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Nunca he sido buena parada nada, se podría decir que conozco de todo un poco, hay

pocas cosas que me apasionan entre esas pocas es cocinar, escribir ( de todo y de
nada) y contemplar las tardes esas cuando el sol esta de bajada y muestra las sombras
de las casas y los arboles y se siente tibio, y el movimiento de mis dedos traslucidos en
rojo, me hace sensible al punto de llorar, pues me recuerda cuando era niñ a, vivía en
el campo y al estar cayendo en sol, frente a mi casa, la cerca que nos resguardaba de
los animales al ser acariciada por los rayos del astro, su sombra crecia y me gustaba
tirarme al piso enjarrado por las manos de mi mama, y contemplaba las hormiga que
recogían las migajas de pan que mama nos daba a mi y a mis hermanas, de fondo
estaba la radio tocando un la melodía de la época, mis hermanas saltaban entre las
sombras de la cerca jugando y disfrutando. Me sentía dueñ a de ese instante y me
perdia entre las patitas de las hormigas, sentía la tierra fría en mi mejilla, ella tan
calido y precioso, sentía mi corazó n bum, bum querer salirse de mi pecho seria de
alegría, seria de expansió n en ese instante, ho solo seria mi corazó n latiendo puesto
que eso hacen los corazones latir.
El sol tan manigifico y cayendo frente a mi casita de tablas de madera y con un olor a
leñ a quemá ndose, se comenzaba a perder en la montañ a que estaba justo frente a
nuestro hogar, y con eso se escuchaba el silfibido de mi padre aproximá ndose por
algunas de las veredas que daba a mi casa, los pasos lerdos de la mula que traía a mi
padre en su lomo era el fondo musical mezclado con la musiquita de la radio, una
guitarra acú stica y el silfibido tarareando una canció n, como la de las películas del
viejo oeste.
Corria con mis hermanas a reibir a mi padre, y mama salía de la cocina, como sale las
abejas de una flor tras haber recolectado la miel, todas felices y llenas de amor por
haber cumplido con sus labor. Mama tomaba la gamarra que frenaba a la mula de irse
y mi padre se apeaba, para contarle a mi madre todo lo que había hecho en la labor,
recuerdo impetiosa mente el olor de mi padre, olia a campo a verde, sus manos
estaban llenas de tierra y sus zapatos llenos de lodo. Mama preguntaba como te fue
papa – bien, gracias a dios, la milpa ya esta giloteando, pero no quiere llover mucho –
mama tan cariñ osa y con soladora como siempre le decía – hay que guapo me veía
trabajando, con el hocico de perro que tengo - mis padres eran jó venes de 29 añ os
ambos, realmente eran muy jó venes y ya con 5 hijas, jugando y corriendo por toda la
casa.
Simpre hubo necesidad de todo, hubo amor, hubo imaginació n y juegos muchos
juegos, las montañ as y cerros que circundababn mi casa fueron explorados por
nosotras, tomabamos la mañ ana y con jueguetes en mano nos íbamos a explorar,
trepar arboles, buscar cuevas, buscar cangrejos en las barranquillas, buscar frutas de
temporada, relatar historias, perseguir ardillas, montanar el burro, buscar puerquitos
en lo hoyos de la tierra, peleas entre nosotras por los desacuerdos de la niñ ez, cinco
niñ as de entre 3 a 12 añ os, cinco cabezas con ideas limitadas a jugar y descubrir las
arañ as con sus presas, las ardillas con sus crias, las serpientes huyendo de nosotras,
las aridas tierras, resecas por la falta de lluvia, los amados arboles frondosos que
mitigaban la resolana.
Aprendi varias y pocas cosas, muchas de esas me las enseñ o mi mama, me enseñ o a
bordar por las tardes visitá bamos a mi tia yeya que vivía cerca de nosotros, nos
sentá bamos en el patio de la casa, bajo aquel hermoso y sombrio á rbol, majestuoso
que dejaba entrar algunos rayitos del sol, olia a café recién hecho, mi tia le encantaba
el café, y entre platicas y algunos regañ os para mi pues perdia la puntada de mi
servilleta pasaba la tarde, en espera de que llegaran los hombres con costalillos de
elotes recién cortados, en espera de ellos para comer los dulces granos de los elotes
asados, acompañ ados de un pedazo de queso seco, comíamos hasta llenar, entre risas
e historias de có mo fue la labor para poder traer los manjares de los cuales está bamos
disfrutando. Eramos muchos mi familia conformada de siete integrantes y la familia de
mi tia por cinco personas, dos hijas y un hijo mayor. Su casa era de adobe, con un
corredor largo y fresco, adornado de flores en maceta que daban al patio donde nos
setabamos a coser, la casa tenia una presencia imponente, estaba fresca en los pasillos
y fría en los cuartos, la cocina estaba dividida de las habitaciones por un pasillo
empredado de tal manera que me parecía una masorca enorme, con dientes negros y
grandes. Este pasillo daba a un bañ o que se encontraba en patio trasero de la casa,
donde se guardaban los costales de maíz, había un falsete que permitia salir y entrar a
esa casa de adobe con rojas.
