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Pareciera que el humor de unos diez o poco más de años a esta parte no hiciera
o no supiera hacer otra cosa que reflotar dos o tres posturas pergeñadas con
pretensiones minoritarias y “vanguardistas” algunas pocas décadas más atrás.
Así el “feísmo”, el “campy”, la falsa inocencia perversa, y cierto repetido gesto
carnavalesco en vestimentas, maquillaje, lenguaje mímico y gestual, así como
hasta en la propia jerigonza que intentan parodiar malamente.
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De allí que el hombre y sobre todo la mujer que en forma carnavalesca
deteriora gruesamente sus rasgos faciales se vista organizadamente mal –y este
mal es la mezcla heterogénea de las prendas superpuestas- y que todo este
feísmo pueda parecer o aparecer como una alternativa a lo animalesco anterior.
Porque hay como una vergüenza insólita primero y luego siniestra en este
“orgiastismo” en directo. El titubeo monstruosamente reduplicado por la
transmisión televisiva en directo a mutar francamente en lo animal.
Tal vez el “animal enfermo” de Nietzsche se corresponde ahora con esos gestos
de paganismo adivinatorio que se ofrecen a diario en los programas de televisión
y sobre todo en los horarios nocturnos, llegando la medianoche. Como si el fin
del día los llevara atávicamente hacia un punto del simbolismo más arcaico,
como el paso de una jornada a otra que inaugura toda la serie sucesiva de ritos
de pasaje, y allí la explosión festiva –una vez más- no se produce y debe
reemplazarla el grito y el estruendo falsamente representado.
Claro que el “feísmo” y la payasada cibernética reemplazan malamente o se
muestran una pésima alternativa a esas orgías indecisas de medianoche.
La idea o tesis no deja de tener además de una rigurosa lógica y razón, sus
fascinantes matices aleatorios o -mejor dicho- sus codicilos ético-simbólicos –es
decir filosóficos- y que las mismas ciencias experimentales parecen todavía
incapaces de postular. Descubren pero no comprenden. Y, para ser justos,
mucha filosofía comprende o lo intenta pero no descubre nada sino que muchas
veces directamente encubre.
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A ver. Si en cuanto avanzo en mi saber modifico de consuno el aparato con el
que vengo dotado para ello, al suceder lo contrario, y quedar estancado mi
saber, el cuerpo avanzaría separadamente y “por su cuenta” y sin esa
convergencia de la anterior dualidad hipotética del cuerpo-mente.
Sobre esto podría decirse que esta supuesta igualación de la mujer se ha hecho
en detrimento del hombre o de cierta conditio masculina. Lo cual no quiere
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decir que esa supuesta igualación de la mujer exista en rigor de verdad.
Simplemente se la ha arrojado sin más a la movilización total, sin más y sin
mediar diferencia, marco o señal -sea himen o continuun cópula-reproducción-
y ello a cambio de una inflacionaria exhibición corporal full-time.
Se nos dirá que es inocultable cuanto sin dudas positivo el mayor acceso de la
mujer a las profesiones liberales, a la política y a toda actividad hasta ayer
exclusiva como excluyentemente masculina. Argumentaríamos por nuestra
parte que todo ello podría haberse logrado sin esa reducción unidireccional del
resto de la conditio femenina a una exhibición corporal permanente como presa
erótica, de un erotismo además que regresa perversamente, apenas mal
disfrazado y peor maquillado de consecuencia apendicular del mismo
igualitarismo que se proclama a gritos en el resto de las actividades humanas.
Como eso no es nada o no lleva más que a la nada, interviene el humor; pero
en vez de “el que dice las verdades” como bufón, las de “el que las intenta
rellenar” mediante la bufonada invertida. Las del bufón que cree formar parte o
que dice formar parte de la corte.
Claro que la corte tampoco lo es: es una corte que no corta. Entonces se
produce un repetido juego de espejos donde no se sabe quién intenta engañar y
menos quién intenta pasar por quién.
Como eso es algo repetido y el “juego” tan sólo consiste en repetir cada vez más
grotescamente que están todos los cuerpos en mostrenca disposición -por lo
menos visual-, es que regresa lo bufonesco que pretende ser la contrapartida de
lo anterior, pero para ello sólo tiene los borrosos fastos del “feísmo” y de la
ironía otoñal vuelta ahora tan sólo invernal parodia.
© Ángel Faretta
Permitida su reproducción total o parcial exclusivamente citando la fuente.
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