quedaba de
otra, debía volver a desnudarse para él.

La rubia lentamente comenzó a desprenderse de su vestido. Sus manos temblaban al irlo


subiendo, ya que sabía que debajo de este no se había puesto nada cuando fue a recibir a
su suegra. Lo subió por su cintura. Luego lo deslizó por sus pechos. Hasta terminar por
retirárselo por sobre su cabeza arrojándolo a una esquina de la recamara.

A don Cipriano no le importaba cuántas veces ya la había visto desnuda. El caso era que
aquella hembra en tales condiciones no dejaba de sorprenderlo.

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-¡Te ves tremenda!-bufó desde su posición.

Gabriela por alguna extraña razón se ruborizó. Pero de igual forma cubrió sus pechos con
una mano, y con la otra su vagina. Esto lo hizo llevando su mirada a uno de sus hombros en
señal de vergüenza.

-¡Tienes las medias tetas, mamacita! ¡Estás buenísima!

Los turgentes pechos de la rubia sobresalían notoriamente, inclusive con su mano y brazo
cubriéndolos. Su bello rostro de Diosa volvió a tomar ese tono rojizo, muestra de su
nerviosismo.

—¡Te haré una pregunta!-rugió don Cipriano desde la cama - ¿Me amas?

¿Me amas? Retumbó la aguardentosa voz del mecánico en sus oídos. Ella conocía muy bien
la respuesta.

-¡No! ¡No, señor! ¡Yo a usted no lo amo!-le respondió secamente la casada, sabiendo que su
amor le pertenecía a su marido y a su hijo. Lo que sentía por él era algo muy diferente. Algo
en lo cual no le gustaba pensar.

La sonrisa del viejo desapareció por unos instantes, pero no tardó en recuperarla.

-¡Yo te haré cambiar de opinión, nalgona!¡Ven!-le ordenó el viejo, evidentemente complacido


por la sumisión de tan espectacular hembra.

Gabriela hasta ese momento no se había dado cuenta que don Cipriano en su mano tenía su
retrato preferido. Una foto en donde estaban ella, Cesar y Jacobo en el circo. El viejo la
arrojó al suelo, como si aquella fotografía fuese cualquier tipo de basura, sin importarle los
gratos recuerdos que encierra.

El odioso mecánico, después de tirar el retrato, le extendió su mano a modo de invitarla a


acostarse a su lado. La casada-como si fuese un robot-le da su manita. El viejo al tomársela,
la jala hacia la cama, y se recuesta nuevamente con su verga apuntando orgullosa hacia el
techo.

-¡Ven, pon tus nalgotas aquí! ¡Quiero probarte la concha!-le dijo haciendo una señal para
hacer que ella se suba en su rostro.

Gabriela, sin pensarlo mucho, lo hizo. Se deslizó como una verdadera felina por el colchón
matrimonial llegando junto a él. Luego se puso de pie en la cama quedando de cara a la
pared. Seguidamente flexionó sus piernas y las pasó una a cada lado de la cabeza de don
Cipriano. De esta forma, su vagina quedó a unos cuantos centímetros de los labios del viejo.

La rubia estaba muy avergonzada. Ella no estaba acostumbrada a este tipo de posiciones, y

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menos a que se la chupen.

El viejo Cipriano no le dijo palabra alguna. Solo se limitó a cogerla por sus espectaculares
nalgas para acomodársela en su boca.

Cuando los gruesos labios del mecánico hicieron contacto con la vagina de Gaby, este la
notó muy húmeda. Situación que no lo hizo dudar en penetrarla con su lengua.

El viejo, en forma hambrienta, estaba saboreando cada parte de la sensible vagina de


Gabriela. Su lengua entraba y salía de aquella íntima ranura en forma resbalosa. Este no se
la creía. Se había estado cogiendo a tan espectacular rubia en su propia cama, en donde
dormía con su esposo. La había hecho gozar, y ahora le estaba lamiendo la almeja a gusto, y
con cooperación de ella.

Las manos de la casada estaban apoyadas en la pared, para así tener algo de equilibrio.
Aunque casi no lo necesitaba, pues su viejo amante la tenía bien agarrada de su
espectacular trasero.

Gabriela estaba sorprendida. Esa rasposa lengua le llegaba tan profundo como el pene de su
marido, y quizá un poco más. La rubia siempre había sido consciente que Cesar tenía un
pene pequeño, pero en ese momento se acababa de dar cuenta de cuánto.

-Aaaaah-gimió la casada. Desde su posición, bajó su mirada para poder ver al viejo. Tenía
los ojos cerrados. Le dio la impresión de que estaba muy concentrado, ya que solo se daba a
mover su lengua al interior de su vagina sin despegar su bocotá un solo centímetro. Ella no
quería aceptarlo, pero el viejo ese se la estaba lamiendo muy rico.

A la rubia ya le estaba doliendo el trasero, pues el viejo se lo apretaba como si no existiera


un mañana. Lo hacía como si quisiera desprender la carne de ella. Luego se lo sobaba y le
asestaba fuertes nalgadas. Pero a pesar del dolor que sentía, el placer en su vagina era
mucho mayor. Le gustaba sobre todo cuando don Cipriano se separaba un poco de su
vagina para mirársela ligeramente, y después volver a penetrarla con su áspera y gruesa
lengua. Gabriela ya no se pudo quedar quieta y comenzó a moverse tal como se lo exigía su
cuerpo. Su pelvis y su tajo subían y bajaban como si fuese un pene el que la estuviera
penetrando.

La casada retiró las manos de la pared y las apoyó una en cada pierna de Don Cipriano,
recostando un poco su espalda y abriendo de par en par sus soberanas piernotas. Todo lo
anterior sin dejar de mover sus caderas.

Los prejuicios pasados de la rubia desaparecieron de un minuto a otro. El placer se los había
derrumbado. Al menos así lo era en ese momento. Las gratificantes sensaciones corporales
que estaba sintiendo eran increíbles.

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Por otra parte, a don Cipriano ya le era difícil seguir masajeando las nalgas de la casada.
Pero no le importaba, ya tendría tiempo para seguir manoseándoselas. Por ahora se
conformaba con sentir la sensual curvatura de sus caderas. Sentir esa tersa piel sumada a la
exquisita humedad que desprendía ella desde su parte más íntima. Todo esto aderezado con
los tenues gemidos que Gabriela no podía evitar dejar salir de sus sensuales labios. En fin, el
viejo mecánico estaba disfrutando a concho de aquel momento.

En un furtivo afán por querer sentir más placer, Gabriela se recostó un poco más. Con esto
llegó a sentir la maciza barra masculina en su espalda. Como si con ese simple contacto la
quemase, se levantó un poco, evitando de esta manera sentirla.

-¡Diosss!-murmuró la rubia. Para después voltear a ver esa verga que acababa de sentir en
su espalda.

La casada en ese mismo momento se preguntó cómo era posible que un viejo a sus casi
sesenta años tuviera un pene como ese ¡Tan grande! ¡Tan grueso! ¡Tan varonil! ¡Tan
resistente!

Gabriela, con todo lo anterior en su mente, sintió unas ansias tremendas de tocarle
nuevamente la verga; sentirla entre sus manos; juguetear con ella. Y así lo hizo. Enderezó su
cuerpo, haciendo más presión con su vagina sobre la boca del mecánico. Luego llevó su
mano derecha hacia atrás de su espalda hasta rodear esa verga. Con su mano izquierda se
agarró una teta y comenzó a apretársela. Estaba excitadísima por lo que estaba haciendo y
disfrutando. Aun así, se sentía un tanto temerosa, apretando esa caliente barra de carne que
la tenía loca. Esa gruesa barra que hacía muy pocos minutos la había embriagado de placer,
y que con toda seguridad en breves minutos la llenaría con su semilla.

Mientras la rubia jugaba con la verga del viejo, la notaba húmeda, pegajosa, y llena de
semen. Esto, en otra situación, le habría causado muchísimo asco, pero no ahora, ahora la
calentaba. Sin dejar de mover sus caderas, aumentó el ritmo de la masturbada que se hacía
sobre la boca de don Cipriano. Este último estaba en iguales condiciones que la rubia, pues
en ese mismo momento saboreaba golosamente los abundantes jugos vaginales que
Gabriela le estaba proporcionando. Al viejo le encantaba el sabor de mujer de esa rubia, con
el que se estaba deleitando, era feminidad pura.

Pasaron sus buenos minutos en esta posición, pero Gabriela quería más. Así que, sin previo
aviso, se levantó y salió de la cama. Don Cipriano se quedó mirándola incrédulo, y la siguió
con su mirada. Este no se esperaba esta reacción por parte de la rubia, por ende, no pudo
detenerla.

-¿¡Qué pasa!?-le preguntó aún sorprendido y mirándola desde la cama. Gaby, sin
responderle y en total estado de desnudez, se agachó para recoger el retrato que momentos

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antes el mecánico había estado viendo y luego lo puso boca abajo en el velador. Don
Cipriano siguió hablándole— ¡Aún no hemos terminado! ¡Ven para que sigamos cogiendo!
-Definitivamente el mecánico no entendía lo que significa la palabra tacto. Estuvo a punto de
levantarse e ir por ella cuando la vio abrir un cajón. Gabriela sacó una liga para el cabello, se
hizo una media cola e inmediatamente después regresó a la cama.

La casada se ubicó sobre el viejo en una posición muy parecida a la que estuvo momentos
antes. Sus piernas quedaron a ambos lados de la cabeza del mecánico, pero con la
diferencia que ahora estaba puesta hacia al otro lado. Su azulada mirada estaba puesta
directamente hacia el grueso instrumento de don Cipriano, el cual se mantenía a la espera y
palpitante.

En aquella posición, Gabriela se veía tremendamente sexy. Con ese asqueroso viejo debajo
de ese trasero que todo hombre desearía disfrutar.

-¡Vaya, vaya! ¡Así que ahora quieres hacer un sesenta y nueve! ¡Quieres chupármela, y que
yo te la siga chupando! Jajaja!-reía triunfalmente don Cipriano, al mismo tiempo que
continuaba haciéndole ver sus apreciaciones. ¡Se está convirtiendo en toda una puta, señora
Guillén!

Con semejantes palabrotas emitidas por el mecánico, la rubia al instante se cuestionó. ¿Y si


eso era cierto? ¿Y si realmente ella estaba cambiando? ¡Tuvo la oportunidad de huir, y no lo
hizo! ¿Por qué?, pensaba Gabriela, sorpresivamente asustada. Sin embargo, no tuvo
demasiado tiempo para seguir recriminándose. El viejo ya había comenzado con su ataque.

- ¡¡¡Aaaaaaah!!-gritó la casada. El mecánico de manera bastante bruta había introducido un


par de dedos en su pequeña cavidad anal. Luego, se entretuvo metiéndoselos y
sacándoselos, mientras que con su boca saboreaba su vagina.

El viejo había jugado tan bien sus cartas que Gabriela perdió sus fuerzas y se dejó caer
hacia adelante. De un segundo a otro se vio recostada con su cabeza en el muslo del
mecánico. Su mirada nuevamente fue a dar hacia ese monstruoso pene, que totalmente
erecto la invitaba a que jugara con él.

La rubia tomó con sus dos manos ese formidable miembro masculino y, como si este se
tratara de un sabroso caramelo, abrió su boquita lo que más pudo para comenzar a
engullirlo. A Gabriela le era bastante difícil la tarea, pues el grosor y el tamaño de semejante
herramienta no estaban hechos para una cavidad oral tan pequeña como la de ella. Pero el
aroma a semen y a macho enardeció sus deseos. Así que dio su mejor esfuerzo y logró
meterse la mitad de la bestia en la boca, a la vez que se movía lentamente sobre la lengua
del viejo. Este último, al estar pendiente de todo lo que hacía la rubia, aumentó el mete y
saca de sus dedos al interior de ese elástico esfínter.

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Don Cipriano se sentía encantado. Gabriela se la estaba mamando mucho mejor que la
última vez, en la oficina con cama del Pie Grande. Se preguntó si la rubia había estado
practicando con su esposo.

En tanto, la casada alternaba sus lamidas entre el tronco del pene, el glande, y los testículos.
Le excitaba la idea de que en unos momentos más la bañarían con todo ese semen que se
acumulaba al interior de aquel tremendo aparato.

-¡Mfmfmfmfffff!-emitió la rubia en un momento de la mamada, pues estaba bien ensartada


oralmente. Además, el viejo acababa de meterle un tercer dedo en el ano. Ahora se los metía
y sacaba sin compasión. De no ser porque anteriormente ya había tenido la verga de don
Cipriano metida por ahí, el dolor hubiese sido muchísimo mayor.

Al mismo tiempo en que sucedía todo lo anterior, la vagina de Gabriela iba soltando muchos
líquidos íntimos. El viejo se los tragaba gustoso. Los chupaba, y los mamaba como si
estuviese hambriento de ellos. En definitiva, don Cipriano lamía y se bebía todo lo que su
casada le iba soltando desde la concha.

