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CARTAS A ALICIA*

Catalunya, 4 de julio, 2004

Querida Alicia,
El otro día fui a la playa y mientras todo mundo se asoleaba, ya sea desnudos o con bañador, una
chica de piel muy blanca atravesaba la playa. Lo que llamaba mi atención es que usaba un vestido
largo de color negro, con hombros descubiertos pero que le llegaba hasta los tobillos. Cierto que
tenía una abertura coqueta en las piernas, también llevaba un lindo sombrero. Curioso caso, una
playa llena de mujeres hermosas, incluso algunas desnudas, y la que más atraía mi atención
estaba vestida. Un calor bravo y ella caminando tranquila. Era una imagen poderosa. A partir de
su presencia podría filmarse un documental titulado, mujer de negro caminando por la playa, con
entrevistas a la gente que la miró y una pequeña investigación de quién pudo ser, de dónde vino
y, lo más importante, ¿por qué caminar por la playa con ese sol y vestida así? O más importante
aún, ¿quién le regaló ese lindo sombrero?
Un documental sobre la sensualidad, que aborde el tema de la simpleza y el encanto de los
contrastes, pues entre todas las mujeres de aquel lugar, la más hermosa usaba un vestido largo y
negro. Había un equilibrio casi cósmico en su manera de caminar.
¿Por qué te cuento esto? Porque al verla pensé que si estuvieras aquí serías ella. De ser así, el
documental se llamaría como tú. Aunque si lo filmará Win Wenders seguro le pondría, Alicia en
la playa, y sin duda, estaríamos hablando de una secuela más de las Alas del deseo. Pero si el
director fuera Carl Sagan, se hablaría de la relación y el equilibrio existente entre los planetas, sus
caprichos a los que llamamos movimientos de rotación y traslación, y las mujeres. Alain Resnais
le pondría por título, al igual que yo, sólo tu nombre.
No sé cuándo te llegue esta carta, quisiera saber qué piensas de lo que te escribo hoy mismo,
pero seré paciente porque no me atrevo a decírtelo por teléfono. Pienso mucho acerca de todo
esto, de todo lo nuestro, por ejemplo, para mí hoy es viernes y para ti jueves. También está el
problema de que escribo esta carta en el presente, pero a ti te llegará en el futuro. Estamos
condenados a lo desfasado, casi perdidos, sin poder encontrarnos del todo. Sabes que siempre
quise viajar en el tiempo. Al compartir esta idea con alguien siempre surge la pregunta de si hay
algo en mi pasado que quisiera cambiar, como si de verdad se pudiera echar el tiempo atrás para
modificar algún evento, para después regresar al presente y ver que todo es diferente y mejor.
Pero no creo que al retroceder diez años y abrazar en su cumpleaños a una profesora que nunca
me quiso, al regresar a mi día a día, a mi hoy, encontraría mi mundo cambiado. ¿Te acuerdas de
La máquina del tiempo de H.G. Wells? Por mucho que el personaje quiere salvar a su esposa de
un accidente y viaja constantemente al pasado para evitarlo, nunca lo consigue, una y otra vez
ella vuelve a morir, de una forma u otra. El destino parece estar por encima de la fantasía. Si
consigo viajar en el tiempo no iría al pasado. Sé que no hay nada que pueda cambiar. Nada
esencial en mi vida, por lo menos.

*
GOVEA, Bernardo (2018). “Cartas a Alicia”, en Bernardo Govea y Gabriel Martínez Bucio (Comps.), Lletraferits.
Guanajuato: Ediciones la Rana (De Guanajuato al mundo), pp. 103–114.
Catalunya, 15 de julio, 2004

