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LIBRO III 233

muerte a sí mismos olvidando que la fuente de sus angustias


es ese temor, que es él el que atropella el honor, él el que
rompe los lazos de la amistad y, en resumen, arranca de
cuajo el respeto. Porque a menudo los hombres han llegado
a traicionar a la patria y a los padres queridos por pretender
eludir los parajes del Aqueronte.
Pues, tal como los niños en la oscuridad cerrada tiem-
blan y de todo tienen miedo, así a plena luz nosotros en oca-
siones tememos por cosas que en modo alguno son más te-
mibles que las que en la oscuridad los niños sienten con
espanto e imaginan a punto de suceder. Porque ese miedo y
esas tinieblas del espíritu es menester que los despejen no
los rayos del sol ni los dardos luminosos del día sino las fi-
guraciones de la naturaleza y su fundamentaciónl3.

Primeramente afirmo que el espí-


da mente es ritu H, al que a menudo llamamos ‘men-
t í a parte del cuerpo, t , ¿ o n d e reside la guía y el gobier-
no una estructura ’ ° J ®
o armonía no del vivir, es una parte del hombre
en no menor grado que manos y pies
y ojos están ahí como partes del ser vivo completo. {Hay en
esta cuestión sin embargo quienes pretenden al contrario

muerte se ha hecho la vida angustiosa?» (Epístolas morales a Lucilio XXTV


23).
13 III87-93 = H 55-61 = VI 35-41; m 91-93 = 1 146-148.
14 Todo el razonamiento lucrecíano se basa en los términos, muy clara-
mente diferenciados en la lengua latina, anintus y anima, que asumen la misión
imposible de traducir los términos epicúreos nous y psyche (que al propio Epi-
curo no gustaban, prefiriendo establecer dentro de la psyché una parte irra-
cional, tó álogon méros, y otra racional, tó logikón meros). Para Lucrecio,
animus es agente de intelección (mente), deliberación y decisión (voluntad);
anima es algo así como el aliento vital común a los seres vivos. De todos mo-
dos hay una tendencia a confundirlos, de la que el propio poeta es consciente:
«Haz tú que los dos nombres en uno solo se junten y que, cuando por ejemplo

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97a convencernos de 15> que la sensibilidad del espíritu no reside


en ningún lugar determinado sino que es una suerte de dis-
posición vital del cuerpo — ‘armonía’ la llaman los grie-
ioo gos— que haría que vivamos con sensibilidad, en tanto que
la mente no está en ninguna parte16; tal como cuando a la
buena salud a veces se la llama ‘del cuerpo’ aunque ella no
sea parte alguna del hombre sano, así la sensibilidad del es-
píritu no la colocan en ningún lugar determinado, y en ello a
mí me parece que en gran manera se extravían y desbarran.
105 A menudo, en efecto, disponemos de un cuerpo que como
enfermo se nos aparece, mientras que en la otra parte ocul-
ta 17 estamos alegres; y lo contrario pasa cuando del otro la-
do es a veces al revés, si el entristecido por la parte del alma
se alegra con el cuerpo todo, no de otra manera que cuando
no a un enfermo acaso le duele el pie y su cabeza no sufre nin-
gún dolor entretanto. Y además, cuando entregamos los
miembros al sueño blando y el pesado cuerpo queda tendido
sin sensibilidad, hay algo sin embargo en nosotros que en
esos momentos de muchos modos se agita y en sí recibe las
lis emociones de alegría y las angustias vanas del corazón.

digo ‘alma’ para mostrar que es mortal, entiendas que también digo ‘espíritu’,
en cuanto que una sola cosa y bien trabada son los dos» (III421-423). Vid. A.
M . L a t h i e r e , «Lucréce traducteur d’Epicure. Animus, anima dans les livres 3
et 4 du De rerum natura», Phoenix 26 (1972), 213-133.
15 Se recoge en las traducción el verso con el que A. G a r c í a C a l v o su-
ple una laguna ya señalada por los primeros editores.
16 L a doctrina del alma como armonía la expone por vez primera Si-
mmias de Tebas, un seguidor de Pitágoras, en un pasaje del Fedón (85e-
86d) platónico. Sin embargo Lucrecio parece apuntar más bien a concep-
ciones parecidas de Dicearco y Aristóxeno, filósofos que de un pitagorismo
juvenil pasaron a la escuela de Aristóteles (según se ve en S e x t o E m p í r i c o ,
Contra los profesores VII 349, y Cíe., Tuse., 110,19). Véase A. E r n o u t -L.
R o b í n , com. ad loe.
17 El espíritu.
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Ahora, para que puedas reconocer que también el alma