La rubia sintió un ligero dolor en su cuello de tanto subir y bajar su cabeza en su esfuerzo de
mamarla la verga a su viejo amante. Necesitaba parar y respirar un poco. Apenas se retiró el
pene de la boca, no pudo evitar masajear delicadamente esos testículos y lamerlos con su
boquita.

En los momentos en que todo lo anterior ocurría, no había mucho diálogo entre ellos.
Claramente no lo necesitan. Se llevaban tan bien sexualmente que las palabras que se
dijeran sobrarían. Ciertamente ese gordo asqueroso la estaba cambiando, la estaba
haciendo depender de él. ¿Estaría haciendo que se enamorara?

Cuando Gabriela ya había retomado la mamada de verga, sintió que su vagina estaba a
punto de estallar debido a las lamidas del mecánico. Pero por sobre todo, por lo muy rico que
estaba sintiendo con esos tres dedos entrando y saliendo de su ano. Fue ahí cuando supo
que estaba próxima a un nuevo orgasmo. Esto hizo que sus labios aumentaran el ritmo de
succión. Su lengua trabajó casi a velocidad luz entre el tronco y el glande. También de a
momentos se dejaba tres cuartos de verga bien metida en su boca, la apretaba con sus
labios, y literalmente se la chupaba como si ese pene fuera un helado de agua.

—¡¡Así, mamacita!! ¡¡Qué bien me la mamas!!-La rubia escuchó cómo le gritaba don Cipriano
desde debajo de su vagina.

El viejo movía sus caderas, intentando que su acerado falo le dislocara las mandíbulas. El
glande se deslizaba bravamente por las mejillas interiores de la rubia, haciendo que estas
sobresalieran por fuera. Pero Gabriela, cuando sentía esto, se las ingeniaba para atraparla
con su boca, centrarla, y al instante volvérsela a tragar lo que más pudiera. A todo esto, los
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dedos del mecánico se introducían lo más profundo que podían al interior de aquel apretado
recto. Los metía y los sacaba en modalidad atornillamiento.

En consecuencia, el bello rostro de Gabriela adquirió una mueca extraña. Era una mezcla de
seriedad y enojo, todo a la vez. Era como si con este rictus le estuviese demostrando a quien
la viera que para ella no existía nada más importante en el mundo que esa verga que
chupaba sin descanso, sin tregua, y con pasión.

En un momento dado, don Cipriano tuvo que parar la faena debido a lo riquísimo que estaba
sintiendo. Desde su ubicación solo se daba a observar esa maravillosa visión que solo él
podía disfrutar.

—¡Tienes el mejor culo que he visto en una vieja, mi reina!-le dijo. A la misma vez se
preguntaba-¿Cuántos hombres desearían estar en mi lugar?

El mecánico no obtuvo respuesta. Gabriela estaba como una verdadera enajenada ante las
muchas sensaciones con las que estaba siendo atacada. Ella, solo se limitaba a seguir
masturbándolo con su boca y lengua como si no tuviese otra misión en la vida. Le encantaba
sentir esa dureza en sus labios. Esas venas que le resaltaban y de las cuales Cesar carecía.

Sin darse cuenta, la rubia, cada vez que podía, se daba a comparar a Cesar con el viejo, y
cada vez se sentía menos culpable.

Ahora don Cipriano la nalgueaba fuertemente, y notaba como su rubia piel adquiría ese color
rojo que tanto lo excitaban.

Un intenso orgasmo se avecinaba en el cuerpo de Gabriela, por lo que se separó


rápidamente de esa barra de carne y se hincó sobre la cabeza del mecánico. Al mismo
tiempo se agarró sus dos espectaculares tetas y las comenzó a masajear fuertemente. Todo
lo anterior, sin despegar su vagina de la boca de don Cipriano. Era increíble ver aquella
ardiente escena. La rubia, como una auténtica poseída, se meneaba frenéticamente sobre la
lengua que la penetraba. De la misma forma se lo hacía saber a su amante:

-¡¡Ooooooh!! ¡¡Así!! ¡¡Es maravilloso!! ¡¡Qué rico!! ¡¡¡Me... me hace sentir tan feliz!!!-gritó
Gabriela, presa de la excitación, y con convicción para quien la escuchara.

Fue ahí cuando don Cipriano supo que ya la tenía en sus manos. Por lo que separó su boca
de la vagina y volvió a preguntarle:

-¡Pendeja! ¿Me amas?-El viejo esperaba un sí como respuesta. Deseaba escuchar de sus
propios labios esas simples palabras. Sin embargo, estas no llegaron. Esta situación le hizo
sentirse molesto.

Gabriela no sabía qué decir. Siempre que Don Cipriano le tocaba ese tema la despertaba de

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su trance, y la hacía volver a la realidad. Su cintura se seguía ondulando sobre la boca del
viejo.

-¡Si no me lo dices no haré que te corras! -la amenazó el mecánico, esquivando esa vagina
que ahora se refregaba en su nariz y parte de sus ojos. Este creía que con eso bastaría, pero
fue demasiado tarde. Los espasmos en el cuerpo de la rubia eran la señal que ya lo había
alcanzado.

-¡Síííííiíí! ¡Síííííííí!-gritó Gabriela, quien no paró de mover su encharcada almeja por toda la
cara del mecánico hasta que se sintió completamente satisfecha. Luego de eso se dejó caer
de cara sobre las piernas de don Cipriano.

El aireado mecánico se levantó bruscamente haciendo que la rubia quedara tirada en la


cama. Este se preguntaba por qué Gabriela se resistía tanto a reconocerle que ya lo amaba.
Si él estaba seguro de ello. No obstante, el viejo aún no estaba satisfecho. Su verga seguía
tan dura como momentos antes.

Gabriela respiraba agitada y sudorosa. Ahora estaba boca abajo en la cama. No era
consciente del impacto que le causaba al mecánico verla en esas condiciones.
Completamente desnuda, y con su gran trasero vulnerable para seguir gozándolo.

Naturalmente el viejo no se pudo resistir. Como flecha se ubicó detrás de ella, recostándose
y acomodándose con su cara mirándole las nalgas. Acto seguido, procedió a abrirselas con
sus dos manazas. Gabriela, al sentir el contacto se asustó y dio un ligero salto.

-¡Tranquilízate, mi reina! ¡Tú solo goza!-le dijo don Cipriano un momento antes de meter su
rostro por completo entre esas suaves montañas de carne que Gabriela tenía por trasero.

La casada, al sentir el contacto de la tibia boca del mecánico con su orificio posterior, se
sintió tremendamente avergonzada. Ella siempre consideró que ese era un lugar sucio, un
rincón no apto para lo que estaba haciéndole el viejo. Una cosa era que este la penetrara con
su verga, o con sus dedos, y otra muy diferente era que le metiera la lengua en su ano. Eso
era simplemente asqueroso.

-¡Aaaaah!-gimió Gabriela.

A pesar de que ella consideraba sucio eso que le estaban haciendo, de igual forma pensaba
que el viejo era habilidoso en esas tareas, ya que encontraba sitios placenteros en aquella
parte de su cuerpo. De su boca escurrían hilillos de saliva, los cuales iban a dar a las
sabanas de su cama matrimonial. Ella ni siquiera estaba consciente de aquello.

Don Cipriano sentía una extraña mezcla de dolor y placer, ya que al estar él también
recostado en la cama, presionaba su verga contra la misma, provocándole incomodidad. Sin
embargo, la toleraba. La sola idea de que estaba manchando esa cama –donde Gabriela
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dormía con su marido, con sus fluidos venéreos le era extremadamente excitante. Asimismo,
le encantaba sentir el contraste que existía entre la dura espalda de la rubia y su suave
trasero. Además de la delicada, pero a la vez gran curvatura, que separaba a estas dos
partes de su anatomía.

Mientras tanto, en un cine no muy lejano, su adorado hijito se divertía sanamente. Jacobo
estaba comiendo palomitas, riendo, y maravillándose de las bondades que el séptimo arte le
ofrecía. En fin, el chico estaba totalmente ajeno a lo que le ocurría a su mami. Sin embargo,
de vez en cuando, sus pensamientos estaban con ella, él sabía que su mami aún debía estar
jugando sanamente con ese señor que la había ido a visitar ese mismo día.

-¿Estás lista, pendeja?-Don Cipriano le preguntaba hincado en la cama, y con las nalgas de
Gaby entre sus piernas. El viejo estaba preparándose para entrar nuevamente en su culo.

-¡¡Síííííííííííí!! ¡¡Oooh Dios!! —respondió Gabriela justo en el momento en que sintió en su


orificio el comienzo de la penetración del mecánico.

La verga de don Cipriano entraba con cierta dificultad en el ano de Gaby. La cara de la rubia
se iba transformando con cada centímetro que el viejo ganaba en su trasero. Su rostro
pasaba del placer a un rostro lleno de dolor.

A la casada le resultaba un tanto incómodo y bastante doloroso guardar tan tremendo falo en
su pequeña cavidad. Pero a la vez le gustaba sentir que se la podía con semejante tarea, y
que era digna de ese monstruoso pene. Esto le hacía sentirse más mujer. La ronca voz del
mecánico la sacaron de sus cavilaciones:

-¡Eres la primera vieja que se come toda mi verga por el culo, mamacita!

- ¿De... de verdad?-le respondió agitadamente la rubia. Esto, sin saber por qué, le hizo
sentirse orgullosa.

-¡Sí! ¡Lo haces maravilloso, puta! ¡¡Eres una Diosa!! —le animó el viejo. Luego de decirle lo
último la tomó por ambas muñecas, a modo de carretilla, y la obligó a incorporarse en cuatro
patas, sin salirse de ella.

Teniéndola en la posición antes mencionada, el mecánico comenzó una serie de rápidas y


firmes embestidas. A esté le encantaba la manera en que los imponentes glúteos de la rubia
rebotan ante sus embates.

-¡Qué bien lo haces, bebé! -Gabriela le regresó el cumplido, animada por esa exquisita
calentura en que la mantenía el viejo. Se lo dijo mirándolo hacia atrás, y sonriendo por un
instante. Sin embargo, rápidamente retomó ese rostro mezcla de dolor y excitación.

Desde su posición, el mecánico veía la manera en que su verga entraba y salía de aquel

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apretado agujero. También se percató de lo rojo que Gabriela tenía el ano, y que, a pesar de
ello, seguía gimiendo de placer. Esto le invitó a aumentar el ritmo.

Gabriela, al sentir que el viejo había acelerado la velocidad de sus perforaciones, en forma
natural intentaba esquivarlo. También hacía tímidos movimientos de huida que carecían de
una convicción clara de abandonar esa cama. Pero el viejo-convertido en todo un campeón,
y todo transpirado-de igual forma la mantenía bien agarrada de sus antebrazos, clavándola
como si tuviera rabia con ella. Nadie que lo viera pensaría que ese viejo rondaría los sesenta
años. Se la estaba culeando como un recién casado en plena luna de miel. Los movimientos
que éste hacía al momento de empotrarla era como ver a un vaquero domando a su indómita
yegua.

A estas alturas a la casada ya se le había olvidado lo que le estaba pasando en su vida hasta
ese día antes de que llegara don Cipriano a su casa. Ni siquiera era consciente del por qué
estaba teniendo relaciones sexuales con ese hombre. Tampoco recordaba que tenía un
esposo, y que éste, en esos momentos estaba trabajando como un esclavo para llevar el pan
a la mesa. Y menos recordaba que ella era una linda y “pura" madre de familia. Es más, esto
último ni siquiera le importaba.

Gabriela en esos momentos no podía pensar en nada más. Solo se concentraba en el viejo
que la estaba penetrando fuertemente por su trasero. Sus pechos estaban enrojecidos por el
esfuerzo y chocaban entre sí. Estos se movían estrepitosamente —llenos de sudor-ante el
movimiento de la culeada que le estaban dando a su dueña. Don Cipriano ya no se aguantó
más y se inclinó hacia ella agarrándole las tetas, recostándose completamente en ella.

A la casada le resultaba difícil respirar en esos acalorados momentos. El hombre que estaba
sobre su espalda, masajeando sus pechos, era muy gordo. Por un momento pensó en esto
último. Sus pechos, que habían sido hechos y formados para alimentar a sus hijos, ahora
estaban siendo amasados por un horrible sujeto, que jugaba con ellos con una brusquedad
inusitada.

Sin embargo, las sensaciones que invadían a la rubia le eran tan placenteras, que prefirió
olvidarse de todo, y en un afán de querer seguir sintiendo más rico, llevó su mano a su
húmeda vagina y se la comenzó a masajear como una loca.

Gabriela no era consciente que por cada vez que se acostaba con ese viejo mecánico se
volvía más apegada a él; más dependiente de él, y que su cuerpo respondía cada vez más a
sus caricias.