Querida Alicia,
Mi casero es cubano, aunque se comporta como un pijo catalán. A veces, cuando viene a cobrar
la renta, se sorprende si me encuentra escuchando a Beny Moré.
Mis vecinos marroquís de vez en cuando oyen a todo volumen a Luis Miguel. Lo prefiero
mil veces a él que a Madonna. La última vez que la escuché fue junto a ti, en casa.
Mi compañero de piso, un italiano que todo el día canta hip hop alemán, de repente cambia
de género y compartimos la música de Compay Segundo mientras disfrutamos de un cigarrillo
Cohiba. Andrea, una madrileña muy simpática, cada que regresa de una fiesta se encierra en su
habitación, poco después suenan las canciones de José Alfredo cantadas por Chavela Vargas. Ella
no sabe que son de José Alfredo, ni sabe quién es. Ella también ignora que yo sé perfectamente
que ha regresado a casa con el corazón roto una vez más. En el piso también hay una chica de
Polonia, todas las mañanas me mira atenta mientras preparo mi desayuno y escucho música. No
dice nada, pero en un par de ocasiones la he descubierto intentando cantar Cucurrucucú Paloma
con su voz tan eslava. El día que me preguntó cómo se llamaba la canción, no pudo pronunciarla.
Una amiga me dijo que las letras de la música latina eran machistas. Me acordé de ti, con ese
mismo comentario, más de una vez. Pero ya no pienso decir nada al respecto.
Tal vez hoy o tal vez mañana, mientras mis vecinos y compañeros de piso escuchen música
cubana o mexicana, yo, en cambio, por una vez, tendré lo audífonos con What is feel like for a
girl. Pensaré mucho en ti. La verdad, me gusta mucho el videoclip, los autos de ocho cilindros,
tanto el amarillo como el rojo. Es la historia de un gran viaje; ir por una anciana enferma al asilo,
pasar por una hamburguesa y después suicidarse. Todos los demás días sorprenderé a mi casero
con más y más música cubana.

Catalunya, 17 de julio de 2004

Querida Alicia,
Recuerdo que una vez, en el desayuno, me contaste que habías soñado que yo era un cometa,
debido a la descripción que hiciste con tantos detalles, mientras cerrabas los ojos, pude sentir la
fuerza, el peso, el volumen y la textura de la roca. Era como si narraras una vivencia, como si
rememoraras algo. Al final me dijiste que los cometas son viajeros solitarios y furiosos, a pesar
de sus silencios. Eras tan joven, pero decías esto como si toda la experiencia del mundo te
acompañara.
Anoche soñé que unos extraterrestres se acercaban a la tierra. Esa vieja idea de vida en otras
galaxias, de seres complejos e intelectualmente superiores, pero claro, de color verde. Venían a
conquistar la tierra, por supuesto, ¿a qué otra cosa? Una nave espacial, aunque pequeña, llena de
armamento destructivo a escala global, ya sabes, lo típico. Lo interesante es que antes de llegar se
encontraron la sonda espacial Voyager y en ella un disco metálico de cobre bañado en oro, una
especie de acetato con su tornamesa, que contiene información de la humanidad: saludos en
diversas lenguas, la imagen tanto de un hombre como de una mujer desnudos, un esquema del
sistema solar, el llanto de un bebé, el sonido del viento, del oleaje y de la lluvia, por supuesto,
también hay música, Johnny B. Goode de Chuck Berry y Bach, entre una gran variedad, un play
list en verdad diverso.
La idea de la NASA, desde un principio, fue crear la sonda espacial para que seres inteligentes
la encontraran y supieran de nosotros. En mi sueño, los alienígenas se detuvieron frente a ella, se
bajaron de su nave, como quien lo hace para poner gasolina. Con caras largas y ojos atónitos
miraban el disco. Usaban trajes de astronauta blancos con tonos en verde limón y escafandras
muy grandes para cubrir sus cabezotas. Escuchaban atentos las melodías, pero con cada sonido
aumentaba su impulso destructivo, ni siquiera Bach lo disminuyó. Les parecía que la
construcción matemática de aquellos ruidos era ordinaria y simple. No había esperanza, sin duda,
eran seres superiores. Cada uno de los marcianos se alejó del aparatejo diseñado por Carl Sagan,
todos menos uno. El más joven se quedó mirando las imágenes, tal vez buscaba descubrir algo
más de aquella civilización que estaban por borrar del mapa, pero no fue así, aquel monigote se
entretenía con las imágenes de la mujer desnuda. No creo que esta fuera la idea original de la
NASA. Por un descuido se escuchó una canción más, Los caminos de la vida, de La Tropa
Vallenata. El extraterrestre subió el volumen, tal vez había un botón de esos a los que se le da
vuelta, como de grabadora, o tal vez lo hizo con la mente, después de todo era un ser superior. Al
hacerlo toda la tripulación escuchó la canción. En ese mundo oscuro, llenos de luces distantes, el
líder o capitán de la nave lloró recordando a su madre: cuando era chiquillo y tenía gripe, cuando
las pesadillas y el miedo a la oscuridad no lo dejaban dormir, cosas así. Nadie dijo nada. El que
estaba afuera regresó, y aquel armatoste galáctico echó en reversa. Ya no quisieron destruir a la
humanidad.