está en los miembros y que no mantiene amarrado al cueipo
mediante la armonía, ocurre de entrada que, si se arranca una
parte grande del cuerpo, la vida sin embargo perdura en
nuestros miembros, y ella también al revés, si unos pocos
cuerpos de calor escapan y se ha emitido fuera por la boca
el aire, deja al punto las venas y abandona los huesos; de
modo que por ahí puedes comprender que no todos los
cuerpos desempeñan igual función ni por igual sustentan
nuestra integridad, sino que más bien son las semillas de
viento y caliente vapor las que se ocupan de que la vida
- perdure en los miembros. Hay por tanto un vapor y un
viento vital en el propio cuerpo que abandonan nuestros
miembros al morir.
En consecuencia, toda vez que hallamos que la naturale-
za del espíritu y del alma es por así decirlo una parte del in-
dividuo, el nombre de armonía, traído a los músicos desde
el soto, devuélveselo al Helicón18 o a cualquier otro sitio de
donde ellos lo trajeran para aplicárselo a esa cosa que por
entonces necesitaba un nombre apropiado; comoquiera que
ello sea, que se lo queden: tú entérate de lo que me queda
por decir.

Afirmo ahora que espíritu y alma


Unión se mantienen trabados uno y otra, y
de espíritu y alma entre jos ¿ os hacen una sola natura-
leza, pero que es como lo principal y
señorea sobre el cuerpo entero esa guía que llamamos ‘es-
píritu’ y ‘mente’; ella además está puesta y enclavada en mi-

18 El monte de las Musas (véase 1118).

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tad del p ec ho 19; pues ahí brincan el terror y el miedo, cer-


ca de ese lugar nos halagan los gozos: ahí por tanto la
mente y el espíritu se hallan. La otra parte del alma, re -
partida por el cuerpo entero, obedece y se mueve a una se-
ña o ademán de la mente. Ella sola por su cuenta sabe, ella
por su cuenta goza, aun cuando ninguna cosa impresione
ni al alma ni al cuerpo. Y así como, cuando la cabeza o el
ojo entre ataques de dolor tenemos dañados, no sufrimos
en todo el cuerpo, igualmente el espíritu a veces sufre da-
ño en sí mismo o se llena de alegría, aun cuando la otra
parte del alma a través de miembros y carnes no se ve alte-
rada por ninguna conmoción. Pero cuando la mente sufre
la impresión de un miedo muy fuerte, vemos que el alma
entera siente a través de los miembros, que sudores enton-
ces {y> palidez se producen en todo el cuerpo, que la len-
gua se traba y la voz se pierde, los ojos se nublan, retum-
ban los oídos, se desploman los miembros20, que vemos en
fin muchas veces desmayarse los hombres por terrores del
espíritu, de manera que cualquiera de ahí sin dificultad
podría comprender que el alma está trabada con el espíri-
tu, pues cuando la golpea (la violencia) del espíritu, al
punto atropella y hiere al cuerpo.

19 La idea de que la inteligencia se aloja en el pecho más bien que en la


cabeza es usual en Homero y sus sucesores, porque, generalmente, entre los
antiguos «el corazón tiene más defensores que el cerebro» (H. A. J. M i j n r o ,
cit. por E, J. K e n n e y , Lucretius..., com. ad loe.).
20 La fraseología recuerda aquí muy de cerca a C a t u t .o (LI) y su mo-
delo S a f o (fr. 3 1 ); A n n k t t e L, G i e s e c k e (Atoms, Ataraxy, and Allusion:
Cross-generic Imitation o f the De Rerum Natura in early Augustan Poetry,
Hildesheim, Olms, 2 0 0 0 , pág. 3 0 ) está convencida de que ambos poetas se
conocieron en el círculo de Memio.
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Esta misma explicación muestra


que la naturaleza del espíritu y el alma
Su naturaleza
corporal
es corporal. Pues cuando los vemos
empujar los miembros, arrancar del
sueño el cuerpo, alterar el rostro, go-
bernar y manejar al individuo entero, nada de lo cual sabe-
mos que podría hacerse sin tocarlo, y que no hay tocar sin
cuerpo, ¿no hay que admitir que espíritu y alma están he-
chos de naturaleza corporal? De otra parte, adviertes que en
nosotros el espíritu se desenvuelve a la par que el cuerpo y
junto con él siente: si no choca con la vida la erizada fuerza
del dardo, metiéndose dentro entre huesos y tendones des-
garrados, se sigue con todo una languidez y un dulce caer a
tierra y en tierra un ardor que al desmayado21 le nace y a
ratos algo así como un deseo indeciso de levantarse. Luego
la naturaleza del espíritu es forzoso que sea corporal, ya que
padece con dardos y heridas corporales.