—¿¡Te gusta, mamita!?-le preguntó el viejo en un momento que se la tenía metida entera,
para después hacer un esfuerzo y besarla detrás de su oreja. Ahora volviendo a su mete y
saca.

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-Me... me... encanta... -le respondió la casada entrecortadamente, intentando mirarlo. Al
instante recibió gustosa la boca del viejo, quien exploró la suya con su lengua en un húmedo
beso.

El tiempo en aquella recamara matrimonial seguía pasando. Don Cipriano y Gabriela no se


percataban de ello. Estaban demasiado preocupados de seguir disfrutando el uno del otro.

-¿Te gustó la película, mi amor?-le preguntó Doña Romina a su nieto en el momento que ya
salían de la sala de cine.

Jacobo estaba terminando de comerse un algodón de azúcar, por lo que tardó en


responderle.

-Si abue..., estuvo buenísima,

-Me alegro. Ahora iremos por un helado, y luego al parque para que aprovechemos un ratito
más de la tarde. Después te llevaré a casa. -Abuela y nieto continuaron caminando de la
mano para dirigirse a la salida del cine. Solo espero que tu madre no haya salido con una de
sus amigas. —Doña Romina aprovechaba cualquier momento para tildar a su nuera de
irresponsable, de mala madre, y no le importaba que fuese su nieto quien la escuchara,

—No lo creo, abuelita. Mi mami se estaba divirtiendo en casa-le respondió Jacobo sin pensar
demasiado en lo que dijo.

Las arrugas en el rostro de Doña Romina se acentuaron, intrigada frente a estas palabras.

-¿A qué te refieres, amor?

Jacobo se quedó quieto, a la vez que se llevó una de sus manos a su boca. El chico supo al
instante que acababa de cometer un error.

-No puedo decírtelo, abuelita. Es un secreto-dijo el chico, creyendo que con esto se zafaría
de las preguntas.

-Sabes que no me gustan los secretos. O me lo dices o te voy a...

Doña Romina se inclinó frente a su nieto, quien la miró algo asustado.

-¡O te voy a agarrar a cosquillas!—Las viejas manos de la señora pellizcaron delicadamente


el estómago del niño, causándole risas al por mayor—. No te dejaré en paz hasta que me lo
cuentes.

-¡No, por favor! ¡Jajajaja! ¡No puedo contártelo! ¡Jajajaja! ¡Se lo prometí a mamá! ¡Jajajaja!

Al escuchar esto Doña Romina paró de hacerle cosquillas. La señora sabía que era muy
difícil que Jacobo "traicionara" a su mamá. Además, pensó que seguramente se trataba de
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una tontería. Decidió que lo mejor por ahora era apurarse para ir por un rato al parque antes
de que se les hiciera tarde. Otro día se lo preguntaría.

—¡Muy bien! ¿listo para irnos al parque?

-¡Sí! Jajajaja!--las risas de Jacobo continuaban.

Lejos de allí, su madre, completamente desnuda, cabalgaba rítmicamente a don Cipriano e


intentaba exprimirle la verga al máximo. Ahora habían cambiado de posición y la rubia se la
estaba comiendo por la vagina.

El mecánico estaba recostado boca arriba, y sentía como esa espectacular amazona se
movía en su erecto miembro. Se lo estaba tragando entero según veía. Sus manos la
tomaban del trasero, solo para sentir su tersa piel, ya que la casada se movía por sí misma.
Ambos ya sentían que estaban a punto de llegar al límite.

La verga de don Cipriano entraba y salía sin dificultad en la intimidad de la casada, sin
ningún tipo de restricción, y sin ninguna protección. La rubia ni siquiera era consciente de
esto. No caía en cuenta que el viejo podía llegar a dejarla embarazada, y solo se
concentraba en las sensaciones. Todos sus esfuerzos corporales se concentraban desde su
cintura para abajo. Sobre todo en su vagina, la cual contraía con la única intención de extraer
de ésta todo su acuoso contenido.

-¡Ooooh! ¡Mamacita! ¡Eso! ¡Exprímeme la verga!-gruñía el viejo fuera de sí, al sentir aquellos
movimientos, al estar claro que literalmente esa casada le estaba succionando la verga con
la concha.

-¡Aaaah qué ricooo! ¡Nene! ¡Uuuuy! ¡¡Bebé!! ¡¡Oh Dios!! ¡¡Dios!! ¡¡Te... te... am... -La rubia fue
interrumpida de lo que iba a decir al sentir el caliente líquido que el viejo sin darle aviso vertió
en su interior en rápidas y espesas inyecciones.

Ella tampoco pudo evitarlo y su cuerpo fue presa de deliciosas descargas eléctricas que
indicaba el orgasmo que estaba sintiendo. Ambos se corrieron al mismo tiempo, y así
estuvieron moviéndose acompasadamente hasta que todo fue acabando. La rubia, en forma
natural, se dejó caer en el fofo cuerpo del mecánico. Se besaron en el acto, y lo hicieron por
un largo rato. Se besaban como si lo hubiesen estado deseando toda una vida. Como si
estuviesen hechos el uno para el otro.

Al rato, Gabriela aún yacía completamente desnuda en su cama, y en los brazos de don
Cipriano, quien miraba al techo. La rubia observaba con detalle su textura, su color, y
extrañamente no se sentía culpable, al menos no de momento. Por su parte el enojo
acumulado de don Cipriano en esos días también se había esfumado. Su ira había sido
reemplazada por una gran felicidad. Felicidad de tener a su mujer junto a él, y el haberla

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poseído tanto como él lo había estado deseando en todo este último tiempo.

El viejo en un momento la arrimó contra su pecho peludo y canoso, manteniéndola más


firmemente abrazada a él, y comenzó a acariciarle suavemente su cabello. Gabriela se
sorprendió ante ese tierno gesto. Ella no estaba acostumbrada a que el mecánico la tratara
de esa forma,

En fin, la rubia estaba dividida. Ahora ya más relajada se debatía en qué hacer. Una parte de
ella deseaba gritarle, insultarle, correrlo de su casa por la canallada que le hizo hacer en su
cama matrimonial. Pero su otra parte estaba contenta, feliz de sentirse nuevamente una
mujer plena. Sin pensarlo se juntó más a él y recostó su cara en su velludo pecho, mientras
el viejo continuaba acariciándola.

-Este ha sido el mejor día de mi vida, preciosa -le dijo don Cipriano respirando aún algo
agitado.- Eres una Diosa en la cama.

La casada se sonrojó ante ese comentario. Nuevamente sintió esa sensación de mariposas
en el estómago. Sensación que no experimentaba con ninguna otra persona desde hacía
mucho tiempo ¿Por qué? ¿Qué le estaba pasando? ¿Se había vuelto loca? Sin quererlo
recordó una conversación que tuvo con Lidia hacían ya varios años:

-Amiga, estoy muy enamorada de él — le había dicho Lidia en forma emocionada.

-¡Vamos, Lidia! No seas exagerada, si solo llevas un mes de conocerlo. Aun no puedes decir
eso.-Gabriela, en esa oportunidad, trataba de hacer que su amiga pusiera los pies en la
tierra. Ese chico con el que salía no le parecía un buen partido. Esto, en gran parte porque
era un holgazán. Todos los que lo conocían coincidían en ello.

-En serio, Gaby. Es lo más maravilloso que me ha pasado en la vida. Quiero estar con él
para siempre.- En esos momentos la rubia recordaba que jamás volvió a ver en su amiga una
sonrisa más grande.

– Te voy a decir y preguntar algo, espero no te ofendas —le advirtió Gaby — Tu novio es...
No sé cómo decirlo... No te conviene... Tú sabes que con él no tienes futuro... ¿Qué es lo
que le ves?

Lidia se tomó unos segundos para buscar su respuesta, hasta que finalmente la encontró.

-¡El sexo con él es maravilloso!-le contestó secamente Lidia sin borrar su sonrisa.

-¿Y?-le preguntó Gaby creyendo que Lidia seguiría hablando.

-Eso es todo. No tengo más que decir.

-No esperarás a que me tragué eso. Nadie puede enamorarse solo teniendo relaciones

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sexuales.-Gabriela se negaba a aceptar las escuetas palabras de su amiga.

-Pues, aunque no me lo creas, así es. De hecho, está comprobado científicamente. -Lidia
estaba un poco sonrojada al hablar de ese tema—. No sé muy bien como explicarlo, pero las
mujeres nos apegamos más a un hombre si el sexo es bueno con él. O eso escuché en la
televisión.

Gabriela no entendía la actitud de su amiga. De hecho, la reprobaba totalmente, y estaba


segura de que el tiempo le daría la razón. Y así había sido, pues el hombre del que estaban
hablando fue quien embarazó a Lidia, el mismo quien tiempo después la abandonó.

La rubia volvió al presente y se aterró solo de pensar que algo así le pudiera pasar a ella. La
idea de quedar prendada a un viejo horrible como don Cipriano la espantaba. No quería
enamorarse de alguien que valiéndose del miedo y de engaños conseguía sus objetivos.
Además, estaba casada y con un hermoso hijo. Gabriela se sentía culpable solamente con
poner la palabra "amor" en la misma oración que Don Cipriano.

-¿En qué piensa, señora Guillen?-preguntó don Cipriano mofándose de su estado de casada.

La pensativa casada tardó un momento en responder. El hecho de estar recostada sobre el


fofo cuerpo del viejo le era extrañamente tranquilizador. En su ubicación era capaz de sentir
los latidos del corazón del hombre en su oreja.

-Creo... creo que es hora de que se vaya-le respondió Gabriela, quien, sin darse cuenta, con
sus deditos jugueteaba con los vellos canosos en el pecho del viejo.

-¿Quieres que me vaya, mamacita? Porque si tú quieres podemos estar cogiendo por toda la
noche-le dijo don Cipriano, más por seguir la conversación que por darle a elegir a la rubia,
pues si él quisiera podría "obligarla" nuevamente.

Del mismo modo, don Cipriano se enorgulleció al darse cuenta de que la casada tardó en
responder, señal inequívoca del dilema moral que podría estar inundando su mente.
Claramente la rubia había pensado en esa posibilidad.

-Sí, tiene que irse-le dijo Gaby pensando en la posibilidad de que pronto podría regresar su
hijo, y con él su suegra.

- Está bien, mi reina, luego de un rato me iré - le contestó don Cipriano. El viejo preferiría
seguir allí con ella cogiéndosela hasta que no pudiera más, pero tenía cosas que hacer.

A la rubia le sorprendió esa respuesta, por un momento espero tener que rogarle por que se
fuera. Sin embargo, no fue así.

-¡Una última cosa! Quiero que te lo grabes bien en la cabeza. -Don Cipriano dejó de
acariciarla, y aclarándose la garganta prosiguió.- No quiero volver a tener que hacer estas
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mamadas para cogerte. Ya va siendo hora de que lo aceptes. ¡Tú eres mi mujer y de nadie
más!

En la mente de la casada, como si se tratara de un eco, escuchó esas últimas palabras "¡Tú
eres mi mujer!". Esto ya era demasiado para ella. Eso no era verdad. Ella estaba casada,
casada con un hombre maravilloso.

- No. Lo siento, pero estoy casada.- En la voz de Gaby se notaba el pesar de sus palabras.
Era como si de verdad le lastimara lo que estaba diciendo ¿Qué rayos le pasaba?

-¡Me importa un carajo si estás casada o no! ¡Tú eres mi mujer y punto! ¡Tu maridito no
puede darte lo que yo!—Sus manos cogieron las de Gabriela retirándolas de su pecho, y las
llevaron a su flácida verga. La acción fue un tanto difícil, pues Gaby puso un poco de
resistencia, pero no lo suficiente.

-Por... por favor... No haga esto don... Confórmese con lo que ya ha pasado.-El contacto con
ese falo le quemaba las manos nuevamente, intentaba retirarlas, pero el viejo era más fuerte,
por lo que tuvo que masajeársela ligeramente.

-¡Con una chingada! -Al viejo le molestaba enormemente la manera en que Gaby quería
evitar lo inevitable. Sin embargo, se tranquilizó. Debía convencerla de alguna forma.- Sé que
no quieres engañar a tu marido, pero piénsalo de esta manera... Por más que don Cipriano
quisiera decir algo que sonara mínimamente convincente, no podía. Este nunca fue bueno
con las palabras. Aun así, hizo lo que le nació.- ¡Yo quiero cogerte, y tú quieres que te coja!
¡No sé qué más chingado quieres, Gabriela!

La rubia se sorprendió de escuchar que el viejo la llamara por su nombre. Esto no era muy
común en él. Esto la llevó a que sin querer le diera un fuerte jalón sobre la verga que tenía
entre sus manos, dejando el glande totalmente descubierto, con la parte de lo que alguna vez
fue el frenillo muy estirado. Don Cipriano inmediatamente se quejó.