P.D.
Eras muy chica cuando murió nuestra madre. No creo que recuerdes el sufrimiento de una
enfermedad tan agresiva; poco a poco se fue apagando, entre dolores y medicamentos. Tal vez la
canción a ti no te diga nada y hasta te parezca que todo esto de los marcianos es muy absurdo.
Quisiera escribirte una carta muy larga para contarte cómo era ella, hablar de lo mucho que te
pareces en carácter y belleza a ese lado de la familia. Yo aún tengo sueños recordando el día que
murió; estaba a su lado.

Catalunya, 17 de agosto, 2004

Querida Alicia,
Ayer me llegó tu carta, la leí en la noche. No sé qué decirte sobre todo lo que me cuentas. La
mayoría son cosas que me hieren. Tal vez más adelante pueda hablar de ellas de manera objetiva.
Hoy no puedo. Pero no creas que soy un egoísta, no sólo pienso en mí. Sé que también sufres,
que no lo pasas bien.

Catalunya, 19 de agosto, 2004

Querida Alicia,
Como te lo he dicho, de alguna forma te escribo desde el futuro. De uno no muy lejano, pues acá
es miércoles a las 6 am menos 15 y allá es martes a las 15 para las 11 pm. Desde mi postura
futurista puedo decirte muchas cosas, como un brujo que se mete sustancias para ver el porvenir,
como Nostradamus, como un oráculo.
Carl Sagan dice, en uno de sus capítulos de la serie Cosmos, que sí es posible el viaje en el
tiempo, pero debe ser un viaje tiempo y espacio, que no va lo uno sin lo otro. Menciona que, si
mandamos a unos cosmonautas 56 años a circunnavegar el universo conocido, a visitar Saturno o
revisar qué hay más allá de Plutón, en una nave que viaje muy cerca de la velocidad de la luz, a
su regreso a la tierra habrán pasado mil millones de años tras su partida, pero para ellos sólo 56.
Regresarán a una época que no les pertenece, regresarán pues a su futuro. Salí de México a las
9:40 de un viernes, llegué a Barcelona un sábado a las 9:50. Viajé un día entero, pero para mí
sólo fueron 10 horas. Llegué, como los astronautas de Sagan, al futuro, al mío. Y el futuro
siempre nos recibe con los brazos abiertos, no es como el pasado, que sólo lo hace con reclamos,
o el presente, que nada más sabe de desilusiones.
Julio Verne escribía en La vuelta al mundo en ochenta días que tras tantos viajes y por la
diferencia de usos horarios de una región y otra, Phileas Fogg y Passepartout, viajaron 79 días
por el mundanal mundo, pero para ellos, según sus cuentas, fueron 80 y unos minutos de más.
Por eso al llegar a Londres, Fogg pensó que había perdido la apuesta.
Te digo todo esto para darle un poco de crédito a mis palabras, o un poco de locura, pero
desde el futuro en que me encuentro te digo, sin dudarlo un momento, que pese a estos malos
momentos, tu futuro será mejor, que habrá un tiempo y un espacio diseñado para ti.

P.D.
Te he enviado 139 abrazos por servicio de paquetería, espero te lleguen pronto. Te quiero.