A ti de cómo es la masa de ese es-


píritu y de dónde se forma voy a se-
Sutileza
de sus átomos
guir dándote razón con mis palabras.
Para empezar, digo que es bien
tenue y que está hecho y formado de
cuerpos más que menudos. Basta que luego prestes atención
para que puedas muy bien comprender que ello es así. Nada
parece producirse de una manera tan rápida como lo que la
mente por su cuenta decide e inicia; luego el espíritu se
agita mucho más rápidamente que cualquiera de las otras
cosas que ante nuestros ojos y alcance presenta su ser; ahora

21 Sigo la conjetura de A. G a r c í a C a l v o (amentei) frente a lo transmi-


tido por los manuscritos (mentes) y la enmienda más aceptada de los edito-
res (mentís).

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bien, lo que es móvil en grado tan superlativo debe estar he-


cho de semillas más que redondeadas y más que menudas,
para que al recibir un pequeño impulso puedan moverse. Se
mueve, en efecto, el agua y con un impulso pequeño corre
porque, claro es, está compuesta de formas rodantes y lige-
ras; en cambio la naturaleza de la miel es más consistente y
su líquido más perezoso y más lento su manejo (pues entre
sí se traba más todo el conjunto de su materia), debido sin
duda a que no consta de cuerpos ni tan lisos ni tan tenues y
redondos; tienes, en efecto, que una brisa somera y leve puede
forzar que entero se desparrame un buen montón de adormi-
dera22; en cambio el cierzo sopla contra una pila de piedras
y en ella nada puede. Y es que los cuerpos cuanto más pe-
queños y lisos son, de mayor movilidad disfrutan; y, al con-
trario cualesquiera que resulten ser de mucho mayor peso y
más rugosos, son por ahí ellos más estables.
Ahora, pues, ya que hemos hallado que la naturaleza del
espíritu es extremadamente móvil, es forzoso que esté for-
mada de cuerpos sin duda pequeños, lisos y redondos. El
conocimiento de tal cosa, buen amigo, te resultará prove-
choso en muchos puntos y se mostrará oportuno.
Otra cosa también llega a explicar la naturaleza del espí-
ritu, de qué trama tan fina está hecho y en qué sitio tan pe-
queño se encierra si acaso se apelotona, y es que en cuanto
se apodera del hombre el sueño tranquilo de la muerte y se
retira la sustancia del espíritu y el alma, nada allí puedes
descubrir que ni en la apariencia ni en la masa del entero
cuerpo haya sufrido menoscabo: la muerte preserva todo
salvo la sensibilidad de la vida y el vaho caliente. Luego es

22 Son los granos negros y menudos de esta planta que se empleaba para
provocar sueño. Las simientes de amapola representaron a los átomos escu-
rridizos en II453.
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forzoso que el alma entera conste de semillas bien pequeñas


en su trabazón a través de venas, entrañas, tendones, en la
medida en que, cuando toda se retira ya del cuerpo entero,
el contorno exterior de los miembros no obstante se preser-
va intacto sin que falte ni pizca de peso; algo así sucede 220
cuando se disipa la esencia de un vino o cuando el olor de
dulce perfume escapa al aire o cuando se pierde el sabor de
un cuerpo cualquiera; en nada sin embargo aparece a los
ojos achicada la cosa como tal por ello ni nada de su masa
se ha apartado, debido sin duda a que semillas numerosas y 225
menudas producen los sabores y el olor en el cuerpo entero
de las cosas.
Conque, digo y repito, la naturaleza del espíritu y el al-
ma hay que comprender que está formada de semillas más
que menudas, ya que al retirarse no se lleva nada del peso. 230

Y pese a todo no debemos pensar


que tal naturaleza sea simple23, pues
dases
de sus átomos de los moribundos escapa r una suerte
de brisa fina mezclada con vapor, y el
vapor desde luego arrastra aire consi-
go, ni hay tampoco calor que no lleve mezclado también ai-
re: como su naturaleza es rala a buen seguro, es menester
que muchos primordios de aire se muevan allí dentro. Re- 235
sulta así que la naturaleza del espíritu es ahora triple, sin que
todas ellas juntas se basten para producir sensibilidad, toda
vez que no encaja en cabeza humana que ninguna de ellas
pueda producirle mociones sensitivas a uno (o) esas cosas a
las que en la mente damos vueltas. Una cuarta naturaleza24 240

23 Como 110 lo es ninguna, según se estableció en I I 581-699.


24 La doctrina de los cuatro elementos anímicos está recogida en Epi-
curo, Carta a Heródoto 63.

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