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INTERPRETA CRÍTICAMENTE FUENTES DIVERSAS

La ocupación del país por el ejército chileno puede ser considerada como uno de los acontecimientos más críticos de la
Guerra del Pacífico. La primera reacción de los ciudadanos frente a la presencia impuesta de los ocupantes chilenos, cargada
de desconfianza y recelo, ha sido ampliamente descrita por los viajeros y testigos de la época. Sin embargo, la ocupación de
nuestro territorio duró cuatro años (de noviembre de 1879 a octubre de 1883) y las actividades cotidianas tuvieron que ser
retomadas. En este contexto algunas actitudes de la población ocupada y del ejército chileno variaron, lo cual se reflejó en
hechos que son motivo de debate e investigación.
• Lee las siguientes fuentes sobre la convivencia entre peruanas y chilenos durante la guerra del Pacifico.
Semblanza sobre mujeres peruanas en
Tacna y Arica (1880)
Fue Clara Enríquez, criada por la familia de don Joaquín Inclán, y llegó a merecer toda confianza, la que ella
correspondía con un cariño, y una fidelidad tan grande, que muy pronto encontró la ocasión de probar de manera
práctica. Sabido es que don Joaquín Inclán fue uno de los que rindió su vida, cayendo como bueno y como
patriota, en la batalla de Arica. Una vez que se tuvo noticias en Tacna del desastre del Morro, las familias no
pensaron sino en buscar los medios, de salvar los cadáveres de sus deudos, rescatándolos a cualquier precio.
No era, sin embargo, operación muy sencilla, porque la soldadesca desenfrenada y ebria, se había entregado
como tenía costumbre de hacerlo, al pillaje y por doquiera pisara su planta sembraba el terror y la desolación. El
camino se hallaba interceptado por tropa chilena y era casi imposible, hacer la travesía, que mediaba entre el
pueblo de Tacna, y el puerto de Arica. Ese imposible no existía para Clara Enríquez, que no tuvo otro pensamiento
que penetrar al teatro del combate, buscar los cadáveres de sus compatriotas y de manera especial, el de su
señor, don Joaquín Inclán: prestar a los heridos o prisioneros, cuantos auxilios, estuviera en su mano el
suministrarles. En medio de mil penalidades, practicó el viaje, escondiéndose en unos momentos, burlando la
ronda en el mayor número de casos, y escurriéndose y agazapándose como si fuera una criminal. Por fin llegó a
Arica, en condiciones tales, de fatiga y extenuación, que casi no podía sostenerse en pié. De todos modos, se
rehízo pronto, y trató de inquirir por la suerte de los prisioneros peruanos, particularmente de los de su casa y
prestar a los heridos, los servicios que necesitaran en esos momentos, en que parecía, que estaban olvidados
del mundo entero. Al tener noticias de que los prisioneros se hallaban con centinela de vista, instalados en el local
de la Aduana, procuró buscar su alojamiento, en una casita inmediata, para estar al tanto de la suerte que corrían.
Allí tuvo noticias de la muerte gloriosa de los peruanos en el Morro, y de la imposibilidad de rescatar los cadáveres,
porque la mayor parte, habían sido quemados, a poco rato de terminada la refriega. No le faltó un ardid, para
penetrar a la casa de los presos, y entonces les expuso lo que había hecho, para poderlos ayudar en lo que
creyeran conveniente. Fue, en esos supremos instantes, cuando reconoció al Sargento 1° Juan José Vildoso, y
al acercarse a él, para que le diera noticias de la suerte del señor Inclán, le comunicó que tenía una misión muy
importante que confiarle, y que si se sentía capaz de cumplirla. Todo cuanto sea necesario haré por ustedes, les
contestó; para eso he venido, corriendo los más graves peligros. Escúchame bien lo que vas a hacer. He podido
salvar la gloriosa bandera del Estado Mayor, que permaneció izada, durante todo el tiempo que duró el combate,
y que tuve la precaución de recoger y guardarla, una vez que me convencí de que la derrota era inevitable. La
doblé prolijamente, y me la arrollé en la cintura, donde aún la guardo, debajo de mi casaca. Así pude salvar ese
trofeo querido, evitando el que los chilenos la hubieran infamado. Ahora lo interesante es sacarla de aquí, porque
estoy condenado a muerte, y al encontrarla el enemigo en mi cadáver, seguro es que la llevarían en triunfo.
Clara Enríquez, se ofreció a salvarla, y recibiéndola de Vildoso, en un momento de descuido, la envolvió en su
cuerpo, debajo de las faldas, con presteza tan grande, que no pudo ser vista de nadie. Luego salió tranquila y
erguida, en medio de los guardias la gloriosa bandera del Estado Mayor. Paso a paso, llegó a su alojamiento, en
el que no podía tener amplia confianza, y esa enseña sagrada, que se le daba a guardar constituía el mayor
peligro, porque al encontrársela, se le habría averiguado, el cómo la había adquirido. No pudo desde ese
momento, ni aun desvestirse para descansar, porque solo tenía confianza en mantenerla pegada a su cuerpo,
convirtiéndose así en su salvaguardia. Si el viaje de ida a Arica, fue para Clara lleno de peligros, es de suponerse
cuantos mayores encerraría el de regreso, y como demoró buen número de días en ejecutarlo, a fin de no sembrar
en nadie la menor sospecha. Después de sufrimientos inauditos, y llevando el alma transida de pena, ante el
espectáculo de sangre y desolación, que se había presentado en Arica, cuando todavía humeaban los cañones,
penetró en Tacna, en la media noche, como enloquecida, y se dirigió directamente a la casa del Sargento Vildozo,
a entregar a la madre de este, la bandera, cumpliendo así, el encargo que se le hiciera en los momentos en que,
ese valiente defensor de su patria, había hecho su despedida a la vida. Vildozo fue perdonado de ser fusilado y
quedó como prisionero, siendo después dejado en libertad, y conservando esa insignia sagrada por espacio
de cuarenta años. (García y García, 1924, pp. 382-384).

1. ¿Qué situación o escenario de la Guerra del Pacífico describe el relato?


2. ¿A qué crees que se debe las diferentes formas de participación de las mujeres en el relato presentado?
3. ¿Cómo te explicas la actitud de estos personajes en una situación tan crítica como es la presencia del
ejército chileno?

Fuentes históricas – Ministerio de Educación

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