-Con más cuidado, pendeja, mira que ahora la tengo seca.-El viejo se levantó, liberándose de
las caricias de Gaby.

-Lo siento, discúlpeme-la rubia se hincó en la cama, observando el gordo cuerpo del hombre
que la acababa de penetrar, y como este nuevamente se vestía.

-Estoy teniendo algunos problemas, pero un día de estos te llamaré. Ese día nos veremos. -A
la rubia, esto último, le sonó prácticamente como una orden.

—No. No volverá a pasar nada entre nosotros. Todo esto fue porque usted amenazó con
violarme frente a mi hijo.-Gabriela intentaba excusarse frente a su comportamiento, aunque
no sonó muy convencida.

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-Parece ser que no entendiste nada de lo que te dije, rubia estúpida. Te lo repetiré una vez
más. Un día de estos te llamaré para vernos, y para que volvamos a acostarnos, y tú
acudirás meneando ese rico culo que te cargas. -El viejo soltó una ligera risa—. O de lo
contrario tu esposo se enterará de todo esto.

-Así que este viejo quiere chantajearme-pensó Gabriela un tanto asustada, pero sabiendo
que el mecánico no tenía ninguna prueba de lo que había ocurrido entre ellos.

-Mi esposo me creería a mí. Además, usted no tiene...

-¡Es verdad! ¡No tengo pruebas!-le interrumpió el viejo a sabiendas de lo que la rubia iba a
decir, pero no es normal de parte de una señora casada encerrarse en su cuarto matrimonial
con otro hombre mientras su marido anda trabajando. Podríamos preguntarle al Jacobito que
opina de eso.

Don Cipriano, a pesar de no tener estudios, razonaba bastante bien. Este sabía cómo
intimidar a las personas, en especial a las mujeres.

La mente de Gabriela en el acto planteó el escenario. Lo más probable es que si el viejo le


contase a su esposo, este ni siquiera lo escucharía. Pero cabía la ligera posibilidad que lo
hiciese, y su única prueba era lo visto por Jacobo ese día. Estaba segura de que su hijo
mantendría su promesa hasta el final, siempre y cuando no tuviera presión. En tal caso, si
alguien le preguntara directamente lo sucedido, con un poco de paciencia podrían hacerlo
hablar, e hilando algunos cabos sueltos todo tendría sentido. Finalmente se descubrirían sus
mentiras y deslices.

Quizás todo esto parezca muy complicado, y es porque lo era. Sin embargo, la rubia estaba
inquieta, muy asustada. Sobre todo, después de la confesión de su madre ese mismo día. La
manera en que por una estupidez perdió a su esposo. Ella no solo perdería a Cesar, también
perdería a su familia.

A pesar de ser una mujer fuerte e independiente no estaba segura si podría criar sola a su
hijo, si podría hacerlo sin Cesar. Nunca se imaginó como madre soltera. De repente un nuevo
temor inundó su mente ¿Y si Cesar se llevaba a Jacobo con él? Su cabeza era un mar de
dudas.

Don Cipriano notando esto se apresuró a decir:

-Mire, señora Guillen, esto solo será un mes. Quizá unos días más o unos días menos.
Después de eso no tendrás que preocuparte nunca más.

-¿Qué quiere decir?—la voz de Gabriela estaba semi quebrada. Sus azules ojos también
estaban llorosos.

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- Voy a salir de la ciudad, y será permanentemente. Probablemente nunca vuelva a pisar esta
maldita ciudad en mi puñetera vida.

Los ojos del mecánico se clavaron en los de ella. Por su parte Gabriela quería saber más de
eso. Deseaba saber si no era otro engaño del mecánico para continuar viéndose. Pero algo
en esa mirada le dijo que era verdad, que el viejo no mentía.

-Ya no tengo nada que hacer aquí. Si no fuera porque estás buenísima me habría largado
hace mucho rato-le dijo don Cipriano intentando hacerse el gracioso con ella, pero no lo
logró.

-Pero de coger no vive la gente, preciosa.

Eso era cierto a medias. La verdadera razón por la cual no se había ido y así huir de la
deuda que mantenía con el viejo Felipe, era el haber hecho tiempo para ver la posibilidad de
volver a cogérsela, y ya lo había logrado. Aunque también pesaban en él las posibles
represalias del negro mafioso si no le pagaba.

-¿Un mes?-preguntó Gaby-. Me jura que solo será un mes, y que lo que me dice es verdad.

-Ya te dije, pendeja. Un poco más o un poco menos. Si me crees o no, ya no es mi problema,
tú decides.

Gabriela eligió creer. Confiar en ese viejo verde, con tal de no perder a su familia.

-Está bien, don, pero no se le ocurra volver a buscarme aquí, por favor-le suplicó Gaby. Es
importante mencionar que en todo el transcurso de esta conversación la rubia Gabriela se
mantuvo hincada en la cama totalmente desnuda y expuesta a la caliente mirada de don
Cipriano. Esto al parecer ya poco le afectaba. Como se dijo antes, ella de a poco se estaba
acostumbrando al viejo, y esto así lo demostraba.

Junto con lo anterior, ya estaba claro que el viejo había roto una de las grandes barreras que
existían en esa extraña relación extramarital. La buscó en su casa, la presionó un poco, y se
la cogió en el mismo lecho conyugal. Había ganado.

Afortunadamente para Gabriela, ese día Cesar no estaba por su trabajo, pero ¿Qué pasaría
si a don Cipriano se le ocurriera ir a buscarla un día que Cesar estuviese? Era una de las
razones por las que había aceptado seguir viéndolo. Al menos lo haría hasta pensar que
hacer para zafarse de sus estupideces. Además, en el peor de los casos, esto duraría solo
un mes.

El viejo no necesitó meditar en las palabras de la sensual casada.

-Si haces lo que te digo no necesitaré venir a buscarte aquí. De esa manera el pendejo de tu

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esposo no se enterará.

-Está bien, será como usted dice.

—¡Qué bueno! Entonces como ya estamos en acuerdo, quiero que tú misma lo selles
dándome la última mamada de la tarde. Hazlo hasta que me corra en tu boquita. -Don
Cipriano, quien ya estaba completamente vestido, lucía de la misma forma que cuando llegó,
pero con el cierre abajo, y con la verga colgando a la espera de los rojos labios de la rubia.

Gabriela quedó atónita en el momento en que vio al mecánico volver a sacar al aire su
gruesa herramienta. Ella ya había dado por hecho que este se iría. Aun así, su mirada no
podía apartarse de esa verga que tan feliz la hacía sentir.

-Pero mi hijo con mi suegra ya deben estar por vol...

-¿Quieres que me vaya? Entonces chúpamela. Mientras más rápido hagas que me corra
más rápido me iré. Junto con decir lo último el viejo volvió a recostarse en la cama, pero
ahora con ropa.

La rubia todavía permanecía hincada en la cama, desnuda y sin saber cómo empezar a
chupársela. Sus muslos estaban medianamente separados, dejando ver a medias el
comienzo de su rubio tajito que se perdía entre las ropas de cama. En tales condiciones,
nuestra casada, solo se daba a mirársela con mucho temor y vergüenza. A la vez, se
asombró al ver como esa gruesa verga-por si sola-comenzaba a enderezarse y a levantarse.

-Mira, si ya la tengo media parada. Solo pajéame un poco y luego te la echas a la boca como
tú ya sabes hacerlo, jejeje -insistió nuevamente don Cipriano.

La rubia, sin mucha convicción, se la agarró con cuidado y empezó un tímido sube y baja de
su manita por ese falo, el cual ya había adquirido cierta rigidez.

El feliz mecánico estiró su mano hasta la suavidad de sus caderas y empezó a sobarla. Este
sentía que Gabriela, por cada segundo que pasaba, estaba masturbándolo mejor. Del mismo
modo creía percibir la excitación de la rubia por el solo hecho de estar en contacto con su
miembro. El viejo ya no solo le tocaba sus caderas, sino también alternaba entre las tetas,
sus piernas y sus nalgas.

La rubia, de un momento a otro, sintió como otra vez se le comenzaba a acelerar su corazón
y su respiración al mismo tiempo. Sabía que su suegra y su hijo podrían aparecerse en
cualquier momento. De ser así tendría que dejar escondido al viejo por un rato mientras ella
iba a recibirlos. En eso sintió como la mano del mecánico ahora iba por en medio de sus
muslos en franca dirección hacia su vagina.

El viejo hasta creía sentir en su mano el intenso calor que emanaba la rajadura íntima de su

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mujer, la que ya solo estaba a centímetros de alcanzar. Cuando apenas la rozó, Gabriela
cerró rápidamente sus piernas y le habló:

—No, don, eso no lo toque... Usted sabe que si lo hace... -La rubia no encontraba las
palabras para decirle al mecánico que si este se ponía a excitarla más de lo que ya estaba
con toda seguridad terminarían cogiendo. Cambiando su discurso intentó hacerlo entrar en
razón—. Mi suegra está por llegar...

-Entonces pajeame más rápido, y ponte a mamármela. Si no, yo no respondo-le interrumpió


el viejo. Él también sabía lo mismo que la rubia.

Sin decir nada, ella se recostó en la cama-para estar más cómoda-y solo se dispuso a seguir
pajeándolo. Ahora la verga estaba solo a unos cuantos centímetros de su cara. Continuó con
la paja que le habían solicitado. En solo un par de minutos esta ya era increíblemente rápida
y fuerte.

Gabriela otra vez estaba caliente. Pero sabía que ya casi no tenían tiempo. Sin dejar de
mover su mano, rápidamente se dio a mirar al viejo. Este estaba con los ojos cerrados y con
la boca abierta. La rubia dedujo que tal vez ya debería estar por correrse. Así que ya no
espero más. Aceptando su situación empezó a metérsela en la boca. Primero solo la cabeza,
mientras su manita continuaba masturbándolo.

Don Cipriano, con solo sentir su glande tibiamente envuelto por lo labios y lengua de la rubia,
comenzó a animarla a que se la comiera entera:

- ¡¡Así, rubia!! ¡¡Así, mamacita!! ¡¡Sigue comiéndotela!! ¡¡Así, mi puta, hasta el fondo!!

Gabriela le hizo caso. Ahora solo lo masturbaba por la parte baja del tronco. El resto de la
verga estaba en su totalidad al interior de su boca. La imagen de su suegra y de su hijo
llegando a la casa habían desaparecido de su mente.

-¡¡¿Te gusta chuparla?!!—le gritó el viejo, quien la miraba con su rostro desfigurado por las
sensaciones que le causaba la boca de la casada. Además del estado de sensibilidad vergal
en que se encontraba al ya haberse corrido hace muy poco rato.

La rubia, quien escuchó la pregunta que le hacían, retrocedió con su cabeza, deslizando por
sus labios toda esa extensión de carne que se estaba devorado. Lo hizo hasta que la verga
salió expulsada con fuerzas de su boca, fue ahí cuando le contestó:

-¡Sí! ¡Está rica! ¡¡Y muy grande!!

—¡Entonces hazlo solo con la boca!¡Ya no uses las manos! ¡Imagina que es tu chupete!-le
ordenó el exaltado mecánico.

Con esto, y con solo imaginarse que ese robusto miembro masculino era su chupete único y
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personal, Gabriela empezó a chupar y chupar como una experta. Se la metía entera, y hasta
los testículos. Increíblemente el glande le traspasaba la laringe y la rubia no se atoraba. De a
momentos se la metía hasta donde le entraba.

Con semejante función, don Cipriano ya no se pudo aguantar más. Sin pensársela la tomó de
su cabeza empujándola hacia abajo para que se tragara toda su verga. Deseaba eyacular en
su garganta y darle a probar de su semen.

El viejo, al ver que ella resistía el ataque, extendió sus brazos hacia ambos lados de la cama
y se corrió. Estaba seguro de que la rubia se devoraría gustosa todo el semen que le saldría.

Momentos antes de lo anterior, Gabriela ya creía saber que el viejo ese se disponía a
correrse al interior de su boca. Sentía ese resbaloso glande atorado en su misma garganta.
Si a don Cipriano se le ocurría eyacular en ese momento ella tendría que tragarse todos sus
espermios, pensó con algo de asco. Fue por lo mismo que cuando notó que la verga
engrosaba para escupir su prolífico contenido, y sintiendo que el viejo la liberaba,
rápidamente la escupió de su boca, siendo testigo de cómo salían expulsados al aire
torrentes de gruesos cordones de semen blanco y perlino, que impactaron en su cara, en sus
pechos y una buena parte de ellos en la cama.

Don Cipriano, poco a poco, fue recuperando el aliento. Su corrida había sido fenomenal, pero
algo había salido mal. Extrañamente la rubia no se lo había comido como él lo pensó en un
momento.

Estando ya repuesto el viejo se levantó de la cama y se guardó la verga ante la mirada de


una expectante Gabriela, quien otra vez se había hincado en la cama. Claro que ahora
estaba con vistosas muestras de semen en distintas partes de su cuerpo y también en sus
rubios cabellos.

