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RESUMEN TEXTO NARRATIVO

Doblé el papel, lo metí en mi cartera […]. Estaba libre. Lo que pasó por mí en aquel momento
ni lo sabría explicar. Don Conrado se puso grave; me soltó un sermón sobre la honradez y las
buenas costumbres, me dio cuatro consejos sobre los impulsos que si hubiera tenido presentes
me hubieran ahorrado más de un disgusto gordo, y cuando terminó, y como fin de fiesta, me
entregó veinticinco pesetas en nombre de la Junta de Damas Regeneradoras de los Presos,
institución benéfica que estaba formada en Madrid para acudir a nuestro auxilio.

Tocó un timbre y vino un oficial de prisiones.

Don Conrado me alargó la mano.

- Adiós, hijo. ¡Qué Dios te guarde!

Yo no cabía en mí de gozo. Se volvió hacia el oficial.

- Muñoz, acompañe a este señor hasta la puerta. Llévelo antes a la administración; va


socorrido con ocho días.

A Muñoz no lo volví a ver en los días de mi vida.

A don Conrado, sí; tres años y medio más tarde.

El tren acabó por llegar; tarde o temprano todo llega en esta vida, menos el perdón de los
ofendidos, que a veces parece como que disfruta en alejarse.

Monté en mi departamento y después de andar dando tumbos de un lado para otro durante
día y medio, di alcance a la estación del pueblo, que tan conocida me era, y en cuya vista había
estado pensando durante todo el viaje […]. Momento llegó a haber en que imaginaba el andén
lleno de gentes jubilosas que me recibían con los brazos al aire, agitando pañuelos, voceando
mi nombre a los cuatro puntos.

Cuando llegué, un frío agudo como una daga se me clavó en el corazón. En la estación no había
nadie. Era de noche.

Camilo José Cela, La familia de Pascual Duarte.

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