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A pesar de sentirse prisionero en un país extraño, Tobías no abandonó la senda de la

verdad, de forma que todos los días repartía generosamente cuanto tenía con los
hermanos de su nación que también estaban cautivos como él. Se casó con una mujer
de su tribu llamada Ana, de la que tuvo un hijo, a quien puso su nombre (Tobías), y le
enseñó desde la niñez a amar a Dios y a guardarse de todo pecado. Porque se
acordaba del Señor con todo su corazón, Dios le hizo grato a los ojos del rey
Salmanasar, el cual le dio libertad para hacer cuanto le gustase.

luego Senaquerib, que tenía gran odio contra los israelitas: los castigaba y mataba
cuanto quería. Tobías, procuraba consolar a sus compatriotas, sustentando a los
hambrientos, vistiendo a los desnudos, repartiendo sus bienes entre ellos, y
enterrando a los muertos.

Al volver a su casa un día, cansado de enterrar a tantos, se quedó dormido junto a una
pared; entonces le cayó en los ojos estiércol caliente de un nido de golondrinas y se
quedó ciego. Tobías no se quejó contra Dios por esta desgracia sino que permanecía
fiel y agradecido al Señor a pesar de las lamentaciones de algunos de sus amigos y
familiares.

Pero, al mismo tiempo, estaba sucediendo en una ciudad lejana llamada Rages,
conocida como la ciudad de los medos, algo que aparentemente no tiene nada que ver
con esta historia: Una hermosa joven llamada Sara sentía gran pena porque había
tomado marido siete veces y un demonio los había matado a todos al poco de casarse.
Sara había escuchado las burlas de una de sus criadas y subiendo al cuarto más alto
de su casa pasó tres días y tres noches sin comer ni beber.

Sara suplicaba a Dios con lágrimas en los ojos que le librase de esta deshonra. Al
tercer día terminó su oración y se sintió muy consolada por el Señor, al cual le decía:
“Tú sabes, Señor que he conservado mi alma limpia. Jamás estuve, ni traté, con
gente frívola. Si consentí en tomar marido fue para amarle como tu quieres y no por
un afecto impuro mío. Tal vez Tú me has reservado para otro esposo, pues tus
designios sobrepasan la capacidad de nosotros los hombres. Tú no te alegras con
nuestra desgracia y después de la tempestad nos traes la calma; y después de las
lágrimas y el llanto nos das la alegría. ¡Oh, Dios de Israel, bendito sea tu nombre por
los siglos!”

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