-Bien, estuviste genial. Pero... -El mecánico quería preguntarle por qué no se había tragado
su semen; sin embargo, no encontró las palabras necesarias. Así que le dijo:

— Pero el asunto es que ya tenemos un trato, y tú lo acabas de firmar. ¡Un mes, rubia! ¡Solo
un mes y ya! — Terminando de decir esto, tras subirse el cierre de su pantalón de mezclilla,
cerró la puerta de la recámara tras de sí y se fue, dejando a "su mujer" toda salpicada de
semen por dentro y por fuera. Acababan de culear como animales.

Ahí quedó Gabriela. Estaba toda desnuda en su cama matrimonial, pensando en que se la
acababan de coger bien cogida. Entonces fue el silencio quien llamó a las culpabilidades. La
rubia sabía que su vida acababa de cambiar completamente. Intentó evadir la pregunta que
le llegaba a su mente:-¿Acepté ser la amante de Don Cipriano por proteger mi matrimonio y
mi vida familiar? ¿O lo hice porque de verdad no quiero dejar de verlo?

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La casada prefirió no contestarse. Por el momento debía asearse, vestirse y cambiar las
sábanas. Había sido una tarde salvaje.

FIN CAPÍTULO 5

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CAPÍTULO 6
Don Cipriano bajaba las escaleras del complejo departamental de Gaby, iba feliz, algo le
decía que esta vez sí tenía a la rubia en sus manos. Acababa de tener sexo con ella, y ya
sentía las ganas de hacerlo nuevamente. Incluso, hasta se vio tentado de regresar otra vez al
departamento y volver a cogérsela. Algo le decía que ella no lo rechazaría. Sin embargo,
tenía cosas que hacer, por lo que siguió su camino. Fue entonces cuando reconoció a dos
personas que caminaban tomados de la mano. Las miradas de Doña Romina y de Don
Cipriano se cruzaron.

-¡Buenas noches, señora!-le dijo burlonamente don Cipriano, preguntándose si la vieja


también lo reconocería, pues solo lo había visto una vez.

Doña Romina, quien lo vio claramente cruzar su camino, ni se dignó a devolverle el saludo.
Pero ella, a pesar de su edad, tenía buena memoria. Recordaba perfectamente esa noche
cuando ese hombre y su nuera habían ido a recoger a su nieto. También recordó la pelea con
Gaby, y cómo ese sujeto gordo la había consolado abrazándola. Quizá ella no era experta en
relaciones de pareja, pero estuvo segura de que entre ellos había algo. Ahora, su mente le
indicaba que ese hombre venía del departamento donde su hijo vivía con Gaby. Con esto, ya
no le quedaron dudas. Eran amantes.

A don Cipriano no le afectó para nada la indiferencia de doña Romina. Esa noche él era el
vencedor. La rubia acababa de ponerle los cuernos al hijo de esa vieja con él, y de alguna
manera, también a ese mocoso que llevaba de la mano. Y lo mejor, pensaba el vejete, era
que esa casada lo seguiría haciendo.

Por su parte Jacobo se vio en la necesidad de saludar al viejo. Al menos lo hizo con la
mirada, pues sus padres le enseñaron a ser educado. Esta acción le gustó a don Cipriano,
quien rió sarcásticamente y siguió su camino.

Doña Romina dejó a Jacobo con su madre. No le comentó nada sobre que se había topado a
ese viejo gordo. La señora prefirió guardar esos detalles para decirselos personalmente a
Cesar. Para contarle como su mujer lo engañaba cuando él no estaba en casa. Quizá no
inmediatamente, pues sospechaba que su hijo no le creería. Así era ella. Le encantaba atar
cabos aun sin tener pruebas. Aunque en este caso tenía razón.

-Que le vaya bien, suegra-se despidió Gaby, con una verdadera sonrisa en su rostro, sin
recibir respuesta. La rubia ya estaba acostumbrada a este tipo de situaciones con la madre
de su marido.

Lo primero que hizo el niño al llegar a su hogar fue preguntar:

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-¿Qué hay de cenar?

Sin embargo, su madre tenía otras cosas en su cabeza.

-Mi amor, ven-le dijo Gabriela. El niño vio cómo su madre se le acercaba, y creyó que le
venía un regaño.

-¿Cumpliste tu promesa? - Junto con haberle hecho la pregunta, la rubia le arreglaba el


cuello al niño. Jacobo se tranquilizó al oír esto.

-¡Sí, mami! ¡No le conté nada a nadie! - le contestó Jacobo en forma sonriente.

-¡Muy bien! ¡Ese es mi niño! ¡Y recuerda! No le puedes decir a nadie que ese señor estaba
conmigo en la habitación cuando te vino a buscar tu abuelita.-Gabriela estaba esperanzada
en que su hijo al crecer olvidaría ese incómodo incidente. De lo contrario, Jacobo, se daría
cuenta que ella habría faltado a sus votos matrimoniales.

-¡Claro, mami! Oye ¿Te puedo hacer una pregunta? - Jacobo veía a su madre con una
mirada tan tierna—. ¿Te divertiste jugando con ese señor?

La rubia quedó descolocada con semejante pregunta.

- ¿Por qué... por qué me preguntas eso cariño?

- Porque a veces parecía que te dolía, y cuando uno juega no le duele nada. Entonces pensé
que no te estabas divirtiendo mientras jugabas con ese señor. - Jacobo vio cómo su madre
desviaba su mirada, y se sonrojaba con lo que él le decía. Además, noto que ella tardó un
poco en contestar su pregunta.

Gabriela, tragando saliva e intentando ordenar sus ideas, buscó una respuesta que dejará
conforme a su hijo sin crearle confusiones.

-¡Sí! ¡Me divertí! ¡Pero no te preocupes! No volverás a ver a ese señor por aquí. Y te pido
que por favor no toquemos este asunto nunca más ¿De acuerdo?

Jacobo respondió con un eufórico";Si!", para luego recibir de recompensa un tierno beso en
la frente por parte de su madre.

-¡Mamá! ¡Ya no me beses que ya estoy grande! -protestó, mientras que, con sus manitas,
trataba de limpiar la saliva que su madre dejó en su frente.

Ella solo rio y terminó diciendo:

-¡Muy bien! Ahora vamos a cenar algo rico que te estoy preparando.

Esa noche Gabriela estaba muy agotada. La tarde había sido salvaje. Ahora se encontraba

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recostada en su cama, cubierta solo con una sábana, intentando conciliar el sueño. La
casada aún se sentía culpable. Sobre todo, por disfrutar cada vez más de sus encuentros
con don Cipriano. Se sentía de lo más asquerosa, En su mente mantenía frescos los hechos
que se habían suscitado horas antes en esa misma recamara, en su cama matrimonial,
donde ahora ella descansaba.

Sin embargo, las últimas palabras que le dijo el mecánico iluminaban su futuro, su porvenir.
¿Sería verdad que la dejaría en paz? ¿De verdad saldría de la ciudad y de su vida?

Esos pensamientos la tranquilizaban un poco, pues le generaban esperanzas de que todo


regresaría a la normalidad. Aunque de momento tendría que seguir viéndolo, esas palabras
eran la luz al final del túnel. Al menos eso le daba ánimos para enfrentar lo que se venía.

Dando vueltas en la cama vio el espacio donde dormiría Cesar a su regreso. La rubia
extrañaba esos momentos cuando no tenía preocupaciones, cuando podía conversar con él
sin sentirse culpable.

- Perdóname cariño, solo espera unos días más, y todo volverá a la normalidad-pensaba
Gaby. Nada de eso era justo para su esposo. Sus estupideces no deberían afectar a sus
seres queridos, a ninguno. Por eso afrontaría ese problema sola, como lo hizo muchas veces
antes. En eso la casada cayó por fin en los brazos de Morfeo, estaba exhausta.

A la mañana siguiente, Gabriela intentaba que su día fuese de lo más normal posible, y lo
estaba consiguiendo.

Muy temprano llevó a su hijo al colegio, para después, como era su costumbre, pasar a
ejercitarse en el gimnasio. La casada estaba sorprendida por la naturalidad con la que fluía
su día, y también de su capacidad para guardar las apariencias en una situación tan
angustiante, por actuar como si nada extraño le sucedía. De alguna manera, sin ella
proponérselo, su cuerpo y su mente lentamente se acostumbraban a esa extraña situación.
Se estaba acostumbrando a ese horrible sujeto que era el viejo Cipriano.

Su culpa había disminuido enormemente, quizá en parte por creer que todo terminaría
pronto. No había punto de comparación con las anteriores veces que tuvo relaciones con el
mecánico, en las cuales al día siguiente no paraba de llorar, de lamentarse, y de culparse
hasta el punto de no querer ver a nadie. Incluso se dio un tiempo para almorzar con Lidia en
un pequeño café cerca de la escuela de su hijo.

Su charla giraba en torno a su época de preparatoria, hasta que Lidia cambió el tema.

-Hoy te noto diferente amiga.

-¿A qué te refieres?--preguntó Gabriela con toda naturalidad.

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-La última vez que te vi parecía que cargaras el peso del mundo en tus hombros. Es bueno
ver a la vieja Gaby de vez en cuando. Espero que no la guardes -sonrió juguetona Lidia.

Gabriela no respondió ante esta afirmación. Lo dejó pasar agradeciendo en sus


pensamientos a Lidia por sus preocupaciones hacia ella. Después cambió de tema.

Pasadas las cinco de la tarde la rubia se encontraba lavando los platos en su cocina. Lo
hacía a la vez que escuchaba de fondo las risas de su hijo, quien veía televisión en su
cuarto.

Sus pensamientos estaban con su esposo, sabía que este en poco tiempo aparecería por la
puerta. Se emocionó al recordar su típica sonrisa de oreja a oreja, la que últimamente
mostraba muy poco. Gabriela sabía que eso era en gran medida por su culpa, por su
distanciamiento, y por las estupideces que estaba cometiendo.

En eso, observó con detenimiento el plato que tenía en la mano. Lo sencillo que le resultaba
limpiarlo, deshacerse de toda esa suciedad, y sin querer hizo una analogía sobre su vida
¿Que tan difícil sería deshacerse de todos sus errores? ¿Qué tan difícil sería limpiarlos?
Ojalá solo bastara con pasarles una esponja por encima. Pero no, su situación era más
compleja que eso.

Gabriela ya no sabía cómo comportarse frente a Cesar. ¿Debería seguir distante hasta que
el asunto con don Cipriano terminara? ¿Debía actuar como si nada pasara? No lo tenía claro.
No se sinceraría con él, al menos no de momento. Primero que nada estaba su familia, la
cual protegería a como diera lugar. Por lo mismo tenía planeado seguir viendo al mecánico
con todo lo que ello encerraba. Todo con tal de que este no armara un escándalo. Además,
tenía la esperanza de que cumpliera su promesa. De que al fin se iría de su vida.

Cesar no tenía culpa alguna de lo que ella había hecho ¿Por qué debía sufrir él también?
¿Por qué debía afectarlo esa "relación"? Cuando su único pecado fue ser el mejor marido del
mundo. Estaba mal que él compartiera sus penas.

Con todo lo anterior en su mente, Gabriela decidió volver a ser la misma de antes, tal como
le había dicho Lidia. Volver a ser esa mujer cariñosa y amorosa con su esposo, esa adorable
ama de casa, esa mujer que daría todo por su familia, por protegerla. Y estaba dispuesta a
hacerlo.

-Cuídate, Cesarin, porque, cuando llegues, te voy a dar el beso más largo de tu vida-pensó la
casada sin evitar esbozar una pícara sonrisa que habría excitado a cualquier hombre que
tuviera la fortuna de verla. Luego de eso guardó el último plato en el mueble de cocina y se
dirigió al cuarto de su hijo.

Fue entonces cuando se escuchó el rechinar de la puerta de entrada. Gaby, muy

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emocionada, cambió su rumbo, sabiendo que se trataba de su esposo.

Allí estaba él, dejando sus maletas en el suelo, con ese pantalón de mezclilla azul y su
playera negra que, según Gaby, lo hacía lucir tan hermoso. La rubia prácticamente corrió a
su encuentro. Cuando estuvo a su lado brinco hacia él, por lo que César, reaccionando
rápidamente, la tomó de sus muslos, sosteniéndola en volandas.

Sus rostros estaban el uno frente al otro. Gabriela tomó la cabeza de César con sus dos
manos para besarlo apasionadamente tal como se había prometido a sí misma momentos
antes.