Catalunya, 30 de agosto, 2004

Querida Alicia,
Ayer vi un programa de televisión, trataba de un hombre que corría los pueblos de Estados
Unidos porque su trabajo era hacer llover. Era un embaucador. Siempre he pensado que yo podría
dedicarme a algo así. Sabes que un tiempo quise ser cirquero, trapecista o domador de osos, tal
vez clown, pero nunca he tenido talento para nada que implique cierto peligro o causarle gracias a
la gente. Tengo cara de serio, eso es triste. Me gustaría recorrer las pequeñas ciudades de Jalisco,
Michoacán y Guanajuato prometiendo lluvias abundantes. El personaje de la serie, cobraba,
bombardeaba las nubes y después se marchaba. Si tenía suerte se largaba del pueblo llevándose a
una linda chica, del tipo de mujer que se largaría con cualquier baboso, con tal de desaparecer de
sus padres, esposo, y sobre todo, del lugar donde nació. Formarían una pareja nada atractiva, en
realidad.
¿Sabes cómo hacía llover? Aún lo hacen así, bombardean las nubes con yoduro de plata y se
produce la lluvia. Han descubierto que este sistema hace daño, demasiado agresivo con el medio
ambiente, pero a nadie parece importarle. Ya sabes, el mundo, sus avances y sus caprichos. El
tipo de programa vivía en el año de 1945, en ese tiempo aún no se descubría que el yoduro de
plata podía ocasionar lluvias en la medida adecuada. Un año después un científico habría
investigado al respecto. Tal vez no recuerdes, pero unos oportunistas le vendían a mi mamá una
especie de medicamento en polvo hecho en Canadá. Una cura para diversas enfermedades, entre
ellas el cáncer. Ellos decían que las grandes empresas farmacéuticas no querían que se supiera del
tratamiento, por eso ningún doctor recomendaba su uso, de tal forma que estaba prohibido en el
país a pesar de haber demostrado su eficacia en otros lugares. La vieja historia de que las grandes
marcas quieren controlar el mercado, vender sus productos caros, placebos caros: fortunas en
juego. Claro, los polvos, por ser ilegales, también eran caros. El mundo está lleno de mierda. El
personaje de la serie era un farsante, pero no lo era por experimentar con el yoduro años antes de
que se comprobara que sí funciona, tampoco lo era por quitarle al pueblo sus ahorros y
desaparecer, lo era, y sí que lo era, por creer en sus mentiras. El gran hacedor de lluvias, como él
mismo se presentaba, en verdad era un ingenuo o un visionario, pues siempre creyó que algún día
su fórmula lograría una gran tormenta. Pero nada pasó.
Perdona si esperabas que te contara todo esto para decirte que sí lo logró, que una noche, en
un pueblo de Texas, después de bombardear por días las nubes, llegó la lluvia. No fue así. ¿Aún
hace tanto calor allá? ¿Te gustaría que yo regresará a México para convertirme en un hacedor de
tormentas? Deberías escribirme, hace tiempo que no lo haces. Podría hacer llover sólo para ti, en
tu habitación, pequeñas gotas cayendo en tu largo cabello, en tu cuerpo, sobre tu piel, en tus
labios. Sólo para ti. ¿Te gustaría? Podría hacer llover, una vez más.

Catalunya, 19 de septiembre, 2004


Querida Alicia,
He pensado en lo último que me escribiste, en lo imposible de cambiar algo entre nosotros. No
creo que volvamos a estar juntos. Es verdad lo que dices, el destino es muy cruel y siempre está
por encima de la fantasía. ¿Regresar al pasado, para qué? Estoy seguro que no te encontraré. Tú
vives tu presente: la escuela, entrar a la preparatoria, tus nuevas amigas, tal vez conozcas a
alguien.
Yo estaré desfasado, entre el futuro y el pasado. Me costará mucho trabajo poner los pies en
el presente. Si pudiera viajaría al pasado, pero no a tu presente, pues éste no sería nuestro. Dime,
¿Aún te gustan los trenes? ¿Aún quisieras viajar en la ruta del Chepe, recorrer Chihuahua, el
Cañón del cobre y llegar a las playas de Sinaloa? Si pudiera, en realidad, viajar en el tiempo y en
el espacio, tú y yo estaríamos en ese tren que abordó Phileas Fogg, avanzando de la costa oeste a
la costa este, en aquellos años, cuando había apaches y vaqueros. Tal vez nos sentaríamos a una
distancia prudente de los héroes de la novela, para poder mirarlos sin que se sintieran observados.
Tú usarías un lindo sombrero verde oliva, un Stetson; yo un sombrero negro, quizá un bombín.
Pero tú no puedes acompañarme, en realidad, tal vez, ni siquiera te lo permitiría. Tu presente
es hermoso, debe serlo, y tu futuro estoy seguro que será mucho mejor, casi fantástico. Por mi
parte, no puedo emprender un viaje en tren solo. Sabes, el destino es tan cruel, siempre por
encima de todo.
Tuyo, Ezequiel

P. D.
Alicia, por favor, escríbeme.

BERNARDO GOVEA

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