Las noches siempre fueron estrelladas, y las lunas de octubre era la gloria para mi, los
arboles y los animales que estaban bajo ella, se veian plateadas y con vida propia, los
caminos parecían que te llevaban a otro mundo a uno donde todo era felicidad, a
donde mama ya no tendría que trabajar tanto para darnos de comer y mi papa tendría
todo para cosechar las tierras y donde mi vaca la nube se podría quedar conosotros,
amaba la leche que daba esa vaca, pero mi papa la vendio para comprar mas comidas
para nosotros. Recuerdo las imperiosa parota que estaba fuera de mi casa esa enorma
señ ora parota que era de un tamañ o impresionante, recuerdo que con mis hermanas
quisimos abarcar su tronco y intentamos entre las cinco, abrasarla tocando solo las
puntas de nuestras pequeñ as manos y no fue suficiente, nos hiso falta otras dos niñ as
para poder abrazar el tronco de ese hermoso á rbol, que cubria mi casa desde las
alturas, vaya nunca pude trepar esa parota, pues era tan grande que mi mama me lo
prohibio, una caída de ese á rbol y no estuviera aquí escribiendo de ella.
Las carencias no mermaron, pero nunca me dolieron, pues todo lo que necesitaba era
lo que tenia, el olor a leñ a quemada, el sol cayendo en la tarde, la radio sonando con la
guitarra acú stica, las cotorritas que cantaban cuando pasaban en parvada por mi casa,
el rebusnido del burro, los arbolitos para treparlos, las gallinas para alimentarlas con
el maíz que mi papa cosechaba, su cantoreo a las tres de la tarde craquenado por el
calor, los perros ladrando a algú n armadillo que estaba escondido en su escondite, la
enorme piedra que estaba a un lado de mi casa pero dentro de la cerca, la piedra era
trepada por nosotras y sentíamos que está bamos en la cima de una enorme montañ a,
conquistada por todas nosotras, a veces fue un barco que estaba en el mar y nos
llevaba a una isla donde solo había gallinas y las correteá bamos dando vueltas en
circulo a la casa, jugá bamos en un chapil que estaba dentro del cercado junto a mi casa
de madera, en este pequeñ a casita mi papa guardaba el maíz, pero esta casita tenia un
desnivel que la alejaba de la tierra, se veía como una casa levantá ndose la falda para
verse los tobillos, y bajo este chapil había algunas gallinas comiéndose las semillas de
maíz que caian entre la rendijas de las tablas de madera que reguardaban el maíz,
mama era la encargada de sacar el maíz de esa caja enorme de madera, para cocinarlo
y hacer las tortillas de maíz que acompañ aban nuestros alimentos.
Por las mañ anas como a las siete mama me levantaba a moler el maíz cocido para
hacerlo masa y después hacer las tortillas, jamas me gustos darle vueltas al molino
que tenían para esta labor, yo tenia mucho sueñ o y la cocina estaba inundada de humo
de los fogones del pretil donde ardi el fuego, parecía como si la cocina intentara
comerme y exhalara humos para atemorizarme, como se atemoriza una pequeñ a
victima, pero después de moler varias tazas de nixtamal y con algo de descontento de
mi parte, la recompensa era el olor de las tortillas recién hechas, era tan complaciente
ver como se inflaban sobre el comal que estaba ardiendo en el interior del fogó n, era
una magnifica orquesta, la leñ a ardia, el humo se había ido, solo tronaba las brasas que
había dejado la leñ a hacer quemada y en agradeciemiento las llamas del fuego
acariciaban al comal redonde y oscuro de tanto ollin por el roce entre las llamas que
danzaban como las olas del mar, de aquí para haya y de aya para aca, con las puntas
rojas y calientes, el comal complacido con esta fiesta, brindaba tanto calor que
cocinaba las tortillas que las manos de mi mama elaboraban de un forma artesanal,
sali las masa del metate, remoliditas y blancas como copos de nieve, que eran llevadas
a la torteadora y al ser aplastadas se convirtian el finas, redondas y delgadas tortillas,
tomadas por las jó venes manos de mi madre, y a una manera de fiesta, mama las
jugaba entre los dedos, quitando ambos papeles de platico que ella misma había
cortado asi, y de manera casi angelical las dejaba caer como un bebe al ser recostado
sobre su tibia cama, las manos se acercaban los suficiente al comal caliente, para dejar
caer la tortilla como haciendo un ole, lento y lleno de cariñ o, las volteaba y dejaba
cocer, y las tortillas en agradeciemiento a tanto amor que mi mama les dedicaba ellas
se inflaban y al llenarse de aire en su interior, algunas se rompían con una boquita
dejando salir un vapor calientito con olor a maíz, mama hacia un altero enorme de
tortillas, para todos comer, pero la paga para mi por haber hecho mi parte de moler el
nixtamal, me dada un machito, que es una tortilla recién salida con queso fresco,
mama los apretaba con su mano y con un poco de agua para no quemarse con el calor
de la masa cocida. Ese premio, ese manjar era glorioso, sabia amor, sabia a todo ese
esfuerzo que mi madre hacia dia con dia por mantenernos con vida a mi y a mis
hermanas, y darnos amor, amor de una madre entregada a sus hijas, como una
pajarita que alimenta a sus polluelos con sus propio pico. El olor a la leñ a quemá ndose
para alimentarnos me llenan todavía.

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