Como si se tratara de una película, Cesar vio como los sensuales labios de su mujer se
acercaban lentamente hacia los suyos. Aunque fuese solo por un milisegundo, este pensó en
lo hermosa que era Gaby, y en lo afortunado que era por casarse con ella. Cesar abrió un
poco su boca, imaginando el candente beso que se aproximaba. Había estado tan
preocupado por lo que ocurría en la cabeza de Gabriela que no recordaba lo deliciosa que
era esa boca que seguía acercándose a la suya. El hombre cerró sus ojos involuntariamente,
quizá queriendo con esto sentir más. Sus manos seguían bien sujetas a las piernas de su
mujer.

La escena era candente, quizá demasiado para lo que Cesar consideraba correcto, teniendo
en cuenta que su hijo estaba a escasos pasos de distancia. En otras circunstancias él se
habría separado, argumentando que era inapropiado dar ese espectáculo, que prefería
esperar a que estuviesen solos. Pero no en ese momento. Él la extrañaba, y la amaba tanto
que no lo haría. Se dejaría hacer. A fin de cuentas, ellos se amaban, y no hay nada más puro
en esta vida que el amor entre un hombre y una mujer. Si su hijo los llegara a descubrir,
Cesar se lo explicaría gustoso.

Sin embargo, algo extraño pasó. En lugar de fundirse en un apasionado beso, Gabriela le dio
un tierno piquito en su mejilla, como si se lo estuviera dando a un hermano. No fue lo que
Cesar hubiese querido, pero a fin de cuentas fue un avance respecto a días anteriores.

- ¿A qué viene esto?-preguntó Cesar algo desilusionado, sintiendo en sus manos que
Gabriela hacía esfuerzos por que la dejara en el piso. Así lo hizo.

-¿Cómo que ha que viene esto? ¡Soy tu esposa, tontito!-respondió la rubia fingiendo estar
molesta, pero con una sonrisa que la delataba.

Cesar la tomó por la breve cintura, atrayéndola hacia él, para besarla nuevamente, esta vez
con más pasión. Para besarla ahora con más sentimiento, con más amor. Creía notar cierta
resistencia de su esposa. Pero eso era imposible, ella jamás haría eso, él estaba seguro de
que ella lo amaba.

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Esta vez sus lenguas jugaron entre sí, buscándose, sintiéndose, mientras nuevas inquietudes
se arremolinaban en la mente de Gabriela. Ella se preguntaba a sí misma ¿Por qué no pudo
besarlo como se propuso? Estuvo dispuesta a hacerlo, pero sin saber por qué, y de último
momento, su cerebro le dijo que no lo hiciera. Le dijo que optara por un beso en la mejilla.
Por un instante vio en la cara de César la de otro hombre.

En tanto, las manos de Cesar sentían la voluptuosa anatomía de Gabriela como si no lo


hubiesen hecho nunca. Con pasión, aunque de forma muy respetuosa, pues él siempre fue
así. Para ella eran extrañas esas tiernas caricias, muy diferentes a sus últimos encuentros
con el mecánico.

-¡Papi! -Se escuchó la voz de Jacobo quien se acercaba a toda velocidad a recibir a su
progenitor.

Cesar, al verlo, se separó abruptamente de Gaby, y lo abrazó para después levantarlo y jugar
un poco con él.

-Hola, campeón, ¿cómo estás? ¿Cuidaste a tu mamá mientras yo no estaba?-le preguntó


Cesar dejándolo en el suelo.

Gabriela veía a sus dos hombres, y se sentía orgullosa de ser parte de esa familia, de la cual
no quería separarse, y por la cual estaba dispuesta a luchar. La rubia pensaba que si era
necesario acostarse unas cuantas veces más con ese asqueroso viejo, sería un precio que
iba a pagar gustosa, con tal de conservar esa felicidad, con tal de conservar a su familia.

Cesar y Jacobo siguieron platicando, hasta que la casada los interrumpió con un aplauso.

-Muy bien, chicos ¿Qué les parece si vamos al parque y después compramos unos helados?

-¡Sí! ¡Sí!¡Vamos por unos helados! -decía Jacobo saltando de alegría.

Cesar miraba a su mujer y veía su sonrisa. Era evidente que estaba feliz. Esa era la Gaby
que extrañaba tanto. Esa mujer amorosa y divertida que conoció mucho tiempo antes había
regresado. Fue entonces que las palabras que le había dicho su amigo Armando le
parecieron totalmente estúpidas e irreales.

Ya era de noche, y los señores Guillen se besaban tiernamente en su cama matrimonial.


Estaban completamente desnudos y cubiertos por las suaves sábanas de seda. Las mismas
que solo hace un día habían sido mudas testigos del caliente encuentro entre Gabriela y
aquel viejo mecánico.

- ¿Te encuentras bien, mi amor?-le preguntó Cesar al percatarse del repentino cambio de
humor de su esposa.

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La rubia no creyó que fuera tan difícil compartir esa cama con su esposo después de lo
pasado el día anterior, pero lo fue. A pesar de eso hacía esfuerzos sobrehumanos porque no
regresara aquella Gaby distante y fría. Lo estaba logrando solo a medias.

-No pasa nada, cariño-la rubia vio la desilusión en el rostro de Cesar ante su actitud.

-Si no quieres hacerlo, solo dímelo.-Cesar le habló serio. Quizás un tanto molesto, pues de
regreso a casa, Gaby le había prometido muy sugerentemente que esta sería una "buena
noche". Sin embargo, ahora parecía que lo había olvidado. Le parecía que Gabriela no
quería hacer el amor.

-¡Claro que quiero! Lo que pasa es que ha sido un día pesado, y estoy exhausta-le mintió,
aunque sonó convincente.- Te prometo que mañana sí será una gran noche.

-¡Está bien! ¡Hasta mañana!-le contestó Cesar secamente, mostrando de esta forma su
inconformidad. Luego, volteó su cabeza hacia el lado contrario, dispuesto a dormir.

-¡Cesar! ¡Cesar! ¡Por favor!-lo llamaba la rubia sin obtener respuesta, notando su
descontento y su molestia-. ¡Cesar! ¡Mírame! ¡Por favor!

Gabriela estaba a punto de llorar. Este había sido uno de sus días más felices en semanas. Y
ahora, por ese incidente, todo podía venirse abajo. Pero en ese instante hizo algo que para
Cesar significó más que hacer el amor. Sus manos cogieron la cabeza de él, y girándola la
atrajeron hacia su desnudo pecho.

-¡Por favor, cariño, perdóname! ¡Perdóname, sé que he estado muy rara estas semanas! -
Cesar se sorprendió ante esto, y su mujer le seguía hablando-. Siente los latidos de mi
corazón. No importa lo que pase, pero recuerda que siempre serán tuyos. Nunca olvides que
yo vivo por ti.

Estas palabras rompieron la indiferencia de Cesar, quien, despegándose de ella, la besó,


larga y apasionadamente. El enamorado hombre otra vez creyó sentir algo de resistencia de
parte de Gaby en el momento en que la besaba, pero lo atribuyó a su imaginación.

Esa noche no hubo sexo entre ellos. Esto poco le importó a Cesar, pues conversaron como
hacía mucho tiempo no lo hacían. Fue una de las mejores noches de su vida. Su adorada
mujer estaba de regreso, o al menos eso pensó en ese instante.

Al día siguiente, Gabriela platicaba con Jacobo a la salida del colegio. En plena banqueta le
daba instrucciones de cómo comportarse.

- Prométeme que te portaras bien, amor -dijo Gabriela dirigiéndose a su hijo.

-Sí, mami-respondió Jacobo.

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Después de eso se separaron, y Jacobo se subió al carro de la madre de un compañero
suyo, quien lo invitó a su casa a comer y a jugar videojuegos.

En primera instancia pensó en no dejarlo ir, pues el día anterior fue uno de los mejores que
recordaba en mucho tiempo, e intentaba repetirlo. Pero eso no estaba bien, si ella quería
recuperar su antigua vida, Jacobo también debía hacerlo. Además, al no estar su hijo
cumpliría la promesa que le hizo a Cesar el día anterior, debía vencer ese "miedo" que le
provocaba el tener relaciones con su marido. Lo haría por él, y porque lo amaba.

La casada se subió a su camioneta y se adentró en el tráfico.

Gabriela se movía habilidosamente al preparar la comida que cariñosamente le dedicaba a


Cesar. Tan enajenada estaba en esta labor que no escuchó cuando su celular timbró en su
recamara. Fueron varias llamadas, y todas por un periodo de tiempo largo. A esto, también
contribuyó que la casada solía cocinar con música, la cual le impidió percatarse de su celular,
y de lo importante que eran esas llamadas.

Vio el reloj de la cocina, marcaba las tres de la tarde con diecisiete minutos. Debía apurarse
pues Cesar no tardaba en llegar, y aún le faltaba meter el pastel en el horno. Cometió un
error usual en ella. El no vestirse cómoda para la situación.

En vez de usar algún holgado buzo deportivo, o algo cómodo, se decidió por un pantalón
entalladísimo color negro, que, como cualquier otro, cubría espectacularmente sus piernas y
trasero. Le resultaba difícil caminar. Lo hacía en pasos cortos por lo ajustado que le quedaba,
y las finas zapatillas de tacón alto también se lo impedían. Sus pechos se resistían a salir por
los lados de la blusa amarilla sin mangas que le regaló su suegra, uno de los pocos regalos
que le hizo durante su vida.

De pronto escuchó como se abría su puerta y que entraba Cesar. Su esposo no sabía que
Jacobo no estaba, y no tenía idea que su mujer se preparaba para una tarde especial.

-¡Oh, dios mío! ¡Mi amor, que rico huele! -dijo Cesar, inhalando el olor profundamente,
sorprendido de que al parecer su mujer pudiera hacer algo así. No es que Gabriela fuera
mala cocinera, sino que en ese sentido ella era del montón.

-Me alegra haber causado ese impacto-sonrió la rubia acercándose a él. Luego lo besó
tiernamente en la mejilla, para después regresar a la cocina.

Entonces la sensual casada explicó a su marido lo ocurrido con Jacobo, diciéndole que no
estaba y que tenían toda la tarde para ellos solos, por lo cual quería que ese día fuese
especial. Él se sintió emocionado, creyendo que esa era "su noche", o mejor dicho "su tarde”.
Pero daba igual, el punto era estar con ella.

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Como imaginó Cesar, la comida estuvo deliciosa, era lo mejor que había preparado Gabriela
hasta ese momento. La situación fue amena, charlaron entre risas sobre cosas sin
importancia. Finalmente terminaron. Después llegó el gran momento. Tomados de las manos
regresaron a su habitación, se sentaron en la cama y se besaron tiernamente. La mejilla de
Gabriela era testigo de la caricia que los nerviosos dedos de Cesar le prodigaban.

-Te amo tanto, cariño-susurro Cesar al oído de su mujer, con cierto tono nostálgico, como si
hubiese esperado ese momento por siglos.

Cesar arrojó su camisa al suelo cuando Gabriela con cierta dificultad se la quitó. Gabriela
tocó ese abdomen tan trabajado, el contacto era agradable con sus delicados dedos.

Mansamente la rubia se dejó recostar en la cama, y sintió como Cesar se recostó sobre ella,
dejando caer todo su peso. En esos momentos pensaba que él era un hombre hermoso. Un
hombre que cualquier mujer se sentiría afortunada de tener por esposo, pero, a pesar de
eso, no estaba ni mínimamente excitada o caliente por la situación. Gaby se reprendía por
ello, quería responder honestamente ante el beso que en ese momento compartían. Podía
sentir como Cesar tocaba su cuerpo un tanto desesperado, haciéndole daño.

- ¡Auch!-gimió la rubia, sonando más aparatoso de lo que fue.

-Disculpa -dijo Cesar sin despegar sus labios del cuello de Gaby.

Cesar entrelazó sus dedos con los de Gaby, haciendo que estiraran sus brazos, en señal de
amor y afecto, tal como lo hace toda pareja enamorada. Lamentablemente para él, este no
parecía ser el caso. Aunque la rubia tuviera la mejor de sus intenciones.

Y en efecto, la mente de Gabriela en esos momentos era un caos. El pequeño bulto de Cesar
se restregaba fuertemente en su pierna, pero no lograba encender su ser. No lograba
despertar a esa otra Gabriela que era una amazona en la cama. Una diosa de placer que
otro hombre había sabido despertar. No tenía caso intentar engañarse a sí misma, después
de sus encuentros con don Cipriano, intentar estar con Cesar le sabía a poco. Lo haría solo
porque lo amaba. Pero, aunque nunca lo dijese en voz alta, ella deseaba que el hombre que
en ese momento intentaba hacer el amor con ella fuera otro.

Fue entonces cuando Gaby se percató de que el timbre de la puerta no dejaba de sonar.

-Amor, hay alguien en la puerta -dijo Gaby.

-Déjala que siga sonando-respondió Cesar. Sus labios no daban tregua entre el cuello y las
mejillas de su mujer.

-¡No! ¡Cariño, puede ser tu mamá! -Gabriela buscaba una excusa para zafarse de esa
situación, para retardar el momento en que tuviera que compartir su cuerpo con su marido.

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Siguió forcejeando ligeramente.

Ese fue un golpe bajo -de parte de la casada-pues sabía que su esposo sufría un grave caso
de "mamitis", por lo que separándose de ella la dejó en libertad. Después Cesar se dio a
buscar su camisa en un afán de abrir la puerta. Sin embargo, la rubia fue más veloz. Se
levantó rápidamente, acomodó su cabello, y salió de la habitación.

El timbre ya no sonaba, ahora golpeaban la puerta fuertemente. Sonaba como si alguien


estuviese huyendo, y desesperadamente quería que le abriesen para que le brindaran
protección. A Gabriela no le quedaron dudas de que no se trataba de su suegra, pues ella
nunca tocaría con tal desesperación, además, nunca llegaba de improvisto.

Abrió la puerta sin preguntar de quién se trataba. Esto, en un afán de evitar la situación con
su esposo. Sabía que estaba mal, sabía que había hecho una promesa. Su mente y su
voluntad le decían que la cumpliera, pero su cuerpo se negaba.

-¡Hasta que abres, pendeja!

Gabriela no creía quién era el que estaba parado frente a ella. Don Cipriano apareció ante
sus ojos, y se veía muy molesto.

Nuevamente a ella llegó esa mística sensación de cosquillas en el estómago, esa sensación
de mariposas. La rubia, aunque las sentía claramente, no prestó mucha atención a esa
intensa sensación en su estómago. Solo atinó a decirle enérgicamente, pero en voz baja:

-¡Don, por favor! ¡Está mi marido!

Don Cipriano, quien la miraba con toda su cara distorsionada a causa de la calentura
contenida, y por el enojo acumulado, por motivo de todas las llamadas telefónicas que no
tuvieron respuesta por parte de ella, le contestó:

- ¿Cuánto hace que no me mandas un mensaje, o me llamas, reinita? ¿Recuerdas lo que


habíamos acordado? ¡Intenté ubicarte en tu celular, pero no contestas, y al no saber ni recibir
noticias tuyas tuve que venir yo! ¿Cómo la ves?-terminó diciéndole don Cipriano en forma
desafiante.

- Por favor, señor, si quiere más tarde me comunico con usted, pero no me haga esto, por
favor ¡Se lo ruego por lo que más quiera! ¡Mi marido nos puede escuchar!-rogaba la sensual
casada desde el umbral de la puerta, e intentando bajar el tono de la conversación.

En el momento en que el viejo Cipriano se preparaba para continuar presionando a la muy


asustada Gabriela, la voz de Cesar lo detuvo.

- ¡¡Gabriela!! ¡¿Quien busca, mi amor?!-grito Cesar desde la habitación. Él, aún pensaba que

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podría ser su madre, que por alguna razón venía a visitarlos.

Gaby, quien ya se encontraba al borde de una verdadera crisis de pánico, con solo pensar en
verse descubierta por su marido platicando con su amante en las mismas puertas de su
casa, solo atinó a gritar hacia el interior.

-¡Es un vendedor cariño, voy enseguida! -Cesar, al notar que su mujer a lo mejor estaría
entretenida por un rato viendo lo que le ofrecía el supuesto vendedor, solo se limitó a
esperarla tendido en la cama, ya que estaba ansioso de continuar con lo que estaban
haciendo antes de ser interrumpidos por los fuertes golpes de la puerta.

Don Cipriano, luego de un momento, y al notar el silencio que se produjo volvió al ataque.

-Te espero abajo en el auto, así que invéntate algo para escaparte, y baja en media hora
¿Estamos?

Gabriela pensó automáticamente que ese viejo debía estar loco. Ella se encontraba en un
momento muy íntimo con su marido, y por nada del mundo iba a faltarle con una canallada
como esa, y menos cambiaría ese momento con su esposo por ir a revolcarse con ese
hombre tan asqueroso. Pero también sabía que el mecánico, a diferencia de ella, no tenía
nada que perder. Por lo mismo siguió intentando hacerlo entrar en razón.

-Don Cipriano, por favor, deme más tiempo. Por ahora no puedo salir de casa. Le prometo
que me las arreglaré para salir, pero no en este momento. ¡Se lo suplico!

El viejo mecánico la miraba de pies a cabeza. Pero que soberbia y altiva se veía la casada
con esos pantalones negros totalmente ajustados a su esbelta anatomía. Sentía los
hormonales impulsos de tomarla, arrancarle sus ropas y cogérsela ahí mismo tirada en el
suelo del pasillo de su piso. Era tal la calentura del viejo, que a este le daría lo mismo si
alguien que subiera o bajara las escaleras los sorprendiera teniendo relaciones. Esto,
producto de las ansias contenidas en el transcurso de esos días. Pero pensaba que si quería
volver a tirársela como corresponde, tenía que actuar prudentemente, por lo que resolvió y le
habló:

-¡Escúchame bien, pendeja culona.-Esto se lo dijo tomándola bruscamente de sus rubios


cabellos y atrayéndola hacia su aguardentosa boca. Su idea era que le escuchara bien lo que
le estaba diciendo -¡A mí no me importa que esté el maricón de tu marido esperándote,
porque tú eres mi mujer! ¡Además que si yo quiero ahorita mismo me dirijo a tu habitación y
me lo despacho! - Gabriela escuchaba totalmente aterrada lo que le decía el viejo mecánico.
De paso lo miraba, y lo veía otra vez con su overol de mezclilla todo engrasado y respirando
agitadamente. Don Cipriano seguía hablándole—: Y de paso te culeo todo lo que yo quiera
en la mismita cama en la que te refregaste en mi verga solo hace unos días, pero como a mí
me gustan las cosas a la buena te daré la última opción a que me cumplas. -La casada daba

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gracias a Dios de que don Cipriano daba muestras de que en pocos momentos se
retiraría-Por ahora me iré, pero a las ocho de la noche en punto te esperaré abajo en la
entrada del edificio e iremos a culear al mismo hotel en donde estuvimos la primera vez que
cogimos. Y, si no llegas puntual, te juro que vendré a tu casa, y si es necesario echaré la
puerta abajo a patadas. Ya te dije que a mí no me importa tu marido. Tú verás cómo te las
arreglas con él. -A su vez la tomó por la cintura y le puso uno de sus asquerosos besos con
lengua el cual fue correspondido por ella en su afán por deshacerse lo más pronto posible del
mecánico -¡Aah! y lo último ¡Lleva dinero para pagar el hotel, porque yo no tengo! Fue lo
último que dijo don Cipriano antes de retirarse y bajar por las escaleras del edificio.

Gabriela al cerrar la puerta y quedarse ya sola, aun sentía la hediondez de la boca y cuerpo
del viejo mecánico. Ese olor a hombre de trabajo rudo la confundía. Ese aroma a mecánico
ya macho la volvían loca y la ponían vulnerable a sus calientes pretensiones. El solo saber
que era él quien estaba ordenando y diciéndole lo que tendría que hacer para que ambos
nuevamente pudieran coger, inevitablemente acentuaba aún más esa extraña sensación de
cosquillas en el estómago, esa casi poética sensación de mariposas.

La rubia, quien se pasó la mano por sus labios para quitarse la saliva que había dejado
desperdigada don Cipriano con aquel salvaje beso, se dirigió a la habitación en donde la
esperaba su esposo. Gabriela sabía que tendría que consumar sus obligaciones conyugales
con él, para después ver cómo lo haría para resolver este nuevo problema que se le había
presentado.

Cesar, quien estaba más ansioso que ella por hacer el amor, la quiso sorprender. Este se
había quitado la ropa y la aguardaba desnudo aún acostado en su cama matrimonial, la
misma donde Gaby se había estado revolcando con don Cipriano sólo hacía tres días.

La mente de la rubia era un mar de confusiones. Se tendría que entregar a su propio marido
casi por obligación, y a la vez tenía que pensar en algo rápido para poder salir en la noche a
juntarse con el mecánico, ya que sabía muy bien cuáles serían las consecuencias si ella no
se presentaba.

La casada, muy en su interior se consolaba pensando en que esto solo sucedería por un
mes. Que luego retomaría su apacible vida de mujer seria y casada como lo había sido hasta
hace poco tiempo. Ella amaba a Cesar, pero el dolor más grande que la atormentaba era
poner en riesgo su estabilidad familiar, lo cual podrían afectar irreversiblemente su relación, y
el gran amor que sentía por su pequeño hijo.

Gabriela se desnudó casi como una autómata delante de su marido. Su persona no estaba
como para moverse con la sensualidad apropiada para congraciarse con su marido.

Cesar, por su lado, estaba totalmente ajeno a esto. La miraba y se maravillaba ante el

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majestuoso cuerpo de su mujer. La veía desnuda, perfecta, diciéndose para él mismo que
era un ángel. Y el pobre, aún pensaba que solamente le pertenecía a él.

La rubia muy a su pesar posó su desnudo cuerpo junto al de Cesar. No pudo evitar fijar su
mirada en el diminuto miembro de su marido, que casi se perdía en sus cabellos púbicos. En
lo más profundo de su corazón quería entregarse a su esposo, que la penetrara y que la
gozara. Pensaba que él tenía todos los legítimos derechos para ello, pero su cuerpo, y ahora
también su mente, se negaban a verlo como tal.

Pero hubo también una singular situación que sacó a la rubia de todas las contradicciones en
las que estaba sumida. Esto fue que, al ver la tímida verguita de Cesar en total estado de
erección, y lista para pasar al asalto, no pudo evitar las ganas de reírse. De igual forma, y a
los segundos, se sintió totalmente miserable por estar casi burlándose en la cara de su
propio hombre, del padre de su hijo, de su esposo. Pero es que con las generosas medidas
vergales de su esporádico amante, que ella ya había probado, no podía evitar las
comparaciones.

En eso, Cesar la abrazo y la arrimó hacia su atlético cuerpo. Con ello, sintió los suculentos y
duros pechos de su mujer aplastarse con el suyo propio. Gaby solo se dejó hacer, tenía que
cumplirle. Así se lo había prometido a ella misma, por lo que se besaron. La casada,
mientras era besada románticamente por su esposo, recordaba el ósculo animal que se
había mandado con don Cipriano sólo hace pocos minutos. Esta situación como que la
empezó a calentar de a poco. Ella misma no sabía por qué razón intentaba adentrar lo más
posible su propia lengua en la boca de Cesar. La idea que rondaba en su mente era que, si
aún quedaban restos de lo que el mecánico pudiera haber dejado en su boca, ella los
depositaría en la de su marido.

Esta insana idea ya la había lubricado y semi enardecido. Por lo que pensó en dejarse hacer
el amor de una buena vez por su Cesar. Después pensaría en cómo lo tendría que hacer
para poder escaparse en la noche, sin que él sospechara que su salida sería para ir a
acostarse con otro hombre.

Por su parte, Cesar la besaba en forma apasionada, estaba decidido en hacerle el amor
cuanto antes. Ambos se fueron acomodando para consumar el acto sexual. Gabriela quedó
acostada abajo del cuerpo de su esposo, y muy tímidamente fue abriendo sus poderosas
piernas de ensueño para que Cesar hiciera con ella lo que tenía que hacer. Pero que lo
hiciera rápido, pensaba la rubia, mitad excitada y mitad frustrada, por no estar con el hombre
con quien ella ya deseaba tener sexo en esos momentos.

Sintió como Cesar restregaba su pirulin-ahora así pensaba ella del pene de su esposo-sobre
su suave y plano vientre. Sentía como ese hombre se esforzaba por buscar la íntima fisura
ubicada en medio de sus piernas abiertas.

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Pero a Cesar la ansiedad por adentrarse en el poderoso cuerpo de su esposa le dificultaba la
tarea. Ya llevaban casi cinco minutos intentándolo, y esto para la rubia ya era un total
fastidio. Pero aun así sintió lástima y tristeza por darse cuenta de la real situación de su
marido. Él apenas se la podía con una mujer como ella.

Sin embargo, y como el amor es sufrido y todo lo puede, Gabriela se decidió en ir en su


ayuda. La rubia pasó su delicada mano entre ambos cuerpos y tomó con dos de sus dedos el
pequeño miembro de Cesar, y lo apuntó hacia su entrada vaginal, momento que aprovechó
el macho para empujar hacia adelante.

Una vez que Cesar se lo pudo meter, Gabriela casi ni sintió la penetración. Ella notaba el
corto adentramiento del pene de su esposo en su cuerpo, y sentía los arrítmicos movimientos
que este hacía. Estos eran incompetentes e inútiles. La mirada de la casada apuntaba hacia
un lado de su propio cuerpo, ya que no quería ver reflejado el placer en el rostro a costillas
de ella. Mientras Cesar se movía en forma desesperada sobre su cuerpo, ella pensaba en lo
torpe y sin gracia que era para hacerlo. Y cuando la insatisfecha hembra ya estaba a punto
de darle un empujón a su marido para que este la dejara tranquila, y se saliera de su cuerpo,
sintió que el muy pobre y miserable estaba a punto de acabar en su interior, por lo que hizo
un rápido movimiento de caderas para que el diminuto pene se saliera de su vagina.

No pudo explicarse aquel impulso de impedir que su propio marido acabara dentro de su
cuerpo. Inclinó su mirada para comprobar, ya más tranquila e indiferente, como aquel penito
la chorreaba con tres escasas y débiles expulsiones de semen, que salían casi sin fuerzas y
que manchaban la suavidad de su vientre. Claramente no era como el de don Cipriano,
pensaba la casada.

Gabriela, con lo que recién había visto, ahora sí que no pudo aguantar las ganas de reírse.
Lo hizo disfrazando de ternura la pena que sentía por el pobre de Cesar. Este, por su parte,
pensó que Gaby reía de felicidad, ante tan gratificante y romántica demostración de amor
que ambos se habían profesado.

Cesar se recostó feliz y satisfecho, pensaba en lo buena que era su mujer con él, y con lo
que acababa de pasar entre ellos daba por superado en gran parte los problemas que habían
tenido en este último tiempo. Luego sintió cuando Gaby le depositaba un tierno beso en la
frente, para luego ir a darse una ducha.

Mientras Gabriela sentía correr el agua por su cuerpo, su mente trabajaba en qué tendría que
inventarle a su marido para poder salir en la noche. No se le ocurría nada. Tampoco quería
comprometer a Lidia. Ya bastantes problemas le había dado a su amiga del alma cuando
pensó que ella y Cesar eran amantes.

Cesar la vio salir de la ducha solamente envuelta en una toalla. La rubia, al notar la mirada

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de enamorado de su marido, trazó el plan casi en el acto en su mente, y se dio a verificar si
este prosperaba.

-¿Te gusto, mi nenuco?-le preguntó intentando colocar una de sus caritas de niña mimada.

-Has estado genial, cariño, hace cuanto tiempo que deseaba estar así contigo amor-le decía
Cesar acariciándole tiernamente su cabello mojado.

- Tú también estuviste espléndido, bebé, contigo me siento una mujer plena y feliz. Me haces
sentir que mi vida te pertenece, tal como te lo dije la otra noche, y eso lo tienes que tener
claro. Yo vivo solo para ti, y para nuestro hijo.

Gabriela no sabía, y no estaba segura, si en realidad se estaba sincerando o le estaba


mintiendo. Pero lo que sí tenía claro era que esto tenía que servir para que se le facilitaran
las cosas, para que ella pudiera salir tranquila, y sin preocupaciones.

La rubia, muy a su pesar, y profundamente apenada por estar mintiéndole a su Cesar, entró
de lleno a manipular la conversación.

-Amor, ¿sabes? Hoy las chicas de mi antiguo trabajo organizaron una velada de despedida a
raíz de mi salida, pero creo que no iré. Me quedaré contigo. No te lo había dicho porque
realmente no me interesaba ir. Pero ahora con lo que acabamos de hacer estoy aún más
segura de ello.

Cesar pensaba en lo buena que era Gabriela ¿Cómo podía haber desconfiado de ella en
algunas ocasiones? Todo era culpa de los celos enfermizos que a veces lo atormentaban.
Mucha culpa de todo esto también la tenía su propia madre, quien siempre le andaba
llenando la cabeza con chismes y estupideces que solo lograban ponerlo mal con su esposa.
Pero eso ya había pasado, y era el tiempo de la reivindicación por parte de él.

-Gabriela, quiero que vayas a tu reunión y que te olvides de toda preocupación. Ya


tendremos tiempo para nosotros -la rubia quedó perpleja ante la reacción tan fructífera que
tuvo su pequeña triquiñuela. En eso Cesar seguía hablándole: Quiero que por esta noche te
olvides de nosotros, y que solo te dediques a pasarlo bien. Si hemos tenido algunas
dificultades este último tiempo se deben en gran parte a mí, y quiero que sepas que cuentas
con toda mi confianza -dijo Cesar, tomando aire para continuar con su discurso, y con la
intención de que Gabriela viera que él podía confiar en ella—. Y para demostrártelo apenas
salgas de la casa apaga tu celular, para que vayas tranquila, y sepas que no te estaré
llamando, como lo he hecho en otras oportunidades.

-Pero, Cesar, yo de verdad quiero estar contigo-mentía a medias la rubia—. Además, a


Jacobo lo vendrán a dejar...

-No te preocupes por Jacobo, yo lo recibiré, y se lo iré a dejar a mi madre. Le avisaré que tú
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lo irás a buscar mañana a la hora que sale del colegio. Yo iré a trabajar. Tengo un compañero
que necesitaba días libres, así podré hacer un cambio en los turnos, y podremos estar juntos
el fin de semana.

-Cesar, amor, en realidad no te molesta que yo salga a divertirme y tú...

-Ya está decidido, muñeca. Tú sal y diviértete. Yo llegaré el sábado en la mañana y


estaremos juntos todo el fin de semana, y quizás uno o dos días más ¿Qué te parece?

-¡Gracias, cariño, soy feliz a tu lado! Eres muy comprensivo - Gabriela depositó un tierno
beso en los labios de su marido, pero, cuando Cesar quiso ponerse más apasionado ella, se
retiró sutilmente para depositarle otro pequeño besito en la frente. Amor, quisiera que me
dieras un poco de dinero, tú sabes que ya no estoy trabajando, y no me gusta que las chicas
sean solo las que gastan.

-¡Claro que sí, cariño! No estamos en nuestro mejor momento financiero, pero tampoco es
para tanto. En el mueble está mi billetera, saca lo que necesites. Total, para eso iré a
trabajar, y pediré que me den tiempo extra. Así lo recuperaremos y no se notará. Todo lo que
sea para que lo pases realmente bien mi vida. Cesar no se imaginaba que él mismo estaba
costeando los gastos necesarios para que otro hombre gozara del cuerpo de su esposa, y
que también la iba a hacer gozar a ella, logró que él no pudo consumar durante esa tarde.

Gabriela se vestía con cierto nerviosismo. No entendía el por qué su corazón le latía en
forma tan acelerada. Cesar hacía ya casi más de una hora que se había ido con Jacobo
hacia la casa de su madre. Para luego irse a la terminal de buses, y viajar hacia la localidad
en donde estaba trabajando, ya que iba a ir a cubrir un reemplazo tal como se lo había hecho
saber a Gaby.

La rubia se esmeraba y aplicaba con mucha meticulosidad en la forma de vestir. No estaba


muy segura del por qué ponía tanto cuidado en verse apetecible, pero también pensaba en
que siempre lo había hecho igual. Pero ahora era distinto, ella quería verse seductora y
atractiva para don Cipriano, aunque tenía claro que esto solamente era un trato entre él y
ella. Algo así como un negocio, pensaba. O tal vez sería que aquel trato la convertía en puta
por un mes. Pero ya estaba hecho, y ella tenía que cumplir con su parte si es que quería
salvar su relación matrimonial.

Escogió un diminuto conjunto de ropa intima color rojo furioso, que con el contraste de su
rubia piel la hacían ver endiabladamente alucinante. Optó por un sensual vestido color crema
con un escote que dejaba ver el nacimiento de aquellas colosales y duras tetas que se
gastaba. Con el solo hecho de vérselas, a cualquiera le darían ganas de lanzarse y
morderselas. Además, estas perfilaban a la perfección con las delineadas formas de su
figura, en especial con el portentoso trasero que se gastaba.

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Y para terminar con el femenino acicalamiento, la rubia se puso unas pequeñas sandalias de
mediano taco que, aun así, le hacían parar su trasero, haciéndolo ver sabrosamente
apetecible y digno de ser probado y abierto tal como se merecía.

Al salir de su departamento y al llegar a la calle, Gabriela caminó unos cuantos metros. El


auto de don Cipriano comenzó a seguirla a marcha lenta y con las luces apagadas. El viejo
se dio cuenta enseguida que ella no quería subir a su auto en la misma entrada al
condominio de edificios. Seguramente para que no la fuera a ver algún conocido.

Cuando ya estuvieron a un par de cuadras, la rubia por fin se subió en el asiento del copiloto.
El viejo Cipriano, al ver la forma en que venía vestida su mujer, cayó en un estado de
fascinación lujuriosa e intento saludarla con un beso en la boca. Pero la rubia justo en ese
momento le corrió la cara dándole a demostrar de que ella no quería nada con él. Que si
había salido a la hora convenida solo lo hizo por el extraño acuerdo que ambos tenían.

-¿Qué te pasa, tetona? ¿Acaso ya no me quieres? ¡Jajajaja!-reía don Cipriano admirando el


cuerpo de la casada.

- Por favor, don, solo maneje y alejémonos de mi barrio. No quiero que algún conocido me
vea con usted, recuerde que yo soy casada.

-¿¡Ah sí!? Se me olvidaba que la muy putita tiene marido. ¿Lo dejaste en casa cuidando al
niño mientras tú sales en las noches a prestar la zorra? ¡¡Jajaja!! -se burlaba y reía el vejete
al poder estar humillándola a su antojo.

-¡Por favor, don! ¡No hable así de mi marido! ¡Él no tiene la culpa de que yo esté en esta
situación! ¡Recuerde que lo nuestro será solo por un mes, e intente por favor no hablar de mi
hijo!-le solicitó Gabriela, media suplicante y molesta, por la forma en que el mecánico se
refería a los dos seres que más amaba en su vida.

-¡Ah! ¡Sí! ¡Ese mocoso! ¡Jaja! Que mala onda que me tenga que ir, porque o si no, yo mismo
te hubiera ayudado a criarlo como todo un hombre.

- ¡¡Le dije que no se refiera a mi hijo!!-le interrumpió la casada, quien ahora sí estaba
realmente molesta con aquel hombre que seguía burlándose de su familia.

-Ya, ya, no se enojé, mi Diosa, si no es para tanto-la calmó el viejo a la vez que con sus
tiesas manos de mecánico le sobaba uno de sus suaves muslos. Luego de seguir manejando
unos cuantos metros le volvió a hablar- ¿Trajiste el dinero para pagar el hotel?

-¡Sí! ¡Aquí lo tengo, y esta es la primera y última vez que le paso dinero! Para la próxima,
¡será usted quien se las tendrá que arreglar!-le dijo Gabriela a la vez que le pasaba el dinero
al hombre, quien al recibirlo se lo guardó en el bolsillo de la camisa.

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-No te preocupes, ya lo tengo solucionado.

Mientras don Cipriano manejaba, Gaby se dio cuenta que la dirección que tomaba el auto no
era hacia el hotel que el viejo le había dicho. Habían tomado una calle que daba hacia las
afueras de la ciudad.

-¿A dónde me lleva? ¡Este no es el camino hacia el hotel! -preguntó la rubia un poco
preocupada.

-¡Tranquila, mi reina! Te llevo al lugar que será nuestro nidito de amor por esta noche, y por el
resto del mes en las ocasiones en que nos juntemos para coger ¡jaja! Ya verás que te va a
gustar, y no te vas a querer venir hasta que ya esté de día.

Mientras tanto, el auto ya había tomado la autopista. Gabriela, ya poniéndose muy nerviosa
por no saber adónde la llevaban, recordó que Cesar le había dicho que le avisaría a su
madre que a Jacobo ella lo iba a retirar desde el mismo colegio al siguiente día. Por lo tanto,
tenía toda la noche disponible. En otras palabras, la rubia, ya dilucidaba que tendría que
estar acostada por toda la noche con don Cipriano. También recordó lo del celular. Por lo que
lo sacó de su cartera, y, al verificar que no tenía llamadas perdidas, con dedos temblorosos,
lo apagó.

El vehículo ya había tomado un camino alternativo de tierra. Luego de varios minutos de


lento trayecto, estacionaron al lado de una deplorable casa de campo. El patio de está
estaba adornado por una gran cantidad de viejos vehículos abandonados. Eso era lo único
que se podía ver, dada la oscuridad de la noche, y a la escasa luz de la luna.

Al llegar a la casa, don Cipriano sólo empujó la puerta para que pudieran entrar. Esta no
contaba con cerradura, ni tampoco tenía siquiera algún mísero candado. La puerta solo se
abrió entre el chirrido de las bisagras y el crujir de la casi podrida madera.

Gabriela, quien se mantenía a las espaldas de don Cipriano, estaba expectante, y se


preguntaba quién sería el dueño de la casa. Lo que la tranquilizaba un poco era que ya nadie
la vería salir de un asqueroso hotel, y de la mano de un hombre aún más asqueroso todavía.

Una vez al interior de la casa, el viejo mecánico entre penumbras intentaba encontrar el
interruptor de la luz. Cuando lo hizo y lo accionó, fue una fuerte resplandecencia la que
iluminó en su totalidad el interior de la miserable vivienda.

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CAPÍTULO 7

197

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